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DAWN EDEN es la autora del bestseller La aventura de la castidad: Encontrando satisfacci6n con tu ropa puesta (The Thrill of the Chaste: Finding Fulfilment While Keeping Your Clotines On), que se ha reimpreso innumerables veces y se ha traducido al espaiiol, polaco y chino, Nacida en una familia judia en la cludad cle Nueva York, perdi su fe durante la adolescencia y se volvié agnéstica. Posteriormente, en le década de los novente, trabajé como periodista de rock, entrevistando bandas para revistas y apareciendo como experta musical en television, en FX Net/ork; ademés de colaborar para varios periddicos de Nueva York, incluyendo New York Post y Daily News. Ala edad de 31 afos experiment une dramética conversién al crstianismo, que final mente la llevé a entrar en la Iglesia catélica. Ahora resicle en Washington, DC, donde recibi6 el grado de maestria en Teologia por la Casa de Estudios Dominica, ‘en 2010. Ha hablaco dela castidad y la conversién a miles de estudiantes Universitarios ya adultos jovenes en Estatlos Unidos y en ottos paises, Actualmente estudia para obtener un doctorado. MI PAZ 0S DOY MI PAZ 0S boy aoe oh ne aa alma tos, DAWN EDEN RIANA, “Titulo original: Mp Peace J Give You: Healing Sexual Wounds withthe Melo ofthe Sais Diseto de portads: Oscar 0. Gonzilez Imagen de portada: © Shuterstock {© 2012, Dav don Golestein de a odicin original, Washington D.C (© 2013, Dawa Eden Goléstein, de la tuoduccié, Washington, D.C. La traduccin al espanol de Mj Peace 1 Gire Yau, pbicada en ea eb, ag relizeda como regalo sla autora por Carlos Cazo-Rosend eicn pubiieada medinte acuerdo con Dain Fden Golieln, cexclisvemente para Grape Plants Dawa Eden es representade por Ambassador Literary, Neshville, TN, Fades ides All ig’ reserved. Derechos mundiales exclusivos en espaol ‘© 2014, Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V. jo el sll editorial DIANA nex ‘Avenide Presidente Masaik rain 11,20, piso Catania Cnaputepec Moraes G.P.11570, Mésieo, DE. wwiveditoriatpianea.com.nx Prtnea divin: marzo de 2014, ISBN: 978-607-07-2075-8, Nihil Obstar: Reverendo Cacter I. Griffin, SD. Censor Deputaus Imprimanr Sa Eminenci cardenal Doncld Woes arzbispo de Washington. Nata: Ano ser que se espectcue, las ets de fa Bibs que apazecen en esta obra son dela Versi Estindar Revisda (Revised Stender Version), copyright © 1952 y 1955, ot la Division of Cris Edocaton of te National Counc of Churches of Cris, en Estados Unis de América, Se tlizan agai con permis. Al ights reserved. Todos los derechos reservados. No se permite la repredccidn total © paral de este Iho i sw incomperaién a un sistema informtice, nis transmis en eulguier Forma 0 por cualquier medio, sea te eleetrnico, mecinieo, por Ftccopi, par grabacn u otros métodos, sin el permis previo y por escrito de kestilanes de cori. La infiaceidn de los derechos mencionedes puede sor constitva de dato conta le propiedad intelectual (Ants. 229 y siguiente de la Ley Federal de Derechos ds Aor y Ais 24 y siguientes del Cigo Pena). Jimpreso en los talleres de LitogrifcaIngramen, S.A. de CV. CCenteno nim. 162-1, colonia Granjs Esmeralda, México, DF Impreso y hecho ea México ~ Printed and made n Mexice Dedicatoria Este libro esté dedicado con gratitud al pacire Daniel A. Lord, S.J. (1888-1955) quien, en tiempo de depresi6n, dijo a su Senor: «Bien puede ser que te encuentre en las profundidades antes de encontrarte en lasalturas»; cuyo testimonio de valentia y amor al enfrentar una enfermedad terminal alimenté mi deseo de escribir este libro; 61estaba en mis pensamientos y en mi coraz6n en todo momento mientras escribia y cuya causa de canonizacién tengo la esperanza de postular un dia Contenido Prefacio Madre Agnes Mary Donovan, SV. Agradecimientos. Introducci6n Capitulo 1: El amor que olvidamos Para sevelar al Padre (con san Ignacio de Loyola y santa Josefina Bakhita) 95, Capitulo 2: El amor que protege Para abrir nuestro corazén al Sagrado Corazon (con Marfa, Made de la Bsperanza) 59 Capitulo 3: El amor que sufre Para compartir en la Pasién de Cristo (con Gemma Galgani y san Sebastién) 81 Capitulo 4: El amor que transforma Para aprender el verdadero significado de la infancia spiritual (con santa Teresita del Nifio Jestis) ___ 107 Capitulo 5: El amor que libera Para superar los obsticulos que impiden perdonar (con la beata Laura Vicuia y santa Maria Goretti) __ 131 8 Down Eden Capitulo 6: El amor que echa rafces Para acercarnos a Dios y al préjimo (con Dorothy Day) 155 Capitulo 7: El amor que irradia Pora vivir tu Hamadio a la santidad (con la beata Margarita de Castello y san Bernardo de Claraval) 183 Capitulo 8: El amor que sana Para encontrar nuestro pasado, presente y futuro en la Euecaristfa (con santo Tomas de Aquino y la beata Karolina Kézka) a Guia para electors Oraciones 237 Otras lecturas sugeridas gg Informacion complementaria _ 207 Acerca de la autora 259) Prefacio He esperado este libro por aiies. Como psicéloga y religiosa consagrada, me pesa y entristece la gran cantidad de adul- tos cuyas vidas han sido marcadas por la sombra del abuso sexual. Esta falla en proteger la inocencia del nifto reverbera en la victima por toda la vida. Por lo que yo sé, la victi- ma del abuso sexual lucha frecuentemente atin en su vida adulta para vencer la constante tentacin de condenarse a si misma. En estas paginas los lectores encuentran una al- ternativa al autodesprecio; encuentran esperanza y razones para alegrarse. Mi paz os doy es un inspiradlo trabajo que provee una guia para llegar a una sanacién integral de la mente, el cuerpo, las emociones y el alma de aquellos que han sufrido los efectos destructores del abuso sexual, ya sea directa 0 indirectamente. ‘Como una anfitriona generosa y amable, Dawn Eden com- parte libremente su ser y el de sus amigos cuando nos pre- senta a santos bien conocidos y otros menos conocidos al tiempo que entrelaza en el relato su historia personal. Qui- za le sorprenda y alivie encontrar que entre aquellos a quie- nes la Iglesia nos asegura que estén mas cercanos al coraz6n de Jestis hay adultos heridos y sanados; adultos cuyas heri- das se han transformado en una gran fuente de amor porque esas heridas abricron la puerta a una definitiva transfor- macién en Jesucristo; hay santos que hoy se regocijan en las palabras de la Liturgia Pascual: «Oh, feliz culpa!» Ellos han vivido de primera mano la experiencia del poder del amor de Dios que puede cambiar sus vidas y conocen la verdad 9 10 Dawn Eden de las palabras de Jestis: «Ie basta mi gracia, pues mi poder se perfeceiona en la debilidad». ‘A medida que peregrinaba con los santos a través de estas paginas, recordaba un pequeito poema que presenta una imagen fascinante de Jestis en su descenso hasta los muertos aquel primer Sdbado Santo. Nuestro victorioso Se- ‘for, todavia marcado por las heridas de la Pasién, es recibi- do por los patriarcas y los profetas, por Adan y Eva, y por todos los que habfan muerto bajo la ley mosaica. Esas he- tidas son «cinco luceros curmesi». Permitanme compartir ‘unos cuantos versos:' Ahi El estaba ‘como el sol matinal esplendoraso ‘con la hermosura que sélo Dios tiene de hermoso ‘yellos, por la alegria confundidos, se arrodiltaron aadorarle asi, ‘a quien por vez primera les mostraba cinco luceros carmest.? Esta imagen captura algo de la belleza de la sanacion que se nos promete a cada uno de nosotros en Cristo Jestis. De hecho, se nos promete la sanacién, pero quiz nos sorpren- da que ese don llegaré por nuestras heridas y a través de ellas. Esto, por supuesto, no deberfa sorprendernos porque el camino alla gloria para todos los cristianos es en imitacién de nuestro Dios y Salvador Jesucristo. Fs el sello distintivo 1 nd tee Hewes /splenida the coming sun ae firs only Go soir, Ane they coe fascist taro [seeing at Pe woe fe crnson sas He mec Ia ore. 2 Hermans Mary Ada, -Limbow, caso on The Mey Bak (Elo ce Mari) FJ. Shee, ‘Nueva York, Shoe fe Hor 1950, pp. 181-183 Prefocio " de la espiritualidad cristiana declarar que «por Sus heridas fuimos sanados» ([saias 53:5). Este es también uno de los te- ‘mas incluidos en este libro tan poderosamente emotivo y leno de esperanza. Dawn Eden revela esta verdad explicando que, al expe- rimentar el amor de Dios, uno queda libre de amarse a si mismo —y luego al préjimo— mejor y més profundamente. Es mi esperanza que esta obra llegue a estar disponible en iglesias, escuelas, centros de asistencia