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15; El horizontePosclisico Piva CiiaN, Romain: “5. Commerce in the Yucatan Peninsula: the Conquest and Colonial Period! en Mesoamerican Communication Routes and Cultural Contacts, TA. Lee y C. Navarrete (eds.), Provo, New World Archaeological Foundation, 1978, pp. 37-48, Pouock, HED. etal: Mayapan, Yucatan, Mexico, Washington D.C., Ca tion of Washington, 1962 (Publication 619 gie Insttu Rivera Donano, Miguel: Los mayas, una sociedad oriental, Madrid, Editorial de la Uni versidad Complutense, 19 jledad, Madrid, Editorial Alhambra, 1985. ‘Cambios en la religién maya, desde el os mayas de la an iodo Clisico a los tiempos de Hemén Cortés", en Los mayas de los tiempos tardios, M, Rivera y A. Ciudad (eds. Madrid, Sociedad Espafiola de Estudios Mayas e Instituto de Cooperacién Ibero- americana, 1986, pp. 147- Rovs, Ralph L.: The Indian Background of C Oklahoma Press, 1972 Saniorr, Jeremy y E. 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Al tomar este partido presentariamos una imagen sumamente trunc painicas del dre da de las realidades prehis- occidental del pais; perpetuariamos también uno de los fal- sos conceptos que han afectado el desarrollo de los conocimientos sobre e' Occidente de México y que fueron denunciados por Otto Schondube! hac 15 afios: “la idea errénea de que todo el Occidente es tarasco, 0 estuvo bajo la influencia tarasca”. En realidad, la region occidental del México antiguo es mucho mas que los 70,000 km? del Irechequa Tzintzun tarasco. n, 0 rein Se objetard tal vez que, precisamente fuera del dominio tarasco, las sociedades del Occidente de México fueron poco estratificadas; pero con esta objeci6n, uno corre el riesgo de caer en un segundo error perjudicial, el de considerar todo el Occidente como una region mesoamericana marginal sobre todo si se le compara con el Altiplano central. Muchos autores, incluso 10s de los que han trabajado en el Occidente, no resistieron esta tenta- cion y admiten que dicha regién qued6 al margen de Mesoamérica durante la mayor parte de su historia prehispénica (sin darse cuenta de que no hube una trayectoria uniforme de desarrollo entre las diferentes regiones propia- s), reivindicando, sin embargo, una cierta \ente mesoamericanas segin e partir de los afios 700-900 de nuestra mesoamericanizacion del Occidente a era. Una de las interpretaciones que se ha dado a los descubrimientos de Gordon F. Ekholm en 1938 en Guasave es tipica de esta manera de pensar 1 cerimica suntuaria que habia aparecido en este li que el indicio de una colonizaci6n lejana de un grupo procedente del centro haber existido en el no podia ser mis dde México. Este modo de “despreciar” todo lo que pod Occidente lleg6 a influir en alg ca de los tarascos: “la arquitectura monumental tarasca nunca desarroll6 la magnificencia y sofisticacién alcanzada por otros grupos” escribe Ulises Bel snas opiniones recientemente publica tran’ y varios investigadores mis retoman el dictamen de Pedro Armillas. segtin el cual el patron de ase aun cuando, como lo recuerd ntamiento tarasco no rebas6 un estadio rural Donald D. Brand, los espafoles no se can. saron de admirar el poder y la riqueza del Cazonci, la inteligencia y la indus tria de los purépechas. Afortunadamente, algunos tra jos, mais © menos recientes, empiezan a revelar seftas claras del dinamismo cultural de Occidente el que, inclusive, podria haber tenido influencias sobre la evoluci6n del Altiplano central. Sin 1 (1a impor que sea necesario aludir a fenémenos remotos en la cronolog tancia del complejo Capacha hacia 1500 aC o la posicién ocupada por el sitio de Chupicuaro alrededor del inicio de la era), se sabe por ejemplo, ya desde hace mucho tiempo, que el Occidente desempens un papel clave en la intro: duccién de ka metalurgia en el México antiguo. Por otra parte, en el contexto de una reflexi6n sobre las relacion el oeste-noroeste de ‘Cuenca de ME de J. Charles Kelley’ o de Marie-Areti Hers’ sobre el sector de tre pais y Ia 0, Ios resultados de las inves: Chalchihuites no solamente nos obligan a revisar nuestros esquemas tempd rales (confirmando que el noroeste, por lo menos, tuvo su auge al mismo tiempo que el gran centro clisico de Teotihuacan), sino que también nos dan a holm: Excwlon a Guasave Sinaloa, Metco pp. 1231 Belin. "sta y socked erases" rand Eihnohstr Synihents of Western Mexico" p. A. Rally Sper datons on the Culture Hisory of Nonhwestern Mesoameric Dominique Michelet « La zona occidental en el Poscisico entender que el sentido de las influencias no fue tal vez mpre del centro a on, Beatriz. Braniff” habia sido de los primeros en expresar advertencias del mismo orden. ¥ si parte de los elementos que for- jaron la identidad 1 la periferia, En este ren, ‘eca habian surgido en la regién formada por el norte dk Jalisco y el sur de Zacatecas (en la Quemada por ejemplo zAcaso, no es ver dad que una tradici6n secular atribuye un origen noroccidental a los mexi cas, de los cuales los caxcanes del noreste de Jalisco son justamente parientes ingilisticos cercanos? Es tiempo entonces de poner en tela de juicio el t6pico en virtud del cual el Occidente de México hubiera sido basicamente una porcién marginal de Mesoamérica, mientras es preciso admitir que ciertos rasgos, considerados generalmente como mesoamericanos, no aparecen con frecuencia en esta region: cierta complejidad de la organizaci6n social; la existencia de grandes construcciones ceremoniales; el uso de escrituras jeroglificas... Por lo tanto, no tenemos derecho ~en las paginas siguie .s- a reducir nuestro propésito 1 la descripci6n de la sociedad tarasca protohist6rica; no se pue s problemas que plan pasar por 1 la historia del Occidente entre los afios Conquista. Por supuesto, al hablar de prob! as, reconocemos de antemano que estamos lejos de poder ofrecer una sintesis adecuada sobre el tema Reseiia de las investg. ‘ones pert inentes A pesar del reducido ntimero de invest sobre todo si se comp: jones realizachas en el Occidente ra con lo que se ha hecho en otras partes del pa seria demasiado largo y aburrido intentar hacer un catdlogo completo de los rabajos publicados, aun de los mis importantes. El volumen 11 del Hav book of diversos ra nuestro tema," y cada uno, a su. manera, presenta American Indians, que areci6 en 1971, contie capitulos relevant un inventario de los conocimientos adquiridos a través de los diferentes proyectos que tuvieron lugar hasta fines de los arios sesenta. No es necesario repetir aqui tantas referencias; mas vale insistir sobre los logros alcanzados fecha En el sector conocido generalmente por el término de “El Noroeste”, el cual cubre buena parte de la franja este de la Sierra Madre Occidental (zona después de aque 56 horizonte Poses montafiosa de quebradas y reborde del Altiplano, desde Loma San Gabriel al norte de Durango hasta La Quemada, Zacatecas), los trabajos de J. Charles Kelley, de Michael S. Foster, de la Mision Belga, de Charles D. Trombold, entre