Professional Documents
Culture Documents
Linaje Isela Reyes
Linaje Isela Reyes
Linaje
Isela Reyes
Primera edición: Noviembre 2021
Corrección del texto y maquetación: Lizbeth Azconia
Diseño de cubierta: Lizbeth Azconia
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos dentro de la ley y
bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o
parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico
o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler, o cualquier otra forma
de cesión de la obra, sin la autorización previa y por escrito de los titulares
del copyright.
A las chicas del grupo «La Donante». A mi Jul, Mine, Cris, Tay, Sthef,
Yixxia, Gaby, a todas y en especial a Miri, quien hizo el booktrailer de esta
historia. También a todos los lectores que me han seguido desde Wattpad y
han sido pacientes, vamos a la mitad de la saga, espero puedan
acompañarme en las historias restantes. Mil gracias a todos.
La sangre no define quién eres. Tú eliges a tu familia.
Prefacio
El sol.
Aunque ninguno de ellos requería evitarlo para existir, como ocurría con los
vampiros completos, lo hicieron durante mucho tiempo, ya que vivir en las
sombras les había dado la oportunidad de prosperar. Sus ojos fueron al
horizonte, donde su presencia era solo una insinuación. Nunca antes había
esperado tanto por ver el amanecer y no era ningún propósito apreciativo, se
trataba de una cuestión de vida o muerte.
―¡Corran! ―dio la orden a todo pulmón, mirando su pequeño grupo.
Sus caras reflejaban la misma incertidumbre que la suya debía mostrar―.
Si logramos pasar la montaña estaremos salvados. ―O al menos eso
esperaba. No tenía garantías, pero claramente la altura favorecería la
presencia de los primeros rayos del sol.
No eran débiles, incluso los humanos corrían por sus vidas, pero podía
ver las expresiones cansadas y el miedo, especialmente en aquellos que eran
simplemente humanos. Ellos serían los primeros en sucumbir.
Híbridos o no, no había diferencia. Debía mantenerlos, no quedaban
muchos. Había pensado en dejar atrás a los humanos, pero sus números
eran tan bajos que perder más miembros podría significar que estarían casi
acabados. La mayoría eran mujeres y ellas representaban nuevas vidas.
Volvió la vista a donde un par de los mejores peleadores intentaban hacer
frente a los impuros que los seguían. Estaban a solo algunos metros de las
mujeres y los pequeños.
Maldijo por lo bajo y odió tener que abandonar las cuevas, que, a pesar
de haber sido frías y húmedas, los mantuvieron seguros; no obstante,
quedarse no era opción.
Muchos habían muerto, otros simplemente tuvieron que aceptar la oferta
de unirse y solo unos cuantos optaron por seguirlo. Ni siquiera él estaba
seguro de lo que les esperaba, pero no se sentía dispuesto a ser un sirviente,
al menos no de quienes los habían aniquilado.
―¿Qué hacemos? ―preguntó uno de sus camaradas, la desesperación
era la imagen viva en su cara.
―Luchar, tenemos que resistir. ¡No se detengan! ―gritó a las mujeres y
niños, al tiempo que miraba a los hombres, asintiendo con un gesto
silencioso que decía todo.
Desanduvo varios metros ganados, haciendo frente a los primeros
impuros y buscando darles ventaja a los que subían por la pendiente.
Solo un poco, solo un poco más y el sol despuntaría, concediéndoles una
oportunidad para vivir. Mientras sus puños impactaban, su mente volvía al
momento de tomar la decisión.
Johari.
Todo era culpa de ella, si no los hubiera traicionado, si no hubiera
cobrado la existencia de Alón, ellos no tendrían que estar escapando para
salvar sus miserables vidas. Simplemente no habrían tenido opciones,
solamente querían una existencia.
La sangre salpicó su cara, al tiempo que el impuro cortaba su brazo,
ignoró el dolor y fue a por su garganta. El sonido estrangulado que emitió
no fue reconfortante, porque otro de ellos se arrojó sobre él. Sin tiempo.
Otra herida, otro rival. Otro desagradable rostro buscando su cuello. No, él
no pensaba morir, volvería y cobraría venganza. Ya no contra Cádiz, sino
contra ella.
Johari.
Un par de impuros fueron contra él. Esquivó al primero, pateando la
rodilla del segundo e inclinándose para tirar del brazo del otro. Él gruñó,
mostrando sus colmillos, como si pensara que ese gesto podría intimidarlo.
No lo conseguiría. Escuchó los gritos de mujeres y volvió tan rápido como
sus pasos lo permitieron, un par de impuros estaba sobre ellos, echándose
encima del último del grupo. Obligó a sus piernas a moverse, sus pulmones
protestaron, pero aun con toda su determinación, fue inútil. La sangre
manchó el suelo y el rostro sin vida de la mujer lo recibió.
Sin tiempo para lamentar su pérdida, fue por su asesino, quien no parecía
dispuesto a retroceder. Vio con deleite cómo su piel chisporroteaba al
recibir un rayo de luz, antes de que los chillidos reemplazaran los sonidos
de la lucha. Algunos malditos trataron de escapar, pero la mayoría fue
alcanzada por el sol. Cerró los ojos, permitiendo que su cara fuera bañada
por la luz del amanecer.
Híbridos. Ellos no morían por sentirlo, no obstante, eran más débiles. No
sería así por siempre. Miró a su reducido grupo. Las pocas parejas y los
niños que los acompañaban eran todo lo que necesitaban para volver a
levantarse, para volver y cobrar venganza. Ya no por Alón, sino por los
suyos.
Lena (1)
Dicen que deseamos lo que no podemos tener y creo que es lo que todo el
mundo piensa respecto a lo que siento. Si bien es cierto que no oculto mi
gusto por Abiel desde hace algún tiempo, también lo es el hecho de que no
se trata solo de un encaprichamiento, como he escuchado comentar a la tía
Elina. No, no es, lo sé. Me gusta ese hombre desde que tengo uso de razón.
No en el sentido amoroso, lógicamente, sino en general. Él siempre me ha
visto distinto. Cuando era pequeña, me trataba con respeto, pero siempre
guardando distancia. No era como el resto que trataba de complacerme o
quedar bien. No. Cuando comencé a crecer fue aún más evidente la barrera
invisible que estableció entre ambos. No me miraba directamente y siempre
ha usado ese adjetivo que me molesta: señorita. No me gusta. Hace un par
de años, cuando mi cuerpo cambió notablemente, un par de cosas crecieron
y otras más tomaron forma, algunos comenzaron a verme distinto. Sí,
varios, menos él, quien parece seguir esforzándose por no notarme.
―¿Qué nueva travesura estás planeando? ―inquiere Josiah, mirándome
por encima del enorme libro que tiene en las manos. A veces su actitud lo
hace parecer como un viejito, casi como Bail.
Sonrío dejando caer los pies del diván en el que me encuentro sentada.
―¿Por qué crees que estoy planeando una travesura? ―No tengo
argumentos para negarlo del todo, difícilmente puedo quedarme quieta, así
que prefiero evadir la pregunta. Siempre he sido así. Primero me encantaba
estar detrás de mi padre, luego de mi madre. Pero ella es demasiado ruda y
ama combatir con quien acepte hacerlo.
No soy débil, de hecho tengo bastante fuerza, pero pelear no me parece
apasionante. No tanto como poner en apuros a Abiel y esa es la única razón
por la que acepto acompañarla en sus entrenamientos. No obstante, hasta
ahora nada ha dado resultados. Soy bonita, lo sé. No solo porque mis padres
lo dicen, lo veo en el espejo cada mañana. Pero no parece ser suficiente
para él. Y comparándome con otras vampiresas, incluso las pocas de la
guardia, sigo siendo alguien promedio que no llamaría la atención. No de
alguien como él, eso creo.
―Te conozco, prima: cuando te pierdes en tus pensamientos, es porque
estás tramando algo.
Sonrío de lado, poniéndome de pie. Sí que me conoce, ¿y cómo no
habría de hacerlo? Desde pequeños hemos sido muy unidos, sobre todo
después de que Caden se mudó.
―Qué bien me conoces. Pero hoy te ha fallado ―digo divertida
rodeando su silla, para abrazarlo por detrás―. Solo reflexionaba, nada en
particular.
Palmea mis manos y me mira, moviendo la cabeza hacia los costados.
―Creo saber en qué.
―¡¿Qué tiene de malo que me guste?! ―cuestiono apartándome,
mirándolo con malestar. Sí, puede que no sea tan común que alguien de
diecisiete años tenga gusto por alguien que tiene un aspecto de un hombre
de casi treinta años. Es decir, soy consciente de que luce mayor que mi
padre y que el tío Danko. Eso sin contar que en teoría tiene más de mil
años. Pero no me importa.
Si lo vemos de esa manera, pues sí es un poco raro, pero no imposible.
Además, hay algo con lo que nadie cuenta. Yo creceré y él seguirá viéndose
exactamente igual.
―Nada.
―¿Entonces? ¿Cuál es el problema? ―Se encoge de hombros,
mostrándose tan tranquilo ante mi arranque―. ¿No hay nadie que te guste?
―Una pequeña sonrisa brota de sus labios.
―No tengo tiempo para esas cosas ―dice golpeando con el dedo la
pasta del libro. Resoplo. Sí que lo tiene.
Josiah es un alma rebelde como yo. Quizá por eso nos llevamos tan bien.
Desde niño escapaba a Jaim para ver a Caden, cuando iba de visita a casa
de Farah. Después su destino cambió, tal vez porque ambos tenían cosas
que atender, porque Caden era duramente reprendido por “distraerlo” o
porque quería evadir que lo encontraran, pero comenzó a explorar los
alrededores de las ciudades.
Por irónico que parezca, se preocupaban por él. Y digo irónico, porque
tengo la certeza de que en algunos años será más fuerte que mi tío o que
papá. Aunque como yo, no le gusta demasiado luchar. Supongo que no
somos lo que nuestros padres quisieran, aunque no por eso dejan de
querernos.
Mamá me ama, siempre está al pendiente de mí, aunque es muy
sobreprotectora. Papá es igual. Me encanta hablar con él, es tan paciente e
inteligente. Los amo a los dos, y amo la manera en la que se complementan.
―Mentiroso ―niego―. Tiene que haber alguien.
Tenemos la misma edad y la tía Elina dice que ellos son más
enamoradizos.
―No. En el Consejo la mayoría son varones y las pocas mujeres, son
demasiado mayores.
―¿Qué me dices de Jaim? ―Se encoge de hombros. Es difícil sacarle
algo a este.
―Te he dicho que no tengo mucho tiempo.
―Entonces tendré que presentarte alguien.
―¿Intentas distraerme? ―cuestiona frunciendo el ceño, con ese aire
sereno que muestra cuando no me cree.
―No, trato de que no seas aburrido.
―No es que sea aburrido, sino que en algún momento tomaré el control
de Cádiz y no es algo sencillo como parece.
―Sé que no lo es, tonto. Pero eso no significa que debas encerrarte en
una biblioteca de por vida. Estaba pensando, ¿y si invito a Caden y a las
chicas?
―¿Invitarlos?
―Pues sí. Siempre eres tú quien va o yo a visitar a los abuelos, pero no
coincidimos por sus labores. Si vienen aquí, no habría problemas. ¿Qué tal
una cena? ¿Puedes hacer eso por mí? ―Lo miro suplicante, sabiendo que
no es muy partidario de cenas. Hace un par de años que comenzó a ingerir
sustituto, cuando su cuerpo lo requirió. Eso ha acentuado su aspecto pálido
y el color de sus ojos, pero es capaz de ingerir alimentos―. Es bueno
convivir con personas de nuestra edad.
―Y lo dice alguien que quiere a un viejo.
―¡No le digas viejo! ―Ríe, dejando de lado su seriedad. En ese aspecto
se parece tanto a su padre. Ambos suelen mostrarse severos la mayoría del
tiempo, pero con las personas correctas se permiten sonreír y ser blandos.
Caden es otra cosa, cálido, espontáneo y alegre. Él se parece a la tía Mai. Le
gusta demasiado ayudar a los demás.
―¿Estoy diciendo algo erróneo? Técnicamente…
―¡Shh! Si dices una palabra más no volveré a cubrirte. Así que tú
sabrás.
Suspira dejando el libro en la mesita de al lado, poniéndose de pie y
haciéndome sentir pequeña. Es mucho más alto que yo.
―De acuerdo, no diré nada respecto a… ―Lo fulmino con la mirada,
leyendo sus intenciones. Sabe que él es mi punto débil y disfruta
molestándome con eso―. Abiel. Y respecto a la cena…
―¡Por favor! ―No es que no pueda ir a Jaim, pero siempre tengo a
alguien siguiéndome y no es divertido―. Di que sí. Mis tíos no te negarían
nada.
―Tampoco a ti.
―Lo sé, pero quiero que estés tú también. ¿Sí?
Suspira pesadamente. Siempre que se cansa de mi insistencia, termina
accediendo. Justo como papá y mamá, aunque ellos son más flexibles.
Excepto cuando se trata de salir o hacer algo que consideran me pone en
riesgo. Soy un híbrido, vulnerable y por eso me protegen como si fuera a
romperme. Pero hay mucho que no saben, como mis prácticas con Josiah
cuando de niños o que tengo muy buena memoria para grabar sus ataques y
el hecho de poder reproducirlos sin necesidad de intentarlo. Sin embargo,
no es así como deseo que Abiel me perciba. Por eso debo parecer linda y
adorable, femenina. Además, tengo un par de años para mover mis piezas y
hacerlo caer. Porque de alguna u otra manera lo haré. No hay nadie más, lo
sé de buena fuente. Así que mientras no haya alguien más, existe una
posibilidad.
―De acuerdo. Les diré.
Me arrojo sobre su cuello, besándolo en la mejilla.
―¡Te adoro! ¡Eres el mejor!
―No exageres ―gruñe apartándome sin ser brusco, pero rehuyendo mi
toque.
―Eres malo. Ya quiero ver cuando te enamores y seas tú quien se eche
encima de ella.
Niega sin desmentir mis palabras. Vuelvo la mirada cuando la puerta se
abre. El tío Danko entra, mirándonos sospechosamente. Él nos ha
escuchado. Lo bueno es que casi nunca dice nada. Excepto cuando me paso
de la raya, que no es a menudo.
―Ya me voy ―digo leyendo su expresión. No le molestan mis planes,
pero sí que esté distrayendo a Josiah de sus deberes.
Agito la mano, despidiéndome de ambos y me dirijo a la puerta,
encontrándome con la tía Mai, quien me guiña el ojo y sonríe.
Quizá debería unirme a los demás. Me detengo al ver a Abiel cruzar la
esquina y desaparecer. Va hacia las salas de entrenamientos. Sonrío y
cambio de dirección. Solo echaré un vistazo, solo eso. Los demás están en
el salón principal, así que no hay nadie más.
Me asomo, aprovechando que la puerta está entreabierta, encontrándolo
de espaldas a mí, levantando un par de bastones. Sé que puede sentirme, mi
corazón y olor me delatan, pero siempre finge no darse cuenta. Y lo sé
porque Josiah me lo ha dicho. Un corazón en medio de oídos tan finos es
difícil de ocultar.
Entro olvidándome de que, se supone, solo iba a espiar un poco, pero
sigue sin volver la mirada. Cierro con fuerza, permitiendo que se escuche
alto el sonido. Tampoco me mira.
―¿Qué pasaría si por casualidad la manija se rompiera? ―pregunto
sosteniéndola detrás de mi espalda. No lo haría, pero necesito llamar su
atención de alguna manera. Comienza a cansarme su indiferencia.
Despacio se da la vuelta, encontrando mis ojos, una de esas pocas veces
que ocurre, solo que ahora no la aparta. La sostiene, manteniendo una
expresión seria.
―No debería estar aquí, señorita.
Gruño en protesta. ¿Lo hace a propósito? Suspiro, obviando su
comentario y sonrío.
―No hay otra puerta en esta sala ―digo mirando, con aire inocente, el
lugar―. Si no podemos abrir la puerta, significaría que estamos encerrados.
Una ligera arruga cruza su frente, entendiendo lo que trato de insinuar,
pero no se mueve.
―Rompería alguna pared.
―Son resistentes.
―Su madre vendría.
Pongo los ojos en blanco. Sí, ella sería la primera en intentar sacarme.
Pero ese no es el punto.
―¿Por qué no te agrado? ―pregunto directamente, tomándolo por
sorpresa.
―No es correcta su impresión.
Mentiroso.
―Las únicas cosas que obtengo de ti, son advertencias o simples frases
de cortesía. No es divertido, Abiel. ―De nuevo lo tomo por sorpresa al
decir su nombre. Y me gusta esa expresión en su cara.
―Es la hija del señor Regan.
―No es por eso. Porque ni siquiera con Irina eres tan formal.
―Debería volver, la están buscando.
Abro la puerta y salgo sin perder de vista sus ojos.
―Nos vemos mañana en el entrenamiento ―digo como si no hubiera
pasado nada. Eso tampoco lo esperaba.
Aunque a sus ojos sea una niña malcriada, no tiene idea de lo persistente
que puedo ser. Además, acabo de darme cuenta de algo, no le soy del todo
indiferente. No como se esfuerza en hacerme creer.
Lena (2)
Me llevo las manos a las mejillas, sintiendo el rubor que las cubre. ¡Oh! No
sé cómo he podido hacerlo: coquetear abiertamente con Abiel. Solo espero
que nadie se haya percatado, aunque en un lugar donde estoy rodeada por
vampiros, es prácticamente imposible.
Empujo la puerta, entrando discretamente en la sala principal, donde
como cada atardecer, están reunidos mis padres, el señor Uriel, Irina, la tía
Elina y Alain. Algunas veces están los demás, pero seguro han tenido sus
propios asuntos que atender. Todos conversan animados, dedicándome una
mirada amable a manera de saludo que respondo agitando la mano, pero sin
interrumpir su charla. Todos son tan adorables y no me refiero a su aspecto
perfecto y siempre jovial, sino a la relación que mantiene cada pareja. Se
nota a kilómetros lo mucho que se quieren. ¿Y aun así no comprenden por
qué quiero encontrar una persona especial?
Me desplazo hasta el sillón donde está sentando mi padre, quien tiende
una mano en mi dirección. La tomo, dejándome caer en el brazo del
mueble, dedicándole una pequeña sonrisa. Su expresión seria y mirada
astuta me indican que sabe lo que hice con Abiel, así que probablemente no
sea el único, lo que significa que me espera una larga charla. Sobre cosas
que aún soy joven para entender.
Miro a mi madre, que me sonríe abiertamente. Parece que ella no lo ha
hecho y eso es bueno. Sé que les imposrto demasiado, a mí también me
importan ellos, pero a veces siento que me pierdo de algo. Y no solo de no
tener a alguien. De esos silencios raros que se hacen cuando todos
intercambian miradas. Soy híbrida, no puedo leer la mente como lo hace mi
tío Farah. A veces me gustaría para seguirlos.
Declino la oferta de té y los escucho, estudiando sus expresiones. Iría
con Josiah, pero supongo que debe estar con mis tíos, así que mejor no
importunarlos.
Este lugar a veces es tan silencioso, nada comparado con Jaim, donde
muchos sonidos pueden percibirse. Principalmente las risas y
conversaciones de las personas. Algo que no siempre hacen aquí. Suspiro
mirando por el ventanal, donde el cielo comienza a oscurecer.
―¿Todo bien?
Me esfuerzo por mostrarme tranquila, pero es complicado ocultarle las
cosas a mi padre, no solo por lo intuitivo que es, sino porque puede indagar
con Abiel. Y lo hace. Tal vez por eso él me evita como si tuviera la peste.
―Sí. Y antes de que lo digas, no hice nada ―cuchicheo inútilmente,
porque sé que todos, aunque no lo parece, me han escuchado.
La esquina de su boca se curva ligeramente, al tiempo que da un pequeño
apretón a mi mano. Lo sabe. No puedo evitar reír, abrazándome a su pecho.
No dirá nada, esa es su señal. De nuevo, esto queda entre ambos, como
algunas otras cosas y no es que confiemos en mi madre, pero obviamente
ella no apoyaría mi coqueteo con Abiel. Él tampoco lo hace, pero es un
poco más permisible. Soy su niña consentida, siempre quiere lo mejor para
mí.
֍
Observo lo alto del muro. Las enormes y pálidas murallas que nos rodean.
Mi atención se centra en los pocos guardias que custodian, quienes parecen
relajados, incluso bromean entre ellos. Supongo que se debe a la
tranquilidad que se percibe en la ciudad. En otro momento, estaría
reprendiéndolos, pensando que no es algo normal y que estamos demasiado
expuestos, pero no es así. Hace años que no tenemos nada que requiera
nuestra intervención. Los impuros son algo que incluso la gente de Jaim
puede manejar. Está el par de rubios, Caden, incluso esa chica, Airem. No
puedo negar que echo de menos un poco de adrenalina de los verdaderos
combates, pero es bueno tener un poco de calma.
Diecisiete años han trascurrido desde que destruyeran al último de los
primeros. Tiempo que, para alguien que ha vivido demasiado, puede
parecer cosa de nada. Aunque algunos otros, como esos pequeños, ahora
son casi adultos y están llegando a la edad en que sus madres tomaron las
decisiones que definieron su existencia.
Inmortalidad.
Ambas han sabido cómo llevarlos, pero pronto tendrán que dejar que
elijan por ellos mismos. Eso quiero verlo.
Cruzo las puertas de la bodega, buscando un par de bastones y espadas
para el entrenamiento de hoy. Sí, patético que a eso se han reducido mis
deberes. Pero ver cómo le dan una paliza o dársela yo, no es tan malo.
Tomo los bastones, pero me detengo.
―¿Sabes que en estos momentos deberías estar en otro lugar?
―cuestiono fingiendo severidad, sin volver la mirada.
Lo he sentido acercarse antes de llegar y también cruzar la puerta. Por
mucha agilidad que haya puesto, aún le falta para poder superar mis
sentidos.
―Puede que no me necesiten ―su voz ronca envía un estremecimiento
por toda mi espalda. ¡Joder!
Lentamente me giro en los talones, encontrándolo apoyado en la puerta.
Es evidente que la ha cerrado y no hace falta preguntar el porqué.
El tipo que tengo delante de mí es el mismo que apareció en mi
habitación hace casi dos décadas, dispuesto a dejar su humanidad. Luce
exactamente igual. Sus hombros anchos, su pecho marcado, su mandíbula
cuadrada, sus labios carnosos. Incluso la manera en que me mira es
idéntica, con ese aire de superioridad, de seguridad en sí mismo. Sí, eso no
ha cambiado nada. Excepto el tono de su piel, que ahora es más pálido y el
color de sus ojos, que tienen un ligero tono rojizo, como los de un
subalterno.
Siempre quise preguntarle por qué declinó la oferta de Bail para
convertirse en un fundador. No esperaba su respuesta: «no quiero ser más
que tú, quiero que seamos iguales; sin diferencias que te sirvan como
excusas para apartarme». Fue algo que me hizo sentir amada. Creí que al
cambiar empeoraría su hermetismo, que seguiría sin dejarme ver en él. No
es así, ahora muestra lo bueno y malo. Por fortuna, he aprendido a lidiar con
ambas partes.
―¿Debo suponer que esperaste a propósito que viniera? ―inquiero
fingiendo no saberlo, porque es evidente.
―Quizá. ―Su boca se curva ligeramente, confirmando mis sospechas.
Otra cosa que no ha cambiado es su libido. Esa parece estar mucho más
activa.
―Alguien podría venir y no eres muy silencioso que digamos ―me
burlo, segura de que sabe a lo que me refiero. Pero eso solo hace que su
sonrisa se ensanche.
―Si no recuerdo mal, la que más grita eres tú. ―¡Cómo lo odio! Antes
era fácil manejarlo y mandarlo al demonio, pero sabe cómo provocarme y
tenerme. Tal parece que, al igual que todos, comienzo a volverme blanda.
Su olor, su presencia y ese aire altivo me atraen demasiado, haciendo
casi imposible decirle no. Creí que pronto me cansaría de él y viceversa,
pero no es así. Cada vez que lo pruebo, quiero más, como si nunca tuviera
suficiente.
―Lo que digas. La cosa es que esa puerta no los detendrá. ―Las puertas
para los vampiros son como una simple hoja de papel: han aprendido a
medir su fuerza, pero no es algo que dé garantía.
Sus cejas se elevan ligeramente, como si estuviera tratando de no reírse.
―Está cerrada y me he asegurado de que en un pequeño rato nadie más
venga aquí abajo. No podrán eschucarte.
Gruño queriendo golpearlo. Sí, puede que no tenga control de mis
acciones cuando hace lo que sabe. Pero él también lleva culpa.
―Además, será algo rápido.
Me apoyo en la pared, cruzando los brazos sobre el pecho.
―Si será rápido, mejor no comiences ―farfullo fingiendo desinterés.
Incluso alguien como yo, no puede resistirse. La inmortalidad le ha sentado
bien―. No quiero algo rápido. Si vas a hacerlo, que sea bueno.
Él se ríe. No suelo seguirle el juego, pero hoy estoy de buenas.
―No creo que el tiempo sea un problema. Puedo hacerte gemir en
cuestión de segundos y dejarte satisfecha, lo sabes.
Miro al techo, como si no me impresionara.
―Y yo puedo romperte la cara si no haces lo que te digo.
Levanta las manos en señal de rendición. Sabe que conmigo no se juega,
no bromeo. Antes no podía golpearlo porque era fácil dejarlo imposibilitado
por una larga temporada, pero ahora eso es distinto. Y algo bueno. Puedo
darle palizas sin sentir remordimientos.
―De acuerdo, será como tú quieras. Solo espero que seas moderada.
Estos muros bloquean el sonido, pero a veces eres tan ruidosa, que temo
que toda la ciudad nos escuche.
Evito responder su provocación, porque sé que es eso lo que intenta.
Nos movemos al mismo tiempo. La ropa desaparece antes de que nos
alcancemos. Su boca ataca la mía, empujándome contra el piso. Enrosco
mis piernas en su cadera, sintiendo cuan largo y duro es. Por mí y solo para
mí.
Ruedo quedando sobre él, pero no por mucho. Se mueve tan rápido,
hasta que de nuevo lo tengo presionando todo su peso contra mí. Sus manos
tocando en todas partes, deteniéndose en los lugares correctos. Gimo
cuando sus dedos se hunden entre mis piernas. Una risa brota de su pecho.
Es imposible no reaccionar a su toque.
Con una mano, tiro de su cuello y enredo su lengua con la mía. Mi otra
mano se mueve hacia el sur. Ahora soy yo quien envuelve su miembro,
arrancándole un gruñido salvaje. Bien por mí.
Su boca mordisquea mi cuello con intensidad, obligándome a hacer lo
propio con los labios para no gemir. Está intentando tomar la ventaja de
esto. Y aunque odio ceder el control, debo admitir que sabe cómo
manejarme, cómo hacerme llegar. Así que a veces me olvido de mi
reticencia y me dejo ir. Pero no hoy, quiero molestarle. Rodamos por el
suelo, consiguiendo una fracción de segundo, estar de nuevo arriba. Muevo
las caderas, consiguiendo que su punta roce mi centro. Ambos jadeamos.
Me toma de las caderas y me hace caer de golpe, hasta que lo tengo dentro.
Maldito. Esto le gusta tanto como a mí y solo por eso está dejando que
me salga con la mía. Muerdo sus labios, consiguiendo un poco de su sangre.
Amaba hacer esto cuando era humano y eso no ha cambiado: aun cuando su
sabor es distinto no deja de ser placentero.
Me empunta contra la pared, sujetando mis pechos con ambas manos y
empujando con fuerza. Me arqueo, permitiendo que llegue tan profundo que
me hace gritar.
―Te lo dije ―murmura empujando de nuevo. Araño su espalda,
siguiendo el movimiento de sus caderas, arrancándole un gruñido.
¡Oh, sí! Más dentro, más profundo, más placer.
―Maldición ―murmuro perdiendo el control.
―Eso es ―susurra mordiendo mi oído, enviando otra ola de calor a mi
centro.
Acelera el movimiento de sus caderas, sujetando con firmeza las mías.
Somos un solo cuerpo. Golpes duros y certeros, embestidas salvajes,
gruñidos animales que se confunden. Míos o suyos no importa en este
momento. Ese solo es un punto de discusión y es que siempre que lo
hacemos, es como encender una llamarada. Más intenso, más apasionado y
más descontrolado.