y ministerios para la juventud. Pueda ser que a través de él muchos que hayan sido heridos en su dignidad humana leguen a contemplar su propia belleza tal como Dios la contempla y aprendan a cantar gozosamente Su amor y misericordia. Oro para que este libro sea un instrumento de gracia e instruccién, Madre Agnes Mary Donovan, §.V. (Sorores Vitae) Sisters of Life Agradecimientos Antes que nada gracias a la educadora Julia Fogassy porque fue al estar de visita en su casa, en diciembre de 2010, que tuve la idea de escribir este libro después de descubrir la historia de la beata Laura Vicufa en el libro de Ann Ball Santos modernos: sus vidas y rastros. Unas cuantas semanas mis tarde, la asistente editorial de Ave Maria Press, Kristi McDonald, se puso en contacto conmigo para presentarse. El entusiasmo que ella y el director editorial Bob Hamma mostraron por el concepto original de Mi paz 0s doy me dio elaliento que necesitaba para desarrollarlo atin ms. Vaya a ellos mi més sincero agradecimiento y a todos en Ave Ma- ria Press. Muchas gracias también a mi agente literario, Wes Yoder, y a todos en la compafiia Ambassador Agency. He sido extraordinariamente bendecida al tener tantos expertos y amigos que han dado eco a mis ideas durante el proceso de redaccién, incluyendo al padre Joseph Alobai- di de la Orden de los Predicadores (OP), Drusilla Barron, padre Phil Bloom, doctora Carole Burnett, Judit Crow, Sa- rah Dickerson, William Doino Jr., Kevin Doyle, padre Paul Dressler, O.FM., padre Scott Hurd, padre John Baptist Ku, OP, Hno. John Luth del Centro Internacional Metodisia (MLC), padre James Martin, $J., Martha McNeill, Grace ‘Mortemore, padre Bernard Mulcahy, O.P, Terry Nelson, Co- lin O’Brien, Deanna Olsen, Eric Plante, Timothy Post, padre Sean Rattis, y Magdalen Ross. Incalculable ayuda vino tam- bién de Maria Krzeminska, que contribuyé con su talento para traducir el material sobre la beata Karolina, y también 13 “ Dawn Eden de las Hermanas de la Caridad de Quebec, que me dieron su amable hospitalidad mientras escribia. Muchos amigos més ame dieron sus oraciones y apoyo. Gracias a todos —ust des saben quiénes son— y especialmente a sor Jane Dominic Laurel, OP.,y Janet Rosen. Mi més profunda gratitud para el padre Gabriel O'Don- nell, O.P, vicepresidente y decano académico de la Casa Do- minica de Estudios, por tener fe en mf cuando me acerqué a él buscando estudiar teologia. Gracias, también, a mis pro- fesores que hayan quedado sin mencionar, especialmente el padre John Corbett, O.P, y el padre John Langlois, OP, y a mis compaferos de No tengo palabras para agradecer a toda mi familia, es- pecialmente por sus oraciones. In memoriam: padre Francis Canavan, $J.; sor Geraldine Calabrese, M.PE; Jeffry Hendrix; Stephanie Nooney; Elea- nor Ruder; y el arzobispo Fietro Sambi. Finalmente me gustarfa agradecer a Janet E. Smith por recordarme que siempre es mejor encender una sola vela que maldecir la oscuridad. se. Introduccién Este libro ha estado en mi coraz6n desde hace mucho tiem- po. Surge del deseo de llevar la alegria de la comunién a quienes viven la secuela de aislamiento espiritual como consecuencia del abuso sexual que suftieron en su infancia. A través de la comunién que he descubierto, que es la Comunién de los Santos, mi espfritu fue transformado y contintia siendo transformado adquiriendo curacién, forta- leza y consuelo més all de lo que nunca cref posible. Rezo pata que estos relatos de los sufrimientos y triunfos perso- nales de los santos te gufen a la misma experiencia gozosa de transformacién en Cristo. Pero tal vez te preguntes qué tendrfan que ver los santos con la curacién de las heridas de la infancia, especialmente heridas que son las mas dolorosas y de las que menos se ha- bla. Para explicar esa conexi6n debo regresar a un momento en que no habia tanta luz en mi vida. Todavia recuerdo la primera vez. que lef un versiculo del Evangelio; lo recuerdo tal vez por la novedad de ver algo de la «otra» Biblia (mi familia era judia) pero més probable- mente porque me El versiculo aparece al final del cuento de hadas de Hans Christian Andersen, La Reina de las Niewes, después que el amor inocente de Gerda rescata a Kai de las garras heladas de la reina de las nieves. La chica y el muchacho vuelven a 5 16 Dawn Eden casa de su abuela alegremente justo en el momento en que Ja abuela lee las palabras de Jestis en Mateo 18:3: «Si no os convertis y os hacéis como nitios, no entraréis en el reino de los cielo». Leer esas palabras me llené de una sensacién inexpresa- ble, como una mezcla de anhelo y pérdida. Yo querfa con todo mi corazén ser una nif alegre e inocente. En cambio, sentia como simi infancia ya se hubiera desvanecido en el aire. Habfa desaparecido antes de que me diera cuenta de su existencia. Segui mirando la pagina, perdiendo el enfoque de mi mi- rada a medida que me hundia en mis pensamientos. Se me hizo un nud en la garganta y mis ojos se Henaron de Lagri- mas. ;Cémo es posible? Abt estaba yo, llorando inconsola- blemente por mi infancia perdida —y solamente tenfa siete aitos de edad. ‘Ahora sé lo que me pasaba. Las légrinnas aeudievon por que, aun a esa temprana edad, ya habia sufrido abuso se- xual. Ademés, durante dos afios, desde la separacién de mis, padres y la obtencién de custodia por parte de mi madre, yo ya estaba viviendo en un ambiente que hoy consideraria ‘como sextialmente abierto. No recuerdo ningtin limite claro de conducta; yo no estaba adecuadamente protegida de la desnudez de los adultos, abuso de drogas, chistes obscenos, conversaciones sexuales y habla soez. Como muchas de las victimas de abuso sexual, me iden- tifico con Jas palabras del mensajero en Job 1:15: «Sélo yo he podido escapar para contartex. Por lo que yo sé, no hay otra persona viva que admita haber presenciado las maldades de las que fui objeto.’ En verdad, mi madre recuerda esas Mi hermana, que es cinco acs mayor que yo, 0 estaba presente en los momien= toven que yo recerdo haber sido sexualrente molestada 0 expuesta a actividades Introduccion v cosas de manera muy diferente a la mia. Cuando le hablé de los incidentes que planeabe mencionar en este libro, ella neg6 una variedad de ellos incluyendo la afirmacién de que su hogar era un «ambiente sexualmente abierto» durante mi infancia Poniéndome de nuevo en el lugar de la pequefia que amaba los cuentos de hadas de Andersen, me doy cuenta de que, por deslumbrantes que fueran esos relatos para mi joven imaginacién, nada en ellos me parecia més maravillo- so —o més inaleanzable— que la pura y simple infancia de Gerda y Kai, rodeados por el carifio de su abuclita y el amor de Dios. Para cuando tenfa treinta y un aos de edad, momento en que recibf el regalo de la fe en Cristo, llegué a entender més clara- mente cémo las palabras del Seiior en el Evangelio segiin San ‘Mateo se referfan a una infancia espiritual y no literalmente a la niftez. Algunos afios después, a medida que mi fe me levé a la Iglesia catélica, descubst que el Cetecismo conecta esta infancia espiritual con el ser «nacido de arriba» (Juan 3.7); la nueva vida de gracia que comienza con el bautismo. Fue alentador aprender acerca de la ayuda constante que la gracia prove en la vida moral, ayuclandome a tener pa- ciencia conmigo misma a medida que comenzaba a andar el camino» como una cristiana fiel. Conforme pasé el tiem- po, sin embargo, mi confianza inicial comenz6 a desgastar- se. Mi mayor deseo era tener la bendicién que Jestis promete “NG maclre no expresa peso por el hecho de que yo tenga weewerdas tan dolores, 1 se hn diseulpodo por cirtas cosas, como, por ejmplo, permitie que sus amigos festuvieran desnudos on mi presencia: Hoy exibe: «No fi una madre perfect, per hice lo major que pode>. 