otros, han aportado en los tiltimos 20 aos muchos datos nuevos. E primer capitulo del ya citado libro de Marie-Areti Hers? presenta un balance de excepcional calidad acerca de todos estos trabajos. La arqueologia de Sinaloa no ha progresado mucho desde la publicacién del Handbook, lo que amplia la paradoja ya sefialada por Clement W Meighan," dado que dicha regién fue una de las primeras areas de investi gaci6n en todo el Occidente. En esas condiciones las obras de Gordon F. Ekholm e Isabel Kelly" siguen siendo nuestras referencias principales y el proyecto, mas reciente, que se centré sobre los confines costeros de Sinaloa y Nayarit (Marismas Nacionales) no cambi6 de manera sustancial el panorama regional, por lo menos para las fechas que nos ocupan aqui (véase, sin embargo, las aportaciones de Rosemary Sweetman y George W. Gill). En el estado de Nayarit, se pueden mencionar los trabajos realizados en Ixtlan del Rio y Coamiles, pero sus resultados permanecen todavia en parte inéditos. En la costa, los dato gran obteniddos en los alrededores de San Blas son mis originales para las épocas anteriores a la que nos interesa.” Por con: siguiente, nuestra fuente primaria de informacién para esta zona es el libro consagrado a las excavaciones de Amapa. El estado de lisco es amplio y ecolégicamente presenta contrastes muy marcados. Aqui si se efectuaron més estudios, aunque muchos de éstos no conciernen, 0 s6lo lo tocan ligeramente, el intervalo cronol6gico que hemos 1 caso de las intervenciones de Schéndube y Galvan, Cas- tro-Leal y Ochoa en sitios vecinos de Guadalajara. En la zona costefa, el Proyecto Tomatlén" ha proporci es mas en la reg definido; tal sex ado algunos resultados interesantes, pero on lagunera, alrededor de Etza lin, donde ha aparecido un conjunto de datos de g ancia." Hers: fos ttc. Meighan “Arhacc 754 holm Etre ly Excanaons at Chamete, Salva Kelly Excavations tC Seeman: “Preisoric Pey from Coastal Sinaloa and Nayar, Mexico" p. 6882: Gil. “Tec pe ‘Mountjoy, ta sucesn ctrl en San Biss pp sas "Mountjoy: Proyecto Tomatlan de salsament ange Weigand “The Fomative-Cassic and Clase-Pstlo Transons in the Teuchilan Balan zone c Dominique Michelet « La zona occidental en el Posclisico 157 Cabe seftalar, no obstante, que los elementos mas espectaculares encontra dos en estos parajes pertenecen a fases que preceden a la época aqui contem: plada, Naturalmente, las publicaciones de Isabel Kelly” sobre el sur del estado (Autlin y Tuxcacuesco) conservan una gran utilidad, Las complement la investigacion de Otto Schéndube" en la zona Tamazula-Tuxpan-Zapotlén, Existen ahora también algunos puntos de referencia valiosos, aunque escas0os, para los valles de los rios Bolafos, Juchipila y Verde, y para los Altos de Jalis- co (véase, en particular, los trabajos le Maria Teresa Cabrero Garcia)." Del lado del estado de Colima, recordaremos ante todo que una de las iltimas obras de Isabel Kelly (1980)" no solamente trata de una mani- festacién cultural temprana y con la mayor relevancia, sino que también resume, en su primer capitulo, los elementos principales para entender la secuencia evolutiva de ocupacién del eje geogrifico formado por el rio Armeria, La vision que se da de la Colima prehisp va, pero no faltan detalles dignos de interés segiin nuestra perspectiva. Finalmente, la arqueologia de Michoacan para los tiltimos siglos antes de Ja Colonia ha registrado notables progresos, aunque todavia son insuficientes en vista de los acontecimientos que alli ocurrieron. Se sigui6 trabajando en cuaro.* Hubo también investigaciones cerca ‘ada exhausti Tzintzuntzan y la cuenca de de Acimbaro (Cerro del Chivo),# en las inmediaciones de Cuitzeo (Tres Cerritos y otros sitios), en la region de Zacapu,” y en el Medio y Bajo rio Balsas." No hay que olvidar, por otra parte, las publicaciones mas antiguas de Isabel Kelly sobre Apatzingin® y de Robert H. Lister” acerca de Coju- mathin, debiendo estar combinada esta tiltima con los resultados de los estu- dios que se enfocaron hacia Tizapan El Alto,* ya en Jalisco, pero sobre la go de Chapala. Ahora bien, en comparaci6n con la ar- queologia tarasca y pretarasca, las fuentes etnohist6ricas sobre Michoacin han suscitado muchos mas trabajos, gracias a los cuales la situaci6n de esta comarca en los albores de la Conquista constituye, hoy en dia, uno de los ulos mas precisos de la historia antigua del Occidente." Lo que se acaba de mencionar nos lleva a aclarar que, estando nuestra invest ralmente limitada por ef momento en el cual el mundo prehispanico cae, a veces de manera muy violenta en nuestra region, bajo el régimen de la Col¢ nia, es mas que natural acudir a las ensefanzas de la etnohistoria para esbo- zar una sintesis sobre las diferentes poblaciones que los espanoles encon traron en este gran territorio. Las fuentes documentales acerca || Occidlente en tiempo de la Conquista (o aun después) no son tan abundantes ni detallacas como las que nos hablan del Altiplano central. Ningtin “texto” pictogrifico, puramente indigena, si que los hubo, nos ha llegado. Incluso un documento como el Lienzo de Jucu- tucato fue elaborado después de la Conquista (véase Marcia Castro-Leal” y su interpretacion, muy controvertible, del lienzo). En realidad, escasean los tes Hesanios proplamente indigent sobre las sociedades de antes de la Con- quista, La Relacion... de Michoacan es cast una excepcl6n, ya que, a pesar de haber sido compilada alrededor de 1540 por el fanciscano Jeronimo de Alcala parece que el fraile De cierta manera, las Relaciones geogrdficas de 1579-1586 contienen tam: bién algunos pasajes que Iter6 poco el relato de sus informantes. tir de las respuestas proporcionadas por miembros de la élite indigena Finalmente, es muy probable que algunos cronistas, aun cuando escribieron sus obras decenios después de la Conquista (Tello y Beaumont, por ejemple y para citar dos de las fuentes mas aprovechadas por los etnohistoria hayan tenido acceso a ciertas informaciones de origen indigena. Pese a la penuria relativa de textos antig todas las fuentes di 10S y autOctonos, seria imposible citar aqui sonibles. Se sugiere al lector que se refiera a los trabajos de compilacién existentes, 1ias.