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Patrullar día y noche es una de las tareas que nos brinda a los oficiales de

policía grandes historias que contar, interesantes y excitantes como turbias y


traumáticas. Claramente, desde antes de entrar en esto me mentalice de lo
anterior, pero aun así consideraba que mi mente era lo suficientemente fuerte
como para controlarlo y estaba dispuesto a llevar a cabo mi labor con coraje y
responsabilidad, servir al bien común con la cabeza siempre en alto. Y así fue,
me emplee en la comisaría central de mi ciudad durante varios años, atendiendo
disturbios, supervisando accidentes, deteniendo criminales en persecución y
frustrando asaltos desde raíz; podría decirse que amaba mi profesión, pese a
tener una familia en casa rezando todos los días para que no me pasara nada.
Yo les agradecía su preocupación y eso, junto con el amor a mi trabajo, hacían
que me considerara una persona feliz. Y sí, he hablado en pasado todo este
tiempo ya que en cierto momento mi mundo dio un giro de trecientos sesenta
grados gracias a un acontecimiento significativo para mi carrera, que a
continuación les contaré:
Una noche de otoño, estábamos varios de colegas y yo a altas horas de la
noche aun trabajando duro, administrando lo que nuestros superiores nos
encargaban y gestionando llamadas de emergencia. En un momento decidí
tomar un descanso, fui a la cafetera con un amigo y me serví un descafeinado
con leche para evadir artificialmente el sueño. En esas estábamos cuando
nuestra compañera Sarah recibió una llamada desgarradora. Capto nuestra
atención levemente en un principio, más conforme fue avanzando esta nos fue
inquietando más.
— ¿Aló?— dijo la voz al otro lado de la línea.
— ¿Cuál es su emergencia?— preguntó nuestra colega al teléfono.
— Un hombre nos vino siguiendo desde la escuela a mi hermano y a mí—
contestó la voz, aparentemente de una niña, que entre su shock y sollozos
intentaba exponernos la situación—.
— ¿Has visto a ese hombre antes?
—No, nunca. No lo conozco. ¡Por favor ayúdenos!
—Tranquila, ¿sí? ¿En dónde estás ahora mismo?
— Estoy en mi casa con mi hermano; estamos solos. Nos encerramos,
pero el hombre extraño nos está observando desde fuera… ¡lo vemos desde la
ventana!— exclamó desesperada la nena, evidentemente estaba aterrada.
—Bien, ¡dime donde está el hombre!
— Esta frente a la casa…
— ¿Qué está haciendo?
— Esta parado entre los arboles; es muy alto. ¡Ayúdenos por favor! Mi
hermanito está llorando del miedo...
Justo entonces se escuchó una gran interferencia en la llamada, Sarah
llamó a la niña una y otra vez; no obtuvo respuesta durante casi un minuto.
Mientras, nos pidió a mí y otros colegas que rastreáramos la llamada pues
seguía en curso. Eso hicimos: utilizando nuestros equipos intentamos lo más
rápido posible localizar el origen de la llamada, pero antes que lográramos nada
la niña respondió los llamados de nuestra compañera.
— ¡Niña! ¿Qué fue eso? ¿Qué pasó?— preguntó con desesperación.
— ¡Se fue la luz! Mi hermano se asustó, así que lo escondí en el baño. Y
el hombre… ¡el hombre desapareció!
