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Jornadas “El psicoanálisis frente a las adicciones”

Centro Descartes Buenos Aires Sábado, 26 de agosto de 2006

A partir de la lectura del capítulo de Le Livre noir de la Psychanalyse, Vivre, penser et


aller mieux sans Freud (Les árenes, 2005), dedicado a las toxicomanías: “Un cas
exemplaire: la toxicomanie”, hemos seleccionado un conjunto de temas de interés para
tratar en el contexto de esta Jornada. La argumentación difamatoria que este libro
realiza sobre la práctica del psicoanálisis en el campo de la toxicomanía nos lleva a
exponer nuestras refutaciones y aclarar nuestras estrategias sociales propuestas como
tratamientos terapéuticos.

La Spaltung y sus versiones

Adriana Testa

*Psicoanalista. Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.

‘Spaltung’, ‘Ichspaltung’, la escisión del yo. Conservo la palabra alemana en el título en


homenaje a Sigmund Freud, en este año aniversario de su nacimiento (1856-2006). En
las postrimerías de su obra y de su vida, Freud escribe y deja inconcluso un brevísimo
ensayo “Escisión del ‘Yo’ en el proceso de defensa”, escrito según Ernest Jones en las
Navidades de 1937, y publicado, póstumamente, en 1940.

En el título retorna un tema de inicio en su obra: el proceso de defensa. A la luz de este


retorno, podemos observar que de modo explícito o no tanto, éste es un tópico que ha
orientado la creación de muchos conceptos en la obra freudiana.

En tal sentido es notable el comienzo: “Por un momento me encuentro en la interesante


posición de no saber si lo que voy a decir debería ser considerado como algo familiar y
evidente desde hace tiempo o como algo completamente nuevo y sorprendente. Me
siento inclinado a pensar lo último”1.

Freud opta por la faz extraña (nueva y sorprendente) de lo familiarmente conocido.


Involucrado él mismo en lo que dice, ubica centralmente la experiencia de lo ominoso,
de lo siniestro en el proceso de la defensa. Proceso que se desencadena –lo dirá unas
líneas más abajo- en “ciertas situaciones peculiares de presión”, que suceden bajo la
influencia de un “trauma psíquico”.

La descripción de ese proceso de defensa que se desencadena entre fuerzas


antagónicas, concluye con una observación última e irreversible: la salida, la solución, el
éxito se logra a costa de “un desgarrón del yo que nunca se cura, sino que se profundiza
con el paso del tiempo”. Es notable el pesimismo que orienta a Freud al final de su vida.
No hay cura posible de ese “desgarrón”. Sí, es posible incorporarlo, hacerlo parte de la
vida de cada uno.

Los invito a leer este texto. Sólo agregaré un comentario más -en clave de lectura- para
el tema que hoy nos reúne aquí, la tragedia de quien cae bajo la captura de un
movimiento pulsional acéfalo, la repetición compulsiva del consumo de sustancias,
drogas u alcoholes. Una frase –cuando puede ser dicha- define esa experiencia: “no
puedo parar de hacer lo que hago”.

Freud describe dos reacciones contrarias al conflicto que persisten como el punto central
de una escisión del yo. Supongamos el yo de un niño (ese yo que define un estado de
cosas, más que un tiempo de la vida) que se halla bajo el influjo de una exigencia
pulsional poderosa a la que se ha acostumbrado a satisfacer y que súbitamente es
asustado por una experiencia que le enseña que la continuación de esa satisfacción
traerá consigo un peligro real casi intolerable. Debe entonces decidir, hay un conflicto
entre la exigencia de la pulsión y la prohibición por parte de la realidad. En la práctica, el
yo del niño –dice Freud- no toma ninguno de esos dos caminos, o más bien, sigue ambos
simultáneamente, lo cual viene a ser lo mismo. Replica al conflicto con dos reacciones
contrapuestas y las dos eficaces: por un lado con la ayuda de ciertos mecanismos
rechaza la realidad y rehúsa aceptar cualquier prohibición; por otro lado, al mismo
tiempo, reconoce el peligro de la realidad e intenta por consiguiente despojarse de dicho
temor. “Hay que confesar –dice Freud- que es una solución muy ingeniosa”2.

