IX. Sobre unos cuantos temas eroticos y misticos
de la Gita-Govinda
personajes de nuestra obra, que es el tema que yo trato de
delimitar en estas paginas. Poco después de mi tltima perso-
nificacién de Isabel de Hungria, fui enviada aun baile infan-
til disfrazada de tamborilero de los ejércitos del Imperio.
Todo, parece ser, era auténtico en mi disfraz, incluso los pali-
llos y los botones ea los que habia un dguila grabada. No
obstante, esa mascarada no me inspiré deseos de escribir la
historia de Napoleén.
1975
La India posee grandes mitos eréticos: Parvati y Siva unidos
‘en un abrazo que dura millones de afos divinos, y cuyo
producto podria destruir el mundo; Siva, que seduce a las
esposas de los anacoretas herejes, los cuales crean mons-
truos para vengarse y no consiguen sino proporcionar al
dios nuevos atributos y nuevas galas; la cabeza cortada de
Kali, colocada sobre el cuerpo de una cortesana de baja es-
tofa, y lo divino soldado a lo que pasa por ser inmundo. De
todos estos mitos, el mas bello sin duda, el més cargado de
significaciones devotas'y misticas, aquel en donde mejor se
ansionan no sélo las emociones de los sentidos, sino
también las del coraz6n, es la bajada de Krisna al bosque,
entre las pastoras. El pastor celeste se extravia por el bosque y
‘va hechizando con los sones de su flauta a animales, demo-
ios y mujeres. Las Gopis, las tiernas vaqueras, se apifian a
alrededor en la espesura donde pace el ganado. Bl Dios
Je estd en todas partes satisface al mismo tiempo a sus mil
tes; cada una, si nos atrevemos a desviar aqui de su
tido un verso célebre, lo tiene para ella sola y todas lo
a7tienen por entero. Esta fiesta félica es un simbolo de las bo.
das del alma con Dios.
Nos hallamos aqui en uno de los grandes entronques del
Mito. Ese dios en torno al cual merodean por los bosques
unas muchachas locas por su cuerpo y a quien él dispensa 3
tun mismo tiempo la embriaguez carnal y Ia embriaguez. mis.
tica, es Dioniso; ese méisico que tranquiliza a los animales
medrosos es Orfeo. Ese pastor que colma la necesidad de
amor del alma humana es un Buen Pastor. Pero Orfeo, en las
orillas del Estrimén barbaro, muere por haber desdefiado el
deseo furioso de las Bacantes; Dioniso arrastra a sus Ména.
des en pleno salvajismo, en un mundo inquietante al que ob-
sesionan los terrores més antiguos del hombre; el Buen
Pastor cristiano es inseparable de la cruz. Nada hay de som-
brio o de trégico, por el contrario, en la aventura del Orfeo-
Baco de las orillas del Ganges. La unién de Krisna y las
vaqueras se realiza con plena paz, en el seno de una edénica
inocencia. El bosque mistico de Vrindavana pertenece al
campo de la eterna pastoral. Venus en el establo junto a Ane
queo o en un claro del bosque con Adonis. Apolo guardan:
do los rebaiios por el amor de Admeto, ‘Tristan e Isolda en su
cabana hecha de ramajes, Sigmundo y Siglinda a la puerta de
la choza escuchando los murmullos de la noche primave
Tess @'Uberville ocultando su amor en la lecher‘a, entre k
chicas de la granja y hasta los empolvados comparsas d
las pastorales del siglo xvi, todos estos personajes su
de nuevo en un mundo aun mismo tiempo ideal y primiti
‘vo, que en un principio nos parece ficticio y quemno lo es m
que cualquier suefio de felicidad, tienen por lejanos prototi
pos al ardiente Krisna y a sus apasionadas vaqueras.
‘No hay duda de que el cristianismo intent6 que el
humana volviese a un estado de inocencia prepaber, por
demés imaginario mas que real y muy alejado de la verda
infancia; de que quiso, y en gran parte realiz6, una desacrali
zacién de lo sensual, fuera del matrimonio, y que incluso en
318
ste ttimo caso lo rodeé de tantas interdicciones que instalé
pperpetuidad en la idea de sensualidad la nocién de pecado.