Muerdo su hombro, sintiendo cómo me corro mientras su sangre fluye
por mi boca. Un embate más y él se desintegra. Cierra los ojos, mordiendo
sus labios, derramando una pequeña gota de sangre. Con la punta de la
lengua la recojo. Me mira con deseo renovado. Ciertamente es imposible
que esto sea rápido. Es adictivo, es demasiado irresistible el Jensen
vampírico que me sostiene contra él, como si no deseara dejarme ir nunca.
―Mi turno ―anuncia antes de hundir su rostro en el hueco de mi cuello.
Sus colmillos rasgan mi piel, al tiempo que succiona. Gimo echando la
cabeza atrás, entregándome a él. Me gusta demasiado que lo haga. Porque
demuestra que soy la única de la que bebe, de la que desea tomar algo más
que solo sexo. Presiona su pelvis, mientras su lengua se arrastra despacio
por mi cuello, alcanzando mi barbilla. Nos miramos un instante antes de
que me bese y de nuevo comience a empujar dentro de mí.
¡Oh, sí!
No puedo decir que no creo en el amor, porque lo hago, lo amo. Y él a
mí.
֍
Muchas de las cosas que dijo Irina, siguen rondando mi cabeza. Sé que
estoy actuando de modo irracional, porque probablemente Abiel en estos
momentos tiene prohibida la entrada en la residencia, algo que debería
preocuparme seriamente. No ha hecho nada más que lidiar con mi
terquedad y locura.
Me siento apenada, no olvido su expresión. Lo que me hace suponer que
tampoco se aparece por aquí, con tal de evitarme. No lo culpo. Tampoco
quiero que lo haga, no puedo verlo a la cara de nuevo. Estas semanas me
han hecho reflexionar, para bien o para mal. Lo primero, que no debo forzar
su sentir, porque yo tampoco puedo ver a Klaus de otra forma. Lo segundo,
que sigo pensado en él y tal vez con más fuerza.
Los sentimientos no son algo que se puedan reprimir a voluntad y
aunque quiera, no puedo desprenderme de la sensación de su boca sobre la
mía, de sus manos en mi espalda, del toque de su lengua, de su olor. Es el
primer hombre que me toca, no tengo punto de comparación, pero tampoco
lo necesito. Estoy segura de que es real y no algo pasajero como lo ha
sugerido Irina. Ella ha sido bastante franca, pero no hay mucho que pueda
hacer. Excepto permanecer lejos de la entrada y no provocar un encuentro,
como siempre hacía. Pero tengo que admitir que comienza a resultar
abrumador estar sola. Josiah ha comenzado a salir con más frecuencia de la
ciudad, no he cuestionado eso, aunque tampoco ha dicho mucho al respecto.
Tal vez debería pasar una temporada con los abuelos, como lo sugirió Irina
o mi madre. Comienzo a creer que soy la niña tonta y mimada que todos
piensan.
―¿Podemos hablar?
―¡Papá! ―digo sorprendida, bajando de un salto de la cama. No le he
escuchado entrar―. Sí, claro que sí ―balbuceo respondiendo a su pregunta,
acercándome para darle un rápido abrazo.
Me sonríe con calidez, tocando mi mejilla.
―Llamé, pero me pareció que no escuchaste.
―Lo siento, estaba… pensando.
Asiente caminando hacia el ventanal, donde empuja para abrirlo. Una
brisa se cuela, agitando mi pelo.
―Ven ―pide señalando el sillón, donde se acomoda.
Me acomodo a su lado, recostándome sobre su pecho.
―¿De qué querías hablar? ―pregunto con cautela, aunque sé
perfectamente de qué se trata. Todos se han dedicado a nombrarlo y
complicarme la tarea de no pensar en él.
Tira de mí hasta que estoy sobre su costado. Adoro estos momentos,
porque su presencia es reconfortante y porque sé que, a pesar de todo,
siempre intenta comprenderme. Mi madre también es buena, pero él dice
demasiado con sus silencios.
―¿Sabes que antes de ser fundador, fui híbrido? ―Lo miro extrañada,
porque no es lo que esperaba.
―Ajá ―susurro contemplando su perfil, él mantiene la mirada en el
exterior.
―Mi vida fue complicada, debíamos mantenernos en movimiento, no
quedarnos demasiado tiempo en un lugar, así que no conocía a muchas
personas. Además de que solo mis padres me importaban, ellos eran todo
para mí.
Sé que un vampiro cruel asesinó a mis abuelos y lo convirtió, fue el
mismo que quiso asesinar a mi madre. Todos conocemos la historia de la
chica humana que dio todo por su familia y que, sin saberlo, estaba unida a
uno de los fundadores. Es decir, mi padre. Mi madre es algo así como una
leyenda, gracias a ella se salvaron las personas de Jericó. Muchos han
muerto, pero sus últimos días fueron en paz y lejos de las amenazas a las
que estaban expuestos. Los más jóvenes ahora tienen vidas tranquilas y un
futuro bueno. Ella fue quien rompió las leyes que separan a los vampiros de
las humanas, en el sentido íntimo y afectivo. Sin embargo, esta es la
primera vez que tengo más detalles de su vida. No es algo agradable y
evidentemente, no le gusta recordarlo. Así que no comprendo por qué
quiere tocar este tema.
―Cuando cambié, dependía demasiado de la influencia de Henryk, para
no caer en el control de Darius ―continúa sin notar mi inquietud y
desconcierto. No quiero traerle malos recuerdos―. Estaba demasiado
horrorizado de mi cambio y lleno de rencor. Nunca hubo alguien me
importara o que llamara mi atención. No me relacionaba con los humanos y
las vampiresas eran demasiado frívolas. ―Asiento sin saber qué decir―.
Pero irremediablemente necesitamos sangre para existir y acepté tener un
donante.
―Mi madre ―digo en voz baja. Me dedica una sonrisa, que me hace
saber cuánto la quiere.
―Sí. Al principio me resistí a tenerla a mi lado, no solo por lo
desconcertante que me resultaba, sino porque despertaba algo que nunca
antes experimenté. Me tomó tiempo y pensar en perderla para darme cuenta
de que la amaba.
―Ella fue por ti, ¿cierto?
―Lo hizo, pero yo cedí irremediablemente. Era maravillosa, admirable y
nunca estaba dispuesta a darse por vencida.
―Y estuviste dispuesto a hacer todo para poder estar con ella.
―Así es. No quería esta vida para ella ―le miro sorprendida, pero
sonríe―. No es fácil, hay soledad y vacío. No estaba seguro de que fuera lo
que deseaba. Cuando la conocí, amaba su humanidad y le resultaba
desagradable.
―Ella te amaba y dijo que estaba dispuesta a todo por ti ―confieso
recordando una de las conversaciones con mi madre. Asiente.
―Tu madre era mi única oportunidad.
―¿Única oportunidad?
Su expresión se torna seria.
―No todos lo saben, pero un vampiro ama de verdad una sola vez.
Eso no lo esperaba. El aire se atora en mis pulmones al comprender a
dónde van sus palabras.
―¿Abiel ha tenido a alguien? ―La respuesta me aterra, pero necesito
escucharla. Mi padre nunca inventaría algo como eso.
―Habla con él, cariño.
―¿Qué significa eso? ―farfullo apartándome de él, huyendo de su
toque, abrazándome a mí misma. De pronto, me parece que todo tiene
sentido.
―Solo él puede darte esas respuestas. Tú eres noble y necesitas hacerlo.
No me gusta esto, una parte de mí sabe la respuesta. Y es horrible. Si
Abiel ha amado a alguien, significa que nunca podrá corresponder a mis
sentimientos. ¿Es por eso que le resulto tan desagradable?
Josiah (3)
―¿Has hablado con Lena? ―Aparto la mirada de las páginas del libro
que sostengo y observo a mi padre. Asiento con un movimiento de cabeza,
sin estar seguro de qué espera escuchar―. Todos están preocupados por
ella.
Suspiro.
―Lo sé, yo también. ―Aunque me molesta un poco no estar obteniendo
nada de su parte, no ha dicho mucho y siempre que trato de tocar el asunto
de Abiel, se cierra por completo, negándose a hablar―. He tratado de
animarla, incluso sugerí salir a dar una vuelta por la ciudad y entre otras
muchas cosas, pero continúa negándose.
Desde luego que todos esperaban que me escuchara, incluso yo lo creí,
pero no ha sido así.
―¿Sabes lo que pasó? ―Sacudo la cabeza, cerrando el libro, desistiendo
completamente de seguir con la lectura.
―No me gusta verla deprimida ―admito―, pero respeto su silencio. Se
ha comportado evasiva cada vez que trato de tocar el tema.
Por su expresión deduzco que él conoce el motivo para su confinamiento
voluntario. No obstante, también intuyo que no me lo dirá. Mi padre es muy
perceptivo, prácticamente nada escapa de su buen oído, pero también le
gusta mantenerse al margen, excepto cuando la situación lo requiere. Es la
primera vez que interviene respecto a Lena y sé que en parte se debe a que
tiene relación con Abiel.
―Es posible que decida pasar unos días en Jaim.
―¿En Jaim? ―pregunto sin poder evitar sonar sorprendido, realmente
no tenía idea de que lo estuviera considerando. Lo que confirma que a toda
costa desea evitar a Abiel. La cuestión es por qué. Siempre ha sido lo
contrario. Me inquieta un poco, aunque tengo presente que él nunca la
lastimaría, no de manera deliberada y de ser así, ni mi padre o el señor
Regan se quedarían de brazos cruzados, por no mencionar a mi tía.
Qué complicado es ser Abiel. Se pensaría que no es tan malo que lo
evite, pero irse a Jaim implica que seguramente Klaus no lo tomará como
un respiro y eso traerá problemas en otro sentido.
Mi padre sonríe, ladeando el rostro, gesto que me confunde.
―Parece que últimamente no pasas demasiado tiempo aquí, para estar al
tanto. ―Frunzo el ceño, pero creo saber a qué viene eso.
―Lo sabes ―afirmo, sin mostrarme alarmado. Si no lo supiera me
extrañaría mucho más.
―Sí. Tú y esa chica.
―Airem ―aclaro tensándome un poco ante la indiferencia que trasmite
su tono. Alguna vez escuché que no se llevaba muy bien con Farah, porque
él estuvo interesado en mi madre. Sin embargo, eso ha quedado en el olvido
o al menos eso espero. Esta es la primera vez que pienso en ello―. Es una
chica interesante.
Entrecierra los ojos, como si quisiera señalar algo, pero suspira
desviando la mirada hacia el exterior.
―Supongo que no le has contado a tu madre, de lo contrario me lo
habría dicho.
Mi madre. Conociéndola estaría planeando toda una celebración y
contándoselo a todos. No es que quiera que sea un secreto, pero…
―Sinceramente prefiero no hacerlo ―confieso.
―¿Por qué? ―luce sorprendido. Me encojo de hombros. Adoro a mi
madre y sé que sería la primera en apoyarme, pero quiero ir despacio.
―Porque es algo que está comenzando y, sinceramente, prefiero no ser
el centro de atención.
Sin duda, que la atención esté centrada en Lena ha ayudado a que pase
desapercibido. Tal como suele decir, es casi imposible mantener un tema
fuera del alcance de ellos.
―¿Por ella o por ti? ―murmura pensativo, dando unos golpecitos en su
barbilla. Supongo que está tratando de averiguar cuáles son mis intenciones
y qué tan lejos hemos llegado. A pesar de ser su hijo, quiere evitar que
pueda aprovecharme.
Me gustaría decirle que no tiene nada de qué preocuparse, mi madre
siempre nos inculcó respeto y saber valorar a una mujer. Es lo que intento
hacer con Airem, aunque su actitud directa me pone las cosas complicadas.
―Por ella, obviamente. ―Me remuevo ligeramente, recordando su
sonrisa coqueta―. Si las cosas no salen bien no quiero que resulte afectada.
Ella es muy guapa, no tendría problemas para encontrar a alguien más.
No me gusta pensarlo, pero todavía no es algo serio.
―¿Qué te hace pensar que no funcionará? ―De nuevo me encojo de
hombros. Airem es una chica intrépida y decidida, que no se intimida ante
nada. Si se convierte en mi mujer, tendría que quedarse en Cádiz, bajo el
cuidado de la guardia y la atención de todos. Podría no gustarle o, bien,
podría solo estar pasando el rato.
―Como he mencionado, es algo que está iniciando.
Sacude ligeramente la cabeza.
―Hijo ―dice muy serio―. En mi experiencia y por lo que he escuchado
de otros: no hay algo como un proceso adecuado. Puedes saber que es la
indicada desde el primer acercamiento. El resto del tiempo solo termina de
confirmarlo.
Resulta irónico que lo diga, pero todos saben que, a pesar de conocer a
mi madre por varios años, no fue hasta que la mordió que descubrió lo
importante que era para él. Evidentemente no habla en sentido literal, pero
me doy una idea de lo que quiere decir.
―No quiero precipitarme. Por el momento, asumir el mando es mi
prioridad.
―Eso es bueno, reconozco tu compromiso y estoy orgulloso de ti. Sin
embargo, no debes olvidar que el deber no está peleado con el lado afectivo
y las necesidades propias. Tener a alguien ayuda a llevar las cosas con más
facilidad, pero es bueno que tomes tu tiempo.
Tiempo. Dudo que eso sea del todo posible, no espero que tome las cosas
con calma.
Elise (3)
Observo la ligera nube de polvo que dejan los cascos del caballo, mientras
se aleja a toda prisa de la ciudad. Esta chica de nuevo ha salido y parece
tener mucha prisa. No tengo nada de qué preocuparme, no abandona sus
actividades y tengo que admitir que la he notado mucho más animada
últimamente.
Las risas detrás de mí me hacen volver el rostro. Un grupo de niños
bromean con Farah y Caden, que están cerca de las puertas de la ciudad.
Desde lo alto del muro, tengo una vista completa, puedo ver con claridad su
sonrisa. Sus ojos encuentran los míos, me sonríe y guiña antes de regresar
su atención a los pequeños. Aunque me he preguntado mucho qué tiene de
especial, sigo sin saber la respuesta, es todo y nada en particular lo que me
gusta de su persona. Su terquedad, su extraño sentido del humor y su
dulzura que muestra para conmigo y su hija.
Tuve muchas dudas al principio, sobre si lograría adaptarme a esta vida,
no por la severidad, sino todo lo contrario. Era demasiado buena, tanto que
asustaba. Pero él nunca me ha dejado sola, siempre ha estado para
sostenerme y hacerme ver y creer en la bondad de las personas, comprender
que ninguno de ellos es mi enemigo, a pesar de que algunos puedan ser una
molestia.
―¿Quién lo hubiera dicho? ―Miro de reojo a Welter, que sonríe
siguiendo con la mirada la dirección donde se encuentra Farah―. Nadie lo
habría apostado, ¿cierto? ―comenta con el mismo tono burlón.
Sé lo que quiere decir, rara vez bajo mis defensas, solo cuando se trata de
mi familia. Nunca expresé el menor de los sentimientos ni siquiera lástima
por uno de ellos. Y ahora mi cara habla, respecto a lo que me inspira ese
rubio tonto.
―No soy la única ―contesto encogiéndome de hombros, volviéndome
directamente hacia él―. Tienes dos hijas, Welter.
Contrario a lo esperado, su sonrisa se acentúa, al tiempo que se pasa la
mano por la nuca.
―Lo sé y no lo decía por eso ―farfulla, titubeante, al notar mi expresión
no demasiado amistosa―. Me refiero a que esto no tiene comparación.
Asiento, sin bajar la guardia, estudiándolo con detenimiento. Él es uno
de los híbridos que aceptaron quedarse en Jaim, después de ser capturados.
Se encontraban luchando o escondidos en el bosque cuando la cueva se
derrumbó, así que sobrevivieron. No son muchos, pero la mayoría ha
formado familias con las humanas y cambiado notablemente. Somos
salvajes por naturaleza, no es para menos, fuimos criados de ese modo, con
el único propósito de cazar y matar. Sin embargo, hemos dejado la sangre y
eso nos ha vuelto más estables y humanos, por decirlo de alguna forma. Ya
no somos tan fuertes y hemos adquirido madurez en nuestros rostros,
aunque no de la misma forma en la que lo hacen las personas ordinarias.
―Sé directo, ¿me culpas? ―Luce sorprendido ante mi pregunta y niega
rápidamente, levantando las manos.
―No, por supuesto que no, Johari. ¿Por qué habría de hacerlo?
―Randi y Sián lo hacían ―admito por primera vez, mencionando sus
nombres desde aquel día que los vi en la celda. Antes de que se
marcharan―. Dijeron que los traicioné y que todo fue mi culpa.
Suspira, rascándose la cabeza.
―No se puede traicionar a quien lo hizo primero. ―Se encoge en sí
mismo―. Además, si soy franco, varias veces pensé en huir, solo para
evitar seguir con ese estilo de vida. Que, en realidad, no era vivir, sino
padecer. No puedo juzgarte, de todos nosotros, eras tú quien siempre tenía
presión sobre su cabeza.
Reflexiono sobre sus palabras, dándome cuenta de que posiblemente
todos se dieron cuenta de lo que pretendía hacer Alón. Eso me hace
cuestionarme la actitud de Randi. Él no era tan idiota como para no haber
entendido.
―No hablo demasiado con ellos ―murmuro―, la mayoría me evita,
supuse que era porque me culpaban.
Ríe, sacudiendo la cabeza.
―Eras y sigues siendo intimidante, aunque por razones diferentes.
―¿Qué quieres decir? ―Se encoge de hombros, mirando de nuevo hacia
donde se encuentra Farah.
―Tu pareja es bastante intimidante cuando se lo propone ―murmura
luciendo incómodo― y siempre está cuidando de ti. Respecto a los otros,
puedo asegurarte que ninguno de ellos tiene algo que reprochar. Tal como
dijiste, no eres la única que ahora tiene a alguien por quien velar. Lo que me
hace pensar, ¿te has dado cuenta de que la mayoría tiene hijas?
―¿Qué?
―Eso. Él siempre buscaba las hembras, las cuales eran muy pocas. De
veinte alumbramientos, solo uno era una niña y pocas veces sobrevivían, tú
eres una de las excepciones. ―Golpea el suelo con el pie y suspira―. Solo
el otro rubio tiene dos varones, pero de nuestro grupo ninguno. Curioso.
Está en lo cierto. Incluso Farah y yo, tuvimos una niña. Lo mismo que
Knut, antes de que nacieran esos dos pequeños. Sin embargo, ninguna de
ellas es como Gema y Mai, supongo que se debe a que ellos son híbridos y
no fundadores. Nosotras fuimos hijas de Alón, por ellos somos distintas.
Esa chica no es su hija, sería como nosotras. Quizá sea hija de Seren o de
Keith, aunque para el caso es lo mismo, están muertos y a nadie le interesa
saber su origen.
―Como quiera que sea, ni ellas ni nosotros somos soldados y eso ya no
tiene importancia. No son particulares y aunque lo fueran, no hay nadie que
busque beneficiarse a costa de su sangre.
―Cierto. ―Se apoya en la barandilla, mirando a lo lejos―. ¿Sabes? Me
pregunto qué fue de ellos. ¿Crees que siguen por ahí?
―Lo dudo ―confieso sin sentir culpa. Ellos eligieron su destino, porque
no fueron capaces de dejar atrás su orgullo y probar algo desconocido, pero
mil veces mejor que lo que teníamos. Eso era evidente. A pesar de que no
confiaban demasiado, con el trascurso de los años, las diferencias fueron
desapareciendo. Hasta llegar al día de hoy, en que ya nadie repara en si su
aspecto es distinto o sus ojos tienen un color especial.
―Eran hábiles, quién sabe.
―Cierto, pero ha pasado demasiado tiempo y no tenían gran cosa.
Incluso para alguien como Randi, no debió resultar sencillo. ―Por no decir
que posible. Los impuros que dejé escapar eran bastantes, eso y la falta de
alimento.
Permanecemos en silencio un largo rato, cada uno perdido en sus
pensamientos.
Ese día se derramó demasiada sangre, sin embargo, prácticamente toda a
causa de él y su ambición. No fue suficiente ser alguien prácticamente
inmortal, quería más.
―Solo espero que no hayan sufrido demasiado. No importa lo tercos que
fueron, pasaron por lo mismo que nosotros.
No respondo, mantengo la vista en el horizonte, deseando lo mismo. Que
hayan encontrado algo de tranquilidad, donde quiera que estén.
Lena (11)
Esta, sin duda alguna, es una pésima idea, de las peores que se le han
metido en la cabeza y ni siquiera entiendo por qué me he dejado envolver
en sus juegos. Porque es eso: una artimaña. Suspiro con cansancio,
reflexionando mentalmente las posibles consecuencias, dirigiéndole una
mirada molesta, al tiempo que agudizo mis sentidos, siguiendo sus
movimientos. Hasta ahora todo va de acuerdo a lo planeado. No sé cómo
demonios consigue que todos hagan lo que quiere. Incluso yo.
―Por favor ―resopla, al percatarse de mi postura, con esa sonrisa ladina
que tanto me irrita―. ¿No quieres ser buena por una vez en tu vida?
Estoy segura de que ahora mi mirada es mucho más que molesta, pero
eso solo logra que sonría aún más.
―Verdaderamente, cuestiono tu sentido del bien ―mascullo con una
mueca de desagrado―. Tal vez, eso deberías preguntártelo a ti.
―Yo soy buena. La mejor de todas.
La odio.
―Claro ―respondo denotando sarcasmo―. Tan buena que no dejas de
intervenir en los asuntos de los demás.
―Mira ―gruñe volviéndose hacia mí, apuntándome con el dedo. No
entiendo por qué demonios sigo tolerándola―. Armen me ha dado permiso
―canturrea sonando demasiado confiada.
―Dudo que el señor Regan haya estado de acuerdo en manipularlos
―digo encogiéndome de hombros. Ha sido bastante tolerante, pero al igual
que Gema, le preocupa el estado de ánimo de esa niña y dudo que
enfrentarla a Abiel ayude. Debería ser él quien vaya a ella, no al
contrario―. Si no mal recuerdo, lo único que aprobó es que fuera yo quien
le acompañara, solo eso. Y ha sido porque se supone que Ryen estaría
demasiado ocupado, haciendo no sé qué cosas importantes que no podían
esperar. ―Otra de sus mentiras. Esta mujer, a pesar de su aspecto de
inocente, es de temer.
―Desde luego, Lena es prioridad ―afirma girándose de nuevo hacia el
ventanal―. ¡Ahí están! ―murmura con emoción. Supongo que da por
hecho que esto evitará que ella se vaya de Cádiz. Lo dudo. Y tampoco sería
muy bueno, no cuando él no parece dispuesto a hacer algo más que
observar. Como lo ha hecho hasta ahora.
Dirijo mi atención a lo alto del muro, donde Lena se encuentra. No
importa la distancia, puedo ver su figura, que no parece haberse percatado
de la presencia de Abiel o tal vez solo está fingiendo.
Esto no está bien. Ella evita su toque y, dándole la espalda, baja
rápidamente.
―¿A dónde va? Ella no debería alejarse… ―balbucea Elina. Tengo la
respuesta y no me gusta. Se mueve, dirigiéndose hacia la entrada de la
ciudad.
―Mierda ―maldigo tomando la bolsa que contiene sus cosas―. Parece
que no siempre te puedes salir con la tuya ―reprocho molesta con el
resultado.
―Pero… Espera…
―Esto ha sido un error ―mascullo dándole una mirada furiosa, mientras
me encamino a la puerta de la residencia. Algo ha ocurrido, Lena parece
resuelta a marcharse, incluso dejando atrás sus cosas.
Me olvido de Elina y sus protestas detrás de mí y me apresuro a llegar a
la puerta. El hecho de que no esté corriendo, me permite alcanzarla al
tiempo que ella cruza la entrada. Maldigo mentalmente a Abiel, que se ha
quedado quieto a un costado, sin intentar ir tras ella o hacer algo para
detenerla.
«Has fallado, Elina», reprocho bloqueando su respuesta. Estará molesta y
se lo merece. Si Abiel quisiera hablar con ella, lo haría. Es así de sencillo.
―¿No se supone que debo acompañarte? ―cuestiono apenas nos
alejamos unos metros.
―Estás aquí.
―¿Y tus cosas? ―señalo la bolsa. Me mira inquieta, sus ojos enfocando
más allá de la ciudad, hacia la colina que oculta los senderos de las viejas
ciudades.
―No… Me olvidé ―balbucea sin detenerse y volviendo a dar un vistazo
a la lejanía.
―¿Ocurre algo? ―inquiero frunciendo el ceño.
―No.
―Lena… ―digo sujetando su brazo, obligándole a detenerse―. ¿Qué
ocurre?
―Nada.
―No me lo parece.
―No es nada, solo… quiero llegar antes del anochecer. ―Frunzo de
nuevo el ceño, mirando que el sol aún se encuentra en el horizonte. Quedan
al menos un par de horas antes de que se pierda la claridad.
Miente.
Entiendo que nunca hemos tenido este tipo de conversaciones, pero
tendría que ser idiota para no percatarme de que algo anda mal.
―¿Qué te hizo Abiel? ―pregunto sin rodeos. Suspira, sacudiendo la
cabeza, liberando su brazo de mi mano.
―Nada. Estaba buscándote ―argumenta nerviosamente, volviendo a
mirar detrás de nosotros―. No pasa nada ―asegura forzando una sonrisa.
Maldita sea. No puedo saber qué pasa por su mente y claramente no está
dispuesta a decirlo, pero resulta obvio que está diciendo mentiras.
―A tu padre no le gustará saber que te marchas de esta manera.
―Él sabe que me iría…
―¿Dejando todo atrás?
―No lo hacía ―suspira―. Sabía que vendrías. ¿Podemos darnos prisa?
―inquiere retomando la marcha, dando por terminado el tema.
¡Maldición! Abiel tendrá que darme algunas respuestas. Esta niña nunca
se quedará con la incertidumbre y tampoco huye de los problemas. En este
momento, es como si estuviera desesperada por escapar. Sin embargo, no
hay nada que pueda hacer.
La sigo sin hacer comentarios al respecto, aunque no me trago eso de que
no le pasa nada. Su respiración agitada y lo acelerado que se encuentra su
corazón no mienten. Algo ha ocurrido ahí arriba.
Abiel (3)
«No intervengas de nuevo, a menos de que estés dispuesto a tomar algo más
que una responsabilidad, Abiel». La advertencia del señor Danko fue
contundente, después de informarme de la decisión de la señorita Lena. A
pesar de no expresarlo, sé que ellos esperaban que la detuviera, que hiciera
algo más que observar, pero no puedo hacerlo. No sería sincero, no sería
justo para ella. Lena es joven, pero espera algo más que solo deseo, lo vi en
sus ojos y eso es algo que yo no puedo darle.
Observo cómo las puertas se abren, esta vez dejando a la vista
únicamente la figura de Anisa. Su expresión es dura y su andar firme, no
indican nada bueno. Con un gesto, me señala que la siga. Lo hago, porque
es lo que he esperado desde que se marcharon. Tengo la certeza de que ella
ha llegado y en estos momentos se instala en la casa de Josef, pero no me ha
gustado su reacción al verme ni esa repentina urgencia por irse. Ignoró mi
intento por hablar con ella.
Anisa se aleja de la entrada, deteniéndose a un costado de los
dormitorios de la guardia.
―¿Está bien? ―pregunto antes de que se detenga y se dé la vuelta.
―Eso es lo mismo que quiero saber ―gruñe manteniendo la severidad
de su mirada―. ¿Qué demonios le has hecho? ―cuestiona cruzándose de
brazos, mostrando una postura defensiva.
―¿Qué? ―Su pregunta me desconcierta. Es justo eso lo que deseo
saber. ¿Qué fue lo que ocurrió, para que actuara de esa manera?
―Es evidente que algo ha pasado ―masculla dando un paso al frente―.
Ella no estaba bien, Abiel. ¿Qué le hiciste? ―inquiere sujetando mi ropa.
―¿Qué demonios te hace pensar que le hice algo? ―debato, ignorando
su agarre y su tono demandante.
―¿Quizá que parecía tan nerviosa o tal vez su urgencia por largarse?
Dime, ¿tú qué crees?
―No he hecho nada ―afirmo rompiendo su enganche―. Solo…
―Escucha ―interrumpe, luciendo furiosa―. Nadie puede obligarte a
hacer algo que no deseas, pero eso no significa que puedas hacer y deshacer
con ella.
―No he hecho nada. No sé de qué hablas…
―¿En serio? ―pregunta irónica, sin dejar de apuñalarme con la mirada.
―Anisa… ―Retrocede, cortándome con un movimiento de mano.
―Nunca te he tomado por cobarde, Abiel, pero es justamente lo que
haces en este momento.
