You are on page 1of 515

Esta es una obra de ficción.

Cualquier parecido con la realidad es mera


coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y
diálogos en esta obra son o bien producto de la imaginación del autor o han
sido utilizados de manera ficticia.

Linaje
Isela Reyes
Primera edición: Noviembre 2021
Corrección del texto y maquetación: Lizbeth Azconia
Diseño de cubierta: Lizbeth Azconia
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos dentro de la ley y
bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o
parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico
o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler, o cualquier otra forma
de cesión de la obra, sin la autorización previa y por escrito de los titulares
del copyright.
A las chicas del grupo «La Donante». A mi Jul, Mine, Cris, Tay, Sthef,
Yixxia, Gaby, a todas y en especial a Miri, quien hizo el booktrailer de esta
historia. También a todos los lectores que me han seguido desde Wattpad y
han sido pacientes, vamos a la mitad de la saga, espero puedan
acompañarme en las historias restantes. Mil gracias a todos.
La sangre no define quién eres. Tú eliges a tu familia.
Prefacio

El sol.
Aunque ninguno de ellos requería evitarlo para existir, como ocurría con los
vampiros completos, lo hicieron durante mucho tiempo, ya que vivir en las
sombras les había dado la oportunidad de prosperar. Sus ojos fueron al
horizonte, donde su presencia era solo una insinuación. Nunca antes había
esperado tanto por ver el amanecer y no era ningún propósito apreciativo, se
trataba de una cuestión de vida o muerte.
―¡Corran! ―dio la orden a todo pulmón, mirando su pequeño grupo.
Sus caras reflejaban la misma incertidumbre que la suya debía mostrar―.
Si logramos pasar la montaña estaremos salvados. ―O al menos eso
esperaba. No tenía garantías, pero claramente la altura favorecería la
presencia de los primeros rayos del sol.
No eran débiles, incluso los humanos corrían por sus vidas, pero podía
ver las expresiones cansadas y el miedo, especialmente en aquellos que eran
simplemente humanos. Ellos serían los primeros en sucumbir.
Híbridos o no, no había diferencia. Debía mantenerlos, no quedaban
muchos. Había pensado en dejar atrás a los humanos, pero sus números
eran tan bajos que perder más miembros podría significar que estarían casi
acabados. La mayoría eran mujeres y ellas representaban nuevas vidas.
Volvió la vista a donde un par de los mejores peleadores intentaban hacer
frente a los impuros que los seguían. Estaban a solo algunos metros de las
mujeres y los pequeños.
Maldijo por lo bajo y odió tener que abandonar las cuevas, que, a pesar
de haber sido frías y húmedas, los mantuvieron seguros; no obstante,
quedarse no era opción.
Muchos habían muerto, otros simplemente tuvieron que aceptar la oferta
de unirse y solo unos cuantos optaron por seguirlo. Ni siquiera él estaba
seguro de lo que les esperaba, pero no se sentía dispuesto a ser un sirviente,
al menos no de quienes los habían aniquilado.
―¿Qué hacemos? ―preguntó uno de sus camaradas, la desesperación
era la imagen viva en su cara.
―Luchar, tenemos que resistir. ¡No se detengan! ―gritó a las mujeres y
niños, al tiempo que miraba a los hombres, asintiendo con un gesto
silencioso que decía todo.
Desanduvo varios metros ganados, haciendo frente a los primeros
impuros y buscando darles ventaja a los que subían por la pendiente.
Solo un poco, solo un poco más y el sol despuntaría, concediéndoles una
oportunidad para vivir. Mientras sus puños impactaban, su mente volvía al
momento de tomar la decisión.
Johari.
Todo era culpa de ella, si no los hubiera traicionado, si no hubiera
cobrado la existencia de Alón, ellos no tendrían que estar escapando para
salvar sus miserables vidas. Simplemente no habrían tenido opciones,
solamente querían una existencia.
La sangre salpicó su cara, al tiempo que el impuro cortaba su brazo,
ignoró el dolor y fue a por su garganta. El sonido estrangulado que emitió
no fue reconfortante, porque otro de ellos se arrojó sobre él. Sin tiempo.
Otra herida, otro rival. Otro desagradable rostro buscando su cuello. No, él
no pensaba morir, volvería y cobraría venganza. Ya no contra Cádiz, sino
contra ella.
Johari.
Un par de impuros fueron contra él. Esquivó al primero, pateando la
rodilla del segundo e inclinándose para tirar del brazo del otro. Él gruñó,
mostrando sus colmillos, como si pensara que ese gesto podría intimidarlo.
No lo conseguiría. Escuchó los gritos de mujeres y volvió tan rápido como
sus pasos lo permitieron, un par de impuros estaba sobre ellos, echándose
encima del último del grupo. Obligó a sus piernas a moverse, sus pulmones
protestaron, pero aun con toda su determinación, fue inútil. La sangre
manchó el suelo y el rostro sin vida de la mujer lo recibió.
Sin tiempo para lamentar su pérdida, fue por su asesino, quien no parecía
dispuesto a retroceder. Vio con deleite cómo su piel chisporroteaba al
recibir un rayo de luz, antes de que los chillidos reemplazaran los sonidos
de la lucha. Algunos malditos trataron de escapar, pero la mayoría fue
alcanzada por el sol. Cerró los ojos, permitiendo que su cara fuera bañada
por la luz del amanecer.
Híbridos. Ellos no morían por sentirlo, no obstante, eran más débiles. No
sería así por siempre. Miró a su reducido grupo. Las pocas parejas y los
niños que los acompañaban eran todo lo que necesitaban para volver a
levantarse, para volver y cobrar venganza. Ya no por Alón, sino por los
suyos.
Lena (1)

Dicen que deseamos lo que no podemos tener y creo que es lo que todo el
mundo piensa respecto a lo que siento. Si bien es cierto que no oculto mi
gusto por Abiel desde hace algún tiempo, también lo es el hecho de que no
se trata solo de un encaprichamiento, como he escuchado comentar a la tía
Elina. No, no es, lo sé. Me gusta ese hombre desde que tengo uso de razón.
No en el sentido amoroso, lógicamente, sino en general. Él siempre me ha
visto distinto. Cuando era pequeña, me trataba con respeto, pero siempre
guardando distancia. No era como el resto que trataba de complacerme o
quedar bien. No. Cuando comencé a crecer fue aún más evidente la barrera
invisible que estableció entre ambos. No me miraba directamente y siempre
ha usado ese adjetivo que me molesta: señorita. No me gusta. Hace un par
de años, cuando mi cuerpo cambió notablemente, un par de cosas crecieron
y otras más tomaron forma, algunos comenzaron a verme distinto. Sí,
varios, menos él, quien parece seguir esforzándose por no notarme.
―¿Qué nueva travesura estás planeando? ―inquiere Josiah, mirándome
por encima del enorme libro que tiene en las manos. A veces su actitud lo
hace parecer como un viejito, casi como Bail.
Sonrío dejando caer los pies del diván en el que me encuentro sentada.
―¿Por qué crees que estoy planeando una travesura? ―No tengo
argumentos para negarlo del todo, difícilmente puedo quedarme quieta, así
que prefiero evadir la pregunta. Siempre he sido así. Primero me encantaba
estar detrás de mi padre, luego de mi madre. Pero ella es demasiado ruda y
ama combatir con quien acepte hacerlo.
No soy débil, de hecho tengo bastante fuerza, pero pelear no me parece
apasionante. No tanto como poner en apuros a Abiel y esa es la única razón
por la que acepto acompañarla en sus entrenamientos. No obstante, hasta
ahora nada ha dado resultados. Soy bonita, lo sé. No solo porque mis padres
lo dicen, lo veo en el espejo cada mañana. Pero no parece ser suficiente
para él. Y comparándome con otras vampiresas, incluso las pocas de la
guardia, sigo siendo alguien promedio que no llamaría la atención. No de
alguien como él, eso creo.
―Te conozco, prima: cuando te pierdes en tus pensamientos, es porque
estás tramando algo.
Sonrío de lado, poniéndome de pie. Sí que me conoce, ¿y cómo no
habría de hacerlo? Desde pequeños hemos sido muy unidos, sobre todo
después de que Caden se mudó.
―Qué bien me conoces. Pero hoy te ha fallado ―digo divertida
rodeando su silla, para abrazarlo por detrás―. Solo reflexionaba, nada en
particular.
Palmea mis manos y me mira, moviendo la cabeza hacia los costados.
―Creo saber en qué.
―¡¿Qué tiene de malo que me guste?! ―cuestiono apartándome,
mirándolo con malestar. Sí, puede que no sea tan común que alguien de
diecisiete años tenga gusto por alguien que tiene un aspecto de un hombre
de casi treinta años. Es decir, soy consciente de que luce mayor que mi
padre y que el tío Danko. Eso sin contar que en teoría tiene más de mil
años. Pero no me importa.
Si lo vemos de esa manera, pues sí es un poco raro, pero no imposible.
Además, hay algo con lo que nadie cuenta. Yo creceré y él seguirá viéndose
exactamente igual.
―Nada.
―¿Entonces? ¿Cuál es el problema? ―Se encoge de hombros,
mostrándose tan tranquilo ante mi arranque―. ¿No hay nadie que te guste?
―Una pequeña sonrisa brota de sus labios.
―No tengo tiempo para esas cosas ―dice golpeando con el dedo la
pasta del libro. Resoplo. Sí que lo tiene.
Josiah es un alma rebelde como yo. Quizá por eso nos llevamos tan bien.
Desde niño escapaba a Jaim para ver a Caden, cuando iba de visita a casa
de Farah. Después su destino cambió, tal vez porque ambos tenían cosas
que atender, porque Caden era duramente reprendido por “distraerlo” o
porque quería evadir que lo encontraran, pero comenzó a explorar los
alrededores de las ciudades.
Por irónico que parezca, se preocupaban por él. Y digo irónico, porque
tengo la certeza de que en algunos años será más fuerte que mi tío o que
papá. Aunque como yo, no le gusta demasiado luchar. Supongo que no
somos lo que nuestros padres quisieran, aunque no por eso dejan de
querernos.
Mamá me ama, siempre está al pendiente de mí, aunque es muy
sobreprotectora. Papá es igual. Me encanta hablar con él, es tan paciente e
inteligente. Los amo a los dos, y amo la manera en la que se complementan.
―Mentiroso ―niego―. Tiene que haber alguien.
Tenemos la misma edad y la tía Elina dice que ellos son más
enamoradizos.
―No. En el Consejo la mayoría son varones y las pocas mujeres, son
demasiado mayores.
―¿Qué me dices de Jaim? ―Se encoge de hombros. Es difícil sacarle
algo a este.
―Te he dicho que no tengo mucho tiempo.
―Entonces tendré que presentarte alguien.
―¿Intentas distraerme? ―cuestiona frunciendo el ceño, con ese aire
sereno que muestra cuando no me cree.
―No, trato de que no seas aburrido.
―No es que sea aburrido, sino que en algún momento tomaré el control
de Cádiz y no es algo sencillo como parece.
―Sé que no lo es, tonto. Pero eso no significa que debas encerrarte en
una biblioteca de por vida. Estaba pensando, ¿y si invito a Caden y a las
chicas?
―¿Invitarlos?
―Pues sí. Siempre eres tú quien va o yo a visitar a los abuelos, pero no
coincidimos por sus labores. Si vienen aquí, no habría problemas. ¿Qué tal
una cena? ¿Puedes hacer eso por mí? ―Lo miro suplicante, sabiendo que
no es muy partidario de cenas. Hace un par de años que comenzó a ingerir
sustituto, cuando su cuerpo lo requirió. Eso ha acentuado su aspecto pálido
y el color de sus ojos, pero es capaz de ingerir alimentos―. Es bueno
convivir con personas de nuestra edad.
―Y lo dice alguien que quiere a un viejo.
―¡No le digas viejo! ―Ríe, dejando de lado su seriedad. En ese aspecto
se parece tanto a su padre. Ambos suelen mostrarse severos la mayoría del
tiempo, pero con las personas correctas se permiten sonreír y ser blandos.
Caden es otra cosa, cálido, espontáneo y alegre. Él se parece a la tía Mai. Le
gusta demasiado ayudar a los demás.
―¿Estoy diciendo algo erróneo? Técnicamente…
―¡Shh! Si dices una palabra más no volveré a cubrirte. Así que tú
sabrás.
Suspira dejando el libro en la mesita de al lado, poniéndose de pie y
haciéndome sentir pequeña. Es mucho más alto que yo.
―De acuerdo, no diré nada respecto a… ―Lo fulmino con la mirada,
leyendo sus intenciones. Sabe que él es mi punto débil y disfruta
molestándome con eso―. Abiel. Y respecto a la cena…
―¡Por favor! ―No es que no pueda ir a Jaim, pero siempre tengo a
alguien siguiéndome y no es divertido―. Di que sí. Mis tíos no te negarían
nada.
―Tampoco a ti.
―Lo sé, pero quiero que estés tú también. ¿Sí?
Suspira pesadamente. Siempre que se cansa de mi insistencia, termina
accediendo. Justo como papá y mamá, aunque ellos son más flexibles.
Excepto cuando se trata de salir o hacer algo que consideran me pone en
riesgo. Soy un híbrido, vulnerable y por eso me protegen como si fuera a
romperme. Pero hay mucho que no saben, como mis prácticas con Josiah
cuando de niños o que tengo muy buena memoria para grabar sus ataques y
el hecho de poder reproducirlos sin necesidad de intentarlo. Sin embargo,
no es así como deseo que Abiel me perciba. Por eso debo parecer linda y
adorable, femenina. Además, tengo un par de años para mover mis piezas y
hacerlo caer. Porque de alguna u otra manera lo haré. No hay nadie más, lo
sé de buena fuente. Así que mientras no haya alguien más, existe una
posibilidad.
―De acuerdo. Les diré.
Me arrojo sobre su cuello, besándolo en la mejilla.
―¡Te adoro! ¡Eres el mejor!
―No exageres ―gruñe apartándome sin ser brusco, pero rehuyendo mi
toque.
―Eres malo. Ya quiero ver cuando te enamores y seas tú quien se eche
encima de ella.
Niega sin desmentir mis palabras. Vuelvo la mirada cuando la puerta se
abre. El tío Danko entra, mirándonos sospechosamente. Él nos ha
escuchado. Lo bueno es que casi nunca dice nada. Excepto cuando me paso
de la raya, que no es a menudo.
―Ya me voy ―digo leyendo su expresión. No le molestan mis planes,
pero sí que esté distrayendo a Josiah de sus deberes.
Agito la mano, despidiéndome de ambos y me dirijo a la puerta,
encontrándome con la tía Mai, quien me guiña el ojo y sonríe.
Quizá debería unirme a los demás. Me detengo al ver a Abiel cruzar la
esquina y desaparecer. Va hacia las salas de entrenamientos. Sonrío y
cambio de dirección. Solo echaré un vistazo, solo eso. Los demás están en
el salón principal, así que no hay nadie más.
Me asomo, aprovechando que la puerta está entreabierta, encontrándolo
de espaldas a mí, levantando un par de bastones. Sé que puede sentirme, mi
corazón y olor me delatan, pero siempre finge no darse cuenta. Y lo sé
porque Josiah me lo ha dicho. Un corazón en medio de oídos tan finos es
difícil de ocultar.
Entro olvidándome de que, se supone, solo iba a espiar un poco, pero
sigue sin volver la mirada. Cierro con fuerza, permitiendo que se escuche
alto el sonido. Tampoco me mira.
―¿Qué pasaría si por casualidad la manija se rompiera? ―pregunto
sosteniéndola detrás de mi espalda. No lo haría, pero necesito llamar su
atención de alguna manera. Comienza a cansarme su indiferencia.
Despacio se da la vuelta, encontrando mis ojos, una de esas pocas veces
que ocurre, solo que ahora no la aparta. La sostiene, manteniendo una
expresión seria.
―No debería estar aquí, señorita.
Gruño en protesta. ¿Lo hace a propósito? Suspiro, obviando su
comentario y sonrío.
―No hay otra puerta en esta sala ―digo mirando, con aire inocente, el
lugar―. Si no podemos abrir la puerta, significaría que estamos encerrados.
Una ligera arruga cruza su frente, entendiendo lo que trato de insinuar,
pero no se mueve.
―Rompería alguna pared.
―Son resistentes.
―Su madre vendría.
Pongo los ojos en blanco. Sí, ella sería la primera en intentar sacarme.
Pero ese no es el punto.
―¿Por qué no te agrado? ―pregunto directamente, tomándolo por
sorpresa.
―No es correcta su impresión.
Mentiroso.
―Las únicas cosas que obtengo de ti, son advertencias o simples frases
de cortesía. No es divertido, Abiel. ―De nuevo lo tomo por sorpresa al
decir su nombre. Y me gusta esa expresión en su cara.
―Es la hija del señor Regan.
―No es por eso. Porque ni siquiera con Irina eres tan formal.
―Debería volver, la están buscando.
Abro la puerta y salgo sin perder de vista sus ojos.
―Nos vemos mañana en el entrenamiento ―digo como si no hubiera
pasado nada. Eso tampoco lo esperaba.
Aunque a sus ojos sea una niña malcriada, no tiene idea de lo persistente
que puedo ser. Además, acabo de darme cuenta de algo, no le soy del todo
indiferente. No como se esfuerza en hacerme creer.
Lena (2)

Me llevo las manos a las mejillas, sintiendo el rubor que las cubre. ¡Oh! No
sé cómo he podido hacerlo: coquetear abiertamente con Abiel. Solo espero
que nadie se haya percatado, aunque en un lugar donde estoy rodeada por
vampiros, es prácticamente imposible.
Empujo la puerta, entrando discretamente en la sala principal, donde
como cada atardecer, están reunidos mis padres, el señor Uriel, Irina, la tía
Elina y Alain. Algunas veces están los demás, pero seguro han tenido sus
propios asuntos que atender. Todos conversan animados, dedicándome una
mirada amable a manera de saludo que respondo agitando la mano, pero sin
interrumpir su charla. Todos son tan adorables y no me refiero a su aspecto
perfecto y siempre jovial, sino a la relación que mantiene cada pareja. Se
nota a kilómetros lo mucho que se quieren. ¿Y aun así no comprenden por
qué quiero encontrar una persona especial?
Me desplazo hasta el sillón donde está sentando mi padre, quien tiende
una mano en mi dirección. La tomo, dejándome caer en el brazo del
mueble, dedicándole una pequeña sonrisa. Su expresión seria y mirada
astuta me indican que sabe lo que hice con Abiel, así que probablemente no
sea el único, lo que significa que me espera una larga charla. Sobre cosas
que aún soy joven para entender.
Miro a mi madre, que me sonríe abiertamente. Parece que ella no lo ha
hecho y eso es bueno. Sé que les imposrto demasiado, a mí también me
importan ellos, pero a veces siento que me pierdo de algo. Y no solo de no
tener a alguien. De esos silencios raros que se hacen cuando todos
intercambian miradas. Soy híbrida, no puedo leer la mente como lo hace mi
tío Farah. A veces me gustaría para seguirlos.
Declino la oferta de té y los escucho, estudiando sus expresiones. Iría
con Josiah, pero supongo que debe estar con mis tíos, así que mejor no
importunarlos.
Este lugar a veces es tan silencioso, nada comparado con Jaim, donde
muchos sonidos pueden percibirse. Principalmente las risas y
conversaciones de las personas. Algo que no siempre hacen aquí. Suspiro
mirando por el ventanal, donde el cielo comienza a oscurecer.
―¿Todo bien?
Me esfuerzo por mostrarme tranquila, pero es complicado ocultarle las
cosas a mi padre, no solo por lo intuitivo que es, sino porque puede indagar
con Abiel. Y lo hace. Tal vez por eso él me evita como si tuviera la peste.
―Sí. Y antes de que lo digas, no hice nada ―cuchicheo inútilmente,
porque sé que todos, aunque no lo parece, me han escuchado.
La esquina de su boca se curva ligeramente, al tiempo que da un pequeño
apretón a mi mano. Lo sabe. No puedo evitar reír, abrazándome a su pecho.
No dirá nada, esa es su señal. De nuevo, esto queda entre ambos, como
algunas otras cosas y no es que confiemos en mi madre, pero obviamente
ella no apoyaría mi coqueteo con Abiel. Él tampoco lo hace, pero es un
poco más permisible. Soy su niña consentida, siempre quiere lo mejor para
mí.
֍

La pierna derecha de Irina se eleva con rapidez, logrando rozar el rostro


de Pen, quien con un ágil movimiento retrocede antes de que impacte de
lleno. ¡Impresionante su rapidez! Ambos sonríen misteriosamente,
preparándose para el siguiente movimiento. Ahora arroja un golpe con el
puño, que, con algo de esfuerzo, detiene antes de que alcance su nariz. Está
jugando con él.
Sonrío. A veces es divertido verlos, aunque no tanto cuando él está en la
misma habitación. No me ha mirado ni por error, se mantiene rígido, en el
otro extremo de la sala de entrenamientos, junto a Anisa, quien sostiene una
espada mientras la mueve distraídamente. ¡Oh, no! ¿Acaso piensa…? Antes
de que termine la pregunta mentalmente, arroja la cuchilla. La filosa hoja
rasga el traje de Pen, para que después Irina la sujete.
¡Ops! Eso estuvo cerca. Parece que de nuevo han reñido y esa ha sido
una demostración del grado de malestar.
Pen se incorpora y le dirige una larga mirada, pero más que malestar en
sus ojos, hay algo tan intenso y abrasador que incluso yo puedo percibirlo.
¡Qué calor! No hay duda, ese par es tan explosivo. Se quieren, pero no por
eso dejan de pelear.
―¿Ahora vamos a jugar con espadas? ―pregunta él, enarcando una
ceja, sin dejar de mirarla como si quisiera comerla y no como alimento
realmente. Reprimo las ganas de reír, porque tengo a mi madre a un lado de
mí y no le gustaría enterarse de las ideas que me pasan por la mente en este
momento.
―¿Eres capaz de quitársela? ―inquiere Anisa, divertida.
Evidentemente, esta es una especie de provocación, solo que una un poco
extraña. Siempre son más de golpearse entre ellos, pero hoy han dejado a
Irina en medio de su pelea.
Él sacude la cabeza, desechando de inmediato la idea. Claro que podría,
pero prefiere los combates cuerpo a cuerpo y darle cierta ventaja a Irina por
ser una chica. Aunque ella no lo necesite realmente, es de las mejores, pese
a que le gusta ser reservada y solo mostrarlo cuando la provocan. He
escuchado cosas asombrosas de ella: sobre las batallas que lidiaron antes de
que Jaim se fundara.
―¿Por qué no lo intentas, Lena? ―inquiere Irina, lanzándome una
mirada y dejándome boquiabierta. ¿Está bromeando?
―Es buena idea. ―Todos, incluyéndome, miramos sorprendidos a mi
madre. ¿De verdad quiere que haga eso? Pensé que sería la primera en decir
que no.
Desde mi posición, sentada en el piso con las piernas contra el pecho, la
miro forzando una sonrisa. Ideando toda una serie de escusas que puedo
darle, sin sonar grosera o hacerle un desaire.
―Anda, inténtalo ―anima Irina. No sé con qué propósito lo hace, todos
saben que no soy partidaria de las peleas. Ni siquiera, aunque solo se trate
de quitarle una cuchilla y no golpearla. Porque definitivamente no lo haría.
―No creo que pueda ―murmura Anisa, mirándome con desdén―. Pero
podrías ser blanda y entregarla sin resistencia.
¡Auch! Eso dolió. No soy tan débil como para no hacerlo y obviamente
trata de molestarme. Algo raro, porque no suele meterse conmigo. Lo hace
con Elina, Irina, también con mi madre y desde luego con Pen, pero su
malestar nunca me había alcanzado.
―¿Quieres intentar, cariño? ―pregunta mi madre, emocionada.
Suspiro, resignada, parece que no voy a poder hacerla cambiar de
parecer. Me levanto despacio, sacudiendo mi vestido sin mangas hasta las
rodillas, que no es adecuado para este tipo de cosas, pero tampoco pienso
cambiarme de ropa.
―De acuerdo. ¿Solo debo tratar de quitarlo?
―Tratar y lograrlo ―corrige Anisa, divertida. ¿Se está vengando por ser
solo espectadora?
―Entiendo ―respondo sin caer en provocaciones. Nadie puede
culparme si no lo consigo, ¿cierto? Y mi madre estará encantada con que
muestre algo de habilidad. Solo eso.
―Abiel, ¿por qué no le muestras? ―Casi abro la boca por la sorpresa.
¡¿Él?!―. Eres bueno con las cuchillas.
―Cierto ―apoya Anisa, intercambiando una mirada cómplice con
Irina―. Anda, Lena. Inténtalo. Trata de arrebatársela ―termina arrojándole
la cuchilla, que sin problemas sostiene Abiel.
¿Realmente es lo que estoy pensando? ¿Han montado esto a propósito?
Doy un paso al frente, recogiéndome el pelo en un improvisado moño
alto y despojándome de las zapatillas. Si hubieran sido ellas, habría usado
mi atuendo como pretexto o mis zapatos, pero no tratándose de él.
―De acuerdo ―dice sin cambiar su expresión.
―De acuerdo ―repito luchando por no mostrar demasiado entusiasmo.
Mi madre parece más emocionada porque me he decidido, que no parece
notar la incomodidad de Abiel o las risas ocultas de Anisa e Irina. Pen
también parece ajeno a todo esto, aunque mira interrogante a su mujer.
Seguro sospecha algo.
Ladeo el rostro y me estiro un poco, dándole oportunidad a él de llegar
hasta el centro de la sala. Por primera vez me mira a los ojos, aunque
evidentemente no parece muy feliz de tener que hacer esto.
―Sé bueno, Abiel ―masculla Anisa, provocando que sus hombros se
tensen aún más. ¡Qué mala!
Abiel es alto, mi cabeza llega a su hombro, pero no importa. Ser pequeña
puede ser una ventaja.
―¿Listo? ―Me mira con suficiencia. Sonrío de lado.
Me lanzo sobre él, directo sobre sus brazos, pero es demasiado rápido y
yo demasiado evidente. Eleva las manos, creyendo que eso puede frenarme.
Salto, tocando sus muñecas. Su expresión se descompone, como si lo
hubiera herido. Se mueve esquivándome, pero sé que se trata más que nada
de escapar de mi toque. ¡Tonto!
Me hace moverme en círculos, evitándome sin esfuerzo. Seguramente
luzco patética, dando vueltas sin conseguir tocarlo, pero es solo parte del
plan. Espero que esté confiado. Giro sobre mis pies, él viene justo en mi
dirección, pero no me aparto. Me arrojo contra su pecho, golpeando sus
piernas. Consigo derribarlo sobre la colchoneta. Aprovechando su
desconcierto, me coloco sobre su abdomen. Noto la sorpresa en su cara, así
como también escucho algunas expresiones de sorpresa en quienes nos
miran. No me importa.
Sus manos están sobre su cabeza, resguardando la cuchilla. Toco su
pecho intencionalmente y cierro las piernas sobre su torso, haciendo que el
vestido suba un poco. Eso basta para distraerlo y arrancarle el objetivo.
―¡La tengo! ―canturreo alegremente, aún sentada sobre él, que parece
tan perplejo.
―¡Vaya! ―exclama Irina, aplaudiendo.
―Muy bien. ―Mi madre me toma de los brazos y me levanta, como si
fuera una niña pequeña. Aunque dudo que esa sea la razón, se ha dado
cuenta hasta ahora de mi aspecto y de dónde me encontraba. Algo que, visto
desde su perspectiva, no es correcto. Abiel es un hombre y yo una niña.
¡Ajá! Una niñita que ha logrado alterarlo.
―La tengo ―repito con expresión inocente, cosa que la hace relajarse,
pero no a él, quien se incorpora y sale tan rápido que apenas veo
desaparecer su espalda.
―¿Quieres probar conmigo? ―pregunta Anisa, mirándome divertida. Ni
loca.
―Creo que por hoy es todo ―respondo entregándole la espada a mi
madre, buscando mis zapatos―. Además, voy a Jaim. Nos vemos más
tarde.
Beso la mejilla de mi madre y escapo antes de que Anisa quiera usarme
para descargar su malestar con Pen, aunque tengo la impresión de que quien
lo ha pagado ha sido Abiel. Pobre. ¿Tan malo ha sido? Me encojo de
hombros y me dirijo a la entrada, donde me espera Neriah, como siempre
que programo visitar a mis abuelos. Solo que hoy tengo un propósito
distinto.
Anisa (1)

Observo lo alto del muro. Las enormes y pálidas murallas que nos rodean.
Mi atención se centra en los pocos guardias que custodian, quienes parecen
relajados, incluso bromean entre ellos. Supongo que se debe a la
tranquilidad que se percibe en la ciudad. En otro momento, estaría
reprendiéndolos, pensando que no es algo normal y que estamos demasiado
expuestos, pero no es así. Hace años que no tenemos nada que requiera
nuestra intervención. Los impuros son algo que incluso la gente de Jaim
puede manejar. Está el par de rubios, Caden, incluso esa chica, Airem. No
puedo negar que echo de menos un poco de adrenalina de los verdaderos
combates, pero es bueno tener un poco de calma.
Diecisiete años han trascurrido desde que destruyeran al último de los
primeros. Tiempo que, para alguien que ha vivido demasiado, puede
parecer cosa de nada. Aunque algunos otros, como esos pequeños, ahora
son casi adultos y están llegando a la edad en que sus madres tomaron las
decisiones que definieron su existencia.
Inmortalidad.
Ambas han sabido cómo llevarlos, pero pronto tendrán que dejar que
elijan por ellos mismos. Eso quiero verlo.
Cruzo las puertas de la bodega, buscando un par de bastones y espadas
para el entrenamiento de hoy. Sí, patético que a eso se han reducido mis
deberes. Pero ver cómo le dan una paliza o dársela yo, no es tan malo.
Tomo los bastones, pero me detengo.
―¿Sabes que en estos momentos deberías estar en otro lugar?
―cuestiono fingiendo severidad, sin volver la mirada.
Lo he sentido acercarse antes de llegar y también cruzar la puerta. Por
mucha agilidad que haya puesto, aún le falta para poder superar mis
sentidos.
―Puede que no me necesiten ―su voz ronca envía un estremecimiento
por toda mi espalda. ¡Joder!
Lentamente me giro en los talones, encontrándolo apoyado en la puerta.
Es evidente que la ha cerrado y no hace falta preguntar el porqué.
El tipo que tengo delante de mí es el mismo que apareció en mi
habitación hace casi dos décadas, dispuesto a dejar su humanidad. Luce
exactamente igual. Sus hombros anchos, su pecho marcado, su mandíbula
cuadrada, sus labios carnosos. Incluso la manera en que me mira es
idéntica, con ese aire de superioridad, de seguridad en sí mismo. Sí, eso no
ha cambiado nada. Excepto el tono de su piel, que ahora es más pálido y el
color de sus ojos, que tienen un ligero tono rojizo, como los de un
subalterno.
Siempre quise preguntarle por qué declinó la oferta de Bail para
convertirse en un fundador. No esperaba su respuesta: «no quiero ser más
que tú, quiero que seamos iguales; sin diferencias que te sirvan como
excusas para apartarme». Fue algo que me hizo sentir amada. Creí que al
cambiar empeoraría su hermetismo, que seguiría sin dejarme ver en él. No
es así, ahora muestra lo bueno y malo. Por fortuna, he aprendido a lidiar con
ambas partes.
―¿Debo suponer que esperaste a propósito que viniera? ―inquiero
fingiendo no saberlo, porque es evidente.
―Quizá. ―Su boca se curva ligeramente, confirmando mis sospechas.
Otra cosa que no ha cambiado es su libido. Esa parece estar mucho más
activa.
―Alguien podría venir y no eres muy silencioso que digamos ―me
burlo, segura de que sabe a lo que me refiero. Pero eso solo hace que su
sonrisa se ensanche.
―Si no recuerdo mal, la que más grita eres tú. ―¡Cómo lo odio! Antes
era fácil manejarlo y mandarlo al demonio, pero sabe cómo provocarme y
tenerme. Tal parece que, al igual que todos, comienzo a volverme blanda.
Su olor, su presencia y ese aire altivo me atraen demasiado, haciendo
casi imposible decirle no. Creí que pronto me cansaría de él y viceversa,
pero no es así. Cada vez que lo pruebo, quiero más, como si nunca tuviera
suficiente.
―Lo que digas. La cosa es que esa puerta no los detendrá. ―Las puertas
para los vampiros son como una simple hoja de papel: han aprendido a
medir su fuerza, pero no es algo que dé garantía.
Sus cejas se elevan ligeramente, como si estuviera tratando de no reírse.
―Está cerrada y me he asegurado de que en un pequeño rato nadie más
venga aquí abajo. No podrán eschucarte.
Gruño queriendo golpearlo. Sí, puede que no tenga control de mis
acciones cuando hace lo que sabe. Pero él también lleva culpa.
―Además, será algo rápido.
Me apoyo en la pared, cruzando los brazos sobre el pecho.
―Si será rápido, mejor no comiences ―farfullo fingiendo desinterés.
Incluso alguien como yo, no puede resistirse. La inmortalidad le ha sentado
bien―. No quiero algo rápido. Si vas a hacerlo, que sea bueno.
Él se ríe. No suelo seguirle el juego, pero hoy estoy de buenas.
―No creo que el tiempo sea un problema. Puedo hacerte gemir en
cuestión de segundos y dejarte satisfecha, lo sabes.
Miro al techo, como si no me impresionara.
―Y yo puedo romperte la cara si no haces lo que te digo.
Levanta las manos en señal de rendición. Sabe que conmigo no se juega,
no bromeo. Antes no podía golpearlo porque era fácil dejarlo imposibilitado
por una larga temporada, pero ahora eso es distinto. Y algo bueno. Puedo
darle palizas sin sentir remordimientos.
―De acuerdo, será como tú quieras. Solo espero que seas moderada.
Estos muros bloquean el sonido, pero a veces eres tan ruidosa, que temo
que toda la ciudad nos escuche.
Evito responder su provocación, porque sé que es eso lo que intenta.
Nos movemos al mismo tiempo. La ropa desaparece antes de que nos
alcancemos. Su boca ataca la mía, empujándome contra el piso. Enrosco
mis piernas en su cadera, sintiendo cuan largo y duro es. Por mí y solo para
mí.
Ruedo quedando sobre él, pero no por mucho. Se mueve tan rápido,
hasta que de nuevo lo tengo presionando todo su peso contra mí. Sus manos
tocando en todas partes, deteniéndose en los lugares correctos. Gimo
cuando sus dedos se hunden entre mis piernas. Una risa brota de su pecho.
Es imposible no reaccionar a su toque.
Con una mano, tiro de su cuello y enredo su lengua con la mía. Mi otra
mano se mueve hacia el sur. Ahora soy yo quien envuelve su miembro,
arrancándole un gruñido salvaje. Bien por mí.
Su boca mordisquea mi cuello con intensidad, obligándome a hacer lo
propio con los labios para no gemir. Está intentando tomar la ventaja de
esto. Y aunque odio ceder el control, debo admitir que sabe cómo
manejarme, cómo hacerme llegar. Así que a veces me olvido de mi
reticencia y me dejo ir. Pero no hoy, quiero molestarle. Rodamos por el
suelo, consiguiendo una fracción de segundo, estar de nuevo arriba. Muevo
las caderas, consiguiendo que su punta roce mi centro. Ambos jadeamos.
Me toma de las caderas y me hace caer de golpe, hasta que lo tengo dentro.
Maldito. Esto le gusta tanto como a mí y solo por eso está dejando que
me salga con la mía. Muerdo sus labios, consiguiendo un poco de su sangre.
Amaba hacer esto cuando era humano y eso no ha cambiado: aun cuando su
sabor es distinto no deja de ser placentero.
Me empunta contra la pared, sujetando mis pechos con ambas manos y
empujando con fuerza. Me arqueo, permitiendo que llegue tan profundo que
me hace gritar.
―Te lo dije ―murmura empujando de nuevo. Araño su espalda,
siguiendo el movimiento de sus caderas, arrancándole un gruñido.
¡Oh, sí! Más dentro, más profundo, más placer.
―Maldición ―murmuro perdiendo el control.
―Eso es ―susurra mordiendo mi oído, enviando otra ola de calor a mi
centro.
Acelera el movimiento de sus caderas, sujetando con firmeza las mías.
Somos un solo cuerpo. Golpes duros y certeros, embestidas salvajes,
gruñidos animales que se confunden. Míos o suyos no importa en este
momento. Ese solo es un punto de discusión y es que siempre que lo
hacemos, es como encender una llamarada. Más intenso, más apasionado y
más descontrolado.
Muerdo su hombro, sintiendo cómo me corro mientras su sangre fluye
por mi boca. Un embate más y él se desintegra. Cierra los ojos, mordiendo
sus labios, derramando una pequeña gota de sangre. Con la punta de la
lengua la recojo. Me mira con deseo renovado. Ciertamente es imposible
que esto sea rápido. Es adictivo, es demasiado irresistible el Jensen
vampírico que me sostiene contra él, como si no deseara dejarme ir nunca.
―Mi turno ―anuncia antes de hundir su rostro en el hueco de mi cuello.
Sus colmillos rasgan mi piel, al tiempo que succiona. Gimo echando la
cabeza atrás, entregándome a él. Me gusta demasiado que lo haga. Porque
demuestra que soy la única de la que bebe, de la que desea tomar algo más
que solo sexo. Presiona su pelvis, mientras su lengua se arrastra despacio
por mi cuello, alcanzando mi barbilla. Nos miramos un instante antes de
que me bese y de nuevo comience a empujar dentro de mí.
¡Oh, sí!
No puedo decir que no creo en el amor, porque lo hago, lo amo. Y él a
mí.
֍

―¿Realmente nunca podré ganarle? ―cuestiona mientras nos


preparamos para abandonar la sala de entrenamientos. Su frente está
contraída al tiempo que observa cómo Gema intercambia una sonrisa
triunfante con Lena, su hija. Quien, a pesar de no participar directamente en
los combates, suele venir. Curiosamente solo lo hace cuando viene él.
―Gema es la mejor en cuestión de combate. ―Me encojo de
hombros―. Ni siquiera Uriel puede con ella ―explico intentando que su
ego de macho esté menos herido.
Poco tiempo después de que terminara su etapa de adaptación, comenzó
a entrar y a retarla, con la esperanza, supongo, de poder vencerle. Pero
obviamente no ha podido hacerlo. Después de lo ocurrido con Alón y el
peligro al cual fueron expuestos Mai y sus hijos, Gema se dedicó a volverse
más hábil y rápida. Y habiendo quien le haga segunda como Irina, Abiel,
Uriel y ahora él, ella no desaprovecha la oportunidad.
―Hace quince años que trato de vencerle ―gruñe echándose la espada
sobre el hombro―. Es demasiado tiempo.
Pongo los ojos en blanco. ¡Hombres! Definitivamente su mente está
saturada de peleas y sexo.
―Te lleva ventaja, ya te lo dije.
―Son solo algunos años. ¿Por qué no puedo igualarla?
Porque no eres un fundador. Decir eso no ayudará, así que solo lo pienso
y me lo reservo.
―Ella lleva la sangre desde el nacimiento. ―Su expresión se relaja
ligeramente―. Pero has superado a Alain y casi alcanzas a Uriel.
Niega poco convencido. En este tipo de situaciones, compruebo que
sigue siendo un necio. Pero por desgracia o fortuna, es mi necio.
Dirijo la mirada hacia Gema, notando cómo Lena observa fijamente a
Abiel, quien finge no darse cuenta. Estaba en lo cierto, ella solo viene por
él. Parece que será mi turno de verlo tener dolores de cabeza. Lena es la
niña de sus ojos, de Gema y Armen, la cuidan demasiado. Mucho más de lo
que hacían con Mai. ¿Ya se habrán dado cuenta de que parece estar
interesada? No hay nada malo con él, pero ya ha tenido una mujer a la cual
amó. Sin embargo, es demasiado tenaz y decidida. Esto será divertido,
como si leyera mis pensamientos: me dedica una mirada molesta y sale de
la sala, dejando una chica suspirando.
Caden (1)

―Buenos días ―saludo cruzando la puerta. Farah levanta la mano.


―Caden ―dice volviendo rápidamente su mirada hacia el contenido de
la cazuela, mientras agita vigorosamente. Me limpio las manos y comienzo
a poner la mesa―. ¿Cómo va todo?
―Bien. En un par de días comenzamos con la siembra. La tierra está
preparada, lo mismo que las semillas y también me he encargado de
distribuir quién se ocupará de cada cosa.
―¡Qué bárbaro! ―Asiente con una enorme sonrisa―. Sin duda se te da
mejor eso que a mí.
―No es verdad, tío ―replico acostumbrándome a llamarlo de ese modo.
Aunque a veces él me ve como a un hijo, algo que sin duda aprecio.
―Claro que sí. Ni Knut ni yo lidiamos con la organización tan bien
como lo haces tú.
―Entonces, ¿Pen hacía todo?
Hace años que él se mudó a Cádiz y tuvo que dejar el cargo, no porque
no pudiera llevarlo, sino porque se supone que alguien de nosotros debía
ocuparse. A diferencia de lo que vivieron cuando se construyó la ciudad,
ahora no hay tanta aspereza entre vampiros y humanos. La muestra más
notoria es Neriah, quien sigue viviendo aquí, junto a su mujer e hijo. Porque
Klaus prácticamente lo es.
―La mayor parte ―responde pensativo―. Nos indicaba qué debíamos
hacer y listo. Pero ocuparte de cada cosa es algo más complejo. Por cierto,
¿viste a Airem? Salió muy temprano y no ha regresado, pensé que estaba
contigo.
Niego moviendo la cabeza.
―Esta semana le toca la guardia, así que debe estar en el muro. ―Gruñe
negando. No le gusta y no porque no la crea capaz; creo que, como todos,
tememos más por los impuros que por ella. Es de armas tomar.
―Esa chica se expone demasiado.
―Hace lo que debe ―interviene Johari cruzando la puerta de la cocina,
mirándolo con desaprobación―. Es la mejor.
Evito mostrar una sonrisa. Aquí vamos de nuevo.
―No digo que no lo sea, pero es una chica…
―¿Y? ¿Eso la deja en desventaja? ―Farah sonríe con dulzura, pero no
ayuda demasiado a contentarla―. Es tu hija, deberías darle un voto de
confianza.
―Lo hago, pero no puedo evitar preocuparme, aún es joven y…
―¡Regresé! ―grita Airem entrando―. ¿Qué? ―pregunta quitándose la
espada, notando el silencio―. ¿Por qué tienen esas caras?
―Por nada, cariño ―contesta Farah―. La comida está lista.
Son tan particulares, pero es agradable convivir con ellos, desde que me
mudé a Jaim, por decisión propia y porque es algo que me correspondía. Mi
madre no estuvo muy de acuerdo y mi padre me dio la opción, aunque él
confía en mi buen juicio. Del mismo modo que Josiah ha sido preparado
para ocuparse de gobernar Cádiz, yo lo hago para Jaim. Son dos ciudades
distintas, aunque dependen la una de la otra y por esa razón, mi padre ha
querido que seamos nosotros quienes tomemos el mando. No solo por ser
sus hijos, sino por el lazo que compartimos al ser gemelos.
―¿Qué fue eso? ―murmura Airem mientras nos alejamos de la entrada
de la casa.
―Lo mismo de siempre. ―Me encojo de hombros―. Mi tío se preocupa
por ti. Dijo que saliste muy temprano y no habías regresado.
―Mi padre exagera ―resopla sacudiendo la cabeza. Ella es tan
testaruda, se parece demasiado a su madre.
―Se preocupa por ti.
―Pero no es necesario. Los impuros son demasiado lentos. Deben tener
mucho tiempo sin beber o algo así. No son algo interesante.
En eso tiene razón, además de que cada vez son menos frecuentes. Algo
que es bueno. Puede que algún día podamos vivir fuera de los muros, sin
temer por posibles amenazas.
―Podrías encontrarte con uno rápido ―replico intentando persuadirla.
―Eso siempre espero. ―Obviamente, no funciona.
―¡Hey, chicos!
―Klaus ―respondemos al mismo tiempo. Parece que acabara de
levantarse.
―Se te pegaron las sábanas ―se burla ella, externando mis
pensamientos.
―No, estaba ayudando con el invernadero.
―Aburrido.
―Bueno, no todos somos tan rápidos como tú ―protesta mirándola con
malestar.
―¿Qué puedo decir? ―Se encoge de hombros―. ¿Han visto a Elise?
―Sí, me estaba ayudando, pero creo que sus hermanos hicieron de las
suyas y tuvo que llevarlos a su casa.
―Ese par hace que las cosas sean divertidas.
―No para mí ―niega Elise, acercándose a donde nos encontramos. Me
dedica una mirada, que rápidamente desvía a Airem.
―Lo siento. ¿Sabes? Siempre me pregunté qué se sentía tener hermanos,
pero creo que me conformo con Caden ―dice golpeando mi brazo. Sí, esas
son sus muestras de afecto.
―Afortunada ―susurra volviéndome a mirar fugazmente. No sé por qué
hace eso tan seguido.
―¡Hola! ―Todos nos damos la vuelta al escucharla. Lena. Klaus
rápidamente alisándose el pelo. Es raro verla, hoy no es su día de visita―.
Me alegra verlos a todos ―dice mirando a cada uno de nosotros. Sus ojos
deteniéndose en mí―. ¡Quiero invitarlos a comer mañana! ¿Qué les parece?
―¿En Cádiz? ―pregunta Elise, sorprendida como la mayoría.
―¡Sí! Seremos solo nosotros y Josiah ―dice sosteniéndome la
mirada―. Creo que será bueno que convivamos. ¿Qué dicen? ―Airem me
mira interrogante, lo mismo que los demás.
―Claro. Será un gusto.
―¡Perfecto! ―celebra juntando sus manos, con una expresión
sospechosa. Supongo que no se trata solo de nosotros.
Josiah (1)

―¿Puedo saber qué tramas? ―Se vuelve despacio, mirándome con


expresión inocente, pero sus ojos tienen cierto destello de diversión que la
delata. Si no la conociera lo suficiente, diría que de verdad no comprende
mi pregunta.
―¿Qué te hace creer que tramo algo? ―inquiere colocando las manos
en su cintura, arrugando ligeramente la nariz.
―Lena, Lena ―chasqueo la lengua―, hemos estado juntos
prácticamente desde la cuna, imposible no conocerte.
―Pues no lo parece, no tramo nada. Y tampoco sé por qué Caden ha
hecho la misma pregunta.
Dejo escapar una carcajada. Desde luego que lo haría, él también es
bastante astuto para intuir que no se trata de una simple invitación como le
ha hecho creer a todos.
―Por algo será ―mascullo sin dejar el tema.
―Ajá. ―Cruza los brazos sobre el pecho, pretendiendo mostrarse
ofendida―. Ustedes siempre pensado mal de mí. Soy un amor.
―Sonaste igual que la tía Elina. ―Una enorme sonrisa aparece en su
cara, sin molestarse en desmentir mi afirmación. Sí, definitivamente pasa
demasiado tiempo con ella, quien sigue todas sus locuras, entre las
principales, ir detrás de Abiel―. ¿Piensas invitarlo a cenar con nosotros?
―pruebo de nuevo, logrando que ponga los ojos en blanco, pero cierto
rubor cubre sus mejillas. Sí que va por ahí el asunto. Lo que no puedo
imaginar es cómo pretende incluirlo, sinceramente es difícil entender cómo
funciona la mente de ella.
―No ―niega agitando uno de sus dedos―. Y deja de acusarme de
planear cosas. Nunca lo he hecho.
―Cierto ―ironizo―. Nunca lo encerraste en el almacén ni te le echaste
encima.
―Para tu información, habría sido capaz de derribar la puerta de una
patada y lo otro fue parte de la práctica y solo me senté sobre él.
―Qué causalidad.
―¿Te dije que te ves guapo? ―pregunta tratando de desviar el tema.
Miro mi atuendo, que es menos formal que de costumbre. No el traje
similar al que usa mi padre o el tío Armen, sino un simple pantalón y una
camisa blanca.
―Otro de tus trucos ―farfullo encogiéndome de hombros.
―Nada de eso ―asegura colgándose de mi brazo―. Es solo que la ropa
de Caden es menos… oscura. Recuerda que se trata de relajarnos y pasarla
bien.
―Sí, tomando té y bocadillos.
―¿Ya no te gustan? ―inquiere luciendo verdaderamente preocupada.
Sacudo la cabeza. Es verdad que ahora me atrae más la sangre que los
alimentos humanos, pero tal como lo sugirió Koller, era algo que pasaría en
algún momento. Aunque eso parece preocupar a mis padres y a Caden.
Lo único que llegará a ocurrir, es que dejaré de envejecer y de poder
ingerir alimentos. Es decir, seré un vampiro completamente. No me
preocupa, he crecido entre ellos y he aprendido sobre el control para evitar
ir tras los humanos.
―Me sentiría menos inquieto si conociera tus planes ―admito
estudiando su cara, que sigue mostrando una imagen ingenua.
―Ninguno.
―Señorita Lena. ―Azura nos mira desde la puerta del pequeño salón,
que ella ha preparado para reunirnos―. Han llegado sus invitados.
―Que pasen ―responde liberándome, uniendo sus manos en su pecho,
como si de verdad le entusiasmara verlos. Puede que de verdad así sea. A
diferencia de mí, que he visto y experimentado algunas cosas a través de los
ojos de Caden, ella no tiene esa oportunidad. Y ciertamente, siempre está
siguiendo a su madre o las demás, que no podrían tener el mismo tipo de
intereses que una chica como ella. A pesar de que nunca se haya quejado de
eso.
Sus presencias me hacen desviar mi atención de Lena y concentrarme en
la rubia de ojos miel que entra con paso decidido y aire altivo. Airem. Ha
crecido desde la última vez que la vi en persona.
―Hola ―dice mirando a Lena y luego a mí. Me sostiene la mirada unos
segundos, sin sentirse intimidada como la mayoría de las personas al ver mi
aspecto. No soy un convertido, soy alguien que nació llevando sangre de
vampiro; pero a diferencia de ellos que son híbridos, el hecho se reflejó en
mi aspecto y paulatinamente se ha hecho más perceptible―. Josiah
―susurra acercándose a mí, mirándome con detenimiento, como si
mentalmente estuviera haciendo un comparativo con Caden. Probablemente
lo haga.
Los bordes de su boca están ligeramente elevados, como si le divirtiera
su escrutinio. A pesar de ser joven, es alta, más que Lena y su cuerpo tiene
curvas un poco más marcadas. Sus manos no son pálidas y frágiles, tienen
marcas y un tono tostado producto de su constante exposición al sol.
―Airem ―respondo sin demasiado énfasis.
Desvío la atención de ella un segundo, para ver a Elise. Su larga
cabellera castaña está sostenida en una coleta y su vestido pálido y largo
revela poco de su figura. Es casi de la estatura de Lena, pero un poco más
recia. La sangre vampírica que viene de su padre es mucho menos notoria
que en el resto, aunque sus ojos siguen teniendo un toque de ese particular
tono miel. Me dedica una tímida sonrisa, sin hacer un comparativo como
continúa haciéndolo Airem.
―Elise ―saludo elevando mi mano.
―Hola, Josiah ―responde centrando su atención en una animada Lena,
que la arrastra hasta el comedor.
Caden entra detrás de Klaus, que parece sentirse fuera de lugar, y
observa el salón con fascinación.
―Klaus, Caden ―digo sintiendo aun sobre mí, la mirada curiosa de
Airem. ¿Qué le parece tan interesante? Hoy no luzco especialmente distinto
a mi hermano. Su ropa es simple, igual que la mía.
―¿Qué hay? ―responde Klaus, elevando una mano para que la golpee.
Jamás habría sabido responder a su saludo, de no ser por Lena.
―¡Klaus! ¡Qué bueno que viniste! ―exclama Lena, olvidándose de
Elise y tomándolo a él del brazo. El rostro del chico cambia de color y la
mira con cierta adoración.
―Sí… bueno… ―tartamudea nerviosamente, sin que la chica parezca
reparar en ello o simplemente que le importe.
―Hola, Lena ―farfulla Caden, entrecerrando los ojos. Se ha dado
cuenta de lo mismo que yo. Ninguno de los demás somos de su interés, su
objetivo es el pobre de Klaus. A quien pretende usar para sus planes. Debí
imaginarlo.
―Hola, Caden ―responde sin soltar a Klaus―. ¿Les parece si los llevo
a dar una vuelta por el lugar? Les encantará ―dice dirigiéndose a la puerta.
Y aquí es en donde comienza su perverso plan.
―Me gusta la idea ―secunda Airem siguiéndola, pareciendo finalmente
perder el interés en persona. Qué chica tan extraña.
«Solo trata de saber qué nos hace tan especiales y diferentes», expresa
mentalmente Caden al notar mi mueca.
«Podría ser menos obvia», contesto encogiendo un hombro.
«No pensé que te molestara la atención. Pronto tendrás las miradas de
toda la ciudad sobre ti».
Lo sé, solo que no será del mismo modo que lo ha hecho ella.
«No seré el único», digo con deleite.
―¿No vienen? ―pregunta Elise, la única que ha esperado por nosotros,
o mejor dicho… ¿por Caden? Es a él a quien mira insistentemente.
Interesante. Aunque parece que él no lo ha notado. Creo que después de
todo, será algo entretenida esta reunión.
―Vamos ―digo golpeando el hombro de mi hermano. Ríe poniéndose
en marcha. Elise sonríe a ambos, aparentemente disfrutando ver nuestra
interacción.
La mayoría piensa que por estar en ciudades diferentes no nos llevamos
bien, pero no podrían estar más equivocados. Existe una conexión especial
entre los dos, de manera que es como si no hubiera distancia de por medio.
Podemos comunicarnos sin problemas, aunque sea un híbrido.
Durante la siguiente hora, vamos de un lado a otro, detrás de Lena que
lleva consigo a Klaus, quien parece animado por toda la atención que le
proporciona esa pequeña. Airem y Elise charlan un par de metros por
delante de nosotros. Mi hermano no se muestra demasiado entusiasmado,
pero no protesta y yo tampoco.
―Este lugar es enorme ―comenta Klaus admirando la enorme sala de
entrenamientos. La principal.
―Lo es. Aunque no es el único. Hay otros dos salones de
entrenamientos.
―Este es usado por la guardia ―explico justo antes de que la puerta
lateral, que da a la ciudad, se abra y un par de guardias entren seguidos por
Abiel, quien finge no prestar atención, pero que sin duda repara en el brazo
que aferra Lena―. Así que será mejor ir a otro ―digo señalándoles la
puerta. Lo ha hecho a propósito.
―Sí, vamos ―responde satisfecha, pese a que no ha mirado en dirección
de Abiel.
―¿Tú entrenas? ―pregunta Klaus, mirando a Lena. Ella pone una
expresión demasiado risueña.
―No mucho, realmente nada ―dice acompañando su afirmación con
una risilla que parece encantarlo. Pero no así a Abiel, quien, sin molestarse
en disimular, los mira con cara de pocos amigos. Lena lo ha notado y ahora
se pega más a él―. Vamos. También hay armas en las otras.
―Eso quiero verlo ―murmura Airem, tirando de Elise.
Como si considerara su objetivo cumplido, sale del lugar con Klaus, sin
mirar atrás. Le hago una señal a Caden y los seguimos.
―Entonces ―comienza a decir Airem caminando por la estancia―,
¿Quiénes usan este lugar? ―pregunta mirando con interés las espadas y
bastones ordenados sobre el estante.
Me apoyo junto a la puerta, limitándome a mirarlos. He estado muchas
veces aquí: era donde entrenábamos de niños con Caden. Es una cuarta
parte del tamaño que tiene el principal, pero bastante útil cuando se trata de
un número pequeño de participantes.
―Mi madre, Pen, Irina, Anisa y a veces Uriel y Abiel ―responde Lena,
encogiéndose de hombros, esforzándose por lucir casual.
Caden toma una de las espadas y la agita delante él. No parece haber
perdido el interés en la práctica y sé que no es así. No porque quiera
competir conmigo, sino porque desea ser capaz de mantener a salvo a esas
personas. De la misma manera en que asumiré el control de Cádiz, lo hará
con Jaim.
La mirada de Airem se posa en mí, mientras una lenta sonrisa aparece en
su rostro.
―¿Tú no entrenas? ―inquiere con aire misterioso.
―Él siempre está ocupado ―responde Lena por mí―. Pero lo hacía de
niño, con Caden y conmigo. Nuestros padres decían que debíamos aprender.
Eso parece llamar aún más su atención. Tomando una de las pequeñas
cuchillas que hay sobre la mesa, ladea el rostro, recorriéndome de pies a
cabeza.
―¿Quién de los dos es más hábil? ―pregunta sin dejar de mirarme―.
¿Sabías que soy más rápida que Caden?
Sonrío sin emoción ante su pulla. Esta chica de verdad parece tener
mucha confianza en sí misma. Puede que seamos iguales, pero al mismo
tiempo somos demasiado distintos.
―Yo no haría eso ―advierte mi hermano, negando con la cabeza―.
Josiah siempre fue más rápido y fuerte que yo.
―Cuando eran niños ―recuerda Lena, disfrutando de ponerme en el
centro de atención. Ya me las cobraré, pienso disparándole una mirada de
advertencia. Desde luego que no puede escuchar mis pensamientos.
―Pero ya no practica y tú lo sigues haciendo, Caden. ―Es claro que
trata de insinuar que no soy rival para ella.
―¿Quieres probar? ―pregunto deseando darle una pequeña lección.
«No seas demasiado brusco. Es rápida, pero…».
«Lo sé, lo sé. No pensaba ir en serio, solo jugar un poco», aseguro ante
la preocupación de Caden por la rubia presuntuosa.
«Eso es raro en ti».
Ignoro su comentario aunque está en lo cierto. Nunca caigo en
provocaciones: conozco mis habilidades y el daño que podría causar. Pero
en este momento es solo ver de qué está hecha esta chica. Además, si le
hiciera daño, cosa que no pasará, mis padres estarían disgustados.
Avanzo hacia el centro, al mismo tiempo que lo hace ella. No se amilana
ni retrocede. Su mirada engreída despierta mis ganas por ponerla en
ridículo, a pesar de ser una chica, una muy guapa. ¿Qué demonios? ¿De
dónde ha salido eso? ¿De verdad me parece guapa?
―¿Listo? ―pregunta sin darme oportunidad de responder. Golpea,
logrando alcanzar la manga de mi camisa, rasgándola. Ríe ante mi
expresión de sorpresa―. Sí que eres más rápido ―se mofa, preparándose
para el siguiente ataque.
Todos reprimen las ganas de reír. A mi costa. Muy mal.
―De acuerdo ―apenas termino la frase, he logrado hacerme del
cuchillo que sostenía. Eso no la sorprende y lanza un golpe a mi nariz, que
me descoloca.
―Y fuerte.
Lena ríe, lo mismo que Klaus, mientras que Elise mantiene las manos en
la boca, logrando no reír. Creo que ella me cae bien. Caden sacude la
cabeza, evidentemente no de acuerdo con mi respuesta.
Arrojo la cuchilla hacia él, que, ladeando un poco la cabeza, lo esquiva
sin inmutarse.
«Idiota».
―Buscaré algo de comer ―dice saliendo, seguido por Elise.
Lena le susurra algo a Klaus y también se van. Pero tengo la impresión
de que no detrás de los dos primeros. Su puño golpea mi barbilla, logrando
causar un poco de malestar y que dé un paso atrás.
―No te descuides.
La miro a los ojos y ahora soy yo quien va detrás de ella. No para
lastimarla, sino para amedrentarla. La dejo escapar un par de veces antes de
tener su espalda contra la colchoneta y mi brazo en su garganta.
―¿Suficiente o debo destruir este lugar? ―digo con algo de orgullo,
esperando persuadirla.
―Así que es verdad que puedes mover la tierra como tu padre
―comenta retirando mi mano, que no tiene demasiada presión. Me limito a
encogerme y tenderle una mano, para que se incorpore―. Interesante
―susurra aceptándola y volviendo a recorrerme de pies a cabeza. Creo que
ha tenido el efecto contrario.
Lena (3)

―¿Klaus? ―pregunta Josiah, tumbado tranquilamente en mi sillón azul.


Estamos solos en mi cuarto, por eso parece tan relajado, los demás aún no
regresan. Se supone que saldrían para darnos un poco de intimidad.
Dejo de cepillar mi pelo y me giro hacia él.
―Eso creo ―respondo encogiéndome de hombros. Hasta hoy que
hemos hablado más que un saludo y nos quedamos solos, me di cuenta de
que es bastante apuesto. Es alto, aunque no tanto como Josiah y Caden. Su
pelo es oscuro, un poco rizado y largo.
―Mentirosa.
Gruño poniéndole mala cara.
―Hoy te la has pasado acusándome de cosas que no son verdad y ahora
me dices mentirosa. ¿Sabes que podría lograr que te castiguen? ―Es un
poco infantil, pero necesito desvanecer sus sospechas. Tal como dijo,
llevamos juntos desde bebés, me conoce bastante y en este tipo de cosas no
es tan conveniente. No porque no confíe en él, sino porque de ahí se puede
tomar para molestarme.
―No somos niños, Lena. Y por si lo olvidaste, quien te hacía llorar era
Caden, no yo.
―Lo que sea.
―Hablo en serio, Lena. No deberías usarlo, parece que de verdad le
gustas.
Suspiro, subiendo mis pies al banquillo, de manera que termino sentada
sobre ellos.
―Me di cuenta.
―¿Y aun así piensas utilizarlo? ―La idea parece disgustarlo bastante―.
Eso se llama jugar con los sentimientos de los demás. Al tío Armen no le
gustará.
―Tampoco a mi madre. ―Posiblemente a ella menos que a nadie.
―Entonces…
―Entonces, puede que vaya en serio con él. ―Se incorpora, atónito. Yo
estoy un poco sorprendida también, por la seguridad que mis palabras
trasmitieron.
―¿Y Abiel? ―Sonrío divertida porque lo mencione. Imposible
olvidarme de él, pero ya que lo otro no pareció funcionar, quizá dándole
pequeños piques reaccione. Todos reaccionan a estímulos como la pérdida o
el orgullo.
―A él no le intereso y, como has dicho, a Klaus le gusto. Es lindo
conmigo.
―Yo no diría eso.
―¿Qué? Fue bueno…
―Me refiero a lo primero. Abiel no les quitó los ojos de encima.
―¿En serio? ―Pensé que había visto lo que quería y que como siempre
me estaba ignorando. Me ha evitado desde ese intento de entrenamiento.
―Sí. Yo diría que parecía molesto porque aferraras su brazo. ―Amo a
Josiah porque siempre es directo, como mi tío Edin. Y justo por eso he
dicho que sí, aunque sé que no veo de ese modo a Klaus.
Reprimo las ganas de sonreír. Porque estaría admitiendo que solo usé a
Klaus, puede que un poquito, pero en ningún momento insinué algo más.
No puede decirse que lo ilusioné.
―Uhm. Sin embargo, Klaus es solo dos años mayor que yo.
―Tres ―corrige sin dejar su expresión confusa. Pensé que no le gustaba
Abiel, por eso siempre le decía viejito.
―No son tantos como los cientos que me lleva Abiel.
―Casi me convences ―dice sacudiendo la cabeza. Estaba tomándome el
pelo y yo que pensé que lo había engañado―. Pero te conozco.
―Siempre me das por mi lado.
―No te gusta. Así que no alimentes sus esperanzas o solo harás que
sufra.
―Pensé que no te caía bien.
―Tú siempre crees cosas, Lena. Pero eso no significa que estés en lo
correcto ―dice volviendo a ser el mismo de siempre.
―¿Cómo que Airem te dio una golpiza? ―Resopla. ¡Ajá! Eso no le
gustó―. Ella dijo…
―Lo hizo, pero solo porque lo permití. Es rápida, pero no más que yo.
―Lo que sea. ¿Sabías que persigue y caza impuros?
―¿Qué?
―¿No lo sabías? ―pregunto disfrutando de su sorpresa―. Siempre sale
de Jaim y da recorridos a los alrededores hasta la cascada, cuando está de
guardia.
―¿Es guardia de Jaim?
―Sí, ¿de verdad no sabías? ¿Por qué crees que dijo que supera a Caden?
―Es una chica… y Caden es codescendiente.
―¿Y qué? Te golpeó. ―Niega dirigiéndose a la puerta―. ¡Admite que
te golpeó!
―Admite que no vas en serio con Klaus. ―Mira por encima del
hombro, pero solo me encojo de hombros.
―¿Quién sabe?
―Ay, Lena.
Y con esa frase se marcha, dejándome en qué pensar. La tía Elina dijo
que no debería presionarlo, pero ha dicho tantas cosas que ya no sé. Lo que
sí, es que cada vez me convenzo más de que Abiel no es tan indiferente
como se esfuerza en demostrar. Ahora debo decidir por dónde atacarlo.
Mai (1)

―¿Puedo saber por qué sonríes? ―Me encojo de hombros, amando la


imagen que proyecta, sentado junto al ventanal. Sigue siendo el mismo
vampiro del que me enamoré, excepto por el afecto que sus ojos transmiten.
―¿Por lo afortunada que soy? ―Eleva una ceja, ladeando ligeramente el
rostro.
―¿Es esa una pregunta? ―Rompo la seriedad que me esforzaba en
mostrar y en un parpadeo estoy sentada sobre sus piernas, mirando de cerca
ese par de ojos carmín que tanto me gustan.
―Soy muy afortunada ―afirmo ahora, bordeando sus labios con las
yemas de mis dedos. La sensación de su piel y la mirada que me dirige
provocan muchas sensaciones que no puedo describir. Gema e Irina tenían
razón en decir que cambiar no significa que dejarás de sentir, porque es
todo lo contrario. Cada sentido se agudiza, todo es más intenso y vívido,
por decirlo de alguna manera―. Te amo ―susurro en su oído, consiguiendo
que sonría.
―Solía preguntarme si hice lo correcto ―murmura, sus brazos
envolviendo mi cuerpo―. Pero me basta verte y verlos a ellos para saber la
respuesta.
―Soy muy feliz. Lo sabes. ―Desde luego que no fue fácil el cambio, no
porque no estuviera resuelta, sino porque en ese periodo de tiempo no pude
ver a mis pequeños. Y debía soportar la sed.
―Sí, pero me gusta cuando me lo haces saber.
Siempre tan considerado. Me inclino depositando un beso sobre sus
labios.
―Lo haré siempre ―prometo besándolo brevemente de nuevo―. Ahora
dime, ¿qué capta tu interés? ―Se encoge de hombros.
―Creo que la pequeña hija de Gema no deja de tramar cosas.
―¿Lo dices por la cena?
―Sí y, hablando de eso, sospecho que tú no solo lo oíste por casualidad.
―Mi turno para encogerme de hombros.
―Me pidió ayuda. Y antes de que lo digas, no es una distracción para
Josiah, todo lo contrario. Ellos son de los más jóvenes en la ciudad, no
conviven con muchos de su edad y creo que puede ser malo.
―¿Malo?
―Sí. Sentirse solos, perderse parte de su desarrollo. Ya sabes.
―Lo único que sé, es que amo tu afán de querer ayudar a todos. Eso no
ha cambiado.
―Hay muchas otras cosas que no han cambiado ―aseguro clavando un
dedo en su mejilla, logrando hacerlo reír.
―Oh, sí que lo sé.
―No seas demasiado duro con ellos. Saben sus responsabilidades y
están resueltos a cumplirlas, por lo que considero que antes deben poder
relajarse un poco.
―Tú nunca lo hiciste. Desde que recuerdo, siempre tratabas de ayudar a
los demás. Incluso a cierto vampiro gruñón.
―Sí, eso fue lo más difícil de todo. Porque siempre me soltaba
comentarios que me dejaban aturdida.
―¿En serio? ―pregunta con interés, pegándome otro poco a él.
―Sí, como cuando me propuso vivir con él o dejar que me tocara.
―Debió ser aterrador.
―Un poco, pero ¿te digo un secreto? ―Asiente con un movimiento de
cabeza, así que llevo mi boca a su oído―. En ese momento, solo pensaba
que quería que me volviera a besar.
―¡¿De verdad?! ―Me mira confundido. Seguro que él creía que le
temía, pero ese beso fue el inicio de todo. Agitó mi corazón y todo mi
mundo. Ahora que lo pienso, puede que fuera algo decisivo para que
aceptara ayudarlo.
―Sí. ¿Es eso malo? ―inquiero inocentemente.
―Un poco, porque no me enteré en ese momento. ―Tira de mi nuca,
encontrando mi boca.
―Tengo una idea ―murmuro sin dejar de besarlo.
―Te escucho.
―¿Por qué no organizamos una cena con todos? ―Se detiene,
mirándome inquisitivo―. Me refiero a los del grupo, a los más cercanos.
―¿Algo como lo que ha organizado Lena?
―Más o menos, podemos incluirlos a ellos. Hace mucho que no nos
reunimos sin un propósito particular. Sería bueno. ―Parece pensarlo―. No
creo que Abiel quiera lastimar a Johari.
―No es eso lo que me preocupa ―aclara sacudiendo la cabeza―. Como
has dicho, Abiel ha dejado el asunto por la paz ahora que ella es la mujer de
Farah. Nunca iría en contra de uno de nosotros, lo que pasó, no estuvo bien,
pero en ese momento ella amenazaba la seguridad de las ciudades.
―Lo siento, todos lo hacemos.
―Será un tumulto, pero si es lo que quieres… No puedo negarte nada.
―Sonrío.
―Podemos hacerlo en unas semanas, ¿te parece?
―Sí. Lo que quieras.
Elise (1)

―Lo siento, de verdad lo siento ―me disculpo, completamente


avergonzada, evitando mirarlos a la cara―. Lo lamento. ―Sé que debería
decir que no volverá a ocurrir, pero eso es imposible de prometer.
Los he tomado de los brazos y tiro de ellos, alejándolos de ahí. A pesar
de que me esfuerzo para que mis piernas se muevan lo más rápido posible,
sigo escuchando cómo su mujer continúa con las quejas, sobre el poco
control que tengo sobre ellos y el peligro que son para todos en la ciudad.
No podría estar más de acuerdo.
―Eli…
―No digan una palabra ―digo entre dientes mirándolos molesta, sin
dejar de arrastrarlos conmigo. ¿Por qué no pueden ser unos niños buenos?
Abro la puerta de la casa con el pie, agradeciendo mentalmente que la
han dejado sin bloquear, y los empujo. Ambos ponen los ojos en blanco e
intercambian miradas, burlándose, como si lo que han hecho fuera una cosa
de la cual estar orgullosos.
Avanzo dando pisadas fuertes, mientras escucho sus risas burlonas detrás
de mí. ¡Son imposibles!
―¡Papá! ―grito apenas cruzo la puerta de la cocina, encontrándome con
una escena que me sé de memoria y que aunque no debería sorprenderme,
sigue haciéndolo después de tanto tiempo―. ¡Papá! ―Vuelvo a gritar, al
ver que no hace intento de dejar de meterle mano a mi madre, que está de
espaldas, apoyada en la mesa, con las manos manchadas de salsa.
―¡Elise está loca! ¡No le hagan caso! ―dice Gavin desde la sala.
¡Será…! Vuelvo el rostro tratando de parecer amenazante, pero de nuevo se
ríe. Es inútil, no sirvo para intimidar a nadie. ¡Qué desesperación!
―¿Qué hicieron ahora? ―pregunta mi madre, logrando escapar de las
manos inquietas de mi padre, que no parece dispuesto a darse por vencido.
Viendo las cosas de este punto, me doy cuenta de dónde han sacado esas
mañas.
―Pusieron una calabaza en la puerta del invernadero y le cayó en la
cabeza al señor Denur... ¡Papá! ―me quejo cuando comienza a reírse,
haciéndoles señas a mis hermanos, las cuales son todo menos reproches.
―No era para él, pero fue el primero que salió ―explica Mael, poniendo
cara de niño bueno, que ni él solo se lo cree.
―No importa para quién era, estuvo mal e hicieron un desastre ―debato
inútilmente, porque siempre sus travesuras parecen divertir a mi padre y mi
madre, solo finge llamarles la atención, porque no se lo toman en cuenta.
―Tendrán que pedirle disculpas ―dice mi padre, aclarándose la
garganta, para no reír de nuevo―. Eso no estuvo bien, niños, pero… ¿Se
vio gracioso?
―¡Papá! ―protesto mirándole molesta.
―¡Knut! ―exclama mamá, logrando que deje de celebrar su fechoría―.
Niños, vayan a darse un baño.
Encantados salen, en medio de risas y cuchicheos. ¡Ash! No sé ni para
qué me desgasto, porque lo dicho, nunca les llaman la atención de verdad.
Así que ellos seguirán haciendo de las suyas, dejando que sea yo quien dé la
cara y reciba las quejas.
―Son solo niños.
―Sí y, al paso que van, no quiero pensar cuando sean mayores ―gruño
cruzándome de brazos―. Todo el mundo se queja.
―Pues a mí no me han dicho nada. ―Pongo los ojos en blanco―. De
verdad que no.
―Nunca los castigan.
―A ti nunca te castigamos.
―¡¿Qué?! ―Lo miro sorprendida―. Yo no me metía con los demás, no
les jugaba travesuras como lo hacen ellos.
Él solo se encoge de hombros, probando con el dedo la salsa que está
preparando mi madre, quien le da un buen golpe, aunque eso solo lo hace
reír.
―No te preocupes, hija. El castigo es que no irán a Cádiz. ―¡Cierto! La
cena que ha organizado la madre de Caden y Josiah.
―¿Por qué no? ―pregunta papá, escapando de otra reprimenda de
ella―. Sería divertido, conozco a algunos que deberían conocer a mis hijos.
―No, Knut ―niega logrando darle otro guantazo―. Ya hablé con
Kassia, ha aceptado quedarse con ellos.
―¿Ellos no irán? ―Creía que sí. Aunque hoy no fue a trabajar.
―No, está un poco enferma de la gripe.
―¿Y si le hacen travesuras?
―Josef también les cuidará. Y hablaré con ellos para que sean buenos.
Se comportarán o tendrán que ayudar a tu padre con el nuevo granero.
―Pero, esposita…
―Nada, Knut. Ahora ayúdame aquí y deja de meter la mano.
―Pero…
No me siento aliviada, eso les dará fuerza y en unos días estarán de
nuevo haciendo de las suyas. Aunque sin duda ese par en Cádiz sería
terrible. Salgo antes de que mi padre vuelva a hacerle arrumacos a mi
madre. Debería estar acostumbrada, porque sigue siendo su adoración y lo
hace cada que tiene oportunidad, pero eso me hace sentir rara. A ese par no
le importa, siempre que les ven, hacen sonidos de arcadas o abucheos. Sin
duda son una réplica descarada de papá.
Lena (4)

Sentada en el borde de la ventana, observo cómo terminan de arreglar el


comedor principal, colocando una de las mejores vajillas y candelabros
antiguos, dándole un aspecto mucho más místico. Este lugar sigue
pareciéndome impresionante, a pesar de que en ocasiones se me antoja
demasiado vacío. La mayoría de los sirvientes solo hacen acto de presencia
cuando se les requiere. Y siendo tan grande, no hay muchos ruidos que
acompañen la atmósfera. Sumado a que todos son tan silenciosos, la única
que es perceptible al caminar o moverse soy yo, porque ni siquiera Josiah.
Se trata de una cena íntima, pero no deja de emocionar a todos y es que
no hay mucha novedad últimamente. Ni para ellos ni tampoco para mí.
Abiel se ha mantenido fuera de mi alcance, siguiendo al tío Edin al edificio
del Consejo o a la clínica con Josiah, o lo que es aún peor, después de tantos
años de servir aquí, ha aceptado retomar las guardias en el muro. Comienzo
a creer que lo que dijo ese tonto fue mentira y que ni siquiera le importó
verme con Klaus. Ojalá que viniera esta noche, él me hace reír, pero no es
así. Ciertamente la relación con Cali y Neriah es buena, pero no son
demasiado cercanos. Y en palabras de la tía Irina, es una reunión de viejos
camaradas.
―¿Pasa algo? ―Miro a la tía Elina entrar, vistiendo un hermoso y
pegado vestido azul oscuro y su melena rubia ondulada. Con ese aspecto tan
elegante, luce un poco mayor que cuando no usa nada de maquillaje y viste
ropa informal. De lo que no hay duda es su belleza.
―No ―niego balanceando ligeramente los pies. Chasquea la lengua,
apoyándose a mi lado, dando indicaciones con el pensamiento a Azura y las
demás. Nunca sé lo que dicen, pero he aprendido a detectar cuando lo
hacen.
―Pensé que estarías emocionada. ―No puedo evitar mirarla, extrañada
ante su comentario―. Abiel también estará presente.
―¡¿Qué?! ―Eso… Daba por hecho que no. ¿Por qué nadie me lo dijo?
―¿No lo sabías? ―pregunta risueña, divertida ante mi poca discreción.
Soy mala para ocultar mis emociones, sí, pero… Si me gusta algo, ¿por qué
tengo que esconderlo o fingir que no es así?
―No lo sabía. ―Sonríe misteriosa y aprieta ligeramente mi brazo,
dándome una señal de que debería aprovechar la oportunidad. Cosa que
sinceramente no creo que sea posible―. Pero…
―Estarán todos, lo sé ―asiente, su sonrisa creciendo como si lo
estuviera imaginando― y puede que justamente eso los distraiga.
Resoplo encogiéndome de hombros. Son vampiros, difícilmente se les
escapa algo. Pueden estar conversando y escuchando las pláticas de otras
personas o siguiéndole la pista a alguien. No se diga mi padre o el tío Edin
que todo lo sabe, sin necesidad de estar presente.
―No lo creo.
―Puedes intentarlo, yo te ayudaré.
―¿Sabes, tía? No funcionó lo de Klaus.
―¿Y qué? ―Se encoge de hombros―. Seguro esta noche verá lo bonita
que te ves y caerá rendido. ―Repaso mi vestido amarillo pálido, que parece
de una muñeca o una niña y no de una mujer, como el suyo.
Nunca antes pensé en eso, pero viéndola a ella y a la tía Mai, que
también se ha arreglado muy linda para esta noche, me doy cuenta de por
qué para Abiel solo soy una niña mimada y caprichosa que va detrás de él.
Y justo por esa razón no he ido detrás de él en estas semanas, como ella
me había aconsejado.
―Relájate ―murmura dando un golpecito en mi rodilla, tirando de mi
brazo para que me ponga de pie―. Como te dije, a veces los hombres son
un poco duros y tontos, puede que muy tontos, pero ninguno se resiste al
encanto de una mujer.
―Pues mientras otras no vayan detrás de él.
Ríe ante la sinceridad de mis palabras.
―Te puedo asegurar que no. ―Engancha su brazo con el mío,
conduciéndome por el pasillo rumbo a la sala principal―. Él siempre ha
sido muy serio y… puede que un poco intimidante. Es el jefe de la guardia,
impone respeto, por eso nadie le ha echado el ojo.
―No parece intimidante. Me gusta su mirada.
Ríe disimuladamente. Es verdad que puede no ser el más guapo, pero ¿a
quién le importa? Me gusta.
―Bueno… ¿Qué te digo? Cada quien sus gustos.
―Exacto ―concuerdo guardando silencio cuando entramos en la sala,
donde se encuentran mis padres acompañados por mis tíos y Josiah, quien
luce tan elegante como siempre.
Tía Elina me suelta, reuniéndose con Alain, que espera por ella sentado
en uno de los sillones, donde conversa animadamente con Pen. Ellos eran
amigos y aunque se distanciaron cuando Alain se convirtió, ahora han
vuelto a ser unidos.
Me acerco a mis padres, quienes me sonríen con dulzura. Recorro con la
mirada a todos. Lucen muy guapos.
―Están llegando ―informa mi tío Edin, sin soltar a su mujer, quien le
dedica una cálida sonrisa. Lo dicho, son adorables.
Dejo de mirarlos cuando Josiah tira de mi brazo, apartándome de ellos.
―¿Qué has planeado para esta noche? ―Lo miro, molesta. ¿En qué
momento lo haría si acabo de saber que estaría presente?―. ¿Qué?
―No me dijiste que venía ―gruño señalando mi atuendo―. Mira cómo
me he vestido.
―Eres demasiado despistada, Lena.
―Y tú demasiado… ―Guardo silencio, cuando sus voces llegan desde
el pasillo.
Todos miramos hacia la puerta. Los primeros en entrar son el señor Bail
y Jim, uno de sus escoltas; seguidos por el tío Farah y Johari, Knut y Dena,
junto a Airem, Elise y Caden. Unos pasos detrás de ellos, Uriel e Irina y,
por último, Anisa y Abiel, quien para variar, ni siquiera me nota.
Lo que me hace perder la sonrisa y los ánimos. Josiah me da una
palmadita en la espalda, pero niego. Por esta noche simplemente lo ignoraré
también. ¿Cree que soy alguna clase de acosadora o qué? ¿Por qué me tiene
tanto miedo? ¡Tonto!
―Saludemos ―dice conduciéndome hacia donde intercambian frases.
Los conozco a todos, al menos de vista o de un par de charlas. Aunque es
la primera vez que los veo reunidos y es algo digno de apreciar. Vampiros e
híbridos. Padres e hijos.
Sin embargo, resulta un poco extraño cómo ellos siguen luciendo
exactamente iguales y nosotros poco a poco nos acercamos a sus edades.
Nunca antes pensé en eso, pero es algo inevitable. A diferencia de Josiah,
que probablemente llegará un momento en que dejará de envejecer, el resto
de nosotros lo haremos y la mayoría de nuestros padres no. No me puedo
imaginar siendo una viejita y ellos tan jóvenes. Raro.
―¿Todo bien? ―pregunta Caden, rodeando mis hombros con su brazo.
Le respondo con una sonrisa, abrazándome a su cintura. Amo a este par de
bobos, son como mis hermanos y es como si siempre se dieran cuenta
cuando me siento fuera de lugar y tratan de hacerme encajar.
Es tonto, pero a veces tengo la impresión de que no soy parte de ellos.
―Te bañaste ―bromeo olisqueando su camisa, cosa que lo hace reír y
apretujarme contra él.
―Para ti.
Como no todos se alimentan con comida de verdad, primero han
decidido que conversemos en una de las salas, donde se han acondicionado
más lugares que los de costumbre.
Y mientras ellos charlan sobre el pasado y las viejas ciudades, nosotros
salimos. Me cuesta demasiado no mirarlo, ya que se encuentra apoyado
junto a la puerta, en su típica pose de vigilancia, pero lo hago. Me concentro
en picarle las costillas a Caden y darle puntapiés a Josiah, que solo sacude
la cabeza y soporta mis tonterías.
―¿Y bien?
―¿Qué? ―pregunto mirando confundida a Caden, que no se ha apartado
de mí.
―No has respondido mi pregunta. Hoy pareces triste.
―No. Solo… ―Me encojo de hombros, mirando de reojo cómo Josiah y
Airem comienzan a montar otra de sus peleas para probar quién es mejor―.
Creo que estoy algo cansada. ¿Te conté que ahora mi madre me hace
entrenar con ella?
―No, no lo sabía. ―Eso parece funcionar.
―Pues sí, después de que lo hice bien, se le ha metido en la cabeza que
puedo aprender otras cosas. ―No es una mentira, aunque no es realmente el
motivo. Pero tampoco quiero que se preocupe, porque ni yo misma tengo
idea de lo que me pasa.
Elise se acerca, mirándome con disculpa, cosa que no entiendo muy bien.
―Ellos quieren pelear de nuevo ―comenta encogiéndose de hombros,
mirando hacia donde se dirigen.
―¿Tampoco te gusta pelear? ―Sacude la cabeza―. Ya somos dos.
―Sonríe, relajándose.
―Iré por algo de tomar ―digo tratando de escapar de la mirada
inquisitiva que Caden mantiene sobre mí. ¿Qué puedo decirle, cuando no
sé?
Con paso lento avanzo por el pasillo, regresando a la sala. Quizá debería
retirarme, aunque eso seguro les preocuparía más. Suspiro, percibiendo sus
voces.
―…pienso que serviría para arreglar las cosas, de esa manera ninguno
se sentiría incómodo. ―Me detengo no entendiendo muy bien el
comentario de mi tío Edin.
―No soy yo quien debe disculparlo ―responde el tío Farah―. En su
momento entendimos que fue parte de sus deberes, pero tienen que admitir
que se les pasó la mano.
―Ciertamente. Y por eso deberían igualar las cosas. ¿Qué dices, Abiel?
¿Abiel? ¿De qué están hablando? Lentamente doy un par de pasos al
frente, ninguno mira hacia la puerta y parecen tan concentrados en su
conversación que no se han percatado de mi presencia.
Abiel avanza hacia el centro de la sala, sus manos a sus costados y su
expresión seria.
―Adelante ―dice mirando a la madre de Airem. No me gusta lo que
esto parece. ¿Piensan pelear? ¿No era esto una cena para convivir?
Johari luciendo decidida, se pone de pie y se dirige hacia él, quien no se
mueve ni parece tener intención de defenderse. Aunque no sé demasiado,
puedo leer lo que hará. ¡Va a golpearlo!
Abiel (1)

«¿De verdad es necesario hacer esto?», pregunta la señora Mai, mirándome


preocupada. «Definitivamente». Aunque no muchos lo expresen, es
evidente que lo ocurrido con ella, sigue siendo motivo de incomodidad y
tensión. Ha estado alerta toda la noche, dirigiéndome miradas molestas.
Ahora entiendo el propósito de mi presencia en esta cena: limar asperezas.
De la misma manera en que permitió que Farah lo golpeara aquella vez.
Ahora es mi turno y he de aceptar que lo merezco.
En aquel momento no solo hice lo que debía, deseaba cobrar la vida de
Irvin y todo lo que los suyos habían hecho.
Le sostengo la mirada, viendo cómo empuña las manos y se prepara para
atacar.
―De acuerdo ―dice levantando el brazo. Me preparo para recibirlo,
pero… su pequeña figura se interpone entre los dos.
―¡Lena! ―gritan varias voces alteradas, mientras sillas y vasos golpean
el piso.
Sus manos han contenido el puño de Johari, bloqueando su ataque.
―¡No te atrevas a golpearlo! ―gruñe, mirándola furiosa. La empuja y
logra que retroceda. Todos se han puesto de pie, listos para intervenir. La
tensión es palpable. Esto no está bien.
―No. ―Rodeo su cintura, obligándola a mantenerse quieta. ¿Qué
demonios pretende provocándola?
Me alivia ver que Johari no hace intento de atacarla, la mira elevando
una ceja, como si le divirtiera su osadía.
«Sácala de aquí». No lo pienso. La tomo en brazos y salgo tan rápido
como puedo, sin estar seguro de a dónde dirigirme. Termino en una de las
terrazas de la parte trasera del edificio, lo suficiente lejos para que los
demás no escuchen sus protestas.
La dejo en el piso y doy un par de pasos atrás.
―¿Estás bien? ―pregunta, sus pequeños ojos mirándome angustiados.
Suspiro pasándome la mano por el rostro.
―¡¿Qué demonios te pasa?! ¿Eres consciente de lo que estuviste a punto
de provocar? ―pregunto con demasiada brusquedad, logrando que su
mirada se cristalice. ¡Maldición! No debo hacerla llorar.
―Yo… ―Sacude la cabeza, desviando la mirada―. ¡Iba a pegarte!
¿Qué querías que hiciera?
―Nada. La idea era que me pegara.
―¿Qué? ¡¿Por qué?!
Ahora soy yo quien mueve la cabeza, exasperado un poco. Nunca pensé
que intervendría. Se supone que, por acuerdo mutuo, muchas cosas
sucedidas años atrás no son de su conocimiento.
―¡Y no digas que era parte del entrenamiento porque no lo era!
―Cosas de mayores.
Abre la boca, pero la cierra de nuevo. Golpea el piso con el pie y se aleja
hasta apoyarse en la barandilla. Entiendo cuánto le molesta que la trate así,
pero no puede ser de otra manera. Si soy amable con ella, sería darle
esperanzas. Eso no puede suceder.
―Entonces… ―Se vuelve, mirándome con expresión molesta―. ¿Qué
se supone que estuve a punto de causar? ―inquiere elevando una ceja, un
fallido intento de imitar uno de mis gestos.
Esta chica es demasiado de todo.
―Si no fuera por el señor Regan, tu madre habría golpeado a Johari.
Farah no lo hubiera permitido y tu padre se habría enfrentado a su propio
hermano con tal de mantener a salvo a su mujer y a ti. ¿Debo ser más
concreto?
Contrae los labios, entendiendo lo que quiero decir. Desde luego que lo
hace, aunque muchas veces finge ignorancia e inocencia, es demasiado
inteligente para su propio bien y para el mío por fortuna. Y ha sido mala
idea traerla aquí.
―No pretendía eso ―masculla pareciendo avergonzada―. Y la próxima
vez que quieras ser golpeado ―hace una pausa mirándome a los ojos―
prometo no intervenir...
Asiento.
―Eso está bien.
Le sostengo la mirada, sin poder leer su rostro. Reparo en cómo frota sus
manos. ¡Mierda! Probablemente está herida. Me acerco sin titubear y sujeto
sus manos.
―¿Te duele? ―Su piel tiene un tono rojizo y palpita, pero no parece que
haya alguna fractura. Levanto el rostro al no obtener respuesta de su parte.
Sus pupilas están dilatadas, su corazón late deprisa y pareciera no estar
respirando. Tarde me doy cuenta de lo que ocurre.
Sus brazos rodean mi cuello y sus labios se posan sobre los míos. Me
quedo quieto, sin saber qué hacer, pero sosteniéndola. Se ha puesto de
puntas para alcanzar mi rostro y aunque es algo ridículo, me sorprende su
persistencia.
Sujeto su cintura intentando apartarla, pero su lengua toca mis labios,
haciéndome gemir. Aprovecha mi descuido y pega su cuerpo al mío.
Estúpidamente tiro de ella, besándola de verdad. Su beso es torpe, pero no
tarda en seguir mi ritmo. Su lengua busca y se enreda con la mía. Mis
manos bajan por su espalda, elevándola ligeramente. Sabe tan bien, dulce y
tibia. Su olor es agradable y su corazón late demasiado deprisa.
―Lena ―murmuro cuando sus dedos se hunden en mi pelo. Muerdo su
boca y ella jadea sonoramente, nublando mis pensamientos. No debería
estar haciendo esto, pero ella es simplemente bella, frágil y delicada. Y me
vuelve loco…
¡Mierda!
Me aparto de golpe, al sentirlos acercarse. La sostengo, manteniendo
cierta distancia entre nuestros cuerpos. Aún tiene los ojos cerrados, sus
labios están hinchados y respira con dificultad.
―¡Increíble! ―suspira apoyando la cabeza en mi pecho. No puedo
alejarla por temor a que se caiga, aunque no sea correcto.
Levanta la cabeza, percatándose de que su madre se aproxima. Sacude la
cabeza y me da la espalda, pero logro ver la pequeña sonrisa que se dibuja
en sus labios.
―¡Lena! ―Gema entra pasando de mí, tocando a su hija, quien la mira
con una tímida sonrisa―. ¿Estás bien?
―Sí, sí. Lo siento, solo… ―Ella la estrecha en sus brazos, cortando sus
palabras.
―Lo importante es que estás bien.
No parece haberse dado cuenta de lo que pasó entre los dos. Y espero
que no lo hayan hecho. Se supone que me mantendría alejado de ella.
―Puedo disculparme si quieren. No sabía que era una especie de
entrenamiento. ―Ambos me miran, pero no tengo la respuesta. Nunca dije
eso, a pesar de que suena demasiado convincente.
―Ella lo entiende ―asegura el señor Regan, dedicándome una mirada
que me hace saber que, a diferencia de su mujer, él sabe lo que pasó. Sin
embargo, no parece reprocharme nada―. Puedes retirarte, Abiel. Nosotros
nos encargamos de nuestra hija.
―Sí, señor. ―Me doy la vuelva, un tanto desconcertado por su actitud
neutra.
―Gracias, Abiel. ―Me detengo al escucharla. Vuelvo la mirada por
encima del hombro, sus ojos brillan y se muerde los labios.
―Eso debería decirlo yo, señorita Lena. Gracias.
Ella asiente, ahora sonriendo abiertamente, como si esas simples
palabras de cortesía significaran demasiado para ella. ¿En qué demonios
acabo de meterme?
Elina (1)

Nadie se mueve, mientras Abiel toma en brazos a Lena y la lleva fuera de la


sala. Armen aún mantiene abrazada a Gema, quien parece furiosa,
probablemente deseando cortarle la cabeza a la rubia de Farah. Ella
inesperadamente se muestra más relajada, como si se hubiera dado cuenta
de lo que pretendía esa pequeña. ¿Será posible? Nadie más lo hizo, ni
siquiera Danko. Su ataque fue directo a sus manos, Lena es más pequeña
que Abiel y definitivamente no apuntaría a su pecho, sino al rostro.
Interesante.
―Vaya ―comienzo a decir, rompiendo el silencio―, al menos ha
quedado claro que Lena no es tan débil como pensábamos o… quizás Johari
no es tan fuerte como nos hace creer.
Obviamente no es verdad, aunque ambas sean híbridas hijas de
fundadores, Johari tiene años de entrenamiento, mientras que mi querida
Lena solo conoce lo básico. No obstante, creo que pincharla ayudará a
eliminar la tensión.
―Te recomendaría que con ella no te metas ―murmura Knut, negando.
O aumentarla.
Sus ojos felinos se clavan en los míos, su postura relajada ahora es de
alerta.
―¿Quieres probar? ―Me reta, volviéndose en mi dirección. Podría usar
unas ráfagas y sacarla por la ventana antes de que me alcance. Sería
divertido.
―Con gusto ―respondo, sintiendo la mano de Alain aferrarse a mi
brazo.
―¡Basta! ―exclama Edi con voz severa―. No habrá más peleas. Esta
no es una sala de entrenamientos y tampoco es la ocasión.
―Así es, esta cena es para convivir ―interviene Mai, mirándola con
preocupación―. Y ella solo bromeaba, no le hagas caso.
―¡Mai! ¡Creí que estabas de mi lado! ―expreso fingiéndome dolida,
logrando que me mire sin saber qué hacer.
«Con mi mujer no te metas, Elina», advierte Edi. Esto es genial.
«Qué malo, Edi. ¿Ves cómo has cambiado? Yo era tu favorita antes».
Ignora mi dramatismo, concentrándose de nuevo en Mai. Obviamente no
lo haría elegir, porque por mucho que me quiera y lo quiera, Mai y sus hijos
son lo primero para él. Como lo es Alain para mí. Pero hacía mucho que no
lo molestaba.
―Nosotros iremos a verla ―declara Armen, conduciendo a Gema hacia
la puerta, que ha dejado de mirar feo a Johari y parece más preocupada por
el paradero de Lena. Espero que aproveche la oportunidad y que Abiel no
se resista.
También comprendo la preocupación de ellos, pero Lena es capaz de
elegir y decidir si es lo que desea.
―Pueden hacerlo, pero ella está bien. ―Armen asiente, sin embargo se
marchan. Conociendo a Gema, no se quedará tranquila hasta que la vea y
tenga la certeza de que está sana y salva.
―Creo que ya sabemos quién será el nuevo miembro de la familia
Regan ―comenta Knut, consiguiendo un codazo de su mujer. ¡Já! Ella me
cae muy bien, aunque no sé cómo hace para aguantarlo después de tantos
años.
―¿Quieren pasar al comedor? ―interviene Edi, ignorando su
comentario―. Irina y Mai se esforzaron en prepararles algo.
Con poco o mucho entusiasmo, todos nos dirigimos al comedor. Aunque
la mayoría solo nos limitaremos a observarles. Si hago algún comentario
sobre Farah, ¿se molestaría? Todas son celosas con sus hombres, me
pregunto si ella también…
«Compórtate, Elina», advierte Edi, mirándome de reojo.
«¿Y ahora qué dije?», finjo inocencia, pero él parece conocer demasiado
para adivinar mis maldades.

―¡Ah! ―exclamo dejándome caer sobre la cama, estirando los brazos


por encima de mi cabeza―. ¡Qué noche! Nunca pensé que resultaría tan
divertido, definitivamente hacía falta verlos.
Alain me mira desde el pie de la cama.
―¿Ahora irás por Johari? ―pregunta cruzándose de brazos. ¡Ah! Me
encanta cuando pone expresión seria.
―Solo quería hacer la prueba. ―Me encojo de hombros, apoyándome
en los codos―. Pero ni Edi ni tú me dejaron.
―Ella es menos tolerante.
―No la veo casi nunca ―resoplo sacudiendo la cabeza―. Y estarás de
acuerdo en que ahora que Pen está con Anisa, es menos divertido pincharla.
―Salvo cuando discuten, que es bastante seguido, ahora que lo pienso.
Alain sonríe de lado, mirándome con adoración. Amo que algunas cosas no
cambien. Sacudo el pie, zafándome del zapato y lo arrastro por sus
muslos―. Y si ya terminaste de regañarme, ven aquí, que quiero besarte.
Por mucho que intenta parecer serio, no duda en subir a la cama y
suspender su cuerpo sobre el mío. Acaricia mi mejilla, apartando mi pelo.
―Eres cosa seria, Elina ―susurra besándome la barbilla, mientras mis
manos trabajan los botones de su camisa. Lo mejor de un vampiro no es que
sepa morder, sino el aguante que tiene. ¡Ajá!
―Yo diría que todos son demasiado serios. ―Arrugo la nariz abrazando
su cadera con las piernas―. Y un poco de humor nunca está de más.
―Un poco ―repite besándome el cuello.
―Sí, solo…
―¡Tía!
¡Mierda, Lena!
Alain se aparta antes de que tenga oportunidad de pedirlo y cuando la
puerta se abre y ella entra sin llamar, ya me encuentro de pie, tratando de
disimular lo que estábamos haciendo.
―Te dije que se te devolvería algún día ―murmura él cerrándose la
camisa, encaminándose al baño.
Lena sigue junto a la puerta, sin tomar aprecio de lo que sea que
estuviéramos haciendo, pero ansiosa por decirme lo que sea que considera
importante para interrumpirnos.
―¿Qué pasa? ―pregunto cuando nos quedamos solas. Tira de mi brazo,
llevándome al ventanal.
―¡Nos besamos! ―chilla completamente emocionada. Sus mejillas
están rosadas y sus ojos tienen un brillo peculiar.
Me toma un segundo entender a quién se refiere. Y eso sí que es
novedad.
―¿De verdad?
―¡Sí! ¡Sí! Fue increíble.
¡Quiero ver la cara de Gema y Armen cuando se enteren! Seguro les dará
algo. Para ellos ella sigue siendo su bebé.
―¿Lo hizo él? ―Su sonrisa titubea un poco, al tiempo que sacude la
cabeza, un gesto negativo.
―Fui yo, pero… él… ―Suspira llevándose las manos a las mejillas―.
¡Tía, hace unas cosas con la lengua!
Reprimo las ganas de reír. Creo que puedo imaginarme a qué cosas se
refiere y si supiera las cosas que hace Alain…
―Qué interesante ―digo aclarándome la garganta, percibiendo la
diversión de Alain, que lee mis pensamientos.
―Sí. ¿Qué debo hacer ahora? ―No sé por qué sigue escuchando mis
consejos. No es que sean dados con mala fe, porque tampoco le he dicho
que se le desnude enfrente. Aunque sería divertido ver la cara de Abiel.
Creo que correría a cubrirla en lugar de disfrutar de la vista. Le tiene un
miedo a Gema o puede que sea a Armen. Porque, aunque es tan calladito,
cuando se trata de defender a sus mujeres, impone.
El asunto es que la única vez que fui tras un hombre e hice todo para
ganar su amor, fracasé. Mi sonrisa titubea al recordarlo. Los míos fueron
demasiados años haciendo todo para que se fijara en mí, no logrando
cambiar nada. Y eso me hace sentir un poco de inquietud por Lena. Rafael
nunca fue capaz de corresponder por el amor que tenía a Jadel. Abiel amó a
una humana y supongo que esa es la principal razón para que nunca haya
tratado de encontrar a alguien más. Eso definitivamente es un problema.
―Esperar a que sea él quien lo haga.
―¿Sí?
―Por supuesto. ―Cuando se trata del hombre correcto, no tienes que
correr detrás de él ni arrodillarte o suplicar. Alain llegó a mí como una
responsabilidad y, sin embargo, entró en mi corazón sin que me diera
cuenta. Hizo todo para demostrarme que era el indicado―. Con ese beso
has comprobado que no le eres indiferente, pero tienes que darte a desear.
―Pero… él es medio lento.
―Conozco a varios, pero es mejor así. ―No creo que sea el caso, es de
los más astutos y rápidos, pero obviamente conoce lo que implica
relacionarse con ella―. Además, si haces algo y Gema se entera… no se
pondrá contenta. ―Por no decir que estará más que encantada de arrancar
su linda cabeza.
―Tienes razón. Eso será lo más difícil.
Amo a esta niña. Su determinación para conseguir lo que quiere, y de
verdad espero que haya una posibilidad. De lo contrario, Armen y Edi me
jalarán las orejas por meterle ideas.
―Por ahora, espera su reacción.
―Eso temo, no se veía muy feliz cuando se marchó. Y papá estaba un
poco extraño. ―Yo no diría eso, seguro que él se enteró. Así que debo
asumir que Gema aún ignora el asunto, de lo contrario esto sería un caos.
―Por tu padre no te preocupes, no dirá nada mientras no te metas en
problemas. Quien sí tendrá mucho qué decir será Abiel. Espera que te
busque.
―¿Lo hará? Creí que se escondería de nuevo ―dice con cierto malestar.
No se le escapa nada.
―Conociéndolo querrá dejar las cosas claras. Así que tú espera.
―¿Y qué haré cuando me pida que hablemos?
―Eso te lo dejo de tarea. ¿Qué quieres que pase? ¿Qué esperas de él?
―Me mira pensativa―. Eres joven, pienso que deberías llevar las cosas
con calma y comértelo poco a poco. ―Alain carraspea, mirándome
molesto. Ni siquiera noté que había salido del baño.
«No deberías decirle eso».
―No intervengas, esto es cosa de mujeres ―protesto indicándole que
vuelva a entrar. Mira el techo, pero finalmente lo hace.
―Creo que mejor me voy para que no lo hagas esperar y sigan
haciéndolo.
―¡Lena!
―No pasa nada, yo entiendo. ¡Buenas noches, Alain! ―grita y se va.
¡Já! Me la han devuelto.
―Eres un mal ejemplo para ella ―dice mirándome divertido. Agito la
mano restándole importancia. Todo lo contrario, realmente quiero verla
feliz. A veces tengo la impresión de que no lo es del todo. Y yo mejor que
nadie entiende lo que es tener todo al alcance de tu mano, pero al mismo
tiempo sentir que te falta algo.
Josiah (2)

Observo con atención los alrededores. Esta parte parece desierta, no


obstante, puedo percibir algunos animales salvajes cercanos, ocultos entre
los matorrales y árboles. Resoplo. Ni siquiera entiendo por qué he venido,
por qué estoy haciéndole caso a esa chica. Ella no debería salir de la ciudad
y exponerse. Ciertamente no hay rastro de impuros, al menos no de manera
reciente, lo que me hace creer que esto será una pérdida de tiempo. Algo
que pagaré caro cuando Lena se entere, porque a ella no la dejan salir sola.
―¡Pensé que no vendrías! ―Levanto el rostro, encontrándola sentada en
lo alto de un árbol. Su caballo está atado al tronco.
El sol proyecta destellos de su melena rubia, que cae libremente
alrededor de su rostro, dándole un aspecto misterioso. Su sonrisa engreída
no se hace esperar y es algo que me intriga.
―Estoy tomándome mi tiempo para admirar el paisaje, es la primera vez
que salgo.
Desde luego que he pisado Jaim, pero del mismo modo que Lena, solo
cruzo la distancia que separa ambas ciudades. Nunca nos desviamos.
―Me sorprende que hayas venido solo.
Me detengo debajo de la copa del árbol, lo suficiente retirado para tener
un buen ángulo de su rostro, que sigue luciendo confiado.
―Jamás expondría a Lena y no necesito guardias ―respondo sin más―.
Además, se supone que esto ―agito la mano― es entre los dos, ¿no?
―Ajá. ―De un salto aterriza frente a mí―. Dices que eres más rápido y
fuerte que yo, así que no debe ser problema eliminar un impuro.
No puedo negar que es parte de la razón por la que rompí las reglas al
venir. Siento curiosidad por esas criaturas. Ninguno de nosotros, salvo esta
chica, ha tenido oportunidad de verlos y, sobre todo, enfrentarlos. Algo que
resulta admirable.
―Eso en caso de que alguno aparezca.
―Siempre aparecen, en especial estando dos presas fuera.
―No soy precisamente algo que pueda considerarse una presa ―señalo
mirando detrás de ella, donde se encuentra la enorme cascada que algunas
veces menciona a mi madre―. Puede que no funcione.
―No estarás echándote para atrás, ¿verdad? ―Frunzo el ceño,
mirándola. Está burlándose de mí. No sé por qué tengo la impresión de que
no solo se cree superior, no le importa quién soy.
―No. ―Avanzo centrando de nuevo mi atención en el lago que se
extiende a los pies de la caída de agua―. Pero hay ciertas responsabilidades
de las que debo ocuparme.
―¡Por favor! Para que asumas el control de la ciudad aún faltan algunos
meses. ―Me vuelvo, mirándola interrogante―. No te sorprendas, estoy al
día. Caden hará lo mismo con Jaim y yo seré su segunda al mando
―declara con orgullo, haciéndome sonreír de verdad.
Ella también sonríe: la imagen resulta demasiado atractiva. No es como
Lena, me mira como si fuera su igual, como si me conociera demasiado. Tal
vez ve a Caden en mí. No sé por qué la idea me molesta un poco. Cosa
extraña, nunca me ha resultado desagradable señalar lo idénticos que somos
o que nos traten como si fuéramos uno mismo.
―¿No te preocupa estar rodeada de hombres? ―Sus cejas se unen y su
boca forma una mueca curiosa.
―¿Por qué debería? ―Pone los ojos en blanco y resopla. No hay duda
de que Caden cuidaría de ella, pero no me gusta la imagen que se proyecta
en mi cabeza―. No me digas que eres como mi padre, que piensa que por
ser mujer no soy capaz. Soy mucho mejor que muchos de ellos.
―Dudo mucho que tu padre piense eso.
―Lo hace ―masculla con malestar. Resulta graciosa.
―Me inclino más a pensar que se preocupa por ti. ―Pone los ojos en
blanco, cruzándose de brazos.
―Pues no debería. Soy capaz de defenderme sola.
―No lo dudo, pero… ―El relinchido del caballo me distrae, pero no lo
suficiente para no percatarme de la bestia que se acerca a ella. Agito la
mano, elevando una pared de tierra entre ambos, bloqueando su trayectoria.
―¡Mierda! ―exclama alcanzando su espada. Antes de que pueda
evitarlo, se arroja sobre el animal, pero solo lo mira. No parece demasiado
sorprendida, lo que me indica que no es la primera vez que ve uno.
―¿No piensas terminarlo? ―Mi maniobra parece haber lastimado una
de sus patas y toda su furia aparentemente ha disminuido. Ella agita la
cabeza y la bestia se aleja corriendo, ocultándose entre los árboles―. Lo
has dejado ir.
―No tenía caso. Lo asustaste lo suficiente para hacerlo desistir de
atacarme. ―Se encoge de hombros―. Tiene demasiado con los pocos
impuros que rondan, no necesita que le complique las cosas.
―En ese caso, le hubieras hecho un favor.
―Puede… Pero no soy una asesina. ―Enarco una ceja, debatiendo en
silencio su afirmación―. Los impuros no cuentan.
―Tienes un extraño sentido moral. ―Ladea el rostro, observándome con
atención.
―Así que no mentías cuando dijiste que podías manejar la tierra, como
tu padre. ―Mi turno para encogerme de hombros―. Pudiste alardear y
dejarme en ridículo, no una, sino dos ocasiones.
―Alardear no es algo que me hayan enseñado y definitivamente no
pienso hacerlo. Por otra parte, jamás dejaría en ridículo a una chica tan
guapa como tú. ―Maldición. ¿Guapa? ¿Por qué he dicho eso?
―Conque guapa, ¿eh? ―pregunta disfrutando mi desliz, pero no rehúyo
sus ojos. No puedo creer que esté coqueteando con ella. Lena se burlaría de
mí.
―¿Qué puedo decir? ―No tiene caso negarlo, desde la ocasión anterior,
he sido más consciente de ella―. Supongo que del mismo modo que
conoces tus habilidades, sabes que eres guapa.
Sus labios se curvan de modo misterioso y da un par de pasos hacia mí.
―Creo que comienzo a notar lo diferentes que son. Y ya que estamos en
eso, te diré un secreto: comienzas a gustarme.
Danko (1)

Me detengo frente a la enorme puerta y golpeo con los nudillos un par de


veces, aliviado de encontrarlo solo un momento. No lo culpo, al igual que
él, me gusta pasar la mayor parte del día al lado de Mai. Espero un par de
segundos antes de empujar y entrar, encontrándolo sentando detrás del
escritorio. Armen no luce sorprendido de verme, hace un gesto para que
tome asiento frente a él y, sin responder, lo hago.
Aunque Mai ha insistido en que no debería intervenir, Abiel y todos
siguen siendo mi responsabilidad.
―Supongo que sabes lo que pasó ―afirma serenamente, cruzando las
manos frente a su rostro. Siempre he admirado la tranquilidad y madurez
con la que suele manejar las cosas, y esta no es la excepción, aunque se
trata de su hija.
―Lo hago ―asiento removiéndome―. Y es justo por ese motivo que he
venido. ―Me apoyo en el respaldo y suspiro agitando la mano―. Esperaba
que después de anoche el mundo estuviera caótico, pero todo está bastante
tranquilo.
Sonríe relajándose también. No sé qué esperaba de mí, pero no he venido
con afán de complicar las cosas, todo lo contrario, y me alegra que parece
darse cuenta. Solo intento hacer lo mejor y esta vez no es lo contrario.
―Gema no está al tanto de lo ocurrido ―confiesa frunciendo las cejas,
claramente no muy de acuerdo con ello―. Preferí no complicar las cosas.
―Esa sí que es una novedad. ―Deja escapar un pequeño gruñido, no
conforme con mi comentario―. Me refiero a que lo compartes todo con ella
y tratándose de Lena…
―No estoy tratando de ocultarle nada, simplemente prefiero que sea la
misma Lena quien se lo haga saber. Además, sabes cómo reaccionaría.
―Abiel no tiene ninguna mala intensión ―aseguro un poco molesto con
la idea de que puedan tomarla en su contra. No ha hecho nada para
alentarla, al menos hasta anoche―. Nunca ha pensado aprovecharse de ella.
Te doy mi palabra.
―Lo sé. En ningún momento hemos pensado que lo haría, sin embargo,
Lena es joven e impredecible.
―Tu hija es bastante audaz y tengo que aceptar que últimamente ha
revolucionado las cosas por aquí. ―Todos sabíamos que con la llegada de
nuestros hijos las cosas cambiarían un poco, pero ella es quien más ha
tenido que ver. No solo por lo apegada que ha estado a mis hijos, también
por el afecto que Elina e Irina le tienen, incluso la misma Anisa. Todos son
protectores, no solo porque es más humana que Josiah y la única híbrida en
Cádiz, porque se ha hecho querer.
―No lo hace con mala intensión.
―No he dicho eso. Es joven y mis hijos tampoco son intachables. Solo
que no esperaba que estuviera dispuesta a enfrentar a Johari.
Armen niega expresando un poco su preocupación al recordarlo.
―Creo que esa es la razón por la que Gema ha dejado pasar el asunto
con Abiel ―admite pensativo―. Le preocupó demasiado, evidentemente,
pero le alivió comprobar que tiene destreza y carácter aguerrido.
―Eso lo ha dejado claro.
Ella nunca ha sido partidaria de las prácticas de su madre, todo lo
contrario, siempre ha huido de los entrenamientos y combates, incluso
cuando Josiah estaba de por medio y lo hacía solo para pasar tiempo con él.
―Entonces… ―Me observa interrogante, consciente de que a diferencia
de los demás, mi control mental es más fuerte y puedo mantenerlo
prácticamente fuera de mis pensamientos.
―Escuché que irá hoy a Jaim. ―Asiente inclinando ligeramente la
cabeza―. Así que he ordenado que sea Abiel quien la escolte.
―¿De nuevo queriendo hacer una confrontación? ―pregunta, sus cejas
elevándose―. Anoche no salió muy bien, no creo que sea buena idea. ―Me
encojo de hombros, no coincidiendo con él.
―Nadie esperaba que tu hija interviniera, ni siquiera el mismo Abiel
―comento con calma―. Pero creo que ellos necesitan una buena charla,
sin ojos u oídos curiosos de por medio. Puede que eso resuelva el asunto…
―O lo complique más. ―Ahora soy yo el que eleva una ceja, mirándolo
divertido―. Conozco a mi hija, Danko, sé que fue ella quien lo besó y no
espero que se detenga con una reprimenda. Ya no es una niña pequeña a la
que puedes decirle qué hacer.
Río, sin poder evitarlo. Nunca imaginé vernos en este punto,
conversando sobre nuestros hijos. Creí que siempre seríamos un par de
vampiros solitarios preocupados por el bienestar de los humanos.
―Ciertamente no lo es ―coincido poniéndome serio―. Por eso es Abiel
quien debe hacerle entender la situación. Además, él no tiene intenciones de
llevar las cosas a otro nivel y todos sabemos por qué.
―Sí ―responde con un suspiro apagado.
―Dime una cosa, ¿te hubiera gustado como yerno? ―Su expresión se
endurece, pero no puedo evitar reír. Creo que a nadie le gusta pensar en sus
hijos haciendo su vida solos, viéndolos convertirse en adultos. Menos
cuando tu imagen en el espejo no refleja cambios y tú puedes apreciarlos en
ellos.
―Tienes dos hijos, ¿debo recordártelo? ―Me encojo de hombros, sin
borrar de mi cara la sonrisa. Lo dicho, es tan extraño estar abordando este
tema.
―Tanto Mai como yo somos conscientes de que están haciéndose
adultos y que pronto comenzarán a tener interés por alguien, si no es que ya
lo hacen ―mascullo recordando las ultimas cosas que han llegado a mis
oídos. ¿Será posible que llegue a estar emparentado con ese rubio? ¿Quién
lo hubiera dicho?―. Ella está emocionada con la idea de sus hijos
enamorados ―digo sin poder evitar sonreír aún más al recordar nuestra
última charla―. Sin embargo, no estoy muy seguro de que Gema entienda
eso.
―Lo hace ―afirma con un gesto severo―, más de lo que te puedes
imaginar. Y es justo por eso que no desea que Lena sufra. Ella conoce la
historia de Abiel y sabe que esa relación es imposible.
―¿Seguro? ―inquiero dudoso―. Gema siempre estaba sobre mí cuando
descubrió mi interés en Mai.
―Ya hemos hablado de eso, era su hermana menor y quería mantenerla a
salvo.
―De un vampiro y Abiel es uno. ―Sacude la cabeza, dejando caer las
manos.
―Si fuera él, Lena se quedaría aquí, junto a ella y podría asegurarse de
su bienestar. No está tratando de contenerla, aprendió bastante con Mai,
pero como su madre, no desea que sufra.
―Aunque no lo creas, también me hubieran gustado ellos dos. Abiel
puede parecer demasiado duro, pero la soledad no es buena para nadie.
―Lo sé.
El silencio se extiende, mientras ambos nos perdemos en nuestros
propios pensamientos. Tiene razón en algo: Gema adora a esa chica y
supongo que por eso ha tratado de convertirla en alguien fuerte y que sea
capaz de valerse por sí misma. Por desgracia nadie puede protegerte de la
elección que hace tu corazón. Y quizá la suya ha sido la más equivocada de
todas.
Lena (5)

Frunzo el ceño, mirando molesta a Ryen, que mantiene la expresión serena,


nada impresionado con mi intento de intimidarlo.
―Estás bromeando, ¿cierto? ―cuestiono cruzándome de brazos. Sacude
la cabeza, sin apartarse de la puerta.
―Tiene que esperar. Dejo caer los brazos, dándome por vencida.
Olvidaba lo frustrante que es discutir con ellos, que rara vez muestran enojo
o alguna emoción demasiado evidente para que pueda notarla.
―No entiendo. ¿Por qué no puedes dejarme salir? ―refunfuño
paseándome de un lado a otro―. Mi padre ya me dio permiso, aunque
déjame decirte que no lo necesito para visitar a mis abuelos.
―Tiene que esperar a que venga su escolta, señorita Lena.
Gruño golpeando el piso con el pie.
―Pero tú eres mi escolta, Ryen.
―No hoy. ―Su voz me hace dar un respingo. Ryen se aparta lo
suficiente para dejarme ver a Abiel, que se acerca por el pasillo. Luce tan
apuesto como de costumbre, pero también tan frío y distante como siempre.
Eso no es bueno―. Puedes retirarte, Ryen.
Él obedece y en un parpadeo se ha marchado, dejándonos solos. Oh, no.
Observo a Abiel, poco convencida de esto y muy sorprendida. ¿Por qué
querría él llevarme a Jaim? Di por sentando que me evitaría después de
anoche y justo por eso no he pensado qué haría o diría cuando lo viera de
nuevo. ¡No tengo idea!
―Podemos irnos cuando lo desee, señorita.
Aspiro y abro la boca, pero cierro de nuevo, insegura de mis palabras.
Quiero reñirlo por llamarme así, pero su dura expresión impide que
empeore las cosas o haga esto más incómodo.
―Bien ―murmuro pasando junto a él. Quiero preguntarle por qué hace
esto, pero dudo que lo diga y actuar como si nada pasara es su especialidad.
Una que realmente no me gusta. O peor aún, que salga con su acostumbrada
frase “es una orden de su padre” o “es mi obligación”.
Salimos del edificio es silencio, siendo consciente de su presencia a mi
espalda, pero de que su mirada está en cualquier parte menos en mí. Creo
que me entusiasmé más de lo que debía. Y que hayan permitido que me
acompañe no augura nada bueno. Casi temo lo que dirá en cuanto estemos
en Jaim.
Elise (2)

Tomo un puñado de fertilizante y lo coloco alrededor del tallo, cuidando


cubrir cada espacio. Retrocedo un paso y, tomando la regadera, rocío el
agua a conciencia, antes de dar por terminada la atención a la pequeña
hortaliza y tomar la siguiente. Amo cuidar de las plantas, no solo las flores,
aunque son mis preferidas.
―¿Cómo sigue Kassia? ―escucho preguntar a Klaus, quien coloca un
par de bolsas en la mesa contigua y resopla.
―Mejor ―respondo mirándolo de reojo―, aunque le pidieron que se
tomara un par de días de descanso para evitar que recaiga.
Klaus suspira, apoyando la cadera en la madera y pasándose el brazo por
la frente para limpiarse.
―Hace calor.
Asiento, reprimiendo una sonrisa. Soy consciente de que le ha tocado el
trabajo duro hoy que nos hemos quedado solos, pero también de que se ha
negado a dejarme ayudarle. Es verdad que no soy tan fuerte como Airem,
pero puede que un poquito más que él sí. Aunque tal vez sea eso lo que no
le gusta o por lo que no está dispuesto a dejarme ayudarle con las tareas
pesadas.
―¿Son los últimos? ―pregunto mirando los dos costales de semillas.
―Sí. Gracias al cielo ―suspira golpeando la palma de la mano sobre
ellos―. Por cierto, ¿no crees que hay demasiada tranquilidad?
¡Cierto! Doy un vistazo rápido a todo el invernadero, sin poder
localizarlos y eso hace saltar las advertencias.
―¿Has visto a mis hermanos? ―Es casi imposible esperar que no estén
metidos en líos o planeando alguna de las suyas.
―Sí, estaban afuera, jugando con algo.
Me quito los guantes y los dejo caer en la mesa, antes de retirar el
mandil.
―Voy a buscarlos ―anuncio dándole la espalda―. No me gusta que
haya tanto silencio.
―¿Quieres que vaya?
―No, mejor lleva los sacos a la bodega y coloca la maseta con el resto.
No tardo. ―Espero. Aunque tengo el presentimiento de que esto demorará
más de lo que me gustaría, que no los escuche no indica nada bueno.
Salgo enfrentándome a los luminosos y calientes rayos del sol. Sí que es
un día caluroso. Miro hacia los costados del edificio, sin señales de ellos.
Camino sin rumbo fijo, buscándolo entre las personas que están inmersas en
sus labores, aunque no hay muchos. Supongo que por ahora se resguardan
del sol y aún no comienza la siembra que es la época en que hay más
movimiento en esta parte de la ciudad.
Podría pensar que están participando con los demás pequeños, pero no lo
creo. Suelen llevar su diversión a otro nivel. Obviamente al ser más fuertes
y hábiles, tienen diferentes inquietudes. Eso o que las malas mañas de mi
padre les han corrompido.
Me dirijo hacia los establos. Les gustan demasiado los animales y
ocultarse en los graneros. Aspiro lamentando no tener el sentido tan fino
como los demás híbridos. Aun así, puedo escuchar sus características
risillas. Giro dirigiéndome hacia el gallinero. Mis pies se detienen ante la
visión de sus figuras. Lo que temía.
No, no, no, por favor no lo hagas.
Horrorizada, observo cómo Gavin empuja el pestillo de la puerta. Sus
ojos se encuentran con los míos, sus labios estirándose en una sonrisa
perversa. Obligo a mis pies a moverse, pero es inútil, lo ha hecho. ¡No!
El sonido de alas agitándose y el cacaraqueo de las gallinas acompañado
de gritos humanos rompe la tranquilidad habitual. Mael cruza la puerta,
agitando vigorosamente los brazos, consiguiendo que todas salgan
despavoridas y la estancia quede desierta. Su pelo tiene plumas y se ríe con
fuerzas. Quiero gritar, pero me concentro en tratar de frenarlas y
devolverlas dentro.
―Vamos ―murmuro sin poner atención a las miradas molestas que me
dirigen algunas personas, que imitan mi propósito.
Esto es un desastre. Corro de un lado a otro, atrapando patas y plumas
con afán de remediar su última travesura. Escucho sus risas desde alguna
parte, pero los ignoro. Más personas se unen, trayendo alguna o un par. Solo
esto faltaba, ¿de dónde sacan esas ideas? ¿Qué será después? ¿Los cerdos?
¿Las vacas?
Una de ellas escapa de mis brazos, golpeándome el rostro, pero antes de
que esté fuera de mi alcance, logro sujetar sus patas y aferrarla con fuerza.
Corro hacia la puerta, donde ahora se encuentra Pam, quien sacude la
cabeza, pero no me reprende en voz alta. Ni falta que hace, ella ama sus
gallinas y no está nada contenta.
No entiendo por qué todo el mundo me culpa por sus fechorías. Mag,
Nasly y Pers se acercan a la puerta, sosteniendo un par de ellas. Aún faltan
más. Dejo para después mis lamentaciones y corro siguiendo su rastro.
Después de varias vueltas y viajes me enfrento a la última de ellas que
parece decidida a escapar de nosotros. Mag corre detrás de ella y yo intento
cortarle el paso, pero se escabulle entre mis pies.
―¡Atrápala! ―grito a Pers, que cae sobre su estómago sin lograr
capturarla.
―¡Es mía! ―exclama Nasly, pero tampoco lo consigue. De la nada
aparece un par de brazos que la retienen. ¡Caden!
―La tengo ―anuncia tranquilamente, sin esfuerzo alguno.
―¡Por fin! ―jadea Mag dejándose caer.
―Elise, amarra a tus hermanos o algo así ―masculla Pers sacudiéndose
la ropa manchada de tierra y otras cosas que prefiero no definir―. Son
terribles.
―Y que lo digas ―concuerda Nasly. Les dedico una mirada de disculpa,
al tiempo que abro la puerta para que Caden deje dentro la última de ellas.
―Gracias ―digo sinceramente mirándolo a los ojos.
Sonríe levantando el brazo. Me quedo quieta cuando toca mi rostro. Una
caricia tan sutil que me deja sin aliento.
―Tenías un rasguño ―comenta apartándose―. Esa fue la última,
¿cierto? ―Asiento, aún sin encontrar mi voz. No puedo creer que un simple
toque me afecte tanto, pero es Caden.
―Gracias… por la ayuda ―balbuceo sintiendo las mejillas ruborizadas.
―¿Y nosotros qué? ―protesta Pers. Sonrío y Caden se vuelve hacia
ellos, dejando de prestarme atención.
―Gracias, y lo siento.
―Aquí tengo al par de demonios ―dice Antonela levantando los brazos
de mis hermanos, que inesperadamente no luchan por escapar.
―Vamos a casa ―gruño sujetándolos―. Es mejor que no digan nada.
No tengo ni fuerzas ni ánimos para discutir. Aunque después de ver a
Caden no me siento tan molesta. Es la primera vez que una de sus
travesuras saca algo bueno, a pesar de que sea algo tan pequeño y que él no
le haya tomado importancia.
Caden (2)

Observo cómo se alejan rápidamente. Las expresiones son divertidas de ese


par, no indican que teman una llamada de atención por parte de sus padres.
Pers se coloca a mi lado, aún tratando de limpiar su camisa, poniendo
especial atención a una mancha oscura en la parte inferior, que olisquea,
arrugando la nariz.
―Son terribles ―resopla―. Siempre quise tener un hermano, pero ese
par me hace sentir feliz de ser hijo único.
Sonrío moviendo la cabeza, golpeando su brazo.
―No todos son tan terribles ―comento encogiéndome de hombros,
gesto que imita, poco convencido. Sí, todos temen las fechorías de ese par,
pero también hacen que esto no sea monótono. Obviamente, cuando no eres
el objetivo.
―¿Qué pasó aquí? ―Klaus se acerca a donde estamos, mirando
divertido a Pers, que tiene un aspecto desastroso.
―No preguntes ―masculla arrancando una pluma de su cabeza―,
mejor iré a darme un baño. Nos vemos luego.
―¿Qué fue? ―insiste, revelando lo que ocultaba detrás de su espalda.
―Gavin y Mael. Eso fue.
―Oh. ¿Qué hicieron esta vez? ―Señalo el gallinero con la cabeza.
Asiente mirando los restos de la persecución que se perciben a simple
vista―. ¿Y Elise?
―Fue a llevarlos a su casa.
―Pobre. Tardará más en ir que ellos en volver a escabullirse. ―No
puedo estar más de acuerdo, siempre lo hacen.
―No todas las niñas son tranquilas ―comento pensado en Airem.
―Lo sé, pero ella sí.
―¿Y eso? ―pregunto mirando las flores que sostiene.
―Son para Kassia. Sigue sin recuperarse de su resfriado ―explica
observándome curioso―. ¿No es posible que hagas algo al respecto? Se le
echa de menos. ―Comenzamos a movernos en dirección a su casa.
―Lo siento ―murmuro mirando mis manos―, solo funciona en heridas
superficiales o provocadas. Nunca lo he probado con enfermedades y ella
no me dejaría.
―¿Por qué no?
―Le preocupa que me debilite o sea contraproducente.
―¿Es posible?
―Debilitarme, sí. Cada vez que sano a alguien, mis fuerzas merman por
cierto tiempo. Por eso no quiere que lo haga. Menos por un simple
resfriado, dicho en sus palabras.
Nuestros padres nos advirtieron al respecto, en especial a mí. Antes
cuestionaba el hecho de que ninguno de ellos mostrara sus habilidades,
hasta que escuché lo que implica usarlas sin contenerse. Un arma de doble
filo, así es como el señor Haros lo define.
―No lo sabía ―farfulla rascándose la cabeza―. ¿Le ocurre lo mismo a
Josiah?
―Sí, pero es menos severo el efecto. Él es más resistente, ya sabes.
―Supongo.
Ser híbrido y sanar implica una mayor carga, porque me debilito con más
rapidez. Es por eso que solo lo uso cuando se trata de casos serios, donde la
vida esté en riesgo. Y desde luego con Elise, es la excepción. Esa chica es
demasiado descuidada cuando se trata de sus hermanos y eso me hace sentir
protector hacia ella.
Levanto el rostro, extrañado de verlo en la entrada de la casa de mis
abuelos. Abiel se vuelve ligeramente al sentirnos llegar. Me dedica una
mirada a manera de saludo, pero su frente se tensa al ver a Klaus, quien es
ajeno al gesto y se mantiene alejado, intimidado por él.
―¿Ocurre algo malo? ―pregunto deteniéndome, en tanto que Klaus se
adelanta hacia la puerta. No tiene problemas con la mayoría de ellos,
excepto con Abiel, que impone.
―No ―responde sin dejar de mirar de reojo a Klaus, que a su vez
pareciera querer traspasar la puerta con la mirada―, solo he acompañado a
la señorita Lena.
Eso es algo poco común, pero no lo cuestiono.
―Puedes esperar adentro ―sugiero, no gustándome la idea de que se
quede fuera, como un extraño. Para mí es un amigo, el maestro que nos
enseñó a combatir.
―Prefiero esperar aquí.
―De acuerdo. ―Lo observo poco convencido, pero respetando su
decisión. Yo no soy nadie para dar órdenes, no me gusta.
Sigo a Klaus, que cruza la puerta, sin ocultar su emoción por verla. Temo
que no resultará muy bien eso. Ella no lo ve de ese modo.
―¡Caden! ¡Klaus! ―saluda desde la cocina. Tiene el rostro manchado
de harina y usa un viejo mandil que también tiene restos de comida. Mis
abuelos están sentados en el comedor, bebiendo té. Parecen divertidos con
lo que sea que esté intentando hacer. Todos sabemos lo desastrosa que es en
la cocina. Aunque nadie nunca se lo diría.
―Eh… hola ―dice Klaus, entregándole las flores a mi abuela, pero sin
dejar de mirar con una tonta sonrisa a mi prima―. ¿Cómo sigues, Kassia?
―Todos le tenemos un especial cariño a ella, siempre preocupándose por
los demás. Una mujer memorable y muy sabia.
―Mejor, gracias por acordarte de mí.
―Sin ti el invernadero no es lo mismo.
―No lo creo. Elise tiene un toque especial con las plantas y es muy
responsable.
De eso no hay duda, posiblemente ella se hará cargo cuando mi abuela
no pueda hacerlo. Aunque espero que para eso falte mucho.
―Lo tiene, pero no con sus hermanos. ―Todos reímos―. ¿Qué
preparas, Lena? ―pregunta acercándose a ella.
―Galletas. ¿Quieres una? ―Observo preocupado a mis abuelos, quienes
sacuden ligeramente la cabeza, advirtiéndonos que no lo hagamos, pero
Klaus no parece dispuesto a negarse.
―Claro. ―Coge una y se la lleva a la boca, pero apenas la prueba,
arruga el rostro como si estuviera a punto de vomitar.
―¿No sabe bien? ―inquiere Lena, mirándole preocupada. Él traga y se
esfuerza por sonreír.
―Sí ―dice poco convencido.
―Mentiroso, sé que saben horrible ―se queja Lena, haciendo que los
demás nos riamos. Es evidente que Klaus haría todo por ella, incluso comer
lo que cocina. Y ella disfruta poniéndolo a prueba, aunque eso hace que la
mire con adoración.
Podría creer que hay una posibilidad, pero Klaus no sabe que Lena tiene
una fijación por Abiel. ¿Debería decírselo?
Lena (6)

―No estaban tan mal ―repite siguiéndome fuera de la casa.