— ¿Cómo así? ¿Qué ocurre? —se confundió ligeramente Sarah.
— Estoy viendo al exterior por la ventana, ya no está…desapareció…
—Bien, escúchame, quiero que te alejes de las ventanas. Ve y acompaña
a tu hermano, ¡no lo dejes solo!
—Está bien, voy a… ¡AAAAAAAARRRGH!
—Niña, ¿Qué pasó? ¿Qué ocurre? ¿Por qué gritas?
—E-Está…el…el hombre está… ¡Está pegado a la ventana!
— ¡¿Qué?!
— ¡Apareció de repente, está viéndome! ¡Está pegado a la ventana!—
hubo un breve silencio, seguido por unos suspiros sofocados de la niña—. No
puede ser… ¡NO! ¡NO PUEDE SER!
— ¿Qué pasa niña? ¿Qué tienes?
—L-Le veo la cara…p-pero…n-no… ¡No tiene rostro! — afirmó la
pequeña y comenzó a llorar.
— T-Tranquila, cálmate ¿sí? No llores— intentó Sarah calmarla, aunque
ella también se notaba algo estupefacta ante la afirmación del infante
Justo en eso, dimos con el origen de la llamada, la ubicación exacta, y
Sarah le preguntó a la nena para confirmarla; su respuesta entre llanto fue
afirmativa. Ante esto, y sin que nos dijeran, nos pusimos en marcha, solo
alcanzando a escucha como Sarah le decía a la niña que la ayuda ya iba en
camino. Todd, mi compañero, y yo entramos rápidamente en la patrulla y
salimos como alma que lleva el diablo hacia la dirección definida.
—“No tiene rostro”, ¿a qué crees que se refería con eso? —comentaba el
asunto con mi colega al volante.
—No lo sé, tal vez estaba usando una máscara, o tal vez llevaba un trapo
simplemente cubriéndole parte de la cara. ¡Es una niña, tal vez miró mal!
A mitad de camino se nos ocurrió conectarnos a la radio de la estación
para estar al corriente de los acontecimientos en la llamada de la niña a Sarah.
Sincronizamos con la antena de la patrulla y fue cuando el ambiente tranquilo
de la patrulla empeoró de pronto:
— ¡Niña, cálmate! ¿Ok? La ayuda va en camino. Estoy aquí contigo. Se
fuerte, quédate con tu hermano…Descríbeme al hombre, ¿sí?
—Es alto…es delgado, lleva traje negro y…y corbata. Es blanco, muy
blanco…y calvo. Tengo miedo, ¡quiero a mi mamá!
— ¡¿Dónde está tu madre?! —preguntó Sarah. Qué curioso, nosotros nos
estábamos preguntando exactamente lo mismo: ¿Qué demonios hacen par de
niños solos en casa a estas horas?
—No lo sé…
— ¿Hace cuánto que no estas con…?— antes que terminara se escuchó
un estruendo semejante a vidrio rompiéndose.
— ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHH! ¡SE ACERCA! ¡SE
ACERCA!
— ¡¿Qué?! ¡¿Qué pasa?! ¡¿QUÉ OCURRE?! ¡¿NIÑA, QUÉ FUE ESO?!
— ¡ESTA AQUÍ!... ¡ENTRO A LA CASA! ¡ESTA AQUÍ! ¡ESTA
AQUÍ! ¡ESTA AQUÍ! ¡¿QUE HACEMOS?! ¡¿QUE HACEMOS?! ¡¿QUE
HACEMOS?!
— ¡Niña! ¡Niña! Conserva la calma, ¡escóndete junto con tu hermano! No
dejes que…
A continuación ocurrió algo que no soy capaz de encontrarle sentido o una
razón para que haya pasado: comenzó a escucharse una voz extraña, entre aguda
y grave, cantando una melodía semejante a una siniestra canción de cuna. La
llamada se entre cortó y no se escuchó muy bien, pero sonó más o menos como
esto:
Slen----an, ----erman,
Los niños escaparán
---
A él lo entretendrán
---
Corbata negra, su traje igual
---
De seguro morirás