18 Dawn Eden a aquellos «puros de coraz6n... porque veran a Dios» (Ma- teo 5:8). Pero todavia, aun cuando yo estaba haciendo todo lo que podta para llevar una vida pura, me resultaba difi- cil sentirme pura. Me sentia manchada —debido a lo que Jos adultos me habjan hecho, o me habfan obligado a hacer ‘cuando era una nina indefensa. A nivel intelectual, yo sabfa que no tenfa nada de qué avergonzarme, Ningtin nifo es responsable de lo que los adultos le hagan o le induzean a hacer. Bl pecado del abu- so sexual recae sobre los abusadores y no sobre sus victi- mas. Los nifios dependen delos adultos y tienen que confiar en ellos para sobrevivir. Es responsabilidad de los adultos mostrar a los nifios lo que es bueno y esté en Ja mismisima naturaleza de los nifios aceptar lo que los adultos aman «bueno» como algo verdaderamente bueno. No se puede hablar de «consentimiento» en una relacién tan desigual. Cuando comencé a leer mas sobre lo que los cristianos cteen, encontré que los padies y los doctores de la Iglesia («doctor» es el titulo que se le da a los santos que exhiben la sabiduria mas elevada) dijeron cosas muy convincentes en defensa de las victimas de abuso sexual. San Agustin, al escribir sobre las virgenes y mértires de la Iglesia tem- prana, arremetié contra los paganos que afirmaban que las Virgenes violadas ya no eran virgenes: «¢Qué persona sen- sata puede suponer que, si su cuerpo fuera sometido por la fuerza y se hiciera uso de él para satisfacer los bajos deseos de otro entonces perderfa su pureza?s* Aunque yo estaba consciente de estas cosas, por mucho que tratara era incapaz de incorporar la certeza de ser ino- cente de aquello que me habjan hecho. En cambio sentia * San Aguetn, La ciudad de Dies, Biblitecs de Autores Cristianos, Made, 2013, Libro Lop 18. Introduccién ie como que mi infancia tenia una mancha oscura, una man- cha de tinta indeleble. Cuanto mas trataba de cubrir estos sentimientos reprimiendo los malos recuerdos, més dolor, calamidad y vergiienza amenazaban con filtrarse en cada rincén de mi vida adulta, Cuando fui recibida en la Iglesia catélica en 2006, mi camino ala curaci6n comenzé a afirmarse, Aprend{ una antigua ple- garia que abrié para mi un nuevo entendimiento de como obra la gracia. Se Hama Anima Christi («Alma de Cristo») y comienza con estas palabras: Alma de Cristo, santificeme. Cuerpo de Cristo, séloame, Gangre de Cristo, embriigaie. Agua del Costado de Cristo, ivame. Pasi6n de Cristo, confértame. jOh mi buen Jesiist, 6yeme. Dentro de tus Uagas escondere, No permitas que me aparte de Ti zHas notado cémo cambia la perspectiva de la plegaria? Va desde pedirle a Cristo que esté dentro de tia pedirle que ti puedas estar dentro de El, y més atin, gen qué parte de Cris- to estés pidiendo refugiarte? En sus Hlagas. Hasta que empecé a reflexionar esta oracién, mi vida en la fe estaba embrollada en una selva de preguntas: como puedo creer en la proteccién amorosa de Dios cuando mi ® Nase a Gua para el fctor al final de esa obre para ler el texto completo del Anina Chet propia familia fallé en protegerme?, jedmo puedo ser una hija de Dios cuando nunca tuve una verdadera infancia?, gcémo puedo ser pura cuando nunca conocé la pureza? Esas preguntas parecian urgentes y profundas, pero en realidad eran callejones sin salida que me mantenian confi- nada en mi propia soledad. El intenso simbolismo del Ani- ma Christi me inspiré a hacer preguntas que me sacarian de esa prisin: gcémo puede darme fuerza la Pasién de Cris- to?, 2qué significa que El viva en mi y que yo viva en E17 Pero, sobre todo, la pregunta més importante que surgia de reflexionar esa oracién era: gcémo pueden las heridas de Cristo Mevarme més cerca de BI? La respuesta, que fue acla- randose en el curso de los afos subsecuentes, cambiaria la forma en que entendia mis propias heridas. Los discfpulos se convencieron de la resurreccién solo cuan- do Cristo les mostré las heridas de sus manos, sus pies y —pata el incrédulo Tomis— su costado. En las imagenes de Cristo resucitado, el Sagrado Cora- z26n se presenta frecuentemente como si estuviera en llamas irradiando ardor. Esto se aprecia en forma dramatica en la imagen del Sefior de la Divina Misericordia afirmada en Ja visién de santa Faustina Kowalska, en la cual el corazén de Jestis brilla en torrentes de luz blanca y roja. Me imagino Jas heridas de Jestis como aparecen en esas imagenes, irra- diando gracia (un horno ardiente de caridad, como nos dice tuna oraciGn)? Al rezar «Deniro de tus llagas escéndeme> es- toy pidiendo ser ocultada dentro de esas heridas que ahora estan glotificadas. Quiero estar rodeada y protegida por su * Letane del Segnalo Corwzin. Vase la Guta para. lectoral final deesta obra para apreciar a texto completo Introduceién a gracia desbordante, por sus rayos sanadores que se extien- den hasta los confines de la tierra. Con el tiempo, a medida que la imagen de la amorosa y misericorciosa luz que brota de las heridas de Jestis pro- fundizaba su dominio en mi conciencia, comencé a reexa- minar los momentos del pasado en los que habia dudado de la misericordia de Dios. Eso en su momento me llevé a una conversacién con El que yo habia estado demorando por un largo tiempo: la cuestin de cémo enearmar en mf su misericordia hacia aquellos que yo hallaba mas dificiles de perdonar Los catélicos recién convertidos siempre anhelan leer re- latos de los santos y yo no fui la excepcién. Pero cuando investigué a fondo las vidas de aquellos que mas habian sufrido —los primeros martires romanos— me enteré de muchas coses que quiz4s hubiera preferido no saber. Las vividas descripciones de torturas que reportan los antiguos cronistas fueron demasiado para mi. Esa misma incomodidad resurge cuando leo acerca de personas que han sufrido abusos sexuales en su infancia, aun cuando yo sé que sus historias tienen un final feliz. De hecho, debido a que mis propias experiencias me han deja- do con Trastorno de estrés postraumitico, debo ser cauta en Jo que toca a atender lo que aparece en los medios, ya que ciertos eventos deseneadenan una imagen mental inmedia- ta de algtin episodio del abuso vivido en el pasado, Saberlo me vuelve muy sensible a la condicién de otros que, aun- que no quieran sentirse solos en haber vivido esas experien- cias, no desean volver a vivir su trauma. Por eso, a medida que comparto tanto mi propio camino como el de los santos, 2 Dawn Eden me cuidaré de evitar detalles que vayan més alla de lo que se necesita para que el relato sea significativo y real. Hay algunos aspectos que no compartiré, no porque ca- rezcan de importancia, sino porque estan fuera de mi rea de capacidad. Por ejemplo, este libro no pretende ser titi a aquellos que se encuentran en una relacisn sexualmente abu- sivao para quienes necesitan asistencia para llevar aun abusa- dor ante la justicia, aunque algunas de las organizaciones listadas al final puedan ser de utilidad. Agreguemos que, aunque comparto el dolor y la angus- tia de mis corteligionarios catélicos ante quienes han trai cionado sus santas 6rdenes, no voy a enfocarme en el escan- dalo de los abusos cometidos por clérigos. Esto no se debe a deseo alguno de disminuir la muy real y frecuentemente de- vastaciora experiencia de quienes han sufrido tal abuso. Ten- g0 Ja esperanza ferviente de que este libro les ayude a ellos Y @ aquellos que les ministran. Sin embargo, tomo aqui una perspectiva més general fundamentada en mi experiencia personal como parte de un gran grupo cuyas necesidades no estan siendo satisfechas en estos momentos. En su mayo- fa los perpetraciores de abuso sexual infantil son miembros de a familia, los cuales son responsables aproximadamen- te de un tetcio o la mitad de los casos. Aparte de ellos (en orden descendiente) otros son: amigos de la familia, veci nos, conocidos y extrafias; tan solo un pequefo porcenta- je de casos son cometidos por clérigos. Dado el ntimero de adultos estadounidenses que reportan haber sido abusados sexualmente en su infancia (cerca de una de cada cuatro mujeres y uno de cada seis hombres, ce acuerdo con el Cen- tro para el Control de Enfermedades'), recuerdos tan do: * Centers for Disease Control and Prevention, un organism del gobieme fede ral estadounidense. (N, del) Intieduccién 23 lorosos afligen por lo menos a una persona en cada banco de cada parroquia. Si tti estas entre esas victimas,"° quiero que sepas que tienes compaitia, que no has sido olvidado y que tienes més amigos en el cielo de lo que ti te imaginas, Al tiempo de escribir mi primer libro, La aventura de la cas- tidad, publicado en 2006, admitir el abuso sufrido era algo que yo atin no era capaz de hacer. El tema de esa obra — aprender a gozar de la vida absteniéndose del sexo hasta el matrimonio— me exigié compartir una buena parte de mi pasado. De todos modos, para entonces yo carecia de un vo- cabulario que describiera lo que me habjan hecho cuando era nifia. Los recuerdos permanecfan ahi con toda seguri- dad, pero estaban atados a un confuso ovillo de emociones, No fue sino hasta el afto siguiente que un terapeuta me convencié de que tenia que confrontar esa parte de mi vida, sin excluir la contemplacién honesta del impacto