Rápidamente me doy cuenta de que Abiel no se encuentra donde lo dejé
hace rato. Eso me hace sentir un poco culpable, estaba molesta con su
indiferencia y justamente por eso demoré a propósito.
Me detengo, sonriéndole a Klaus. Es tan lindo conmigo.
―Agradezco que mientas para hacerme sentir bien, pero definitivamente
renunciaré a la cocina antes de envenenar a alguien.
Reímos.
―¿Cuándo vienes de nuevo? ―pregunta metiendo las manos en sus
pantalones―. Podríamos… hacer algo. Un picnic…
―Claro, solo que será Elise quien prepare los bocadillos.
―¿Elise? ―inquiere confundido. Sé que quiere que seamos solo los dos,
pero… aún tengo asuntos pendientes con cierto vampiro, como para darle
esperanzas. Eso me hace sentir mal y recordar la conversación con Josiah.
Lo odio cuando tiene razón. Quizá se me ha pasado la mano con Klaus. Le
quiero, pero como un amigo.
―Sí, no creo que Caden sea mejor cocinando que yo.
Su sonrisa decae, pero es mejor así. Si estamos con los demás, no
parecerá algo íntimo.
―Sí, ellos también están invitados ―balbucea dándose por vencido. Es
tímido, sabía que no me corregiría. Busco de nuevo a Abiel con la mirada,
esforzándome por sentir su presencia―. ¿Qué pasa?
―No sé dónde se ha metido Abiel. ―Sé que está en algún lado, no
regresaría sin mí.
―Uhm. ¡Disculpa! ―grita a un hombre que camina por la calle―. ¿Has
visto a Abiel?
―Estaba cerca de la entrada ―responde antes de retomar la marcha.
―Gracias. Ya sabemos dónde está. ―Asiento―. Vamos.
―No hace falta, mejor has compañía a mi abuelita, ¿sí? ―No le doy
tiempo de responder. Echo a caminar, alcanzando a escuchar un débil nos
vemos. Lo siento por Klaus que no tiene la culpa, pero hay una
conversación pendiente y será mejor no tener testigos.
Apenas fui capaz de resistirme a salir y preguntarle qué pasaba. Esta
salida no es usual y casi estoy segura de que mi padre tiene que ver con
esto. Todos actúan raros cuando de Abiel se trata y no entiendo por qué.
Está solo, a unos metros de la entrada de la ciudad, apoyado en el muro.
No se mueve cuando me ve acercarme, así que me desvío hacia donde se
encuentra. Mi corazón se acelera, pero me obligo a no mostrar emoción
alguna. Tanto misterio me inquieta, pero ahora ya tengo en mente qué decir
o eso creo.
Me detengo a un par de pasos de distancia, sosteniéndole la mirada.
―Tenemos que hablar, señorita ―dice apartándose de la pared, sin
cambiar su actitud seria.
―Te escucho ―mascullo un tanto molesta ante esa odiosa palabra y su
clara indiferencia. Tranquila, Lena, le molesta más cuando no consigue
desesperarte.
―No fue correcto lo que ocurrió anoche.
Ya me lo esperaba, aunque no resumido en una sola frase. Creí que daría
toda una larga explicación, reprendiéndome por besarle.
―¿Por qué no? ―Frunce la frente, pero no contesta de inmediato.
―Usted sabe las razones, se las he dicho antes.
Me cruzo de brazos.
―Pues no. No las conozco. ―Sí que lo hago, pero no son válidas para
mí. La edad no me importa. Que sea un guardia y subalterno tampoco. Que
no les guste a mis padres no me preocupa si me gusta a mí.
―Señorita Lena…
―Dime algo, ¿es porque se supone que soy una niña? ―lo interrumpo,
mirándolo con dureza, no dejándome intimidar―. ¿Sabes algo, Abiel?
Ninguna niña tendría los pensamientos que tengo contigo. ―Él se tensa
ante mi declaración y sonrío mentalmente, permitiendo que se imagine lo
que quiera―. Antes podría creer que te era indiferente, pero no ahora.
Participaste de buena gana en ese beso, no mientas.
Le dedico una sonrisa ladina, consciente de que no puede debatir ese
hecho.
―Lo hice, pero eso no significa que ocurrirá de nuevo.
¡Auch!
―¿Por qué me tienes tanto miedo, Abiel? ―Mi pregunta parece
descolocarlo por completo, rompiendo su expresión serena.
―No…
―Si estoy equivocada, demuéstralo. ―No estoy segura qué espero
conseguir, pero me irrita que me trate como si no supiera lo que quiero. Lo
tengo muy claro. Parece debatirse, pero no le doy oportunidad de pensar en
una buena respuesta―. Bésame y demuéstrame que no fue nada.
―No.
―Entonces tengo razón. Me tienes miedo. ―Ningún hombre puede
soportar que le digan cobarde y lo sé, porque con Caden y Josiah siempre
funcionaba cuando quería salirme con la mía. Sigo haciéndolo hasta el día
de hoy.
―Señorita…
―Odio que me llames así ―murmuro sacudiendo la cabeza―. Pero…
Si lo haces, dejaré de molestarte y que me digas como quieras.
¿De dónde ha salido eso? No debería irme a los extremos. Si lo hace,
tendré que cumplir mi palabra. ¡Rayos!
―Será mejor irnos ―digo rompiendo el contacto visual, sintiéndome
preocupada de que me tome la palabra y no pueda retractarme.
―Lena… ―Me detengo cuando dice mi nombre. Me gustaría, pero no
justo ahora que me llame así.
―¿Qué? ―Me sorprende que esté demasiado cerca de mí. Oh, no.
―Tienes que cumplir. ―Toma mi rostro entre sus manos y se inclina
ligeramente, cortándome la respiración―. ¿Entendido? ―Presiona sus
labios sobre los míos, callando mi negativa.
No era como quería que resultaran las cosas, quería ponerlo aprueba, que
dijera que no y poder ir detrás de él.
Tiro de su camisa, evitando que se aleje y ponga fin al beso. Ahora sé
qué hacer con mi lengua y eso lo hace emitir un pequeño sonido, un
gruñido, que me eriza la piel. Me presiono contra él, queriendo romper la
poca distancia. Sus manos dejan mi cara, desplazándose por mi espalda,
hasta alcanzar mis caderas, evitando que me frote. Algo que ni siquiera era
consciente que hacía.
Retrocede, rompiendo el beso y obligándome a abrir los ojos. Un grave
error. Mi sonrisa de triunfo se desvanece al ver su rostro. Es una máscara de
repulsión y dolor. Es como si hubiera sido una tortura besarme, como si le
costara demasiado esfuerzo. Deja caer los brazos, manteniendo los ojos
cerrados y aspira con fuerza, tratando de componerse. Esto no era lo que
esperaba, esto… duele.
Oculto la sensación que me invade y pongo mi mejor cara, cuando lo que
quiero es gritar y ponerme a llorar. Algo que solo confirmaría la teoría de
que soy una niña berrinchuda y mimada que no se ha salido con la suya.
―Cumpliré ―susurro aclarándome la voz, porque se supone que ese era
al trato y porque puede que sea lo mejor. Su expresión atormentada sigue
presente en mi mente, haciéndome sentir miserable.
―Volvamos ―dice dirigiéndose a la entrada.
Me toma un segundo empezar a andar. Esto es un desastre. Debería
sentirme ganadora, pero es todo lo contrario. Abiel no siente nada por mí y
solo me ha besado para demostrarme lo contrario, para que lo deje en paz,
aunque le resultara tan desagradable. Eres una tonta, Lena. Pero no llores,
no ahora.
Lena (7)

Es solo el orgullo lo que me permite moverme, mantenerme firme y no


denotar mis emociones mientras entramos en la ciudad. Regularmente soy
amable y saludo a los guardias y vampiros que encuentro, pero en este
momento simplemente me limito a sonreír, con el mejor intento de sonrisa
alegre que puedo esbozar.
No me detengo, tampoco espero por él o me aseguro de que me
acompaña, simplemente cruzo las puertas de la residencia y avanzo por el
pasillo directo hacia mi habitación. Sé que Josiah no está, así que no puedo
ir con él, aunque tampoco sería una buena idea. Probablemente diría «te lo
dije», se enojaría, odiaría verme llorar y todo terminaría haciéndose más
grande. Algo que no quiero por muchas razones.
Tiro de la manija y entro, cerrando la puerta de inmediato, sin decir una
palabra. Permanezco apoyada en la entrada, mirando a la nada,
rememorando sus palabras, su expresión. Ni siquiera puedo pensar en ese
beso o en el anterior sin sentirme culpable. Y lo peor, tengo que cumplir mi
palabra.
Dejarlo en paz. ¿Puedo hacerlo?
En otras circunstancias no tendría problemas para ir en contra de mi
promesa, buscaría la manera de romper su careta, de entrar, pero no ahora,
no después de las emociones que reflejó su cara, su voz, sus ojos.
Muevo mis dedos, manteniendo mi postura, poniendo el seguro, sin
importar lo irracional que pueda parecer. Ya no me importa. Aspiro un par
de veces antes de apartarme de la puerta y dirigirme a la cama, donde me
desplomo, sin importarme llevar aún los zapatos o arruinar mi aspecto. Soy
un caos. Siento un enorme desasosiego que bloquea mi garganta y
humedece mis ojos.
Tal vez me equivoqué, quizá no era miedo lo que tenía, sino…
¿repulsión? ¿Desagrado? ¿Odio?
Suspiro despacio, cerrando los ojos, para evitar sucumbir a las ganas de
llorar. No puedo dejarlo estar, en cualquier instante aparecerá mi madre y se
daría cuenta de que algo no va bien. Soy buena con las excusas, pero no me
siento capaz en este momento. No podría mentirle, menos a ella o a mi
padre.
No quiero salir de aquí, no quiero ver a nadie, me siento fuera de lugar.
He estado tan concentrada en él, en conseguir que me mire, que responda a
mi sentir, que no sé qué debería hacer para mantener la distancia. Tal vez no
debería preocuparme, puede que él se encargue como lo ha estado haciendo.
Sí, eso sería lo mejor. Al menos hasta que sea capaz de poner en orden mis
ideas.
―¡Idiota! ―maldigo en voz alta, frotando el rostro contra la manta. No
estoy segura de si va dirigido a él o a mí, por hacerme falsas ilusiones, por
perseguirlo a pesar de todas las advertencias dadas por los demás. Quizá lo
merezco por hacerle lo mismo a Klaus, aunque yo nunca le he besado...
No vayas por ahí, Lena. Tengo que actuar con madurez, aunque no sea lo
que quiero hacer en este instante. ¿Lo peor de todo? Me siento demasiado
avergonzada como para contarle lo que pasó a alguien que no sea Josiah.
Por mucho que me reprenda, sabrá qué hacer.
¿Dónde estás?
Airem (1)

Me aseguro de llenar mis pulmones antes de sumergirme de nuevo,


agitando los pies para impulsarme y llegar más profundo. El agua se siente
templada y no es para menos, hoy hace un buen clima. Bastante. Emerjo
después de dar varios giros y desplazarme hacia el centro del lago, retiro el
exceso de agua de mi rostro con las manos, empujando a su paso el pelo
hacia atrás. Miro el cielo despejado y sonrío extendiendo los brazos,
permitiendo mantenerme a flote, moviéndome ligeramente únicamente con
las piernas.
―¿Piensas quedarte todo el día ahí? ―inquiero en voz alta, aunque sé
que no es necesario gritar para que me escuche, aun con el ruido de la
cascada detrás de mí―. Es más divertido mirar de cerca.
Espero sin girarme, atenta al sonido de sus pasos cautelosos y su
indecisión. ¿A qué le teme? ¿Que lo golpee por espiarme? No sería el
primero que lo haga.
―No quería importunar ―dice con esa voz rasposa y firme que mueve
cosas dentro de mi pecho. Cualquiera pensaría que por ser gemelos tendrían
cada uno de sus rasgos idénticos, pero existen pequeñas diferencias que los
hacen ser identificables. Y su voz es uno de ellos.
Caden es más cálido y expresivo a la hora de hablar. Josiah es misterioso
y preciso incluso al expresarse y tal vez es eso lo que me atrae.
Ladeo el rostro, obteniendo una vista de su persona. Sus ojos son otro
rasgo que los distingue y no me refiero al color carmín, sino a la madurez
que reflejan y al deseo que muestran en este momento. Es crudo e intenso.
Me gusta.
―No me digas que soy la primera mujer que ves desnuda ―comento
dedicándole una sonrisa socarrona. Da un par de pasos, inclinándose en el
borde. Soy consciente de que la escasa ropa que llevo encima deja poco a la
imaginación y por alguna razón eso agrada. No sería lo mismo si fuera otro,
pero es Josiah.
―Lo eres ―responde sin mostrarse apenado y sin desaprovechar para
darme un vistazo detallado―. Aunque estoy seguro de que ninguna sería
tan hermosa como tú.
Directo. Me gusta que lo sea.
―Tienes un punto. ―Mi comentario lo hace sonreír y calentar mi
sangre.
―¿Qué me dices tú?
―Tengo que confesar que no eres el primero y que ya te he visto.
―Enarca una ceja, haciéndome reír con ganas―. He visto a Caden. Son
gemelos, ¿no? ―le tomo el pelo, encogiéndome de hombros―. Supongo
que lo tienen todo igual.
No parece molesto, todo lo contrario, y eso también me gusta.
―Tal vez deberías comprobarlo por ti misma ―me reta, siguiéndome el
juego.
Me acerco al borde, sosteniéndole la mirada.
―Ven aquí. El agua está deliciosa ―indico haciendo un ademán.
Arruga la nariz y sacude la cabeza, sus ojos estudiando con detenimiento
el agua y sus alrededores.
―Siempre he tenido mis reservas respecto a este lugar. No es agua que
esté filtrada y fuera de impurezas.
Pongo los ojos en blanco.
―Ha pasado bastante tiempo desde la guerra y este lugar estuvo fuera de
ataques. ¿Por qué crees que se construyó aquí la ciudad? ―Me mira
verdaderamente sorprendido―. También he estudiado un poco de historia
―digo con orgullo, agradeciendo las horas que Caden me obligaba a
escucharlo.
De sobra sé que él lee demasiado, está preparándose para tomar el
mando, por esa razón debe memorizar todos los manuscritos y viejos
diarios que han sobrevivido.
―Puede ser, pero… ¿No temes que haya algún animal dentro? No
deberías arriesgarte.
―Ninguno del que deba preocuparme. Estaría encantada de que viniera
un impuro o repudiado. ―Sus cejas se disparan, luciendo desconcertado―.
Para cortarles la cabeza ―aclaro riéndome internamente―. ¿Me ayudas?
―pregunto extendiendo mi mano, que toma sin dudar. Sin problemas me
hace salir del agua y sostiene con un brazo, en tanto que con la otra libera
su capa, para colocarla alrededor de mis hombros.
No me aparto ni rehúyo su toque. Observo con curiosidad sus grandes
ojos, que despiertan algo intenso. Sintiéndome atrevida, coloco mis brazos
en su cuello y me apoyo en él.
―¿Es esta una invitación para que te bese? ―susurra aumentando el
agarre en mi cintura, sin mostrarse sorprendido por mi atrevimiento.
―Es una señal de qué esperas para besarme.
Sonríe antes de colocar sus labios sobre los míos. Son suaves y
ligeramente fríos, pero no por mucho. La humedad de nuestras bocas se
mezcla y mi respiración se dispara, con algo primitivo que me impulsa más
cerca de él.
Se aparta, mirándome fijamente, pero sin soltarme.
―¿Estás bien? ―inquiere rozando mi mejilla. Asiento con un
movimiento de cabeza, disfrutando del momento. No tengo dudas, es el
correcto.
―Ahora estás mojado ―señalo mirando su camisa.
―No más que tú, eso es seguro. ―Dejo escapar una risa, ante el doble
sentido de su comentario. Lo atraigo de nuevo, tocando su boca.
Abiel (2)

Mantengo el brazo sobre mis ojos, que permanecen cerrados, tumbado


sobre la cama, pese a que estoy muy lejos de la inconciencia. Las últimas
semanas el sueño se ha negado a venir y quizás es esa la razón por la que
prefiero estar moviéndome alrededor del muro, fingiendo que alguien puede
aparecer en cualquier momento y atacar. Añoro algo de los viejos tiempos,
sentirme abrumado, mantenerme ocupado, no disponible. No perderme en
mis pensamientos.
Me sorprende su presencia, que percibo justo antes de que atraviese la
puerta.
―Señor ―digo poniéndome rápidamente de pie. No lo he sentido llegar
y no esperaba que se presentara en mi dormitorio. Eso nunca ha ocurrido
antes.
―Siéntate ―pide agitando la mano, apoyándose a un lado de la puerta.
Lo observo con cautela sin estar seguro, pero acatando su orden por inercia.
―¿Necesita algo? ¿Ocurre algo malo? ―Velozmente compruebo a los
guardias, alguna presencia o agitación en el muro, pero no percibo nada
fuera de lo habitual. Eso me confunde. ¿Por qué motivo está aquí?
―Nada, aún. ―Cruza los brazos, sin dejar de mirarme, poniéndome
inquieto―. Aunque eso debería preguntarlo yo.
No hay nada fuera de lo normal. Excepto que he tomado un descanso
esta tarde.
―Solo he tomado un descanso… ―intento explicar, pero me
interrumpe.
―Lo sé, llevas dos semanas de guardia sin dormir, eso no es sano para
nadie, ni siquiera para nosotros, Abiel. Eso sin contar que tampoco te has
alimentado con regularidad.
¡Mierda! Desde luego que lo sabe. Y eso solo me hace sentir
incompetente, no debería preocuparse por mi condición, soy yo quien
debería hacerlo por él.
―Solo…
―¿Intentas dejarte morir o algo parecido? ―de nuevo frena mis
palabras.
―No, señor. ―Desde luego que eso no ha pasado por mi cabeza, ocurrió
en algún momento, pero fue justamente él quien me hizo darme cuenta del
error que cometía y se encargó de darle un sentido a mi existencia. Tenía
que sobrevivir para protegerle, no solo a él, a todos los que eran
importantes. Era una manera de pagar todo lo que me ha brindado.
Suspira moviendo ligeramente la cabeza.
―¿Sabes que no eres el único que parece querer hacerlo? ―Lo miro
confundido―. Lena no ha estado alimentándose correctamente y se niega a
salir de su habitación.
―Yo… ―No esperaba eso. He intentado por todos los medios
desconectarme de los pensamientos y conversaciones que incluyen a su
persona, mantenerme lejos de ella―. No tenía idea.
―Sé que solo quieres hacer lo mejor ―dice comprensivo―, pero… ¿no
crees que sería mejor contarle tu historia? Hacer que comprenda por qué no
puedes corresponder sus sentimientos.
Me paso las manos por el rostro, sintiéndome frustrado. Que lo diga él
resulta demasiado humillante. No porque me juzgue, todo lo contrario, le
preocupa y me compadece. Sé que muchos lo hacen desde que Lena
comenzó a expresar su interés por mí. Incluso Anisa ha dejado de lado las
bromas, porque sabe que la situación es mala y que comienza a superarme.
―Nunca fue mi intensión que se sintiera de ese modo ―admito bajando
la cabeza.
―Háblame, Abiel. ¿Qué ocurre?
«Nunca voy a olvidarte, nunca habrá nadie más. Te lo juro».
Mis propias palabras son como puñaladas, como piedras que se vuelven
con fuerza contra mi cara. ¿Qué ocurre? Que no debería sentirme agitado,
no debería estar bien con ella, no debería desearla como lo hago. Aquel día,
en Jaim, perdí el control. Me obligué a besarla, creyendo que sería capaz de
mantener la cabeza fría, pero no fue así, fallé. En cuanto la tuve entre mis
brazos, en cuanto mi lengua tocó la suya, colapsé. Quise tomarla, tumbarla
en el piso, arrancarle la ropa, que mis labios recorrieran su piel expuesta;
quise hacer demasiadas cosas con su frágil cuerpo, sin que me importara
nada más. No. Eso no puede ocurrir.
No puedo romper mi promesa. Y ella no se lo merece.
―Me siento culpable ―confieso permitiendo que vea dentro de mis
pensamientos―. Su recuerdo sigue presente, así como mis sentimientos por
ella. Juré que siempre sería de ese modo, pero…
―Lena te hace dudar.
Sí, esa frase podría resumirlo, pero es más que eso. No comprendo cómo
una cosa tan pequeña y pura como ella puede hacerme perder la cordura de
ese modo.
―No quiero herirla, nunca ha sido esa mi intensión. Solo…
―Tranquilo ―dice entendiendo mis temores―. Ni Gema ni Armen
intervendrán: saben que ella tiene que superarlo.
―Pero…
―Ella está bien, solo un poco deprimida. Sin embargo, me gustaría que
fueras sincero conmigo. ¿Realmente no sientes nada por ella? ―pregunta
poniéndome a prueba.
―Un vampiro ama solo una vez, es para siempre.
―Sí, eso dicen ―farfulla agitando la mano―, pero no es lo que veo en
ti, Abiel.
Sus palabras me inquietan. No obstante, no quiero mentirme, y tampoco
a ella.
―Despierta emociones que me desconciertan ―admito―. Pero eso dista
demasiado del amor. Lo tuve una vez, y no ocurrirá de nuevo.
―¿Deseo? ―Me encojo de hombros, luciendo verdaderamente
avergonzado―. Los primeros tuvieron demasiadas mujeres, más de las que
puedes imaginarte.
―Ellos solo las usaban, señor. Yo no quiero hacer eso: no se lo merece.
―Jamás te compares con ellos, Abiel.
―Estaría imitándolos si lo hago. No quiero.
―¿Es por eso que nunca hubo alguien más? Siempre me lo he
preguntado.
―Eso y que le amé de verdad. No quiero fallar a su memoria.
―No lo has hecho, tranquilo. Ha sido mucho tiempo y los instintos
forman parte de nosotros, aunque no siempre nos gusten. Dime algo, ¿fuiste
su único?
―¿Qué quiere decir?
―Conozco la historia, sé que Irvin también estaba prendado de ella.
―Ellos eran amigos.
―Sí, pero también compartieron intimidad. ―Aprieto las manos,
odiando recordarlo―. No estoy tratando de ser ruin, solo… quiero hacerte
entender que no sería malo que pudieras darte una oportunidad.
―Imposible. Como le dije…
―Eres un hombre de palabra, lo sé.
―Lamento que esté pasando por esto y que les preocupe, pero es lo
mejor.
―Puede ser, pero también lo es que seas sincero con ella. Sé que a los
ojos de todos es una niña, pero te aseguro que puede comprenderlo, es
alguien bastante inteligente.
―Y frágil.
―Tiene bastantes agallas para salir en tu defensa. ―Eso no puedo
debatirlo―. Sinceramente, tengo que confesar que pensé que era un simple
encaprichamiento, por el hecho de que te mostraras inalcanzable para ella,
pero ya no estoy tan seguro. No voy a presionarte y sabes que respetaré tu
decisión, pero déjame decirte algo: huir de los sentimientos no siempre es la
mejor respuesta y podría sorprenderte todo lo que una mujer enamorada
puede hacer por ti. Vale el riesgo. ―Se encoge de hombros, abriendo la
puerta―. Descansa y no te olvides de alimentarte. Y si quieres hablar con
ella, solo dímelo y me ocuparé.
Lo observo marcharse, reflexionando cada una de sus palabras. No es lo
que ella pueda hacer lo que me preocupa, todo lo contrario. Temo no ser
capaz de responder como debería, como esperaría, como lo merece.
¡Mierda!
Irina (1)

Le dedico una mirada antes de abandonar su habitación. Cierro la puerta,


encontrándome con Gema, que parece ansiosa. Le muestro la charola que
sostengo, permitiendo que observe el contenido de los tazones. La
expresión de preocupación se acentúa en su rostro, al percatarse de que
prácticamente no ha tocado nada. De nuevo.
―Lo siento ―me disculpo en voz baja, dirigiendo la vista a la puerta
detrás de mí―. Traté de que comiera, pero… ―dejo las palabras
suspendidas, encogiéndome ligeramente de hombros. Por lógica no se
puede obligar a alguien que no lo desea.
Eso definitivamente solo conseguiría abrumarla más, aunque dudo que
no sé de cuenta de que es el tema de conversación.
―Me preocupa ―susurra Gema, indicándome que nos alejemos de la
puerta de su habitación. No puede escucharnos, pero obviamente no desea
correr riesgos.
―A todos ―expreso en voz alta lo que pienso. Sabíamos que esto
podría pasar y no puedo culparla. No solo porque es joven e inexperta, sino
porque yo también pasé por eso. Tener sentimientos por una persona que no
se siente igual que tú no es nada agradable. En mi caso, fue algo que
suponía y que afortunadamente cambió de forma esporádica.
Yo sabía lo que debía esperar de Uriel y decidí aceptarlo, creyendo que
no me afectaría. Sin embargo, quería más y su actitud distante me hacía
pensar que no pasaría de ser su entretenimiento temporal. Me esforcé en
mostrarme indiferente y él hizo lo mismo, hasta que ambos cedimos y
demostró lo que sentía por mí.
El problema es que Abiel no puede cambiar su sentir, por mucho que lo
deseara. Amó a una humana, que murió de acuerdo a su naturaleza. Pero
esos sentimientos siguen presentes. No hay manera de que corresponda,
todos lo entendemos, porque conocemos esa historia, excepto Lena.
―Armen dice que debemos darle tiempo, pero…
―El señor Regan tiene razón ―coincido con la mirada fija en el
pasillo―. Recuerda, los humanos tienen emociones demasiado cambiantes,
que suelen confundirlos. En especial cuando de amor se trata.
Su boca forma una línea rígida y puedo notar la tensión que mi
afirmación le provoca. Sé que le gustaría contradecirme, pero también es
consciente de que ella pasó por lo mismo cuando se negaba a aceptar lo que
sentía por el señor Armen. A pesar de que se trate de un contexto distinto.
―El amor no es un sentimiento fácil de comprender. ―Para nadie, sea
humano, vampiro o híbrido. Es difícil ir en contra de lo que tu corazón
dicta. Y la razón prefiere no estar disponible.
―No quiero que sufra ―afirma― y cada día come menos.
―Eso tampoco me agrada, pero… ¿Cómo se dice? Creo que tiene mal
de amores. ―Sonrío, pero ella no responde―. Quiero decir que tiene que
asimilarlo y darse cuenta de que hay muchos chicos más. Cualquiera estaría
dispuesto, es hermosa y una romántica.
―No creo que sea tan sencillo.
―Quizá. Pero me di a la tarea de revisar a los más jóvenes del Consejo y
de la guardia, no están nada mal. Deberíamos presentarlos.
―¿Qué? ―murmura, luciendo horrorizada con la idea. ¡Já! Tal como
pensé, sigue siendo su niña.
―No estoy diciendo que los hagamos desfilar delante de ella, aunque
puede no sea tan mala idea ―farfullo divertida, pero rápido dejo mi humor
para hacerle notar mi punto―. Podríamos asignarlos a cuidarla o invitarlos
a tomar un té, sin ser demasiado evidentes…
―Irina…
―Tranquila. He sido bastante minuciosa para evitar problemas. Ninguno
de los que tengo en mente ha tenido amoríos, en especial con humanas. Es
decir, que no se considera que han encontrado al amor de su vida. Podría
funcionar.
Sacude la cabeza, con aspecto decaído. Por un instante pareció
considerarlo.
―Olvidas que no es solo cosa de mirar en otra dirección y que el
corazón cambie.
―Cierto ―admito haciendo una mueca. Uriel tenía razón. Descartado.
Me detengo en la entrada del comedor―. De todos modos, le sugerí visitar
Jaim. Quizás estar con Airem y Elise le ayude a despejarse.
―Lo había contemplado, pero no estaba segura de que fuera buena idea.
―Entiendo que no quieras separarte de ella, pero un respiro es lo que
necesita. Y también, sé que ese chico Klaus... Nada se pierde con probar
―me adelanto antes de que pueda replicar algo.
Afortunadamente, nuestros hombres aparecen en la puerta. Uriel se
acerca a mí y deposita un cálido beso en mis labios. Amo sus
demostraciones de afecto, sin importar delante de quién estemos.
―Volvimos ―anuncia mirando lo que sostengo. El señor Armen
también lo hace, y no necesito leer sus pensamientos para saber que no le
agrada en absoluto. Esto me hace recordar cuando era Gema la que estaba
en el lugar de Lena y él se mantenía informado de sus actividades,
especialmente si se alimentaba adecuadamente. Nunca creí que en realidad
solo le preocupara para poder beber.
―Nos vemos más tarde ―se disculpa él, tomando de la mano a Gema.
Ambos los observamos dejar la estancia y dirigirse a su despacho. El asunto
de Lena los tiene demasiado inquietos. Ellos adoran a esa chica, más de lo
que lo harían algunos padres biológicos.
Llegué a pensar que era correcto que le hicieran saber su origen, pero
ahora veo que no tenía sentido. Ella es una Regan, sin importar que no
compartan lazos de sangre.
―¿En qué piensas? ―pregunta Uriel, abrazándome.
―En que debe comer más o todos perderemos la cabeza.
Resopla, no pareciendo tan feliz.
―Estará bien ―susurra besando mi cuello―, Armen piensa hablar con
ella.
―Creí que ya lo había hecho.
―Sí, pero ahora probará algo distinto. ―Emite un pequeño gruñido―.
Sinceramente me molesta un poco la actitud de Abiel, pero tampoco puedo
culparlo. No ha hecho nada malo, ha sido ella quien ha ido detrás de él…
―¡Oye, señor Haros! ―protesto apartándome―. Está olvidando algo.
Ella no haría eso, si no hubiera hecho algo para darle esperanzas. ―No es
del todo cierto, porque lo hizo antes de que él comenzara a parecer alma en
pena.
―No he dicho eso…
―Sí que lo has hecho. ―Pero amo molestar a Uriel.
―Irina…
―Escucha, aprecio a Abiel, lo conozco desde que fui transformada, sé
que es un caballero. Nadie lo está culpando, pero ¿por qué no es franco con
ella y disipa toda la tensión?
―Armen piensa que se siente atraído por Lena ―se encoge de
hombros―. Pero ha dejado claro que le arrancaría la cabeza antes de que la
use, solo para satisfacer sus necesidades.
―Pensé que eso de la violencia era solo cosa de Gema. Y mira que ha
estado bastante tranquila.
Ríe.
―Armen es mucho más letal, en especial cuando se trata de los que ama.
Y Lena está en los primeros puestos. Así que siento un poco de pena por
Abiel.
―Lo sé, pero no me has dicho qué piensa hacer el señor Regan para
remediar las cosas. Acaso… ¿Le contará?
Hay muchas cosas, mejor dicho, detalles que pocos saben, en especial la
gente de Jaim y ellos. Como que fui yo quien raptó a Gema y la llevó con
Darius, que Johari estaba del lado de Alón, justo con los híbridos que ahora
forman parte de la ciudad. Muchos creen que fueron rescatados de algún
pequeño asentamiento de humanos. Aunque el hecho de que tengan tanta
semejanza con Knut y Farah no les pasa inadvertido, nadie les ha aclarado
el asunto. Y lo principal: nadie sabe que Lena fue una niña rescatada de la
masacre que ocurrió en aquel lugar. Las personas piensan que fue traída con
esos desconocidos, pero saben que no deben tocar el tema, porque para
todos es su hija.
―Sí, ya lo conoces. Ha respetado el silencio de Abiel, pero no está
dispuesto a prologar el sufrimiento de su hija.
―Veremos cómo resulta.
Conociéndola pueden pasar dos cosas: que respete su sentir e intente
mirar en otra dirección o que se convierta en un incentivo para tratar de
conseguir su amor. Con ella nunca se sabe.
Lena (8)

Muchas de las cosas que dijo Irina, siguen rondando mi cabeza. Sé que
estoy actuando de modo irracional, porque probablemente Abiel en estos
momentos tiene prohibida la entrada en la residencia, algo que debería
preocuparme seriamente. No ha hecho nada más que lidiar con mi
terquedad y locura.
Me siento apenada, no olvido su expresión. Lo que me hace suponer que
tampoco se aparece por aquí, con tal de evitarme. No lo culpo. Tampoco
quiero que lo haga, no puedo verlo a la cara de nuevo. Estas semanas me
han hecho reflexionar, para bien o para mal. Lo primero, que no debo forzar
su sentir, porque yo tampoco puedo ver a Klaus de otra forma. Lo segundo,
que sigo pensado en él y tal vez con más fuerza.
Los sentimientos no son algo que se puedan reprimir a voluntad y
aunque quiera, no puedo desprenderme de la sensación de su boca sobre la
mía, de sus manos en mi espalda, del toque de su lengua, de su olor. Es el
primer hombre que me toca, no tengo punto de comparación, pero tampoco
lo necesito. Estoy segura de que es real y no algo pasajero como lo ha
sugerido Irina. Ella ha sido bastante franca, pero no hay mucho que pueda
hacer. Excepto permanecer lejos de la entrada y no provocar un encuentro,
como siempre hacía. Pero tengo que admitir que comienza a resultar
abrumador estar sola. Josiah ha comenzado a salir con más frecuencia de la
ciudad, no he cuestionado eso, aunque tampoco ha dicho mucho al respecto.
Tal vez debería pasar una temporada con los abuelos, como lo sugirió Irina
o mi madre. Comienzo a creer que soy la niña tonta y mimada que todos
piensan.
―¿Podemos hablar?
―¡Papá! ―digo sorprendida, bajando de un salto de la cama. No le he
escuchado entrar―. Sí, claro que sí ―balbuceo respondiendo a su pregunta,
acercándome para darle un rápido abrazo.
Me sonríe con calidez, tocando mi mejilla.
―Llamé, pero me pareció que no escuchaste.
―Lo siento, estaba… pensando.
Asiente caminando hacia el ventanal, donde empuja para abrirlo. Una
brisa se cuela, agitando mi pelo.
―Ven ―pide señalando el sillón, donde se acomoda.
Me acomodo a su lado, recostándome sobre su pecho.
―¿De qué querías hablar? ―pregunto con cautela, aunque sé
perfectamente de qué se trata. Todos se han dedicado a nombrarlo y
complicarme la tarea de no pensar en él.
Tira de mí hasta que estoy sobre su costado. Adoro estos momentos,
porque su presencia es reconfortante y porque sé que, a pesar de todo,
siempre intenta comprenderme. Mi madre también es buena, pero él dice
demasiado con sus silencios.
―¿Sabes que antes de ser fundador, fui híbrido? ―Lo miro extrañada,
porque no es lo que esperaba.
―Ajá ―susurro contemplando su perfil, él mantiene la mirada en el
exterior.
―Mi vida fue complicada, debíamos mantenernos en movimiento, no
quedarnos demasiado tiempo en un lugar, así que no conocía a muchas
personas. Además de que solo mis padres me importaban, ellos eran todo
para mí.
Sé que un vampiro cruel asesinó a mis abuelos y lo convirtió, fue el
mismo que quiso asesinar a mi madre. Todos conocemos la historia de la
chica humana que dio todo por su familia y que, sin saberlo, estaba unida a
uno de los fundadores. Es decir, mi padre. Mi madre es algo así como una
leyenda, gracias a ella se salvaron las personas de Jericó. Muchos han
muerto, pero sus últimos días fueron en paz y lejos de las amenazas a las
que estaban expuestos. Los más jóvenes ahora tienen vidas tranquilas y un
futuro bueno. Ella fue quien rompió las leyes que separan a los vampiros de
las humanas, en el sentido íntimo y afectivo. Sin embargo, esta es la
primera vez que tengo más detalles de su vida. No es algo agradable y
evidentemente, no le gusta recordarlo. Así que no comprendo por qué
quiere tocar este tema.
―Cuando cambié, dependía demasiado de la influencia de Henryk, para
no caer en el control de Darius ―continúa sin notar mi inquietud y
desconcierto. No quiero traerle malos recuerdos―. Estaba demasiado
horrorizado de mi cambio y lleno de rencor. Nunca hubo alguien me
importara o que llamara mi atención. No me relacionaba con los humanos y
las vampiresas eran demasiado frívolas. ―Asiento sin saber qué decir―.
Pero irremediablemente necesitamos sangre para existir y acepté tener un
donante.
―Mi madre ―digo en voz baja. Me dedica una sonrisa, que me hace
saber cuánto la quiere.
―Sí. Al principio me resistí a tenerla a mi lado, no solo por lo
desconcertante que me resultaba, sino porque despertaba algo que nunca
antes experimenté. Me tomó tiempo y pensar en perderla para darme cuenta
de que la amaba.
―Ella fue por ti, ¿cierto?
―Lo hizo, pero yo cedí irremediablemente. Era maravillosa, admirable y
nunca estaba dispuesta a darse por vencida.
―Y estuviste dispuesto a hacer todo para poder estar con ella.
―Así es. No quería esta vida para ella ―le miro sorprendida, pero
sonríe―. No es fácil, hay soledad y vacío. No estaba seguro de que fuera lo
que deseaba. Cuando la conocí, amaba su humanidad y le resultaba
desagradable.
―Ella te amaba y dijo que estaba dispuesta a todo por ti ―confieso
recordando una de las conversaciones con mi madre. Asiente.
―Tu madre era mi única oportunidad.
―¿Única oportunidad?
Su expresión se torna seria.
―No todos lo saben, pero un vampiro ama de verdad una sola vez.
Eso no lo esperaba. El aire se atora en mis pulmones al comprender a
dónde van sus palabras.
―¿Abiel ha tenido a alguien? ―La respuesta me aterra, pero necesito
escucharla. Mi padre nunca inventaría algo como eso.
―Habla con él, cariño.
―¿Qué significa eso? ―farfullo apartándome de él, huyendo de su
toque, abrazándome a mí misma. De pronto, me parece que todo tiene
sentido.
―Solo él puede darte esas respuestas. Tú eres noble y necesitas hacerlo.
No me gusta esto, una parte de mí sabe la respuesta. Y es horrible. Si
Abiel ha amado a alguien, significa que nunca podrá corresponder a mis
sentimientos. ¿Es por eso que le resulto tan desagradable?
Josiah (3)

―¿Has hablado con Lena? ―Aparto la mirada de las páginas del libro
que sostengo y observo a mi padre. Asiento con un movimiento de cabeza,
sin estar seguro de qué espera escuchar―. Todos están preocupados por
ella.
Suspiro.
―Lo sé, yo también. ―Aunque me molesta un poco no estar obteniendo
nada de su parte, no ha dicho mucho y siempre que trato de tocar el asunto
de Abiel, se cierra por completo, negándose a hablar―. He tratado de
animarla, incluso sugerí salir a dar una vuelta por la ciudad y entre otras
muchas cosas, pero continúa negándose.
Desde luego que todos esperaban que me escuchara, incluso yo lo creí,
pero no ha sido así.
―¿Sabes lo que pasó? ―Sacudo la cabeza, cerrando el libro, desistiendo
completamente de seguir con la lectura.
―No me gusta verla deprimida ―admito―, pero respeto su silencio. Se
ha comportado evasiva cada vez que trato de tocar el tema.
Por su expresión deduzco que él conoce el motivo para su confinamiento
voluntario. No obstante, también intuyo que no me lo dirá. Mi padre es muy
perceptivo, prácticamente nada escapa de su buen oído, pero también le
gusta mantenerse al margen, excepto cuando la situación lo requiere. Es la
primera vez que interviene respecto a Lena y sé que en parte se debe a que
tiene relación con Abiel.
―Es posible que decida pasar unos días en Jaim.
―¿En Jaim? ―pregunto sin poder evitar sonar sorprendido, realmente
no tenía idea de que lo estuviera considerando. Lo que confirma que a toda
costa desea evitar a Abiel. La cuestión es por qué. Siempre ha sido lo
contrario. Me inquieta un poco, aunque tengo presente que él nunca la
lastimaría, no de manera deliberada y de ser así, ni mi padre o el señor
Regan se quedarían de brazos cruzados, por no mencionar a mi tía.
Qué complicado es ser Abiel. Se pensaría que no es tan malo que lo
evite, pero irse a Jaim implica que seguramente Klaus no lo tomará como
un respiro y eso traerá problemas en otro sentido.
Mi padre sonríe, ladeando el rostro, gesto que me confunde.
―Parece que últimamente no pasas demasiado tiempo aquí, para estar al
tanto. ―Frunzo el ceño, pero creo saber a qué viene eso.
―Lo sabes ―afirmo, sin mostrarme alarmado. Si no lo supiera me
extrañaría mucho más.
―Sí. Tú y esa chica.
―Airem ―aclaro tensándome un poco ante la indiferencia que trasmite
su tono. Alguna vez escuché que no se llevaba muy bien con Farah, porque
él estuvo interesado en mi madre. Sin embargo, eso ha quedado en el olvido
o al menos eso espero. Esta es la primera vez que pienso en ello―. Es una
chica interesante.
Entrecierra los ojos, como si quisiera señalar algo, pero suspira
desviando la mirada hacia el exterior.
―Supongo que no le has contado a tu madre, de lo contrario me lo
habría dicho.
Mi madre. Conociéndola estaría planeando toda una celebración y
contándoselo a todos. No es que quiera que sea un secreto, pero…
―Sinceramente prefiero no hacerlo ―confieso.
―¿Por qué? ―luce sorprendido. Me encojo de hombros. Adoro a mi
madre y sé que sería la primera en apoyarme, pero quiero ir despacio.
―Porque es algo que está comenzando y, sinceramente, prefiero no ser
el centro de atención.
Sin duda, que la atención esté centrada en Lena ha ayudado a que pase
desapercibido. Tal como suele decir, es casi imposible mantener un tema
fuera del alcance de ellos.
―¿Por ella o por ti? ―murmura pensativo, dando unos golpecitos en su
barbilla. Supongo que está tratando de averiguar cuáles son mis intenciones
y qué tan lejos hemos llegado. A pesar de ser su hijo, quiere evitar que
pueda aprovecharme.
Me gustaría decirle que no tiene nada de qué preocuparse, mi madre
siempre nos inculcó respeto y saber valorar a una mujer. Es lo que intento
hacer con Airem, aunque su actitud directa me pone las cosas complicadas.
―Por ella, obviamente. ―Me remuevo ligeramente, recordando su
sonrisa coqueta―. Si las cosas no salen bien no quiero que resulte afectada.
Ella es muy guapa, no tendría problemas para encontrar a alguien más.
No me gusta pensarlo, pero todavía no es algo serio.
―¿Qué te hace pensar que no funcionará? ―De nuevo me encojo de
hombros. Airem es una chica intrépida y decidida, que no se intimida ante
nada. Si se convierte en mi mujer, tendría que quedarse en Cádiz, bajo el
cuidado de la guardia y la atención de todos. Podría no gustarle o, bien,
podría solo estar pasando el rato.
―Como he mencionado, es algo que está iniciando.
Sacude ligeramente la cabeza.
―Hijo ―dice muy serio―. En mi experiencia y por lo que he escuchado
de otros: no hay algo como un proceso adecuado. Puedes saber que es la
indicada desde el primer acercamiento. El resto del tiempo solo termina de
confirmarlo.
Resulta irónico que lo diga, pero todos saben que, a pesar de conocer a
mi madre por varios años, no fue hasta que la mordió que descubrió lo
importante que era para él. Evidentemente no habla en sentido literal, pero
me doy una idea de lo que quiere decir.
―No quiero precipitarme. Por el momento, asumir el mando es mi
prioridad.
―Eso es bueno, reconozco tu compromiso y estoy orgulloso de ti. Sin
embargo, no debes olvidar que el deber no está peleado con el lado afectivo
y las necesidades propias. Tener a alguien ayuda a llevar las cosas con más
facilidad, pero es bueno que tomes tu tiempo.
Tiempo. Dudo que eso sea del todo posible, no espero que tome las cosas
con calma.
Elise (3)

Sonrío, disfrutando del silencio y la fragancia de las flores y demás plantas


que cubren esta parte del invernadero. Se supone que hoy mi padre se
encargará de cuidar a mis hermanos y eso permite que no tenga que estar
alerta e inquieta por pensar qué nueva travesura harán.
―¿Necesitas ayuda? ―Me doy la vuelta tan deprisa que casi caigo, pero
los brazos de Caden me sujetan, tirando ligeramente de mí, haciendo que
quedemos demasiado próximos. Mi corazón se agita. Me gustan mucho sus
ojos…―. ¿Elise?
―¿Eh?
―¿Estás bien? ―pregunta frunciendo el ceño, lo que me hace
reaccionar. ¿Qué estoy haciendo?
―¡Ah, sí! ¡Sí! ―balbuceo apartándome torpemente. Me he quedado
viéndolo fijamente, siendo nada discreta―. ¿Qué haces aquí? ―me aclaro
la garganta, fingiendo hacer cualquier cosa. Me regala una sonrisa y señala
un par de sacos.
―Klaus me pidió que te ayudara. ¿Quieres que haga algo?
Mi mente no ayuda demasiado cuando lo tengo delante de mí, con toda
su atención puesta en mi persona.
―Solo necesito regar la última de las filas ―indico, logrando decir una
frase completa sin trabarme. Este es uno de los pocos momentos en los que
estamos solos. Sé que no significa nada: él está completamente centrado en
ayudarme. Pero a veces me gusta creer que no es solo amabilidad o la
gentileza que le caracteriza lo que le hace estar pendiente de mí.
―Bien.
Le entrego una de las regaderas y preparo otra para mí. Nos trasladamos
hasta el lado opuesto y comenzamos la labor. No puedo evitar sonreír.
―¿Haces todo sola? ―pregunta con la vista puesta en una de las plantas,
pendiente de no verter agua fuera del envase, así que me permito mirarle
con detenimiento y suspirar. Ha crecido bastante, sus hombros ahora son un
poco más anchos, supongo que por todo el trabajo que hace. Eso o cosa de
híbridos, que son altos y muy fuertes, como mi padre o el señor Farah.
―Claro que no.
―No veo a nadie más por aquí ―murmura elevando una ceja, gesto que
me hace reír.
―Cierto, pero como hacía falta poco trabajo, los demás se fueron a
comer. Solo Klaus se quedó conmigo.
Asiento volviendo la mirada a las plantas, dejando que de nuevo le
observe con detenimiento. Es muy guapo. Y por desgracia, no soy la única
que lo ha notado. Aunque él no parece prestar atención a ninguna de las
chicas que le coquetean. Y tampoco a mí.
―Neriah lo mandó llamar, algo con el muro. ―Klaus es despistado, pero
nunca huye del trabajo y menos me dejaría sola.
―¿El muro? ―Asiente.
―Quiere que se una a la guardia.
―Vaya.
―Será interesante, lo sé ―dice sonriendo, provocando que me quede sin
palabras y aliento―. Por cierto, ¿sabes que es probable que tengamos a
Lena por aquí?
―Quedó de venir para un picnic, ¿no? ―Sacude la cabeza.
―No, para quedarse una temporada.
Eso sí que es raro. No porque ella nunca venga, sino porque siempre es
de entrada por salida. Su madre es muy protectora y Lena los adora como
para separarse. Sé que alguna vez se quedó aquí, cuando Caden lo hizo,
pero fue solo una noche.
―No lo sabía. Pero será bueno. ―Me gusta conversar con ella.
―Sí, se quedará en casa de mis abuelos ―comenta pasando la mano por
la mejilla, donde un par de gotas de agua le han caído. Sonrío como tonta
ante la imagen.
―¿Hay alguien? ―Ambos volvemos la vista hacia la puerta. ¡Ay, no!
―Papá ―susurro mirándole preocupada, no solo porque es raro verle
por aquí, sino también por la sonrisa socarrona que tiene. Es la misma que
tienen mis hermanos cuando planean alguna fechoría. ¡No puede ser! Me ha
visto mirando a Caden. Eso es lo peor que puede pasarme.
―Hola, señor ―saluda Caden. Mi padre se acerca, sin dejar de sonreír y
eso solo me hace tener un mal presentimiento. Uno muy malo. Él no conoce
la discreción.
―No esperaba verte por aquí, muchacho ―dice moviendo la cejas―.
Supongo que viniste a echarle la mano a mi hija.
―Sí ―responde inocentemente él, pero no me pasa desapercibido su
sarcasmo. ¡Lo que me temía!
―¿Necesitas algo, papá? ―intervengo antes de que diga algo peor.
―No exactamente ―farfulla aún centrado en él. No me gusta, no me
gusta nada.
―Bueno ―digo tomándolo del brazo, obligándolo a salir―. Deberías
buscar a mis hermanos.
Consigo hacerlo salir, pero se detiene, mirándole con fijeza.
―A ti, te...
―¡Shh! ―Cubro su boca, evitando que termine la oración y
delatándome al mismo tiempo. Su risa lo dice todo y yo no puedo ser más
obvia―. ¡Papá!
―Yo no digo nada, pero…
―¡Ve a buscar a mis hermanos! O mejor, a mi mamá ―pido
desesperada.
―Está ocupada. ¿Y sabes? Caden tiene buen oído.
¡Quiero desaparecer!
―A veces eres peor que tus hijos ―digo empujándolo y volviendo a
entrar, cerrando la puerta, pero aún escuchando sus risas. Mi padre a veces
parece disfrutar hacerme reñir.
―¿Todo bien? ―Miro alarmada a Caden, pero afortunadamente está en
la parte más alejada.
―Sí, sí. Terminemos, debes tener hambre.
―Ajá.
Bueno, parece que no escuchó nada, aunque ahora mi padre no dejará de
molestarme. La cosa es que no creo que Caden me vea de otro modo.
Lena (9)

Necesito saber, pero no escucharlo de sus labios. No, si la respuesta es


afirmativa… no sé qué haría.
―¿Puedo pasar? ―pregunto sin anunciarme, aliviada de no interrumpir
una situación íntima. Solo conversaban, aunque es innegable la química que
tienen y cómo él la adora. Ojalá alguien me mirara de la manera en la que lo
hace, como si fuera lo primero y lo último.
―¡Lena! ―exclama emocionada, poniéndose de pie, al tiempo que
despide con un gesto a Alain, aproximándose para abrazarme―. ¡Qué
alegría verte! ―dice guiándome hasta la sala de su habitación. Me da una
mirada cautelosa, evitando hacer la gran pregunta que todos hacen, cosa que
agradezco demasiado.
―Quería verte.
―Y yo a ti. ¿Quieres algo de tomar?
―No ―miro el esmalte con el que se estaba pintando las uñas. Busco
algo para distraerla, sin resultar demasiado obvia.
―¿Quieres probar?
―Claro.
―Déjame ver esas uñas ―pide entusiasmada tomando mi mano y con la
pequeña brocha con la otra mano. La dejo ser, aunque por primera vez, soy
completamente ajena―. ¿Cenarás hoy con nosotros?
―Ustedes no cenan. ―Pone los ojos en blanco y se encoge de hombros.
―Disfrutamos acompañándote. ―Me mira esperando una respuesta. No
estoy segura y en gran parte depende de lo que diga, pero asiento―. Genial.
Irina preparará algo delicioso.
No necesito preguntar cómo lo sabe, porque probablemente se lo ha
dicho a todos.
―Tía.
―Dime.
―He escuchado sobre la mujer que Abiel amó.
―Oh… ―susurra deteniendo su mano, mirándome expectante. Me
obligo a no mostrar reacción alguna.
―¿La conociste? ―Se remueve incómoda, volviendo a pasar la brocha
por mi uña.
―No realmente ―responde encogiéndose de hombros―, siempre ha
sido muy discreto, pero debo suponer que era muy hermosa, para que dos
de los hombres más fuertes se fijaran en ella.
Tardo unos segundos en procesar su afirmación.
―¿Dos? ―susurro con voz insegura, que parece no notar―. ¿Qué
quieres decir?
―No fue solo Abiel. Irvin, uno de los hombres de Uriel, también se
enamoró de ella.
Eso no lo esperaba. He escuchado algo sobre Irvin y tal como ha dicho,
fue alguien muy fuerte y a quien recuerdan con cariño.
―Debió ser muy bella. ―Agita la mano, restándole importancia, pero
ella misma lo ha dicho. Tuvo que serlo para que ambos le entregaran su
corazón.
Su corazón.
―Quizás. Aunque a veces es más sobre los sentimientos que el aspecto.
El amor es algo tan inesperado, pero… ¿Quién te contó?
―No importa.
―¿Te preocupa? ―Finjo una sonrisa.
―No estoy segura.
―Tú eres preciosa, Lena ―afirma tocando mi rostro―. Estoy segura de
que él siente algo por ti. Debiste ver la cara que puso cuando te interpusiste
entre él y Johari. Estaba realmente preocupado.
Me obligo a mantener la sonrisa, aunque no es realmente algo que me
cause gracia. No hay duda. Él tuvo a alguien y si las cosas son como dijo mi
padre… No hay nada que pueda hacer. Su único amor fue ella, para la
eternidad.
Josiah (4)

Nadie de la guardia parece sorprendido al verme de nuevo en las puertas de


la ciudad, solicitando salir. No es la primera vez en la última semana y
supongo que a ninguno le preocupa que pueda pasarme algo malo. La
mayoría de ellos conoce mis habilidades, prácticamente todos han sido
compañeros de prácticas y a pesar de que no soy realmente habilidoso en el
combate cuerpo a cuerpo o incluso con espada, el control de la tierra les
intimida demasiado y definitivamente me da una ventaja. Eso y que ahora
hay pocas amenazas afuera. Los muros se conservan por una cuestión de
precaución y prevención, pero es un hecho que gran parte de los vigilantes
no miran el horizonte en busca de algún posible enemigo. Porque no existe.
Tal como lo ha dicho Airem, los impuros son algo que rara vez se ve. Se
convirtieron totalmente en criaturas salvajes, que se alimentan de la sangre
de animales, aprovechando que ellos poco a poco han aumentado su
número y aceptando el hecho de que no tienen oportunidad contra nosotros.
Al menos eso creemos.
Avanzo sin prisas una vez que he cruzado el río, tomando el sendero que
conduce a la cascada, donde se encuentra. Escaneo alrededor,
asegurándome de que no hay peligro de ninguna especie, a pesar de saber
de sobra que ella bien podría ocuparse.
Mis pasos se acortan aún más, a medida que vislumbro su rubia
cabellera, que brilla bajo los rayos del sol. Disfruto de la vista,
aproximándome. Se encuentra tumbada sobre una vieja manta. Tiene los
ojos cerrados y los brazos extendidos por encima de su cabeza. Soy
cauteloso, pero noto cuando me percibe. Con un ágil salto se pone de pie y
se arroja sobre mí.
La sostengo sin problemas, mínimamente sorprendido por su gesto, no es
la primera vez que lo hace. Paso mis brazos por debajo de su trasero,
permitiendo que sus brazos rodeen mi cuello y sus labios devoren los míos.
Lo dicho, ella no tiene problemas con el contacto o con tomar lo que desea.
No es amable ni tímida deslizando su lengua en mi boca, mordisqueándome
y tirando con fuerza de mi pelo. No me hace daño, no al menos en un
sentido estricto, porque evidentemente afecta mi voluntad y sentido común.
―Hola ―murmura con voz ronca, aún sobre mi boca. Su aliento
abanica, provocándome un ligero cosquilleo.
―Hola, Airem ―respondo sin apartar mis ojos de los suyos, que son
alegres, con un toque travieso.
―Demasiado formal ―chasquea removiéndose entre mis brazos,
indicando que desea bajar. La libero, ignorando cómo arrastra
intencionalmente su cuerpo contra el mío. Es una provocadora. Me mira de
modo sugerente y, tomando mi mano, me conduce hasta donde se encuentra
la manta. Sin amabilidad ni aviso me empuja. No opongo resistencia,
cayendo de espaldas―. Me gustas abajo ―comenta divertida, sentándose
sobre mi cintura.
―No puedo quejarme.
―¿Ni siquiera por el sol? ―inquiere, maliciosa, apartando suficiente su
cabeza para que los rayos incidan directo sobre mi rostro.
―No ―aseguro luchando contra la ligera incomodidad que me
provocan. Deja escapar una risa burlona y se mueve, bloqueando de nuevo
el sol con su cuerpo, inclinándose hacia delante.
―Has tardado demasiado ―gruñe mordiendo mi barbilla, sus manos
desprendiendo los botones superiores de mi camisa. No suelo ser del tipo
manejable o permisible, pero me encanta ver todo de lo que esta pequeña
chica es capaz. Nadie pensaría que, con ese rostro de ángel, tendría acciones
tan osadas.
―Te recompensaré ―contesto, evitando mencionar los deberes que no
he podido posponer.
―Bien ―asiente incorporándose ligeramente. Se muerde el labio y lleva
sus manos a la parte inferior de su camisa, para inmediatamente pasarla por
encima de su cabeza.
Es inevitable que mis ojos escaneen su pecho, delineando su sostén y
cada pequeño detalle de su piel expuesta. No es demasiado pálida, tiene un
ligero color tostado, producto de lo mucho que disfruta exponerse al sol,
eso me queda claro. Otra pequeña diferencia entre los dos. Ella es tan
ardiente, tan intensa como el fuego.
―Airem… ―murmuro con voz grave. Su mirada parece oscurecerse
cuando pronuncio su nombre y la presión que ejercen sus piernas a mis
costados lo confirma.
―Tócame ―pide, sonando más a una demanda que súplica.
Mis manos desean tanto hacerlo, mueren por ignorar a mi mente, acatar
su orden y palpar cada pequeña parte de ella.
No me resulta tan desconcertante estar en este punto. Hemos pasado por
esto un par de veces: los besos se nos han ido de las manos y que
prácticamente han alcanzado partes íntimas. Siempre me he contenido,
frenando el momento. Le he explicado que quiero que vayamos con calma,
pero ella no opina lo mismo. Ha asegurado que al igual que la mayoría de
las jóvenes de Jaim, está sujeta a control de natalidad y que no quiere hijos
aún. Sin embargo, esta vez luce tan resuelta y yo no estoy tan sereno para
desviar su atención y hacerla desistir. Eso o que simplemente también
quiero hacerlo. Ninguno ha tenido otras parejas ni contacto tan íntimo como
este y supongo que es precisamente eso lo que hace que todo sea más
intenso, lo que nos impulsa a sentir curiosidad al respecto.
Elevo mi brazo, hasta que mis dedos rozan su pecho. Se estremece y
suspira, manteniendo sus ojos en los míos. No hay atisbo de duda y eso me
alienta. Las yemas se mueven entre la unión de sus senos y exploran la piel
expuesta. Ella exhala ruidosamente, calentándome.
Invierto nuestras posiciones, tomándola por sorpresa. Pruebo su boca, en
tanto que mis dedos viajan dentro de las copas de su sujetador. Se arquea,
mordiendo mis labios. Atiendo su silenciosa demanda, rompiendo el beso y
llevando mi boca a su pecho. Mi lengua lame su pequeña aureola,
haciéndola gemir y retorcerse debajo de mí. Succiono y mordisqueo con
fuerza, aplicando la misma atención a ambos. Me aparto, no sin antes
ascender por su cuello, raspando suevamente su piel, agitándola aún más.
Me aparto ligeramente, mirando con atención su rostro. Sus mejillas
tienen un tono rosado y su mirada parece turbia. El deseo y la pasión se
reflejan en sus hermosos ojos. No tengo dudas de que podría ir más allá,
hasta el final, pero no ahora, no aquí. A pesar de que me encantaría.
Mi padre estaba en lo cierto, ha bastado con probarla para saber que es la
correcta. Y precisamente por esa razón, disfrutaré cada segundo antes de
hacerla mi mujer. Yo no tengo dudas, pero debo asegurarme que ella
tampoco las tiene.
―Espero que eso compense mi demora.
Ronronea suavemente, tirando de mi cuello.
―Puedes llegar tarde cada que desees ―susurra aún sin aliento. Sonrío
antes de besarla de nuevo.
Lena (10)

Coloco el cepillo sobre el tocador y me doy una rápida mirada en el espejo.


No tengo buen aspecto. No he dormido bien y que no coma demasiado
comienza a ser evidente. Dejo escapar un largo suspiro. Mi apariencia no es
precisamente lo que me preocupa en este momento, sino lo que tengo que
decir. Puedo imaginar cómo reaccionarán y lo que dirán cuando me
escuchen. Lo he pensado bastante y creo que es lo mejor. No solo para
cambiar de aires, como diría Irina, también para estar con los abuelos y
olvidarme un poco de las cosas. Desearía que no me afectara, pero no se
pueden cambiar los sentimientos de la noche a la mañana. Lo sé muy bien,
pero a pesar de eso, haré todo lo posible para lograrlo.
La primera vez que escuché sobre la condición que tienen los vampiros,
respecto a encontrar a una compañera para toda la eternidad, pensé en no
darme por vencida. En intentarlo con todas mis fuerzas. Sin embargo, no es
el camino que deseo elegir. Aún me persigue la expresión atormentada que
tenía cuando le pedí que me besara. Dolor, angustia, desagrado. Tantas
emociones, todas en un sentido negativo.
No quiero obligarle a nada. Ya no.
Tomo aliento de nuevo, antes de dirigirme a la puerta de mi habitación y
salir. Me sorprende un poco encontrar a Josiah en el pasillo. Se supone que
nadie sabía que vendría. Me dedica una pequeña sonrisa, acercándose para
tomar mi brazo.
―Espero no equivocarme y que esta noche estés dispuesta a
acompañarnos a cenar.
Me esfuerzo por mostrar una sonrisa, aunque no sea como las que
siempre tenía.
―No te equivocas.
―Bien. ―Entrelaza nuestros brazos y me conduce, mirándome de
reojo―. Me da gusto saber que estás mejor.
Frunzo un poco el ceño, pretendiendo mostrar la reacción que haría en
cualquier otro momento. Ofendida o completamente ajena.
―Nunca he estado enferma.
―Sabes a lo que me refiero. ―Opto por limitarme a encogerme de
hombros. No tengo argumentos para refutar su afirmación, eso solo me
llevaría a otro interrogatorio sobre si Abiel me hizo algo malo―. ¿Por qué
no quieres decírmelo? ―Entrecierro los ojos, golpeando su pecho con la
punta del dedo.
―¿Será porque no me cuentas a dónde sales últimamente? ¿Eh? ―Eso
parece sorprenderlo. Sonrío de verdad, disfrutando del instante. Sí, puede
que no sea uno de ellos y que mis sentidos no sean tan sensibles, pero me
doy cuenta de que ha cambiado y actúa distinto―. Esta tarde lo volviste a
hacer.
―Es algo personal ―se limita a decir, tampoco queriendo profundizar.
Tengo una leve sospecha que tiene que ver con el género femenino, pero
con él nunca se sabe. Bien podría estar solo haciendo exploración o
practicando fuera.
―Te digo lo mismo.
―Lena…
―Déjalo. Solo cenemos ―lo interrumpo consciente de que varios oídos
están pendientes de nuestra pequeña charla. Y que no insista, lo confirma.
Oculta algo. Ha tratado de pasar desapercibido, pero no me engaña.
Entramos en el comedor, en silencio. Ninguno de los rostros que nos
miran, parece sorprendido al verme entrar y no creo que tenga que ver con
el hecho de que Josiah podría haberles notificado. No.
―Buenas noches.
Miro a mis padres. Mi madre hace un esfuerzo por no levantarse y correr
hacia mí, lo que me hace sentir un poco culpable, la he tenido abandonada.
Por su parte, mi padre me dedica unas sonrisa y mirada comprensivas.
Estoy dándoles preocupaciones innecesariamente y todo por un capricho.
Engáñate a ti misma, Lena. Sabes que no es solo un capricho. Suspiro,
alejando mis propios pensamientos.
―Los esperábamos ―dice mi padre, indicándonos que ocupemos
nuestros asientos.
Permito que Josiah retire mi lugar y me ayude a acomodarme. Nadie dice
nada, así que me aclaro la garganta.
―No tenían que venir todos ―digo, avergonzada de que incluso el señor
Bail y Danko estén presentes. Rara vez lo hacen, todos sabemos que
ninguno de ellos se alienta de la manera en que lo hago yo y es mera
cortesía.
―Disfrutamos acompañarte ―mi tía Elina repite la misma frase que me
dijo, guiñando.
―Eso es verdad ―coincide Irina, tan linda como siempre―. En especial
yo, amo cocinar. Pero no es divertido cuando nadie puede disfrutarlo.
―Lo lamento por no venir anoche. ―Se suponía que cenaría, pero
después de escuchar la confirmación de que Abiel amó a alguien, no me
sentí lo suficiente valiente para fingir estar bien.
Cualquiera habría podido verlo. Y eso solo los habría preocupado más.
Justamente por eso es mejor que me aleje un poco. En Jaim, pocos saben lo
que pasó con Abiel. No han sido testigos de mis patéticos intentos por
atraer su atención, por gustarle, ni todos los coqueteos, que ahora me hacen
sentir miserable y confirmar su declaración. Soy solo una niña mimada e
inmadura.
―Lena. ―Confusa miro a Josiah, que toca mi brazo. Parpadeo un par de
veces, aclarando mi visión. Sin darme cuenta he estado a punto de llorar y
él no es el único que lo ha notado. Todos los presentes se han quedado en
silencio, mirándome fijamente o tratando de no hacerlo evidente.
Cierro los ojos un segundo y aspiro, poniendo en orden mis emociones o
tratando al menos de no externarlas.
―Lo siento.
―Estaba sugiriendo que hoy deberías de tomar una copa de vino ―dice
alegremente mi tía, rompiendo la tensión, pero como era de esperarse, su
sugerencia no ha sido la mejor.
―No ―responde tajante mi padre, sacudiendo la cabeza.
―¡Ay! Es solo una…
―Elina ―gruñe el señor Danko. Ella se cruza de brazos y desvía el
rostro, con un gesto de inconformidad que me hace sonreír
involuntariamente.
―Amargados y exagerados.
―Nada de alcohol, he preparado un delicioso jugo y hay para todos.
―Reprimo la carcajada ante las expresiones horrorizadas de algunos. La
amo―. Pero primero hay que servir la cena ―sugiere Irina con expresión
inocente, indicándole a Azura que entre con un par de platos.
Sorprendida, observo a Josiah, quien responde con un asentimiento. Hoy
comerá para que no lo haga sola. Aún puede hacerlo, pero cuando ya no lo
haga, si es que ocurre en algún momento, seré la única persona que tenga
que darle sentido a este enorme comedor. Le sonrío para agradecerle. Es
complicado ignorar esos ojos carmín atentos a cada pequeño movimiento.

Ellos conversan a medias de cosas irrelevantes, no hace falta demasiado


para suponer que los espacios en blanco son frases mentales. No presto
mucha atención, hasta que se toca el tema de las mejoras al sustituto. Es una
de las cosas que siguen buscándose, para disminuir la demanda de sangre
que se necesita. No es un problema obviamente, porque ahora los humanos
doblan varias veces el número de vampiros, pero ellos quieren buscar algo
que les haga sentir totalmente en confianza.
Me concentro en el tema, pensando cómo fueron las cosas antes, eso
ayuda a que pueda relajarme un poco.
―Estuvo delicioso ―agradezco al terminar. Josiah coincide y eso deriva
en el tema de Irina siendo la mejor y cómo alimentó a mi madre y mi tía
Mai cuando eran humanas. Me gusta mucho escuchar ese tipo de anécdotas.
Porque suenan tan humanas e imperfectas como yo, algo que no son ahora.
―Nosotros nos retiramos ―anuncia el señor Danko, tomando la mano
de mi tía Mai. Pero antes de que se muevan, me pongo de pie, cortando su
despedida.
―Tengo algo que decir. ―Todas las cabezas se giran en mi dirección y
me obligo a no cambiar mi semblante.
―¿Qué ocurre, hija? ―pregunta mi madre, preocupada.
―Nada malo. Solo estaba pensando en ir a Jaim. ―Eso parece relajarlos
a todos, así que me apresuro a terminar―. Por un par de semanas.
Como si fuera posible, varios pálidos rostros parecen estarlo aún más.
Principalmente mi madre y la tía Elina. No parecen felices, sino
escandalizadas.
―¿Quieres pasar una temporada allá? ―pregunta con tono neutro el
señor Danko. Él me agrada porque no se anda por las ramas.
―Sí.
Intercambian miradas, seguramente comunicándose con la mente, pero
mantengo mi postura. Y luchando por parecer casual, no como si no
estuviera queriendo huir.
―Como unas vacaciones, ¿correcto? ―aventura Irina, a lo que asiento
con un movimiento de cabeza.
―¿Dónde te quedarías?
―Con mis abuelos. Me han invitado varias veces, creo que es una buena
idea. Ustedes también lo sugirieron alguna vez…
―Cuando tenías diez años ―dice el señor Jensen. Ignoro su comentario
y prosigo.
―Sé que no es problema, pero quería que todos estuvieran enterados.
―Me encojo de hombros. Mi madre se acerca tomando mis manos.
―Por supuesto. ¿Cuándo tienes pensado irte?
―Mañana. ―Mi respuesta parece descolocarla, pero se esfuerza en no
dejar de sonreír.
―Claro. No hay problema, hija. Mi padre estará encantado y Kassia
también.
―Lo sé. ―Además de que ellos no sabrán muchas de las locuras que he
hecho y que me impiden hacer lo que haría cualquier día.
Elina (2)

―¡No! No te atrevas a mirarme así, Edi ―gruño apuntándolo con el


dedo. Me parece tan injusto que ahora todos me culpen por la decisión que
ha tomado Lena―. Yo no hice nada. ¿De dónde sacan eso?
―Le hablaste de algo que no te correspondía.
¡Mierda!
Resoplo, elevando los brazos, mientras me muevo de un lado a otro. En
este instante su estudio me parece no lo suficiente amplio.
―¡Yo no sabía que no debía hablar! ―Me mira con reproche,
aumentando mi malestar―. ¡Por favor! ―exclamo deteniéndome―. Adoro
a Lena, ¿cómo puedes pensar que querría hacerle daño?
―No deliberadamente ―opina Armen, uniéndose al pequeño juicio que
a Edi le ha dado por celebrarme. ¡Genial!
¿Dónde está Alain para que me defienda?
«Estoy aquí afuera. Si intentan algo, entraré. No lo dudes».
«Ven aquí y patea sus traseros», pido no de verdad. Sé que Edi le ha
ordenado no intervenir y que no puedo evitar su reprimenda.
«Elina», protesta Armen, llamándome la atención. Odio que no tenga
reparo en escuchar.
―¿Tú también? ―cuestiono mirándolo dolida. No solo por lo que ha
dicho, sino por intervenir entre Alain y yo―. ¡No es justo!
Intercambian una mirada, bloqueando sus pensamientos, evitando que
tenga acceso a lo que dicen.
―¡Qué malos son! ―me quejo dejándome caer en una de las sillas,
cruzando los brazos―. ¿Saben qué? No me harán sentir culpable. Ella tiene
todo el derecho a saber y si ninguno de ustedes lo hizo y vino a mí,
buscando respuestas, obviamente no se las negaría. ―Ambos sacuden la
cabeza, sin cambiar sus expresiones severas―. Además, no es tan malo.
Solo pidió pasar unos días en Jaim.
¡Ops! Eso es lo que tiene más que molesta a Gema y a Armen también,
aunque sea menos demostrativo.
―Sabemos que le hará bien, pero…
―¡Sí, sí! He anticipado las cosas y evitado que sea Abiel quien se lo
cuente. Pero… ―me inclino hacia el frente―, seamos sinceros, ¿pensaba
hacerlo en algún momento? Lena tiene casi dieciocho, y hace un par de
años que sabemos que le gusta. ¿No es demasiado tiempo?
―Solo abstente de intervenir ―advierte Edi, haciéndome quedar como
una imprudente.
―Yo… Espera, ¿hay más?
―¡Elina!
―¿Qué? Solo cuando hago algo “malo”, te acuerdas de mí y es solo para
reñirme. ¡Eres cruel, Edi!
―Y tú una infantil.
―Nos estamos desviando ―interviene Armen―. Tal como ha dicho
Edin, ninguno debe intervenir.
―Exagerados ―farfullo―. ¿Olvidan que allá están Caden, Neriah,
Farah y Knut? Nada le pasará y Lena no es tan débil como todos piensan.
Lo han visto.
―Ese no es el punto.
―Irina lo dijo, necesita un respiro. Le hará bien estar con chicas de su
edad como Elise, ¿no? Puede que conozca a otro chico… Ok, no he dicho
nada.
―Solo no intervengas ―advierten ambos de manera no tan amable.
Suspiro poniéndome de pie.
―¿Una manera sutil de decirme que no sea entrometida? ―inquiero
sacudiendo la cabeza, pero ellos no cambian su expresión―. Bien, ya
entendí, pero que sepan que no lo soy. Adoro a Lena, como si fuera mi hija.
―Ella es más madura que tú.
―No me agradas en este momento, Edi. ―Le saco la lengua antes de
salir, dando un portazo. La verdad es que me ha encantado que me regañen,
porque no pienso hacerles caso. Haré lo que sea necesario para ayudar a mi
niña y ellos pueden seguir pensando lo que quieran.
―No cambias ―opina Alain, al adivinar mis pensamientos. Me encojo
de hombros.
Mai (2)

―No tienes nada de qué preocuparte, Lena estará bien ―aseguro,


queriendo reconfortar a Gema.
Aunque se ha esforzado por aparentar que no le afecta su anuncio
imprevisto al terminar la cena, no puede evitar que se le note. Nunca se ha
separado de ella y sé que eso le inquieta.
Adora a su hija, siempre ha tratado de protegerla de todo y de todos, de
hacerla sentir segura y feliz. Puedo comprenderla demasiado, para mí fue
muy difícil separarme de Caden cuando se mudó a Jaim. En ese momento,
me angustié y constantemente me aseguraba de que se encontraba bien. No
estaba muy conforme, a pesar de saber que era por un buen motivo. Aunque
tal como su padre lo afirmó, ahora él disfruta vivir allá.
Yo no tuve problemas para adaptarme a vivir aquí, pero ellos son
distintos y tienen otro tipo de necesidades. Yo amaba salir a los campos
todas las mañanas, convivir y ayudar a todas las personas cercanas. Todo lo
que los humanos necesitan y que ahora no requiero al estar al lado de Edin.
―Lo sé ―responde suspirando. Aferro sus manos, dándole una sonrisa
comprensiva. Mi hermana y su instinto protector. Se preocupa por todos,
pero en especial por ella y, obviamente, por Armen―. Quiero lo mejor para
ella, pero eso no quita que me preocupe.
―No debes temer ―digo con suavidad―. Del mismo modo que Josiah
está con ella, puedo garantizarte que Caden lo hará. No estará sola.
―Él tiene muchas responsabilidades. Sé que está al frente de Jaim,
aunque aún no toma por completo el mando.
Los mandos. Ciertamente, pronto ambos asumirán el control de las
ciudades. En un par de meses, cuando cumplan la mayoría de edad, al igual
que Lena. Su padre confía tanto en ellos, que no puedo hacer menos que
apoyarlos. Y aunque temí que no aceptaran por todo lo que implica, quieren
hacerlo por voluntad propia.
―No importa. ―Agito la mano restándole importancia―. Ambos
adoran a Lena. ¿Olvidas cómo se disputaban ser quien la cuidara cuando
eran niños? Prácticamente, la volvían loca. ―Mencionarlo hace que sonría
y se relaje un poco.
Algunas ocasiones me resultó difícil entender el proceder de Gema, pero
he visto de primera mano que sus actitudes no son con el afán de molestar.
Ella actúa como cree que debería. Solo eso.
―Pobre de mi hija, siempre terminaba siendo arrastrada por los
rincones, por alguno de ellos.
―Y que lo digas. Aunque la culpa era de Elina que les metía ideas…
―¡Rayos! No debí mencionarla. Me aclaro la garganta, cambiando
ligeramente mi postura―. ¿Sabes que no tiene la culpa? ―pruebo
cautelosa. Edin aseguró que está furiosa con ella y justo en este momento él
y Armen están hablando con Elina.
―Sé que le contó sobre Abiel.
―Hizo bien, Gema. ―Me mira mal, pero no me acobardo y continúo―:
Odiaba que me ocultaran cosas, que me dejaran fuera de lo que ocurría,
como si pensaran que no era capaz de entender. Y asumo que es lo que le
ocurre a Lena.
Todos han querido protegerla desde que se dieron cuenta que comenzaba
a mostrar interés por Abiel. Lo distanciaron de la residencia y relevaron de
estar siempre junto a Edin, creyendo que eso ayudaría a frenar la situación.
Él obviamente no protestó, pero eso no detuvo a Lena, quien sabía cómo
seguirle y pareció tener el efecto contrario. Pasó de ser un romance infantil
a un enamoramiento más intenso. Cuando una chica se enamora, hace hasta
lo imposible por ver a esa persona especial y conseguir llamar su atención.
Aunque no piense que esté perdiendo la cabeza.
―Pero… nunca ha sido esa la intención ―balbucea un poco
sorprendida. ¡Ay, Gema! A veces se te escapan esos detalles.
―Claro que no, pero es como se percibe. Y no es algo agradable.
―Lamento haber sido tan horrible contigo ―susurra pareciendo
arrepentida. Algo que no era mi intención. Yo no guardo rencores.
―No digas eso ―pido dando un golpecito en su brazo―. Entiendo por
qué te preocupaba tanto lo que pasaba entre Edin y yo, pero yo sabía que
estabas equivocada y que no era un error.
―Me alegro de haber estado equivocada y ver lo feliz que eres, Mai.
La abrazo con fuerza, porque sé que es sincera. Ahora se lleva mejor con
Edin, aunque no puedo decir lo mismo que con Pen. Es un pillo y disfruta
tomándole el pelo.
―Lo soy ―confirmo separándome ligeramente―. Así que confía en
Lena. Recuerda lo fuertes y decididas que éramos cuando teníamos su edad.
―No puedo asegurarlo ―niega con una sonrisa forzada―, yo… hice
muchas cosas torpes o incorrectas.
Reprimo una sonrisa. Sé a lo que se refiere. En todo este tiempo, Irina
me ha contado algunas cosas de ellos. Pero no creo que deba avergonzarse,
Armen la adora. No creo que él opine lo mismo respecto a que fueron
equivocadas sus acciones.
―No lo creo y tampoco importa. Ahora la situación es completamente
distinta. No está corriendo detrás de él, lo que ya indica madurez de su
parte.
―Eso es lo que me inquieta. No ha dicho nada al respecto.
Eso y que haya recurrido a Elina, en lugar de a ella.
―Lo hará. Solo dale tiempo. A veces, lidiamos mejor con el silencio y la
distancia, cuando algo nos lastima. Sin embargo, siempre necesitaremos que
alguien nos escuche. Y ahí estarás tú para ella, tu hija.
―No sé por qué sigo sorprendiéndome, siempre tienes la razón.
―No siempre ―admito―, pero intento dar lo mejor o pensar qué haría
yo. Funciona.
Espero acertar y que Edin tenga la razón. No sé específicamente qué
espera que haga Abiel o por qué dijo que no pasaría mucho tiempo, pero sea
bueno o malo, ruego porque Lena no salga más lastimada. O Gema podría
tener nuevo objetivo de prácticas y ni siquiera él podría evitarlo.
Johari (1)

Observo la ligera nube de polvo que dejan los cascos del caballo, mientras
se aleja a toda prisa de la ciudad. Esta chica de nuevo ha salido y parece
tener mucha prisa. No tengo nada de qué preocuparme, no abandona sus
actividades y tengo que admitir que la he notado mucho más animada
últimamente.
Las risas detrás de mí me hacen volver el rostro. Un grupo de niños
bromean con Farah y Caden, que están cerca de las puertas de la ciudad.
Desde lo alto del muro, tengo una vista completa, puedo ver con claridad su
sonrisa. Sus ojos encuentran los míos, me sonríe y guiña antes de regresar
su atención a los pequeños. Aunque me he preguntado mucho qué tiene de
especial, sigo sin saber la respuesta, es todo y nada en particular lo que me
gusta de su persona. Su terquedad, su extraño sentido del humor y su
dulzura que muestra para conmigo y su hija.
Tuve muchas dudas al principio, sobre si lograría adaptarme a esta vida,
no por la severidad, sino todo lo contrario. Era demasiado buena, tanto que
asustaba. Pero él nunca me ha dejado sola, siempre ha estado para
sostenerme y hacerme ver y creer en la bondad de las personas, comprender
que ninguno de ellos es mi enemigo, a pesar de que algunos puedan ser una
molestia.
―¿Quién lo hubiera dicho? ―Miro de reojo a Welter, que sonríe
siguiendo con la mirada la dirección donde se encuentra Farah―. Nadie lo
habría apostado, ¿cierto? ―comenta con el mismo tono burlón.
Sé lo que quiere decir, rara vez bajo mis defensas, solo cuando se trata de
mi familia. Nunca expresé el menor de los sentimientos ni siquiera lástima
por uno de ellos. Y ahora mi cara habla, respecto a lo que me inspira ese
rubio tonto.
―No soy la única ―contesto encogiéndome de hombros, volviéndome
directamente hacia él―. Tienes dos hijas, Welter.
Contrario a lo esperado, su sonrisa se acentúa, al tiempo que se pasa la
mano por la nuca.
―Lo sé y no lo decía por eso ―farfulla, titubeante, al notar mi expresión
no demasiado amistosa―. Me refiero a que esto no tiene comparación.
Asiento, sin bajar la guardia, estudiándolo con detenimiento. Él es uno
de los híbridos que aceptaron quedarse en Jaim, después de ser capturados.
Se encontraban luchando o escondidos en el bosque cuando la cueva se
derrumbó, así que sobrevivieron. No son muchos, pero la mayoría ha
formado familias con las humanas y cambiado notablemente. Somos
salvajes por naturaleza, no es para menos, fuimos criados de ese modo, con
el único propósito de cazar y matar. Sin embargo, hemos dejado la sangre y
eso nos ha vuelto más estables y humanos, por decirlo de alguna forma. Ya
no somos tan fuertes y hemos adquirido madurez en nuestros rostros,
aunque no de la misma forma en la que lo hacen las personas ordinarias.
―Sé directo, ¿me culpas? ―Luce sorprendido ante mi pregunta y niega
rápidamente, levantando las manos.
―No, por supuesto que no, Johari. ¿Por qué habría de hacerlo?
―Randi y Sián lo hacían ―admito por primera vez, mencionando sus
nombres desde aquel día que los vi en la celda. Antes de que se
marcharan―. Dijeron que los traicioné y que todo fue mi culpa.
Suspira, rascándose la cabeza.
―No se puede traicionar a quien lo hizo primero. ―Se encoge en sí
mismo―. Además, si soy franco, varias veces pensé en huir, solo para
evitar seguir con ese estilo de vida. Que, en realidad, no era vivir, sino
padecer. No puedo juzgarte, de todos nosotros, eras tú quien siempre tenía
presión sobre su cabeza.
Reflexiono sobre sus palabras, dándome cuenta de que posiblemente
todos se dieron cuenta de lo que pretendía hacer Alón. Eso me hace
cuestionarme la actitud de Randi. Él no era tan idiota como para no haber
entendido.
―No hablo demasiado con ellos ―murmuro―, la mayoría me evita,
supuse que era porque me culpaban.
Ríe, sacudiendo la cabeza.
―Eras y sigues siendo intimidante, aunque por razones diferentes.
―¿Qué quieres decir? ―Se encoge de hombros, mirando de nuevo hacia
donde se encuentra Farah.
―Tu pareja es bastante intimidante cuando se lo propone ―murmura
luciendo incómodo― y siempre está cuidando de ti. Respecto a los otros,
puedo asegurarte que ninguno de ellos tiene algo que reprochar. Tal como
dijiste, no eres la única que ahora tiene a alguien por quien velar. Lo que me
hace pensar, ¿te has dado cuenta de que la mayoría tiene hijas?
―¿Qué?
―Eso. Él siempre buscaba las hembras, las cuales eran muy pocas. De
veinte alumbramientos, solo uno era una niña y pocas veces sobrevivían, tú
eres una de las excepciones. ―Golpea el suelo con el pie y suspira―. Solo
el otro rubio tiene dos varones, pero de nuestro grupo ninguno. Curioso.
Está en lo cierto. Incluso Farah y yo, tuvimos una niña. Lo mismo que
Knut, antes de que nacieran esos dos pequeños. Sin embargo, ninguna de
ellas es como Gema y Mai, supongo que se debe a que ellos son híbridos y
no fundadores. Nosotras fuimos hijas de Alón, por ellos somos distintas.
Esa chica no es su hija, sería como nosotras. Quizá sea hija de Seren o de
Keith, aunque para el caso es lo mismo, están muertos y a nadie le interesa
saber su origen.
―Como quiera que sea, ni ellas ni nosotros somos soldados y eso ya no
tiene importancia. No son particulares y aunque lo fueran, no hay nadie que
busque beneficiarse a costa de su sangre.
―Cierto. ―Se apoya en la barandilla, mirando a lo lejos―. ¿Sabes? Me
pregunto qué fue de ellos. ¿Crees que siguen por ahí?
―Lo dudo ―confieso sin sentir culpa. Ellos eligieron su destino, porque
no fueron capaces de dejar atrás su orgullo y probar algo desconocido, pero
mil veces mejor que lo que teníamos. Eso era evidente. A pesar de que no
confiaban demasiado, con el trascurso de los años, las diferencias fueron
desapareciendo. Hasta llegar al día de hoy, en que ya nadie repara en si su
aspecto es distinto o sus ojos tienen un color especial.
―Eran hábiles, quién sabe.
―Cierto, pero ha pasado demasiado tiempo y no tenían gran cosa.
Incluso para alguien como Randi, no debió resultar sencillo. ―Por no decir
que posible. Los impuros que dejé escapar eran bastantes, eso y la falta de
alimento.
Permanecemos en silencio un largo rato, cada uno perdido en sus
pensamientos.
Ese día se derramó demasiada sangre, sin embargo, prácticamente toda a
causa de él y su ambición. No fue suficiente ser alguien prácticamente
inmortal, quería más.
―Solo espero que no hayan sufrido demasiado. No importa lo tercos que
fueron, pasaron por lo mismo que nosotros.
No respondo, mantengo la vista en el horizonte, deseando lo mismo. Que
hayan encontrado algo de tranquilidad, donde quiera que estén.
Lena (11)

Cierro la bolsa y, de pie frente a ella, reviso mentalmente no olvidar nada


importante o indispensable. He hecho lo posible por no llevar demasiadas
cosas. Unos cuantos vestidos sencillos, pantalones y blusas. Un par de botas
y unas zapatillas cómodas. Debería sentirme emocionada, porque nadie ha
hecho un drama, pero no es del todo así. Me dejo caer en el borde de la
cama. Es lo correcto.
―¿Se puede? ―Miro a mi tía Elina, que se asoma en la puerta.
―Sí, claro. ―Entra sin dejar de parecer entusiasmada.
―¿Lista?
―Sí. ¿Qué opinas? ―Señalo la bolsa a mi lado. Le da una mirada y
frunce los labios―. ¿Es demasiado?
―No, no, creo que yo llevaría el doble. ―Me río y ella también lo
hace―. Diviértete y aprovecha para portarte mal.
―¡Tía!
―¿Qué? ―Pone expresión inocente―. Era solo una sugerencia. Si estás
preparada, deberías ir a buscar a Anisa para que te ayude.
―¿Anisa? ―Confundida, frunzo el ceño. ¿Por qué tendría que llevarme?
Ryen siempre lo hace.
―Ajá. Ryen tuvo que salir con Alain, a quién sabe dónde. Y tu padre me
dijo que sería ella quien te escoltaría. Porque tiene un par de cosas que
arreglar en Jaim.
―Ah, ya. ―Menos mal. Conociendo a Anisa, no estaría tan feliz de
tener que llevarme porque se lo ordenaran. No es mala, pero como diría mi
tía, la única razón para ir a Jaim, ahora vive aquí.
―Anda. Yo me encargo de que lleven tu bolsa a la puerta de la
residencia, donde te esperaré. Te despediste de tus padres ya, ¿cierto?
―Sí. ¿Sabes dónde está Anisa? ―Asiente con un movimiento de cabeza.
―Creo que en los dormitorios de la guardia. La llamaría, pero…
―reprime una risilla― creo que la hice enojar esta mañana, cuando le dije
que mordería a Pen. Así que no está respondiéndome. Lo siento.
No parece nada arrepentida y sé perfectamente que disfruta haciéndola
enojar.
―No te preocupes, iré. No tardo.
Se suponía que me iría temprano, pero mi madre quiso que comiéramos
juntas y luego Ryen estaba ocupado. Eso ha sido raro, tan extraño como que
se despidieran temprano porque tenían una reunión en el Consejo, a la que
evidentemente asistirá Josiah. Otro que también me visitó a primera hora,
asegurándome que vendría luego.
No veo a nadie mientras cruzo la puerta y me dirijo a los dormitorios de
la guardia, un edificio cercano. Un segundo… ¿Qué hace Anisa por acá? Se
supone que cuando Pen se convirtió, ambos se mudaron a la residencia. Qué
raro.
―Hola ―saludo a Hatch, quien me mira extrañado. Suerte que ha salido
y no he tenido que entrar en los dormitorios.
―Señorita Lena, ¿necesita algo?
―Estaba buscando a Anisa. ―Eso parece confundirlo aún más. Ya
somos dos.
―Está en el muro.
―Oh. ―Lo que faltaba. Me gustaría preguntarle si Abiel está de turno,
pero prefiero no hacerlo y ponerme en evidencia―. Gracias. ―De todos
modos, cuando perciba mi presencia, posiblemente se retire.
―Para servirla.
Doy media vuelta y observo el muro, con bastante aprensión, antes de
ponerme en marcha. No quiero ir, pero de lo contrario no podré ir a Jaim.
«Puedes hacer esto, Lena. No pienses demasiado», me digo a mí misma
obligando mis pies a moverse. Mientras más rápido, mejor.
No tengo ni idea por dónde buscar, ha sido demasiado vaga su respuesta.
Podría estar en cualquier parte, pero basta con que alguno de los guardias se
comunique con ella. Así que me dirijo a la escalera más próxima. Hay
pocos vampiros a la vista, pero como siempre evitan acercarse demasiado a
mí. No tengo idea de por qué piensan que me dan miedo. Bueno, puede que
sea porque a los cuatro años, lloré cuando uno de ellos me habló.
Sinceramente, no deberían seguir pensando eso. Era solo una niña. Como
sea.
Llego al muro, sin ver a nadie a la vista. Otra cosa poco habitual. Casi
siempre hay alguien abajo, que trasmite si hay un disturbio o activa las
puertas. Asciendo las escaleras hasta llegar a lo alto. Hay un par de
guardias, pero evidentemente ninguno es Anisa. Podría gritar y seguro
aparecería, pero llamaría la atención. Algo que no quiero. Me detengo a
unos metros de ellos, permitiéndome admirar la impresionante visión.
Cierro los ojos y sonrío ante el viento que agita mi pelo y acaricia mi rostro.
Pocas veces he venido aquí, de niña tal vez: obviamente ahora ya no me lo
permiten sin pensar que tengo un propósito oculto. Hago una mueca de
nuevo al reflexionar sobre lo absurda que ha resultado mi actitud.
Observo el sol que comienza a ponerse en el horizonte, pero algo llama
mi atención. ¿Qué…? Imposible. Juraría que hay una persona, de pie en la
colina. No puedo ver con claridad su rostro, debido a la distancia, pero…
podría asegurar que me mira fijamente.
«¿Quién eres?», su voz es fuerte y clara, como si lo tuviera delante de
mí.
¡¿Qué demonios ha sido eso?!
―Señorita Lena.
Me sobresalto al escuchar su voz y tropiezo, pero retrocedo antes de que
su mano pueda tocarme. Desvío la mirada del rostro de Abiel, enfocándome
de nuevo en la lejanía, pero… no hay nadie. Nadie. ¡No puede ser! Estaba
ahí, escuché su voz dentro de mi cabeza.
―¿Señorita Lena? ―repite, pero sigo sin prestarle atención―. ¿Ocurre
algo?
No pude imaginarlo.
―No, no ―niego retrocediendo un par de pasos, innecesariamente,
porque él mantiene los brazos a los costados, sin intención de tocarme de
nuevo. Eso es bueno―. Estaba buscando a Anisa ―digo finalmente, sin
lograr salir de mi confusión.
―No está aquí.
―Eso veo.
No espero una respuesta por su parte o que me dé su ubicación. Me alejo
lo más rápido que puedo, concentrándome en no caer. Mi cabeza es un caos
y por primera vez no tiene que ver directamente con él. ¿Qué ha sido eso?
¿De verdad, lo he imaginado?
Anisa (2)

Esta, sin duda alguna, es una pésima idea, de las peores que se le han
metido en la cabeza y ni siquiera entiendo por qué me he dejado envolver
en sus juegos. Porque es eso: una artimaña. Suspiro con cansancio,
reflexionando mentalmente las posibles consecuencias, dirigiéndole una
mirada molesta, al tiempo que agudizo mis sentidos, siguiendo sus
movimientos. Hasta ahora todo va de acuerdo a lo planeado. No sé cómo
demonios consigue que todos hagan lo que quiere. Incluso yo.
―Por favor ―resopla, al percatarse de mi postura, con esa sonrisa ladina
que tanto me irrita―. ¿No quieres ser buena por una vez en tu vida?
Estoy segura de que ahora mi mirada es mucho más que molesta, pero
eso solo logra que sonría aún más.
―Verdaderamente, cuestiono tu sentido del bien ―mascullo con una
mueca de desagrado―. Tal vez, eso deberías preguntártelo a ti.
―Yo soy buena. La mejor de todas.
La odio.
―Claro ―respondo denotando sarcasmo―. Tan buena que no dejas de
intervenir en los asuntos de los demás.
―Mira ―gruñe volviéndose hacia mí, apuntándome con el dedo. No
entiendo por qué demonios sigo tolerándola―. Armen me ha dado permiso
―canturrea sonando demasiado confiada.
―Dudo que el señor Regan haya estado de acuerdo en manipularlos
―digo encogiéndome de hombros. Ha sido bastante tolerante, pero al igual
que Gema, le preocupa el estado de ánimo de esa niña y dudo que
enfrentarla a Abiel ayude. Debería ser él quien vaya a ella, no al
contrario―. Si no mal recuerdo, lo único que aprobó es que fuera yo quien
le acompañara, solo eso. Y ha sido porque se supone que Ryen estaría
demasiado ocupado, haciendo no sé qué cosas importantes que no podían
esperar. ―Otra de sus mentiras. Esta mujer, a pesar de su aspecto de
inocente, es de temer.
―Desde luego, Lena es prioridad ―afirma girándose de nuevo hacia el
ventanal―. ¡Ahí están! ―murmura con emoción. Supongo que da por
hecho que esto evitará que ella se vaya de Cádiz. Lo dudo. Y tampoco sería
muy bueno, no cuando él no parece dispuesto a hacer algo más que
observar. Como lo ha hecho hasta ahora.
Dirijo mi atención a lo alto del muro, donde Lena se encuentra. No
importa la distancia, puedo ver su figura, que no parece haberse percatado
de la presencia de Abiel o tal vez solo está fingiendo.
Esto no está bien. Ella evita su toque y, dándole la espalda, baja
rápidamente.
―¿A dónde va? Ella no debería alejarse… ―balbucea Elina. Tengo la
respuesta y no me gusta. Se mueve, dirigiéndose hacia la entrada de la
ciudad.
―Mierda ―maldigo tomando la bolsa que contiene sus cosas―. Parece
que no siempre te puedes salir con la tuya ―reprocho molesta con el
resultado.
―Pero… Espera…
―Esto ha sido un error ―mascullo dándole una mirada furiosa, mientras
me encamino a la puerta de la residencia. Algo ha ocurrido, Lena parece
resuelta a marcharse, incluso dejando atrás sus cosas.
Me olvido de Elina y sus protestas detrás de mí y me apresuro a llegar a
la puerta. El hecho de que no esté corriendo, me permite alcanzarla al
tiempo que ella cruza la entrada. Maldigo mentalmente a Abiel, que se ha
quedado quieto a un costado, sin intentar ir tras ella o hacer algo para
detenerla.
«Has fallado, Elina», reprocho bloqueando su respuesta. Estará molesta y
se lo merece. Si Abiel quisiera hablar con ella, lo haría. Es así de sencillo.
―¿No se supone que debo acompañarte? ―cuestiono apenas nos
alejamos unos metros.
―Estás aquí.
―¿Y tus cosas? ―señalo la bolsa. Me mira inquieta, sus ojos enfocando
más allá de la ciudad, hacia la colina que oculta los senderos de las viejas
ciudades.
―No… Me olvidé ―balbucea sin detenerse y volviendo a dar un vistazo
a la lejanía.
―¿Ocurre algo? ―inquiero frunciendo el ceño.
―No.
―Lena… ―digo sujetando su brazo, obligándole a detenerse―. ¿Qué
ocurre?
―Nada.
―No me lo parece.
―No es nada, solo… quiero llegar antes del anochecer. ―Frunzo de
nuevo el ceño, mirando que el sol aún se encuentra en el horizonte. Quedan
al menos un par de horas antes de que se pierda la claridad.
Miente.
Entiendo que nunca hemos tenido este tipo de conversaciones, pero
tendría que ser idiota para no percatarme de que algo anda mal.
―¿Qué te hizo Abiel? ―pregunto sin rodeos. Suspira, sacudiendo la
cabeza, liberando su brazo de mi mano.
―Nada. Estaba buscándote ―argumenta nerviosamente, volviendo a
mirar detrás de nosotros―. No pasa nada ―asegura forzando una sonrisa.
Maldita sea. No puedo saber qué pasa por su mente y claramente no está
dispuesta a decirlo, pero resulta obvio que está diciendo mentiras.
―A tu padre no le gustará saber que te marchas de esta manera.
―Él sabe que me iría…
―¿Dejando todo atrás?
―No lo hacía ―suspira―. Sabía que vendrías. ¿Podemos darnos prisa?
―inquiere retomando la marcha, dando por terminado el tema.
¡Maldición! Abiel tendrá que darme algunas respuestas. Esta niña nunca
se quedará con la incertidumbre y tampoco huye de los problemas. En este
momento, es como si estuviera desesperada por escapar. Sin embargo, no
hay nada que pueda hacer.
La sigo sin hacer comentarios al respecto, aunque no me trago eso de que
no le pasa nada. Su respiración agitada y lo acelerado que se encuentra su
corazón no mienten. Algo ha ocurrido ahí arriba.
Abiel (3)