Contengo el aire, luchando por no responder como quisiera. Me molesta
su acusación, pero sé que en parte es cierto. Si la he evitado, es justamente
para no herirla. Alguien tan inocente como ella se merece a quien sea capaz
de entregar su corazón por completo. Y ese no soy yo.
―La has dejado ir.
―No soy nadie para prohibírselo. Sus padres…
―A mí no me vengas con esas. ¡Cobarde!
―¿Y me lo dices tú? ―murmuro con tono afilado, recordando cuánto
insistí para que solucionara sus problemas con Jensen―. Si no mal
recuerdo, nunca quisiste convertir a Pen, dijiste que no lo querías obligar.
―Es completamente diferente ―niega airada. Claro, eso no lo pensaba
antes―. Lena es híbrida, vivirá mucho más tiempo que un humano
ordinario.
―Ese no es el problema ―digo frustrado, no estoy seguro si con ella o
conmigo mismo―. Amé a una humana, hasta el último día de su vida. No
me importa eso, y lo sabes.
―Lo que sé es que ha pasado demasiado tiempo y que no eres capaz de
quitar tus ojos de la chica. ―Retrocedo, sorprendido de que lo haya notado.
No puedo replicar―. Vi cómo la mirabas, Abiel. ¿A quién le importa si es
la hija del señor Regan? Él no intervendrá.
¡Mierda!
―Tampoco se trata de eso, no.
―Claro que no ―ironiza―. Se trata de que no tienes los pantalones para
darle la cara, para arriesgarte de nuevo...
―Anisa…
―A veces la persona indicada es quien menos deseamos. Eso es una
mierda y no nos gusta, pero depende de nosotros el modo en que resulte.
―Amé una vez. No puedo hacerlo de nuevo.
A eso se reduce todo. Los vampiros somos fieles, solo podemos amar de
verdad una vez.
―¿Porque no puedes o porque no quieres? ―cuestiona
acribillándome―. Ahí afuera ―señala Jaim―, ella puede encontrar a
alguien más y tú tendrás que soportar viéndola con otro. ¿Cómo te hace
sentir eso?
Respiro, endureciendo mi rostro. Odio siquiera pensarlo.
―Si ella está bien, yo no tengo nada que discutir. No soy nadie. Mi
único deber es protegerla, como al resto de los que viven en esta ciudad y
también en Jaim.
Hay cierto malestar al pensar que ese chico, que claramente está
interesado en ella, está allá. Pero de nuevo no hay nada que pueda hacer. No
me corresponde. No tengo derecho a intervenir.
―Eres un idiota. La mayoría de los hombres lo son. ―Golpea mi
hombro―. He visto demasiado y puedo decirte que no encontrarás muchas
como ella. Una mujer que sabe lo que quiere y que va tras ello. También
puede cansarse. No esperará por siempre y entonces solo podrás callar y
observar. Piénsalo.
―No tengo nada que pensar ―respondo consciente de que puede
escucharme, aunque mi voz es apenas un susurro―. Deberías ir con Jensen,
en lugar de sermonearme. Eso no es algo propio de ti.
―Tampoco de ti ser cobarde.
Cobarde. ¡Maldita sea!
Yohan (1)
Me muevo con sigilo entre los pequeños espacios en sombras que existen
en el muro, aproximándome al borde. Permanezco inmóvil unos segundos,
esperando que los guardias se den la vuelta y alejen, antes de dar un paso al
frente y saltar. El viento de la noche golpea mi rostro, mientras me
precipito. La altura es considerable, pero no tengo problemas para
enfrentarla. Con un par de giros en el aire, consigo caer en cuclillas, sin
alertarlos de mi presencia. Podría usar las puertas, como lo haría cualquiera,
no obstante prefiero que sea de esta manera y mantenerme en anonimato.
Por ahora.
Me incorporo, sacudiendo mis manos y doy una mirada a lo alto del
muro. Mis ojos escrutan con detenimiento, sin percibir movimiento o algo
que indique que me han escuchado. Los guardias son buenos, por algo
fueron elegidos para custodiar la ciudad, pero con la práctica he aprendido a
evadirlos, a pasar desapercibido. El pensamiento amenaza con dibujar una
sonrisa en mi cara, que reservo momentáneamente.
―No debería estar aquí, joven.
Esbozo una sonrisa irónica, volviéndome directamente hacia él. No
resulta verdaderamente sorprendente verlo aquí, aunque no esperaba que se
mostrara ante mí, sin preocuparse porque alguien pueda notarnos. He de
reconocer que ha sido bastante cuidadoso y discreto en sus pequeñas salidas
nocturnas, hasta hoy.
―Lo mismo podría decir de ti, Abiel ―contesto cruzándome de brazos
de manera despreocupada, denotando seguridad. Sin embargo, no parece
intimidado ante mi actitud.
―Mi deber es la seguridad de la ciudad.
Elevo una ceja, curioso, pero él mantiene la expresión serena y nada en
su voz delata la pequeña mentira que intenta ocultar. Le doy mérito,
ciertamente siempre lo he respetado, aunque en estos momentos no es mi
persona favorita, como diría la misma Lena.
Lena. Pensar en ella me hace sentir molesto. No tenía por qué abandonar
la ciudad como si estuviera huyendo o hubiera hecho algo malo. Sé que
algo ocurrió entre los dos, a pesar de que tanto ella, como Abiel y mi padre
insistan en negarlo y actuar como si no pasara nada. Entiendo la postura de
ella, no quiere afectarlo ni preocupar a sus padres. Tonta. Mi padre no desea
intervenir, a menos de que sea muy necesario. Su prudencia ante todo. En
cambio, a Abiel no puedo comprenderlo y tampoco quiero hacerlo.
Me he acostumbrado tanto a su presencia y compañía, lo mismo que
todos; es imposible no echarla de menos. Sobre todo porque parece estar
considerando prolongar su estadía en Jaim.
―Lo has dicho, la ciudad. No obstante, en este momento ambos estamos
fuera de ella. ―Me encojo de hombros. No importa si notifica a mi padre,
porque es seguro que él está al tanto de cada uno de mis movimientos, en
especial en lo referente a mis salidas del muro y del motivo. Y por mucho
que quiera, al hacerlo se estaría delatando a sí mismo. A mí no tiene que
rendirme cuentas, pero sí a él. Aunque probablemente también eso lo sabe.
Difícilmente algo escapa a los agudos sentidos de mi padre.
―No debería salir sin escolta y menos de noche, es peligroso.
―Tú eres quien no debería perder el tiempo ―señalo hacia Jaim,
emprendiendo la marcha, dirigiéndome al punto de encuentro. Es la primera
vez que me pide verla de noche, no me inquieta, porque me he asegurado de
que no hay alguien afuera que implique peligro, ni siquiera el mínimo. Y
sin duda, ella también lo ha hecho. Imposible que no lo hiciera, es tan
precavida como impulsiva. Una de sus tantas buenas cualidades.
Siento la mirada de Abiel sobre mi espalda, pero no su impulso de
seguirme o indagar a donde me dirijo. Supongo que no esperaba que
estuviera al tanto de lo que hace, sabe a lo que me refiero y quizás eso
mismo le impide intervenir en mis asuntos, como lo hago con los suyos.
Vigilar Jaim cada noche, como si hiciera falta. Cuando, en realidad, a
quien desea cuidar es a ella.
Lo entiendo y al mismo tiempo no lo hago. Airem es la única chica que
me resulta incapaz de resistir, disfruto demasiado su compañía y el modo en
que me reta. Cada vez me resulta más difícil mantenerme lejos de ella.
Imagino que, para él, fue importante esa humana que amó, pero… es
innegable que Lena le importa. ¿De qué otra manera explicaría que esté ahí
prácticamente a todas horas, con la mirada fija en las puertas de Jaim, como
si esperara verla en cualquier instante? Idiota. Sé por mi padre que ha
estado entrando algunas noches y que ha cuidado de la casa, pero eso no
significa que Lena esté enterada. Porque obviamente no lo quiere de ese
modo, eso sin duda terminaría por alentarla. Mala idea si solo se siente
responsable.
Agito la cabeza, dispuesto a olvidarme de ellos y me concentro en la
chica que espera por mí. La distancia se convierte en nada, así que no tardo
en visualizarla. Se encuentra cobijada debajo de un árbol alto, tenuemente
iluminada por la luz de la luna. Sus ojos parecen brillar de un modo especial
como siempre que me mira, sus labios se curvan en una coqueta sonrisa y
su mano se extiende en mi dirección. Una clara invitación, sin titubeos, sin
rodeos. Me da la impresión de que indudablemente sabe lo que quiere.
―Tengo curiosidad ―admito aceptando de buena gana su mano. Cálida
y suave. Estudio su rostro, tumbándome a su lado sobre la manta que ha
extendido junto al tronco―. ¿Por qué de noche? ¿Crees que tus padres no
se darán cuenta de tu pequeña salida?
Su cabeza descansa despreocupadamente sobre mi hombro, dejando
escapar un largo suspiro.
―Ellos suponen que estoy con Lena ―explica, sus dedos jugando con
los botones de mi camisa―. Y la noche es digna de admirar ―murmura
mirando el cielo completamente despejado, que permite observar un puñado
de estrellas y una brillante luna llena―. Además, te he extrañado ―termina
la frase entrelazando nuestros dedos.
Desde luego que lo ha hecho, yo tampoco puedo negarlo. Estas semanas
que Lena ha estado en Jaim, no hemos podido quedar como antes. Ha
pasado bastante tiempo con ella y los demás, algo que agradezco
demasiado: conociendo a esa pequeña sé que de otro modo se sentiría sola.
Después de que Caden se mudó, solo fuimos nosotros dos. A menudo
estaba pegada a mí, escuchando las explicaciones tediosas y complicadas de
los mayores, no por verdadero interés, sino para no sentirse sola.
―Yo también ―respondo tomando su mano, llevándola a mi boca, para
besar con suavidad sus nudillos. El gesto le roba un suspiro.
Levanta su rostro, mirándome con intensidad, pegándose más a mí. Algo
se agita en mi interior al entender lo que sus ojos expresan. Pasión. La
atracción que hay entre los dos es innegable, es incontenible, algo que se
vuelve cada vez más intensa.
Me inclino, tomando sus labios, despacio, disfrutando de su sabor dulce,
de su calor, antes de que demande más. Ella es exigente, es absorbente en
todos los sentidos y el hambre que despierta en mí no tarda en responder.
Pronto estoy sobre ella, mi lengua escavando en las profundidades de su
boca, mis manos acunando su tibio cuerpo, rozando las delicadas curvas
que demandan mi atención.
―Josiah ―susurra parpadeando, sus dedos aferrando mi ropa. De nuevo
interpreto su intención sin que tenga que expresarlo en voz alta. Hemos
estado cerca de este punto sin retorno en más de un par de ocasiones y no
creo poder frenarme de nuevo. Mucho menos sintiendo la firmeza de sus
pequeños pezones a través de la tela de su blusa. Otro signo inequívoco de
su deseo.
―¿Sabes lo que pides? ―inquiero manteniendo el control, a pesar de
que es difícil resistirse a la rendición de su cuerpo. Siempre la he visto
como una chica dura, que no se sometería a nadie y, sin embargo, ella
confía en mí.
―Sí. Estoy en control de natalidad. ―Su voz está cargada de
sensualidad y afectada por ese intenso beso.
No soy ingenuo para no leer entrelíneas y comprender que esta no se
trata de otra simple salida. Esta noche y este lugar los ha elegido para este
momento.
―¿No me deseas? ―Sonrío inclinándome de nuevo sobre su boca,
depositando un beso antes de explorar su barbilla. Eso la hace temblar y
soltar un pequeño jadeo.
―Te deseo demasiado, Airem ―murmuro, mi boca arrastrándose por su
cuello, al tiempo que una de sus manos se enreda entre mi pelo,
atrayéndome más hacia ella. No hay retorno.
Tiro de su pierna, envolviéndola en mi cadera, permitiéndole sentir mi
excitación y también que hoy iremos más allá de los simples roces y toques.
Sus manos se aferran a mis hombros, arañando mi ropa, impaciente por
despojarme de ella.
Torturo otro poco su cuello, antes de alejarme, permitiéndole sacarme la
camisa y la suya también. No espero demasiado para volver a poner mis
labios sobre los suyos, apropiándome incluso de los pequeños sonidos
placenteros que emite mientras mis manos exploran sus pechos. Quiero
todo de ella.
Sus manos se mueven entre nuestros cuerpos, buscando alcanzar la parte
baja de mi estómago.
―Despacio ―ordeno, frenando su avance. Se resiste ligeramente, antes
de que mis dientes se arrastren sobre uno de sus hermosos picos rosados. Se
agita al sentir cómo succiono con fuerza su carne y con la otra mano doy
pequeños pellizcos, prestándole atención a ambos.
―¡Josiah! ―gime retorciéndose.
Me deslizo con pereza premeditada por su cuerpo, besando su plano y
bronceado vientre, hasta alcanzar sus pantalones. Toco el elástico de su ropa
interior y hurgo hasta dar con su sexo. Busco su rostro, me observa curiosa
y evidentemente ansiosa, pero se mantiene quieta.
Exploro su humedad, antes de despojarla por completo de su ropa y
disfrutar de la hermosa imagen que proyecta. Su pelo extendido sobre la
manta, las marcas de mis besos sobre su piel y la pasión reflejada en su
mirada.
Desecho mis propias ropas, antes de suspenderme sobre ella. Acaricio su
rostro y deposito pequeños besos en sus mejillas, antes de encontrar su
boca.
―¿Sabes que no podrás librarte de mí, después de esto? ―Una sonrisa
socarrona se dibuja en su rostro. No hemos hablado mucho sobre el futuro,
somos conscientes de que aún queda mucho por vivir y aún más por asumir.
Es decir, lo que todos esperan de nosotros. Ella sabe que pronto estaré
tomando el control de Cádiz y con ello tendré muchas obligaciones. Las
cuales involucrarán a la persona que elija como mi mujer. Ella. Eso lo tengo
claro.
―Esperemos que seas bueno ―ronronea envolviendo sus piernas en mi
cadera. La punta de mi pene se frota contra su entrada, ella cierra los ojos y
aspira.
Me mantengo quieto, hasta que sus ojos se encuentran con los míos.
Tomo la base de mi miembro y lentamente empujo entre sus piernas. No
hay palabras y, sin embargo, no hacen falta, no hay nada que su mirada no
sea capaz de expresar y yo me pierdo en cada una de sus emociones. ¡Es
mía!
Lena (13)
―Eres buena.
Le disparo una mirada incrédula, pero Caden sonríe frotando su mano en
mi cabeza, revolviéndome de nuevo el pelo. Un gesto que parece disfrutar
demasiado últimamente. Es tonto, pero me agrada.
―No si me comparo contigo. ―Él tiene un toque especial con los
animales, es como si le entendieran, como si conectaran. Obviamente, yo no
lo tengo. Así que no existe punto de comparación.
―No uso mi habilidad con ellos ―niega incorporándose, mirando de
nuevo la pequeña cabra que permanece tumbada sobre un puñado de pasto
seco.
Ella es una de mis primeras pacientes. Una de sus patas se ha lastimado
en uno de los alambres del corral y la hemos inmovilizado, para evitar que
se rompa el hueso. Habría esperado que tratar con ellos no fuera sencillo,
pero no es tan malo como lo pensé.
―De todos modos, les gustas. ―Me encojo de hombros. El tiempo
parece transcurrir de prisa, he hecho más cosas de las que nunca imaginé.
En los últimos días he ayudado a Caden, sus tareas que no son nada fáciles.
Al igual que Josiah, asumen responsabilidad que implica mucho de su
tiempo y paciencia. ¡Mucha!
Josiah aún no asume el control por completo, a diferencia de Caden,
quien prácticamente dirige Jaim y parece gustarle. Responde a cada
necesidad o duda que las personas tienen y nunca se niega a atenderlos.
Ellos lo respetan, pero sobre todo le aprecian. Eso es tan maravilloso. El
señor Farah y Knut le ayudan, pero él se encarga de la mayoría de cosas.
Como un modo de entrenamiento, supongo. La seguridad está en manos de
Airem y lo hace demasiado bien. No tiene miedo a nada y es muy buena en
combate.
Sujeta mis hombros, inclinándose hasta que su rostro queda a la altura
del mío. Sus ojos fijos en los míos.
―No tienes que compararte con nadie, Lena. ―No puedo evitar mirarle,
sorprendida, pero justamente acabo de hacerlo―. Con o sin habilidades
eres especial.
―No realmente ―murmuro restándole importancia―. Hasta ahora no
hay mucho que haga o que maneje como lo hacen todos ustedes. Son muy
buenos, pareciera no costarles trabajo. ―Por no mencionar que al inicio me
resultó complicado levantarme tan temprano.
―Mentira. Eres buena curando y no digas que no como yo. Los primeros
animales de los que me hice cargo no fueron tan amables y he recibido
algunas mordidas y rasguños.
―¡¿De verdad?! ―Esos eran algunos de mis peores temores, pero hasta
ahora estoy intacta.
―Claro. Tu voz es tranquilizadora, así como tu presencia. No todos
tienen eso.
―Eso lo dices porque…
―Porque es la verdad, Lena. ―Sus manos abandonan mis hombros,
para sostener mis mejillas. Su nariz rozando la mía, un gesto cariñoso―.
No me gusta que te menosprecies.
―No…
―Lo haces y más de lo que incluso puedes darte cuenta. Aún es pronto
para rendirse y no encontrar algo que disfrutes.
―A veces me siento fuera de lugar ―admito, dando un suspiro―. Todos
tienen tareas y yo…
―A mis tíos les preocupas, pero si hablas con ellos estoy seguro de que
te dejarán ayudar en la clínica o hacer algo que te guste. No tiene que ser
necesariamente aquí, aunque, como verás, las manos extras son más que
bien recibidas.
Ladeo el rostro, mirándolo con atención.
―¿Desde cuándo te volviste bueno? ―Me mira confuso y aprovecho
para devolverle el gesto y sujetar su cara―. Siempre eras quien me hacía
llorar.
Resopla, dejando escapar una risilla.
―Era un niño, Lena. ―Se encoge de hombros―. Me gustaban tus
juguetes y ver los intentos de Josiah por protegerte. Siempre decía que eras
suya.
Reímos, recordando esos momentos.
―Lena… ―Ambos volvemos el rostro al escuchar la voz de Elise, quien
con los ojos muy abiertos nos mira desde la puerta del establo.
Evidentemente sorprendida por la postura tan cercana.
Me aparto, al notar la rigidez que muestra su figura y la inquietud de sus
ojos. No parece que sean imaginaciones mías, a ella le gusta Caden.
―No sabía que estabas aquí, Caden ―murmura reponiéndose de la
sorpresa, esbozando una tímida sonrisa, sin mirarlo directo a los ojos ni
tampoco a mí.
Creo saber el porqué. Nuestra postura no debe de haber sido muy buena
o mejor dicho algo rara.
―Ya terminamos. Toda tuya ―indica empujándome hacia ella. Se
supone que paso algunas horas con Caden y otras con Elise. Hasta ahora
son pocos los momentos que he podido ir con Airem, comparado con estos,
desde luego nada de salidas de la ciudad.
―¿No vienes? ―pregunta mirándola esperanzado. Sí, ella siempre
quiere incluirle o estar cerca. ¿Por qué no lo noté antes?
―No, tengo algunas cosas que atender. Las veo en la cena.
La cena, prácticamente desde que llegué a la ciudad, todos cenamos
juntos en casa de mis abuelos. Ellos adoran tener la mesa llena, incluso
Klaus. A veces sus padres también nos acompañan. Es divertido, sobre todo
por las viejas anécdotas y los episodios vergonzosos que el señor Knut
parece disfrutar narrando.
―Sí ―asiente haciéndose a un lado para que salga. Doy una mirada a
ambos, percatándome de que él parece completamente ajeno a ella. Eso no
me gusta. Porque hay un par de chicas que no pierden oportunidad para
coquetear. Lo único bueno es que él tampoco parece notar sus intentos.
¡Hombres! ¿Será que hay que golpearlos con un letrero que tenga escritas
nuestras intenciones? ¿O incluso ignorarían algo tan claro?
Sigo a Elise, quien se muestra incómoda, avanzando un par de pasos por
delante y mira a todos lados menos a mí.
―Es como mi hermano ―digo consiguiendo darle alcance.
―¿Qué? ―Me mira confusa, aunque veo cierto alivio.
―Caden es como un hermano ―digo―. No lo veo distinto. Así que no
tienes que preocuparte por mí.
―Yo…
―Te gusta ―susurro y sonrío ante su expresión confusa.
―Pero… No…
―Tranquila. No pasa nada. Somos amigas, ¿no?
―¿Tan obvia soy?
Me río y niego con la cabeza.
―Nadie como yo ―admito sintiendo un dejo de amargura. He tratado de
no pensar en él y lo consigo la mayor parte del tiempo, cuando tengo que
concentrarme en una tarea o cuando los escucho charlar. También funciona
cuando el cansancio me vence y termino dormida apenas toco la almohada.
Pero algunas otras veces es inevitable―. Pero no. Dudo que él lo note.
Suspira pasándose la mano por el pelo.
―¿Puedes no decirle nada? ¡Por favor!
―Tranquila ―digo tomándola del brazo―. De hecho, estaba pensando
ayudarte.
―¡¿Qué?! ―Me mira alarmada y eso me hace reír con ganas. Sí que
algunos conocen mis andanzas―. No, no es necesario.
―Claro que sí. Caden es más despistado que Klaus con las explicaciones
de Airem o yo con las recetas de mi abuela. Si no tienes un poco de ayuda,
esto llevará años. No queremos eso, ¿verdad?
―Puede que no le interese.
―No le interesará si no lo sabe. Además, tú me agradas y creo que son
tal para cual.
―¿Por qué lo dices? ―Me encojo de hombros.
―Eres ordenada y buena con las personas. Serías la mujer perfecta para
el líder de la ciudad, ¿no crees? ―Eso parece sorprenderla. ¡Elise! Ella
aparentemente solo piensa en él como en un chico cualquiera y eso es muy
bueno. No va en busca de una posición, sino de sus sentimientos.
―Lo que yo crea y él quiera es distinto.
―Uhm. No estoy de acuerdo, pero puedes estar tranquila, iremos de
poco en poco.
Creo que después de todo, esto será aún más emocionante. Puede que yo
no consiga a alguien, pero eso no significa que no pueda ayudar a los
demás.
Mai (3)
No es posible que esto sea real, es decir, siempre he soñado que sucede, lo
he anhelado, sobre todo después de ese primer beso, pero... Abiel no puede
estar besándome de este modo, como si estuviera desesperado, hambriento
de mí, como si lo necesitara. ¿Acaso he perdido el sentido sin darme
cuenta? ¿Aún estoy soñando? ¿Es así?
Aspiro por la nariz impregnándome de su fragancia, en tanto que mi
boca se llena de su sabor, que he probado antes, pero que ahora tiene cierto
toque salado de mi sangre. Mi sangre. Ha sido tan extraño.
Entonces rompe el beso, pero no se aleja. Me observa fijamente, no sé si
esperando a que me aparte o diga algo, en todo caso soy incapaz de hacer
cualquiera de las dos. Ni siquiera estoy segura de si podría mantenerme en
pie, si no fuera porque me aferro a él y porque su cuerpo me presiona contra
la pared de madera. Tampoco tengo idea en qué momento ha pasado esto.
Sus manos sostienen mi rostro, acunando mis mejillas con demasiado
cuidado. Sus ojos parecen más profundos, más intensos. No emite palabra
alguna, de nuevo su boca toca mis labios, ahora es más suave. Aun así me
roba el aliento. El beso dura solo unos segundos, antes de que se mueva a
mi cuello.
¡Sí!
He imaginado tantas veces esto, que no puedo creer que sea verdad.
Gimo echando la cabeza hacia atrás, permitiendo que su boca explore a su
gusto mi piel. Sus dientes rastrillan ligeramente, enviando una sensación
increíble que se instala en mi estómago y baja hasta mis piernas,
haciéndome temblar. Tengo la impresión de que sigo durmiendo o me he
perdido en algún momento.
―Lena ―susurra, su aliento golpeando mi garganta.
Sus manos ahora están en mi espalda, sosteniéndome firmemente. ¡Me
gusta! Paso saliva ante el ronco sonido de voz, que es más una especie de
gruñido salvaje. Siento cómo sus labios se abren y succionan, antes de
permitir que su lengua humedezca mi piel. ¡Oh, sí! Repite la acción, solo
que ahora es un poco más duro. Eso dejará marca, pero no importa, en lo
único que puedo pensar es en lo bien que se siente, en aferrarme a sus
brazos y esperar a que no se detenga...
Su boca desaparece antes de que su cuerpo se mueva, dejándome confusa
y necesitada de más.
―Diría que lamento interrumpir, pero en este caso no lo hago.
¡Oh, no!
Me tambaleo adormecida con su toque e incapaz de reaccionar del todo.
Abiel está delante de mí. Su brazo todavía me sostiene, pero su cuerpo
bloquea mi vista de quienes han interrumpiendo y fueron testigos de lo que
ha pasado. El señor Knut y Farah, quienes nos miran no muy contentos.
Creo que puedo hacerme una idea, no ha sido una imagen demasiado
inocente y el hecho de que soy un manojo de hormonas alocadas, no ayuda.
Busco mi voz, pero lo único que sale de mi boca es un jadeo extraño, que
hace a Abiel tensarse a un más y aferrar mi cintura, pegándome a su
espalda.
Esto es confuso, su actitud es defensiva, como si los considerara
enemigos y no como si acabaran de encontrarnos en una situación no muy
cómoda.
―Necesitamos que nos acompañes, Abiel. ―El padre de Airem parece
preocupado a diferencia del señor Knut que mantiene una sonrisa ladina,
como si estuviera conteniendo una risa. Él es tan él, tan Knut. Eso siempre
dice Elise y tiene razón.
Abiel no se aparta ni responde, lo que parece inquietarlos. Yo lucho por
procesar todo. Desde que ha aparecido evitando que fuera golpeada,
siguiendo por su toque y ahora el hecho de que parecen temerosos.
El movimiento detrás de ellos me hace desviar la mirada, para encontrar
a Neriah, el padre de Klaus, quien también luce alarmado. Su presencia
agita aún más a Abiel, quien se mantiene firme delante de mí, como si
necesitara protegerme.
―¿Necesitamos ayuda para que vengas con nosotros? ―inquiere Knut,
descruzando los brazos y señalando a Neriah.
¿Ayuda? Es evidente que piensan que Neriah puede contenerlo, y eso es
absurdo. Es decir, no ha pasado nada malo, no tendrían por qué actuar de
este modo.
―No voy a dejarla sola ―declara, su voz volviendo a ser la misma de
siempre, a pesar de que se muestra intranquilo.
―Caden cuidará de Lena mientras hablamos ―asegura Farah―, será
solo un momento.
―No... ―Quiero negarme, pero Abiel me interrumpe.
―Bien, iré ―responde girándose hacia mí. Su mano acaricia mi rostro,
pero sus ojos se centran en mi cuello. Hay un atisbo de malestar y ahora
también se muestra preocupado―. No pasa nada, necesito hablar con ellos.
―No puedes irte sin hablar conmigo ―exijo sosteniendo su mano, antes
de que retire su toque de mi cara. Asiente con un ligero movimiento de
cabeza y con poca disposición retrocede, hasta que sale de la pequeña
habitación, que ahora me parece demasiado pequeña para tantas personas
reunidas entorno.
―Quédate con Caden ―ordena el señor Farah, dándome una extraña
mirada.
Antes de que pueda preguntar por él, Caden aparece y se mantiene junto
a la pequeña puerta hasta que se han ido. Parece indeciso, pero da un par de
pasos y toca mi cuello. Siento algo cálido recorrer mi piel y luego
desaparecer tan rápido como llegó.
―¿Estás bien? ―pregunta tocando suavemente mi brazo. Él también
está preocupado, es menos bueno en eso de ocultar sus emociones.
―¿Qué ha sido eso? ―murmuro desplomándome completamente contra
la pared―. ¿Por qué se lo han llevado? ―No me gusta su actitud ni lo que
parece. ¿No se supone que tendrían que hablar también conmigo?
Caden frunce los labios, como si estuviera inseguro de hablar y eso
despierta mi inquietud.
―Él no hizo nada malo.
―No, no lo hizo ―dice relajándose un poco―. Solo quieren hablar con
él. Es todo.
―Pero... ―Sacude la cabeza y, tomándome de los hombros, me conduce
hacia la puerta.
―Vamos con la abuela, ahí puedes esperarlo.
Desde luego que quiero hacerlo, esto ha sido tan inesperado y confuso.
