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EL HECHO MORAL El mundo no está hecho de cosas, sino de cosas que suceden

en el tiempo, es decir, de hechos, sucesos. El hombre juzga estos hechos como


correctos, incorrectos, morales o inmorales. Hecho es todo lo que acaece. Pero no
todo hecho es moral. Cuando podemos pronunciarnos acerca de la bondad o maldad
de un acontecimiento, de un acto, de un comportamiento personal o social, ello es
considerado un hecho o acto moral. HECHO AMORAL: Es neutro. Carece de juicio
moral. HECHO MORAL: Es bueno y conveniente. La acción, intención,
circunstancias y consecuencias del hecho son positivas o buenas. HECHO
INMORAL: Es pernicioso, malo. Suele causar daño o sufrimiento a alguien. La
acción, intención, circunstancias y consecuencias no coinciden en positividad.

La moralidad es intrínsecamente humana. Está esencialmente relacionada con la


sociabilidad y la libertad que caracteriza al ser del hombre. El animal es amoral
porque carece de libertad. Actúa por instinto, y por tanto no puede elegir ni decidir
no hacer lo que hace, no es responsable de sus actos. El acto moral conlleva
responsabilidad (he de asumir las consecuencias), y libertad (soy libre de llevarlo a
cabo o no) e involucra al sujeto (aun en contra de sus propias convicciones) con el
entorno, siendo lo correcto, o la mejor opción dentro de las acciones posibles. Así
todo hecho moral no se analiza bajo el es o el acontece (descripción) sino bajo el
debe o no debe ser (valoración y juicio moral). Y ello es así porque tenemos
conciencia. El hombre es un ser consciente de sus actos. Las prescripciones morales
tienden a la universalidad. Se extienden a toda persona en cuanto a tal. Y su
obligatoriedad es interna, no externa como sucedería con las meras normas sociales.
(La moral te la dicta tu conciencia interior y tiene que ver con tu dignidad)

tesis de Nietzsche: «No hay hechos, hay interpretaciones», para decir que el poder
crea la verdad, es decir, ante un hecho, cada individuo crea su interpretación del
hecho, su verdad, pero el poder es el que dispone de los medios para imponer su
interpretación a los demás. La interpretación no se puede acabar jamás, esto quiere
decir simplemente que no hay nada que interpretar porque en el fondo toda
percepción es interpretación subjetiva.

Acerca del fragmento “… no hay hechos, sólo interpretaciones” (Nietzsche)

“No hay hechos, sólo interpretaciones”. Nietzsche escribió este fragmento en 1886.
Dentro de la historia de la filosofía se trata de uno de los más citados, más
reconocidos, más utilizados, pero quizá, igualmente, uno de los más
incomprendidos. Se ha vuelto casi un cliché desgastado, una frase de cajón para
justificar el todo vale. Hace parte de los muchos fragmentos que escribió, a partir de
los cuales intentaba concebir una apreciación mayor que lograra esbozar una
filosofía de la voluntad de posibilidad (Wille zur Macht)[1]. Se rechaza aquí el
término poder; no es una traducción errada, pero posibilidad o potencia logra
concretar de manera mucho más amplia lo que subyace en la constitución del
pensamiento de Nietzsche en este aspecto. Así pues, la frase citada en el título de
este texto se expone desde un espacio muy concreto en el que se intenta, contra el
positivismo, pero también contra el subjetivismo, y en realidad contra todo
sustancialismo, definir un pensamiento que se margine de dichos obstáculos.

Esta afirmación se ha convertido en un lugar común para concebir la posibilidad de


justificar el subjetivismo a ultranza. Desafortunada interpretación, si se atiende a lo
que el propio Nietzsche expone líneas más adelante, y es que, casi siempre
divulgada en un contexto que margina su inclusión en el sentido más amplio que la
envuelve, la frase pierde así su enfoque. De esta manera, se ha intentado a partir de
ella explicar cómo cualquier enunciación de un intérprete tiene validez, tornando de
esta manera la hermenéutica en un procedimiento totalmente trivial, concebido
como ejercicio para legitimar principalmente la consolidación de quien realiza la
interpretación, es decir, el fortalecimiento del sujeto-intérprete.