«No intervengas de nuevo, a menos de que estés dispuesto a tomar algo más
que una responsabilidad, Abiel». La advertencia del señor Danko fue
contundente, después de informarme de la decisión de la señorita Lena. A
pesar de no expresarlo, sé que ellos esperaban que la detuviera, que hiciera
algo más que observar, pero no puedo hacerlo. No sería sincero, no sería
justo para ella. Lena es joven, pero espera algo más que solo deseo, lo vi en
sus ojos y eso es algo que yo no puedo darle.
Observo cómo las puertas se abren, esta vez dejando a la vista
únicamente la figura de Anisa. Su expresión es dura y su andar firme, no
indican nada bueno. Con un gesto, me señala que la siga. Lo hago, porque
es lo que he esperado desde que se marcharon. Tengo la certeza de que ella
ha llegado y en estos momentos se instala en la casa de Josef, pero no me ha
gustado su reacción al verme ni esa repentina urgencia por irse. Ignoró mi
intento por hablar con ella.
Anisa se aleja de la entrada, deteniéndose a un costado de los
dormitorios de la guardia.
―¿Está bien? ―pregunto antes de que se detenga y se dé la vuelta.
―Eso es lo mismo que quiero saber ―gruñe manteniendo la severidad
de su mirada―. ¿Qué demonios le has hecho? ―cuestiona cruzándose de
brazos, mostrando una postura defensiva.
―¿Qué? ―Su pregunta me desconcierta. Es justo eso lo que deseo
saber. ¿Qué fue lo que ocurrió, para que actuara de esa manera?
―Es evidente que algo ha pasado ―masculla dando un paso al frente―.
Ella no estaba bien, Abiel. ¿Qué le hiciste? ―inquiere sujetando mi ropa.
―¿Qué demonios te hace pensar que le hice algo? ―debato, ignorando
su agarre y su tono demandante.
―¿Quizá que parecía tan nerviosa o tal vez su urgencia por largarse?
Dime, ¿tú qué crees?
―No he hecho nada ―afirmo rompiendo su enganche―. Solo…
―Escucha ―interrumpe, luciendo furiosa―. Nadie puede obligarte a
hacer algo que no deseas, pero eso no significa que puedas hacer y deshacer
con ella.
―No he hecho nada. No sé de qué hablas…
―¿En serio? ―pregunta irónica, sin dejar de apuñalarme con la mirada.
―Anisa… ―Retrocede, cortándome con un movimiento de mano.
―Nunca te he tomado por cobarde, Abiel, pero es justamente lo que
haces en este momento.
Contengo el aire, luchando por no responder como quisiera. Me molesta
su acusación, pero sé que en parte es cierto. Si la he evitado, es justamente
para no herirla. Alguien tan inocente como ella se merece a quien sea capaz
de entregar su corazón por completo. Y ese no soy yo.
―La has dejado ir.
―No soy nadie para prohibírselo. Sus padres…
―A mí no me vengas con esas. ¡Cobarde!
―¿Y me lo dices tú? ―murmuro con tono afilado, recordando cuánto
insistí para que solucionara sus problemas con Jensen―. Si no mal
recuerdo, nunca quisiste convertir a Pen, dijiste que no lo querías obligar.
―Es completamente diferente ―niega airada. Claro, eso no lo pensaba
antes―. Lena es híbrida, vivirá mucho más tiempo que un humano
ordinario.
―Ese no es el problema ―digo frustrado, no estoy seguro si con ella o
conmigo mismo―. Amé a una humana, hasta el último día de su vida. No
me importa eso, y lo sabes.
―Lo que sé es que ha pasado demasiado tiempo y que no eres capaz de
quitar tus ojos de la chica. ―Retrocedo, sorprendido de que lo haya notado.
No puedo replicar―. Vi cómo la mirabas, Abiel. ¿A quién le importa si es
la hija del señor Regan? Él no intervendrá.
¡Mierda!
―Tampoco se trata de eso, no.
―Claro que no ―ironiza―. Se trata de que no tienes los pantalones para
darle la cara, para arriesgarte de nuevo...
―Anisa…
―A veces la persona indicada es quien menos deseamos. Eso es una
mierda y no nos gusta, pero depende de nosotros el modo en que resulte.
―Amé una vez. No puedo hacerlo de nuevo.
A eso se reduce todo. Los vampiros somos fieles, solo podemos amar de
verdad una vez.
―¿Porque no puedes o porque no quieres? ―cuestiona
acribillándome―. Ahí afuera ―señala Jaim―, ella puede encontrar a
alguien más y tú tendrás que soportar viéndola con otro. ¿Cómo te hace
sentir eso?
Respiro, endureciendo mi rostro. Odio siquiera pensarlo.
―Si ella está bien, yo no tengo nada que discutir. No soy nadie. Mi
único deber es protegerla, como al resto de los que viven en esta ciudad y
también en Jaim.
Hay cierto malestar al pensar que ese chico, que claramente está
interesado en ella, está allá. Pero de nuevo no hay nada que pueda hacer. No
me corresponde. No tengo derecho a intervenir.
―Eres un idiota. La mayoría de los hombres lo son. ―Golpea mi
hombro―. He visto demasiado y puedo decirte que no encontrarás muchas
como ella. Una mujer que sabe lo que quiere y que va tras ello. También
puede cansarse. No esperará por siempre y entonces solo podrás callar y
observar. Piénsalo.
―No tengo nada que pensar ―respondo consciente de que puede
escucharme, aunque mi voz es apenas un susurro―. Deberías ir con Jensen,
en lugar de sermonearme. Eso no es algo propio de ti.
―Tampoco de ti ser cobarde.
Cobarde. ¡Maldita sea!
Yohan (1)

Cobijado por las sombras de la noche, permanezco inmóvil, con la mirada


fija en las luces que iluminan el lugar. Una pequeña sonrisa asoma en mi
rostro. No puedo olvidar su cara, la sorpresa que sus ojos expresaron y el
desconcierto que inundó su mente al escucharme.
―¿No te di una orden? ―cuestiona severamente Randi, acercándose a
donde me encuentro.
Sabía que vendría esto, pero no importa. Ha valido la pena.
―Sí ―respondo sin inmutarme, vislumbrando la rabia brillar en sus
ojos.
―¿Y? ―presiona, no dispuesto a ceder. Sé que odia que ignore sus
órdenes, pero fue sin querer.
Suspiro dejando caer los brazos, mostrando algo de remordimiento.
Detesto cuando se pone estricto, pero es mejor ceder un poco, que llevarle
la contraria. Eso, definitivamente, solo empeora las cosas.
―Tenía curiosidad ―admito, volviendo a evocar su imagen. Parece tan
joven, tan frágil.
―No me importa tu maldita curiosidad ―sisea acercando su rostro al
mío―. ¿Eres consciente de que pudiste echar todo a perder?
―Solo ella me vio. Es híbrida. ―No responde, luciendo más furioso, si
eso es posible―. Es la ciudad de los vampiros, ¿qué hace una chica híbrida
allí? Es como nosotros. ―Ha escuchado mi voz, definitivamente es como
nosotros.
―Lo es, y es la razón por la que estamos aquí.
―¿Qué? ―murmuro confuso―. Espera… ―Imposible.
―Ella es la hija de Regan y de la hija mayor de Alón.
¡Demonios!
―De quienes deseas vengarte ―digo a manera de afirmación, porque en
todos estos años lo he dejado bastante claro. Y es algo que no es de mi
agrado. Ella no parece peligrosa, diría que todo lo contrario.
―La usaremos ―declara con seguridad, dirigiendo una mirada a la
ciudad―. Pero aún no es tiempo.
―Randi…
―Viniste solo para conocer la ruta y cubrirme las espaldas, Yohan. No
debes olvidar que no puedes ponerte en evidencia.
―Dudo que ella piense que fue real ―farfullo, sintiéndome un poco
molesto con la idea―. Pero… me escuchó.
―Sí, y eso es bueno para nosotros. ―Sonríe con frialdad, su expresión
indicando que tiene bastante en mente.
―¿Piensas hacerle daño? ―inquiero sin poder frenar la pregunta.
―¿Importa? Es el medio para alcanzar mis planes.
―Es como nosotros. ¿No podrías convencerla de venir? ―Suspira
largamente.
―Aún estoy decidiendo qué hacer con ella ―admite―. Por el momento,
tenemos que regresar.
―¿Conseguiste lo que buscabas?
―Algo. Esa chica es demasiado astuta.
La otra rubia que siempre sale de los muros. Bastante hábil.
―Te dije que me lo dejaras a mí. Soy más rápido.
A pesar de tener casi cincuenta años, Randi sigue luciendo como un
hombre de treinta. Fuerte y bastante rápido. La ventaja de un híbrido.
Aunque ya no es tan resistente como solía serlo y eso se debe a las
condiciones en que vivimos. Viendo este lugar tan imponente e
impresionante, comprendo por qué los odia. Eso y lo que hicieron con
nuestra gente. Era joven, pero todavía lo recuerdo. No obstante, sigue sin
gustarme la idea de lastimar a esa chica. Hay algo en su mirada que me ha
conmovido. Tristeza y anhelo. ¿Quién eres, Lena Regan?
Lena (12)

―Cualquier cosa que necesites ―dice Anisa, deteniéndose frente a la


puerta de casa de mis abuelos, haciéndome saber que hasta aquí me
acompañará―, solo tienes que decirle a Farah, él te guiará de regreso a
Cádiz o nos lo hará saber, para enviar a alguien por ti.
Me toma unos segundos procesar sus palabras. Aunque hablé de
quedarme por un par de semanas, ahora caigo en la cuenta de que nunca
mencionamos sobre ir a visitarlos o volver antes de tiempo. Supongo que
ellos sí lo consideraron por adelantado. Es la primera vez que me dispongo
a pasar tanto tiempo lejos de ellos y quizá piensan que cambiaré de opinión.
No estoy segura, pero quiero probar.
―Sí. Gracias por traerme.
Asiente con un movimiento de cabeza, entregándome la bolsa con mis
cosas y, dándose la vuelta, se aleja de prisa. Tengo solo un instante para
divagar, antes de que la puerta a mis espaldas se abra.
―¡Lena! ―Sonrío y doy un par de pasos cruzando el umbral de la
pequeña, pero acogedora casa.
―Hola.
―¡Bienvenida! ―Reconfortada con la calidez que su persona desprende,
me dejo estrechar por los brazos de mi abuela Kassia, que se aparta
ligeramente, mirándome con una enorme sonrisa, rozando con una mano mi
mejilla y clavando sus ojos en los míos. Probablemente buscando las
verdaderas razones que me han traído hasta la puerta de su casa. No es que
nunca lo haya hecho antes, pero ella es demasiado inteligente y difícil de
engañar. En realidad, pretender engañar a alguien no es una opción y eso
pasa cuando no eres muy buena ocultando tus sentimientos. Eso y que
nunca quisiera hacerlo.
A pesar de las pequeñas líneas blancas que tiñen sus cabellos y los
pliegues que se marcan en su rostro, sigue siendo una mujer hermosa y
bastante conservada para su edad. No puedo decir lo mismo de mi abuelito,
quien luce un poco más mayor, su cabello completamente pintado de
blanco, pero que parece contagiado con su vitalidad.
―Gracias ―digo con timidez, aún un poco confusa por lo que he visto,
aunque cada vez más convencida de que debí imaginarlo. No soy tan
perceptiva como ellos. Abiel, Anisa o alguno de los guardias lo hubieran
visto, si de verdad hubiera estado ahí. Algo que no parece real.
―No hay nada que agradecer, cariño. Esta también es tu casa y nosotros
estamos más que encantados de tenerte con nosotros ―asegura rodeando
con el brazo la cintura de mi abuelo, que sostiene mi mano, dándome un
ligero apretón en señal de asentimiento.
A pesar de que ellos se unieron siendo adultos y habiendo tenido
historias previas, lo que tienen no deja de ser menos fuerte y auténtico,
como muchas veces lo dice mi tía Mai. Y esta es otra diferencia entre los
humanos y los vampiros: ellos pueden comenzar de nuevo al menos si están
dispuestos.
No vayas por ahí, Lena. No de nuevo…
La puerta se abre, interrumpiendo mis penosos pensamientos, Caden y
Elise entran seguidos por Klaus. Todos mostrando una enorme sonrisa, algo
que me alivia demasiado. No es que con mis padres sea distinto, sé que me
adoran, pero del resto que me rodea a veces tengo la impresión de que se
trata más de respeto o tolerancia por el apellido que me respalda, que por mí
misma. No resalto como lo haría cualquier vampiro, o el mismo Josiah.
Cada uno de ellos tiene fijadas sus obligaciones o rutinas y tal vez es por
eso que para todos soy solo la niña consentida a quien deben de proteger y
atender. Triste, pero cierto. Y lo peor… Esta es la primera vez que
reflexiono.
―Llegaste ―murmura Caden, atrapándome en un fuerte apretón que
separa mis pies del suelo. Me siento como una muñeca de trapo entre sus
brazos, sobre todo porque soy más pequeña y él no parece hacer ningún
esfuerzo. Sí que se ha vuelto fuerte.
―Ajá ―consigo responder aún presa de su agarre. Observo a los demás,
que no parecen extrañados de la exagerada muestra de afecto por parte de
mi primo. Sin embargo, noto el rostro contrariado de Elise, que al
percatarse de que la miro, rápidamente sonríe de nuevo. Oh-oh. Me parece
que aquí hay algo. Doy una mirada a Caden, pero él es completamente
ajeno. ¿Será posible…?
―¡¿Por qué me excluyen?! ―Y esa es la entrada de Airem, que camina,
con paso seguro, hasta nosotros, viendo con malestar a Caden―. Se supone
que me ibas a esperar ―lo acusa, pero él solo se encoge de hombros,
mostrando una pequeña sonrisa.
―Pensamos que no estabas ―responde Elise, mirando de nuevo el brazo
que Caden mantiene alrededor de mí. Es solo un atisbo de inconformidad,
pero ahora que lo he visto, no me pasa desapercibido. Y de nuevo todos
lucen ajenos.
―Siempre estoy ―gruñe a Caden, pero luego se relaja sonriéndome―.
Será bueno tenerte por aquí ―asegura elevando su cabeza en mi dirección a
manera de saludo. Ella tan… Airem. Siempre he admirado que no se
intimida ante nada y que no finge ser quien no es. No es muy dada a las
muestras de afecto, excepto con su padre. A él lo adora. Y a todos los
demás les dice lo que piensa en su cara, aunque no sea del todo agradable.
Ella y Josiah serían cosa seria, ambos son bastante directos.
―Espero que todos puedan hacerla sentir como en casa ―pide mi
abuela, guiñándoles un ojo. Todos asienten, sin parecer forzados. Creo que
a esto era lo que se refería la tía Elina. Convivir con chicos de mi edad y,
especialmente, alguien que no me supera en sentidos o no tiene que
expresarse con palabras. Es bueno interactuar con ellos y seguir sus bromas.
―¿Se quedará aquí? ―inquiere Caden, a lo que asienten ambos.
―Deberías quedarte con nosotros ―opina Airem cruzándose de
brazos―. Sería divertido.
―Ya está Caden con ustedes ―comenta el abuelo―. Además, hemos
preparado la habitación que era de Mai.
―Puedo mandarles a Caden…
―¡Oye! ―protesta él lanzándole una mirada que carece de severidad y
que solo la hace reír. Nada comparado con Josiah, ese sí que sabe cómo
intimidar―. Puedes cambiar de lugar, además casi nunca estás.
―¡Shh! Yo vigilo el muro…
―Claro.
―Basta, chicos ―interviene mi abuela, sonriendo ante la pequeña riña.
No hay duda de que Caden le tiene mucho cariño a Airem―. Pueden venir
cuando quieran y ayudarme a hornear o cocinar.
―¡Yo me apunto! ―dice Elise, ganándose una sonrisa aprobatoria por
parte de ella. Sí, es muy buena en eso.
―Yo puedo acercarles lo que necesiten ―ofrezco, siendo consciente de
que todos conocen mis carencias en la cocina―. Solo eso. ―Mi afirmación
los hace reír a todos.
―Yo tampoco soy bueno en la cocina ―expresa Airem sin mostrar
aflicción.
―Ella es mucho peor ―farfulla Klaus, ganándose un golpe de su
parte―. ¿Qué? Es la verdad.
―Dudo que eso te sume puntos.
―¡¿Qué?!
―Tú puedes ayudarme a curar a los animales ―sugiere Caden,
interrumpiéndolos.
―También puedes venir al invernadero conmigo.
―Yo apoyo eso. Siempre hay algo que hacer, y no corres peligro
―afirma Klaus, asintiendo a la opción de Elise.
Trabajar con las plantas era una de las opciones que había contemplado,
porque evidentemente no puedo estar sin hacer nada. Y ser de ayuda
resultaría muy bueno.
―Pues yo puedo llevarte fuera del muro, a la cascada.
―¡Airem! ―reprende Caden, negando con la cabeza.
―¿Qué? ―pregunta con expresión inocente―. No empieces, Caden. No
hay impuros, mucho menos repudiados y Lena ha dejado claro que sabe
defenderse. Podemos también practicar con la espada.
―Eso me agrada ―coincido animada por la idea de poder superar a
alguno de ellos. No es que no me guste mucho pelear, pero suelo rehuirlo
porque soy consciente de que difícilmente podría hacer algo con mi madre,
Irina o incluso a Pen. Ellos son muy rápidos y buenos. No tomes peleas que
sabes perdidas.
―No debería corromperla ―protesta Caden pegándome a su costado―.
Prometí a la tía Gema y a Josiah que cuidaría de ti.
Le miro un poco contrariada. De mi madre no me extraña, pero ¿Josiah?
Además, ¿de qué se supone que me tiene que proteger?
―No hace falta ―niego―. Como dijo Airem, no hay peligros aquí.
―Ni fuera ―ella repite.
―Todos la cuidaremos. ―Sonrío a Klaus, que parece muy seguro y
encantado con la idea.
―Los impuros no son los únicos peligros por aquí, Airem es más
peligrosa.
―¡Caden! ―se queja ella―. Tú eres peor que yo.
―No olviden a los hermanos de Elise. De ellos sí debes cuidarte, porque
ni ella se salva.
―No me los recuerdes. Le dije a mi padre que les advirtiera que no
fueran tras de ti, pero… ―suspira con cansancio―. Con ellos nunca se
sabe, así que escucha a Caden y permite que cuidemos de ti. No es
exageración ni prohibición, puedes ir y venir, tomar la tarea que prefieras o
ninguna, pero deja que estemos cerca. ―Se encoge de hombros―. Por las
dudas.
―Bien dicho ―coincide mi abuela, dándole una palmadita en el
brazo―. Por ahora, dejemos que se instale y después podrán discutir a
dónde quieren llevarla.
―Yo la llevo ―se ofrece Klaus tomando mis cosas, comenzando a subir
las escaleras. Ella me indica que los siga, en tanto que Caden y Airem
continúan discutiendo. Mi abuelo me sonríe, divertido por tenernos aquí.
Creo que me divertiré y espero poder olvidarme de algunas cosas, por muy
complicado que parezca.
Yohan (2)

―¿Cuándo volveremos? ―susurro elevando la mirada, permitiendo que


la intensidad del sol bañe mi rostro y al mismo tiempo como una forma de
evadir la dura expresión que Randi me dedica, por mi imprudente pregunta.
No debería ir de nuevo al tema, pero no he podido dejar de pensar en esa
chica.
―Demasiado pronto para saber ―responde con tono tosco,
adelantándose un par de pasos.
Difícil y complicado. Siempre ha sido así, no debería de sorprenderme,
pero sigue haciéndolo. Cuando habló de hacer el viaje hasta el único
asentamiento de humanos y vampiros que queda o que se conoce, aparte de
donde nos refugiamos, imaginé que tendría un mejor propósito que solo
mirar de lejos y regresar. Pero ¿qué puedo saber yo? Randi rara vez
comparte sus pensamientos con alguien más.
Solía hacerlo con Sián, hasta que los impuros vinieron por él y ninguno
de nosotros pudo hacer algo para salvarlo. Sí, eso fue lo que detonó su
determinación de cobrar una vieja deuda con esos seres.
―¿Demasiado pronto? ―repito, chasqueando la lengua―. Tres años no
parece ser poco tiempo, si me lo preguntas.
―No lo he hecho ―gruñe―, pero Aki tiene razón al decir que eres
demasiado impaciente.
Me encojo de hombros. Hay ciertas cosas de las que estoy casando.
Esperar es una de ellas.
―Puede, pero también se trata de que estamos volviendo con las manos
vacías. ―Enarca una ceja, mirando las dos presas que llevamos a cuestas.
Dos bestias que pretendían hacernos su cena y que ahora servirán para un
par de semanas, si sabemos conservarlas y racionarlas. Miro al cielo y
niego―. Eso no cuenta, es algo que hemos tomado de paso.
―Tomar algo de ellos no es lo que deseo ―replica como si le ofendiera
el solo hecho de pensarlo.
―No estoy seguro ―mascullo, golpeando una piedrilla que sale
disparada varios metros delante de nosotros―. Dijiste que harías algo con
esa chica.
―Lo que no se refiere a tomar. No soy tan idiota para ir por ahí y hacer
que vengan detrás de nosotros.
―No tendría por qué ser así ―opino, luchando por sonar desinteresado.
―¿Qué dices? ¿No has visto cómo la protegen? Si la raptáramos no
dudarían en seguirnos.
―Nunca sugerí eso. ―Me observa sin entender, pero mi idea cada vez
me resulta más atractiva―. Si ella viniera por voluntad propia… ―dejo la
frase sin terminar, atento a su reacción. Parece considerarlo, pero aún no
está convencido.
Ella parece inocente y aunque Randi no es despiadado, considerándola
un enemigo y como un medio para cobrar una deuda, no lo pensaría para
tomar su vida. Eso no me agrada. Por alguna razón.
―No lo haría.
Yo no estaría tan seguro. No fue odio o temor lo que vi en sus ojos.
Además de la sorpresa, encontré cierta añoranza y melancolía. Algo que me
indica que ella no es del todo feliz en ese lugar. Podría ser una vía de escape
y la manera de evitar que perezca. Ella es alguien inocente.
Entiendo las razones de Randi. Era solo un niño cuando aquello ocurrió,
pero por mucho que se niegue a ver las cosas, es una realidad que ahora
nuestra existencia es mucho mejor. Llevo aún las cicatrices que aquellas
pruebas dejaron grabadas en mi piel y ni siquiera puedo imaginar cómo fue
para los demás. Eso sin contar lo que tuvieron que pasar ellas, incluyendo a
mi madre. No existe punto de comparación.
Él guarda resentimiento por todos los que murieron en sus manos y
ninguno de nosotros lo debate, porque a pesar de no compartir su opinión,
le estamos agradecidos por lo mucho que nos ha ayudado.
―¿Por qué no?
―Es uno de nosotros.
―¿Qué? ―Me detengo conmocionado por su afirmación, pero su
expresión se mantiene firme. No está mintiendo.
―Ella era una de los nuestros, pero… durante el ataque su madre
murió… ―Sacude la cabeza, como si le resultara abrumador recordar―.
Ellos la encontraron antes de que lo hiciéramos primero.
Ahora entiendo por qué nos sintió: me escuchó.
―Deberíamos…
―Traerla tampoco parece fiable. Deben de haberle contado su versión.
―Tiene derecho a escuchar la nuestra, ¿no?
―No nos creería. Ha pasado mucho tiempo y han podido llenarle la
cabeza de ideas.
―Eso en caso de que le hubieran dicho… ―Randi sonríe de lado,
golpeando mi espalda con la palma de la mano.
―Eres astuto, Yohan. Me has dado una buena idea.
―¿En serio? ―murmuro incrédulo―. ¿Es posible que estés
considerando traerla? Si es una de los nuestros, sería lo justo.
―Es posible. Pero antes hay que volver y esperar un poco. Si ella alertó
a alguien de tu presencia, es mejor no correr riesgos. Sobre todo si existe
una oportunidad de ir con lo que sugieres.
Nada me gustaría más que eso.
―Claro.
―Ahora muévete, hay que volver antes de que caiga la noche.
Asiento, concentrándome en el sendero que se extiende frente a nuestros
pies. Queda bastante que recorrer, eso sin contar que hay que estar alerta.
Ha pasado mucho tiempo desde que alguien se atrevió a cruzar por estas
tierras, hay demasiadas criaturas observando, esperando. Pero al menos me
alivia saber que no tomaremos la vida de ella.
Armen (1)

Despido a los sirvientes que me acompañan y, sujetando el tomo, abro la


puerta. Observo su figura inmóvil frente al ventanal. Cierro con extremo
cuidado, aunque sé que ahora ya no funciona, como lo hizo la primera vez
que la vi. Ella me ha sentido. Aun así, no se vuelve, permitiéndome
acercarme.
―¿Preocupada? ―susurro en su oído, mis brazos rodeando su cintura.
Su cuerpo se relaja contra mi pecho, respondiendo a mi toque, sus manos
aferrándose a las mías.
―No puedo evitarlo ―responde con cierto pesar.
Deposito un beso sobre su pelo y sigo su mirada, que se encuentra
posada sobre el muro que rodea Jaim, la ciudad donde está nuestra pequeña
hija. Aunque demasiado pronto ha dejado de ser nuestra pequeña, ahora está
a un paso de convertirse en una mujer. Es una etapa de la vida, pero es
difícil hacerse a la idea. Especialmente para ella que se ha desvivido por su
cuidado.
―No hay nada de qué preocuparse. Ellos estarán al pendiente y sabes
que no permitirían que le pasara algo.
―Lo sé ―concuerda consciente de que incluso su padre acoge a Lena
como si fuera su verdadera nieta. Él, al igual que la mayoría de nuestros
cercanos, sabe sobre su origen y lo mantiene en secreto―. He estado
pensando… ―Gira el rostro, encontrando mi mirada―. Si hemos hecho lo
correcto al no contarle la verdad.
Se tensa, pero sacudo la cabeza, desechando su inquietud.
Fue algo que se debatió bastante. No solo porque algunos tenían la idea
de que ella llevaría la mala sangre de Alón o de quienes estaban con él.
―Como bien dijiste, no tenía sentido ―aseguro recordado algunos de
los argumentos que se tomaron en aquel momento, para optar por mantener
eso fuera de su conocimiento―. Pocos saben lo que ocurrió en aquel lugar,
su madre murió y nadie de quienes la conocieron lo dirían. ¿Habría tenido
sentido abrumar a una niña con ese tipo de revelaciones?
―No. Puede que la hubiéramos predispuesto, haciéndola partícipe de
que era parte del enemigo.
―Correcto. Pero ¿por qué te inquieta? ―pregunto verdaderamente
interesado. No es algo que se haya tocado en mucho tiempo.
―No lo sé. Últimamente no he podido dejar de pensar en eso, mucho
menos después de que ha querido ir a Jaim.
―Sabes que eso ha sido porque necesita un escape. Las cosas con Abiel
no son fáciles.
―No me gusta que se sienta fuera de lugar y no poder hacer nada por
ella.
―Has hecho más que cualquier persona, eso no lo dudes. Pero necesita
comenzar a elegir por ella misma, Gema. Ha llegado el tiempo de que tome
el rumbo de su vida en sus manos.
―¿Y la dejaremos sola?
―Nunca. Observaremos y estaremos a la espera, para apoyarla cuando
lo necesite. Es ese el papel de los padres: criar, orientar y dejar vivir.
Se gira completamente, sus brazos rodeando mi cuello.
―Siempre dije que serías el mejor padre. ―Acaricio su mejilla,
inclinándome hasta tocar sus labios.
―Es porque he tenido a la mejor compañera.
La mantengo entre mis brazos, tratando de aliviar sus inquietudes. Nada
me gustaría más que poder evitar las penas de mi hija, pero incluso de ellas
podrá aprender y ser fuerte.
Josiah (5)

Me muevo con sigilo entre los pequeños espacios en sombras que existen
en el muro, aproximándome al borde. Permanezco inmóvil unos segundos,
esperando que los guardias se den la vuelta y alejen, antes de dar un paso al
frente y saltar. El viento de la noche golpea mi rostro, mientras me
precipito. La altura es considerable, pero no tengo problemas para
enfrentarla. Con un par de giros en el aire, consigo caer en cuclillas, sin
alertarlos de mi presencia. Podría usar las puertas, como lo haría cualquiera,
no obstante prefiero que sea de esta manera y mantenerme en anonimato.
Por ahora.
Me incorporo, sacudiendo mis manos y doy una mirada a lo alto del
muro. Mis ojos escrutan con detenimiento, sin percibir movimiento o algo
que indique que me han escuchado. Los guardias son buenos, por algo
fueron elegidos para custodiar la ciudad, pero con la práctica he aprendido a
evadirlos, a pasar desapercibido. El pensamiento amenaza con dibujar una
sonrisa en mi cara, que reservo momentáneamente.
―No debería estar aquí, joven.
Esbozo una sonrisa irónica, volviéndome directamente hacia él. No
resulta verdaderamente sorprendente verlo aquí, aunque no esperaba que se
mostrara ante mí, sin preocuparse porque alguien pueda notarnos. He de
reconocer que ha sido bastante cuidadoso y discreto en sus pequeñas salidas
nocturnas, hasta hoy.
―Lo mismo podría decir de ti, Abiel ―contesto cruzándome de brazos
de manera despreocupada, denotando seguridad. Sin embargo, no parece
intimidado ante mi actitud.
―Mi deber es la seguridad de la ciudad.
Elevo una ceja, curioso, pero él mantiene la expresión serena y nada en
su voz delata la pequeña mentira que intenta ocultar. Le doy mérito,
ciertamente siempre lo he respetado, aunque en estos momentos no es mi
persona favorita, como diría la misma Lena.
Lena. Pensar en ella me hace sentir molesto. No tenía por qué abandonar
la ciudad como si estuviera huyendo o hubiera hecho algo malo. Sé que
algo ocurrió entre los dos, a pesar de que tanto ella, como Abiel y mi padre
insistan en negarlo y actuar como si no pasara nada. Entiendo la postura de
ella, no quiere afectarlo ni preocupar a sus padres. Tonta. Mi padre no desea
intervenir, a menos de que sea muy necesario. Su prudencia ante todo. En
cambio, a Abiel no puedo comprenderlo y tampoco quiero hacerlo.
Me he acostumbrado tanto a su presencia y compañía, lo mismo que
todos; es imposible no echarla de menos. Sobre todo porque parece estar
considerando prolongar su estadía en Jaim.
―Lo has dicho, la ciudad. No obstante, en este momento ambos estamos
fuera de ella. ―Me encojo de hombros. No importa si notifica a mi padre,
porque es seguro que él está al tanto de cada uno de mis movimientos, en
especial en lo referente a mis salidas del muro y del motivo. Y por mucho
que quiera, al hacerlo se estaría delatando a sí mismo. A mí no tiene que
rendirme cuentas, pero sí a él. Aunque probablemente también eso lo sabe.
Difícilmente algo escapa a los agudos sentidos de mi padre.
―No debería salir sin escolta y menos de noche, es peligroso.
―Tú eres quien no debería perder el tiempo ―señalo hacia Jaim,
emprendiendo la marcha, dirigiéndome al punto de encuentro. Es la primera
vez que me pide verla de noche, no me inquieta, porque me he asegurado de
que no hay alguien afuera que implique peligro, ni siquiera el mínimo. Y
sin duda, ella también lo ha hecho. Imposible que no lo hiciera, es tan
precavida como impulsiva. Una de sus tantas buenas cualidades.
Siento la mirada de Abiel sobre mi espalda, pero no su impulso de
seguirme o indagar a donde me dirijo. Supongo que no esperaba que
estuviera al tanto de lo que hace, sabe a lo que me refiero y quizás eso
mismo le impide intervenir en mis asuntos, como lo hago con los suyos.
Vigilar Jaim cada noche, como si hiciera falta. Cuando, en realidad, a
quien desea cuidar es a ella.
Lo entiendo y al mismo tiempo no lo hago. Airem es la única chica que
me resulta incapaz de resistir, disfruto demasiado su compañía y el modo en
que me reta. Cada vez me resulta más difícil mantenerme lejos de ella.
Imagino que, para él, fue importante esa humana que amó, pero… es
innegable que Lena le importa. ¿De qué otra manera explicaría que esté ahí
prácticamente a todas horas, con la mirada fija en las puertas de Jaim, como
si esperara verla en cualquier instante? Idiota. Sé por mi padre que ha
estado entrando algunas noches y que ha cuidado de la casa, pero eso no
significa que Lena esté enterada. Porque obviamente no lo quiere de ese
modo, eso sin duda terminaría por alentarla. Mala idea si solo se siente
responsable.
Agito la cabeza, dispuesto a olvidarme de ellos y me concentro en la
chica que espera por mí. La distancia se convierte en nada, así que no tardo
en visualizarla. Se encuentra cobijada debajo de un árbol alto, tenuemente
iluminada por la luz de la luna. Sus ojos parecen brillar de un modo especial
como siempre que me mira, sus labios se curvan en una coqueta sonrisa y
su mano se extiende en mi dirección. Una clara invitación, sin titubeos, sin
rodeos. Me da la impresión de que indudablemente sabe lo que quiere.
―Tengo curiosidad ―admito aceptando de buena gana su mano. Cálida
y suave. Estudio su rostro, tumbándome a su lado sobre la manta que ha
extendido junto al tronco―. ¿Por qué de noche? ¿Crees que tus padres no
se darán cuenta de tu pequeña salida?
Su cabeza descansa despreocupadamente sobre mi hombro, dejando
escapar un largo suspiro.
―Ellos suponen que estoy con Lena ―explica, sus dedos jugando con
los botones de mi camisa―. Y la noche es digna de admirar ―murmura
mirando el cielo completamente despejado, que permite observar un puñado
de estrellas y una brillante luna llena―. Además, te he extrañado ―termina
la frase entrelazando nuestros dedos.
Desde luego que lo ha hecho, yo tampoco puedo negarlo. Estas semanas
que Lena ha estado en Jaim, no hemos podido quedar como antes. Ha
pasado bastante tiempo con ella y los demás, algo que agradezco
demasiado: conociendo a esa pequeña sé que de otro modo se sentiría sola.
Después de que Caden se mudó, solo fuimos nosotros dos. A menudo
estaba pegada a mí, escuchando las explicaciones tediosas y complicadas de
los mayores, no por verdadero interés, sino para no sentirse sola.
―Yo también ―respondo tomando su mano, llevándola a mi boca, para
besar con suavidad sus nudillos. El gesto le roba un suspiro.
Levanta su rostro, mirándome con intensidad, pegándose más a mí. Algo
se agita en mi interior al entender lo que sus ojos expresan. Pasión. La
atracción que hay entre los dos es innegable, es incontenible, algo que se
vuelve cada vez más intensa.
Me inclino, tomando sus labios, despacio, disfrutando de su sabor dulce,
de su calor, antes de que demande más. Ella es exigente, es absorbente en
todos los sentidos y el hambre que despierta en mí no tarda en responder.
Pronto estoy sobre ella, mi lengua escavando en las profundidades de su
boca, mis manos acunando su tibio cuerpo, rozando las delicadas curvas
que demandan mi atención.
―Josiah ―susurra parpadeando, sus dedos aferrando mi ropa. De nuevo
interpreto su intención sin que tenga que expresarlo en voz alta. Hemos
estado cerca de este punto sin retorno en más de un par de ocasiones y no
creo poder frenarme de nuevo. Mucho menos sintiendo la firmeza de sus
pequeños pezones a través de la tela de su blusa. Otro signo inequívoco de
su deseo.
―¿Sabes lo que pides? ―inquiero manteniendo el control, a pesar de
que es difícil resistirse a la rendición de su cuerpo. Siempre la he visto
como una chica dura, que no se sometería a nadie y, sin embargo, ella
confía en mí.
―Sí. Estoy en control de natalidad. ―Su voz está cargada de
sensualidad y afectada por ese intenso beso.
No soy ingenuo para no leer entrelíneas y comprender que esta no se
trata de otra simple salida. Esta noche y este lugar los ha elegido para este
momento.
―¿No me deseas? ―Sonrío inclinándome de nuevo sobre su boca,
depositando un beso antes de explorar su barbilla. Eso la hace temblar y
soltar un pequeño jadeo.
―Te deseo demasiado, Airem ―murmuro, mi boca arrastrándose por su
cuello, al tiempo que una de sus manos se enreda entre mi pelo,
atrayéndome más hacia ella. No hay retorno.
Tiro de su pierna, envolviéndola en mi cadera, permitiéndole sentir mi
excitación y también que hoy iremos más allá de los simples roces y toques.
Sus manos se aferran a mis hombros, arañando mi ropa, impaciente por
despojarme de ella.
Torturo otro poco su cuello, antes de alejarme, permitiéndole sacarme la
camisa y la suya también. No espero demasiado para volver a poner mis
labios sobre los suyos, apropiándome incluso de los pequeños sonidos
placenteros que emite mientras mis manos exploran sus pechos. Quiero
todo de ella.
Sus manos se mueven entre nuestros cuerpos, buscando alcanzar la parte
baja de mi estómago.
―Despacio ―ordeno, frenando su avance. Se resiste ligeramente, antes
de que mis dientes se arrastren sobre uno de sus hermosos picos rosados. Se
agita al sentir cómo succiono con fuerza su carne y con la otra mano doy
pequeños pellizcos, prestándole atención a ambos.
―¡Josiah! ―gime retorciéndose.
Me deslizo con pereza premeditada por su cuerpo, besando su plano y
bronceado vientre, hasta alcanzar sus pantalones. Toco el elástico de su ropa
interior y hurgo hasta dar con su sexo. Busco su rostro, me observa curiosa
y evidentemente ansiosa, pero se mantiene quieta.
Exploro su humedad, antes de despojarla por completo de su ropa y
disfrutar de la hermosa imagen que proyecta. Su pelo extendido sobre la
manta, las marcas de mis besos sobre su piel y la pasión reflejada en su
mirada.
Desecho mis propias ropas, antes de suspenderme sobre ella. Acaricio su
rostro y deposito pequeños besos en sus mejillas, antes de encontrar su
boca.
―¿Sabes que no podrás librarte de mí, después de esto? ―Una sonrisa
socarrona se dibuja en su rostro. No hemos hablado mucho sobre el futuro,
somos conscientes de que aún queda mucho por vivir y aún más por asumir.
Es decir, lo que todos esperan de nosotros. Ella sabe que pronto estaré
tomando el control de Cádiz y con ello tendré muchas obligaciones. Las
cuales involucrarán a la persona que elija como mi mujer. Ella. Eso lo tengo
claro.
―Esperemos que seas bueno ―ronronea envolviendo sus piernas en mi
cadera. La punta de mi pene se frota contra su entrada, ella cierra los ojos y
aspira.
Me mantengo quieto, hasta que sus ojos se encuentran con los míos.
Tomo la base de mi miembro y lentamente empujo entre sus piernas. No
hay palabras y, sin embargo, no hacen falta, no hay nada que su mirada no
sea capaz de expresar y yo me pierdo en cada una de sus emociones. ¡Es
mía!
Lena (13)

―Eres buena.
Le disparo una mirada incrédula, pero Caden sonríe frotando su mano en
mi cabeza, revolviéndome de nuevo el pelo. Un gesto que parece disfrutar
demasiado últimamente. Es tonto, pero me agrada.
―No si me comparo contigo. ―Él tiene un toque especial con los
animales, es como si le entendieran, como si conectaran. Obviamente, yo no
lo tengo. Así que no existe punto de comparación.
―No uso mi habilidad con ellos ―niega incorporándose, mirando de
nuevo la pequeña cabra que permanece tumbada sobre un puñado de pasto
seco.
Ella es una de mis primeras pacientes. Una de sus patas se ha lastimado
en uno de los alambres del corral y la hemos inmovilizado, para evitar que
se rompa el hueso. Habría esperado que tratar con ellos no fuera sencillo,
pero no es tan malo como lo pensé.
―De todos modos, les gustas. ―Me encojo de hombros. El tiempo
parece transcurrir de prisa, he hecho más cosas de las que nunca imaginé.
En los últimos días he ayudado a Caden, sus tareas que no son nada fáciles.
Al igual que Josiah, asumen responsabilidad que implica mucho de su
tiempo y paciencia. ¡Mucha!
Josiah aún no asume el control por completo, a diferencia de Caden,
quien prácticamente dirige Jaim y parece gustarle. Responde a cada
necesidad o duda que las personas tienen y nunca se niega a atenderlos.
Ellos lo respetan, pero sobre todo le aprecian. Eso es tan maravilloso. El
señor Farah y Knut le ayudan, pero él se encarga de la mayoría de cosas.
Como un modo de entrenamiento, supongo. La seguridad está en manos de
Airem y lo hace demasiado bien. No tiene miedo a nada y es muy buena en
combate.
Sujeta mis hombros, inclinándose hasta que su rostro queda a la altura
del mío. Sus ojos fijos en los míos.
―No tienes que compararte con nadie, Lena. ―No puedo evitar mirarle,
sorprendida, pero justamente acabo de hacerlo―. Con o sin habilidades
eres especial.
―No realmente ―murmuro restándole importancia―. Hasta ahora no
hay mucho que haga o que maneje como lo hacen todos ustedes. Son muy
buenos, pareciera no costarles trabajo. ―Por no mencionar que al inicio me
resultó complicado levantarme tan temprano.
―Mentira. Eres buena curando y no digas que no como yo. Los primeros
animales de los que me hice cargo no fueron tan amables y he recibido
algunas mordidas y rasguños.
―¡¿De verdad?! ―Esos eran algunos de mis peores temores, pero hasta
ahora estoy intacta.
―Claro. Tu voz es tranquilizadora, así como tu presencia. No todos
tienen eso.
―Eso lo dices porque…
―Porque es la verdad, Lena. ―Sus manos abandonan mis hombros,
para sostener mis mejillas. Su nariz rozando la mía, un gesto cariñoso―.
No me gusta que te menosprecies.
―No…
―Lo haces y más de lo que incluso puedes darte cuenta. Aún es pronto
para rendirse y no encontrar algo que disfrutes.
―A veces me siento fuera de lugar ―admito, dando un suspiro―. Todos
tienen tareas y yo…
―A mis tíos les preocupas, pero si hablas con ellos estoy seguro de que
te dejarán ayudar en la clínica o hacer algo que te guste. No tiene que ser
necesariamente aquí, aunque, como verás, las manos extras son más que
bien recibidas.
Ladeo el rostro, mirándolo con atención.
―¿Desde cuándo te volviste bueno? ―Me mira confuso y aprovecho
para devolverle el gesto y sujetar su cara―. Siempre eras quien me hacía
llorar.
Resopla, dejando escapar una risilla.
―Era un niño, Lena. ―Se encoge de hombros―. Me gustaban tus
juguetes y ver los intentos de Josiah por protegerte. Siempre decía que eras
suya.
Reímos, recordando esos momentos.
―Lena… ―Ambos volvemos el rostro al escuchar la voz de Elise, quien
con los ojos muy abiertos nos mira desde la puerta del establo.
Evidentemente sorprendida por la postura tan cercana.
Me aparto, al notar la rigidez que muestra su figura y la inquietud de sus
ojos. No parece que sean imaginaciones mías, a ella le gusta Caden.
―No sabía que estabas aquí, Caden ―murmura reponiéndose de la
sorpresa, esbozando una tímida sonrisa, sin mirarlo directo a los ojos ni
tampoco a mí.
Creo saber el porqué. Nuestra postura no debe de haber sido muy buena
o mejor dicho algo rara.
―Ya terminamos. Toda tuya ―indica empujándome hacia ella. Se
supone que paso algunas horas con Caden y otras con Elise. Hasta ahora
son pocos los momentos que he podido ir con Airem, comparado con estos,
desde luego nada de salidas de la ciudad.
―¿No vienes? ―pregunta mirándola esperanzado. Sí, ella siempre
quiere incluirle o estar cerca. ¿Por qué no lo noté antes?
―No, tengo algunas cosas que atender. Las veo en la cena.
La cena, prácticamente desde que llegué a la ciudad, todos cenamos
juntos en casa de mis abuelos. Ellos adoran tener la mesa llena, incluso
Klaus. A veces sus padres también nos acompañan. Es divertido, sobre todo
por las viejas anécdotas y los episodios vergonzosos que el señor Knut
parece disfrutar narrando.
―Sí ―asiente haciéndose a un lado para que salga. Doy una mirada a
ambos, percatándome de que él parece completamente ajeno a ella. Eso no
me gusta. Porque hay un par de chicas que no pierden oportunidad para
coquetear. Lo único bueno es que él tampoco parece notar sus intentos.
¡Hombres! ¿Será que hay que golpearlos con un letrero que tenga escritas
nuestras intenciones? ¿O incluso ignorarían algo tan claro?
Sigo a Elise, quien se muestra incómoda, avanzando un par de pasos por
delante y mira a todos lados menos a mí.
―Es como mi hermano ―digo consiguiendo darle alcance.
―¿Qué? ―Me mira confusa, aunque veo cierto alivio.
―Caden es como un hermano ―digo―. No lo veo distinto. Así que no
tienes que preocuparte por mí.
―Yo…
―Te gusta ―susurro y sonrío ante su expresión confusa.
―Pero… No…
―Tranquila. No pasa nada. Somos amigas, ¿no?
―¿Tan obvia soy?
Me río y niego con la cabeza.
―Nadie como yo ―admito sintiendo un dejo de amargura. He tratado de
no pensar en él y lo consigo la mayor parte del tiempo, cuando tengo que
concentrarme en una tarea o cuando los escucho charlar. También funciona
cuando el cansancio me vence y termino dormida apenas toco la almohada.
Pero algunas otras veces es inevitable―. Pero no. Dudo que él lo note.
Suspira pasándose la mano por el pelo.
―¿Puedes no decirle nada? ¡Por favor!
―Tranquila ―digo tomándola del brazo―. De hecho, estaba pensando
ayudarte.
―¡¿Qué?! ―Me mira alarmada y eso me hace reír con ganas. Sí que
algunos conocen mis andanzas―. No, no es necesario.
―Claro que sí. Caden es más despistado que Klaus con las explicaciones
de Airem o yo con las recetas de mi abuela. Si no tienes un poco de ayuda,
esto llevará años. No queremos eso, ¿verdad?
―Puede que no le interese.
―No le interesará si no lo sabe. Además, tú me agradas y creo que son
tal para cual.
―¿Por qué lo dices? ―Me encojo de hombros.
―Eres ordenada y buena con las personas. Serías la mujer perfecta para
el líder de la ciudad, ¿no crees? ―Eso parece sorprenderla. ¡Elise! Ella
aparentemente solo piensa en él como en un chico cualquiera y eso es muy
bueno. No va en busca de una posición, sino de sus sentimientos.
―Lo que yo crea y él quiera es distinto.
―Uhm. No estoy de acuerdo, pero puedes estar tranquila, iremos de
poco en poco.
Creo que después de todo, esto será aún más emocionante. Puede que yo
no consiga a alguien, pero eso no significa que no pueda ayudar a los
demás.
Mai (3)

―Me gustaría saber qué pasa por tu mente.


A pesar de que no he sido usualmente silenciosa y he expresado mis
palabras en voz alta, Gema se muestra sorprendida cuando toco su hombro.
Me muevo hasta quedar por completo en su campo de visión. De nuevo
tiene esa expresión melancólica, que últimamente encuentro en su cara. Es
de imaginar que su mente debe estar a varios metros de aquí.
Camino hasta uno de los sillones, sin dejar de mirarla, ella también
permanece en silencio, pero ha puesto su atención en mí.
―¿Y bien? ¿Me dirás qué es eso que te tiene tan absorta? ―pregunto
con aire inocente, aunque puedo darme una idea.
―La echo de menos ―suspira mirando por la ventana. Imito su gesto,
permitiéndome disfrutar de la enorme frecuencia de sonidos que mis oídos
perciben.
Voces humanas en su mayoría, risas de niños, cosas siendo cambiadas de
sitio, algunos animales, muchas más. Desde esta distancia es complicado
identificar su voz, a pesar de que nuestros sentidos son más sensibles.
―Hablé con Caden. Parece que se ha adaptado muy bien y que disfruta
de las actividades que hace con Kassia y los demás chicos. Sé que
probablemente no quieres que lo diga y que no es de ayuda, pero ella está
muy bien. No tienes nada de qué preocuparte, Gema.
Espero su negativa y que me dé una enorme cantidad de razones para
demostrarme que estoy equivocada, pero no lo hace.
―Lo sé ―admite dejando escapar otro suspiro―. Pero nunca se ha ido
por tanto tiempo y este lugar es demasiado tranquilo sin ella.
No puedo desmentirla, todos, incluso el mismo Edin lo hace. Y es que
ahora ni Gema muestra ánimos para entrenar, eso nos mantenía
entretenidos.
―Supongo que es lo que solía ser antes de que me convirtiera. ―Cómo
olvidar cada que venía de visita y lo mucho que me parecía deprimente este
sitio. Todo el mundo se movía con cautela, ningún sonido ni voz.
Y no es que haya cambiado demasiado. No se puede hacer mucho con la
decoración, los vampiros tienen un alto sentido de apego por las cosas
tradicionales. De ahí que algunos aún vistan con viejos y elegantes atuendos
en tonos oscuros. Elina e Irina son la excepción, al igual que Gema y yo.
Nuestras vestimentas son más parecidas a las de los humanos, vestidos
sencillos y en tonos claros. Aunque la vestimenta de ellos sí continúe siendo
conservadora, lo que es lógico, son autoridades y de alguna manera
necesitan imponer su presencia. O eso me parece a mí.
―Sí.
―¿Sabes que no significa que se quedará para siempre? ―pregunto con
cautela, no queriendo ser brusca. Pero es que a todos, en especial a Armen,
les preocupa la melancolía que muestra desde que no está Lena.
Él hace su parte, sé que cuando están juntos ella se relaja, sonríe y parece
reconfortada, pero no siempre puede estar a su lado. Además, como
hermana e hija siempre se preocupó por nuestro bienestar, ¿cómo podría no
hacerlo por su hija? Lena pasó a ser parte fundamental de su vida.
―Sé que podría preferir hacerlo. ―Sí, es el temor que tiene la mayoría,
incluida Elina. Todos suponen que al estar Abiel aquí, ella se sentiría
incómoda, es posible, pero si algo he visto en Lena, es que no se intimida y
que no huye.
Ella me recuerda tanto a mí, a lo que viví con Farah. Ciertamente,
aquello no fue algo tan real o verdadero como con Edin. Fue un
enamoramiento, algo más como cariño o agradecimiento y que siempre le
vi como mi opción. Eso mismo podría ser el caso de ella, aunque no
siempre funciona igual.
―Lena es muy inteligente y si lo hiciera sería porque es realmente lo
que quiere, porque siente que es lo correcto, lo que le haría feliz. Y no es
que no lo sea aquí, pero, para muestra, nosotras. ―Me mira sorprendida,
pero continúo―: Dejamos a la mayoría de los que amábamos y con quienes
crecimos, por seguir a nuestros corazones, por estar con quienes nos hacen
felices. Y es algo de lo que, con seguridad puedo decir, no me arrepiento.
―Tampoco lo hago.
―Como padres nada nos gustaría más que siempre estar ahí para
nuestros hijos, siempre mantenerlos seguros, pero es imposible. En algún
momento ellos tendrán que elegir por sí mismos, deberán tomar su camino.
Así es la vida. Si el futuro de Lena está en Jaim, así será y eso no significa
que no volverás a verla.
―¿Sabes, Mai? ―pregunta con una pequeña sonrisa―. Agradezco
poder contar contigo, siempre sabes qué decir.
―No siempre ―admito con una mueca que nos hace reír a ambas―.
Edin me dijo que Josiah parece estar enamorado y, como podrás imaginarte,
estoy ansiosa por saber más.
―¿De verdad?
―Sí, pero me pidió que le dé tiempo. ¡Aunque es muy emocionante!
¿Cómo olvidar ese primer amor? ¿No crees? ―Su mirada responde a mi
pregunta. Claro que ella siempre tendrá presente a Armen.
Elise (4)

―¿Qué tal? ―pregunta con la mirada puesta sobre la pequeña figura de


masa. Reprimo una sonrisa ante su expresión concentrada e infantil―. ¿Tan
mal está? ―insiste frunciendo la frente.
―No está mal ―admito tomándola de su mano, para colocarla sobre la
bandeja. Podría decir que antes de este instante, tenía cierto malestar con
Lena, por armar esta pequeña trampa, dejándome cocinando con Caden,
pero lo vale―. Solo que aún nos faltan otras veinte.
Ambos suspiramos al mismo tiempo y reímos ante nuestras caras
resignadas y llenas de restos de harina y comida. Y mejor ni ver el resto del
lugar.
―Entonces, mejor ponernos a ello ―murmura tomando otra porción de
amasado, antes de extenderlo con extremo cuidado sobre la tablilla para
colocarle el relleno.
―Sí.
No es que se trate de una ocasión especial o algo parecido, es solo que
esta noche han incluido a nuestros padres y no tengo idea cómo es que Lena
ha distribuido las tareas, de modo que Caden y yo nos hemos quedado solos
en casa de Kassia y Josef para preparar unas empanadas de carne y
verduras.
Este probablemente es uno de sus mejores intentos por darnos tiempo
juntos, ya que, en los anteriores, ya se tratase de mis hermanos, Airem o
Klaus, era imposible. En esa parte, Lena también ha tenido que concederle
momentos a Klaus, quien se muestra cada vez más entusiasmado con ella.
A Airem casi no la hemos visto, pasa mucho tiempo en las guardias y quién
sabe dónde. Rara vez nos cuenta lo que hace, aunque últimamente está muy
feliz, disfrutando de entrenar con Lena y algunos otros chicos.
―Caden.
―Dime.
―¿Qué sabes sobre la salida que han organizado Josiah y Airem con
Lena? ―Tal como lo han prometido, por fin ha puesto un día para salir del
muro y explorar.
No aparta la vista de lo que sus manos trabajan y yo no puedo
desaprovechar para observar su rostro. Varonil y con aire inocente. Tan
igual y diferente de su hermano.
―No creo que sea peligroso.
―Pero tampoco te gusta ―deduzco por su tono de voz.
―No es que no me guste ―corrige con calma. Eso sí que tienen en
común ambos, rara vez pierden la compostura―. Sin embargo, hasta ahora
no hay persona que no haya deseado salir de los muros, es algo casi
instintivo, a pesar de que hace años que no hay avistamientos de impuros.
―¿Temes que quieran hacerlo? ―No lo había visto de esa manera, pero
es verdad. Ninguno de nosotros tiene siquiera pensado cruzar las puertas.
Primero, porque no hay mucho que ver. Con las guerras que ocurrieron, el
mundo quedó demasiado deteriorado, prácticamente en ruinas y ahora se
trata más de vegetación lo que poco a poco cubre los alrededores. Alguien
dijo que era la tierra retomando lo que era suyo, antes de que los humanos
la poblaran.
Algunos de nosotros salen, pero únicamente cuando hay que transportar
cosas o llevar sangre a Jaim, pero prácticamente ellos se encargan de venir e
ir, sin que tengamos que hacerlo.
―El problema no es que quieran hacerlo, porque pueden, no hay algo
que se los prohíba, pero no existe una garantía de que no haya más impuros
o repudiados y con ellos podría haber brotes de Virus R.
―Creí que estaba erradicado y además todos tenemos la vacuna.
Eso fue algo con lo que se luchó mucho en los primeros años. Los
científicos de Cádiz lograron inmunizarnos.
―Correcto. Pero ellos son salvajes y han existido ahí afuera todos estos
años. No se tiene la certeza de que no haya mutaciones que puedan
afectarnos. ―Se detiene y me mira―. Lo que no deseamos es que se
expongan. Para eso está la guardia: han sido entrenados por si en algún
momento es necesario.
―Entiendo.
―Por otro lado, estando Josiah con ellas, creo que están seguras y será
algo corto.
―¿No piensas ir?
―No, soy quien debe practicar el ejemplo y no despertar la curiosidad
de las personas. Además, como te he dicho, no hay mucho que ver.
―Cierto. ―Olvidaba que siempre hay que anteponer los deberes.
―¿Quieres ir con ellos?
―Ah… No lo había pensado. ―Si tú fueras, desde luego que lo haría.
―Coméntalo con Airem, aunque…
―¿Qué?
―Preferiría que no fueras ―susurra antes de apartar la vista y centrarse
de nuevo en la comida. Lo miro pasmada, sin estar segura de saber
interpretar su comentario. ¿Por qué no quiere que lo haga?
¿Es lo que pienso? Podría ser solo porque cree que algo malo puede
pasar; ¿eso significa que le importo? ¿O que piensa que soy demasiado
débil? No soy tan fuerte como Airem, pero teniendo a un padre y dos
hermanos terribles, sé bastante sobre espadas para darles batalla.
Eso no se puede comparar, obviamente con la fuerza de un fundador,
pero creo que no estaría tan mal.
―Caden…
―¡Aquí están! ―¡Papá!―. Iba a preguntar cómo van, pero... veo que…
¿bastante bien?
Su sonrisa socarrona y tono de voz me dicen que no se refiere
particularmente a la comida y eso me pone nerviosa. Lo que menos quiero
es que Caden confirme que mi familia no es normal y eso le aleje. Nunca
antes he pensado en eso, pero podría ser un factor. Él conoce las mañas de
mis hermanos y los líos en que se meten, nunca ha sido su conejillo de
indias, pero…
―No soy bueno con esto ―comenta afligido, más que por lo que piense,
que por lo que verdaderamente compete a mi padre.
―Yo creo que eso no importa. ¿Ya la probaste?
―Lo hizo Elise. ―Mi padre reprime una sonrisa y sacude la cabeza,
poniendo expresión adorable. ¡Es terrible! Está tomándole el pelo y de paso
a mí.
―Sigan con eso ―dice agitando la mano―. Y a ti, muchacho, te hace
falta la malicia de tu padre o tu hermano. ―Se va soltando una risotada que
me deja boquiabierta. ¿Qué conoce al padre de Caden o a Josiah?
―¿Qué quiso decir? ―susurra desconcertado.
―Nada. Ya sabes que a veces dice cosas sin sentido ―aseguro
atropelladamente, desesperada por olvidar el asunto.
―¿Segura?
―¡Oh, sí! Claro que sí.
Lena (14)

Pongo las manos en la cadera e inclino la cabeza a un costado y luego al


otro, tratando de analizar esto de la mejor manera posible. Como quiera que
sea, esto se ve difícil.
―¿En serio crees que podemos hacer esto? ―Klaus me mira
preocupado, más serio de lo normal y eso no es de ayuda.
Lo creía antes de verlo de cerca o pensar con claridad. La madre de la
pequeña cabra no luce muy feliz con nosotros.
―Caden puede, nosotros también ―digo como si de verdad estuviera
convencida.
Con tal de que ese par se quedara solo un rato, hemos tomado las tareas
de él, pero mover los animales del pequeño cubículo al corral de
curaciones, no parece tan sencillo.
―Puedo llevar a la madre…
―Ni hablar ―interrumpe, mirándome ofendido―. Carga al pequeño, yo
lidiaré con la madre.
―¿Seguro? ―No es que Klaus sea débil, porque no lo es, pero es un
chico normal. Supongo que, si comparáramos fuerzas, sería más fuerte que
él.
Arremanga su camisa y me sonríe con seguridad. He de admitir que es
muy lindo, más que lindo, se ha portado muy bien conmigo todos estos
días. Y, sin embargo, no logra despertarme más que cariño. Ni el par de
veces que me ha llevado de noche al muro ha conseguido que quiera probar
el darle un beso.
―Por supuesto. Vamos. ―Se adelanta―. Porque aún nos falta
alimentarlos.
Cierto. Esto va para largo y a este paso, terminaremos justo antes de la
cena. Espero que abra la puerta, para moverse detrás de él. Con cautela se
acerca, tomando el lazo, se mueve colocando una mano al frente, como para
frenarla en caso de que se arroje sobre él.
Ella gime y sus patas golpean el suelo. Debe pensar que queremos
separarlos o lastimar a su cría.
―Tranquila, está bien ―digo en voz alta, recordando las palabras de
Caden, sobre que puedo ayudar a calmarlos.
Ella me ignora concentrada en Klaus, quien ya no se muestra tan seguro.
―Retrocede ―pide con voz ahogada, pero es tarde. Ella se lanza sobre
él, justo a tiempo logro apartarlo, pero me golpea haciendo que caiga contra
la pared y mi cabeza impacte algo duro. El golpe me deja confusa y
desorientada―. ¡No! ―el grito de Klaus me alerta, haciéndome abrir los
ojos y ver cómo la furiosa madre de nuevo se dirige hacia mí. Intento
moverme, pero un cuerpo se interpone.
Todo parece detenerse y quedarse en silencio.
―Abiel… ―balbuceo poniéndome de pie.
―Lena…
Un segundo después Caden está a mi lado y al siguiente tiene a la cabra
en sus brazos y es empujado hacia la puerta.
―Sácala de aquí ―ordena con brusquedad, luego mira a Klaus, quien se
ha quedado pálido―. Lleva a su cría.
No sé si es la severidad de su voz o expresión de pocos amigos lo que los
convence, pero se van.
Dejo escapar un profundo suspiro, sin entender qué ha pasado. Es decir,
sé qué pasó, pero ha sido solo un segundo y todo se ha vuelto un caos. Y lo
peor: está aquí, delante de mí. No esperaba ver a Abiel, y menos de esta
forma.
―Estás sangrando ―susurra. Su tono es áspero, como si estuviera
enojado. Confundida levanto la mano y veo la sangre cubrir mis dedos. No
acierto a responder, porque no tengo idea de dónde ha salido, no tengo dolor
o puede que sea aún la adrenalina. Acorta la distancia y sujeta mi mano,
pero antes de que pueda reaccionar, su boca esta sobre mi piel y su lengua
borra el rastro carmín. Mi corazón se acelera y él emite un pequeño
gruñido, que me hace temblar―. Lena.
Encuentro su mirada y veo cómo sus ojos han adquirido un tono más
intenso, pero no es eso lo que me deja sin respiración, es la intensión, algo
salvaje y primitivo.
Su brazo envuelve mi cintura, tirando de mí, hasta que nuestros pechos
se funden. Me olvido de todo y me concentro en sus ojos. Me parece que
todo ocurre demasiado lento, pero no hago nada para detenerlo. Permito que
su boca descienda sobre mis labios y que su lengua busque la mía.
Lena (15)

No es posible que esto sea real, es decir, siempre he soñado que sucede, lo
he anhelado, sobre todo después de ese primer beso, pero... Abiel no puede
estar besándome de este modo, como si estuviera desesperado, hambriento
de mí, como si lo necesitara. ¿Acaso he perdido el sentido sin darme
cuenta? ¿Aún estoy soñando? ¿Es así?
Aspiro por la nariz impregnándome de su fragancia, en tanto que mi
boca se llena de su sabor, que he probado antes, pero que ahora tiene cierto
toque salado de mi sangre. Mi sangre. Ha sido tan extraño.
Entonces rompe el beso, pero no se aleja. Me observa fijamente, no sé si
esperando a que me aparte o diga algo, en todo caso soy incapaz de hacer
cualquiera de las dos. Ni siquiera estoy segura de si podría mantenerme en
pie, si no fuera porque me aferro a él y porque su cuerpo me presiona contra
la pared de madera. Tampoco tengo idea en qué momento ha pasado esto.
Sus manos sostienen mi rostro, acunando mis mejillas con demasiado
cuidado. Sus ojos parecen más profundos, más intensos. No emite palabra
alguna, de nuevo su boca toca mis labios, ahora es más suave. Aun así me
roba el aliento. El beso dura solo unos segundos, antes de que se mueva a
mi cuello.
¡Sí!
He imaginado tantas veces esto, que no puedo creer que sea verdad.
Gimo echando la cabeza hacia atrás, permitiendo que su boca explore a su
gusto mi piel. Sus dientes rastrillan ligeramente, enviando una sensación
increíble que se instala en mi estómago y baja hasta mis piernas,
haciéndome temblar. Tengo la impresión de que sigo durmiendo o me he
perdido en algún momento.
―Lena ―susurra, su aliento golpeando mi garganta.
Sus manos ahora están en mi espalda, sosteniéndome firmemente. ¡Me
gusta! Paso saliva ante el ronco sonido de voz, que es más una especie de
gruñido salvaje. Siento cómo sus labios se abren y succionan, antes de
permitir que su lengua humedezca mi piel. ¡Oh, sí! Repite la acción, solo
que ahora es un poco más duro. Eso dejará marca, pero no importa, en lo
único que puedo pensar es en lo bien que se siente, en aferrarme a sus
brazos y esperar a que no se detenga...
Su boca desaparece antes de que su cuerpo se mueva, dejándome confusa
y necesitada de más.
―Diría que lamento interrumpir, pero en este caso no lo hago.
¡Oh, no!
Me tambaleo adormecida con su toque e incapaz de reaccionar del todo.
Abiel está delante de mí. Su brazo todavía me sostiene, pero su cuerpo
bloquea mi vista de quienes han interrumpiendo y fueron testigos de lo que
ha pasado. El señor Knut y Farah, quienes nos miran no muy contentos.
Creo que puedo hacerme una idea, no ha sido una imagen demasiado
inocente y el hecho de que soy un manojo de hormonas alocadas, no ayuda.
Busco mi voz, pero lo único que sale de mi boca es un jadeo extraño, que
hace a Abiel tensarse a un más y aferrar mi cintura, pegándome a su
espalda.
Esto es confuso, su actitud es defensiva, como si los considerara
enemigos y no como si acabaran de encontrarnos en una situación no muy
cómoda.
―Necesitamos que nos acompañes, Abiel. ―El padre de Airem parece
preocupado a diferencia del señor Knut que mantiene una sonrisa ladina,
como si estuviera conteniendo una risa. Él es tan él, tan Knut. Eso siempre
dice Elise y tiene razón.
Abiel no se aparta ni responde, lo que parece inquietarlos. Yo lucho por
procesar todo. Desde que ha aparecido evitando que fuera golpeada,
siguiendo por su toque y ahora el hecho de que parecen temerosos.
El movimiento detrás de ellos me hace desviar la mirada, para encontrar
a Neriah, el padre de Klaus, quien también luce alarmado. Su presencia
agita aún más a Abiel, quien se mantiene firme delante de mí, como si
necesitara protegerme.
―¿Necesitamos ayuda para que vengas con nosotros? ―inquiere Knut,
descruzando los brazos y señalando a Neriah.
¿Ayuda? Es evidente que piensan que Neriah puede contenerlo, y eso es
absurdo. Es decir, no ha pasado nada malo, no tendrían por qué actuar de
este modo.
―No voy a dejarla sola ―declara, su voz volviendo a ser la misma de
siempre, a pesar de que se muestra intranquilo.
―Caden cuidará de Lena mientras hablamos ―asegura Farah―, será
solo un momento.
―No... ―Quiero negarme, pero Abiel me interrumpe.
―Bien, iré ―responde girándose hacia mí. Su mano acaricia mi rostro,
pero sus ojos se centran en mi cuello. Hay un atisbo de malestar y ahora
también se muestra preocupado―. No pasa nada, necesito hablar con ellos.
―No puedes irte sin hablar conmigo ―exijo sosteniendo su mano, antes
de que retire su toque de mi cara. Asiente con un ligero movimiento de
cabeza y con poca disposición retrocede, hasta que sale de la pequeña
habitación, que ahora me parece demasiado pequeña para tantas personas
reunidas entorno.
―Quédate con Caden ―ordena el señor Farah, dándome una extraña
mirada.
Antes de que pueda preguntar por él, Caden aparece y se mantiene junto
a la pequeña puerta hasta que se han ido. Parece indeciso, pero da un par de
pasos y toca mi cuello. Siento algo cálido recorrer mi piel y luego
desaparecer tan rápido como llegó.
―¿Estás bien? ―pregunta tocando suavemente mi brazo. Él también
está preocupado, es menos bueno en eso de ocultar sus emociones.
―¿Qué ha sido eso? ―murmuro desplomándome completamente contra
la pared―. ¿Por qué se lo han llevado? ―No me gusta su actitud ni lo que
parece. ¿No se supone que tendrían que hablar también conmigo?
Caden frunce los labios, como si estuviera inseguro de hablar y eso
despierta mi inquietud.
―Él no hizo nada malo.
―No, no lo hizo ―dice relajándose un poco―. Solo quieren hablar con
él. Es todo.
―Pero... ―Sacude la cabeza y, tomándome de los hombros, me conduce
hacia la puerta.
―Vamos con la abuela, ahí puedes esperarlo.
Desde luego que quiero hacerlo, esto ha sido tan inesperado y confuso.
Aunque probablemente la peor parte es que todos ellos hayan sido testigos,
lo que significa que llegará a oídos de mis padres. Me detengo de golpe. No
estoy segura de que les guste. Mi padre ha dejado claro que no le
importaría, pero tanto él, como mi madre saben de la pareja de tuvo Abiel y
que se supone no puede volver a enamorarse de nadie. Apenas estaba
tratando de asimilarlo, pero esto no ayuda en nada.
―Aún no termino con los animales.
―Klaus puede ocuparse ―asegura obligándome a retomar la marcha―.
Vamos.
―¿Seguro que está bien? ¿No debería estar con él? No me obligó a
hacer nada, Caden. Te lo aseguro. ―Esto es malo, ahora que lo pienso, ellos
podrían creer que estaba forzándome o algo parecido. Quizás por eso se
mostraban tan raros. ¡Oh, no! De nuevo estaría metiéndolo en problemas―.
Quiero ir.
Me detiene y suspira antes de mirarme compasivo.
―Ellos saben lo que hacen, por ahora es mejor que te quedes conmigo.
―Pero creo que están exagerando. No pasó nada.
―Lena. ―Me mira con severidad, inclinándose ligeramente―. Solo
quieren asegurarse de que no es peligroso para ti.
―¡¿Qué?! ―¿Por qué pensarían algo así? ¿Peligroso? ¡Já! Siempre he
pensado que yo soy quien es peligrosa para él, pues parece temerme. A
pesar de que no lo demostró hoy.
―Quería morderte, Lena ―explica mostrando algo de desazón,
dejándome pasmada. ¡¿Morderme?!―. No la viste, pero dejó una pequeña
marca en tu cuello.
No tengo palabras que debatir, algo me indica que tiene razón. Lo sentí,
lo vi en sus ojos. No eran como normalmente suelen ser, parecían más
intensos, más salvajes.
Él aprovecha mi desconcierto y me conduce hacia la casa. Elise nos mira
sorprendida al vernos entrar, al mismo tiempo que parece aliviada de
comprobar que Caden está bien.
―He terminado ―explica tomando un par de recipientes y le dirige una
mirada a Caden, quien asiente―. Voy con mi madre, vuelvo más tarde.
Me dedica una sonrisa incómoda y se va, dejándonos solos. Eso seguro
no le agrada mucho, he arruinado su momento a solas.
―Tú sabes lo que es él y cómo les afecta la sangre ―comienza a decir,
mirándome comprensivo―. No bebió, pero parece que tenía la intensión y
sabes que eso va contra las reglas.
¡La sangre! Fue por eso que parecía extraño.
Antes de que pueda formular una respuesta, lo siento. Me doy vuelta tan
rápido como soy capaz y voy directo hacia la puerta, ignorando la protesta
de Caden. No me sorprenden los susurros y la conmoción de las personas
que miran en su dirección.
¡Ha venido!
No esperaba que fuera tan rápido, aunque debí suponer que no
guardarían el secreto.
Mi padre, acompañado por el señor Danko y Haros, avanza por la calle,
captando toda la atención de los ciudadanos. Incluso algunos han salido de
sus casas para verlos. Sus pálidos y atractivos rostros y atuendos oscuros,
contrastan con el aspecto de las personas que los miran anonadados. No es
que no los hayan visto antes, pero es un hecho que han sido muy pocas las
veces que han venido a Jaim. Especialmente los tres.
―Papá ―digo interponiéndome en su camino. Es difícil saber qué
piensa, rara vez cambia su expresión, al menos cuando hay alguien más
presente que no sea yo o mi madre. Me mira de pies a cabeza, su mirada
centrándose en mi cuello. Inconscientemente me llevo la mano ahí, a pesar
de que sé que no hay nada ahora, no obstante, él parece saber qué pasó―.
Él no ha hecho nada.
Los señores Danko y Haros enarcan una ceja, interrogantes, como si no
creyeran mi afirmación. Y es que aunque no haya evidencia, sé que debo
llevar aún el aroma, lo que indica que sin duda deben saber que me besó.
―Nadie está en problemas ―responde el señor Danko―, solo hemos
venido para hablar.
Eso no se lo creen ni ellos mismos. No vendrían en grupo si se trata solo
de eso, podrían haberle pedido que fuera a Cádiz o esperar que lo hiciera.
Me acerco a mi padre, tomando su mano y mirándole suplicante. Sé que
él me quiere y que siempre ha confiado en mi palabra, a pesar de que no
todo es tal como lo pinto.
―Promete que no le pasará nada.
Esboza una pequeña sonrisa y acaricia mi mejilla.
―Lo prometo. Por ahora, ve con Caden. Hablaremos más tarde.
Caden tira de mí y ellos siguen su camino hacia la casa de Farah. Es solo
a un par de metros, pero ninguno parece dispuesto a permitir que hable con
él.
Abiel (4)

Empuño con impotencia mis manos, al recordar lo que estuve a punto de


hacer. ¿Qué demonios pasó? Solo trataba de mantenerla a salvo. En cuanto
percibí que estaba en peligro, no lo pensé. Solo quería curar su herida... el
sabor de su sangre me hizo perder la capacidad de razonar. ¡Maldición!
―Me pregunto cómo reaccionará Gema cuando se entere. ―Knut parece
disfrutar demasiado esta situación, a pesar de que finge severidad.
―La protegió. Y él solo ha probado su sangre, que provenía de su
herida. ―Farah parece menos dispuesto a juzgarme, más bien luce
preocupado.
―Porque logramos llegar a tiempo, pero sabes que esa no era su única
intensión. ―Me dirige una mirada burlona―. Me pregunto por qué estos
tipos pierden la cabeza con un poco de sangre.
―¿Podrían dejar de hablar como si no estuviera presente? ―gruño
irritado ante su falta de tacto. Lo que menos necesito en este momento es
que me recuerden lo que hice. O pensé hacer.
No habría arrancado su vida, tengo esa certeza, jamás lo he hecho. Pero
eso no resta que la habría lastimado y posiblemente aterrorizado. No me lo
perdonaría.
―¿Quieres que te incluyamos? ―De nuevo Knut pretende tomarme el
pelo. Este híbrido no se toma nada en serio―. Dime algo, ¿no crees que
eres un poco viejo para ella?
―Mira quién lo dice ―protesto, haciendo referencia a los años que le
lleva a su mujer. Eso sin duda ayuda a que no se note demasiado la
diferencia en este momento. Él sigue luciendo como un hombre de treinta,
en su plenitud.
―Yo no tengo más de quinientos años. Así que soy más joven y guapo
también, pregúntale a mi esposita.
Farah sacude la cabeza, conteniendo una risa.
―Si le preguntas a Lena, dirá que él es más guapo.
―Por eso digo que le preguntemos a mi esposita.
Miro la puerta, justo antes de que se abra y ellos entren. Me pongo de
pie, inclinando la cabeza en señal de saludo. No esperaba que vinieran los
tres, aunque supongo que esto es algo serio.
Sé que no debería estar cerca de ella y que se supone que había decidido
hacerlo por mi propia voluntad, pero esto cambia todo.
―Lamento que tuvieran que venir. No era necesario.
―Creo que es mejor ―responde el señor Regan. No hay reproche en su
mirada, ni tampoco malestar. Sin duda es alguien que tiene todo mi respeto,
es alguien justo que siempre se guía por los hechos. Eso me hace sentir
culpable, porque no hay nada que me absuelva.
―Pues sí, así Gema no se entera.
―Knut ―gruñe Farah, advirtiéndole con la mirada.
―Yo no he dicho nada. ―Levanta las manos y se encoge de hombros.
Aunque dudo que de verdad no esté dispuesto a intervenir. Sí, él está
disfrutando demasiado de esto.
―Tranquilo, Abiel ―el señor Edin me pide indicándome que me
acomode de nuevo en la silla―. No ha pasado nada que debamos lamentar.
―Porque yo la salvé ―interviene de nuevo Knut―, él parecía listo para
devorarla y no me refiero solo a morderle el cuello...
―Creo que todos entendemos sin necesidad de que nos ilumines ―dice
cortante, haciendo un gesto de agobio.
―Nunca fue mi intención lastimarla ―aseguro―. Trataba de salvarla.
―Lo sabemos ―responde de nuevo él, en tanto que el señor Armen se
mantiene en silencio, observándome atento―. Es normal que perdamos la
cabeza cuando probamos sangre.
―Yo... ―Nunca me ha pasado. Y no se trata solo de que sea
directamente de un humano, porque antes de que hubiera sustituto tenía que
alimentarme como todos.
―¿Por qué lo hacen? ―pregunta Knut con curiosidad―. ¿Por qué se
vuelven locos? ¿Significa que deberíamos preocuparnos cada vez que nos
pinchemos un dedito?
―No se trata de cualquier sangre ―aclara Haros, luciendo disgustado―.
Es solo con la sangre de una mujer, y una en particular.
¡Mierda!
Sé lo que están intentando dar a entender, pero no es posible. Con ella
nunca ocurrió, jamás pensé en probar su sangre, no lo hice.
―No estamos diciendo que estés obligado a hacer nada ―aclara el señor
Edin, luciendo preocupado―, pero eres consciente de que ahora ella tiene
una idea muy distinta sobre ustedes.
―No queremos interferir, hemos respetado tu decisión de mantener la
distancia, pero es evidente que te sientes atraído por ella.
―Es solo que no me he alimentado. ―Ha sido con poca frecuencia y su
sabor simplemente era único. Llenó todos mis sentidos, despertando una
necesidad que jamás he experimentado.
―Sí, eso dije yo con Mai. ―No hay ironía en sus palabras, se trata más
bien de una afirmación. Y entiendo que las situaciones son altamente
similares, pero...
―Y yo con Irina. ―Haros se encoge, mostrando una pequeña sonrisa
cargada de suficiencia. Lo he escuchado, ellos comenzaron de ese modo,
con intercambio de sexo y sangre.
―No entiendo ―murmura Knut―. ¿No es lo mismo con todas?
―No, ciertamente nos sentimos atraídos por la sangre en general
―explica el señor Regan―, pero es más fuerte cuando se trata de la mujer
que despierta sentimientos en nosotros.
―Esto se pone interesante. ―El rubio sonríe cruzando los brazos, como
si estuviera impaciente por seguir escuchando. Comienza a resultar molesto.
―No estamos dando por hecho nada, es solo que depende de ti seguir
alejado de ella o intentar establecer un lazo. Somos conscientes de tu
historia, pero esto cambia las cosas.
―¿Estás sugiriendo que quieres que se coma a tu hija? ―pregunta,
burlón―. ¿Crees que a Gema le gustará?
―Knut...
―Tu sarcasmo es demasiado desconsiderado ―murmura Haros,
sacudiendo la cabeza.
―Pero eso ha dicho, aunque no estoy criticando. Yo intento lo mismo
con mi hija, solo que ese muchacho es demasiado despistado. ―El señor
Danko gruñe―. ¿Qué? No puedes quejarte, mi hija es tan hermosa como su
madre.
―Estás saliéndote del punto ―señala Farah, moviéndose incómodo.
―No, estamos hablando de los hijos. Y eso es lo que ha dado a entender
Armen. ¿Me equivoco?
―¿No sería mejor que me alejara por completo de ella? ―cuestiono
captando la atención de todos―. Podría lastimarla.
―No lo harás y todos sabemos que Lena no lo permitirá. Además, se
trata de ver cómo funcionan las cosas. Eres alguien importante y confiamos
en ti, incluso Gema lo hace.
―No tienes que responder ahora, antes habla con ella. Ya no está herida
y ahora estás controlado, así que puedes ir.
Los miro indeciso, pero el señor Regan asiente. Me pongo de pie y me
dirijo hacia la puerta. No estoy seguro de que se supone diré, pero no puedo
huir, tampoco deseo hacerlo. Comienzo a creer que nunca podría.
Danko (2)

―Tengo que confesar que esta es una de las conversaciones más


interesantes que he escuchado en mucho tiempo ―expone sin molestarse en
ocultar su diversión―. Me ha hecho el día. ―Imposible no estar de acuerdo
con Abiel, este tipo sencillamente es un idiota.
―Tienes suerte de que Abiel sea demasiado tranquilo y que se encuentre
lo suficientemente afectado como para ignorar tu sarcasmo y no romperte la
cara ―le hago saber, sacudiendo la cabeza.
Es un hecho que esa niña lo afecta más de lo que esperaba. Nunca pensé
que perdería el control. Abiel es alguien que siempre se ha encargado de
cubrirme las espaldas, de hacerme ver con claridad cuando he estado a nada
de perder el rumbo, es alguien que no se rompe fácilmente y que, sin
embargo, en este momento no tiene idea de qué debería hacer. A pesar de
toda su renuencia, le importa demasiado, probablemente está mucho más
sorprendido por su ataque que el resto de nosotros. Desde luego que me
preocupa, aunque saber que no soy el único que se vuelve loco con la
sangre de su mujer ayuda un poco a mi consciencia. Durante algún tiempo
temí ser capaz de lastimar de nuevo a Mai, después de aquel día en que
tomé su sangre sin pensar en las consecuencias. El frenesí que desencadena
el sabor anula toda capacidad de razonar. No obstante, cuando te das cuenta
de lo que significa esa persona, protegerla es mucho más fuerte que toda esa
necesidad que te envuelve. En mi caso, la extrema confianza que Mai
depositó en mí, fue invaluable. Confío en que Lena haga lo mismo con él y
que esto pueda resolverse de la mejor manera.
Knut se encoge de hombros ante mi comentario, centrando de nuevo la
mirada en Armen, quien se ha mantenido sereno, a pesar de estar muy
preocupado por su hija. Apenas le hice saber que algo pasaba con ella, no
esperó a que terminara, antes de que nos encontráramos cruzando las
puertas de la ciudad. Obviamente, descubrió los detalles a través de mi
mente y eso pareció aliviarlo un poco. Me alegra que escuchara mi consejo
y decidiera no intervenir, al menos por el momento, dándoles una
oportunidad para ver cómo resultan las cosas. Ahora todo está en manos de
Abiel y también de la propia Lena. Si se muestra tan decidida como antes
de que ocurriera ese pequeño malentendido con el beso, pronto tendremos
una nueva pareja y tanto Gema como Armen dejarán de estar subiéndose
por las paredes debido a su ausencia en la casa.
Si sus padres tenían una pequeña renuencia a que estuvieran juntos, ya se
tratara de la diferencia de edades o de la anterior relación de él, desde que
permanece aquí, parecen dispuestos a pasarlo por alto todo. Ya que es
evidente que ella regresaría solo para estar con él. Además de asegurarse
que no terminaría con alguien de Jaim. Una pena que yo no pueda decir lo
mismo, aunque tal como Mai muchas veces lo ha dicho, lo más importante
es su felicidad, sin importar en manos de quién se encuentre.
Si Lena regresa haría felices a todos, incluida Elina, que la adora. Y no
solo porque su carácter tenga mucho parecido, puede que también sea el
hecho de que en cierto sentido sus historias amorosas convergen. Ambos
previamente enamorados de una mujer humana. Realmente espero que no
terminen de la misma manera. Aunque la diferencia más notable es que
Lucie está muerta, de eso no hay duda.
―Pero, hablando en serio, ¿no les preocupa que quiera atacarla de
nuevo? Sabemos que Lena es fuerte, pero no olvidemos que Abiel es el jefe
de la guardia. ―Se rasca la barbilla, pensativo, observando las expresiones
de todos, deteniéndose en Farah. Supongo que de nuevo esto le recuerda a
lo ocurrido con Mai y cuando se negaban a permitirle estar cerca de mí.
Prácticamente nadie lo menciona, es cosa pasada, cada uno tiene su pareja e
hijos y aunque no me gusta del todo entiendo que siempre habrá cierto
afecto, pero tengo la certeza de que solo se trata del tipo familiar. Aunque
siempre existe una excepción, Knut, por supuesto, que parece disfrutar de
traerlo a colación. Otra cosa por la que no me agrada y por la que le ha
quitado el puesto del tipo molesto a Jensen. Anisa se encarga de mantenerlo
ocupado, ya sea con peleas o algo más.
―No hará nada ―refuto mirándole con malestar.
―Él parecía bastante dispuesto a…
―Knut ―la voz severa de Armen lo interrumpe, haciéndolo callar―.
Abiel nunca haría algo para lastimarla. Es verdad que perdió el control,
pero ahora que es consciente de lo que pudo suceder, será más cuidadoso al
respecto. ―Eso ni dudarlo, estaba demasiado afligido. Otra cosa que
demuestra cuánto le importa, a pesar de que se niega a aceptarlo. ¿Por qué
no puede simplemente tomarla como su mujer y ya? No es tan complicado,
sobre todo porque ella parece dispuesta a aceptarlo―. Si yo considerara que
está en peligro, no permitiría que estuviera cerca.
Sonrío. Así es, Armen siempre tratando con los asuntos incómodos,
manteniendo su postura tranquila.
―Bueno… no creo que a Gema le guste. ―Pero qué persistente es.
«No sé por qué tienes que soportarlo», gruño mentalmente a Armen,
pero no atiende mi comentario. Él siempre tan mesurado con este par,
aunque Farah se queda corto. He de admitir que después de encontrar a esa
híbrida cambió, supongo que como la mayoría de quienes tenemos una
pareja. Nuestras mujeres son capaces de volverse el centro de nuestra
existencia y obviamente haríamos todo para complacerles. Incluso lidiar
con ellos.
―Gema quiere que su hija regrese, pero, sobre todo, que sea feliz
―respondo consiguiendo darle un respiro a mi pobre amigo. No la lleva
fácil, no solo porque se trata de su hija, sino porque conoce demasiado bien
la preocupación de su mujer en lo referente a ella―. Entenderá.
Una enorme sonrisa inunda el rostro del rubio, que eleva y baja las cejas
de modo burlón. ¿Cómo diablos hace su mujer para aguantarlo?
―O sea que no le piensan contar, ¿me equivoco?
―Está de más decir que no hay nada que Armen no le haría saber a
Gema ―asegura Uriel, mirándole con disgusto―. Pero tal como Danko ha
dicho, aquí no ha pasado nada que lamentar, no hay por qué afligirla
innecesariamente.
―Pero ¿y si por casualidad a alguien se le escapa decirle?
―Sencillo. En ese caso, te romperemos la cara por soplón ―responde
encogiéndose de hombros, con una sonrisa fingida―. Sentido común,
rubiecito. ―Por mucho que odie admitirlo, es verdad que hacía mucho no
teníamos una conversación tan llena de cosas sin sentido como esta. Tanto
que había olvidado los piques que hay entre este par.
Me recuerda demasiado a cuando llegaron por primera vez a Cádiz. Es
prácticamente igual, excepto que en esta ocasión Farah no parece dispuesto
a unirse a su pulla y, por otra parte, hace falta un rostro familiar. Rafael.
―El punto no es decirle o no, eso solo le corresponde decidirlo a Armen,
lo importante es el bienestar de Lena ―comenta Farah, ignorando la
pequeña disputa de Knut y Uriel, que siguen mirándose―. ¿Han pensado
que puede querer volver a Cádiz?
―Es posible ―concede Armen, luciendo ligeramente esperanzado.
Puedo comprenderlo, separarte de un hijo no es cosa sencilla. Mucho menos
cuando no se tiene ese lazo sanguíneo que te permite seguir todos sus
movimientos y asegurarte de su bienestar. Él sabe perfectamente que nadie
permitiría que le ocurriera algo malo, especialmente su hermano, pero no
hay nada como ser uno mismo quien se encarga de seguirle y tener la
certeza de su integridad―. Y eso no es problema, bastará con que nos
notifiquen y alguien vendrá a recogerla.
―Sí que vas en serio con eso de emparejarlos ―farfulla Knut―. Pero
ten cuidado, aunque no lo creas, no les gusta que intervengamos, te lo digo
por experiencia propia.
―Si eres tan sutil como ahora, no tengo duda de que tu hija debe querer
renegar de ti cada momento.
―Mi Elise me adora, aquí el problema es que tu hijo no se aplica. ―Se
cruza de brazos, fingiéndose serio―. ¿Por qué no le das algunos consejos?
Lo haría yo, pero eso sí que puede hacerla enojar y a mi esposita también. O
puedes decirle a Josiah que lo haga, a él sí que le has enseñado bastante
bien.
―¿De nuevo con eso? ―gruñe Farah, luciendo incómodo, cosa que lo
hace reír con ganas―. Deberías dejar de espiarlos y mejor cuidar a tus
hijos.
―Coincido ―Uriel muestra una sonrisa irónica, disfrutando de poder
ponerlo en evidencia. Sí, esto es tan conocido―. La mayoría de las quejas
que escucho hasta Cádiz, tienen los nombres de tus hijos.
―Son niños ―se encoge de hombros―, espera a que sean mayores.
―Si son una décima parte como tú, alguien pedirá que los expulsen de la
ciudad y yo apoyaré la moción.
―No puedes, no perteneces aquí y mi yerno no lo permitiría. O no le
permitiría que vea a mi Elise.
―Me gustaría decir que no cuentes con que suceda ―digo haciendo una
mueca―, pero tu hija no tiene la culpa de que seas su padre y a mi hijo
parece importarle. ―Solo que tal como ha dicho, es más cauteloso en ese
sentido. A pesar de tener el mismo aspecto que Josiah, su temperamento es
más parecido al de Mai. Cómo olvidar su timidez al inicio y cómo sus
mejillas se enrojecían―. Lo que sí te advierto, es que dejes de asediarlos,
ellos harán las cosas a su manera y en su momento.
―Mira quién lo dice, el que robó a Mai de Farah. ―Gruño
incorporándome, dispuesto a romperle la cara, pero Armen ha adivinado mi
reacción y se ha interpuesto. Lo mismo que Farah, solo Uriel se limita a
observar, como si estuviera deseando que lo haga.
―Cuida tus palabras ―digo arrastrando las palabras, en tanto que miro
con malestar a Armen, pero sacude la cabeza, negándose a liberarme y
dejarme al menos darle un pequeño escarmiento.
―Nadie se robó a nadie ―murmura dirigiéndole una mirada severa a
Knut― y esta conversación está fuera de lugar. Lo que hagan nuestros hijos
solo les corresponde a ellos y nosotros no deberíamos de estar discutiendo
al respecto.
―Armen tiene razón ―interviene Farah, empujando sobre el banquillo
al rubio que mantiene su expresión socarrona―. Nosotros pasamos por ello
y sabemos lo desagradable que es tener a todo el mundo diciéndonos qué
hacer.
―Déjenlo. No olviden que serán familia, no deberían pelear ―dice
Uriel, sin ocultar una sonrisa. ¡Mierda! Familia con este par, a Farah puedo
tolerarlo pero a Knut…
Rompe a reír con ganas y eso parece disipar la tensión.
―Ha estado tomándonos el pelo ―farfulla Farah golpeándole el brazo.
―Lo dicho. Qué conversación tan entretenida. Deberían visitarnos más a
menudo.
―Idiota ―decimos varios a la vez, pero eso solo lo hace reír aún más.
Mantengo la expresión molesta, pero internamente sonrío. ¿Quién
hubiera dicho que algún día estaríamos hablando sobre nuestros hijos?
Lena (16)

Esto no me gusta, no me gusta.


Le dirijo otra mirada inquieta a Caden, no es la segunda o tercera, he estado
haciéndolo desde que regresamos a la casa, pero a pesar de mi ansiedad, él
se mantiene sereno, como siempre. Permanece sentando en uno de los
banquillos de la cocina, limitándose a observar mi andar. Opina que todo
está bien, que debería relajarme, es imposible estar inmóvil. Ha dicho que
no hay nada que temer y aunque confío en mi padre, no saber qué ocurre
me desespera.
―¿Por qué demoran tanto?
―En realidad, no hace tanto que volvimos. ―Lo miro molesta, pero solo
se encoge de hombros―. ¿No te preocupa nada de lo que he dicho? ―De
reojo le veo, sin detener mi andar.
―Justamente por eso quiero hablar con él. ―A pesar de no estar segura
de qué se supone que quiero escuchar. Es decir, primero saber por qué me
besó así, tan intenso. ¿No se supone que le resulto desagradable? ¿Cómo
llegó tan rápido y qué fue lo que le dijeron?
Suspiro apoyándome en la pared.
Ambos volvemos el rostro al sentirlo acercarse a la puerta, un par de
segundos después entra. Abiel se detiene en el umbral, sus ojos se posan en
mí, como si fuéramos los únicos en la habitación. Hay algo notable, ahora
tienen ese tono rojizo normal y parece sereno.
―Estaré arriba ―expresa Caden moviéndose. Escucho sus pasos al subir
las escaleras, manteniendo la mirada en Abiel, y luego el sonido de una
puerta cerrándose, probablemente de mi habitación.
Ninguno de los dos dice nada, solo nos miramos fijamente. No sé qué
debería decir, aunque sé que fui yo quien le pidió que no se marchara sin
que habláramos. Quizás únicamente por eso está aquí. Me alegra saber que
no le han hecho nada, aunque es resistente, los golpes de otro vampiro
demoran en desaparecer, especialmente si se trata de un fundador.
Suponiendo que mi padre o el señor Danko lo hubieran castigado. Nunca he
visto que lo hagan con otros, porque ellos y especialmente él, son
demasiado correctos. Es un poco tonto pensar que podrían hacerlo, no han
actuado de ese modo, pero ellos son de temer cuando se lo proponen. O eso
he escuchado.
Abiel es el primero en moverse e inesperadamente se acerca,
abrazándome. ¿De nuevo estoy soñando? Permito que sus brazos me
rodeen, sin resistirme ni evitar responder, aferrándome a su espalda.
Entierro mi rostro en su pecho, disfrutando de la cercanía y del instante,
puede que no se repita. Parte de mi cabeza opina que no debería hacerlo. La
última vez que me dejé llevar, las cosas no salieron como esperaba y así es
como terminé aquí. No es que me arrepienta, porque he disfrutado mucho
ser útil y hablar con personas que son como yo.
―Lamento haberte asustado ―murmura, sus labios sobre mi pelo. Un
gesto tan íntimo que me acelera el pulso.
Levanto insegura la mirada, temiendo encontrar su rostro, pero
frunciendo la frente ante su afirmación. No parece horrorizado ante el
contacto, ni como si quisiera huir o estuviera siendo obligado. Pero es
difícil estar segura con ellos, que casi nunca dejan ver su sentir.
―Me sorprendiste ―admito, mis dedos jugando con su camisa―, pero
no tuve miedo.
―Porque no sabías lo que estaba pensando.
¡Oh, vaya! Tan directo.
―Entonces, ¿es verdad que querías morderme? ―Parece avergonzado e
intenta alejarse, pero no lo permito, me aferro a él y eso parece
persuadirlo―. Dime. ¿Querías mi sangre?
Suspira, cerrando los ojos un instante. Me tenso, esperando por su
reacción. Parece arrepentido y preocupado, nada como en aquella ocasión.
Eso ya es un pequeño alivio, eso y que no ha dejado de sostenerme.
―Sí.
Bien. Escucharlo de otro no es igual y me toma un poco desprevenida.
―¿Por qué? Tú nunca has hecho eso. ―Abre sus grandes ojos,
inclinándose ligeramente, haciéndome consciente de nuestras diferencias de
estatura―. ¿Fue por olerla? ¿Por la herida de mi mano? ―Asiente con la
cabeza.
―Cuando sentí que estabas en peligro, solo pensé en llegar a ti. Pero
cuando entré, el olor de tu sangre me golpeó y perdí el control.
―Entiendo.
―Solo quería curarte, pero… su sabor es maravilloso, Lena ―susurra
sosteniéndome la mirada, atento a mi reacción. ¡Wow! Sabor maravilloso.
Es un poco extraño escuchar eso de tu sangre, supongo que no importaría
demasiado si viniera haciendo referencia a otra cosa.
―Uhm. ¿Querías algo como dejarme sin una gota o solo probar un
poco? ―Mi intento de broma no le causa gracia. Olvidaba que es el señor
seriedad―. Abiel ―digo sujetando su rostro, obligándolo a bajar otro poco,
casi hasta que su nariz toca la mía―, sé lo que quieres decir, no soy tonta,
pero no ha pasado nada y no estarías aquí si alguien pensara que estoy en
peligro, ¿cierto?
Mi padre ya hubiera puesto al tanto a mi madre y ella estaría aquí,
palmándome de pies a cabeza antes de llevarme hasta Cádiz y hacer que
Koller me revisara también. Eso pasó cuando tenía diez años y se me
ocurrió saltar del balcón de un cuarto piso, imitando a Josiah. Obviamente,
terminé con algunas heridas. Un híbrido no es tan duro, aunque tenga
ciertas habilidades.
―Nunca te haría daño. ―Toma mi mano y observa mis dedos. Fue un
pequeño corte, de esos que sangran de manera exagerada, pero que en
realidad no son cosa seria.
―Lo sé ―contesto no tan segura como quisiera, temiendo que
lleguemos a la parte de “olvida el beso y volvamos a fingir que nada
pasó”―. ¿Puedo saber qué te dijo mi padre? ―Niega. Eso no me
sorprende―. Entonces, ¿qué sigue? Quiero decir…
Ahora es él quien suspira, apoyando su frente en la mía.
―No voy a mentirte, Lena. ―Lena. No he pasado por alto que desde
que llegó se refiere a mí por mi nombre y no por señorita, que tanto odio―.
Sigo creyendo que no es correcto.
―Ajá.
―Pero tampoco creo que pueda estar alejado de ti. Ya no.
Lena (17)

¡Oh, oh! Eso no lo esperaba. Parpadeo atónita, sin saber qué responder. Es
demasiado por asimilar. Él sonríe ligeramente de lado y eso acaba conmigo,
la poca cordura que me quedaba. Este hombre es tan irresistible. ¡Quiero
colgarme de su cuello y besarlo hasta que me canse!
―¿Lo dices en serio? ―consigo decir, sintiéndome un poco fuera de
lugar. Los últimos acontecimientos me parecen irreales, demasiado buenos
para ser verdaderos.
―Sí ―susurra besando mi frente―, pero hay algo que tienes que saber.
¡Oh, no! Creo saber lo que viene y no se puede evitar.
―Si es sobre la mujer que amaste ―me anticipo mirándole con
seriedad―, no hace falta, ya lo sé. ―Mi afirmación no parece sorprenderle.
―¿También sabes que se supone que un vampiro ama solo una vez?
―Mis labios forman una línea tensa, al tiempo que retrocedo un par de
pasos, rompiendo el abrazo. Más que por gusto, porque necesito un respiro
y ordenar mis ideas. No quiero arruinar el momento. Pensé que esto no
resultaría tan difícil, pero en cierta forma lo es. No es que no comprenda
que, debido a la diferencia de edades, el lleva una larga lista de vivencias
que ha experimentado antes, pero a pesar de eso es incómodo.
―Sí, mi padre habló conmigo sobre eso ―explico sin saber qué hacer
con mis manos, que echan de menos su espalda; lo mismo que parece
ocurrirle a él, quien de mala gana las ha dejado caer a sus costados―. No
específicamente sobre ti, obviamente. ―Sí, esto es difícil.
―No voy a mentirte. ―Tomo aliento, luchando por mantener la
expresión serena―. Aunque no debería ser, me gustas, me siento atraído
por ti.
―¿No crees que sea solo por la sangre?
―Es todo lo contrario, tu sangre me resulta tan atrayente por lo que
despiertas en mí.
Una sonrisa involuntaria se forma en mi cara, a pesar de que él sigue
tenso. No es sencillo, menos para alguien como él que siempre deja ver
poco de sí mismo.
―Creo que no necesito decir lo que siento por ti, ¿verdad? ―Soy cero
discreción. Lo único que me ha faltado es escribirlo en los muros o paredes
de la ciudad. Eso me hace sentir un poquito torpe, pero a él no parece
importarle.
―Ella forma parte de mi pasado y es algo que no se puede borrar ―dice
con un atisbo de tristeza.
―Respeto eso, Abiel.
―A pesar de todo lo que mi juicio y consciencia dicen, quiero que lo
intentemos. ―Se rasca la cabeza, luciendo realmente perdido―. Si tú
quieres…
―¡Lo quiero! ―exclamo pareciendo un poco desesperada, así que me
aclaro la garganta―. Me refiero a que entiendo lo que quieres decir, probar
si funcionan las cosas.
―Puede que no lo hagan y quiero que lo tengas en mente, si sientes que
no es lo que deseas, que no lo quieres, puedes decirlo ahora y yo
respetaré…
―Abiel ―lo interrumpo frunciendo el ceño―. Entiendo lo que implica.
Como te dije, mi padre habló acerca de ustedes y sé un poco de tu historia.
Comprendo que tal vez nunca puedas quererme de verdad, que podrías solo
sentirte atraído, pero no lo sabremos si no lo intentamos.
―No es algo que te merezcas, Lena. Siempre he pensado que mereces a
alguien que pueda darte su corazón por entero. Alguien… ―Freno sus
palabras, colocando mis dedos sobre sus labios. Es noble y al mismo tiempo
tonto su argumento. Porque a pesar de saberlo y de tratar de poner distancia,
mi cabeza siempre ha estado con él. Dudo que consiga alejarme o que,
como decían, sea solo un capricho.
Soy joven y puede que no conozca demasiado del amor, pero lo que
siento por él es verdadero y fuerte. Ni Klaus y sus intentos ni mirar a otros
chicos ha conseguido que deje de pensarlo.
―Soy yo quien debe decidirlo, ¿no? Y yo te quiero a ti, Abiel.
―Sostiene mi mano, frotando la palma en su rostro.
―Quiero que te sientas cómoda en todo momento y que tengas en mente
que no haré nada que te haga sentir presionada. ―Lo dice como si se tratara
de una orden o un discurso célebre.
―De acuerdo. Iremos lento, puedo con eso. Pero… ¿al menos me vas a
besar? ―Sonríe y tirando de mi cuello, une nuestros labios. Lento, cálido y
gentil. En serio que podría hacer esto por mucho, mucho tiempo.
De nuevo alguien se aclara la garganta, me alivia saber que ahora solo se
trata de Caden. Abiel rompe el beso, pero no luce preocupado o arrepentido
y eso es genial. No quiero volver a experimentar la misma sensación de
aquel momento en el que creí que sufría.
―Han dicho que quieren llevar las cosas lento y eso me parece un poco
rápido ―murmura luciendo incómodo. Tengo la impresión de que no está
aquí por mera casualidad o voluntad propia, lo que me recuerda que aún
hay algunos fundadores ahí afuera, entre ellos mi padre, que quizá quiere
hablar conmigo.
Tal como si lo hubiera llamado, la puerta se abre y él entra, ahora solo
seguido por Farah. ¡Uf! Menos mal. No es que los demás no me agraden, es
solo que ellos son menos discretos. Y aunque mi nivel de desvergüenza es
alto, no puedo con sus miradas y sonrisas.
Dudo un segundo antes de hacerle un gesto a Abiel, quien asiente. Libera
mi mano y me arrojo a los brazos de mi padre.
―Puedes volver a tus tareas o quizás quieras saludar a tu padre antes de
que se vayan.
Caden no lo piensa y sale en seguida.
―A tu madre le gustaría que la visites ―dice mi padre dedicándome una
pequeña sonrisa cómplice. ¡Lo adoro! Me pongo de puntitas y beso su
mejilla. Sí que le he echado de menos.
―Quizá muy pronto esté de vuelta ―aseguro mirando de reojo a Abiel,
que de nuevo ha vuelto a ser el hombre todo rudo y serio. ¡Me encanta!
―¿No habrá problema, Farah? ―inquiere mirándolo―. Escuché que te
asignaron algunas tareas. No quisiera que las dejaras tiradas.
―No hay ningún problema ―responde él guiñándome―. Lena es un
refuerzo que siempre será bienvenido, cada que así lo decida, pero que
puede ausentarse sin problemas.
―No se preocupen por eso, ayudaré toda esta semana, como ya estaba
acordado ―digo mirando a Abiel, quien no parece tener problemas con
ello. Ha dicho que vayamos despacio, así que pienso cumplir. Demostrarle
que soy bastante madura para no dejarme llevar por la emoción y los
impulsos, a pesar de que estoy que salto en un pie por dentro―. ¿Puedes
saludarla de mi parte y decirle que la quiero mucho? Y que estoy bien.
―Claro que sí, hija. Solo ten cuidado.
―Lo haré. ―En serio que adoro a mi padre. Él sabe lo que pasó con el
establo, pero no está presionando para que lo hable, me conoce demasiado
bien, como para no saber que no me gusta entrar en detalles. Además, he
aprendido que, con ellos, no hacen falta demasiado las explicaciones. De
alguna u otra manera se enteran de todo.
Ahora que lo pienso, quizá por eso Caden está siendo precavido con
Elise. Sobre todo con el señor Knut detrás de ellos. Pobres. Por el tiempo
que me quede, intentaré ayudarles. Además, aún tenemos una salida
pendiente con Airem y Josiah. Espero por ella y supongo que no hay
problema.
Mi padre besa mi frente y acaricia mi cabeza antes de despedirse y salir
de casa. El señor Farah lo sigue y Abiel pretende lo mismo, pero me
adelanto y tiro de su brazo reteniéndolo.
―Solo un segundo ―pido antes de tirar de su camisa y plantar mis
labios en su cuello, imitando lo que hizo conmigo. Noto cómo se pone
rígido y emite un pequeño sonido parecido a un gruñido. Me río aún contra
su piel, comprobando cómo le afecto. Me gusta―. Tenía un poco de
curiosidad ―digo retrocediendo, dándole una mirada inocente.
Sonríe sacudiendo la cabeza.
―Te veo pronto. ―Asiento sin querer presionar. Que haya admitido que
le gusto y que quiere que lo intentemos ya es un gran avance. ¡Uno enorme!
No es como ser novios, los vampiros no usan mucho eso. Ellos
simplemente nombran mujeres a sus parejas, pero ya cuando están
comprometidos a otro nivel... No hay algo previo. No tengo problemas,
siempre y cuando me deje probar un poco, estoy más que feliz. ¡No lo
puedo creer!
Salto, llevándome las manos a la boca, reprimiendo un gritillo.
¡Funcionará! Sé que lo hará. No te arrepentirás, Abiel.
Caden (3)

―Parece que ninguno está preocupado ―comento mirando a mi padre,


que agita la mano, restándole importancia.
―Sabes tan bien como nosotros, que Abiel no tiene malas intenciones
con ella.
―Uhm. ―Lo sé, puedo leer sus intenciones, pero no deja de tenerme
inquieto. Lena es como una hermana pequeña y nunca dejará de
preocuparme. Ni siquiera la dura de Airem lo haría.
―Se trata solo del interés que despierta una mujer en un hombre. Y
sabes que tu prima está de acuerdo con ello. No tienes nada de qué
preocuparte.
―Sí, lo sé.
―¿Qué me dices tú? ¿Hay alguien en mente? ―Sonrío sacudiendo la
cabeza. No desmintiendo su pregunta, sino sorprendido de lo directo que es.
Había olvidado esa parte de mi padre. En eso se parece tanto a Josiah. Para
ellos no existen términos medios y siempre van al grano.
―La hay ―confirmo mirando cómo Uriel conversa con Neriah.
Afortunadamente, el señor Knut se ha marchado―. Ya lo sabes. ―Sonríe,
apoyando su mano en mi hombro.
―¿Se trata de la misma niña que elegiste cuando apenas tenías siete
años? ―pregunta elevando una ceja―. Recuerdo que hiciste llorar a Lena,
cuando le quitaste su muñeca para regalársela a esa niña.
―Lena tenía muchas otras, no la necesitaba. ―Me encojo de hombros.
―Y entonces ¿por qué no has hecho nada en todo este tiempo?
―Porque es un poco pronto. Además, lo primero es cumplir con los
deberes.
―Eso no significa que debas dejarla fuera.
―No lo hago ―debato un poco a la defensiva―. Me he asegurado de su
bienestar.
―Pero no le has dejado ver tus intensiones.
―Sabes lo que pienso, padre. Hay un momento para ello, pero pronto
tendré que asumir por completo la responsabilidad de la ciudad y necesito
aprender a manejar todo. Son mi responsabilidad.
―Quizá sí te haga falta un poco de maldad ―comenta pensativo.
―¿Qué?
―Nada. ¿Cómo van las cosas? Sabes que, si requieren algo, solo tienes
que pedirlo.
―Lo sé, pero ¿qué sentido tendría si dependiéramos completamente de
Cádiz? ―Creo que a la mayoría le caería mal. Los humanos perdieron parte
de su independencia durante mucho tiempo y ahora han comenzado a
recuperarla, a sentir que tienen algo por ellos mismos―. Quiero que la
ciudad tenga un poco de autonomía.
―¿Todavía les resulta difícil nuestra presencia?
―Claro que no, y no estoy diciendo que se pongan en contra. Neriah ha
ayudado mucho a que las personas se olviden un poco de las razas. Él y los
híbridos, todos tienen sus parejas en su mayoría humanas. Descartando al
par de parejas que son híbridos ambos.
―El par de mujeres que se encontraron, ¿cierto?
―Sí. Ellos se han acoplado demasiado bien, hay demasiada integración.
Les gusta ayudar en las tareas, justo los he asignado para ayudar a reparar
algunas zonas del muro. Estoy trabajando para que, si lo desean, se
incorporen a la guardia, de modo que vean que confiamos en ellos. Airem
se pondrá con eso.
―Serás un gran líder ―dice mirándome con orgullo. Sonrío, siempre es
agradable que tu padre te aliente―. Ya lo eres.
―He tenido los mejores ejemplos. No se puede esperar menos.
―Quizá, pero no te olvides que independientemente del deber con la
ciudad, hay alguien que esperará por ti, estés en la cúspide o te encuentres
en el fondo. Y es a quien debes otorgarle tu fidelidad.
―No lo olvido. Lo haré una vez que se nos hayan otorgado los títulos.
Entonces, podré ofrecerle seguridad.
―De acuerdo. ―Asiente mirando al señor Regan y Farah que acaban de
abandonar la casa. Observo cómo le toma unos segundos a Abiel
seguirles―. Me despido. Cuídate y cuídala.
―Lo haré.
―No me refiero a Lena, sino a tu niña.
Se aleja con una sonrisa. Mi padre es tan misterioso, pero demasiado
sabio. Pronto, pronto confirmaré sus sentimientos, porque esa es otra de las
cosas que me detiene, no puedo forzarla.
Farah (1)

―Entonces, ¿está todo listo? ―pregunto mirando la enorme pila de


registros colocados sobre la mesa, en donde se enlistan el nombre de cada
habitante activo de la ciudad y sus respectivas tareas.
Caden asiente, manteniendo la misma expresión serena que muestra
cuando estamos cenando o simplemente tocando temas triviales. ¡Joder! Si
fuera yo, estaría alardeando de terminar la coordinación de labores antes del
tiempo esperado y sin necesitar ayuda alguna. Habría sorprendido a Pen y a
Knut. Pero no, él simplemente se limita a cumplir con el deber, como si se
tratara de algo tan sencillo como freír un huevo o lavar un plato. No cabe
duda de que tiene madera de líder. El chico es una mezcla equilibrada de la
astucia de su padre y la bondad de su madre. Algo muy distinto a ese
hermano suyo. Definitivamente, me hubiera gustado que fuera él, y no
Josiah, el que estuviera detrás de mi hija, pero mierda, que en eso solo ella
decide.
―Sí, todo en orden ―explica con el mismo tono de voz―. Klaus me
entregó el orden para las rondas de los próximos meses, así que sí, todo
completado.
Hago una mueca al escuchar su declaración. Organizar las rondas de la
guardia debería ser tarea de Airem y no de Klaus. La sonrisa que se dibuja
tenuemente en su cara, indica que sabe lo que estoy pensando.
―Es imposible que lo haga, ¿cierto?
―No, no lo es ―responde con amabilidad―, es solo que ella prefiere la
acción al papeleo.
De eso ni siquiera yo puedo culparla, en su momento lo sufrí, pero es
algo que se tiene que hacer, por mucho que resulte molesto.
―Hablaré con ella.
―No hace falta, señor. Klaus es bueno con eso y está más que
encantando de ayudar. El manejo de las armas no parece ser lo suyo.
―Lo imagino, no entiendo por qué quiso hacer el cambio y dejar el
invernadero. ―Él sí parece conocer la respuesta, pero es demasiado
reservado para decirlo en voz alta. Otra de sus cualidades que me
agradan―. Y volviendo al tema de las rondas, es su responsabilidad. No
puede ignorarla, incluso el mismo Knut tuvo que hacerlo.
Llevar un orden al inicio me pareció una pérdida de tiempo; sin embargo,
eso agiliza las tareas y evita que haya pérdidas de temporada o confusiones.
Todos asumimos un rol y eso nos permite tener un periodo de descanso, por
decirlo así, porque algunas cosas no se pueden suspender por mucho que se
intente.
―Airem es Airem ―se limita a decir, sin reproche ni malestar. Siempre
intentando cubrirle las espaldas, pero sin descuidar su bienestar―. Además,
como ha dicho, todo está listo.
―Mmm ―murmuro golpeando los dedos en la superficie de madera―.
Hay algo de lo que me querías hablar, ¿correcto? ―Asiente, cuadrando
ligeramente los hombros, como siempre que cree que necesita mi
aprobación para proceder. Es muy considerado de su parte, teniendo en
cuenta que, en un par de meses, será él quien tenga el mando y la última
palabra.
El nombramiento será dado durante la celebración de la fundación de las
ciudades y la unificación de estas como una comunidad. Aunque las fechas
exactas no coinciden, por conveniencia se eligió un día, que es de los pocos
en los que las puertas de Cádiz se abren para permitir la entrada de todo el
humano que desee asistir y convivir con sus pálidos vecinos. ¿Quién lo
hubiera dicho? Vampiros y humanos cenando y bailando en un mismo
lugar. Eso ni pensarlo hace más de veinticinco años.
―Sí, es sobre la construcción de las nuevas viviendas. ―Sí, él sabe tan
bien como yo que habrá que organizarlo cuanto antes, para evitar las prisas.
―Eso mismo he estado pensando. Es un hecho que, en un par de años,
nuestros jóvenes comenzarán a formar sus propias familias y es importante
poder asignarles un espacio propio. ―Me froto la barbilla, pensativo. En
veinte años, el amplio espacio libre del que disponíamos después de la
construcción de Jaim, ha disminuido considerablemente. El número de
bocas que alimentar ha aumentado, no de modo alarmante, pero esas
pequeñas bocas ahora son adultas y tienen mayor necesidad de alimento, así
que, con ello, es indispensable ampliar los campos de cultivo, los establos y
graneros. Durante el invierno, es importante mantener un equilibrio no solo
con las semillas, también con el pasto de los ganados.
―He estado analizando las opciones ―comenta tomando un viejo mapa
de la ciudad, que extiende sobre la madera. No me sorprende ver que tiene
incorporados los esquemas de los nuevos edificios. No sé cómo lo hace,
siempre va un paso adelante―. Airem es buena con los dibujos ―explica
respondiendo mi duda no formulada.
Imposible no sentirme orgulloso de ella, pero trato de no demostrarlo
demasiado. Aunque eso no resta que se escabulla la mayor parte del día,
desde hace algún tiempo con más frecuencia. Y prefiero mejor no pensar en
qué hace o con quién. Es joven y quiere experimentar y vivir, lo entiendo
perfectamente, pero no es tan divertido como cuando era yo quien trataba
de romper la guardia de su madre.
Mierda. Y los comentarios de Knut no ayudan. Ya quisiera verlo seguirle
la pista a Elise, lástima que sea tan tranquila y que sea él quien parece el
hijo y no el padre.
―¿Qué tienes en mente? ―digo, centrándome en el plano.
Su dedo va a la parte trasera de la ciudad, trazando dos intersecciones.
―Podríamos ampliarla en esta parte. He estado consultando con Airem
qué hay detrás del muro y parece que una parte es fértil, que podría servir
para los cultivos; otra zona se puede utilizar para las viviendas.
―¿Por qué elegir ese sentido? ―cuestiono poniéndolo a prueba―. Se
perdería la forma circular del muro, ¿no?
―Es verdad, pero resultaría mucho más complicado expandirlo por
entero. Además de que quedaría en sentido de la cascada, ayudando a
proveer el agua para el riego y para las necesidades bajas. Hay que pensar a
futuro.
―Está muy bien pensado, pero…
―Sé que se corre más riesgo, por tratarse de la zona más alejada de la
entrada, pero podemos comenzar a construir el muro en la parte exterior y
cuando esté prácticamente terminado, derrumbar la porción requerida y
sellar los huecos.
―Suena bien.
―También hablé con Neriah y está más que dispuesto a cubrirnos. Sus
sentidos son mejores y ayudarían a detectar cualquier posible amenaza,
además de que podríamos pedir ayuda a la guardia de Cádiz.
―Estarían más que dispuestos. ―A pesar de que la guardia sigue
encargándose de la seguridad, no dudan en venir cuando hay problemas.
Armen siempre se ha mantenido al cuidado de los humanos.
―No parece ser algo que le agrade. ¿Piensa que no les gustará a las
personas tenerlos por aquí?
―No es eso ―niego, sacudiendo la cabeza. Ellos ya no temen. Les
miran con interés, porque evidentemente no dejan de resultar algo fuera de
lo común, pero han aprendido que son más que aliados, no importa lo
diferentes que parezcan―, es solo que siempre hemos dependido de ellos.
Sería bueno encargarnos nosotros mismos, ¿no crees?
―En ese caso, hay otra opción y por la que me inclino. ―Le miro con
curiosidad. Ahora es él quien me está probado. Astuto.
―Adelante.
―Podría coordinar a los híbridos, de ese modo habría menos riesgo de
que alguien resulte lastimado. Y yo estoy más que dispuesto a participar.
―Sigues tratando de incluirlos ―afirmo. Se encoge de hombros.
―Ellos son parte de nosotros. La mayoría tiene una familia que proteger,
estarían más que dispuestos a asegurar su bienestar.
―Cierto. ―Me cruzo de brazos, estudiando nuevamente la parte del
muro que se derribaría para ampliar la ciudad―. Dime algo, ¿nunca te has
preguntado por qué les ha tomado tanto tiempo integrarse y sobre las
reservas que se tenían antes?
Aunque el tema sigue siendo desconocido para la mayoría, creo que
deberían conocerlo a detalle. Ellos saben que hubo una guerra y que ellos
eran desconocidos que necesitaban un lugar. Por obvias razones, no están
enlazados los acontecimientos. Y tal vez sea algo que deba comentar con
Armen y Danko. Entiendo que lo hacen para proteger a Lena, pero no es
necesario tocar el punto.
―Sé que ese asunto compete a los mayores y que por alguna buena
razón lo mantienen en secreto, pero si no confiaran en ellos, no les habrían
permitido vivir aquí.
―Buen punto. Ahora dime algo.
―Sí, señor.
―¿Realmente no te interesa Airem? ―Sus ojos se abren un poco más de
lo normal y parece no ser capaz de emitir palabra. No lo esperaba―. Puede
ser impulsiva y rebelde, pero tienes que admitir que es tan hermosa como su
madre, ¿no? ―Carraspea un par de veces, antes de contestar.
―Por supuesto, pero… la veo más como una hermana. ―Sonrío, lenta y
perezosamente.
―Solo estaba tomándote el pelo, muchacho ―digo dándole un golpe en
el brazo―. Supongo que estás enterado de que se ve con tu hermano.
Suspira, luciendo culpable.
―Lamento no haberle dicho, pero es algo que no me correspondía.
―Lo sé.
―Y si de algo sirve, ella es demasiado importante para Josiah, puedo
asegurarle que no le haría daño.
―En realidad, me preocupa más que se lo haga ella a él. ―Me encojo de
hombros y ambos reímos―. Mi hija es bastante dura, lo sé y quizás es
precisamente por eso que ha escogido al hermano malo.
―¿Hermano malo? ―De nuevo elevo los hombros.
―Es una especie de paradoja. Se dice que cuando nacen gemelos, uno es
el bueno y el otro su contraparte, el malo. Aunque en ustedes creo que no se
aplica. Ciertamente tu hermano es de carácter fuerte, pero tú simplemente
eres contenido. Espera, eso ha sonado mal…
―No importa, señor. ―Sonríe―. Quizá tiene razón.
―No lo creo. De cualquier modo, eres mi favorito y me hubiera gustado
que fueras tú, pero…
―No puedes mandar en las elecciones de tu hija, Farah. ―Ambos
volvemos el rostro hacia la puerta, donde se encuentra mi Johari―. Eso
solo le corresponde a ella.
―No he dicho lo contrario. ―Entrecierra los ojos, mirándome de modo
sospechoso. Solo puedo sonreír como idiota, sigue siendo tan hermosa y
temeraria. La diferencia es que ahora no se molesta en tratar de esconder
sus muestras de afecto, mucho menos cuando estamos en privado.
―Tengo que llevar esto a la oficina. Con permiso ―farfulla Caden,
saliendo rápidamente, entendiendo nuestro lenguaje corporal.
―No vayas por ahí ―advierte apuntándome con el dedo―, aún tengo
cosas que hacer y tu hija puede volver en cualquier momento.
―Te aseguro que no lo hará. ―Da un paso atrás, pero yo avanzo
también.
―Creí que eso te preocupaba. Siempre te quejas de que la deje salir.
―Ajá. Pero Caden puede encargarse de eso, además, tenemos la casa
para nosotros.
―¿Vas a ayudarme con mis labores? ―Se cruza de brazos, poco a poco
cediendo a la chispa de pasión que emiten nuestros cuerpos.
―Con todo lo que quieras, incluso quitarte la ropa.
―Sigues siendo un pervertido ―murmura, pero no aparta mis manos de
su pecho.
Lena (18)

―Entonces… ¿volverás? ―pregunta Elise mirándome con


preocupación. Tomo una de las prendas de ropa e imito lo que hace,
dándole la vuelta y doblándola de modo que se integra sin problemas a la
montaña que ha creado sobre el pequeño mueble de su habitación.
Es una de esas pequeñas charlas que tenemos entre chicas, ahora ha
tocado en su casa, en su cuarto, donde termina de ordenar la ropa de sus
hermanos, mientras ellos posiblemente están haciendo de las suyas. Me
agradan. Aunque es un hecho que he escapado de sus garras, posiblemente
porque Caden y los demás siempre les recuerdan que deben comportarse.
Definitivamente, no quisiera ser las otras personas, sus víctimas.
―Desde luego ―contesto tomando otra prenda―. Es solo una visita, los
he tenido muy abandonados y sé que mi madre está inquieta.
―¿A ella o ese vampiro? ―inquiere Airem, sin contenerse. Elise le mira
con reproche, pero ella se encoge de hombros, dejándose caer sobre la
almohada―. ¿Qué? Se nota que no puedes esperar por verlo. Y no mientas.
―Solo un poco. De todos modos, antes de volver, quiero que salgamos
del muro, como lo prometiste.
―Hecho. Eso no cambia. ¿Vendrás, Elise?
―Creo que no.
―¿Tienes miedo?
―No, solo… tengo cosas que hacer.
―Ajá. Seguro Caden te llenó la cabeza de ideas. Tal para cual. ¿Y esto?
―Miro la pequeña muñeca que sostiene Airem―. ¿No eres un poco grande
para jugar con ella?
―¡Oye! Es un regalo.
Uhm. Creo que la conozco. Estoy casi segura.
―¿Un regalo? ―pregunto tratando de recordar. Es pequeña, cabellos
pálidos perfectamente peinados en una trenza y un vestido azul claro.
―Sí, de Caden ―admite ruborizándose. Intercambiamos una mirada con
Airem, que parece estar pasándola a lo grande. Yo no sé qué pensar.
Era mi favorita, no solo porque era un regalo de la tía Elina, sino porque
ella decía que se parecía a mí. Era una niña y siempre pensé que Caden la
había roto o quemado solo por molestarme, pero ¡oh, sorpresa!
―Ya veo por qué la cuidas tanto.
―¿Puedo verla? ―Airem la arroja y sin problemas la sostengo. Observo
la figura y, levantando su pálido pelo, miro detrás de su cuello. Encontrando
una “E”, que sustituye la “L”, que podría jurar debería estar aquí.
―Deberías ser directa con él o nunca pasará nada ―comenta Airem―.
¿O quieres que lo haga yo?
―¡No! ―niega horrorizada.
―Já. Debería. Solo me darías las gracias.
―Ni lo pienses, Airem. Déjalo.
―Ay, Elise. Solo te digo que puede llegar otra más lista que tú y
entonces…
―Puede que no le guste.
―Yo no diría eso ―murmuro devolviéndole la muñeca, que sostiene
contra su pecho.
―¿Por qué? ―Me encojo de hombros.
―A veces las acciones dicen más que las palabras. Y te sorprendería.
―Quizá, después de todo, no necesite tanto de mi ayuda. Si no fuera
importante, Caden no me habría hecho llorar durante una semana y ser
castigado a causa de ello.