que mis experiencias pasadas pudieran tener en mis relaciones per~ sonales mas cercanas y actuales. Para muchos que han sido abusados en su entorno familiar, reconocer Io que les han hecho y comenzar el proceso de curacién requiere prime- ramente romper la dependencia emocional con la persona ° Vease Adverse Childiond Experiences Stn: Data end Statistics (Estudio sobre las Experiencias Adversas en la Infancia: datos yestedisticas), en hitp://wivwa. gov/ace/prevalence htm Bnisten diversos puntes de vista en torno a Hamar «wvietimass 0 ssobre- Vivientes» a aquellos que han sufndo abuses sexuales en Ia infancia. Algunoe prefieren el término «sobreviviente porque entienden que otorga poder a fos afectados. De todas maneras, hay exoertos en cestiones traumitions qu ‘© abstienen de usar esa terminologia porque estiman que puede complica la ‘curacion al clesestimar lo que la persona ha sufride; después de todo, hat $0 brevivido, Llamarles ” Este «camino de esperanza» fue el emprendido por Igna- cio, apodado «el Peregrino» y se vuelve nuestro al rezar su Suscipe, En didlogo con el Resucitado, iniciamos un camino de esperanza, creyendo con san Pablo que, habiendo sido crucificados con Cristo, «la vida que ahora vivo en la carne la vivo por fe en el Hijo de Dios, que me amé y se dio a Si mismo por mi» (Galatas 2:20). La memoria no tiene que ser, ni debiera ser, el enemigo. Mas bien, como ha escrito el papa Benedicto XVI: «Memoria y esperanza son inseparables. Envenenar el pasado no da esperanza: eso destruye sus cimientos emocionales».” En toda infancia, aun en la més problematica, hay momen- tos de maravillosa, fugaz.alegrfa. Cierta santa africana nun- ™ Concilio Vaticano I, Gatliun ct Spe, p.22,7 de dc. 1965, Juan Pablo, Nooo Mile tratnte,p- 8,200 % Cardenal Joseph Ratzinger, Sock That Which Is Abwe (Busca las cosas de aria), Ignatius Paes, San Franelco 2007.18. ag Elamor que olvidamos 2 ca olvidé esa forma de asombro ante lo maravilloso que ha- bia experimentado siendo una nifia: «Al ver el sol, la Iuna y las estrellas, me preguntabs: zquién ser el Amo de estas cosas prodigiosas? Surgia en mi entonces un gran deseo de | verlo, de conocerlo y de adorarlo». Es un notable testimonio de gracia que esta santa pudie~ ra recordar ese momento de reverente asombro tantos aftos después. Al poco tiempo de haberlo vivido fue traumatiza- da tan profundamente que se olvidé de su propio nombre. Santa Josefina Bakhita fue la primera santa de origen suda- nés en ser canonizada. Me interesé en ella luego de que el papa Benedicto XVI a elogiara como una «santa de nuestro tiempo». Ella puede ayudarnos a entender lo que significa tener ese primer encuentro real con Nios. All leer su histo~ ria me impresioné ver cudntos aspectos de su experiencia Jeson son comunes tanto a las victimas contemporéneas del abuso como a los esclavos afticanos del siglo xx. La muchacha que luego seria conocida como Bakhita nacié alrededor de 1869; nunca supo exactamente Ia fecha. Durante los primeros afios de su vida disfruté la seguri- dad de una familia grande y amorosa. Tenia tres herma- nas, una de ellas su melliza, y su tio era el jefe de la villa donde vivia. Ella recordariaaiios més tardeal contarsuhisto- ria, que era «tan feliz: como nadie pudiera serlo y no conocia Jo que significaba tener una pena». 2 Joss Baia, en htp://wrwwvatican.va/news. services liturgy /saints/ Ht lee 20001001 giuneppine-bakhita ential 2 neneticto XVI, Spe Sb. 2 Joan Maynard, josephine Bate: The Ly One fosefina Dakita La afertunada), Catholic Truth Secety Londres, 2002, p. 5 0 Dawn Eden ‘Todo eso cambié cuando los cazadores de esclavos co- menzaron a incursionar en la zona donde su familia habi- taba, una villa en la regi6n de Darfur. Una manana, cuando Bakhita tenia siete afios, ella estaba juntando hierbas con una amiga adolescente; «de repente dos feos extrafios arma- dos salieron de un escondite».” Los malhechores le dijeron a su amiga que se fuera. Tan pronto como ella se perdié de vista agarraron a Bakhita; uno puso un cuchillo en su costa do, mientras el otro la empujaba a punta de pistola. Al contar su secuestro, Bakhita destacé el hecho de que estaba demasiado asustada para hablar: «Quedé paraliza- da de miedo, mis ojos fijos, tamblando de pies a cabeza; tra- 8 de gritar pero tenia un nudo en la garganta. No podia hablar ni gritar».2 Uno de los secuestradores le pregunts su. nombre, pero ella fue incapaz de darle una respuesta. La historia de Bakhita me recuerda mis propias pesadi- lias, Al igual que muchos sobrevivientes del abuso sexual infantil —u otros que sufren trastorno de estrés postraumé- tico—, he tenido sueitos aterradoresen los que vuclvoa vivir esa sensacién de impotencia. En la vida real, habiendo sido abusada de nifia, yo no podia hablar en mi propia defensa y no tenfa a nadie que pudiera hacerlo por mi, En mis sue- los vuelvo a vivir esa experiencia: me persiguen atacantes, trato de gritar pero no soy capaz de articular sonido alguno. Bakhita tuvo que padecer en todo sentido el silencio forza- do de ser victima. Y como veremos luego, no |e faltaron las, pesadillas. Los captores ordenaron a la pobre nifita aterrorizada que se llamara’a sf misma Bakhita, que significa «afortuna- da», Fue entonees que, como resultado de! miedo y la con- * thi, p10. * Bids pT. Elamor que obidamos: a vulsi6n extrema que suftid, se olvidé del nombre que sus padres le habjan daclo, Bakhita padecié verdaderamente, de manera dramética, la experiencia de perder su identidad, algo que comparten muchas victimas del abuso sexual infantil, segun afirman los psicdlogos: Se cree que el desarrollo de una identidad propia es una de las primeras tareas en el crecimiento del lac- tante y del nifto pequetio; por lo general crece en el contexto de las relaciones més tempranas, La forma fen que un nino es tratado (0 maltratado) al comienzo de su vida influye en la evolucién de su autoconcien- ‘cia. Como resultado, el maltrato infantil grave —in- cluido el abuso sexual temprano y sostenido— puede interferir con el desarrollo del sentido de identidad personal del nifiv.”” Lo que se quiere decir aqui por «identidad personal» in- cluye la comprensidn de los limites (el acto de distinguir la frontera entre el fin del otro y el comienzo del yo). El abuso sexual en la infancia es una transgresién de la esfera per- sonal del nifto. Sin embargo, aparte de esa definicion, a los psicélogos les resulta dificil explicar lo que la identidad per- sonal abarca en realidad. Lo mejor que pueden hacer es ex- plicarla a través de lo que no es: que el individuo se identifi caa si mismo por medio de hallar que él no es otra persona. El problema con tal definicién es que no toma en cuenta la realidad de la interrelacin humana. * Joha NE. Brierey Diana M. Flot, immediate and Lagetorm Impacts of Chik Sexual Abuse» (patos inmedites ya Ingo plo del sbueo sexual nfai) n 1h Fare of Chit (l futuro de snes vol 4, nd. 2; Cente for he Peo tito David and Lace Pekar Founcallo, Seed Abus of Chile, verano- oko, 1984, v0.58. 2 Dawn Eden El papa Juan Pablo If, en su Carta a las familias, de 1994, propuso un significado positivo de la identidad individual afirmada en la naturaleza de la familia como una «comu- nién de personas». Los nifios son la clave para entender esto asi, ya que muestran al mundo que la dignidad huma- nano se mide por la utilidad que una persona pueda prestar a otras. Fl bebé recién nacido merece amor y proteccién, no por lo que hace, sino por loque es: un.don de Dios. «;Podria este ser frigil e indefenso, totalmente dependiente de sus padres y encomendado completamente a ellos, ser visto de otra manera?».* Lamentablemente, los abusadores ven, en efecto, a los nifios de otra manera: no como regalos para ser esencial- mente valorados, sino como objetos de uso. Juan Pablo us6 palabras muy fuertes contra este modo de pensar: «La persona nunca puede ser consideracla como un medio para ‘un fin y, por encima de todo, nunca como un objeto de ‘pla- cer’».