* Esta incursion en el campo de la etnohistoria Dominique Michelet « La zona ac Ps no seria honesta, a falta de ser detallada, si no se hiciese hincapié en las ecientes tentativas de algunos investigadores para establecer una confron taci6n entre los datos hist6ricos y la -ologia, en particular, con miras a la uultural del Occidente, a principios > Xvi: Phil C, Weigand, Sergio Sinchez Correa y Carolyn Baus Czi om" forman parte de este grupe elaboraci6n de una gec Acotaciones espaciales y temporales uientes, revisar Como ya se ha dicho, nos proponemos, en las lineas sig algunos de los principales elementos, bien o mal conocidos, relativos a la his- toria del oeste y noroeste de México entre los afios 700-900 de nuestra era y la €poca de la colonizaci6n. Se trata de un territorio de Aparentemente, nunca lleg6 4 organizarse en una forma unitaria (véase figh ra 1, Por otra parte, los cinco a siete siglos aqui considerados deberian nor. malmente ser subdividios en periodos mis cortos y, de hecho, se han dis- tinguido varias fases locale en cada lugar donde se ha elaborado una nica (véase figura 2). Sin embargo, en el estado actual de los conocimientos, es sumamente difi- cil efectuar todas las distinciones espaciales y temporales deseables, y, mas atin, intentar correlacionarlas, En una sintesis importante sobre el Occidente de México, Otto Schéndube* llama “Nueva Tradici6n” a todo el periodo que se inicia con la desaparici6n de las tumbas de tiro y se profonga hasta la Con quista. En realidad, nos parece un poco peligroso asegurar que todo el Occi- dente compartié en aquel entonces una sola y misma tradicion, aun si se trata, usando el vocablo de “tradici6n” en un sentido laxo, de reconocer sola mente que varias partes del Occidente, a partir de los hos 700-900, ejempli fican una tendencia a tener mas elementos en comin con el resto de Mesoameérica (y el Altiplano central en particular). Una vez tom una parti cin fina y adecuada de la historia durante este intervalo, Hasta que ten amos mas datos firmes, la principal distincién que establecerem va, confesaremos que no estamos en condiciones para propon €, pues, el episodio tarasco, el cual, por su naturaleza bien particu lar, justifica que sea tratado aparte worizonte Poscl Toland (Chant meta Taps Fl occidente de México de 700/900 hasta la Conquista, fuera del ambito tarasco Rupturas y desestabilizacién Se pueden evocar para empezar y casiia manera de escenario, tres fend- menos diferentes; 60s, a prior, han afectado algunas zonas de nuestro tert torio, parcial o completamente distintas y adems aparecieron ligeramente desfasados en el tiempo; pero, a pesar de estas diferencias espaciales y cronold} icas, se pueden agrupar en la medida en que los tres manifiestan otras tantas transformaciones que sefialan el inicio del periodo del cual nos ocupamos. En primer lugar, y éste es un punto reconocido ya desde hace varios aiios, destacaremos el final de la utilizaci6n y, cuanto mas, de la construc- ci6n, de las tumbas de tiro alrededor del afio 600 de nuestra era. Este tipo muy especifico de entierro, cuyo origen tanto espacial como temporal puede ser lejano, se habia desarrollado en particular a partir del 200 aC, sitwindose ‘su apogeo justo en los primeros siglos de la era. La distribucion geografica de esta prictica funeraria, aunque presente algunas interrupciones poco enten. ibles (su ausencia en particular en el sur de Jalisco), es amplia y abarca una franja que se extiende desde el centro de Colima (especialmente en las fases Ontices y Comala) en el sur, hasta el sureste de Nayarit del lado norte do por el centro-norte de Jalisco, lugar tal vez de culminaci6n de la tradici6n, por lo menos en lo que atahe a las ofrendas (véase la Tumba 1 de San Sebastién con sus 18 figurillas, 33 recipientes, 8 cajones....) Si se considera el drea de dispersion del material generalmente asociado con estas tumbas -por supuesto muy diverso y con muchas variaciones estilisticas locales 0 subregionales-, el sector cubierto parece mas extendido atin: llega, por ejemplo, hasta un sitio como El Cerro Encantado en el sistema de drenaje del medio rio Verde, Sea cual sea el sentido general de este g conjunto y las interpretaciones que se pueden dar de sus miiltiples expre siones, es un hecho que tumbas y material asociado desaparecen entte los aos 500 y 600 de nuestra era, termindndose asi una manifestaci6n cultural de idad por no tener equivalente en otras partes de Mesoamérica Dominique Michelet © La zona occdenal en el Posclisico 63 Jo casi sin conocimiento de los asentamientos que pudieran haber sido asociados con el complejo funeratic de las tumbas de tiro. Grac clos por Phil C. Wei n la zona de Etzatlin,” se empieza a tener datos al respecto, Desarrolli dose sobre una base que remonta al final del Formativo, y d que coincide con el al pie del volcin de Tequila, una serie de sitios que alea magnitud a partir de los aiios 400 Durante muchos afios, nos hemos q) ‘ate un lapso fe de las tumbas de tiro, surgi6, en la com zaron una gran 100 y que Ilaman la atencién por confor marse a un patron arquitectonico igualmente original, ya que las estructuras se organizan en torno a un espacio de planta circular Hasta mas on 10, los sitios de la zona crecieron y lle; tar, en el caso de Teuchitlin-El Ref habitacionales y ceremon nenos el io, tal vez con mas de 1,000 conjuntos les jerarquizados y una poblacién estimada en nas cle 20,000 habitantes.” Por otra parte, parece que el patron constructivo de Teuchitlin invadi6 areas cercanas, siendo el sitio de Totoate, en el cation del alto rio Bolaftos, uno de sus puntos extremos de influencia, Sin embargc en la fase ‘Teuchitlan II (cle 700 a 900/100), el sistema constructivo entra en decadencia: el niimero de edificios se reduce, la simetria se pierde y la poblaci6n se dispersa en los valles de los alrededores. Después del abandono de las tumbas de tiro, este otro aspecto cultural propio del Occidente tiende también a desaparecer nalmente, pero no es necesario insistir en eso ya que en otto capitulo de esta obra, Marie-Areti Hers explica el fenémeno detalladamente,* el corazén de la cultura Chalchihuites (0 sea entre el valle de Malpaso, la region de Huejuquilla el Alto y el alto Sachil) se desploma alrededor de los aos 900-1000, vacidndose esta parte de su poblacién sedentaria y dando lugar, segiin la demostracién bastante convincente de la misma autora, a un mo- vimiento migratorio hacia el sureste, lo c ella identifica con la migracién én aqui que tolteca-chichimeca. Cabe repetir tambi aparentemente, en sus la Cultura Chalchihuites se mantu: miento de la parte central, En resu men, parece incontrovertible la conclusion segiin la cual, entre los aftos 700 y 900, el oeste y noroeste de México presenciaron la desaparicién de una de sus manifestaciones culturales mas brillantes. extremidades tanto norte como suroest vo después del derrumbe y del despobl Mesoamericani stionamiento A primera vista y sacanclo argumentos de lo que se acaba de exponer, es muy tentador suscribir la visién del Oceidente de 900 a 1300 que hasta ahora prevalece en muchos escritos. Diferentes indices lo confirman: por estas fechas, el oeste del pais hubiera recibido, por primera y tinica vez (), una fuerte influencia mesoamericana, De h do de la Al orig cermicos que se distribuyen en las tierras bajas y la costa de Nayarit y Sinaloa hasta el rio Fuerte en el norte, y aqui se incorpora el famoso co cepto de “complejo Aztatlin”, Inicialmente, Sauer palabra *Aztatlin” para designar un rea cultural tentativa, ubicada en el sur de Sinaloa y norte de Nayarit y reconocible por una gama amplia de cerim cas pintadas e incisas. Fue Kelly, en 1938, quien aplic6 el término “Aztatkin a una cate riimica preci Aztatlin que inclufa, junto con e