―¿Segura que no quieres que te acompañe? ―insiste Klaus, mirando


hacia la entrada de Cádiz. Le dedico una sonrisa incómoda. De verdad que
aprecio su atención, pero…
―Sí. Alguien me acompañará de regreso, no te preocupes. ―Suspira
mirándome, resignado. Si vamos de tercos, yo gano―. No demoraré
―aseguro poniéndome en marcha.
Aunque no regreso la mirada, sé que sigue ahí, inmóvil observándome.
Dudo mucho que no haya escuchado lo que pasó con Abiel, de todos modos
creo que pronto tendré que hablarlo. Ahora menos que nunca me gustaría
que albergara esperanzas.
Estoy a unos pasos cuando las puertas comienzan a abrirse, dejando a la
vista el interior de la ciudad y a un grupo de guardias. En el centro de ellos,
Abiel, con su porte sereno e impresionante. Titubeo un instante, no segura
de cómo debería actuar. Es la primera vez que nos vemos después de esa
declaración tan impresionante. Pero su rostro no ayuda, no me dice mucho
y por desgracia, no puedo leer sus pensamientos. Ahora me encantaría ser
capaz de hacerlo.
―Señorita Lena ―saludan todos, menos él, que sigue mirándome
fijamente. Hay algo distinto en sus ojos, que me hace sentir vacío en el
estómago.
―Hola ―contesto con una sonrisa nerviosa. No les sorprende mi
respuesta, incluso algunos tratan de ocultar una sonrisilla―. He venido a
visitar a mi madre.
―Le acompaño ―dice Abiel, despejando el camino, señalando con su
brazo. Aún sin dar indicios. Bueno, no esperaba algo distinto. Tengo la
impresión de que está siendo cauteloso y que no quiere perder el respeto de
sus hombres.
Lo sigo en silencio, mirando su nuca, su pelo donde han estado mis
dedos y esa ancha espalda a la cual me he aferrado. Mis pensamientos
desde la última vez que lo vi, no son del todo inocentes, pero no soy la
culpable de ello. Es simplemente irresistible.
Cruzamos la entrada de la residencia, siendo recibidas por un par de
sirvientas, que rápido despide con un movimiento de mano. Esperaba que se
limitara a dejarme en la puerta, pero no. Caminamos por el pasillo, siendo
los únicos. Sé que vamos a la sala principal, pero no entiendo por qué nos
hemos desviado.
Estoy tan sumida en mis pensamientos que, cuando se detiene sin aviso,
golpeo de lleno contra su pecho. No hay tiempo de una disculpa, su boca
cubre la mía y sus manos me envuelven. No me resisto, porque he estado
muriendo por hacer esto. Sus labios son demandantes y pronto estoy
jadeando, tirando de su ropa, queriendo más que un roce de bocas.
―Hola ―digo cuando me da un pequeño espacio para tomar aire.
Sonríe, acariciando mi mejilla.
―Hola.
―¿Puedes repetir ese saludo? ―Emite una pequeña risilla, antes de
tomarme la palabra y apretujarme contra la pared.
Amo la sensación de su pecho contra el mío, de sus manos en mi
espalda…
―No quiero ser aguafiestas, pero si Gema ve eso, puede que les amarre
las manos.
Lo suelto de mala gana, mirando a mi tía Elina, que sonríe claramente
divertida, a un par de metros de donde estamos.
―¡Tía! ―jadeo sin ocultar mi agitación. Eso la hace reír.
―No me odien, pero es obvio que tu madre sabe que estas aquí, así que
―se encoge de hombros―. Hagámosle un favor a Abiel, para que no
pierda la cabeza.
―Estaré esperando para llevarte de regreso ―susurra sujetando mi
mano, dándole un pequeño apretón―. Me retiro.
Se aleja con paso moderado, permitiéndonos mirarle.
―Es tan apuesto. ―Miro sorprendida a mi tía, que ríe con ganas ante mi
expresión―. No estoy diciendo algo que no sea evidente, pero tranquila,
que tengo a Alain y… ¡uff!
―¡Tía!
―Lo siento, me dejé llevar. Como sea. ―Acorta la distancia dándome
un fuerte abrazo―. Te he echado de menos.
―Yo también.
―No se nota. Es la primera vez que nos visitas, después de varias
semanas y mira que prometiste que lo harías.
―Lo siento…
―No pasa nada. Me alegro tanto de que las cosas con Abiel estén
funcionando.
―Ha dicho que lo intentará.
―Pues sí que piensa tomárselo en serio y eso es bueno, créeme. Se
puede pensar que son fríos, pero en la cama…
―¡Elina!
―¡Edi! ―El señor Danko la mira con reproche, pero ella pone una de
sus expresiones adorables―. ¿Qué? Solo le estaba dando una descripción.
―Mejor que no lo hagas. Ven conmigo, permite que vaya con su madre.
Me da gusto verte, Lena.
―A mí también, señor. Anda, Elina.
―Te veo después, ¿verdad?
―Sí. ―Me da un beso y se aleja, refunfuñándole al señor Danko, quien
a pesar de querer mostrarse severo, me parece que se divierte con sus
comentarios.
Suspiro y, sin prisas, me encamino a la sala principal, donde se
encuentra. Espero que mi madre se tome con calma el asunto de Abiel,
porque algo es seguro: a esta hora todos en la ciudad deben de saberlo. No
es como en Jaim, que las personas se pierden de muchas cosas.
Elina (3)

―Eres un gruñón, Edi ―refunfuño, mientras entramos en su despacho.


Él sacude la cabeza, mirándome inconforme―. No estaba haciendo nada
malo. ―Todavía.
―¿No? ―cuestiona irónico, haciéndome resoplar.
―No.
―Yo no diría eso, y si le preguntamos a Gema o a Armen, no creo que
estén de acuerdo contigo.
―¡Por favor! ―Me cruzo de brazos, mostrándole una expresión
inocente―. ¿Cómo puedes pensar mal de mí?
Niega, sin caer en mi encanto. Después de tantos años, es casi imposible
engañarlo y ni preguntar cómo es que siempre me sigue la pista. Mi Edin es
alguien que sabe cumplir sus promesas. Juró que nunca se olvidaría de mí y
no lo ha hecho, a pesar de que ahora hay otras tres personitas que ocupan su
tiempo, no importa que sea solo para cortarme la diversión.
―No deberías meterle esas ideas en la cabeza. Aún es muy joven.
―Edi, Edi. La juventud es donde se aprenden las cosas divertidas, ¿lo
olvidas? ―Sacude la cabeza―. Y tal como le dije, ustedes los vampiros
gruñones y fríos, tienen sus mañas, saben volvernos locas sin que nosotras
les tengamos que dar instrucciones.
―Son ese tipo de comentarios los que no debes hacerle.
―Pero es la verdad. Abiel seguro que sabe cómo atender a una mujer y
solo quería darle unos consejos para que no la sorprenda.
―Abiel sabe que tiene que comportarse.
―Ustedes son tan malos. Deberían dejar que se diviertan.
―No olvides de quién hablamos.
―Nunca. Adoro a Lena, lo sabes.
―Entonces, deja que sea ella quien aprenda.
―Está bien, está bien. Pero ¡eres malo!
―Gema no vería lo bueno. No busques problemas.
―¿Sabes? ―pregunto mirándolo divertido―. Una pequeña pelea no me
vendría mal. Hace bastante que no practico.
―¿Quieres probar a Gema? ―inquiere escéptico.
―¿No crees que pueda con ella? ―digo dolida―. Mi control del viento
no ha cambiado y no me quedo muy atrás con la espada.
―No tienes remedio. ―Río, colgándome de su brazo, disfrutando de
esta pequeña charla sin sentido, como las que tanto solíamos tener. Cuando
solo éramos los dos.
―Siempre me has querido así.
―Lo hago. ―Satisfecha con su respuesta, apoyo mi cabeza en su
hombro.
En silencio contemplamos el horizonte, a través de los cristales que
cubren las ventanas. Yo rememorando el viejo mundo que conocí, y que
ahora solo es parte del anhelo de lo que me gustaría que muchos hubieran
podido disfrutar.
―Las ciudades en algunos años crecerán ―murmuro―, ¿volveremos al
inicio?
―Espero que no. Tanto Josiah como Caden son sabios, podrán guiarlos y
hacer que se olviden de las diferencias que existen.
―Para ello tendríamos que dejar de ocultarnos detrás de muros.
―Quizás algún día sea posible.
―Quizás.
Lena (19)

―Viniste ―susurra, encontrándose de pie junto a la mesita del centro.


Su expresión es serena, pero sus ojos no mienten en cuanto al alivio que
siente al verme. Olvidándome un poco de los modales, corro hasta ella y la
abrazo con fuerza.
―Mamá ―murmuro aspirando el aroma de su pelo, que evoca una
lluvia de recuerdos infantiles, lo que me hace sentir como en casa, porque a
pesar de lo que todos puedan pensar, sobre su carácter sobreprotector y
estricto, conmigo siempre ha sido tolerante y amorosa―. Lamento no haber
venido antes ―admito separándome ligeramente, para mirarla a los ojos,
dedicándole un gesto cargado de disculpa.
Ciertamente estas semanas me olvidé de ellos, aunque tenía la certeza de
que estaban bien, pues Caden siempre se mantiene en comunicación con
Josiah. Además de que Cádiz es el lugar más seguro y ellos unos de los
fundadores más fuertes.
―No pasa nada ―asegura, tirando de mi mano, para que la acompañe
hasta el sofá, donde nos instalamos―. Dime, ¿cómo está tu abuelo? ¿Qué
tal las cosas por allá? ―Respondo con una risilla contenida.
―Bien, y el abuelo tan imparable como siempre. Tanto él como la
abuela siguen trabajando y ni pareciera que son mayores. A veces cuidan de
los hermanos de Elise y hasta nosotros alcanzamos una reprimenda. ―Mi
comentario la hace sonreír también.
―Siempre han sido así.
―Eso mismo dicen el tío Farah y el señor Knut. En especial de la
abuela. Siempre nos cuentan de cómo peleaba y lo buena que es con la
espada.
―Sin duda. ―Suspiro, tomando sus dos manos y girándome por
completo hacia ella.
―Hay algo que tengo que decirte.
―Te escucho.
No temo que se oponga, mi padre sin duda intercedería por mí, pero
puede que sí le sorprenda un poco. Hasta hace unas semanas, el asunto de
Abiel estaba completamente cerrado, tanto que ni siquiera deseaba
nombrarle. Aún me resulta increíble, pero ese beso… me parece que
todavía puedo ver estrellitas. Definitivamente tengo que tener otro de esos a
modo de despedida.
―Se trata de Abiel. ―No pierdo detalle de su cara y ojos, esperando ver
un signo de alarma o disgusto, pero se mantiene tranquila. Hasta pareciera
que estuviera hablando con mi padre, porque definitivamente actuaría así.
Eso parece una buena señal. Permanece a la espera de que continúe, así que
tomo aliento otra vez y me preparo para terminar con lo que he venido a
decirle―. Hace unos días fue a Jaim y estuvimos hablando ―le hago saber,
omitiendo el motivo de su presencia y todo el alboroto que se armó. Porque
ver al gobernante sorprendió a todos. Además de que es probable que mi
padre ya le haya contado―. Por principio, entiendo que, se supone, es
imposible que me ame del mismo modo que lo hace mi padre contigo o el
tío Danko con la tía Mai, porque ha tenido a alguien más, pero él ha dicho
que está más que dispuesto a intentarlo y ver hasta dónde llegan las cosas
―explico atropelladamente―. Y con eso no quiero decir que nos
precipitaremos y actuaremos sin pensar, porque, aunque puede que yo lo
hiciera, él es bastante serio y dudo que me tome la palabra para hacer una
locura…
―Entiendo ―susurra dando una palmadita en mi mano.
―Me gusta mucho, mamá. Y aunque muchos piensan que se trata de un
capricho y que, por la edad, entre otras cosas, no funcionará, yo quiero
intentarlo.
Me mira fijamente, sus ojos delatando preocupación, pero sobre todo
cariño y comprensión. Su historia con mi padre fue mucho más complicada
y entiendo que ellos tuvieron que vencer demasiados obstáculos.
―Supongo que has considerado los pros y contras, ¿verdad? ―pregunta,
manteniendo el tono imparcial.
―Sí ―aseguro, dando un suspiro―. Puede que nunca se enamore de mí
y que al final terminemos por dejarlo, pero…
―Si no pruebas, no puedes saberlo ―termina por mí, sorprendiéndome.
―¡Sí! Exacto.
―Entonces, no tengo nada que decir. Solo que, como bien has explicado,
lo tomes con calma y no te presiones. El amor es algo maravilloso y nada
me gustaría más que pudieras experimentarlo, de la mejor de las formas.
―¡¿De verdad, mamá?! ¿No estás enojada? ―Ríe, sacudiendo la cabeza.
―No, amor ―contesta acariciando mi mejilla―. Tal como acabo de
decirte, lo que un padre quiere para sus hijos es lo mejor, especialmente
verlos felices. Y tú, Lena, eres bastante madura y racional, sé que sabrás
descubrir lo que necesitas.
―¡Gracias, mamá! ―digo abrazándola con fuerza―. No sabes lo que
significan tus palabras.
―Supongo que ya has hablado con tu padre, ¿cierto?
―Sí y él también con Abiel.
―Era de esperarse. Ya conoces a tu padre. Tanto él como yo, nos
preocupamos por tu bienestar y queremos tener la certeza de que Abiel lo
entiende.
―No estará en problemas, ¿verdad? Quiero decir, lo que pase…
―Es cosa de ustedes. Comprensible.
―Él ha dicho que no quiere que esto cambie nada.
―Y no lo hará, te lo aseguro. Tengo que admitir que, aunque no me
guste del todo, lo entiendo.
―Ok.
―¿Cuándo te tendremos de regreso? ―Suspiro, relajándome.
―¿Dos semanas más? ―pruebo―. Quiero ayudar, en este momento
están planeando construir nuevas casas, Elise y yo nos ofrecimos a ayudar
con la comida. ¿Hay problema si me quedo un poco más?
―Claro que no. Aunque también podrías ir de entrada por salida. Pero es
solo una sugerencia. ―Ambas sonreímos, ante la sutil sugerencia.
―Yo también te he extrañado mucho, pero lo cierto es que lo necesitaba
―confieso apenada.
―Lo sé. Y no dudes en decirme cuando necesites un poco de espacio.
Tiendo a ser demasiado absorbente, tu padre no me lo dice directamente,
pero…
―Amo que te preocupes por mí, en serio. Y te tomaré la palabra. Una
semana y me tendrás de vuelta, iré y volveré. ¿Qué te parece?

Cierro la puerta y me encamino despacio hacia la entrada, me he


despedido también de mi padre, quien ha llegado de último momento.
Cuánto les quiero, así que definitivamente le tomaré la palabra a mi madre e
iré de entrada por salida a Jaim.
Me detengo, mirándolo sin poder evitar ruborizarme y sonreír como una
boba. Imposible no hacerlo. Es demasiado atractivo y en este momento…
¡es mío!
―¿Ha terminado su visita, señorita Lena? ―A pesar de que ha utilizado
su tono habitual, su mirada me dice que trata de tomarme el pelo. El señor
serio sabe algo de humor. Porque sin duda recuerda que odio que me llame
de ese modo y cuando llegué me refirió únicamente por mi nombre.
Me acerco y antes de echarle los brazos al cuello, miro en ambos
sentidos del corredor, confirmando que no hay nadie a la vista. Aunque eso
no es garantía de que no se darán cuenta de cualquier cosa que hagamos.
―Creo que debemos tener algunas palabras. ―Las esquinas de su boca
se elevan ligeramente, sin ceder a esa sonrisa que tan pocas ocasiones se
permite.
―Por supuesto.
Me estrecha, besando mi pelo y bajando por el lateral hasta mi oído.
―Se supone que debo guardar las apariencias ―murmura, depositando
un beso en mi cuello―. Lena…
―No me gustan las apariencias ―gruño cogiendo su cara entre mis
manos, buscando su boca, que responde a mi beso. ¡Me gusta esto! ¡Mucho!
Caden (4)

Contemplo los cimientos de lo que será la nueva extensión del muro. Para
llevar una semana trabajando en ello, es demasiado el avance y eso sin duda
es bueno. Parece que estará prácticamente terminado antes del cambio de
mando de la ciudad.
―Estos son los planos generales para la distribución de las viviendas
―explico a quienes están a cargo, aprovechando que es la hora del
descanso y del almuerzo.
―¿Se tiene pensado poner características en particular? ―pregunta
Zafih, uno de los híbridos mayores, pero tiene la fuerza de alguien de veinte
años.
―No había pensado en eso ―admito frotándome la barbilla―, pero creo
que eso dependerá de quien ocupe la vivienda.
―Creo que bastará con hacer los cimientos y lo básico, ¿correcto?
―interviene el señor Farah.
―Así es.
―¡Caden! ¡Tío Farah! ―Tanto yo como ellos, volvemos hacia donde
Lena y Elise se encuentran, acercándose a nosotros. Vienen cargadas con
canastas y recipientes de agua.
«Se parece tanto a su verdadera madre», el pensamiento que percibo de
Brad, otro de los híbridos, me paraliza. Le miro, pero él ha desviado el
rostro y finge interés en los planos. De nuevo dirijo mi atención a ambas,
que son completamente ajenas. Ninguna de ellas puede escuchar los
pensamientos, como lo hacen algunos híbridos. Sé que no se refiere a Elise,
porque ella es muy parecida a su madre y eso solo deja a Lena. ¿Su
verdadera madre?
―Trajimos la comida ―dice con entusiasmo, elevando la canastilla―.
¿Vienen? ―pregunta en general. Algunos de los hombres, así como ciertos
híbridos, se acercan, también el señor Farah y Neriah, quienes fungen como
guardias.
Todos rodean la improvisada mesa que hemos establecido para los
platos, que han sido recogidos y apartados. Por primera vez noto algo. Los
híbridos tienen cierto recelo con ella. Y nada tiene que ver con el hecho de
que sean precavidos. Porque ambas llevan la sangre mezclada, pero sus
miradas curiosas o evaluativas se centran en Lena.
―¿No comes? ―pregunta tirando de mi brazo―. Mira que Elise se ha
esforzado mucho ―murmura dedicándome una sonrisilla.
La sigo, aunque mi mente está en otra parte. ¿Será posible que sea
verdad lo que ha pensado Brad?

―Saldré por un rato.


―¿Quieres que vaya contigo? ―inquiere apoyando su espada en el
hombro.
―No es necesario.
―Uhm. ¿Por qué nadie quiere que le acompañe? ―Le dedico una
sonrisa forzada.
―Preferimos que nos cuides las espaldas. ―Eso parece ayudar con su
inquietud. No espero una réplica y cruzo las puertas, encaminándome hacia
Cádiz.
Los guardias no pierden tiempo ni tampoco consideran necesario
escoltarme hasta la entrada. Son pocas las veces que recientemente he
venido, pero no necesito ser anunciado o que pregunten por los motivos que
me traen hasta aquí. Tengo libre acceso.
Me dirijo hacia una de las salitas principales, buscándola. Pero antes de
llegar, la puerta se abre y mi madre aparece con una enorme sonrisa. Se
mueve tan rápido, atrapándome.
―Hijo.
―Hola, madre. ¿Cómo te encuentras?
―Ahora que te veo, feliz. Estás tan guapo ―expresa tirando ligeramente
de mi mejilla. No hago otra cosa más que responder a su gesto, depositando
un beso en el dorso de su mano.
―A mí también me alegra verte.
―¿Te quedarás a comer? ―pregunta entusiasmada.
―Me encantaría. Pero, antes, me gustaría hablar con mi padre.
―Claro. Se encuentra en su despacho, con Josiah. Vamos.
Le ofrezco mi brazo y ella no duda en aceptarlo y comenzar a caminar
por el pasillo. Es tan hermosa, del mismo modo que la recuerdo cuando
tenía cinco años. Eso y la dulzura que sus ojos expresan. Me recuerda tanto
a Elise y no precisamente por sus rasgos en general, sino por la inocencia
que despide su persona. Además de que siempre están dispuestas a dar todo
por los demás, olvidándose de sí mismas.
Empuja la puerta, sin esperar a llamar.
―¡Miren quién ha venido! ―exclama entusiasmada.
―Hijo. ―El rostro de mi padre se tensa ante mi expresión seria. Parece
que sabe el motivo de mi venida. Hace un gesto a Josiah que rápido sale de
la estancia, dedicándome una ligera inclinación a modo de saludo―. Es
mejor que vayamos a otra parte.
―¿Qué ocurre? ―pregunta preocupada mi madre.
―Nuestro hijo tiene algunas preguntas. Vamos. ―Ahora es él quien la
guía, y ella no deja de mirarnos alternadamente. No estoy molesto, solo
preocupado. Nunca he cuestionado su juicio, pero esto es algo que implica a
Lena y que podría volverse más que incómodo o una molestia. Del mismo
modo que no tenía idea, ella tampoco.
Al ingresar a la pequeña cúpula, que en raras ocasiones se usa, porque es
más como una estancia de reposo, el señor Armen y Uriel se encuentran
presentes, así como Josiah. Mi madre se despide, entendiendo que es un
asunto serio y ahora me enfrento a sus rostros inexpresivos. Es un tanto
extraño ver mi imagen carente de emoción. Ni siquiera Josiah me habló
acerca de esto. Es algo que sin duda me gustaría preguntarle, pero que, al
notar la tensión de todos, puedo comprender un poco.
―¿Es verdad que Lena no es su verdadera hija? ―mi pregunta es
directa, pero sin que suene como un auténtica exigencia.
―¿Cómo te has enterado? ―pregunta sin desmentirme y eso solo me
hace sentir más inquieto.
―No de la mejor manera, ciertamente.
―Es algo que se consideró no necesario dar a conocer. Para nosotros,
ella es nuestra hija, así que debe ser del mismo modo para todos.
―Eso lo entiendo ―aseguro―, no tengo dudas de que es así. El
problema es…
―¿Cómo te enteraste? ―repite la pregunta mi padre, pareciendo
incómodo.
―Por los pensamientos de un híbrido. Uno de ellos hizo referencia al
hecho de que Lena cada vez más se parece a su verdadera madre.
―¡Mierda! ―masculla Haros y aunque tanto mi padre como el señor
Armen no lo expresan, seguro que piensan del mismo modo.
―¿Solamente lo pensó? ―inquiere mi padre.
―Sí, cuando la vio hace un momento.
―¿Lo expresó abiertamente?
―No, sabes que suelo percibir los pensamientos que incluso ellos no
desean compartir y no es que estuviera espiando, pero la referencia del
nombre de ella me puso alerta.
―Afortunadamente no puede leer los pensamientos.
―De todos modos, quizá necesitamos hablar con ellos.
―No han hecho nada malo y dudo que lo hagan, ellos se mantienen
alejados de ella. Ni siquiera le dirigen la palabra. No se ha percatado, pero
lo hará en algún momento.
―Debes pedirle que regrese ―sugiere mi padre.
―Eso levantaría sospechas, además, ella está muy entusiasmada ―opina
Josiah.
―Dejarla sería riesgoso.
―¿Cuál es el verdadero problema? ―cuestiono, por tanta evasiva a
tocar el punto―. ¿Qué es lo que no nos han dicho?
―Su madre era una de las mujeres que vivía con Alón.
Alón. Quien convirtió a mi padre y quien nos traicionó, intentando
tomarnos cuando éramos unos niños. Esa parte sí que la conocíamos.
―Ella fue de las únicas sobrevivientes, su madre murió, así que nosotros
la tomamos bajo nuestro cuidado.
―¿Saben quién es su padre?
―Lo ignoramos, pero no importa.
―Creo que no hay que precipitarnos ―interviene mi padre―.
Comprendo tu inquietud, Caden, te aseguro que Lena es importante para
todos y es justo por eso que decidimos no hacerle saber esa verdad.
―Confesarlo la haría sentir insegura e inquieta. Es susceptible. No
queremos eso para ella ni que las preguntas surjan.
―Cuando ocurrió, pocas personas y fundadores estuvieron enterados.
No había necesidad y, en cuanto a esos híbridos, solo será cuestión de
recordarles quién les brindó una mano y cuáles eran las condiciones.
―No han roto ninguna regla.
―No directamente, pero tienen que ser más cuidadosos. Nadie tiene por
qué saber lo ocurrido. Nadie.
―Nuestra intensión nunca ha sido dañarla ―explica el señor Regan.
―Lo entiendo. Y sobre los híbridos, yo hablaré con ellos, son de mi
gente.
Danko (3)

―No pensé que llegaría a ocurrir esto ―admito, con la vista puesta
sobre la puerta, por la que hace solo unos minutos han desaparecido mis
hijos. Ya no son unos niños, aunque ciertamente todavía son jóvenes; sin
embargo, sus mentes están más que preparadas. No hay duda de que están
listos para asumir el lugar que designé para ellos, apenas mis ojos se
posaron sobre sus pequeños rostros.
―Ninguno de nosotros lo hizo ―comenta Haros, apoyado
tranquilamente a un costado de la pequeña ventana, la única del salón―.
Odio decir esto, pero puede que en esta ocasión Gema tenga razón.
Deberían hablar con Lena, hacerle saber la verdad.
Mal comentario. Al más interesado, no le ha gustado nada.
―¿Con qué propósito? ―inquiere Armen, mostrándose un poco a la
defensiva. La idea de que su hija pueda repudiarlo lo tiene muy inquieto.
Porque en dado caso, sería admitir que, debido al conflicto con Alón, su
madre murió en aquella cueva y también lo hizo el vampiro que la
engendró, esperando que no se tratara del mismo desgraciado que intentó
arrebatarles la vida a mis hijos y a mi mujer. Sin importar los motivos
oscuros que su nacimiento tuvo, podría no tomarlo de buena gana y eso es
lo que nos ha frenado a todos.
Ser el producto de la obsesión de un demente, con el único propósito de
morir, no es la mejor explicación que se le pueda dar a nadie, mucho menos
a alguien como ella. Definitivamente y contra lo esperado, porque todos
pensamos que sería la primera en oponerse a hacerle saber la verdad, Gema
no tiene razón esta vez. Es mejor que continúe ignorándolo.
―Sería remover la tierra húmeda, sin sentido ―murmuro negando con
la cabeza―. Los híbridos conocen las reglas, aunque lo piensen, jamás lo
darían. Ya lo comentó Caden, ellos no tienen contacto con Lena y, en todo
caso, podemos darles un pequeño recordatorio. Si es necesario.
Esperemos que no sea el caso, no porque no se les pueda controlar, sino
sencillamente porque hasta el momento las cosas han llevado un curso
tranquilo, que ha permitido aumentar la confianza entre vampiros y
humanos. Dejando de lado la mezcla y situando a los híbridos como parte
de la sociedad. Pareciera que incluso se han olvidado de las diferencias que
existen. Aunque aún es necesario seguir trabajando, esperando que, en un
futuro no muy lejano, sea posible vivir dentro del mismo espacio, sin que
existan conflictos. Ese era uno de los mayores sueños de Henryk.
―No creo que Caden haga algo como eso ―opina Haros, haciendo una
mueca―. En mi opinión, tu hijo es demasiado correcto para intimidar a
alguien.
Demasiado correcto. Eso no es algo que pueda considerar negativo. La
sensatez es algo que no todos tienen y que es más que beneficiosa. Después
de todo, hemos llegado hasta aquí debido a la irresponsabilidad de muchos.
No solo humanos, también vampiros. Nuestra existencia llegó a ser más que
buena en un tiempo, a pesar de ser llevada paralelamente a la de los
humanos, hasta que la ambición se impuso y nos vimos enfrentados.
―Él haría cualquier cosa para proteger a Lena ―aseguro―, la quiere
como si fuera su propia hermana. Esa es la razón por la que ha venido
directamente a nosotros, a pesar de no tener la certeza de obtener una
respuesta de nuestra parte.
―Nadie ha dicho que no tenga derecho. Es suficientemente racional para
entender, lo mismo que Lena, ella tiene la edad suficiente para
comprender…
―No hay nada que lo garantice ―replico, más que consciente de la
intranquilidad de Armen―. Lena es especial ―digo con cautela,
expresando lo que más de alguna vez habrán percibido―, ¿nunca te has
preguntado cómo es vivir rodeada de vampiros que no necesitan externar
siempre sus pensamientos, que no se alimentan del mismo modo, que son
demasiado silenciosos y que siempre escuchan lo que haces? A veces tengo
la impresión de que se siente fuera de lugar. ―Creo que nadie podría
culparla. Con excepción de algunos, somos demasiado viejos,
experimentados y conocemos muy bien nuestras habilidades,
aprovechándolas al máximo. Eso nos convierte prácticamente en sombras,
en seres silenciosos.
―Todos la amamos ―expresa luciendo incómodo, ante la declaración
de afecto por su parte.
―Y ella lo sabe, pero eso no evita el asunto. ―Miro a Armen, quien
asiente―. Es un hecho que este pequeño descanso, conviviendo con los
humanos, le ha servido mucho, como para que tengamos que complicar las
cosas.
―Solo digo que…
―Puede que más adelante ―interrumpe Armen, recuperando su
acostumbrada postura imperturbable―, por el momento su relación con
Abiel está siendo de ayuda. Creo que no es algo que sea indispensable y que
puede esperar.
―Quizá nunca se necesite decirle. Tal como hemos decidido cuando fue
traída a este lugar, ella es una de nosotros, no importa su origen. ―Su
padre.
―De acuerdo. ―Suspira Uriel, dejando su postura relajada―. ¿Le dirás
a Gema lo que ha ocurrido? No creo que lo tome con tanta calma.
Le dedico una mirada molesta, volviéndome completamente hacia él.
―¿Estás tratando de crear problemas, Uriel? ―Su boca se estira un
poco, pero no sonríe del todo.
―No. ¿Por qué piensas eso? ―pregunta con aire inocente, aunque sus
ojos dicen otra cosa. Armen también lo observa con atención, aunque no
parece preocupado.
―Casi nunca estás del lado de Gema ―señalo mirándolo con
curiosidad. Se encoge de hombros.
―He de admitir que tal vez quiera algo de diversión. ¿Cuándo fue la
última vez que discutieron? Ni siquiera cuando Abiel besó a Lena subieron
las voces, cosa que yo esperaba, porque ella no parecía muy contenta con la
elección. No puedes culparme por querer verla en acción.
―Eres demasiado retorcido ―mascullo―. ¿Sabes? Podría contarle
algunas cosas interesantes a Irina y ahí también obtendríamos algo de
diversión.
―Uh. ―Me mira divertido―. Ella sabe que es la única mujer que me
importa. Y que mantengo las distancias con todas.
―¿Por qué no has probado con Mai? ―inquiere Armen, tomándome por
sorpresa.
―¡Hey! He estado tratando de defenderte ―reprocho, dedicándole una
mirada molesta―. No deberías estar dándole ideas.
―Tengo curiosidad.
―¿Verdad que es tentador? ―dice con una sonrisa burlona―. No lo he
intentado con Mai, porque nunca me creería y es demasiado tranquila como
para golpearlo. Además, él es más empalagoso que tú y yo puede que
incluso más que los rubios.
Sacudo la cabeza, no desmintiendo sus palabras. Mai no caería en sus
provocaciones y la mayoría sigue mirándome con reservas. Eso asegura que
es la única que puede llegar a mí.
Nuestras sonrisas desaparecen, de nuevo reflexionando sobre el asunto
que nos ha traído hasta esta sala que no permite que los demás puedan
escuchar.
―Por el momento es mejor que las cosas sigan como hasta ahora. Lena
ha dicho que regresará a Cádiz en unos días, así que no es necesario
precipitar las cosas. Lena es mi hija, no importa lo que diga su sangre u
otros piensen.
―Pediré a Neriah que mantenga la atención sobre ellos, solo para estar
seguros.
―Yo también hablaré con Farah.
Farah (2)

Su figura se materializa a poca distancia de donde me encuentro, oculto


entre las sombras de la noche. Sus ojos carmín brillan, distinguiéndolo de
subalternos.
―Gracias por ayudarme.
Asiento, contemplado por primera vez, el rostro tenso de mi hermano.
Para nadie es un secreto que Lena le importa demasiado, no solo por el
cariño de padre que siente por ella, sino también por el amor que siente
Gema. Si algo le ocurriera a esa chica, sería la más afectada. Es algo que
puedo entender de primera mano, tanto Airem como Johari son mi vida y si
algo les pasa…
―No es nada ―respondo alzando y bajando los hombros―. Aunque
Caden ya se había hecho cargo del asunto.
―Lo sé. Estuvo hoy en Cádiz. Sin embargo, aún eres quien se encuentra
a cargo de la ciudad. No quería provocar algún tipo de roce.
―La mayoría sabe que es solo de nombre el cargo, ese muchacho es
quien se ocupa de prácticamente todo y difícilmente existe algo que se le
pase por alto.
―Tal como su padre.
―Eso mismo pienso yo.
―Hay algo más que te inquieta, ¿cierto? ―inquiere, su semblante serio
tomando el control de su rostro.
No es algo que esté de más hacerle saber, justo pensaba pasarme a
primera hora por la residencia, pero su presencia me ha ahorrado tiempo.
―Sí. Quiero que te lo tomes con calma, no hay una seguridad…
―Habla.
―Johari sintió la presencia de un híbrido fuera de Jaim. ―No me
esperaba esa declaración esta tarde, vaya que me tomó por sorpresa y más
porque fue precisamente ella quien sugirió que se lo hiciéramos saber a los
demás. Mi mujer ha cambiado tanto, no es que se haya vuelto dócil, porque
mantiene ese carácter decidido y terco que heredó su hija, pero ahora ve a
las personas como parte de su familia. Una familia que no le da la espalda
ni la lastima. Poco a poco se ha integrado y confiado en ellas. Ver esa
chispa de felicidad en sus ojos es algo que no deja de emocionarme y de
llenarme de amor. Porque cuando llegó aquí, reconocí el anhelo en sus ojos
fríos y resentidos.
―No se trata de algún residente, ¿correcto?
―Correcto. Lo que me lleva a pensar en ese par que se marchó. ―Ella
no lo confirmó, porque al intentar verificarlo el olor se desvaneció en el
aire―. Podría ser solo una coincidencia o un error, pero es mejor tenerlo en
cuenta.
Se frota la barbilla, mirando hacia el muro.
―Danko piensa que no fueron los únicos que sobrevivieron.
―¿Piensa? ―Confirmar el número fue imposible, muchos murieron en
la batalla y de otros nunca se pudo recuperar sus cuerpos.
―Tampoco tiene la certeza, pero cree que no se habrían arriesgado a
marcharse de haber estado solos y por la urgencia que mostraban por irse,
supone que alguien los esperaba.
―Es poco probable ―murmuro―. Según Johari, la razón para
marcharse con tanta urgencia, fue su orgullo herido y el odio mal infundado
que sembraron en ellos, prácticamente desde que tomaron el primer aliento.
Siendo los segundos al mando de ese tipo, fueron envenenados mucho más
que el resto.
―¿Qué tan cerca han llegado? ―pregunta luciendo tenso. No necesito
ser capaz de leer sus pensamientos para saber, porque esto complica las
cosas. Lena. Es poco probable que ellos conozcan su existencia y mucho
menos que quisieran contactarla, pero que coincida con lo ocurrido con los
híbridos, la pone alerta.
―Fue solo un leve reconocimiento, como si se encontrara a millas. Sin
embargo, quiso que te contara.
―¿Piensa que pueden estar planeando algo? ¿O que buscan refugio?
―No. Yo lo sugerí, pero del mismo modo que declinaron nuestra oferta,
no aceptarían algo de nosotros.
―Es probable que estuvieran cazando, últimamente en las cercanías hay
más criaturas salvajes.
―Es posible. De todos modos, Airem se está encargando de realizar
recorridos alrededor de ambas ciudades y hasta el momento no ha notado
nada raro. Johari saldrá si vuelve a sentir algo.
―Gracias por decírmelo.
―No es nada. Y aunque sé que tal vez solo terminé preocupándote, con
el asunto de Lena, creo que es mejor no correr riesgos.
―Así es.
―Lo que sí puedo asegurar es que nuestros híbridos no están
involucrados. Ellos ya se consideran parte de la ciudad y tienen aprecio por
las personas. He sondeado sus mentes, no hay resentimiento ni nada que
pueda considerarse peligroso. Menos aún en los jóvenes, que son ajenos a
lo ocurrido.
―Es bueno saberlo.
―Mantendré un ojo en ellos, de todos modos.
―Te lo agradecería. Lena se quedará un par de días más y volverá a
Cádiz.
―Algo de eso comentó en la cena. No te preocupes, tiene varios ojos
sobre ella y, además, no tengo que decirte que puede volver cuando quiera.
―Estará haciéndolo. Dijo que ayudaría con la construcción de la
ampliación del muro.
―Cierto. Es una chica muy comedida y amable.
―Cuida de ella mientras se queda aquí.
―No tienes que pedirlo. Déjalo en mis manos.
Asintiendo, le toma un instante perderse en la oscuridad. No cabe duda
que tener a quien proteger nos cambia.
Elise (5)

Alisando la manta que cubre mi cama, miro por la ventana. La noche es


tranquila, el cielo despejado, aunque se percibe una ligera brisa helada. Lo
que me hace pensar si ese par de pillos habrá cerrado su ventana. No hay
indicios de tormenta, pero podrían enfermarse. Siempre olvidan hacerlo
siendo tan descuidados. No dudaría que hoy también, a pesar de que les
recordé en la cena.
Dando un suspiro y negando, abro la puerta, confirmando que no hay luz
debajo de su puerta, aunque no es así con mis padres. Pero definitivamente,
prefiero no saber qué hacen despiertos a esta hora. Recorro la distancia
hasta la habitación de mis hermanos y abro. Tal como creí, las cortinas que
cubren la ventana, se mecen con el viento.
―Descuidados ―farfullo entrando con cautela. Me detengo un instante,
dando un vistazo fuera, notando que hay demasiadas luces encendidas en
las casas próximas, a pesar de ser demasiado tarde. Qué extraño. Cierro la
ventana, volviéndome para salir, pero frenando al escuchar un quejido.
Miro la cama de Gavin, que gime y se mueve inquieto. Me acerco,
tocando su frente, que está cubierta de sudor, resultado de la elevada
temperatura. Palpo sus brazos y pecho, realmente está demasiado caliente.
Pero no es solo eso, sus manos están sobre su estómago, como si le doliera
y también se estremece.
―¿Qué sucede? ―Miro a mi padre, quien está en la puerta.
―Está enfermo. ―De un par de pasos llega hasta mí. Me aparto,
permitiendo que lo tome en brazos y se sienta sobre su cama. Dándole un
rápido vistazo, confirma mis palabras.
―Hay que llevarlo a la clínica, la temperatura es demasiado alta.
―Me duele ―se queja Gavin, pareciendo recobrar el conocimiento, solo
para comenzar a retorcerse violentamente en sus brazos. Esto no es normal,
no es una simple fiebre o malestar y mi padre también parece percatarse.
―Avisa a tu madre ―ordena antes de salir corriendo.
Elise (6)

―¿Qué pasa? ―murmura Mael adormilado, pasándose la mano por el


rostro. Por instinto cruzo la habitación, acercándome a su cama. De
inmediato lo toco, dejando escapar un respiro de alivio al asegurarme de
que no tiene temperatura y que parece estar bien―. ¿Dónde ha llevado a
Gavin, papá? ―Imposible que no lo sintiera marchar o que se inquietara,
siempre han sido unidos. Son uno mismo cuando de travesuras se trata.
―A la clínica ―respondo acariciando su pelo―. Ponte algo abrigador,
tengo que buscar a mamá y avisarle.
―Pero… ―Tira de mi mano, reteniéndome cuando trato de alejarme,
pero sacudo la cabeza.
―Seguro que estará bien, no te preocupes. ―Me mira no convencido,
pero asiente, comenzando a bajar de la cama.
―Quiero ir.
―Lo esperaba.
Salgo rápidamente y avanzo por el pasillo, encontrándome con mi madre
en la puerta de su habitación.
―¿Qué ocurre? ―pregunta pasándose una mano por el pelo―. ¿A
dónde ha ido tu padre?
―Gavin está enfermo, mamá ―digo tratando de sonar moderada, pero
eso no da resultado, su piel palidece y sus ojos se agrandan, denotando
desagrado y sorpresa.
―¡¿Enfermo?! ―pregunta retrocediendo. Sin prestar demasiada
atención, toma un abrigo y regresa poniéndoselo apresuradamente―. ¿Lo
ha llevado a la clínica?
―Sí, tenía mucha fiebre. ―Y mal aspecto, pienso sin expresarlo. La
temperatura, aunque podría parecer algo no alarmante, no es común.
Nosotros prácticamente nunca enfermamos, somos más resistentes que las
personas normales y eso se debe a la influencia de la sangre de mi padre.
Pero él como yo, ha sentido que no se trataba de algo ordinario, por eso no
ha dudado en llevarlo.
―Tengo que ir...
―Yo voy. ―Se detiene, dirigiendo la mirada hacia Mael, que en ese
momento aparece en la puerta de su cuarto. Puedo adivinar lo que está
pensando mi madre, pero necesito ir y saber qué ha pasado. No podría estar
tranquila, quizá sean un dolor de cabeza, pero son mis hermanos y me
importan demasiado―. Él también quiere ir ―digo tomando de la mano a
mi hermano, que se ha acercado a nosotras.
Mi madre cierra los ojos un segundo y mueve la cabeza, pero termina
asintiendo.
―Está bien. Vamos.

Mi inquietud y la de mi madre se disparan a medida que nos


aproximamos. Esto es por demás extraño, no somos los únicos que parecen
estar teniendo problemas. Nos detenemos en la puerta del pequeño edificio,
que funge como clínica, observando el ir y venir de las personas que llenan
el lugar.
―¡Está allá! ―señala mi hermano, tirando de mi brazo. Mi madre no
duda, se abre paso hasta una de las camillas que se encuentran a la derecha,
junto a la pared.
Ahí se encuentra mi padre, sosteniendo la mano de Gavin, que ahora
tiene el rostro de un tono rojizo y respira agitadamente.
―¿Cómo está? ―pregunta mi madre llegando hasta él, tocando su
cabeza con ternura maternal.
―No lo sabemos. ―Señala con la cabeza hacia las otras camas―.
Varios pequeños han ingresado con los mismos síntomas.
Me estremezco. Está en lo cierto: en cada una de las camillas se
encuentra un pequeño, mayor o menor que Gavin, pero en todos los casos
se trata de infantes. Sus padres se mantienen a su lado, luciendo tan
preocupados como nosotros. Incluso mi padre que siempre se muestra
relajado, no puede ocultar la impotencia ante su aspecto.
En uno de los espacios, veo al médico, quien examina al niño inmóvil
sobre la cama, al tiempo que parece cuestionar a sus padres y hablar con
una de las enfermeras. El resto de quienes ayudan en la clínica, parecen
estar acondicionando espacios. Por sus expresiones, me doy cuenta de que
no esperaban algo como esto. Y no es para menos, los problemas médicos
que se atienden son los comunes, gripas, caídas o accidentes menores. Esto
los supera.
Miro hacia la puerta en el preciso instante en el que Caden entra con
Diana, la hermana menor de Klaus, en brazos, seguido por él. Ella también
parece estar enferma.
¡Oh, Dios! ¿Qué está pasando?
―¿Le han revisado? ―murmura mi madre, afligida―. Hay que hacer
algo.
―Le han dado algo para el dolor ―responde mi padre―, pero ha dicho
que no puede aplicar un medicamento hasta saber exactamente qué ocurre.
Además, hay demasiados pacientes. Esto no es normal.
Escucho las palabras de mi padre, pero mi atención sigue a Caden, que
deposita a Diana en una de las camillas que acaban de instalar. Dice algo a
Klaus y se acerca a donde nos encontramos.
Se detiene a mi lado, su postura rígida y su expresión llena de inquietud
e incertidumbre.
―Gavin ―susurra mirando a mi hermano, por su expresión puedo
darme cuenta de que se trata de lo mismo que tiene Diana. Mi padre lo mira
expectante, pero él sacude la cabeza―. Mis habilidades no funcionan
―dice luciendo apenado―. Lo siento.
―Tranquilo, muchacho ―suspira mi padre forzando una sonrisa. Es la
primera vez que lo noto tan tenso, sé cuánto quiere a mis hermanos, a pesar
de ser terribles―. Hay que esperar al médico.
―He hablado con mi padre, enviará al médico de Cádiz, para ayudar.
―Koller.
―Sí.
―Eso será bueno ―asiente mi padre―. Aunque yo no le quitaré los ojos
de encima. La última vez que lo hice, Anisa casi me golpea porque se le
ocurrió poner a dormir a Pen. Esos chupasangres son terribles. ―Ninguno
atendemos a su intento de disminuir la inquietud, ni siquiera mi madre lo
reprende.
Mael tira de mi mano, mirándome preocupado. Lo abrazo, tratando de
reconfortarlo, porque no tengo palabras que darle.
―¡Presten atención! ―La abuela se sitúa a mitad del lugar, captando la
atención de la mayoría de nosotros―. Somos demasiados para estar aquí y
eso no es bueno para los enfermos. Comprendo su preocupación, pero es
mejor si solo uno de los padres se queda y los demás se van a descansar o
esperan en sus casas. ―Algunos murmullos de inconformidad se elevan,
pero tiene razón―. Les aseguro que en cuanto tengamos noticias, haré que
les avisen. Permitan que se les atiendan, que el médico haga su trabajo.
Mis padres se miran fijamente, hasta que mi padre suspira y asiente.
―Me quedaré mientras regresas. ―Mira a Mael y estira la mano,
tomando la suya―. Es mejor que vayas a dormir, hijo.
―Pero…
―Ya escuchaste a la abuela Kassia, es mejor que no estés aquí. No
queremos que te enfermes, si no, ¿quién cuidará a Gavin? ―Le da una
palmadita en el hombro―. Tu madre te llevará con el tío Farah, sé bueno.
Es evidente su inconformidad, pero no replica. Esta es una de las pocas
veces que mi padre le da una orden seria, sabe que tiene que atender.
―No tardo ―dice mi madre, haciendo un gesto a Mael, para que se
despida y vaya con ella. Es obvio que será quien se quede con Gavin y él
ayudará con lo que se necesite, además de saber que ha provocado esto.
Solo espero que no sea lo que pienso y que todos se recuperen cuanto
antes. El padecer de un niño es de las peores cosas que un padre puede
experimentar. La impotencia de no ser capaz de aliviar su dolor.
Caden (5)

―Quienes se queden ―de nuevo se eleva la voz de la abuela―, tienen


que usar mascarilla y ser pacientes para que los atiendan. También… es
bueno si alguno desea ayudar, necesitamos voluntarios.
―¡Yo quiero ayudar! ―dice Elise sin dudar. Mi abuela asiente y le pide
que la siga, junto con otras seis personas. Hago una ligera inclinación al
señor Knut y voy detrás de quienes se han ofrecido como voluntarios.
El centro médico nunca ha requerido un alto número de ayudantes. Las
medicinas vienen de Cádiz, así como las vacunas o instrumentos clínicos,
por lo que solo hay un médico, un par de ayudantes y dos enfermeras. En
este momento hay al menos veinte niños que necesitan ser atendidos, eso
supera por mucho la capacidad. Lo que me hace reflexionar sobre nuestras
necesidades.
―Pónganse una bata, guantes y mascarilla ―indica mi abuela, luciendo
firme, como si no fuera la primera vez que tiene que dar órdenes o guiar―.
Hay que tomar los signos vitales y tomar nota de los síntomas que
presentan. Todo. Cualquier cosa que sus padres puedan decirles sobre qué
comieron o si estuvieron expuestos a algo que pudiera generar su condición.
También es necesario despejar el almacén para trasladar a quienes se han
revisado ―dice mirándome. Desde luego que tampoco hay camillas
suficientes y está tomando medidas en caso de que se presenten más
enfermos. Lo que realmente espero que no suceda.
―¿Puede tratarse del Virus R? ―susurra Elise, una vez que los demás se
han retirado y solo nos hemos quedado los tres. Mi abuela coloca una mano
en su hombro y sacude la cabeza.
―No lo creo, cariño ―responde, no pareciendo tan convencida, pero
evidentemente tratando de reconfortarla―. Los síntomas son diferentes y
por el momento solo está atacando a los pequeños. ―Sus ojos se
encuentran con los míos―. Van a ayudar también, ¿verdad?
―Sí.
―Bien, ya sabes lo que tienes que hacer. Me serviría de mucho alguien
que nos ayude a moverlos, si es necesario. No tengo que decirles que tengan
cuidado, ¿cierto?
―No ―negamos al unísono y ella esboza una débil sonrisa y sale.
―Se pondrá bien ―aseguro tomando la mano de Elise, que se gira
pegándose a mi costado.
―Lo sé ―murmura con una sonrisa tensa―. Será mejor darnos prisa.
―Sí. ―La sigo, notando que más personas han llegado. Esto es
demasiado preocupante. Nunca antes hemos pasado por algo así y es
evidente que ha encendido las alarmas en todos.
Los mayores son quienes tienen más presentes los estragos que ese virus
provocó, nadie quiere pasar de nuevo por eso, pero es algo que no podemos
descartar.

Paso las siguientes dos horas moviendo cosas del almacén,


acondicionando camas y ayudando a trasladar a los pequeños. Hasta el
momento, son un total de treinta niños, entre los cinco y doce años. El
temor se ha acentuado en los rostros de sus padres: no se trata de un caso
aislado. Son pocas las variantes que presentan, pero es claro que tiene que
tratarse del mismo padecimiento.
Sigo con la mirada a Elise, quien ofrece café a una madre que se
mantiene atenta a su pequeña hija.
Las voces callan, no necesito ver para saber la razón. Dejando de lado mi
labor, me giro, observando el motivo del inesperado silencio. Un grupo de
vampiros, vestidos de blanco, encabezados por un hombre mayor, un
fundador sin duda, están en la entrada. Sus ojos conectan con los míos, leo
el reconocimiento, aunque es la primera vez que nos vemos, lo que asegura
que se ha encontrado con Josiah antes. Rápidamente me aproximo,
consciente de que es lo que espera.
―Soy Koller ―anuncia, manteniendo su postura firme.
―Lo esperábamos ―digo indicándole que puede entrar. El médico de la
ciudad viene a nuestro encuentro y sin perder tiempo comienza a explicarle
lo que ha visto en los niños hasta el momento.
Sus acompañantes no pierden el tiempo. Desplegando sobre el mostrador
sus cajas médicas, se distribuyen pasando por las camas, mirando con
atención a los pequeños y tomando nota. Los padres, aunque tensos, se
limitan a observar.
Permanezco cerca de ambos médicos, más que atento a sus palabras, lo
mismo que hace una joven pequeña, de cabellos castaños y ojos carmín, que
me mira con atención. Usa una mascarilla, pero por su aspecto, no pareciera
ser mayor que yo.
―Por el momento hay que monitorearlos ―indica Koller, su ceño
contraído, sus ojos escaneando el lugar―, darles algo para el dolor.
―¿Solo eso? ―cuestiono, consciente de que los padres esperan una
explicación.
―Tomaré muestra de alguno de ellos y haré las pruebas en Cádiz. Antes
de actuar, tenemos que descartar la infección. Así que hay que restringir la
entrada de personas y mantener a los niños lo más lejos posible, ya que
aparentemente son el grupo vulnerable. ¿Hay otros enfermos?
―Solo un par, por heridas menores.
―¿Es posible trasladarlos a otra parte? Hay que evitar complicaciones
de todo tipo.
―Ordenaré que lo hagan ―dice Fausto, el médico de la ciudad,
comenzando a dar instrucciones.
Koller se centra en mí y luego señala a la chica que se mantiene a su
lado.
―Ella es Kyla, mi asistente. Se quedará aquí con el resto de mis
ayudantes, pero será quien se comunique conmigo. ―Uno de sus ayudantes
regresa con un par de frascos, que le entrega y de nuevo se aleja―. Llevaré
estos a Cádiz. Cualquier cosa que necesite saber, solo ponte en contacto con
ella.
―Por supuesto. ―Se dirige a la puerta, donde se encuentra Abiel
acompañado de Lena, quien se despide y se acerca a mí. Acaricio su brazo,
señalándole dónde se encuentra Gavin, ella asiente y sigue de largo.
Miro a la asistente de Koller, que conversa con sus compañeros, al
parecer dándoles instrucciones.

―¿Qué les han dado? ―inquiero entrando en la pequeña oficina, donde


se encuentra Kyla. Han pasado unos minutos, pero ahora todos los niños
han dejado de quejarse y se mantienen quietos, aparentemente dormidos,
aunque su aspecto sigue igual.
―Son sedantes ligeros ―responde saliendo detrás del escritorio―, no
alteran su organismo y les permitirán un poco de descanso. El dolor parece
insoportable. ―Se cruza de brazos, apoyándose en el borde―. ¿No
preguntarás si es todo lo que se puede hacer por ellos?
―¿Debería? ―Se encoge de hombros. No es como la mayoría de los
vampiros, a pesar de la frialdad expresa en sus grandes ojos. Tampoco es
como la tía Elina o Irina.
―Sus padres lo hacen ―dice con una débil mueca―. Dar algo erróneo,
puede ser la diferencia entre la recuperación y el descenso, no podemos
cometer una falla.
―Lo sé. ―Su mirada carmín se centra totalmente en mí, al tiempo que
da un paso al frente.
―No eres como él. ―Josiah. Ella también lo conoce―. Y no me refiero
solo a lo físico ―susurra tocando mi brazo. Me mantengo inmóvil, al no
leer una amenaza―. ¿Es por el trabajo que realizas? ―Su mano se extiende
por mi pecho, no tiene una intención insana, puedo darme cuenta, es solo
curiosidad lo que sus vivaces ojos expresan.
―Caden… ―Miro a Elise, que se ha quedado inmóvil mirándonos en la
puerta. Claramente, malinterpretando la situación―. Perdón. ―Da la vuelta
y desaparece, antes de que pueda decir algo.
―No sabía que tenías pareja. ―La débil voz de Kyla no pasa
desapercibida, pero confirma que Elise puede pensar algo equivocado.
―Ahora lo sabes ―digo saliendo detrás de ella.
Yohan (3)

Golpeando de nuevo la pared, siento cómo el dolor se extiende por mis


nudillos, subiendo por todo mi brazo. He perdido la cuenta de los impactos
que he dado, ni siquiera he notado cuándo comencé a sangrar, ni la marca
que he dejado sobre la roca.
―Eso no soluciona nada ―musita con voz triste Ivy. Ha estado
observando mi frustración, pero parece que considera que tiene que
intervenir y eso me hace cesar de querer golpear otra vez.
Dando un profundo suspiro, retrocedo, hasta que mi espalda choca con la
pared y me dejo caer, en medio del túnel.
―¿Lo logrará? ―pregunto no seguro de desear conocer la respuesta.
―Sí, es probable, ha sido bastante grave esta vez, pero se salvará.
Esta vez.
Un claro indicio de que no será la última vez que uno de nosotros tenga
que exponer su vida para protegernos. Y es que, si se tratara solo de
permanecer dentro, lo haríamos, pero eso significa morir de hambre. Cada
vez tenemos que ir más lejos para cazar algo y dentro de estas cuevas, es
prácticamente imposible cultivar algo. Aunque lo hiciéramos afuera, ellos
se encargarían de destruirlos, para obligarnos a salir.
Ivy avanza, dejándose caer a mi lado, abrazándose de mí.
―No quiero perder a nadie más ―dice muy bajito, temerosa de admitir
su miedo.
―No lo haremos ―prometo, intentando darle un poco de confianza. Ella
es joven, sabe pelear, pero no somos tan fuertes como antes y esas cosas
parecen estar aumentando de número―. De alguna forma acabaremos con
ellos. ―Es la única manera de poder vivir sin temor.
Randi nos ha enseñado que no debemos ser débiles, pero es imposible no
ceder a la desesperación. Si no hacemos algo, no sobreviviremos.
Danko (4)

―Únicamente los niños ―murmura Armen, su expresión ausente,


cargada de inquietud, lo mismo que el semblante de Haros y supongo que el
mío también. No hace falta mencionar a las mujeres de la residencia.
En este momento, todo el mundo se encuentra invadido por la
preocupación e incertidumbre de no saber a qué nos enfrentamos.
Especialmente Gema y Mai, ya que por mucho que se quisiera mantener en
las sombras la situación, para no alarmarlas, fue inevitable que se enteraran
cuando me vi obligado a ponerme en contacto con Koller y enviarlo a Jaim
durante el amanecer. Al mismo tiempo que tuve que poner al tanto a
Armen. Ya que, aunque por el momento tengo el control de la ciudad,
Armen sigue siendo mi mano derecha y dado todo lo que hemos pasado
juntos para proteger ambas ciudades y a nuestros seres amados, nadie
cuestiona su participación y autoridad. Del mismo modo que ocurre en Jaim
con Farah y Knut, quienes asumieron el puesto cuando Jensen fue
transformado y pasó a ser parte de Cádiz.
―No es un patrón usual o, al menos, no uno que se haya observado antes
―comento con la mirada perdida, reflexivo sobre los pocos detalles que
Caden ha podido transmitirme mentalmente.
―Eso es cierto ―opina Uriel, golpeando su dedo sobre el borde de su
copa, ahora vacía. Lo que denota su ansiedad. A pesar de insistir en que se
retiraran a sus habitaciones, han preferido esperar hasta tener alguna
noticia.
―El problema es que no se trata de un solo caso.
Han trascurrido solo un par de horas desde que fuimos informados,
pronto el alba iluminará los muros, dando paso a un día incierto. Todos
somos conscientes de Koller y su gente trabajando, pero mientras no
tengamos la certeza de nada, no podemos estar tranquilos.
―Cierto, pero anteriormente, el Virus R atacaba con mayor frecuencia a
los adultos y jóvenes. ¿Me equivoco?
―Eso es solo en parte verdadero. Eso podría deberse a que parecían ser
menos fuertes, a pesar de estar transformados y no solo actuar como bestias,
sino tener su fuerza, así que simplemente eran blancos perfectos para
quienes eliminaban a los repudiados. Incluidos los humanos que se
dedicaban a darles caza.
―Supongo.
Es más que comprensible su preocupación. Durante casi dos décadas
hemos estado seguros de que no había presencia del virus, los últimos
brotes fueron mucho antes de tener noticias de Alón y, después de su
muerte, se inmunizaron a los híbridos que aceptaron quedarse en Jaim, con
la finalidad de evitar posibles contagios. Sin embargo, de comprobarse que
es la causa, podría cambiar todo. La desesperación y muerte nublaría el
juicio de esos padres y haría que las rivalidades surjan de nuevo. No es algo
que desee, creo que ninguno de nosotros, pero especialmente yo, no cuando
estoy a nada de ceder el control a mis hijos. No para desentenderme de
todo, sino porque ha sido demasiado tiempo, aunque nunca fuera mi deseo,
no obstante, se necesitaba alguien que los guiara.
Un par de golpes anuncia su llegada. Los tres observamos entrar en el
despacho a Bail, acompañado por Reus y escoltados por Abiel, quien me
hace un pequeño gesto, señalando silenciosamente si deseo que se quede,
pero lo despido con un movimiento de cabeza. No es necesaria su
presencia.
Para ninguno de los presentes resulta sorprendente la intervención del
acompañante de Bail, a pesar de no ser del agrado de Uriel y de las reservas
que, aunque no expresa, mantiene Armen sobre su persona.
Reus es uno de los consejeros que en su momento apoyó a Nicola y
cuestionó la habilidad de Uriel para manejar la guardia en Jericó. Después
del ataque de Jensen al muro y de su llegada aquí, terminó estando del lado
de Armen, pero hay cosas que no se olvidan fácilmente. No obstante, la
cordialidad es algo que siempre se debe tener en mente, para evitar
conflictos innecesarios.
―¿Alguna noticia? ―inquiere Bail, ocupando asiento en uno de los
enormes sillones de piel, extendiendo la invitación a Reus para que lo
acompañe.
Ambos son de los vampiros con mayor edad, al menos en cuanto al
aspecto: Armen y yo somos más viejos, quizás eso hace que entre ambos
haya buenos términos.
―Por el momento, ninguna ―respondo―. Koller está haciendo
exámenes aquí, mientras Kyla se encuentra en Jaim, supervisando a los
enfermos.
Kyla es la hija de sangre de Reus y el motivo de su presencia y
preocupación. Ella es una fundadora, de las únicas descendientes de sangre
pura que aún prevalece en su linaje. Trabaja con Koller, una chica que vive
prácticamente entre sombras, dentro de los laboratorios. Fue una de las
personas que contribuyeron al desarrollo de la vacuna contra el Virus R.
―Lo sé. También hay cierta inquietud entre los miembros del Consejo
―hace saber, su rostro pálido sin mostrar emoción alguna. Otra cualidad
que le asemeja a Bail, probablemente por eso fueron elegidos para ser
convertidos. El viejo Bail era alguien muy pensante y que optaba por
seleccionar humanos que no representaran una amenaza para sus filas, a
contraparte de Sergey y el mismo Alón. A ellos les importaba más la fuerza
o astucia que podría tener, entre otras cosas.
―¿Porque su alimento puede correr riesgo? ―masculla Uriel con
malicia, lanzándole una mirada irónica, que no responde―. Supongo que
no has estado llenándoles la cabeza, ¿o sí?
―Uriel ―advierte Armen, pero él se encoge de hombros, sin quitarle los
ojos de encima a Reus. Lo dicho, no le agrada.
―Solo estoy haciéndoles saber algo que es un hecho ―contesta sin caer
en la provocación de Haros, ni parecer ofendido―. A todos nos preocupa lo
que ocurra con los humanos, porque, aunque no nos afecta de manera
directa, alteraría la tranquilidad entre ambas ciudades. Y sí, aunque suena
egoísta, somos conscientes de que si ellos mueren, nosotros también lo
haríamos a largo plazo. El sustituto no puede fabricarse sin sangre, ya lo
entendimos.
Su declaración tan directa no parece gustarle a Uriel ni a Armen, pero
Bail se apresura a intervenir, no queriendo un enfrentamiento.
―Las personas podrían creer que, de alguna manera, de nuevo estamos
implicados en todo esto, eso definitivamente alteraría el orden.
―Por ahora es mejor no especular y esperar. Las cosas han cambiado
mucho y Koller ha tenido bastante tiempo para estudiar el virus, hay que
darle una oportunidad. Por el momento, se han tomado medidas para evitar
un mayor contagio y prevenir el pánico.
―Los humanos son demasiado susceptibles ―murmura Reus,
obteniendo ahora incluso de mi parte, una mirada molesta.
―Tú lo serías también, si la vida de Kyla estuviera comprometida
―gruño ante su falta de tacto―. Se trata de sus hijos, a nadie le gustaría
verlos morir. Ellos son completamente inocentes.
Parece querer replicar, pero Bail lo corta con un movimiento de brazo y
sacude la cabeza.
―No hemos venido para causar problemas. Queremos ayudar.
―Ayudan más no haciendo comentarios fuera de lugar ―farfulla Uriel,
sin ocultar su disgusto.
―Una vez que tengamos noticias, se hará partícipe al Consejo, Reus
―afirma Armen―. Nunca hemos estado a favor de ocultar cosas, pero tal
como ha dicho Danko, hay que esperar.
Con la tensión palpable, permanecemos en silencio, cada uno de nosotros
sumido en sus pensamientos, probablemente considerando las
consecuencias si se confirma que se trata del Virus R. Realmente espero que
no sea el caso, he visto demasiada muerte y sangre manchando mis manos.
Caden (6)

El golpe de Lena me toma por sorpresa, a pesar de que no ha sido aplicado


con suficiente fuerza para causarme daño. La miro desconcertado, pero en
lugar de responder, de nuevo su puño golpea mi hombro, ahora con más
intensidad.
―¿Qué le hiciste a Elise? ―pregunta molesta, cruzándose de brazos,
arrinconándome en la parte trasera del almacén de suministros.
Noto la mirada de un par de personas, que, como nosotros, también se
han ofrecido como voluntarios y fingen seleccionar nuevas sábanas y otras
cosas.
Le indico que me siga fuera de la habitación y, aunque no parece
gustarle, lo hace. Los primeros rayos del sol iluminan el horizonte, pero por
primera vez en años, el sentimiento que se percibe es desolación. Han
trascurrido varias horas y continuamos sin saber qué hacer. Los niños aún
duermen bajo el afecto de los sedantes que les han sido administrados. El
número no ha aumentado mucho, pero el temor de nuevos pacientes nos
mantiene vigilantes. Sin embargo, sé que esa no es la razón por la que Lena
parece tan enojada.
―¿Y bien? ―insiste mirándome acusadoramente―. ¿Qué le hiciste?
Decir que nada es una mentira. El problema es que no ha permitido que
hable con ella, me ha evitado y huido de mí, apenas intento acercarme.
―Ha malentendido una situación ―contesto, no queriendo involucrar a
esa fundadora, quien evidentemente no tiene ningún interés en mí, es la
primera vez que nos encontramos, en todo caso, sería sobre Josiah. Cosa
que tampoco es posible.
―Será mejor que arregles cualquier malentendido o lo que sea, porque
no me gusta verla así. Además, por si no lo has notado, parece bastante
agotada y no quiere descansar. ―Tira de mi camisa, obligándome a
inclinarme―. Tienes que hacer algo. O no te perdonaré lo de mi muñeca.
―¿Qué?
―Ya sé qué hiciste con ella, Caden. Así que mejor habla con Elise y no
seas tan tonto. ―Da media vuelta y se aleja, dejándome pasmado.
Sabe sobre su muñeca, pero no ha parecido tan molesta como imaginé y
obviamente tiene que ver con el cariño que siente por Elise. Eso es bueno.
Rodeo el lugar, digiriéndome a la entrada de la clínica, donde encuentro
a algunos padres que han preferido esperar por noticias, aunque la abuela
les ha indicado que sería mejor que fueran a sus casas a descansar un poco.
Evidentemente, ninguno quiere hacerlo, no sabiendo que sus hijos aún
sufren. Saludo a algunos, sintiéndome frustrado por no poder hacer nada.
Sin embargo, ninguno parece molesto, ellos entienden que esto es algo que
nos supera y que no esperábamos que ocurriera.
Cruzo la puerta, mis ojos buscándola de inmediato. Lena tiene razón,
aunque no pueda hablar con ella por el momento, sobre lo ocurrido, es un
hecho que tiene que tomarse un descanso. Ha sido una noche bastante larga
y agitada y, si esto se prolonga, necesitaremos estar preparados. El
cansancio comienza a notarse en cada rostro, así como lo hace la
preocupación.
Me acerco a ella, que está apoyada en el mostrador, sus ojos sobre su
hermano.
―¿Qué pasa? ―cuestiona cuando la tomo de los hombros, obligándola a
girar.
―Vamos ―indico sin darle oportunidad de detenerse.
―¿A dónde?
―A la cama.
―¡¿Qué?! ―exclama abruptamente, mirándome con los ojos muy
abiertos.
―No has dormido.
―No necesito dormir ―murmura intentando liberarse de mi agarre, pero
no consiguiéndolo―. Además…
―Tu padre se quedará con tu hermano.
―No…
―Tienes que descansar ―digo con firmeza, señalándole una de las
camas libres en otra de las secciones improvisadas, por si se necesitaban
más espacios.
―Caden… ―Hago que termine sentada en el borde y sin soltar sus
hombros me inclino sobre su rostro.
―No tiene sentido que te quedes despierta todo el día. Tu padre estará
agotado en algún momento y habrá que relevarlo.
―Cierto, pero…
―La abuela ha asignado a alguien para que se mantenga vigilándolos.
Los médicos y enfermeras se han dispuesto a tomar un descanso también. Si
surge algo los llamarán. Vamos.
―Está bien ―dice de mala gana, dejándose caer. Tiro de la manta y
cubro su cuerpo.
―Yo estaré al pendiente y te diré si algo ocurre.
―Gracias, Caden.
Observo su rostro, que lentamente se relaja. Sus párpados se cierran, sus
labios entreabiertos, su respiración pausada. Estaba tan exhausta que no ha
demorado nada en dormirse, a pesar de su negativa.
Retiro con suavidad el pelo de su frente e, inclinándome, coloco un beso
ahí. Ella suspira y se inclina hacia mí. Dando una rápida mirada alrededor,
no percibo a nadie que mantenga la atención sobre nosotros y la cortina nos
da un poco de privacidad, así que, subiendo en el pequeño espacio que
queda libre, me acomodo a su lado. Al instante se pega a mí, su rostro
buscando el hueco de mi cuello, su mano descansando sobre mi pecho. Mi
adorada Elise; pronto, pronto.
Kyla (1)

―¿Qué noticias tienes? ―inquiere el señor Danko, entrando en la


oficina de mi maestro, esta vez acompañado únicamente por el señor
Regan, a quien también dirijo una pequeña inclinación, una muestra de
respeto.
―Aparentemente, no se trata del Virus R…
―¿Aparentemente? ―repite, no pareciendo satisfecho. Mi mentor se
pasa el brazo por la frente y deja escapar un profundo suspiro.
―Hice algunos comparativos, y requiero realizar más pruebas.
―Hazlo.
―Es lo que estaba por decirte. No he podido aislar el agente patógeno,
por lo que acabo de pedirle a Kyla que vuelva a Jaim y recolecte el mayor
número posible de muestras. No solo sanguíneas, también de otro tipo.
―¿Qué tipo? ―gruñe, mirándole con recelo.
―Ninguno que atente contra su vida, son intestinales, no quieres los
detalles. Lo que puedo decirles por el momento, es que no es el Virus R.
―Ellos parecen aliviados, pero antes de que se relajen por completo,
continúa―: No obstante, eso no significa que no sea algo de cuidado.
―¿Qué quieres decir? ―Esta vez es el señor Regan quien interviene.
Ambos fundadores siempre me han intrigado, a primera vista y dejando de
lado sus expresiones que no denotan demasiado, parecen serenos, pero son
quienes han realizado algunas de las más grandes hazañas que se han
escuchado entre los nuestros. Eso sin contar con sus extrañas y particulares
habilidades.
―No es algo conocido, pero muestra cierta similitud en cuanto a los
síntomas, con un padecimiento del viejo mundo. ―Lo miran intrigado―.
El cólera.
―Maldición. Es demasiado contagiosa, podría matar a todos.
―Lo sé. Y por eso necesito que cuanto antes busquen las posibles
fuentes, esta enfermedad se trasmite por alimentos o agua contaminada.
―Me pondré en contacto con Caden.
―Avisa que Kyla va en camino y que necesitará tomar muestras. ―Me
da una rápida mirada y asiente.
Klaus (1)

―Ella es Kyla ―dice Caden, señalando a la pequeña chica vestida de


blanco, que acaba de cruzar la puerta de la ciudad y se dirige hacia donde
nos encontramos―. Es quien se encargará de recolectar muestras de sangre
para llevarlas a analizar a Cádiz. ¿Puedes acompañarla? ―pregunta, aunque
no parece ser algo a lo que tenga opción.
―Sí, sí, claro.
―Bien. ―Con esa palabra se va, dejándome bajo la intensa mirada
carmín y helada de Kyla, una fundadora.
―¿Vamos? ―Ella no parece dispuesta a perder tiempo, con pasos
rápidos se encamina hacia el centro médico. Lo que me hace
preguntarme… si conoce la ruta, ¿para qué me necesita? No es como si
alguien quisiera hacerle daño o estuviera tan loco para meterse con ella. Al
menos, yo no.
―Eh, sí ―balbuceo, echando a correr detrás de ella. Es tan bajita y
menuda, pero demasiado ágil, me cuesta seguirle el paso―. ¿No eres muy
joven para ser médico? ―Una lenta sonrisa se dibuja en su pálido y
delicado rostro. De verdad que no parece mayor que Elise o Lena.
―Te sorprendería saber hace cuánto tiempo existo ―responde sin
disminuir la velocidad.
Existo. Una palabra curiosa, y aunque opto por dejarlo pasar me cuesta
mantenerme a su lado.
Al llegar al lugar, noto que ahora hay más niños que hace algunas horas
que he tenido que salir y tomar mi turno de guardia. Porque, aunque
preferiría estar con Diana, no es posible, Neriah se ha quedado con ella toda
la noche.
―¿Se pondrán bien? ―murmuro, acompañándola hasta la pequeña
estancia que funciona como consultorio.
―Estamos en ello, así que haremos todo lo que podamos. ―Su atención
se centra en la caja de metal que ha traído con ella y de la cual toma algunos
frascos y un par de guantes que comienza a colocarse. La puerta se abre y
dos subalternos, de los que han venido con ella la primera vez, entran―.
Necesitamos muestras ―se limita a decir. Ellos asienten y, tomando los
objetos que les tiende, se apresuran a salir.
―¿No quieres usar mascarilla? ―pregunto, cuando se dispone a salir,
llevando la caja con ella.
―El doctor Koller no piensa que se trate de un agente viral, además,
nosotros no adquirimos enfermedades infecciosas.
―Inmunes, claro ―murmuro sarcástico.
―Correcto.
―Pero…
―¿Puedes sostener esto? ―Empuja la caja contra mi estómago,
obligándome a tomarla, antes de que se estrelle en el piso.
―Sí…
―¿Y puedes mantener la boca cerrada? Sería útil que usaras una
mascarilla. No hay que descartar posibilidades.
―Gracias por preocuparte.
―En realidad, hago un favor a los médicos y a las muestras también. Tus
fluidos podrían contaminarlas y dar falsos positivos.
―¿Qué?
―Olvídalo.
¡Já! Qué graciosa. Me callo mi comentario y la sigo por todo el lugar,
guardando las muestras cuando las toma, lo mismo que con sus ayudantes.
Lo que hace que sea poco el tiempo que demoran.
―No me has dicho cuántos años tienes.
―No es de tu interés. ¿Podemos irnos? ―inquiere, aunque ya se
encuentra en la puerta, sin esperar a que responda o confirmar que la sigo.
Qué chica tan rara, bueno, vampiresa.
―No eres muy platicadora, ¿verdad?
―Hablas demasiado.
―¿Sabes dónde están los demás? ―susurro, porque Caden es quien
regularmente se ocupa de tratar con ellos. No lo vi a él ni tampoco a Airem
o a Neriah.
―Buscando el posible origen de la infección. Tiene que haber algo que
los relacione.
―Eso pienso. ¿Y por qué solo niños?
―Sus defensas son menos efectivas para algunos patógenos. Eso y que
la mayoría de los adultos estuvieron expuestos a un mayor número de
agentes, lo que podría haber desarrollado una especie de inmunidad.
―No entiendo mucho de lo que dices.
―Entonces no hagas preguntas y camina.
Uno queriendo ser amable, pero bueno.
Gema (1)

―Se trata de una bacteria mutante, que es resistente a todos los


antibióticos de los que disponemos y desgraciadamente, como hace
demasiado tiempo que no se presentaba una infección de tal magnitud, no
contamos con la cantidad necesaria de principio activo que se requiere para
fabricar uno que sea efectivo.
Esa no es una buena noticia.
―¿Trimetroprim? ―inquiere Irina, su brazo apoyado sobre el muslo de
Uriel, que descansa sobre el costado del mueble en el que se encuentran―.
Recuerdo que era la familia de antibióticos más utilizada.
―Es correcto ―asiente no pareciendo sorprendido por su afirmación,
sino animado―, desgraciadamente, parece ser resistente. Lo mismo que
ocurre con la Eritromicina y Azitromicina, estamos apostando por la
Ciprofloxacina, aunque habrá que realizar algunas modificaciones en la
estructura principal de la molécula, esperando que resulte afectivo, ya que
ninguno de sus derivados ha dado positivo. Después procederemos con los
ensayos, para descartar efectos secundarios.
―Eso llevará mucho tiempo ―murmura Elina, pareciendo horrorizada.
―Créanme cuando les digo que estamos trabajando lo más rápido que
podemos y sin descanso.
―¿Cuál es el problema? ―Danko le mira con seriedad, utilizando su
acostumbrado tono de mando, que le confiere un aspecto intimidante.
Cualquiera que no lo conociera o no lo haya visto tratar a Mai, pensaría que
no tiene sentimientos y pregunta solo por compromiso. Cosa que no es
correcta.
Debo aceptarlo, estaba muy equivocada con él, ha hecho mucho, no solo
por Mai y mis sobrinos, por todos nosotros, incluso ahora, que ha pasado
bastante tiempo en el que bien podría haberse desentendido con las
personas, sigue interesándose en la gente de Jaim.
Siempre me intrigó saber por qué Armen le tenía tanto aprecio y
confianza, que no dudó en pedir su ayuda cuando Abdón y Darius estaba
detrás de nosotros y daba por hecho que lo haría, hasta que lo escuché de su
propia boca. No se trató solo de que lo ayudó cuando recién fue convertido,
sino principalmente, porque entendió que era diferente a su creador y a
muchos otros fundadores que conoció en esa época. Edin Danko realmente
quiso crear una convivencia armoniosa entre humanos y vampiros, y no
simplemente imponerse, como se pensó en un inicio. A pesar de que Alón
ejercía control sobre él, en cierto modo, le temía y también sabía que tenía
la capacidad de manejar todo, permitiéndole una existencia cómoda, aunque
no le fue suficiente y con el tiempo su ambición pudo más. Eso es lo que
piensa Armen.
Alón tramó manipularlo, utilizando a Mai, sin saber que le daría una
razón para luchar y existir. El amor es el sentimiento más poderoso, que
incluso puede cambiar a un ser que se supone no tiene alma ni es capaz de
sentir.
―Sería bueno tener la fuente de infección ―murmura titubeante―,
pero…
―Hasta el momento no han encontrado algo que sea común en todos
ellos. No estuvieron en el mismo lugar y aparentemente no ingirieron lo
mismo ―explica Abiel con semblante sombrío. A todos nos inquieta la
situación, especialmente porque se trata de niños y sus síntomas no son
nada agradables. Aunque es un alivio saber que no se trata de una variante
del Virus R.
―Caden y Neriah siguen investigando ―responde Farah, quien ha
asistido a la reunión, puesto que Caden se mantiene ocupado y Knut sigue
al pendiente de su hijo, es Johari quien le acompaña en esta ocasión, pero
quien se limita a escuchar. Otro que se encuentra ausente es Josiah, algo
poco habitual, ya que se desea que se involucre en todos los asuntos, pero
que ni Armen o Danko han cuestionado al respecto―. Incluso la chica que
enviaron a tomar muestras lo hace.
―Lo sé, he pedido a Kyla que se sume a la búsqueda ―explica Koller,
mirando a Reus, que a petición de Bail, se encuentra presente―. Mientras
más rápido podamos determinar el origen, es mejor. No solo para evitar que
pueda llegar a extenderse o haya más contagios, también para cultivarla y
poder estudiarla a fondo.
―¿Y qué pasa con los niños, entonces? ¿No deberían ser la prioridad?
―pregunta Pen, sin ocultar su inquietud. Anisa permanece de pie a su lado,
al parecer hoy no están disgustados o quizá solo comprende que es
importante para él. Su relación es muy peculiar, pero no tengo dudas de que
son felices a su modo.
―Por ahora hemos logrado controlar la mayoría de los síntomas, ya no
con sedantes, sino empleando algunos fármacos que parecen funcionar y
que no son perjudiciales, aunque solo se están atenuando, así que es
necesario eliminar el agente infeccioso para que puedan recuperarse por
completo.
―Bien, Koller ―aprueba Danko―. Sigue con eso y cuento contigo.
Dando una pequeña inclinación, sale seguido por Abiel, dejando la sala
sumida en el silencio. Cada uno analizando lo que ha dicho, perdidos en
nuestros pensamientos. Los míos son interrumpidos por la suave caricia de
Armen, que toca mi mejilla, tratando de reconfortarme al darse cuenta de
mi inquietud. Le dedico una mirada, mi rostro buscando su toque. Amo sus
muestras de afecto, sin importarle la presencia de los demás, aunque
supongo que ellos se han acostumbrado también.
―Lena sigue en Jaim, quiere ayudar en lo más que pueda, pero ha dicho
que volverá esta noche y saldrá de nuevo por la mañana ―le hago saber, a
pesar de que estoy segura de que sabe perfectamente dónde se encuentra
ella en todo momento.
―Entiendo. ―Tira ligeramente de mi muñeca, hasta que estoy de pie
envuelta en sus brazos. Estamos solos, el resto se ha marchado
silenciosamente. Armen estudia mi rostro, inclinándose hasta que su boca
toca mi frente y después encuentra mis labios―. Es tan diligente como tú.
―Me gustaría ayudar, pero temo que en este momento solo estorbaría.
―Lo sé, por ahora debemos esperar. ―Da un ligero toque en mis
labios―. No me gusta verte preocupada.
―Estoy bien ―aseguro abrazándome a su dorso―. Tú estás conmigo,
como siempre.
―Siempre.
Elise (7)

―Sigues preocupada ―escucho decir a Lena desde la mesa, donde


organiza la comida que ya se encuentra lista para empacar, es para dar a las
personas que permanecen en la clínica, cuidando de sus enfermos.
Hoy es el segundo día, no han empeorado, eso es algo bueno, ya que su
semblante ha retomado color, pero aún no tenemos una cura y eso mantiene
en angustia a todos. A pesar de que no hay nuevos infectados y que se ha
descartado por completo que se trate del Virus R. El cual convertía a una
persona en una bestia sin capacidad de razonar y con el único impulso de
alimentarse. Fue mucho antes de que naciera, pero por lo que he escuchado,
se trata de algo horrible.
―No ―respondo débilmente, sin girarme y mirarla. Ella suspira
ruidosamente, expresando su inconformidad ante mi negativa y guarda
silencio un momento.
―¿Por qué simplemente no le preguntas y sales de dudas? ―Lo hace
sonar tan fácil―. Te puedo asegurar que a Caden no le interesa esa chica.
Quiero creer que tiene razón, pero temo estar equivocada. No hay mucho
que me haga especial al lado de ella, que incluso sabe de medicina y
enfermedades.
―Es bonita. ―Como si no fuera suficiente.
―No más que tú ―me sorprende que sea Airem quien conteste, así que
doy media vuelta, encontrándola apoyada en la pared, junto a la entrada de
la cocina―. Y tal como ha dicho Lena, no le interesa. Si está con ella en
estos momentos es porque así lo han ordenado. Está ayudando a localizar lo
que enfermó a todos.
―Eso y descartar que quede algo por ahí ―señala Lena, cerrando una de
las canastillas―. Por lo poco que he escuchado de ella en Cádiz, es muy
curiosa. ¿Y sabes? También ha mostrado interés antes por Josiah…
―Airem gruñe, tomándonos por sorpresa a las dos. No es un sonido muy
amable y su expresión concuerda.
―Puedo asegurarte que no le ha puesto un dedo encima y que no lo hará.
Lena sonríe divertida.
―¿Cómo puedes estar segura? ―Ella se encoge de hombros, mostrando
una sonrisa llena de orgullo. Me gustaría ser tan atrevida como ella, pero no
lo soy.
―Conozco a Josiah, no es alguien que guste de contacto de extraños.
―Eso es cierto, salvo por sus padres, tú y yo ―dice señalando a
Airem―, no le gusta que lo toquen. Y con su cara de pocos amigos que
pone, no hay quién se atreva. Aunque…
―Ellos solo han coincidido un par de ocasiones en las que no estuvieron
solos. No le permitiría tocarle.
―No creo que le haya pedido permiso a Caden para tocarlo ―digo sin
pensar, haciendo que me miren sorprendida. Sabían que algo pasaba, pero
lo que menos quise fue darles detalles.
―¡¿Lo tocó?! ―inquiere Lena, boquiabierta.
―No en el sentido que te estás imaginando, solo le puso una mano en el
pecho.
―¡¿Por qué no me lo dijiste antes?! Le hubiera reclamado.
―Por eso no lo hice. ―Ella resopla y sacude la cabeza.
―¡Elise! Hay que cuidar lo que es nuestro.
―No es mío.
―Aún.
―Concuerdo. Aunque hay que tener en cuenta que él suele ser más
tolerante ―opina Airem.
―¿No crees que lo hiciera con Josiah?
―No.
―¿Cómo estás tan segura? ―cuestiona Lena, pareciendo
verdaderamente preocupada―. Esa chica puede ser una mano suelta.
Tendré que cuidar a Abiel.
―No lo ha hecho, créeme. Se lo he preguntado esta mañana y él sabe
que tengo manera de saber si me miente y también conoce cuáles son mis
condiciones de nuestra relación. Si me la hace se arrepentirá.
―¡¿Estuvo aquí?! ―suelto antes de poder evitarlo.
―Sí, se encerraron un buen rato en su cuarto, aprovechando que no
estaban sus padres. Hasta tuve que llevarme a Mael, para que no escuchara
nada de lo que hacían ―se queja Lena.
―Exagerada. Solo pasó a saludarme.
―Sí, un saludo que duró casi una hora. No soy tan ingenua como crees,
Airem.
―Supongo que teniendo a alguien como Abiel no sería posible.
¿Ustedes…?
―Creo que no quiero saber y mejor cambiemos de tema ―niego,
incómoda con el rumbo que ha tomado la conversación.
―No sé por qué te apena, es lo que harás con Caden…
―¿Qué hará conmigo?
Las tres, sorprendidas, guardamos silencio, mirando a Caden entrar. Su
rostro muestra auténtica inocencia, aunque no estoy segura de que sea así.
Él tiene tan buen oído como nosotras.
―Pues…
―¡Hablar! ―exclama Lena, tomando del brazo a Airem, quien estoy
segura tiene una respuesta muy distinta y descriptiva. Ella no se anda por
las ramas―. Ustedes tienen mucho de qué hablar, como yo con Airem.
Vamos.
Contengo la respiración, mientras las veo salir, evitando mirarlo a los
ojos. Escucho la puerta y me tomo unos segundos, antes de levantar el
rostro y encontrar su mirada.
―Ya casi está listo todo ―balbuceo señalando la mesa, sin nada mejor
que se me venga a la mente. Él hace una mueca y da un paso.
―Dudo que eso sea de lo que tenemos que hablar, Elise ―dice
pareciendo demasiado serio.
―Creo que no deberías escuchar todo lo que dicen ellas.
―Y yo creo que sí tenemos algo pendiente.
―Yo no.
―Elise. ―Sujeta mis brazos, impidiéndome retroceder o darme la
vuelta, así que no tengo más remedio que mirarlo a los ojos―. Sé que debes
estar pensando…
―No estoy pensando nada en este momento. Te lo juro.
―Sabes a lo que me refiero.
―Caden…
―Vi sus intenciones y no eran lo que podría parecer, puedo asegurártelo.
―No tienes que explicármelo…
―Yo creo que sí. ―Se inclina hasta que nuestros rostros quedan a la
misma altura. Sus ojos miel me hacen perderme e inconscientemente
inclinarme un poco―. Si hay alguien a quien quisiera sostener, eres tú.
Parpadeo cuando sus palabras penetran mi confusa mente, que no logra
recuperarse con su siguiente movimiento. Sus brazos tiran ligeramente de
mí, provocando que la pequeña distancia que nos separa se convierta en
nada. Su boca cubre la mía y yo me olvido de cómo respirar.
Es un toque titubeante, sus ojos buscando una reacción, pero soy incapaz
incluso de sostenerme por mí misma. Veo una chispa de diversión en su
mirada ante mi repentina parálisis, aunque estoy segura de que no luzco
asustada, antes de cerrar los párpados y su boca presiona más contra la mía.
Obteniendo algo más que un simple roce y que mis piernas definitivamente
fallen.
Randi (1)

Mi atención está centrada en el filo de la vieja espada que sostengo y a la


cual intento darle el mayor cuidado posible. Verla me trae viejos recuerdos
que me hacen hervir la sangre. Estuvimos tan cerca y en parte sé que
nuestro fracaso es por ella. Quisiera vengarme y cobrar su traición, pero
tengo otros planes mejores.
Mi mano se detiene un instante, siendo consciente de la presencia de
Yohan, quien se aproxima. Sus pasos cautelosos, aunque no con el
propósito de tomarme por sorpresa. Aún le falta entrenamiento, ninguno de
ellos es lo que solíamos ser.
―¿Piensas salir de nuevo? ―Su pregunta no me extraña. Últimamente
parece tener demasiados intereses en este asunto y no creo que sea
casualidad.
―Sí.
―¿Has decidido qué harás? ―Me alegra que haya entendido que esta
vez no puede venir, tengo que hacerlo solo.
―Sí. Descuida, es posible que pronto tengas una posible pareja. Sé que
te gusta la chica.
―Yo…
―No pasa nada. Tal como dijiste, es una de nosotros y creo que puede
ser de ayuda.
Espero que sea así, aunque me conformo con saber que serán miserables
una vez que su adorada hija les vuelva la espalda y los aborrezca.
Airem (2)

Los dedos de mis manos se pierden entre sus suaves cabellos, atrayendo aún
más su cabeza, desesperada por sentirlo. Amo la forma en que su lengua
lame mi piel, dibujando con precisión el contorno de mis pezones, antes de
succionarlos con fuerza y hacerme caer contra la cabecera. Gimo alto
cuando sus dientes raspan, enviando sensaciones hasta la punta de mis pies.
¡Sí!
Distingo la satisfacción en sus ojos cuando nuestras miradas se
encuentran, su boca aún sobre mí, una de sus manos cubriendo mi pecho
libre, antes de darle la misma atención. Agito la cabeza, perdida en el placer
del momento, como siempre que me toca.
―Te quiero ―gruñe moviéndose despacio hasta que se coloca entre mis
muslos, abiertos para él. Elevo las caderas, dándole una clara señal de lo
preparada y ansiosa que estoy por sentirlo.
Sus labios caen sobre mi boca, callando los sonidos que emito y no me
molesto en reprimir, al tiempo que me penetra. Es lento, tan preciso e
increíblemente ajustado que me roba el aliento. Degusto su lengua,
probándome a mí misma, eso solo me excita aún más. Sus manos van a mis
caderas, una de ellas tomando una de las mejillas de mi trasero, de modo
que me sostiene como desea. Su piel húmeda se funde con la mía.
Se hunde hasta la base, quedándose quieto. Al instante me agito
retorciéndome, más que inconforme. Él ríe, dándome un beso rápido. Sabe
que me mata cuando hace eso, me desespero porque comience a moverse y
me haga volar.
―¡Josiah! ―protesto intentando moverme, para sentir esa anhelada
fricción entre nuestros cuerpos, pero sin conseguirlo. Presiona el suficiente
peso para inmovilizarme sobre el colchón.
―Chica impaciente ―dice apretando mi carne, haciéndome quejar y
mirarle mal.
Estoy a nada de empujarle y buscar yo misma mi liberación, pero sale y
antes de que pueda protestar, entra de golpe, haciéndome soltar un jadeo.
Sus labios esbozan una sonrisa perversa, al tiempo que repite la acción.
Pierdo mis ganas de discutir y todo pensamiento racional cuando su ritmo
acelera, golpeando el lugar correcto.

―Tienes un trasero increíble ―comento con tono divertido, viéndolo


caminar desnudo por mi habitación. Gruñe lanzándome una mirada por
encima del hombro, que pretende parecer reprobatoria, pero que no le creo.
Comienzo a conocer cada uno de sus gestos, a pesar de que la mayoría del
tiempo suele ser tan contenido como su padre. He entendido que es solo en
apariencia, él es tan ardiente y fogoso.
―Un día de estos tu padre nos encontrará y seguro tendrá mucho que
decir al respecto.
Miro el techo, dejando escapar un suspiro. No estoy de acuerdo con su
afirmación, no soy tan descuidada como para que eso ocurra. En estos
momentos está en la parte más alejada de la ciudad, justo donde se realiza la
ampliación del muro y la construcción de las nuevas viviendas. Y como si
no fuera suficiente distracción, mi madre le acompaña.
―No tiene nada que decir. ―Eso por otra parte―. No creas que él y mi
madre no hacen lo suyo.
―Uhm. Prefiero no entrar en ese tipo de detalles. Intento ignorar la vida
íntima de los míos. ―Se vuelve, terminando de abotonar su camisa, su
expresión ahora es más seria―. Mi madre quiere invitarte a comer. ―No
puedo evitar una mueca.
―¿No es un poco pronto para eso?
Entiendo que con el tipo de padres que tenemos, es prácticamente
imposible disponer de privacidad. No es como con los humanos ordinarios.
―Yo no lo diría así ―susurra tirando de sus pantalones, hasta que
alcanzan su cintura―. Y tampoco es como si ya nos estuviéramos mudando
juntos. Ella… ―Sacude ligeramente la cabeza―. Ella solo quiere conocerte
un poco más.
Ruedo sobre mi estómago, todavía envuelta entre las mantas, apoyando
mi barbilla en la palma de mi mano.
―Puedo sugerir que invite a mi madre, pero la última reunión que hubo
no terminó nada bien.
Aunque me sorprendió y molestó un poco, no le guardo resentimiento a
Lena. Mi madre sabe cuidarse solita y dudo mucho que mi padre permita
que la lastimen.
―Sería algo pequeño, tomar el té o algo así. Se trata de socializar un
poco. ―Le miro sin creérmelo del todo. Con ellos nada es sencillo, es algo
que se aprende rápido―. Me lo aseguró.
Suspiro sonoramente.
Josiah se aproxima, hasta que sus dedos peinan mi pelo, que debe ser un
auténtico desastre después de ese excelente revolcón. Menos mal que ahora
no tengo que preocuparme por si tiene hojas y palillos.
―Mi madre es la persona más compresiva que puedas imaginar. Te
gustará. Y me encargaré de que mi padre no se encuentre presente, si eso te
hace sentir mejor.
Tiro de su mano, llevándomela a los labios. Supongo que esto tiene
mucha importancia para él y aunque odio los formalismos y todo ese tipo de
cosas, no puedo negárselo. Josiah es demasiado importante para mí, por
muy dura y tranquila que pretenda mostrarme con todo el mundo, respecto a
nuestra relación.
―Sigo pensando que es un poco pronto para las presentaciones
formales. Apenas cumpliremos la mayoría de edad y los conozco bastante,
no creo que sea necesario.
―¿Debo considerar que tienes dudas? ―pregunta con tono dolido, pero
sin romper el contacto.
―No. Como te he dicho, sé lo que quiero y cómo lo quiero. ―Mi
afirmación le hace sonreír y eso rompe la tensión.
―¿Y cómo es eso?
―¿Detalles? ―Enarco una ceja, aliviada porque me permita desviar el
tema.
―No siento que vayamos de prisa, Airem. ―Adiós a mi alivio―. Estar
contigo comienza a ser demasiado natural. Para ellos podemos ser muy
jóvenes y quizá por eso tienen inquietud respecto a qué tan intensa y formal
es nuestra relación. Siempre les ha gustado verlo por ellos mismos, pero yo
no tengo dudas. Eres la única mujer que me interesa y que quiero tener a mi
lado siempre.
―Los vampiros viven más que los híbridos, ¿lo sabes?
―Lo sé, así como sé que los híbridos pueden convertirse en fundadores.
―¿Crees que puedes hacerlo?
Parece reflexionar.
―Eso viene de quien opina que vamos demasiado rápido. ―Le doy un
golpe en el brazo, que no tiene efecto―. ¿Te preocupa ser más vieja que
yo?
―Lo digo en serio, Josiah. Aunque mi tiempo de vida sea más largo y
mi juventud más prolongada que la de una persona normal, llegará un
momento en el que seré mayor.
―Olvidas que no soy el único fundador.
―Si llegara a darse el caso, me gustaría que lo hicieras tú.
Sinceramente, no he pensado demasiado en eso. Knut y Dena no parecen
tener problemas, pero él es mayor que ella y creo que eso nivela su aspecto.
Sin embargo, nosotros prácticamente tenemos la misma edad, sería notorio
en algunos años.
―A mí también. Sin embargo, ni siquiera el médico tiene la certeza de
en qué momento mi crecimiento se detendrá y si mi sangre cambiará aún
más. Pero, como dijiste, aún tenemos bastante tiempo para pensar en ello.
Si necesitas más tiempo para tener una pequeña conversación con mi
madre, hablaré con ella.
―No lo tomes a mal, Josiah ―pido poniéndome de rodillas,
abrazándome a su cuello―. No soy demasiado dada a las formalidades y
preferiría que lo nuestro siguiera siendo solo de nosotros. No quiero que
estén implicados como con Lena, que siguen cada uno de sus pasos. Eso es
demasiado extraño e incómodo. No tendríamos privacidad.
―Ellos saben lo que hacemos.
―Tonto. ―Sonríe―. Dame unos días. Además, pronto será tu
cumpleaños y, tal como prometí, estaré contigo toda la noche, así que
supongo que ahí nos veremos y podrá decirme todo lo que quiera. Será un
buen momento, sin que parezca forzado, ¿no crees?
En esa celebración también le será otorgado el mando de Cádiz y a
Caden de Jaim. Eso aún me pone un poco de nervios, pero sinceramente no
pienso renunciar a él.
―De acuerdo. Pero hay algo que debes tener en mente…
―Lo tengo. Y de eso no tienes que preocuparte, iré a donde tú vayas.
Aunque temo que a mi padre le dará algo.
―Él siempre será bien recibido. Ya es parte de la familia y lo será
mucho más.
―Supongo que las reuniones se volverán más interesantes en un par de
años.
―Correcto. En un par de años ―asegura besándome en los labios.
Farah (3)

Lanzo una mirada por encima de los cultivos, en dirección de las casas, a
pesar de no tener una buena vista de la mía. Ese chico está otra vez aquí.
―Deja de ser un gruñón.
―Es mi hija…
―Y una mujer, Farah. ¿Te gustaría más que estuviera afuera, expuesta a
algún peligro?
―Si él permite que le ocurra algo, demostrará que no es digno de ella.
Johari ríe, luciendo divertida y no puedo evitar mirarle molesto.
―No es divertido.
―Lo es. Nunca pensé que serías un padre tan celoso y sobreprotector.
Eso en cuanto al hecho de que Airem es capaz de cuidar su propia espalda.
Es mi hija, no puede ser de otro modo.
―Grr ―gruño no conforme con su réplica―. Sabes que no es eso lo que
me disgusta. Aún es demasiado joven, justamente por eso prefería a Caden,
es demasiado razonable.
―Lento, diría yo. ¿Qué? No me vengas con eso, tú no guardaste tus
manos para ti mismo cuando estuve contigo. No te hagas el ofendido.
Abro y cierro la boca mirándole sorprendido. Es la primera vez que saca
eso a colación.
―Es distinto. Éramos lo suficiente mayores y nunca te lastimé…
―No me estoy quejando. ―Tira de mi cuello, acercando nuestros
rostros―. Eras molesto, pero estabas dispuesto a todo por mantenerme a
salvo. Eso es algo que nunca olvidaré. ―Afloja su agarre, poniendo
distancia y volviendo a parecer indiferente. Es consciente de que tenemos
compañía―. No es como si pensara mudarse mañana.
―Antes decías que no se lo iba a pensar.
―Tu hija lo adora y él a ella. Airem es bastante terca y testadura, si
puede manejarla, significa que es el hombre correcto. Te lo digo por
experiencia.
Ante eso no tengo nada que decir. Doy una rápida mirada detrás de
nosotros, y todos parecen concentrados en sus deberes, así que tiro de su
brazo y robo un apasionado beso. Adoro a mi mujer.
Lena (20)

―¿Elise? ¡Elise! ―repito inútilmente un par de veces, antes de lograr


tener su atención. Parpadea despacio, y luego enfoca mis ojos.
―¿Dijiste algo? ―Abro la boca, poniendo los ojos en el cielo.
―¿Dijiste algo? ―repito resoplando―. Acabo de darme cuenta de que
llevo más de una hora parloteando como loca, porque no me has puesto
atención. ―Luce arrepentida haciendo que me sienta un poco culpable con
mi reacción―. ¿Sigues preocupada por Gavin?
Han pasado dos semanas desde que algunos niños de la ciudad
enfermaron repentinamente, poniendo en alerta a todos, por un posible
brote del temido Virus R. Los médicos de Cádiz encontraron la cura, pero el
proceso de recuperación es lento. La mayoría de ellos eran demasiado
pequeños y se debilitaron con rapidez. Afortunadamente, parece que ya lo
lograron. No obstante, comprendo la inquietud de Elise, se teme una posible
recaída y Gavin sigue en cama, aunque se espera que no por mucho tiempo,
eso sin duda es bueno para sus padres, que no han dejado de estar al
pendiente de él.
―No, él amaneció mucho mejor. Con ganas de jugar bromas.
―Supongo que eso es bueno.
―No creo que el señor Farah piense lo mismo. Te arrojó un globo lleno
de agua, pensando que se trataba de Mael.
―¿Qué dijeron tus padres?
―Mi papá se río y mi madre solo sacudió la cabeza, supongo que
prefiere verle haciendo de las suyas que inmóvil en la cama.
―Entendible. Pero, entonces, ¿qué te tiene tan preocupada?
―Nada. ¿Por qué lo preguntas?
―Últimamente estás siempre en las nubes. ¿Me he perdido de algo?
―Su rostro se tiñe de rojo y no puedo evitar esbozar una sonrisa, pero me
guardo mis preguntas curiosas. Elise es demasiado reservada, aunque tengo
la esperanza de que su reacción esté relacionada con Caden. Él también ha
estado raro últimamente―. Bueno, no tienes que contarme si no quieres…
―Caden me dio un beso ―dice llevándose las manos a las mejillas.
Sonrío emocionada. ¡Ya decía yo!
―¿De verdad? ―Bien por Caden, parece que ha comenzado a aplicarse.
―¡Sí!
―¿Y? ―pregunto queriendo saber más, porque seguro no fue solo eso.
―¿Y qué? ―Me mira sin parecer comprenderme.
―¿Y qué más?
―Solo eso.
Trato de no mostrar un poco de decepción, aunque viniendo de ellos,
creo que un beso es algo bueno.
―Con lo que pasó no hemos tenido mucho tiempo a solas, pero él me
mira diferente.
―Le gustas, Elise. ¡Te lo dije!
―Eso creo, aunque…
―No, no, nada de echarse para atrás. Caden es como tú: se toma las
cosas con calma, así que un beso es un buen comienzo.
―¿Qué quieres decir? ¿Qué haces tú con Abiel? ―Dejo escapar una risa
nerviosa. Yo haría muchas cosas con él, pero no es tan fácil de manejar. Los
besos no son problema, ya no tengo que pensar cómo ingeniármelas para
conseguirlo, sin embargo, llegamos hasta ahí.
―También nos besamos, obviamente. Lo que me recuerda que hoy
quiero sorprenderlo y regresar antes.
―¿Y eso?
―Ha estado ocupado con las guardias y los deberes que el tío Danko le
ordena, así que no lo he visto mucho, porque también he estado aquí. Pero
hoy es su día de descanso. ―Quiero sorprenderlo en su dormitorio. No me
ha invitado, pero tengo pensado cómo escabullirme sin que me noten o
bueno, llegar antes de que alguien se dé cuenta.
―Entiendo.
―Por cierto, hablé con Airem. Quiere que retomemos lo de salir del
muro. Yo estoy más que dispuesta.
―Uhm.
―Tienes que venir ―suplico mirándola con esperanza, a pesar de saber
que es difícil convencerla.
―No lo creo.
―¿Porque Caden no irá con nosotros?
―No es eso.
―Claro que sí. Te conozco.
―La verdad es que él no quiere que vaya y también ahora mi madre
anda un poco cansada, quiero ocuparme de los deberes para que se tome un
respiro.
―Cierto. ―Asiento poniéndome de pie, lista para marcharme. Muero
por verlo―. Bueno, será para la próxima, ¿de acuerdo?
―Sí.
Salgo de la casa de mis abuelos, más que emocionada con la idea de
pasar un rato a solas con Abiel.