® Usar es «lo opuesto de amar» y niega aquello que «existe en el centro de la identidad de cada hombre y cada mujer: Esta identidad consiste en la capacidad de vivir dentro de la verdad y el amor; més atin, consiste en la necesidad de verdad y amor que son esenciales a la dimensin vital de la persona». Ala luz de esto uno puede ver cémo el abuso —que crea una atmésfera de mentiras y desconfianza— impide que los nifios desarrollen su identidad en un entorno de verdad y amor. 2 Juan Pato, Carta os fanlio p. 8,2de feb, 1994 Phi, p. U1. ids p12 Wid. pp. 14,8. Elamor que ohidamos 43 Durante los seis afios que siguieron a su secuestro, desde cuando tuvo siete aflos hasta que tenfa trece, Bakhita fue ‘comprada y vendida varias veces. Apenas podemos imagi- nar lo humillante que debe haber sido para esa joven ser tratada como mera mercancfa. Una y otra vez se vio obli- gada a permanecer desnuda ante sus posibles comprado- res; extrafios que evitaban el contacto visual con ella mien- tras la examinaban de arriba abajo y la tocaban mientras hablaban con sus amos como si ella no estuviese presente. Hoy en dia, hay un pequeiio pero ruidoso grupo de adul- tos que afirma que un entorno nudista es bueno para los nifios. Argumentan que estat, como Adan y Eva antes de la Cafda, «clesnudos sin avergonzarse» es saludable para la nifez, Yo me crié en un ambiente asi, al igual que Molly Jong-Fast, hija de la muy celebrada autora feminista Eri- ca Jong. Molly recuerda en su libro Chica [inadaptadap que, va, estaba «traumatizada» por una imagen pornogréfica que estaba a la vista en su casa Lo que los defensores del nudismo social no reconocen es que, inclu- so en las culturas donde la desnudez es la norma, la gente siente vergiienza cuando la atenci6n se centra en sus 6rga- nos genitales. Fsta clase de pudor no se origina en la idea negativa de que el cuerpo es algo «sucio». Mas bien es, en palabras de Karol Wojtyla (antes de ser el papa Juan Pablo Tl), «una forma natural de autodefensa de la persona contra el peligro de descender o ser empujado a la posicién de ser un objeto de uso sexual». Para el ser humano lo natural es no ser visto como un mero cuerpo, sino como una persona. Si eso se cumple en el caso de los adultos, aun en las cul- cuando era 1 Girl (Maadjustd en el inglés oviginl. (N-del TE) ® Molly Jong-Fes, Gil [Maladjustel, Vlard Books, Nueva York, 2006, p- 3. % Karol Wejiyl, Armor yresponsabiitad,Bibloveca Palabra, 1893, p. 192 turas primitivas, geudnto més lo seré para los nifos, quie- nes, como ya hemos visto, encuentran su propia identidad a medida que los padres le afirman su individualidad. Bakhi- ta experiments el colmo de la negacién de su persona. En sus primeros afios de esclavitud, los amos de Bakhita eran violentos, pero lo peor vino con una mujer despiadada, hija de un general del ejército turco, «Durante lo tres afios que estuve a su servicio, no recuerdo haber pasado un solo dia sin recibir una paliza: apenas se curaban mis heridas, caian nuevos azotes sobre mi espalda sin que yo supiera ni por qué los recibia».:5 ‘Ademiés de las golpizas, el deseo de la hija del general era que sus esclavos tuvicran etatuajes», aunque no de los que se hacen con tinta, sino de los que forman patrones geomé- tricos en sus cuerpos. Los detalles de esos tatuajes, que, como todos los grandes traumas de su juventud, Bakhita re- cordaba perfectamente, son demasiado desgarradores para ser mencionados aqui. En resumen, desde los once aiios de edad, cuando comenzaron los cortes, Bakhita evaba ciento catorce cicatrices solamente de los «tatuajes»: seis en sus pe- cchos, sesenta en su estémago, y cuarenta y ocho en el brazo derecho. La mutilaci6n suftida en sus pechos ciertamente coloca a la joven santa entre las victimas del mas severo de los abu- 803 sexuales. Al mismo tiempo, todos los cortes que Bakhita recibié sirven para ahondar su unién aun con aquellos que no sufrieron un abuso violento. ‘Tengo en mente a muchos sobrevivientes que en momentos posteriores de su vida tra- taron de aliviar su dolor emocional por medio de lastimarse. Los psicélogos saben que las automutilaciones como los cortes, por ejemplo, «curren, segtin se ha observado, entre % Maynard op it p23 Elamor que ohidamos las victimas recientes o pasadzs de abuso sexual infantil». Aquellos que se hieren a sf mismos buscan «reducit la ten- si6n psiquica asociada con el efecto extremadamente nega tivo, la culpa, o la despersonalizacién intensas, sentimientos de impotencia o procesos de pensamiento dolorosamente fragmentados; situaciones muy comunes entre los sobrevi- vientes de abuso sexual grave» Asi me sentia durante mi adolescencia y mi juventud, cuando sufria frecuentemente de ganas de cortarme y de vez en cuando llegaba a hacerlo, Recuerdo que queria cas- tigarme, sentir dolor fisico para apartar mi mente del dolor emocional; y sobre todo, queria sacar a la luz.esos sentimien- tos que me rofan por dentro sin piedad. Esos sentimientos eran como un céncer dentro de mi. Pensaba que, de alguna manera —aun a costa de causarme dolor fisico— si era ca- paz de exteriorizarlos, entonces podria descansar un poco auttes de que me turbaran dle nuevo. Menciono esto en relacién con santa Josefina Bakhita porque existe una larga tradicién de adjudicar el patrona- to de los santos a ciertos desérdenes psicolégicos 0 fisicos, no porque ellos hayan tenido tales condiciones, sino porque sufrieron experiencias parecidas a aquellas. San Maximiliano Kolbe, quien nunca hizo abuso de sustancias alucinégenas ensu vida, es considerado el santo patrono de los drogadic- tos en recuperacién, porque los nazis lo mataron por medio de una inyeccién letal. San Denis de Paris es el patrono de los que sufren jaquecas, no porque jamas tuviera una, sino porque padecié el colmo de las jaquecas: la decapitacién. De la misma manera, santa Josefina Bakhita, por haber padeci- do la mutilacién, se hizo compaiiera de aquellos que se han % Las ita contenidse en este picrafo son tnmadas del libro de Beier y Eto, op. ty pp. SL. Down Eden aficionado a cortarse, incluso cuando en su caso los cortes fueron causados por otros. Después de todo nadie realmen- te desea mutilarse. El deseo de automutilacién es una com- pulsion que surge de un severo sufrimiento mental. Es una especie de esclavitud interior. ‘Aun asf, lo que realmente hizo que Bakhita fuera patrona de todos los que sufren estas aflicciones no es el hecho de que haya sido esclava, sino que fue redinnida. Si su juven- tud es un ejemplo clasico de abuso y padecimientos, su vida adulta, como ya veremos, es un ejemplo clésico de sanacién y perdén. Fl camino de la curacién, para ser eficaz, debe incluir lo que los te6logos espirituales llaman «purificacién de la memo- ir con de- ria». Esto no tiene por qué incluir el volver a talle algtin evento traumatico. De hecho, no deberia hacer- se si el dolor de recordar es demasiado dificil de soportar: Sin embargo, requiere la voluntad de volver al pasado para que podamos separar lo traumatico de aquello que no lo es. ‘Cuando hacemos esto, reclamamos los tesoros ocultos que son legitimamente nuestros. Uno de esos tesoros ocultos que vienen de mi pasado es la Pascua Después del divorcio de mis padres, por varios afos du- rante mi infancia, mi madre, sin dejar de pertenecer a un templo judio, explor6 algunos movimientos de 1a Nueva Era. Como mamé siempre me incluyé en sus actividades, mi mente juvenil absorbié algunos mensajes que resultaban, dificiles, si no imposibles, de reconciliar. La noche del vier- nes en tn templo judo, rez4bamos el Shemé: «Bscucha, oh Israek: el Seftor es nuestro Dios, el Sefior es uno» (Deutero- nomio 6:4), pero en la madrugada del martes, durante una El amor que ohidamos a clase cle yoga kundalini en el ashram local, cantébamos man- tras invocando a Guru Nanak. Aunque me gustaba que mi madre quisiera incluirme en sus exploraciones espirituales, eso me hacia sentir especial y madura, algo muy dentro de mi anhelaba la coherencia. Después de haber pasado por la agitacin del divorcio, que- ia sentir que en el mundo habia algo bueno, verdadero y perdurable: un amor permanente que no me dejaria. Por eso significé mucho pata mi que, cada aio duran- te toda mi infancia, mi madre, mi hermana y yo, fuéra- mos anfitrionas o asistiéramos al Seder de Pesaj, la comida ceremonial que conmemora que Dios haya liberado a los raelitas de la esclavitud en Fgipto, Me encantaban las esce- nas, los sonidos y sabores de nuestra Pascua tradicional. Alli estaba el plato especial del Seer, con su filigrana dorada, un regalo de boda hermoso con el que mamé pudo quedarse des- pues del divorcio. Tenfannos les comidas que solo se servfan en la Pascua, como el matzo cubierto de chocolate, mucho mas ico de lo que uno se imagina, rriacarons de pasta de almen- das; haroset, una preparaciGn hecha con trozos de manzanas, canela y nueces; y vino tinto dulzén de Mogen David. Estaba la copa de Blas, una copa de plata lena de vino que se ponia en la mesa frente a una silla vacia, ala espera de esa parte del banquete en el que se decia que el espfritu del profeta del An- tiguo Testamento entraba en la habitaci6n. A los nifos nos de- cian que si mirabamos la copa con atencién, cuando el profeta era invitado a entrar, verfamos bajar el nivel de vino, como si Elias hubiera tomado un sorbo. Pero lo que mas-recuerdo es e6mo todos nuestros familia- res y amigos alrededor de la mesa participaban en la lectu- ra de la Hagadi, el antiguo servicio del Seder que combina la historia del Exodo con oraciones de alegria agradeciendo a Dios el don de la libertad. 