Pero el mal viene de més lejos que el Evangelio y la Iglesia.
Flintelectualismo griego y el rigorismo romano ya se habian
ocupado muy pronto de hacer una escisién entre el espirita y
- jncarne. El banquete, la més noble exposicién erdtica heléni-
«a, es también el canto de cisne de la voluptuosidad pura: los
sentidos son ya en él unos servidores que dan vueltas a la
‘queda de molino del alma. Séneca siente casi el mismo desdén
por a carne que el autor medieval de De Contemptn Mundi,
“Mis tarde, en Europa occidental, la influencia de las supers
ftciones y de los cédigos barbaros vinieron a reforzar el mo-
‘lismo de Ia Iglesia: los celtas y los germanos quemaban 0
gaban a los amantes ilicitos antes de Jesucristo. Mas tar-
Ia respetabilidad burguesa, las ideologias capitalistas 0 to-
arias, los constructores del hombre robot o del hombre
jos como del libre juego del alma. La voluptuosidad habré
do para el europeo, alternativamente, un placer més o me-
nos licito pero indigno de preocupar mucho tiempo a un fi-
sofo y aun ciudadano, un escalén mistico del conocimiento
has almas, una vergonzosa saciedad de la Bestia que hace
al Angel, una culpabilidad superflua introducida en el
sinto caldo del matrimonio, la sublime coronacién de un
amor tinico, un amable pasatiempo, una tierna flaqueza,
un tema propicio para chanzas verdes y el manual de gimna-
fa de los tratados de Aretino. Cada cual afiade lo suyo: Sade
us frios furores, Valmont su vanidad y la Merteuil su aficién
Ia intriga; los aficionados a los complejos freudianos sus
dos de infancia, los idealistas su hipocresia. En arte,
incluso en las épocas més favorecidas y més libres, el pintor
él escultor tuvieron que recurrir, para expresar la poesia de
pssentidos, a buscarse una coartada mitologica o legendaria,
>a colocar sobre sus tiernos desnudos el barniz protector de
§ teorfas estéticas: ni el mismo Ingres hubiera confesado
39de buen grado la voluptuosidad pura que habia en su Bajg
turco. En literatura es mas dificil de lo que se cree encontra,
la imagen del placer saboreado tal cual, sin que intervengan,
para tranquilizar al lector y poner al resguardo al autor,
una moral postiza afiadida a destiempo, una repugnancia o ung
abyeccién prefabricadas, la vulgarizacién cientifica que sirye
para todo, la media sonrisa o la carcajada que hacen que tod
pase. Nada puede desorientar més que ascender desde el fon
do de esa confusi6n al naturalismo sagrado de la erética
di, a la noci6n de lo divino experimentado por mediacién d
lo fisiol6gico, que impregna los juegos amorosos del Kris
Lali.
Un exotismo barato se complace en exagerar, en lo qh
respecta a Jo senswal, la permisividad de Asia. Los cédig
primitivos de la India son, sin embargo, casi tan rigidos coma
el Levitico: encontramos en ellos esos eternos poderes repre
sivos como son el terror supersticioso al hecho sensual, lo
celos o la avaricia del jefe y del padre que tiende a convertin
rebafio femenino en una granjerfa bien guardada, la ignot
cia, la rutina, el razonamiento por analogia, la preocupaci
por reducir el Iujo sensual a lo estricto necesario genital,
més atin quizé el curioso instinto del hombre para compli
o simplificar arbitrariamente lo que es. Bien es cierto que lo
cédigos son una cosa y la costumbre otra: esto es verdad so
bre todo en el terreno sensual, en el cual, mas que en ning
otro, el ser humano parece poseer Ia facultad de respirar
gusto en una zona comparable a la de los grandes fond
muy por debajo de la superficie variable de las ideas, de la
opiniones y de los preceptos, muy por debajo incluso de
capa del hecho expresada por el lenguaje o claramente perci
bida por el que la realiza. Tal gesto amoroso tradicion:
te condenado por las Escrituras védicas figura libremente a
los bajorrelieves de los templos de Khajuraho. No es meno
verdad que en todas partes y en todas las épocas, la ambi
lencia reina en materia de moral sexual, ni més ni menos, po
320
demas, que en cualquier otra cosa, y que a un si pronuncia-
do sobre ciertos puntos corresponde wn no pronunciado so-
"re ot70s, como si una severidad aqui debiera compensarse
diatamente con una libertad tomada alld. La India preci-
jx6 el matrimonio de sus mujeres para no tener que repro-
arse la falta de satisfaccién en una mujer nibil, pero esa
isma India ha clausurado a sus viudas o las ha entregado a
hhoguera. En la misma época en que el escultor hindi re-
esenta con tanta soltura los retozos de Krisna y las vaque-
Jas imAgenes del Infierno hinduista amenazan a los
juriosos con tormentos tan atroces como los que infligen a
pecadores carnales los diablos de nuestras catedrales.