Ahora que todo el asunto de lo ocurrido en Jaim ha pasado, la guardia se


encuentra más relajada y hoy muchos están custodiando la entrada. Por otro
lado, mis idas y venidas a Jaim ya son casi una rutina, así que no les extraña
verme cruzar las puertas y dirigirme a los dormitorios en lugar de a la
residencia. Finjo no prestarle atención a mi cambio de ruta, cuidando no
resultar demasiado sospechosa con los que encuentro en mi camino.
Son pocos y me dedican una ligera inclinación, sin cuestionar qué hago
aquí. Eso es bueno, aunque no pasará mucho para que mi padre se entere.
La puerta de Abiel es una de las más alejadas, pero consigo llegar sin que
nadie intente detenerme. Supongo que la mayoría está tomándose un
descanso o practicando.
Tomo una profunda respiración, antes de poner mi mano en la manija y
abrir con extremo cuidado la puerta. La estancia tiene su aroma y está
iluminada con un pálido foco en el centro. Es sencilla, solo un pequeño
mueble, un clóset, sus armas y la cama, donde se encuentra.
Entro esforzándome por ser silenciosa y cierro, dejándonos a solas. Una
lenta sonrisa se extiende por mi cara, cuando doy un par de pasos, sin que
parezca reaccionar. Me acerco a la cama y me siento en el borde; sus ojos
no se abren ni da muestras de recuperar la consciencia. Está tan quieto,
parece estar profundamente dormido. No es para menos, lleva días sin
dormir, eso es seguro. Sé que ellos tienen mayor resistencia y pueden
hacerlo, pero no me gusta cuando se exige demasiado.
Lo contemplo, luchando con la tentación de acariciar su rostro o tocar su
pecho. Luce despeinado. Es hermoso, podría estar toda la noche mirándole.
Sus párpados se agitan y él emite un pequeño suspiro. Me preparo para
ser descubierta, conteniendo una risa.
―Lucie…
Es tan débil su voz, pero lo he entendido perfectamente y es como recibir
un duro golpe en el estómago. La sonrisa desaparece de mi cara, sin estar
segura de cómo reaccionar. Aunque en realidad no hay mucho que deba
entender.
Contengo la respiración, obligándome a ponerme de pie y retroceder
hasta alcanzar la puerta. Tengo que salir de aquí antes de que despierte, no
soy capaz de mirarlo en este momento.
Lena (21)

Solo cuando consigo encontrarme en el pasillo del edificio de la guardia,


permito que mis emociones tomen un poco el control. Mi visión se nubla
por las lágrimas que intento desesperadamente no derramar.
Lucie. Jamás creí que una palabra podría hacer tanto daño, pero esta no
es una cualquiera, se trata del nombre de la mujer que Abiel amó, con quien
probablemente aún está soñando. No se necesita demasiado para saber lo
que eso significa; todavía no la olvida.
El murmullo de voces me hace levantar el rostro y ver a tres guardias
caminar en esta dirección. No parecen sorprendidos al percatarse de mi
presencia, aun así, no solo callan, también se detienen mirándome
expectantes. Se supone que no debería estar aquí, lo sé. Sin embargo, sigo
demasiado afectada como para inventar una excusa convincente y no
resultar sospechosa.
Vamos, Lena. Tú puedes.
Aspiro una bocanada de aire, aclarándome la garganta y sonrío,
esforzándome por parecer normal. Es complicado cuando lo único que
quiero es ponerme a llorar o gritar.
―Hola ―saludo sin hacer demasiado contacto visual ni esperar una
respuesta de su parte, concentrándome en pasar lo más rápido posible a su
lado, directamente hacia la puerta.
Siempre he sido buena para evadir las situaciones incómodas, no
obstante, en esta ocasión me resulta más difícil que nunca. A pesar de ello
me obligo a mantener mis pasos constantes y no echar a correr. Lo que
menos deseo en este instante es llamar la atención. Todo en mí se encuentra
demasiado agitado.
Después de lo que me resulta una eternidad, me detengo frente a la
puerta, permitiéndome cerrar un instante los ojos, tratando de serenarme y
antes de entrar en la residencia, donde sé de sobra es imposible llegar a mi
habitación sin encontrarme con alguien, especialmente porque no es el
horario que he acostumbrado para volver en los últimos días y en ese
aspecto no hay mucho que pueda hacer, más de alguna persona preguntará
el porqué. Es malo, dudo ser capaz de atender sin romperme.
Nuevamente, tomo aliento y avanzo, esforzándome por localizar dónde
se encuentran, en un intento por evadirlos sin que parezca sospechoso. Eso
los alertaría. Mis pasos son tranquilos, aunque me esfuerzo en abarcar tanto
espacio como me es posible.
Reprimo un suspiro cuando cambio de dirección y la puerta de mi cuarto
aparece al final del pasillo. Bien. Estoy a nada de lograrlo… Mi entusiasmo
desaparece tan rápido como ha llegado, cuando del otro extremo la veo
venir.
Tal como pensé, es imposible pasar desapercibida.
―¡Lena! ―La tía Elina camina despreocupadamente hacia mí,
sonriendo. He estado a nada de conseguir llegar a mi recámara―. Vuelves
temprano.
Me siento tentada de contarle lo que ha pasado y dejar salir así un poco
de lo que en estos momentos revuelve mis entrañas, pero eso es equivalente
a hacerle saber a todos y, lo que sería peor, darles la razón a lo que tanto
temían que ocurriera.
―Sí. Fue un día pesado, estoy cansada. ―Flexiono mis hombros,
queriendo darle autenticidad a mis palabras―. Quiero darme un baño y
cenar.
Esto no es culpa de nadie, ni siquiera de Abiel, tal vez solo mía, por
insistir tanto a pesar de saber lo que podría esperar. Lo entiendo, pero...
Duele.
La frente de mi tía se contrae y por un instante creo que ha visto dentro
de mis mentiras, pero su gesto se limita a ser reprobatorio. Ese que muy
pocas veces hace y que va más con mi madre o mi padre instruyéndome
para ser una buena niña.
―Tienes que comer, señorita ―reprende falsamente agitando uno de sus
dedos―. Recuerda lo que dice tu madre…
―Comí temprano, solo es eso.
Me mira pensativa, pero asiente, pareciendo aliviada y volviendo a poner
esa sonrisa tan suya en su linda cara.
―Está bien. Te dejo para que descanses un poco, pediré que traigan algo
de comer y luego hablamos. Tengo algo que enseñarte, te encantará.
Me limito a asentir con un movimiento de cabeza y espero hasta que se
aleja para entrar en mi habitación. Permanezco un momento inmóvil junto a
la puerta, no segura de qué debería hacer. Trago el nudo que tengo atorado
en la garganta y sonrío con amargura.
Soy una tonta.
Permito que las lágrimas resbalen por mis mejillas, de modo silencioso,
para evitar que alguien se percate de lo que ocurre. Otra de las cosas
negativas de estar rodeada por vampiros que tienen oídos demasiado
sensibles y que atenderían al primer sollozo que escucharan. No ser capaz
de expresar con libertad tus ganas de llorar.
Hay demasiados sentimientos emergiendo, que disputan por obtener el
primer puesto. Una parte de mí sabía que tendría que enfrentar este
momento, él lo dijo, todos lo hicieron, y muchas veces, pero di por sentado
que podría tener su corazón sin restricciones si me esforzaba. La realidad es
que no lo hago y quizá nunca lo haga, sin importar todo lo que intente.
Aunque no me guste, es un hecho que ella siempre estará en su memoria,
en su corazón, incluso en sus sueños. Saberlo duele.
Con paso vacilante, entro al baño, comenzando a desvestirme. Una
ducha no me ayudará, pero al menos el agua ocultará un poco mis lágrimas,
las cuales han ganado la batalla.
La pregunta es ahora qué haré…
Elina (4)

―Quédate quieto y no hagas ruido ―susurro antes de cerrar la caja y


darme la vuelta, justo en el momento que la puerta se abre y Alain entra,
mirándome sospechosamente. Esto será divertido.
―¿Puedo saber qué es lo que tramas? ―inquiere apoyándose en la
puerta.
Sonrío con aire inocente. Alain sacude la cabeza, mirándome
interrogante.
―Tengo un regalo de cumpleaños para ti ―le hago saber, amando su
expresión, mezcla de sorpresa e incredulidad.
Sé que es extraño, porque no somos muy dados a festejar, después de
cumplir un par de centenares, deja de ser divertido. Y si a eso le sumamos
que todo por aquí últimamente es demasiado tranquilo, sin Lena riendo,
Anisa refunfuñando o Gema preocupada, he tenido que buscar algo nuevo
que ocupe mi atención.
―Hace años que dejé de cumplirlos ―su respuesta casi arranca una
carcajada de mi pecho, pero logro contenerla. Es adorable cuando lo tomo
desprevenido. Edi tenía casi el mismo efecto cuando lo conocí, bueno, él
era más de arrugar la frente y buscar por sí mismo, pero Alain siempre me
sigue la corriente y yo amo eso y muchas otras cosas más. Oh, sí.
―Cierto. No puedo negar que sigues tan guapo e irresistible, pero…
―Elevo un dedo, recuperando mi intento de parecer formal―. Nunca te he
dado nada.
―Difiero. ―Avanza hasta que sus brazos me envuelven, sus ojos
ignorando el pequeño bulto que sobresale debajo de la cama―. No solo me
diste la oportunidad de continuar existiendo, también me regalas tu
compañía todos los días.
―Por cien años, ¿recuerdas? ―Su sonrisa crece aún más, compartiendo
ese pequeño acuerdo tonto que hicimos cuando me dijo que me amaba y
quería estar conmigo.
―Lo recuerdo. Y eso es gracias a que me diste tu sangre.
―Bueno, para empezar, debí prestar más atención y así nunca habrías
resultado herido...
―No vayas por ahí ―gruñe golpeando con la punta del dedo mi nariz.
Este es un tema que, las pocas ocasiones que ha sido tocado, no logra
quedarnos claro. Y aunque él no lo admita, yo debí percatarme de esa cosa
viniendo por él y evitar que le lastimara, de esa manera no habría tenido que
transformarlo―. Knut también estaba ahí.
―Mis sentidos son mejores que los suyos y Armen me pidió que los
protegiera…
―Elina ―dice afianzando sus brazos sobre mis caderas―, no tengo
quejas al respecto. Quizá pudiera evitarse, pero eso no me habría permitido
estar aquí, sosteniéndote, mirándote.
―Mentira. Lo habrías logrado.
―Bueno, en todo caso, sería un viejo al que probablemente ni mirarías.
―Es probable ―concuerdo trazando su barbilla―. Por otra parte, no es
solo mi compañía lo que tienes, me ofendes.
Ríe, echando la cabeza hacia atrás y yo me desvío ligeramente mirando
su garganta, plantando un sonoro beso sobre su piel.
―Alguien quiere portarse mal.
―Puede ser, aunque si soy sincera, mordería otra parte…
―Cuida lo que dices ―recuerda sutilmente, mordisqueando mi boca―.
Tu afirmación podría salir a relucir en la próxima reunión.
―Solo si nos metemos con Edi, Armen nunca cae en eso. Como sea, te
doy mi amor, por si no te has dado cuenta.
―Solo esperaba que lo confirmaras.
―Tonto.
―No me has dicho qué tienes en mente.
―Cierto ―me aparto, a pesar de su protesta y me inclino a un lado de la
cama―, te encantará. ―Levanto la caja y se la entrego―. Ábrela.
No hay necesidad de que lo haga, una pequeña y peluda cabeza emerge,
soltando un pequeño ladrido.
―¿Un perro?
―Es un cachorro ―corrijo tomándolo en brazos. Su pequeña lengua
rosa busca mi cara para saborearla―. Míralo de este modo, es como nuestro
hijo.
―Uhm. ―Es una cosa diminuta y extremadamente peluda, así como
también bastante inquieta, no sé cómo ha logrado contenerse. Alain se
inclina estudiándolo con atención, pero aún sin tocarlo―. ¿No debería
temernos? La última vez que fui a Jaim, un par de ellos echaron a correr
cuando me les acerqué. ―Se rasca la nuca, pareciendo preocupado.
―Es bastante pequeño y, por lo que escuché, su madre murió. Desde
entonces, ha estado con la guardia, supongo que ha entendido que no lo
vemos como la cena o algo así. No somos impuros.
―¿Qué ha dicho Danko? ―pregunta curioso, sus dedos finalmente
rascando las orejas del pequeño perrito.
―Que podemos quedarnos con él, siempre y cuando nos encarguemos
de educarlo y limpiemos si ocurren accidentes. ―Eleva una ceja,
mirándome escéptico―. He tenido que insistir un poquito.
―¿Y qué le has dicho?
―Que a Lena le encantaría tenerlo por aquí y como Armen quiere lo
mejor para su hija, ha dicho que sí.
―Él haría cualquier cosa por su hija.
―Y que lo digas.
―Lo mismo que Gema. ―Sonríe de modo nostálgico―. Ella ha perdido
mucho, así que sabe apreciar lo que tiene y cuidar de ello.
―Lo sé. Siempre he admirado su determinación, aunque exagerara un
poco respecto a Edi cuando se acercó a Mai.
―No puedes culparla. Ella no le conocía como tú.
―Supongo. ―Me encojo de hombros―. Entonces, ¿qué dices? ¿Te
gusta? ―Lo toma y lo eleva, mirándolo curioso.
―Nuestro hijo ―murmura pensativo y eso me hace reír.
―Hay que cuidarlo y educarlo como uno ―digo inocentemente.
―¿Tiene nombre? ―Me llevo la mano a la boca, en un intento fallido de
reprimir una fuerte carcajada.
―Te encantará. Espera a que Uriel lo escuche, tendremos que buscar un
apodo para no confundirlos.
Josiah (5)

Me detengo debajo de uno de los árboles, al resguardo de su sombra, dando


un vistazo a los alrededores, comprobando una vez más que no hay nada
que pueda considerarse una amenaza para ninguna de las dos.
Las escucho charlar alegremente a unos pasos de mí, instalando una
manta en el pasto. Está colocando alimentos humanos sobre ella. Es un día
soleado, bastante agradable para el picnic que tanto hemos pospuesto.
Finalmente, todos los niños de Jaim se encuentran fuera de riesgo y la
tranquilidad ha regresado a ambas ciudades. Una rutina que me deja tiempo
libre para un descanso.
―Ven aquí ―pide Airem señalando el sitio junto a ella.
Reprimo el impulso de agitar la cabeza y declinar su demanda, ya que
ahora no es de mi entero gusto la comida que han traído y no tengo apetito;
sin embargo, es un detalle que no deseo sacar a relucir en este momento.
Sin protestar, me acomodo a su lado, aprovechando la cercanía para
rozar su muslo y ver su reacción. Me dedica una mirada burlona con una
pequeña promesa que me hace sonreír.
―¿Quieren tomar el postre antes? ―murmura Lena, fingiendo no
mirarnos―. Puedo ir a dar una vuelta.
―Es demasiado tentador, pero muero de hambre ―dice Airem tomando
uno de los bocadillos, pero manteniendo sus ojos fijos en mí―. No tuve
oportunidad de desayunar.
―Ajá. ―Lena niega, pero también toma uno de los pastelillos―. Este
lugar es impresionante ―comenta mirando detrás de nosotros, donde se
encuentra un pequeño lago y la cascada―. Para no ser cuidado por nadie, se
mantiene en perfectas condiciones.
―Escuché que antes era más pequeño ―señala Airem, dando otra
pequeña mordida, su lengua recogiendo los restos de sus labios. Una visión
bastante tentadora y ella disfruta de tenerme siguiendo sus movimientos―.
No había tantos árboles, plantas ni animales.
―La naturaleza es sabia, o al menos eso suele decir Koller. La ausencia
de nosotros es justamente lo que le ha permitido recuperarse y por esa razón
se optó por establecer las ciudades lo suficientemente lejanas para disminuir
la interferencia.
La conversación sigue en la misma línea durante el resto de la comida,
ninguna de las dos haciendo notar mi falta de participación.
―¡Estoy llena! ―exclama Lena, estirándose perezosamente―. Creo que
ahora sí haré un pequeño paseo.
―No te alejes demasiado. ―Lena me lanza una mirada disgustada por
encima del hombro ante mi demanda, antes de continuar caminando.
―No pasa nada ―murmura Airem, sus brazos rodeando mi cuello y sus
pechos presionándose contra el mío. Su gesto es un intento por reclamar
toda mi atención y sin duda la tiene―. No corre peligro.
―Lo sé ―respondo rozando algunos mechones de su pelo, que se han
escapado de su coleta.
Sé que Lena está segura, no solo porque sabe cómo defenderse, también
porque en cuestión de segundos estaría con ella si me percatara de que algo
no anda bien, el problema es que últimamente está muy rara. Ausente,
esquiva y podría hasta jurar que deprimida, aunque lo niegue.
Ha hecho hincapié en que las cosas con Abiel están bien, pero pareciera
estar evitándolo. Algo que la Lena de siempre no haría ni por error.
Airem mordisquea mi cuello, logrando sacarme de mis reflexiones.
―Eres demasiado sobreprotector y eso no nos gusta a las mujeres.
Ladeo el rostro, estudiando su cara con detenimiento, provocando que un
ligero rubor cubra sus mejillas.
―¿Qué? ―masculla dándome una mirada molesta.
―Eres hermosa, Airem.
―Creí que habías dicho que debemos comportarnos ―gruñe frotándose
contra mi cuerpo, haciendo que responda al instante. No se pierde la
reacción y eso hace que ría.
―Eres una chica mala. ―Tiro de sus caderas, buscando su boca,
tomando uno de esos besos intensos que tanto le gustan. Se estremece, su
cuerpo excitándose―. Y no eres la única, pero...
―Creo que Lena es bastante discreta… ―comenta mirándome
hambrienta, por más que un simple beso. Centro mis sentidos, buscando a
mi prima, pero se encuentra lo suficientemente lejos para que sus pasos
sean un simple rumor. Bien.
Levanto a Airem, sus piernas enroscándose en mi cintura, antes de
reclamar de nuevo sus labios. Maniobro colocando su espalda contra uno de
los árboles para poder buscar debajo de su ropa y satisfacer sus ansias.
―Amo tu lado salvaje ―me hace saber entre risas y jadeos, sus dedos
tirando de mi ropa.
―Yo te amo a ti. ―Sus ojos se agrandan un poco, pero su sorpresa es
superada con rapidez, antes de que su boca tome la mía, dándome su
respuesta de un modo tan suyo.
Lena (22)

Mis manos golpean algunas ramas secas y frescas también, las cuales se
tambalean, prácticamente cediendo a mi toque. Verlas sucumbir a algo tan
débil, me hace pensar en mis emociones y en lo cobarde que soy. La más
grande cobarde de Cádiz, esa soy yo. No he sido capaz de confrontarlo, ni
siquiera he querido mencionar mi pequeña e inoportuna visita a sus
habitaciones. Tengo miedo.
Abiel no es malo, todo lo opuesto, me doy cuenta de que no quiere
lastimarme. Ayer estuvimos juntos toda la tarde, hablando de todo y nada al
mismo tiempo, simplemente mirando la puesta del sol hasta que cayó la
noche. Me sostuvo contra su pecho, besando mis sienes, mi pelo y un poco
mi boca, pero hasta ahí. Fue atento y dulce, ignorando mi vestido ligero y el
escote, sus manos se mantuvieron en mi cintura, sin subir o bajar. Sin dar
indicios de algo más.
Después de torturarme reflexionando sobre qué hacer, decidí no
rendirme, pero su actitud un tanto distante me hace titubear.
Y es que soy tan masoquista que no dejo de pensar en lo poco que busca
obtener de mí, cuando estoy segura de que con ella no fueron simples besos
o caricias. Eran amantes en toda la extensión de la palabra. Mi lado racional
dice que está tomando las cosas con calma, que no quiere presionar y que
cuando llegue el momento avanzaremos. Sin embargo, mi lado cruel dice lo
contrario, Abiel no me desea y solo está siguiéndome la corriente, para no
herir mis sentimientos. Él me confunde demasiado y haber escuchado ese
nombre salir de sus labios, lo hace mucho peor.
Comprendo que soy joven e inexperta, pero no tanto para no saber un
poco sobre intimidad o querer experimentar algo más que besos y sostener
nuestras manos. Y es que tener a Airem y Josiah próximos no ayuda. Son
terribles.
Ignorando el hecho de que mis zapatos terminarán cubiertos de polvo,
doy un par de patadas, lanzando una lluvia de tierra delante de mí. No
conforme con ello, golpeo un par de piedras que salen disparadas,
aterrizando a varios metros de distancia. Esta es mi manera de liberar un
poco de frustración, porque me he esforzado bastante para no mostrar lo
que me inquieta.
Casi lo he conseguido con la ayuda de Urielcito o Uri, como se llama la
nueva mascota de Alain y de la tía Elina. Recordar cuando lo llamó delante
del señor Haros, usando su nombre, y su expresión atónita, casi me hace
sonreír. Él estuvo tan molesto, exigiendo que lo cambiaran, pero a Irina le
encantó y no pudo más que darse por vencido. Supongo que al final seguirá
siendo Uriel, ya prácticamente todos lo nombran de ese modo.
Josiah es el único que ha notado que algo no va bien, me conoce
demasiado y me ha costado mucho desechar sus sospechas. Justo por eso he
tenido que aceptar esta salida, que ha perdido todo lo atractivo que llegué a
ver en algún momento. Pues la primera vez que lo sugirieron, pensé en
invitar a Abiel, a quien ni siquiera se lo mencioné, no queriendo verlo.
Esa es otra cosa que me molesta de mí misma, no quiero verlo, pero
recordar e imaginar lo que llena sus sueños me hace sentir celos y prefiero
mantener un poco las distancias. Tonta.
Me impulso, saltando sobre un grupo de rocas, alcanzando la cima y
desciendo del otro lado, aumentando la distancia entre el par de
enamorados, que no podía esperar para ponerse las manos encima. Estoy
tan perdida en mis pensamientos que tardo en percatarme de que me
encuentro sola.
Sus ojos claros, tan parecidos a los de Caden, Airem o los míos, me
observan con detenimiento, pero sin rastro de sorpresa o temor. Eso no es
bueno.
Un escalofrió me recorre de pies a cabeza, mi instinto me pide dar media
vuelta y huir deprisa. Estoy a punto de hacerlo, pero…
«No temas, Lena». Su voz es clara y me paraliza al instante. ¿Por qué…?
¿Por qué puedo escucharlo? ¿Por qué sabe mi nombre?
Una pequeña sonrisa aparece en su rostro, su cuerpo aún inmóvil, sin dar
muestras de querer atacarme o acercarse. Eso de alguna manera me hace
quedarme quieta, movida por la intriga.
«Es bueno verte de nuevo. Ahora eres una mujer».
Retrocedo un paso, odiando que pueda entrar en mi cabeza, más que lista
para gritar y llamar a Josiah. Es un extraño, sin importar que se trate de un
híbrido, porque esos ojos no los tiene cualquiera.
«Espera», pide inquieto, al leer mis intenciones. «¿No te gustaría saber
quiénes son tus verdaderos padres?». Su pregunta me hace tambalear y dejo
escapar un jadeo involuntario.
¿Qué acaba de decir?
«Tú eres como yo, no como ellos».
―¿Quién eres? ―digo luchando contra el pánico que crece dentro de mí.
Es imposible lo que están queriendo dar a entender, pero por algún motivo
necesito saber qué pretende.
«Soy parte de tu verdadera familia. Yo te vi llegar a este mundo, Lena.
¿Sabes algo? A tu madre no le hubiera gustado que llamaras de esa manera
a otra persona que no es nada tuyo».
«Mientes». Su sonrisa se ensancha cuando, sin pretenderlo, respondo
mentalmente.
«Sabes que no lo hago. No solo Gema y Regan te han mentido, al
pretender ser quienes no son, todos los demás a quienes consideras tus
amigos lo han hecho. Eres la única que no conoce la verdad. Dime, ¿no te
gustaría saberla? ¿Saber quién eres en realidad?».
Una ráfaga de viento helado golpea mi cuerpo haciéndome temblar y
trayendo el aroma de Abiel y algunos de la guardia. Eso parece alertarlo y
en cuestión de segundos se ha ido, dejándome perpleja y totalmente
confusa. ¿Mis verdaderos padres? No, imposible. Eso no puede ser cierto.
―¡Lena! ―Las voces de Airem y Josiah llegan a mis oídos, solo un
instante antes de que sus cuerpos se detengan detrás de mí.
No están solos, tal como lo percibí, Abiel y tres guardias están con ellos.
Sus ojos buscando ansiosamente alrededor.
―¿Estás bien? ―pregunta Abiel, aún su mirada buscando al extraño, a
pesar de que no lo diga. Y eso es todavía más raro. Esa sería la primera
pregunta que yo haría. Aunque el olor es casi imperceptible para mí,
supongo que ellos no tienen problemas para identificar el rastro de un
híbrido.
No respondo, mirándolos con detenimiento, mientras las palabras de ese
desconocido se repiten en mi cabeza. ¿Quién soy en realidad? Eso es algo
que siempre he querido saber, así como también encontrar el lugar al que
pertenezco. No me gusta a dónde van mis pensamientos.
―Lena. ―Su mano toca mi brazo, mirándome inquieto, pero yo solo
puedo sentir cierto malestar, no estoy segura del porqué, pero lo hago. Se
aclara la garganta, como si estuviera considerando sus palabras―. ¿Viste
algo?
Es curioso que pregunte algo y no a quién, cuando el ligero rastro aún se
percibe en el aire. No es lo único extraño, Josiah comparte una mirada
cómplice con Airem, quien parece sorprendida. Es poco usual en ella.
―Creí escuchar algo ―murmuro sin saber por qué prefiero callarme, tal
vez es solo un impulso a la actitud esquiva que muestran.
Abiel hace una seña a los guardias, quienes se alejan en direcciones
distintas, pero todas difieren al camino que ha tomado ese híbrido.
―Será mejor volver a la ciudad ―comenta mirando a Airem y Josiah,
antes de mirarme de nuevo―. No deberían estar fuera ―sus palabras son
un claro reproche, que sus ojos confirman.
―Es solo un paseo ―digo molesta con su actitud, liberándome de su
mano. Odio que me traten como si no fuera capaz de entender las cosas,
como si siguiera siendo una niña pequeña a la que hay que mantener en la
ignorancia. Eso siempre me ha hecho sentir… como si no perteneciera a
este lugar y me hace volver a repetir las afirmaciones de ese desconocido.

―¿Estás segura de que no viste nada? ―Aparto la vista del libro que
sostengo, fingiendo leer, y miro a Josiah.
―¿Qué se supone que debería haber visto? ―Hace una mueca, sin
responder. Sé que sabe que se trató de un híbrido y también supongo que
dan por hecho que no lo vi.
Después de regresar de nuestro paseo arruinado, Josiah estuvo hablando
con mi padre y mi tío por un buen rato. No entiendo por qué tanto misterio.
¿Acaso saben de la existencia de esos híbridos y no quieren que se
conozca? Y digo híbridos, porque ahora no tengo dudas de que aquel
muchacho que creí ver era real y no producto de mi imaginación. Sobre
todo por la actitud extraña que todos adoptan. No me gusta. Eso sin contar
todo lo que dijo ese extraño. Parecía tan convencido, no solo sabía mi
nombre, también el de mis padres, eso no puede ser simple casualidad y me
hace temer. No es que esté dando crédito a sus palabras, porque… No, no,
eso no puede ser cierto.
―¿Lena? ―Enfoco el rostro de Josiah, un poco sobresaltada.
―¿Qué? ―Me niego a considerarlo, pero…
―¿Pasa algo malo? ―Eso debería preguntarlo yo.
―No, ¿por qué?
―Estás actuando rara. ―Mira quién lo dice. Me encojo de hombros―.
¿Estás enojada con Abiel? ―Odio que nada se le escape, aunque ahora que
lo pienso, he sido yo la que se ha puesto en evidencia. No debí reaccionar
de esa forma y menos apartar a Abiel tan bruscamente. Él también parecía
sorprendido y optó por mantener la distancia todo el trayecto de regreso.
Eso me hace sentir culpable.
―No precisamente.
―Sabes que puedes contar conmigo, decirme lo que sea que te moleste.
Lo observo fijamente en silencio, por unos segundos. «Eres la única que
no conoce la verdad».
―¿Seguro?
―Por supuesto.
―Dime algo, ¿tú también me dirías todo? ¿Confías en mí? ―mi
cuestionamiento lo toma por sorpresa y confirma mis sospechas, algo
ocultan y definitivamente, tiene relación con ese híbrido.
Josiah (6)

Híbridos fuera de los muros. Si en algún momento llegué a tener dudas


sobre su mencionada existencia o que, en el peor de los casos, siguieran
existiendo después de tanto tiempo, eso ha quedado aclarado. Los hay. No
se trata de algo bueno y desde luego que no parece gustarle a nadie de los
presentes. Definitivamente, se les ha informado, aunque por el momento
solo a los varones.
―¿Estás seguro? ―Confirmo con un movimiento de cabeza, atento a la
reacción de mi padre, que mantiene una expresión serena, a pesar del recelo
que percibo en sus ojos. No le agrada escucharlo.
―El rastro era muy tenue cuando llegamos, pero no hay duda ―explica
Abiel dando una mirada general―. Su aroma es diferente al de una persona
normal o al de un animal.
―Es como él ha dicho ―me limito a decir, prefiriendo conocer su punto
de vista. Ellos saben más del tema, incluso es posible que los conozcan.
―Un híbrido ―escucho murmurar al señor Bail, que golpea
distraídamente su barbilla con uno de sus dedos. Él no deja ver ninguna
clase de sentimiento, es como una simple observación―. Ha pasado
bastante tiempo desde la última vez, de alguna manera han logrado
sobrevivir. Es sorprendente. ―Su comentario provoca muecas de disgusto
en el rostro del señor Haros y Jensen, como si no les gustara su comentario;
en tanto que los demás permanecen inexpresivos.
―¿Lena lo vio? ―Enfoco los ojos del señor Armen, que parece
ligeramente ansioso desde que hemos regresado haciéndoles saber lo que no
solo Abiel percibió.
A nadie le ha gustado que la pista se encontrara tan próxima a Lena. No
han expresado un reproche hacia mi persona, por permitirle hallarse fuera
del muro, pero supongo que lo harán en algún momento.
―No lo creo. ―Lena no es buena para mentir y no tendría motivos para
hacerlo―. Lo habría dicho de ser así.
―Pero debe haberlo sentido, ¿no? ―insiste sosteniéndome la mirada,
antes de apartarla y enfocarla en Abiel, quien pareciera querer salir
corriendo tras ella, a pesar de que mostró su negativa a ser acompañada por
él.
Todos guardan silencio, mostrándose visiblemente tensos ante la
posibilidad de un encuentro. Entiendo su preocupación, ella no debe saber
de la existencia de esos híbridos, eso implicaría hacerle saber parte de su
origen.
―Es poco probable, su sentido del olfato es menos sensible y cuando le
pregunté, solo dijo que creyó ver algo, pero que no estaba segura de si se
trataba de un animal salvaje. Además, ella ignora su existencia
―puntualizo con cierto malestar, ante mantenerla en la ignorancia.
No se trata de que sea la única, porque casi todos los habitantes de Jaim
ignoran tal hecho, sin embargo, al involucrarla, siento que debería estar al
tanto.
―Irina y Anisa han salido a recorrer los alrededores ―hace saber el
señor Haros, su malestar continuando visible.
―Tal vez es solo una coincidencia.
―No, Bail ―niega mi padre, con voz firme―. Ellos no tienen ningún
motivo para presentarse, hace más de quince años que se marcharon por
voluntad propia, en ese momento se les hizo saber que no serían
bienvenidos si decidían volver. No les importó, lo hicieron y tienen que
atenerse a las posibles repercusiones.
―Podría estar en problemas…
―No es asunto nuestro. ―Es la primera vez que me encuentro ante tal
severidad en su tono de voz y su actitud, pero no es de sorprender, para el
señor Regan, se trata de Lena y ella es lo más importante, no solo para él,
también para su mujer.
―Quédate con ella, Josiah. ―Intenta averiguar si ha visto algo que
haya pasado por alto, Lena confía en ti, me hace saber mentalmente mi
padre. Su sugerencia me resulta extraña, porque no creo que ella esté
ocultando nada, pero asiento de todos modos sin replicar y salgo de su
despacho, dirigiéndome a la biblioteca, donde Lena espera.

«¿Confías en mí?»; una pregunta tan simple, que no debería tener


problemas para ser resuelta y que sin embargo no puedo contestar con
honestidad. No porque no confíe en ella, sino porque debo mantener ciertas
reservas por petición de los mayores. Lena confía en mí y justamente por
eso odio tener que ocultarle las cosas.
Observo su tranquilo rostro, que en estos momentos se encuentra
reclamado por el sueño. Siempre he tenido la necesidad de protegerla y a
pesar de que ahora es una mujer, sigo sintiendo ese impulso, lo que me crea
conflictos.
No he sido capaz de mirarle a los ojos, no queriendo admitir que tengo
oculto el asunto de los híbridos. Ella tampoco ha dicho nada más, y no
parece estar mintiendo. Al final se ha quedado dormida en uno de los
sillones, mientras yo fingía leer y respondía sus preguntas de modo un poco
esquivo.
Tampoco me ha pasado desapercibida esa tristeza en sus ojos y que
también ha evitado el tema de Abiel. Al parecer, no he imaginado que están
distanciados.
Como si lo hubiera invocado, se encuentra en la puerta. Me dirige una
ligera inclinación, antes de dar un paso dentro de la estancia; su mirada en
todo momento centrada en su figura inmóvil. Instintivamente retrocedo,
para evitar que malinterprete la escena, ya que me he colocado a un lado,
sentado sobre el mismo mueble donde se encuentra.
Lena es como una pequeña hermana para mí, siempre le he visto de ese
modo, es natural tocarla o cuidar de ella, pero eso no parece ser del agrado
de Abiel, aunque se esfuerza en ocultarlo. Lo ha percibido al descubrir mi
proximidad, y cómo he acariciado su pelo.
No lo culpo, tampoco me gustaría que otro hombre tuviera sus manos
sobre mi Airem. Nadie debe tocar la mujer de otro, si no desea que le ocurra
lo mismo con la suya.
―Toda tuya ―digo incorporándome y retrocediendo un par de pasos,
colocando mis manos a mi espalda. He sido informado de que él será quien
la lleve a sus habitaciones, supongo que es cosa del señor Armen o eso
creo. Aunque tiene cierto toque de mi padre, ya que es más permisible con
las relaciones.
―Gracias ―susurra tomándola en brazos y dirigiéndose a la puerta, sin
volver la mirada.
Sacudo la cabeza, una pequeña sonrisa dibujándose en mi cara,
reflexionando sobre la posesividad que tienen algunos vampiros con sus
mujeres. Lo que me lleva a preguntarme si ella es consciente del modo en
que Abiel la mira cuando no se da cuenta, como en este instante. Él no
parece un hombre que no ha podido olvidar a su amante, parece un hombre
cuidado de su mujer.
Lena (23)

Por primera vez en mucho tiempo, me siento un poco molesta con la actitud
de Josiah y también de los demás, pero sobre todo con él. ¡Por favor, es
Josiah! Estoy acostumbrada a que todos piensen que no me doy cuenta de
las cosas o que prefieran dar por hecho que sigo siendo una niña, a la cual
lo único que le interesa es ir tras el tipo apuesto y rudo que no la voltea a
ver. Quizás un poco, pero no es del todo correcto, desde luego que me he
percatado de que ha evitado tocar el tema de posibles híbridos fuera de los
muros.
Irritada, he optado por dejar el tema por la paz, aprovechado para
dormitar, disfrutando de la tranquilidad que se respira, ya que últimamente
me cuesta un poco conciliar el sueño y quizá por eso me encuentro
imaginando que sus brazos me sostienen.
Froto ligeramente mi nariz en su ropa, capturando su deliciosa fragancia
y también la tela áspera de su uniforme de guardia. Esto parece demasiado
real. Abiel llevándome en brazos, ¡todo un sueño! Sin duda.
Sus pasos son lentos, silenciosos como todo buen vampiro lo hace, pero
puedo sentir sus muslos flexionándose debajo de mí y cómo mi cuerpo se
mueve. Sí, muy real. Siempre he querido saber qué se siente ser sostenida
por tu amado.
El sonido de una puerta siendo cerrada despeja la neblina del sueño en
que me encontraba sumida, dejándome más confusa. No obstante, pese a
mis ganas de querer confirmarlo o desmentirlo, permanezco quieta, con los
párpados cerrados.
No pueden estar traicionándome mis sentidos, lo conozco demasiado
bien como para no edificarlo.
Poniendo a trabajar mi nariz, reconozco mi habitación, es inconfundible
el perfume que uso o las flores que he colocado esta mañana. Estamos en
mi recámara y ¡no es un sueño! Pero… ¿cómo es que ha conseguido que le
permitan traerme? Ciertamente nos han dado un poco más de libertad, sin
embargo… Uno de sus brazos me libera en tanto que el otro afianza su
agarre, es solo una cuestión de segundos y al siguiente me encuentro siendo
depositada entre las mantas. Su aliento acaricia mi mejilla, así que no lo
pienso dos veces. Abro mis ojos, al mismo tiempo que mis brazos
aprisionan su cuello y mi boca encuentra la suya.
Me sorprende tomarlo por sorpresa, pero su mirada no miente.
Experimenta un pequeño instante de titubeo, antes de que sus labios se
muevan sobre los míos. El suave roce solo me hace desear más, ya que, con
todo mi afán de mantener distancia, también me he privado de sus besos.
¿En qué estaba pensando? Mis dientes mordisquean torpemente su boca,
eso parece alentarlo. Dejando escapar un gruñido, su lengua encuentra la
mía y la intensidad del beso aumenta tan rápido, que de pronto todo su
cuerpo presiona el mío.
Su barba raspa, provocando cosas curiosas en mis partes íntimas y en mi
pecho. Este es el beso que tanto he querido, esta es la reacción que he
añorado y me parece tan extraño que sea justamente en mi habitación, sobre
mi cama. Pero ¡es fantástico!
―Lena ―escuchar mi nombre salir de su boca, que aún roza la mía,
hace que mis ojos se humedezcan y que deje escapar un profundo suspiro,
como si un enorme peso se levantara de mis hombros. Un sollozo sacude mi
cuerpo, captando su atención, haciendo que se detenga. Abiel me mira
alarmado―. ¿Qué ocurre? ―pregunta, acunando con extrema ternura mi
cara.
Sacudo la cabeza, mi garganta cerrada por las emociones. Soy un
revoltijo: me hace pensar que no todo está perdido. Un beso puede parecer
tan poca cosa, pero sus ojos expresan demasiado, eso y el hecho de que ha
mencionado mi nombre. Nunca he sido tan codiciosa y a pesar de que lo
quiero solo para mí, no puedo renunciar a él ni a su pasado.
―Pienso que es lindo despertar así ―confieso regalándole una sonrisa
débil, mezcla de alivio e inquietud. Su frente se contrae y, apoyando sus
manos a mis costados, comienza a apartarse―. ¡No! ―protesto cuando
intenta levantarse―. No te vayas.
―No debería estar haciendo esto ―luce un poco culpable y eso me hace
sentir de nuevo muy mal, mis temores saliendo a flote―. Me refiero a
traicionar la confianza que tu padre deposita en mí al permitirme estar aquí.
―¿Te ha dejado? ―Eso sí que me sorprende, daba por sentado que era
cosa de la tía Elina.
―Solo traerte y arroparte ―responde sus dedos jugando con los
mechones de mi pelo.
―Eso es lindo.
―Sí, pero he hecho más que eso.
―No tengo quejas. ―Mi comentario parece divertirlo, dejándome ver
ese lado tan relajado que adoro―. Uno más, ¿sí?
―Lena…
―¡Por favor! Uno pequeño.
Duda, pero se inclina de nuevo y mi lado malo se impone. Me aferro a él,
imprimiendo toda la intensidad que he contenido y, aprendido de sus besos,
sumerjo mi lengua dentro de su boca, imitando lo que hace él. Gimo
ruidosamente contorsionándome debajo de su cuerpo, buscando no sé qué
cosa. Un sonido ronco brota de su pecho, que me dice todo lo que necesito,
lo he tentado lo suficiente para que me olvide de sus precauciones. Pronto
somos una extraña revoltura de manos y piernas que se mueven
frenéticamente.
―Eso no ha sido un pequeño beso ―jadea consiguiendo romper el
contacto.
―Wow ―suspiro―. Me gusta.
Sonríe, cautivando de nuevo mi corazón y haciéndome olvidar todas las
razones por las que no debería decir lo que estoy a punto de declarar,
lanzando lejos mis precauciones y el afán de no perder la mente por él,
aunque hace mucho que lo hice.
―Te quiero, Abiel ―susurro escondiendo mi cara en su cuello,
temiendo ver desconcierto, rechazo o algo más.
―Y yo a ti, pequeña ―contesta besando mi pelo y eso hace que de
nuevo me relaje, recuperando la confianza y determinación.
―¿Pequeña? ¡No soy pequeña! ―Mi hombre duro y serio de siempre
sonríe, antes de besarme de nuevo.
―Buenas noches, pequeña ―repite cubriendo mi cuerpo con la sábana y
sale tan rápido, que lo único que puedo hacer es dejar escapar un chillido
emocionado. No estoy segura de si aún sigo soñando.
Tampoco deseo pensar en lo que ese desconocido ha dicho… sin
embargo, mi curiosidad sigue empujándome a saber la verdad, del mismo
modo que lo hace lo que siento por Abiel. Por esta noche, solo pensaré en él
y en esos besos tan intensos.
Armen (2)

―No creo que tengas nada de qué preocuparte ―escucho decir a Danko,
moviéndose hasta situarse a mi lado, frente al ventanal del despacho
principal―. Irina y Anisa no encontraron rastro alguno. Si estuvieron aquí,
se fueron hace bastante.
―Podrían ocultar su aroma. ―Su olor no es tan fuerte como el de un
vampiro, pero puede confundirse con el de un humano o un animal si estos
se encuentran en el mismo sitio o se relacionan.
―Parece que has olvidado que ya no tienen a quien se encargaba de eso.
Y sabes que Irina es una de las mejores rastreadoras. ―Observo su cara
queriendo comprobar sus palabras, pero como siempre sucede cuando de él
se trata, me encuentro con una barrera y ninguno de sus pensamientos a la
vista―. Entiendo tu inquietud, pero… ―da un suspiro sacudiendo
ligeramente la cabeza, con la mirada puesta en el cristal―. Esa niña te ama
y durante estos casi dieciocho años, Gema y tú han sido unos auténticos
padres. Ninguna de sus acciones fue en contra de su bienestar, ella tendrá
que entender.
―A veces no resulta tan fácil entender los motivos de otros ―comento,
recordando cuando tuve que confesar a Gema todo lo que hacíamos en
Jericó para mantener nuestra existencia y cómo saberlo estuvo a nada de
apartarla de mi lado.
―En ese caso ―murmura, una expresión burlona ocupando su cara―,
creo que puedes usar a Abiel. ―Ante su mención no puedo evitar una
mueca, que logra arrancarle una carcajada―. ¡Vaya! Y yo que pensé que le
estabas tomando cariño.
―Edin ―digo a modo de advertencia, pero su sonrisa no desaparece.
―Por experiencia propia, puedo decirte que no es cómodo tener a su
familia sobre ti, pendiente de cada una de tus acciones, creyendo que te
aprovecharás. Tarde o temprano pasará, ya no es una niña pequeña.
Entiéndelo.
―Trato de tenerlo en mente, pero tienes que admitir que Abiel no se ha
comportado como lo prometió, lo viste.
―Ella está riéndose, se escuchaba feliz, no hizo nada que hubiera que
lamentar. Preocúpate por el hombre que la haga llorar y no del que la haga
reír. Abiel la adora, Armen y solo porque es demasiado reservado, no
significa que no esté entusiasmado y al pendiente.
―Sin embargo…
―El pasado no se puede cambiar, doy fe de ello, pero el futuro puede
sorprendernos y te aseguro que hay grandes probabilidades…
―¿De que la quiera? ―pregunto con aspereza, negándome a llevar a mi
hija por ese camino de desdicha que solo terminará por envenenarla y
amargar su vida, lo vi en Vasyl―. Lo que él siente nunca podrá compararse
a lo que tú, Haros, yo e incluso Alain sienten por sus mujeres. Ellas son
todo para nosotros, son parte de nuestra existencia, nos complementan
como ninguna otra podría. Lena nunca podrá tener eso.
Golpea sus dedos en el borde del ventanal, aparentemente reflexivo.
―No deberías perder la fe tan rápido…
―No lo hago, simplemente estoy exponiendo un hecho. Él no podrá
hacerla feliz completamente.
Nunca quise oponerme, al ver su emoción y la disposición de Gema para
ello, pero comienzo a cuestionarme si hice lo correcto. Si las cosas llegaran
a salir mal, Abiel no podría darle lo que ella necesita, no podría
comprenderla y darle consuelo. Eso es lo que más temo.
―Entonces, ¿qué piensas hacer? ―cuestiona elevando una ceja, su
rostro una máscara cargada de severidad. Entiendo que su vínculo con él le
hace querer favorecerlo, pero no puedo compartir su parecer―. A estas
alturas, separarlos no es una opción que debas permitirte analizar. Si
llegaras a hacerlo solo la lastimarías más y complicarías las cosas
innecesariamente.
―No pienso hacer nada. ―Solo esperar, por mucho que no me agrade.
―Deja que el tiempo hable, ellos parecen estar bien y te garantizo que
Abiel hará todo lo que pueda para hacerla feliz, está esforzándose
demasiado.
―Lo haces sonar como si fuera una obligación. ―Niego molesto ante tal
idea―. Tú entiendes lo que es amar y no es nada como algo que requiera
esfuerzo.
―No, pero no siempre suele ser sencillo. ¿Olvidas todas las dificultades
por las que pasaste?
―No, desde luego que no, pero todo fue con un claro propósito. No
puedo decir lo mismo de él.
―Entonces, te lo digo yo. A Abiel le importa Lena, más de lo que
pensamos.
―Sin embargo, si él llega a lastimarla, voy a arrancar su cabeza. Te lo
prometo.
Inesperadamente su postura se relaja y sonríe de lado, como si mi
amenaza le divirtiera. Y no debería.
―Había olvidado lo posesivo que eres, Armen. Memorable la ocasión en
que golpeaste a Irvin, solo por darle un pequeño golpe a Gema.
―No fue un pequeño golpe y él sabía que no debía ni siquiera tocarla.
―En ese caso, no debiste permitir que se expusiera, ¿no crees?
―Lo que creo, es que disfrutas esto.
―No como puedes imaginar ―admite sonriente―, tengo un par de hijos
y por eso intento mantenerme solo como espectador, por muy complicado
que resulte. Además, mi mujer siempre me lo recuerda.
―Me gustaría hacer lo mismo que tú, pero…
―Te preocupas demasiado. El cariño verdadero se gana; lo que tenga
que ocurrir, pasará sin que ninguno de nosotros pueda evitarlo.
Simplemente hay que mantenerse alerta y saber actuar sobre la marcha
cuando llegue el momento.
Ambos guardamos silencio y volvemos el rostro hacia la puerta, que tras
unos instantes se abre, revelando el sonriente rostro de mi hija.
―¡Hola! ―da su habitual saludo, entrando como una estampida de
alegría y energía―. Solo quería darte los buenos días y decirte que te quiero
―dice antes de ponerse en puntas y depositar un beso en mi mejilla―.
Gracias ―susurra en mi oído antes de apartarse―. No los interrumpo más.
Hasta luego, señor. ―Mira a Danko y se marcha.
―¿No te lo dije? Tu hija te quiere demasiado como para que un pequeño
secreto lo cambie. Yo diría que es casi imposible.
Ojalá esté en lo cierto. Ojalá.
Caden (7)

―¿Puedo saber qué estás tramando? ―susurro tomándola por sorpresa,


tan absorta ha estado en su labor, que no se ha percatado de mi presencia y
el salto que da lo confirma.
―¡Oye! Me asustaste ―se queja golpeando mi hombro, dejando una
mancha de harina en mi ropa―. Y no estoy tramando nada.
―¿Entonces? ―inquiero mirándola interrogante.
―Estoy aprendiendo a hornear galletas. ―Elevo una ceja, esperando
una explicación más detallada, que la hace soltar un bufido y señalar la
pequeña charola en la mesa―. Galletas, Caden. ¿Entiendes? Harina, huevo,
mantequilla, que se hace masita y luego lo pones en el horno.
―Sé cómo se hacen las galletas. Lo que no entiendo es cómo alguien
puede permitir que lo hagas.
―¡Oye! ―Esquivo su golpe, notando su disgusto. Lena es todo un
desastre, pero se ve tan infantil con el pelo ligeramente despeinado y
algunos rastros de polvo blanco en su cara. Parece la misma niña con la que
crecí.
―No seas malo con tu prima ―interrumpe la abuela, entrando en la
cocina―. Mira que se ha esforzado.
La miro dudoso.
―Solo para que lo sepas, ella me ha orientado en todo y han quedado
muy ricas, pero no te voy a dar.
―Claro que no ―concuerda mi abuela, tendiéndole una pequeña
canastilla que rápido llena con las piezas―. Ya tienen dueño.
―¿Abiel? ―aventuro, no necesitando demasiado para saber por qué
tiene esa expresión tan ansiosa―. ¿Planeas envenenarlo?
Lena me mira, dejando escapar un jadeo mitad sorpresa, mitad malestar.
Apenas consigo sofocar las ganas de reír.
―¡¿Por qué tienes tantas ganas de meterte conmigo hoy?! ―exclama
mirándome acusadoramente―. ¡No te voy a dar!
―Ya lo dijiste.
―Pero ahora va en serio. No te daré ni una.
No es que realmente quiera hacerla enfadar, porque nada me complace
más que verla tan radiante y feliz; sin embargo, Josiah ha expresado su
preocupación por su inconstante estado de ánimo. Recuerdo que cuando
solía reñirla intencionalmente, eso siempre cambiaba su humor. Además, el
mal genio de Lena dura demasiado poco.
Despeino su cabello, consiguiendo una protesta en forma de chillido y
varias quejas hacia la abuela, que nos mira con una sonrisa discreta.
―No le hagas caso y mejor llévalas antes de que se enfríen.
―Los vampiros no comen… ―Su pequeño pie impacta en mi espinilla,
haciéndome doblarme instintivamente, para darle dramatismo―. ¿Me
pegaste?
―Te lo ganaste. ¡Malo! ―Se despide de la abuela con un beso y se va,
toda orgullosa y molesta. Espero hasta que el sonido de sus pies desaparece
y me río, la abuela uniéndose a mí.
―Pensé que el autor de las travesuras era Josiah.
―Para con Lena, siempre fui yo. ―Le guiño un ojo―. Solo guarda el
secreto, abuela, ya que para la ciudad tengo que ser el chico responsable.
―Sé que la quieres y que no lo haces de mala fe ―asegura, su brazo
rodeando mi cintura, su cabeza descansado en mi pecho―, si no fuera así,
te habría jalado las orejas hace mucho.
―Lo sé.
―¿Quieres una galleta? ―La miro dudoso, haciéndola reír.
―Estas son diferentes ―asegura con una mirada divertida.
―Las hiciste tú.
―Sí y no. La masa la preparó Lena, pero las suyas tenían un ingrediente
distinto.
―¿Sustituto?
―Ajá. ¿Cómo lo has descubierto?
Por el ligero olor a sangre que percibí al entrar, pero me encojo de
hombros.
―Intuición. Esa chica haría cualquier cosa para complacerlo.
―No se trata solo de complacerlo y no te engañes pensando que Lena es
una chica superficial, he visto sus ojos y en ellos hay verdadero amor.
Como también en la mirada de cierta jovencita. ¿Alguna idea?
―Eso creo.
―¿Y entonces? ¿Qué esperas?
―Por ahora, espero asumir el mando de Jaim y asegurar el bienestar de
todos. Es mi prioridad. ―Para lo que he estado siendo preparado tantos
años.
―Eres un buen líder, demasiado responsable y desinteresado, pero ella
no esperará por siempre. Déjame decirte que hay varios chicos poniendo
sus esperanzas en alguien tan amable y bonita.
―Dame los nombres y yo me haré cargo ―digo sorprendiéndome
incluso a mí mismo, pretendía que sonara a broma, pero mi voz ha salido
con más dureza de lo que pretendía.
―¿Cómo es eso? ―pregunta mirándome preocupada, pero sonrío
aligerando mi declaración.
―Extendiendo sus horas de trabajo, por supuesto, eso no les dejará
tiempo para ver a mi Elise.
―Tuya. ¿Ella sabe que te tiene? ―Su frente se tensa ante mi silencio―.
¿No? Entonces asegúrate de que lo sepa, no quiero volver a ver un corazón
roto por ser tan confiado y torpe.
―¿Por qué lo dices? ―pregunto confundido, obteniendo una sonrisa
melancólica y misteriosa.
―¡Ah, nada! Cosas que vemos los viejos.
―Descuida, lo haré a su tiempo.
―A veces, nuestro tiempo no coincide con el de los demás. No lo
olvides ―murmura empujando un pequeño plato con galletas―. Deberías
llevarle algunas.
Elina (5)

―¡Qué bonito es estar enamorada! ―exclamo, ganando miradas


reprobatorias por parte de Gema y Anisa, no así de Mai e Irina, que
esconden una sonrisa. Lena levanta la cabeza de su plato y nos mira
confundida, sus mejillas tiñéndose de un ligero color rosa―. No nos has
contado lo que pasó con Abiel.
Ella mira a Gema, que le da una mirada condescendiente.
―Nada malo, tía. Te lo aseguro.
―Qué lástima. Yo pensé…
―Elina ―reprende Gema, no conteniéndose más. Yo me esfuerzo por no
reír. Disfruto sacando a todo el mundo de quicio.
―¿Qué? Solo iba a decir…
―Podemos darnos una idea ―gruñe Anisa, mirándome con disgusto.
―Bueno, ya que no quieren hablar de eso, estaba pensado que deberías
hacer algo para entretenernos.
―¿Qué sugieres? ―pregunta Mai, luciendo emocionada. Claro, por aquí
no hay mucho que ver, ni hacer y siempre se aprecia algo que salga de la
rutina.
―Puesto que nuestros hombres siempre andan ocupados, creo que
podríamos hacer una competencia.
Todas se miran entre ellas, sin darse una idea.
―Paso, tus ideas son muy malas ―murmura Anisa, luciendo aburrida.
Le doy una radiante e inocente sonrisa, que le hace entrecerrar los ojos, con
cierta sospecha.
―Esta es muy buena ―me incorporo sacudiendo mi vestido y comienzo
a caminar hacia la puerta de la sala―. Síganme y lo verán.
Con renuencia, todas terminan entrando a una de las salas de
entrenamiento, eso me hace ganar algunas miradas emocionadas y otras
expresiones no tanto.
―¿Qué es esto? ―inquiere Lena, mirando todo el sitio, que en lugar de
ser un espacio despejado y con colchonetas para combates, tiene
complicados obstáculos de toda clase. Cuerdas, redes, bloques de madera y
roca, todos separados del piso. A simple vista no parece tan complicado,
pero no es la mejor parte de esto.
―Es una pequeña competencia para poner a prueba nuestras habilidades
de equilibrio. ―Y combate.
―Vas a perder ―dice Anisa sonriendo con malicia.
Eso no me hace dejar de sonreír. Ciertamente no es mi fuerte, pero cómo
me divertiré.
―Ya veremos. Se trata de llegar hasta el otro extremo, pero…
―Levanto uno de mis dedos, haciendo énfasis―, antes de hacerlo, tienen
que asegurarse de ser la única que se mantenga en pie. ―Señalo el piso,
que se encuentra cubierto por pinturas de varios colores―. Quien caiga,
queda eliminada.
―¿Hay reglas? ―pregunta Irina, más que emocionada, flexionando sus
brazos―. ¿Restricción?
―Ninguna. Pueden usar lo que quieran, escudos, espadas, cuerdas, lo
que prefieran.
―¿Cuál es el premio?
―Uno muy grande. Que les diré una vez que sepa quiénes participan.
―Yo ―dice, sin dudar, Irina.
―Yo también. ―Desde luego que Gema no me fallaría.
―No hay nada que tengas que me interese ―gruñe Anisa.
―Quizás, pero ¿acaso no quieres ganar?
―Lo haré.
―¡Genial! ―Aplaudo emocionada―. ¿Lena? ¿Mai?
―No soy buena, pero… estoy dentro ―asiente Mai. Esta será la primera
vez que vea sus nuevas habilidades, espero que Edi no se enoje cuando se
entere, si es que no lo sabe.
―Yo también. ―Miro a Lena, más que complacida con su participación.
―Perfecto. Ahora les diré el primero, no pueden retractarse, ¿entendido?
Si lo hacen, estarán eliminadas automáticamente. ―Todas parecen
conformes a la espera de mi anuncio.
―¿Interrumpo? ―Todas nos giramos para ver a Kyla, la hija de Reus,
que se encuentra debajo del marco de la entrada, mirándonos con
curiosidad.
―Llegas justo a tiempo ―aseguro indicándole que se acerque―. Ella
también participará, ¿verdad? ―La chica parece confundida―. Te aseguro
que quieres participar, ya que el premio será un beso de todos nuestros
hombres. Claro, si ganas.
Todos los ojos se centran en mí, ninguna de ellas parece tan emocionada,
como lo está Kyla, que de pronto parece más que entusiasmada con la idea.
¡Esto será maravilloso!
Danko (5)

«Edi, creo que es mejor que vengas», la voz de Mai hace desaparecer a las
que me rodean y de inmediato me concentro solo en ella. Lo primero que
percibo es que no hay nada que indique tensión o preocupación, se trata
más de un toque de diversión y cierta inquietud que definitivamente están
relacionadas con Elina, ya sospechaba que algo planeaba cuando la vi esta
mañana antes de salir y se mostró tan sonriente.
«Estoy en camino», le hago saber, complacido en parte con el hecho de
poder verla antes de tiempo y no esperar el par de horas que estaba
planeado.
―Caballeros ―interrumpo, captando su atención. Esta es una de las
tantas reuniones de cortesía que se celebran con el Consejo de la ciudad,
con los miembros que aún siguen activos, ya que después de todos estos
años algunos han optado por confiar en mis acciones y dedicarse a sus
asuntos―. Debo retirarme. Si surge alguna inquietud, no duden en
hacérmelo saber. Con su permiso.
Armen, Uriel y Jensen imitan mi acción y me siguen de inmediato, en
tanto que Josiah se escabulle claramente no dispuesto a volver a la
residencia y no necesito preguntar para saber a dónde se dirige y quién le
espera. No puedo reprenderlo, hasta el momento ha cumplido con todos sus
deberes, más que preparado para asumir el cargo; además, yo sé lo que es
perder la cabeza por una mujer, no puedo culparle.
Sonrío, al recodar cuando era yo a quien no le importaba tener que cruzar
los muros, aunque fuera solo para verla dormir. Aún lo hago, nunca podré
tener suficiente de Mai.
―¿Qué ocurre? ―pregunta Haros, colocándose a mi costado, dando una
mirada alrededor, asegurándose de que nadie nos escucha o presta
atención―. ¿Problemas?
―Supongo. Se trata de Elina. ―Hace una ligera mueca. No tengo nada
más que agregar para que comprenda de qué va esto. Creo que a todos nos
preocupan más sus locuras, que el avistamiento de impuros. Últimamente le
ha dado por volver a hacer de las suyas y con Lena siguiéndole, es
imposible.
―Quien ha decidido incluir a nuestras mujeres ―informa Armen, y su
expresión relajada me hace saber que está al tanto de lo que ocurre y
también que no le preocupa demasiado lo que se trae entre manos. Debería,
con esa mujer nunca se sabe.
―Pareces muy confiado, Armen ―murmuro queriendo ponerlo a
prueba. Se encoge de hombros, mirando a Jensen, que arruga la frente,
claramente sin entender del todo lo que ocurre, tal como Haros.
«¿Qué has hecho, Elina?».
Su risa llega a través de sus pensamientos, pero eso es todo lo que
consigo. No puedo estar seguro de que me agrade lo que planeó, a pesar de
que ni a Mai o Armen les preocupe. Ya veremos.
Elina (6)

Sonrío divertida con la pregunta mental de Edi y el hecho de que ahora


nuestros hombres piensan unirse.
―No creo que debas hacerlo ―Lena mira preocupada a Kyla, quien se
vuelve directamente hacia ella―. A ti no te gustan las actividades físicas y
ellas son más que expertas.
La chica le dedica una pequeña sonrisa, desde luego que no estaba al
tanto de esto, pero no ha dudado en seguirme la corriente. Y es que ella es
solo un ingrediente más para aumentar lo interesante del asunto, porque
como ha dicho Lena, Kyla no es alguien que disfrute de confrontaciones.
―Será interesante ―responde, su figura tan pequeña y de aspecto tan
débil como la mía, pero con esa belleza sobrehumana que nos caracteriza.
Ignoro si tiene al menos un poco de habilidades de defensa, pero eso no
parece preocuparle, creo que estará bien. Anisa es la única que podría
golpearla, pero estoy segura de que ya tiene un blanco en mente.
―Ella no tiene pareja ―señala Lena, con aire pensativa, no luciendo tan
consternada como lo hacen Gema o Anisa, a quienes no parece gustarles en
lo mínimo mi genial idea.
―Puede ser su padre o alguno de sus escoltas, son bastante guapos.
―Estás loca ―la mirada furiosa de Anisa encuentra la mía. Me encojo
de hombros, disfrutando demasiado esto como para dejarlo pasar.
―¿Tienes miedo? ¿Dónde está toda esa confianza que tanto presumes?
―la provoco luciendo confiada―. Muchas veces dijiste que podrías
ponerme en mi lugar, si quisieras, pero supongo que no estás tan segura…
Estira los brazos, moviendo la cabeza a los lados, su expresión luciendo
tensa pero determinada. No esperaba menos de su parte: ama los retos.
―No vas a tocarlo ―advierte con un siseo dirigiéndose a los vestidores.
¡Está dentro!
―Dijiste que no podemos negarnos, ¿verdad? ―Mai ladea la cabeza,
mirándome interrogante. Sonrío inocentemente y asiento.
―Ajá. Quien lo haga, automáticamente pierde.
―A cierto vampiro no le gustará, pero tan mal no suena ―dice Irina
desapareciendo por donde lo ha hecho Anisa. Sabía que no se resistiría.
Hace bastante que no tenemos algo como esto, que implique arriesgarse.
―Supongo que no tenemos opción ―afirma Mai, mirando
alternativamente entre Gema y Lena. Esta última no luciendo tan segura
ahora que ha visto que todas parecen tomárselo en serio y son más que
conscientes de sus habilidades de lucha, pero desde luego que está dispuesta
a pelear por evitar que alguien toque a su pareja.
No existe mejor incentivo para una mujer enamorada que proteger los
labios de su hombre. ¡Soy genial!
―Estás olvidándote de algo. ―Anisa regresa, vestida con un traje de
combate. Un conjunto oscuro que se adhiere a su cuerpo y la protege de
heridas; sus manos trabajan su cabellera, envolviéndola en un apretado
nudo en lo alto―. ¿Quién será el juez? No confío en ti.
Como si lo hubiera invocado, Alain ingresa acercándose a mí.
―Alain, por supuesto. ―Él deja escapar un suspiro resignado, sabe que
haré lo que sea para mantener esa sensual boca a salvo, pero que debo
actuar de modo despreocupado―. Y para evitar favoritismos, también
tendremos público.
Doy un aplauso, llamando a algunos de la guardia que están en descanso
en este momento. Entran perfectamente ordenados colocándose junto a la
pared. Definitivamente Edi va a querer matarme, no solo por jugar con su
mujer, sino también por disponer de sus hombres y del lugar, pero seguro se
le pasará.
―¿Sabes lo que ha apostado? ―Anisa mira fijamente a mi hombre,
quien asiente con una sonrisa disimulada―. ¿Y no te importa?
―Confío en ella.
―¡Por eso te quiero tanto! ―exclamo tomando su rostro y dándole un
beso en los labios.
―No vas a tocar a Pen ―advierte mirándome molesta―. Y tú no
deberías solaparla.
―Eso no puedes saberlo y, como Alain ha dicho, confía en mí. ¡Hora de
prepararnos!
Alain (1)

«Eres terrible», digo viéndola dirigirse a los vestidores con una enorme
sonrisa, seguida por Gema, Mai, Lena y la otra chica. «Igual me amas, no lo
niegues». Sonrío, desde luego que lo hago.
―No parezcas tan feliz ―gruñe Anisa, dirigiéndome una mirada
molesta―. Voy a ganar.
Levanto las manos, en son de paz.
―No he dicho lo contrario.
―Déjalo tranquilo ―comenta Irina, quien, a unos metros de nosotros, se
dedica a realizar flexiones―. Mira que, si ganas, podrás darle un beso, ¿no?
―No me interesa ―Anisa resopla, acercándose a donde comienzan los
obstáculos, los observa con detenimiento, probablemente trazando la ruta
más segura para cruzar. No es demasiado complicada, el verdadero
problema será enfrentar a las demás y hacerlas caer.
―¿Qué es esto? ―Observo entrar a Armen, Pen, Haros y Danko, este
último mirando con reproche a los guardias y también a mí.
―Una competencia ―les hace saber Irina, dedicándole una sonrisa a
Uriel, que de pronto no parece tan tranquilo como cuando llegó―. Es solo
de chicas.
―Sí, apostando un beso de su hombre ―masculla Anisa, cruzándose de
brazos.
―No pongan esas caras ―Elina aparece―, es solo un pequeño besito y
no pueden intervenir o quedarían descalificadas. Así que mejor les echan
porras y confían en sus habilidades.
―¿Por qué no me sorprende que estés siguiéndole la corriente?
―murmura mirándome, sacudiendo la cabeza.
―Déjalo en paz, Edi, él es el juez y no debes molestarlo. ¿Listas, chicas?
Es hora de que defiendan el honor de sus maridos. ¡Siempre quise decir
eso! ―Reprimo las ganas de reír ante sus ocurrencias, porque soy
consciente de que no todos comparten mi sentir.
Todas se colocan en una línea, en el borde de los obstáculos, no sin antes
mirar a sus respectivas parejas, excepto Lena y Kyla.
«Deséame suerte y no te enojes conmigo si pierdo», pide guiñándome un
ojo.
«Nunca podría», aseguro.
―¡Comiencen! ―exclamo, al instante todas dejan de tocar el piso y
abordan el entarimado.
Algunas han optado por sostenerse de cuerdas, colgando como si no
tuvieran problemas, otras han preferido usar los pequeños tubos y vigas, ya
sea usando sus pies o manos. Se contemplan un momento, antes de
moverse.
Como esperaba, Anisa va directo sobre Elina, quien dando un giro
usando de apoyo una de las barras, la esquiva; aprovechando el impulso
golpea sus piernas, intentando desequilibrarla, pero sin conseguirlo. Se
recupera demasiado rápido, su puño buscando su rostro, y tampoco logra
impactar. Ambas son rápidas, aunque Anisa sea más contundente en sus
golpes; ella lo sabe por eso está tratando de tocarla y hacerle perder el
equilibrio. Afortunadamente, Elina es demasiado escurridiza y astuta para
leer sus movimientos.
No demasiado lejos de ellas, Gema e Irina se enfrentan. Ellas son menos
agresivas, pero no por ello menos impresionantes. Su velocidad es mayor,
así como su agilidad para evadirse y atacar.
Lena se mantiene expectante, ya que Mai ha ido por Kyla, quien a pesar
de que tiene a una oponente moderada, tiene problemas para esquivar. Su
brazo se enreda con unas cuerdas, cosa que Mai aprovecha, pero falla, su
rodilla golpea una de las vigas… Un pequeño estruendo y el grito de la
chica se escucha antes de que termine bañada en pintura morada.
―Kyla está fuera ―anuncio, a pesar de que no sea necesario. Todos la
hemos visto caer.
―Lo siento ―murmura Mai, antes de desviar su atención hacia Lena,
que cambia de posición, preparándose.
Antes de que puedan moverse alguna de las dos, Irina cae, llevándose
consigo no solo a Gema, también a Mai, que las mira con confusión.
―¡¿Qué demonios?! ―maldice Uriel, totalmente sorprendido. Hasta el
momento todos se mantenían en silencio, atentos.
―Lo hizo intencionalmente ―opina Danko, negando.
Las tres se arrastran hasta salir, son una mezcla de verde, amarrillo y
azul. Una visión bastante peculiar.
―Perdí ―dice Irina tocando a Uriel, quien hace una mueca, pero no
evita ser manchado de pintura.
Mai y Gema se acercan a sus parejas, volviendo a centrarse en las tres
figuras que permanecen aún.
―Eres una tramposa, ¿lo sabías? ―acusa Anisa.
―Lena no intervendrá, esto es entre tú y yo.
Anisa gruñe, arrojándose sobre Elina, dejando de lado toda precaución o
contención. Arranca cuerdas y barras que entorpecen sus movimientos, en
un intento de darle alcance, pero ella se mantiene a distancia.
Anisa da un salto por encima de su cabeza y, sin que lo espere, se mueve
hasta quedar detrás de ella. ¡Mierda! Su pierna golpea su cadera, pero antes
de que pueda repetir el ataque, una ráfaga de aire golpea el rostro de Anisa.
Se tambalea, antes de ser arrastrada hasta que su espalda golpea el suelo.
―¡Eso es trampa! ―grita apuntándola con el dedo. Elina se limita a
sonreír.
―El viento es parte de mí, no es trampa. ―Mira a Lena, quien se
mantiene alerta―. Golpéame ―pide. Ella duda, pero empuñando su mano,
golpea su pecho, sin oponer resistencia alguna, Elina se precipita, cayendo
de pie―. ¡Estoy fuera! ―Inclina ligeramente de cabeza y Lena rápidamente
se pone en movimiento, consiguiendo llegar del otro lado.
―Lena es quien ha ganado ―expreso a pesar de la molestia de Anisa y
la diversión de Elina.
―Supongo que es mejor que hubieras ganado tú ―murmura Anisa.
―La próxima vez deberían hacerlo ustedes…
―Ni lo pienses ―gruñe Uriel.
―No ―niega Armen.
―De ninguna manera ―Danko advierte. Ella se ríe, colgándose de mi
cuello. Por mucho que quieran mostrarse molestos, estoy seguro de que
todos disfrutaron un poco de ella.
―Entonces ―Lena se acerca a nosotros, luciendo insegura―, ¿debo
besarlos a todos?
―Desde luego, cariño. Excepto a tu padre, a él puedes darle uno en
algún lugar permisible.
―Debería prohibirte organizar este tipo de cosas ―comenta Danko.
―No pueden negarse, fue lo que acordamos.
―Lo primero es cambiarnos.
―¿Saben dónde está Abiel? ―Todos intercámbianos miradas.
―Está un poco ocupado, pero vendrá más tarde. Como ha dicho tu
madre, primero debemos limpiarnos y cambiarnos.
En medio de protestas y provocaciones por parte de Anisa e Irina, se
dirigen todas a los vestidores. Aunque se ha esforzado en crear esta
distracción, Lena parece haberse dado cuenta de que algo no está bien con
Abiel.
―¿No se lo han dicho? ―Uriel inquiere, mirando a Danko y a Armen.
Desde luego que no lo han hecho, ni siquiera Elina.
―No creo que sea conveniente.
―Ella querrá verlo y se dará cuenta.
―Depende de nosotros que no lo haga, además, es algo muy personal.
Abiel (5)

Los últimos rayos del atardecer asoman detrás de la montaña, iluminando la


desgastada roca que hace algunas horas solo sobresalía ligeramente entre
las hierbas que la rodeaban. Parece mentira que haya trascurrido tanto
tiempo desde la última vez que estuve aquí, más de veintitrés años para ser
más precisos, fue cuando estuvimos ambos, Irvin y yo, venerando su
recuerdo, cuando él admitió abiertamente lo que había ocurrido entre ellos.
Negar que estuve resentido desde ese momento, no es posible. Ciertamente
sigo estando un poco dolido, por el modo en que traicionaron mi confianza
y sobre todo mi cariño. Eran las personas más queridas y apreciadas
después de mi creador. Especialmente ella: me enseñó que, a pesar de mi
cambio, podía permitirme sentir, desarrollar afecto por otros y ser alguien
que solo seguía órdenes. Siempre lo supe, aun cuando fingí ignorancia por
temor a perderlos y justamente por esa razón en muchas ocasiones estuve
tentado a dejarla libre, para que pudiera estar con él, sin embargo, no lo
hice. Nunca comprendí su forma de pensar y mucho menos de actuar, decía
amarme, pero cuando sus ojos se posaban sobre él, expresaban el mismo
sentimiento. Más de una vez cuestioné su proceder, con la firme creencia de
que era imposible amar a dos personas distintas; no obstante, hoy puedo
decir que mi opinión ha cambiado drásticamente y ya no estoy tan seguro
de que no sintiera lo que juraba.
Como quiera que sea, continúo pensando si no le hubiera gustado más
estar aquí, a su lado, para que no estuviera sola. Por desgracia, la muerte de
Irvin fue totalmente inesperada y en ese momento las cosas eran demasiado
complicadas como para haber trasladado su cuerpo hasta este lugar. Pero
como solía decir, no existen obstáculos cuando el corazón desea alcanzar al
ser amado. Así que supongo que están más cerca de lo que puedo imaginar.
Irvin era como un hermano, jamás habría sido capaz de alejarlo de ella,
porque sabía cuánto daño iba a causarle.
Arranco los restos de hierbas, despejando el pequeño espacio, hasta que
está completamente libre, dejando visible la tumba. Amaba las montañas, la
vista y el viento que caprichosamente despeinaba su cabello. Jamás olvidaré
todas esas veces que dejamos la ciudad para cumplir sus deseos, sin
importar la reprimenda. Nunca temió: tenía la certeza de que siempre
íbamos a protegerla y así fue hasta el último día en que sus ojos se cerraron
y su corazón dejo de bombear.
Apoyo la rodilla en la tierra, mi mano sujetando el borde de la
improvisada lápida, donde aún se puede leer la leyenda que grabamos a
mano: Amada y recordada por la eternidad.
Siempre lo será, a pesar de todo, aunque su corazón era de ambos, pero
al mismo tiempo de ninguno.
―Estoy confundido, Lucie. Siempre he sido fiel a mis promesas,
siempre, y justo por eso es que no puedo estar tranquilo. Especialmente en
estas fechas, cuando tu vida se extinguió. En aquel momento, no dudé en
jurar que serías la única mujer a la que amaría y que nunca te olvidaría, sin
embargo, ahora está ella. Está Lena.
Son tan opuestas. Lena es luz, alegría, inocencia y bondad, no hay
resentimiento en sus ojos, solo tristeza. La cual quisiera borrar, pero
entonces recuerdo sus palabras, su mirada suplicante y me encuentro en un
conflicto.
Las puntas de mis dedos recorren las letras, de nuevo, recordando mi
juramento y también todo lo que ella significó para mí.
―Te amé, eso nada lo cambiará y, a pesar de todo, seguirás teniendo un
lugar especial, pero… es hora de liberarte. Tal vez sea la última vez que te
visite, espero lo entiendas.
Si quiero comprometerme de verdad con Lena, debo poner fin a lo que
una vez sentí por Lucie, aunque su recuerdo y presencia me persigan.
Lena (24)

Miro impaciente a Azura, quien rehúye mis ojos y se muerde nerviosamente


el labio, debatiendo si debe responder mis preguntas.
―Por favor ―suplico de nuevo, poniendo mi mejor expresión
esperanzada.
―No debería decir nada. Si alguien se entera…
―Aquí nadie escucha ―aseguro mirando alrededor de la pequeña
cúpula privada del tío Danko―. Por favor.
Suspira, dejando caer los hombros. ¡Sí! Todo el mundo ha fingido
ignorancia respecto a Abiel, restándole importancia a mis preguntas. Algo
ocurre y nadie lo quiere admitir.
―Está bien. Pero si alguien me pregunta…
―Tú nunca me dijiste nada. Lo sé. ―Eso parece convencerla, y se
acerca más, echando un vistazo de nuevo a la puerta.
―En estas fechas, siempre solía salir de la ciudad, pero dejó de hacerle
hace algunos años.
Eso explica por qué nunca lo noté, aunque como siempre estaba en el
muro o acompañando al señor Danko, podría haberlo hecho y no darme
cuenta.
―¿A dónde va?
―Ignoro el lugar preciso, pero sí sé el motivo, aunque… tal vez…
―Dilo ―presiono antes de que cambie de parecer.
―A la tumba de Lucie. ―Escuchar su nombre es como recibir un baño
de agua helada―. Es su aniversario luctuoso.
De todas las cosas que pasaron por mi mente, nunca estuvo esta. Llegué
a pensar que de nuevo intentaban poner distancia entre los dos o que le
había asignado una excursión peligrosa y temían que me molestara, pero no,
no era nada de eso.
―¿No se supone que las criptas se encuentran debajo de la ciudad?
―balbuceo mirando la pequeña ventana que se encuentra al fondo de la
estancia, intentando no demostrar mi conmoción. Es un poco tonto, no
debería seguir afectándome, pero lo hace y no puedo evitarlo.
―Sí, pero a petición de él y de Irvin ella fue sepultada fuera. Aunque en
ese tiempo, solo se depositaban los restos de los fundadores o sus sirvientes
más apreciados.
―Entiendo.
Las dos nos giramos al escuchar la puerta abrirse.
―¡Aquí están! ―la tía Elina mira fijamente a Azura, quien con una
inclinación sale rápidamente, dejándonos solas―. ¿Todo bien? ―inquiere
caminando lentamente hacia mí. Sacudo la cabeza, aún asimilando lo que
acabo de descubrir.
El aniversario de su muerte.
Por eso él no está, por eso no me ha buscado desde ayer, por eso se
mostró tan ausente y distante los últimos días. Es un poco frustrante:
cuando creo que las cosas irán mejor, parece que retrocedimos casi al punto
de partida. Me he esforzado por no presionar, por no resultar demasiado
abrumadora o demostrar cuánto quisiera que avanzáramos, pero no ha
funcionado.
―¿Por qué no me lo has dicho? ―reprocho sin ocultar lo dolida que me
siento. Ella siempre ha intentado ayudar y ser sincera. De mis padres puedo
entenderlo, no quieren intervenir para bien o mal.
―Porque no cambia nada entre ustedes.
Desvío la vista, fingiendo que no me afecta. Han pasado tantos años y él
aún la recuerda, preserva las memorias que compartieron, lo que dice
mucho al respecto. No la ha olvidado, porque realmente no lo desea.
Comienzo a creer lo que todos dicen, solo pueden amar una vez y para
siempre.
Puedo entenderlo incluso aunque esa parte rebelde de mí muera de celos
y duela. No puedo simplemente pretender ocupar su lugar y que
desaparezca, para que sea solo mío.
―Lena…
―¿Debería cobrar mis premios? ―Le sonrío queriendo desviar el tema y
evitar derrumbarme. Tira de mi brazo, estrechándome contra ella.
No me resisto, aunque no ayuda demasiado con mi control. Estoy
empezando a cansarme de aparentar que nada ocurre, cuando no es así.
Odio sentirme de ese modo.
―Él te quiere, te lo aseguro, pero…
―¿Puedo comenzar por Alain? ―interrumpo no cediendo al drama―.
Dijiste que sin importar dónde sea el beso, los pondré en un apuro, ¿no?
Retrocede, asintiendo con un movimiento de cabeza, permitiendo mi
intento de cambiar el tema.
―¿Sabes? Tal vez debimos invitar a ese chico que muere por ti.
―¿Klaus?
―Sí, ese. Le habría encantado, ¿verdad? ―Aunque en un momento
pensé usarlo para darle celos a Abiel, lo aprecio demasiado como para
herirlo de esa manera, especialmente porque yo conozco un poco sobre los
sentimientos no correspondidos y las falsas esperanzas.
―Se habría emocionado y hecho ilusiones, pero esa no es la idea,
¿correcto? ―Sonríe―. Entonces, ¿esperamos hasta la cena o lo hacemos
ahora? ―Me mira fijamente. No me gusta la compasión en sus ojos y la
evidente lástima que siente por la situación.
―Creo que he cometido un error, pequeña. ―Su mano aferra la mía―.
Estás sufriendo y no deberías hacerlo. El primer amor debe ser maravilloso,
no doloroso.
―Los sentimientos no pueden controlarse.
―No, no pueden, pero… a veces es necesario sepultarlos, para evitar
dolores de cabeza.
Me encojo de hombros.
―Sabía que esto podría pasar y acepté correr el riesgo. Estoy
aprendiendo a lidiar con ello.
―No deberías, no es correcto ―dice muy seria―. En algún tiempo
estuve en tu lugar, aferrándome a algo que era un espejismo y que me
lastimaba. Y puedo darme cuenta de que lo estás haciendo en este
momento, enmascarando tu sentir bajo esa sonrisa, ese es el peor error que
puedes cometer. No importa lo que digan los demás, llorar, gritar, no
expresa tu falta de madurez, sacar todo lo que sientes ayuda a liberar el
alma.
―Tengo diecisiete años, en dos días cumpliré dieciocho, puedo
permitirme un par de años más de intentos. Antes de tomar una decisión,
¿no crees? ―Hace una mueca―. Me gustaría decir que tengo la certeza de
que es una causa perdida, pero… a veces él me mira de un modo que me
hace olvidar cómo se respira; otras es tierno, dulce y sobre todo protector.
Sin dejar de lado esa sonrisa que le hace lucir tan humano, tan guapo. Me
hace sentir que vale la pena.
―Eres muy inteligente, cariño ―susurra tocando mi mejilla―. Ya veo
por qué esos padres tuyos te han dejado llevar las cosas a tu modo.
―Fingen hacerlo, pero sé que siempre están al pendiente, que se
preocupan. Esa es otra de las razones por las que me doy cuenta de que si
las cosas no funcionan tendré que hacer una retirada limpia, sin mucho
drama, por el bien de todos.
―Nadie te juzgaría y Edi se encargaría de que Abiel no pagara los platos
rotos, de eso debes tener la seguridad.
―Es bueno saberlo. Ahora será mejor volver con ellos, ya nos
ausentamos demasiado.
―Sí. Volvamos. ―Engancha su brazo al mío y me conduce por el
pasillo, hasta la sala principal, donde todos se encuentran conversando en su
mayoría sobre nuestra pequeña competencia.
Ya no me siento tan emocionada como antes, pero me esfuerzo por no
mostrarlo.
―Todos los preparativos están listos ―asegura Irina con una enorme
sonrisa―. La guardia estará en sus puestos, rolando turnos para que ellos
también puedan permitirse divertirse un poco. Es una celebración que nadie
debe perderse.
―Bien pensado ―concuerda mi tía Elina, rápidamente integrándose en
la plática.
―Desde luego. No siempre se cumplen dieciocho, ¿verdad? ―Mi madre
me mira y asiento, con una pequeña sonrisa. Ella siempre buscando
incluirme, aunque lo más importante es el hecho de que Caden y Josiah
asumirán el mando de ambas ciudades.
֍
Escabullirme de la sala no es cosa sencilla, especialmente porque mi
padre mantiene su atención en mí, pero lo he logrado. Abrigada por las
primeras sombras de la noche, camino por el muro, mirando
constantemente a la lejanía. Sé que no engaño a los guardias, pero ninguno
me presta atención, ni a mi fallido disfraz, una capa oscura con capucha, e
intentan mantener la mayor distancia posible. Estoy segura de que pueden
percibir mi corazón delator y ante eso no puedo hacer nada.
Me acomodo en el borde mirando de nuevo el alrededor, hasta que me
aburro. Un pequeño movimiento capta mi atención, mi corazón se acelera,
pero tan pronto como lo hace se paraliza.
―Tú ―susurro viendo ese par de ojos miel, que brillan en la oscuridad.
Josiah (7)

Mis dedos juegan con algunas hebras sueltas de su pelo, me gusta hacerlo,
es inigualablemente suave, además, tiene impregnado su aroma, así que no
me resisto a acercarlas a mi nariz y aspirar profundamente. Su risa me hace
abrir los ojos, encontrando fijos los suyos en mí, evidentemente divertida
por mi extraña acción y disfrutando del momento que acabamos y
continuamos compartiendo. Este lugar en un inicio me parecía inadecuado,
pero no puedo discutir que resulta bastante relajante y desde luego solitario.
A pesar de toda la seguridad que existe entorno a las ciudades, son pocos
los que tienen libertad para dejar los muros.
―Algo te preocupa ―murmura Airem, su sonrisa completamente
extinta, sustituida por la inquietud―. ¿Es el impuro que acabo de eliminar?
¿O sigues pensando que no debo arriesgarme de ese modo? ―Se mueve
entre mis brazos, apartando de mi alcance sus cabellos, pero apoyando su
barbilla sobre mi pecho, que permanece desnudo, como el resto de nuestros
cuerpos, únicamente ocultos por mi abrigo y camisa―. ¡Por favor! Tú lo
viste, soy mucho más rápida que ellos, no podrían ni siquiera rozarme.
―No dudo de tus habilidades ―aseguro descartando su inquietud.
Suspira, la tensión desapareciendo de su cuerpo.
―Supongo que debes informar de su presencia, aunque ya no sea una
amenaza. ―Desde luego que lo he hecho, pero tal como lo pensé, mi padre
considera que no es algo que deba poner alerta a los demás. Un solo impuro
no es capaz de causar verdaderos problemas, especialmente si se encuentra
tan débil como el que ha eliminado Airem.
―Es raro encontrar uno después de tanto tiempo ―expreso en voz alta,
mis manos sobre su espalda―. Demasiados años. ―Y esa es la verdadera
cuestión, ¿Dónde estaba hasta ahora? Raro. Aunque tampoco es demasiado
relevante.
―Es raro ―confirma reflexiva―, pero no demasiado sorprendente
como para que debas preocuparte. Esas cosas eran cientos y por lo que sé,
fue imposible tener la certeza de haberlos exterminado a todos, ¿cierto? Por
algo se mantienen los muros.
―Así es.
―Aunque… ¿Temes que podrían aprovechar las reparaciones de Jaim?
¿Crees que es eso?
Sonrío, sacudiendo la cabeza. No hay manera de que lo planearan, ellos
son puro instinto.
―No. Y si fuera el caso, Caden podría ocuparse o en todo caso Neriah y
tú también, por supuesto ―me apresuro a mencionarla, ante la mirada
indignada que me dirige. Mi salvaje mujercita odia ser dejada de lado.
Debería saber que es imposible hacerlo, especialmente cuando sus senos se
presionan sobre mi pecho.
―Entonces, ¿qué es? ―insiste entrecerrando los ojos, de modo
acusador. De la misma manera que he comenzado a ver dentro de ella, a
esperar sus reacciones o argumentos, Airem es capaz de hacerlo conmigo.
Debería incomodarme ser tan transparente, pero no es así. Durante todos
estos años me he esforzado en mantener la apariencia de alguien distante y
severo, lo que resulta cansado en algunas ocasiones; con Airem me permito
todo lo que no podría mostrar a otros―. ¿No piensas decirme?
Acaricio suavemente su rostro, mis dedos demorándose en el contorno
de sus labios, que aún lucen un poco hinchados, producto de los besos que
le he dado.
―Dime, ¿acaso debo preocuparme?
―No…
―Entonces, habla ―presiona su lado inflexible en todo su apogeo,
desde luego que tampoco le gusta no estar al tanto con lo que sucede.
―Se trata de Lena.
―¿Qué pasa con ella?
―La he notado un poco rara, triste, pero sobre todo ausente. ―Su frente
se contrae, evidenciando su desconcierto―. Desde el día que estuvimos
aquí lo ha estado, solo que ahora parece más notable.
―¿Tiene problemas con Abiel?
Titubeo.
―No se le puede llamar problema, es una cuestión de la cual era
consciente cuando aceptó esa relación.
―¿No te gusta que estén juntos? ―parece confundida, incluso un poco
celosa. Esbozo una pequeña sonrisa ante su respuesta.
―No me agrada el modo en que la afecta ―declaro no queriendo
alimentar sus suposiciones―, sabes que la quiero como si fuera mi
hermana. Siempre la he visto de ese modo.
Asiente pensativa, sus dedos frotando distraídamente mi cuello.
―Lena es impredecible ―murmura―, pero es una buena chica. Al igual
que Elise, sería incapaz de hacer algo que pueda afectar a los demás, algo
que no podría asegurar de mi parte. ―Las comisuras de su boca se elevan,
mostrando una sonrisa traviesa―. Eres mío, Josiah y aunque aprecio
sinceramente a Lena, en lo que respecta a Abiel, es cosa que solo les
corresponde a ellos.
Me muevo, aprisionándola debajo de mí, antes de tomar de nuevo esos
labios provocadores y confirmar sus palabras de la mejor manera posible.
Elise (8)

Este tiene que ser uno de los momentos más bochornosos de mi vida, si creí
que mi padre gritando que nos diéramos un beso encabezaría la lista, estaba
completamente equivocada. Ni siquiera el hecho de que mis hermanos se
encuentren ausentes alivia lo incómodo, mi padre es capaz de actuar igual o
peor que ellos.
―Adelante ―interviene mi madre, tirando del brazo de mi padre,
obligándolo a apartarse de la puerta y caminar hacia la mesa, aunque
mantiene esa enorme sonrisa burlona, la misma que ha tenido desde que le
dije que Caden venía a cenar, porque quería hablar con ambos―. Estás en
tu casa…
―No deberías decirle eso, esposita ―interrumpe―. Aunque me cae
bien, tiene que construir su propia casa, mi Elise se merece eso y más.
―¡Papá! ―me quejo lanzándole una mirada, esperando que se apiade y
se comporte. Prometió que lo haría, pero comienzo a tener serias dudas―.
Solo somos novios.
―Pero se van a casar.
―Por supuesto, señor.
―¡¿Qué?! ―Lo miro sorprendida, pero él solo da un ligero apretón a mi
mano, manteniéndola firmemente entre la suya.
―Cuando llegue el momento, son aún jóvenes ―señala mi madre,
dándole un codazo a mi padre, que solo le sonríe y sujeta de la cintura,
estrellándola contra su costado, como siempre.
―Claro que sí, esposita.
―¿Por qué no cenamos mejor? ―sugiero esperando que eso mantenga
quieto a mi padre, aunque no puedo esperar demasiado.
Mi madre me hace una seña para que le ayude a servir, en tanto que mi
padre y Caden permanecen en la mesa. Sus voces son demasiado bajas,
pero puedo percibir algunas frases como aún soy muy joven para ser abuelo
y si la haces llorar, tú llorarás el doble. Aunque mi padre es exasperante la
mayoría del tiempo y su charla no es la mejor, no puedo negar que es
incomparable, se preocupa demasiado por mí, de manera auténtica.
―No temas ―susurra mi madre, entregándome la olla del estofado―.
Es de esperarse que Caden conozca algo de tu padre, después de tantos
años.
―Sí, pero creo que está disfrutando demasiado de esto. ―Mi madre me
dedica una enorme sonrisa.
―No todos los días el novio de su única hija viene a cenar. Entiéndelo.
Apresuro mis pasos, queriendo comprobar que Caden no ha huido por la
ventana ante la presión que mi padre puede provocar, pero para mi alivio
sigue aquí. Al sentirme, me mira, sonriendo ligeramente.
―No vayas a dejar caer la cena, hija ―se burla mi padre, al notar cómo
me afecta Caden. Entrecierro los ojos, mirándole molesta, eso solo lo hace
reír con ganas. ¡Mi padre es imposible!

―Por favor, ignora a mi padre ―ruego con gesto abatido, en el


momento en que estamos lo suficientemente retirados de la puerta de la
casa, como para que nos escuche.
―No te preocupes ―dice sujetando mis hombros, girándome de frente a
él―. No fue tan malo como pensé.
―¡¿No?! ―exclamo completamente incrédula―. Eres muy considerado,
pero lo conozco demasiado y no creas que no escuché lo que te dijo.
―¿En serio? ―Eleva una ceja, conteniendo una sonrisa.
―Sí, él no conoce la sutileza.
―¿Y qué opinas de que debería robarte más besos? ―No me da
oportunidad de responder o reponerme de la sorpresa, se inclina,
presionando su boca sobre la mía―. ¿Debería? ―susurra antes de darme un
beso de verdad.
Abiel (6)

Para cuando los muros de Cádiz se encuentran a mi vista, la noche ha caído


por completo, los sonidos que la acompañan rompen el silencio y a medida
que me aproximo, lo hacen también algunas voces, en su mayoría
provenientes de Jaim.
He demorado mucho más de lo esperado, pero a diferencia de cualquier
otra visita, mi mente, como mi cuerpo, se sienten inexplicablemente ligeros,
como si un peso invisible se hubiera retirado o desaparecido en alguna parte
del camino de regreso. Tal vez ahora que he decidido cerrar esa parte de mi
vida, puedo permitirme poner toda mi concentración en Lena y es justo en
ella en quien me encuentro pensando, cuando alcanzo las puertas.
Jin y Vince parecen sorprendidos, cosa que no debería ser, ya que ambos
estaban al tanto de mi salida.
―¿Alguna novedad? ―inquiero cuando me uno a ellos, en el borde del
muro. Intercambian una mirada y se encogen de hombros.
―Esta noche es tan tranquila como todas las otras ―responde Jin―.
Excepto por una pequeña chica que ha estado buscándote desde hace rato.
Lena.
―¿Saben dónde está? ―Vince sacude la cabeza antes de alejarse para
acercarse a Jezz y ponerse a jugar cartas.
―Estuvo recorriendo la parte posterior un buen rato, luego salió.
Creímos que estaba contigo, por eso no informamos a su padre…
Le doy la espalda, escrutando los alrededores, al mismo tiempo que
aspiro con fuerza intentando capturar su esencia.
―Se encuentra en esa dirección ―la voz de Derix me hace mirarlo, no
sin antes seguir hacia donde apunta su brazo―. Está sola, por si te lo
preguntabas.
No contesto, avanzo un par de pasos alcanzando el borde, antes de saltar.
El golpe es bastante fuerte, pero no pierdo tiempo, me pongo en marcha,
confirmando las palabras de Derix; puedo percibir su olor y también la
silueta de su figura pequeña envuelta en una capa negra…
Me tenso, frenando de golpe mis pasos, al captar un ligero rastro.
Híbrido. Mi abrupta pausa la ha alertado de mi presencia, se gira
encontrando mi mirada.
Algo no va bien y no tiene que ver directamente con el hecho de que no
parece sorprendida al verme o que no ha sonreído como siempre, hay un
velo inusual en sus ojos. Tampoco se trata del ligero rastro de humedad o a
la manera en que su cuerpo parece estar en guardia, cosa que nunca antes
hizo.
―Lena…
―Salí a caminar ―corta mis palabras, su voz carente de emociones, lo
mismo que su rostro.
Doy un par de pasos, de nuevo reconociendo el rastro de ese híbrido. Eso
no es bueno.
―¿Viste algo inusual? ―intento sonar lo más casual posible, ante la
imposibilidad de rebelar lo que no tengo permitido. No estoy a favor, pero
definitivamente, apoyo el hecho de mantener su seguridad a cualquier
precio.
Sus labios forman una pequeña mueca.
―Tu pregunta es un tanto peculiar.
―Me refiero a…
―Antes me gustaría saber ―dice sin esperar mi confirmación―. ¿Hay
algo que debas decirme? ―la cuestión parece tan inofensiva, pero sé que no
lo es. Lo sabe, de alguna manera se ha enterado de dónde estaba y eso la ha
herido―. ¿No? ―Suspira, su cuerpo volviéndose completamente hacia
mí―. Bien, yo tampoco tengo nada que decir.
―Lena. ―Retengo su mano, preocupado por el hecho de que de nueva
cuenta ese maldito híbrido ha estado rondando y demasiado cerca de ella―.
Es importante. Debes decirme si viste algo…
Sonríe, pero de un modo que nunca la he visto hacerlo, carece de
emociones positivas, es toda frialdad e ironía.
―Te sorprenderían todas las cosas que he descubierto... ―Y sin más, se
aleja. Estoy tentado de ir detrás de ella, pero tengo la certeza de que solo
estaría empeorando las cosas. Mientras no tenga la seguridad de que ha
visto o descubierto la existencia de esos híbridos, no puedo exponer ese
hecho.
Además, definitivamente está molesta conmigo. ¿Qué demonios ha
pasado? ¿Por qué está actuando de ese modo?
Caden (8)

―Dime, ¿cómo te sientes? ―De reojo veo a Klaus, quien me observa


atento, una enorme sonrisa divertida llena su cara, dándole un aspecto
infantil que choca con la ligera barba que comienza a poblar su rostro―. A
partir de mañana serás el nuevo gobernante de Jaim. ¡Rayos! ―Da un golpe
en el suelo con la punta del zapato―. Seré tu segundo…
―En realidad, no. ―Airem asciende las escaleras que llevan hasta lo
alto del muro, dando un par de saltos, hasta que se encuentra delante de él,
mirándole desafiante―. Esa persona voy a ser yo.
―¿Tú? ―pregunta incrédulo, pero sin retroceder ante la postura de ella.
―Ajá ―asiente dándome un rápido vistazo, como si esperara que me
atreviera a negarlo―. Soy la más calificada para asegurarse de mantener
protegida la ciudad, mientras que Caden se ocupa de coordinar todas las
labores. Supongo que tú puedes encargarte del mantenimiento en general.
―Pero… ―Eso no parece gustarle a Klaus, que ahora espera que la
desmienta. Debí suponer que esto pasaría: siempre han sido ellos, pero por
el momento no he querido designar tareas que contengan rangos, justo para
evitar disputas. El poder es algo que tiene que manejarse con cautela y no
dar pie a resentimientos, siempre lo ha dicho mi padre.
―Ambos se están anticipando ―digo antes de que continúen con su
alegato sin mucho sentido―. Tanto el señor Farah, como Knut, seguirán
colaborando, así que por ahora nada cambiará.
Airem me mira, entrecerrando los ojos, no conforme.
―Porque tú lo quieres así ―afirma volviéndose hacia mí―, pero estoy
segura de que ambos estarían encantados de cederte el control y poder así
permitirse descansar. Han manejado este lugar hace ya casi treinta años, si
contamos desde que comenzó a construirse.
―Y esa es la razón por la que no hay nadie mejor que ellos para
encargarse de su funcionamiento.
―Por favor, Caden, eres demasiado modesto, todos somos conscientes
de tus habilidades, de que tienes lo que se necesita. Si quieres puedes
preguntarles a ellos y lo verás. ―Asiente para sí misma, su postura
relajándose ahora que la conversación se centra en mí―. Por cierto, ¿es
verdad que Elise y tú ya son novios? ―Contengo una sonrisa ante su
declaración, no deseando hacer alarde del hecho, pero más que encantando.
Por fin Elise es mi chica y desde luego que me esperaba que se supiera
rápido, lo que me parece muy bien. Con cada día que pasa ella se vuelve
más bella, despertando inevitablemente el interés de algunos otros hombres.
Ya entiendo el comentario de mi abuela, sobre actuar a tiempo y no
lamentarlo.
―¡Sí! ―confirma con entusiasmo Klaus, anticipándose―. Ya hasta fue
a cenar con sus suegros...
―¡Klaus! ―lo reprendo, no sintiendo necesidad de dar ese tipo de
detalles.
―Es la verdad.
―Vaya ―ríe Airem, mirándome con interés―. Ya era hora, y no pongas
esa cara, ella siempre ha estado enamorada de ti y tú ni cuenta te dabas.
―Eso crees tú, pero me consta que aquí mi amigo, siempre la ha querido
y seguido de cerca. ¿Por qué crees que me puso con ella en el invernadero?
Para cuidar sus intereses, obviamente.
Hago una mueca. Klaus es más inteligente de lo que parece, nunca
esperé que se diera cuenta de mis intenciones.
―¿De verdad? ―Ella suelta una risilla, elevando una ceja―. ¿Quién lo
diría, Caden?
―Hablas demasiado, Klaus. ―Sacudo la cabeza, ignorando el
comentario de Airem―. Mejor deberías terminar tu práctica.
―Ya lo hice, pregúntale a Airem.
―Sí, lo hizo. Y tengo que decir que eres demasiado lento, estoy cansada
de patearte el trasero, Klaus.
Él la mira ofendido, pero ella solo se encoge, disfrutando de señalar que
lo supera como a la mayoría de los hombres que forman la guardia de Jaim.
No puede evitarlo, Airem siempre es la mejor.
―Eres demasiado cruel, eso es lo que pasa ―se queja Klaus―. No me
das ni un minuto de descanso antes de comenzar a querer golpearme de
nuevo.
―¿Ves por qué no puedes quedar a cargo de la guardia? ―pregunta
cruzándose de brazos―. ¿Sabes? Temo que venga un repudiado y te caigas
de espaldas o salgas huyendo.
―Lo dicho, eres la más cruel.
―No lo soy ―sacude la cabeza, cambiando su expresión seria por una
de sus sonrisas malvadas―. Y para que veas que digo la verdad, mañana
puedes quedarte a cargo.
―¡¿De verdad?! ―exclama emocionado. Qué ingenuo.
―Ajá. ―Su sonrisa se acentúa más ante el despiste de mi amigo. Es
terrible.
―Espera… pero mañana es la fiesta, ¿no? ―Me mira, buscando una
respuesta que hace desaparecer su entusiasmo. Porque ha captado su
intención.
―Correcto. Por lo que no puedo quedarme, así que te cedo el lugar.
―Eso no es justo, yo también quiero ir.
―¿Para ver a tu noviecita?
―¿Qué? ―parpadea confundido.
―¿Qué novia?
―La que tiene en Cádiz ―no duda en responder Airem.
―¿A eso fuiste esta mañana? ―pregunto sin poder evitarlo, siempre me
cuenta sus asuntos, pero esto no lo esperaba―. ¿Estás viendo a alguien de
Cádiz?
―No, no…
―Ah, ¿no? ―insiste Airem, disfrutando de verlo en apuros―. No es la
primera vez que vas y cuando ella estuvo aquí, no te le separaste ni un
segundo, estabas detrás todo el tiempo.
―¿Kyla? ―digo totalmente sorprendido. Ella es un poco o muy
particular, no la puedo imaginar con Klaus. Es reservado, difícilmente diría
no a una petición y ella no es de las que pide las cosas antes de tomarlas.
―Lo de acompañarla fue un encargo de Caden ―argumenta
señalándome―. Y lo de hoy y hace unos días, fue orden del médico de la
clínica: tenía que llevar unas muestras de sangre de los niños que estuvieron
enfermos para asegurar que no hubiera recaídas y también para traer
algunas vacunas nuevas. Solo eso.
―Pero te gusta, ¿no? ―Sonríe sarcástica―. Dime, ¿ya olvidaste a
Lena?
―Iré a practicar. Hoy no se puede hablar con ustedes ―farfulla
alejándose a toda prisa.
El tema le afecta un poco aún, a pesar de que se ha dado por vencido,
después de saber que su relación era un hecho.
―Eres mala ―reprendo en voz baja, asegurándome de que mi
comentario está fuera del alcance de él.
―Si le preguntamos a Josiah, te aseguro que dirá todo lo contrario.
―No necesito saber eso.
―Ja, já ―me golpea el brazo―. Eres único, Caden. Hablaba de
habilidades en combate. ¿Te contó sobre el impuro?
―Sí.
―¿Y? ¿No dirás nada? ―Me mira expectante, pero solo sacude la
cabeza―. Pensé que me gritarías o algo así.
―Como has dicho, sabes lo que haces. ―Eso y que estoy seguro de que
Josiah no se quedaría tan tranquilo si ella estuviera en peligro.
―Desde luego. ―Ladea la cabeza, su frente contrayéndose a medida
que me examina―. No me digas que tú también estás preocupado por Lena.
―Chasquea la lengua―. Lo estás, cosa que no debería ser. Por si ninguno
de los dos se ha dado cuenta, ella es bastante grande y puede cuidar de sí
misma. No los necesita husmeando detrás todo el tiempo. ¿Se les ha pasado
por la cabeza que quizás es justo eso lo que le ocurre? Puede ser que se
siente abrumada con toda la atención que recibe. ¿Sabes? He escuchado que
hacían lo mismo con tu madre… Creo que los Regan tienen problemas con
dejar crecer a las personas y eso es malo. Ella es como tú y yo, es rápida y
más resistente que un humano.
―A veces me cuesta creer que solías ser una niña tierna y llorona.
―No lloraba.
―Todos los niños pequeños lo hacen. Pregúntale a tu padre. ―Me doy
la vuelta, ignorando su expresión molesta―. Te quedas a cargo por el resto
del día hasta que Klaus te reemplace, así que no te escabullas a ninguna
parte, estaré entrenando con él y algunos otros.
―En ese caso debería ser yo quien lo haga, tú eres demasiado blando
para patear sus traseros. Si sigues así, nunca van a estar listos.
―Ya veo por qué te tienen miedo ―farfullo consciente de que todavía
puede escucharme.
―¡Blandengues! Ese es el problema.
Cuando actúa de ese modo, me recuerda tanto a su madre, al menos solía
ser así, excepto con ella y con el señor Farah. Lo que me hace reflexionar
sobre la debilidad que se tiene con los seres amados. Mejor dicho, lo
importantes que son.
֍
Klaus se deja caer de espaldas, aspirando con fuerza e intentando
recuperar el aliento. Desde luego que no es débil, lo que sí es un hecho: le
hace falta condición y más práctica.
―¿Tengo esperanzas? ―murmura pasándose el brazo por la frente―. Ya
sé que nunca podré igualarlos, pero…
―No siempre tiene que ver con la sangre ―aseguro ofreciéndole la
mano, ayudándole a incorporarse―. También hay que tener voluntad y tú la
tienes. Ya deberías saber que Airem gusta de meterse contigo…
―Y con los demás.
―Porque quiere motivarlos.
―Es muy mala con eso.
―No lo tomes a mal. Ya la conoces.
―Lo sé ―asiente sacudiéndose el polvo―. Por lo pronto, iré a tomar un
buen baño y por algo de comer antes de volver a la entrada, muero de
hambre
―Ve, ella se quedará.
―Eso temo. ―Se encoge de hombros―. Tú deberías ir al invernadero;
oí que cierta chica estará sola hoy, puede que quieras hacerle algo de
compañía.
―Aún no me has contado sobre Kyla.
―Porque no hay nada que contar ―susurra dando un suspiro―. Solo he
hablado dos veces con ella y no han sido cosas importantes. Creo que la
desespero y lo más importante, no es como Lena.
―Ya llegará la indicada ―afirmo sujetando su hombro.
―Supongo, aunque por ahora prefiero no pensar mucho en eso.
Dejando atrás a Klaus, me encamino hacia los invernaderos, tratando de
no prestar demasiada atención a las miradas curiosas o grandes sonrisas que
encuentro a mi paso. Es de esperarse, aunque me resulta algo incómodo. La
gente está emocionada con la idea de visitar Cádiz, como pocas ocasiones
puede hacerse. Cada aniversario de la fundación de las ciudades, los
festejos suelen hacerse de modo separado, pero este año es especial. La
mayoría ha confirmado su asistencia, así que Jaim prácticamente se quedará
vacía mañana por la noche.
Al inicio me preocupaba lo que pensaran las personas o que no
estuvieran de acuerdo en que ocupara el mando, ya que hasta el momento
no hubo un líder particular, excepto por el señor Jensen, quien, tras ser
convertido, cedió el control a Farah y Knut, pero ellos asumieron roles
iguales, sin tener más poder uno que el otro. Ambos dicen que no hay
problemas con que sea nombrado, pues todos lo esperaban desde que Josiah
y yo nacimos.
Aparto todos mis pensamientos, al encontrarme delante de la puerta, que
sin demora empujo.
―Hola ―saluda sin levantar el rostro ni apartar la atención de su labor,
así que guardo silencio y eso parece obligarla a mirar―. ¡Caden! ―Su
sonrisa es tímida, sus mejillas pintadas de un ligero tono rosa que le da un
aspecto tierno, adorable.
―Hola. ¿Necesitas ayuda?
―No mucha, pero siempre se agradece ―responde indicándome que me
acerque. Lo hago, pero manteniendo cierta distancia, no queriendo
abrumarla―. ¿Qué tal el día?
―Tranquilo, como siempre. ¿Qué me dices tú?
―Igual. Espero que mis hermanos no hayan hecho de las suyas.
―No que haya escuchado, supongo que es una buena señal.
Suspira, mirándome con aflicción.
―Eso espero, aunque con ellos nunca se sabe ―admite―. Creo que es
peor cuando todo es calma, es cuando se preparan para algo mucho peor.
―Los adoras.
―Sí ―responde sin dudar―, pero no se los digas o pensarán que
pueden salirse con la suya.
―Prometo que no lo haré. ¿Y bien? ¿Qué necesitas que haga?
―Voy a plantar nuevas hortalizas, así que necesito hacer un poco de
espacio. ¿Podrías ayudarme con esas y colocarlas por ahí? ―indica
volviéndose toda concentrada en su trabajo.
―Por supuesto.
―Gracias.
Me desplazo, tomando un par de plantas, no perdiéndola de vista, pero al
mismo tiempo asegurándome que no estropeo las que encuentro a mi paso.
―¿Has estado sola todo el día?
―Sí, pero solo porque la abuela tuvo que ayudar en la clínica.
―Necesitas alguien que te ayude, es demasiado trabajo.
―No realmente. Antes estaba Klaus, pero ahora está en la guardia, creo
que le gusta mas, aunque siempre se queje. Y como es temporada baja, solo
cultivamos algunas para, cuando llegue el tiempo, trasferir los brotes que
corresponden a la tierra.
―Sigue siendo mucho trabajo.
―No pasa nada. Entiendo que con la ampliación del muro y las nuevas
viviendas hay pocos disponibles.
―Eso casi está terminado. ―Mentalmente analizo las opciones―. De
todos modos buscaré alguien que esté disponible, mi abuela tampoco
debería mover cosas pesadas.
―Descuida, eso lo hago yo.
―Ni tú tampoco.
―No soy tan débil. ―La miro fijamente, mis manos sosteniendo la
pequeña planta.
―Nunca lo he pensado.
―Aunque tampoco soy como Airem.
―Lo sé. ―Dejo en el suelo mi carga y me acerco lentamente a ella,
quien se tensa, pero no se mueve―. Sé exactamente cómo eres, y justo por
eso me gustas. Siempre servicial, amas a tu familia, amas a los animales y
las plantas.
Me detengo frente a ella, mis dedos levantando suavemente su barbilla,
haciendo que me mire a los ojos.
―Eres la chica más bonita, Elise.
―No… ―Silencio sus palabras, posando mis labios sobre los suyos.
Esta vez presionando un poco más, buscando algo más que un simple roce.
Sus manos se fijan en mi camisa, su boca cediendo a mi demanda.
Prolongo el beso todo lo posible, hasta que un tenue suspiro escapa de su
pecho, solo entonces me retiro un poco, permitiéndole recobrar el aliento.
―Siempre quise hacer esto ―susurra apoyándose en mí. Le devuelvo la
sonrisa, envolviéndola con mis brazos, y entierro mi nariz en su pelo, que
tiene olor a muchas plantas y a ella misma.
―¿Besarme? ―bromeo besando su frente.
―No, abrazarte.
―Nunca me dijiste. ―Mis palabras la hacen reír y frotar su cara en mi
pecho. Me gusta tanto la forma en que poco a poco pierde la timidez y se
relaja ante mi tacto.
―¿Qué habrías dicho si te lo hubiera pedido? ―Finjo pensarlo.
―Habría abierto los brazos.
―¿De verdad?
―Sí, no puedo negarte nada, Elise.
―No deberías decirme eso, ¿sabes que podría usarlo contra ti?
―murmura tratando de sonar misteriosa, pero sus ojos la delatan, antes de
que una risa brote desechando su intento.
―Haré lo que quieras, siempre y cuando te haga sonreír.
―Eso me gusta más. ―Asiento antes de inclinarme de nuevo y robarle
otro largo beso.

Recorro la ciudad, dirigiéndome a la entrada, queriendo asegurarme de


que no hay problemas antes de tomar mi turno. Mañana será un día bastante
largo, por lo que me resultará imposible estar de guardia y a pesar de la
inconformidad del señor Farah y Knut, creo que es justo que hoy tome mi
rol.
Estoy lo suficiente cerca para conseguir un vistazo de la figura que se
pierde cuando las puertas se cierran.
Es extraño…
―¿Esa era Lena? ―es lo primero que digo cuando asciendo hasta el
borde.
―Sí, tenía algo de prisa ―responde distraídamente Klaus, jugando con
el mango de su espada, sin mirarme. Debe tener bastante prisa, para ni
siquiera detenerse a saludarme―. Por cierto, quería preguntarte algo.
―Dime ―murmuro aún extrañado. Siempre Josiah me avisa cuando ella
viene, no porque no pueda hacerlo, sino porque todos se preocupan por su
seguridad y, lo más extraño, es que me ha parecido que no tenía escolta, eso
y me dio la impresión de que me evitó intencionalmente.
―¿Puedo tomar prestados dos caballos mañana en la noche?
―Sí, pero…
―Voy a ir a dar un paseo con alguien. ―Sonrío recordando los
comentarios de Airem. Supongo que, si está viendo a alguien y si es Kyla,
no hay problema con que salgan de la ciudad.
―Entiendo. Solo lleva tu espada y, si tienes problemas, llama a la
guardia.
―Sí, gracias. Entonces, ya que estás aquí, me voy ―dice moviéndose
hacia las escaleras, bajando con rapidez. Otro que tiene urgencia por irse.
―Claro, descansa. ―Agita el brazo en respuesta sin volverse.
Sacudo la cabeza, observando las puertas de Cádiz, detrás de las cuales
Lena ha desaparecido. Ella está bien, a pesar de su actitud. Solo espero que
este presentimiento de que algo malo ocurrirá sea equivocado.
Lena (25)

―¡Te ves hermosa!