El recurso a las drogas también es una solución y bajo la microscopía de este proceso,
podemos decir también que es un recurso ingenioso.

¿Por qué me interesa hacer hincapié en esta observación freudiana sobre la escisión del
yo? Porque es Jacques Lacan quien pescó en Freud la punta del ovillo que desembrollará
a lo largo de toda su enseñanza. Sigo aquí la orientación del curso de Germán García.
Lacan encuentra en ese “desgarrón del yo” que no se cura, una verdad irreductible y de
ahí en más postulará su controvertida teoría del sujeto tachado como un modo inédito
–en relación a las teorías del sujeto- de incluir en él esa spaltung, escisión, división
constitutiva de un yo por definición evanescente, atópico, transindividual. Es de uno
pero está irremediablemente escindido porque hay otros.

Freud lo dice mejor: “Todo el proceso nos parece extraño porque damos por sabida la
naturaleza sintetizadora de los procesos del yo. Pero en esto estamos claramente
equivocados”. Y dice más pero no seguiré, los invito nuevamente a leer ese texto.

Pasemos a la macroscopía, al macrocosmos en el que está inserto ese personaje al que


dedicamos esta jornada. ¿Qué programa? La pregunta se desprende de otra lectura, la
de un texto de Freud, muy complejo, que antecede en una década al ensayo freudiano
sobre la escisión del yo. Me refiero a El malestar en la cultura, escrito en 1929 y
publicado en 1930. Treinta años después, en 1959-1960, Lacan da su séptimo Seminario,
La ética del psicoanálisis. En su primera lección remite a la lectura de El malestar en la
cultura y traza lo que él mismo llama “Nuestro programa”. Jacques-Alain Miller en el
establecimiento del libro de este seminario, usa esta frase como título del primer
capítulo.

Nuestro programa. ¿Qué programa? La pretensión de esta jornada es precisamente la de


refutar las críticas que hoy recaen sin tregua sobre la práctica clínica del psicoanálisis –al
que muchos pretenden perimido- desde el discernimiento de esta cuestión central:

¿qué programa propone el psicoanálisis con su práctica? Lacan dice “nuestro programa”
en el momento mismo que se dispone a dar un seminario sobre la ética del psicoanálisis.
Hay en juego entonces un problema ético que atañe al psicoanálisis, a su práctica, a su
clínica y que no es ajeno a la “cultura”.

Vuelvo al alemán: Das Unbehagen in der Kultur, el malestar en la cultura. La opacidad de


una voz escrita en otra lengua tiene la virtud de indicar que una palabra está sujeta a
usos y contextos diversos, por tanto, sus sentidos no son transparentes. Y exactamente
eso pasa con la palabra “cultura”. “Civilización”, “acción de cultivo”, en su exacta
traducción.

Jacques-Alain Miller en una conferencia sobre “La ética del psicoanálisis” que dio en
Madrid en diciembre de 1988 expone los dos programas que Freud postula en El
malestar en la cultura, haciendo una lectura comparada del texto de Freud con el libro 7
de Lacan. El programa del principio de placer (equivalente a lo que él denomina “el
objetivo vital”) y el programa de la cultura. La cuestión que se plantea allí es si estos
programas son o no equivalentes entre sí.

La palabra ‘programa’ –dice Miller- tiene un sentido informático: el hombre programado


por el principio del placer para obtener la felicidad. Pero precisamente eso es lo que será
puesto en cuestión. Freud dice: “Este programa ni siquiera es realizable, pues todo el
universo se le opone…”3. Hay una “discordia inicial y fundamental entre el programa del
principio del placer y el mundo”. La realización del programa de la cultura implica la no
realización del programa del principio del placer. Freud concluye que “el precio del
progreso cultural debe pagarse con el déficit de felicidad”. En este punto introduce la
función de la culpa.4

Esta discordia fundamental es una versión de la Spaltung constitutiva del sujeto


formulado por Lacan. En términos freudianos, el principio de placer falla ante las
exigencias de la cultura, cuyo relevo lo tomará una parte del yo que se vuelve contra sí
mismo en calidad de super-yo, “como una guarnición militar en la ciudad conquistada”.
Es ésta la metáfora usada por Freud. La microscopía de ese proceso es compleja y no me
detendré en ese aspecto de la cuestión. Sí me interesa postular una serie de versiones
de esa escisión fundamental.

