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El Crimen Como Normalidad Paradojica Dur
El Crimen Como Normalidad Paradojica Dur
Sergio Tonkonoff
Resumen
Frente a las opiniones del sentido común moderno que sueña un mundo
libre de crímenes y de criminales, Durkheim postuló que el delincuente es un
agente regular de la vida social y el delito una función social imprescindible
para la reproducción de todo orden social. Con ambas afirmaciones
escandalizó a su tiempo, o al menos a su medio. Un medio científico,
académico y político seguro de encontrar en el delito una patología de la
sociedad y en el delincuente un enfermo antisocial. El presente trabajo busca
reconstruir los principales rasgos de la sociología criminal
de Durkheim ubicándola en el marco de esta polémica. En especial,
comparándola con otra sociología criminal no menos robusta: la de Gabriel
Tarde.
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en Ignacio Serrano Maíllo (Ed.) Anomia, cohesión social y moralidad. Cien años de tradición
Durkheimiana en criminología. Dykinson: Girona, 20018
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El crimen es una acción perjudicial para la sociedad y por lo tanto debe
ser erradicada –puesto que, además, es erradicable. He allí una convicción
profunda que comparte el sentido común con una amplia variedad de
posiciones que se reivindican como científicas. Convicción que, por lo demás,
no conoce distinciones políticas. De izquierda a derecha, un amplio espectro
ideológico la sostiene con igual vehemencia. Quienes entienden que el ser del
crimen es meramente jurídico (las escuelas jurídicas clásicas y neoclásicas, por
ejemplo), confían en que la persuasión penal logrará que todos los individuos,
racionales como son, finalmente comprendan la inconveniencia de transgredir
la ley. Quienes descreen de semejante libre albedrío, por ver esas
transgresiones como el producto de degeneraciones del cuerpo y/o la mente en
ciertos individuos (el alienismo, la antropología criminal), afirman, sin embargo,
que esa enfermedad podrá curarse, como se cura cualquier otra, a través de
persistentes campañas de higiene social. Por su parte, aquellos que lo postulan
como el producto de la penuria económica y la desigualdad social (el
marxismo), entienden que destruyendo sus causas principales por medio de
transformaciones estructurales radicales, el crimen puede –y debe–
desaparecer. De modo que, sea por la vía jurídica, correccional o
revolucionaria, para todos, su abolición se concibe tan viable como necesaria.
Ante este amplio consenso, una tesis de Durkheim resulta, todavía hoy,
disruptiva: aquella que afirma que el crimen es un fenómeno social normal y su
erradicación no es posible, ni deseable. Si paradoja significa “contrario a la
opinión recibida y común”, entonces se trata de una tesis paradójica –y
escandalosa. Tan escandalosa que tampoco Gabriel Tarde, acaso uno de sus
contemporáneos mejor preparados para recibirla con calma, pudo resistir la
indignación.
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señaló Sorel (2017), todos sentían, de una manera más o menos confusa, que
la cuestión criminal está estrechamente ligada a las bases mismas de toda
organización social.
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casualidad entonces, ambas polémicas encuentran su foco más intenso en
torno a Las Reglas del Método Sociológico.
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existen con independencia tanto de los prejuicios del investigador como de la
idea que los actores que participan de él se hacen sobre su naturaleza. Por eso
Durkheim no podría haber encontrado mejor ejemplo para probar su método
que el crimen: un número monumental de prejuicios filosóficos, científicos,
morales, religiosos y políticos se enmarañan en torno a él. ¿Cómo hacer del
crimen el objeto de una ciencia social? Es preciso aplicar la primera regla del
método y tratarlo como una cosa. Ante él debemos suspender nuestros
compromisos valorativos, nada sabemos de lo que sea en realidad. Pero es
preciso, además, dejar de buscar su explicación en la biología y/o en la
psicología de los individuos, puesto que la segunda regla del método reza así:
un hecho social sólo se explica por otro hecho social. De modo que, allí donde
se esbocen razones individuales para explicarlo el crimen (maldad, demencia,
degeneración, cálculo racional), sabremos que se trata de una explicación
equivocada. Luego, articulando ambas reglas, debemos definirlo por sus
rasgos o caracteres sociales, impersonales, externos y permanentes. El rasgo
principal del crimen que cumple con tales requisitos es, para Durkheim, el de
suscitar una reacción social específica. Lo que sea un crimen es reconocible
por su capacidad de producir movimiento colectivo característico al cual es
preciso reservarle el nombre de pena. La pena es una reacción colectiva,
pasional, violenta y organizada. La pena es expresión de la “cólera pública”,
cuando un estado fuerte y definido de la conciencia colectiva se ve atacado 1.