En silencio contemplo mi imagen en el espejo, sintiéndome como una
extraña, a pesar de las palabras de mi tía y la sonrisa de mi madre, que
parece estar de acuerdo con su comentario. No siento la emoción que solía
experimentar al pensar en el atuendo que llevaría. Hace algunas semanas
que comenzaron los preparativos para la fiesta de cumpleaños y la
celebración del nombramiento de Josiah y Caden.
Desde aquella noche me encuentro insensibilizada, limitándome a
contemplar todo lo que me rodea sin participar. Es más de lo que soy capaz
después de la conversación con esa persona, de la compresión de tantas
cosas, pero en particular de una de ellas, la más importante de todas. Mi
existencia ha sido una total mentira y lo que ha dicho ese hombre me ha
hecho reflexionar al respecto, haciéndome consciente de detalles que
deberían haberme resultado obvios, pero que encontrándome envuelta en
esa burbuja sobreprotectora que crearon para mí, decidí ignorar, buscando
simplemente ser amada, tener su atención.
Tonta. Ingenua. Idiota.
Hay demasiadas palabras con las cuales podría definirme. ¿Por qué
nunca me di cuenta antes? ¿Por qué no hice esas preguntas?
―¿Hija? ―Su voz me trae de regreso a mi habitación, mirando a través
del cristal los ojos de una de las personas que más he amado y respetado
desde que tengo uso de razón y que, sin embargo, en este momento me
resulta complicado sostener la mirada.
Duele.
Han hecho tanto por mí, me han dado infinidad de muestras de cariño y,
aun así, hay una verdad innegable, que no puedo ignorar por más tiempo.
Pensar en ello me confunde, me hace encontrarme en un dilema. Es
imposible no amarlos, son los mejores padres, no puedo borrar el afecto que
les tengo, como tampoco pasar por alto cada una de sus muestras de amor,
pero entonces, ¿por qué mentir?, ¿cuál es la verdad?
Odio la duda que ha sido sembrada en mi cabeza, pero sobre todo en mi
corazón. Antes solo tenía que preocuparme por cosas tan simples, ni
siquiera lo que ocurre con Abiel puede compararse, aunque incluso él ha
pasado a segundo plano.
¿De verdad asesinaron a mi madre? ¿Me aceptaron como suya solo por
remordimiento o siempre fue esa su intención? Sinceramente, no sé qué
pensar, no sé qué debería creer. Los conozco demasiado o al menos eso me
gustaría, como quiera que sea, no son malos, mucho menos crueles, he visto
la bondad, la compasión para con los demás, no obstante, su silencio y ese
secretismo hacen surgir la incertidumbre. Si no fuera por él, ¿me lo habrían
contado alguna vez?
―¿Qué pasa, cariño? ―Nuevamente encuentro su mirada un instante,
antes de bajar el rostro y enfocarme en el precioso vestido que uso,
atendiendo a mi propia pregunta.
No. No lo habrían hecho.
Me obligo a parpadear, alejando las ganas de llorar, de explotar, de gritar
y exigir respuestas. No puedo, no todavía.
―Nada, estoy algo nerviosa ―miento, luchando contra el sentimiento de
culpabilidad que me resulta tan desconocido y desagradable, pero es mejor
que me acostumbre, esta es solo la primera mentira de la lista que tendré
que usar, si consigo confirmar todo lo que me ha dicho.
―¿Segura? Has estado muy callada. ―Era elegir entre el silencio o
romperme. Es tan grande la cantidad de emociones que chocan dentro de
mí. Es como abrir los ojos una mañana y no saber quién eres realmente, no
conocer a ninguna de las personas con las que convives, no tener un lugar al
qué pertenecer.
―Eso y tampoco has reclamado tu premio ―señala mi tía, su mirada
escrutando con detenimiento mi cara. Ella sabe que algo no va bien, pero
me he negado a hablarle al respecto, ya que desde luego que debe estar al
tanto de toda la verdad. También ha callado. Lo que me hace cuestionar:
¿hay alguien que no lo haya hecho?―. Tienes que tomar esos besos.
―¡Elina!
―¿Qué? ―pregunta inocentemente, mirándola―. Deberías ser la menos
preocupada de todas, Gema. Armen es su padre, ella solamente le daría un
beso afectuoso, cosa que no puedo decir de los demás. Podría tener un beso
de Uriel o Pen…
―Deja de meterle esas ideas en la cabeza.
―Aunque, ahora que lo pienso, podrías hacerlo durante la fiesta y
sorprenderlos a todos. ¿Te imaginas la cara de Anisa? ―Deja escapar una
risilla, sus ojos iluminándose―. Sigo pensando que debimos invitar a
Johari y a Airem, se habrían puesto rojas del coraje.
―No cambias ―suspira mi madre, más que acostumbrada a sus ideas,
que en otro momento me habrían contagiado, pero que ahora no llegan a
penetrar mis pensamientos. Los que están completamente centrados en las
palabras que han cambiado todo lo que soy o creí ser…
―Tú.
Es el mismo híbrido que vi aquel día, cuando salí con Airem y Josiah.
Me mira fijamente, no se mueve, ni tampoco luce sorprendido, es como si
hubiera estado esperando por mí. Creo que exactamente de eso se trata.
―No deberías estar aquí ―le hago saber irguiendo los hombros,
demostrándole que bastaría una señal para que los guardias se percataran
de su presencia y le dieran alcance fácilmente, no sería rival para ellos.
«Es mejor si no te expresas en voz alta», me hace saber mentalmente,
provocándome una extraña sensación. Esto es algo que tan comúnmente
hacen en la residencia, alrededor de mi persona, pero que nunca soy capaz
de seguir, excepto cuando estoy con Josiah y Caden. Pero a diferencia del
esfuerzo que tengo que hacer para captar sus pensamientos, su toque es
sutil, tan fluido y natural que me desconcierta.
Le observo expectante, movida por mi curiosidad y su evidente
atrevimiento. Mantiene la distancia, oculto entre las sombras de la noche,
pero lo suficiente cercano para poder conectar su mirada con la mía. Él no
tiene miedo o al menos no lo demuestra, cosa que me inquieta.
«Deberías marcharte, no eres de su agrado», reitero comprobando de
reojo a los guardias. De los tres que se encuentran próximos, solo uno de
ellos mantiene la mirada constantemente sobre mí, pero desde su posición,
supongo que no puede darse cuenta de su presencia.
Estoy tentada a probar si actuarían del mismo modo que lo hicieron
aquella vez que recogieron su rastro, porque a pesar de no expresarlo, sé
que era eso lo que buscaban.
Lo que me lleva a una pregunta más grande: ¿por qué mantener en
secreto su existencia? No serían los únicos híbridos en las ciudades,
incluyéndome.
«Dime, ¿no te gustaría saber por qué no soy de su agrado?».
«Eres un desconocido, podrías representar una amenaza», contesto a
pesar de saber que no es del todo verdad. Un híbrido no es rival para un
fundador y por el momento solo he visto a dos de ellos.
«No soy tu enemigo, Lena, es todo lo contrario».
Entrecierro los ojos, negando casi de modo imperceptible, consciente de
que tengo guardia sobre mi espalda.
«Permite que lo dude, pero tu comportamiento no es normal. ¿Por qué
solo te muestras ante mí? ¿Qué pretendes?».
Su boca forma una mueca de disgusto al tiempo que responde. «Eres tú a
quien busco y tal como señalaste, soy considerado una amenaza». Su
declaración me sorprende un poco y me pone alerta.
No soy tan ingenua para no pensar que podría arrojarse sobre mí, pero
está equivocado si cree que puede tomarme con la guardia baja. Empuño
las manos, manteniéndolas a mis costados, lista para defenderme de ser
necesario.
«¿Cuál es la razón?».
«Soy el único que está dispuesto a decirte la verdad, amenazo con
destruir sus mentiras».
«¿De nuevo con eso?». Retrocedo un par de pasos, no dispuesta a
escuchar sus calumnias, porque eso son, inventos.
«¿Lo crees?». La confianza que trasmiten sus palabras me hace
tambalearme. «Entonces, ¿por qué no los has confrontado? Te di pistas,
bastantes diría yo. ¿Por qué no has indagado? ¿Estás segura de que conoces
a quienes dicen ser tus padres?».
«Detente», gruño al recuperarme, sintiéndome molesta. «¿Por qué
debería creerte? No te conozco».
«Pero yo sí lo hago. Me bastó una mirada para saber quién era tu madre
y descubrir su engaño, eres su viva imagen, no tengo dudas de quién eres
realmente».
Paso saliva, reteniendo un estremecimiento.
«Eso dices, pero no hay ninguna prueba».
«De nuevo te equivocas. Las hay, tienes una tía y un primo, ¿no te
gustaría conocerlos? Ellos son tus parientes verdaderos, llevan tu sangre».
«¡Basta! ¿Por qué haces esto? ¿Qué quieres? No creo en tu buena
voluntad…».
«Entiendo que sea difícil, pero piensa sobre esto. ¿Quienes se suponen te
aman, te mentirían? ¿Crearían una historia falsa sobre tu origen? No eres
tonta, Lena, tu madre es una fundadora, ¿cómo explicas eso?». No puedo
debatirlo, pero me niego a creerlo. «Ellos no son tan perfectos y nobles
como quieren hacerte creer. Nadie que hubiera permitido la muerte de
tantos inocentes lo sería, no los has visto derramar sangre sin misericordia.
Ellos prácticamente acabaron con los míos, con mi pueblo, dejándote sola,
robándote el derecho de conocerlos. Piensa por ti, abre los ojos y date
cuenta de que te han mentido todo el tiempo».
«No… tú…». No puedo replicar sus argumentos, a pesar de que no
debería tener problemas para hacerlo, pero es como si todo lo que me he
negado a ver, lo que he bloqueado, de pronto golpeara mi cabeza,
haciéndome dar cuenta de pequeños detalles que no encajaban.
«Ellos nunca te lo dirán, Lena. ¿Quieres saber por qué? Porque no
confían en ti. ¿No deberías tener el derecho de conocer tus orígenes?».
«Suficiente», pido luchando por respirar, por no evidenciar mi estado.
Esa pequeña voz que siempre ha estado presente, haciéndome notar que no
parezco pertenecer a esa residencia, ahora ha cobrado volumen.
«Si quieres saber quién eres en realidad, ven conmigo. Afuera existe otra
realidad, una que ha sido ocultada especialmente de ti, y por un motivo,
forma parte de tu pasado, de lo que eres y de lo que ellos no quieren que
sepas».
«Debe de haber un motivo importante», argumento débilmente, mi
convicción prácticamente desapareciendo. Esto no puede ser…
«¿Realmente lo crees? Tu madre nunca fue una cobarde y ella murió
protegiéndote, deberías al menos honrar su memoria y reconocerla como se
merece, en lugar de llamar a otra mujer como tal».
«¿Qué quieres de mí?», cuestiono directamente, dejando de evadir el
propósito de su presencia.
«Ven conmigo. Conoce a quienes somos como tú, date cuenta de la
verdad por ti misma».
«¿Qué te hace pensar que iré contigo? Aunque estuvieras diciendo la
verdad, no te conozco, no confío en ti». He sido tan idiota para que todos
me engañen por años y se burlen en mi cara, pero eso se acabó. No más.
«Quieres respuestas y yo puedo y estoy dispuesto a dártelas, sin pedir
nada a cambio. Necesitas tiempo, así que te lo concederé, estaré aquí la
noche que celebrarán la fiesta, entonces podrás venir conmigo».
«No deberías dar todo por hecho», expreso, a pesar de saber de
antemano la respuesta.
No hay respuesta. En un parpadeo se ha marchado, dejando solo una
ligera ráfaga de viento helado que golpea mi rostro y un sabor amargo en
mi boca. No soy una Regan, nunca lo he sido. ¿Qué clase de broma es esta?
―¿Cariño? ―El toque de mi madre me sobresalta, al instante
apartándome de ella y mirándola con recelo. Es una reacción que no puedo
evitar, es instintivo.
―¿Qué pasa?
―Eso mismo te pregunto, te has quedado pensativa.
Dirijo la mirada hacia mi tía Elina, quien parece igual de preocupada.
―Lo siento. Estoy cansada y no he dormido bien.
Lucho para no alejarme cuando mi madre toca mi frente, la suya
contraída, un gesto de inquietud que solía ver mucho cuando era niña y que
revuelve mis entrañas.
―¿Segura? Tal vez deberíamos llamar a Koller.
―¡No! ―niego dando un paso atrás―. No es necesario, es solo… solo
que ese día del mes se aproxima.
Ambas intercambian una mirada, relajándose visiblemente al instante.
―Debiste decirnos, nosotros abrumándote con el vestido y posiblemente
solo quieres descansar.
―No pasa nada, estoy bien. Solo tengo que tomar una siesta y me sentiré
mejor.
―Entonces, retiremos ese hermoso vestido para que puedas dormir un
poco.
Con su ayuda estoy fuera de la prenda en cuestión de segundos y sola un
par de minutos después. Me han observado con cuidado mientras me
tumbaba en la cama y me preparaba para dormitar, probablemente
queriendo comprobar mis palabras, sin conseguir nada que alimente sus
sospechas. Estoy convirtiéndome en una experta en fingir, pienso con
amargura saliendo de la cama para buscar un atuendo más ligero. Hay una
visita que debo hacer antes de tomar una decisión.
Gema (2)

―No me gusta verla así ―murmuro aún con la mirada en la puerta de su


habitación. Sé que algo ocurre, a pesar de sus intentos por mostrarse entera.
La conozco y sé que no está bien. No me gusta la tristeza que veo en su
mirada, no me gusta sentirla tan distante, como si inconscientemente
estuviera tratando de alejarse de mí.
―Lo sé, a mí tampoco, pero creo que es mejor no presionarla. ―Lo sé y
justamente es eso lo que me impide preguntar―. Ella siempre ha sido de las
que habla cuando considera que es el momento. Tal vez es solo ese malestar
que tienen las chicas y estamos haciéndonos ideas raras.
―Ojalá fuera solo eso.
―Ya verás que sí. ―Me dedica una sonrisa alentadora, que no despeja
mi preocupación.
―Tampoco ha visto a Abiel. ―Esperaba que él pudiera ayudar, pero ella
también lo evita a toda costa y por eso Armen le ha pedido que no venga a
la residencia o lo haga con menor frecuencia.
―Supongo que se siente dolida por ocultarle sobre su incursión.
―Debimos contarle.
―Estoy en desacuerdo. ―La miro sorprendida, ella solo se encoge de
hombros y sonríe―. ¿Qué? Aunque no me guste verla así, es algo que solo
podía hacer él, así que debíamos respetarlo.
―Pero…
―Algunos asuntos del corazón es mejor resolverlos en la soledad.
―Sí…
―Dejemos el tema por la paz. Mejor vamos a ver nuestros vestidos,
porque faltan algunos ajustes y debemos estar impecables.
―Es lo que menos me preocupa.
―Vamos, Gema. Anímate, Lena necesita vernos alegres y sé que te
preocupa. A mí también aun cuando no lo demuestro, pero ella es más
fuerte de lo que pensamos. Además, adora las fiestas y ya sabíamos que
tenía ansias hasta contagiar.
―Puede ser.
―Ya lo verás. Será muy interesante.
―Espero que no estés planeando algo.
―¡Oye! No siempre tengo en mente fechorías. ―La miro dudosa y eso
solo la hace reír―. Esta vez no. Lo prometo.
Dejo que me lleve con ella, a pesar de que mi instinto pide que me quede
con Lena, que averigüe qué ocurre. Puede que no lleve mi sangre, pero es
mi hija, es mi niña y sé cuándo algo es más que un simple malestar.
Randi (2)

―No me gusta lo que estás planeando.


Sonrío sin mirar a Yohan. Él y sus buenos sentimientos. No ha dejado de
protestar, como si eso pudiera cambiar algo. Le falta demasiado para liderar
al grupo, a pesar de que es quien debería hacerlo. Soy consciente de que no
siempre estaré con ellos y que debo pensar a futuro, si es que lo tenemos. Al
paso que vamos, ya no estoy tan seguro. Esa es una de las razones que me
han impulsado a tomar riesgos y traerla aquí.
―Debería. ¿No querías a la chica? Si todo sale bien, la tendrás.
Me lanza una mirada molesta, que me hace reír.
―No es lo único que buscas, Randi. Ambos los sabemos.
La sonrisa se me borra y me doy la vuelta, encarándolo. Odio cuando usa
ese tono y mirada, como si estuviera viendo a través de mí.
―Preocúpate por sacarla de ahí ―gruño prácticamente sobre su cara―,
lo demás no es asunto tuyo.
―Pero…
―Lo hemos hablado, no voy a repetirme. Cumple con tu tarea, así de
simple.
―Estás cometiendo un error. ¿Qué pasa si las cosas no salen como
quieres? ¿Eres consciente de que eso solo hará que vengan detrás de
nosotros…?
―Como quiera que sea, ellos vendrán detrás de nosotros tarde o
temprano, eso no debe sorprenderte. Solo se trata de ganar algo de tiempo.
Eso y tomar un poco de venganza. Por fin, después de tanto tiempo,
volveremos a vernos las caras, Johari. Tenemos una deuda que pienso
saldar.
―Randi…
―Ni una palabra más. No falles.
Lena (26)

Escabullirme de la residencia no es cosa sencilla, no solo porque estamos a


unas horas de la fiesta, sino porque tengo la atención de todos sobre mí,
incluidos Anisa y Pen, quienes inesperadamente parecen haberse olvidado
de sus acostumbradas peleas y se muestran tranquilos, tan pendientes de
mis acciones como el resto. Incluso Josiah ha preferido quedarse en lugar
de estar con Airem o encerrarse en el estudio con su padre. Supongo que
intuyen que algo pasa, ya que por mucho que me esfuerce en parecer
normal, simplemente es imposible que no perciban mi distanciamiento y
ausencia; no obstante, a nadie le resulta demasiado extraña mi salida para
visitar a los abuelos ni tampoco el hecho de negarme a tener escolta,
argumentando que será algo rápido y que siempre están los guardias que
custodian las puertas. Además, se supone que no hay peligro que deba
temer. Se supone.
―¡Lena! ―El evidente entusiasmo de Klaus al verme es refrescante y
aligera un poco mis inquietudes.
―Hola ―respondo atendiendo su gesto, consciente de que él es
completamente ajeno a lo que ocurre. Dudo que él, Elise e incluso Airem
estén al tanto de mi origen. Caden también podría hacerlo, aunque prefiero
no correr riesgos.
―No te esperábamos.
―Me imagino que no. ¿Estarás de turno un buen rato?
―Sí, hasta el anochecer, que es cuando Caden vendrá a sustituirme.
―No contaba con eso―. Ya lo conoces, debería estar descansando,
preparándose para mañana en la noche, pero no quiere dejar de lado sus
deberes o que los demás piensen que ha comenzado a tomarse privilegios.
No creo que alguien piense así, pero es demasiado prudente.
―Muy propio de él ―susurro observando pensativamente la ciudad, que
a esta hora del día se encuentra rodeada de un ambiente tranquilo―.
Espérame, necesito pedirte algo.
―Eh… claro, lo que quieras.
―Gracias. ―Le dedico una sonrisa, antes de ponerme en marcha―. No
demoraré.
―No hay problema. Te espero.
Me apresuro tratando de no mostrar mi urgencia, cruzando las calles
concurridas en su mayoría por niños o adultos volviendo de sus labores, y al
mismo tiempo asegurándome de evadir tanto a Caden como a Elise, pero
especialmente, al señor Farah. Es el único que podría descubrir lo que
ocurre y frustrar mis planes.
Llegar a la casa de mis abuelos no es problema, tampoco asegurarme de
que no hay nadie más con él. Observo la fachada, tomando una gran
bocanada de aire, antes de acercarme y entrar.
―Abuelo. ―Él aparta la mirada del viejo aparato que se encuentra sobre
la mesa al escucharme. Parece un poco sorprendido de verme, pero tras
recuperarse con un gesto me indica que me acerque.
Lo hago, no queriendo prologar la visita.
―No te esperábamos, cariño ―dice señalando la silla ubicada del otro
lado del pequeño mueble, justo frente a él―. Tu abuela aún no regresa.
Lo sé y es justamente por eso que he venido a esta hora. En parte
también porque la atención de todos en la residencia se encontraba un poco
dispersa con los preparativos y el entusiasmo de la tía Elina.
―Está bien, quería hablar contigo. ―Eso sí que le sorprende, dejándole
sin palabras. Las pequeñas arrugas alrededor de sus ojos y boca lo denotan,
pero asiente con un movimiento de cabeza, dejando de lado las
herramientas y concediéndome toda su atención.
Esta es una de las pocas veces que charlamos sin la presencia de alguien
más, pero era necesario, especialmente con lo que tengo en mente.
―Claro. ¿Qué pasa? ―inquiere relajado, no sospechando nada. Me
gustaría creer que él no lo sabe, pero es poco probable.
―No es nada malo ―afirmo, tomando su mano. Él siempre ha sido
alguien reservado, pero no una mala persona ni tampoco me ha rechazado,
aunque en ocasiones he visto cierta cautela en su mirada. Como en este
momento, que observa detenidamente nuestras manos.
Erróneamente no presté demasiada atención a sus reacciones, pero es un
hecho que no es muy fanático de los habitantes de Cádiz y es justamente
eso lo que me hace pensar que podría obtener respuestas de él.
―No me digas que tú también vienes a tratar de convencerme para ir a
Cádiz ―murmura dejando escapar un bufido―. No te ofendas, hija, pero…
prefiero quedarme. Le he dicho a tu abuela que vaya, que no se preocupe
por mí, soy demasiado viejo para ese tipo de cosas, pero sigue diciendo que
no quiere dejarme solo. No es como si algo me fuera a pasar por quedarme
solo unas horas…
―¿Por qué no quieres ir? ―pregunto directamente, atenta a sus gestos,
sin estar segura qué debería esperar. Aleja su mano, desviando también la
mirada. Finjo no notarlo y aguardo una respuesta. Lo que creí: no se trata de
la edad o de mi equívoca percepción.
Toma un profundo suspiro, antes de encontrar de nuevo mis ojos.
―¿Tienes miedo? ―susurro―. Puedo asegurarte que nadie te haría
daño. La celebración ha sido pensada para todos, sin alguna distinción.
―Lo sé ―responde titubeante, dejando ver la falta de seguridad de su
declaración. No sé mucho al respecto, pero no soy ciega para no darme
cuenta que él, como algunas de las personas mayores de Jaim, guardan
cierto recelo con los vampiros.
No es de extrañar o demasiado raro. Conozco la historia, esa que cuentan
sobre el conflicto que se vivió durante muchos años, cuando los fundadores
regían todo, sin importarles demasiado el bienestar de los humanos que
debían luchar por sobrevivir a los ataques de impuros y repudiados. Sé
cómo mis padres desafiaron las leyes y cómo, con la ayuda del señor
Danko, se estableció una especie de igualdad para ambas razas, después de
la caída de las otras dos ciudades que se habían establecido. Sin embargo,
existen muchos espacios en blanco de los que equivocadamente nunca antes
me pregunté, ya que mi existencia forma parte de uno de ellos y necesito
saberlo.
Podría haber recurrido a la tía Elina como otras veces lo he hecho, pero
ya una vez cometió un desliz, siendo reprendida por mi padre y el señor
Danko. Además, en este momento se encuentra cautelosa, no funcionaría.
Estoy contando con que puedo obtener algo del abuelo. Es una de mis pocas
opciones, la principal diría yo.
―¿Es por la abuela Helena? ―presiono sintiéndome al instante un poco
culpable con el dolor que cruza por su rostro, pero que se va tan rápido
cuando es consciente de que ha bajado la guardia. Sí, tal como me ha
parecido, el abuelo es un hombre que parece guardar muchos secretos.
―Es complicado ―dice escuetamente dejando escapar un débil suspiro.
Alcanzo de nuevo su mano, lamentando tener que hacer esto, pero
necesitando desesperadamente las respuestas. Estoy a punto de hacer algo
que podría cambiar mi vida para siempre, no quiero equivocarme, sin
embargo, no puedo detenerme en este punto.
―Ellos no te gustan, ¿verdad?
―Lena…
―Tranquilo. ―Le sonrío, tratando de mostrarme serena―. No estoy
juzgando, te entiendo. Conozco a varias personas a las que no les gustan,
pero eso no quiere decir que los odian o que harían algo para lastimarlos.
―Eso se acabó ―asegura, su expresión tornándose severa. Sus dedos
atienden mi toque, su mirada sosteniendo la mía―. Crecí viendo de lo que
eran capaces, siendo testigo de su crueldad sobre inocentes, incapaz de
hacer algo para ayudarlos. Era otro tiempo, otras circunstancias ―se
apresura a aclarar, atento a mi reacción, que mantengo neutra, no queriendo
incomodarlo y evitar que continúe―. No los odio, pero no es sencillo
olvidar ni tampoco ignorar los instintos que tras tantos años se han quedado
arraigados. No es fácil. Supongo que es lo que pasa con esas personas que
mencionas, ellos tampoco han podido olvidar. Tu abuela Kassia siempre
dice que es cuestión de tiempo, y creo que en parte tiene razón, ya sea que
nos acostumbremos y dejemos de verles como enemigos o… que nuestra
vida llegue a su final.
―Falta demasiado para eso ―digo sinceramente, no queriendo que les
ocurra nada, pero teniendo presente que ellos, al ser personas ordinarias, en
algún momento dejarán de estar con nosotros. No me gusta ni siquiera
pensarlo.
Alguna vez cuando era niña, inocentemente pregunté por qué no
simplemente se convertía a todos para evitar sus muertes, fue mi padre
quien dijo algo que nunca olvidaré. Si todas las personas cambiaran, no
habría corazones latiendo, risas espontáneas, llantos infantiles, no se
igualaría la sensibilidad y entonces muchas cosas dejarían de tener sentido,
si todos fuéramos vampiros. La vida es algo maravilloso que debe
preservarse.
―No tanto, soy viejo. Pero ¿eso era lo que querías decirme?
―No ―sacudo la cabeza, cambiando mi postura sobre el asiento―, es
sobre mis padres. Me gustaría saber algunas cosas. Pero antes dime algo, tú
no querías que mi madre y mi tía se convirtieran, ¿verdad?
No se suele hablar demasiado del pasado, salvo de eventos importantes
como las batallas por las ciudades y la protección de las personas; sin
embargo, he aprendido bastante de las pequeñas indiscreciones que suelen
tener. Una de ellas, la ruptura en la relación entre mi madre y el abuelo.
―Las quiero ―dice con firmeza, haciendo surgir una pequeña sonrisa en
mi cara―, son mis hijas a pesar de todo. Aunque no negaré que en un
tiempo me resultó difícil aceptarlo. Vi demasiadas cosas como para no
temer por ellas, pensé que las perdería, que serían como los monstruos que
tanto daño hicieron a los que amé. Afortunadamente no fue así, siguen
siendo casi las mismas.
―Excepto por su piel y ojos. ―Mis palabras parecen relajarlo y dibujar
una ligera sonrisa en su expresión.
―Sí. Es difícil acostumbrarse, pero después de tantos años…
―¿Cuántos? ―pregunto conteniendo la respiración. Parpadea un par de
veces, antes de responder.
―Casi veinticinco. Tu madre tenía tu edad cuando cambió, fue
demasiado inesperado.
Veinticinco años. Lógicamente ella no me dio a luz, pero tampoco puedo
ser producto de una inseminación como me han hecho creer.
―¿Qué fue lo más difícil de aceptar? ―hablo débilmente, mi mente
abrumada.
―Que ambas eran demasiado jóvenes para perder su vida, aunque…
ahora que lo pienso, ¿quién no lo era? En un mundo como el nuestro, tenías
que madurar con rapidez y aprender a sobrevivir. No podías darte el lujo de
pensarte demasiado las cosas, mucho menos ser débil.
―Las circunstancias han cambiado mucho ―apunto mirando alrededor,
aunque me refiero más que a la forma de vida que llevamos ahora.
―Lo han hecho ―confirma dando una palmadita en mi mano―. Nunca
se los dije, pero más que cambiar, odié su sacrificio y no ser capaz de
evitarles sufrir. Tanto tu madre y tu tía, creyeron que mis acciones se
trataban solo de mi egoísmo, pero no fue así, prometí a su madre que
cuidaría de ellas, que las protegería con mi vida, sin embargo, no lo hice. Al
final, tomaron las cosas en sus manos y dieron su vida por mí. Debes pensar
que soy un viejo tonto, pero me avergüenza el hecho.
―No digas eso, abuelo. Hiciste lo que podías…
―Casi nada.
―Ellas no te culpan, nunca lo han hecho, te aman, como tú también lo
haces. Te lo puedo asegurar y tampoco te reprocharían nada de lo que han
hecho para conseguir el bienestar de todos. Ambas decidieron cambiar por
amor, para estar con la persona amada, lo que haya ocurrido en el proceso,
no cambia su elección. Mi madre me lo ha dicho muchas veces.
Me mira fijamente, con una sonrisa nostálgica.
―Te pareces tanto a tu madre, eres tan noble como ella, a pesar de…
Asiento pasando el pequeño nudo en mi garganta. Su semblante palidece
al percatarse de lo que ha estado a punto de decir.
―No ser su hija ―termino por él, aliviada de estar sentada.
―No…
―Tranquilo. Sé que no soy su hija biológica ―miento, mi mano libre
por debajo de la mesa, aferrándose con fuerza a mi vestido. No debería estar
tan sorprendida, una parte me decía que ese hombre no mentía, pero quise
creer que era así.
―¿Te lo han dicho?
―Sí ―de nuevo miento obligándome a sonreír, aunque lo único que
quiero es marcharme y ser capaz de llorar―. Lo que no me dijeron fue
quiénes eran mis padres. ¿Lo sabes?
―Nadie lo sabe. Tú estabas sola y habrías muerto si no te hubieran
encontrado. Me alegro que te hayan aceptado como su hija.
Me obligo a sonreír, es lo único que puedo hacer, y no tengo palabras.
Me limito a escucharlo divagar de otros temas, mi abuela, Elise, la ciudad
en general; en tanto que mi mente ha terminado de decidirse. No hay
marcha atrás, es algo que tengo que hacer, que necesito, sin importar el
resultado.

No he obtenido mucho, pero sí la confirmación a las palabras de aquel


extraño que aseguró saber mi origen. Y debe ser así, soy hija de una de las
híbridas con las que se enfrentaron. Mi abuelo tiene razón en algo: no
importan las circunstancias, me acogieron y me criaron como suya, sin
embargo, he de hacerlo. Por mí, porque lo necesito.
Toco el bolsillo de mi abrigo, confirmando que aún llevo la pequeña nota
que he escrito antes de venir, por si acaso.
Voy directo hacia el muro, donde Klaus, al verme acercar, sonríe y
comienza a descender las escaleras. Odio tener que involucrarlo, pero es al
único al que puedo recurrir.
―No has tardado… ―dice pero lo interrumpo, no queriendo perder el
tiempo.
―Necesito tu ayuda, Klaus ―digo antes de detenerme delante de él.
Tiendo la nota, que no duda en tomar―. No la veas hasta que estés a solas,
en tu casa ―pido sujetando su mano―. Tampoco le digas nada a Caden de
mi presencia.
―Pero…
―Toma prestado un caballo y di que saldrás a dar una vuelta. Te veo
mañana, los detalles están dentro.
Me tenso al sentir a Caden aproximarse, así que indico que oculte la nota
y retrocedo un paso.
―Por favor, confío en ti ―susurro indicándole que abra las puertas.
Aún luciendo confundido ante mi extraña actitud, acata mi petición y
acciona la palanca que abre, permitiéndome salir antes de que Caden llegue.
Él también sabría que algo tramo, por eso no puedo darle la cara en este
momento. Y tampoco porque me cuesta demasiado no derrumbarme, mi
vida ha cambiado en unas cuantas horas. Todo lo que he creído y que
amado es un simple borrón y una dolorosa espina en mi pecho. ¿Por qué no
lo dijeron? ¿Por qué no confiaron en mí? Eso es lo que más duele: la
mentira.

Desde lo alto de uno de los balcones de la residencia, observo la plaza


central de Cádiz. Hoy no es un espacio vacío y deprimente como suele
serlo; esta noche hay luces de muchos colores iluminándola y personas
dándole vida con sus risas. Es algo digno de contemplar: vampiros y
humanos conviven, mezclándose como si fueran una misma raza.
Prácticamente todo Jaim se encuentra aquí. Y, sin embargo, yo estoy
simplemente limitándome a observar, pendiente de la hora.
―Lena.
Mi cuerpo entero se tensa al escuchar su voz. Abiel. Había logrado
evadirlo por un buen rato, pero como era de esperarse, alguien se las ha
arreglado para hacerlo llegar hasta mí.
Despacio me giro, enfrentándolo. Decir que no he pensado en él y en
nuestra última conversación es mentira, porque aún con todo lo que llena mi
cabeza, es capaz de abrirse paso y abrumarme.
―No deberías estar aquí.
Simplemente lo miro, admirando lo bien que luce en su traje de guardia,
no el habitual, sino el que parece estar reservado para ocasiones especiales.
Se ve tan apuesto que siento ganas de arrojarme a sus brazos y expresarle
todo lo que siento. No lo hago, porque si algo podría hacerme cambiar de
parecer, sería él.
―Estoy tomando un respiro ―murmuro queriendo parecer
despreocupada.
―Me has evitado. ―No puedo evitar una mueca.
―No, es solo que di por hecho que no tenías nada que decir. ―Mi
respuesta parece tomarle por sorpresa y me alegro ante el desconcierto que
refleja su cara. He ido demasiadas veces detrás de él, sin importarme lo que
piensen los demás o lo patética que pueda parecer…
―No quise abrumarte. Era algo de lo que debía ocuparme.
―No tienes que darme explicaciones.
―Lena…
―Sé franco conmigo. ―No sé por qué hago esto, no debería, parece que
realmente me gusta sufrir―. ¿Realmente hay una posibilidad de que lo
nuestro funcione?
―Pensé que eso había quedado claro. Te lo dije, quiero intentarlo…
―¿Sigues amándola? ―Su silencio es contundente. Sonrío luchando
contra las ganas de llorar y sintiéndome orgullosa de cómo he aprendido a
ocultar mis emociones. Algo bueno tiene que salir de vivir con tantas
personas que mantienen sus caras inexpresivas la mayor parte del tiempo―.
Debo volver ―declaro tomando el bajo de mi vestido, para poder caminar.
―Te lo dije antes, no puedo cambiar las cosas, ella siempre formará
parte de mi pasado.
―Lo sé y no lo reprocho, es solo que ahora seré demasiado egoísta para
conformarme con eso. Quiero alguien para el que yo sea la única, la única a
la que mencione en sueños… ―mi voz se desvanece, antes de que las
emociones me traicionen―. Y me has dejado claro que tú no eres ese
hombre.
―Lo siento. Si no soy el hombre que necesitas, entonces voy a dejarte
ir…
―Bien.
Obligo a mis pies a moverme, sin que parezca que estoy escapando. No
hacen faltan argumentos ni excusas. Papá estaba en lo cierto, él amó de
verdad a una mujer, una humana y es por eso que no puede responder como
quisiera y tampoco lo hará. Tonta. Ahora entiendo por qué todo el mundo se
preocupaba, por qué todos me miraban con lástima cuando notaban mi
interés. Ellos sabían que no existía una posibilidad. Nunca ha existido.
Consigo llegar a mi habitación sin toparme con nadie ni derramar una
lágrima. Me apoyo en la puerta, observando el vaivén de las cortinas. Cierro
los ojos y me obligo a intentar encontrar su voz. No estoy segura de por qué
lo hago, pero no es tiempo para dudar…
«Estoy en camino», le hago saber, segura de que puede escucharme y
que ha estado esperando esto.
Sinceramente no tengo nada que perder. Todos han mentido y Abiel
nunca será capaz de responder a mis sentimientos. Estoy tan confundida,
pero sobre todo dolida. Mi vida ha sido un engaño, donde todos han
conocido lo que pasa, todos menos yo.
«Estoy en los límites del valle. Date prisa, debes llegar antes de media
noche».
«Ahí estaré».
Avanzo hacia el tocador, tomando el traje de la guardia que he mantenido
oculto. Bajo los tirantes del vestido y lo coloco lo más rápido que puedo,
sabiendo que en cualquier momento puede entrar alguien. Tomo un par de
mudas que meto dentro de una vieja bolsa y me acerco a la ventana. Todo el
mundo está fuera, en el patio principal, completamente distraído por la
música y las risas. Los guardias también se encuentran presentes y los
pocos que se han quedado de turno en el muro no me sentirán si salgo por la
parte trasera como lo hice la vez pasada. Ahora solo espero que Klaus haya
cumplido con su parte y lleve el caballo hasta donde le pedí.
Empujo la ventana, disfrutando de la brisa nocturna que golpea mi
rostro. Bien, llegó la hora.
Gema (3)

La escena delante de mí es hermosa, es lo que alguna vez soñé poder


contemplar cuando era una niña, y es una realidad después de tantos años.
El temor, odio y resentimiento que se encontraban en las miradas de las
personas, incluida la mía, ahora no es más que curiosidad o asombro por
quienes son diferentes de ellos. Sorprendentemente, la mayoría de los
fundadores se han mostrado dispuestos a convivir con los habitantes de
Jaim, especialmente con los más jóvenes, que son quienes parecen más
fascinados. Por lógica han estado menos en contacto. Veo cómo Bail
permite que una pequeña niña tire de su ropa, obligándolo a inclinarse hasta
quedar a su altura, le susurra algo que la hace reír y correr hasta llegar a los
pies de su madre, que también está sonriendo, no con el temor o malestar de
pensar que puede estar en peligro, más bien siendo condescendiente con la
curiosidad de su pequeña hija.
Verlas tan sonrientes me hace recordar a mi Lena. No la he visto
prácticamente en toda la noche. Inesperadamente se ha mantenido apartada
de todos, algo no muy propio de ella, que siempre ha sido toda alegría e
inquietud y quien, hasta hace algunas semanas, parecía encantada con la
idea de ver a humanos y vampiros conviviendo juntos.
―¿Qué ocurre? ―Armen me abraza por la espalda, su boca alcanzando
mi oído, intentando tener un poco de privacidad y siendo consciente de los
agudos sentidos que nos rodean.
Aún con todos los sonidos a nuestro alrededor, lo escucho con claridad;
mirando por encima de mi hombro, encuentro sus ojos y veo en ellos mi
rostro ensombrecido por la inquietud y preocupación. Luzco tensa y nada
entusiasmada, como debería estarlo.
―Nada ―miento esbozando una débil sonrisa, a pesar de saber que él
puede deducir mi estado de ánimo sin esfuerzo alguno. Me conoce
demasiado bien, lo ha hecho desde el primer día que nos vimos y todos
estos años que hemos estado juntos nos han hecho ser prácticamente uno,
eso y que esa conexión que existía entre ambos creciera aún más.
Sus manos frotan suavemente mis brazos, ascendiendo hasta alcanzar
mis hombros, donde masajean amablemente.
―No te preocupes ―su voz tiene un efecto tranquilizador, que, sumado
a su suave toque, hace que me rinda a él y me apoye en su firme pecho.
―Lo intento.
Suspira liberando mis hombros, para envolverme en un firme abrazo,
pasando sus brazos por mi pecho, gesto que me compacta más contra su
cuerpo. Cierro los ojos, disfrutando de mi refugio personal, él, Armen, mi
creador y pareja para la eternidad.
―No está sola, Elina se ha encargado de reunirla con Abiel. ―Abro los
ojos, observándolo un poco sorprendida. Debí suponer que tramaba algo,
cuando prácticamente me arrastró fuera de la residencia, insistiendo en que
Lena necesitaba espacio y que ya se reuniría con nosotras cuando lo creyera
oportuno.
Dirijo una mirada a la enorme fachada del edificio, donde se encuentran
o al menos eso espero. Es complicado seguir su presencia con todas las
personas reunidas, con los olores de comida y las fragancias propias de cada
individuo que llenan el ambiente y saturan nuestros sensibles sentidos; sin
embargo, Armen no parece tener el mismo problema y desde luego que
Danko tampoco, con quien siempre se encuentra en contacto.
―¿Crees que eso ayude? ―inquiero expresando realmente mi
preocupación. Mi pequeña hija ha estado tan distante últimamente, no es la
misma. Veo una enorme tristeza en sus ojos, algo que no logra ocultar con
esa sonrisa que se esfuerza tanto en mostrar cuando se percata de que la
observamos.
A todos nos preocupa, incluso a Danko, que parece estar acostumbrado a
verla correr por los pasillos, a escucharla reír o hablar sin parar.
―Esperemos que sea así ―dice antes de depositar un beso en mi
mejilla.
―¿Y si no es así? ―Me aferro a sus manos, en busca de apoyo. Siempre
he temido por quienes amo, costándome demasiado desentenderme, a pesar
de que de alguna manera ahora cada uno de ellos tiene a alguien que los
protege, Mai tiene a Danko, mi padre tiene a Kassia y también a Farah;
probablemente por ello Lena sea la mayor de mis preocupaciones en este
momento y a quien aún puedo permitirme seguir cuidando―. No me gusta
verla así, Armen.
―Lo sé. ―Frota su mejilla contra la mía―. Pero debemos esperar. De
algo puedes estar segura, Abiel se comportará y le importa demasiado.
―Lo mismo ha dicho Elina, pero…
―Si no resultan las cosas, estaremos ahí para ella. Como siempre lo
hemos hecho, es nuestra hija.
Asiento, confiando en sus palabras, teniendo presente el gran amor que
siente por ella, pero sobre todo su sabiduría. Él es mucho mejor que yo en
lo que se refiere a su bienestar, sin tener que intervenir en su preferencia.
Mi instinto simplemente me grita que debería abrazarla, protegerla y
mantenerla a mi lado. Por desgracia, no se trata de algo físico, son sus
sentimientos los que se encuentran alterados y en eso, aunque lo desee, no
puedo mandar. Aprendí la lección con Mai cuando quise separarla de
Danko, eso habría sido un terrible error, así que no pienso equivocarme de
nuevo, aunque eso no me haga sentir demasiado tranquila.
―Tienes razón.
―Hay que darle un poco de tiempo, es una buena chica. Es nuestra niña.
―Sí. ―Nuestra. Lo es sin importar nada.
Johari (2)

¿Por qué está aquí? Esa es la cuestión. ¿Por qué precisamente esta noche?
¿Es tan estúpido que no se da cuenta de su error? Seguro, se suponía que
nunca debía volver y en el instante que ellos confirmen su presencia, irán
detrás de él. ¡Idiota! Siempre pensé que era uno, pero ahora no deja lugar a
dudas. Diría que lamento lo que le espera, pero si algo ocurre, será porque
se lo ha buscado. Tuvo la oportunidad de quedarse y optó por tomar el
camino difícil… A menos que haya cambiado de parecer, cosa que veo
complicada. No es de los que ceden o cambian de parecer. «Encuéntrame en
la entrada, necesito hablar contigo».
Con paso decidido me dirijo a la entrada de Jaim, aprovechando que
todos se hallan inmersos en la celebración, demasiado distraídos para
percatarse de mi ausencia. No he querido alertar a Farah tampoco, porque
necesito enfrentar esto yo sola. Definitivamente no le gustaría saber que
estoy haciendo esto, sin embargo, antes que nada tengo que descubrir sus
intenciones y si pretende algo saldrá mal parado, Randi no es rival para mí.
Nunca lo fue y no lo será ahora, a pesar de que haya dejado ciertas
costumbres.
Me detengo de golpe, al notar la ausencia del vigilante. Se supone que
esta noche solo se quedaría una persona custodiando la entrada de la ciudad,
para controlar la entrada y salida de personas, ya que la mayoría se
encuentran en Cádiz, eso y también no queriendo correr ninguna clase de
riesgo. Lo cual obviamente parece no haber funcionado.
Me acerco más, comprobando que las puertas están abiertas, ligeramente
entrecerradas, pero sin los candados. Mi pulso se dispara al percibir su
rastro, que se pierde justamente detrás del muro. ¡Maldición! Ha entrado,
eso explica por qué no hay rastro del guardia. Doy un paso, pero freno
cuando ambas puertas se abren de golpe, revelando la figura del que alguna
vez fue un compañero de misiones.
Me cuesta reconocerlo: su aspecto está demasiado deteriorado, lo mismo
que sus ropas. Es mucho peor que cuando nos encontrábamos en el nido,
debajo de la montaña, viviendo y durmiendo sobre piedras y humedad. Hay
un ligero olor a metal y tierra que lo acompañan, supongo que por eso no lo
han identificado aún.
Siempre tan astuto.
―Has tardado ―habla moviéndose lentamente, cruzando la entrada.
Doy una rápida mirada a la ciudad, pero todo parece en su sitio. ¿Qué
hacía dentro si no ha atacado? No me gusta esto.
―¿Qué demonios has hecho, Randi? ―pregunto evitando hacer
referencia al hombre que no logro ver por ninguna parte. Espero que haya
abandonado su puesto y no otra cosa.
―Nada. Esperar.
Resoplo.
No le creo, él no es tan inocente como quiere aparentar. Entrecierro los
ojos, acercándome con cautela, pero sin percibir olor a sangre en sus manos.
―¿Qué pretendes? ¿Acaso quieres perder la cabeza? ―cuestiono,
moviendo despacio mi brazo derecho, intentando alcanzar la daga que
siempre llevo en mi espalda oculta entre mis ropas y, por alguna razón, esta
noche no quise abandonar. Si ha logrado entrar, nada bueno pudo sucederle
al guardia.
―¿Por qué no me sorprende tu actitud tan fría, Johari? ―Pone una
mueca burlona, pero sin hacer ningún intento por coger su espada, que se
encuentra atada a su cintura―. ¿O debería decir traidora? Después de todo,
eso eres, ¿no?
Consigo coger el mango del arma y aferrarla con fuerza, más que lista
para un ataque.
―¿Traidora? ―le devuelvo la ironía, dejando de afectar su acusación.
Durante mucho tiempo creí ser la responsable, pero Farah estaba en lo
cierto, mi única culpa fue nunca tener el valor para abandonar o luchar por
los inocentes. Sin embargo, Randi no lo es, él mejor que nadie conocía los
planes del maldito de Alón y eso lo hace tan culpable como él―. Te
recuerdo que no fui yo quien ocultó las cosas y las torció a su gusto,
haciéndonos quedar como los malos. Estas personas fueron tan víctimas
como nosotros.
―¡Vaya! Eso sí que me sorprende y confunde, siempre fuiste demasiado
egoísta para preocuparte por los demás. Ni quisiera te importó cuando nos
echaron como si fuéramos basura… ¿Y ahora me dices que te preocupa lo
que les pase a esos humanos?
―Jamás podrías entenderlo.
―No me interesa.
―Sigues siendo el mismo idiota. No importa que ahora no haya nadie
que vigile tu espalda, que analice cada uno de tus pasos o dicte hasta el más
insignificante de tus decisiones: no has dejado de ser un idiota. Él nos usó,
no le importamos, nunca lo hicimos. Solo quería utilizarnos…
―Eso no cambia nada ―interrumpe con brusquedad, dejando de lado su
expresión indiferente―. Nos traicionaste.
―No, fue él quien lo hizo.
―¡Te uniste al enemigo!
―Nunca hubo otro enemigo más que él. ¡Abre los ojos de una buena
vez…!
Es un débil sonido el que me alerta, moviéndome un instante antes de
que su brazo golpe mi cabeza. Xean. Ha aprovechado mi descuido para
atacarme, ni siquiera me he percatado de su presencia. No hay palabras,
ambos arremeten contra mí, no dándome otra opción que desgarrar mi
vestido al sacar la daga e intentar defenderme.
―Dos contra una. ¡Malditos cobardes! ―siseo furiosa, respondiendo y
esquivando sus ataques. Ambos sonríen burlones, acelerando sus
movimientos, cosa que me sorprende demasiado. Su aspecto no es el mejor,
pero parece que han tomado bastante en serio eso de entrenar y de venir a
por mí. Algo que por desgracia yo he dejado de hacer años atrás y que el
dolor que recorre mi brazo comprueba.
Doy un salto, retrocediendo para evitar que sus extremidades impacten,
obligándole a frenar su asalto.
―Tú no fuiste leal, no tenemos por qué serlo ―me hace saber Xean.
―Eres un idiota también, Xean. Lamento haber sentido tu falsa muerte.
―Eso parece divertirle.
―Lo imagino ―farfulla irónico, moviéndose para alcanzar mi
espalda―. Déjame decirte que solo hago lo que creo correcto. Nos dejaste,
así que ahora eres el enemigo, es simple.
Dirijo una mirada hacia el muro de Cádiz, pero no hay ningún guardia a
la vista, parece que se han olvidado de sus deberes y se han sumergido
demasiado en la fiesta. ¡Demonios!
―¿Esperando refuerzos? ―Miro a Randi, que está disfrutando
demasiado esto, pero no tiene idea―. Eso nunca fue propio de ti.
―Vete al infierno. ―Ataco, esperando tomar algo de ventaja, pero
consiguiendo un fuerte golpe en un costado, que me hace caer al suelo.
Torpemente ruedo, evitando los pies de Randi, que no me da tregua.
―Has perdido tu toque. Te has vuelto débil.
Horrorizada, miro detrás de ambos; al percibir su olor, al menos cinco
impuros se dirigen directamente hacia la entrada de Jaim. ¡No!
Inútilmente trato de detenerlos, pero mi control no funciona, lógicamente
cuando dejé de beber sangre y tuve a mi hija perdí mi habilidad como tanto
lo temía. Lo acepté, pues no lo necesitaba, hasta hoy…
―¡No te distraigas!
Me muevo por instinto, queriendo alcanzar la puerta y evitar una
tragedia, pero Xean ha adivinado mis intenciones y me bloquea. Por cosa de
nada logro esquivarlo y tomar de un brazo a uno de los impuros, haciéndolo
retroceder.
Mi acción es estúpida y lo pago caro. El impuro empuja sus garras
directo en mi garganta, inclino el cuerpo hacia atrás, no lo suficientemente
rápido para esquivarlo, ya que el dolor me hace jadear. Lo ignoro
consiguiendo cortar el cuello del maldito…
―¡Muere! ―la voz despectiva de Randi me hace volver el rostro, para
ver a escasos centímetros el filo de la espada de Xean. ¡No puedo ser!
Antes de que me alcance, una figura se interpone, haciéndome caer de
espalda y salvándome.
―¡No! ―Un grito ahogado escapa de mis labios, no es debido al dolor,
ni a la sorpresa, es por el sonido lastimero que escapa del cuerpo que ha
recibido el impacto por mí―. ¡Farah!
Se tambalea, aferrando el brazo de Xean, que lo mira confundido y
sorprendido.
―Detén a esos malditos… ―Su voz queda cubierta por los gritos de
pánico y gruñidos que proceden del interior de la ciudad.
¡Los impuros!
―¡Ve! ―ordena, lanzando a Xean un par de metros y enfrentándose a
Randi.
No quiero dejarlo, pero dentro no hay nadie que pueda hacerles frente.
Corro hacia la ciudad, alcanzando a ver algunas personas correr
desesperadas. Se trata de los pocos habitantes que se han quedado. En su
mayoría personas mayores, que son presa fácil. Obligo a mis pies a moverse
y me estremezco cuando a mi paso confirmo dos cuerpos inmóviles. Las
primeras víctimas de esos malditos. ¡Miserables! Pero sobre todo ese
maldito de Randi, ¿Cómo consiguió traerlos hasta aquí?
Alcanzo al primero de ellos, un par de metros más adelante. No tengo
piedad. Golpeo su pecho, ganando unos segundos, que aprovecho para
conseguir arrancar con mis manos su cabeza y corazón, no sin antes
romperle el cuello.
He perdido mi daga, así que esto es con base en impulso y
desesperación. Los gritos continúan escuchándose, así que me obligo a
moverme con rapidez, solo para encontrar el cuerpo de un impuro y a
Neriah desgarrando el pecho de otro de ellos.
He estado tan inmersa en la pelea y en conseguir detenerlo, que no me
percaté de que él se encontraba aquí.
―Quedan dos todavía. ―Asiente saliendo detrás de uno de ellos, en
tanto que hago lo propio.
Salto por encima de uno de los techos, para ver cómo el impuro está a
punto de alcanzar a una mujer. Sujeto su pierna, estrellándolo contra un
muro.
―¡Corre! ―Ella no necesita que lo repita, sale despavorida―. Hasta
aquí llegaste, maldito.
Su respuesta es un gruñido y un intento desesperado por llegar a mi
garganta. Perforo su pecho, arrancándole el corazón. Se desploma a mis
pies, dejando un desagradable rastro de sangre sobre mi ropa.
Me giro al escuchar unos pasos y el sonido de algo siendo arrastrado. Se
trata de Neriah que tira de los cuerpos de dos impuros.
―Hay que limpiar ―murmura señalando al cuerpo del suelo.
―Todo tuyo ―asiento apartándome―. ¿Qué hacías aquí?
―Diana estaba cansada y quería irse a la cama ―explica cogiendo el pie
del impuro―. Voy a incinerarlos.
―Iré por el resto.
―Mejor ve con Farah. Yo me encargo.
―Gracias. ―Da un ligero asentimiento con la cabeza y se aleja.
Me encamino hacia la entrada, asegurando a los que encuentro a mi paso
que todo está bien y que vuelvan dentro de sus casas. Es complicado, todos
parecen aterrados, y no es para menos. Esto nunca debió ocurrir.
―¿Estás bien? ―Me reúno con Farah a mitad del camino, observo su
camisa desgarrada y las manchas de sangre en su cara.
―Sí, es solo un rasguño. ―Me abrazo a su cintura, no importándome la
sangre que mancha su ropa o que no estamos solos.
Por un instante temí lo peor, al verlo interponerse y recibir el ataque.
―Lo siento tanto.
―Estoy bien ―repite sin rastro de reproche o malestar.
―Yo…
―Tranquila, lo bueno es que estás bien.
―Sé que debí avisarte, pero pensé que tramaba algo y que era mejor
averiguarlo por mi cuenta. Nunca imaginé que sería algo como esto.
―Ni yo.
―Hay que avisarles a los demás…
―Ya lo saben, pero evidentemente no desean alarmar a nadie, así que
han bloqueado las puertas de la ciudad, pero enviarán a algunos guardias en
cuanto puedan. Tenemos que hacer lo mismo y limpiar. Por el momento nos
han dejado bloqueados totalmente.
―Neriah se está encargando de eso.
―¿Qué hacía aquí?
―Vino a traer a su hija y fue cuando los escuchó. Yo también me
sorprendí.
―Fue bueno que estuviera. ¿Cuántas bajas? ―pregunta sombríamente.
―He contado diez.
―Mierda. Hay que sumar al guardia.
―Hubieran sido más si no estuviera en Cádiz.
―Lo sé. Lo que no entiendo es qué pretendía.
―Vengarse de mí ―admito con una mueca. Pensar que, por mí, han
muerto esas personas es difícil.
―Eso me quedó claro, pero temo que no es lo único.
―No ―concuerdo muy a mi pesar. Dudo mucho que esto haya sido
todo―. Randi nunca juega limpio. La prueba son esas personas que han
muerto.
―Sigo pensando que algo se nos escapa.
―¿Qué más podría ser? ―pregunto, aliviada de saber que Airem se
encuentra segura en Cádiz.
―No tengo idea, pero es mejor no confiarnos.
―Por ahora lo primero es curarte y verificar si hay heridos o
sobrevivientes.
Sin que tengamos que decirlo, algunos de los pocos hombres que hay en
la ciudad comienzan a correr la voz de que todo ha vuelto a la calma, al
mismo tiempo que preguntan si hay heridos y cuantifican los daños. Entre
ellos se encuentran algunos híbridos que optaron por quedarse.
֍
Evito hacer comentarios respecto a la herida que tiene en el pecho y la
cual ha tenido que ser suturada. El médico ha dicho que estará bien, ya que
es alguien bastante resistente, pero también le ha pedido que se modere. Eso
no le ha gustado, pero no tiene opciones. Acaricio su brazo, mirando por la
ventana, aún reflexionando sobre las verdaderas intenciones de Randi. Lo
que ha ocurrido me resulta tan familiar, como cuando incendiamos los
invernaderos para crear una distracción.
El cuerpo de Farah se tensa bajo mi toque, pero no es porque le haya
lastimado.
―¿Qué pasa? ―inquiero mirándolo inquieta.
―Lena ha desaparecido.
―¿Qué? Pero… ―Me indica que espere, cierra los ojos como si
estuviera concentrándose y entonces su cara pierde color. Maldice entre
dientes, mirando hacia la puerta―. Se la llevaron ―afirmo sin saber por
qué tengo la certeza.
―Eso creen.
―Habla con ella ―digo recordando que él puede entrar en su mente.
―Lo he intentado, pero…
―¿Qué? ―Sacude la cabeza, sentándose.
―Ella sabe sobre sus padres y… no sé qué ha pasado, pero no puedo
llegar a ella, es como… como si hubiera bloqueado mis pensamientos. ―Se
lleva la mano a la frente, casi desvaneciéndose, la sangre brotando de su
nariz.
―Farah… ―Logro sujetarlo, mirándole con preocupación.
―Estoy bien.
―No, no lo estás. Vamos. Tienes que tumbarte.
―Pero…
―Neriah puede ocuparse y también los guardias.
―Eso lo sé, pero hay que encontrarla.
―Si esa niña hubiera querido que la encontraras, lo hubieras podido
hacer. Cosa que no ha ocurrido.
―¿Quieres decir…?
―Ni Randi ni tampoco Xean pueden hacer lo que has dicho y a menos
que hayan conseguido otro fundador, significa que quien te ha bloqueado ha
sido ella. Lo cual resuelve la duda sobre quién es su padre.
Todo ha encajado perfectamente, no hay duda.
―¿Ese vampiro que podía ocultar su rastro?
―Apuéstalo. La habilidad no es la misma, pero llegué a escuchar que
ocurría algo así con sus descendientes. Variables de cualidades.
―Armen estará como loco y ni siquiera deseo imaginar a Gema.
Tenemos…
―No ―apoyo la mano en su pecho, obligándolo a retroceder―. Tú no
tienes nada que hacer, solo descansar. Es demasiado tarde para ir tras ellos,
además, no podemos arriesgarnos a otro ataque. No tienen otra opción que
esperar.
―Mierda.
Él sabe que tengo razón y apuesto que ellos también. Esto complica todo.
¿Por qué demonios ha hecho esto esa niña? Mejor dicho, ¿cómo ha
conseguido engañarla ese maldito? La creí más inteligente. Todo podría ser
una trampa para atraernos y emboscarnos, espero que no hagan una tontería
y vayan detrás de ella. Sería el peor error.
Lena (27)

Esta noche no es como ninguna otra, los sonidos habituales han quedado
ocultos por todas las voces, las risas y la música, todo lo que ocurre en la
plaza central. Sin embargo, me ayudan a escabullirme al amparo de las
sombras que me permiten dejar la ciudad sin ser percibida.
Me alejo del muro con paso firme, determinada a ir con ellos, descubrir
quién soy y qué hay más allá del horizonte que cada mañana contemplo.
Nunca antes me cuestioné ese anhelo inconsciente que sentía, ese
sentimiento de extrañeza o de falta de pertenencia al lugar, pero creo que
ahora tiene un poco de sentido.
Disminuyo mi andar al ver a Klaus, que se encuentra en el lugar
acordado, pero no con un caballo como le pedí, sino dos. Me mira fijamente
al percatarse de mi presencia, recorriendo a detalle mi figura. Veo una
chispa de admiración y algo más que prefiero ignorar.
―Nunca te había visto con el traje ―explica torpemente frotándose la
nuca.
―Es incómodo montar con un vestido ―respondo comprobando las asas
de mi bolso, que se encuentra en mi espalda, antes de tomar las riendas de
su mano y subir en el animal, que no se inmuta.
―Tiene sentido. ¿Y entonces, a dónde vamos? ―Le dirijo una rápida
mirada, negando con la cabeza.
―Vuelve ―susurro, apretando los tobillos en los costados de mi
transporte, poniéndolo en movimiento. No miro detrás de mí, únicamente
concentrada en llegar al punto de encuentro. Puedo sentir su presencia
dentro de mi mente y recoger el débil rastro de su persona, como si acabara
de pasar por este lugar. Cosa que es poco probable, ya que está esperando
por mí, no tendría por qué acercarse tanto a la ciudad. No lo ha hecho antes.
Mantengo el ritmo del trote, no queriendo llamar demasiado la atención.
Si alguien llega a percibir los cascos del caballo, de inmediato pensaría que
se trata de Klaus, espero que haya dicho a Caden sobre montar, eso sin duda
reduce las probabilidades de que se percaten de que soy yo. Alcanzo lo alto,
pasando rápido más allá de la colina, antes de frenar y dar un rápido
vistazo. Desde aquí las luces de Cádiz son simples puntos.
Mi corazón palpita con fuerza y mi voluntad flaquea. Cierro los ojos,
aferrando con fuerza las riendas del caballo, antes de indicarle que continúe.
Esta vez, acelero su tropel poniendo aún más distancia con todas esas
personas que he conocido desde que soy consciente. Sus rostros y miradas
desfilan en mi cabeza, recordándome todo lo que han hecho por mí, todo lo
que estoy poniendo en riesgo por mi imprudente curiosidad. Quizá no me
admitan de nuevo, quizá no me quieran más, y a pesar de eso, no doy
marcha atrás, sigo mi camino acercándome a lo desconocido que al mismo
tiempo debe ser mi linaje.
Lena (28)

Me concentro en el camino, el cual ha dejado de ser un sendero definido,


volviéndose un terreno irregular y difícil de recorrer. Me alegro de aceptar
esas salidas con Airem y Caden, sin duda ayudan. Sin embargo, es el
instinto del caballo el que se encarga de evadir los obstáculos y no tropezar;
en cuestión de minutos estoy más allá de las colinas que conducen al valle
donde se localizan ambas ciudades. Ahora están completamente fuera de mi
vista, ocultas tras rocas y enormes porciones de tierra.
No hay marcha atrás.
Me resulta demasiado deprimente pensarlo, así que sacudo la cabeza,
alejando las dudas y centrándome en el camino. Afortunadamente mi vista
se ha ajustado a la oscuridad que confiere la noche, eso y que mis ojos son
mejores que los de una persona normal, lo que me permite visualizar sin
problemas. Avanzo escudriñando mi entorno, especialmente lo que me
espera. Estoy a nada del punto acordado, de acuerdo con las indicaciones:
ciertamente nunca antes he estado en este lugar. La distancia crece, pero no
veo nada, cosa que me inquieta. ¿Estoy tomando el rumbo correcto? No
quiero pensar que soy tan torpe como para errar. Mis temores se desvanecen
cuando vislumbro una solitaria figura a un costado de las rocas, más
adelante.
Aspiro frunciendo el ceño. La esencia que percibo me confunde y de
inmediato disminuyo el ritmo. No se trata de ese hombre con el que hablé y
quedé de encontrarme aquí. Se trata de alguien más. Con cautela y mirando
alrededor me acerco. El hombre es más alto y, por su postura, puedo
asegurar que también más joven. Sus ojos parecen brillar con el pálido
reflejo de la luna, confirmando que se trata de un híbrido, tiene ese
característico color miel; el viento revuelve su cabello un poco largo,
dándole un aspecto salvaje, muy propio del ambiente desierto en el que nos
encontramos.
―Te has retrasado ―murmura, su voz completamente falta de reproche
o malestar. No lo conozco, pero él no parece alarmado con mi presencia, es
como si hubiera estado esperando por mí. Eso me inquieta, especialmente
porque soy incapaz de ver su rostro desde donde me encuentro.
Es tonto de mi parte pensar que no tiene amigos, pero me resulta un poco
raro, ya que aseguró que estaría esperando por mí.
―¿Quién eres? ―inquiero deteniéndome a un par de metros de
distancia―. ¿Dónde está él? ―Inútilmente me he dado cuenta de que ni
siquiera conozco su identidad y eso me pone en desventaja.
Despacio se aparta del muro en el que se apoyaba y desenfunda su
espada, adoptando una postura de combate. Su movimiento es tan fluido y
rápido, que confirma mi primera impresión: es un híbrido. Su maniobra me
hace tensarme y prepararme para un posible ataque, no obstante, su
atención está centrada a mis espaldas.
―Te han seguido ―expresa con voz tensa, mostrando una mirada severa
que aumenta mi inquietud. Pero son sus palabras las que provocan que un
escalofrío recorra mi espalda. Si me han seguido, es porque han descubierto
mi ausencia. Eso es malo, podría tratarse de cualquiera, incluso de… mi
padre.
¡No es posible!
Rápidamente doy vuelta al caballo, conteniendo la respiración,
esperando no ver a mi padre o a Abiel, aunque no sé por qué pienso en este
último. Para mi alivio, no se trata de ninguno de los dos. Me relajo tan
pronto identifico al jinete. ¡Klaus! Nunca antes me ha alegrado tanto verlo,
aunque no debería estar aquí.
Su caballo aparece detrás de una pequeña saliente que ha usado como
escondite, frena al darse cuenta de que tanto el desconocido como yo lo
contemplamos, descubriendo su presencia.
―Es solo él ―señala el chico detrás de mí. Asiento con un ligero
movimiento de cabeza, tanto para confirmar sus palabras, como para indicar
a Klaus que se acerque.
―Le conozco, no pasa nada ―aseguro, queriendo evitar un posible
ataque, aunque supongo que lo ha deducido, pues escucho cómo vuelve a
guardar en la funda su arma.
Klaus titubea, antes de retomar la marcha y aproximarse con cautela, su
atención en mi espalda, claramente sorprendido por su presencia.
―¿Qué haces aquí? ―hablo lo más bajo posible, mirándolo con
nerviosismo. Ese hombre advirtió que nadie debía saber de mi partida y
esperaba que Klaus me diera algo de tiempo antes de decirle a Caden o a los
demás que me había ayudado a marcharme. Deseaba evitar que pensaran
que algo me había ocurrido y por ello opté por acudir a él. No ha
funcionado.
―¿De verdad creíste que iba a dejarte ir sola? ―cuestiona situándose a
mi costado, su pierna golpeando una de las dos bolsas que lleva sujetas a los
costados de su montura, de las cuales no me había percatado antes, por la
prisa que tenía―. No entiendo qué ocurre, ni tampoco quién es él
―murmura señalando al desconocido que se mantiene quieto en su lugar,
todavía oculto en las sombras―, pero iré contigo.
―Tienes que volver… ―comienzo a decir, pero me interrumpe.
―Ni lo pienses, Lena ―advierte negando―. Voy a donde vayas. O no
vas.
Lo miro, boquiabierta ante su actitud decidida. No es que tenga una mala
opinión, es solo que él nunca ha sido muy arriesgado o intrépido. Me cuesta
verlo siguiéndome sin cuestionar mi jucio.
―Deberías escucharla. El camino es peligroso y tú eres un humano
―escucho al chico detrás de nosotros.
―¡Oye! ―protesta Klaus, mostrando su espada―. Soy un guardia y
déjame decirte que haces sonar como un insulto el hecho de que no sea
como ustedes. Porque eres un híbrido, ¿cierto?
Puedo ver la sonrisa del chico, que parece divertido con la réplica de
Klaus, que no muestra temor. No contaba con esto y no sé qué hacer.
―No fue un insulto y tampoco me importa si vienes o no, pero debemos
ponernos en movimiento antes de que alguien más se dé cuenta. El tiempo
apremia.
Me sorprende su actitud despreocupada y el ofrecimiento de que Klaus
venga conmigo. Me desconcierta que se muestre tan amigable, ya que el
otro hombre a pesar de que intentaba parecer amable, tenía algo que me
dejaba mucho que pensar, no parecía tan sincero.
―¿Dónde está él? ―pregunto, tensa.
No me gusta esto, especialmente porque ahora Klaus está involucrado,
así que debo ser más cautelosa. Mi seguridad no me importaba demasiado,
siempre y cuando pueda encontrar las respuestas, pero no deseo que alguien
más salga lastimado y es justamente por eso que no dije a nadie lo que
pretendía hacer. Ellos no sabrán qué ha pasado, aunque no puedo evitar que
se preocupen, confío en que no irán detrás de nosotros. Al menos no antes
de que pueda indagar un poco sobre quién se supone que soy y lo que han
mantenido oculto.
―No te preocupes, Randi nos alcanzará. ―Se mueve, dejando a la vista
su rostro. No puedo evitar la sorpresa. Se trata del mismo chico que vi y
quien creí que había sido un espejismo, pero no, es real y me mira con una
ligera sonrisa―. Deprisa, vamos.
Comienza a correr, perdiéndose de vista en segundos. ¡Wow! Es veloz,
pienso sin reponerme de volver a verlo. En aquel momento me preguntó
quién era, parece que ahora lo sabe. Ya entiendo por qué no se mostró
extrañado.
Klaus silba, rascándose la cabeza, luciendo tan admirado como supongo
que lo hago yo.
―Es veloz. ―Pensamos igual, pero eso no es importante ahora. Tengo
que convencerle de alguna manera de que regrese.
―Kla…
―No, Lena. Te lo dije en serio, cuentas conmigo. ―Agita las riendas de
su caballo, haciéndolo avanzar, no dándome otra alternativa que seguirlo.
Realmente espero que esto no se salga de control, no me perdonaría si algo
malo le ocurriera. ¡Rayos!―. Será mejor darnos prisa, ¡antes de perder al
chico salvaje! ―grita emprendiendo la marcha a galope.
«Mejor que no me llame así, o lo llamaré por algo más desagradable que
humano». Su toque es gentil, está cargado de diversión y calidez, eso me
sorprende. «Por cierto, soy Yohan». «Soy Lena», simplemente atino a
responder. «Lo sé». A pesar de que no debería, me sorprende que conozca
mi nombre. Esto es tan extraño.
Veo su figura, varios metros delante de nosotros y a Klaus intentando
darle alcance, así que no pierdo tiempo, pongo en marcha el caballo, no
queriendo rezagarme demasiado.
֍

Ninguno de los dos tenemos problema para darle alcance, aunque


continúa manteniéndose a cierta distancia, volviendo de vez en cuando la
mirada, confirmando que lo seguimos y guiándonos. El lugar parece una
especie de bosque muerto, la mayoría de la vegetación no tiene vida, son
ramas secas y troncos caídos los obstáculos que debemos esquivar, los
cuales Yohan se encarga de despejar sin parecer esforzarse mucho, eso
definitivamente aligera el trayecto. Observo constantemente a Klaus, quien
sorpresivamente se mantiene callado, al pendiente del entorno y de nuestro
desconocido guía. Raro, él siempre tiene algo que decir.
De pronto el chico se detiene, devolviéndose hasta donde nos
encontramos y situándose entre ambas monturas, la mirada fija de nuevo
detrás de nosotros.
Compruebo lo que ha llamado su atención, dos sombras rápidas se
aproximan. Uno de ellos es esa persona, la otra no creo haberla visto antes,
pero parece acompañarle.
Se detienen mirando fijamente a Klaus, que a su vez lo parece evaluar.
―Está con ella ―expresa en voz alta Yohan, aunque supongo que ya le
ha explicado mentalmente. Han permanecido unos segundos simplemente
mirándose unos a otros.
Los ojos del otro hombre se posan sobre mí, recorriéndome de pies a
cabeza y asintiendo como si aprobara algo. Es incómodo.
«Lena». Me sobresalto al escuchar su voz, es casi un susurro ahogado,
pero puedo percibirlo.
«¿Señor Farah?», pregunto sorprendida. Esta es la primera vez que se
comunica conmigo, a pesar de que es capaz de hacerlo. «¿Dónde estás?»,
hay urgencia en su tono y me desconcierta saberlo, a pesar de que no puedo
ver su rostro o gestos.
Le dirijo una mirada molesta a Klaus, pero él frunce el ceño, como si no
entendiera.
―¿Qué? ―balbucea desconcertado. He creído que ha sido él quien ha
dicho a alguien sobre mi partida, pero parece que no.
―Bloquéalo ―la voz brusca de Randi me hace verlo―. Están
intentando contactar contigo, ¿no? ―¿Cómo lo sabe?―. Rompe el
contacto, bloquea tu mente.
―No sé cómo hacerlo ―admito incómoda.
―Todos podemos hacerlo, simplemente imagina que creas un bloque de
piedra o cierran una puerta ―explica el otro hombre.
―Inténtalo.
Farah (4)

«¿Qué ha pasado?». Desde luego que él sería el primero en darse cuenta.


«Atacaron la ciudad», respondo manteniéndome quieto, mientras el médico
termina de comprobar mis heridas. No se compara el dolor con el
resentimiento y malestar que me provoca saber que ese par ha logrado
escapar, después de causar tantas muertes. «Bloquea las puertas, que nadie
entre ni salga».
«Hecho».
«Enviaré a alguien en cuanto sea posible». Lógicamente es mejor no
correr riesgos y alterar a las personas. No cuando se encuentran en la
ciudad. «No hay problema, Neriah se está ocupando de todo. He tenido un
poco de problemas». «¿Estás herido?». «Un rasguño y, de todos modos,
Johari está conmigo». «Bien. ¿Sabes algo de Lena?». La pregunta me
desconcierta, pero antes de que pueda responder, continúa: «Ha dejado la
ciudad».
¡Mierda!
―¿Qué pasa? ―Miro a Johari, quien se ha percatado de mi reacción.
―Lena ha desaparecido.
«¿Eres capaz de localizarla? Caden y Josiah lo han intentado, pero debe
estar demasiado lejos para que puedan lograrlo. Es tu especialidad, puedes
hacerlo mejor que ellos». Es un poco extraño que lo diga, pero está en lo
correcto. «Lena», pruebo comprobando las sospechas de Danko. Me resulta
un tanto difícil llegar a ella, es como si se encontrara a bastante distancia.
«Solo dime algo», la voz de Danko me distrae. «¿Fueron los híbridos los
que atacaron?».
«Los mismos», confirmo con una mueca, al captar a dónde quiere llegar.
Son los únicos que podrían tener algún interés en ella y eso es realmente
jodido. «¿Señor Farah?». Ignoro el contacto de Danko, centrándome en
ella. «¿Dónde estás?», espero, pero aunque sigue ahí, no atiende. «Lena,
responde. Dime ¿dónde estás?». «Lo siento», me inquieto al percibir la
tensión en su respuesta. «Tengo que irme…».«¡No! Escucha…».
«Necesito encontrar las respuestas que no encontraré con ustedes. Lo
siento. Tengo que saber quién soy». Abruptamente se rompe la conexión.
Pruebo de nuevo solo para encontrarme con alguna especie de bloque
mental que me golpea con fuerza.
―Farah… ―Johari sujeta mi brazo, mirando alarmada la sangre que
brota de mi nariz. ¡Maldición! Pruebo de nuevo, pero es inútil, no puedo
alcanzarla. Observo la sangre que mancha mis manos. ¿Qué diablos ha sido
eso?
Armen (3)

Me lleva unos minutos darme cuenta de que algo ocurre. La postura de los
guardias y el repentino aumento en el número que se ubica alrededor del
lugar, cuando deberían estar participando en la celebración, confirman mis
sospechas. Observo a Gema, quien habla con Mai y un par de mujeres
humanas. Ellas parecen totalmente ajenas a la situación, pero no así Elina,
que tiene una expresión mezcla de angustia y nerviosismo, y mira fijamente
a Danko, que también parece molesto y sacude casi imperceptiblemente la
cabeza. Sus dos hijos se encuentran con ellos, al igual que Uriel y ninguno
de ellos parece tampoco estar bien.
«¿Qué ocurre?», inquiero permitiendo que todos ellos perciban mis
pensamientos. Me observan al mismo tiempo, mientras me acerco a donde
se encuentran, la inquietud es evidente en sus miradas, a pesar de intentar
no demostrarla en sus expresiones. «Atacaron Jaim». Oculto mi reacción e
instintivamente compruebo la presencia del resto, pero sobre todo de Farah,
que obviamente no se encuentra aquí. Lo he visto salir detrás de su mujer,
no hace mucho tiempo. «¿Has enviado guardias?», pregunto no dudando de
su buen juicio. «No aún, están asegurando el muro y revisando los
alrededores, queremos evitar un ataque mayor», explica no pareciendo
satisfecho con las medidas tomadas, pero sin duda consciente de que es lo
mejor. Por ahora no podemos exponer a todas estas personas. «Ese no es el
problema…».
«Elina», reprende mirándola con malestar. Ella lo ignora, tirando de mi
brazo. Sus ojos tienen un brillo cristalino, indicio de lágrimas.
―Lena… ―El simple susurro de su nombre me hace buscar su
presencia, pero…
―¿Dónde está? ―cuestiono alarmado al comprobar que no está en la
residencia, donde su madre la dejó. «Ese es el problema, señor», expresa
Caden. «Lena no está en la ciudad». «Ni tampoco en Jaim, ya lo he
confirmado con Farah».
¡¿Qué?!
―Será mejor ir al salón ―ordena Danko, adelantándose―. Trae a tu
mujer. He llamado al resto.
Ninguno duda en seguirle, a pesar de que ellos son los anfitriones y no
debería abandonar el lugar.
Busco con la mirada a Gema, descubriendo que ella me observa
fijamente. No tengo que indicarle que vaya, Mai la sujeta del brazo
haciéndola avanzar. «Farah». Detecto cierta preocupación. «Lo lamento».
Una disculpa no es lo que esperaba como respuesta, pero me hace temer.
Cierro los ojos, intentando no perder la calma.
Entramos en el primer salón, uno pequeño. Gema cruza la puerta,
pareciendo un fantasma, y se acerca a mí, olvidándose de su hermana, la
angustia reflejada en sus ojos. Quisiera disipar su preocupación, pero no
puedo hacerlo. «Intenta alcanzarla», pido mirando a la mujer que amo y a la
que estoy a punto de causar un gran dolor. Prometí que las protegería a
ambas.
―¿Qué ocurre? ¿Dónde está Lena? ―cuestiona Gema al ver que todos
menos ella nos hemos reunido.
«Lo intenté, pero…».
―No está en la ciudad ―Elina es quien responde, su voz trasmitiendo
angustia―. La busqué por todas partes, pero no está.
―¿Fue a Jaim? ―pregunta titubeante.
«Alguien o algo bloqueó mis pensamientos. Fue como chocar contra un
muro, me ha costado bastante responder y no me encuentro muy bien. Lo
siento. Lo único que puedo decirle, es que parece no tener miedo».
Me tenso ante su afirmación, aferrando el frágil cuerpo de Gema, que
también parece entender lo que ocurre.
―Abiel y un par de guardias irán.
«¿Estás seguro?», cuestiono. Lena nunca ha dejado la ciudad, no más
allá del valle y menos por sí sola. la única explicación lógica que encuentro
es que se la han llevado.
―¿Qué es exactamente lo que ocurre? ―cuestiona Anisa―. ¿Por qué
han bloqueado las salidas? ¿Qué está pasando?
―¿Qué? ―Gema me mira, pero sacudo la cabeza, siendo incapaz por
primera vez de responder sus dudas. Mi mente no puede encontrarla, la
angustia crece dentro de mí, el temor y la incertidumbre de no saber dónde
está―. ¿Qué pasa?
―Atacaron Jaim ―responde Danko, su expresión severa acostumbrada,
luciendo un toque de inquietud.
«¿Farah?», insisto ante su titubeo.
―¿Hay heridos?
―Algunos muertos ―admite con una mueca.
―¿Lena? ¿Ella está bien?
«No ha sido obligada, Armen». Hace una pausa, como si estuviera
calculando sus siguientes palabras. «Ha dicho que necesitaba hacerlo. Eso
es lo que ha dicho».
―¿Quieres decirlo de una vez? ―presiona Elina, ante el titubeo de
Danko. Algo poco habitual, lo que no augura nada bueno.
―Como he dicho ―recalca, mirando molesto a Elina―, atacaron Jaim.
Usaron impuros para atacar, en tanto que Johari y Farah se enfrentaban a un
par… de híbridos.
«Lo sabe, ella sabe la verdad y creo que por eso ha aceptado irse con
ellos». Un pequeño jadeo sale de los labios de Gema. Sostengo su cuerpo
cuando parece que está a punto de caer, al mismo tiempo buscando un poco
de apoyo. Ella sabe lo que significa su presencia, el mayor de sus temores y
saber que Lena está allá afuera empeora las cosas.
―Y tal como están pensándolo, se trata de Randi y los otros híbridos que
dejamos ir hace algunos años. ―Desde luego, no podrían ser otros.
―Tenemos que ir por ella ―decide Gema, intentando liberarse de mi
agarre, pero la retengo―. Armen…
―Tampoco está en Jaim ―confieso odiando la expresión que llena su
cara―. Hablé con Farah, no está ahí.
―Pero…
―Creemos que el ataque fue solo una distracción ―asegura Danko―.
Para permitir que se la llevaran.
Gema se tambalea, mirándolo horrorizada.
―¡Tienen a mi hija! Hay que hacer algo, tenemos… tenemos que ir
detrás de ellos. Podemos alcanzarlos…
―Gema ―digo. Todos la miran afligidos ante su reacción.
―¿Qué esperan? ―cuestiona señalándolo y ajena a sus expresiones―.
¡Hay que ir!
―¡Gema!
―¿No me escuchan? Tenemos que buscarla, ella… ella…
―Gema. ―La aprisiono entre mis brazos, obligándola a encontrar mis
ojos, el dolor que veo en ellos me desgarra.
―¿Qué haces, Armen? Debemos…
―Tu hija ha ido por voluntad propia ―la declaración de Danko la
rompe, las lágrimas resbalando por sus mejillas―. Además, no podemos
hacer nada hasta comprobar que no hay más amenazas…
―¡No! ―grita mirándolo furiosa―. Mientes, ella…
―Ella lo sabe ―admito con pesar―. Ha dicho que necesitaba ir.
―Gime tirando de mi ropa, antes de hundir el rostro en mi pecho.
―Es nuestra ―solloza, su cuerpo estremeciéndose―. Es nuestra
pequeña… ―Levanta el rostro mirándome suplicante―. ¡Por favor! ¡Por
favor, Armen! Tenemos que encontrarla, es mi hija…
―Lo haremos. Te lo juro, pero antes debemos permitir que lo haga. Ella
necesita las respuestas que no fuimos capaces de darle ―mis palabras la
hacen derrumbarse. La tomo en brazos, abandonando la estancia,
dirigiéndome a nuestra habitación. Su llanto es un murmullo en medio de
los sonidos procedentes del exterior―. Se lo debemos. Es su derecho.
―¿Y si la lastiman? ―susurra sin separar el rostro de mi pecho.
―Si fuera ese su objetivo, no la habrían llevado con ellos.
―Podrían hacerla cambiar, ella… podría no querernos más.
Entro en la habitación, sentándome en el borde de la cama, aún con ella
en brazos. Beso su pelo, abrazándola con fuerza.
―Es nuestra Lena, es más fuerte de lo que pensamos y lo más
importante, ella ama a su madre. No la mujer que la trajo al mundo y dio la
vida por ella, sino aquella que le dio todo el amor y cuidado, que solo una
verdadera madre puede dar. Tú eres su madre, Gema, eso nada ni nadie
puede cambiarlo. Confía en ella.
―Pero…
―Iremos. Al amanecer iremos.
Abiel (7)

No hay tiempo para formalismos o esperar una oportunidad de salir pasando


desapercibido, salto del muro, atrapando en la caída el rastro de impuros
que el viento traslada. ¿Cómo es que de pronto aparece un grupo de ellos?
Resulta desconcertante, pero no importa en este momento. Los localizo de
inmediato: se encuentran cerca de la entrada principal, pero no lo suficiente
para alcanzarla antes de que consiga llegar al primero de ellos. Emite un
gruñido furioso, moviéndose directamente hacia mí, dejando al descubierto
sus largos colmillos, dando a su rostro un aspecto mucho más desagradable,
el cual no me amedrenta. Elevo el brazo sujetando con fuerza mi espada, no
dispuesto a perder el tiempo. Un corte certero, sin contemplaciones ni
remordimientos, hace rodar su cabeza, su cuerpo desplomarse con un golpe
seco delante de mis pies. Una amenaza menos, pienso girándome. Desde
luego que su debilidad y desesperación por obtener algo de alimento lo
convierten en un fácil oponente. Sacudo la sangre que escurre de la cuchilla
mirando alrededor, dirigiéndome al siguiente objetivo, que tras segundos
tiene el mismo final. Tenaces, pero demasiado débiles para implicar un
verdadero rival.
―Controlado ―afirma Rolan aproximándose a donde me encuentro.
Hace un sonido de repudio, al tiempo que golpea una de las dos cabezas
cercenadas, alejándola de nuestra posición.
―¿Cuántos eran? ―pregunto confirmando que tanto Coval, como Faze
y Haider han acabado con sus oponentes, sin mayores contratiempos y
manteniéndose intactos. Un subalterno entrenado no es contrincante para un
impuro.
―Caídos siete. Han huido algunos ―acepta con una mueca.
―¿Cuántos? ―repito analizando el número de posibles amenazas.
Desde luego que son fáciles de eliminar, pero si alguien llegara a verlos, se
correría la voz con rapidez y alteraría a todos. Evitarlo es la prioridad.
―Quizás un par más, pero no queda ninguno que implique un peligro
para la ciudad.
―Deberíamos ir tras ellos ―opina Coval, echándose la espada al
hombro.
―Voto por eso ―apoya Haider, pasando la mano por su corto cabello
rizado, como si tratara de componer su aspecto. Faze simplemente se
encoge de hombros, con su característica actitud indiferente y tranquila.
―La orden es alejarlos de las puertas e ir a Jaim. ―Miro sorprendido a
Rolan ante su afirmación, lo mismo que hace el resto de la guardia. El señor
Danko no se ha puesto en comunicación conmigo, simplemente emitió la
orden de resguardar la ciudad y eliminar las amenazas, esperando nuevas
indicaciones.
―Fue lo que dijo ―justifica al darse cuenta de mi desconcierto. Algo no
va bien.
Aspiro profundo, al tiempo que agudizo mis sentidos, tratando de
confirmar que no hay más amenazas y diluir mi presentimiento; sin
embargo, no es lo que obtengo. Percibo no solo el desagradable aroma de
los repudiados, también el débil pero característico rastro de híbridos y, lo
que resulta más alarmante, el aroma a sangre humana.
¡Maldición!
No espero por Rolan o los demás, ni tampoco doy explicaciones, me
dirijo directo hacia Jaim.
Josiah (8)

Todos guardan silencio al ver al señor Regan abandonar la estancia con la


tía Gema, quien luce destrozada con los aparentes acontecimientos, que
ninguno de nosotros esperaba. Lena parece haberse marchado con esos
sujetos y, al mismo tiempo, dejando tras su partida un importante grupo de
personas fallecidas. No entiendo lo que ocurre y me resulta tan
desconcertante como al resto.
Salgo de mi aturdimiento al sentir cómo la mano de Airem se libera de la
mía, cuando se dirige a la puerta.
―Airem ―la llamo alcanzándola en el pasillo, mirándola confundido.
―Debo saber cómo están mis padres.
Cierto. Me olvidé de que ellos fueron quienes se enfrentaron a los
intrusos.
―Han bloqueado la ciudad ―le recuerdo, reteniendo su brazo, no
deseando que se exponga al peligro. Aún a sabiendas de que no es débil y
que bien podría hacer frente, no me gusta la idea.
―No importa ―niega liberándose de mi agarre, dirigiéndose a la puerta.
Caden quien se encuentra en la puerta, mirándonos, sacude la cabeza,
señalando a Elise, que se abraza a sí misma, su rostro refleja la
incertidumbre y pesar ante las desagradables noticias que hemos recibido,
no solo de las personas que han muerto, también la inminente marcha de
Lena.
Lena. Tendrá que oírme en cuanto la vea. ¿Por qué ha tenido que actuar
de ese modo tan imprudente y estúpido? ¿No se da cuenta del daño que
provoca a sus padres, especialmente a su madre? No es un comportamiento
propio, porque a pesar de todo piensa antes de actuar, sin embargo, no es lo
que parece en este momento.
―Voy con ella, quédate ―digo a Caden, antes de ir tras Airem, a quien
encuentro dirigiéndose al muro.
Desde luego que no piensa esperar para salir como se debe. La sigo
tratando de aparentar normalidad y confirmando que las personas parecen
totalmente ajenas a lo que ocurre, no así algunos de los fundadores más
antiguos, quienes sin duda se han percatado de la tensión. También algunos
guardias que me miran inquietos, pero simplemente me limito a dirigirles
miradas tranquilizadoras, sin detenerme o comunicarme mentalmente. Por
ahora es mi padre quien ha optado por ocuparse de todo. Desde luego que ni
Caden o yo esperábamos que la primera noche que asumiéramos el mando
de las ciudades tendríamos que enfrentar una situación como esta. Peor aún,
en el caso de Jaim, donde hay decesos que lamentar y notificar a los
familiares.
Camino un par de metros por el borde del muro, esperando despistar a
quienes han seguido mi trayecto, antes de saltar y seguir a Airem, quien sin
problemas cruza la corta distancia que separa Cádiz y Jaim. Lo único que la
frena, son las puertas que se encuentran cerradas, desde luego que entrar no
resulta tan fácil, con la altura considerable y el diseño complemente carente
de apoyos que podrían facilitar el ascenso. Algo que parece estar
poniéndola de nervios y que me hace confirmar que lo que sea que haya
ocurrido, no fue simple casualidad. Alguien tuvo que facilitarles el acceso y
contra todo lo que puede parecer, tengo la certeza de que no ha sido Lena
quien ha provocado esto. Ella nunca habría consentido algo tan atroz.
―¡Abran la maldita puerta! ―grita de nuevo Airem, golpeando
levemente el puño, consciente de que lo menos recomendable es dañarla,
alternando miradas hacia lo alto, donde parece no haber nadie quien
atienda.
Permanezco detrás de ella, contactando con Neriah, quien
afortunadamente se encuentra dentro. Le hago saber de nuestra presencia y
la necesidad de su ayuda.
―¡¿Dónde demonios están?! ―farfulla moviéndose ansiosamente,
mirándome de reojo, sin contener su temperamento.
Un par de segundos más tarde, un ligero sonido antecede al desistir de
las puertas.
―Ya era hora ―murmura entrando con rapidez. Doy una mirada
alrededor, antes de ingresar.
Airem no se encuentra a la vista, solo Neriah, quien acciona el
mecanismo que vuelve a cerrar la entrada.
De un salto se encuentra a mi lado.
―Gracias.
―Lamento la demora, es solo… ―deja la frase sin terminar, señalando
la ciudad.
Es estremecedora la visión. La muerte se percibe, así como la tensión
que sigue a un ataque. Avanzo con paso lento, observando a algunos
guardias y humanos que se mueven, tratando de borrar los rastros de lo que
ha sido una masacre despiadada. Eran simples personas, incapaces de
defenderse, aun cuando se trataba de impuros.
―No tuvieron oportunidad de escapar ―expresa Neriah, su semblante
habitualmente apático, dejando ver tristeza e impotencia. Él, quien ha
convivido los últimos años con estas personas, desde luego que tiene que
sentirse afectado.
―¿Sobrevivientes? ―inquiero en voz baja.
―Un par. ―Me detengo mirándolo fijamente―. Han sido llevados a la
clínica y Haider se encuentra vigilándolos. Por el momento, no se sabe si
han sido afectados, ambos permanecen inconscientes.
―En cuanto sea posible hay que llevarlos a Cadiz, que Kyla se encargue
de ellos.
―¿Kyla?
―Si han sido infectados con su ponzoña, no hay alternativa, hay que
transformarles antes de que pierdan el juicio.
―Creí que eso no era posible ―dice verdaderamente sorprendido.
―Y no lo es, solamente ella puede hacerlo, pero debe hacerse en las
primeras horas y es algo que no debes repetir. No se desea dar falsas
esperanzas o hacerles temer por convertir a esos seres.
―Entendido, señor.
Retomamos la marcha, observando los rostros temerosos y llorosos de
los pocos habitantes que esta noche habían decidido permanecer aquí. Qué
ironía.
―¿Mis abuelos?
―Seguros. No llegaron tan lejos, Johari ayudó a frenarlos.
―Los híbridos escaparon, ¿cierto?
―Sí, eran dos y Farah estaba herido…
―¿Qué tan grave es? ―pregunto auténticamente preocupado, no solo
por su bienestar, sino también por Airem.
―Ha dicho que no demasiado, pero ya fue atendido.
―¿Los cuerpos?
―Están en la clínica, a la espera de que los familiares de algunos de
ellos regresen. Se está pensando en una ceremonia múltiple. ―Asiento
ligeramente con la cabeza.
―Ordena que recorran toda la ciudad y los muros. Hay que asegurar que
no haya más amenazas y que alguien se encargue de notificar a las familias
de los fallecidos apenas vuelvan.
―Sí.
―También… ―Veo cómo Abiel se aproxima a nosotros. Su rostro no
tiene buen aspecto. Se ha enterado.
Se detiene a escasa distancia de mí, mirándome agitado.
―¿Dónde está Lena?
―Ve ―indico a Neriah, quien rápidamente se aleja, sin mirar atrás.
Centro mi atención de nuevo en Abiel, teniendo dos impulsos opuestos para
su persona. El primero de ellos, sintiendo lástima por su angustia. El
segundo, recriminando la parte de responsabilidad que debe asumir en esto.
―Está en Cádiz, ¿cierto? ―repite menos contenido que antes.
―Sabes que no es así ―consigo decir tranquilamente, disfrutando
levemente de su reacción―. ¿Qué ha ocurrido entre ustedes esta noche?
―cuestiono con dureza, acusándolo directamente. Es una idea que ha
estado rondando mi cabeza desde que la tía Elina descubrió su ausencia,
misteriosamente justo después de que se supone que él fue en su búsqueda.
Luce horrorizado ante mi pregunta―. Sea lo que sea que hayas dicho, es
probable que la motivara a ir a quién sabe dónde con un par de
desconocidos…
―No…
―No es a mí a quien debes explicar, ni tampoco soy quien debe
reprocharte o romperte la cara. El hecho es que ella se fue.
Su mandíbula se contrae y sin decir nada pasa de mí. Casi puedo adivinar
sus pensamientos.
―De nada sirve que vayas, las ciudades están bloqueadas por el
momento.
―Iré a buscarla. ―Me muevo, alcanzando su brazo, deteniéndolo de
golpe.
―El señor Regan ha ordenado esperar, al menos hasta el amanecer. De
nada sirve que vayamos… ―Se aleja de mí, negando desesperado.
―Imposible, él no…
―Lo ha hecho. Así que no hagas nada imprudente.
―No entiendo ―murmura consternado―. ¿Simplemente piensan
sentarse a esperar? ¡Lena corre peligro! Se la han tenido que llevar.
―No. ―Miro a Farah, que se mantiene a unos pasos detrás de nosotros,
todavía luciendo una venda en el pecho y en un brazo―. Te lo dije, ha
pedido que no la sigamos. Y Josiah dice la verdad: Armen ha ordenado que
la dejemos.
―Si no has sido capaz de mantenerla a tu lado, no quieras bloquear su
camino. ―Me contempla atónito, ante la veracidad de mis palabras y el
sentido que tienen. Admito que él ha puesto mucho de su parte, pero desde
luego no lo suficiente. Y no es que eso lo haga culpable, pero sí lo libera de
la responsabilidad de ir tras ella.
―Hay que esperar, Abiel ―finalmente suspira Farah, dando un golpe en
su espalda―. Si nos apresuramos, podrían solo complicar las cosas. Piensa
en esto, si hubieran querido lastimarla, lo habrían hecho en el momento o
nos hubieran dejado una advertencia, pero no es el caso.
―Ellos la necesitan o al menos es mi deducción ―opina Johari―. Han
creado toda esta distracción, así que deben tener algo en mente.
Abiel no luce convencido, pero al menos no parece estar a punto de
saltar al precipicio, solo por ir tras ella. Aunque eso no evita que se marche.
Abiel (8)

La frustración se acumula dentro de mi pecho, no solo por ser incapaz de


liberarla, sino porque al mismo tiempo, aumenta con cada una de las
palabras que escucho. ¿Qué pasa con todos? ¿Acaso ha dejado de
importarles? No entiendo su actitud.
―¡No pueden hablar en serio! ―exclamo agitado, golpeando los puños
sobre la madera, dejando un par de marcas que no pasan desapercibidas
para el señor Danko, que se limita a enarcar una ceja.
―Las personas están asustadas, temerosas de un nuevo ataque, no
podemos dejar sola la ciudad en este momento.
―Con todo respeto, señor, no hace falta mandar a toda la guardia, puedo
ir solo…
―No ―niega rotundamente, mirándome con severidad―. Por alguna
razón que se les escapa a todos, menos a mí y supongo a Armen, él no
considera que sea prudente que vayas. Por otro lado, esperaremos hasta los
funerales y a que se calmen un poco las cosas. Prácticamente nadie sabe
sobre la ausencia de Lena y preferimos que siga así, no queremos levantar
falsos rumores. En Cádiz se cree que está quedándose en Jaim y viceversa.
―Pero…
―Además, aún no se ha decidido quién irá. Desde luego que Gema no,
ella podría terminar con todas las cabezas que encuentre a su paso, sin
preocuparse por indagar qué ha sucedido, algo que podría poner en peligro
a la chica.
―Pero…
―Sé que te preocupas y contrario a lo que piensan, te importa, pero si
algo llega a ocurrirle, será solamente responsabilidad suya. Y eso es algo
que incluso su padre ha asumido, así que no nos corresponde cuestionar sus
decisiones.
―Señor…
―Hay que esperar, Abiel. Es una orden. ―Señala la puerta―. Ahora, si
haces el favor de salir, tengo que hablar con Mai.
―Usted ama a la señora Mai, usted entiende lo que es no saber si se
encuentra bien la mujer que se ama…
―Abiel ―sacude la cabeza―. No es a mí ni a nadie de la residencia a
quien deberías decirle, sino a Lena. Si cruzas esa puerta prometo
asegurarme de que lo hagas.
No dudo, abro la puerta, encontrándome de frente con la señora Mai. Le
dirijo una pequeña inclinación antes de salir.
―Señora.
―Hola ―saluda con una débil sonrisa.
―Abiel ―me detengo al escucharlo llamarme, me vuelvo,
encontrándome con su expresión seria―. No importan cuántas negativas
salgan de sus labios, el que tiene la última palabra siempre será su corazón.
―Sus ojos se desvían hacia su mujer, quien luce sorprendida―. No hay un
rival y aun cuando lo haya, si lo que sientes es real, demuéstralo, no solo
con palabras. Ahora vete.
Asiento moviéndome por el corredor. Voy a encontrarte, Lena. Aún no
hay nada escrito.
Lena (29)

«Tengo que saber quién soy». Es una verdad absoluta, a pesar de lo que
implica. Cierro los ojos, conteniendo el aliento, ante la gravedad de lo que
acabo de hacer. Imposible mentirle, ellos lo sabrían tarde o temprano y
aunque no tengo justificación alguna, ir es algo que necesito, aun cuando
tengo en mente que debo asumir las posibles consecuencias de mi
imprudencia, eso no significa que no los ame o sea una malagradecida, no.
Porque sin importar lo que pase o todo lo que este hombre ha dicho, mis
sentimientos por ellos no cambian, pero hay una verdad que debo conocer
por mí misma. Es como si algo me empujara, como si fuera parte de mi
destino. Toda mi vida he estado protegida, cobijada al amparo de mis padres
y siendo tratada como una cosa frágil que es incapaz de una simple
sacudida, no me quejo o reprocho, pero quiero hacerlo yo sola por primera
vez. Especialmente porque esto podría ayudarme a encontrar esa parte que
siempre he sentido que me hace falta.
―¡Vaya! ¿Qué rayos ha sido eso? Incluso yo lo sentí ―escucho decir,
pero no presto atención ni tampoco abro los ojos, reflexiva sobre lo que
implica que el señor Farah esté al tanto de lo que he hecho. Mis padres lo
sabrán y aunque lo lamento profundamente, no puedo dar marcha atrás.
Esto es algo que he pensado demasiado.
―Tiene que ser más que un simple bloqueo. No cabe duda: eres su hija.
Lo miro con brusquedad, ante su segura afirmación.
―¿De verdad sabes quién es mi padre? ―Lo observo dudosa. Hasta el
momento, solamente había mencionado o afirmado saber quién era mi
madre y jurado que me parecía a ella.
Asiente con un movimiento de cabeza, pareciendo más que complacido
con lo que aparentemente es un descubrimiento. No solo para él, no
entiendo muy bien qué ha pasado, aunque supongo que él ha tenido que ver
en el hecho de poder bloquear la voz del señor Farah.
―Ya no tengo dudas. Eres tan especial como tu padre, Lena. Keith no
era un tipo ordinario y tú tampoco. ―Quiero preguntarle a qué se refiere,
pero el otro híbrido hace el sonido de un silbido, antes de soltar una
carcajada.
―¿Keith? ¡Já! ¿Quién lo hubiera dicho? ―ríe mirándome con interés.
Es extraño. Tiene que ser un poco mayor que Yohan, se encuentra en forma,
alto y tiene aspecto rudo.
―Incluso él estaría sorprendido. Aunque no es prioridad ahora ―hace
una pausa señalando hacia el frente―, hay que movernos.
―No vendrán ―murmuro consciente de lo que significa la declaración
que he hecho al señor Farah y de la cual podría arrepentirme; sin embargo,
aunque no me fío del todo de estas personas, me aseguraré de que Klaus
esté a salvo en todo instante. De alguna manera, todo ese entrenamiento
recibido y también la asistencia a prácticas deberán servir de algo.
―No es de ellos de quienes debemos preocuparnos ―hace una mueca,
echando un vistazo en derredor―. Hay impuros siguiéndonos.
―¡¿Impuros?! ―cuestiona Klaus mostrándose inquieto y al mismo
tiempo emocionado. Encontrar uno de ellos y poner a prueba nuestras
habilidades es algo que siempre solíamos hacer con Airem. Son muy raros
los que se han visto rondando las ciudades y siempre eliminados por la
guardia. Imagino que ella estaría feliz de estar aquí y saberlo,
definitivamente.
―Como lo oyes. Así que hay que darnos prisa, no podemos detenernos
hasta que salga el sol, eso los frenará.
―¿No se supone que mueren si se exponen a la luz solar? Ellos no
tienen bloqueador… ―Se calla al darse cuenta de lo que está haciéndoles
saber y de la mirada que le envío. Desconozco si ellos tienen esa
información, pero es mejor no profundizar en nada referente a las personas
de Cádiz y mucho menos de Jaim.
―No, no lo usan como los vampiros de Cádiz ―explica tranquilamente,
no tomándole importancia al repentino silencio de Klaus, que luce
abochornado, dirigiéndome una sonrisa a manera de disculpa―. Sin
embargo, eso no quiere decir que los perderemos tan fácil, puede ser que
estén desesperados, pero no son idiotas. Buscarán algún lugar dónde
refugiarse y al atardecer seguirán nuestro rastro. Son demasiado tenaces
cuando de alimento se trata.
―Y eso somos nosotros, especialmente tú ―le hace saber con cierto
deleite―. Prefieren la sangre de los humanos. ―Klaus pasa saliva, sin
poder ocultar su temor. Eso le divierte aún más―. Por cierto, Randi, esos
caballos pueden retrasarnos, debemos llegar con luz de día o será un
verdadero problema entrar.
―Si es el caso, esperaremos ―interviene Yohan, a lo que Randi asiente
para disgusto del otro hombre, a quien no parece agradarle Klaus.
―En marcha.
Intercambio una rápida mirada con Klaus, quien de nuevo señala su
espada, asegurándome que la tiene a la mano y que no debo preocuparme
por él. Eso ni pensarlo. No puedo estar de acuerdo, esto no está saliendo
como esperaba.
Sin decir nada, todos comenzamos a movernos. Me sobresalto cuando el
otro hombre se acerca a mi montura con una pequeña bolsa.
―¿Te importa? ―pregunta señalándola―. Son algunas provisiones.
Evidentemente es solo un pretexto, no parecía tener problemas para
llevarla hasta hace un momento y Yohan no deja de mirarle, como si
quisiera asegurarse de que no pretende algo más. Lo pensado, si debo
confiar en alguien, sería en ese chico. Al menos eso creo.
Sacudo la cabeza, disminuyendo el paso del caballo, permitiendo que lo
ate. Xean o al menos creo que así se llama, sonríe de modo exagerado antes
de apartarse y quedarse en la parte trasera del pequeño contingente que
formamos los cinco, delante va Yohan con Randi, al centro Klaus y yo.
Bien, esto ha comenzado.
֍

―Me duele el trasero ―se queja Klaus mirándome de reojo. No puedo


estar más de acuerdo con él, hemos cabalgado toda la madrugada y es casi
medio día. Según lo dicho, un par de impuros estuvieron a nada de darnos
alcance casi al amanecer, así que no han querido esperar o tomar un
pequeño descanso. Y para alguien que no acostumbra a montar con
frecuencia, estamos no pasándola tan bien como se desearía.
Sinceramente no lo entiendo, es decir, hace demasiado tiempo que nadie
en Cádiz o Jaim ha visto impuros e incluso se llegó a pensar que de alguna
manera habían dejado de existir, pero su manera de actuar me hace suponer
que no es así. Los tres, especialmente Randi, parecen ansiosos, no dejando
de mirar detrás y en todas direcciones, como si esperara que de pronto
fueran a aparecer muchos de ellos y echársenos encima. Para mí, sería poco
probable, no lucen tan fuertes o atemorizantes. No obstante, ¿qué puedo
saber yo, si es la primera vez que me enfrentaría a uno? Además, tampoco
soy tan fuerte como un fundador.
―Y aún nos quedan un par de días más de camino ―le hace saber Xean
con cierto gozo. He confirmado que el tercer híbrido con quien viajamos se
llama así y también que parece muy interesado en mí. No soy tan despistada
como para no darme cuenta del modo en que me mira. Incómodo, por
fortuna no ha intentado nada, aunque tampoco tengo interés. Sin importar lo
que le he dicho a Abiel, él no sería un candidato.
―¡¿En serio?! ―pregunta Klaus, completamente horrorizado.
―Sí, así que mejor te pones cómodo.
―Como si pudiera ―farfulla moviéndose sobre la montura. Lo que me
preocupa es la condición de los caballos, ellos también han comenzado a
resentir el viaje. Tampoco han comido ni bebido nada y si continuamos así,
pronto no podrán seguir su ritmo, que resulta bastante sorprendente. Nunca
lo he intentado, pero me gustaría saber si puedo hacer lo mismo que ellos.
Randi aseguró que era como él, debería ser capaz.
―Debemos tomar un descanso ―sugiere Yohan mirándolo
comprensivo, pero Randi comienza a negar, descartando la idea, moviendo
la cabeza.
―Imposible. Hay que llegar cuanto antes.
―Los caballos nos están retrasando. ―Le dirijo una mirada molesta a
Xean, pero él solo se encoge de hombros―. Lo siento, linda, pero es la
verdad. Si fuéramos a pie, iríamos más rápido y haríamos menos tiempo.
Hemos estado frenándonos.
―Él es humano ―Yohan interviene―, no puede seguir nuestro ritmo.
―Una pena, aunque tal vez ayude a darnos algo de ventaja si sacia un
poco la sed de nuestros amigos.
―¡¿Qué?! ―jadea Klaus, mirándolos con nerviosismo.
―Solo está bromeando. ―Yohan niega, reprobando el mal comentario
de Xean.
Hasta el momento, sigo pensando que el único en quien podría confiar
sería Yohan. Randi es demasiado frío, calculador; mientras que Xean parece
disfrutar con hacer pasar mal rato a los demás y aunque lo dice a manera de
broma, me da la impresión de que no dudaría en hacerlo si fuera el caso.
Definitivamente, no es de mi agrado.
―Xean tiene razón, tenemos que dejar los caballos. ―Klaus asiente con
una expresión estoica, aunque es consciente de que estaría en desventaja y
que le costará seguirnos. ¡Rayos!
―Serían de ayuda… ―comienza a decir Yohan, pero Randi lo
interrumpe.
―Lo sé, pero dejan un rastro fácil de seguir y no olvides que debemos
despistarlos.
―¿Qué sugieres? ―Me limito a observar su intercambio de opiniones,
sin saber qué podría decir para hacerlos desistir.
―Pronto llegaremos a uno de los ríos, podemos caminar un poco a lo
largo y dejarlos ir en la dirección contraria a la cual nos dirigimos.
―Eso los confundiría, pero supongo que ellos deben recordar de su
existencia ―murmura Xean sin rastro de ironía o sarcasmo, pareciendo
totalmente centrado.
―Es posible, pero una vez que estemos dentro, no podrán tocarnos y esa
es la prioridad.
―No te olvides de los impuros.
―Ellos seguirán siendo una molestia y por eso tampoco debemos perder
el tiempo. ―Randi me mira y luego a Klaus―. Tendrá que intentar
seguirnos, los caballos se quedan.
―Bien ―responde Klaus, muy seguro.