“Todas las grandes religiones nacidas en el suelo de la In-
ia han predicado el ascetismo. La obsesién bramdnica del
Ja obsesién budista de la Nada conducen al Santo al mis-
a resultado, que es el desdén hacia lo que pasa, cambia y
ba. El anacoreta hinds se libera mediante la ascesis; los
ltores de la época grecogandhariana mostraron a Buda
el momento en que abandonaba el grupo voluptuosamen-
sdesordenado de las mujeres dormidas. Pero aquella salida
significaba huida ante el pecado; aquel ascetismo no sig-
ficaba penitencia, como tampoco el temor a la impureza
corresponde exactamente a a obsesi6n cristiana del
ado y de la carne, de la que es, sin embargo, raiz. El des-
iento del sabio hindi no implica ni repugnancia, ni
probacién puritana, ni obsesion por la abyeccidn carnal.
aeuso en ciertas sectas, al igual, por lo demas, que en algiin
para la religion popular, en uno de los simbolos y una de
s de la unién con Dios. El Ser Absoluto, el Atman
apremo comprende en si el juego amoroso de los millares
-seres que componen el mundo; los frenéticos abrazos de
s deidades del budismo téntrico son una parte aceptada del
ilo de las Cosas.
jar‘Cuanto més se ha desarrollado en el arte una sensibilidag
propiamente hind, mas se ha instalado el erotismo en la ex.
presién de las formas, Este erotismo, que bafia deliciosamen,
te los altos y esbeltos desnudos de los frescos de Ajanta
redondea en Kailasa las curvas casi rococé de las diosas mig
tardias; volvemos a encontrarlo —en unos cuerpos esta vey
de proporciones més achaparradas— en los bajorrelieves de
Khajuraho, de Aurangabad y de Mahavalipuram, consagra
dos a los amores de Krisna y de las lecheras. Carnes redon,
das, lisas, casi elisticas, densas con la blanda densidad de
miel chorreando sobre otra miel. Dan la impresién de que
Jos cortéramos, esos troncos dejarian ver un interior homo
géneo y carnoso como la pulpa de un fruto. Si los cortér,
mos, esos brazos y esas piernas volverian a crecer cor
tallos o raices. En ellos circula no ya la sangre, sino la savia,
también ese esperma que contenia el cuerpo de un B
sattva en lugar de sangre. Dudamos: esa mano que est to
cando un sexo ges una mano u otro sexo? ¢Es una rodilla
un codo la que aprisiona ese muslo desnudo? Esas bocas so
ventosas, aquellas narices que se estén rozando son como
bozos de trompas. Esas Gopis se doblan bajo el peso de
senos enormes y redondos, al igual que un arbolillo dobléns
dose bajo el peso de sus frutos. Tal impetuosa muchacha, con
las piernas dobladas y los talones juntos, salta sobre
amante-dios como una mona sobre un tronco de arbol. Est
arte de amar mezcla las caracteristicas de los sexos casi tanto
como la de los reinados: Krisna no llega a alcanzar la ing.