En primer lugar, el fracaso del principio del placer ante el progreso de la cultura. Frente a
las fuentes de sufrimiento (provenientes del cuerpo, el mundo y la sociedad), el principio
de placer se transforma en el “más modesto principio de realidad”. Los “quitapenas”
(refiriéndose a la acción de los estupefacientes) o los “lenitivos” (como ha dicho Theodor
Fontane -recuerda Freud- “no se puede prescindir de las muletas”), es decir la actividad
científica, el arte con sus satisfacciones sustitutivas, los narcóticos y el cultivo de jardín
también –como lo aconseja Voltaire-, son los poderosos recursos a los que algunos
apelan para despojarse de las desgracias del mundo, “refugiándose en un propio mundo
que ofrezca mejores condiciones para su sensibilidad” (Freud).

En el macrocosmos, la cultura misma también está escindida porque, por un lado, facilita
la realización del principio del placer y por otro genera un movimiento inverso. Un
ejemplo fue la emergencia de la ciencia (de la física matemática en el siglo XVII), es decir,
la promesa de que la cultura científica realizaría el programa del principio de placer; y el
viraje en sentido contrario que produjo su progresivo avance. En el siglo XX –comenta
Miller en el texto citado- vemos que la ciencia ha permitido aumentar el número de
muertos lo que no deja de ser un triunfo de “eficacia y rentabilidad”. Freud no emplea la
idea de intención de muerte en relación a la cultura, no obstante sospecha su conexión
con una intención mortal. Y si bien Freud coloca en un lugar relevante la función de Eros
en relación a la cultura en tanto es lo que reúne, agrupa (Tánatos, dispersa), Miller,
desde la lectura de Lacan, observa que el Eros freudiano no está bien ubicado en
relación a otra diferencia que el propio Freud introduce en El malestar de la cultura
entre la posición de la mujer y el varón, y al respecto pregunta, ¿por qué ubicar al Eros
del mismo lado que la pulsión?

Hay, precisamente, otra versión de la Spaltung que es de interés destacar por su función
estructurante en relación a las adicciones. Me refiero a la que produce la pulsión. Lacan
sostiene en el Libro 11 de El Seminario que la noción de pulsión pone en tela de juicio la
noción de satisfacción. “Puede decirse que el término Trieb, pulsión, significa un medio
para la satisfacción”, sin embargo –dice Miller-, el objeto –uno de los términos de la
pulsión- es llamado meta (das Ziel)”5.

Tenemos, entonces, dos términos objeto y satisfacción. ¿Cuál es la distinción radical


entre ambos? Esta diferencia es de interés para nuestro tema: la satisfacción se
mantiene a pesar del cambio de objeto (ej. los actos fallidos). Sigo aquí el planteo de
Miller. En relación a la satisfacción hay dos caminos posibles: la renuncia y la
transformación. En los dos casos no se reconoce el objeto en cuestión, contrariamente a
lo que ocurre con el instinto animal cuyo objeto siempre se reconoce como necesario.
Del lado del hombre, los objetos son intercambiables. Toda la problemática de las
pulsiones en Freud –y esto es destacado por Lacan- es su plasticidad. En el caso de la
renuncia, la pulsión no puede llegar a su objeto (por ejemplo, la interdicción del incesto)
y no hay satisfacción. En la transformación no se reconoce el objeto, aunque
paradójicamente se mantiene la satisfacción. Es el caso de la sublimación, es decir de la
posibilidad de una satisfacción dentro de los valores de la cultura. Incluso es también el
caso del síntoma, tal como Freud lo define en este libro: “una satisfacción de
sustitución”; la satisfacción parece no anulable. A pesar de la renuncia a la pulsión hasta
la anulación de la satisfacción, pareciera que ésta se reintroduce a través del síntoma. El
goce es precisamente eso: la satisfacción de la pulsión en tanto que, a pesar de lo que
parece, nunca puede anularse.