Después de su rápido debate, continuamos avanzando por un buen rato


más con los caballos. Nadie dice nada, solo supongo nos guían a donde se
encuentra el río, el cual aparece a la vista casi al atardecer.
Nos internamos en el agua y nos movemos siguiendo el cauce, para
ocultar nuestro rastro y despistar. Evidentemente, no se trata de los impuros,
sino de quien podría venir de Cadiz o Jaim. Suspiro mirando el horizonte.
Me habría gustado asegurarme de que nadie viniera detrás de nosotros, lo
que menos deseo es ponerlos en una difícil situación; sin embargo, de
alguna manera tengo la certeza de que no me habrían permitido hacer esto y
en parte espero que mi inesperada partida los haga no intentarlo.
―¿De verdad vamos a abandonarlos? ―susurra Klaus, acariciando el
lomo de su caballo, que aprovecha para dar sorbos cada que tiene la
oportunidad. Sí, están tan agotados y hambrientos como me siento yo.
―Eso me temo. ―Me muerdo los labios para no replicar. No estoy en
posición de exigir, aunque pensar en lo que puede ocurrirles no me gusta―.
Si seguimos en ellos estarán más cansados de lo que ya lo están y
terminarán retrasándonos más.
―Por eso lo han decidido.
―Supongo.
―¡Ahí! ―Miro hacia donde Randi señala, un par de árboles cercanos a
la orilla―. Pararemos ahí un momento, para comer algo antes de continuar.
―Qué bien ―ironiza Klaus, suspirando. Le sonrío ligeramente,
encogiéndome de hombros.
―Lo siento. ―Niega, dándome una palmada en el brazo.
―Ya te lo dije, puedes contar conmigo.
―Gracias.
Para cuando nos sentamos alrededor de una pequeña fogata, las sombras
de la noche han caído, la brisa helada del agua nos envuelve, obligándonos
a estar lo más cercanos posible al fuego. Ellos han cazado algún tipo de
animal que han asado y del que tanto Klaus como yo hemos preferido no
preguntar.
Aprovecho para observarlos, aunque se han esforzado en no mostrarlo,
lucen tan agotados como nosotros y puede que un poco más. No conversan
demasiado ni dan detalles, lo único que sí nos hacen saber, es que los planes
siguen siendo los mismos, continuamos a pie y tras solo un momento de
descanso, para compensar el ritmo que tengamos que llevar para no dejar
atrás a Klaus. Así que esta noche tampoco dormiremos.
―Tranquila ―dice Randi al percatarse de mi suspiro―. Todo esto vale
la pena. Como te dije, no solo sabrás la verdad, también verás algunos
rostros que te sorprenderán.
Me limito a asentir ligeramente, sin estar segura de qué decir. La verdad.
Me pregunto si vale la pena.
―Eres de los nuestros, es un hecho que siempre debiste estar con
nosotros.
Klaus me observa sorprendido, desde luego que él ignora la mayoría de
las cosas, aunque supongo que a estas alturas ha deducido en gran parte de
qué va esto.
―Bien ―Randi se incorpora sacudiéndose las manos―. Hora de
movernos.
Tomamos todo lo que podemos llevar de los caballos y luego Yohan y
Xean se encargan de dejarlos libres.
―¿Sabes que podría comérselos algún impuro desesperado? ―Miro de
reojo a Klaus, quien se encoge ante la expresión molesta que le dirijo. No es
que me agrade demasiado hacerlo, pero quizá sea lo mejor―. Solo…
―Entendí la idea.
―Andando ―ordena comenzando a internarse entre los árboles.
―¿No vamos a esperarlos?
―Ellos nos alcanzarán.
Asiento poniéndome en marcha. Aunque he sugerido que quizás debería
intentar volver, nada ha hecho desistir a Klaus y en este punto del trayecto,
creo que es mejor seguir. Estamos a solo un día de llegar a donde se supone,
y no solo encontraré parte de mi origen, también a quienes llevan de verdad
mi sangre. ¿Cómo serán? ¿Me arrepentiré?
Lena (30)

Deprimente. Es como puedo definir el panorama. No hay nada, solo tierra,


rocas, algunos matorrales secos, ni siquiera animales salvajes. Nada. Hemos
dejado atrás la zona boscosa y llegado a lo que parece ser prácticamente
desierto.
―¿Seguro que vamos en la dirección correcta? ―murmura Klaus tan
extrañado como yo.
―Lo es ―confirma Yohan, colocándose a la par de nosotros, tras dejar a
Randi al frente.
―Pero… No parece que lleguemos a ninguna parte.
Él suspira, una expresión de añoranza y malestar mostrándose en su cara.
―No siempre ha sido así ―explica señalando el vacío terreno.
―Me cuesta creerlo. ―Klaus sacude la cabeza.
―Fue obra de ellos, de los impuros. ―Él parece hablar en serio, su ceño
fruncido acentuándose más―. Como no podían cazarnos, comenzaron a
devastar los alrededores, exterminando no solo a los animales, que eran
nuestra principal fuente de alimento, también la vegetación. ―Se frota la
nuca, dejando escapar un suspiro―. Al no haber plantas o árboles, tampoco
hay agua y eso nos obliga a ir cada vez más lejos para conseguir alimento.
―Se los dije ―interviene Xean, sonando molesto―, son unos malditos
astutos capaces de todo con tal de tener nuestro cuello.
―Extienden el perímetro para que no puedan regresar antes de que el sol
se oculte y así poder tener una oportunidad para atraparlos ―razono en voz
alta.
―Justamente eso.
―Y el lugar a donde vamos, ¿es habitable? ―inquiere Klaus, sin ocultar
su preocupación.
―Lo es, hasta el momento no han conseguido entrar por mucho que lo
intenten; ya que, si ellos son inteligentes, nosotros somos más, así que dudo
que lo consigan. Por lo único que debes preocuparte, es que logremos
llegar, el resto no es problema.
―¿Qué tanto hablan? ―cuestiona Randi, con mala cara―. ¡Muévanse!
Yohan asiente con una sonrisa tensa, antes de volver la atención a Randi,
quien definitivamente es su líder y no únicamente de este pequeño grupo.
Me pregunto, ¿cuántos son? ¿Hay niños? Tengo demasiadas interrogantes,
que por el momento deben esperar, tal como ha pedido.
Continuamos el trayecto en silencio, rodeados por una extraña quietud
que resulta perturbadora. Observo preocupada a Klaus, quien a pesar de sus
esfuerzos por mantearse a la par y de mostrarse relajado cada vez que se
percata de mi mirada, comienza a lucir cansado. Nadie ha dicho nada al
respecto, pero es evidente que ellos han tenido que disminuir el ritmo de su
marcha para no dejarle atrás. No es fácil, hemos descansado solo un par de
horas, eso antes del amanecer y el sol hace mucho que despuntó; además,
solo tuvimos un rápido bocado, lógicamente no es suficiente, incluso yo me
siento hambrienta y deseosa de poder dormir un poco. Algo que por el
momento es impensable. Ellos tienen buena resistencia, pero también han
comenzado a demostrar signos de agotamiento.
Y como si no fuera suficiente, el cielo luce cada vez más oscuro, poco a
poco enormes nubes negras y vientos helados han ido rodeándonos a
medida que avanzamos en medio del paraje árido. Sin duda es mejor que el
calor, al menos para mí, pero eso no parece gustarles tanto a ellos, que con
sutileza presionan cada que pueden, instándonos para que aumentemos la
velocidad de nuestros pasos.
―Esto es malo ―comenta Xean, cuando una ligera cortina de pequeñas
gotas se precipita sobre nuestras cabezas. Lluvia. Que contrasta
notablemente con el paisaje, pero sin duda resultaría benéfico.
―Una tormenta ―confirma Yohan, señalando el oscuro horizonte, justo
hacia donde nos dirigimos.
¡Vaya! Eso parece bastante malo. Se pueden apreciar algunos relámpagos
y casi no se distingue nada.
―Lo que nos faltaba ―ironiza Xean, echando por tierra mi impresión de
que una lluvia ayudaría a hacer crecer la vegetación.
Randi ignora sus comentarios, limitándose a continuar moviéndose, pero
pendiente de los alrededores. Se muestra demasiado tenso, ya no tan seguro
como al inicio, prácticamente. No ha dicho nada, únicamente para hacernos
notar lo retrasados que vamos o que aumentemos la marcha.
Contengo un suspiro. Sinceramente, comienzo a cuestionar mis acciones,
mi gran imprudencia, tanto como casi puedo adivinar que lo hacen ellos.
¿Por qué arriesgarse tanto por mí? Así que la cuestión es, ¿lo vale? No lo
creo. Es un trayecto bastante largo, agotador y preocupante, a juzgar por la
tensión en sus hombros y su constante vigilancia. Demasiado peligroso por
todo lo que han dicho.
Impuros. Anteriormente, cuando existían las tres ciudades, previas a la
construcción de Jaim, eran la peor amenaza para las personas que vivían en
las inmediaciones. Se supone que durante las batallas que se libraron
muchos fueron exterminados; sin embargo, los pocos que quedaban
contrario a lo esperado, de pronto desaparecieron y hace años que no se
sabía de ellos. Ocasionalmente se avistaba uno en los alrededores de Cádiz,
pero no era una verdadera amenaza, no solo porque ahora los humanos
también habitan dentro de los muros, sino porque la guardia fue reforzada y
encargada para eliminar todo lo que implicara riesgo. Algo que no se
aplicaba del todo en aquella época.
Hasta ahora, ignoro dónde es que ellos habitan, no han dicho gran cosa,
como si estuvieran siendo precavidos, aunque por su aspecto es evidente
que no tiene comparación con Cádiz o Jaim, y quizá sea ese el motivo por
el que los impuros los ven como presas fáciles. No es una vida sencilla,
verse obligados a salir para buscar alimentos y enfrentarlos.
―No se arriesgarían, ¿o sí? ―balbucea Klaus, leyendo entre líneas lo
que intentan dar a entender.
Si cae una fuerte tormenta, en la cual hay prácticamente una total
ausencia de sol, los impuros podrían retomar su persecución, intentando
darnos alcance. Nos hemos mantenido en movimiento debido a ellos y
aunque desconozco cuántos son, claramente no desean arriesgarse a un
enfrentamiento. Eso es un poco extraño: siempre he escuchado que no son
rivales para un híbrido, aunque no tengo problema con evitarlos,
especialmente teniendo en cuenta que Klaus nos acompaña y que, por lo
dicho, sería el blanco de su ataque.
―Están locos, nunca des nada por hecho. ―Xean hace una mueca―. Te
sorprenderían las cosas que pueden llegar a hacer. No hace mucho, uno de
ellos atacó en pleno día, no duró demasiado bajo el sol, pero lo intentó. Así
que una tormenta no los detendrá, al contrario, los alentará a arriesgarse.
―¿Falta demasiado para llegar a… donde sea que nos dirijamos?
―Klaus le mira preocupado.
―Si tenemos suerte, llegaremos antes de que caiga la noche. ―Yohan se
muestra optimista, aunque también se mantiene alerta, muy al pendiente de
Klaus. Ese chico cada instante que pasa me cae mejor, no parece ser una
mala persona y es bastante amable.
―No falta mucho ―dice animado, pero tanto Klaus como Xean niegan.
―De mañana.
―¡¿Qué?! ¿Falta tanto?
Eso no lo esperaba yo tampoco.
―Iríamos más rápido sin ti.
Klaus se sobresalta ante la afirmación de Xean, que parece decirlo con
malicia.
―No voy a dejarlo ―advierto, mirando a Xean, quien ríe ante mi
estallido.
―Tranquila, linda, nadie ha sugerido eso. ―Mantengo mi expresión
molesta, pero él solo sonríe. Se pasa la mano por el rostro, apartando
algunos cabellos, que ahora están cubiertos de lluvia―. Agradecería el agua
en otro momento, pero no ahora ―murmura permitiendo que algunas gotas
caigan dentro de su boca.
La lluvia ha comenzado a aumentar de intensidad, lo mismo que el
viento que azota nuestros cuerpos. Esto es muy malo, tal como ha dicho
Xean, nos retrasará todavía más.
―Debemos darnos prisa ―Randi me mira de reojo, al tiempo que
prácticamente echa a correr, olvidándose de igualar el paso de Klaus o el
mío. ¡Rayos!
―Dámela ―pido a Klaus la bolsa que lleva a cuestas después de tener
que dejar los caballos. Ya no me parece tan buena idea haber traído tantas
cosas y él parece opinar lo mismo.
Se detiene mirándome sorprendido y ofendido. Es la segunda vez que
hago la petición, ya que no ha querido ceder. Pero es evidente que necesita
más ligereza para no resentir tanto la marcha.
―Ni lo pienses. No voy a dejar que lleves las cosas ―repite sacudiendo
la cabeza.
―No es momento para hacerte el caballero ―murmuro tirando de ella,
pero la retiene.
―Lena… ―suspira―. Por favor, ¿qué clase de hombre crees que soy?
Yo puedo.
―Sé que eres Klaus y que puedes, no estoy recriminando nada, pero hay
que movernos más rápido y eso pesa bastante.
―¿Me estás diciendo debilucho? ―Niego de inmediato, no queriendo
hacerlo sentir menos, pero consciente de que es necesario para que pueda
moverse con mayor libertad. No quiero dejarle atrás.
―No, no, solo digo que es mi turno, llevas también mis cosas. Es lo
justo. ―Duda un momento, pero finalmente la dejar ir, dando un suspiro y
sacudiendo la cabeza.
―Solo…
―Ya te lo dije, no es momento para preocuparte por si soy una chica o
soy más pequeña que tú. Hay que darnos prisa.
―¡Muévanse! ―como si hubiera esperado el momento, Randi nos grita,
desde una distancia considerable por delante de nosotros―. No se
rezaguen.
―Mejor que lo escuches y no pierdas el tiempo ―farfulla Xean,
dejándose caer sobre el suelo, mirándonos tranquilamente.
―¿Y tú? ¿No vienes?
―Sí, pero antes voy a tomarme un pequeño descanso. ―Se tumba de
espaldas, colocando los brazos detrás de su cabeza y cruzando los
tobillos―. Te invitaría a unirte a mí ―me mira sonriente―, pero debes
seguir.
―¿Y por qué tú puedes descansar y nosotros no? ―reclama Klaus.
―No le hagan caso, él tiene algo que hacer ―asegura Yohan―. Vamos.
Xean ríe, incorporándose con rapidez, antes de comenzar a caminar en la
dirección opuesta.
―¿A dónde va? ―inquiero desconcertada. ¿Qué se supone que debe
hacer? ¿No debemos darnos prisa?
―Esta tormenta nos complicará las cosas, así que esperará para ver qué
tanta ventaja tenemos, antes de darnos alcance.
―¿Cómo pueden estar seguros de que nos siguen?
―Créeme, lo hacen. No hay demasiado alimento por aquí, así que son
bastante obstinados a la hora de dejar escapar a su alimento. Y ese somos
nosotros.
―Creí que no tenían cerebro, me refiero a… ―Klaus dice, lo que hace
sonreír a Yohan.
―No creas todo lo que escuches. Son demasiado irracionales para
preocuparse por la vida de otros, pero muy astutos y, sobre todo, están
desesperados.
―¿Son muchos? ―continúa Klaus disfrutando de la facilidad de charla
que muestra Yohan.
―Ni idea de cuántos quedan, pero sí los bastantes para ser una molestia.
―Hace una pausa para mirar alrededor―. Veinte, más o menos son los que
nos han llegado a rodear. Podemos hacer frente hasta a diez de ellos, pero…
hay que evitarse problemas.
―Apoyo eso ―concuerda Klaus, mirándome inquieto. Asiento,
mostrándome serena, aunque todo el asunto de los impuros me tiene más
que preocupada. No tengo idea de a qué nos enfrentamos y desde luego que
la teoría no se compara con la práctica. Sujeto con fuerza la empuñadura de
mi espada, deseando no tener que usarla o hacerlo bien si fuera el caso.
Abiel (9)

Con paso firme y postura recta, ingreso en la sala principal de la residencia,


consciente de que muchas de las miradas se posan sobre mi persona, pero
luchando por no sentirme incómodo. Aunque nadie lo expresa en voz alta,
sé que algunos consideran que soy responsable por su partida, tanto así que
yo mismo lo creo cierto. Si en ese instante hubiera insistido en lugar de no
presionarla, quizá seguiría aquí. A salvo y segura. Tonto. Quise darle la
opción de elegir, respetar sus deseos, a pesar de los propios, a pesar de lo
que siento por ella, pero de nuevo me equivoqué.
No lo repetiré otra vez.
Lena es mía: en el fondo sé que ella así lo desea y así lo quiero yo. Y tal
como el señor Edin lo ha afirmado, le haré ver que nada ha acabado, todo lo
contrario, apenas comienza. Mi pasado se quedará donde corresponde, mi
presente y futuro serán grabados con su nombre, como debería haber sido
desde el principio.
―Estamos todos ―anuncia el señor Edin, tras cerrarse las puertas―.
Creo que es momento de exponer el plan.
―Ya era hora. No entiendo por qué hemos tenido que esperar casi tres
días para hacer algo.
―No discutas, Elina. Era necesario, como te he explicado antes. ―Ella
pone mala cara, cruzándose de brazos―. Bien, tras conversar largamente
con Armen, hemos elegido quiénes irán en busca de Lena y Klaus.
―¡¿Klaus?! ―inquiere Elina sorprendida. Con todo lo sucedido y la
confusión que provocaron las muertes, se demoró en percatarse de su
ausencia, pero Neriah confirmó su desaparición.
―Así es. El chico ha desaparecido, no se encontraba entre las víctimas,
así que debemos suponer que se encuentra con ella o siguiendo su pista.
―Además de que faltan dos caballos de Jaim, es posible que él le
ayudara ―comenta Caden, no pareciendo contento.
―Por lo que podemos deducir que no se trata solo de Lena, también de
él.
Klaus. No puedo decir que me agrade la idea de ellos juntos, pero es
mejor que saberla sola con esos híbridos. Especialmente con su líder, debí
eliminarlo cuando tuve la oportunidad, en lugar de dejarlos marcharse.
―La idea es que salgan esta noche.
—Esperamos demasiado ―recrimina Gema, claramente inconforme.
―Te lo dije, Edin ―masculla Elina, pero él la ignora.
―Hay razones para creerlo conveniente, Gema y antes de que te
molestes conmigo, era necesario esperar para cubrir su ausencia y no
levantar sospechas. Hasta ahora nadie, aparte de los fundadores, sabe que
ha desaparecido, si llegara a darse el caso, podrían acusarla de traición y no
queremos que eso ocurra.
En realidad, no se trata solo de eso. Tanto el señor Edin, como Regan,
quieren darle algo de tiempo para que encuentre lo que está buscando.
Observo a la señora Gema; luce más pálida que de costumbre, sus ojos
cansados y tan ansiosa. Incluso a mí me sorprende que no protestara antes
porque se decidiera esperar, en lugar de seguirlos. Comprendo sus razones,
pero no las comparto de ninguna manera.
―¿Son conscientes de que pueden perder su rastro? ―recrimina―.
Podrían no encontrarlos.
―No te preocupes por eso, irán los mejores rastreadores, además, hay
pocas opciones. Aunque no lo creas, en estas horas, no he estado sentado
perdiendo el tiempo, hemos estado analizando las posibles rutas que
pudieron tomar. Tenemos una idea de adónde se dirigen.
―Espero que estés en lo cierto.
El señor Armen la abraza, manteniéndose en silencio.
―Tranquila, Gema ―susurra Elina―. Edin casi nunca se equivoca. Y a
todos, incluso a él, nos importa Lena.
―Si hubieran querido herirla, lo habrían hecho sin necesidad de
llevársela. Pero no parece ser lo que están buscando, ella debe de estar bien.
―Irina y Anisa irán ―anuncia Armen, evitando mirar a la señora Gema.
―Josiah y Airem, así como Abiel. Solo ellos cinco.
―No…
―Gema.
―No puedes pedirme eso, Armen ―le mira suplicante, alzando la
voz―. No puedo quedarme sentada sin saber qué ha pasado con mi hija.
¿Sabes todo lo que cruza por mi mente cada segundo que trascurre y que
ella sigue allí afuera? ¡Podríamos perderla!
―No, no lo haremos.
―Entonces déjame ir.
―No.
―Pero…
―Un grupo grande llamará la atención y levantará sospechas ―asegura
el señor Edin, evitando su réplica.
―Yo voy.
―Gema, escúchame ―pide sujetándola por los hombros, girándole de
frente a él―. Si va uno de nosotros, podríamos presionarla. Ella estará
dolida…
―Sería demasiado malagradecida si lo hace.
―¡Anisa!
―Discúlpame, pero es la verdad. No es una niña pequeña, ella sabe lo
que hace o no estaría actuando así.
―No ―Armen abraza con fuerza a Gema, quien mira furiosa a Anisa.
―Estoy tratando de ser clara, no es tu culpa y haces mal sintiéndote
culpable por haberle ahorrado una pena mayor. Quienes quiera que hayan
sido sus padres, no pueden ser mejor que ustedes.
―Eres un poco injusta ―Irina sacude la cabeza, queriendo calmar los
ánimos―. Se sintió herida al descubrir que todos le mentimos. ¿Cómo te
hubieras sentido si todo el mundo conociera tu vida, menos tú? Además, es
demasiado joven y desconocemos lo que ese hombre le dijo para hacerle
dudar y marcharse.
―Estás siendo demasiado condescendiente y justo por eso ha actuado de
ese modo.
―Creo que Anisa tampoco debe ir. ―Elina la mira con disgusto, pero
manteniendo la calma―. Puedo hacerlo yo…
―Iré yo ―insiste la señora Gema, negándose a ceder.
Aunque comprenda su desesperación, concuerdo con la opinión del señor
Armen y Edin. En su estado, no sería bueno que vaya.
―Gema…
―Lo haré yo. ―Johari entra seguida por su hija y Farah―. Conozco a
Randi y tengo un par de cosas que decirle.
―Tampoco creo que sea buena idea ―Bail opina mirándole
comprensivo―. Estamos intentado evitar un conflicto y tener el mejor
resultado con Lena, si van en busca de pelea…
―Yo sé mi cuento.
―¡Oigan! Esto no es una democracia y, mientras más tiempo
discutamos, dejamos menos para quienes deben alistarse. No voy a tolerar
que continúen divagando.
―No eres tú quien está al mando e iré yo.
Danko suspira, señalando con el brazo a Josiah, quien se aparta de la
pared donde hasta el momento se encontraba apoyado, limitándose a
observar.
―Bien, entonces él lo dirá.
―Irina, Haros, Abiel, Neriah y yo, somos los únicos que iremos
―expresa tranquilamente, ignorando las miradas molestas que le dirigen―.
Una vez que traigamos de regreso a Lena y a Klaus, podrá arreglar todo lo
que desee con esa persona ―dice mirando a Johari―, por el momento ellos
son prioridad.
―Lo conozco mejor que nadie, sé cómo piensa y lo que puede tramar.
―Ella tiene un punto y puesto que él fue el que la convenció, creo que…
―No des ideas, Elina. Tal como ha dicho Josiah, su bienestar es
prioridad.
―Sean razonables, yo puedo…
―Nadie duda de tus conocimientos, pero Farah aún necesita de tus
cuidados. Y ahora, quienes irán prepárense para marchar esta noche; el
resto vuelvan a sus actividades.
No demasiado conformes y con algunas quejas, la mayoría se retira,
incluido el señor Edin. La mano de la señora Gema en mi brazo me toma
por sorpresa. La miro expectante, esperando un reclamo de su parte.
―Tráela de regreso ―susurra con voz temblorosa―. Es una buena
chica…
―Lo sé y le juro que haré todo lo que pueda y más para conseguirlo.
―Asiente con una tensa sonrisa.
―No olvides que te quiere ―dice antes de dirigirse a la puerta, donde su
marido la espera. Los observo hasta que se marchan.
Llegó la hora. Espera un poco, Lena.
Yohan (4)

Intento mantener mis ojos apartados de su rostro, repitiéndome


constantemente que debo concentrarme en el camino que aún tenemos que
recorrer, pero es imposible. Lena no es como imaginé que sería y no en el
mal sentido. Es agradable, amable y valiente, además de ser muy hermosa.
Al inicio, creí que ese chico que se negó a dejarle venir sola era su novio.
Afortunadamente ahora me doy cuenta de que no lo mira de un modo
especial, se trata más de fraternidad o compañerismo, como la que existe
entre Ivy y yo. Eso es bueno. Si ella se queda con nosotros… podría ser mi
única oportunidad de tener a alguien y no verme obligado a esperar o
quedarme solo. El pensamiento me hace sonreír involuntariamente…
«Concéntrate», recrimina mentalmente Randi, al darse cuenta de que de
nuevo la observo. Me encojo de hombros, a lo que él responde resoplando
antes de apartar los ojos. Sé que no debería distraerme, pero incluso Xean
parece deslumbrado con ella y no lo culpo, más allá de que no hay
demasiado que ver por aquí, resulta algo digno de apreciar.
Hemos estado en movimiento toda la noche y parte de la mañana, sin
importar la lluvia torrencial que cae sobre nosotros y que parece no estar
dispuesta a darnos tregua. Este inesperado temporal no nos ayuda
demasiado, aunque por el momento Xean ha comprobado que esas cosas
siguen lo suficiente lejos como para ir a un paso moderado. A Randi eso no
lo tranquiliza y francamente a mí tampoco. No es usual que esos malditos
no hagan otro intento al menos de persecución, algo traman y no puede ser
nada bueno.
Muevo mis brazos, buscando sacudir un poco la humedad y al mismo
tiempo mantener el calor. Estamos empapados y sobre todo agotados,
aunque ninguno lo exprese, ni siquiera el chico. Me tiene sorprendido: para
ser un humano es bastante tenaz, solo espero que cuando tengamos que
enfrentar a los impuros, continúe siéndolo, lo necesitará.
―Falta poco ―le aseguro, después de recorrer otro largo tramo de
camino. El alivio que se extiende por su cara no tiene igual y eso me hace
sonreír―. Lo sé, pronto podrás secarte y descansar, que buena falta nos
hace.
―Eso espero ―asiente más que conforme.
Miro a Lena, quien me contempla con una expresión curiosa, que me
hace sentir nervioso y apartar rápidamente la mirada. He notado sus ojos
constantemente siguiéndome, lo mismo que a Randi y Xean. Aunque acepto
venir, luce desconfiada y cautelosa, algo por lo que no puedo culparla.
Tiene sentido, prácticamente somos unos extraños. Ella no lo sabe, no
obstante, no tiene nada que temer e independientemente de lo que tenga en
mente Randi, los demás no permitiríamos que le sucediera nada malo, en
especial Grisel e Ivy, con quienes comparte parentesco o al menos eso
parece hasta el momento. Yo no recuerdo a Julie y muy poco a Bizzard, sus
padres, pero no se puede negar que comparte cierto parecido con Gisel,
quien sería su tía, al ser media hermana de su madre. Sea como sea, ella es
uno de los nuestros.
El sonido de cascos acercándose a todo galope me pone alerta, me tenso,
girándome al tiempo que empuño la espada, preparado para repeler un
posible ataque; sin embargo, se trata de Xean, quien se acerca sobre uno de
los caballos que habíamos abandonado. Qué raro.
Todos se detienen, esperando por él, quien agita desesperado uno de los
brazos y mueve negativamente la cabeza. Su expresión no presagia nada
bueno y el grito que nos alcanza menos.
―¡Impuros! ¡Ya vienen! ¡No se detengan!
―Mierda ―maldice Randi en voz alta, antes de darnos una rápida
mirada y señalar al frente―. ¡Muévanse! ¡Ahora! ―ordena sin ocultar su
inquietud. Él es quien más veces se ha enfrentado a ellos, ha perdido a
varios de los nuestros cuando intentaban conseguir alimento y a pesar de su
recio carácter, siempre se ha preocupado por mantenernos a salvo. Justo
como en este momento.
Nadie titubea ante su demanda, retomamos la marcha a toda prisa,
ignorando el lodo que se adhiere a nuestros pies y ropa, la mojada que
parece pesar mucho más que hace un rato, sumado al frío que nos golpea
con el agua que nos empapa.
―¿Qué tan cerca están? ―inquiere Randi, a la vez que Xean se pone a
la par―. ¿Podemos evadirlos? ―Su vista se fija en la pequeña pendiente
que aún se muestra distante de donde nos encontramos.
Puedo leer sus pensamientos. Si conseguimos pasar la pendiente,
estaremos a nada de alcanzar el refugio. El problema es que no tendremos
ayuda. Becker, Nolan y Abbas están heridos tras nuestra última salida,
Ondee, Cesia e Ivy son demasiado jóvenes para salir. En lugar de cubrirnos
terminarían corriendo más peligro. No hay opción, tendremos que hacerlo
solos.
―Demasiado ―confirma, intercambiando una mirada conmigo. Esa es
la señal, nos superan en número, estamos jodidos.
―¿Y el caballo? ―pregunto, curioso, tratando de aligerar un poco la
tensión―. ¿Dónde lo encontraste?
―Cerca, parece estar siguiéndonos, así que no quise dejarlo. De algo
puede servir.
―Te arriesgaste demasiado.
―¿Y el otro? ―pregunta Klaus. Xean hace una mueca, moviendo
negativamente la cabeza.
―No quieres saberlo.
Lo más probable es que los impuros lo usaran como alimento. Suelen
hacerlo cuando no pueden con nosotros. Eso también nos ha perjudicado
demasiado: al acabar con los animales, nos quitan la comida.
―Deja que él lo use ―indica Randi a Xean―, tenemos que poner tanta
distancia como podamos y prepararnos para el comité de bienvenida.
―¿Más impuros? ―Lena nos mira, inquieta, intuyo que más por el
bienestar de su amigo que por el propio, no puede ocultarlo. A pesar de
tener la capacidad de seguir nuestro paso, se ha mantenido a la par de
Klaus, seguramente no queriendo que le dejemos atrás. No lo haríamos, no
importa la burla de Xean o la indiferencia de Randi, sabemos lo que es
perder a alguien a manos de esos malditos y no le deseamos eso a nadie,
sobre todo a alguien que no puede hacerles frente.
―Eso puedes apostarlo ―contesta Xean, entregándole las riendas a
Klaus, quien mira dudoso a Lena, pero ella de inmediato descarta la idea,
entregándole la bolsa que llevaba y comenzando a trotar, para no darle
oportunidad de replicar. Astuta.
Los cuatro flanqueamos al animal, que, aunque un poco cansado, no se
da por vencido y a todo galope nos permite avanzar más de lo esperado. Sin
necesidad de expresarlo en voz alta, sabemos que debemos protegerles, el
chico y el caballo son nuestro punto débil y será sobre lo que irán esos
miserables.
A cada paso que damos pareciera que la lluvia empeora, se ha vuelto
demasiado intensa, tanto que resulta difícil distinguir el terreno por delante.
Es como si incluso el clima jugara en nuestra contra. Lena se encarga de
guiar el caballo, con la ayuda de Xean, en tanto que Randi y yo vigilamos,
no queriendo ser sorprendidos.
―¡Escuchen! ―exclama Randi, haciéndose oír por encima de los
truenos y lluvia―. Una vez que pasemos la cima, hay que cruzar a toda
velocidad el valle. No importa qué, no se detengan. Sigan de frente hasta
llegar a las ruinas de la ciudad, hay que rodearlas para alcanzar el pie de la
montaña.
Lena mira a Klaus, quien asiente con un movimiento de cabeza.
―¡Están casi sobre nosotros! ―nos hace saber Xean, mirando sobre su
hombro. No imito su acción, pero no hace falta, puedo percibirlos y
escuchar sus desagradables sonidos. Su manera de hacernos saber lo que
nos espera.
―¡No se separen y traten de evadirlos! ¡Tenemos que llegar!
―¿Por qué mejor no les cortamos la cabeza? ―cuestiona malhumorado
Xean, volviendo a echar un vistazo.
―No por el momento, están intentando desgastarnos, es mejor alcanzar
el valle antes de hacerles frente. ―Y asegurarnos de que ellos están a salvo.
Leo entre líneas el pensamiento de Randi. Concuerdo.
―Prepárense, están sobre nosotros.
¡Maldición! No era así como debía ser, pero no hay forma de evitarlo.
Lena (31)

Empuño con fuerza mi espada, preparándome para luchar, esta vez no se


trata de un entrenamiento, sino de proteger a Klaus. El sonido que emiten
los impuros es escalofriante, igual que la tensión que se percibe. El agua
sigue cayendo furiosamente, no sabemos en qué momento se precipitarán y
la incertidumbre es desesperante.
Aspiro con fuerza, recordando las palabras que mi madre muchas
ocasiones me ha dicho. Deja que tu instinto te guíe, percibe más allá de la
vista, escucha, siente cómo se mueve tu enemigo y entonces ataca. Cuatro
impuros se acercan, rodeándonos, uno de ellos colocándose a mi derecha.
Es horrible. Sus colmillos son mucho más grandes y deformes que los de
cualquier fundador que haya visto, su rostro más pálido y los ojos casi
negros; parecieran carecer de vida y tener demasiada maldad. Desvío la
mirada de su cara, cuando sus manos se crispan, haciéndome partícipe de
las largas garras, que un instante después se lanzan contra mí. No dudo y
repelo su ataque, haciéndolo tambalearse, pero no desiste de tratar de
alcanzarme. Escucho maldecir a Xean y los demás también hacen lo propio.
Es difícil mantenerse en movimiento y atacar, si tan solo…
―¡No te detengas! ―grita Yohan al adivinar mis intenciones.
Obedezco, aunque eso implica concentrarme tanto en esquivar sus
golpes, como en avanzar a la par y mantenerme cubriendo el costado del
caballo, que comienza a resentir la carrera, lo veo por la forma en que
pequeñas nubes de vapor salen de sus fosas y cómo poco a poco sus
zancadas son menos largas. ¡Resiste! ¡Por favor!, suplico mentalmente.
Los impuros son demasiado insistentes, aunque por alguna razón me da
la impresión de que solo intentan distraernos o agotarnos como ha dicho
Randi. No atacan a matar, solo lanzan ataques al azar como si quisieran
desgastarnos. Lo están consiguiendo. ¡Vamos, vamos!
Esquivo otro de sus golpes, lo que me hace estrellar contra el caballo.
Por fortuna Klaus consigue alejarlo a tiempo, logrando que no pierda el
ritmo y siga cuesta arriba. Bien. Todos se acercan más al caballo, uso el
mango de la espada, para golpear al impuro y hacerlo caer, lo que me da un
respiro, tan necesario. Es difícil respirar, no solo por la lluvia, sino por el
esfuerzo. Casi hemos logrado cruzar, casi…
―¡Cuidado!
Dos impuros saltan sobre Klaus. Él consigue golpear a uno, pero el otro
va directo a su cabeza. El caballo intenta frenarse, el movimiento termina
arrojándolo al suelo. Xean sujeta al animal, antes de que salga disparado.
Intento alcanzar a Klaus, pero el impuro que ha estado sobre mí, que ha
aprovechado mi descuido para volver, me golpea un costado, haciéndome
caer. Logro aferrarme a una pequeña saliente para no caer, pero termino un
poco lejos de ellos. ¡No! ¡No! Contengo el aliento, mientras todo parece
ralentizarse. Impotente, observo cómo sus garras cortan su carne, haciendo
brotar la sangre que rápidamente empapa su ropa. ¡Yohan! Me incorporo,
ignorando la orden de Randi y ataco certeramente a la criatura, que emite
un chillido horrible cuando la hoja de la espada perfora su pecho. No me
detengo a contemplarlo o confirmar si ha dejado de moverse, me dirijo
hacia el frente, pasando a Xean y alcanzando a Klaus, justo a antes de que
los colmillos de un impuro toquen su brazo.
―¡Maldito! ―escucho decir a Yohan, intentado repelerlo, pero con el
brazo herido le resulta difícil. Randi evita que lo muerdan, pero dos más
aparecen. Estamos rodeamos y ni Xean que lucha por calmar al caballo ni
Yohan pueden defenderse. ¡Instinto! ¡Instinto! Me muevo todo lo rápido
que puedo y corto la cabeza de uno de los impuros, antes de que Randi haga
lo propio con el suyo. Se acabó del plan, hay que terminar con ellos o lo
harán con nosotros.
Como si nuestro ataque les ahuyentara, todos retroceden, pero no se
marchan, puedo percibirlos rondándonos, estudiando por dónde harán su
próximo ataque.
―¿Puedes moverte? ―Randi mira de reojo a Klaus, quien se incorpora
rápidamente. Luce asustado, pero se compone asintiendo con
determinación―. Tienes que tomar la delantera, llévatelo ―señala a Yohan,
que aferra las heridas, intentando contener la sangre. No solo ha sido un
brazo, parte de su hombro y pecho también han sido afectados.
―Puedo pelear...
―No, no puedes, así que obedece. Llévalos al valle, Xean y yo les
cubriremos las espaldas. ¡Vamos! No hay tiempo que perder.
―Sube ―ordena Xean, tirando de su brazo sano, empujándolo sobre el
caballo―. Vamos, chico, muévete. Esas cosas no esperarán por siempre.
―No me dirás que tienen lealtad, ¿verdad?
―Qué va. Están reorganizándose o esperando a que sanen sus heridas,
antes de volver.
―¿Qué? ―balbucea Klaus, confuso, lo mismo que yo, pero lo entiendo.
Del mismo modo que un fundador puede regenerarse, ellos lo hacen, solo
espero que no a la misma velocidad.
―Vayan sobre sus cuellos o pechos, no podemos perder más tiempo. Ivy
está en la puerta, les abrirá la entrada. Tienen que hacerlo rápido y bloquear
de nuevo.
―¿Qué hay de ustedes? ―Yohan los mira preocupado, aunque ni Randi
o Xean lo parezcan.
Klaus sube detrás de Yohan, que lucha por no mostrar lo adolorido que
se encuentra, pero que poco a poco luce más pálido, la sangre no dejando de
brotar. Busco en la bolsa, encontrando un pequeño pañuelo que anudo a su
brazo.
―Una vez que entren, podrán cubrirnos, así que mejor mueve tu trasero
y ponlos a salvo. ―Me mira―. Ve con ellos.
―Yo puedo…
―Tú los cubrirás. No van a dejarlos ir tan fácil. Irán por el animal, así
que ten cuidado, no dejen que se acerquen o no llegarán.
―Entendido.
―Hazlo. ¡Ya! ¡Ya!
Sin decir nada, Xean golpea el caballo, haciendo que salga a todo galope.
Doy una mirada, viendo cómo tanto él como Randi adoptan una postura de
batalla, dándonos la espalda.
―¡Lena!
Sigo la voz de Klaus y voy tras ellos, rogando mentalmente para que
todos consigan llegar a salvo. No los conozco, pero no les deseo ningún mal
y pensar que esto es mi culpa, hace que sea imposible no sentirme mal.
La colina es un poco empinada, rocas y arena, que con la lluvia forman
fango, pero el caballo la recorre sin mayores problemas, aunque no tan
rápido como hasta hace poco. Me mantengo detrás de ellos, haciendo un
esfuerzo por no frenar o volver la mirada, a pesar de los horribles sonidos
que llegan desde lo alto. El valle es extenso, pero nuevamente desierto,
algunas rocas y matorrales.
―Prepárate ―murmura Yohan, señalando al frente. Se encuentran
bastantes metros alejados, pero los distingo. Al menos cinco impuros entre
lo que claramente parecen las ruinas de una ciudad, tal como lo han dicho.
Aspiro profundo, elevando la espada, pasando el caballo y voy directo a
ellos. No puedo titubear, sus vidas dependen de mí. Dos impuros se lanzan,
sus bocas abiertas, esperando tomar algo de mi sangre…
Josiah (9)

―Como en los viejos tiempos ―murmura Irina, estirándose


tranquilamente. La observo con disimulo, no es la primera vez que la veo
usar uno de los trajes de la guardia, pero sí mostrar tanta emoción a pesar de
saber que puede que tengamos que hacerles frente no solo a impuros,
especialmente a esos híbridos.
Estiro mis dedos, terminando de colocarme los guantes. Está todo listo.
Apenas sea medianoche, saldremos de la ciudad. Aún con toda la
intranquilidad que se siente en la residencia, confío en que podamos traerlos
de regreso.
―No olvides lo que te he dicho. ―Irina sonríe de modo totalmente
inocente, cosa que la hace resoplar y negar―. No te expongas demasiado.
Lo digo en serio.
―Tranquilo, señor Haros. Sé que usted me cubrirá las espaldas. ―Le
guiña el ojo, a lo que él mira al cielo, sacudiendo con fuerza la cabeza, no
pareciendo verdaderamente preocupado. Ellos son de los mejores, han
estado en muchas batallas, especialmente ella, sin importar que su pequeño
y frágil aspecto indique otra cosa, por eso mi padre la ha elegido para ir.
―Estamos listos ―anuncia Abiel, colocándose a mi lado. Neriah
también asiente con expresión solemne.
―Recuerden, el objetivo es traerlos de regreso, con el menor número de
bajas.
―¿Eso incluye a los impuros? ―pregunta Irina ajustando su arma.
―No, pueden cortar tantas cabezas de ellos como deseen.
―¡Perfecto! Hace mucho que no tengo un poco de acción.
―¿Y cómo llamarías a eso que sueles hacer con Anisa y Jensen?
―Eso es solo práctica, pero esto es distinto.
―¿Sabemos el destino? ―Neriah me mira inquisitivo, interrumpiendo el
intercambio entre Irina y Uriel.
―Erbil. ―Mi afirmación les toma por sorpresa, pero asienten antes de
ponernos en marcha, hacia la entrada de la ciudad. El par de guardias abre
sin demoras, dejando al descubierto la figura de Knut, quien espera
tranquilamente apoyando a un costado.
Uriel me mira interrogante. No se suponía que iría, pero por su aspecto,
diría que es lo que pretende. Doy un paso al frente, reduciendo la distancia
y la necesidad de subir la voz, lo que menos deseamos es delatar nuestra
partida.
―Señor… ―comienzo a decir, pero me interrumpe.
―Yo he estado en Erbil, muchacho. Conozco el camino bastante bien,
como para no tener problemas en caso de no encontrar su rastro y también
puedo ser de ayuda; además, necesito algo de acción.
―¿Tu esposita sabe que quieres ir? ―Haros sonríe burlón.
―Sí, esta vez sí me dio permiso.
Analizo mentalmente las opciones, no quise arriesgar a Airem y desde
luego que puede que Elise no esté muy de acuerdo en la participación de su
padre, sin embargo, espero que no tengamos demasiados problemas.
Además, si él conoce el camino, llegaríamos en menos tiempo. Podría ser
ventajoso llevarlo.
―¿Cuánto tiempo tardaremos en llegar?
―Siete días a caballo, pero tomando en cuenta que no llevamos, puede
que en tres días.
―Los que nos llevan de ventaja ―señala Abiel, demostrando lo mucho
que le ha disgustado tener que esperar tanto.
―Sí, pero ellos llevan caballos, eso los retrasará un poco. La ruta que
conozco no es demasiado complicada, así que podemos darles alcance antes
de que lleguen. De acuerdo con Johari y Farah, solo había dos híbridos...
―Eran tres ―asegura Abiel―. El rastro que recogí en las afueras era de
tres híbridos distintos.
―Tres ―repite Knut.
―Pueden ser más, no sabemos su número exacto.
―Se dejó libre a un par de ellos, pero como bien dice, puede que hayan
sido más.
―Debemos tener cuidado.
―Hay que impedir que lleguen a la ciudad o lo que quede de ella, de ese
modo reduciremos la probabilidad de un enfrentamiento. Somos más que
ellos y tenemos dos fundadores con nosotros, no se resistirán demasiado.
―Tus observaciones tan precisas ―murmura Haros.
―¿Qué? ¿No adiviné lo de darles vitaminas y tener un ejército de
híbridos? Tienes que darme algo de crédito.
―De acuerdo. Solo que no se te suba a la cabeza ni tampoco la pierdas.
―En marcha ―ordeno antes de que continúen. Abiel toma la delantera
del grupo, moviéndose con agilidad, aprovechando las sombras de la noche,
a pesar de no necesitarlas. La velocidad que llevamos hace que el entorno
no sea más que un borrón, que va quedándose atrás. Son tan silenciosos,
incluso el señor Knut, vaya que tengo que aprender de ellos, tal como mi
padre aseguró, este viaje puede resultar muy ilustrativo.

―¿Por qué elegir Erbil? ―escucho decir al señor Knut, quien se inclina
sobre la improvisada fogata que hemos hecho, echando un puño de ramas
secas, antes de poner al fuego algunos trozos de carne que ha traído―.
Según recuerdo, prácticamente no quedó nada.
―Era un lugar resistente, es posible que acondicionaran algunas
habitaciones.
―Lo dudo ―sacude la cabeza, dejándose caer en una piedra, que funge
como asiento―. La guerra fue bastante dura, tuvimos que romper sus
muros y penetrar su fortaleza.
―Erbil era prácticamente una fortaleza, estaba construida para resistir.
Abdón era uno de los mejores estrategas.
―Quizá, pero no resistió. Sin contar que, cuando nos marchamos, se
derrumbaron algunas de las viviendas que quedaban en pie, justamente para
evitar que algunos de ellos regresaran.
Este es nuestro primer descanso desde la noche anterior y será
relativamente corto, aunque la mayoría no requerimos alimento, él sí lo
hace, por lo que todos estuvieron de acuerdo en tomar un respiro. Hemos
recorrido un buen trayecto, pero aún estamos a dos días de distancia de lo
que se supone es el lugar donde se han asentado. Lo que significa que han
pasado cuatro días desde que Lena se marchó. Abiel intenta mostrarse
sereno, pero es el más impaciente. El resto ha actuado con cautela,
comprobando los alrededores, como tenía entendido que hace unos
momentos lo hacían Irina y Haros. Cosa que dudo, por las expresiones y
aspecto de ambos, aunque no soy quién para inmiscuirme.
―Quizá sea mejor que estén allí ―murmura Neriah―. Algunos de esos
impuros no eran normales.
―Esas cosas no son normales ―asegura Uriel, con una mueca―. Son
una plaga.
―No me refiero a eso ―insiste―. Había dos más afuera, ellos no
atacaron. Cuando quise seguirlos, se marcharon.
―Eso no puede ser ―Irina niega, apoyándose en el muslo de Uriel―.
No son racionales, no huirían a pesar de saber que no tienen oportunidad.
―Neriah tiene razón ―interviene Abiel―. Nosotros seguimos a algunos
y Coval aseguró que en cuanto vieron caer a los otros, desaparecieron.
―Ellos no tienen instinto de supervivencia ―reitera Irina―, o alguien
los manipula o no tratamos con simples impuros.
―Eso no es posible.
―¿Cómo podemos saberlo? ―Knut da un mordisco a su comida antes
de señalar a Abiel―. Tú lo viste, si el loco de Alón creó híbridos dotados,
¿quién dice que no hay otro por ahí que use a esas cosas?
―¿Y cómo lo haría? Salvo por Darius, nadie más podía manejarlos a su
antojo.
―La sangre ―susurro, haciendo que todos me miren―. Por lo que he
escuchado, esos híbridos eran distintos porque se les alimentaba con
sangre…
―Esas cosas no habían comido en un buen tiempo. Imposible.
―No del todo ―Uriel parece pensativo, sus ojos clavados en el fuego―.
Si ellos bebieron de los híbridos, no sabemos lo que eso podría tener como
consecuencia. Así que debemos ser más cautelosos.
―Eso no tienes ni qué decirlo, tenemos bastante gente esperando por
nosotros.
Klaus (2)

Jodidos. Estamos completamente jodidos. Eso es lo único que puedo pensar


mientras el caballo baja a toda velocidad la colina, el agua de la tormenta
nublando ligeramente mi visión, en tanto que los gritos y chillidos que
emiten los impuros se hacen escuchar por encima del sonido de mi propio
corazón frenético. ¿De dónde han salido tantas de esas cosas? Es una
locura. Parecen venir de todas direcciones y son verdaderamente
horripilantes. Tomar la delantera no ha servido de mucho, hay más
esperando por nosotros. ¿Y se supone que Lena tiene que enfrentarse a
todos mientras nos limitamos a huir? Odio la idea, pero muy a mi pesar no
soy tan rápido, ni fuerte y desgraciadamente, Yohan no está en condiciones
de pelear, por mucho que se esfuerce en aparentarse tranquilo, la sangre no
deja de brotar de sus heridas y luce cada vez más pálido. ¡Maldición! Es en
este preciso momento en el que lamento no escuchar todas las quejas y
exigencias de Airem cuando entrenábamos. Soy más una carga que una
ayuda, como se supone pretendía ser al principio de este viaje.
―Tenemos que hacer algo ―murmura Yohan, haciendo un intento por
bajar del caballo, al ver el número de impuros que esperan por ella―, no
podemos dejarla sola. ―Tiene razón, pero no lo libero, sino todo lo
contrario; golpeo con los talones los costados del caballo, obligándole a
acelerar e ignorando sus palabras―. ¿Qué demonios haces? Tenemos que
ayudarla.
―No podemos ―niego ignorando su afán por liberarse―, ella ha dicho
que debemos seguir.
―Son demasiados…
No tiene que decirlo, lo veo con mis propios ojos, están rodeándola,
contradictoriamente a todo lo que han dicho, esas cosas son más astutas de
lo que parecen.
―Ninguno de los dos seríamos de ayuda ―admito de mala gana.
―Algo podemos hacer ―insiste, haciéndome dudar.
―¡Cuidado! ―Su grito apenas es oportuno. Agitando el brazo, consigo
apartar el impuro que nos acechaba―. ¡Sigan! ―grita ella, mirándome
molesta al percatarse de que he detenido el caballo―. ¡Klaus! ¿Qué
esperas? ―cuestiona, indicando un pequeño espacio entre lo que fue en
algún momento una puerta.
Aún con toda la impotencia que me provoca dejarla, tiro de las riendas
del caballo, al mismo tiempo que uso de nuevo los talones para hacerlo
ponerse en movimiento, esta vez sin mirar atrás. Lena los ha alejado a
propósito, desviando toda la atención, dándonos la oportunidad de escapar,
ya que Yohan ha asegurado que es mejor atravesar las ruinas que rodearlas
como ha dicho Randi.
―No podrá ―vuelve a repetir Yohan, negándose a que la dejemos.
Para mi sorpresa y alivio, Lena es más ágil de lo que pensaba: aprovecha
los pequeños muros y escombros para evadirlos e intentar tomarlos
desprevenidos, pero tal como estos híbridos han dicho, son muy rápidos y
no se dan por vencidos. Además de que pareciera que saben lo que hacen.
―Son demasiados…
―Es buena ―afirmo concentrándome en guiar al animal entre las rocas
y viejas maderas―. Estás demasiado débil y yo soy lento ―confieso de
mala gana―, es mejor avanzar, eso evitará que no esté preocupada por
nosotros y se concentre en patear sus traseros.
Siento cómo se tensa y su mano se cierra sobre la mía, que aún sostiene
la espada. Lo miro confuso, pero entonces lo oigo.
―Prepárate, no van a dejarnos ir tan fácilmente.
Como una especie de confirmación a su advertencia, dos impuros se
acercan por los costados, sus gruñidos delatándolos o quizás es justo eso lo
que pretenden: asustarnos.
―Lo imaginé ―murmuro, negándome a intimidarme, menos al pensar
en lo que hace Lena por nosotros―. Sujeta las riendas, intentaré golpearlos
si nos atacan.
―Lo harán, prepárate. Intenta desestabilizarlos, no podemos enfrentarlos
sin que lastimen al caballo.
―De acuerdo.
El primer impuro salta por la derecha. Sus garras arañan mi ropa,
desestabilizándome, pero Yohan no tiene problemas para aprovechar su
acercamiento. Extiende el brazo, pretendiendo cortarlo con la espada. No lo
consigue, pero sí logra alejarlo. El segundo no espera, gruñe antes de atacar.
―Agáchate.
Apenas consigo esquivar sus garras y mantenerme sobre el lomo del
caballo.
―Creo que me cortó el pelo ―grito cuando veo caer sobre el hombro de
Yohan un pequeño mechón.
―Eso es lo de menos, concéntrate. ¡Aquí viene de nuevo!
Persistentes, no puedo definirlos mejor. Voy a tener pesadillas si
logramos salir de esta, aunque lo mejor es que lo hagamos. Mi madre no
estará muy contenta y tampoco Neriah o Diana.
Ivy (1)

―Ten un poco de confianza en ti ―repito en voz alta las palabras,


liberando suavemente el aire que retenía, al tiempo que fijo la mirada en
uno de mis objetivos. Son malditamente rápidos y ruidosos, además de feos.
Anticiparme es la clave. Yohan siempre lo dice y es lo que tengo que hacer.
Estudio sus desesperados movimientos por darles alcance, no es una
vista agradable. Aspiro de nuevo, luchando por ignorar el olor (que incluso
desde esta distancia puedo distinguir entre la peste de esas cosas y la
humedad de la tormenta) y el color de la sangre que mancha su ropa; así
como la expresión de angustia de ese pobre chico, quien no parece estar
pasándola nada bien.
Podría reírme de su miedo, pero no es la mejor idea en este momento. No
solo su vida depende de nosotros, también la de Yohan, no sé qué tan grave
es su herida, pero el solo hecho de saberlo lastimado me angustia.
―¿Ivy? ―pregunta Cesia, queriendo confirmar mi orden. Es tan raro
estar al mando, pero eso solo me hace consciente de lo poco capaces de
hacerles frente que somos.
―Espera ―susurro entrecerrando los ojos, mis dedos tensándose sobre
la cuerda. Veo al segundo impuro listo para atacar, sus garras pasando a
escasa distancia de la cabeza del chico. No habrá otro intento, van por
todo―. ¡Ahora!
Una lluvia de flechas sale disparada hacia ellos, ningún riesgo de dar a
los nuestros. Somos jóvenes e inexpertos en combate, pero buenos en
cuanto a puntearía se refiere. Y lo compruebo cuando veo cómo mi flecha
da en el blanco: el impuro que ha estado a nada de derribar al animal, ahora
es solo un saco inmóvil en el fango. La flecha no lo matará, no desde esta
distancia, pero lo retrasará lo suficiente para que puedan alcanzar la entrada.
―¿Todo listo? ―Vinc asiente, sosteniendo un arco, en caso de que algún
impuro intente colarse―. Preparados, están aquí.
―Lo tengo ―responde Ondee, su mano en la palanca.
―Cesia ―digo haciéndole volver la atención a su arco. Hay por lo
menos cuatro impuros más acercándose, debemos disparar de nuevo para
darles oportunidad de entrar―. ¡Ahora! ―Una nueva lluvia de flechas se
precipita, justo cuando la roca que bloquea la puerta de la entrada es
removida y con una ráfaga de aire helado, ambos jinetes ingresan seguidos
de un caballo que parece resistirse a la idea de internarse en la cueva.
―¡Apártalo! ―protesta Ondee, con algo de pánico en su voz. El espacio
es demasiado reducido y Yohan no puede moverse con normalidad.
―Sigue disparando ―indico a Cesia antes de saltar desde el pequeño
borde en el que me encuentro. Elevo el arco, disparando justo al rostro del
impuro que pretendía colarse―. Vinc, ayuda a Yohan.
Él es pequeño, pero como todo híbrido es demasiado fuerte para un niño
de solo ocho años. Tira de Yohan sin problemas, apartándolo del chico, que
torpemente consigue persuadir al animal de avanzar, dándole a Ondee el
espacio justo para cerrar de nuevo.
Un golpe se escucha, dando una pequeña sacudida, pero por mucho que
traten, no pueden penetrar. La enorme roca que cubre la entrada,
confundiéndola con la montaña, está respaldada por una gran puerta de
metal, lo suficiente resistente para que una de esas espadas especiales
cortavampiros no pueda penetrarla. Quien construyó este lugar sabía lo que
hacía, cosa que sin duda agradecemos.
Miro el par de ojos que me mira, sorprendido y no muy contento.
―Es bueno tenerte de regreso.
―Vinc no debería estar aquí ―protesta Yohan, sacudiendo la cabeza.
Me encojo de hombros, no dispuesta a desacreditar el mérito de Vinc, que
ha tenido que vencer su miedo para estar aquí, consciente de que no es la
cosa más segura.
―Estamos escasos de gente. Por ahora, deja que te lleve abajo, necesitas
atención.
―Ellos están en problemas.
―¡No por mucho! ―grita Cesia―. Becker, Nolan y Abbas están de
regreso.
De nuevo la expresión de Yohan se tensa. Oh, no. Se supone que no
habría salidas durante su ausencia, ya que Randi y él son quienes coordinan
eso.
―Larga historia. Ve abajo.
―Y llévate a ese animal de aquí ―resopla Ondee.
Mis ojos se encuentran con los de ese chico, que es un verdadero
desastre.
―Supongo que no es el mejor recibimiento, pero bienvenido a Erbil.
―Parece reconocer el nombre―. O lo que queda de ella.
―Como quiera que sea, tienen que moverse ―insiste Ondee.
―Vayan. Hay que recibir a los demás. ―Yohan me mira dudoso, pero le
dedico una pequeña sonrisa―. Confía en mí.
Débilmente asiente, antes de dejarse llevar por Vinc. Dejo salir un
pequeño suspiro, teniendo en mente que afuera todavía está más de la mitad
del grupo que esperábamos.
―¿Listos?
Lena (32)

Intento no gritar e ignorar el dolor que recorre mi rostro, pero cuando sus
garras cortan a través de la tela del traje, sobre mi brazo izquierdo no puedo
detener un pequeño quejido y tambalearme ligeramente. Como si se
burlaran de mí, abren sus bocas, dejando escapar un espantoso chillido que
lastima mis oídos, pero que no me intimida. Retrocedo un par de pasos,
cubriéndome detrás de un bloque, que con su ataque termina de
derrumbarse. No puedo seguir con esto, si no hago algo, pronto no habrá
más obstáculos dónde cubrirme y me alcanzarán. La desesperación hace
mella en mi determinación, la humedad que me cala hasta los huesos no
ayuda demasiado.
Esquivo a uno y dos, pero el tercero logra conectar un golpe en mi
espalda, empujándome con fuerza, haciéndome caer sobre el suelo. Me
obligo a levantarme, justo a tiempo para evitar que otros dos impuros me
tomen. Jadeo en busca de aire, ahogándome con el agua que me empapa. A
ciegas muevo mi espada, consiguiendo dar en uno de ellos, pero hay cuatro
más, que me asedian no dispuestos a esperar su turno. Aprovecho mi
tamaño para inclinarme y deslizarme por en medio de sus piernas,
cortándolas en el proceso. Ignoro su agonizante o furioso rugido, no estoy
segura, enfocándome en el siguiente atacante. Este es más precavido;
esquiva la filosa hoja que iba directo a su cuello y se aparta permitiendo que
otro de ellos venga por mí.
Piensa en tus padres, piensa en Josiah, piensa en Caden, ¿Qué harán si
no regreso?, me digo a mí misma, no dispuesta a darme por vencida. Piensa
en Abiel.
Con un grito arremeto contra uno de ellos, una cabeza rodando, su sangre
salpicando mi cara. Paso por alto el nuevo ardor que se enciende en mi cara,
cuando unas garras consiguen tocarme, agitando la hoja para enterrarla en
el pecho de otro impuro. Con un desagradable siseo, sus ojos pierden todo
rastro de actividad y cae. ¡Bien, uno menos! Tiro de la espada, demorando
una fracción de segundo en extraerla, lo que les permite atacarme. Anticipo
su acción, me echo a un lado y esquivo al par que pretendía aprovechar que
estaba inmovilizada.
Dos impuros más aparecen, gruñen y entonces todos se mueven al
mismo tiempo. Mi pequeña ventaja de nuevo se ha reducido. Planto con
fuerza los pies en el inestable terreno, preparándome para su ataque. Uso la
espada y mis brazos para golpearlos y mantenerlos alejados, intentando
buscar un pequeño espacio para cortar sus cabezas o perforar sus pechos,
cualquiera que sea…
Un golpe conecta en mi mandíbula, haciéndome ver luces de colores y
tambalearme. No pierde tiempo, un par de brazos me sujeta con fuerza.
Miro al impuro delante de mí; se inclina acercando su horrible cara a mí,
abre la boca mostrándome sus filosos colmillos. Me resisto, no dispuesta a
rendirme…
La sangre brota de su pecho, al mismo tiempo que una espada emerge.
Un rostro desconocido me sonríe.
―Nada mal, niña ―murmura antes de centrarse en otro de los impuros.
Saliendo de mi aturdimiento, forcejeo, liberándome de mis atacantes.
Golpeo el rostro de uno, antes de cortar su cabeza. Inesperadamente no
estoy sola, me acompañan tres híbridos que han acabado con los impuros
que me rodeaban.
―¡A la entrada!
Randi aparece, corriendo a toda prisa. Miro detrás de él: un enorme
grupo de impuros se acerca a toda velocidad.
―¡Vamos! ―Xean tira de mí, guiándome detrás del otro par de
desconocidos. Ambos me miran de reojo. Debo ser un desastre, aunque eso
es lo último que me preocupa. Esto es irreal.
Doy un vistazo a Randi y Xean, no tienen mejor aspecto que yo. Hay
grandes heridas en sus brazos y la parte delantera de su ropa tiene rastros de
sangre.
Sin entender, veo cómo vamos directamente hacia el pie de la montaña,
donde no veo otra cosa que rocas. Un par de impuros nos reciben, pero los
tres desconocidos acaban con ellos fácilmente.
―¡Entren! ―grita el mismo hombre que me ha salvado.
De nuevo, Xean toma mi brazo y me conduce hacia la abertura que
aparece entre las rocas.
―¡Disparen!
Una lluvia de flechas cae a nuestras espaldas, retrasando a los impuros
más próximos y dándonos oportunidad a todos de entrar. La ligera
oscuridad me absorbe cuando, con un golpe, se cierra una pesada puerta,
dejando fuera a los impuros y sus horribles chillidos.
Miro el espacio rocoso, iluminado por un par de antorchas y al par de
chicos que se acercan.
―Llegaron. ―Una chica bajita, de cabellos ondulados, sonríe a Randi.
―Bien hecho, Ivy ―asiente él, tocando su cabeza, antes de mirar a los
otros hombres―. Ustedes no estaban afuera esperándonos, ¿Qué hacían?
―cuestiona mirándonos con severidad.
―Randi…
―Ellos saben las reglas, Xean. No intervengas.
Uno de ellos hace una mueca. Los tres son altos, un poco robustos. Dos
de ellos tienen melenas rubias, lo mismo que barbas abundantes. El tercero,
quien me ha salvado, tiene el cabello oscuro. Sus ojos son claros, señal
inequívoca de que son híbridos, además de su velocidad y fuerza.
―No salimos porque quisiéramos perder la cabeza.
―Abbas ―advierte el hombre de cabello oscuro―. Se terminaron los
alimentos ―dice con una mueca―. Teníamos que hacerlo, no estábamos
seguros de cuándo volverían.
Randi parece frustrado, con ganas de gritarles, pero el brazo de la chica
parece calmarlo.
―Lo importante es que todos han vuelto. ―Otra chica que no había
visto antes, salta desde un pequeño borde y cae a un lado de él.
―Hay que curarlos. Los demás nos esperan. ―Ivy tira de Randi, quien
no convencido les hace señas para que avancen por el túnel, incluida ella.
Miro la puerta, donde los golpes siguen escuchándose.
―Tranquila ―Xean sonríe―. No pueden entrar.
―¿Seguro? ―Se encoge de hombros.
―Hasta ahora no lo han logrado y, si lo hicieran, tenemos más trucos.
Anda, hay alguien que espera por ti.
Quiero preguntar, pero se va antes de que pueda hacerlo. Miro a Randi,
quien me observa atento.
―¿Vas a contarme todo?
―Ven y velo por ti misma.
Aspiro siguiéndolo. A medida que recorremos el túnel, empiezo a
entender a qué se refería Xean. Atravesamos por lo menos cuatro puertas
más, tan resistentes como la de la entrada, además de que hay distintos
pasadizos, una manera ingeniosa de despistarlos si llegaran a conseguir
entrar.
―¿Han traspasado alguna vez? ―No puedo evitar preguntar.
―Al inicio los atraíamos hasta aquí para matarlos, pero no fue lo más
inteligente. Parecía como si aprendieran las rutas de alguna manera. Se
supone que no tienen capacidad para comunicarse entre ellos, pero los viste,
no son simples animales como deberían.
―Sí. ―Por no decir que son rápidos, además de resistentes.
―De alguna manera se han adaptado ―se detiene mirándome de
reojo―. Como lo hicimos nosotros.
―¿Hay otras entradas?
―Tenemos bloqueadas todas las posibles entradas y trampas por si
quieren intentarlo.
Eso no me convence, pero no soy quién para juzgarlos.
―¿Esta ciudad era…?
―Erbil. Fue abandonada hace muchos años, antes de que viniéramos.
Las ruinas que viste son lo que queda. Esos malditos se encargaron de
destruir lo que quedaba de la ciudad. Esta era la mejor opción, hasta el
momento los hemos mantenido fuera.
Puedo adivinar lo que no dice en voz alta, no lo harán por siempre. Ese
pensamiento es inquietante, pero guardo silencio.
Finalmente, tras recorrer otro largo tramo de túneles, que parecen un
laberinto, empuja una puerta, dejando al descubierto una enorme caverna.
En el centro hay un pequeño estanque de agua, formado por las gotas que
caen desde lo alto, aparentemente está conectada al pico de la montaña,
donde se puede observar una reja. Doy un rápido vistazo alrededor, donde
se encuentra el resto de quienes nos recibieron y algunos otros
desconocidos.
Randi se aparta, haciéndome un gesto para que avance. Titubeo, antes de
encontrar a Klaus, justo a un lado de Yohan, quien ahora luce unas
improvisadas vendas en el hombro y pecho. Él también me indica que entre.
Avanzo despacio, mirando discretamente el pequeño grupo de personas,
porque no todos son híbridos, hay pocos, pero puedo distinguir algunos
humanos. Sin embargo, no es algo que hubiera esperado. Aunque debo
admitir que es más de lo que se podría imaginar. Viven ocultándose de los
impuros que les han quitado su alimento y eso explica el porqué de sus
aspectos tan frágiles. Delgados en su mayoría, especialmente el de los
niños.
Mi atención se concentra en una mujer, que con las manos en el rostro
tiembla, antes de dar un par de pasos al frente, en mi dirección. Ivy, la chica
que estaba en la entrada, está a su lado.
―¡Eres idéntica a tu madre! ―exclama llegando hasta donde me
encuentro―. Tienes su pelo, su nariz… ―Un sollozo interrumpe sus
palabras.
―Tranquila, mamá. ―La chica tira de ella, al notar mi desconcierto.
Ellas deben de ser de quienes habló Randi, quienes comparten mi sangre,
quienes conocieron a la mujer que me dio la vida.
Pero no te crio y te dio amor.
Guardo silencio, porque no sé exactamente qué debería decir. Pero verla
llorar, y la conmoción que su cara muestra, no puede estar fingiendo.
Me muevo incómoda. Todos me miran como si esperaran que hiciera
algo por ellos, pero no tengo idea. Soy alguien que ha escapado, de sus
padres y su hogar, como una criminal, ¿qué podría ofrecerles?
―Vuelvan a sus ocupaciones, ya hablaremos más tarde. ―Renuentes
ante las palabras de Randi, poco a poco el grupo se dispersa.
Son seis hombres adultos, incluido Yohan. Ocho mujeres, sin contar a
Ivy y a la otra chica que no deben ser mayores que yo. Seis pequeños,
incluido un bebé. Veintidós personas. Más de la mitad incapaz de enfrentar
a esas cosas. Creo entender la desesperación e inquietud de esos hombres,
el resto depende de ellos.
―Vengan, tienen que cambiarse de ropa.
Ivy nos indica que la sigamos. Miro a Randi, quien asiente, su rostro
dejando ver la fatiga.
―Todos necesitamos dormir un poco. Vayan.
No replico, yo también comienzo a sentir el agotamiento.
Atravesamos el espacio, internándonos en otro pequeño túnel: hay
improvisadas puertas de madera y metal. Señala una de ellas, deteniéndose.
―Aquí pueden quedarse. Dentro he puesto ropa y también algo para sus
heridas.
―Gracias. ―Sonríe antes de darse la vuelta.
―Espera.
―¿Qué? ―pregunta mirando a Klaus, quien le ofrece su mochila. Ni
siquiera me acordaba de ella.
―Hay algo de comida dentro ―luce inseguro y apenado, puedo
entender la sensación―. Pueden usarla, si quieres.
Su rostro se ilumina y, tomándola, asiente.
―Gracias. Iré a compartirlo.
Sale tan emocionada que me hace sentir un pequeño nudo en la garganta.
―¿Y bien? ¿Ahora qué hacemos?
Hago una mueca.
―No tengo idea ―admito apoyándome en la pared.
―Bueno... cambiarnos, supongo que sería un buen principio. Después
algo saldrá. Muero de sueño, creo que eso sería lo segundo. ―Asiento―. Y
también curar tus heridas.
―No es nada ―digo tocando mi cara. Seguro eso dejará una marca, pero
no quiero pensar en ello. Después de estar a nada de morir, unas cuantas
heridas no son gran cosa―. Sanaré rápido.
―Cierto. ―Suspira mirando sus manos.
―Lo siento.
―¿Por qué? ―inquiere ceñudo, mirándome sin resentimientos, lo que
aumenta mi culpabilidad.
―¿Por qué? ―ironizo sacudiendo la cabeza―. Casi morimos.
―No exageres.
―Klaus…
―De acuerdo, puede que un poco, pero estamos enteros, que es más de
lo que esperaba. Si me preguntas…
Nunca dejaré de admirar su positivismo. No sé qué habría hecho sin él.
―Gracias por venir.
Sonríe, tocando mi hombro sano, por fortuna.
―Para eso estamos los amigos. Me cambiaré afuera, háblame cuando
termines. Eso tiene mala pinta ―señala mi brazo―. No demores.
―Ajá.
Suspiro, mirando el pequeño espacio. La cama es una improvisación de
tablas y mantas desgastadas. ¿Hace cuánto que estas personas no salen de
aquí? ¿Cuánto más pueden resistir en estas condiciones?
Elina (7)

―Lo sé, lo sé. Yo también la extraño ―aseguro, mis dedos deslizándose


a través de las suaves hebras que cubren su diminuta figura.
Sentado a mis pies, Uri gimotea en voz baja, como si incluso él
percibiera la tensión bajo la cual se encuentra la mayoría de quienes
habitamos en esta residencia. Nadie está de buen humor, ni siquiera yo y
eso ya es mucho decir. Tomarles el pelo no resulta divertido.
Lo cierto es que no hay mucho que hacer, simplemente esperar y esperar,
cosa que no es sencilla, especialmente para la pobre de Gema. Sin duda
alguna, ella es la más afectada con todo lo que ocurre y ni hablar de Armen,
quien a pesar de su afán por mostrarse tranquilo, no puede evitar denotar su
preocupación. Suspiro. Cada cabeza es un mundo, pero en estos momentos,
hay un nombre que abarca la mayoría de nuestros pensamientos. Lena.
―No me gusta verte así ―susurra Alain, acariciando mi cabeza.
Levanto el rostro, encontrándome con su tierna mirada, su expresión
reflejando sus palabras.
De nuevo dejo escapar un suspiro, antes de colocar mi mano sobre la
suya y esbozar un intento de sonrisa.
―Creo que Urielito extraña a su tocayo ―digo a manera de broma,
aunque no consigue del todo su propósito. Inclinándose para darle un toque
al cachorro, Alain termina inclinado delante de mí, su rostro a la altura del
mío.
―Parece que no es el único que extraña a alguien.
Imposible ocultar mis estados de ánimo, aunque no es como si quisiera
hacerlo de todos modos. Alain no me juzga, al contrario, simplemente me
comprende.
Me apoyo en su pecho, permitiendo que sus brazos me rodeen, un
pequeño confort que jamás dejaría pasar, por muy complicadas que sean las
circunstancias. Sin importar que en algún momento llegué a creer que
Rafael era el amor de mi vida o mejor dicho, para la eternidad, Alain lo
supera por mucho.
―No puedo evitarlo ―admito mirando la cabeza de Uri, que nos
observa atentamente, como si no quisiera quedar excluido de la
conversación o de las muestras de afecto. Es un cotilla, como su dueña, eso
no se puede negar. Ni tampoco los trucos que le he enseñado para invadir
instantes privados.
―Estará bien ―afirma besando mi pelo―. Tú lo has dicho: Lena es más
fuerte de lo que todos pensamos.
―No tengo duda de eso, es solo... ―dejo que mi voz se apague, antes de
expresar mi verdadera inquietud―. Nunca le mentí y prometí que siempre
sería sincera con ella, pero...
―Era un secreto que no te pertenecía y tampoco podíamos esperar que
lastimara a alguien. Ninguno de nosotros deseábamos que ocurrieran de esta
manera las cosas.
―Pero lo hizo, lo hicimos, la lastimamos, aunque no fuera esa nuestra
intención. ―Lo miro, impotente, imaginando todas las ideas que cruzaron
la mente de mi pobre niña para que tuviera que tomar esa decisión. Ella que
nunca fue más allá de los límites de las ciudades, que no deseaba participar
en combates o verse involucrada en disputas―. Yo mejor que nadie sé lo
que es ser excluida, vivir en las sombras y ni siquiera por eso pensé lo que
podría pasar si se enteraba.
―Te aseguro que nadie imaginó lo que ocurriría, no puedes sentirte
responsable. No tú.
Besa mi frente, robándome un pequeño suspiro. Me permito cobijarme
con su ternura y amor.
―No sé qué haría sin ti. ―Sus labios aún posados sobre mi frente,
dibujan una pequeña sonrisa que inevitablemente me contagia.
―Ella volverá, ya lo verás. Y entonces, tendremos que pensar en darle
unas vacaciones a Uri para que podamos tener un momento privado.
Lo miro, sabiendo que bromea, pero adorando su intento por distraerme
y animarme.
Por ahora, lo único que puedo desear es que lo que ha dicho se haga
realidad y que regrese. Ojalá que así sea. Aunque la verdadera cuestión es si
volverán las cosas a ser como antes.
Lena (33)

Duele. Es el primer pensamiento que cruza mi mente, mientras lucho por


recobrar la consciencia y comienzo a moverme.
Parpadeo un par de veces antes de conseguir abrir por completo los ojos
y enfocar el desconocido techo rocoso ubicado sobre mi cabeza. Arrugo la
frente, confusa con el dolor que tortura todo mi cuerpo y también con la
estancia rústica que me rodea. Mi mente adormecida no demora en recordar
lo que ha pasado en las últimas horas y no sé en dónde exactamente me
encuentro. El interior de una enorme montaña, en las entrañas de lo que
alguna vez fueron ciudades sobrevivientes a la Tercera Guerra Mundial:
Erbil.
Me estiro dificultosamente, confirmando que incluso los dedos más
pequeños de mis pies se resienten ante la idea de ponerse en movimiento.
Una locura. Ladeando ligeramente el rostro, descubro que la cama junto a la
mía se encuentra vacía, es donde se supone que debería estar Klaus.
¿Adónde se ha ido?
Hago a un lado la manta y me siento con rapidez, lamentando al instante
la maniobra tan brusca, pero no dispuesta a ignorar la ausencia de mi
compañero de habitación y aventura. Elevo el brazo, tratando de ordenar mi
cabello y de paso darle un momento a mi cuerpo para que deje de oponerse
a funcionar, justo cuando la puerta se abre.
―Hola. ―Para mi completo desconcierto, no es Klaus quien ingresa en
la pequeña estancia sin esperar autorización de mi parte.
Yohan me mira sonriente, ajeno a mi inquietud o desconcierto. Se ve
muy fresco, como si no hubiéramos hecho un largo viaje y hubiéramos sido
atacados, aunque si lo veo con atención, puedo notar que debajo de la ropa
aún lleva la venda que cubre parte de su pecho. Ya decía que no podía estar
tan repuesto. Lo que me hace preguntarme qué hora es o hace cuánto
tiempo que el sol ha salido. Difícil saber estando bajo tierra. Esto es un
poco extraño.
―Hola, ¿sabes dónde está Klaus?
Su sonrisa crece todavía más, dando un ligero asentimiento.
―Con Ivy y Cesia. Le están dando un pequeño recorrido por el lugar.
Pensaron esperar por ti, pero no quisieron molestarte y, además, debes estar
aún adolorida.
Preferiría ignorar las heridas que tengo y que probablemente tardarán un
par de días en sanar. Nunca he tenido problemas con eso, pero en esta
ocasión no se trata de simples rasguños o cortadas.
―Me encuentro mejor de lo que probablemente luzco. ―Desde luego
que esa es una mentira, pero nunca me ha gustado quejarme y por ahora
tiene prioridad encontrar a Klaus; además de saber más sobre estas personas
y, en especial, sobre quienes me dieron la vida. Creo que debí decirle que
esperara antes de socializar o lo que sea que esté haciendo en este
momento. Aunque no esperaba que fuera tan confiado.
Me esfuerzo en no demostrar mi preocupación, no es que crea que
miente, probablemente Yohan sería en quien más confiaría si tuviera que
hacerlo. Aunque ninguna de las otras personas parecía demasiado peligrosa,
no a simple vista. El recuerdo de su deteriorado aspecto y la esperanza que
sus miradas reflejaban me provocan una mueca. Definitivamente, alguien
que está tan desesperado como para poner su vida en riesgo por un poco de
alimento, no podría ser tan desalmado, ¿o sí?
―Tranquila, Lena ―susurra adentrándose más en el pequeño espacio
que por el momento funge como nuestra habitación―. No tienes nada de
qué preocuparte, nadie le haría daño a tu amigo ni tampoco a ti.
Empujo la manta sobre mis piernas disimuladamente, al ser consciente
de mi vestimenta y de cómo se ha elevado al sentarme. Mi traje de combate
ha sido sustituido por un vestido hecho de pieles, las cuales no quiero
analizar demasiado. Se sobrevive con lo que se tiene al alcance. Eso
siempre solía decir la tía Elina cuando me contaba sobre su anterior vida
como humana.
―Lo sé, es solo que...
―No pasa nada, es normal que te sientas desconfiada, pero créeme, no
somos peligrosos. ―Asiento sin saber qué contestar―. ¿Puedo? ―pregunta
elevando un pequeño recipiente―. Es un poco de ungüento para tus
heridas, también traje algunas vendas limpias ―explica mostrándolas.
―Estoy bien ―aseguro rápidamente, sacudiendo la mano―. Klaus me
ayudó con eso anoche.
―Lo sé, pero es necesario cambiarlos y esto te ayudará a sanar más
rápido ―afirma acomodándose a mi lado―. Somos más resistentes, pero
no invencibles.
Hay una nota de tristeza y dolor en su voz que me toma por sorpresa, ¿a
cuántas personas han perdido?
Me encojo un poco cuando sus dedos acarician suavemente mi mejilla,
esa es una de las partes que más daño recibió durante nuestra desesperada
llegada o escape. Mi cara y mi brazo izquierdo son los más resentidos, el
resto de mi cuerpo está solo magullado, debo suponer que es debido a la
falta de práctica en combate o actividad física.
―Puedo hacerlo sola ―balbuceo, mirando discretamente su rostro. Está
un poco pálido, círculos negros debajo de sus ojos, sin duda resultado de los
días que no hemos podido descansar debidamente. Ahora que veo las
condiciones en que viven, puedo entender que se debe no solo a la falta de
sol bajo la que se encuentran, sino también a la escasez de alimento.
Lo que me hace pensar de nuevo en los impuros. No imaginé que fueran
tan peligrosos o insistentes. Pero ¿qué puedo saber yo?
―Es mejor cuando alguien te ayuda ―dice en voz baja, colocando otro
poco de sustancia en mi herida―. Además, un rostro como el tuyo no
debería tener cicatrices.
Ni siquiera había pensado en eso, aunque después de lo vivido, no es
algo por lo que me preocupe demasiado.
Sin protestar más, permito que atienda mi cara, ignorando la ligera brisa
que sus labios entreabiertos arrojan sobre mi piel. Raro, nunca antes había
sido consciente de lo atractivo que puede resultar alguien como él, supongo
que eso en parte tiene que ver con cierta fijación por un vampiro en
particular.
―¿Alguna otra herida? ―inquiere inspeccionando con la mirada mi
cuello, cosa que me hace sentir nerviosa―. Vi tu brazo, y tenía mal aspecto.
―Me alejo un poco, negando nuevamente.
―Estoy bien, en serio ―repito dándole una sonrisa tensa, no dispuesta a
que se salga con la suya, ni tampoco a mostrarme demasiado grosera.
―Te estoy incomodando, ¿cierto? ―Se incorpora con rapidez,
apoyándose en la pared del fondo, como si quisiera demostrar que está
dispuesto a darme espacio―. Lo siento, no era mi intención, solo quiero
asegurarme de que estás bien.
―No, no, está bien, es que... tendría que quitarme la ropa y pues...
―balbuceo torpemente, sintiendo mi rostro cambiar de color―. Gracias,
pero creo que Klaus puede ayudarme cuando vuelva... No es nada personal,
es solo un poco raro.
Suspira, pareciendo resignado.
―No me conoces, lo sé. Aunque, tal como dijo Randi, de alguna manera
siento que lo hago, que eres uno de nosotros.
Me deja sin palabras. No esperaba tanta familiaridad, mucho menos
lágrimas, como las que derramó la mujer de la noche pasada.
―Yo...
―Lena, tienes que ver... ―Klaus se detiene en la entrada, sus ojos pasan
de mí a Yohan, mirándonos con sospecha, al darse cuenta de que estamos
solos.
―¿Terminó el recorrido por el lugar? ―Yohan no parece sorprendido
con su llegada, ni tampoco molesto. Él es demasiado natural y amigable, lo
ha sido desde que lo encontramos y creo que es justo por eso que Klaus no
se siente incómodo.
―Sí, quería ver si Lena había despertado y preguntado dónde estaba.
―Justo ha hecho eso. ―Se aparta de la roca, sacudiendo sus manos―.
Casi es hora de comer, así que no tarden. Deben estar hambrientos.
―Y que lo digas. ―Klaus se aparta, dejándole salir, espera un momento
antes de dar un vistazo fuera y cierra la puerta―. ¿Y Abiel? ―Lo miro
confundida. ¿A qué viene esa pregunta? ¿Y por qué detecto cierta molestia
en su tono?
―No sé ―siento al instante una punzada recorrer mi brazo, pero la
ignoro―. ¿Por qué me preguntas?
―Ese chico está interesado en ti.
―¿Qué? ―Finjo ignorancia al tiempo que me pongo de pie, aunque no
soy tan despistada como para no darme cuenta de la forma en que me mira
y su claro interés.
Klaus suspira, mirando el techo.
―No tengo nada en contra de ese chico, es más, me agrada, pero seamos
sinceros, no has superado a Abiel.
Abro la boca mirándolo, incrédula.
―Todo el mundo sabe que estás enamorada de él.
¡Wow! Parece que es el día de los contundentes, aunque sinceramente no
me siento con ánimos para ir por ese camino. No quiero pensar en Abiel, no
por el momento.
―No entiendo a qué viene esta extraña conversación. No estaba
haciendo nada.
―Pero podrías querer hacerlo.
―¡Oye! ―Golpeo su brazo, mirándole indignada, a lo que simplemente
sonríe.
―Estoy intentando cuidarte.
―Eso puedo entenderlo, pero de verdad que no hace falta. Él solo... vino
para saber cómo estaba y preguntar por mis heridas.
―Oh...
Hago una mueca. No es como si pudiera mandar en mis sentimientos y
ordenarles que dejen de existir, de modo que pueda ser indiferente a la
mención de Abiel. No puedo.
―¿Necesitas ayuda? ―pregunta mirando el frasco que ha dejado Yohan
a un lado de mi cama, sobre una piedra con forma de rectángulo.
―No. ―Muevo mis hombros, aliviada de no sentir demasiado dolor―.
Mejor hay que ir.
Sus hombros caen ligeramente, su expresión preocupada.
―Ellos no están bien, Lena.
―¿Qué quieres decir? ―cuestiono, a pesar de hacerme una idea.
―No tienen mucho que comer y... Parecen enfermos. Una de las niñas
más pequeñas, y el bebé, tiene un color un tanto extraño.
Desde luego que él también se ha percatado.
Busco mis zapatos, confirmando que aún siguen empapados. Los
observo debatiéndome entre usarlos o arriesgarme a ir descalza.
―Aquí. ―Klaus me ofrece unas improvisadas sandalias, similares a las
que usa―. Ivy me trajo un par.
Lo observo ceñudamente.
―No deberías haber ido sin mí.
―¡Vamos, Lena! Si realmente pensaras que son peligrosos, no habrías
venido aquí.
―Lo sé, de todos modos...
―El único en quien no confío es ese llamado Randi, Xean disfruta de
burlarse de mí, pero no es mal tipo. Ivy y Cesia concuerdan con mi
impresión.
―No deberías ir por ahí preguntado ese tipo de cosas.
―No lo hice, fui discreto. Solo quería saber qué tan mala era la
situación.
―¿Y a qué conclusión llegaste?
―Que necesitan ayuda. Urgentemente. Si no los matan esas cosas,
morirán de hambre o por alguna enfermedad.
Doy una mirada alrededor. Estar bajo la tierra debe tener algo que ver, la
falta de viento y sol, por desgracia no sé demasiado al respecto. Necesito
saber si hay alguna forma de ayudarlos.
―Bien, vamos.
―Espera. No menciones lo que he dicho, es decir...
―Entiendo lo que quieres decir. Desde luego que no pensaba ir y
preguntar. Hay que ser moderados. ―Le dirijo una mirada significativa.
―De acuerdo.
Randi (3)

―¿Y ahora qué sigue? ―Eneth se inclina un poco al frente, mirándome


con una expresión ceñuda―. No la has traído por simple casualidad, ¿o sí?
Bufo, esta vieja me conoce mejor que nadie.
―Puede ser de ayuda. ―Da una sacudida de cabeza, nada conforme con
mis pobres palabras; sin embargo, nunca he tenido que darle explicaciones a
nadie, mucho menos a ella―. Alejarla es suficiente castigo. Les hará sentir
un poco de todo lo que nos hicieron.
Sus ojos me taladran.
―¿Se trata de eso? ¿Simple venganza?
―¿Simple venganza? ―espeto enojado ante su manera de expresarse―.
Esto es nada comparado con lo que nos hicieron.
―La venganza no mejorará las cosas.
―¿Qué?
―Nos estamos muriendo, ¿no lo ves? ―Contraigo los dedos, formando
solidos puños, odiando su declaración y la frustración que me provoca.
Desde luego conozco nuestra situación―. Podrías...
No. Niego evitando que termine la frase. Eso no pasará.
―Abandonamos ese lugar hace mucho tiempo, no puedes estar
sugiriendo que volvamos con la cola entre las patas.
―El orgullo no nos alimenta ni tampoco nos fortalece. Ha pasado
demasiado tiempo como para seguir con eso, deberías dejarlo.
¿Dejarlo? ¿Después de luchar todos estos años para mantenernos en pie?
¡Imposible!
―¡¿Y qué puedes saber tú?! ―cuestiono furioso. ¿De verdad está
admitiendo que prefiere servirles a esos malditos que nos quitaron todo?
¿Acaso también desea entregarles nuestra libertad?
―No fuiste el único que estuvo ahí ―contesta con una exasperante
calma.
―No, no fui el único, pero sí fui quien vio morir decapitados y
mutilados a muchos de los nuestros. ―Las imágenes se repiten cada día,
permitiéndome no olvidar por qué debía traer a esa chica. Sé perfectamente
que nos encontramos en una enorme desventaja, que no podríamos hacer
gran cosa si quisiéramos ir directamente en su contra, por mucho que me
gustaría hacerles pagar, no podemos y es justamente por eso que
quitándoles algo que ellos quieren les haré pagar. Será peor que si me
presentara derrumbando esos enormes muros que los protegen de un peligro
que lentamente nos consume a nosotros―. Si volvemos, estaríamos peor
que antes.
―Dudoso. Especialmente si puedes tener a esa niña de tu parte. Ella
podría interceder por nosotros, no somos un peligro...
Emito una carcajada irónica, moviéndome de un lado a otro, antes de
mirarla de nuevo.
―Los años te han hecho demasiado blanda.
―Estás en lo cierto, soy débil, como todos lo estamos más cada día que
pasa y es por eso que deberías plantearte esta pregunta: ¿vale la pena seguir
aquí?
Le doy la espalda, abandonando la pequeña caverna y dirigiéndome a la
sala principal. No necesito sus sermones. Vi de primera mano lo que esos
malditos son capaces de hacer, pueden intentar derrumbar la montaña como
lo hacen los impuros. Mientras ella esté aquí, no hay nada que puedan
hacer. Usaré eso en mi favor, torturándolos con lo que más quieren.

A pesar de conseguir evitarla durante gran parte del día, asegurándome


de que todas las posibles entradas estaban cubiertas y administrando las
reservas, sabía que en algún momento tendría que cumplir mi promesa y
hablar con ella. Las palabras de Eneth han continuado dando vueltas en mi
cabeza, molestándome.
―¿Qué opinas? ―susurro mirando cómo todos se ubican alrededor de
una improvisada fogata, los más pequeños disfrutando de las viejas
anécdotas que suelen contar los mayores.
Reprimo un suspiro, al pensar en cuántos éramos cuando llegamos a este
lugar, cuántos ya no están y peor aún, pensar en lo que pasará con esos
niños si las cosas continúan como hasta ahora.
¿Rendirme?
―El lugar es impresionante y por lo visto resistente.
La miro de reojo, notando que hay demasiado que no expresa.
―Sígueme.
La llevo a una zona apartada, donde corre un río subterráneo que nos
abastece y sirve de baño, aunque últimamente con menor intensidad. Espero
que el temporal que en este momento aún golpea afuera ayude con eso.
Podemos esperar un poco por comida, pero el agua es indispensable.
―Es impresionante ―murmura mirando alrededor de la pequeña gruta.
―Probablemente no creerás todo lo que diré ―anticipo tras un corto
silencio. Debo reconocer que es paciente, tanto así que no ha presionado
por las respuestas que tanto ha buscado.
Esta chica era solo un medio para buscar un poco de venganza, pero
gratamente ha demostrado ser hábil y útil. Tres de los hombres no están en
su mejor estado, a pesar de que se esforzaron y salieron solos, pero con ella
podemos tener más oportunidades para conseguir algunas presas sin ser
blanco fácil de esos miserables impuros.
Ella se encoge de hombros, aunque muestra inquietud.
―He venido buscando respuestas, debo escucharlas antes de juzgarlas.
―Supongo. ―Hago una pausa, apoyándome en el muro, con la vista
perdida en la superficie del agua―. Tu madre te llamaba Julie. Era híbrida.
Su padre fue Alón. ―Noto un ligero estremecimiento, aunque su expresión
permanece imperturbable, no así su mirada. ―Da un largo suspiro,
asintiendo para que continúe―. Ella protegiéndote, tratando de escapar de...
―Tengo entendido que fue ese fundador quien atacó las ciudades.
―Tu abuelo ―aclaro ignorando el disgusto que no puedo ocultar―. Él
buscaba recuperar lo que era suyo. Fue uno de los que construyeron Cádiz.
Oculto una sonrisa, al comprobar que es tan poco lo que ella conoce al
respecto. Qué ingenuos. Han querido borrar el pasado, dejándome el
camino libre para afirmar lo que desee.
―Aseguraste que ellos me robaron y que asesinaron a mis padres.
¿Cómo puedes estar tan seguro?
Ladeo el rostro, reflexionando sobre qué sería lo mejor para decir. Alón
siempre fue especialista en eso, sabía qué decir y hacer para usar a las
personas. ¿Vale la pena seguir aquí?
¡Maldición! Sigue molestándome esa estúpida conversación.
―Te cuento hechos, yo estuve ahí. Los superábamos en números, pero
eran rápidos, más experimentados y debes conocer sus habilidades
especiales. No fuimos rivales, en poco tiempo sucumbimos. Sabíamos lo
que pasaría cuando llegaran a nuestro refugio, por eso muchos no esperaron
y huyeron, sin conseguirlo. Tu madre fue una de ellas, murió protegiéndote
y a pesar de eso, te tomaron de sus brazos, dejándola abandonada.
Ella toma aliento, pareciendo afectada, pero desviando el rostro,
negándose a mostrar sus lágrimas. Lo dicho, es demasiado vulnerable.
―Salvaron mi vida.
―Tomando la de muchos otros. ―Definitivamente ella ignora cómo fue
que murieron los niños y las mujeres.
―Solamente has hablado de ella, ¿Qué hay de mi padre?
Espero hasta que me mira.
―Él murió antes del enfrentamiento, su nombre era Keith y, como dije,
no era del todo ordinario.
Frunce la frente, mostrándose confundida, es justo lo que esperaba.
―Dijiste que...
―Esa mujer que se hace llamar tu madre, fue quien le quitó la vida.
―Su rostro palidece, sus ojos se cristalizan―. Si él hubiera estado con
vida, probablemente hubiera salvado a tu madre.
―No... ―gime llevándose la mano a la boca.
―No te miento, si no fuera por ellos, tú habrías estado con nosotros, con
tus verdaderos padres.
Los pasos apresurados rompen el silencio. Me doy vuelta, para ver a
Cesia acercándose a toda prisa.
―¿Qué pasa?
Jadea deteniéndose, mirando a la chica que continúa inmóvil, antes de
mirarme.
―Alguien viene.
―¿Esos malditos impuros? ―Sacude la cabeza.
―Fundadores.
―¡¿Qué?! ―Su afirmación parece hacer reaccionar a esa chica. Esos
malditos han venido, han tardado menos de lo que esperaba.
―Se acercan a toda prisa. Los impuros también los han visto y se
preparan para rodearlos.
―Llévame ―pide tirando de Cesia, ella mira antes de acceder. No tiene
caso negarme, no es tonta para no entender que se trata de sus amigos. Las
sigo sin esperar, una pequeña sonrisa en mi cara. Han llegado demasiado
tarde, ahora ella conoce la verdad y lo que es mejor, puede que esos
malditos impuros me ayuden a librarme de algunos de ellos.
Yohan me alcanza, mirándome interrogante. Sacudo la cabeza ante la
pregunta que su expresión refleja. No, no vamos a ayudarlos, solo
observamos. Veamos si son tan buenos como presumen.
Abiel (10)

―¿Saben? No sé si debería sentirme halagado o sentirme mal. No estoy


seguro de si se preocupan por mí o es porque ustedes creen que soy el más
débil del grupo ―murmura Knut, asegurando una vez más las mochilas a su
espalda, sin dejar de avanzar detrás de nosotros.
―Toma la que más te guste ―Uriel lo mira de reojo, disfrutando su
molestia―. Tú no estabas asignado para venir con nosotros, así que no
tienes opciones.
Tras discutirlo, estuvimos de acuerdo en que alguien debía cuidar de las
provisiones con las que hemos viajado, de manera que los demás podamos
hacer frente a lo que posiblemente nos espera. Aunque la lluvia ha diluido
en su mayoría los rastros de sangre y lucha, es fácil reconocer el olor de
impuros y muerte. No hay cuerpos a la vista, es poco común, pero no hay
duda de que han ido detrás de ellos.
―Di lo que quieras, pero sin mí hubieran tardado más en llegar. Soy un
excelente guía, deberías darme las gracias.
No hemos tenido contratiempos, aunque lo inquietante es la panorámica,
lo desierto que lucen los alrededores, algo que aumenta mientras nos
acercamos a Erbil o lo que queda de ella. Erbil fue la segunda ciudad
fundada tras la última guerra; abandonada cuando la gente de Abdón se
volvió en contra de Armen y se alió con Darius. En ese momento y para
evitar otros posibles ataques, se optó por trasladar a Cádiz los pocos
humanos y vampiros que quedaban, ya que se contemplaba la construcción
de Jaim, donde se instalaría también a las personas de Jericó.
―¿Estás seguro de que este es el camino? ―pregunto tomando la
delantera, estudiando con detenimiento la pendiente que nos separa del
valle donde se supone debería encontrarse la ciudad.
No tener una idea concreta de la situación, no es algo que me agrade,
especialmente cuando se trata de ella. Nuestra última conversación sigue
molestándome, debí darme cuenta que no estaba bien, pero estúpidamente
creí que era lo mejor. Eso era lo que más quería, pero ya no lo hago. Sea
como sea, nada me detendrá hasta que pueda llevarla de regreso, con sus
padres, en la seguridad de los muros de Cádiz. No importa si ha decidido
alejarse de mí, su imprudencia ha cambiado todo, haré lo que sea para
convencerla.
―Sí, y aunque hace bastantes años de eso, tengo muy buena memoria
―se rasca la cabeza de modo exagerado―, no entiendo qué ha pasado. Este
lugar era bastante seco antes, pero no a este punto. De eso no pueden
culparme.
Desde luego que no a este grado. Las ubicaciones para las ciudades
fueron establecidas, no solo por la distancia de las zonas donde se
detonaron explosivos más peligrosos y nocivos, sino también porque
contaban con lo necesario para que se pudiera desarrollar la vida humana
sin problemas. Este sitio solía ser rico en animales de caza y hortalizas,
además de contar con suministros subterráneos de agua.
―El tiempo y los impuros ―opina Irina dando un vistazo alrededor―.
Sin nadie que lo habitara, todo comenzó a morir. Aunque con temporales
como este ―dice mirando al cielo, que aún luce algunas nubes negras―,
debería estar rebosante.
―Sin plantas no hay animales ―concuerda Knut.
―Si es que los había. ―Uriel sacude la cabeza―. Si esas cosas no
tienen alimento suficiente, tomarán lo que haya a la mano. Lo cual podría
explicar por qué no hemos visto a una sola criatura en prácticamente todo el
trayecto.
Cierto. Todos pensamos lo mismo, deben de ser un número considerable
para presionar de ese modo al grupo de híbridos al que acompaña Lena. No
era tanta su urgencia por llegar, como se creyó en un inicio, sino escapar de
lo que podría interceptarlos. Las huellas de cascos de caballos eran tan
distinguibles gracias a la humedad del suelo, que pudimos saber que
llevaban demasiada prisa.
―No hay que confiarnos, ellos podían estar esperándonos. ―Josiah se
muestra cauteloso, pero más que listo para cualquier cosa que pueda ocurrir.
Es un alivio saber que no debemos cuidarlo, es bastante capaz y él mismo lo
ha dicho, debo poner todo mi empeño en Lena.
―Eso ni dudarlo, podría ser justo lo que esperan de nosotros.
―Recuerden, la prioridad es tomar a ambos y salir de ahí lo más rápido
que podamos. Debemos volver antes de que las condiciones empeoren.
―¿Creen que sean muchos? ―Knut se frota la barbilla
pensativamente―. Nunca se pudo saber con exactitud el número de los que
escaparon tras la explosión.
―¿Temes a los híbridos?
―No, me da más miedo Anisa, pero no se lo digas… No lo harás,
¿verdad?
―Yo me preocuparía más por esas cosas que por ellos ―declaro
aspirando de nuevo, cortando de manera sutil su charla.
―Esas cosas no tienen a Lena y a Klaus, no son nuestro objetivo.
―Uriel desde luego que prefiere no tener complicaciones, le preocupa
demasiado la seguridad de Irina. A pesar de saber que ella es de las mejores
y que no tendría problemas para hacerles frente. Ha estado en demasiadas
batallas, incluso con fundadores de clase baja, que la superaban.
Ella me mira, como adivinando mis pensamientos, pero no discute el
punto de su pareja.
―Cierto. ¿Qué me dices, Neriah? ―Knut golpea el hombro de él―. ¿No
prefieres cargar unas pocas cosas y dejarme la acción? Te conviene.
―No ―responde tranquilamente.
―¡Oye! Podrías aprovechar para encontrar a Klaus y tirarle de la oreja
por portarse mal…
―No.
―Rayos, no eres fácil de convencer. Ni modo, lo intenté. Así que gracias
a todos por cuidar de mí, yo también los quiero. ―Lo miramos extrañados,
pero él sonríe―. Ustedes pueden.
―Prepárense ―murmura Josiah, cuando estamos a unos pasos de
alcanzar la cima.
La lluvia ha menguado un poco en las últimas horas, ahora todo es
humedad, lo que dificulta el avance. Especialmente al tratar de no llamar la
atención.
Apenas hemos recorrido un par de metros cuando los olfateo.
―Impuros ―alerto, al mismo tiempo que Irina asiente.
―Hay que darnos prisa, se están acercando.
―Sí y, ¿adónde se supone que vamos a ir? ¿Ya vieron eso? ―Knut
señala hacia el valle, donde no hay más que ruinas―. No creo que sean tan
pequeños como para no verlos o que vivan debajo de las piedras.
La conmoción me golpea un instante, lo mismo que al resto que
intercambia miradas de confusión, antes de recordar que Erbil era más que
muros y viviendas. Tenía algo más que la distinguía.
―La montaña ―señalo la imponente extensión frente a nosotros―.
Abdón mandó construir una especie de caverna para protegerse de ataques.
Deben de estar allí.
―¿No tenían muros? ―pregunta sorprendido Josiah.
Sacudo la cabeza.
―Sus únicas barreras eran bloques de piedras desde donde los avistaban.
―Disfrutaban la caza ―comenta Uriel con cierto disgusto.
―Y otros que parecen disfrutarlo también son los impuros que nos están
rodeando ―murmura Knut dando un paso al frente―. Muy hermosas sus
anécdotas, pero si no nos movemos, seremos su alimento.
―¿Y ahora quién les tiene miedo? ―se mofa Uriel.
―Mejor aquí corrió que aquí quedó, ¿no? ―tras decirlo corre en
dirección de las ruinas. No necesitamos decirlo, todos comenzamos a
movernos.
Tal como ha señalado Knut, los impuros se acercan desde distintas
direcciones, algunos han venido desde lo alto, como si pretendieran evitar
que diéramos marcha atrás. Algo que es imposible, no sin Lena.
Resulta desconcertante verlos tan organizados y no simplemente
desesperados por conseguir alimento como de costumbre. Para el momento
en que alcanzamos las primeras zonas de escombros, nos han caído encima.
―¿Decías algo? ―pregunta Knut mirando a Uriel. Desde luego que él
deseaba evitar un enfrentamiento, pero si queremos llegar a la entrada,
debemos hacerles frente. Inteligentemente han bloqueado con un mayor
número de ellos el camino que lleva a las faldas de la montaña.
―Sí, que podemos ofrecerte como bocadillo, mientras escapamos y nos
hacemos un favor a nosotros mismos.
―¡¿Qué?! ¿Y quién se supone que cuidará de mi esposita…?
―Suficiente ―interviene Irina, retrocediendo un par de pasos. Siguen
sus movimientos pero no avanzan.
Desenvaino la espada, lo que les pone alerta. Hay demasiado
entendimiento en sus ojos, algo que prácticamente había olvidado desde la
última vez que vi a uno. A diferencia de nosotros, un impuro con el paso del
tiempo pierde la capacidad de razonar y se vuelve puro instinto.
Especialmente sin alimentarse bien, cosa que no parece ser el caso.
Mi maniobra los hace desistir de mantenerse solamente observándonos,
son una enorme masa de gruñidos y garras, superándonos por mucho. Nos
replegamos, colocándonos de espaldas, incluso Knut ha tomado su arma,
consciente de que no podrá limitarse a esperar. Sin embargo, de nuevo
actúan de modo inesperado, sus ataques son alternados, al frente y
retrocediendo antes de que podamos responder, están buscando romper el
grupo o astutamente buscando desesperarnos. Ninguno cae y nos
mantenemos juntos.
―¿Por qué no atacan de verdad? ―susurra Knut―. ¿Qué se supone que
esperan?
¡Mierda!
―No es qué, es a quién. ―«Somos una distracción para hacerlos salir,
los quieren a ellos», les hago saber antes de arrojarme de nuevo sobre los
impuros.
Todos mis sentidos se ponen en alerta al pensar que Lena podría aparecer
en cualquier momento. Desde luego que se percatarán de su ataque.
No lo pienso demasiado, voy en busca de ellos, sin importarme el riesgo.
Irina y Neriah me siguen, más que acostumbrados a formar equipo conmigo
y seguir mi ritmo.
«Tenemos que llegar a la entrada».
«Podemos distraerlos», sugiere Irina dándome una ligera inclinación
antes de pasar por mi costado y tomarla contra un par de ellos. Logra
cercenar al primero de ellos, pero el segundo retrocede escapando del filo
de su espada.
Un par de bloques de piedra impacta contra ellos, dejándome el camino
libre. Le dirijo una rápida inclinación a Josiah, quien asiente.
«Recuerda no usar demasiado tu poder», digo antes de continuar. Avanzo
un par de metros, antes de que cinco más me cierren el paso. ¿De dónde
salen tantos? Tres atacan al mismo tiempo, en tanto que el resto parece
estudiar mis movimientos. Golpeo con fuerza, superando su velocidad, a
pesar de la desventaja numérica. Pero son demasiado insistentes para
dejarse alcanzar… Un momento. Eso es justo lo que hacen, por eso atacan
en grupo, están intentando predecir lo que haremos y al mismo tiempo
retrasarnos. Elimino al primero de ellos, pero eso solo sirve para que otro
alcance a rozar mi espalda.
¡Miserables! No les importa perder a algunos, siempre y cuando puedan
hacerme daño. Increíble.
Me agacho, esquivando sus garras, golpeándolo con la empuñadura e
intentando al mismo tiempo alcanzar en el pecho a otro. Lo consigo, así
como también logran darme un golpe en el brazo.
―¡Hay que hacer algo! ―grita Knut, por encima de los sonidos de
lucha.
―En eso estoy de acuerdo contigo ―la voz de Uriel se escucha antes de
que las llamas se dispersen sobre ellos.
Gritos horribles salen de sus bocas cuando el fuego los alcanza, antes de
convertirse en cenizas. Eso los hace retroceder. Josiah aprovecha para
intentar aprisionarlos entre las rocas.
―¡Suficiente! ―Miro hacia Irina, quien sostiene a Uriel. Ha perdido el
color del rostro y respira con dificultad.
―Estoy bien ―asegura él, intentando mantenerse.
Doy una mirada a Josiah, quien tiene mejor semblante. Sus habilidades
son inigualables, pero lo desgastan con demasiada facilidad, sin embargo,
ha servido para ahuyentarlos. Al menos por el momento.
―Se han ido ―anuncia Knut―. Eso estuvo cerca.
―Hay que movernos…
―¡Abiel!
Me doy la vuelta al escucharla. Lena corre entre los escombros, seguida
por Klaus. El alivio que se extiende por mi pecho al verla es infinito.
Recorro la distancia y la estrecho con fuerza entre mis brazos. Puedo
sentir la tensión de su cuerpo y su desconcierto, pero eso no me frena.
Apartándome ligeramente, tomo su rostro entre mis manos y la beso.
Poniendo en ese toque todos y cada uno de los sentimientos que, sin
proponerlo, ni desearlo, ha despertado. La amo. Lena es la mujer que amo,
mi verdadero amor y eso es justo lo que pienso demostrarle.
Lena (34)

¡Han venido! Mi corazón se acelera. Están aquí y esas cosas también. Mi


estómago se revuelve con inquietud, al pensar a lo que están a punto de
enfrentarse. Impuros.
Contrariamente a lo que espero ver, tras correr hasta la entrada, las
puertas siguen selladas, los mismos niños que nos recibieron están
presentes, mirando alternadamente entre Randi y yo.
―¿Qué esperan? ―mi voz trasmite mi ansiedad―. Tenemos…
―No. Nadie saldrá.
Dirijo toda mi atención hacia él.
―¿Qué quieres decir? ―cuestiono inútilmente, a pesar de haber
entendido muy bien lo que ha dicho, pero no creyéndolo. No puede hablar
en serio.
Recordar por lo que hemos pasado hace que se me erice la piel, no
quiero ni imaginar lo que ocurrirá si no los ayudamos.
―Lo siento, pero no podemos arriesgarnos.
―Lo entiendo, pero… ―Sacude la cabeza, interrumpiendo mis palabras.
―Esa puerta no se abrirá. ―La tranquilidad con que lo expresa me pone
alerta. Entiendo sus reservas, pero no estoy de acuerdo.
―Están rodeados ―murmura una de las niñas mirándome angustiada―.
Son demasiados…
―Cesia, guarda silencio. ―Ella se estremece bajando el rostro.
―Lo escuchaste, necesitan ayuda. ―Klaus se muestra tan preocupado
como lo estoy yo.
―Lo dudo, sé perfectamente de lo que ellos son capaces. ¿Qué tanta
dificultad puede implicar algunos impuros? ―niega―. No, definitivamente
no necesitan nuestra ayuda.
―Pero…
―La seguridad de ellos es mi prioridad ―señala alrededor― y debes
tener en mente que no estamos en buenos términos. ¿Quién asegura que no
se volverán en nuestra contra una vez que crucen esas puertas? ―sus
argumentos parecen hacer mermar las réplicas de quienes hasta hace unos
segundos estaban más que dispuestos a ayudarlos.
Miro a Klaus, quien sacude ligeramente la cabeza. Desde luego que no le
gusta nada lo que pasa y que al igual que yo, quiere hacer más que mirar la
entrada.
―Te doy mi palabra ―declaro llevándome la mano al pecho―. Ellos no
harán nada que deba preocuparte, no lastimarán a nadie.
Su rostro se contrae, no le gusta mi insistencia, pero antes de que pueda
replicar, Yohan da un paso al frente.
―Ni siquiera cincuenta de nosotros en nuestro mejor momento
podríamos hacerles frente, Randi. Son demasiados y están muy bien
organizados.
―¿Estás cuestionando mi autoridad? ―inquiere mirándole molesto.
―Nadie lo hace ―me sorprende ver intervenir a Xean―. Pero ellos
tienen razón, no saldrán con vida si han venido todas esas cosas.
―Tú menos que nadie debería querer ayudarlos, ¿sabes lo que pasará si
ha venido?
No entiendo a qué se refiere, pero Xean simplemente se encoge de
hombros.
―Supongo que tiene derecho a patearme el trasero si lo desea.
―Tenemos que hacer algo, están rodeados. He dejado de verlos. No
podrán…
―Ivy tiene razón ―Yohan me mira y luego a Randi―, si no quieres
hacerlo tú, lo haremos nosotros. ―Me entrega una cuchilla antes de mirar
al chico más cercano a la puerta―. ¡Abran!
―Yohan…
Con un sonido metálico la luz penetra dentro del reducido espacio, no
pierdo tiempo, corro seguida por Klaus y Yohan, así como por un par de
híbridos, Xean entre ellos. No me molesto en ver si Randi finalmente ha
cedido y viene. Lo único que puedo pensar es en ayudarlos.
―¡Cuidado! ―Yohan golpea un impuro que aparentemente estaba
esperando por nosotros. Su visión es perturbadora, pero me recupero con
rapidez, siguiendo adelante, para ver a más impuros acercándose.
Desde luego que vendrían.
Golpeo al primero en el brazo. Ha esquivado la cuchilla que pretendía
hundir en su pecho, pero no me doy por vencida. Los sonidos de la batalla
llegan de todas direcciones, pero sobre todo desde las ruinas de la ciudad.
Tengo problemas para acabar con mi oponente, especialmente cuando
golpea mi brazo herido, que me recuerda que debo tener cuidado. La
cuchilla corta su garganta, pero eso no lo detiene. Tomando impulso,
impacto sobre su pecho y con un grito escalofriante se derrumba.
Nunca podría acostumbrarme a esto, pienso sacudiendo la sangre que
salpica parte de mi brazo.
―¡Cúbranlos! ―grita Yohan refiriéndose a Klaus y a mí, al ver que
avanzamos, pero no hay necesidad, los pocos impuros que pretendían
atacarnos sorpresivamente, dan media vuelta y se marchan tan rápido como
han aparecido.
―¡Los ha quemado! ―Ivy balbucea, atónita, señalando al señor Haros,
que se apoya en Irina. Me sorprende un poco ver que Josiah y también el
señor Knut han venido.
Para mi alivio, todos los impuros han dado marcha atrás y los seis se
mantienen en pie.
Mis pies comienzan a moverse antes de darme cuenta, ignorando los
comentarios de Xean y Yohan sobre tener cuidado. Quiero comprobar que
están bien. Cuando distingo su espalda, mi corazón se acelera.
Instintivamente sabía que él estaba aquí, pero verlo…
―¡Abiel! ―exclamo con una mezcla de emociones, olvidándome de que
he sido yo quien se ha marchado y no él.
Nuestros ojos se encuentran. Se mueve tan rápido que en un segundo me
hallo entre sus brazos. Me toma completamente por sorpresa su reacción,
pero no lo rechazo. No podría hacerlo aunque quisiera. Es bueno saber que
se encuentra bien… Cuando creo que me liberará y me preparo para
retroceder, sus manos cubren mis mejillas y antes de procesar lo que pasa,
su boca se encuentra sobre la mía. Me olvido de respirar, no es una simple
caricia o un beso rápido y suave. Sus labios no piden permiso ni esperan
una respuesta, tampoco lo hace su lengua que separa mi boca,
sumergiéndose hasta encontrarse con la mía. Gimo audiblemente cuando el
beso se vuelve más intenso. ¿Quién dijo que los vampiros solo saben
morder?
El latido de mi corazón se acelera, mi cuerpo se siente tan débil y
caliente. Me aferro a sus brazos, su mano apretando la parte baja de mi
espalda, pegándome a su cuerpo. ¡Sí! Respondo, imitando sus movimientos,
queriendo prolongarlo...
―¡Oigan! ―escucho carraspear a alguien, pero eso no persuade a Abiel,
que parece estar tan sumergido en el beso, como yo lo hago―. Hay niños
presentes.
―¡No somos niños! ―protesta alguien, que me parece es Vinc, aunque
mi cabeza en este instante es un revoltijo incapaz de pensar con claridad. Ni
siquiera cuando Abiel se detiene a mirarme con tanta intensidad, como si
expresara con la mirada lo que desearía hacerme...
―No podemos quedarnos afuera, tenemos que entrar ―el comentario de
Xean me hace recordar dónde nos encontramos y lo que ha ocurrido justo
antes de que Yohan ordenara que se abrieran las puertas.
―Ellos no van a entrar. ―No me sorprende la declaración de Randi, así
que me preparo para debatir, pero Abiel tira de mi cintura, colocándome
detrás de él. Su postura es firme, lo que le hace parecer más intimidante.
¿Cómo puedo resistirme cuando es tan guapo y actúa de ese modo?
Klaus, que aún se encuentra junto a Ivy y Cesia, me mira inquieto,
debatiéndose entre caminar hasta nosotros o limitarse a esperar la
resolución.
―Déjate de tonterías, Randi y permíteles entrar. ―Eneth, una de las
mujeres mayores, nos observa desde la entrada―. No tardarán en volver.
Especialmente, ahora que se han dado cuenta de que el alimento se ha
duplicado.
―No…
Eleva una mano, haciéndolo callar.
―Sea lo que sea que se tenga que hablar, se puede hacer dentro. Si
deseas atacarlos, ¿no sería mejor que lo hicieras ahora que no están tan
dañados por los impuros?
―Esa señora me cae bien ―murmura el señor Knut, provocando que
Eneth se ría y lo mire.
―Te podría sorprender lo que esta señora puede hacer, muchacho. Así
que entren de una buena vez. ¡Todos!
Para su sorpresa, Randi la sigue. Miro a Yohan, que tiene una rara
expresión, pero que asiente.
―Pueden entrar, solo recuerden que hay niños y mujeres inocentes. ―La
advertencia es clara, pero tengo la certeza de que sería lo último que harían.
A pesar de que hay muchas cosas que no entiendo, tengo claro la rivalidad
existente.
―No somos asesinos y no hemos venido buscando un enfrentamiento
―asegura Josiah con una mirada solemne. «Tú y yo tenemos que
conversar», me hace saber mentalmente, no sonando demasiado feliz.
¡Rayos! Casi me olvidé de las circunstancias, aunque no puede culparme
después de ese beso.
―Entonces, adelante. Ivy, Cesia, asegúrense de cerrar.
―Entendido.
Lentamente, todos ingresan, Xean y Yohan custodiando la entrada. Abiel
me mantiene pegada a él, con su atención en ellos.
Randi y Eneth han desaparecido por el túnel y Vinc nos conduce, el resto
cierra la comitiva. La atmósfera es tensa, pero tengo la esperanza de que
cuando se den cuenta de lo mismo que Klaus y yo, concuerden conmigo y
me ayuden con lo que tengo en mente.
―Es bueno saber que están bien ―susurra Irina, dándome una mirada
curiosa. Le dedico una débil sonrisa, sintiéndome culpable ante lo que han
tenido que pasar por mí.
―Tus padres no están muy felices por tu decisión de convertirte en una
rebelde el día que cumplías la mayoría de edad ―comenta el señor Knut,
negando con la mano―. ¿Qué es eso de escapar con un grupo de
desconocidos? Se habrían escandalizado menos si hubiera sido con Abiel.
―Olvidé lo molesto que podías ser ―gruñe el señor Haros, sacudiendo
la cabeza―. Debimos dejar que te comieran.
―No le hagas caso ―Irina interviene―, estarán más que felices de
saber que estás bien. Porque volverás, ¿cierto?
La mano de Abiel se tensa alrededor de mi cintura, lo que me hace
levantar el rostro y mirarlo.
―¿No es un poco pronto para hablar de marcharse? ―Xean mira con
una sonrisa coqueta a Irina―. Chicas tan lindas como tú, son más que bien
recibidas…
―Ni siquiera la mires.
Xean retrocede ante la clara amenaza, antes de que Knut le golpee el
hombro y suelte una carcajada.
―Llegas tarde, amigo.
―No he dicho nada. ―Él se adelanta, queriendo escapar de la mirada
del señor Haros que parece dispuesto a golpearlo. Irina le sonríe, tirando de
su brazo y él gruñe de nuevo. Sin duda están compartiendo algo que nos
perdemos el resto.
Tal como con nosotros, todos nos esperan. Las miradas llenas de
curiosidad recorren a los recién llegados. No hay hostilidad ni temor, una
vez más compruebo que estas personas necesitan ayuda. El llanto del bebé
es lo único que rompe el silencio.
―Síganme ―ordena bruscamente Randi, dándose cuenta de que el lugar
no es propio para una conversación tensa, como presiento que será.
Entramos en una pequeña caverna, evidentemente los niños se han
quedado, únicamente los seis hombres y Eneth se encuentran presentes.
―Hemos venido por ella ―comienza diciendo Uriel. Randi eleva una
ceja, mirándole burlón.
―Por si aún no se han percatado, no la trajimos en contra de su
voluntad…
―¡Hombres! ―Eneth suspira―. Dejen de querer mostrar su hombría,
que a nadie impresiona. Si solo han venido por la chica, no veo ningún
problema. Pueden marcharse cuando deseen, pero yo recomendaría que
antes se tomen un descanso. Tendrán que enfrentarse a lo mismo que los ha
recibido.
―¡Eneth! ―Ella no se inmuta ante la furia de Randi.
―Ha sido demasiado tiempo, Randi y en este momento hay asuntos más
importantes que atender, como para que discutas por algo que no fue
directamente asunto nuestro.
―Tú no entiendes…
―¡Él que no entiende eres tú! Siren está muriendo, ese bebé no
sobrevivirá sin su madre. Gia y Fairyn están enfermos y Dayna está
próxima a dar a luz. Una mujer en lactancia debe estar bien alimentada…
―¡Cállate! No es algo que debas estar diciendo en este momento.
―¿Por qué no? Has sido tú quien organizó todo esto, sin consultarnos.
Ninguno de nosotros quiere comenzar una guerra con ellos ―dice
señalándonos―. Solo queremos vivir tranquilos.
―Eso no…
―¿Alguna vez te has detenido a pensar? ¿Le has preguntado a alguno de
nosotros? No y es justo por eso que Nore y los demás han muerto. Deja de
insistir en una venganza sin sentido y fuera de tiempo, ¿quieres hacer algo?
Ve por nosotros, que estamos padeciendo lentamente.
―¿Qué ocurre con el bebé? ―pregunta Irina.
Eneth da un suspiro, como si intentara calmar su temperamento. A pesar
de ser una mujer mayor, sigue teniendo una fortaleza increíble. Me recuerda
a la abuela Kassia.
―Su madre murió hace unos días, es demasiado pequeño y no tenemos
mucho que darle de comer. Como verán, hay muy poco que podamos
conseguir por aquí.
―¿Puedo verlo? ―pide esperanzada―. Sé un poco de padecimientos,
quizá pueda ayudar.
―No…
―Sígueme, jovencita. Y tú, Randi, dales un lugar dónde descansar a
estos jóvenes.
Irina y Uriel siguen a Eneth, lo mismo que Nolan, quien es la pareja de
Dayna. Randi sale sin molestarse en mirarnos, obviamente nada contento
con lo que ha ocurrido.
―Yo les daré un lugar para quedarse ―se ofrece Xean―. Tal como ha
dicho la vieja, si quieres volver allá afuera pronto, necesitan descansar.
―Aquí tengo algunas cosas que pueden servirles ―ofrece el señor Knut.
Xean sonríe.
―¿Tienen por costumbre regalar sus alimentos? ―pregunta mirando a
Klaus que hace una mueca.
―Es lo mínimo que podemos hacer.
―No realmente, necesito a alguien que me ayude con el fuego, esta
lluvia ha hecho el lugar más frío.
―Puedo ayudar ―se ofrece Neriah, hablando por primera vez.
―También alguien que me ayude con un par de presas para la cena.
―No soy bueno cocinando, pero sí puedo ayudar a cortar un poco de
carne. ―Xean asiente a Knut.
Josiah aprovecha que casi todos se han marchado para acercarse y darme
su intento de mirada reprobatoria. Si no hubiera crecido con él,
probablemente estaría muerta de preocupación. Eso y que Abiel sigue a mi
lado.
―Tenemos una charla pendiente…
―Eso tendrá que esperar ―interrumpe Abiel―. Hay algunas cosas que
debemos decirnos. ¿Tienes una habitación donde podamos hablar?
―Confirmo con un movimiento de cabeza―. Vamos.
Abiel en modo demandante no es algo a lo que esté acostumbrada, pero
tampoco protesto.
―Será mejor que no tarden demasiado ―advierte Josiah, cuando nos
alejamos.
―No puedo prometer nada. ―Miro boquiabierta a Abiel, negándome a
pensar algo erróneo―. Guíame.
Camino consciente del peso de su mano en mi cintura y la tensión en su
cuerpo. Bueno, seguro que él no es el único que tiene algunas cosas que
decir. Si cree que después de ese beso lo seguiré como corderito, puede que
no me conozca muy bien.
Irina (2)

«Mantente alerta». Descarto la advertencia de Uriel. Me basta con ver los


rostros de estas personas para darme cuenta de que no son ninguna
amenaza. Hay demasiados niños como para que se arriesgaran y, sin
embargo, lo han hecho dejándonos entrar. Desesperación, es la única cosa
que puede explicarlo.
―Su madre fue incapaz de sobreponerse al parto y murió hace unos días.
Nuestros cuerpos están demasiado débiles y eso ha provocado muchos
embarazos interrumpiros. ―Da un suspiro―. Ya no es como antes.
Los pequeños dedos del niño se aferran al mío, su llanto es débil
mientras lo alimento con uno de los suplementos traídos para Lena y Klaus.
Este pequeño necesita fórmula, pero esto puede ayudar, especialmente
porque su sabor es un poco dulce y rico en nutrientes.
Miro a Uriel, quien, apoyado en un muro, finge mantenerse al margen de
la conversación, pero que tal como yo, está tan horrorizado con la vida que
ellos llevan. Si puede llamarse de ese modo.
―El ambiente no es el mejor para ninguno de ustedes, especialmente no
para niños ―explico sin reproches―. Este lugar tiene una alta presencia de
algunos metales que pueden ser nocivos, además de la falta de sol y
alimento.
―Lo sé. Durante años he tratado he hacerle entender que necesitábamos
buscar una salida. Por desgracia su alma fue envenenada mucho más que la
nuestra y, después de que su mujer muriera al dar a luz, él perdió el sentido
de la razón.
―¿Los ha obligado…?
―No ―me dedica una débil sonrisa al entender mi pregunta―, las
parejas que ves, son por elección propia. Tardamos un poco en aceptarlo,
vivíamos solo para engendrar hijos que nos eran arrebatados, todas temían
pasar por lo mismo, así que se negaban a seguir el mismo camino. Pero
poco a poco nos dimos cuenta de que era la única forma de mantenernos,
dando una nueva generación. Por desgracia, no mucho tiempo después
aparecieron ellos y se llevaron la vida de muchos de nosotros en los
primeros ataques, no los esperábamos. Varios de los niños que ves no tienen
padres, murieron buscando alimentarlos o a causa de la debilidad.
―Podrían venir con nosotros ―la sugerencia es espontánea. Espero la
reprimenda de Uriel, pero esta no llega. Levanto la vista para ver su rostro.
No hay reproche. Incluso él, que estaba en contra de ellos, no puede ser
indiferente.
―Él…
―Todos ―interrumpe Uriel―. Todos serán aceptados si así lo desean.
Le dedico una sonrisa.
―No será fácil ―una de las jóvenes nos hace saber, frunciendo el
ceño―. Ellos siempre están ahí ―agita el brazo―, nunca se van.
―En ese caso, tendremos que buscar una distracción y la manera de
llevarlos.
―Hay un caballo. ―Klaus parece emocionado.
―Aunque primero deberíamos preguntarles a todos.
―Lo harán. ―La chica afirma―. Todos queremos ver el sol sin tener
miedo.
―Bien, en ese caso hay que ponernos en marcha. Saldremos mañana a
primera hora, eso evitará que se reorganicen. Debemos tomar toda la
ventaja que podamos.
«Eres un gran hombre, Haros», le hago saber mentalmente, con una
promesa.
―Aunque antes me gustaría intentar algo. ―Se acerca hasta nosotros,
inclinándose sobre el bebé, que lo mira con curiosidad―. Él está muy débil,
el viaje será largo.
Entiendo a lo que se refiere.
―¿Qué sugieres? ―pregunta la mujer, con cierta sospecha en los ojos.
―Puedo darle mi sangre.
―¡¿Qué?! ―la chica lo mira asustada, negando, pero la mujer sonríe.
―Esperaba que lo dijeras, eres un fundador, tu sangre puede darle una
oportunidad.
―Yo puedo compartir mi sangre con algunos niños. ―Josiah sugiere.
―A Randi no le gustará esto ―hace una mueca la chica.
―Él tendrá que callarse y elegir. Hace dieciocho años no tuvimos
alternativa, pero ahora la tenemos.
Asiento a Uriel, quien, pinchando su pulgar, impregna los labios del
pequeño, que hace una mueca, pero que la bebe tras un instante. Sus pálidas
mejillas recuperan el color después de unos momentos. «Podría ser
nuestro», el pensamiento no parece molestarle, simplemente me mira en
silencio, pero sé que ahora es compartido. «Antes debemos mantenerlos a
salvo». «Lo haremos».
Lena (35)

Cruzándome de brazos, lo observo cerrar la puerta antes de girarse hacia


mí. Sus ojos sostienen mi mirada, veo una intensidad y determinación que
no encontraba en ellos antes. Algo ha cambiado. Eso hace menguar un poco
mi valor. Tomo una aspiración antes de hablar, pero su expresión me roba
las palabras.
―Estás herida ―el reproche en su voz es indudable. Se lleva el pulgar a
los labios y antes de darme cuenta lo que pretende, frota un poco de su
sangre en mi mejilla.
―¿Qué…? ―Me deja atónita.
―Eso te ayudará a sanar más rápido. ―Con la mirada recorre la curva
de mi cuello haciéndome sentir expuesta, como si su caricia fuera algo
físico―. ¿Hay otras heridas? ―Su voz ha cambiado, así como la postura,
pareciera estar molesto, muy molesto. Algo que en Abiel no es común:
siempre tiene el control de sus emociones, del mismo modo que las sonrisas
son raras, los gruñidos o gritos no se hacen presentes por muy mala que sea
la situación.
¿Qué le ha pasado? ¿Por qué me parece un poco distinto? Obviamente
sigue tan atractivo como siempre, pero…
―No es nada ―tardo un poco en reaccionar a su pregunta, pero agito la
mano restándole importancia. No le gusta mi respuesta y la contracción de
su frente lo dice. Intento retroceder, pero sujeta mi brazo. No es brusco,
pero sigo un poco afectada por su beso.
De nada ha servido querer convencerse de que podría pasar de él y fingir
que no me importaba.
―Huelo sangre, Lena, no me mientas.
El aire abandona mis pulmones cuando tira del vestido, haciendo quedar
expuesto mi hombro y algo más en el proceso. Boqueo varias veces. Estoy
tan sorprendida, que le dejo tocar mi brazo y esparcir más de su sangre en la
herida. No soy capaz de protestar, ya que no solo experimento el efecto, veo
cómo comienza a cicatrizar. He escuchado sobre esto y aunque no sano
como un humano normal, no se iguala a un vampiro, sin importar que sea
un subalterno.
―Esto es un poco raro ―balbuceo rompiendo el incómodo silencio que
nos rodea, pero me arrepiento cuando nuestras miradas se vuelven a
encontrar y el deseo que reflejan sus ojos golpea mis entrañas―. Lo sé,
ahora vas a regañarme por venir aquí y no decirles nada, por ponerme en
peligro y todo eso, ¿verdad? ―digo tratando de fingir no darme cuenta.
―Durante mucho tiempo, creí que ella era la mujer que amaba ―su
respuesta me confunde, pero me obligo a no cambiar mi expresión―. Hice
todo lo que pensé que la haría feliz, habría estado dispuesto a dar mi vida
por ella, pero me equivoqué y ahora lo entiendo.
No me gusta esta parte, donde su ex sale a colación, ni saber lo
importante que fue para él. Pude hacerme una idea cuando lo escuché
llamarla en sueños y cuando mintió para visitar su tumba. Egoístamente
busqué que me quisiera, ignorando sus sentimientos y eso solo me llevó a
darme contra la pared. No lo culpo, por mucho que me gustaría. Sin
embargo, del mismo modo que no mando en mi corazón, no puedo gobernar
sobre el suyo.
―Abiel…
―Escúchame ―interrumpe sacudiendo la cabeza―. Me aferré a un
sentimiento que no era del todo real y lastimé a dos personas que eran
importantes para mí. La última noche que hablamos, pensé que darte la
opción de elegir era lo mejor para ti, así que simplemente di un paso atrás.
A pesar de que en ese momento sabía que lo que sentía por ti, no era
simplemente cariño o atracción. ―Da un paso al frente, contradiciendo su
explicación―. Ese es otro de mis errores. No puedo dar marcha atrás. Eres
mía, Lena.
―No ―niego apoyando la mano en su pecho, queriendo evitar que se
acerque―. Dijiste que…
―Estaba equivocado, Lena. He estado equivocado todo este tiempo. Me
aferré a la culpabilidad, a mi orgullo. Sabía que ella amaba a Irvin, pero no
estuve dispuesto a perder y por eso los hice infelices a ambos.
―No puedes culparte. Ella debió ser sincera contigo e Irvin. Si
realmente era tu amigo, también tenía que decirte.
―Nunca lo habría hecho.
―¿Por qué no? Sin importar que fueran amigos, si realmente la amaba,
debió intentar razonar contigo.
―Le salvé la vida. Él juró que algún día me devolvería el favor y cuando
tuvo la oportunidad de tenerla, retrocedió por esa deuda.
―¿Y cómo puedes estar seguro de que soy yo y no ella?
―Por muchas señales, sin embargo, no me importa lo que todo el mundo
diga o crea al respecto ―toma mi mano y, aprovechando que está sobre su
pecho, la mueve hasta donde debería estar su corazón―. Tengo la certeza y
no pienso dejarte ir.
―¿No es un poco tarde? ―pruebo mirándole molesta―. Me has hecho
llorar más de una vez y sentir como una niña malcriada que solo te quiere
como un capricho.
―Me disculpo por ello, no volverá a pasar.
―¡Te dije que te quería, Abiel!
―Y yo te digo que te amo, Lena.
―¿Qué? ―Aparto mi mano de su agarre y retrocedo―. Oye, estás
asustándome.
―No debes hacerlo, lastimarte es lo último que pretendo. Una vez dijiste
que habías hecho tu elección y que nada te haría cambiar.
―Sí y tú dijiste que no me presionarías y que esperarías por si cambiaba
de parecer.
Sonríe de lado, acelerando mi corazón. ¿Qué le han hecho a mi vampiro
serio y obstinado?
―Ahora soy yo quien ha hecho su elección. Y esa eres tú.
Sus brazos me rodean y su boca toma la mía. Me paralizo, no segura de
cómo reaccionar. Su beso es tan intenso, tan determinado, que no me da
oportunidad de resistirme. Los pequeños toques de su boca convencen a la
mía de darle la bienvenida y, tras un par de segundos, mi poca resistencia
desaparece. Él se da cuenta en el instante de que me rindo. Con un pequeño
gruñido me empuja contra el muro. Este es el beso que he deseado tanto,
con ese que he soñado y del que he escuchado hablar, uno que no te da un
respiro, uno que no te deja pensar.
Se aparta ligeramente y me mira a los ojos.
―¿Estás segura de esto? ―Mi corazón da otro salto, al entender el
sentido de su pregunta. ¿Será posible?―. Esta es tu última oportunidad para
cambiar de opinión, no habrá vuelta atrás.
―Eso es lo he querido los últimos dos años…
Mis palabras son interrumpidas por sus labios. Se mueve, llevándome
con él, sin dejar de besarme. Mi espalda toca el suelo, el peso de su cuerpo
se ajusta sobre el mío. Siento como si una corriente recorriera cada parte de
mí, hasta concentrarse entre mis piernas.
El beso ha pasado de intenso a algo urgente. Sus manos tocan el bajo del
vestido y lentamente lo eleva. Gimoteo cuando sus dedos llegan al mismo
lugar que en este instante parece tener vida propia, que lo necesita.
―Shh ―susurra besando mi cuello, lamiendo, probando mi piel. Estoy
tan perdida en todas las sensaciones que sus manos me provocan, que casi
no me doy cuenta cuando me despoja de la ropa, dejándome únicamente en
mis prendas interiores.
Gruñe dándome una larga mirada, antes de inclinarse sobre mis pechos.
Instintivamente separo las piernas, envolviéndolas en sus caderas. Empuja
al frente, frotándose contra mi sexo. Es una barrera pequeña la que nos
separa, una sensación increíble que me hace jadear.
―¡Abiel! ―Mis dedos se clavan en su espalda, que aún está cubierta por
el traje.
En medio de mi urgencia, busco el cierre, pero cuando uno de sus dedos
toca mi sensible carne y se sumerge, mi cuerpo convulsiona, mi cabeza cae
hacia atrás y mis pulmones quedan sin aire.
―No te contengas, amor. ―Besa mi garganta, su dedo continúa
trabajando en mi centro. Mi cabeza da vueltas, mi cuerpo hace su voluntad.
―Tu… ropa ―jadeo. Una ligera sonrisa tira de las comisuras de su
boca, antes de apartarse y con fluidez despojarse de ella.
Aspiro con fuerza. Su cuerpo no es voluminoso, pero tampoco carente de
músculos, los necesarios para secarme la boca y hacerme desear arrastrar
mi lengua por cada parte.
Da un pequeño golpe en mi rodilla e indicándome que separe mis
piernas, lo hago. Se posiciona entre ellas y, apoyándose en uno de sus
brazos, me observa.
―Me gusta el rubor que cubre tus mejillas ―susurra tranzando con la
punta de sus dedos mi cara―. Eres tan bella, Lena.
Me ruborizo aún más y el impulso de ocultarme salta, pero descansa otro
poco de su peso, impidiéndome escapar de sus ojos.
―Iré despacio, hasta que te acostumbres a mí. ―Asiento pasando saliva,
dándole una rápida mirada a su parte masculina.
Como si adivinara mis pensamientos, me toca de nuevo, estimulándome.
Su boca saquea la mía, creando una perfecta distracción. Lo siento frotarse
contra mi entrada y empujar un poco, pero retrocediendo. El deseo crece
rápidamente en mí, empujo las caderas buscándolo con desespero.
Él gruñe antes de empujar de nuevo. Me pongo rígida, ante la primera
punzada de dolor.
―Relájate ―le escucho decir, antes de que su boca vaya a mi cuello, al
mismo tiempo que sus dedos juegan con mis pezones.
Jadeo ruidosamente cuando da otro pequeño empuje. Protesto sintiendo
dolor. Él retrocede, sus dedos lo sustituyen, su boca se vuelve más
insistente. La bruma de pasión me envuelve tanto que no lo siento hasta que
penetra mi piel. Su mordisco provoca una sensación maravillosa, que va
directo a mi sexo.
―Eres mía, Lena. Mi mujer, mi amor.
Abiel empuja lentamente, el dolor reemplazado por gozo; es tan
increíble, que mis caderas buscan la fricción, el roce de nuestros cuerpos.
Mordisqueo su hombro, para no gritar sin control, el orgasmo, que ahora
soy capaz de identificar, lentamente se construye con cada empuje, con cada
vaivén que nos une, que nos convierte en uno solo.
―Te amo ―expresa en voz alta mis propios sentimientos, antes de
perder mi mente y que mi cuerpo se estremezca. ¡Soy suya!
Elise (9)

Suspiro, mi mirada fija en la superficie de madera sobre mi cabeza.