— ¿Quién eres? ¿Quién diablos está cantando?... —preguntó Sarah sin


obtener respuesta. Pasaron un par de segundos en los que solo se escuchó a
través de la llamada una respiración ahogada—. ¿Niña…sigues ahí?
— Sniff, sniff…sí, aquí estoy…sniff, sniff—contestó llorando.
— ¿Dónde estás? ¿Y quién está cantando?
— En el baño, estoy encerrada con mi hermano— respondió entre
chillidos desgarradores—. C-Creo que es el hombre quien canta…p-pero… ¿C-
Cómo? No tiene... b-boca…—dijo retomando la cuestión de que el hombre
supuestamente no tenía rostro. Después continúo hablando, y lo que dijo no solo
denotó el terror que estaba sufriendo la infante, sino su impotencia y
desesperación—. S-Señora, ¡ayúdenos! Por favor…se lo suplico. Ya no sé qué
hacer…mi mami no está aquí, estamos solos…e-ese hombre está allá afuera y
no tengo ni idea de que quiere… ¿por qué nos pasa esto…?
— ¡Es mi culpa…! —se incorporó otra voz.
— ¿Q-Quien dijo eso? —pregunto nuestra compañera al teléfono a la que
aparentemente este asunto también la estaba poniendo nerviosa. Nosotros
también esperábamos respuesta ante el origen de aquella otra voz, que sonaba
también como a infante pero varón.
— E-Es m-mi hermano…—contestó la niña que parecía estar tan
confundida como nosotros—. A-Alex… ¿a qué te refieres?
—Todo esto es mi culpa, si no les hubiera hecho caso…
— Niño, ¿de qué estás hablando? Explícate— le ordenó Sarah, ya algo
desesperada ante la incertidumbre del caso.
—Yo llamé a ese extraño… ¡yo lo invoqué! En la escuela me retaron…yo
no quería hacerlo porque me aterraba, pero al final les hice caso para que me
dejaran en paz. ¡ME OBLIGARON! ¡MALDITOS SEAN!
— ¡¿A qué te obligaron, niño?! ¡¿A QUÉ?!— exclamó Sarah inquieta. La
respuesta del niño, a continuación fue desconcertante…
— ¡Me obligaron…a invocar a Slenderman! —fue la respuesta con voz
quebrada del chico.
Nos quedamos en silencio, tanto los involucrados en la llamada como
Todd y yo por nuestro lado aun queriendo llegar a la casa a todo gas. De golpe
algo irrumpió en el silencio: un estruendo fuerte seguido de unos gritos a través
de la llamada. Entonces la espeluznante nana volvió a escucharse, pero esta vez
con más intensidad, entonación y fluidez muy clara:

Sus largos brazos te atraparan


Slenderman, Slenderman,
Su rostro no expresa nada

Slenderman, Slenderman,
Despedirte no podrás

Slenderman, Slenderman,
De seguro morirás
— ¡AAAAAAAAAARRRRGH! ¡AAAAAAAAAAAAHHHHHH!—se
escucharon los atronadores gritos, los lacerantes clamores de los pequeños al
otro lado de la línea mientras continuaba la diabólica tonada:

De seguro morirás
¡De seguro morirás!
¡DE SEGURO MORIRÁS!