48 Dawn Eden Habfa algo especial en saber que los judfos de todo el mundo estaban leyendo esa noche la misma historia y re~ zando las mismas oraciones. Por una noche, la sensacién de aislamiento que me persiguié durante toda mi infancia se disipaba dando lugar a un sentido de parentesco y comu- nidad. Del mismo modo, después de que mi familia se vidiera en dos, era reconfortante tomar parte en una tradi- cién que se remontaba por miles de afios, a la época en que Dios hablaba a Moisés «cara a cara, como habla un hombre con su amigo» (Exodo 33:11), La vida cotidiana estaba lena de cambios y convulsiones, pero aqui habfa continuidad, un sentido de ser parte de algo que se extendfa por todo lugar y alo largo del tiempo. Si alguien me hubiera pedido que esbozara ese senti- miento, habria dibujado una mesa de Sailer larga y estrecha conmigo y con mi familia al centro. Sentados en el extremo izquierdo de la mesa hubiera puesto a jucios de todos los paises de nuestra izquierda geografica, incluyendo a Japon. Yo sabja, por haber leido el Libro de las listas,” que de hecho vivian judios en Japén, como un millar de ellos, lo que me parecia mucho. Del mismo modo, hubiera poblado el otro extremo con los judios a nuestra derecha geografica, dindo- Jea los franceses una boina y un pedazo de maizo en forma de pan francés, ‘Luego tendria que representar el curso de la historia. Asi que, sobre la escena, en la parte superior de la imagen hu- biera dibujado un relimpago labrando a fuego las letras de os Diez Mandamientos er las tablas de piedra. Debajo hu- biera estado Moisés con sus brazos extendidos para recibir ® [El Lio de asta (Book 9f Lit) oe una serio de libros recopiladoe por David Wallechineky, su pace, el exeitor Irving Wallace y su hermana Army Wallace. Cada volumen contiene cient de istas —muchas ecompafadas de notas explicativas— Ae cosas nussales 0 tems exiticos (M-delT) amor que olvidamos 49 la Ley. Debajo de 61, a la manera de un t6tem, habria puesto gente representando las generaciones de judios descendien- do cronolégicamente desde los profetas del Antiguo Testa- ‘mento, pasando por los rabinos de la Edad Media, hasta las campesinas rusas del siglo xx con sus tfpicos paftuelos de babushka, Intersectando con mi propia imagen sentada a la larga mesa de la Pascua, la Ifnea hubiera continuado hacia abajo mostrando las futuras generaciones; éstas tiltimas con trajes espaciales futuristas como en Los supersénicos.* Si hubiera dibujado esa imagen durante una de las pas- ccuas de mi nifiez, se la hubiera mostrado a mi madre, y le habrfa encantado, porque ella siempre alentaba la creativi- dad. Me la imagino pasando orgullosamente el dibujo a to- dos los invitados a la mesa del Seder, provocando «oohs» y «aahs» ante mi genio artistico; eso, claro esté, hasta que la sabelotodo de mi hermana, cinco afios mayor, croara: «Por qué dibujacte la meca de Ja Paccua formando una cruz?>. Vino el alivio para santa Josefina Bakhita en 1882, a la edad de trece aos, cuando el general turco la vendis a Calisto Legnani, el cénsul italiano en la capital sudanesa de Jartéin, quien queria una esclava que ayudara a su ama de llaves. La santa luego recordaria maravillada cémo en esta nueva casa «qno habia escaldadas, ni castigos, ni palizas! No podia creer que estaba disfrutando tanta paz. y quietud!»®® Tres afios después, cuando brotaron disturbios civiles en Sudan, Legnani y su socio comercial, Augusto Michieli, re- gresaron con sus familias a Italia, alojanciose en una casa The jets en inglis.(N. del") Maynard, op ci p-37. 50, de huéspedes en Génova. Alli Bakhita cambi6 de amos una vez. més cuando Legnani le regalé la esclava, que ya tenia dieciocho ajios, a la esposa de Michieli, Maria Turina. Los Michieli se la llevaron conellos al hogar familiar en Sianigo, una pequefia villa en las afueras de Venecia. Cuando Ma- ria Turina tuvo a su hija Mimmina al ato siguiente, Bakhita leg6 a ser su nana, «La bebé llegé a quererme mucho y yo, naturalmente, llegué a tener por ella un afecto similary.®” Sin embargo, no pas6 mucho tiempo antes de que sus ne- gocios reclamaran el regreso de Augusto a Sudén. Era due- jio de un hotel en la ciudad portuaria de Suakin, que pronto eg6 a requerir toda su atencién. Después de vivir separa- dos casi dos afos, los Michieli decidieron vender su pro- piedad italiana para poder estar juntos en Suakin todo el tiempo. La venta de la casa fue un largo y complicado proceso que tomé un ao entero. ‘Cuando estaba casi consumada, Marfa Turina decidié viajar a Suakin por su cuenta para pasar una temporada en intimidad con su esposo. Aconsejados por el administrador de negocios desu marido, llluminato Cecchini —quien, a di- ferencia de los nunca religiosos Michielis, era un cat6lico de- voto—, Marfa Turina dej6 a Bakhita y a Mimmina en un ho- gar de Venecia a cargo de les Hermanas Canossianas. El hogar era un catecumenado, un lugar en el que adultos que no eran catélicos—generalmente extranjeros sin familia en. esa localidad— podian vivir hasta completar la instrueci6n, necesaria para entrar en la Iglesia. Pero Bakhita declararia que su encuentro con Cristo empezé en efecto pocas sema- nas antes de mudarse alli, cuando Cecchini, durante una de sus frecuentes visitas al hogar de los Michieli, le regal6 un pequefio crucifijo de plata: hit p98, Elamor que ohidamos st Dandome el crucifijo, lo bess con devocién y entonces me explicé que Jesucristo, el Hijo de Dios, murié por nosotros. Yo no sabia lo que era, pero impulsada por una fuerza misteriosa, lo escondi en caso de que mi ama me lo quisiera quitar. Nunca antes habia escon- dido nada porque a nada estaba apegada. Recuerdo c6mo solfa mirarlo en secreto sintiendo en mi interior algo que no podia explicar:* Al llegar con Mimmina al catecumenado, Bakhita estu- vo de acuerdo en permitir que las canossianas le ensefia- ran la fe. A esas mujeres se les conocia como hermanas, pero la forma acostumbrada de Hamarlas en el trato dia- rio era «madre». A medida que la joven africana, que para entonees ya tenia veinte afios, aprendia sobre el amor del Paclre, comenz6 a hallar su identidad dentro de Ja familia de Dios. «Aquellas sattlay matires me instruyeron con he- roica paciencia, y me llevaron a una relacion con aquel Dios con quien, aun desde que era pequefia, habia sentido en mi coraz6n sin saber quién era El». ® El papa Benedicto XVI, en su carta enciclica Spe Salvi *Salvados por la Esperanza, expresa algunos pensamien- tos hermosos sobre lo que esto significé para la santa: Aqut, después de los terribles «amos» que la habian Poseido hasta entonces, Bakhita lleg6 a conocer un «amo» diferente, en el dialecto véneto, que ahora es- taba aprendiendo, ella usaba el nombre paron para identificar al Dios vivo, el Dios de Jesueristo. Hasta ese momento tan solo habfa conocido amos que la © bie p48 © Ii, p98. 52 Dawn Eden despreciaban y la maltrataban 0 que, en el mejor de Jos casos, la consideraban una esclava itil. Ahora, sin ‘embargo, ofa de este param que estaba por sobre todos os amos, era el Seftor de Seriores, y que ese Seftor es bueno, la bondad en persona, Llegé a saber que el Se- for la conocia aun a ella, que la habia creado, y que en efecto la ameba, Ella también era amada, y nada menos que por el supremo Paron, delante de quien todos los otros amos no son sino humildes sirvientes. Filla era conocica, amada y la estaban esperando.* Adin asi, mientras se preparaba para el bautismo, la ale- grfa de Bakhita era atenuiada por dolorosos recuerdos. Una jovencita llamada Giulia, que visitaba el catecumenado para jugar con Mimmina, noté que «Bakhita estaba siempre son- riendo; y, sin embargo, habfa algo raro en su sonrisa: era una sonrisa amable pero no feliz»." Bakhita hallaba sosiego en la oracién, contemplando con frecuencia el crucifijo mientras hablaba en su interior a Ese que la comprendia aun cuando otros no podian. Tal como escribe el papa Benedicto XVI, ahi estaba ese «amo quien habia aceptado £1 mismo el destino de ser fla- gelado y ahora estaba esperando por ella a la derecha del Padre».'