Sin embargo, los alcances de lo expresado por Nietzsche apuntan en otra dirección,
o al menos, en una que justamente desarticula la pretensión de afianzar el
subjetivismo. Es claro que la primera intención contrasta la ingenuidad objetivista
de un dato que pueda presentarse y asimilarse como un hecho bruto y mensurable.
Centrarse en esta particularidad es la ruta sobre la cual se gesta el afianzamiento del
subjetivismo, el cual, al negar la posibilidad de registrar una verdad objetiva, se
amplifica en un relativismo desde el que todo es interpretación y nada más. Tal es el
sitio en el que se encuentra la recepción común de la frase. Pero lo que Nietzsche
expone da pie a otras consideraciones. Necesariamente hay que reproducirlo en su
totalidad.

Contra el positivismo, que se queda en el fenómeno “sólo hay hechos”, yo diría, no,
precisamente no hay hechos, sólo interpretaciones. No podemos constatar
ningún factum “en sí”: quizá sea un absurdo querer algo así. “Todo es subjetivo”,
decís vosotros: pero ya eso es interpretación (Auslegung), el “sujeto” no es algo
dado sino algo inventado y añadido, algo puesto por detrás. ¿Es en última instancia
necesario poner aún al intérprete detrás de la interpretación? Ya eso es invención,
hipótesis.

En la medida en que la palabra “conocimiento” tiene sentido, el mundo es


cognoscible: pero es interpretable de otro modo, no tiene un sentido detrás de sí,
sino innumerables sentidos “perspectivismo”.

Son nuestras necesidades las que interpretan el mundo: nuestros impulsos y sus
pros y sus contras. Cada impulso es una especie de ansia de dominio
(Herrschsucht), cada uno tiene su perspectiva, que quisiera imponer como norma a
todos los demás impulsos.

La lectura del fragmento completo exige distanciarse de su asimilación corriente y


obliga a desarrollar una óptica distinta. En efecto, Nietzsche contrasta el
positivismo, pero también el afianzamiento de la subjetividad. Por eso mismo, la
peculiar perspectiva según la cual se instaura un absolutismo del sujeto en aquello
que designa, estima, opina, valora, no es más que una construcción que
efectivamente, contradice el texto mismo. Nada más alejado de él que introducir un
sujeto fundante cuya valoración sea lo que predomine. En tanto, interpretación, es
ésta la que impera, no el intérprete. Siguiendo una línea crítica del empirismo contra
el afianzamiento de la subjetividad, Nietzsche considera como hipótesis insostenible
la invención de un sujeto, de un intérprete que esté detrás de la interpretación.

Existen pues interpretaciones, más no intérprete. O lo que es lo mismo, existen


valoraciones emanadas de relaciones dadas a través de las circunstancias que las
envuelven, sin que de ello sea concebible la idea de un sujeto fundante que las
sostenga. Justamente la consideración de Nietzsche, al involucrar la idea del
perspectivismo, confiere la posibilidad de involucrar muchos sentidos, sin que uno
de ellos tenga más relevancia que los demás. Éstos se dan sin la necesidad de
involucrar un sentido mayor en la figura de un sujeto del cual se desprenda la
enunciación y por supuesto, el fundamento.

Perspectivismo no es pues relativismo. Este último demanda el afianzamiento del


sujeto, otra interpretación más que ansía su propio culto, un dogmatismo
individualizado. El primero, en cambio, estimula la distención de la carga y el peso
que demanda la aparición de un sujeto fundante. Hacia allí apunta el juego, la ironía,
la experiencia ligera, el rechazo de todo espíritu de pesadez que tanto
promulga Zaratustra. Los intérpretes demandan un privilegio, las interpretaciones
por el contrario, fluyen en el mismo sentido de los juegos fortuitos de donde
precisamente surgen como elementos de un mundo carente de sustancias, de
verdades, de conocimientos últimos.

Por eso, el Übermensch, el superhombre nietzscheano, no ha de imponer su


autoafirmación, más que eso, afirma la precariedad de una verdad y de sí mismo
como verdad, afirma mejor sus rutas, múltiples siempre, despliega sus amplias
posibilidades de ser no un dios sino muchos, de ser volátil pasajero entre la ironía y
el juego, la transformación y la no permanencia.

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