tipos c ‘ho, desde hace 50 resencia tolteca y Mixteca 1 en el Occidente en de esta tesis, encontramos sobre todo los descubrimientos y propuso la existencia de complejo po Aztatkin propianiente dicho, otros A partir de esas primicias, se recurri6 al binomio “complejo Aztatln” para calificar materiales cerimicos de diferentes pr Rio, Amapa) y casi seguramente no perfectamente contemy la peticion de Grosscup en la publicaci6n dedicada al sitio de Am: lencias (Guasave, Ixtlin del rineos. De aqui, a** “com plejo Aztathin” se ha vuelto de manejo dificil a causa de la ausencia de una definicion precisa. Se sug re que la palabra sea definida de nuevo, o bien abandonada’ Debemos aj definicion de un eventual com- plejo Aztatlin se agrav6 con las tentativas de fechamiento de sus ocurtencias, En Chametla, su aparicién podrfa remontarse a ar que el problema de fuse Lolandis, 0 sea a par tir de los ahos 700/750 y su pleno desarrollo corresponderia a ka fase Acaponeta (de 850/900 a 1,100). Sin embargo, Ekholm habia reconocido muchas semejanzas entre una parte de su material y el grupo Aztatkin de Kelly; pero una fecha C14, procesada varios aftos después y que pa aceptable, patentiza que el monticulo funerario excavado en Guasave nitre 1,100 y 1,350. le kh Je Guasave, Sinaloa (adap Sinaloa, Mec 1. , ¥ & Aztatkin policromos C1873 239 M, 239 M) lila con “dios emplumado” (183 MD Frente a esta disolucién temporal, se podia esperar que los datos abun jddos en el sitio de Amapa fuesen a escl ates rec recer el problema. Si bien os de apariencia Aztatlin se confirmé que se pueden vislumbrai en la fase Cerritos (o un poco més temprano), los fechamientos propuestos por Grosscup, por un lado, y Meighan, por el otro -este iltimo apoyandose en dataciones absolutas de ja obsidiana tal vez. discutibles-, se disparan por 1 la fase Cerritos el intervalo 900-1,100, mientras extremas 600 y 1,000 (). completo; el primero asigt En estas condiciones, el concepto Aztatkin se diluye drasticamente. Como se podria seguir manejando un complejo cerimico de hasta mas de siete si- 166 El horizontePosclsi glos de duracién? Y, sobre todo, ;c6mo comprender, en estas circunstancias, las supuestas relaciones entre e] Occidente de México y el Altiplano central? Se necesita ues retomar el problema desde el inicio y con bases nuevas, Por el momento, un intento como el de J. Charles Ke ¥y," quien habla de una esfera de interaccion Aztatlin (véase figura 4) “procediendo del centro de Mesoamérica’, nos parece prematuro. A pesar de todas las dudas que quedan, estamos finalmente obligados a reconocer que la cerimica de varios sitios del Occidente, desde probable mente Cojumatlin en Michoacén hasta rios elementos (en p: uasave (Sinaloa), ha compartido va ticular, en cuanto a técnicas y motivos decorativos, sin olvidar las famosas figurillas Mazapan), que tienen algo que ver con lo que existio tardiamente en la Cuenca de México. Ahora, una de las sugerencias que se deriva de los datos atin confusos del Occidente, pero que se debe tomar en consideraci6n, es la posibilidad de que gunos de dichos elemen: tos hayan aparecido en el Occidente antes que en el centro. Tal vez. esto no tendria que sorprendernos demasiado si se logra establecer con mas segur dad que existieron localmente antecedentes de Ia “tradicion Aztatkin”, Otro punto que ha ganado credibilidad es que todo el sur de Jalisco, Colima y la mayor parte de Michoacan f ecen haber participado muy poco de esta tradicién cerémica. Sin embargo, en otros aspectos de la cultura material, se pueden apreciar también cambios importantes. En la fase Chanal del centro de Colima, con una fecha inicial de 1,100 a 1,150, aparece, o mejor dicho, se transforma un sitio que adquiere carac- teristicas inéditas y Gnicas en la region. El Chanal, en efecto, logra, segtin Kelly,"u as dimensiones casi urbanas; se dota de edificios grandes (cinco pirimides y ha on escaleras de piedras grabadas), aloja numerosos monticulos 10 de pelota. En los alrededores de Guad en el sureste de Nayarit (Ixtépete, Ixtlan, Amapa), el mayor desarrollo arqui: tecténico con patrones leve o netamente mesoamericanos podria h a-una cancha de jue ber ocurrido en fechas anteriores, 0 sea entre 700 y 900, precisamente en © momento en que el sistema constructivo tipico -de la zona de Teuchitlin~ estaba perdiendo fuerza En esta misma zona de Evzatlin, en la fase Huistla (de 900/1,000 a 1,25¢ sibien el grueso de la poblaciGn parece vivir entonces disperso en pequefias Figura 4. Extension de la “esfera de interacciin Aztatlin’ segin Kelley: “Speculation on the Culture History of Nonthwestern Mesoaméric aldeas, surge un sitio de an tamaiio con varias pirimides dle aspecto meso- americano y estructuras sistematicamente rectangulares: Santa Cruz de Barce nas.” Finalmente, en el centro-norte de Michoacan, los sitios encontrados por el crca, y que se fechan de los afios 900-1200, no evidencian un cambio brusco en su organizaci6n, sino que contintan y amplifican un patron mesoamericano ya establecido desde por lo menos el inicio del si parece, por ejemplo, que ka mayoria de lo vu: las 20 canchas de juego de pelota ca talogadas con seguridad han sido edificadas poco antes 0 poco después del ao 900 En total, si sumamos las informaciones disponibles que no son de ningu 0/900 y 1,200/1,300 el oeste de México tuvo en comin con otras partes de Meso- na manera completamente satisfactorias, es verdad que entre 7 américa una serie de rasgos materiales que hablan en favor de la existencia de contactos nuevos, en particular con el centro del pais. Dicho esto, seria indispensable ahora profundizar el tema, empezando por un mejoramiento de las cronologias, para llegar a saber si no hubieron varias ole ciones (tal vez dos principales), a qué se podrian deber (mi mbios de toda indole Las enseftanzas del proyecto de la Mision Be Cultura Chalchihuites y algunos indicios mas, todavia conceptos -y, por supuesto, sus correspondientes rasgos materiales que modelaron la cultura del Posclisico del Altiplano central, ;Mesoamerican y dejando de lado, por lo menos hasta tener mas documentaci6n, todo tipo de reflejo “centralista Nuevas perspectivas sobre la metalurgia en el Occidente > que se refiere a la adopeidn y al desarrollo de k Ja importancia del Occidente, sospe inte discutida, No haremos mencién de cados después del lilo pionero de Arsandaux y ada desde hace varios afios, nunca ha que el crecimiento de los datos, los anlisis de distribucion de los artefactos de metal* y los primeros intentos de tipologia de éstos” vinieron a confirma riqueza del Occidente en esa categoria de objetos. El hecho de que ional de Guadal ¢ probablemente el pais de piezas prehispa Tres aclaraciones, sin embar al, os sitios del Occidente han proporcionado una cantidad de metal mayor que la de cualquier otra zona de Mesoamerica, per ia es relativa y no resiste ka comparacion con lo que se conoce para América Central y Améric umientas representan solo una porcién minima de los inventarios