‘tante-femibtdud tle Siva, eie’btro'esposs infaripab le, paw
peinados, los adornos, el ritmo de las formas se prestan
equivoco, ya que no al error. Tal fragmento en donde do
boeas se unen, en donde dos cuerpos se enlazan, podria mu
bien ser dos Gopis abrazandose. Sélo por el érgano del sexo
se revela evidentemente varén ese dios tan macho. Hay mo-
mentos en que parece como si el humor se deslizara por en
tre esas escenas sagradas de la estatuaria hindd, como em
32
“gbra de nuestros imagineros de la Edad Media, e introdujera
Jo equivalente a la risita ahogada que ¢s, no menos que el
suspito, uno de los ruidos del amor. Pero en ningtin sitio se
‘ela ctispaci6n nerviosa, casi insostenible, de ciertos dibujos
Ticenciosos japoneses, ni el enunciado inteligente, casi seco,
algunos jarrones griegos de tema obsceno. Esa sensuali
¢ profusa se expande como un rio sin pendiente.
La queridisima se hallaba desnuda y, al conocer mi corazén
Sélo levaba puestas sus joyas sonoras...
Entre los siglos vi y xvi de nuestra era, una India que
bsorbid y en parte eliminé Ia leccién grecogandhariana, y
no ha padecido atin el nuevo aflujo occidental que le
aeré el arte persa, expresa Ia aventura amorosa del «Dios
J» en términos puramente hindvies, con ayuda de conven-
es que varfan tan poco que es dificil distinguir a primera
a. una Gopi de las grutas de Aurangabad de una Gopi de
en, el parpado se halla dibujado con un tinico trazo ciego
sugiere el realce convencional de los maquillajes teatra-
, ¥ como si se tratase menos de abrir los ojos para ver que
‘cerrarlos para gozar: el lujo de las joyas viste grovesca~
ente Ia carne desnuda, La joya, el maquillaje, el peinado
nen todas partes una manera de cargar al desnudo con la
a especifica de una civilizacién y de una época: ese Kris-
Ieno de collares tintineantes es un raja entre sus mujeres;
s Gopis poseidas en el bosque, al alba de los siglos, son
bailarinas sagradas que se contonean profesionalmente me-
te posturas de baile; esa muchacha extrafiamente agacha-
con una pluma en la mano y tifiéndose de rojo la planta
slos pies, est cumpliendo un rito inmemorial de su aseo de
sa, La ubicuidad incluso del abrazo divino traduce el de-
35seo més secreto del harén a la hora del placer. Refinamientg
estéticos o sensuales que un poeta europeo como Baudelaire
sabe apreciar nostalgicamente, casi con perseverancia, con
una sensibilidad tanto mas aguda cuanto que la experi
a contracorriente de su tiempo, pertenecen aqui al lengua
trivial y estilizado del amor. Lo insdlito y lo ilicito, esos do
ingredientes indispensables a toda pornografia, se hallan pop
completo descartados.
La época en que el arte y la piedad hindties evocaban de.
votamente la unién de Krisna con sus amantes es poco mas
menos la misma en que, por los bosques y landas de la Euro
pa medieval, el antiguo falismo campesino y pagano,
crito por la Iglesia, se refugiaba en las asambleas de bryj
Las mil hermosas abrazadas en el bosque por el amante m,
ravilloso y la vieja de senos colgantes, cabalgando en su
coba o agarrada al macho cabrio de los Aquelarres, corriend
al Harz para copular con Satan, son dos expresiones apro
madamente contemporéneas del deseo. Los zardndeos am
rosos de las Gopis pueden cansarnos la vista y hasta
sentidos, pero ese erotismo céndido resguardé a la India
uestras diablerias tristes.