En consecuencia, “llamamos crimen a todo acto castigado y hacemos del
crimen así definido el objeto de una ciencia especial, la criminología”
(Durkheim, 1986: 124)
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La caracterización de la pena y del crimen propuesta por Durkheim se encuentra, sobre todo,
en De la División del Trabajo Social (1993). También aparecen elementos importantes de esta
caracterización en Durkheim (2017) y (1973)
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afirmando que esos sentimientos serían la piedad (aversión a la crueldad) y la
probidad (respeto de la propiedad privada), y elaborando en base a ellos su
definición de “delitos naturales”. Es decir, aquellas acciones que serían
criminales según las leyes de la naturaleza, y que serían los únicos crímenes
“verdaderos” desde siempre y para siempre, estuvieran o no tipificados como
tales por el derecho vigente. Recordemos pues la definición de Garófalo: “… el
elemento de inmoralidad necesario para que la opinión pública pueda
considerar criminal un acto nocivo es que perjudique tanto el sentido moral
como para atentar contra uno o ambos de los sentimientos altruistas
elementales de piedad y probidad. Además, esos sentimientos deben verse
perjudicados, no en sus manifestaciones superiores y puras, sino en el
promedio en que existe en una comunidad, promedio que es indispensable
para la adaptación del individuo a la sociedad. Si se produce una violación de
uno cualquiera de esos sentimientos, tendremos lo que puede denominarse
correctamente un delito natural” (Garófalo, 1998: 33-4). En consecuencia con
estos postulados, este autor también podrá apoyar a Lombroso en su
afrimación de un tipo natural de delincuente: serían delincuentes natos aquellos
que hayan vendió al mundo sin los sentimientos de piedad y probidad.
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determinada sociedad condena como criminal la hechicería y no los asesinatos
–como parece haber sido el caso de las sociedades feudales europeas– no
habría nada de moralmente equivocado en ello. Ninguna sociedad se erra
respecto de lo que define como inmoral para sí misma, porque no hay nada
criminal fuera de esa definición. Veremos enseguida que tampoco podría
calificarse como anormal a ese conjunto social, puesto que no habría
sociedades anormales. Puesto que “cabe decir de un hecho social que es
anormal con relación al tipo de la especie, pero una especie no podrá ser
anormal. Son dos palabras que protestan de verse acopladas” (Durkheim,
1986: 178)
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directamente a la justificación práctica (es decir, social, política y aún moral) de
la sociología ¿Puede esta ciencia diagnosticar patologías sociales? ¿Puede
prescribir vías de solución o cura para conjuntos sociales? De modo que es
preciso saber, ante todo, qué rasgos caracterizan a la normalidad y la
anormalidad sociales, y si “dispone la ciencia de los medios para hacer esta
distinción” (Durkheim, 1986: 169)
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órgano es definida como la actividad normal y particular que éste realiza dentro
del cuerpo entendido como una totalidad. Ahora bien, siguiendo el camino de la
analogía entre sociedad y organismo, Durkheim declara, contra todo
pronóstico, que el crimen no es un fenómeno patológico, no es una enfermedad
de la vida social. Por el contrario, se trataría de un fenómeno socialmente útil, o
mejor, necesario, para la reproducción sana del organismo social. De manera
que ya no se trata sólo de verificar su presencia perpetua, sino que además es
preciso de dar cuenta de sus funciones sociales. Es decir, del rol positivo que
juega en la reproducción de las sociedades. Puesto que es normal, el crimen
debe ser necesariamente un “factor de salud pública”.
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virulencia las posiciones del "el sabio profesor de Burdeos". Lo subleva, sobre
todo, la tesis de la normalidad y la utilidad crimen. Encendido, se pregunta:
“¿cómo es posible juzgarlo útil para las sociedades en las que se desliza como
un intruso, obrero del vicio, parásito del trabajo, destructor de cosechas como
el granizo, y no produce más que el contagio de su mal ejemplo? ¿Para qué
sirve sino para ser perseguido por la policía judicial, cuando ni siquiera es
bueno para este deporte?” (Tarde, 2007: 126). Frases como estas abundan en
ese artículo. Frases que se quieren irónicas y que, en tono de diatriba moral,
revelan los compromisos afectivos e ideológicos de su autor con la
conservación de la ley y el orden de su tiempo. No hay motivos, sin embargo,
para pensar que Tarde fuera ideológicamente más conservador que Durkheim.