dis- del Sur. Por otra parte, es evidente que las ira vez, desde este punto de vista, que aqui no son tan escasas las aguijas, pinzas, hachas; nc las cifras son elocuentes: en el museo de Gua cabeles constituyen mas fondo conservado cabe destacar que la metalurgia prehispinica del Occident tivamente pobre en oro y plat fuerte tendencia A partir de 1960, el descubrimiento de mas objetos de metal en context arqueolé icos, desde Amapa hasta el valle del Balsas, permitio precisar la cronologfa: con base en lo que se encontré, justamente en los puntos geogt cos extremos que acabamos de mencionar,” se puede afirmar que la me talurg antes. Sin em a 5) aparecid en el oeste alrededor del aio 800 0 un poco Bt no a renovar profundamente nuestros conocimien tos sobre el arte metaltirgico occidental; hablamos ¢ prime la publicacién de los resultados de una in gacién sin precedente, conducida por Dorothy Hosler." Basiindose en el anslisis de Ia composici6n quimica, en el exa- men de las huellas de f nricacion, en lt medicién de al »piedade: fisicas (resistencia, color, etcétera), y en la categorizacién mosfol6gica de 400 piezas del Museo de Gu: ara, esta investigadora lleg6 a una serie impre sionante de conclusiones e hipétesis; ademas logr6 colocarlas en perspecti- je tiempo-espacio, Resumiremos a continuaci6n a mis relevantes del trabajo de Hosler Durante una primera fase (de 800 a 1,200/1,300) el Occidente se inicia en la metalurgia por algunos contactos con America del Sur, ¥ muy especial: mente, tal vez, con la costa del sur del Ecuador. Es posible que ci 10s obje tos encontrados en el oeste hayan sido productos directos de importacion, en particular unas cuantas piezas procedentes del valle del rio Tomatkin (Jalis co). Pero, casi de manera instantinea, el Occidente alcanza a producir tc an variedad de objetos de metal con una preferencia marcada por e cobre. Desde el inicio se emplean diferentes técnicas de fabricacion:; se sabe fundir y vaciar segan el principio de la c refundi perdida, laminar por martilleo, Segiin las apariencias, los primeros sitios en adoptar la metalu Bal sas. Poco después, el arte se expande hacia zonas del interior (Tuxcacuesco, Tizapan, Cojumatlin) y el extremo noroeste de la regién. encuentr sn la costa 0 cerca de ella: Amapa, Tomatkin, el bajo y medic En la segunda fase, a partir cle 1,200/1,300, el trabajo del cobre sigue en vigor, pero se empiezan a hacer, de manera perfectamente consciente y con: trolada, diferentes clases de aleacién: los dos tipos de bronce y otras. Con estos nuevos materiales, se van cambiando las formas y se aprovechan las 0 ElhorizontePoscisico Figura 5. Los cascabeles de cabre o de bronce son los objetos| nis representados en la metalurgia del Oceidente (adaptado de Hosler. "Ancient West Mexican Metallurgy A Technological 29" y "Ancient West Mexican Metallurgy; South and Central American Origins and West Mexican Transformat Los tipes 1a, 1 nuevas propiedades del metal: el bronce es mis resistente que el cobre puro; al aumentar la dosis de arsénico en el bronce, se ¢ 1e un aspecto exte- rior dorado, Las partes del Occidente que mas se dedican a e: nicas son aparentemente Michoa Segtin Hosler, en este pe ‘in y sus alrededores inmediatos. iodo se habrian mantenido los contactos con Ecuador, pero parte de las innovaciones podrian provenir de la zona del sur de Pert y del gran puerto de Chincha, en particular, aunque no en forma directa, Los pequeitos apuntes resumidos aqui nos hacen entrever lam tud de la taci6n del trabajo de Hosler; con él se puede decir que se abre una nueva etapa en la investigacion de la metalurgia prehispanica. Y, en definitiva, en las dos fases de desarrollo de este arte, se aprecia mejor el lide- razgo del Occidente. Dominique Michelet « La zona occidental en el Posclisico 171 La fragmentacién étnico-cultural en las visperas de la Conquista Se ha escrito en repetidas ocasiones que el proceso de mesoamericani: zaci6n del Occidente durante el Posclasico habia sido interrumpido en el transcurso del siglo xtv. Se interpret este fenémeno como el resultado de ur bloqueo de las relaciones oeste-centro a causa del “imperio” tarasco. La idea es interesante, aunque fuese la formaci6n de la entidad politica t todas sus dimensiones posterior al ato 1440.* En realidad, lo que una mayoria de los sitios conocidos arqueol6gicamente en el siglo xi 0 xv dejaron de estar ocupados antes de la Conquista: tal es el caso de Guasave Chametla, Amapa @), Cojumatlan, Tizapan, El Chanal (2) En el sector del volcan de Tequila, la fase Etzatlin que comienza en 1250 y finaliza en el periodo colonial esté marcada por nuevos cambios en los jentos:" el sitio de Barcenas queda abandonado y la poblacién se ubica mas hacia Tala, Etzatlin, San Juanito, donde vuelve a crecer y a con- centrarse en niicleos de cierta importancia, En el momento del cor europeo, en el lugar mismo del actual pueblo de Etzatlan, vivirian tal vez cto personas, y, segtin Weigand, este sitio, al igual que el de Las Cuevas-Atitkin, habria sido el centro de un pequeio seaorio. De hecho, si uno se refiere a | los primeros relatos de la Conquista, la unidad de organizacion que, al parecer, prevaleca por aquel entonces era una micro- -gion independiente, a veces encabezada por un sitio un poco mis importante, lo que los espafoles llamaron frecuentemente una provin cia, aun si eran entidades mis chicas que lo que designamos ahora por mino. En algunos casos, estas entidades podian alcanzar un tamaio y una fuerza mas importantes, Se dice, por ejemplo, que Chametla controlaba a 22 sujetos (aldeas o rancherias?), Segtin We en el Valle de Juchipila tenia and,” los caxcanes en particular hasta reinos (states): uno de éstos podria haber ‘uti. > xvi, en el oeste predominaba un existido alrededor cel sitio de Las Ventanas, clonde residia el “rey” Siute Sin embargo, a principios del patron de organizacién politica sumamente disperso, més alld de lo que evi- dencia bucidn, ya de por si compleja, de los grupos lin supuesto, esto no significa que cada micro-region albergara una cantidad listicos. Por nuy reducida de gente y con recursos limitados. Al contrario, no faltan los documentos hist6ricos que atestiguan la existencia de poblaciones ¢ prOsperas y con una cultura material bastante elaborada. Seria imperative ciones) en sitios de la €poca del contacto pata textos etnohist6ricos Los tarascos Su origen y sus primeras manifestaciones El problema del origen de los tarascos hizo verter mucha tinta y, por lo ge neral, no de la mejor. Recientemente hemos intentado retomar el asunto y hemos propuesto algunas lineas de interpretacion que integran en particule las ense anzas de las investigaciones arqueolégicas del ceMca en Zacapu. primer lugar de asentamiento segiin la tradici6n de los uacasechas, qui serian responsables dle [a formacion del estado tarasco.