* Saber esto le hacia soportables los sufrimientos, porque «ahora ella tenia ‘esperanza’, ya no la simple espe- ranza de encontrar amos que fueran menos crueles, sino la gran esperanza: ‘Seguramente soy amada me pase lo que me pase, ese amor me espera. Asf que mi vida vale la pene’. Por el conocimiento de esta esperanza ella fue ‘redimida’, ya no era una esclava, sino libre hija de Dios». ® Weneicto XVI carta enccien Spe Sl p. 3,90 de now. 2007 © Maynard op. it p50. © Bencicto XVL Spe Sabi. 3. © dem. Elemor que ohidamos Esa es la raz6n por la que, cuando Marfa Turina regre- 86 de Suakin para recojer a Mimmina y a su esclava, Bakhita dejé pasmada a su ama al inisitir en quedarse. «No deseaba ser separada otra vez de su Paron».” Maria Turina protest6 con furia pero la ley respaldaba a Bakhita: Italia no permitfa la esclavitud. Aunque le rompié el corazén ser separada de Mimmina, Bakhita estaba ahora, como ella misma lo dijo, «satisfecha de no haber dado el brazo a torcer». EL9 de enero de 1890, Bakhita fue bautizada con el nom- bre cristiano de Josefina; luego fue confirmada y recibio la Primera Comunién. Giulia, la compaiera de juegos de Mi- minina, estaba «... fuera de sf al ver Ia alegria radiante de Bakhita;la tristeza se habfa ido, y ella parecia completamen- te transfigurada».” Desde ese momento, de acuerdo con la biografia oficial del Vaticano, a la santa «se la veia con fre- cuencia besar la fuente bautismal diciendo: ‘jAgui me con- verti en una hija de Dios!'»,? Bakhita llegé a ser una hermana canossiana, muy queri- da por los pequefios escolares del instituto. Les encantaba oirla contar la historia de su vida, sabiendo que termina- ba siempre con ella sentada muy contenta delante de ellos, como su madre «moretta», su «madre morena». A veces los més jovencitos tiraban de la manga derecha de su habito, rogandole que les mostrara sus cicatrices. Pero si expresa~ ban algtin enojo para con los amos que la habfan tratado tan cruelmente, ella los corregia al punto: «Si hoy encontrara a © tem Maynara op. it, p54 © twit, p55, % Jose Bathte,en itp: / J wwwvaticanv/ news. services /litugy /sints/ns lit lox 20001001 giuseppin-bakhite ex html 5a Dawn Eden aquellos que me raptaron, o aun a aquellos que me tortura- ron, me arrodillaria y beseria sus manos. Porque, si es0 no hubiera pasado, no me habria convertido en cristiana y hoy no seria una hermana».” ¢Quiere Dios que tengamos esta forma especifica de santi- dad, en la que nos arrodillamos y efectivamente besamos las ‘manos de nuestros peores abusadores? No, no literalmente, porque los malhechores nunca debieran ser premiados con ningtin gesta nuestro, y no creo que Bakhita haya querido decir exactamente es0. Es mas, la historia de cada perso- na es diferente. Algunos de nosotros podemos tender una mano a aquellos que mas nos han herido, colocéndonos en una posicién emocionalmente vulnerable, para facilitar la reconciliacién y la sanaci6n. Para otros, la cosa mas caritati- va que se puede hacer por nuestros abusadores es cuidarnos bien de que no tengan ninguna oportunidad de abusar de nosotros de nuevo. Aunque en estos asuntos deberfamos, de ser posible, bus- car el consejo de alguien de nuestra confianza, nadie puede decidir por nosotros el curso a seguir. Iniciar contacto con quien nos abusé o tratar de mantenerse a distancia es una decisién que descansa en iltima instancia entre nosotros y Dios. Tal vez sea eso lo que Bakhita quiso decir cuando, ha- blanco con su hermana religiosa sobre su vida como escla- va, exptes6 un tanto misteriosamente: «Hay cosas que slo el Seftor ha visto. Una no puede ni hablar ni escribir acerca de ellas» * © Maynard op. cit, p68 Conferoncia dada en Notre Dame, Faris durante l cuarto domingo de Cuncesina, 30 de marzo de 2003, por cl cardenal Poupand, presidente det Pentificio Conciio Vaticano paral Cultura, en htp//swvigisd bg /adect2_03.tm El amor que olvidamos 58 Mirdndolo de otro modo, creo que Dios realmente nos lama todos a estar agradecidos con nuestro pasado. Quizé no seamnos capaces de besar las manos de quienes abusaron de nosotros; pero un dia tendremos que besar las de Jestis quien, aunque no quiso el abuso —porque Dios nunca de- sea positivamente el mal—, permitié que ocurriera, sabien- do que algtin bien podia obtenerse de él. La prueba de que el bien puede venir del mal es el testimonio de las vidas de santos como santa Josefina Bakhita. La misma prueba sema- nifiesta en la vida de cualquier victima que ahora siente la bondad de Dios en su corazén. No importa cudnto nos due- Ja, esa bondad seguro esta presente si anhelamos acercarnos al amor divino. No tendriamos ese anhelo para nada si Dios no estuviera ya mismo en nuestros corazones llamandonos hacia El. Este es el mensaje que el beato Juan Pablo II queria que la gente recibiera de la vida de santa Josefina Bakhita, como dijo en la homilia de su beatificacién: EL hombre a veces piensa: »jDios nos ha abandona- do! Se ha olvidaclo de nosotros» (Isaias 49:14). Y Dios contesta con las palabras del gran profeta: «Puede ‘una mujer olvidar a su propio nifo, y no amar al hijo que dio a luz? Aun si una madre olvidara a su hijo, yo jamés te olvidaria. He escrito tu nombre en la palma de mis manos» (Isaias 49:15-16). St, en las palmas de Jas manos de Cristo, atravesadas por los clavos de la crucifixién. FI nombre de cada uno de ustecies esta escrito en esas palma: Juan Pablo I, Concloracin encanto en nar de Hebe Josie Baie, en hup://worwvatiean-va/holy_father/johe_pasl_/omilies/1993/decuments/ Int gp-i_hom_19830210_Rhartoum en. Dawn Eden Cuando era nifia me intrigaba el concepto del Seder como una especie de tiempo fuera del tiempo. Al describir el Exo- do, la Hagadé no esta simplemente contando otra vez un evento cel pasado. Insiste una y otra vez que el Exodo es ahora, No habla solamente de la liberaci6n de los judios de miles de afios atras; habla de nuestra propia liberacién hoy, «Eramos esclavos —nos dice—. En cada generacion, uno debe verse como si estuviera personalmente saliendo de Egipton. Este Seder, se dice, «es lo que el Todopoderoso hizo por mi cuando sali de Egiptor. Afio tras aito, los multiples estratos del significado de la ‘Hagada nunca cesan de fascinarme. Hablando literalmente, el Fxodo fue un evento hist6rico, atado para siempre a un lugar y un tiempo especificos. Hablando figuradamente, est ocurriendo ahora y siempre ocurriré, en todos los tiem- Pos y todos los lugares, donde sea que el Pueblo de Dios esl presente «para agradecer, para alabar, para enallecer, para glorificar» a quien nosha redimido. Ese mismo tiempo fuera del tiempo que contemplaba con infinita fascinacién cuando era nifia, eso es lo que ahora con- templo en la misa, No estoy literalmente en el momento de a Encarnacién, en el Calvario, o en la tumba vacta. Aun asf, cuando me arrodillo frente a la presencia real de Cristo en la Eucaristia, todos esos hechos estén delante de mf. Bsos son los acontecimientos de la vida de Cristo que forman par- te de su memoria en el sentido ignaciano: son parte integral de lo que El es. Ademés, a través de El —a través de Cristo en mi, cuando recibo la hostia consagrada— esos hechos se incorporan a mi memoria. Al mismo tiempo, todas las cosas que han ocurtido en mi vida —mi memoria, mi identidad— Je son presentes a Cristo, como siempre lo han sido. Si le pregunto a El, usando las palabras de Ignacio: «Toma, oh Seftor, y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendi- Elamor que olvidemos 7 miento, y toda mi voluntad», su memotia puede purificar Ja mia** Si buscamos la palabra suscipe en el diccionario de latin, en- contraremos que su acepcion principal es «tomar» o «ele- var», pero también significa recibir a un recién nacido como hijo propio. Esto se refiere a una antigua costumbre romana por la que el padre tenia el derecho de repudiar a un re- cién nacido. Inmediatamente después del parto, el nifio era puesto a los pies del padre. Si en vez de ser levantado, el recién nacido era dejado en el piso, la criatura era excluica de la familia. Por eso es que, orando el Suscipe descubri mi identidad en Cristo tal como Bakhita lo hizo, Soy la amada criatura de Dios, anhelante de ser alzada en los brazos de mi Pade Celestial. La imagen le da un nuevo sentido a la enfética ensefianza de san Pablo: «Vosotros no recibisteis un espiritu que de nuevo os esclavice al miedo, sino el Espiritu que os adopta como hijos y os permite clamar: ‘;Abba! dre'’» (Romanos 8:15). The New Raceata (La nueva coleccn), p-€. 