Aunque probablemente la peor parte es que todos ellos hayan sido testigos,
lo que significa que llegará a oídos de mis padres. Me detengo de golpe. No
estoy segura de que les guste. Mi padre ha dejado claro que no le
importaría, pero tanto él, como mi madre saben de la pareja de tuvo Abiel y
que se supone no puede volver a enamorarse de nadie. Apenas estaba
tratando de asimilarlo, pero esto no ayuda en nada.
―Aún no termino con los animales.
―Klaus puede ocuparse ―asegura obligándome a retomar la marcha―.
Vamos.
―¿Seguro que está bien? ¿No debería estar con él? No me obligó a
hacer nada, Caden. Te lo aseguro. ―Esto es malo, ahora que lo pienso, ellos
podrían creer que estaba forzándome o algo parecido. Quizás por eso se
mostraban tan raros. ¡Oh, no! De nuevo estaría metiéndolo en problemas―.
Quiero ir.
Me detiene y suspira antes de mirarme compasivo.
―Ellos saben lo que hacen, por ahora es mejor que te quedes conmigo.
―Pero creo que están exagerando. No pasó nada.
―Lena. ―Me mira con severidad, inclinándose ligeramente―. Solo
quieren asegurarse de que no es peligroso para ti.
―¡¿Qué?! ―¿Por qué pensarían algo así? ¿Peligroso? ¡Já! Siempre he
pensado que yo soy quien es peligrosa para él, pues parece temerme. A
pesar de que no lo demostró hoy.
―Quería morderte, Lena ―explica mostrando algo de desazón,
dejándome pasmada. ¡¿Morderme?!―. No la viste, pero dejó una pequeña
marca en tu cuello.
No tengo palabras que debatir, algo me indica que tiene razón. Lo sentí,
lo vi en sus ojos. No eran como normalmente suelen ser, parecían más
intensos, más salvajes.
Él aprovecha mi desconcierto y me conduce hacia la casa. Elise nos mira
sorprendida al vernos entrar, al mismo tiempo que parece aliviada de
comprobar que Caden está bien.
―He terminado ―explica tomando un par de recipientes y le dirige una
mirada a Caden, quien asiente―. Voy con mi madre, vuelvo más tarde.
Me dedica una sonrisa incómoda y se va, dejándonos solos. Eso seguro
no le agrada mucho, he arruinado su momento a solas.
―Tú sabes lo que es él y cómo les afecta la sangre ―comienza a decir,
mirándome comprensivo―. No bebió, pero parece que tenía la intensión y
sabes que eso va contra las reglas.
¡La sangre! Fue por eso que parecía extraño.
Antes de que pueda formular una respuesta, lo siento. Me doy vuelta tan
rápido como soy capaz y voy directo hacia la puerta, ignorando la protesta
de Caden. No me sorprenden los susurros y la conmoción de las personas
que miran en su dirección.
¡Ha venido!
No esperaba que fuera tan rápido, aunque debí suponer que no
guardarían el secreto.
Mi padre, acompañado por el señor Danko y Haros, avanza por la calle,
captando toda la atención de los ciudadanos. Incluso algunos han salido de
sus casas para verlos. Sus pálidos y atractivos rostros y atuendos oscuros,
contrastan con el aspecto de las personas que los miran anonadados. No es
que no los hayan visto antes, pero es un hecho que han sido muy pocas las
veces que han venido a Jaim. Especialmente los tres.
―Papá ―digo interponiéndome en su camino. Es difícil saber qué
piensa, rara vez cambia su expresión, al menos cuando hay alguien más
presente que no sea yo o mi madre. Me mira de pies a cabeza, su mirada
centrándose en mi cuello. Inconscientemente me llevo la mano ahí, a pesar
de que sé que no hay nada ahora, no obstante, él parece saber qué pasó―.
Él no ha hecho nada.
Los señores Danko y Haros enarcan una ceja, interrogantes, como si no
creyeran mi afirmación. Y es que aunque no haya evidencia, sé que debo
llevar aún el aroma, lo que indica que sin duda deben saber que me besó.
―Nadie está en problemas ―responde el señor Danko―, solo hemos
venido para hablar.
Eso no se lo creen ni ellos mismos. No vendrían en grupo si se trata solo
de eso, podrían haberle pedido que fuera a Cádiz o esperar que lo hiciera.
Me acerco a mi padre, tomando su mano y mirándole suplicante. Sé que
él me quiere y que siempre ha confiado en mi palabra, a pesar de que no
todo es tal como lo pinto.
―Promete que no le pasará nada.
Esboza una pequeña sonrisa y acaricia mi mejilla.
―Lo prometo. Por ahora, ve con Caden. Hablaremos más tarde.
Caden tira de mí y ellos siguen su camino hacia la casa de Farah. Es solo
a un par de metros, pero ninguno parece dispuesto a permitir que hable con
él.
Abiel (4)
¡Oh, oh! Eso no lo esperaba. Parpadeo atónita, sin saber qué responder. Es
demasiado por asimilar. Él sonríe ligeramente de lado y eso acaba conmigo,
la poca cordura que me quedaba. Este hombre es tan irresistible. ¡Quiero
colgarme de su cuello y besarlo hasta que me canse!
―¿Lo dices en serio? ―consigo decir, sintiéndome un poco fuera de
lugar. Los últimos acontecimientos me parecen irreales, demasiado buenos
para ser verdaderos.
―Sí ―susurra besando mi frente―, pero hay algo que tienes que saber.
¡Oh, no! Creo saber lo que viene y no se puede evitar.
―Si es sobre la mujer que amaste ―me anticipo mirándole con
seriedad―, no hace falta, ya lo sé. ―Mi afirmación no parece sorprenderle.
―¿También sabes que se supone que un vampiro ama solo una vez?
―Mis labios forman una línea tensa, al tiempo que retrocedo un par de
pasos, rompiendo el abrazo. Más que por gusto, porque necesito un respiro
y ordenar mis ideas. No quiero arruinar el momento. Pensé que esto no
resultaría tan difícil, pero en cierta forma lo es. No es que no comprenda
que, debido a la diferencia de edades, el lleva una larga lista de vivencias
que ha experimentado antes, pero a pesar de eso es incómodo.
―Sí, mi padre habló conmigo sobre eso ―explico sin saber qué hacer
con mis manos, que echan de menos su espalda; lo mismo que parece
ocurrirle a él, quien de mala gana las ha dejado caer a sus costados―. No
específicamente sobre ti, obviamente. ―Sí, esto es difícil.
―No voy a mentirte. ―Tomo aliento, luchando por mantener la
expresión serena―. Aunque no debería ser, me gustas, me siento atraído
por ti.
―¿No crees que sea solo por la sangre?
―Es todo lo contrario, tu sangre me resulta tan atrayente por lo que
despiertas en mí.
Una sonrisa involuntaria se forma en mi cara, a pesar de que él sigue
tenso. No es sencillo, menos para alguien como él que siempre deja ver
poco de sí mismo.
―Creo que no necesito decir lo que siento por ti, ¿verdad? ―Soy cero
discreción. Lo único que me ha faltado es escribirlo en los muros o paredes
de la ciudad. Eso me hace sentir un poquito torpe, pero a él no parece
importarle.
―Ella forma parte de mi pasado y es algo que no se puede borrar ―dice
con un atisbo de tristeza.
―Respeto eso, Abiel.
―A pesar de todo lo que mi juicio y consciencia dicen, quiero que lo
intentemos. ―Se rasca la cabeza, luciendo realmente perdido―. Si tú
quieres…
―¡Lo quiero! ―exclamo pareciendo un poco desesperada, así que me
aclaro la garganta―. Me refiero a que entiendo lo que quieres decir, probar
si funcionan las cosas.
―Puede que no lo hagan y quiero que lo tengas en mente, si sientes que
no es lo que deseas, que no lo quieres, puedes decirlo ahora y yo
respetaré…
―Abiel ―lo interrumpo frunciendo el ceño―. Entiendo lo que implica.
Como te dije, mi padre habló acerca de ustedes y sé un poco de tu historia.
Comprendo que tal vez nunca puedas quererme de verdad, que podrías solo
sentirte atraído, pero no lo sabremos si no lo intentamos.
―No es algo que te merezcas, Lena. Siempre he pensado que mereces a
alguien que pueda darte su corazón por entero. Alguien… ―Freno sus
palabras, colocando mis dedos sobre sus labios. Es noble y al mismo tiempo
tonto su argumento. Porque a pesar de saberlo y de tratar de poner distancia,
mi cabeza siempre ha estado con él. Dudo que consiga alejarme o que,
como decían, sea solo un capricho.
Soy joven y puede que no conozca demasiado del amor, pero lo que
siento por él es verdadero y fuerte. Ni Klaus y sus intentos ni mirar a otros
chicos ha conseguido que deje de pensarlo.
―Soy yo quien debe decidirlo, ¿no? Y yo te quiero a ti, Abiel.
―Sostiene mi mano, frotando la palma en su rostro.
―Quiero que te sientas cómoda en todo momento y que tengas en mente
que no haré nada que te haga sentir presionada. ―Lo dice como si se tratara
de una orden o un discurso célebre.
―De acuerdo. Iremos lento, puedo con eso. Pero… ¿al menos me vas a
besar? ―Sonríe y tirando de mi cuello, une nuestros labios. Lento, cálido y
gentil. En serio que podría hacer esto por mucho, mucho tiempo.
De nuevo alguien se aclara la garganta, me alivia saber que ahora solo se
trata de Caden. Abiel rompe el beso, pero no luce preocupado o arrepentido
y eso es genial. No quiero volver a experimentar la misma sensación de
aquel momento en el que creí que sufría.
―Han dicho que quieren llevar las cosas lento y eso me parece un poco
rápido ―murmura luciendo incómodo. Tengo la impresión de que no está
aquí por mera casualidad o voluntad propia, lo que me recuerda que aún
hay algunos fundadores ahí afuera, entre ellos mi padre, que quizá quiere
hablar conmigo.
Tal como si lo hubiera llamado, la puerta se abre y él entra, ahora solo
seguido por Farah. ¡Uf! Menos mal. No es que los demás no me agraden, es
solo que ellos son menos discretos. Y aunque mi nivel de desvergüenza es
alto, no puedo con sus miradas y sonrisas.
Dudo un segundo antes de hacerle un gesto a Abiel, quien asiente. Libera
mi mano y me arrojo a los brazos de mi padre.
―Puedes volver a tus tareas o quizás quieras saludar a tu padre antes de
que se vayan.
Caden no lo piensa y sale en seguida.
―A tu madre le gustaría que la visites ―dice mi padre dedicándome una
pequeña sonrisa cómplice. ¡Lo adoro! Me pongo de puntitas y beso su
mejilla. Sí que le he echado de menos.
―Quizá muy pronto esté de vuelta ―aseguro mirando de reojo a Abiel,
que de nuevo ha vuelto a ser el hombre todo rudo y serio. ¡Me encanta!
―¿No habrá problema, Farah? ―inquiere mirándolo―. Escuché que te
asignaron algunas tareas. No quisiera que las dejaras tiradas.
―No hay ningún problema ―responde él guiñándome―. Lena es un
refuerzo que siempre será bienvenido, cada que así lo decida, pero que
puede ausentarse sin problemas.
―No se preocupen por eso, ayudaré toda esta semana, como ya estaba
acordado ―digo mirando a Abiel, quien no parece tener problemas con
ello. Ha dicho que vayamos despacio, así que pienso cumplir. Demostrarle
que soy bastante madura para no dejarme llevar por la emoción y los
impulsos, a pesar de que estoy que salto en un pie por dentro―. ¿Puedes
saludarla de mi parte y decirle que la quiero mucho? Y que estoy bien.
―Claro que sí, hija. Solo ten cuidado.
―Lo haré. ―En serio que adoro a mi padre. Él sabe lo que pasó con el
establo, pero no está presionando para que lo hable, me conoce demasiado
bien, como para no saber que no me gusta entrar en detalles. Además, he
aprendido que, con ellos, no hacen falta demasiado las explicaciones. De
alguna u otra manera se enteran de todo.
Ahora que lo pienso, quizá por eso Caden está siendo precavido con
Elise. Sobre todo con el señor Knut detrás de ellos. Pobres. Por el tiempo
que me quede, intentaré ayudarles. Además, aún tenemos una salida
pendiente con Airem y Josiah. Espero por ella y supongo que no hay
problema.
Mi padre besa mi frente y acaricia mi cabeza antes de despedirse y salir
de casa. El señor Farah lo sigue y Abiel pretende lo mismo, pero me
adelanto y tiro de su brazo reteniéndolo.
―Solo un segundo ―pido antes de tirar de su camisa y plantar mis
labios en su cuello, imitando lo que hizo conmigo. Noto cómo se pone
rígido y emite un pequeño sonido parecido a un gruñido. Me río aún contra
su piel, comprobando cómo le afecto. Me gusta―. Tenía un poco de
curiosidad ―digo retrocediendo, dándole una mirada inocente.
Sonríe sacudiendo la cabeza.
―Te veo pronto. ―Asiento sin querer presionar. Que haya admitido que
le gusto y que quiere que lo intentemos ya es un gran avance. ¡Uno enorme!
No es como ser novios, los vampiros no usan mucho eso. Ellos
simplemente nombran mujeres a sus parejas, pero ya cuando están
comprometidos a otro nivel... No hay algo previo. No tengo problemas,
siempre y cuando me deje probar un poco, estoy más que feliz. ¡No lo
puedo creer!
Salto, llevándome las manos a la boca, reprimiendo un gritillo.
¡Funcionará! Sé que lo hará. No te arrepentirás, Abiel.
Caden (3)
Contemplo los cimientos de lo que será la nueva extensión del muro. Para
llevar una semana trabajando en ello, es demasiado el avance y eso sin duda
es bueno. Parece que estará prácticamente terminado antes del cambio de
mando de la ciudad.
―Estos son los planos generales para la distribución de las viviendas
―explico a quienes están a cargo, aprovechando que es la hora del
descanso y del almuerzo.
―¿Se tiene pensado poner características en particular? ―pregunta
Zafih, uno de los híbridos mayores, pero tiene la fuerza de alguien de veinte
años.
―No había pensado en eso ―admito frotándome la barbilla―, pero creo
que eso dependerá de quien ocupe la vivienda.
―Creo que bastará con hacer los cimientos y lo básico, ¿correcto?
―interviene el señor Farah.
―Así es.
―¡Caden! ¡Tío Farah! ―Tanto yo como ellos, volvemos hacia donde
Lena y Elise se encuentran, acercándose a nosotros. Vienen cargadas con
canastas y recipientes de agua.
«Se parece tanto a su verdadera madre», el pensamiento que percibo de
Brad, otro de los híbridos, me paraliza. Le miro, pero él ha desviado el
rostro y finge interés en los planos. De nuevo dirijo mi atención a ambas,
que son completamente ajenas. Ninguna de ellas puede escuchar los
pensamientos, como lo hacen algunos híbridos. Sé que no se refiere a Elise,
porque ella es muy parecida a su madre y eso solo deja a Lena. ¿Su
verdadera madre?
―Trajimos la comida ―dice con entusiasmo, elevando la canastilla―.
¿Vienen? ―pregunta en general. Algunos de los hombres, así como ciertos
híbridos, se acercan, también el señor Farah y Neriah, quienes fungen como
guardias.
Todos rodean la improvisada mesa que hemos establecido para los
platos, que han sido recogidos y apartados. Por primera vez noto algo. Los
híbridos tienen cierto recelo con ella. Y nada tiene que ver con el hecho de
que sean precavidos. Porque ambas llevan la sangre mezclada, pero sus
miradas curiosas o evaluativas se centran en Lena.
―¿No comes? ―pregunta tirando de mi brazo―. Mira que Elise se ha
esforzado mucho ―murmura dedicándome una sonrisilla.
La sigo, aunque mi mente está en otra parte. ¿Será posible que sea
verdad lo que ha pensado Brad?
―No pensé que llegaría a ocurrir esto ―admito, con la vista puesta
sobre la puerta, por la que hace solo unos minutos han desaparecido mis
hijos. Ya no son unos niños, aunque ciertamente todavía son jóvenes; sin
embargo, sus mentes están más que preparadas. No hay duda de que están
listos para asumir el lugar que designé para ellos, apenas mis ojos se
posaron sobre sus pequeños rostros.
―Ninguno de nosotros lo hizo ―comenta Haros, apoyado
tranquilamente a un costado de la pequeña ventana, la única del salón―.
Odio decir esto, pero puede que en esta ocasión Gema tenga razón.
Deberían hablar con Lena, hacerle saber la verdad.
Mal comentario. Al más interesado, no le ha gustado nada.
―¿Con qué propósito? ―inquiere Armen, mostrándose un poco a la
defensiva. La idea de que su hija pueda repudiarlo lo tiene muy inquieto.
Porque en dado caso, sería admitir que, debido al conflicto con Alón, su
madre murió en aquella cueva y también lo hizo el vampiro que la
engendró, esperando que no se tratara del mismo desgraciado que intentó
arrebatarles la vida a mis hijos y a mi mujer. Sin importar los motivos
oscuros que su nacimiento tuvo, podría no tomarlo de buena gana y eso es
lo que nos ha frenado a todos.
Ser el producto de la obsesión de un demente, con el único propósito de
morir, no es la mejor explicación que se le pueda dar a nadie, mucho menos
a alguien como ella. Definitivamente y contra lo esperado, porque todos
pensamos que sería la primera en oponerse a hacerle saber la verdad, Gema
no tiene razón esta vez. Es mejor que continúe ignorándolo.
―Sería remover la tierra húmeda, sin sentido ―murmuro negando con
la cabeza―. Los híbridos conocen las reglas, aunque lo piensen, jamás lo
darían. Ya lo comentó Caden, ellos no tienen contacto con Lena y, en todo
caso, podemos darles un pequeño recordatorio. Si es necesario.
Esperemos que no sea el caso, no porque no se les pueda controlar, sino
sencillamente porque hasta el momento las cosas han llevado un curso
tranquilo, que ha permitido aumentar la confianza entre vampiros y
humanos. Dejando de lado la mezcla y situando a los híbridos como parte
de la sociedad. Pareciera que incluso se han olvidado de las diferencias que
existen. Aunque aún es necesario seguir trabajando, esperando que, en un
futuro no muy lejano, sea posible vivir dentro del mismo espacio, sin que
existan conflictos. Ese era uno de los mayores sueños de Henryk.
―No creo que Caden haga algo como eso ―opina Haros, haciendo una
mueca―. En mi opinión, tu hijo es demasiado correcto para intimidar a
alguien.
Demasiado correcto. Eso no es algo que pueda considerar negativo. La
sensatez es algo que no todos tienen y que es más que beneficiosa. Después
de todo, hemos llegado hasta aquí debido a la irresponsabilidad de muchos.
No solo humanos, también vampiros. Nuestra existencia llegó a ser más que
buena en un tiempo, a pesar de ser llevada paralelamente a la de los
humanos, hasta que la ambición se impuso y nos vimos enfrentados.
―Él haría cualquier cosa para proteger a Lena ―aseguro―, la quiere
como si fuera su propia hermana. Esa es la razón por la que ha venido
directamente a nosotros, a pesar de no tener la certeza de obtener una
respuesta de nuestra parte.
―Nadie ha dicho que no tenga derecho. Es suficientemente racional para
entender, lo mismo que Lena, ella tiene la edad suficiente para
comprender…
―No hay nada que lo garantice ―replico, más que consciente de la
intranquilidad de Armen―. Lena es especial ―digo con cautela,
expresando lo que más de alguna vez habrán percibido―, ¿nunca te has
preguntado cómo es vivir rodeada de vampiros que no necesitan externar
siempre sus pensamientos, que no se alimentan del mismo modo, que son
demasiado silenciosos y que siempre escuchan lo que haces? A veces tengo
la impresión de que se siente fuera de lugar. ―Creo que nadie podría
culparla. Con excepción de algunos, somos demasiado viejos,
experimentados y conocemos muy bien nuestras habilidades,
aprovechándolas al máximo. Eso nos convierte prácticamente en sombras,
en seres silenciosos.
―Todos la amamos ―expresa luciendo incómodo, ante la declaración
de afecto por su parte.
―Y ella lo sabe, pero eso no evita el asunto. ―Miro a Armen, quien
asiente―. Es un hecho que este pequeño descanso, conviviendo con los
humanos, le ha servido mucho, como para que tengamos que complicar las
cosas.
―Solo digo que…
―Puede que más adelante ―interrumpe Armen, recuperando su
acostumbrada postura imperturbable―, por el momento su relación con
Abiel está siendo de ayuda. Creo que no es algo que sea indispensable y que
puede esperar.
―Quizá nunca se necesite decirle. Tal como hemos decidido cuando fue
traída a este lugar, ella es una de nosotros, no importa su origen. ―Su
padre.
―De acuerdo. ―Suspira Uriel, dejando su postura relajada―. ¿Le dirás
a Gema lo que ha ocurrido? No creo que lo tome con tanta calma.
Le dedico una mirada molesta, volviéndome completamente hacia él.
―¿Estás tratando de crear problemas, Uriel? ―Su boca se estira un
poco, pero no sonríe del todo.
―No. ¿Por qué piensas eso? ―pregunta con aire inocente, aunque sus
ojos dicen otra cosa. Armen también lo observa con atención, aunque no
parece preocupado.
―Casi nunca estás del lado de Gema ―señalo mirándolo con
curiosidad. Se encoge de hombros.
―He de admitir que tal vez quiera algo de diversión. ¿Cuándo fue la
última vez que discutieron? Ni siquiera cuando Abiel besó a Lena subieron
las voces, cosa que yo esperaba, porque ella no parecía muy contenta con la
elección. No puedes culparme por querer verla en acción.
―Eres demasiado retorcido ―mascullo―. ¿Sabes? Podría contarle
algunas cosas interesantes a Irina y ahí también obtendríamos algo de
diversión.
―Uh. ―Me mira divertido―. Ella sabe que es la única mujer que me
importa. Y que mantengo las distancias con todas.
―¿Por qué no has probado con Mai? ―inquiere Armen, tomándome por
sorpresa.
―¡Hey! He estado tratando de defenderte ―reprocho, dedicándole una
mirada molesta―. No deberías estar dándole ideas.
―Tengo curiosidad.
―¿Verdad que es tentador? ―dice con una sonrisa burlona―. No lo he
intentado con Mai, porque nunca me creería y es demasiado tranquila como
para golpearlo. Además, él es más empalagoso que tú y yo puede que
incluso más que los rubios.
Sacudo la cabeza, no desmintiendo sus palabras. Mai no caería en sus
provocaciones y la mayoría sigue mirándome con reservas. Eso asegura que
es la única que puede llegar a mí.
Nuestras sonrisas desaparecen, de nuevo reflexionando sobre el asunto
que nos ha traído hasta esta sala que no permite que los demás puedan
escuchar.
―Por el momento es mejor que las cosas sigan como hasta ahora. Lena
ha dicho que regresará a Cádiz en unos días, así que no es necesario
precipitar las cosas. Lena es mi hija, no importa lo que diga su sangre u
otros piensen.
―Pediré a Neriah que mantenga la atención sobre ellos, solo para estar
seguros.
―Yo también hablaré con Farah.
Farah (2)
Los dedos de mis manos se pierden entre sus suaves cabellos, atrayendo aún
más su cabeza, desesperada por sentirlo. Amo la forma en que su lengua
lame mi piel, dibujando con precisión el contorno de mis pezones, antes de
succionarlos con fuerza y hacerme caer contra la cabecera. Gimo alto
cuando sus dientes raspan, enviando sensaciones hasta la punta de mis pies.
¡Sí!
Distingo la satisfacción en sus ojos cuando nuestras miradas se
encuentran, su boca aún sobre mí, una de sus manos cubriendo mi pecho
libre, antes de darle la misma atención. Agito la cabeza, perdida en el placer
del momento, como siempre que me toca.
―Te quiero ―gruñe moviéndose despacio hasta que se coloca entre mis
muslos, abiertos para él. Elevo las caderas, dándole una clara señal de lo
preparada y ansiosa que estoy por sentirlo.
Sus labios caen sobre mi boca, callando los sonidos que emito y no me
molesto en reprimir, al tiempo que me penetra. Es lento, tan preciso e
increíblemente ajustado que me roba el aliento. Degusto su lengua,
probándome a mí misma, eso solo me excita aún más. Sus manos van a mis
caderas, una de ellas tomando una de las mejillas de mi trasero, de modo
que me sostiene como desea. Su piel húmeda se funde con la mía.
Se hunde hasta la base, quedándose quieto. Al instante me agito
retorciéndome, más que inconforme. Él ríe, dándome un beso rápido. Sabe
que me mata cuando hace eso, me desespero porque comience a moverse y
me haga volar.
―¡Josiah! ―protesto intentando moverme, para sentir esa anhelada
fricción entre nuestros cuerpos, pero sin conseguirlo. Presiona el suficiente
peso para inmovilizarme sobre el colchón.
―Chica impaciente ―dice apretando mi carne, haciéndome quejar y
mirarle mal.
Estoy a nada de empujarle y buscar yo misma mi liberación, pero sale y
antes de que pueda protestar, entra de golpe, haciéndome soltar un jadeo.
Sus labios esbozan una sonrisa perversa, al tiempo que repite la acción.
Pierdo mis ganas de discutir y todo pensamiento racional cuando su ritmo
acelera, golpeando el lugar correcto.
Lanzo una mirada por encima de los cultivos, en dirección de las casas, a
pesar de no tener una buena vista de la mía. Ese chico está otra vez aquí.
―Deja de ser un gruñón.
―Es mi hija…
―Y una mujer, Farah. ¿Te gustaría más que estuviera afuera, expuesta a
algún peligro?
―Si él permite que le ocurra algo, demostrará que no es digno de ella.
Johari ríe, luciendo divertida y no puedo evitar mirarle molesto.
―No es divertido.
―Lo es. Nunca pensé que serías un padre tan celoso y sobreprotector.
Eso en cuanto al hecho de que Airem es capaz de cuidar su propia espalda.
Es mi hija, no puede ser de otro modo.
―Grr ―gruño no conforme con su réplica―. Sabes que no es eso lo que
me disgusta. Aún es demasiado joven, justamente por eso prefería a Caden,
es demasiado razonable.
―Lento, diría yo. ¿Qué? No me vengas con eso, tú no guardaste tus
manos para ti mismo cuando estuve contigo. No te hagas el ofendido.
Abro y cierro la boca mirándole sorprendido. Es la primera vez que saca
eso a colación.
―Es distinto. Éramos lo suficiente mayores y nunca te lastimé…
―No me estoy quejando. ―Tira de mi cuello, acercando nuestros
rostros―. Eras molesto, pero estabas dispuesto a todo por mantenerme a
salvo. Eso es algo que nunca olvidaré. ―Afloja su agarre, poniendo
distancia y volviendo a parecer indiferente. Es consciente de que tenemos
compañía―. No es como si pensara mudarse mañana.
―Antes decías que no se lo iba a pensar.
―Tu hija lo adora y él a ella. Airem es bastante terca y testadura, si
puede manejarla, significa que es el hombre correcto. Te lo digo por
experiencia.
Ante eso no tengo nada que decir. Doy una rápida mirada detrás de
nosotros, y todos parecen concentrados en sus deberes, así que tiro de su
brazo y robo un apasionado beso. Adoro a mi mujer.
Lena (20)
Mis manos golpean algunas ramas secas y frescas también, las cuales se
tambalean, prácticamente cediendo a mi toque. Verlas sucumbir a algo tan
débil, me hace pensar en mis emociones y en lo cobarde que soy. La más
grande cobarde de Cádiz, esa soy yo. No he sido capaz de confrontarlo, ni
siquiera he querido mencionar mi pequeña e inoportuna visita a sus
habitaciones. Tengo miedo.
Abiel no es malo, todo lo opuesto, me doy cuenta de que no quiere
lastimarme. Ayer estuvimos juntos toda la tarde, hablando de todo y nada al
mismo tiempo, simplemente mirando la puesta del sol hasta que cayó la
noche. Me sostuvo contra su pecho, besando mis sienes, mi pelo y un poco
mi boca, pero hasta ahí. Fue atento y dulce, ignorando mi vestido ligero y el
escote, sus manos se mantuvieron en mi cintura, sin subir o bajar. Sin dar
indicios de algo más.
Después de torturarme reflexionando sobre qué hacer, decidí no
rendirme, pero su actitud un tanto distante me hace titubear.