* S6lo la problematica y de la nes. puede dar aqui un compendio pistas que se han seguido para tratar de resolve dif jento del ic tarasco, que no entra en ninguna de las grandes familias ling Entre k sentadas en Mesoamérica, es tal vez el punto mis intrigante, Sabemos que Mauricio Swadesh creia la existencia de un parentesco remoto entre el tarasco y el quechua (una de las dos lenguas principales de la zona andina) y/o el zuni (del lado suroeste de los Estados Unidos). Pero, los lingiiist son undnimes al respecto: Joseph H. Greenbe Jo, en su sintesis por eje sobre las lenguas de América, clasifica el tarasco dentro del grupo chibcha En todo caso, es importante entender que la diferenciacion del tarasc dentro de tal o cual grupo es un fendmeno de mucha antigiiedad, tal vez superior a los cuatro milenios; esto nos permite rechazar de inmediato la idea sgada de los tarascos a Michoacén a principios del ra era, procedentes directamente de una region de América del Sur, de Norte 0 Central. Tan temprano como en el aio 1948, Wigherto Jiménez Moreno habia planteaco una hipotesis acerca del origen de los uacdsechas que cay6 un poco en el olvido, pero que vale la pena reavivar, ya que se le puede dar mas peso usando diferentes argumentos.” El escribia, siguiendo la Relacion de Mich ‘dn: “Iré Thicdtame aparece al frente de una horda de chichimecas-vanaceos por los alrededores de Zacapu. No sabemos cual su procedencia, que podia ser de hacia la Sierra de Los Tarascos, 0 de los valles del no te, es decir, de hacia los limites de Guanajuato y Jalisco con Mi que la misma Relaci6n nos indica que los recién lle ;ados encontraron en Naranjan, Jardcuaro y otros lugares a gente sedentaria que hablaba casi el mismo idioma que ellos y hasta tenia deidades semejantes, lo que conduc al comentario siguiente: “C6mo es esto? Somos parientes y de una sangre sta revelaci6n nos autoriza a pensar que los uacisechas no debian de vivi originalmente muy lejos de los tarascos ya instalados en el sur de la cuenca de Zacapu y en la de Patzcu ro. Entre paréntesis, es aqui adecuado hacer patente que la migracién ilustrada en el lienzo de Jucutacato no tiene proba entrada a Michoacan y a sus minas de un grupo de artesanos metalurgis Regresando a los uacisechas, observamos que tanto Ia historia oficial de en la Relacion de Micboacan bajo la forma del jos tarascos (transmitid to que hacia de ella cada ano el sacerdote mayor, el petdnuti) cor fuentes del Altiplanc entral insisten en el caracter chichimeca de los que lle~ garon a tomar el poder en Michoacan, Parte de la tradicion nahuatl va mis lejos atin, y confunde en un mismo origen a tarascos y a mexicas, lo que la lingitist ontradice de manera radical, En los trabajos ya mencionados en jgunos ce los motivos que pueden haber influ Jo en esta reivindicacion de un estatuto chichimeca; también se ha po matizar la tradicién pseudohistorica de las fuentes, comparindola con mo de nuestras observaciones y propuesta La arqueologia de Ia zona de Zacapu nos informa que alrededor del ato 1,300 si hubo una serie de transformaciones importantes en el patron de asen. 4 I horizontePoscisico tamiento: el fenémeno toma la apariencia de un aumento y una nucleacién demogrificos, partic armente en sitios ubicados en el “malpats” de Zacapu Este auge, sin embargo, no es de muy larga duraci6n: los sitios del malpais son abandonados en una forma indudablemente organizada después de algunas eneraciones, lo que coincide aparentemente con el desplazamien- poblaci6n uactisecha de Zacapu hacia la cuenca de Patzcuaro, ates tiguado por la Relacién de Michoa el malpais de Zacapu no pueden ser considerados como chichimecas en el sentido habitual de la palabra: conocen la agricultura, viven en forma seden: taria y hasta construyen pirémides (notamos que el texto mismo de la tode Ahora bien, los que se instalaron en Relacién no evita caer en una contradiccién cuando menciona una “troje” en el primer asentamiento de los “ch imecas”) (véase figura 6), En términos generales, la cultura material de estos nuevos habitantes no se desvia mucho de la de sus antecesores en la region. En realidad, al pre- sentarse como descendiente de un grupo chichimeca, la élite de Tzintzuntzan en el siglo xvt se hubiera sencillamente adherido a una id partia por lo menos con los mexicas y -ologia que com- uc tenia muchas ventajas, notable- mente la de justificar su acceso al poder. Por fin, lo que ha pasado en los alrededores de Zacapu a partir de 1300 dC parece ser el inicio de un proce- so sociopolitico de tipo expansionista por parte de un grupo de tarascos (gun linaje?), mas que “la conquista de un pueblo culto por un pueblo inculto’ después de una verdadera migraci6n, como lo imaginaba Paul Kirchhoff Elveino tarasco: expansién y caracteristicas Conocemos relativamente bien la secuencia de la organizacion progresiva del poder tarasco y de las conquistas que permitieron que una zona nuclear, de dimensiones reducidas, controlase poco antes de la Conquista, una # gion de aproximadamente 70,000 km*, Pero este conocimiento, como se acaba de decir, es relativo, o mas bien parcial, ya que nu sobre este doble asunto es el conjunto de las fuentes etnohist6ricas con sus posibles deformaciones (ideolégicas) de | ‘alidad. De hecho, es preciso constatar que la arqueologia tarasca no nos ha aportado, hasta la fecha, muchos elementos para apoyar o invalidar los episodios de nuestras recons- trucciones. Por ejemplo, faltan detalles concretos par habria sido la primera capital del incipiente reino (en tiempos de Tariicuri) y aseverar que Patzcuaro Dominique Michelet « La zona occidental en el Posclis Be) Seawire € Figura 6 Relacion. de Michoac, kina {eclicion publicada por Basal ediores, S.A. de Morelia, En esta edicin, el comentario de la lastracin dice lust esta Meni | cuenta en el capitulo v es decir cémo los chichimeeas legaton frente ala is de aricuaro’y vieron al pescador con el que trabaron nversicion’, Michelet “Histoire, myte et apol note de lecture sur le seconde perc de la Relacton... de que, luego, el poder habria quedado dividido entre tres sitios (Patzcuaro, Ihuatzio y Tzintzuntzan, desde 1450 hasta 1480), antes de ser concentrado en las manos de un solo individuo, el cazonci de Tzintzuntzan En otra ocasi6n, hemos senalado la semejanza entre el lugar inhospita- lario y rocoso del Pitzcuaro original (donde se asientan los uactisechas con la bendici6n ironica de los islenos de Jaricuaro) y el Tizaapan de los mexi- (a la sombra de Culhuacan); en la misma perspectiva, la efimera organi: zaci6n tripartita tarasca no deja de recordarnos la Triple Alianza en la Cuenca de México. zl relato historic habria parcialmente modificado la realidad? En cuanto a los limites del reino en sus fases finales, es otra vez. un obstéculo el no poder contar con buenos datos arqueolgicos. Daniel Rubin 6 El horizontePoscisice de Ia Borbolla” y és de él, Marcia Castro Leal" han tratado de cudles eran las caracteristicas arqueolé icas propiamente tarascas, a partir de principalmente en Tzintzuntzan pusca los elementos inventariados por estos invest ta los conocimientos adquiride siuno adores fuera