2 El amor que protege Para abrir nuestro corazon al Sagrado Corazén (con Maria, Madre de la Esperanza) Estaba agradecilo de haber conocido tanta necesi- dad, y de haber pasado por tanto sufrimiento, por- quele hizo apreciar atin méssu felicidad presente y la amorosa belleza de todo lo que le rodeaba... Sacudié sus plumas, alarg6 su esbelto cuello, y con gozo en Jamas sofié que podria haber tanta folicidad, allé en los tiemposen que era sélo un patito feo». —Hans Christian Andersen, El patito fo. Yo tenia diez aios de edad, y una tarde inesperadamen- te entretenida comenz6 cuando mi madre me invit6 a ir a la escuela donde ella trabajaba como psicéloga. Esa tar de habja una reunién con los padres de algunos alumnos. Me senti contenta de acompanarla, especialmente cuando mamé me aseguré que luego karfamos una visita al lugar donde servian los tacos mexicanos que tanto me gustaban, Alllegar a la escuela, mamé me llevé a la salita de juegos donde, sentada sobre Ja alfombra color naranja, encontra- ‘mos a una pequefia, rubia y delicada, unos dos afios menor que yo. Su mirada se concentraba en un juego de construc- 9 Dawn Eden ci6n que tenfa entre sus manos. Mam4 me susurr6 que la ma- dre de la niftita era una de las que venian a la junta y me pi- dé que fuera amable y jugara con ella. Ast mamé se fue por el pasillo, prometiendo que regresaria més 0 menos en una hora. Yahi me dejé sola con aquella pequefia hosca y extrafia. Haciendo caso a mi madre, traté de conversar con mi nueva compafiera de juegos que no me respondié, enfrasca- da como estaba en un silencio total. Ni siquiera me miraba a los ojos. (En el camino de vuelta a casa mi madre luego me dirfa que la nifia era «autistay y «emocionalmente ines- table»). Como no habia nada mejor que hacer, insisti en Ha- mar su atencién, inviténdola a jugar, ofreciéndole muiiecas y otros juguetes que habfa por a. Lanifia los aceptaba pero luego se reliraba con ellos a su propio mundo. Yo jugaba a su lado y pretendia que lo ha- ciamos juntas aunque en realidad no era asf. Yo mantenia la amigable conversacién solamente porque ella permanecta ally yo estaba aburrida. Mientras tanto me preguntaba por qué mamé se tardaba tanto. Paso una hora y mi madre atin no regresaba. Fue enton- ces cuanclo se me ocurrié jugar al «teléfono». No sé bien por qué. Quizé deseaba que la nifta me hablara sin darse cuenta. O tal vez queria hacer algo creativo y me imaginaba que in- cluso si ella no hablara, al menos le iba a gustar jugar a que alguien la Iamaba por teléfono. Recuerdo que le pasé el teléfono de juguete. No sé si yo también tenia uno 0 si hice de cuenta que tenia. Recuerdo haber llevado mi mano, o el teléfono, al ofdo y haber dicho: Rin! jRinbs + No estaba preparada para lo que sucedié. La pequefia levanté inmediatamente el auricular y muy natural dijo: «jHola?» Quecé pasmada pero me las arreglé para responder unas Elamor que protege a cuantas palabras y la pequeita se puso a charlar con la més dulce e infantil de las voces. Sonaba perfectamente normal. Alguien que la escuchara en ese momento juzgaria que era una nifia comiin y corriente. ‘Una vez que comenzamos la charla, se retir mas 0 me- ‘nos a su propio mundo. No tuvimos lo que se dice una con- versacién, sino que mas bien ella me hablaba a mi. Atin asi ella parecia disfrutar el «juego». Al volver, mi madre se sorprendié de encontrarme tan contenta. Mientras caminabamos hacia el auto Je conté cé- mo habia hecho para que mi compaferita de juegos hablara. Mi madre, conociendo el grado de dificultad de la niita, es- taba sorprendida y le deleité saber que yo habia encontrado Ja forma de llegarle a la nina. De vuelta a casa, mientras comiamos tacos, conversamos sobre cémo yo iba a ser una gran psicdloga cuando fuera mayor. En retrospeetiva, veo que mi reaccién contenfa mds orgue lo que amor. Me sentfa como la heroina inteligente de un cuento de hadas que habia resuelto el enigma de la esfinge. Al mismo tiempo, en lo profundo de mi coraz6n, me regoci- jaba esa misteriosa uni6n que habia ocurrido. Cuando entré en la salita de juegos, la nifia y yo ramos dos individuos aislados; para cuando sali, habjamos conectado. De alguna manera, sin embargo, mi alegrfa no era total La respuesta de la nifia habia sido distante e impersonal. Nuestra conexién no habia alcanzado el nivel de comunién, ‘Traigo a colacién ese episodio ahora porque me recuerda lo que significa aprender a comunicarse con Dios después de haber sido abusados sexualmente en la infancia. Al priné pio, no queremos hablar de ese asunto con nadie. A solas, con el recuerdo de nuestra experiencia, estamos tan aistados ¢ infelices como la pequelia autista de ojos tristes. O quizas tratamos de compartirlo con alguien y descubrimos que esa a Dawn Eden persona no merecia nuestra confianza. Buscamos que nos entiendan, pero nos encontramos en cambio con el bochor- no, terminando mas aislados que antes. ‘A medida que el tiempo pasa, quiz seamos capaces de confiar esas cosas a un amigo fiel, un miembro de la familia © un terapeuta. Alguien que trata, en la medida de su ca- pacidad, de responder con carifio, en forma adecuada. Esa persona viene a ser para nosotros como un «teléfono», un instrumento humano a través del cual nos conectamos de una manera especial con el amor de Dios, «porque el amor viene de Dios» (1 Juan 4:7) Del mismo modo, los santos también pueden servirnos de intermediarias. De hecho, la Comunién de los Santos que profesamos en el Credo de los apéstoles es mucho mejor que cualquier «teléfono» e incluye a todos los miembros de la Iglesia, sea que estén en la tierra, en el purgatorio o en ol cielo; como Cuerpo Mistico de Cristo esta Comunién de los Santos puede compararse con una red de telecomunicacio- nes que transmite gracia veinticuatro horas al dia, todos los das. El Catecismo de la Iglesia catélien, citando a santo Tomas de Aquino, la describe como «un solo cuerpo», «gobernado por un mismo Espiritu» en el que «el bien de Cristo es co- municado [...] a todos los miembros, y esta comunicacion se hace por los sacramentos de la Iglesia» y «el bien de los ‘unos se comunica a los otros» (Catecismo de la Iglesia cat6- lica, 947) Pero si hemos de ser curados en verdad, tenemos que ha- cer algo més que acercarnos a Dios por medio de otras per- ‘sonas. Debemos ir a El directamente, con el corazén abierto en oraciGn, Para muchos de nosotros eso es lo mas dificil de hacer. Tal como le pasaba a aquella niiita indefensa en la salita de juegos, el solo pensamiento de comunicarnos di- rectamente nos Ilena de temor, Quiz4 temamos que El nos. El amor que protege a juzgue, o que pida demasiado de nosotros, o lo que seria atin peor, que nos trate con la més fria indiferencia Porque la Iglesia no quiere que nadie, por causa de esos miedos, deje de acercarse a la divina «fuente de todo con suelo», que nos dirige al Sagrado Corazén de Jestis: «nues- ‘tra paz y nuestra reconciliacion», tal como rezamos en la Letania del Sagrado Corazén. Habiendo crecido judia, yo encontraba que la devocién al Sagrado Corazén era uno de los aspectos mas extrafios de la fe catolica. Aun si Jestis es Dios, gpor qué debiera ser vene- rado uno de sus 6rganos por separado? No fue sino hasta que estudié el Catecismo que esto co- menzé a tener sentido para mi, En la conversacién diaria, el corazén es algo més que une parte del cuerpo, represen- ta el centro de nuestro ser, el origen de nuestra voluntad, el eje de nuestro amor. El Catecismo apunta que, si bien Dios es infinito, «el cuerpo de Cristo era limitadon (Catecismo de la Iglesia catéliea, 476). Entonces, el Sagrado Corazén nos abre tun camino humano al misterio del amor divino, habilitan- donos para que podamos comenzar a concebir lo que esta fundamentalmente més alld de nuestra imaginacién. En el cuerpo de Jestis, Dios «que era invisible en su naturaleza se hace visible». Las caracterfsticas indivi- duales del cuerpo de Cristo expresan la persona di- vina del Hijo de Dios... ests] nos ha amado a todos con tun corazén humano. Por esta raz6n, el Sagrado, Corazén de Jestis, traspasado por nuestros pecacios y para nuestra salvaci6n (cf. Juan 19, 34),

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