Y es que soy tan masoquista que no dejo de pensar en lo poco que busca
obtener de mí, cuando estoy segura de que con ella no fueron simples besos
o caricias. Eran amantes en toda la extensión de la palabra. Mi lado racional
dice que está tomando las cosas con calma, que no quiere presionar y que
cuando llegue el momento avanzaremos. Sin embargo, mi lado cruel dice lo
contrario, Abiel no me desea y solo está siguiéndome la corriente, para no
herir mis sentimientos. Él me confunde demasiado y haber escuchado ese
nombre salir de sus labios, lo hace mucho peor.
Comprendo que soy joven e inexperta, pero no tanto para no saber un
poco sobre intimidad o querer experimentar algo más que besos y sostener
nuestras manos. Y es que tener a Airem y Josiah próximos no ayuda. Son
terribles.
Ignorando el hecho de que mis zapatos terminarán cubiertos de polvo,
doy un par de patadas, lanzando una lluvia de tierra delante de mí. No
conforme con ello, golpeo un par de piedras que salen disparadas,
aterrizando a varios metros de distancia. Esta es mi manera de liberar un
poco de frustración, porque me he esforzado bastante para no mostrar lo
que me inquieta.
Casi lo he conseguido con la ayuda de Urielcito o Uri, como se llama la
nueva mascota de Alain y de la tía Elina. Recordar cuando lo llamó delante
del señor Haros, usando su nombre, y su expresión atónita, casi me hace
sonreír. Él estuvo tan molesto, exigiendo que lo cambiaran, pero a Irina le
encantó y no pudo más que darse por vencido. Supongo que al final seguirá
siendo Uriel, ya prácticamente todos lo nombran de ese modo.
Josiah es el único que ha notado que algo no va bien, me conoce
demasiado y me ha costado mucho desechar sus sospechas. Justo por eso he
tenido que aceptar esta salida, que ha perdido todo lo atractivo que llegué a
ver en algún momento. Pues la primera vez que lo sugirieron, pensé en
invitar a Abiel, a quien ni siquiera se lo mencioné, no queriendo verlo.
Esa es otra cosa que me molesta de mí misma, no quiero verlo, pero
recordar e imaginar lo que llena sus sueños me hace sentir celos y prefiero
mantener un poco las distancias. Tonta.
Me impulso, saltando sobre un grupo de rocas, alcanzando la cima y
desciendo del otro lado, aumentando la distancia entre el par de
enamorados, que no podía esperar para ponerse las manos encima. Estoy
tan perdida en mis pensamientos que tardo en percatarme de que me
encuentro sola.
Sus ojos claros, tan parecidos a los de Caden, Airem o los míos, me
observan con detenimiento, pero sin rastro de sorpresa o temor. Eso no es
bueno.
Un escalofrió me recorre de pies a cabeza, mi instinto me pide dar media
vuelta y huir deprisa. Estoy a punto de hacerlo, pero…
«No temas, Lena». Su voz es clara y me paraliza al instante. ¿Por qué…?
¿Por qué puedo escucharlo? ¿Por qué sabe mi nombre?
Una pequeña sonrisa aparece en su rostro, su cuerpo aún inmóvil, sin dar
muestras de querer atacarme o acercarse. Eso de alguna manera me hace
quedarme quieta, movida por la intriga.
«Es bueno verte de nuevo. Ahora eres una mujer».
Retrocedo un paso, odiando que pueda entrar en mi cabeza, más que lista
para gritar y llamar a Josiah. Es un extraño, sin importar que se trate de un
híbrido, porque esos ojos no los tiene cualquiera.
«Espera», pide inquieto, al leer mis intenciones. «¿No te gustaría saber
quiénes son tus verdaderos padres?». Su pregunta me hace tambalear y dejo
escapar un jadeo involuntario.
¿Qué acaba de decir?
«Tú eres como yo, no como ellos».
―¿Quién eres? ―digo luchando contra el pánico que crece dentro de mí.
Es imposible lo que están queriendo dar a entender, pero por algún motivo
necesito saber qué pretende.
«Soy parte de tu verdadera familia. Yo te vi llegar a este mundo, Lena.
¿Sabes algo? A tu madre no le hubiera gustado que llamaras de esa manera
a otra persona que no es nada tuyo».
«Mientes». Su sonrisa se ensancha cuando, sin pretenderlo, respondo
mentalmente.
«Sabes que no lo hago. No solo Gema y Regan te han mentido, al
pretender ser quienes no son, todos los demás a quienes consideras tus
amigos lo han hecho. Eres la única que no conoce la verdad. Dime, ¿no te
gustaría saberla? ¿Saber quién eres en realidad?».
Una ráfaga de viento helado golpea mi cuerpo haciéndome temblar y
trayendo el aroma de Abiel y algunos de la guardia. Eso parece alertarlo y
en cuestión de segundos se ha ido, dejándome perpleja y totalmente
confusa. ¿Mis verdaderos padres? No, imposible. Eso no puede ser cierto.
―¡Lena! ―Las voces de Airem y Josiah llegan a mis oídos, solo un
instante antes de que sus cuerpos se detengan detrás de mí.
No están solos, tal como lo percibí, Abiel y tres guardias están con ellos.
Sus ojos buscando ansiosamente alrededor.
―¿Estás bien? ―pregunta Abiel, aún su mirada buscando al extraño, a
pesar de que no lo diga. Y eso es todavía más raro. Esa sería la primera
pregunta que yo haría. Aunque el olor es casi imperceptible para mí,
supongo que ellos no tienen problemas para identificar el rastro de un
híbrido.
No respondo, mirándolos con detenimiento, mientras las palabras de ese
desconocido se repiten en mi cabeza. ¿Quién soy en realidad? Eso es algo
que siempre he querido saber, así como también encontrar el lugar al que
pertenezco. No me gusta a dónde van mis pensamientos.
―Lena. ―Su mano toca mi brazo, mirándome inquieto, pero yo solo
puedo sentir cierto malestar, no estoy segura del porqué, pero lo hago. Se
aclara la garganta, como si estuviera considerando sus palabras―. ¿Viste
algo?
Es curioso que pregunte algo y no a quién, cuando el ligero rastro aún se
percibe en el aire. No es lo único extraño, Josiah comparte una mirada
cómplice con Airem, quien parece sorprendida. Es poco usual en ella.
―Creí escuchar algo ―murmuro sin saber por qué prefiero callarme, tal
vez es solo un impulso a la actitud esquiva que muestran.
Abiel hace una seña a los guardias, quienes se alejan en direcciones
distintas, pero todas difieren al camino que ha tomado ese híbrido.
―Será mejor volver a la ciudad ―comenta mirando a Airem y Josiah,
antes de mirarme de nuevo―. No deberían estar fuera ―sus palabras son
un claro reproche, que sus ojos confirman.
―Es solo un paseo ―digo molesta con su actitud, liberándome de su
mano. Odio que me traten como si no fuera capaz de entender las cosas,
como si siguiera siendo una niña pequeña a la que hay que mantener en la
ignorancia. Eso siempre me ha hecho sentir… como si no perteneciera a
este lugar y me hace volver a repetir las afirmaciones de ese desconocido.
―¿Estás segura de que no viste nada? ―Aparto la vista del libro que
sostengo, fingiendo leer, y miro a Josiah.
―¿Qué se supone que debería haber visto? ―Hace una mueca, sin
responder. Sé que sabe que se trató de un híbrido y también supongo que
dan por hecho que no lo vi.
Después de regresar de nuestro paseo arruinado, Josiah estuvo hablando
con mi padre y mi tío por un buen rato. No entiendo por qué tanto misterio.
¿Acaso saben de la existencia de esos híbridos y no quieren que se
conozca? Y digo híbridos, porque ahora no tengo dudas de que aquel
muchacho que creí ver era real y no producto de mi imaginación. Sobre
todo por la actitud extraña que todos adoptan. No me gusta. Eso sin contar
todo lo que dijo ese extraño. Parecía tan convencido, no solo sabía mi
nombre, también el de mis padres, eso no puede ser simple casualidad y me
hace temer. No es que esté dando crédito a sus palabras, porque… No, no,
eso no puede ser cierto.
―¿Lena? ―Enfoco el rostro de Josiah, un poco sobresaltada.
―¿Qué? ―Me niego a considerarlo, pero…
―¿Pasa algo malo? ―Eso debería preguntarlo yo.
―No, ¿por qué?
―Estás actuando rara. ―Mira quién lo dice. Me encojo de hombros―.
¿Estás enojada con Abiel? ―Odio que nada se le escape, aunque ahora que
lo pienso, he sido yo la que se ha puesto en evidencia. No debí reaccionar
de esa forma y menos apartar a Abiel tan bruscamente. Él también parecía
sorprendido y optó por mantener la distancia todo el trayecto de regreso.
Eso me hace sentir culpable.
―No precisamente.
―Sabes que puedes contar conmigo, decirme lo que sea que te moleste.
Lo observo fijamente en silencio, por unos segundos. «Eres la única que
no conoce la verdad».
―¿Seguro?
―Por supuesto.
―Dime algo, ¿tú también me dirías todo? ¿Confías en mí? ―mi
cuestionamiento lo toma por sorpresa y confirma mis sospechas, algo
ocultan y definitivamente, tiene relación con ese híbrido.
Josiah (6)
Por primera vez en mucho tiempo, me siento un poco molesta con la actitud
de Josiah y también de los demás, pero sobre todo con él. ¡Por favor, es
Josiah! Estoy acostumbrada a que todos piensen que no me doy cuenta de
las cosas o que prefieran dar por hecho que sigo siendo una niña, a la cual
lo único que le interesa es ir tras el tipo apuesto y rudo que no la voltea a
ver. Quizás un poco, pero no es del todo correcto, desde luego que me he
percatado de que ha evitado tocar el tema de posibles híbridos fuera de los
muros.
Irritada, he optado por dejar el tema por la paz, aprovechado para
dormitar, disfrutando de la tranquilidad que se respira, ya que últimamente
me cuesta un poco conciliar el sueño y quizá por eso me encuentro
imaginando que sus brazos me sostienen.
Froto ligeramente mi nariz en su ropa, capturando su deliciosa fragancia
y también la tela áspera de su uniforme de guardia. Esto parece demasiado
real. Abiel llevándome en brazos, ¡todo un sueño! Sin duda.
Sus pasos son lentos, silenciosos como todo buen vampiro lo hace, pero
puedo sentir sus muslos flexionándose debajo de mí y cómo mi cuerpo se
mueve. Sí, muy real. Siempre he querido saber qué se siente ser sostenida
por tu amado.
El sonido de una puerta siendo cerrada despeja la neblina del sueño en
que me encontraba sumida, dejándome más confusa. No obstante, pese a
mis ganas de querer confirmarlo o desmentirlo, permanezco quieta, con los
párpados cerrados.
No pueden estar traicionándome mis sentidos, lo conozco demasiado
bien como para no edificarlo.
Poniendo a trabajar mi nariz, reconozco mi habitación, es inconfundible
el perfume que uso o las flores que he colocado esta mañana. Estamos en
mi recámara y ¡no es un sueño! Pero… ¿cómo es que ha conseguido que le
permitan traerme? Ciertamente nos han dado un poco más de libertad, sin
embargo… Uno de sus brazos me libera en tanto que el otro afianza su
agarre, es solo una cuestión de segundos y al siguiente me encuentro siendo
depositada entre las mantas. Su aliento acaricia mi mejilla, así que no lo
pienso dos veces. Abro mis ojos, al mismo tiempo que mis brazos
aprisionan su cuello y mi boca encuentra la suya.
Me sorprende tomarlo por sorpresa, pero su mirada no miente.
Experimenta un pequeño instante de titubeo, antes de que sus labios se
muevan sobre los míos. El suave roce solo me hace desear más, ya que, con
todo mi afán de mantener distancia, también me he privado de sus besos.
¿En qué estaba pensando? Mis dientes mordisquean torpemente su boca,
eso parece alentarlo. Dejando escapar un gruñido, su lengua encuentra la
mía y la intensidad del beso aumenta tan rápido, que de pronto todo su
cuerpo presiona el mío.
Su barba raspa, provocando cosas curiosas en mis partes íntimas y en mi
pecho. Este es el beso que tanto he querido, esta es la reacción que he
añorado y me parece tan extraño que sea justamente en mi habitación, sobre
mi cama. Pero ¡es fantástico!
―Lena ―escuchar mi nombre salir de su boca, que aún roza la mía,
hace que mis ojos se humedezcan y que deje escapar un profundo suspiro,
como si un enorme peso se levantara de mis hombros. Un sollozo sacude mi
cuerpo, captando su atención, haciendo que se detenga. Abiel me mira
alarmado―. ¿Qué ocurre? ―pregunta, acunando con extrema ternura mi
cara.
Sacudo la cabeza, mi garganta cerrada por las emociones. Soy un
revoltijo: me hace pensar que no todo está perdido. Un beso puede parecer
tan poca cosa, pero sus ojos expresan demasiado, eso y el hecho de que ha
mencionado mi nombre. Nunca he sido tan codiciosa y a pesar de que lo
quiero solo para mí, no puedo renunciar a él ni a su pasado.
―Pienso que es lindo despertar así ―confieso regalándole una sonrisa
débil, mezcla de alivio e inquietud. Su frente se contrae y, apoyando sus
manos a mis costados, comienza a apartarse―. ¡No! ―protesto cuando
intenta levantarse―. No te vayas.
―No debería estar haciendo esto ―luce un poco culpable y eso me hace
sentir de nuevo muy mal, mis temores saliendo a flote―. Me refiero a
traicionar la confianza que tu padre deposita en mí al permitirme estar aquí.
―¿Te ha dejado? ―Eso sí que me sorprende, daba por sentado que era
cosa de la tía Elina.
―Solo traerte y arroparte ―responde sus dedos jugando con los
mechones de mi pelo.
―Eso es lindo.
―Sí, pero he hecho más que eso.
―No tengo quejas. ―Mi comentario parece divertirlo, dejándome ver
ese lado tan relajado que adoro―. Uno más, ¿sí?
―Lena…
―¡Por favor! Uno pequeño.
Duda, pero se inclina de nuevo y mi lado malo se impone. Me aferro a él,
imprimiendo toda la intensidad que he contenido y, aprendido de sus besos,
sumerjo mi lengua dentro de su boca, imitando lo que hace él. Gimo
ruidosamente contorsionándome debajo de su cuerpo, buscando no sé qué
cosa. Un sonido ronco brota de su pecho, que me dice todo lo que necesito,
lo he tentado lo suficiente para que me olvide de sus precauciones. Pronto
somos una extraña revoltura de manos y piernas que se mueven
frenéticamente.
―Eso no ha sido un pequeño beso ―jadea consiguiendo romper el
contacto.
―Wow ―suspiro―. Me gusta.
Sonríe, cautivando de nuevo mi corazón y haciéndome olvidar todas las
razones por las que no debería decir lo que estoy a punto de declarar,
lanzando lejos mis precauciones y el afán de no perder la mente por él,
aunque hace mucho que lo hice.
―Te quiero, Abiel ―susurro escondiendo mi cara en su cuello,
temiendo ver desconcierto, rechazo o algo más.
―Y yo a ti, pequeña ―contesta besando mi pelo y eso hace que de
nuevo me relaje, recuperando la confianza y determinación.
―¿Pequeña? ¡No soy pequeña! ―Mi hombre duro y serio de siempre
sonríe, antes de besarme de nuevo.
―Buenas noches, pequeña ―repite cubriendo mi cuerpo con la sábana y
sale tan rápido, que lo único que puedo hacer es dejar escapar un chillido
emocionado. No estoy segura de si aún sigo soñando.
Tampoco deseo pensar en lo que ese desconocido ha dicho… sin
embargo, mi curiosidad sigue empujándome a saber la verdad, del mismo
modo que lo hace lo que siento por Abiel. Por esta noche, solo pensaré en él
y en esos besos tan intensos.
Armen (2)
―No creo que tengas nada de qué preocuparte ―escucho decir a Danko,
moviéndose hasta situarse a mi lado, frente al ventanal del despacho
principal―. Irina y Anisa no encontraron rastro alguno. Si estuvieron aquí,
se fueron hace bastante.
―Podrían ocultar su aroma. ―Su olor no es tan fuerte como el de un
vampiro, pero puede confundirse con el de un humano o un animal si estos
se encuentran en el mismo sitio o se relacionan.
―Parece que has olvidado que ya no tienen a quien se encargaba de eso.
Y sabes que Irina es una de las mejores rastreadoras. ―Observo su cara
queriendo comprobar sus palabras, pero como siempre sucede cuando de él
se trata, me encuentro con una barrera y ninguno de sus pensamientos a la
vista―. Entiendo tu inquietud, pero… ―da un suspiro sacudiendo
ligeramente la cabeza, con la mirada puesta en el cristal―. Esa niña te ama
y durante estos casi dieciocho años, Gema y tú han sido unos auténticos
padres. Ninguna de sus acciones fue en contra de su bienestar, ella tendrá
que entender.
―A veces no resulta tan fácil entender los motivos de otros ―comento,
recordando cuando tuve que confesar a Gema todo lo que hacíamos en
Jericó para mantener nuestra existencia y cómo saberlo estuvo a nada de
apartarla de mi lado.
―En ese caso ―murmura, una expresión burlona ocupando su cara―,
creo que puedes usar a Abiel. ―Ante su mención no puedo evitar una
mueca, que logra arrancarle una carcajada―. ¡Vaya! Y yo que pensé que le
estabas tomando cariño.
―Edin ―digo a modo de advertencia, pero su sonrisa no desaparece.
―Por experiencia propia, puedo decirte que no es cómodo tener a su
familia sobre ti, pendiente de cada una de tus acciones, creyendo que te
aprovecharás. Tarde o temprano pasará, ya no es una niña pequeña.
Entiéndelo.
―Trato de tenerlo en mente, pero tienes que admitir que Abiel no se ha
comportado como lo prometió, lo viste.
―Ella está riéndose, se escuchaba feliz, no hizo nada que hubiera que
lamentar. Preocúpate por el hombre que la haga llorar y no del que la haga
reír. Abiel la adora, Armen y solo porque es demasiado reservado, no
significa que no esté entusiasmado y al pendiente.
―Sin embargo…
―El pasado no se puede cambiar, doy fe de ello, pero el futuro puede
sorprendernos y te aseguro que hay grandes probabilidades…
―¿De que la quiera? ―pregunto con aspereza, negándome a llevar a mi
hija por ese camino de desdicha que solo terminará por envenenarla y
amargar su vida, lo vi en Vasyl―. Lo que él siente nunca podrá compararse
a lo que tú, Haros, yo e incluso Alain sienten por sus mujeres. Ellas son
todo para nosotros, son parte de nuestra existencia, nos complementan
como ninguna otra podría. Lena nunca podrá tener eso.
Golpea sus dedos en el borde del ventanal, aparentemente reflexivo.
―No deberías perder la fe tan rápido…
―No lo hago, simplemente estoy exponiendo un hecho. Él no podrá
hacerla feliz completamente.
Nunca quise oponerme, al ver su emoción y la disposición de Gema para
ello, pero comienzo a cuestionarme si hice lo correcto. Si las cosas llegaran
a salir mal, Abiel no podría darle lo que ella necesita, no podría
comprenderla y darle consuelo. Eso es lo que más temo.
―Entonces, ¿qué piensas hacer? ―cuestiona elevando una ceja, su
rostro una máscara cargada de severidad. Entiendo que su vínculo con él le
hace querer favorecerlo, pero no puedo compartir su parecer―. A estas
alturas, separarlos no es una opción que debas permitirte analizar. Si
llegaras a hacerlo solo la lastimarías más y complicarías las cosas
innecesariamente.
―No pienso hacer nada. ―Solo esperar, por mucho que no me agrade.
―Deja que el tiempo hable, ellos parecen estar bien y te garantizo que
Abiel hará todo lo que pueda para hacerla feliz, está esforzándose
demasiado.
―Lo haces sonar como si fuera una obligación. ―Niego molesto ante tal
idea―. Tú entiendes lo que es amar y no es nada como algo que requiera
esfuerzo.
―No, pero no siempre suele ser sencillo. ¿Olvidas todas las dificultades
por las que pasaste?
―No, desde luego que no, pero todo fue con un claro propósito. No
puedo decir lo mismo de él.
―Entonces, te lo digo yo. A Abiel le importa Lena, más de lo que
pensamos.
―Sin embargo, si él llega a lastimarla, voy a arrancar su cabeza. Te lo
prometo.
Inesperadamente su postura se relaja y sonríe de lado, como si mi
amenaza le divirtiera. Y no debería.
―Había olvidado lo posesivo que eres, Armen. Memorable la ocasión en
que golpeaste a Irvin, solo por darle un pequeño golpe a Gema.
―No fue un pequeño golpe y él sabía que no debía ni siquiera tocarla.
―En ese caso, no debiste permitir que se expusiera, ¿no crees?
―Lo que creo, es que disfrutas esto.
―No como puedes imaginar ―admite sonriente―, tengo un par de hijos
y por eso intento mantenerme solo como espectador, por muy complicado
que resulte. Además, mi mujer siempre me lo recuerda.
―Me gustaría hacer lo mismo que tú, pero…
―Te preocupas demasiado. El cariño verdadero se gana; lo que tenga
que ocurrir, pasará sin que ninguno de nosotros pueda evitarlo.
Simplemente hay que mantenerse alerta y saber actuar sobre la marcha
cuando llegue el momento.
Ambos guardamos silencio y volvemos el rostro hacia la puerta, que tras
unos instantes se abre, revelando el sonriente rostro de mi hija.
―¡Hola! ―da su habitual saludo, entrando como una estampida de
alegría y energía―. Solo quería darte los buenos días y decirte que te quiero
―dice antes de ponerse en puntas y depositar un beso en mi mejilla―.
Gracias ―susurra en mi oído antes de apartarse―. No los interrumpo más.
Hasta luego, señor. ―Mira a Danko y se marcha.
―¿No te lo dije? Tu hija te quiere demasiado como para que un pequeño
secreto lo cambie. Yo diría que es casi imposible.
Ojalá esté en lo cierto. Ojalá.
Caden (7)
«Edi, creo que es mejor que vengas», la voz de Mai hace desaparecer a las
que me rodean y de inmediato me concentro solo en ella. Lo primero que
percibo es que no hay nada que indique tensión o preocupación, se trata
más de un toque de diversión y cierta inquietud que definitivamente están
relacionadas con Elina, ya sospechaba que algo planeaba cuando la vi esta
mañana antes de salir y se mostró tan sonriente.
«Estoy en camino», le hago saber, complacido en parte con el hecho de
poder verla antes de tiempo y no esperar el par de horas que estaba
planeado.
―Caballeros ―interrumpo, captando su atención. Esta es una de las
tantas reuniones de cortesía que se celebran con el Consejo de la ciudad,
con los miembros que aún siguen activos, ya que después de todos estos
años algunos han optado por confiar en mis acciones y dedicarse a sus
asuntos―. Debo retirarme. Si surge alguna inquietud, no duden en
hacérmelo saber. Con su permiso.
Armen, Uriel y Jensen imitan mi acción y me siguen de inmediato, en
tanto que Josiah se escabulle claramente no dispuesto a volver a la
residencia y no necesito preguntar para saber a dónde se dirige y quién le
espera. No puedo reprenderlo, hasta el momento ha cumplido con todos sus
deberes, más que preparado para asumir el cargo; además, yo sé lo que es
perder la cabeza por una mujer, no puedo culparle.
Sonrío, al recodar cuando era yo a quien no le importaba tener que cruzar
los muros, aunque fuera solo para verla dormir. Aún lo hago, nunca podré
tener suficiente de Mai.
―¿Qué ocurre? ―pregunta Haros, colocándose a mi costado, dando una
mirada alrededor, asegurándose de que nadie nos escucha o presta
atención―. ¿Problemas?
―Supongo. Se trata de Elina. ―Hace una ligera mueca. No tengo nada
más que agregar para que comprenda de qué va esto. Creo que a todos nos
preocupan más sus locuras, que el avistamiento de impuros. Últimamente le
ha dado por volver a hacer de las suyas y con Lena siguiéndole, es
imposible.
―Quien ha decidido incluir a nuestras mujeres ―informa Armen, y su
expresión relajada me hace saber que está al tanto de lo que ocurre y
también que no le preocupa demasiado lo que se trae entre manos. Debería,
con esa mujer nunca se sabe.
―Pareces muy confiado, Armen ―murmuro queriendo ponerlo a
prueba. Se encoge de hombros, mirando a Jensen, que arruga la frente,
claramente sin entender del todo lo que ocurre, tal como Haros.
«¿Qué has hecho, Elina?».
Su risa llega a través de sus pensamientos, pero eso es todo lo que
consigo. No puedo estar seguro de que me agrade lo que planeó, a pesar de
que ni a Mai o Armen les preocupe. Ya veremos.
Elina (6)
«Eres terrible», digo viéndola dirigirse a los vestidores con una enorme
sonrisa, seguida por Gema, Mai, Lena y la otra chica. «Igual me amas, no lo
niegues». Sonrío, desde luego que lo hago.
―No parezcas tan feliz ―gruñe Anisa, dirigiéndome una mirada
molesta―. Voy a ganar.
Levanto las manos, en son de paz.
―No he dicho lo contrario.
―Déjalo tranquilo ―comenta Irina, quien, a unos metros de nosotros, se
dedica a realizar flexiones―. Mira que, si ganas, podrás darle un beso, ¿no?
―No me interesa ―Anisa resopla, acercándose a donde comienzan los
obstáculos, los observa con detenimiento, probablemente trazando la ruta
más segura para cruzar. No es demasiado complicada, el verdadero
problema será enfrentar a las demás y hacerlas caer.
―¿Qué es esto? ―Observo entrar a Armen, Pen, Haros y Danko, este
último mirando con reproche a los guardias y también a mí.
―Una competencia ―les hace saber Irina, dedicándole una sonrisa a
Uriel, que de pronto no parece tan tranquilo como cuando llegó―. Es solo
de chicas.
―Sí, apostando un beso de su hombre ―masculla Anisa, cruzándose de
brazos.
―No pongan esas caras ―Elina aparece―, es solo un pequeño besito y
no pueden intervenir o quedarían descalificadas. Así que mejor les echan
porras y confían en sus habilidades.
―¿Por qué no me sorprende que estés siguiéndole la corriente?
―murmura mirándome, sacudiendo la cabeza.
―Déjalo en paz, Edi, él es el juez y no debes molestarlo. ¿Listas, chicas?
Es hora de que defiendan el honor de sus maridos. ¡Siempre quise decir
eso! ―Reprimo las ganas de reír ante sus ocurrencias, porque soy
consciente de que no todos comparten mi sentir.
Todas se colocan en una línea, en el borde de los obstáculos, no sin antes
mirar a sus respectivas parejas, excepto Lena y Kyla.
«Deséame suerte y no te enojes conmigo si pierdo», pide guiñándome un
ojo.
«Nunca podría», aseguro.
―¡Comiencen! ―exclamo, al instante todas dejan de tocar el piso y
abordan el entarimado.
Algunas han optado por sostenerse de cuerdas, colgando como si no
tuvieran problemas, otras han preferido usar los pequeños tubos y vigas, ya
sea usando sus pies o manos. Se contemplan un momento, antes de
moverse.
Como esperaba, Anisa va directo sobre Elina, quien dando un giro
usando de apoyo una de las barras, la esquiva; aprovechando el impulso
golpea sus piernas, intentando desequilibrarla, pero sin conseguirlo. Se
recupera demasiado rápido, su puño buscando su rostro, y tampoco logra
impactar. Ambas son rápidas, aunque Anisa sea más contundente en sus
golpes; ella lo sabe por eso está tratando de tocarla y hacerle perder el
equilibrio. Afortunadamente, Elina es demasiado escurridiza y astuta para
leer sus movimientos.
No demasiado lejos de ellas, Gema e Irina se enfrentan. Ellas son menos
agresivas, pero no por ello menos impresionantes. Su velocidad es mayor,
así como su agilidad para evadirse y atacar.
Lena se mantiene expectante, ya que Mai ha ido por Kyla, quien a pesar
de que tiene a una oponente moderada, tiene problemas para esquivar. Su
brazo se enreda con unas cuerdas, cosa que Mai aprovecha, pero falla, su
rodilla golpea una de las vigas… Un pequeño estruendo y el grito de la
chica se escucha antes de que termine bañada en pintura morada.
―Kyla está fuera ―anuncio, a pesar de que no sea necesario. Todos la
hemos visto caer.
―Lo siento ―murmura Mai, antes de desviar su atención hacia Lena,
que cambia de posición, preparándose.
Antes de que puedan moverse alguna de las dos, Irina cae, llevándose
consigo no solo a Gema, también a Mai, que las mira con confusión.
―¡¿Qué demonios?! ―maldice Uriel, totalmente sorprendido. Hasta el
momento todos se mantenían en silencio, atentos.