‘A pesar del mérito de la traducci6n (puede incluso gp
debido al mismo), es dificil juzgar equitativamente las
dades literarias de la Gita Govinda, ese largo recitado
que el poeta bengali Jayadeva dedicé en el siglo xm de nue
tra era cristiana a la aventura de Krisna y de las lecheras.
a causa de su alejamiento en el tiempo y en el espacio, si
porque esa obra empapada de perfumes y que responde ca
de modo exagerado a la idea que la imaginacién popular
hace de la poesfa amorosa de Oriente, no coincide con
gustos ni quiz con los prejuicios literarios particulares
lector europeo de esta segunda mitad del siglo xx.
perdido la costumbre de esas lujurias y de esas Ilanguidece
De entre todas las literaturas poéticas de Asia, la dela
de Kalidasa a ‘Tagore, sigue sorprendiéndonos por su prod
34
idad, su molicie, su énfasis repetitivo, su indiferencia para
nel hecho humano, inmergida como lo esté en al flujo
yaiversal, y por el sabor excitante y dulzén de su romanticis-
jayadeva no es una excepci6n a la regla. Ese arte no es en
‘oluto primitivo; es erudito, literario incluso; el poeta ben-
se halla con respecto a la epopeya sénscrita en la misma
scién que los Alejandrinos con respecto a Homero. Jaya-
repite unos temas tratados en la Bhagavata Purana, tex-
relativamente reciente también, pero que se alimenta de
pasado ya dos veces milenario, los Purana, més que de los
mos Vedas en los que se traducen los efectos de la con-
jsta o de la influencia aria, sumergiéndose en el inmemo-
sustrato de una India arcaica. No obstante, Jayadeva
Jste mas sobre el lado novelesco y voluptuoso del mito: el
de los placeres otorgados a las mil vaqueras alterna con
de las quejas de Radha, la despreciada, hasta el momento
ue el dios concede por fin a la bella afligida su parte de
ro el universo pottico de la India no es el de la
in, ni siquiera el de la persona: mientras que ca~
de las mil amantes de la lista de Don Juan sigue siendo
m criatura aparte, por muy insignificante que sea, y més 0
enos diferenciada de las dems, las mil amantes que descri-
sJayadeva podrian ser a la vez el pueblo entero de las muj
'y una sola y misma mujer; cada Gopi a su vez podria ser
Este universo no es tampoco el de la tragedia: los ce-
no son sino una inquietud pasajera; el dolor desaparece
amente con el goce. El lector errante entre esas su-
osas imagenes de desnudos en éxtasis acaba por pensar
querer en aquella curiosa fantasia de la literatura francesa
sca, en el personaje del Songe de Francion que pisotea
josamente un parterre de senos. La analogia animal y
prolifera, en efecto, en Jayadeva, igual que en la es-
de los templos: Krisna es el «bailarin resplandeciente
multiplica sus miembros», «el tronco del que surgen
0s ramajes picoteados por los péjaros>. Los cabellos son
35lianas, los brazos tallos, los senos los frutos de la palmera y
Jas valvas la flor de loto. Engafiado por un parecido que es
un t6pico en la estética hindt, Krisna toma la trompa de up
joven elefante por el muslo de la bienamada. Lo que en Gre.
cia se expresarfa mediante la metamorfosis se traduce aqui
por una suerte de similitud delirante, La Gita Govinda esin.
separable no sdlo de las arménicas alusiones y resonancig
literarias, sin las que no puede pasarse ningén poems, sing
sobre todo de la civilizaci6n hinds entera, de esa culturaa uy
tiempo mas elaborada que la nuestra y més cercana al me
natural donde nacié, del ambiente de la pequefia corte dond
fueron compuestos esos versos y recitados por vez. primen
en alggin pabell6n a orillas de un estanque, de las mujeres,
los animales domesticados, del sabor azucarado y pimentad
de las golosinas, de las miisicas mareantes, de las facilidad
ofrecidas al deseo a un mismo tiempo insaciable e inmediata
mente saciado, de todo lo que justifica y alimenta en tor
Jayadeva la mistica glorificacién del placer.
