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190 Historia de los Patriarcas y Profetas

“El sueño de Faraón es uno mismo—contestó José:—Dios ha


mostrado a Faraón lo que va a hacer.” Habría siete años de abundan-
cia. Los campos y las huertas rendirían cosechas más abundantes
que nunca. Y este período sería seguido de siete años de hambre. “Y
aquella abundancia no se echará de ver a causa del hambre siguien-
te, la cual será gravísima.” La repetición del sueño era evidencia
tanto de la certeza como de la proximidad del cumplimiento. “Por
tanto, provéase ahora Faraón de un varón prudente y sabio—agregó
José,—y póngalo sobre la tierra de Egipto. Haga esto Faraón, y
ponga gobernadores sobre el país, y quinte la tierra de Egipto en los
siete años de la hartura; y junten toda la provisión de estos buenos
años que vienen, y alleguen el trigo bajo la mano de Faraón para
mantenimiento de las ciudades; y guárdenlo. Y esté aquella provi-
sión en depósito para el país, para los siete años del hambre que
serán en la tierra de Egipto.”
La interpretación fué tan razonable y consecuente, y el proce-
dimiento que recomendó tan juicioso y perspicaz, que no se podía
dudar de que todo era correcto. Pero ¿a quién se había de confiar
la ejecución del plan? De la sabiduría de esta elección dependía la
preservación de la nación. El rey estaba perplejo. Durante algún
tiempo consideró el problema de ese nombramiento. Mediante el
jefe de los coperos, el monarca había sabido de la sabiduría y la
prudencia manifestadas por José en la administración de la cárcel;
era evidente que poseía habilidad administrativa en alto grado.
El copero, ahora lleno de remordimiento, trató de expiar su in-
gratitud anterior, alabando entusiastamente a su benefactor. Otras
averiguaciones hechas por el rey comprobaron la exactitud de su
informe. En todo el reino, José había sido el único hombre dotado de
[222] sabiduría para indicar el peligro que amenazaba al país y los prepara-
tivos necesarios para hacerle frente; y el rey se convenció de que ese
joven era el más capaz para ejecutar los planes que había propuesto.
Era evidente que el poder divino estaba con él, y que ninguno de
los estadistas del rey se hallaba tan bien capacitado como José para
dirigir los asuntos de la nación frente a esa crisis. El hecho de que
era hebreo y esclavo era de poca importancia cuando se tomaba en
cuenta su manifiesta sabiduría y su sano juicio. “¿Hemos de hallar
otro hombre como éste, en quien haya espíritu de Dios?” dijo el rey
a sus consejeros.

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