―Lo hizo intencionalmente ―opina Danko, negando.
Las tres se arrastran hasta salir, son una mezcla de verde, amarrillo y
azul. Una visión bastante peculiar.
―Perdí ―dice Irina tocando a Uriel, quien hace una mueca, pero no
evita ser manchado de pintura.
Mai y Gema se acercan a sus parejas, volviendo a centrarse en las tres
figuras que permanecen aún.
―Eres una tramposa, ¿lo sabías? ―acusa Anisa.
―Lena no intervendrá, esto es entre tú y yo.
Anisa gruñe, arrojándose sobre Elina, dejando de lado toda precaución o
contención. Arranca cuerdas y barras que entorpecen sus movimientos, en
un intento de darle alcance, pero ella se mantiene a distancia.
Anisa da un salto por encima de su cabeza y, sin que lo espere, se mueve
hasta quedar detrás de ella. ¡Mierda! Su pierna golpea su cadera, pero antes
de que pueda repetir el ataque, una ráfaga de aire golpea el rostro de Anisa.
Se tambalea, antes de ser arrastrada hasta que su espalda golpea el suelo.
―¡Eso es trampa! ―grita apuntándola con el dedo. Elina se limita a
sonreír.
―El viento es parte de mí, no es trampa. ―Mira a Lena, quien se
mantiene alerta―. Golpéame ―pide. Ella duda, pero empuñando su mano,
golpea su pecho, sin oponer resistencia alguna, Elina se precipita, cayendo
de pie―. ¡Estoy fuera! ―Inclina ligeramente de cabeza y Lena rápidamente
se pone en movimiento, consiguiendo llegar del otro lado.
―Lena es quien ha ganado ―expreso a pesar de la molestia de Anisa y
la diversión de Elina.
―Supongo que es mejor que hubieras ganado tú ―murmura Anisa.
―La próxima vez deberían hacerlo ustedes…
―Ni lo pienses ―gruñe Uriel.
―No ―niega Armen.
―De ninguna manera ―Danko advierte. Ella se ríe, colgándose de mi
cuello. Por mucho que quieran mostrarse molestos, estoy seguro de que
todos disfrutaron un poco de ella.
―Entonces ―Lena se acerca a nosotros, luciendo insegura―, ¿debo
besarlos a todos?
―Desde luego, cariño. Excepto a tu padre, a él puedes darle uno en
algún lugar permisible.
―Debería prohibirte organizar este tipo de cosas ―comenta Danko.
―No pueden negarse, fue lo que acordamos.
―Lo primero es cambiarnos.
―¿Saben dónde está Abiel? ―Todos intercámbianos miradas.
―Está un poco ocupado, pero vendrá más tarde. Como ha dicho tu
madre, primero debemos limpiarnos y cambiarnos.
En medio de protestas y provocaciones por parte de Anisa e Irina, se
dirigen todas a los vestidores. Aunque se ha esforzado en crear esta
distracción, Lena parece haberse dado cuenta de que algo no está bien con
Abiel.
―¿No se lo han dicho? ―Uriel inquiere, mirando a Danko y a Armen.
Desde luego que no lo han hecho, ni siquiera Elina.
―No creo que sea conveniente.
―Ella querrá verlo y se dará cuenta.
―Depende de nosotros que no lo haga, además, es algo muy personal.
Abiel (5)
Mis dedos juegan con algunas hebras sueltas de su pelo, me gusta hacerlo,
es inigualablemente suave, además, tiene impregnado su aroma, así que no
me resisto a acercarlas a mi nariz y aspirar profundamente. Su risa me hace
abrir los ojos, encontrando fijos los suyos en mí, evidentemente divertida
por mi extraña acción y disfrutando del momento que acabamos y
continuamos compartiendo. Este lugar en un inicio me parecía inadecuado,
pero no puedo discutir que resulta bastante relajante y desde luego solitario.
A pesar de toda la seguridad que existe entorno a las ciudades, son pocos
los que tienen libertad para dejar los muros.
―Algo te preocupa ―murmura Airem, su sonrisa completamente
extinta, sustituida por la inquietud―. ¿Es el impuro que acabo de eliminar?
¿O sigues pensando que no debo arriesgarme de ese modo? ―Se mueve
entre mis brazos, apartando de mi alcance sus cabellos, pero apoyando su
barbilla sobre mi pecho, que permanece desnudo, como el resto de nuestros
cuerpos, únicamente ocultos por mi abrigo y camisa―. ¡Por favor! Tú lo
viste, soy mucho más rápida que ellos, no podrían ni siquiera rozarme.
―No dudo de tus habilidades ―aseguro descartando su inquietud.
Suspira, la tensión desapareciendo de su cuerpo.
―Supongo que debes informar de su presencia, aunque ya no sea una
amenaza. ―Desde luego que lo he hecho, pero tal como lo pensé, mi padre
considera que no es algo que deba poner alerta a los demás. Un solo impuro
no es capaz de causar verdaderos problemas, especialmente si se encuentra
tan débil como el que ha eliminado Airem.
―Es raro encontrar uno después de tanto tiempo ―expreso en voz alta,
mis manos sobre su espalda―. Demasiados años. ―Y esa es la verdadera
cuestión, ¿Dónde estaba hasta ahora? Raro. Aunque tampoco es demasiado
relevante.
―Es raro ―confirma reflexiva―, pero no demasiado sorprendente
como para que debas preocuparte. Esas cosas eran cientos y por lo que sé,
fue imposible tener la certeza de haberlos exterminado a todos, ¿cierto? Por
algo se mantienen los muros.
―Así es.
―Aunque… ¿Temes que podrían aprovechar las reparaciones de Jaim?
¿Crees que es eso?
Sonrío, sacudiendo la cabeza. No hay manera de que lo planearan, ellos
son puro instinto.
―No. Y si fuera el caso, Caden podría ocuparse o en todo caso Neriah y
tú también, por supuesto ―me apresuro a mencionarla, ante la mirada
indignada que me dirige. Mi salvaje mujercita odia ser dejada de lado.
Debería saber que es imposible hacerlo, especialmente cuando sus senos se
presionan sobre mi pecho.
―Entonces, ¿qué es? ―insiste entrecerrando los ojos, de modo
acusador. De la misma manera que he comenzado a ver dentro de ella, a
esperar sus reacciones o argumentos, Airem es capaz de hacerlo conmigo.
Debería incomodarme ser tan transparente, pero no es así. Durante todos
estos años me he esforzado en mantener la apariencia de alguien distante y
severo, lo que resulta cansado en algunas ocasiones; con Airem me permito
todo lo que no podría mostrar a otros―. ¿No piensas decirme?
Acaricio suavemente su rostro, mis dedos demorándose en el contorno
de sus labios, que aún lucen un poco hinchados, producto de los besos que
le he dado.
―Dime, ¿acaso debo preocuparme?
―No…
―Entonces, habla ―presiona su lado inflexible en todo su apogeo,
desde luego que tampoco le gusta no estar al tanto con lo que sucede.
―Se trata de Lena.
―¿Qué pasa con ella?
―La he notado un poco rara, triste, pero sobre todo ausente. ―Su frente
se contrae, evidenciando su desconcierto―. Desde el día que estuvimos
aquí lo ha estado, solo que ahora parece más notable.
―¿Tiene problemas con Abiel?
Titubeo.
―No se le puede llamar problema, es una cuestión de la cual era
consciente cuando aceptó esa relación.
―¿No te gusta que estén juntos? ―parece confundida, incluso un poco
celosa. Esbozo una pequeña sonrisa ante su respuesta.
―No me agrada el modo en que la afecta ―declaro no queriendo
alimentar sus suposiciones―, sabes que la quiero como si fuera mi
hermana. Siempre la he visto de ese modo.
Asiente pensativa, sus dedos frotando distraídamente mi cuello.
―Lena es impredecible ―murmura―, pero es una buena chica. Al igual
que Elise, sería incapaz de hacer algo que pueda afectar a los demás, algo
que no podría asegurar de mi parte. ―Las comisuras de su boca se elevan,
mostrando una sonrisa traviesa―. Eres mío, Josiah y aunque aprecio
sinceramente a Lena, en lo que respecta a Abiel, es cosa que solo les
corresponde a ellos.
Me muevo, aprisionándola debajo de mí, antes de tomar de nuevo esos
labios provocadores y confirmar sus palabras de la mejor manera posible.
Elise (8)
Este tiene que ser uno de los momentos más bochornosos de mi vida, si creí
que mi padre gritando que nos diéramos un beso encabezaría la lista, estaba
completamente equivocada. Ni siquiera el hecho de que mis hermanos se
encuentren ausentes alivia lo incómodo, mi padre es capaz de actuar igual o
peor que ellos.
―Adelante ―interviene mi madre, tirando del brazo de mi padre,
obligándolo a apartarse de la puerta y caminar hacia la mesa, aunque
mantiene esa enorme sonrisa burlona, la misma que ha tenido desde que le
dije que Caden venía a cenar, porque quería hablar con ambos―. Estás en
tu casa…
―No deberías decirle eso, esposita ―interrumpe―. Aunque me cae
bien, tiene que construir su propia casa, mi Elise se merece eso y más.
―¡Papá! ―me quejo lanzándole una mirada, esperando que se apiade y
se comporte. Prometió que lo haría, pero comienzo a tener serias dudas―.
Solo somos novios.
―Pero se van a casar.
―Por supuesto, señor.
―¡¿Qué?! ―Lo miro sorprendida, pero él solo da un ligero apretón a mi
mano, manteniéndola firmemente entre la suya.
―Cuando llegue el momento, son aún jóvenes ―señala mi madre,
dándole un codazo a mi padre, que solo le sonríe y sujeta de la cintura,
estrellándola contra su costado, como siempre.
―Claro que sí, esposita.
―¿Por qué no cenamos mejor? ―sugiero esperando que eso mantenga
quieto a mi padre, aunque no puedo esperar demasiado.
Mi madre me hace una seña para que le ayude a servir, en tanto que mi
padre y Caden permanecen en la mesa. Sus voces son demasiado bajas,
pero puedo percibir algunas frases como aún soy muy joven para ser abuelo
y si la haces llorar, tú llorarás el doble. Aunque mi padre es exasperante la
mayoría del tiempo y su charla no es la mejor, no puedo negar que es
incomparable, se preocupa demasiado por mí, de manera auténtica.
―No temas ―susurra mi madre, entregándome la olla del estofado―.
Es de esperarse que Caden conozca algo de tu padre, después de tantos
años.
―Sí, pero creo que está disfrutando demasiado de esto. ―Mi madre me
dedica una enorme sonrisa.
―No todos los días el novio de su única hija viene a cenar. Entiéndelo.
Apresuro mis pasos, queriendo comprobar que Caden no ha huido por la
ventana ante la presión que mi padre puede provocar, pero para mi alivio
sigue aquí. Al sentirme, me mira, sonriendo ligeramente.
―No vayas a dejar caer la cena, hija ―se burla mi padre, al notar cómo
me afecta Caden. Entrecierro los ojos, mirándole molesta, eso solo lo hace
reír con ganas. ¡Mi padre es imposible!
¿Por qué está aquí? Esa es la cuestión. ¿Por qué precisamente esta noche?
¿Es tan estúpido que no se da cuenta de su error? Seguro, se suponía que
nunca debía volver y en el instante que ellos confirmen su presencia, irán
detrás de él. ¡Idiota! Siempre pensé que era uno, pero ahora no deja lugar a
dudas. Diría que lamento lo que le espera, pero si algo ocurre, será porque
se lo ha buscado. Tuvo la oportunidad de quedarse y optó por tomar el
camino difícil… A menos que haya cambiado de parecer, cosa que veo
complicada. No es de los que ceden o cambian de parecer. «Encuéntrame en
la entrada, necesito hablar contigo».
Con paso decidido me dirijo a la entrada de Jaim, aprovechando que
todos se hallan inmersos en la celebración, demasiado distraídos para
percatarse de mi ausencia. No he querido alertar a Farah tampoco, porque
necesito enfrentar esto yo sola. Definitivamente no le gustaría saber que
estoy haciendo esto, sin embargo, antes que nada tengo que descubrir sus
intenciones y si pretende algo saldrá mal parado, Randi no es rival para mí.
Nunca lo fue y no lo será ahora, a pesar de que haya dejado ciertas
costumbres.
Me detengo de golpe, al notar la ausencia del vigilante. Se supone que
esta noche solo se quedaría una persona custodiando la entrada de la ciudad,
para controlar la entrada y salida de personas, ya que la mayoría se
encuentran en Cádiz, eso y también no queriendo correr ninguna clase de
riesgo. Lo cual obviamente parece no haber funcionado.
Me acerco más, comprobando que las puertas están abiertas, ligeramente
entrecerradas, pero sin los candados. Mi pulso se dispara al percibir su
rastro, que se pierde justamente detrás del muro. ¡Maldición! Ha entrado,
eso explica por qué no hay rastro del guardia. Doy un paso, pero freno
cuando ambas puertas se abren de golpe, revelando la figura del que alguna
vez fue un compañero de misiones.
Me cuesta reconocerlo: su aspecto está demasiado deteriorado, lo mismo
que sus ropas. Es mucho peor que cuando nos encontrábamos en el nido,
debajo de la montaña, viviendo y durmiendo sobre piedras y humedad. Hay
un ligero olor a metal y tierra que lo acompañan, supongo que por eso no lo
han identificado aún.
Siempre tan astuto.
―Has tardado ―habla moviéndose lentamente, cruzando la entrada.
Doy una rápida mirada a la ciudad, pero todo parece en su sitio. ¿Qué
hacía dentro si no ha atacado? No me gusta esto.
―¿Qué demonios has hecho, Randi? ―pregunto evitando hacer
referencia al hombre que no logro ver por ninguna parte. Espero que haya
abandonado su puesto y no otra cosa.
―Nada. Esperar.
Resoplo.
No le creo, él no es tan inocente como quiere aparentar. Entrecierro los
ojos, acercándome con cautela, pero sin percibir olor a sangre en sus manos.
―¿Qué pretendes? ¿Acaso quieres perder la cabeza? ―cuestiono,
moviendo despacio mi brazo derecho, intentando alcanzar la daga que
siempre llevo en mi espalda oculta entre mis ropas y, por alguna razón, esta
noche no quise abandonar. Si ha logrado entrar, nada bueno pudo sucederle
al guardia.
―¿Por qué no me sorprende tu actitud tan fría, Johari? ―Pone una
mueca burlona, pero sin hacer ningún intento por coger su espada, que se
encuentra atada a su cintura―. ¿O debería decir traidora? Después de todo,
eso eres, ¿no?
Consigo coger el mango del arma y aferrarla con fuerza, más que lista
para un ataque.
―¿Traidora? ―le devuelvo la ironía, dejando de afectar su acusación.
Durante mucho tiempo creí ser la responsable, pero Farah estaba en lo
cierto, mi única culpa fue nunca tener el valor para abandonar o luchar por
los inocentes. Sin embargo, Randi no lo es, él mejor que nadie conocía los
planes del maldito de Alón y eso lo hace tan culpable como él―. Te
recuerdo que no fui yo quien ocultó las cosas y las torció a su gusto,
haciéndonos quedar como los malos. Estas personas fueron tan víctimas
como nosotros.
―¡Vaya! Eso sí que me sorprende y confunde, siempre fuiste demasiado
egoísta para preocuparte por los demás. Ni quisiera te importó cuando nos
echaron como si fuéramos basura… ¿Y ahora me dices que te preocupa lo
que les pase a esos humanos?
―Jamás podrías entenderlo.
―No me interesa.
―Sigues siendo el mismo idiota. No importa que ahora no haya nadie
que vigile tu espalda, que analice cada uno de tus pasos o dicte hasta el más
insignificante de tus decisiones: no has dejado de ser un idiota. Él nos usó,
no le importamos, nunca lo hicimos. Solo quería utilizarnos…
―Eso no cambia nada ―interrumpe con brusquedad, dejando de lado su
expresión indiferente―. Nos traicionaste.
―No, fue él quien lo hizo.
―¡Te uniste al enemigo!
―Nunca hubo otro enemigo más que él. ¡Abre los ojos de una buena
vez…!
Es un débil sonido el que me alerta, moviéndome un instante antes de
que su brazo golpe mi cabeza. Xean. Ha aprovechado mi descuido para
atacarme, ni siquiera me he percatado de su presencia. No hay palabras,
ambos arremeten contra mí, no dándome otra opción que desgarrar mi
vestido al sacar la daga e intentar defenderme.
―Dos contra una. ¡Malditos cobardes! ―siseo furiosa, respondiendo y
esquivando sus ataques. Ambos sonríen burlones, acelerando sus
movimientos, cosa que me sorprende demasiado. Su aspecto no es el mejor,
pero parece que han tomado bastante en serio eso de entrenar y de venir a
por mí. Algo que por desgracia yo he dejado de hacer años atrás y que el
dolor que recorre mi brazo comprueba.
Doy un salto, retrocediendo para evitar que sus extremidades impacten,
obligándole a frenar su asalto.
―Tú no fuiste leal, no tenemos por qué serlo ―me hace saber Xean.
―Eres un idiota también, Xean. Lamento haber sentido tu falsa muerte.
―Eso parece divertirle.
―Lo imagino ―farfulla irónico, moviéndose para alcanzar mi
espalda―. Déjame decirte que solo hago lo que creo correcto. Nos dejaste,
así que ahora eres el enemigo, es simple.
Dirijo una mirada hacia el muro de Cádiz, pero no hay ningún guardia a
la vista, parece que se han olvidado de sus deberes y se han sumergido
demasiado en la fiesta. ¡Demonios!
―¿Esperando refuerzos? ―Miro a Randi, que está disfrutando
demasiado esto, pero no tiene idea―. Eso nunca fue propio de ti.
―Vete al infierno. ―Ataco, esperando tomar algo de ventaja, pero
consiguiendo un fuerte golpe en un costado, que me hace caer al suelo.
Torpemente ruedo, evitando los pies de Randi, que no me da tregua.
―Has perdido tu toque. Te has vuelto débil.
Horrorizada, miro detrás de ambos; al percibir su olor, al menos cinco
impuros se dirigen directamente hacia la entrada de Jaim. ¡No!
Inútilmente trato de detenerlos, pero mi control no funciona, lógicamente
cuando dejé de beber sangre y tuve a mi hija perdí mi habilidad como tanto
lo temía. Lo acepté, pues no lo necesitaba, hasta hoy…
―¡No te distraigas!
Me muevo por instinto, queriendo alcanzar la puerta y evitar una
tragedia, pero Xean ha adivinado mis intenciones y me bloquea. Por cosa de
nada logro esquivarlo y tomar de un brazo a uno de los impuros, haciéndolo
retroceder.
Mi acción es estúpida y lo pago caro. El impuro empuja sus garras
directo en mi garganta, inclino el cuerpo hacia atrás, no lo suficientemente
rápido para esquivarlo, ya que el dolor me hace jadear. Lo ignoro
consiguiendo cortar el cuello del maldito…
―¡Muere! ―la voz despectiva de Randi me hace volver el rostro, para
ver a escasos centímetros el filo de la espada de Xean. ¡No puedo ser!
Antes de que me alcance, una figura se interpone, haciéndome caer de
espalda y salvándome.
―¡No! ―Un grito ahogado escapa de mis labios, no es debido al dolor,
ni a la sorpresa, es por el sonido lastimero que escapa del cuerpo que ha
recibido el impacto por mí―. ¡Farah!
Se tambalea, aferrando el brazo de Xean, que lo mira confundido y
sorprendido.
―Detén a esos malditos… ―Su voz queda cubierta por los gritos de
pánico y gruñidos que proceden del interior de la ciudad.
¡Los impuros!
―¡Ve! ―ordena, lanzando a Xean un par de metros y enfrentándose a
Randi.
No quiero dejarlo, pero dentro no hay nadie que pueda hacerles frente.
Corro hacia la ciudad, alcanzando a ver algunas personas correr
desesperadas. Se trata de los pocos habitantes que se han quedado. En su
mayoría personas mayores, que son presa fácil. Obligo a mis pies a moverse
y me estremezco cuando a mi paso confirmo dos cuerpos inmóviles. Las
primeras víctimas de esos malditos. ¡Miserables! Pero sobre todo ese
maldito de Randi, ¿Cómo consiguió traerlos hasta aquí?
Alcanzo al primero de ellos, un par de metros más adelante. No tengo
piedad. Golpeo su pecho, ganando unos segundos, que aprovecho para
conseguir arrancar con mis manos su cabeza y corazón, no sin antes
romperle el cuello.
He perdido mi daga, así que esto es con base en impulso y
desesperación. Los gritos continúan escuchándose, así que me obligo a
moverme con rapidez, solo para encontrar el cuerpo de un impuro y a
Neriah desgarrando el pecho de otro de ellos.
He estado tan inmersa en la pelea y en conseguir detenerlo, que no me
percaté de que él se encontraba aquí.
―Quedan dos todavía. ―Asiente saliendo detrás de uno de ellos, en
tanto que hago lo propio.
Salto por encima de uno de los techos, para ver cómo el impuro está a
punto de alcanzar a una mujer. Sujeto su pierna, estrellándolo contra un
muro.
―¡Corre! ―Ella no necesita que lo repita, sale despavorida―. Hasta
aquí llegaste, maldito.
Su respuesta es un gruñido y un intento desesperado por llegar a mi
garganta. Perforo su pecho, arrancándole el corazón. Se desploma a mis
pies, dejando un desagradable rastro de sangre sobre mi ropa.
Me giro al escuchar unos pasos y el sonido de algo siendo arrastrado. Se
trata de Neriah que tira de los cuerpos de dos impuros.
―Hay que limpiar ―murmura señalando al cuerpo del suelo.
―Todo tuyo ―asiento apartándome―. ¿Qué hacías aquí?
―Diana estaba cansada y quería irse a la cama ―explica cogiendo el pie
del impuro―. Voy a incinerarlos.
―Iré por el resto.
―Mejor ve con Farah. Yo me encargo.
―Gracias. ―Da un ligero asentimiento con la cabeza y se aleja.
Me encamino hacia la entrada, asegurando a los que encuentro a mi paso
que todo está bien y que vuelvan dentro de sus casas. Es complicado, todos
parecen aterrados, y no es para menos. Esto nunca debió ocurrir.
―¿Estás bien? ―Me reúno con Farah a mitad del camino, observo su
camisa desgarrada y las manchas de sangre en su cara.
―Sí, es solo un rasguño. ―Me abrazo a su cintura, no importándome la
sangre que mancha su ropa o que no estamos solos.
Por un instante temí lo peor, al verlo interponerse y recibir el ataque.
―Lo siento tanto.
―Estoy bien ―repite sin rastro de reproche o malestar.
―Yo…
―Tranquila, lo bueno es que estás bien.
―Sé que debí avisarte, pero pensé que tramaba algo y que era mejor
averiguarlo por mi cuenta. Nunca imaginé que sería algo como esto.
―Ni yo.
―Hay que avisarles a los demás…
―Ya lo saben, pero evidentemente no desean alarmar a nadie, así que
han bloqueado las puertas de la ciudad, pero enviarán a algunos guardias en
cuanto puedan. Tenemos que hacer lo mismo y limpiar. Por el momento nos
han dejado bloqueados totalmente.
―Neriah se está encargando de eso.
―¿Qué hacía aquí?
―Vino a traer a su hija y fue cuando los escuchó. Yo también me
sorprendí.
―Fue bueno que estuviera. ¿Cuántas bajas? ―pregunta sombríamente.
―He contado diez.
―Mierda. Hay que sumar al guardia.
―Hubieran sido más si no estuviera en Cádiz.
―Lo sé. Lo que no entiendo es qué pretendía.
―Vengarse de mí ―admito con una mueca. Pensar que, por mí, han
muerto esas personas es difícil.
―Eso me quedó claro, pero temo que no es lo único.
―No ―concuerdo muy a mi pesar. Dudo mucho que esto haya sido
todo―. Randi nunca juega limpio. La prueba son esas personas que han
muerto.
―Sigo pensando que algo se nos escapa.
―¿Qué más podría ser? ―pregunto, aliviada de saber que Airem se
encuentra segura en Cádiz.
―No tengo idea, pero es mejor no confiarnos.
―Por ahora lo primero es curarte y verificar si hay heridos o
sobrevivientes.
Sin que tengamos que decirlo, algunos de los pocos hombres que hay en
la ciudad comienzan a correr la voz de que todo ha vuelto a la calma, al
mismo tiempo que preguntan si hay heridos y cuantifican los daños. Entre
ellos se encuentran algunos híbridos que optaron por quedarse.
֍
Evito hacer comentarios respecto a la herida que tiene en el pecho y la
cual ha tenido que ser suturada. El médico ha dicho que estará bien, ya que
es alguien bastante resistente, pero también le ha pedido que se modere. Eso
no le ha gustado, pero no tiene opciones. Acaricio su brazo, mirando por la
ventana, aún reflexionando sobre las verdaderas intenciones de Randi. Lo
que ha ocurrido me resulta tan familiar, como cuando incendiamos los
invernaderos para crear una distracción.
El cuerpo de Farah se tensa bajo mi toque, pero no es porque le haya
lastimado.
―¿Qué pasa? ―inquiero mirándolo inquieta.
―Lena ha desaparecido.
―¿Qué? Pero… ―Me indica que espere, cierra los ojos como si
estuviera concentrándose y entonces su cara pierde color. Maldice entre
dientes, mirando hacia la puerta―. Se la llevaron ―afirmo sin saber por
qué tengo la certeza.
―Eso creen.
―Habla con ella ―digo recordando que él puede entrar en su mente.
―Lo he intentado, pero…
―¿Qué? ―Sacude la cabeza, sentándose.
―Ella sabe sobre sus padres y… no sé qué ha pasado, pero no puedo
llegar a ella, es como… como si hubiera bloqueado mis pensamientos. ―Se
lleva la mano a la frente, casi desvaneciéndose, la sangre brotando de su
nariz.
―Farah… ―Logro sujetarlo, mirándole con preocupación.
―Estoy bien.
―No, no lo estás. Vamos. Tienes que tumbarte.
―Pero…
―Neriah puede ocuparse y también los guardias.
―Eso lo sé, pero hay que encontrarla.
―Si esa niña hubiera querido que la encontraras, lo hubieras podido
hacer. Cosa que no ha ocurrido.
―¿Quieres decir…?
―Ni Randi ni tampoco Xean pueden hacer lo que has dicho y a menos
que hayan conseguido otro fundador, significa que quien te ha bloqueado ha
sido ella. Lo cual resuelve la duda sobre quién es su padre.
Todo ha encajado perfectamente, no hay duda.
―¿Ese vampiro que podía ocultar su rastro?
―Apuéstalo. La habilidad no es la misma, pero llegué a escuchar que
ocurría algo así con sus descendientes. Variables de cualidades.
―Armen estará como loco y ni siquiera deseo imaginar a Gema.
Tenemos…
―No ―apoyo la mano en su pecho, obligándolo a retroceder―. Tú no
tienes nada que hacer, solo descansar. Es demasiado tarde para ir tras ellos,
además, no podemos arriesgarnos a otro ataque. No tienen otra opción que
esperar.
―Mierda.
Él sabe que tengo razón y apuesto que ellos también. Esto complica todo.
¿Por qué demonios ha hecho esto esa niña? Mejor dicho, ¿cómo ha
conseguido engañarla ese maldito? La creí más inteligente. Todo podría ser
una trampa para atraernos y emboscarnos, espero que no hagan una tontería
y vayan detrás de ella. Sería el peor error.
Lena (27)
Esta noche no es como ninguna otra, los sonidos habituales han quedado
ocultos por todas las voces, las risas y la música, todo lo que ocurre en la
plaza central. Sin embargo, me ayudan a escabullirme al amparo de las
sombras que me permiten dejar la ciudad sin ser percibida.
Me alejo del muro con paso firme, determinada a ir con ellos, descubrir
quién soy y qué hay más allá del horizonte que cada mañana contemplo.
Nunca antes me cuestioné ese anhelo inconsciente que sentía, ese
sentimiento de extrañeza o de falta de pertenencia al lugar, pero creo que
ahora tiene un poco de sentido.
Disminuyo mi andar al ver a Klaus, que se encuentra en el lugar
acordado, pero no con un caballo como le pedí, sino dos. Me mira fijamente
al percatarse de mi presencia, recorriendo a detalle mi figura. Veo una
chispa de admiración y algo más que prefiero ignorar.
―Nunca te había visto con el traje ―explica torpemente frotándose la
nuca.