Fue por la época que corresponde aproximadament
nuestra Edad Media —y en Bengala especialmente— cuand
se desarroll6 en torno al mito de Krisna esa bhakti, esa mist
ca devocién al inefable Amor, no tan distinta, mutatis mu
tandis, de ciertas formas de la sensibilidad cristiana recurren
enel transcurso de los siglos. Ain més, en su reacci6n ct
Ih especulacién metafisica en favor de la piedad conereta,
India medieval parece haber vivido una evolucién compat
ble a la que, unos siglos més tarde, conocié el catolicismo d
Ja Contrarreforma. Los éxtasis de la santa Catalina de S
ma o de la santa Teresa de Bernini, el seno de la Magd
tiernamente tapado por los desordenados cabellos de la pen
tente delatan la misma necesidad de mezclar el éxtasis,
con el religioso, Io que las Gopis hindies traducen s
mente por la voluptuosidad. En ambos casos se trata de
blecer la unién mas intima entre el sujeto adorante y el ob
adorado, de obligar al absoluto, lo infinito o lo eterno, &
326
qamarse en una figura humana —en ocasiones demasiado
fumana— que pueda no sélo inspirar amor, sino responder
glamor. Con Jayadeva estamos al mismo tiempo cerca y lejos
del Krisna avatar solar de las Escrituras védicas, cerca y lejos del
sublime Seftor a quien la Bhagavad Gita hace expresar el
‘peosamiento’ ms terrible del bramanismo: la indiferencia del
er indestructible ante esos accidentes transitorios como son
‘elnacimiento y la muerte; la identidad de la creacién y de la
estruccién; la inanidad del débil bien y del débil mal delimi:
dos por el hombre en presencia de la terrible vida que des-
borda todas las formas. Ese Krisna torrente de deleites se une
4 as concepciones més antiguas mediante el sentimiento de
srmidad de las generosidades divinas. Aunque comprome-
Jo con la carne, el dios sigue siendo demasiado tumultuoso,
emasiado indiferenciado para que la piadosa Gita Govinda
parezca en nada al tembloroso y confiado didlogo que
0s poetas iniciaron con la persona divina, como, por ejem-
p, ese canto conmovedor de los sufies que, en la Persia de
ge mismo siglo x1t, evocaba tiernamente al tinico Amado.
os aqui es Amante mas que Amigo.
Evitemos el error que cometen en nuestros dias tantos
queélogos al aventurarse por el terreno de la antropologia,
for consistente en hacer que un pasado anterior influya so-
un pasado mas reciente, y a los que el antiguo pensa-
'0 primitivo no sirve mas que de inconsciente sustrato.
Krisna de Jayadeva —como tampoco el Atis de Catulo o
donis de los elegiacos griegos— no es reductible a los
nples términos de un mito tribal de fertilidad. Se trata de
lstros sentidos y de nuestros deleites. El erudito que de-
uelve a un mito o un rito sexual su significaciéa tnica utili-
ia y tribal (y lo desinfecta de este modo, conscientemente
9, de un erotismo que le molesta) simplifica, por lo de-
con exceso, aquel mundo de la prehistoria: el primitive
sentidos igual que nosotros. Pero desconfiemos igual-
ente del error més etéreo consistente en ver la ardiente le-
M7yenda como un simbolo solamente espiritual, una pur,
alegorfa oculta. Reducir la parte del arrobo sensual en la Gitg
Govinda es ir en contra de las caracteristicas particulares de
esta Laya-Yoga, que precisamente se esfuerza por alcanzar ¢
Absoluto por mediacién de poderosas energias sensuales, B
mismo poeta definié claramente su intencién: «Aqui se ha.
llan expresadas, bajo una forma poética, las diversas trayeg.
torias del amor que conducen al discernimiento esencial d
erotismo.> La voluptuosidad en Jayadeva no tiene por qt
tratarse como una especie de cebo carnal para escamote:
después en beneficio de una significacién supuestamente m
noble, con peligro de dejarnos en los labios un sabor a eq
vvoco ¥ 2 hipocresfa. Igual que el Lingam-Yoni, ante el cual
postran las exquisitas princesas de las miniaturas mogolas,
objeto sexual es en él a la vez manifescacién y simbolo. E
orgasmo de Radha es el éxtasis del alma poseida por dio
pero esa alma palpita en la carne.