de la zona sca nuclear, el resultado de Ia investig: on se vuelve decepcionante, En el informe final sobre los trabajos realizados en Acémbaro, que fue sin a duda una de las aldeas fronterizas del reino tarasco, son pocos los indicios de la presencia tarasca." Es cierto, para matizar nuestra observaci6n, que jus- tamente los textos nos revelan que Acémbaro era basicamente un pueblo de chichime s y otomies con muy pocos tarascos. Regresamos entonces atlas fuentes y a los excelentes trabajos que se han hecho con base en éstas, no por supuesto para repetitlos en forma conden sada, sino para subrayar algunos puntos de mayor relevancia. El inicio ver- dadero de la expansion politico-militar de los uacisechas (y de sus aliados corresponde a los iiltimos afios de la vida del héroe fundador Taricuri, cuan do sus sobrinos Tangaxoan e Hiripan, junto con su hijo Hiquingare, empeza- ron a conquistar, primero en un movimiento envolvente, toda la cuenea de Pitzcuaro. Las operaciones n res hacia zonas mis lejanas continuaron en una forma casi febril durante mas © meno: que el tertitorio controlado habia aleanzado en 1470 s dimensiones que se le reconocen para la fecha de la Conquista Algunas particularidadles de esta epopeya y de sus consecuencias mere- cen ser comentadas brevemente. La formacién del “imperio” tarasco es un acontecimiento repentino y tardio en la cronologia, por lo menos segiin las fuentes. ;Cémo encaja eso con la idea de que los tarascos hubieran in- terrumpido elaciones entre el Occidente y el centro de México después del aio 1350? A pesar de su breve trayectoria relativamente estable a principios del siglo xv 1 dominio tarasco parece ser Sin embargo, notemos que por los afios 1460 las tropas tarascas habian entrado en zonas de las que mis tarde habia del rio Lerma, en el valle de Toluca, en Colin nido que replegarse: al norte a tal vez, y en lt provincia de Zacatula (de tal manera que en 1520 los tarascos casi no tenian acceso direc toal mar). En la lucha contra los aztecas, por otra parte, después de las ofen Dominique Michelet La zona occidental en el Poscisico sivas sucesivas de Axayécatl (1476-1477), Ahuitzotl (en la década de 1480) y Moctezuma II (1517-1518), los tarascos siempre habian recuperado terreno y en el momento de la llegada dle los espaitoles, estaban atin ejerciendo una del Valle de Toluca y cerca de Oztuma, Guerrero, al, al parecer se habia podido crear un sistema de control de los pueblos conquistados, no ar todo el espacio contro- orl Ahora bien, si en el proceso fulgurante de ext asi6n terri es verosimil pensar que los tarascos lograsen p lado. Estaban, tal vez, en ciernes algunos elementos de un nacionalismo tarasco, pero sobre una base multiforme e inclusive pluriétnica. Unificaba principalmente la entidad el reconocimiento de la autoridad suprema del cazonci, lo que se traducia en el pago del tributo (en bienes y servicios) sPodemos llegar a decir, como algunos autores modernos lo sugieren, "que 1 un poder mis eficiente que el Tlatoani de Tenochtitlan’ La el Cazonci te respuesta no puede ser tajante Por un lado, es cierto que el cazoncies el jefe maximo en todos los pectos de la vida, politico, administrativo, militar, judicial y religioso; en tlti- mma instancia cs también cl ducio de la tierra. Su poder absoluto se funda. menta en un hecho sencillo: él es el representante del dios Curicéueri en el mundo terrestre, el cual dio como misién a sus antepasados la de “conquis- tar la tie 8 tiltimos te diri- gentes y una burocracia adecuada. En el sistema de gobierno tarasco varios personajes (y funciones) parecen tener sus equivalentes en el Estado mexi- adica en una mayor centralizacién del Por otro lado, es igua decenios antes de la Co cerdad que el Estado tarasco d abja desarrollado todo un aparat ca. Tal vez la diferencia principal, que lado tarasco, se debe a la desigualdad de superficie de los territorios someti dos. En este aspecto llama la atencién el que todos los caciques de los pueblos conquistados dependian directamente del cazonct; en esas condiciones, los ‘cuatro sefiores muy principales” de los cuales nos habla también la Relacion le Michoacan no pueden ser considerados como unos intermediarios que hubieran sobernado una cuarta parte del territorio; son mas bien los respon: 4s cuatro fronteras, disponiendo entonces de una porci6n precisa de autoridad y siempre bajo el mando del cazonci. Con sus semejanzas con sables de el Estado mexica y sus caracteristicas propias, el reino tarasco ofrece un vasto terreno de estudio de antropologia politica forme a la sociedad tarasca 2De qué tamaio era la poblacion concentrada en el reino tarasco? ;Céme Se han dedicado volamenes enteros a contestar tales preguntas. No podemos ni queremos intentar es: bozar aqui una etnografia protol parece que stica de los tarascos. Al contrario, nos fecerdn interés si nos ponemos a reflexio- nar, aunque de manera muy incompleta, sobre la validez y las deficiencias de nuestros conocimientos. as lineas siguientes mi tra vez, empezaremos insistiendo sobre la disparidad (probablemente insuperable en ciertos asuntos) entre los datos etnohistéricos y | maciones arqueol6gicas. L infor- abundancia de las fuentes documentales siem pre, por decir asi, ha frenado el desarrollo de las investigaciones gicas, y el caso de los taras s en este sentido excepcional De igual manera, la arqueologia mexica ha sido casi ignorada durante mucho tiempo; pero, por las dificultades técnicas que supone hoy en dia la reali- zacion de trabajos arqueolégicos en la tan urbanizada Cueinca de México, es aiin mas imperativa la necesidad de buscar el apoyo de la arqueologia si queremos entender mejor el funcionamiento de la sociedad tarasc Debemos admitir que los textos etnohistorico: aperturas que pr a pesar de kis inestimables orcionan, no siempre hablan de todo y, en a siones, mienten. ;Y si, por ejemplo, las recientes excavaciones en el Templo Mayor de Tenochtitlan nos demostrasen en un futuro proximo que los mex: cas no fueron los primeros en asentarse en el famoso islote de la la Ahora, para no salir del ambito tarasco, muchos aspectos de los magnificos trabajos rea Helen P, Pollard’ en la cuenca del k enstein y, sobre todo, por de Patzcuaro desde hace mas de 10 \drian que ser confirmados mis estrechamente y, eventualmente invalidados 0 ampliados por las argued realidades concretas con las que topan los 140s. Hustramos a continuacién el tema Segiin estas investigadoras, en 1520 la cuenca de Pitzcuaro comprendia un total de 91 asentamientos, clasficables dentro de una jerarquia de varios niveles; en el mismo renglon y sobre las mismas bases, las autoras infieren una poblacién global comprendida entre 60,000 y 100,000 habitantes para la misma zona, Con base en una serie de cilculos extraidos tanto de la produc ividad de los diferentes tipos de suelos que se encuentran en la cuen como de tres tasas de consumo anual de maiz por persona (255.5 kg, 238 160 kg), se Hega a ka conclusién de que para nutrir