―Es incómodo montar con un vestido ―respondo comprobando las asas
de mi bolso, que se encuentra en mi espalda, antes de tomar las riendas de
su mano y subir en el animal, que no se inmuta.
―Tiene sentido. ¿Y entonces, a dónde vamos? ―Le dirijo una rápida
mirada, negando con la cabeza.
―Vuelve ―susurro, apretando los tobillos en los costados de mi
transporte, poniéndolo en movimiento. No miro detrás de mí, únicamente
concentrada en llegar al punto de encuentro. Puedo sentir su presencia
dentro de mi mente y recoger el débil rastro de su persona, como si acabara
de pasar por este lugar. Cosa que es poco probable, ya que está esperando
por mí, no tendría por qué acercarse tanto a la ciudad. No lo ha hecho antes.
Mantengo el ritmo del trote, no queriendo llamar demasiado la atención.
Si alguien llega a percibir los cascos del caballo, de inmediato pensaría que
se trata de Klaus, espero que haya dicho a Caden sobre montar, eso sin duda
reduce las probabilidades de que se percaten de que soy yo. Alcanzo lo alto,
pasando rápido más allá de la colina, antes de frenar y dar un rápido
vistazo. Desde aquí las luces de Cádiz son simples puntos.
Mi corazón palpita con fuerza y mi voluntad flaquea. Cierro los ojos,
aferrando con fuerza las riendas del caballo, antes de indicarle que continúe.
Esta vez, acelero su tropel poniendo aún más distancia con todas esas
personas que he conocido desde que soy consciente. Sus rostros y miradas
desfilan en mi cabeza, recordándome todo lo que han hecho por mí, todo lo
que estoy poniendo en riesgo por mi imprudente curiosidad. Quizá no me
admitan de nuevo, quizá no me quieran más, y a pesar de eso, no doy
marcha atrás, sigo mi camino acercándome a lo desconocido que al mismo
tiempo debe ser mi linaje.
Lena (28)
Me lleva unos minutos darme cuenta de que algo ocurre. La postura de los
guardias y el repentino aumento en el número que se ubica alrededor del
lugar, cuando deberían estar participando en la celebración, confirman mis
sospechas. Observo a Gema, quien habla con Mai y un par de mujeres
humanas. Ellas parecen totalmente ajenas a la situación, pero no así Elina,
que tiene una expresión mezcla de angustia y nerviosismo, y mira fijamente
a Danko, que también parece molesto y sacude casi imperceptiblemente la
cabeza. Sus dos hijos se encuentran con ellos, al igual que Uriel y ninguno
de ellos parece tampoco estar bien.
«¿Qué ocurre?», inquiero permitiendo que todos ellos perciban mis
pensamientos. Me observan al mismo tiempo, mientras me acerco a donde
se encuentran, la inquietud es evidente en sus miradas, a pesar de intentar
no demostrarla en sus expresiones. «Atacaron Jaim». Oculto mi reacción e
instintivamente compruebo la presencia del resto, pero sobre todo de Farah,
que obviamente no se encuentra aquí. Lo he visto salir detrás de su mujer,
no hace mucho tiempo. «¿Has enviado guardias?», pregunto no dudando de
su buen juicio. «No aún, están asegurando el muro y revisando los
alrededores, queremos evitar un ataque mayor», explica no pareciendo
satisfecho con las medidas tomadas, pero sin duda consciente de que es lo
mejor. Por ahora no podemos exponer a todas estas personas. «Ese no es el
problema…».
«Elina», reprende mirándola con malestar. Ella lo ignora, tirando de mi
brazo. Sus ojos tienen un brillo cristalino, indicio de lágrimas.
―Lena… ―El simple susurro de su nombre me hace buscar su
presencia, pero…
―¿Dónde está? ―cuestiono alarmado al comprobar que no está en la
residencia, donde su madre la dejó. «Ese es el problema, señor», expresa
Caden. «Lena no está en la ciudad». «Ni tampoco en Jaim, ya lo he
confirmado con Farah».
¡¿Qué?!
―Será mejor ir al salón ―ordena Danko, adelantándose―. Trae a tu
mujer. He llamado al resto.
Ninguno duda en seguirle, a pesar de que ellos son los anfitriones y no
debería abandonar el lugar.
Busco con la mirada a Gema, descubriendo que ella me observa
fijamente. No tengo que indicarle que vaya, Mai la sujeta del brazo
haciéndola avanzar. «Farah». Detecto cierta preocupación. «Lo lamento».
Una disculpa no es lo que esperaba como respuesta, pero me hace temer.
Cierro los ojos, intentando no perder la calma.
Entramos en el primer salón, uno pequeño. Gema cruza la puerta,
pareciendo un fantasma, y se acerca a mí, olvidándose de su hermana, la
angustia reflejada en sus ojos. Quisiera disipar su preocupación, pero no
puedo hacerlo. «Intenta alcanzarla», pido mirando a la mujer que amo y a la
que estoy a punto de causar un gran dolor. Prometí que las protegería a
ambas.
―¿Qué ocurre? ¿Dónde está Lena? ―cuestiona Gema al ver que todos
menos ella nos hemos reunido.
«Lo intenté, pero…».
―No está en la ciudad ―Elina es quien responde, su voz trasmitiendo
angustia―. La busqué por todas partes, pero no está.
―¿Fue a Jaim? ―pregunta titubeante.
«Alguien o algo bloqueó mis pensamientos. Fue como chocar contra un
muro, me ha costado bastante responder y no me encuentro muy bien. Lo
siento. Lo único que puedo decirle, es que parece no tener miedo».
Me tenso ante su afirmación, aferrando el frágil cuerpo de Gema, que
también parece entender lo que ocurre.
―Abiel y un par de guardias irán.
«¿Estás seguro?», cuestiono. Lena nunca ha dejado la ciudad, no más
allá del valle y menos por sí sola. la única explicación lógica que encuentro
es que se la han llevado.
―¿Qué es exactamente lo que ocurre? ―cuestiona Anisa―. ¿Por qué
han bloqueado las salidas? ¿Qué está pasando?
―¿Qué? ―Gema me mira, pero sacudo la cabeza, siendo incapaz por
primera vez de responder sus dudas. Mi mente no puede encontrarla, la
angustia crece dentro de mí, el temor y la incertidumbre de no saber dónde
está―. ¿Qué pasa?
―Atacaron Jaim ―responde Danko, su expresión severa acostumbrada,
luciendo un toque de inquietud.
«¿Farah?», insisto ante su titubeo.
―¿Hay heridos?
―Algunos muertos ―admite con una mueca.
―¿Lena? ¿Ella está bien?
«No ha sido obligada, Armen». Hace una pausa, como si estuviera
calculando sus siguientes palabras. «Ha dicho que necesitaba hacerlo. Eso
es lo que ha dicho».
―¿Quieres decirlo de una vez? ―presiona Elina, ante el titubeo de
Danko. Algo poco habitual, lo que no augura nada bueno.
―Como he dicho ―recalca, mirando molesto a Elina―, atacaron Jaim.
Usaron impuros para atacar, en tanto que Johari y Farah se enfrentaban a un
par… de híbridos.
«Lo sabe, ella sabe la verdad y creo que por eso ha aceptado irse con
ellos». Un pequeño jadeo sale de los labios de Gema. Sostengo su cuerpo
cuando parece que está a punto de caer, al mismo tiempo buscando un poco
de apoyo. Ella sabe lo que significa su presencia, el mayor de sus temores y
saber que Lena está allá afuera empeora las cosas.
―Y tal como están pensándolo, se trata de Randi y los otros híbridos que
dejamos ir hace algunos años. ―Desde luego, no podrían ser otros.
―Tenemos que ir por ella ―decide Gema, intentando liberarse de mi
agarre, pero la retengo―. Armen…
―Tampoco está en Jaim ―confieso odiando la expresión que llena su
cara―. Hablé con Farah, no está ahí.
―Pero…
―Creemos que el ataque fue solo una distracción ―asegura Danko―.
Para permitir que se la llevaran.
Gema se tambalea, mirándolo horrorizada.
―¡Tienen a mi hija! Hay que hacer algo, tenemos… tenemos que ir
detrás de ellos. Podemos alcanzarlos…
―Gema ―digo. Todos la miran afligidos ante su reacción.
―¿Qué esperan? ―cuestiona señalándolo y ajena a sus expresiones―.
¡Hay que ir!
―¡Gema!
―¿No me escuchan? Tenemos que buscarla, ella… ella…
―Gema. ―La aprisiono entre mis brazos, obligándola a encontrar mis
ojos, el dolor que veo en ellos me desgarra.
―¿Qué haces, Armen? Debemos…
―Tu hija ha ido por voluntad propia ―la declaración de Danko la
rompe, las lágrimas resbalando por sus mejillas―. Además, no podemos
hacer nada hasta comprobar que no hay más amenazas…
―¡No! ―grita mirándolo furiosa―. Mientes, ella…
―Ella lo sabe ―admito con pesar―. Ha dicho que necesitaba ir.
―Gime tirando de mi ropa, antes de hundir el rostro en mi pecho.
―Es nuestra ―solloza, su cuerpo estremeciéndose―. Es nuestra
pequeña… ―Levanta el rostro mirándome suplicante―. ¡Por favor! ¡Por
favor, Armen! Tenemos que encontrarla, es mi hija…
―Lo haremos. Te lo juro, pero antes debemos permitir que lo haga. Ella
necesita las respuestas que no fuimos capaces de darle ―mis palabras la
hacen derrumbarse. La tomo en brazos, abandonando la estancia,
dirigiéndome a nuestra habitación. Su llanto es un murmullo en medio de
los sonidos procedentes del exterior―. Se lo debemos. Es su derecho.
―¿Y si la lastiman? ―susurra sin separar el rostro de mi pecho.
―Si fuera ese su objetivo, no la habrían llevado con ellos.
―Podrían hacerla cambiar, ella… podría no querernos más.
Entro en la habitación, sentándome en el borde de la cama, aún con ella
en brazos. Beso su pelo, abrazándola con fuerza.
―Es nuestra Lena, es más fuerte de lo que pensamos y lo más
importante, ella ama a su madre. No la mujer que la trajo al mundo y dio la
vida por ella, sino aquella que le dio todo el amor y cuidado, que solo una
verdadera madre puede dar. Tú eres su madre, Gema, eso nada ni nadie
puede cambiarlo. Confía en ella.
―Pero…
―Iremos. Al amanecer iremos.
Abiel (7)
«Tengo que saber quién soy». Es una verdad absoluta, a pesar de lo que
implica. Cierro los ojos, conteniendo el aliento, ante la gravedad de lo que
acabo de hacer. Imposible mentirle, ellos lo sabrían tarde o temprano y
aunque no tengo justificación alguna, ir es algo que necesito, aun cuando
tengo en mente que debo asumir las posibles consecuencias de mi
imprudencia, eso no significa que no los ame o sea una malagradecida, no.
Porque sin importar lo que pase o todo lo que este hombre ha dicho, mis
sentimientos por ellos no cambian, pero hay una verdad que debo conocer
por mí misma. Es como si algo me empujara, como si fuera parte de mi
destino. Toda mi vida he estado protegida, cobijada al amparo de mis padres
y siendo tratada como una cosa frágil que es incapaz de una simple
sacudida, no me quejo o reprocho, pero quiero hacerlo yo sola por primera
vez. Especialmente porque esto podría ayudarme a encontrar esa parte que
siempre he sentido que me hace falta.
―¡Vaya! ¿Qué rayos ha sido eso? Incluso yo lo sentí ―escucho decir,
pero no presto atención ni tampoco abro los ojos, reflexiva sobre lo que
implica que el señor Farah esté al tanto de lo que he hecho. Mis padres lo
sabrán y aunque lo lamento profundamente, no puedo dar marcha atrás.
Esto es algo que he pensado demasiado.
―Tiene que ser más que un simple bloqueo. No cabe duda: eres su hija.
Lo miro con brusquedad, ante su segura afirmación.
―¿De verdad sabes quién es mi padre? ―Lo observo dudosa. Hasta el
momento, solamente había mencionado o afirmado saber quién era mi
madre y jurado que me parecía a ella.
Asiente con un movimiento de cabeza, pareciendo más que complacido
con lo que aparentemente es un descubrimiento. No solo para él, no
entiendo muy bien qué ha pasado, aunque supongo que él ha tenido que ver
en el hecho de poder bloquear la voz del señor Farah.
―Ya no tengo dudas. Eres tan especial como tu padre, Lena. Keith no
era un tipo ordinario y tú tampoco. ―Quiero preguntarle a qué se refiere,
pero el otro híbrido hace el sonido de un silbido, antes de soltar una
carcajada.
―¿Keith? ¡Já! ¿Quién lo hubiera dicho? ―ríe mirándome con interés.
Es extraño. Tiene que ser un poco mayor que Yohan, se encuentra en forma,
alto y tiene aspecto rudo.
―Incluso él estaría sorprendido. Aunque no es prioridad ahora ―hace
una pausa señalando hacia el frente―, hay que movernos.
―No vendrán ―murmuro consciente de lo que significa la declaración
que he hecho al señor Farah y de la cual podría arrepentirme; sin embargo,
aunque no me fío del todo de estas personas, me aseguraré de que Klaus
esté a salvo en todo instante. De alguna manera, todo ese entrenamiento
recibido y también la asistencia a prácticas deberán servir de algo.
―No es de ellos de quienes debemos preocuparnos ―hace una mueca,
echando un vistazo en derredor―. Hay impuros siguiéndonos.
―¡¿Impuros?! ―cuestiona Klaus mostrándose inquieto y al mismo
tiempo emocionado. Encontrar uno de ellos y poner a prueba nuestras
habilidades es algo que siempre solíamos hacer con Airem. Son muy raros
los que se han visto rondando las ciudades y siempre eliminados por la
guardia. Imagino que ella estaría feliz de estar aquí y saberlo,
definitivamente.
―Como lo oyes. Así que hay que darnos prisa, no podemos detenernos
hasta que salga el sol, eso los frenará.
―¿No se supone que mueren si se exponen a la luz solar? Ellos no
tienen bloqueador… ―Se calla al darse cuenta de lo que está haciéndoles
saber y de la mirada que le envío. Desconozco si ellos tienen esa
información, pero es mejor no profundizar en nada referente a las personas
de Cádiz y mucho menos de Jaim.
―No, no lo usan como los vampiros de Cádiz ―explica tranquilamente,
no tomándole importancia al repentino silencio de Klaus, que luce
abochornado, dirigiéndome una sonrisa a manera de disculpa―. Sin
embargo, eso no quiere decir que los perderemos tan fácil, puede ser que
estén desesperados, pero no son idiotas. Buscarán algún lugar dónde
refugiarse y al atardecer seguirán nuestro rastro. Son demasiado tenaces
cuando de alimento se trata.
―Y eso somos nosotros, especialmente tú ―le hace saber con cierto
deleite―. Prefieren la sangre de los humanos. ―Klaus pasa saliva, sin
poder ocultar su temor. Eso le divierte aún más―. Por cierto, Randi, esos
caballos pueden retrasarnos, debemos llegar con luz de día o será un
verdadero problema entrar.
―Si es el caso, esperaremos ―interviene Yohan, a lo que Randi asiente
para disgusto del otro hombre, a quien no parece agradarle Klaus.
―En marcha.
Intercambio una rápida mirada con Klaus, quien de nuevo señala su
espada, asegurándome que la tiene a la mano y que no debo preocuparme
por él. Eso ni pensarlo. No puedo estar de acuerdo, esto no está saliendo
como esperaba.
Sin decir nada, todos comenzamos a movernos. Me sobresalto cuando el
otro hombre se acerca a mi montura con una pequeña bolsa.
―¿Te importa? ―pregunta señalándola―. Son algunas provisiones.
Evidentemente es solo un pretexto, no parecía tener problemas para
llevarla hasta hace un momento y Yohan no deja de mirarle, como si
quisiera asegurarse de que no pretende algo más. Lo pensado, si debo
confiar en alguien, sería en ese chico. Al menos eso creo.
Sacudo la cabeza, disminuyendo el paso del caballo, permitiendo que lo
ate. Xean o al menos creo que así se llama, sonríe de modo exagerado antes
de apartarse y quedarse en la parte trasera del pequeño contingente que
formamos los cinco, delante va Yohan con Randi, al centro Klaus y yo.
Bien, esto ha comenzado.
֍
―¿Por qué elegir Erbil? ―escucho decir al señor Knut, quien se inclina
sobre la improvisada fogata que hemos hecho, echando un puño de ramas
secas, antes de poner al fuego algunos trozos de carne que ha traído―.
Según recuerdo, prácticamente no quedó nada.
―Era un lugar resistente, es posible que acondicionaran algunas
habitaciones.
―Lo dudo ―sacude la cabeza, dejándose caer en una piedra, que funge
como asiento―. La guerra fue bastante dura, tuvimos que romper sus
muros y penetrar su fortaleza.
―Erbil era prácticamente una fortaleza, estaba construida para resistir.
Abdón era uno de los mejores estrategas.
―Quizá, pero no resistió. Sin contar que, cuando nos marchamos, se
derrumbaron algunas de las viviendas que quedaban en pie, justamente para
evitar que algunos de ellos regresaran.
Este es nuestro primer descanso desde la noche anterior y será
relativamente corto, aunque la mayoría no requerimos alimento, él sí lo
hace, por lo que todos estuvieron de acuerdo en tomar un respiro. Hemos
recorrido un buen trayecto, pero aún estamos a dos días de distancia de lo
que se supone es el lugar donde se han asentado. Lo que significa que han
pasado cuatro días desde que Lena se marchó. Abiel intenta mostrarse
sereno, pero es el más impaciente. El resto ha actuado con cautela,
comprobando los alrededores, como tenía entendido que hace unos
momentos lo hacían Irina y Haros. Cosa que dudo, por las expresiones y
aspecto de ambos, aunque no soy quién para inmiscuirme.
―Quizá sea mejor que estén allí ―murmura Neriah―. Algunos de esos
impuros no eran normales.
―Esas cosas no son normales ―asegura Uriel, con una mueca―. Son
una plaga.
―No me refiero a eso ―insiste―. Había dos más afuera, ellos no
atacaron. Cuando quise seguirlos, se marcharon.
―Eso no puede ser ―Irina niega, apoyándose en el muslo de Uriel―.
No son racionales, no huirían a pesar de saber que no tienen oportunidad.
―Neriah tiene razón ―interviene Abiel―. Nosotros seguimos a algunos
y Coval aseguró que en cuanto vieron caer a los otros, desaparecieron.
―Ellos no tienen instinto de supervivencia ―reitera Irina―, o alguien
los manipula o no tratamos con simples impuros.
―Eso no es posible.
―¿Cómo podemos saberlo? ―Knut da un mordisco a su comida antes
de señalar a Abiel―. Tú lo viste, si el loco de Alón creó híbridos dotados,
¿quién dice que no hay otro por ahí que use a esas cosas?
―¿Y cómo lo haría? Salvo por Darius, nadie más podía manejarlos a su
antojo.
―La sangre ―susurro, haciendo que todos me miren―. Por lo que he
escuchado, esos híbridos eran distintos porque se les alimentaba con
sangre…
―Esas cosas no habían comido en un buen tiempo. Imposible.
―No del todo ―Uriel parece pensativo, sus ojos clavados en el fuego―.
Si ellos bebieron de los híbridos, no sabemos lo que eso podría tener como
consecuencia. Así que debemos ser más cautelosos.
―Eso no tienes ni qué decirlo, tenemos bastante gente esperando por
nosotros.
Klaus (2)
Intento no gritar e ignorar el dolor que recorre mi rostro, pero cuando sus
garras cortan a través de la tela del traje, sobre mi brazo izquierdo no puedo
detener un pequeño quejido y tambalearme ligeramente. Como si se
burlaran de mí, abren sus bocas, dejando escapar un espantoso chillido que
lastima mis oídos, pero que no me intimida. Retrocedo un par de pasos,
cubriéndome detrás de un bloque, que con su ataque termina de
derrumbarse. No puedo seguir con esto, si no hago algo, pronto no habrá
más obstáculos dónde cubrirme y me alcanzarán. La desesperación hace
mella en mi determinación, la humedad que me cala hasta los huesos no
ayuda demasiado.
Esquivo a uno y dos, pero el tercero logra conectar un golpe en mi
espalda, empujándome con fuerza, haciéndome caer sobre el suelo. Me
obligo a levantarme, justo a tiempo para evitar que otros dos impuros me
tomen. Jadeo en busca de aire, ahogándome con el agua que me empapa. A
ciegas muevo mi espada, consiguiendo dar en uno de ellos, pero hay cuatro
más, que me asedian no dispuestos a esperar su turno. Aprovecho mi
tamaño para inclinarme y deslizarme por en medio de sus piernas,
cortándolas en el proceso. Ignoro su agonizante o furioso rugido, no estoy
segura, enfocándome en el siguiente atacante. Este es más precavido;
esquiva la filosa hoja que iba directo a su cuello y se aparta permitiendo que
otro de ellos venga por mí.
Piensa en tus padres, piensa en Josiah, piensa en Caden, ¿Qué harán si
no regreso?, me digo a mí misma, no dispuesta a darme por vencida. Piensa
en Abiel.
Con un grito arremeto contra uno de ellos, una cabeza rodando, su sangre
salpicando mi cara. Paso por alto el nuevo ardor que se enciende en mi cara,
cuando unas garras consiguen tocarme, agitando la hoja para enterrarla en
el pecho de otro impuro. Con un desagradable siseo, sus ojos pierden todo
rastro de actividad y cae. ¡Bien, uno menos! Tiro de la espada, demorando
una fracción de segundo en extraerla, lo que les permite atacarme. Anticipo
su acción, me echo a un lado y esquivo al par que pretendía aprovechar que
estaba inmovilizada.
Dos impuros más aparecen, gruñen y entonces todos se mueven al
mismo tiempo. Mi pequeña ventaja de nuevo se ha reducido. Planto con
fuerza los pies en el inestable terreno, preparándome para su ataque. Uso la
espada y mis brazos para golpearlos y mantenerlos alejados, intentando
buscar un pequeño espacio para cortar sus cabezas o perforar sus pechos,
cualquiera que sea…
Un golpe conecta en mi mandíbula, haciéndome ver luces de colores y
tambalearme. No pierde tiempo, un par de brazos me sujeta con fuerza.
Miro al impuro delante de mí; se inclina acercando su horrible cara a mí,
abre la boca mostrándome sus filosos colmillos. Me resisto, no dispuesta a
rendirme…
La sangre brota de su pecho, al mismo tiempo que una espada emerge.
Un rostro desconocido me sonríe.
―Nada mal, niña ―murmura antes de centrarse en otro de los impuros.
Saliendo de mi aturdimiento, forcejeo, liberándome de mis atacantes.
Golpeo el rostro de uno, antes de cortar su cabeza. Inesperadamente no
estoy sola, me acompañan tres híbridos que han acabado con los impuros
que me rodeaban.
―¡A la entrada!
Randi aparece, corriendo a toda prisa. Miro detrás de él: un enorme
grupo de impuros se acerca a toda velocidad.
―¡Vamos! ―Xean tira de mí, guiándome detrás del otro par de
desconocidos. Ambos me miran de reojo. Debo ser un desastre, aunque eso
es lo último que me preocupa. Esto es irreal.
Doy un vistazo a Randi y Xean, no tienen mejor aspecto que yo. Hay
grandes heridas en sus brazos y la parte delantera de su ropa tiene rastros de
sangre.
Sin entender, veo cómo vamos directamente hacia el pie de la montaña,
donde no veo otra cosa que rocas. Un par de impuros nos reciben, pero los
tres desconocidos acaban con ellos fácilmente.
―¡Entren! ―grita el mismo hombre que me ha salvado.
De nuevo, Xean toma mi brazo y me conduce hacia la abertura que
aparece entre las rocas.
―¡Disparen!
Una lluvia de flechas cae a nuestras espaldas, retrasando a los impuros
más próximos y dándonos oportunidad a todos de entrar. La ligera
oscuridad me absorbe cuando, con un golpe, se cierra una pesada puerta,
dejando fuera a los impuros y sus horribles chillidos.
Miro el espacio rocoso, iluminado por un par de antorchas y al par de
chicos que se acercan.
―Llegaron. ―Una chica bajita, de cabellos ondulados, sonríe a Randi.
―Bien hecho, Ivy ―asiente él, tocando su cabeza, antes de mirar a los
otros hombres―. Ustedes no estaban afuera esperándonos, ¿Qué hacían?
―cuestiona mirándonos con severidad.
―Randi…
―Ellos saben las reglas, Xean. No intervengas.
Uno de ellos hace una mueca. Los tres son altos, un poco robustos. Dos
de ellos tienen melenas rubias, lo mismo que barbas abundantes. El tercero,
quien me ha salvado, tiene el cabello oscuro. Sus ojos son claros, señal
inequívoca de que son híbridos, además de su velocidad y fuerza.
―No salimos porque quisiéramos perder la cabeza.
―Abbas ―advierte el hombre de cabello oscuro―. Se terminaron los
alimentos ―dice con una mueca―. Teníamos que hacerlo, no estábamos
seguros de cuándo volverían.
Randi parece frustrado, con ganas de gritarles, pero el brazo de la chica
parece calmarlo.
―Lo importante es que todos han vuelto. ―Otra chica que no había
visto antes, salta desde un pequeño borde y cae a un lado de él.
―Hay que curarlos. Los demás nos esperan. ―Ivy tira de Randi, quien
no convencido les hace señas para que avancen por el túnel, incluida ella.
Miro la puerta, donde los golpes siguen escuchándose.
―Tranquila ―Xean sonríe―. No pueden entrar.
―¿Seguro? ―Se encoge de hombros.
―Hasta ahora no lo han logrado y, si lo hicieran, tenemos más trucos.
Anda, hay alguien que espera por ti.
Quiero preguntar, pero se va antes de que pueda hacerlo. Miro a Randi,
quien me observa atento.
―¿Vas a contarme todo?
―Ven y velo por ti misma.
Aspiro siguiéndolo. A medida que recorremos el túnel, empiezo a
entender a qué se refería Xean. Atravesamos por lo menos cuatro puertas
más, tan resistentes como la de la entrada, además de que hay distintos
pasadizos, una manera ingeniosa de despistarlos si llegaran a conseguir
entrar.
―¿Han traspasado alguna vez? ―No puedo evitar preguntar.
―Al inicio los atraíamos hasta aquí para matarlos, pero no fue lo más
inteligente. Parecía como si aprendieran las rutas de alguna manera. Se
supone que no tienen capacidad para comunicarse entre ellos, pero los viste,
no son simples animales como deberían.
―Sí. ―Por no decir que son rápidos, además de resistentes.
―De alguna manera se han adaptado ―se detiene mirándome de
reojo―. Como lo hicimos nosotros.
―¿Hay otras entradas?
―Tenemos bloqueadas todas las posibles entradas y trampas por si
quieren intentarlo.
Eso no me convence, pero no soy quién para juzgarlos.
―¿Esta ciudad era…?
―Erbil. Fue abandonada hace muchos años, antes de que viniéramos.
Las ruinas que viste son lo que queda. Esos malditos se encargaron de
destruir lo que quedaba de la ciudad. Esta era la mejor opción, hasta el
momento los hemos mantenido fuera.
Puedo adivinar lo que no dice en voz alta, no lo harán por siempre. Ese
pensamiento es inquietante, pero guardo silencio.
Finalmente, tras recorrer otro largo tramo de túneles, que parecen un
laberinto, empuja una puerta, dejando al descubierto una enorme caverna.
En el centro hay un pequeño estanque de agua, formado por las gotas que
caen desde lo alto, aparentemente está conectada al pico de la montaña,
donde se puede observar una reja. Doy un rápido vistazo alrededor, donde
se encuentra el resto de quienes nos recibieron y algunos otros
desconocidos.
Randi se aparta, haciéndome un gesto para que avance. Titubeo, antes de
encontrar a Klaus, justo a un lado de Yohan, quien ahora luce unas
improvisadas vendas en el hombro y pecho. Él también me indica que entre.
Avanzo despacio, mirando discretamente el pequeño grupo de personas,
porque no todos son híbridos, hay pocos, pero puedo distinguir algunos
humanos. Sin embargo, no es algo que hubiera esperado. Aunque debo
admitir que es más de lo que se podría imaginar. Viven ocultándose de los
impuros que les han quitado su alimento y eso explica el porqué de sus
aspectos tan frágiles. Delgados en su mayoría, especialmente el de los
niños.
Mi atención se concentra en una mujer, que con las manos en el rostro
tiembla, antes de dar un par de pasos al frente, en mi dirección. Ivy, la chica
que estaba en la entrada, está a su lado.