«Los pavos reales bailan de alegria... Acuden las vaca
rumiando atin su hierba, y los terneros embadurnados con!
leche de sus madres. Los animales lloran dulces ligrimas
oft la flauta del Pastor..», dice poco més 0 menos el
Bhagavata Purana, Ni la obra de Jayadeva, ni la plésti
de los templos dan mucha importancia a la dulce presenciad
Jos animales que Ilena, por el contrario, las imagenes més
suaves de las miniaturas mogolas, en donde Krisna dis
do de lechera ordefia las vacas junto con sus amantes. ¥,
embargo, esa presencia del animal desempefta un papel con
siderable en el idilio sagrado: el éxtasis divino y la h
dicha no pueden prescindir del apacible contento de las hu
mildes criaturas explotadas por el hombre, y que comps
con él la aventura de existir. En el amor sobre todo es dond
los griegos mezclaban sus animales y sus dioses. Mal pue
apreciarse la belleza tinica del mito hindi mientras no:
haya reconocido —junto a la més célida sensualidad, y quiz
precisamente porque dicha sensualidad se realiza poco m
38
nos sin coacciones— la fresca amistad hacia los seres que
mmenecen @ otras especies y a otros reinos.” Esta ternura,
Fi ida sin duda del viejo pensamiento animista pero que lo
mpero desde hace tiempo para convertirse en una forma
muy consciente de la unidad de los seres, sigue siendo uno
jelos dones més hermosos de la India al género humano: la
cristiana no la ha conocido apenas, 0 muy breve-
, slo en la égloga franciscana.
‘Acaso no se exprese la leyenda sagrada en ninguna otra
re tan deliciosamente como en un objeto de culto proce-
de la India del Sur, y que hoy se encuentra en el Mu-
Guimet: un bajorrelieve de madera en donde vemos a
rigna vestido de pastor y tocando a flauta para los anima-
del rebaiio. Unicamente sus cuatro brazos recuerdan en
imagen delicadamente humana la todopoderosa energia
a: dos manos sostienen el instrumento; dos manos ben-
Esta obra bastante tardia (algunos eruditos la creen
[siglo xv1t) es una de las obras en donde mejor se ve, a
és de la profusién hinduista del estilo, la lejana influen-
sgriega que marcé al arte hindi en sus comienzos. El mo-
jiento de caderas del «Dios Azul» es casi praxitelianos
argos pantalones ondeados no difieren mucho de aque-
5 con que el arte grecorromano representaba a sus jOv
dioses asiaticos, a sus Atis o a sus Mitras. Una melodia
ciosa, en la que reconocemos esa musica impresionante,
olégica y sagrada que es la de la India, se esparce, desde
labios del dios, sobre las tupidas hojas, sobre los anima-
‘sobre las formas indolentes y ritmicas de la postura di-
ja. Este canto solitario nos ayuda a entender mejor los
108 retozos de las Gopis en los pilares de los templos,
intenso movimiento espasmédico de las mil parejas en
éxtasis dentro del bosque, parejas que son al mismo
afade a esa inmensa pastoral césmica es el sentido
329profundo del uno en lo méhtiple, la pulsacién de una alegrig
que llega hasta la planta, hasta el animal, hasta la divinidad y
el hombre. La sangre y las savias obedecen a los sones del
flautista sageado; las posturas del amor son para él posturas
de danza.
X. Fiestas del afio que gira
1957
osa DE Navipap
época de las Navidades comercializadas ha llegado ya.
casi todo el mundo —dejando aparte a los miserabies,
ye nos da muchas excepciones— es un alto para el des-
0, célido e iluminado, en el periodo grisiceo del invier-
Para la mayorfa de los que hoy celebran estos dias, la
fiesta cristiana se limita a dos ritos: comprar de manera
‘0 menos compulsiva unos objetos aitiles o no, y atracar-
atracar a las personas de su circulo més fntimo, en una
icable mezcla de sentimientos en donde entran a par-
es el deseo de complacer, la ostentacién y la necesi-
de darse uno también un poco de buena vida. Y no
108 a los abetos siempre verdes cortados en el bosque
ibolos muy antiguos de la perennidad vegetal y que
por morir debido al calor de las calefacciones— ni a
icos que sueltan a sus esquiadores sobre la nieve
10 soy catélica (salvo por nacimiento y tradicién), ni
estante (salvo por algunas lecturas y por la influencia de
sat