a la poblacién estim: existian s6lo tres opciones: importar las cantidades necesarias de este cereal tal vez a cambio de una parte de le productos del lago; mantener la tasa de consumo de maiz al nivel mas bajo; o fin: imente reducir el tiempo de bar becho y ampliar los campos de cultivo a expensas de los bosques de altura lo que seguramente habria provocado problemas de erosién. En un articulo de reciente aparici6n” se sugiere una probable defores: tacidn de la zona con consecuencias ecologicas graves entre los aos 1500 y 1700. Un fenomeno del mismo género parece haber ocurrido en las pendien- tes al sur de la cuenca de Zacapu, pero aqui el proceso se habria iniciado en 50/900-1200 dC). una fase mé Ahora bi causa diferente o adicional: una demanda excesiv antigua (tal vez durante el periodo Palacic n, It deforestacion en ambas cuencas podria haber tenido una le lena para alimentar a los doses y, en particular, al ms potente de todos, Curicdueri, La insistencia de la Relacién de Michoacan en este tito es asombrosa, y las excavaciones salizadas por el ceca en el barrio B del sitio de Milpillas” aportaron va- rios elementos que lo confirman, Si regresamos a las hipétesis de Pollard y Gorenstein en cuanto a las cifras, de poblacién en la cuenca de Patzcuaro a principios del siglo xvi, compartimos la opini6n formulada por Elizabeth Brumfield en su resenta de los trabajos de estas dos investigadoras;* ella concluye diciendo: “seria muy interesante complementar los estudios etnohist6ricos con una investigacion sistematica de la arqueologéa de la regi6n”. Aniadiremos que, mientras no existan mas datos arq ologicos, la idea de Pollard de que la zona nuclear tarasca no habria alcanzaclo una organizacién de tipo urbano (al estilo de Tenochtitlan) siz de la insuficiencia del potencial agricola” no nos parece convincente Por otra parte, la reconstruceién que las mismas autoras plantean, de una red Je intercambios comerciales que se originaria alrededor de tres mercados principales (Asajo, Pareo y Tzintzuntzan), tendria que ser en el faturo el punto de partica de un programa de estudio arqueol6gico. 80 1 tercera parte de la Relacién de Michoacan nos presenta una imagen bastante precisa de la organizacion socioprofesional de los tarascos, por lo menos en la zona nuclear de! reino, Elementos como la existencia de varias categorias de artesanos especializados, o la anotacion segiin la cual, en la capital, vivia todo un echa) deben de haber d «upo numeroso de nobles (los act ido huellas que la arqueologt: podria reconocer. En los trabajos 1983, se arqueologicos efectuados en el sector acapu a partir d podido observar diversas realichades del mundo ta ejemplo, la division del espacio construido en barrios coherentes, cada uno han 4sco en su fase inicial: por con su pirdmide, sus dos o tres casas de los Papas y/o de las Aguilas Este tipo de observacién precisamente nos permite retomar un punto as fuentes.” éstas, al parecer, disti n dos categorias de organizaci6n, los barrios residenciales con por lo menos una funcién matri monial (donde prevalecia la endogamia) y las unida les fiscales de 25 resi dencias en promedio, cada una dependiendo de un ocambecha encargado del tibuto y de las obras ptiblicas EL barrio B de las Milpillas” comprende por su parte 51 edificios habit cionales ordinarios, con una superficie interna que va de 20 a 45 m*; dada la semejanza entre las dos cifras, uno puede suponer qué estructura familiar y organizacién fiscal han de haber coincidido al menos en una primera fase de desarrollo de Ia sociedad tarasca, M Itiplicando las investigaciones de esta indole, se podria ir seguramente mis lejos. Claro que ciertos aspectos del mundo tarasco quedan casi definitivamente fuera del alcance de la arqueo logia. Cuando Pedro Carrasco” sugiere que en la economia politica del reino de Michoacan, la tenencia de tierra (con pocas personas sin “tierras propias”) y la naturaleza del tributo (la preferencia dada a un pago en traba jo mas que en especie) podrian ser caracteristicas, estamos ya en un terreno donde la arqueologia carece de referencias. No por ello deben olvidarse todas sus demas posibilidades. Finalmente en este breve examen, un tanto critico, de nuestros cono- }s obligados a constatar que los hablado hasta la fecha se concentran en una reducida parte del territorio: salvo pocas excepciones son los de la cuenca de Patzcuaro y atin mds pre- cisamente los de Tzintzuntzan, Seria entonces hora de ampliar nuestra vision Dominique Michelet « La zona occiden ico 18 Por ejemplo, hacia la Sierra, pero sin olvidar que incluso en la zona nucle: sitios como Thu; aricuaro (tal io (uun centro religioso por excelencia), o Eron vez el segundo pueblo de todo el reino por el niimero de poblacion) casi completamente desconocidos. Quien haya leido las portuno concluir. La regién y el intervalo que acabamos de sobrevolar son tan amplios que serfa demasiado largo enumerar la lista de inc6gnitas. Tampoco I ni tal vez, ginas anteriores admitira que no es es po a (o dos o tres) para con particularidad darle prioridad; aunque de hecho se han registrado algunos logros en Ia investi- gaci6n reciente: lo que se hizo en la zona lagunera de Etzatlin; el alcance de bs trabajos sobre | metalurgia; el andlisis del complejo cultural tarasco tal, como aparece en las fuentes; los primeros esfuerzos hacia una comprensién del origen de los tarascos. Todo esto tiene un interés, pero es poco en rela~ ci6n con lo que queda ain por hacer realizado Por otra parte, cabe observar aqui que los estudios que se h. en el Occidente estuvieron, hasta ahora, poco influidos por los gi debates teéricos que cobraron mucha importancia en otras zonas: tal ndes se trate de un punto totalmente negativo, pero sélo si no se pierde de vista que la arqueologia es una de las ramas de la antropologia; sus apor en cuanto a la cronologia son fundamentales, pues no estaria mal que se le clones fijaran otras metas mas ambiciosas. Por fin, si en los anos futuros se desarrolla la investigacion sobre el Occidente, como es de esperarse, habra que tomar medidas para asegurar su difusiGn de manera més adecuada que en el past do, La arqueologia y la etnohistoria pertenecen al grupo de las ciencias acumulativas, y s6lo con un buen control de toda la informacion disponible inclusive de sus deficiencias, se podri ir mejorando nue: vision del pasado, Bibliografia Acosta, Jorge: “Exploraciones arqueologicas realizadas en el estado de Michoacin jurante los aitos 1937 y 1938", en Revista Mexicana de Estudios Antropoligicos, . 1, 2, Mexico, 1939, pp. 85-98, Baus Czrrrom, Carolyn: “The Tecuexes; Ethnohistory and Archaeology”, en The Archaeology of West and. Boulder, Westview Press, 1985, pp. 93-115 rtbwest Mesoamerica, MS. Foster y P.C, Weigand (eds), Nota: A pesar de su amplitud sparen, I presente bbliograta no p deri como com jos, Referise a texto para nortacones elt mera de conpleshena este ensayo, particule

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