―No deberías preocuparte tanto ―escucho decir a Caden, quien
distraídamente juega con un mechón de mi pelo. Levanto ligeramente el
rostro, encontrando su mirada, es tan serena que mitiga un poco mi
intranquilidad―. Ellos estarán bien ―asegura, sus dedos ahora tocando mi
mejilla.
Me gustaría estar confiada, pero es difícil cuando no tenemos idea de qué
ocurre y cuándo volverán.
―Lo sé, pero…
―Piensas demasiado, Eli ―murmura con cariño, arrastrando la punta de
su dedo por mi nariz, provocándome cosquillas; me hacen cerrar los ojos y
relajarme, sin poder evitarlo―. Tienen a Abiel e Irina, que son los mejores
rastreadores y combatientes; además, Josiah también está con ellos y sabes
que él se asegurará de traerla de vuelta.
Dicho de esa manera, creo que estoy siendo un poco tonta.
Asiento, girando un poco mi posición, tumbada a su lado, para apoyarme
contra su costado y poner mi barbilla sobre su pecho. Trato de disimular
una sonrisa al contemplar su rostro, bronceado por las horas que pasa bajo
el sol, que poco a poco gana un aspecto maduro y mucho más varonil.
Ambos hermanos son muy apuestos, pero Caden tiene una calidez y ternura
que lo hacen ser especial y único. Para mí, tenerlo de este modo tan íntimo,
hace que disfrute de la calma y la brisa fresca que entra a través de la
ventana del granero.
Nos miramos en silencio, no es incómodo como podía resultar a veces
antes de confesar nuestros sentimientos. Su mano se coloca detrás de mi
cuello y tira suevamente, al mismo tiempo que se inclina, hasta que nuestras
bocas se encuentran. Es un beso tierno, que me hace suspirar y derretirme
en sus brazos. Cada día confirmo que es el correcto y saber que corresponde
mis sentimientos aumenta los míos por él.
Profundiza lentamente, aumentando la temperatura de mi cuerpo y el
correr de mi ya acelerado corazón. Se mueve, suspendiendo su cuerpo sobre
él mío, mis manos buscan su pelo y disfruto de enredarlas entre las hebras
rubias. Lo escucho emitir un gruñido, antes de separar nuestros labios y
mirarme.
―Tendremos compañía ―anticipa antes de que las risas tan conocidas
lleguen desde la parte de abajo del granero.
¡Mis hermanos!
―¡Le vamos a decir a mi papá que te estabas besuqueando con Caden!
―¡Sí, le vamos a decir!
Caden reprime una risa, apartándose, antes de ayudarme a incorporarme
y sacudir algunas ramas de mi cabello.
―No estamos haciendo nada malo ―responde Caden, asomándose junto
a la escalera, donde segundos después emerge la primera cabeza. Gavin me
examina de pies a cabeza, entrecerrando los ojos.
―Sospechoso.
―Deja a tu hermana tranquila ―pide Caden tomándolo del brazo,
haciéndolo subir, antes de saltar llevándolo con él.
Gavin ríe ante la caída, que me toma por sorpresa, aunque no es gran
cosa para él. Aprovecha la distracción para guiñarme el ojo y, bromeando,
les hace dejar el tema por la paz. Sacudo la cabeza, mirando cómo a pesar
de ser un par de diablillos, le tienen respeto. Y supongo que nada tiene que
ver con el hecho de que ahora es quien dirige el lugar. Caden no impone, él
comprende y ayuda, lo que le vale el cariño de todos.
Me abrazo a mí misma, deseando que pronto regresen y podamos volver
a la normalidad, porque sea como quiera que hayan pasado las cosas, Lena
merece tener lo que Airem y yo tenemos.
―Ustedes dos deberían estar durmiendo ―los reprende Caden, a lo que
solo ríen.
―Sin Elise, no podemos.
―Sí, claro ―murmuro sacudiendo la cabeza. Me miran con expresiones
angelicales. Ellos también extrañan a nuestro padre―. Vamos, mañana los
haré madrugar.
―¡No!
Caden sonríe ayudándome a bajar, aprovechando para darme un beso en
la mejilla.
―A casa, escuchen a su hermana.
Con todo y sus protestas, obedecen saliendo del granero y dándole la
oportunidad a Caden de despedirse con otro beso. Ahora en los labios.
―Buenas noches.
―Buenas noches ―contesto con una sonrisa.
―¡¿Ya están besándose otra vez?!
―¡Puaj! ¿Por qué les gusta hacer eso?
―Yo no sé, pero no besaré a una niña nunca.
―Recuerda decirles eso en unos años.
―Lo haré.
Josiah (10)

―¿Están seguros de esto? ―inquiere Abiel con calma, mirando a


quienes nos encontramos lo suficientemente alejados del resto que habita el
lugar, para conversar en privado.
Tanto el señor Haros como Klaus han expresado lo que se acordó hace
unos momentos: abandonar la montaña a primera hora del día, llevando a
todos con nosotros. Desde luego que él tiene ciertas reservas, especialmente
si se ha percatado del interés que ese chico llamado Yohan parecía mostrar
por Lena. Supongo que en su posición no estaría tan contento, pero no se
trata de eso nada más.
Llevarlos con nosotros no es algo sencillo, ya que, aunque no somos del
todo ordinarios, el largo camino y el ritmo al que lo hemos recorrido, han
desgastado un poco nuestras fuerzas, pero entiendo el punto de no demorar.
Los impuros no esperarán que salgamos tan pronto o puede que sí. Los que
enfrentamos no eran ordinarios, parecían razonar, más allá de la necesidad
de sangre que se supone los caracteriza. Presentaban una organización casi
perfecta a la hora de enfrentarnos y, si lo que ellos suponen es cierto, se
mantienen bebiendo de sus propios compañeros caídos. Algo desagradable,
pero para quien no posee alimento, es una manera eficaz de mantenerse en
condiciones de atacar. Inteligente.
―No hay opciones ―contesta Haros, sosteniéndole la mirada. Su
resolución es particular. Irina parece haberse encariñado con el pequeño y si
quieren que sobreviva, tiene que ser atendido cuanto antes.
―¿Son conscientes de que sus vidas estarán en nuestras manos?
―La única vida de la que me preocuparía sería la tuya. ―Knut golpea la
espalda de Abiel, mirándole con una sonrisa burlona―. Por si lo has
olvidado, cuando Danko mordió a Mai, casi lo mata. Imagina qué te hará
cuando descubra que no solo mordiste a su hija…
Abiel hace una mueca, apartando su mano, mirándole molesto. Desde
luego que debería saber que la mayoría de nosotros escuchamos lo que
hicieron, aunque no todos tenemos el sentido común para fingir que no fue
así.
―Por favor ―interrumpe Haros, ocultando una risa, con una fingida
tos―. Hay que pensar en una estrategia para nuestra partida.
Desgraciadamente, no disponemos de mucho, así que tenemos que
organizarnos muy bien.
―¿Crees que él los dejará ir así de fácil? ―Neriah cuestiona con esa
expresión tan serena propia de él. Siempre suele ser apático o eso creí,
porque se preocupa demasiado por Klaus, a pesar de no llevar su sangre. No
comprendo cómo las personas estuvieron tan ciegas para creer que eran
muy diferentes de ellos. Quizá si lo hubieran comprendido antes, se habrían
evitado muchas pérdidas.
No existen diferencias cuando de amar se trata. Por eso es que no he
golpeado a Abiel por no tratar como se debe a Lena y exponerla. Aunque no
suele ser tan contenido, tengo la certeza de ser discreto.
―Hemos pensado en ello ―contesto inclinándome ligeramente al frente,
disminuyendo el tono de mi voz. Usaríamos la mente para comunicarnos,
pero Klaus estaría fuera de la conversación―. Uno de nosotros tendrá que
vigilarlo.
―Nada garantiza que vendrán de buena gana.
―Lo harán. Están muriendo aquí, casi todos están enfermos. Este lugar
es una tumba, hay demasiados metales tóxicos que no solo se respiran. Irina
comprobó su fuente de agua y ahí lo confirmó. No tienes opciones.
―Entonces, no se hable más. Tendremos casa llena, aunque antes hay
que enfrentarnos a esas cosas y evitar quedar en el intento.
―Siempre tan positivo.
―Soy realista. Por cierto, ¿puedo tener el caballo? ―Me froto la frente,
intentando ignorar su sarcasmo―. ¿Qué? ―pregunta ante las miradas que
le dirigen el resto―. Yo también me canso.
―Dijiste que no querías cuidar las cosas, así que te pondremos al final,
como señuelo. ¿Qué dices?
―Eso no le gustaría a mi esposita.
«Neriah, ¿puedes encargarte de vigilar a Randi?», pide Haros
mentalmente, optando por dejar fuera a Knut. «Sí, señor. ¿Algo en
particular que desee que confirme?». «No, solo asegúrate que no planee
algo que nos tome por sorpresa». «No hay problema». «Insisto en que
estamos corriendo un gran riesgo, especialmente si el temporal empeora».
«Podríamos esperar o volver por ellos», Abiel dice reflexivo. «El tiempo
que demoremos, podría hacer la diferencia para algunos. Hay una mujer por
dar a luz, no resistirá en estas condiciones. Créeme, Abiel, soy el primero
en darme cuenta de que nos estamos arriesgando demasiado, pero no hay
opciones». «Además, Lena no los abandonaría», le hago saber, mirándolos
a los ojos. Asiente, convencido por ese simple hecho. Un hombre realmente
enamorado, haría todo por la mujer que ama.
―¡Oigan!, ¿por qué me excluyen? ―cuestiona Knut, fingiéndose
molesto. Pobre de Caden, tendrá bastante que enfrentar con un suegro como
él.
Irina (3)

Observo su pequeño rostro, así como los rastros de lágrimas que quisiera
borrar o, mejor dicho, evitar que se formaran.
―Se quedó dormido. ―Miro a la chica, una de las mayores y aun así
muy joven para afrontar esta difícil condición. No debe pasar de los quince
y, sin embargo, se ocupa de los niños, en su mayoría, porque todas las
mujeres los cuidan como si fueran propios.
Supongo que se debe a lo que esa mujer explicó, los ven como su futuro,
su esperanza.
―Sí ―confirmo mirando el rostro tranquilo del bebé, que se durmió tras
agotarse con el llanto derramado y encontrándose también saciado, por
primera vez desde que vio este mundo. El pensamiento forma un nudo en
mi garganta. Es tan pequeño y a la vez tan fuerte, ha resistido sin su madre
y continúa aferrándose a esta vida. Un luchador.
―Le gustas ―susurra ella, inclinándose junto a la pared. Le sonrío, un
poco confortada por sus palabras―. Suele ser bastante exigente y no
cualquiera lo hace dejar de llorar.
Me gustaría aclararle que es posiblemente porque estaba hambriento,
pero lo reservo. Puedo darme cuenta en su mirada, que es consciente de la
situación en que se encuentran.
―¿Cómo es ese lugar? ―La miro, leyendo la inquietud en su rostro―.
Al que se supone que iremos.
―Te gustará. ―Podría darle muchas razones válidas, entre las más
importantes, el hecho de que podrán caminar debajo del sol sin preocuparse,
alimentarse con una amplia variedad, pero sería cruel de mi parte.
―Randi no está muy contento.
―¿Lo sabe? ―Asiente.
―Es nuestro líder, no hay nada que no le contemos.
―Cierto.
―Pero todos queremos ir ―se apresura a decir, como si temiera que
malinterpretara sus palabras.
―¿Él vendrá?
―Sí, le importamos demasiado como para que sea orgulloso. ―Doy una
pequeña inclinación en señal de entendimiento, aunque difiera―. No es
malo, solo… ha tenido una vida difícil.
―¿Lo sabes?
―Los mayores nos han contado algunas cosas. Y es difícil no escuchar.
―No siempre es verdad todo lo que nos dicen ―comento sin
profundizar más, pero ella sonríe.
―No los odiamos, ni les querríamos hacer daño. No somos malos,
créeme, solo queremos vivir.
Estiro la mano, tocando su cabeza.
―Eres una buena chica, Ivy.
―Mi madre me decía eso… antes de…
―Ella estaría orgullosa, especialmente porque quieres lo mejor para
todos.
―¿Lo crees?
―Estoy segura. Y ahora, ve a dormir un poco. No hay mucho tiempo
para descansar.
―De acuerdo. Si llora…
―Ve tranquila. Puedo cuidarlo si despierta. Aunque no lo parezca, soy
buena con los niños.
Asiente antes de marcharse, no sin darle otra mirada al pequeño. Una
vida difícil puede convertir a alguien tan joven en un alma mayor y sabia. O
en alguien retorcido. Me alegra confirmar que en este caso es lo primero.
Estos niños son nobles, a pesar de las adversidades a las cuales se han visto
expuestos. Bien, Lena, nunca dejaré de agradecerte por venir, por traernos
hasta aquí.
Abiel (11)

―¿Todo listo? ―pregunta Haros.


Asiento, mirando a la pequeña niña que dará la señal en cuanto los
primeros rayos del sol despunten.
La lluvia ha cesado por completo, lo que nos favorece
momentáneamente. Estaremos divididos en tres grupos, el primero
acompañará a las mujeres y niños, Lena e Irina las protegerán. El caballo
llevará a la mujer embarazada, quien sostendrá al bebé y todos lo seguirán a
pie. En el segundo grupo irán Klaus, Knut, Josiah y dos de los híbridos. Y
en el tercero, Haros, Neriah y yo, acompañados por Randi y los tres
híbridos varones restantes. Seremos quienes repelan su ataque, mientras los
demás se asegurarán de que no alcancen a los primeros.
―¡Listo! ¡El sol acaba de despuntar! ―grita la pequeña. Todos
intercambiamos miradas, la tensión es palpable.
―¡Abran las puertas! ―ordena Randi, su espalda empuñada, como el
resto de los combatientes.
―En marcha ―anuncia Uriel, en cuanto las puertas se abren.
Lena me mira, luciendo preocupada. Beso sus labios, antes de soltar su
mano, indicándole que vaya. Sabe que no voy a fallarle, se lo he prometido,
llevaremos a todos a Cádiz y haré lo que corresponde. Será mi mujer
delante de todos.
―Vayamos ―dice Neriah.
―Hagamos lo que mejor sabemos ―miro a Knut―. Pateemos traseros
impuros.
Eso haré. No acabo de encontrarla solo para perderla.
Yohan (5)

―¿Realmente confías en ellos? ―Xean me observa con fijeza, pendiente


de mi reacción, como lo ha hecho desde que ellos llegaron y les dimos
acceso a la montaña.
Puedo darme cuenta del conflicto que enfrenta en estos momentos, uno
demasiado similar al mío. Mañana al amanecer nos marcharemos. Después
de dieciocho años dejaremos este lugar y volveremos a donde
prácticamente dio inicio todo esto. Desde luego que Randi no está de
acuerdo, pero no hay mucho que pueda hacer, la mayoría han decidido y
quieren ir.
Me encojo de hombros, apoyándome en el muro, sentado sobre mi
camastro. En realidad, no hay mucho que pensar a la hora de decidir, he
visto esas ciudades a lo lejos, son más de lo que podríamos habernos
imaginado. En ellas hay seguridad, abundante comida y, sobre todo, tienen
libertad para salir durante el día. Algo impensable para los menores.
Aunque casi ninguno de nosotros lo tuvo tras nacer, desde luego que
deseamos que los más pequeños puedan disfrutarlo. Además, la principal
razón es que estamos muriendo, poco a poco hemos ido cayendo e incluso
Randi, que se encuentra sumido en su terquedad, se ha dado cuenta. Puede
que no le guste deberles nada a quienes considera responsables de nuestro
destino, pero el compromiso que asumió con cada uno de nosotros el día
que Alón murió, es más grande que su orgullo.
―Eneth está de acuerdo.
―Esa vieja alborotadora ―murmura con una risa contenida―. Supongo
que sus huesos agradecerían un poco de sol. ―A pesar de su esfuerzo por
mostrarse indiferente, teme como lo hacemos los demás. Prácticamente al
aceptar, estamos a su merced, ya que no implicamos peligro alguno, no
pondríamos en peligro a los niños y eso nos deja en desventaja, no es algo
que le guste.
―Dayna está próxima a dar a luz y desde luego que Nolan teme por su
vida ―explico en voz baja―. No puedes culparlos.
Bufa, mirándome disgustado.
―No lo hago, es solo… ¡Demonios! Podrían tomarnos como esclavos y
no podríamos hacer nada. ¿Eres consciente?
―Es una posibilidad ―no miento―, pero es mejor que verlos morir. El
bebé no vivirá demasiado si no hacemos algo y el destino del hijo de Nolan
no será muy diferente si ella no lo logra.
Maldice, luciendo más frustrado.
―No aspiro a ser tratado como a su igual ―dice después de unos
segundos en silencio―, pero supongo que nos odian del mismo modo que
lo hace Randi.
―Si lo hicieran, no se arriesgarían por nosotros ―señalo mirando mis
manos, pensativamente, esperando no estar equivocado―. Bien podrían
marcharse y aprovechar la ventaja, pero están pensando en nosotros.
―O usándonos como carnada.
Lo miro.
―No somos inútiles y al menos por mi parte haré todo lo que sea
necesario para asegurarme de que estén a salvo.
―Lo sé ―masculla sacudiendo la cabeza―, solo odio estar en
desventaja.
―¿Eso o ver a Johari? ―Me dedica una sonrisa burlona.
―Me matará cuando me vea.
―Te advertí que no hicieras todo lo que dijera Randi.
―¡Oye! Ella iba por mi cabeza y el tipo ese apareció de la nada, no es
culpa mía. Aunque no creo que muriera… ¿lo crees? ―Me encojo de
hombros.
―No tengo idea, no estuve ahí.
―¡Maldición! Da miedo.
―Puedes preocuparte por ella después…
―Lo sé, lo sé. Puedes estar tranquilo; hay mucho en juego, no irá con
Randi.
―Confío en ti, Xean.
―Lo sé. Solo te pido que cuando Johari quiera matarme, digas algo a mi
favor.
―Cuenta con ello. ―No tengo la certeza de que ocurra, pero me
aseguraré que llegue y tenga una mejor oportunidad de la que nosotros
tuvimos.
Lena (36)

Sus brazos me envuelven en un cálido y reconfortante abrazo, al amparo de


las llamas de la fogata junto a la cual nos encontramos. Ha sido una tarde
bastante ajetreada, planes han sido expuestos y preparativos puestos en
marcha, en algunas horas enfilaremos hacia Cádiz. Hay cierta inquietud en
mi pecho, especialmente tras escuchar lo que pretenden. Abiel y algunos
otros serán la carnada, cubriendo nuestras espaldas y dándonos una
oportunidad de huir. Sé que son fuertes y mil veces más experimentados
que yo, pero recordar la furia de esas cosas me hace estremecer.
Sus labios rozan mis sienes, depositando suaves besos que me hacen
suspirar. No hemos tenido mucho tiempo a solas después de lo ocurrido,
pero él no teme demostrar afecto por mí, ni siquiera ante las miradas de
Josiah. Él ha dicho que esperemos a que volvamos, pero ni Abiel ni yo
queremos hacerlo. Es difícil apartar mis manos de él y negarme a su toque.
Incluso aunque la situación no es fácil, lo que lo convierte en un alivio.
―Todo irá bien ―susurra queriendo tranquilizarme. Sabe que esto me
preocupa más de lo que aparento.
Y yo sé que no es fácil, pero la sola idea de que pueda resultar herido me
horroriza. Lo amo demasiado.
―Deberías dormir un poco. Será un regreso difícil.
―Quiero quedarme contigo.
Se mueve hasta quedar sentado en el suelo, acunándome entre sus
piernas.
―Entonces, duerme. Velaré tu sueño.
La dulzura de sus palabras me hace sonreír.
―Te amo ―murmuro, a pesar de estar segura de que puede verlo en mis
ojos. Siento cómo sonríe antes de besarme de nuevo.

Las horas me parecen segundos y antes de darme cuenta, nos


encontramos alineados frente a la puerta, a la espera de que los primeros
rayos de sol aparezcan y que podamos salir. La lluvia se ha ido, pero según
Xean, no durará demasiado. El tiempo no está en nuestro favor y no hay
marcha atrás.
―¡Vamos!
Abiel me da un beso rápido y me indica que vaya con las mujeres y
niños. Neriah y Yohan asienten, confirmando que es seguro movernos.
Dayna, la chica que está embarazada, va sobre el caballo, con el pequeño en
brazos. Cesia, Ivy y Vinc flanquean el grupo, Irina al frente y yo detrás de
ellos.
―Vamos demasiado lento ―escucho decir el señor Haros.
La pendiente es bastante pesada y los niños no son tan rápidos.
―Debemos sacarlos del valle cuanto antes. Mientras más lejos estemos
de ellos, mejor.
―El sol…
―Tendremos que descansar en algún momento y eso les dará
oportunidad de aventajarnos.
Puedo sentir la tensión, desde luego que chocan y era lo que tanto temía.
―Podemos llevarlos ―sugiera el señor Knut, como si nada―. A los
niños, claro, de ese modo las mujeres pueden avanzar con más rapidez.
Josiah tiene razón, pasando la colina, será más fácil el avance.
―Hagámoslo.
Hay cierta sorpresa, pero nadie protesta cuando los niños son tomados y
llevados con una velocidad y facilidad sobre la colina.
Cerca de la mitad del día, hemos dejado atrás el valle y nos movemos a
buena velocidad, o eso creo hasta ver las expresiones tensas de los hombres,
que continúan en la parte trasera del grupo. Se turnan para adelantarse y
quedar regados y ver si hay algún inconveniente. No lo hay hasta ahora,
pero sé que temen a que caiga la noche. Sin embargo, la determinación en
sus rostros, de los niños y mujeres, es grande. Eso basta para asegurarme de
que esto es lo correcto.
El día se convierte en noche, pero nuestros pasos no se detienen, el
cansancio se muestra en sus caras, pero nadie protesta. Irina se encarga de
repartir los pocos alimentos disponibles, a quienes considera los necesitan.
También ha cuidado del bebé, que parece disfrutar de la compañía del señor
Haros. Me sorprendió verlo alimentándolo con su sangre, pero eso parece
ser lo que le ha ayudado a tener un mejor aspecto.
―No comiste ―Abiel se acerca a mí, sus ojos escrutando las sombras
que nos rodean. La mayoría tiene buena visión, por lo que se ha optado por
viajar sin antorchas, no queriendo hacer visible nuestra ubicación.
―Estoy bien ―aseguro tomando su mano. Él me besa el dorso.
―Lo lograremos ―susurra antes de tirar de mí, contra su costado. Es un
abrazo rápido, antes de volver a su posición.
Suspiro, tras descubrir a Ivy mirándome con una ligera sonrisa.
―Tu pareja ―dice a manera de afirmación, que confirmo asintiendo―.
Ojalá pueda tener una algún día ―comenta antes de que sus ojos se posen
en Klaus, que se encuentra a unos pasos detrás.
Sonrío, un poco sorprendida.
―Lo harás.
Danko (6)

―Señor ―Coval hace una ligera inclinación―. ¿Me mandó llamar?


―Ellos están viniendo ―anuncio mirando a Caden, que se encuentra de
pie junto a mi escritorio. Es imposible a esta distancia comunicarse, pero él
y Josiah no tienen ese problema. Ha asegurado que está en camino y que
necesitan ayuda―. Reúne a algunos guardias, que estén listos para salir en
cualquier momento.
―Entendido.
Espero hasta que se marcha, antes de mirar a mi hijo.
―Es mejor esperar a que sea de noche.
―Lo sé ―concuerdo con su petición. Ellos estarán cerca hasta mañana
por la noche y Josiah ha pedido que les encontremos antes de que
anochezca. No viene solo y necesita ayuda. Esa niña parece no dejar de
sorprendernos.
―¿No le dirás al señor Armen?
―Él ya lo sabe, pero está ocupándose de su mujer.
―La señora Gema es bastante hábil.
―Sí, pero no es racional cuando se trata de su hija y prefiero que estén
todos a salvo, antes de que el caos se desate.
―Kyla irá contigo, en caso de que la necesiten.
―Yo puedo ocuparme de los heridos.
―Puedes, pero tampoco quiero que te excedas. Y tus habilidades no
funcionan con los vampiros.
―Estarán bien.
―No está de más ser precavido. Ahora es mejor que vayas a despedirte
de tu madre y a tomar lo que necesites. ―Me incorporo, apoyando una
mano en su hombro―. Tráelos de regreso.
―Lo haré.

֍
Contemplo el horizonte, por donde hace unos minutos desaparecieron.
Aceptar que mis hijos son lo suficientemente maduros para gobernar, no se
compara con aceptar que pueden ocuparse por sí mismos. Sin embargo, es
algo necesario. Siempre estaré presente, pero hay cosas que se deben
permitir experimentar por ellos mismos.
Cierro los ojos, sintiendo sus manos recorrer mis hombros, deteniéndose
sobre mi pecho. Mi amada Mai.
Toco sus manos, sintiendo su pecho contra mi espalda.
―Estarán bien ―dice intentando confortarme. Sonrío, ella siempre ha
sido más fuerte que yo.
―Tengo la certeza, es solo que no soy de los que les gusta esperar.
―Lo sé, pero es su turno, como dijiste.
―Decirlo es fácil, no tanto como verlo.
Ríe, haciéndome volverme hacia ella. Es tan hermosa, nunca me canso
de admirar su rostro y esa sonrisa que tanto amo.
―A veces vuelves a ser el mismo gruñón de siempre.
Tiro de su cintura, antes de tocar sus labios.
―Intento no serlo cuando se trata de ti. ―Frota su cara contra la mía, de
modo juguetón.
―No te preocupes. Todo saldrá bien.
―No es por ellos que temo, sino por los otros. No confío.
―Debemos darles una oportunidad. Es quizás ese momento de cambiar
los errores del pasado y tratar de sanar viejas heridas.
La beso de nuevo.
―Solo tú puedes ver lo positivo en cualquier parte, pero tienes razón,
siempre la tienes y por eso nunca dejaré de agradecer poder tenerte
conmigo.
―Siempre, amor, siempre.
Lena (37)

Es la segunda noche desde que abandonamos la montaña, finalmente hemos


tomado un pequeño descanso. La mayoría está demasiado débil para
soportar la marcha tan apresurada a la que viajamos. Tal como hicimos con
Randi, se espera que hagamos solo tres días de trayecto, ya que eso reduce
un posible ataque por parte de los impuros, algo que no parece probable.
Están acercándose con rapidez.
Noto la inquietud y la alerta en cada uno de los hombres, ninguno ha
bajado la guardia, a pesar de la tensión existente. Se ha hecho una fogata,
alrededor de la que nos encontramos con los niños y mujeres. Hay cuatro
más que ayudan a iluminar los alrededores, justamente por si alguno de los
impuros nos alcanzara.
Las cosas no pintan bien, los pocos alimentos se han agotado, la
desesperación es fácil de leer en sus miradas, a pesar de su resistencia y
determinación. Irina y el señor Haros han salido a cazar esta noche,
ignorando la mirada que les dirigió el señor Knut cuando se ofrecieron. No
entendí su comentario y tampoco lo aclaró, se limitó a decir que le
recordaba viejos tiempos.
―Deberías descansar un poco ―susurro mirando a Abiel, quien se
mantiene de pie junto a una de las fogatas. Sacude la cabeza, sin dejar de
mirar las sombras que rodean nuestro improvisado campamento.
―Estoy bien ―dice mirándome de reojo, antes de acariciar mi mejilla
con sus nudillos―. Podemos aguantar bastante sin dormir, no te preocupes.
―No descansaste cuando llegaron y no lo has hecho todavía.
Tira de mí, pegándome a su pecho.
―He estado en situaciones más complicadas y pasado mucho más
tiempo sin dormir o alimentarme.
¡Mierda!
Lo miro horrorizada, dándome cuenta de que ninguno se ha alimentado
desde ayer. Los suministros tuvieron que agotarse, cuando los repartieron
entre los demás.
―No voy a morder a nadie ―aclara descifrando mi reacción.
Doy una rápida mirada alrededor, estamos bastante lejos del resto y nadie
parece prestarnos atención.
―Deberías ―digo dándole una mirada significativa. Sus ojos van una
fracción de segundo a mi cuello, antes de comenzar a sacudir la cabeza―.
Los subalternos no pueden pasar mucho tiempo sin beber ―repito lo que
alguna vez comentó la tía Elina―. Podrías…
―No.
―Por favor, no soy yo quien va a pelear. Y no mientas, sé que están más
cerca de lo que parece. Necesitarás estar fuerte para enfrentarlos.
―¿Y debilitarte a ti? Tampoco has comido.
―Eres más rápido y fuerte que yo. Si tú estás bien, tenemos más
posibilidades.
Titubea un momento, antes de inclinarse y besarme, lento, saboreando el
roce de nuestros labios. Suspiro, cuando su boca se aparta y desciende por
mi cuello.
―No me he duchado ―admito apenada, pero me sorprende riendo.
―No tienes idea ―aspira.
Su nariz frota ligeramente mi piel, antes de sentir la presión de sus labios
y el ligero dolor de sus colmillos. ¡Oh! Me derrito. La intensidad es
demasiada, tanto que nubla mis sentidos, un gemido se me escapa sin darme
cuenta. Él me sostiene sin problemas, bebiendo. Es placentero y muy, muy
erótico.
Su lengua lame, enviando una descarga por todo mi cuerpo, que me pone
la piel de gallina.
―Lo siento por eso ―musita besando suavemente mi barbilla―. Intenté
hacerlo placentero.
―Lo hiciste ―jadeo abriendo lentamente los ojos. Hay una pequeña
sonrisa en su boca y sus ojos tienen ese tono intenso, parecieran tener
brillo―. Lo hiciste ―repito suspirando, apoyándome totalmente contra
él―. ¿Fue suficiente?
―Sí.
―Bien ―digo aclarándome la garganta. ¡Uf! Me siento mareada, pero
no en el mal sentido, es todo lo contrario.
―Ahora, tienes que descansar. Solo tenemos unas horas antes de
ponernos en marcha.
―Saldremos antes del amanecer, ¿cierto?
―Es necesario. Estamos dejando la parte desierta atrás, así que tendrán
más oportunidad de resguardarse durante el día y seguirnos.
―¿Eso es lo que los detiene?
―Lo suponemos. ―Besa mis mejillas, antes de tirar del cuello de su
abrigo, que llevo puesto y cerrarlo―. Ve junto al fuego, con los demás.
―Sabes que prefiero estar contigo.
―Estás más segura ahí. ―Hago una mueca―. ¿Por favor? Necesitas
descansar.
―Está bien ―refunfuño, poniéndome de puntitas para alcanzar sus
labios. Me ayuda inclinándose, tomando mi boca con exigencia, como se lo
pido. Es fácil perderse con sus besos y sus manos sosteniéndome. Mi
cuerpo responde a él, incluso en el peor momento.
Josiah (11)

―Deja de torturarte ―aconsejo manteniendo bajo mi tono de voz.


El chico me mira mal, antes de volver a poner sus ojos en la pareja que
solo se limita a hablar.
―¿No es un poco mayor para ella? ―Le dedico una sonrisa irónica.
―Eso es lo último que le preocupa ―me encuentro diciendo. No es un
mal tipo y lo más importante, su interés por Lena parece genuino. Una pena
que llegara demasiado tarde. Es un hecho que ella no tiene ojos para nadie
más. Y bien o mal, Abiel parece decidido a no dejarla.
―Además, ¿cómo fue que permitió que viniera sola?
―Eso no me corresponde decirlo a mí ni a ti juzgarlo.
Suspira, finalmente rindiéndose cuando los ve abrazarse.
―Ella lo ha querido hace mucho ―explico―, no cambió a pesar de los
obstáculos y su negativa. No pierdas el tiempo.
―¿Por qué me dices eso?
―Porque sigues mirándola como si esperaras que cambiara de parecer
de un momento a otro. No lo hará. ―No solo porque es obstinada, sino
porque parece ser la mujer correcta para él―. Hay relaciones que no están
destinadas a ser, por mucho que quisiéramos lo contrario y es importante
aprender a dar marcha atrás.
―No estoy haciendo nada…
―Solo quiero evitar que lo hagas. ―Me encojo de hombros―. La
quiero mucho y, créeme, nunca la he visto tan feliz como ahora. Me caes
bien, pero haría todo para asegurar su felicidad.
―¿Es una amenaza?
―No, es un consejo.
Me da la espalda y a ellos también.
Un relámpago me hace desviar la atención de él, parece que el tiempo no
estará a nuestro favor.
―¿Crees que lo logremos? ―dice con la mirada fija en el cielo.
―Lo haremos.
―No importa lo que pase, solo te pido que los protejas. ―Frunzo el
ceño.
―Nadie morirá, no si puedo evitarlo.
―No puedes saberlo.
―Confía en mí ―digo muy seguro, reservando el hecho de que
tendremos compañía. Sigo sin confiarme de ese híbrido y es mejor tomar
precauciones―. Serás de más ayuda estando con vida, así que no te des por
vencido antes de tiempo.
―No me has visto todavía.
―No, pero ahora no están solos.
Me observa pensativo, pero no replica. La confianza es algo que demora
en ganarse, no lo culpo.
Lena (38)

Me despierto con el sonido de gritos, miro alrededor encontrando que no


soy la única que los ha escuchado e interrumpido su sueño. Varios niños se
abrazan a las mujeres, mirando detrás de mí.
―Lena ―Irina me entrega una espada, quedándose junto a mí.
―¿Qué pasa? ―pregunto mirando más allá del resplandor de las
fogatas, pero antes de que responda los percibo. Impuros.
―¡Recojan todo! ―ordena el señor Haros, acercándose―. Tenemos que
ponernos en marcha apenas vuelvan.
―Pero…
―Si lo hacemos, seremos cazados ―replica una de las mujeres―. No
podemos.
Él niega.
―Quedarnos sería peor. Arriba, todos deben estar listos.
Irina y yo ayudamos a los niños a recoger sus pocas pertenencias y las
mantas sobre las cuales pretendían dormir. Con incertidumbre miramos la
oscuridad, donde ellos se han perdido. Solo el señor Uriel, Klaus y uno de
los híbridos se encuentran junto a las fogatas.
Me parece una eternidad, hasta que el silencio de la noche retorna. Poco
después de que los sonidos de lucha se desvanecen, todos regresan, armas
en mano, pero intactos. Es un alivio.
Abiel intercambia una mirada, pero mantiene la distancia.
―Tenemos que movernos, ese solo fue un pequeño grupo.
―¿Pequeño? ―inquiere el señor Knut―. Yo vi muchos.
―Suficiente, hay que ponernos en marcha.
―Los niños están cansados.
―Podemos hacerlo ―replica Vinc elevando la barbilla.
Ellos intercambian miradas, antes de asentir y partir.
La formación no se altera, las mujeres y niños vamos a la delantera.
Nuestro paso no es rápido, pero cada uno es fundamental, porque nos
acerca a Cádiz.
La mañana llega, pero también el mal tiempo. Un cielo nublado aumenta
la probabilidad de que ellos nos ataquen y eso hace crecer el temor. El
cansancio comienza a pasarnos factura y nos hace lentos.
―No llegaremos antes del anochecer ―murmura Randi sin ocultar su
malestar.
―Entonces, tendremos que enfrentarlos y darles oportunidad de seguir.
No falta demasiado…
No hay advertencia, su olor impregna el aire. Vuelvo el rostro, solo para
confirmarlo, encontrando una enorme mancha oscura moviéndose hacia
nosotros.
El pánico cierra mi garganta, pero no algunas otras, que expresan lo que
no soy capaz.
―¡Corran!
Tiro del brazo de Ivy y Vinc, rogando mentalmente porque ellos estén
bien.
Abiel (12)

―Espero que estén listos ―dice Knut manteniéndose quieto.


―Cuida tu espalda, no quiero recriminaciones ―el señor Haros lo mira,
burlón.
―Sí, sí, solo debo preocuparme por no morir.
―Exacto.
―Hay que separarnos ―digo mirando cómo la distancia se acorta, no así
la del resto del grupo. Tenemos que detenerlos, no permitir que lleguen a
ellos.
―No ―Randi niega―. Hay que…
―Si nos quedamos juntos, nos acorralarán. Irán detrás de ellos.
―Entonces hay que dividirnos. ―Todos asienten de modo silencioso,
dispersándose.
―Pase lo que pase, no los dejen llegar.
―Eso no tienes que pedirlo, muchacho. Son la prioridad.
Crudo. Violento. En enfrentamiento no se hace esperar, es feroz, ninguno
titubea cuando de rasgar gargantas y perforar pechos se trata. Tenemos en
mente protegerlos a cualquier precio. Pero ellos no son presas fáciles, no
esperan, se arrojan en grupos sobre nosotros, obligándonos a retroceder o
buscar compañía.
Mi espalda ha terminado contra la de ese chico, Yohan. Es bueno, pero
tal como lo intuíamos, están demasiado débiles y les falta habilidad para
hacerles frente. Lo que explica por qué han reducido tanto sus números,
dejando solo mujeres y niños.
Muevo mi brazo con rapidez, alcanzando alguna parte de ellos, pero
retroceden a tiempo para no sucumbir. Están tratando de hacernos caer en la
desesperación, de agotarnos. Las primeras gotas de lluvia caen, el cielo se
ha oscurecido, como si incluso el clima estuviera de su parte.
―¡No! ―gruño cuando uno de ellos va directo contra la cabeza del
híbrido. Lo empujo justo a tiempo, para evitar que lo muerda, pero eso no lo
libra de que dos más se arrojen contra su cuerpo tumbado. ¡Maldición!
―¡Arriba, chico! ―Knut los intercepta antes de que lo toquen, y tirando
de él lo pone en pie―. La hora de la siesta aún no llega, creo que para ellos
es la hora de la comida.
Yohan me dirige un asentimiento, antes de moverse. Sí, esto solo ha
comenzado.
Lena (39)

No vamos a lograrlo. Es lo que varios han expresado y lo que quizás


algunos otros piensan, mientras hacemos un intento desesperado por huir.
Están agotados, pero no se rinden. Miro alrededor, algunas rocas, pocos
árboles, nada que pueda servir de refugio.
―Necesitamos un escondite ―sugiero a Irina. Ella titubea, antes de
volver la mirada a la batalla.
Me estremezco cuando confirmo que sus figuras ahora son invisibles
ante la masa de impuros que les rodea. ¡Oh, no!
―Tratemos de avanzar más. Llévalos ―señala a Dayna y al bebé.
Asiento tirando de las riendas del caballo, desde luego que ellos son
prioridad.
Los ojos grandes y asustados de Dayna, indican el temor que
experimenta, su mano se aferra a su abultado vientre. Siento tanta pena por
ellos, no es por esto que los hemos traído. No hay tiempo para lamentarse o
dudar.
Corro, llevando conmigo el caballo, que no pone reparos, pareciera intuir
el peligro. Busco desesperadamente un posible refugio, pero no lo hay. Irina
guía al resto, su atención constantemente se dirige hacia atrás, como si
comprobara a todos, como si quisiera estar ahí intentándolo, pero sé que
sería peor. Confía en ellos. Nuestra tarea es cuidarlos.
Sigo el camino, algo que no ayuda demasiado, ya que está
completamente despejado, sin embargo, internarse en los árboles podría ser
un error.
Los primeros impuros no tardan en aparecer. Gimo ante el pensamiento
de lo que significa. Algo les ha ocurrido, sujeto con fuerzas las cuerdas,
reprimiendo las ganas de comunicarme con ellos. Podría distraerlos. No, no
debo. Y la indicación es que no lo haga. Estamos a ciegas.
―¡Ahí! ―indico el pie de una formación rocosa―. Contra las rocas.
¡Corran!
―Olviden las cosas, solo avancen ―ordena Irina, mirándome antes de
detenerse y darnos la espalda.
¡Dios! ¡Dios!
Siento que el corazón se me saldrá del pecho, miro con impotencia cómo
se dirigen hacia ella. Irina está lista para hacerles frente, es rápida y certera,
pero su número comienza a aumentar. Ella sola no podrá.
―Tenemos que hacer algo ―gruñe Klaus.
―Lo sé.
―¡Quédense con ellos! ―exclama al intuir nuestras intenciones.
―Pero…
―¡Es una orden, Lena! ―grita cortando de tajo la cabeza del impuro y
dirigiendo su ataque al siguiente.
Tiro de la funda, tomando mi espada y colocándome delante del grupo.
Bien, no es lo que deseo, pero sí lo que debo hacer.
Miro a mi lado; Ivy, Cesia y un par de pequeños elevan sus arcos e
improvisadas espadas. Siento un nudo en la garganta ante la determinación
de sus rostros. No hay temor, ellos están dispuestos a anteponer sus vidas
por el resto. Aquí una demostración más de que no son malas personas, de
que lo único que desean es vivir.
En la lejanía veo aproximarse más. Lo quiera o no, tendrá ayuda. Un par
de mujeres los imita, cubriendo a los mayores y a Dayna que esté con los
más pequeños.
―Odio no ser tan rápido como ellos ―murmura Klaus, luciendo
disgustado tras verse obligado a venir con nosotras y dejarlos. Puedo
entender su sentir, quisiera saber qué ocurre, saber que están bien y no
esperar.
―Eres bueno ―responde Ivy, mirándolo con una sonrisa.
―Para ser un humano, lo que no sirve de mucho.
El rostro de ella decae, ante las implicaciones que da a entender. Él
parece darse cuenta de su desliz, ya que incluso ella muestra valentía en
estos momentos.
―Saldremos de esta, ya verás ―asegura mirándome, antes de volver sus
ojos a ella―. Jaim es hermoso y Cádiz no está nada mal ―bromea.
―Klaus, ¿puedes prometerme algo?
―Lo que quieras ―dice sin dudar.
―Si vivimos…
―Lo haremos.
―¿Serás mi pareja? ―Eso lo toma por sorpresa, parpadea un par de
veces antes de mover la cabeza.
―Lo prometo.
El rostro de Ivy se ilumina y vuelve su rostro hacia los impuros.
―Acabemos con ellos.
Veo a Irina caer al ser golpeada por dos impuros, un grito escapa de mi
boca, y doy un paso al frente, no dispuesta a esperar más, pero una sombra
cae sobre nosotros. Me giro, lista para enfrentarla, pero su mano aparta sin
problemas mi espada.
―No soy el enemigo ―una chica de cabeza castaña, que usa el traje de
la guardia, me sonríe―. Los refuerzos llegaron.
Me toma un segundo darme cuenta de que no es la única.
―¿Estás herida? ―Miro a Anisa, que me da un rápido repaso antes de
asentir y alejarse, sin esperar mi respuesta―. ¡Muévete, Mihan!
―Quédate con ellos ―susurra antes de ir detrás del resto―. ¡Deja algo
para mí, Anisa!
―¡Eres lenta! ―La chica ríe como si le entusiasmara la batalla.
El alivio que siento es tan grande, que las lágrimas llenan mis ojos.
¡No nos abandonaron!
―¿Son sus amigos? ―pregunta en voz baja Cesia.
―Lo son ―confirma Klaus, visiblemente aliviado.
Mihan (1)

Ha pasado tanto tiempo desde que estuve en una pelea real, una en la que se
luchaba por mantenerse con vida. Impuros, las criaturas que más odio y las
que cambiaron mi vida. Hoy tengo la oportunidad de cortar algunos de
ellos, por nada del mundo la dejaría pasar. Él lo sabe y justamente por eso
me ha permitido venir, a pesar de que sigue viéndome como a alguien que
debe ser protegida. Lo amo y lo recompensaré cuando estemos de regreso.
―Ten cuidado, Jensen ―dice Anisa, mirando a Pen, que le dirige una
mirada molesta antes de avanzar.
―Yo lo cuido ―Alain le sonríe, antes de ir tras Pen―. Como en los
viejos tiempos.
Ellos me hacen sonreír, su camaradería no ha dejado de existir como la
primera vez que los vi en Jericó.
Evito mirar a Anisa, porque sé que, aunque no quiera mostrarlo, le
importa demasiado. Tanto que insistía en que se quedara, pero desde luego
que él, siendo de los más recientes en convertirse, quería participar. ¡Rayos!
Todos queríamos, hace mucho que no tenemos acción.
Golpeo la nariz de un impuro, consiguiendo que gruña y luzca más
molesto. En algún momento de mi vida, me habría parecido aterrador y
hubiera salido corriendo, pero no en este. Con un corte limpio, cerceno su
cabeza, antes de perforar su pecho y empujar su cuerpo.
―Te has vuelto lenta ―gruñe Anisa, tomando la mano de Irina, que le
sonríe.
―Ya era hora de que llegaras.
Anisa resopla, negando.
―¿Puedes seguir? ―Irina examina el corte en su brazo y se encoge de
hombros.
―Es solo un rasguño, me tomó por sorpresa.
―Eso pasa por dejar de entrenar.
―Entonces tienes que ponerme el ejemplo. ―Anisa enarca una ceja.
―Lamento interrumpir ―digo pasando de ellas―. Tenemos algunos
sujetos que salvar, por allá.
―Cierto. Vamos.
Asiento, echando a correr a donde verdaderamente se desarrolla la
batalla.
Yohan (6)

―¡Cuidado! ―grita alguien apartándome del camino de uno de los


impuros. Observo al vampiro, alguien a quien no había visto antes. Han
llegado más de ellos.
El desconocido que me ha salvado sacude la cabeza, mirando la sangre
que cubre mi ropa. Las heridas sufridas anteriormente no han sanado y el
nuevo golpe de las garras de los impuros las ha reabierto por completo.
―Tal vez deberías retroceder ―comenta cubriéndome, impidiendo que
los impuros me alcancen. Con una facilidad increíble logra cortar a un par
de impuros, como si no hiciera ningún esfuerzo.
Sacudo la cabeza ante sus palabras. Duele, pero no puedo darme por
vencido.
―Llegan a tiempo.
―A la orden, señor ―responde antes de comenzar a luchar.
―No pasa nada si te retiras, serás de más ayuda si sigues con vida
―dice el fundador llamado Haros, repitiendo las mismas palabras que dijo
el otro chico.
―Puedo continuar. ―No necesito pensarlo y desde luego que no daría
marcha atrás.
―¿Seguro? Aquí viene la segunda ronda ―comenta el híbrido con una
sonrisa irónica―. Esto es tan divertido, parece una plaga.
Levanto la mirada para ver a otro grupo de impuros acercándose. Lo
suponía. Han hecho la misma estrategia que cuando nos atacaban en el
valle. Sacrifican algunos para poder debilitarnos y luego ataca el resto.
―¿De dónde han salido tantos?
―¿Y me lo preguntas a mí? ―El híbrido se encoge de hombros,
sacudiendo su espada.
―Tú siempre tienes una idea brillante, ¿no?
―¿Una fábrica de impuros?
―Eres un idiota, Knut.
―Ya me lo habías dicho.
Ignoro sus comentarios, buscando con la mirada a los demás del grupo,
sintiendo un poco de alivio al comprobar que las mujeres y niños no están a
la vista. Encuentro a Xean; tiene algunas heridas en el rostro, pero se
mantiene en pie sin problemas. Abbas y Becker se encuentran un poco más
alejados, peleando con un par de impuros, dos de los recién llegados
aparentemente están cubriendo sus espaldas. Bien. Busco a Randi, pero no
lo veo entre la masa de cuerpos…
―¡Concéntrate o márchate! ―demanda el fundador al tener que
bloquear de nuevo el ataque de un impuro. ¡Maldición! Estoy muy por
debajo de ellos, supongo que ahora Randi ha terminado de comprobar que
no somos rivales. Eso en caso de que siguiera rehusándose a aceptar su
ayuda. Cambiar no es fácil, especialmente cuando lo único que te han dicho
desde que naces es que ellos son tus enemigos.
―Me quedo ―aseguro irguiéndome e ignorando el dolor que recorre mi
brazo. Puedo hacer esto, tengo que poder.
―Necio ―farfulla avanzando, para cerrarle el avance a los impuros.
¡Cierto! Tenemos que darles oportunidad a los demás de escapar, de
alcanzar la ciudad. Los impuros saben que están a punto de perder su
alimento y, por eso mismo, no parecen dispuestos a dejarnos marchar tan
fácil.
Golpeo a un impuro, ignorando sus gruñidos o la mirada de odio que me
dirige. Esta no es solo su lucha, también es nuestra. Xean me mira y asiente,
antes de moverse hacia otro de ellos. Hago lo propio, concentrándome en
acabar con mi oponente e ignorando el malestar.
Anisa (3)

―¡Te dije que no eran ordinarios! ―grita Irina, pateando la cabeza de un


impuro y asestando un codazo en el estómago de otro. Miserables.
―Ya lo veo ―siseo molesta, teniendo dificultades para deshacerme de
las tres basuras que me rodean.
―Deja de cuidarlo ―escucho decir a Mihan, cuando doy una mirada a
Pen, asegurándome de que está bien. Gruño, pero eso la hace reír―. Es
bueno.
―Mejor que tú cuando te conocí, sin duda.
Ella hace una mueca, pero su rodilla golpea la espalda de un impuro,
derribándolo antes de perforarlo con la espalda y moverse, a tiempo para
escapar de otro de ellos.
―¿Siempre serás una perra conmigo?
―Pregúntale a Irina ―gruño quebrando las piernas de un impuro,
ganando un par de segundos, que me permiten eliminar a otro.
―Siempre, eso no te debe sorprender. ―Irina ríe saltando como si nada,
para cortar la cabeza del impuro. No lo consigue―. ¡Mierda!
―Tómate las cosas en serio, Irina.
―Lo hago ―protesta retrocediendo para poner su espalda contra la
mía―. ¿Por qué no actúan como normalmente?
―Porque no son ordinarios ―murmuro sacudiendo la cabeza, esperando
que ataquen. Nos observan detenidamente, esperando quién sabe qué cosa.
«No importa qué cosa esperen, hay que acabar con ellos», me hace saber
mentalmente. «No tienes que decírmelo».
Lena (40)

Observo cómo se alejan, deseando ir tras ellas. Aunque han venido con
algunos guardias, los impuros siguen superándoles en número. No dudo de
sus habilidades, sé que son mucho mejores que yo, pero saber que no solo
Abiel, sino personas que he conocido toda mi vida, se encuentran ahí,
arriesgándose por nosotros, me impide volver el rostro y fingir que todo
está bien. Porque no será así hasta que estemos dentro de los muros.
Qué irónico. Muchas veces pensé que eso frenaba nuestra libertad, pero
solo ellos saben por qué razón la construyeron, solo ellos conocieron los
horrores antes de que la paz reinara en Cádiz.
―Ellas son fuertes ―susurra Klaus, posando su mano en mi hombro.
Asiento sin saber qué decirle, aún embargada por alivio―. Nuestro deber es
protegerlas.
―Lo sé.
―¡Lena! ―Me giro al escuchar mi nombre, para ver acercarse a Caden
en compañía de Kyla y dos guardias.
¡Vaya! No los esperaba.
―¿Estás bien? ―pregunta bajando de su caballo, tomando mis
hombros―. Nos tenías muy preocupados. ¿Hay algún herido? ―pregunta
mirando al resto del grupo.
Kyla desciende con elegancia de su montura, centrándose en ellos.
―Ellos están bien, pero no han comido nada ―responde Klaus―. Están
agotados, no hemos descansado. ¿Deberíamos movernos? Hay que llevarlos
a Cádiz ―sugiere mirando los cuerpos de impuros que se encuentran a unos
metros de nosotros. No es una vista muy bonita, pero tengo la certeza de
que esos pequeños han visto cosas peores y, sin embargo, siguen
manteniéndose firmes.
La mirada de Caden se pierde un instante, antes de asentir.
―Hay que sacarlos de aquí. Acompáñenlos ―indica al par de guardias y
a Kyla, que se ha mantenido quieta, pero que no deja de escrutarlos, sin
ocultar su curiosidad. Me extraña que no estuviera sobre ellos, aunque
supongo que siente su recelo.
―Yo me quedo ―dice levantando el pequeño maletín que trae con
ella―. Podría haber heridos. Recibirán la atención que necesitan, el señor
Koller los espera en la entrada de Cádiz.
―Puedo ocuparme…
―Me quedo. ―Caden y ella intercambian una mirada, él no parece
conforme, pero no discute. Me mira, pero yo también niego. No pienso
irme, no podría.
No puedo ignorar que esto es mi culpa, mi responsabilidad y si hay algo
que pueda hacer para ayudar, por muy mínimo que sea, lo haré.
Caden, que me conoce mejor que nadie, no se molesta en discutir.
―Ve con ellos, Klaus ―indico, preparándome para unirme a la lucha.
Gracias a la sangre de Abiel, mis heridas han sanado y aunque un poco
hambrienta, estoy en condiciones de pelear.
―Lena… ―Niego mirando a Klaus.
―Por favor ―susurro―, ellos confían en ti. Además, has visto que
puedo pelear. ―Y Abiel sigue ahí, no voy a irme.
―Está bien ―murmura resignado―. No teman, son de fiar y allá
estarán todos a salvo.
―¿Y los demás? ―pregunta una de las mujeres.
―Ellos irán ―responde con firmeza Caden―. Todos.
―Muévanse ―ordena Eneth―. Somos más de ayuda si no estamos
aquí. Cuídense ―dice mirándonos.
Espero hasta que comienzan a alejarse, antes de apartarme de Caden y
Kyla y regresar por donde hemos venido, pasando por cuerpos de los
impuros. Con cada paso que doy, los sonidos de la lucha se vuelven más
claros.
Mis pies titubean cuando la escena surge frente a mis ojos. Esto es
mucho peor que lo que vivimos cuando llegamos a Erbil, es tan sangrienta y
desesperada.
―Vuelve con Kyla ―aconseja Caden, sujetando mi brazo. No hay
reproche en sus palabras, solo la inquietud ante mi reacción.
―Son demasiados ―digo negando con la cabeza.
¿De dónde han salido tantos?
Un momento… observo detenidamente lo que ocurre, no es que su
número aumente, es que no disminuye. Se mueven antes de que sus espadas
los alcancen, atacan cuando les dan la espalda y eso les está afectando. Los
están agotando.
Anisa y el resto de los recién llegados han ayudado, pero siguen estando
superados por ellos.
―Es como si supieran lo que hará el otro ―escucho decir a Kyla, su
expresión tan confusa como la que debo tener en este momento―.
Mírenlos, no se interponen entre ellos mismos, es como si se pusieran de
acuerdo para atacar. Los impuros que he visto antes no actuaban así, eran
capaces de ir contra ellos mismos para llegar a su presa.
Vuelvo mi mirada a la batalla, comprobando lo que ha dicho. Los
impuros no tienen errores, atacan como si estuvieran sincronizados. Tal
como lo ha dicho.
Me muerdo el labio, pensando que algo se me escapa.
―Se están comunicando mentalmente ―me sorprende la afirmación de
Caden―, es así como lo hacen. Se comunican entre ellos, por eso no se
interponen.
Como lo hacen los demás. El señor Haros ordenó no distraernos
comunicándonos, lo que es un error.
―Hay que hacer algo ―digo dando un paso al frente, pero el agarre de
Caden me detiene―. Tenemos que ayudarles.
―Josiah no quiere que vayas.
―¿Qué? Tenemos que hacer algo.
―No, Lena. Iré, pero tú no.
―Pero…
―Si pudiéramos evitar que se comuniquen ―farfulla Kyla, con aire
ausente―. ¿Cómo lo hacen?
Si se pudiera evitar…
Cierro los ojos, intentando captar sus pensamientos. Es un impulso, una
corazonada. Doy un paso al frente, ignorando la protesta de Caden, fijando
mis ojos en uno de ellos. El más próximo, que lucha con Alain. Recuerdo
las palabras de Randi, dijo que se podían bloquear los pensamientos,
creando una especie de muro. Un muro. Eso es, debo crear un muro. Lo
hago. No pasa nada. Por favor, por favor. Cierro los ojos, intentando de
nuevo. Miro centrándome en él. El impuro que estaba a punto de golpear a
Alain en la espalda, se tambalea, llevándose las manos a la cabeza, soltando
un grito horrible.
¡Funcionó!
No lo puedo creer. Funciona.
Ellos no son fundadores y se han alimentado de sangre de híbridos, así
que puedo llegar a ellos mentalmente. Eso es.
Cambio de enfoque a otro de ellos e imito lo que hice con el primero.
Funciona, dándole oportunidad a Neriah de perforar su pecho y eliminarlo.
¡Bien!
―¿Qué haces, Lena? ―pregunta Caden, mirándome sorprendido. Se ha
dado cuenta.
―No lo sé ―admito mirando a otro impuro.
―Sigue haciéndolo ―dice esperanzado―. Kyla, quédate con ella
―ordena empuñando su espada y se va.
Pongo mi atención en otro impuro y repito lo que hice antes. Funciona,
pero no es suficiente, no puedo estar en varios lugares a la vez. No es
suficiente.
Si pudiera alcanzar a varios de ellos...
Danko (7)

«Debimos enviar más guardias», comenta Armen, mirando el lugar por


donde en cualquier momento aparecerán. «Mis hijos están con ella, no
permitirían que le pasara nada».
Armen guarda silencio, sus ojos posándose sobre Gema. Ha permanecido
junto a la puerta desde que le avisamos que estarían llegando. Creí que
saldría, pero parece que él la ha convencido de que es mejor esperar.
Aparentemente, temen por lo que dirá esa chica, aunque no deberían. No
importa lo que le hayan dicho ni todo lo que ha pasado, ella los quiere. Sin
embargo, necesitaba pasar por esto para valorarlo. O eso espero.
Mai consuela a su hermana, se he mantenido a su lado casi todo el
tiempo. Nunca dejará de sorprenderme su fortaleza, ya que a pesar de que
nuestros hijos se han marchado, confía en ellos tanto como en mí. Mejor
compañera no pude encontrar y aún sigo sintiéndome afortunado cada día
que la observo a mi lado.
Mi atención se desvía de ellas, al ver llegar a Farah y Johari desde la
entrada de Jaim.
―Jaim ha sido asegurada ―explica el hermano de sangre de Armen,
anticipando nuestra protesta por su presencia.
Desde luego que se teme que no puedan contenerlos o que algunos
impuros lleguen hasta aquí. Esas cosas parecen ser lo suficiente inteligentes
como para escabullirse, pero no cuentan con que somos más y mejores que
ellos, no importa lo particulares que sean. Miro a lo alto del muro, donde
prácticamente toda la guardia está preparada, por si llegara a darse el caso.
―Deberían haberme dejado ir ―farfulla Johari con malestar.
―Están siendo recibidos, no son considerados enemigos ―explico con
tranquilidad, ignorando la mirada que me dirige.
―Algunos de ellos no deben estar aquí. Y te lo digo yo, que los conozco
mejor que nadie. Si lo haces, estarías cometiendo un grave error.
―Johari…
―No ―gruñe haciendo callar a Farah―. Dales una oportunidad y
tendrás sangre derramada. Sí, sé que probablemente me cuestionas, porque
fue precisamente lo que hicieron conmigo, me aceptaron sin más, pero mi
lealtad estaba aquí ―da un vistazo a Farah, antes de mirarme de nuevo― y
la suya no.
―Nada va a pasar ―asegura Armen―. Nos ocuparemos de ellos. Ya lo
hemos considerado.
―Sin embargo, no puedes matar a nadie ―digo con severidad―.
Golpéalos, si eso te hace sentir mejor, pero como has dicho, el propósito es
evitar que se derrame más sangre inocente. Gema tampoco hará nada
―expreso mirándola de reojo. Conociendo su temperamento, todo el
mundo teme su reacción.
―Aquí viene ―anuncia Armen, girándose hacia el horizonte. Un
caballo encabeza el grupo sobre el cual viaja una mujer con un bebé en
brazos. Le siguen varias mujeres y niños, no mayores de quince años.
Detrás de ellos hay un par de guardias y Klaus, el hijo adoptivo de Neriah.
Bien, lo han conseguido.
―Prepárense ―ordeno en voz alta, haciendo que Koller y sus ayudantes
den un paso al frente, listos para atenderlos.
Parecen titubear, deteniéndose a un par de metros, sus ojos muy abiertos,
admirando asombrados el lugar y a nosotros, que no somos como ellos.
―Adelante ―dice Mai, mostrándoles una enorme sonrisa―,
bienvenidos.
Una de las chicas, que tiene tomado de la mano a uno de los niños, se
adelanta. Klaus asiente, siguiéndole. Poco a poco todos se encuentran en el
umbral de la ciudad. Ninguno de ellos muestra desagrado y eso ayuda a que
la tensión entre los sirvientes y guardias se disipe.
―Llévenlos a la residencia principal, dispongan de habitaciones y
atiéndanlos ―digo consiente de la mirada suplicante de Mai y su sentido
protector.
«Iré con ellos», dice guiándolos. Gema parece indecisa, pero finalmente
cede y la acompaña.
Ahora falta el resto y esperar que no haya problemas.
Abiel (13)

Los dos impuros frente a mí, pronto se convierten en cuatro, me resulta


imposible dar un golpe certero, se interponen entre ellos, evitando mis
ataques. Ignoro el golpe en la espalda y bloqueo los golpes de dos de ellos,
el cuarto salta, queriendo alcanzar mi rostro. Me inclino lo suficiente para
que se estrelle contra su propio compañero y ese pequeño descuido, me
permite sacarme de encima al otro par. Pero es inútil, un segundo después
está de nuevo sobre mí.
¡Maldición!
Uno de ellos emite un chillido horrible, antes de llevarse las manos a la
cabeza y caer.
«Golpéalo», susurra una voz, dentro de mi cabeza. Lo hago por instinto,
consiguiendo perforar su pecho y al mismo tiempo corto el brazo de otro de
ellos. No tengo tiempo para tirar de la espada, así que uso mis brazos para
devolver los golpes de los tres que siguen estando contra mí. «Esto se está
prologando demasiado», me hace saber Anisa con disgusto, también
sufriendo contra las bestias. Nos superan y eso hace difícil vencerlos,
especialmente cuando parecen estar adiestrados y bien organizados.
«Hay que hacer algo», Mihan arroja un par sobre su cabeza y tira del
cuello de otro que ha estado a nada de morder a Alain. «Casi me olvido: son
un verdadero fastidio». «Algunos están intentando escapar, van tras el resto
del grupo», nos hace saber Josiah. «Voy a quemarlos, retrocedan».
Esperamos su señal, antes de alejarnos. Algunos quedan reducidos a
cenizas, pero como ha usado sus habilidades en la batalla anterior y en esta
ha tenido que luchar, eso lo ha dejado débil. Uriel se tambalea, antes de que
Irina se encuentre a su lado, cubriendo su espalda. Los impuros se
desplazan sobre él, sabiendo que es demasiado peligroso y que podría
acabarlos.
Un bloque de tierra emerge, protegiéndolo, antes de que Mihan y Pen se
interpongan, haciendo frente al grupo de impuros.
―¡Lena! ―Giro a tiempo, para ver cómo dos de esas cosas se dirigen
directamente hacia ella. Una se detiene, lanzando un alarido, antes de que
su cabeza explote, pero el otro la alcanzará.
Me muevo, pero antes de poder llegar, Kyla se interpone, usa sus manos
en un intento de detenerlo, pero es evidente que de lucha no sabe nada. Sus
garras rasgan su brazo y cae a un lado.
Lena grita, pero el segundo atacante termina en el suelo, su cabeza
deshecha. Miro atónito a Lena, como lo hacen Caden y Anisa, que se
encuentran más próximos.
Ella me mira, sacudiendo la cabeza.
―No tengo idea ―murmura adelantándose para ayudar a Kyla, que
levanta un poco el brazo para observar el daño.
―Es solo un rasguño.
―No hagas eso de nuevo y menos sin una espada.
―Pero no sé usarlas.
«No estuvo mal, pero ahora la ven como a una amenaza», me hace saber
Anisa, permitiéndome percatarme cómo otros impuros van en su dirección.
Mierda.
―Retrocedan ―ordeno dándoles la espalda, elevando mi espada.
Tanto Anisa como uno de los híbridos se colocan a mis costados.
―¡Van a la ciudad! ―masculla el chico mirando ansiosamente a los
impuros. Anisa hace una mueca, desde luego que nos damos cuenta, pero
contamos con que puedan llegar a tiempo a Cádiz, donde el resto de la
guardia sin duda se encargará.
―¿Dónde está tu amigo?
―Fue tras ellos.
Intercambiamos una mirada, no me gusta saber que Randi ha ido a
Cádiz, aunque no sería tan tonto para creer que podría hacer algo y salirse
con la suya.
―¿Puedes hacerlo de nuevo? ―Anisa mira de reojo a Lena, que luce
pálida, pero se mantiene firme. Cada vez la admiro más, es muy tenaz y
valiente.
―Lo intentaré.
―Piensa en ellos como una colmena, un conjunto, concéntrate en que
todos están conectados. Llega a uno y tocarás a todos.
Los primeros están sobre nosotros.
―Quédate atrás ―ordeno a Xean, pero él sacude la cabeza.
―Ni hablar. Nosotros tampoco nos rendimos.
Doy una mirada a Lena, antes de moverme enfrentando a los impuros.
Golpeo con todas mis fuerzas, rompiendo sus extremidades e impactando
todo lo que alcanzo, ganando unos segundos, ya que su especialidad parece
atacarnos en grupo y agotarnos. No permitiré que pasen, nadie tocará a
Lena.
Un nuevo grupo de impuros se convierte en cenizas. Un instante después
Uriel prácticamente cae. Irina lo mira con preocupación, pero él niega,
pidiéndole que se una a la pelea.
―¡A tu derecha! ―grita Lena, haciéndome reaccionar. Consigo evitar
las garras del impuro, antes de que caiga al suelo, retorciéndose. Miro a
Lena, todavía sorprendido por lo que sea que está haciendo.
―¿Te importaría echarme una mano? ―gruñe Knut empujando a dos
impuros, para poder golpear en la cara a un tercero.
―¿Piensas que es un combate cuerpo a cuerpo? No es un maldito
entrenamiento ―sisea Anisa.
―¡Oye! Se llevaron mi espada…
―Estúpido.
―Pen, tu mujer me está diciendo cosas…
―¡Cállate! ―grita enterrando un cuchillo en la garganta de un impuro,
antes de perforar su pecho.
«¿Deberíamos pedir refuerzos?», la pregunta de Mihan parece disgustar
a la mayoría, pero cuando un grito de dolor nos hace saber que alguien ha
sido herido, las cosas cambian.
Danko (8)

―Ese maldito ―gruñe Johari, dando un paso antes de que Farah retenga
su brazo y la haga detenerse.
―Cálmate.
―No, no pueden permitir que viva aquí.
Randi se detiene, mirándonos con fijeza, sus ojos son fríos y su
expresión vacía me recuerda tanto Alón.
―Sé que desearías tener mi cabeza.
Johari sonríe de modo siniestro.
―No tienes idea de cuánto te odio ―escupe empuñando sus manos―.
Siempre fuiste su mano derecha, hiciste tantas crueldades como él, que no
me extrañaría que ellos te odiaran tanto como lo hago yo.
―Lamento decepcionarte, porque no es así.
―Están ciegos, entonces. Nada bueno podría venir de ti.
―Pagué lo que hice ―expresa, aún sin mostrar alguna emoción―. Mi
mujer e hijo murieron, padeciendo hambre y miseria en aquel lugar.
―Sigues culpándonos ―afirmo con calma. Ellos pensaban que esta
ciudad les pertenecía, la querían a cualquier costo, sin tener en cuenta todo
lo que su crear hizo para destruirla y cómo los usó para sus fines. Porque
realmente no le importaban, al final, todos nos convertiríamos en sus
marionetas, en su alimento y diversión.
―Lo hago y, por eso mismo, deberían escucharla y no permitirme estar
con ustedes. No nos engañemos, no me quedaría tan tranquilo. Hace
dieciocho años decliné su oferta y volvería a hacerlo, si fuera el caso.
―Eres…
―No puedo cambiar lo que soy ni ustedes tampoco. Lo único que me
motivó a venir, fue la promesa que les hice a ellos y la confianza que
depositaron en mí. ―Me mira―. ¿Puedo contar con que estarán bien?
―No tienes que preguntarlo.
―Bien. ―Arroja su espada a mis pies, sacudiendo sus manos―. Acaba
conmigo, puedes decir que intenté matarte o que lo hicieron los impuros.
No importa.
No puedo evitar una expresión de incredulidad ante su sugerencia.
―No ―niego automáticamente. No caeré en su juego, sin importar lo
que pretenda.
―Si no lo haces, tendrás problemas. Ellos harían todo por mí y tu
tranquila ciudad estaría en conflicto. Debes hacerlo, por ellos, por ti, por mí.
―Tú no mereces nada.
―Joha…
―Algunos impuros vienen hacia acá, podría dejar que ellos lo hagan,
pero… no lo deseo. Son lo más bajo, incluso para mí.
―No lo haré. No voy a mancharme las manos, si eres tan cobarde como
para rendirte, sin intentarlo, no voy a ayudarte en eso ―digo dándome
media vuelta.
Los gritos de los impuros se escuchan, seguidos por la orden de alerta de
la guardia. Me encamino hacia la puerta, que comienza a abrirse, pero el
sonido de su cuerpo en movimiento me hace detenerme. Alerta, esperando
su ataque.
―Idiota ―musita Johari, su mano sosteniendo el arma de Randi, que
ahora perfora su pecho. Ha intentado atacarme por la espalda y ella no ha
dudado en detenerlo.
Observo la escena, fijando mis ojos en la sonrisa amarga de su rostro,
que lentamente pierde el color. Lo ha hecho a propósito, consciente de que
ella actuaría.
―Mantén a todos a salvo, dales una oportunidad ―pide sujetando el
mango de la espada, al mismo tiempo que retrocede. Ella lo deja ir, su
expresión dando paso a la compresión y al horror.
―Mentiría si dijera que me arrepiento ―dice con voz afectada, Farah
acercándose―. Concuerdo en que estaremos mejor sin ti.
―Lo sé. Solo no dejes que esas cosas me tengan… ―Un hilillo de
sangre brota de su boca, antes de caer. Cuatro guardias se acercan, ignoran
lo que ocurre y van al encuentro de los impuros.
―Deberíamos quemarlo ―murmura Johari, mirando el cuerpo inerte de
Randi.
―Se hará lo que ha pedido, aunque no sé qué diremos ―susurro
pensativo, sintiendo un poco de pena por él. Su alma y voluntad fueron tan
corrompidos, sumado a la perdida de las personas que amaba. No tenía
suficiente para vivir o para intentarlo.
―Lo dicho, murió intentando protegerlos.
―¿Y hacerlo quedar como un salvador? No lo creo.
―Es lo mínimo que se merece, después de traerlos y darles una
oportunidad ―comento, pidiendo a los guardias que lo lleven dentro―. Por
el momento es mejor esperar a que regresen los demás.
Miro más allá de la colina, percibiendo la inquietud de mis hijos.
«Vayan», ordeno a un grupo de guardias, que no dudan.
―Regresen a Jaim, pronto estarán todos de vuelta.
Lena (41)

Todos hacen su mejor esfuerzo, luchando por desconocidos, por nosotros,


por mí. ¿Cómo pude siquiera permitirme dudar de ellos, de que les
importaba? Quizá no comparto su sangre, pero eso no los hace extraños.
Observo cómo los impuros se repliegan, comprobando que son más
inteligentes de lo que podría pensarse y no solo eso: tienen una precisión
escalofriante. Aumentan la ferocidad de sus acometidas, ya no parecen estar
simplemente intentando desgastarlos, ahora van por sus vidas. Sus garras y
colmillos tienen sus cuellos y pechos como blancos, pero alcanzan otras
partes de sus cuerpos, tiñendo el suelo de carmín. Están desesperados,
frenéticos.
Ellos son buenos, guardias y fundadores que se han enfrentado a otras
situaciones dramáticas. El problema es que estamos superados en números.
Veo cómo Abiel ayuda a Xean, que tras un ataque ha sido derribado, para
mi sorpresa lo mismo hace Anisa, quien patea a uno de los impuros,
evitando que le alcance, para luego entregarle su espada. Ella no parece
muy animada por salvarle, pero lo hace sin titubear. Los tres retroceden,
queriendo protegerme al percatarse de que algunos impuros vienen hacia
mí.
Mi pequeño experimento ha dado resultados, por desgracia, ellos no
quieren probar qué tanta ayuda puedo ofrecerles. Soy uno de sus objetivos.
―Son horripilantes ―murmura Kyla, que se encuentra a mi lado. Su
herida ha resultado ser solo un rasguño y siendo una fundadora, no tiene
problemas para sanar, pero es un hecho que no sabe nada sobre defensa.
Tengo que hacer algo.
Aspiro profundo, luchando por concentrarme, mientras los sonidos de la
sangrienta lucha penetran en mis oídos. Es crudo, aterrador, pero… soy
parte y quienes amo, también lo han sido en algún momento de sus vidas.
Todos nos enfrentamos a algo que tememos, pero depende de nuestra
voluntad no darnos por vencidos. Puede que no siempre se consiga ganar, lo
más importante es no dejar de intentarlo.
Fijo mis ojos en el panorama, recorriendo el lugar por donde muchos han
caído, por fortuna ninguno de los nuestros, aunque eso puede cambiar en
cualquier momento, están siendo atacados en todas direcciones. Libero
lentamente el aire contenido, centrándome en los impuros. Tengo que
visualizarlos como uno mismo y proyectar ese enorme muro dentro de sus
mentes. Romper su conexión y destruirles. No entiendo cómo funciona o si
puedo hacerlo, pero eso no me detendrá.
Empuño mis manos, preparándome, justo cuando escucho el grito de
dolor de alguien y la orden furiosa de Caden, desde alguna parte entre el
mar de cuerpos moviéndose a una velocidad que un humano normal
seguiría con dificultad. Puedo distinguir a uno de los guardias, que se abre
paso con dificultad y luego desaparece. ¡No puede ser! Hay alguien herido.
―No ―la demanda de Kyla me hace darme cuenta de que estoy a nada
de correr―. No puedes.
―¡Lena! ―grita Anisa, su espada alcanzando el brazo de un impuro,
que grita e intenta cortar su rostro con su otra mano―. ¡Concéntrate!
Tiene razón.
Mi corazón se acelera, mirando uno de ellos, que intenta alcanzar a
Abiel. Puedo hacerlo. Tras unos segundos de tratar, su cabeza explota de un
modo exagerado, antes de que caiga el cuerpo al suelo.
Mi pequeño triunfo queda en segundo plano, cuando enormes llamas
emergen desde las manos del señor Haros, consiguiendo envolver algunos
impuros desprevenidos que no son capaces de apartarse lo suficientemente
rápido, convirtiéndose en cenizas. Increíble. Tras el impresionante ataque,
él termina en el suelo, luciendo extremadamente pálido y débil. Los
impuros no esperan para arrojarse contra él, que es protegido por Irina,
quien no se aparta de su lado. Josiah impulsa bloques de tierra hacia ellos,
pero solo los retrasa. Se mueven desesperadamente, obviamente los
impuros lo consideran una amenaza mucho más grande que yo.
Así que debo aprovecharlo…
La pausa me permite abatir a algunos cuantos, aunque no es tan sencillo.
Mi cabeza parece estar a punto de estallar y mi vista se nubla. Tal como
ocurre con el señor Haros, cada vez que lo hago, toma algo de mi fuerza. Y
por desgracia no estoy en el mejor momento.
Eso no me detiene y después de lo que me parece una eternidad, mi
esfuerzo se ve recompensado, cuando tres de ellos caen al suelo.
―Sigue así ―gruñe Anisa, sin dejar de pelear.
Los impuros ahora se dividen en tres grupos, el mayor centrado en la
mayoría de nosotros, los otros dos, sobre el señor Haros e intentando
alcanzarme a mí.
―Tenemos ayuda ―anuncia Kyla, instantes previos a que otros guardias
se sumen a la lucha y cuando reconozco la presencia de mi padre, mis
lágrimas nublan mis ojos. Ha venido.
―Papá… ―digo cuando se detiene delante de mí.
―Hija ―susurra mirándome de pies a cabeza, estudiando mi aspecto y
mi condición. En estos momentos me alegra que Abiel haya curado mis
heridas y que no me haya visto en esa condición―. Estás bien. ―Asiento
con la cabeza, tras lo cual presiona mi rostro en su pecho, dándome un
rápido abrazo―. Quédate atrás.
―Pero…
―Deja que tu padre se ocupe de esto ―dice la determinación grabada en
su cara.
No replico, porque ciertamente, lo mejor que puedo hacer es tratar de
ayudar desde aquí y no ser una carga.
Girando, se acerca a donde se encuentran Anisa, Abiel, Xean, ahora
también el señor Danko y mi tío Farah. Silenciosamente intercambian
miradas, comunicándose mentalmente. Unos segundos después, veo cómo
los guardias se apartan de los impuros, justo cuando mi padre y el señor
Danko elevan sus manos, como por arte de magia la tierra se eleva y
sorpresivamente, también los impuros se convierten en nada.
El aliento se atora en mi pecho, ante la visión impresionante.
―Increíble. Ahora entiendo por qué son los fundadores más temidos y
respetados. Los más poderosos ―musita Kyla sin ocultar su admiración.
Había escuchado sobre sus habilidades, son algo que siempre se especula,
pero nunca las presencié antes.
La batalla sigue en algunas otras partes, pero ahora el número de
impuros es mucho menor. Irina traslada al señor Haros a donde nos
encontramos y Josiah se une a Abiel y a nuestros padres, formando una
especie de cerco protector.
Caden se acerca, llevando a alguien con él. Yohan. La sangre cubre su
pecho, su rostro es de un tono cenizo. Uno de los otros híbridos los sigue,
evitando que los impuros los alcancen. Tanto Josiah como Abiel van a su
encuentro, eliminando a esas cosas.
―Creo que es suficiente, ellos se harán cargo de lo demás ―escucho
decir al señor Danko, dejando caer sus manos―. Simplemente hemos
nivelado las cosas.
Su rostro tiene un poco de palidez, más inusual, pero no como el señor
Haros, que continúa luciendo mal. Kyla se ha acercado y murmura algo,
pero él niega, antes de que Irina se incline sobre él y lo alimente. Wow.
Desvío la mirada, centrándome en Yohan.
―Lo han mordido ―informa Caden, dejándolo en el piso. Me acerco,
mirándolo con preocupación.
―A un lado ―Kyla se inclina sobre él, mirando su herida y mordida―.
Ayuden al resto, yo me ocupo de él.
―N… ―De inmediato su compañero niega, pero ella con tranquilidad
lo interrumpe.
―Soy su mejor apuesta.
―No puedes convertirlo ―argumenta Xean, que también se ha
aproximado, mirándola con cierto rechazo.
―¿Sabes que una mordedura de impuro es irreversible? ―cuestiona ella,
con voz mecánica―. Soy su mejor oportunidad ―repite haciendo un gesto
con la mano―. Solo… eliminen a esas cosas y denme un poco de espacio.
Ambos híbridos dudan, pero cuando Yohan asiente, se alejan volviendo a
donde ahora de nuevo, los guardias y demás, se enfrentan a los impuros que
quedan. Algunos de ellos han comenzado la huida, pero tanto mi padre
como el señor Danko, parecen resueltos a no dejarlos ir, dando órdenes de
cazarlos. Hasta terminar con el último de ellos.
―Escúchame ―vuelvo mi mirada a Yohan y Kyla, que continúan un
intercambio de miradas y palabras en voz baja―. No hay opciones.
Él me observa con un gesto abatido. Tiene tan mal aspecto, su rostro
tiene varios rasguños y golpes, su ropa es prácticamente roja y está hecha
jirones.
―Cuídalos.
―Yohan…
―Shh ―interrumpe Kyla, sacudiendo la cabeza―. Es pronto para darse
por vencido ―murmura pareciendo aburrida―. Si quieres vivir, beberás mi
sangre ―anuncia antes de llevar su muñeca a su propia boca y hacer un
pequeño corte.
Tanto Yohan como yo, le miraros incrédulos. ¿Qué?
―No ―niega él, retrocediendo ligeramente.
Ella emite un sonido de disgusto.
―No te transformarás. No voy a morderte, solo a darte un poco de mi
sangre. Parece que estamos a tiempo ―asegura empujando la mano sobre
su boca. Él parece inseguro, pero ella no cede―. Mientras dudas, la
ponzoña está recorriendo tu cuerpo, actuando para cambiarte. No hay
mucho tiempo ni otra oportunidad. Si no lo haces, terminaré por tener que
convertirte en uno de nosotros o en el peor de los casos, serás uno de los
impuros. Tú elig… ―No termina la frase, Yohan tira de su mano,
llevándola a su boca.
Retrocedo un par de pasos, dándoles intimidad y confiando en que ella
sabe lo que hace. Levanto la mirada, encontrándome con mi padre.
―Está por terminar ―expresa aproximándose a mí, su mano posándose
en mi mejilla. Hay tanto que decir, pero el arrepentimiento y la vergüenza
me hacen titubear―. Hay alguien que espera por ti.
Le dedico una sonrisa débil. Mi madre. Desde luego que espera, de otro
modo estaría aquí.
―Lo siento.
Sacude la cabeza, su expresión carente de reproche o malestar. Mi padre,
el mejor de todos, no hay dudas.
―Yo…
―Entiendo que debimos decirlo en su momento, eso habría evitado
muchas cosas, pero por otro lado, has ayudado a quienes lo necesitaban. No
puedo estar molesto por eso.
―Pero…
―También debí decirte algo que una persona me dijo hace mucho
tiempo.
―¿Qué cosa?
―La sangre no hace una familia, los lazos afectivos sí. No importa que
no lleves nuestra sangre, sigues siendo nuestra hija. Aunque no te des
cuenta, eres idéntica a tu madre.
Mis ojos se llenan de lágrimas, antes de verme arrastrada a sus brazos,
donde permanezco hasta que los últimos chillidos de los impuros se
desvanecen, dejando un silencio que promete demasiadas cosas.
Elina (8)

―Estás mareándome ―gruño mirando cómo Gema va de un lado a otro,


ni siquiera Mai ha sido capaz de ponerla en paz.
Al igual que ellas, estoy preocupada, imposible no estarlo, esa chica es
casi como si fuera mi hija también. La he visto crecer, hasta convertirse en
una mujer. Y tanto como su madre, temo lo que le espera después de este
viaje.
―Todos están siendo atendidos ―nos hace saber Azura, asomándose en
la puerta―. La mayoría solo está deshidratada y necesita comer y
descansar.
―Es bueno saberlo ―asiente Mai, tras lo cual Azura se retira―. ¿Vieron
las expresiones de esos pequeños? ―dice sin malicia―. Estaban tan
impresionados, como si nunca hubieran conocido algo igual.
―Posiblemente no ―reflexiono mirando la puerta―. Son demasiado
jóvenes para haber visto una ciudad de verdad.
Todos somos conscientes de que es incluso un milagro que estuvieran
con vida después de tantos años. ¿Quién lo hubiera pensado? Edin y Armen
esperaban que, tras experimentar la vida fuera de los muros, volvieran, pero
nunca lo hicieron.
―Están aquí ―murmura Gema, su rostro revelando tanta incertidumbre,
que incluso siento pena por ella. Si yo quiero a Lena, Gema daría su propia
vida por ella y quizás ese sea el principal motivo por el que Armen prefirió
que se quedara aquí. No porque dudara de su capacidad, sino de su control
emocional.
Todas permanecemos quietas, esperando que crucen la puerta. Sus pasos
se distinguen entre el silencioso andar de los vampiros. Solo los pasos de
Farah y Johari son perceptibles.
Ella es la primera en aparecer. Luce cansada, tan cansada que incluso
pareciera su rostro más delgado y su ropa está arrugada y manchada. Quiero
ir a su encuentro, pero espero, hasta que Gema da un par de pasos
vacilantes, antes de que Lena como una niña pequeña corra a sus brazos y
se fundan en un abrazo que nos conmueve a todos.
―Te quiero, mamá ―dice Lena. Definitivamente, el mejor saludo que
ha podido darle a la mujer que ha esperado tanto por su regreso.
Miro a Edin, quien ya tiene entre sus brazos a Mai. Busco a Alain,
frunciendo el ceño cuando no lo veo.
«Estaba ayudando a trasladar a sus habitaciones a Haros y, supongo,
aprovechó para ir a cambiarse», me hace saber Edin, antes de que inquiera.
«¿Está...?», comienzo a decir, con inquietud. «No. Está bien, tiene un buen
compañero cubriendo su espalda».
Me gustaría ir con él, pero espero hasta que es mi turno para estrechar
entre mis brazos a Lena.
―Las aventuras se acabaron, señorita ―digo fingiendo severidad.
―Lo sé, tía.
―Bien, porque la próxima vez, invítame. Escuché que había híbridos
muy guapos…
―¡Elina! ―reprenden Gema y Armen al mismo tiempo. No puedo evitar
reírme y tomarles el pelo.
―¿Qué? La niña tiene que ver la mercancía.
―No hables de ese modo ―amonesta Edin, mirándome
reprobatoriamente.
―Pero…
―En realidad ―interrumpe Lena―. No hay nadie más. ―Se encoge de
hombros, mirando a Abiel, quien mantiene un poco la distancia, hasta que
ella lo mira.
Entonces, da unos pasos, mirando a Armen y a Gema.
―Señor, quizá no es el momento, pero me gustaría pedir su autorización
para cortejar a su hija.
―¿Cortejar? ¿Qué es esto? Estamos en el siglo… ¿Qué siglo es?
―Nadie contesta―. Eso no hace falta, me refiero a que ustedes ya…
―¡Tía!
―¡Elina! ―protestan varias voces. Pongo los ojos en blanco, para nadie
es un secreto que este par ya pasó a la siguiente fase. Lo que sí es sorpresa,
es que Gema no haya montado una escena y cortado la cabeza de Abiel.
Aunque, tal como los demás, es obvio que él es una de las razones por las
que, a pesar de su estado, Lena parece tan radiante.
―Dejaremos el tema para después, por ahora deben descansar.
Y con eso empieza otra ronda de tomadas de pelo, antes de que Alain
intervenga para arrastrarme hasta nuestras habitaciones y mostrarme lo que
una buena batalla puede provocar en un hombre.
Lena (42)

Cierro los ojos, hundiendo el rostro en su pecho, amando poder respirar su


aroma y tenerlo a mi lado, en mi cama. Habría sido impensable en cualquier
otro momento, pero no ahora. Aunque debo agradecerle enormemente a mi
tía Elina y a sus nada sutiles indirectas. Ella puede ser muy persuasiva y yo
he aprendido bastante del chantaje emocional.
Lo miro anhelante, a lo que sus labios forman una tensa línea.
―Prometí comportarme.
Oh, sí que lo ha hecho y nada me haría más feliz que verlo ceder.
―Un beso no rompe la promesa.
Su pulgar acaricia mi boca, hay una chispa de deseo en sus ojos.
―Un beso no es suficiente.
Intento no sonreír triunfante, pero es imposible. Mi gesto le contagia, y
negando ligeramente me abraza con fuerza.
―Ven aquí.
Lo dicho, un beso no basta. Mis manos se mueven debajo de su camisa,
amando el tacto de su piel, el contraste de nuestras temperaturas y cómo le
afecta mi toque.
―Lena…
―Solo un poco más.
Pronto me encuentro jadeando, mi cuerpo envuelto en una necesidad
primitiva. Le deseo demasiado, mucho más que antes de nuestro primer
encuentro.
―Tenemos que encontrar una manera ―murmuro adivinando sus
pensamientos. Estamos rodeados de oídos demasiado sensibles y él no
rompería tan fácil su palabra. Lo malo de salir con un tipo bueno y chapado
a la antigua―. Podemos ir a Jaim…
―O puedo hablar con tus padres.
―¿De nuevo?
―Eso no fue hablar de verdad.
―¿Qué? ¿Exactamente de qué quieres hablar con mi padre? ―pregunto
sin ocultar mi interés.
―Te quiero por entero, Lena y quiero que ellos lo sepan.
―Lo saben.
―Me refiero a algo más serio. Sé que eres joven y es pronto para
considerarlo…
―Sí quiero.
―No he dicho...
―Eres demasiado recto y franco como para contenerte. Quieres que
formemos más que una pareja, ¿no?
―Sí.
―Vaya.
―No deberías lucir tan emocionada.
―No es eso. Es que tengo la impresión de que sigues dudando.
―No quiero que te arrepientas.
―Digas lo que digas, ni los años ni nada harán que mis sentimientos por
ti cambien, ya deberías saberlo. Un vampiro ama de por vida y por mis
venas corre un poco de su sangre. ¿No puedo tener algo de ello?
―Puedes.
―Entonces no hay nada que pensar. Seré tu mujer, cuando lo digas.
Podría ser ahora mismo. Aunque sinceramente, estoy muy cansada.
Mis palabras le roban una tenue sonrisa.
―Definitivamente, no será ahora. Pero sí a corto plazo.
―Bien, porque no podré esperar mucho más ―admito sonrojándome,
ante el recuerdo de tus besos y toque.
―¿Segura?
―Completamente.
Y con esa declaración, sello mi destino, uno que perseguí durante
muchos años, en los que varias ocasiones estuve tentada a rendirme, pero
que afortunadamente, no lo hice. Amo a este vampiro serio y poco
expresivo, con un alto sentido de lealtad, aunque a veces no se necesitan las
palabras para hacer saber lo que se siente por el ser amado.
Yohan (7)

Las últimas horas han sido una serie de altibajos, es como trepar una
montaña y volver a subirla una y otra vez. Randi está muerto, murió
protegiendo a los demás. O eso es lo que han dicho. Cierro los ojos,
permitiendo que el ahogamiento reclame mi consciencia y cuerpo. No
puedo pensar demasiado, creí que moriría o, peor, que terminaría como una
de esas cosas.
―¿Cómo te sientes? ―Me obligo a abrir los ojos y mirar a Xean, que,
cojeando un poco, se acerca a mi cama. Nos han instalado en una amplia
habitación. Desde luego que todos tenemos heridas, algunas más graves que
otras y debido a nuestra débil condición, no estamos sanando tan rápido
como deberíamos.
―Sobreviviré.
Me mira con curiosidad.
―¿Y la sangre? ―murmura mirando alrededor, comprobado que no
haya alguien cerca―. ¿Te sientes raro?
―Como siempre, quizá más cansado.
Ciertamente, después de estar a punto de morir, lo que esa chica hizo fue
increíble y extraño. Aún percibo el sabor de su sangre en mi lengua. Había
escuchado sobre lo que puede hacer la sangre de un fundador, pero verlo y
experimentarlo es muy distinto. Mis heridas prácticamente han
desaparecido, estoy débil y cansado, todos lo estamos, pero no pareciera
que fui herido y mordido. O que estuve a nada de morir.
Él asiente pensativo.
―¿Qué haremos? ―inquiere, la incertidumbre reflejada en su cara.
Desde luego que la noticia de la muerte de Randi a todos nos tiene
desconcertados. No debía manejar las cosas por su cuenta, tenía que esperar
por ayuda. Estaba débil, herido. Fue un suicidio lo que hizo.
―Lo que él quería.
―Pero…
―Nos trajo aquí por una razón. Tenemos que hacer que valga la pena.
―Lo sé, pero… Todo es raro.
―Sabes cómo era, nunca daba explicaciones y nadie le podía hacer
cambiar de parecer, ni siquiera Eneth.
―Sí, pero… Sabe mal, que después de todo su esfuerzo, no pueda
disfrutarlo.
―Las cosas pasan por algo ―la suave voz de la médica nos
interrumpe―. Y ciertamente, carecería de sentido todas las cosas y muertes
que experimentaron, si no saben aprovechar esta oportunidad.
―Uhm ―Xean la mira con desconfianza. Desde luego que piensa lo
mismo que yo, no ha dejado de estar sobre mí desde que llegamos a este
lugar―. ¿Necesitas algo?
Ella lo mira y luego a mí.
―Eso debería preguntarlo yo, pero me he asegurado de que tengan lo
necesario. Así que no.
―¿Qué pasa con el espacio? ¿Podemos tener un poco de privacidad?
―Ella no se inmuta ante la clara indirecta.
―Él es mi responsabilidad, así que por esta noche me quedaré a su lado.
―Eso nos sorprende, pero no explica más―. Y tú deberías volver a tu
cama y descansar. Por cierto, Dayna me pidió informarte que su hijo ha
nacido.
―¿Qué?
―Su parto se adelantó, pero tanto el niño como ella se encuentra en
perfecto estado. El doctor Koller se está haciendo cargo de ellos. Le hemos
colocado algunas vacunas necesarias y lo mismo haremos con ustedes. Es
indispensable comprobar su condición antes de que interactúen con las
personas de Jaim.
Intercambiamos miradas con Xean. Suponíamos que ordenarían nuestra
ubicación, entre otras cosas, pero suena un poco extraño. Antes éramos los
que velábamos por los demás, les proveíamos alimentos.
―No tienen nada que temer, se espera que con ellos se encuentren más
cómodos, pero pueden quedarse en Cádiz, si lo prefieren.
―Pensé que solo los vampiros podían vivir aquí.
Ella se encoge de hombros.
―Por el momento, su bienestar es lo primero. Aunque eso no me
corresponde a mí, después hablarán con el señor Danko o Regan. Son de
confianza.
Hay un intercambio de palabras, antes de que Xean finalmente se retire a
su cama y ella se acomode en la silla junto a mí. Sus ojos tienen ese tono
rojo intenso, su tez pálida la hace distinguir como uno de ellos. Luce
demasiado seria, correcta.
―Sé sincera ―digo enfrentándola―. ¿Por qué sigues aquí?
―Es mi trabajo.
―No se trata de eso.
Una de las comisuras de su boca se eleva, es un gesto tan pequeño, pero
lo noto.
―Me resultas interesante ―expresa sin más―. Tengo cierta inclinación
por los híbridos.
―No tengo idea de qué significa eso.
―Estoy segura que lo haces, pero descuida. No suelo morder contra
voluntad o sin autorización. ―Agita la mano, antes de inclinarse sobre el
borde de la camilla―. Por el momento, estoy monitoreando tu progreso. He
hecho esto con humanos, pero no tengo idea de cómo reaccionarás a mi
sangre.
―Gracias ―digo al ser consciente de que no he dicho lo debido―. No
solo por salvarme, por todo.
―Es un gusto y te aseguro que todos están disfrutando, hace mucho no
teníamos verdaderos pacientes que necesitaran de nuestras habilidades.
―Asiento sin saber qué más decir―. Lamento lo de Lena. Ella estaba
destinada a él, mucho antes de que la conocieras.
―Yo…
―Descuida. Estoy aquí.
Cierro los ojos, descolocado ante su actitud tan directa. No necesita decir
nada, me alegro por Lena y, sobre todo, ahora tengo muchas otras cosas en
qué enfocarme. Sin Randi, parte de la responsabilidad recae en mí,
especialmente el cuidado de los niños.
Alain (2)

―¡Un bebé! ―exclama con emoción, moviéndose de un lado a otro―.


Haros tendrá un bebé…
La miro reflexivo, por mucho que quiera ocultar su anhelo, supongo que,
tras ver a esos chicos, ha deseado tener un hijo.
―Podríamos hablar con Koller ―ofrezco, permaneciendo sobre la
cama―. Él dijo que haría un intento…
Ella sacude la mano, deteniéndose.
―Me gusta la idea, aunque no es del todo segura. ―Se mordisquea el
labio, antes de trepar a la cama y sentarse sobre mis piernas―. Lo que
estaba pensando ―deja en el aire la frase, mirándome con atención.
―¿Qué has pensado?
―Esos chicos no tienen a nadie. ―La miro interrogante―. Sí, sé que
son grandes, pero necesitan a alguien que cuide de ellos, que les dé cariño.
Mis manos sujetan sus muslos, que ante su posición han quedado
descubiertos.
―¿Tienes a alguien en mente? ―Su rostro se ilumina. Se inclina para
besarme antes de contestar.
―Las chicas, Ivy y Cesia.
―Ellas ―es lo único que puedo decir.
―Sí, parecen muy unidas, así que no tengo problemas con cuidar de
ambas. Hay mucha ropa bonita y cosas que puedo darles.
―Eh…
―Maquillaje y ya sabes, cosas de chicas.
―Creo que antes tendríamos que hablar con ellas. Quizá prefieran
quedarse con los suyos.
―Sí, sí, sé que es una opción. Armen lo dijo cuando le comenté.
―¿Le contaste?
―Quería saber si era factible antes de decirte.
―¿Y qué pasa con Uri? ―Su sonrisa crece.
―Ellas lo adoran. Piensa en esto ―murmura apoyando sus manos en mi
pecho―, tendríamos dos hijas lindas, una mascota y muchos tíos gruñones
por ahí para darnos lata.
No puedo evitarlo, sonrío, amando a esta impulsiva y alocada mujer, que
nunca deja de sorprenderme. Y por quien muero por ver en su papel de
madre, si con Lena fue como una, no puedo imaginar cómo protegerá a esas
niñas. Serán su vida y lo que falta para completar su felicidad.
―Hagámoslo.
Celebra con un gritillo y con otra ronda de besos, que pronto me hacen
estar sobre ella, mi boca recorriendo su cuello, mis manos en todos lados,
mi nombre en sus labios. Estoy tan dentro de ella, como ella en mi alma.
Elina me dio no solo una oportunidad aquel día, me dio la oportunidad de
amarla y eso es algo que nunca dejaré de agradecer. Vivo por ella, para
hacerla feliz.
Airem (3)

Con el viento nocturno golpeando nuestros rostros y agitando algunos


mechones de mi pelo, observamos, desde lo alto de uno de los tantos
balcones que tiene la residencia Danko, Cádiz. Qué vista desde aquí, luce
impresionante e inusualmente tranquila. Algo que podría engañar a muchos,
ya que la llegada de los extraños ha inquietado a los conservadores
vampiros, pero desde luego nadie les llevaría la contraria a los señores del
lugar. Interesante y curioso.
―¿Y ahora? ―inquiero mirando a Josiah. Él se toma un instante, antes
de girar el rostro y encontrar mi mirada―. ¿Qué sigue? ―pregunto con
auténtico interés.
―Protegerles ―su voz es firme, con ese toquecito ronco que suele
erizarme la piel y volverme loca, solo que este es uno de esos momentos
serios que suele mostrar con más frecuencia en las últimas semanas.
Se ve cansado y no es para menos después de lo que he escuchado y
visto en mis padres, pero a pesar de todo eso, ha querido encontrarse
conmigo. Y yo necesitaba asegurarme de que estaba bien, sin importar que
sea uno de los más fuertes.
―Ahora ellos forman parte de nosotros.
―Muchos no estarán de acuerdo ―señalo lo obvio.
Se escoge de hombros, volviendo su atención a los múltiples edificios
que forman el lugar. Cádiz fue la tercera ciudad fundada tras la Tercera
Guerra y la única que prevaleció después del enfrentamiento entre humanos
y vampiros. Aquí residen los vampiros fundadores y los subalternos, que en
su mayoría se dedican a tareas de mantenimiento o servicio y, desde luego,
la guardia. Conozco a pocos, suelen ser más reservados o simplemente
mirar a distancia.
―Muchos sabían que con mi llegada vendrían cambios, este será el
primero de ellos.
Sonrío de lado ante la desapasionada afirmación, que esconde
demasiado. Desde luego que nadie tendría el valor de enfrentarlo, no con
todos los que lo respaldan y lo que implicaría. Además, tienen
conocimiento de que él no posee ideas de aprovechar su posición y no son
tontos para perder los privilegios de los que disfrutan.
―Y existe otro que te implica a ti. ―Enarco una ceja, mirándole
interrogante. Su mano toma la mía, tirando un poco, acercándome a él―. Te
necesitaré a mi lado.
Me toma por sorpresa y no lo puedo. Miro nuestras manos y su expresión
seria, determinada, como todo un fundador que es y el vampiro con más
poder en este momento.
Retiro mi mano y él me deja ir, su expresión inalterable, como si
esperara esto.
―No puedo dejar Jaim ―declaro con voz firme―, te lo dije.
Jaim es mi vida, siempre he querido protegerla y justamente cuando
Caden me ha ofrecido estar al frente de los guardias… Doy un paso atrás,
sin saber qué decir.
―Yo…
―Lo entiendo ―dice tranquilamente, dejando caer su mano sobre la
barandilla―. Es pronto.
Sacudo la cabeza.
―Quizá siempre sea pronto ―admito experimentando confusión―. No
quiero mudarme.
―Puedes ir y venir…
―¿Solo calentar tu cama? ―inquiero con cierto malestar―. ¿Es eso lo
que sugieres?
―Te ofrezco todo, pero estoy tratando de darte opciones.
―Josiah…
―Sabes lo que siento por ti, Airem. No es simplemente pasar el tiempo
o intimar o placer. Si fuera el caso, tendría a cualquiera.
―Y supongo que lo harás si no accedo a tu petición. ―Me mira con
disgusto.
―Una pena que tengas tan mala opinión de mí.
Me paso la mano por el rostro y niego. Estoy diciendo cosas que
realmente no quiero soltar.
―Sabes que no es así. Es solo… Me has tomado por sorpresa. He visto
toda mi vida ahí, en Jaim y aunque me importes, siento que aquí no podría
ser yo misma ―admito evitando mirarlo, mi vista pasando más allá de los
muros, viendo en la lejanía las pequeñas luces de Jaim. Mi hogar―.
Siempre he estado determinada a velar por ellos.
No solo mis padres, mis amigos, mis conocidos.
―Puedes hacerlo estando aquí ―murmura con calma―. Sabes que las
decisiones tomadas desde Cádiz, siempre afectan a Jaim. Además, si todo
resulta, en un futuro no muy lejano, no habrá Cádiz y Jaim, sino una misma
ciudad.
Sí, eso es lo que todos desean, pero es complicado.
―No hay prisa ―finalmente dice ante mi silencio―. Por el momento,
tenemos que ajustarnos a los cambios y ver cómo marcha todo.
―Te amo ―confieso mirándolo a los ojos―, pero no puedo renunciar a
lo que soy y lo que quiero.
―No esperaría eso de ti. ―Se mueve, tomando mi barbilla, antes de
depositar un suave beso en mis labios―. No serías Airem si no defendieras
lo que amas. ―Rodeo su cintura, aspirando su aroma―. Hay tiempo y
sabes que eres la única mujer para mí.
―Podría…
―El tiempo lo dirá. Por ahora me es suficiente saber que estoy en tu
corazón ―susurra mostrando un atisbo de sonrisa, que le vuelve aún más
atractivo.
Maldición. Podría nunca estar lista, aunque… por ahora es mejor darnos
un poco de tiempo.
Mai (4)

Las risas llenan los pasillos de la residencia, una sonrisa se dibuja en mi


rostro, esto me recuerda tanto a Jaim. Es curioso cómo algunos pequeños
parecen iluminar el lugar y cambiar el ánimo de todos. Ellos están llenos de
energía y de ganas de experimentar todo, no se les puede culpar, nadie lo
hace, todo lo contrario, parecen dispuestos a hacer todo para complacerles.
―Esos pequeños no dejarán dormir a Siren ―escucho gruñir a Haros,
antes de que atraviese el corredor, en compañía de Edin.
―¿Tan pronto quejándote? Viene lo mejor.
―No es una queja, pero aún está recuperándose.
―Puedes llevarlo a la cúpula, ahí nadie interrumpirá su sueño.
―Disimulo una sonrisa. Esa habitación aislada, donde tuvimos algunos de
nuestros primeros encuentros. Y donde también solíamos llevar a Josiah y
Caden cuando eran bebés.
Qué rápido pasa el tiempo, ahora ambos son gobernantes de las ciudades.
Y pronto formarán su propia familia. Definitivamente, solía estar
equivocada, no necesitaba llenarme de hijos para ser feliz, sino encontrar a
la persona correcta y dar amor a mis pequeños.
―¿En qué piensas? ―inquiere Edin, abrazándome.
―En lo distinto que parece el lugar. ―Su frente se contrae ligeramente,
antes de sacudir la cabeza.
―No me lo recuerdes. Soy el primero en notar que ahora hay
movimiento y ruido.
―¿No te molesta?
―Algunos cambios son buenos.
Asiento, volviéndome para abrazarlo.
―Pronto ―digo apoyando mi mejilla en su pecho.
―Sí, pronto dejarán de existir muros. Quizá no pase mucho tiempo antes
de que volvamos a ser una sola sociedad.
―Me gustaría verlo.
Deposita un beso en mi pelo.
―Lo verás, te lo prometo. Llegará el día en que no existirán clases, solo
individuos viviendo en armonía.
Asiento, cerrando los ojos, escuchando los pequeños pies correr y al
mismo tiempo, el corazón del vampiro que más amo. Esto no es el final, es
el principio de algo mejor, algo que todos hemos deseado, hace mucho,
mucho tiempo.
Epílogo

Con extrema ternura besó sus párpados, robándole un profundo suspiro.


Sonrió, pasando las puntas de sus dedos por su mejilla. Cada vez era más
complicado detenerse y consumir la pasión que le embargaba, pero quería
hacer las cosas bien. Además, lo que menos necesitaban eran más
inquietudes, al menos por el momento.
Elise abrió los ojos y lo miró, tan afectada como suponía que se
encontraba él. Ella era simplemente hermosa e inocente.
―¿Crees que Lena estará bien? ―susurró, aligerando la tensión y
devolviéndole un poco de control. Sí, aunque ella lo deseara del mismo
modo, prefería llevar las cosas con moderación, y en alguna parte estaban
sus hermanos y su padre.
―Seguro ―respondió reflexionando el actuar de su prima. Las últimas
semanas sus visitas a Jaim se habían aumentado y no era la única que de
pronto parecía tener tantos asuntos en la ciudad.
Contuvo una sonrisa, podía entender un poco de qué iba todo. Con una
casa llena de vampiros, sería difícil ocultar su intimidad. Josiah no había
comentado nada, pero era otro que solía tener salidas en compañía de
Airem.
Frunció el ceño. Lena no sería la única que pronto se comprometiera, su
hermano gemelo estaba tan enamorado como ella y el tema de unirse a
Airem ya había sido tocado en un par de ocasiones.
Las cosas parecían ir con demasiada premura, pero ¿qué podía saber él?
Afortunadamente, gozaba de la autorización de los padres de Elise y ella era
tan moderada que las pequeñas sesiones de besos y caricias bastaban, por el
momento.
Habían trascurrido casi dos meses desde que los híbridos llegaran a
Cádiz y se exterminara a los impuros que trataban de darles caza. Despegó
los ojos de su amada y observó por la ventana del viejo granero en
dirección de Cádiz. Algunos híbridos aún estaban instalados en la
residencia de su padre, otros se habían mudado a Jaim y parecían estar
llevando las cosas con mucha normalidad. No era de sorprender, eran
buenas personas, había visto sus pensamientos, el asombro de la vida tan
pacifica había hecho que sus ojos se llenaran de lágrimas. No solo por la
añoranza, sino por el recuerdo de quienes no pudieron conseguir un vistazo.
Su integración había causado sorpresa tanto a vampiros como a
humanos, pero él lo veía como algo positivo. El señor Haros e Irina ahora
tenían un hijo a quien no dejaban solo en ningún instante. Lo mismo ocurría
con su tía Elina y Alain: habían adoptado a un par de chicas, que se habían
enamorado de su mascota. Algunos otros niños optaron por permanecer con
las pocas parejas que conocían.
Las risillas se escucharon cerca y la mujer debajo de él soltó un profundo
suspiro.
―Nos encontraron ―le hizo saber, a pesar de que sabía que ella estaba
enterada.
Rodó, ayudándole a sentarse y acomodar los botones de su vestido.
―Ahora son peores ―suspiró resignada, pero a pesar de su intento por
lucir cansancio, encontró cariño en sus ojos. Ella amaba a sus hermanos,
que ahora eran tres. Ya que uno de los niños había sido acogido por el señor
Knut.
Al parecer habían conectado, ya que él era tan intrépido y actuaba como
un hombrecito.
―¿Están haciendo cosas sucias otra vez? ―preguntó el mayor de los
chicos, mientras el otro par trataba de contener sus risas.
Con fluidez y sin prisas se incorporó, ofreciéndole la mano. Entonces,
ambos pudieron vislumbrarlos, encontrándolos en la entrada.
Agradecimientos

Agradecimientos especiales a Maty y las chicas del grupo de lectura, por apoyar siempre mis locuras.
También a Liz, por el maravilloso trabajo con Descendientes y ahora con Linaje.
Sobre la autora

Isela Reyes es una autora mexicana, originaria del estado de Michoacán, que incursionó en la
novedosa plataforma de lectura y escritura: Wattpad, donde ha creado un sinfín de amistades y en
cuyo perfil se encuentran más de veinte historias de su pluma. Su libro, La Donante (precuela de
Descendientes), el primero de una saga vampírica y paranormal, fue publicado bajo el sello de la
Editorial Coral, contando con un número de seguidoras fieles que esperan más historias de su mano.
Pueden encontrarla en cualquiera de sus redes sociales, con el mismo nombre.

You might also like