Sea como fuere, hay decir que este texto polémico de Tarde no se encuentra a
la altura de su sociología general, ni de su criminología3. Una criminología
sociológica que, entre otras cosas, posee varios puntos de contacto con la
durkheimniana. Ambas coinciden en entender 1) que la ley penal expresa
estados "fuertes y definidos" de la conciencia colectiva, 2) que estos estados
constituyen valores socio-históricamente relativos, 3) que criminal es la acción
que ataca a tales valores, y 4) que la pena es una reacción colectiva a ese
ataque, y forma parte de la definición del fenómeno criminal. De allí que en una
reseña anterior que Tarde dedicara a De la División del Trabajo Social,
encontremos algunas críticas y muchos elogios. En especial la celebración de
“la inteligencia de la psicología colectiva que se revela a cada página”, seguida
de la siguiente nota: “Lamento no poder citar una notable descripción de los
sentimientos colectivos suscitados por el crimen y de las consecuencias que el
autor deduce de ellos con profundidad, respecto a las características que la
pena debe asumir para cumplir su oficio social. Recomiendo estas páginas a
los criminólogos, así como una crítica severa pero excelente de Lombroso”
(Tarde, 1895: 489)
Pero con Las Reglas del Método quedaba claro que, más allá de las
coincidencias, estas criminologías sociológicas se encontraban en desacuerdo
3
Para una exposición ampliada de la sociología criminal de Tarde me permito remitir a
Tonkonoff (2014). Para una confrontación de las sociologías generales de Tarde y Durkheim,
ver Tonkonoff (2017)
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en el punto esencial: la definición de crimen. Mientras para Durkheim es un
hecho social funcional, para Tarde se trata de un fenómeno de oposición. El
crimen, entiende, es mejor caracterizado como un conflicto social, y éste es el
elemento principal del deriva su especificidad 4. Por eso, en Criminalidad y
Salud Social, luego de cuestionar la idea de que generalidad y normalidad
puedan tomarse como la misma cosa, escribe que el crimen es "un conflicto
entre la gran legión de los hombres de bien y el pequeño batallón de
criminales, y ambos actúan normalmente en relación al objetivo que persigue
cada uno. Pero, dado que sus objetivos son contrarios, la resistencia que
ofrecen mutuamente el uno al otro es percibida por cada uno de ellos como un
estado patológico que, a pesar de ser permanente y universal, sigue siendo
doloroso" (Tarde, 2017: 153).
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Si bien para Tarde (1962) la oposición es, desde el punto de vista de la dinámica social, un
tipo de relación social secundaria respecto de la imitación y la invención, no por ello es menos
elemental y menos universal. Dicho de otro modo, en esta sociología hay tres tipos de
relaciones sociales básicas, presentes en toda sociedad: la repetición (o imitación), la co-
adaptación (o invención) y la lucha (u la oposición). El crimen sería pues un fenómeno de este
último tipo.
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propagaciones imitativas que, dentro del mismo grupo, contradicen aquellos
valores. Si esto es correcto, las metáforas organicistas no resultan las más
adecuadas para comprender lo que sucede en la vida social, y el par
normal/patológico no sirve para enmarcar la cuestión criminal. Por eso Tarde
es hostil a ese paradigma y, en general, prescinde de su vocabulario – aunque,
como se ve, no es el caso en su polémica con Durkheim, tal vez por llevarla
adelante en los términos que este último ha planteado.
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diagnostico son científicos es, ante todo, querer distinguirlos de otro tipo de
juicios como los morales, los ideológicos y los religiosos. Pero eso implica
establecer qué clase de ciencias son las ciencias humanas, en qué se
diferencia de esos otros discursos, y cómo podrían establecer diagnósticos a-
morales y a-ideológicos sobre los individuos y los grupos. Toda la historia de
estas disciplinas puede contarse desde el punto de vista de estos dilemas,
puesto que las recorren hasta hoy.
