Vivir para contarla
‘Mi madre me pidié que fa acompafiara a vender la casa,
Habia legado a Barranquilla esa mafiana desde el pucblo
dlistante donde vivia la fumilia y no tenia la menor idea de
‘odo encontrarme. Preguntando por aul y por allé entre
Jos conocidos, le indicaron que me buscara en la lfbrerfa
Mundo o en los cafés vecinos, donde iba dos veces al dia
4 conversar con mis amigos escritores, El que se lo dijo le
advirtié; “Vaya con caidado porque son locos de remates,
egé a las doce en punto. Se abrié paso con su andar lige-
#0 por entre las mesas de libros en exhibicién, se me planté
enfrente, mieindome a [os ejos con la sonrisa picara de sus
dias mejores, y antes de que-yo pudiera reaccionar, me dijo:
—Soy ea madre,
‘Algo habia cambiado en ella que me impidié reconocerla
a primera vista. Tenfa cuarenea y cinco afios. Sumando sus
once partos, habia paiado casi diez aos encinta y por lo
menos ottos tantos amamantando a sus hijos, Habla enca-
recido por compleco ances de tiempo, los ojos se le veian
sas grandes y aténitos detnis de sus primeros lentes bifo-
ales, y guardaba wn luto cerrado y serio por la muerte de
su madre, pero conservaba todavia la belleza romana de su
setraro de bodas, ahora dignificada por un aura otofal, An-
tes de nada, aun antes de abrazarme, me dijo con su estilo
ceremonial de costambre:
—Veogo a pedir el frvor de que me acompates a vender
lacus.
No tuva que decitme cui], ni adénde, porque para no-
soos sélo exist una en el mundo; la vieja casa de las
tbuelos en. Aracataca, donde tuve la buena suerte de nacer
y-donde no velvia vivir después de los echo afios.
(os)
Ni mi madre ai yo, por supuesto, hubiéramos podide ima-
sginar siquiera que aquel cindido paseo de sélo dos dias iba
aéer tan determinance para mi, que la nds larga y diligente
elas vidas no me alcangarfa para acabar de contarlo. Aho-
ra, con mis de setenta y cinco afos bien medidos, € que
fue la decisiém mds importance de cuantas tuve que tomar
en mi catreta de escritor. Es decir: en toda mi vida.
Gal
Fl tren hizo una parada en una estacidn sin pueblo, y poco
después pasé frente a la dnica finca bananera del catnino
‘que tenia el nombre escrito en el porta Macondo, Esta
palabra me habfa llamado la atencién desde los primeros
viajes con mi abuelo, pero sélo de adulto-descubsi que me
‘gustaba su sesonancia podtica. Nunca se lo escuchéa nadie
ri me peeguaé siquiera qué significaba. Lo habfa usado
ya.en tres libros coma noenbee de un pueblo Imaginario,
‘cuando me enteré en una enciclopedia casual que ¢s un
‘Arbol del uépico parecide-a la ceiba, que no produce flores
nl frutos, y curya madera esponjosa sirve para hacer canoas
eseulpir trastos de cocina.
)
Por un instante, la imagen total del pueblo en el luminoso
domingo de febrero resplandecié en la ventanilla.
estacién! —exclamé mi madze-, Cémo habré cam-
biado el mundo que ya nadie espera el tren, Entonoes la lo-
comotora acabé de pitar, disminuyé la marcha y se deavo.
‘con un famento largo. Lo primero que me impresioné fue
lsilencio. Un silencio material que hubiera podido iden-
ficar con los ojos vendados entre lar otros silencios dl
niundo. La reverberacida del calor era tan intensa que todo
se vela como a uavés de un vidrio ondulante. No habia
memoria alguna de la vida humana hasta dande alcanzaba
Ja vista, ni nada que no estuviera cublerto por un rocio te-~
‘nue de polvo andiente, Mi madre permanecié todavia unos
iminutosen el asfento, mirando el pueblo muertoy tendido
cen las calles desiertas (...) x
Gabriel Garcia Micquee, Visir pore conte,
Sudamericana, Buenos Aire, 2003 (Fragraents)