La llamada finalizó. Sarah intentó comunicarse pero no obtuvo respuesta


más que los pitidos de la llamada colgada. Ella ya se había escandalizado ante
esto que acabamos de atestiguar, y no solo los tres, otros compañeros de la
estación se percataron y al parecer le estaban haciendo compañía a Sarah
durante el transcurso de la llamada. Por nuestra cuenta, pisamos el acelerador e
hicimos sonar la sirena como nunca antes, a fin de que nos abrieran paso y llegar
lo más rápido posible al domicilio; esa era nuestra única alternativa además de
rezar para que cuando llegáramos no fuese demasiado tarde.
* * *
La residencia en cuestión estaba muy lejos, tardamos demasiado en llegar,
mucho más de lo que pronosticamos. Más cuando finalmente lo hicimos lo
primero que vimos al llegar fue la imagen de una mujer de mediana edad
intentando abrir con desesperación la puerta de la casa.
Desabordamos y nos acercamos subiendo los escalones exteriores hacia
la entrada. La mujer no entendía que hacíamos ahí, pero al mencionar a los dos
niños y el nombre de uno de ellos se identificó como la madre. Según nos contó
había llegado a casa hace apenas unos minutos, encontró todo apagado y se
preocupó pues los niños no solían dormirse tan temprano; luego al intentar
entrar se preocupó aún más pues aun quitando el seguro con su llave la puerta
no abría. Posteriormente se angustio al gritar con todas sus fuerzas el nombre
de sus hijos y no obtener respuesta; dio golpes por todas las paredes de la planta
baja y nadie respondía, y, además, encontró la ventana lateral rota. Todd y yo
nos extrañamos, recordando lo que dijo la niña en la llamada.
Nosotros como mejor pudimos le explicamos rápidamente la cuestión de
la llamada, como nos dirigimos al origen de la misma en curso y que por eso
estábamos ahí. Aquello la hizo angustiarse aún más, todo el asunto del hombre
extraño la hizo alarmarse.
Tomé acción en seguida: les dije que retrocedieran, desenfundé mi arma,
apunté a la cerradura y le metí un tiro, abriéndola al instante. Le pedí a Todd
que revisara los alrededores de la casa, él se puso en camino a ello mientras la
señora y yo irrumpíamos a revisar la casa.
Lo primero que vimos fue la ventana rota, y en el suelo justo debajo de
ella mil pedazos de cristal roto. Todd apareció del otro lado y juntos los tres
contemplamos lo que la niña hacia descrito. Él dijo que continuaría revisando
el exterior y se fue, mientras la angustiada señora y yo continuamos registrando
toda la planta baja.
No encontramos nada.
Pregunté entonces donde estaba el baño, en el que los niños se habían
escondido, y la mujer respondió que en la segunda planta. Corrimos hacia allá,
y al ubicar el baño, para nuestra sorpresa, encontramos la puerta de madera del
baño destrozada también. Tras un breve shock observamos el interior: todo
estaba patas arriba. El baño, era un caos con las cortinas de la ducha caídas, la
alacena abierta, los implementos de aseo de esta regados por doquier y rasguños
tanto en las paredes como en la porcelana del inodoro.
La madre a este punto ya estaba llorando. La dejé un momento mientras
revisaba las dos habitaciones restantes de esa planta y le echaba un vistazo al
desván: no encontré nada. Regresé con ella y le informé al respecto; ella rompió
en llanto por sus hijos. Me conmoví, ya que sabía que yo estaría en la misma
situación si les pasara algo a mis hijos.
Pero entonces…
— ¡AAAAAAAAAAAAAAAARRRRRRRGH! (PUM-PUM-PUM)
Un grito fuerte y tres disparos seguidos hicieron que diéramos un salto.
Venia de afuera y era la voz de Todd. Bajé rápidamente las escaleras y corrí
fuera a ver qué ocurrió, con la señora siguiéndome por detrás. Rodee la casa por
el lado donde había ido Todd hasta la parte trasera del lugar…y cuando llegué…
El horror, el horror. La madre no aguantó el visionado y se desmayó al
ver lo mismo que yo: mi colega, Todd, mi mejor amigo de la central,
desplomado en el suelo, muerto, con el arma en la mano y con un agujero limpio
en la panza que se al atravesaba dejando ver sus tripas y liberando fluidos
sanguíneos por todo el césped…Peo lo peor ni siquiera es nada de lo anterior:
su rostro había desaparecido. Era como si tuviera una máscara, pero no lo era,
simplemente donde hasta hace unos segundos había tenido ojos, nariz y boca
ahora no había más que piel.
Mi mente era un remolino de emociones. Sentía terror, horror, impotencia
y una tristeza desconsolada por ver a mi gran amigo muerto de aquella manera
tan inconcebible para mi cerebro. Luego de unos minutos, saqué las fuerzas
suficientes para pedir refuerzos mediante mi comunicador. Después de eso
simplemente caí rodillas al suelo y mientras mi mente intentaba asimilar la
situación, vi que a un lado del cuerpo de Todd había un papel con algo escrito.
Lo tomé con la mano temblorosa y leí en él lo siguiente:

Mira de lo que soy capaz

Alejate de todo esto o ire por tu familia


En cuestión de minutos llegaron a la propiedad otras patrullas, y entre los
que vinieron, estaba Sarah. Ella y todos mis compañeros se quedaron en shock,
tanto por la escena como por las declaraciones de la madre y las mías.
Este caso fue significativo en la historia de nuestra central, ya que fue el
comienzo de una larga lista de desapariciones de infantes acontecidas en una
temporada en concreto por allá en el 2012: semanalmente desaparecía como
mínimo un menor de edad y nadie tenía explicación de ello; nadie excepto yo.
Así fue hasta que, en cierto momento, las desapariciones cesaron. Todos no
regocijamos ligeramente por eso, pero aun así seguíamos sin rastro de los
extraviados. A día de hoy, este caso como todos los demás quedó inconcluso,
archivado entre muchos otros de la comisaria; jamás encontraron a ninguno de
los desaparecidos y las búsquedas cesaron.
No sé qué fue de la madre de aquellos dos pequeños ya que decidí
mantenerme al margen de todo aquello como lo indicaba la nota que encontré
y de hecho conservé, ocultándola del mundo. Pero a pesar de hacerlo no he
vuelto a vivir tranquilo, ni amar tanto mi profesión como antes, ya que
constantemente me siento observado y siempre que me tomo o me toman
fotografías ocurre algo escalofriante que me mantiene paranoico:
Al fondo de cada foto, siempre se encuentra parado un hombre alto y
delgado, con traje y corbata, que no tiene cara.

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