Dicho esto, cabe señalar que entre todos ellos, fue Durkheim quien más
pugnó mantenerse en los cánones de la ciencia clásica, y quien más prisionero
quedó de ese vocabulario y del organicismo al que ese vocabulario,
irremediablemente, arrastra. Ello fue así, al menos, en el libro donde propone
sus reglas para la ciencia de la sociedad. Allí, como hemos visto, realiza una
doble operación: por un lado afirma que, tanto en biología como en sociología,
normal y patológico lejos de configurar dos realidades contrapuestas forman
parte de un mismo continuum. Con esto deshace la percepción de lo
socialmente patológico como esencialmente diferente del resto de los
fenómenos sociales. A-moraliza, por así decirlo, las patologías sociales. Lo que
no le impide afirmar que las patologías sociales son enfermedades de la moral
social, y que la sociología debe detectarlas y contribuir a combatirlas. No hay
contradicción ni ambigüedad en este punto. Allí radica, antes bien, una clave de
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su proyecto: la ciencia de la moral que para él debía ser la sociología, tiene que
ocuparse de las enfermedades de la sociedad, enfermedades que son
estrictamente morales. Pero esto sólo podrá suceder a condición de
comprender que no hay patologías sociales universales puesto que cada
organismo social posee, por así decirlo, la moral que le conviene. El reproche
que en todo caso puede hacérsele a este encuadre teórico, y que
efectivamente se le ha hecho, es su conservadurismo –tal vez malgré
Durkheim. Puesto que no permite pensar en que las “patologías” de un
conjunto social puedan provenir precisamente de la moral dominante que ese
conjunto se empeña en sostener (postura que es característica tanto en
Nietzsche como en el marxismo y en el psicoanálisis). Sucede que el de
Durkheim es un relativismo sociológico sin perspectivismo, porque su
sociología tiende a permanecer monista. Sus modelos pueden concebir
discordancias entre valores al interior del sistema moral que constituye una
sociedad, pueden incluso pensar en ausencia de valores (a-nomia), lo que no
consiguen es aceptar de buen grado la vigencia plena, en un mismo campo
social, de múltiples morales en pugna. Tampoco consiguen pensar a la
sociedad como un “resultado” de esos enfrentamientos.
Esta es, queda claro, una crítica externa a esa sociología. Muchos
marxistas la han hecho (entre otros Pavarini, 2003). También la ha hecho
Tarde (1895). Sus consecuencias en el campo de la definición del delito son,
sin embargo, atendibles, y arrojan luz sobre la estructura interna tanto de la
sociología general como de la criminología durkheimnianas. Durkheim
combate, con éxito, el esencialismo positivista caracterizado por la concepción
del delito como enfermedad y del delincuente como anormal, pero lo hace en el
marco de un funcionalismo tal que niega al fenómeno delictivo toda
especificidad. Sea el delito como un fenómeno social normal, pero ¿en qué se
diferencia del resto de los fenómenos sociales normales (la religión, la ciencia,
el arte, el gobierno)? Las astucias de la razón funcionalista eliminan la noción
de conflicto de manera tan radical que le niega al crimen todo rasgo de
negatividad –es decir, el rasgo que podría caracterizarlo diferencialmente– sin
ofrecer otro criterio a cambio.
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El debate en torno a la normalidad del delito testimonia, entre otras
cosas, las dificultades, y aún el fracaso, del programa de Durkheim relativo a la
objetividad científica para determinar qué es un problema social. Esta
sociología lleva a rechazar toda posible determinación antropológica
(positivista, pero también psicoanalítica). Conduce, además, a evitar el recurso
a cualquier filosofía de la historia (hegeliana o marxista, por ejemplo). Pero con
ello queda privada de los criterios que tradicionalmente permitieron determinar
qué podría ser un problema o una “patología” social. Semejante impasse, no es
privativo suyo: todas las ciencias sociales y humanas que han renunciado a la
antropología (filosófica) y a la filosofía de la historia se encuentran, todavía hoy,
en esa situación. No obstante, una de las particularidades del discurso
durkheimniano parece ser el haber obtenido todas las desventajas del
relativismo socio-histórico, y muy pocas de sus ventajas. Al permanecer en
parte sujeto al positivismo (o a un racionalismo positivista), no puede ser lo
suficientemente constructivista; y al permanecer monista, no puede acceder al
perspectivismo al que conduce la visión del campo social como multiplicidad de
valores en pugna. Da allí que su posición pierda la posibilidad de dar cuenta
cabalmente tanto de la génesis de los valores, y por lo tanto de los crímenes,
así como de sus transformaciones. Quedan en pie, sin embargo, la firme
desmitificación de la cuestión criminal que trajo esta sociología, y su apuesta a
que la teoría social pueda ser un operador de rupturas epistemológicas con el
pensamiento heredado y las ideologías dominantes.
Bibliografía
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-------------- (2017) “Criminalidad y Salud Social”, en Crimen, Castigo y
Sociedad. Buenos Aires: Pluriverso Ediciones.
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