―¡Eres idéntica a tu madre! ―exclama llegando hasta donde me
encuentro―. Tienes su pelo, su nariz… ―Un sollozo interrumpe sus
palabras.
―Tranquila, mamá. ―La chica tira de ella, al notar mi desconcierto.
Ellas deben de ser de quienes habló Randi, quienes comparten mi sangre,
quienes conocieron a la mujer que me dio la vida.
Pero no te crio y te dio amor.
Guardo silencio, porque no sé exactamente qué debería decir. Pero verla
llorar, y la conmoción que su cara muestra, no puede estar fingiendo.
Me muevo incómoda. Todos me miran como si esperaran que hiciera
algo por ellos, pero no tengo idea. Soy alguien que ha escapado, de sus
padres y su hogar, como una criminal, ¿qué podría ofrecerles?
―Vuelvan a sus ocupaciones, ya hablaremos más tarde. ―Renuentes
ante las palabras de Randi, poco a poco el grupo se dispersa.
Son seis hombres adultos, incluido Yohan. Ocho mujeres, sin contar a
Ivy y a la otra chica que no deben ser mayores que yo. Seis pequeños,
incluido un bebé. Veintidós personas. Más de la mitad incapaz de enfrentar
a esas cosas. Creo entender la desesperación e inquietud de esos hombres,
el resto depende de ellos.
―Vengan, tienen que cambiarse de ropa.
Ivy nos indica que la sigamos. Miro a Randi, quien asiente, su rostro
dejando ver la fatiga.
―Todos necesitamos dormir un poco. Vayan.
No replico, yo también comienzo a sentir el agotamiento.
Atravesamos el espacio, internándonos en otro pequeño túnel: hay
improvisadas puertas de madera y metal. Señala una de ellas, deteniéndose.
―Aquí pueden quedarse. Dentro he puesto ropa y también algo para sus
heridas.
―Gracias. ―Sonríe antes de darse la vuelta.
―Espera.
―¿Qué? ―pregunta mirando a Klaus, quien le ofrece su mochila. Ni
siquiera me acordaba de ella.
―Hay algo de comida dentro ―luce inseguro y apenado, puedo
entender la sensación―. Pueden usarla, si quieres.
Su rostro se ilumina y, tomándola, asiente.
―Gracias. Iré a compartirlo.
Sale tan emocionada que me hace sentir un pequeño nudo en la garganta.
―¿Y bien? ¿Ahora qué hacemos?
Hago una mueca.
―No tengo idea ―admito apoyándome en la pared.
―Bueno... cambiarnos, supongo que sería un buen principio. Después
algo saldrá. Muero de sueño, creo que eso sería lo segundo. ―Asiento―. Y
también curar tus heridas.
―No es nada ―digo tocando mi cara. Seguro eso dejará una marca, pero
no quiero pensar en ello. Después de estar a nada de morir, unas cuantas
heridas no son gran cosa―. Sanaré rápido.
―Cierto. ―Suspira mirando sus manos.
―Lo siento.
―¿Por qué? ―inquiere ceñudo, mirándome sin resentimientos, lo que
aumenta mi culpabilidad.
―¿Por qué? ―ironizo sacudiendo la cabeza―. Casi morimos.
―No exageres.
―Klaus…
―De acuerdo, puede que un poco, pero estamos enteros, que es más de
lo que esperaba. Si me preguntas…
Nunca dejaré de admirar su positivismo. No sé qué habría hecho sin él.
―Gracias por venir.
Sonríe, tocando mi hombro sano, por fortuna.
―Para eso estamos los amigos. Me cambiaré afuera, háblame cuando
termines. Eso tiene mala pinta ―señala mi brazo―. No demores.
―Ajá.
Suspiro, mirando el pequeño espacio. La cama es una improvisación de
tablas y mantas desgastadas. ¿Hace cuánto que estas personas no salen de
aquí? ¿Cuánto más pueden resistir en estas condiciones?
Elina (7)
Observo su pequeño rostro, así como los rastros de lágrimas que quisiera
borrar o, mejor dicho, evitar que se formaran.
―Se quedó dormido. ―Miro a la chica, una de las mayores y aun así
muy joven para afrontar esta difícil condición. No debe pasar de los quince
y, sin embargo, se ocupa de los niños, en su mayoría, porque todas las
mujeres los cuidan como si fueran propios.
Supongo que se debe a lo que esa mujer explicó, los ven como su futuro,
su esperanza.
―Sí ―confirmo mirando el rostro tranquilo del bebé, que se durmió tras
agotarse con el llanto derramado y encontrándose también saciado, por
primera vez desde que vio este mundo. El pensamiento forma un nudo en
mi garganta. Es tan pequeño y a la vez tan fuerte, ha resistido sin su madre
y continúa aferrándose a esta vida. Un luchador.
―Le gustas ―susurra ella, inclinándose junto a la pared. Le sonrío, un
poco confortada por sus palabras―. Suele ser bastante exigente y no
cualquiera lo hace dejar de llorar.
Me gustaría aclararle que es posiblemente porque estaba hambriento,
pero lo reservo. Puedo darme cuenta en su mirada, que es consciente de la
situación en que se encuentran.
―¿Cómo es ese lugar? ―La miro, leyendo la inquietud en su rostro―.
Al que se supone que iremos.
―Te gustará. ―Podría darle muchas razones válidas, entre las más
importantes, el hecho de que podrán caminar debajo del sol sin preocuparse,
alimentarse con una amplia variedad, pero sería cruel de mi parte.
―Randi no está muy contento.
―¿Lo sabe? ―Asiente.
―Es nuestro líder, no hay nada que no le contemos.
―Cierto.
―Pero todos queremos ir ―se apresura a decir, como si temiera que
malinterpretara sus palabras.
―¿Él vendrá?
―Sí, le importamos demasiado como para que sea orgulloso. ―Doy una
pequeña inclinación en señal de entendimiento, aunque difiera―. No es
malo, solo… ha tenido una vida difícil.
―¿Lo sabes?
―Los mayores nos han contado algunas cosas. Y es difícil no escuchar.
―No siempre es verdad todo lo que nos dicen ―comento sin
profundizar más, pero ella sonríe.
―No los odiamos, ni les querríamos hacer daño. No somos malos,
créeme, solo queremos vivir.
Estiro la mano, tocando su cabeza.
―Eres una buena chica, Ivy.
―Mi madre me decía eso… antes de…
―Ella estaría orgullosa, especialmente porque quieres lo mejor para
todos.
―¿Lo crees?
―Estoy segura. Y ahora, ve a dormir un poco. No hay mucho tiempo
para descansar.
―De acuerdo. Si llora…
―Ve tranquila. Puedo cuidarlo si despierta. Aunque no lo parezca, soy
buena con los niños.
Asiente antes de marcharse, no sin darle otra mirada al pequeño. Una
vida difícil puede convertir a alguien tan joven en un alma mayor y sabia. O
en alguien retorcido. Me alegra confirmar que en este caso es lo primero.
Estos niños son nobles, a pesar de las adversidades a las cuales se han visto
expuestos. Bien, Lena, nunca dejaré de agradecerte por venir, por traernos
hasta aquí.
Abiel (11)
֍
Contemplo el horizonte, por donde hace unos minutos desaparecieron.
Aceptar que mis hijos son lo suficientemente maduros para gobernar, no se
compara con aceptar que pueden ocuparse por sí mismos. Sin embargo, es
algo necesario. Siempre estaré presente, pero hay cosas que se deben
permitir experimentar por ellos mismos.
Cierro los ojos, sintiendo sus manos recorrer mis hombros, deteniéndose
sobre mi pecho. Mi amada Mai.
Toco sus manos, sintiendo su pecho contra mi espalda.
―Estarán bien ―dice intentando confortarme. Sonrío, ella siempre ha
sido más fuerte que yo.
―Tengo la certeza, es solo que no soy de los que les gusta esperar.
―Lo sé, pero es su turno, como dijiste.
―Decirlo es fácil, no tanto como verlo.
Ríe, haciéndome volverme hacia ella. Es tan hermosa, nunca me canso
de admirar su rostro y esa sonrisa que tanto amo.
―A veces vuelves a ser el mismo gruñón de siempre.
Tiro de su cintura, antes de tocar sus labios.
―Intento no serlo cuando se trata de ti. ―Frota su cara contra la mía, de
modo juguetón.
―No te preocupes. Todo saldrá bien.
―No es por ellos que temo, sino por los otros. No confío.
―Debemos darles una oportunidad. Es quizás ese momento de cambiar
los errores del pasado y tratar de sanar viejas heridas.
La beso de nuevo.
―Solo tú puedes ver lo positivo en cualquier parte, pero tienes razón,
siempre la tienes y por eso nunca dejaré de agradecer poder tenerte
conmigo.
―Siempre, amor, siempre.
Lena (37)
Ha pasado tanto tiempo desde que estuve en una pelea real, una en la que se
luchaba por mantenerse con vida. Impuros, las criaturas que más odio y las
que cambiaron mi vida. Hoy tengo la oportunidad de cortar algunos de
ellos, por nada del mundo la dejaría pasar. Él lo sabe y justamente por eso
me ha permitido venir, a pesar de que sigue viéndome como a alguien que
debe ser protegida. Lo amo y lo recompensaré cuando estemos de regreso.
―Ten cuidado, Jensen ―dice Anisa, mirando a Pen, que le dirige una
mirada molesta antes de avanzar.
―Yo lo cuido ―Alain le sonríe, antes de ir tras Pen―. Como en los
viejos tiempos.
Ellos me hacen sonreír, su camaradería no ha dejado de existir como la
primera vez que los vi en Jericó.
Evito mirar a Anisa, porque sé que, aunque no quiera mostrarlo, le
importa demasiado. Tanto que insistía en que se quedara, pero desde luego
que él, siendo de los más recientes en convertirse, quería participar. ¡Rayos!
Todos queríamos, hace mucho que no tenemos acción.
Golpeo la nariz de un impuro, consiguiendo que gruña y luzca más
molesto. En algún momento de mi vida, me habría parecido aterrador y
hubiera salido corriendo, pero no en este. Con un corte limpio, cerceno su
cabeza, antes de perforar su pecho y empujar su cuerpo.
―Te has vuelto lenta ―gruñe Anisa, tomando la mano de Irina, que le
sonríe.
―Ya era hora de que llegaras.
Anisa resopla, negando.
―¿Puedes seguir? ―Irina examina el corte en su brazo y se encoge de
hombros.
―Es solo un rasguño, me tomó por sorpresa.
―Eso pasa por dejar de entrenar.
―Entonces tienes que ponerme el ejemplo. ―Anisa enarca una ceja.
―Lamento interrumpir ―digo pasando de ellas―. Tenemos algunos
sujetos que salvar, por allá.
―Cierto. Vamos.
Asiento, echando a correr a donde verdaderamente se desarrolla la
batalla.
Yohan (6)
Observo cómo se alejan, deseando ir tras ellas. Aunque han venido con
algunos guardias, los impuros siguen superándoles en número. No dudo de
sus habilidades, sé que son mucho mejores que yo, pero saber que no solo
Abiel, sino personas que he conocido toda mi vida, se encuentran ahí,
arriesgándose por nosotros, me impide volver el rostro y fingir que todo
está bien. Porque no será así hasta que estemos dentro de los muros.
Qué irónico. Muchas veces pensé que eso frenaba nuestra libertad, pero
solo ellos saben por qué razón la construyeron, solo ellos conocieron los
horrores antes de que la paz reinara en Cádiz.
―Ellas son fuertes ―susurra Klaus, posando su mano en mi hombro.
Asiento sin saber qué decirle, aún embargada por alivio―. Nuestro deber es
protegerlas.
―Lo sé.
―¡Lena! ―Me giro al escuchar mi nombre, para ver acercarse a Caden
en compañía de Kyla y dos guardias.
¡Vaya! No los esperaba.
―¿Estás bien? ―pregunta bajando de su caballo, tomando mis
hombros―. Nos tenías muy preocupados. ¿Hay algún herido? ―pregunta
mirando al resto del grupo.
Kyla desciende con elegancia de su montura, centrándose en ellos.
―Ellos están bien, pero no han comido nada ―responde Klaus―. Están
agotados, no hemos descansado. ¿Deberíamos movernos? Hay que llevarlos
a Cádiz ―sugiere mirando los cuerpos de impuros que se encuentran a unos
metros de nosotros. No es una vista muy bonita, pero tengo la certeza de
que esos pequeños han visto cosas peores y, sin embargo, siguen
manteniéndose firmes.
La mirada de Caden se pierde un instante, antes de asentir.
―Hay que sacarlos de aquí. Acompáñenlos ―indica al par de guardias y
a Kyla, que se ha mantenido quieta, pero que no deja de escrutarlos, sin
ocultar su curiosidad. Me extraña que no estuviera sobre ellos, aunque
supongo que siente su recelo.
―Yo me quedo ―dice levantando el pequeño maletín que trae con
ella―. Podría haber heridos. Recibirán la atención que necesitan, el señor
Koller los espera en la entrada de Cádiz.
―Puedo ocuparme…
―Me quedo. ―Caden y ella intercambian una mirada, él no parece
conforme, pero no discute. Me mira, pero yo también niego. No pienso
irme, no podría.
No puedo ignorar que esto es mi culpa, mi responsabilidad y si hay algo
que pueda hacer para ayudar, por muy mínimo que sea, lo haré.
Caden, que me conoce mejor que nadie, no se molesta en discutir.
―Ve con ellos, Klaus ―indico, preparándome para unirme a la lucha.
Gracias a la sangre de Abiel, mis heridas han sanado y aunque un poco
hambrienta, estoy en condiciones de pelear.
―Lena… ―Niego mirando a Klaus.
―Por favor ―susurro―, ellos confían en ti. Además, has visto que
puedo pelear. ―Y Abiel sigue ahí, no voy a irme.
―Está bien ―murmura resignado―. No teman, son de fiar y allá
estarán todos a salvo.
―¿Y los demás? ―pregunta una de las mujeres.
―Ellos irán ―responde con firmeza Caden―. Todos.
―Muévanse ―ordena Eneth―. Somos más de ayuda si no estamos
aquí. Cuídense ―dice mirándonos.
Espero hasta que comienzan a alejarse, antes de apartarme de Caden y
Kyla y regresar por donde hemos venido, pasando por cuerpos de los
impuros. Con cada paso que doy, los sonidos de la lucha se vuelven más
claros.
Mis pies titubean cuando la escena surge frente a mis ojos. Esto es
mucho peor que lo que vivimos cuando llegamos a Erbil, es tan sangrienta y
desesperada.
―Vuelve con Kyla ―aconseja Caden, sujetando mi brazo. No hay
reproche en sus palabras, solo la inquietud ante mi reacción.
―Son demasiados ―digo negando con la cabeza.
¿De dónde han salido tantos?
Un momento… observo detenidamente lo que ocurre, no es que su
número aumente, es que no disminuye. Se mueven antes de que sus espadas
los alcancen, atacan cuando les dan la espalda y eso les está afectando. Los
están agotando.
Anisa y el resto de los recién llegados han ayudado, pero siguen estando
superados por ellos.
―Es como si supieran lo que hará el otro ―escucho decir a Kyla, su
expresión tan confusa como la que debo tener en este momento―.
Mírenlos, no se interponen entre ellos mismos, es como si se pusieran de
acuerdo para atacar. Los impuros que he visto antes no actuaban así, eran
capaces de ir contra ellos mismos para llegar a su presa.
Vuelvo mi mirada a la batalla, comprobando lo que ha dicho. Los
impuros no tienen errores, atacan como si estuvieran sincronizados. Tal
como lo ha dicho.
Me muerdo el labio, pensando que algo se me escapa.
―Se están comunicando mentalmente ―me sorprende la afirmación de
Caden―, es así como lo hacen. Se comunican entre ellos, por eso no se
interponen.
Como lo hacen los demás. El señor Haros ordenó no distraernos
comunicándonos, lo que es un error.
―Hay que hacer algo ―digo dando un paso al frente, pero el agarre de
Caden me detiene―. Tenemos que ayudarles.
―Josiah no quiere que vayas.
―¿Qué? Tenemos que hacer algo.
―No, Lena. Iré, pero tú no.
―Pero…
―Si pudiéramos evitar que se comuniquen ―farfulla Kyla, con aire
ausente―. ¿Cómo lo hacen?
Si se pudiera evitar…
Cierro los ojos, intentando captar sus pensamientos. Es un impulso, una
corazonada. Doy un paso al frente, ignorando la protesta de Caden, fijando
mis ojos en uno de ellos. El más próximo, que lucha con Alain. Recuerdo
las palabras de Randi, dijo que se podían bloquear los pensamientos,
creando una especie de muro. Un muro. Eso es, debo crear un muro. Lo
hago. No pasa nada. Por favor, por favor. Cierro los ojos, intentando de
nuevo. Miro centrándome en él. El impuro que estaba a punto de golpear a
Alain en la espalda, se tambalea, llevándose las manos a la cabeza, soltando
un grito horrible.
¡Funcionó!
No lo puedo creer. Funciona.
Ellos no son fundadores y se han alimentado de sangre de híbridos, así
que puedo llegar a ellos mentalmente. Eso es.
Cambio de enfoque a otro de ellos e imito lo que hice con el primero.
Funciona, dándole oportunidad a Neriah de perforar su pecho y eliminarlo.
¡Bien!
―¿Qué haces, Lena? ―pregunta Caden, mirándome sorprendido. Se ha
dado cuenta.
―No lo sé ―admito mirando a otro impuro.
―Sigue haciéndolo ―dice esperanzado―. Kyla, quédate con ella
―ordena empuñando su espada y se va.
Pongo mi atención en otro impuro y repito lo que hice antes. Funciona,
pero no es suficiente, no puedo estar en varios lugares a la vez. No es
suficiente.
Si pudiera alcanzar a varios de ellos...
Danko (7)
―Ese maldito ―gruñe Johari, dando un paso antes de que Farah retenga
su brazo y la haga detenerse.
―Cálmate.
―No, no pueden permitir que viva aquí.
Randi se detiene, mirándonos con fijeza, sus ojos son fríos y su
expresión vacía me recuerda tanto Alón.
―Sé que desearías tener mi cabeza.
Johari sonríe de modo siniestro.
―No tienes idea de cuánto te odio ―escupe empuñando sus manos―.
Siempre fuiste su mano derecha, hiciste tantas crueldades como él, que no
me extrañaría que ellos te odiaran tanto como lo hago yo.
―Lamento decepcionarte, porque no es así.
―Están ciegos, entonces. Nada bueno podría venir de ti.
―Pagué lo que hice ―expresa, aún sin mostrar alguna emoción―. Mi
mujer e hijo murieron, padeciendo hambre y miseria en aquel lugar.
―Sigues culpándonos ―afirmo con calma. Ellos pensaban que esta
ciudad les pertenecía, la querían a cualquier costo, sin tener en cuenta todo
lo que su crear hizo para destruirla y cómo los usó para sus fines. Porque
realmente no le importaban, al final, todos nos convertiríamos en sus
marionetas, en su alimento y diversión.
―Lo hago y, por eso mismo, deberían escucharla y no permitirme estar
con ustedes. No nos engañemos, no me quedaría tan tranquilo. Hace
dieciocho años decliné su oferta y volvería a hacerlo, si fuera el caso.
―Eres…
―No puedo cambiar lo que soy ni ustedes tampoco. Lo único que me
motivó a venir, fue la promesa que les hice a ellos y la confianza que
depositaron en mí. ―Me mira―. ¿Puedo contar con que estarán bien?
―No tienes que preguntarlo.
―Bien. ―Arroja su espada a mis pies, sacudiendo sus manos―. Acaba
conmigo, puedes decir que intenté matarte o que lo hicieron los impuros.
No importa.
No puedo evitar una expresión de incredulidad ante su sugerencia.
―No ―niego automáticamente. No caeré en su juego, sin importar lo
que pretenda.
―Si no lo haces, tendrás problemas. Ellos harían todo por mí y tu
tranquila ciudad estaría en conflicto. Debes hacerlo, por ellos, por ti, por mí.
―Tú no mereces nada.
―Joha…
―Algunos impuros vienen hacia acá, podría dejar que ellos lo hagan,
pero… no lo deseo. Son lo más bajo, incluso para mí.
―No lo haré. No voy a mancharme las manos, si eres tan cobarde como
para rendirte, sin intentarlo, no voy a ayudarte en eso ―digo dándome
media vuelta.
Los gritos de los impuros se escuchan, seguidos por la orden de alerta de
la guardia. Me encamino hacia la puerta, que comienza a abrirse, pero el
sonido de su cuerpo en movimiento me hace detenerme. Alerta, esperando
su ataque.
―Idiota ―musita Johari, su mano sosteniendo el arma de Randi, que
ahora perfora su pecho. Ha intentado atacarme por la espalda y ella no ha
dudado en detenerlo.
Observo la escena, fijando mis ojos en la sonrisa amarga de su rostro,
que lentamente pierde el color. Lo ha hecho a propósito, consciente de que
ella actuaría.
―Mantén a todos a salvo, dales una oportunidad ―pide sujetando el
mango de la espada, al mismo tiempo que retrocede. Ella lo deja ir, su
expresión dando paso a la compresión y al horror.
―Mentiría si dijera que me arrepiento ―dice con voz afectada, Farah
acercándose―. Concuerdo en que estaremos mejor sin ti.
―Lo sé. Solo no dejes que esas cosas me tengan… ―Un hilillo de
sangre brota de su boca, antes de caer. Cuatro guardias se acercan, ignoran
lo que ocurre y van al encuentro de los impuros.
―Deberíamos quemarlo ―murmura Johari, mirando el cuerpo inerte de
Randi.
―Se hará lo que ha pedido, aunque no sé qué diremos ―susurro
pensativo, sintiendo un poco de pena por él. Su alma y voluntad fueron tan
corrompidos, sumado a la perdida de las personas que amaba. No tenía
suficiente para vivir o para intentarlo.
―Lo dicho, murió intentando protegerlos.
―¿Y hacerlo quedar como un salvador? No lo creo.
―Es lo mínimo que se merece, después de traerlos y darles una
oportunidad ―comento, pidiendo a los guardias que lo lleven dentro―. Por
el momento es mejor esperar a que regresen los demás.
Miro más allá de la colina, percibiendo la inquietud de mis hijos.
«Vayan», ordeno a un grupo de guardias, que no dudan.
―Regresen a Jaim, pronto estarán todos de vuelta.
Lena (41)
Las últimas horas han sido una serie de altibajos, es como trepar una
montaña y volver a subirla una y otra vez. Randi está muerto, murió
protegiendo a los demás. O eso es lo que han dicho. Cierro los ojos,
permitiendo que el ahogamiento reclame mi consciencia y cuerpo. No
puedo pensar demasiado, creí que moriría o, peor, que terminaría como una
de esas cosas.
―¿Cómo te sientes? ―Me obligo a abrir los ojos y mirar a Xean, que,
cojeando un poco, se acerca a mi cama. Nos han instalado en una amplia
habitación. Desde luego que todos tenemos heridas, algunas más graves que
otras y debido a nuestra débil condición, no estamos sanando tan rápido
como deberíamos.
―Sobreviviré.
Me mira con curiosidad.
―¿Y la sangre? ―murmura mirando alrededor, comprobado que no
haya alguien cerca―. ¿Te sientes raro?
―Como siempre, quizá más cansado.
Ciertamente, después de estar a punto de morir, lo que esa chica hizo fue
increíble y extraño. Aún percibo el sabor de su sangre en mi lengua. Había
escuchado sobre lo que puede hacer la sangre de un fundador, pero verlo y
experimentarlo es muy distinto. Mis heridas prácticamente han
desaparecido, estoy débil y cansado, todos lo estamos, pero no pareciera
que fui herido y mordido. O que estuve a nada de morir.
Él asiente pensativo.
―¿Qué haremos? ―inquiere, la incertidumbre reflejada en su cara.
Desde luego que la noticia de la muerte de Randi a todos nos tiene
desconcertados. No debía manejar las cosas por su cuenta, tenía que esperar
por ayuda. Estaba débil, herido. Fue un suicidio lo que hizo.
―Lo que él quería.
―Pero…
―Nos trajo aquí por una razón. Tenemos que hacer que valga la pena.
―Lo sé, pero… Todo es raro.
―Sabes cómo era, nunca daba explicaciones y nadie le podía hacer
cambiar de parecer, ni siquiera Eneth.
―Sí, pero… Sabe mal, que después de todo su esfuerzo, no pueda
disfrutarlo.
―Las cosas pasan por algo ―la suave voz de la médica nos
interrumpe―. Y ciertamente, carecería de sentido todas las cosas y muertes
que experimentaron, si no saben aprovechar esta oportunidad.
―Uhm ―Xean la mira con desconfianza. Desde luego que piensa lo
mismo que yo, no ha dejado de estar sobre mí desde que llegamos a este
lugar―. ¿Necesitas algo?
Ella lo mira y luego a mí.
―Eso debería preguntarlo yo, pero me he asegurado de que tengan lo
necesario. Así que no.
―¿Qué pasa con el espacio? ¿Podemos tener un poco de privacidad?
―Ella no se inmuta ante la clara indirecta.
―Él es mi responsabilidad, así que por esta noche me quedaré a su lado.
―Eso nos sorprende, pero no explica más―. Y tú deberías volver a tu
cama y descansar. Por cierto, Dayna me pidió informarte que su hijo ha
nacido.
―¿Qué?
―Su parto se adelantó, pero tanto el niño como ella se encuentra en
perfecto estado. El doctor Koller se está haciendo cargo de ellos. Le hemos
colocado algunas vacunas necesarias y lo mismo haremos con ustedes. Es
indispensable comprobar su condición antes de que interactúen con las
personas de Jaim.
Intercambiamos miradas con Xean. Suponíamos que ordenarían nuestra
ubicación, entre otras cosas, pero suena un poco extraño. Antes éramos los
que velábamos por los demás, les proveíamos alimentos.
―No tienen nada que temer, se espera que con ellos se encuentren más
cómodos, pero pueden quedarse en Cádiz, si lo prefieren.
―Pensé que solo los vampiros podían vivir aquí.
Ella se encoge de hombros.
―Por el momento, su bienestar es lo primero. Aunque eso no me
corresponde a mí, después hablarán con el señor Danko o Regan. Son de
confianza.
Hay un intercambio de palabras, antes de que Xean finalmente se retire a
su cama y ella se acomode en la silla junto a mí. Sus ojos tienen ese tono
rojo intenso, su tez pálida la hace distinguir como uno de ellos. Luce
demasiado seria, correcta.
―Sé sincera ―digo enfrentándola―. ¿Por qué sigues aquí?
―Es mi trabajo.
―No se trata de eso.
Una de las comisuras de su boca se eleva, es un gesto tan pequeño, pero
lo noto.
―Me resultas interesante ―expresa sin más―. Tengo cierta inclinación
por los híbridos.
―No tengo idea de qué significa eso.
―Estoy segura que lo haces, pero descuida. No suelo morder contra
voluntad o sin autorización. ―Agita la mano, antes de inclinarse sobre el
borde de la camilla―. Por el momento, estoy monitoreando tu progreso. He
hecho esto con humanos, pero no tengo idea de cómo reaccionarás a mi
sangre.
―Gracias ―digo al ser consciente de que no he dicho lo debido―. No
solo por salvarme, por todo.
―Es un gusto y te aseguro que todos están disfrutando, hace mucho no
teníamos verdaderos pacientes que necesitaran de nuestras habilidades.
―Asiento sin saber qué más decir―. Lamento lo de Lena. Ella estaba
destinada a él, mucho antes de que la conocieras.
―Yo…
―Descuida. Estoy aquí.
Cierro los ojos, descolocado ante su actitud tan directa. No necesita decir
nada, me alegro por Lena y, sobre todo, ahora tengo muchas otras cosas en
qué enfocarme. Sin Randi, parte de la responsabilidad recae en mí,
especialmente el cuidado de los niños.
Alain (2)
Agradecimientos especiales a Maty y las chicas del grupo de lectura, por apoyar siempre mis locuras.
También a Liz, por el maravilloso trabajo con Descendientes y ahora con Linaje.
Sobre la autora
Isela Reyes es una autora mexicana, originaria del estado de Michoacán, que incursionó en la
novedosa plataforma de lectura y escritura: Wattpad, donde ha creado un sinfín de amistades y en
cuyo perfil se encuentran más de veinte historias de su pluma. Su libro, La Donante (precuela de
Descendientes), el primero de una saga vampírica y paranormal, fue publicado bajo el sello de la
Editorial Coral, contando con un número de seguidoras fieles que esperan más historias de su mano.
Pueden encontrarla en cualquiera de sus redes sociales, con el mismo nombre.