La adicción (lo enuncio simplemente, con la finalidad de introducir la cuestión como un


paradigma de nuestro tiempo a seguir investigando) es un montaje que viene al lugar del
síntoma, anulándolo. A la manera de un artefacto –enganchado o enchufado a objetos
intercambiables, sustituibles unos por otros, sin dejar de lado la posibilidad de que
también sea uno, no intercambiable- transforma la satisfacción en un acto de repetición
compulsiva, no la anula, sino que la mantiene en una peculiar imbrincación con lo que
Freud postula más allá de la regulación del principio del placer, la pulsión de muerte.

El goce lacaniano es la libido más la pulsión de muerte. Lacan reúne en un mismo


término dos corrientes pulsionales contrarias. En este punto, podemos decir que
pharmacon también es un término que reúne dos corrientes contrarias (así lo
observaron en el siglo XIX el farmacólogo Cullen, Moreau de Tours), remedio y veneno.
La paradoja que encierran ambos términos –goce y phármacon- en la cultura
post-kantiana (después de Kant y Sade y la ciencia newtoniana) es la posibilidad de
volverse una exigencia absoluta (para decirlo rápido, del lado del super-yo, Kant o bien
del lado de la fuerza liberada de la pulsión, Sade), equiparable a la exigencia acéfala de
la pulsión.

Freud pregunta en El malestar en la cultura, siguiendo el sentido común: ¿qué persigue


el hombre en su vida? ¿Cuál es su meta? No lo que debe ser, sino lo que es. Lacan, en su
Seminario sobre la ética, ubica de modo ejemplar la respuesta de la ética kantiana: “tu
debes”; es decir, ubica en ese discurso la emergencia de una exigencia absoluta
vinculada directamente a la exigencia pulsional. La ética kantiana es la ética que
responde a la física newtoniana, la cual da existencia a un mundo sin medida y donde lo
absoluto es precisamente la pérdida de la medida. Esta es la Spaltung constitutiva del
sujeto lacaniano: la dicotomía entre el placer que regula la medida y el goce que exige
más sin medida.

A modo de hipótesis, diré que la adicción hoy se parece a un artefacto producido en el


propio cuerpo, siempre en relación a un determinado circuito, que funciona bajo la
orden de una exigencia fuera de toda medida.

Ahora bien, si definimos la clínica como una práctica ética, queda por discernir desde
qué ética intervenimos en el campo de las adicciones. ¿Desde una ética del super-yo,
como lo hace la ego-psychologie, a favor de una exigencia de adaptación a la cultura?
¿Desde la ética de la moral religiosa? O ¿desde la ética del psicoanálisis, que atiende la
versión de cada sobre su relación al goce y al deseo?
1 Freud, Sigmund: “La escisión del ‘Yo? en el proceso de defensa”. O. C., T. III. Biblioteca Nueva. Madrid,
1973, pág. 3375.
2 Ob. Cit., pág. 3375.
3 Freud, Sigmund: “El malestar en la cultura”. O. C., T. III. Biblioteca Nueva. Madrid, 1973, pág. 3025.
4 Jacques-Alain Miller: Introducción a la clínica lacaniana. Conferencias en España. ELP-RBA. Barcelona,
2006, pág. 153.
5 Ob. Cit., pág. 160.

Un caso ejemplar: la toxicomanía


por Adriana Testa

El Libro Negro del Psicoanálisis, vivir, pensar y estar mejor sin Freud, cuya venta se
promociona bajo el anuncio de “El libro de la polémica. 20.000 ejemplares vendidos en
una semana. Por fin todas las respuestas”, dedica uno de sus capítulos a las adicciones:
5. “Un caso ejemplar: la toxicomanía” por Jean-Jacques Déglon.

Hay que decir, en primer lugar, que el tono de denuncia y de animadversión exaltada con
la práctica del psicoanálisis freudiano en el campo de las toxicomanías atenta contra la
verosimilitud de sus críticas. El autor da las razones de su exaltación, fundadas en la
propia experiencia. Puede leerse allí su testimonio y sacar conclusiones.

Inicia su artículo con un destacado en el que deja la eficacia terapéutica por fuera del
campo del psicoanálisis: “veinte años de resistencia a los tratamientos eficaces de las
adicciones”. No deja de ser notable, el “muro” que establece entre lo que es eficaz y lo
que no lo es.

¿Qué parámetros indican un resultado eficaz? En las psicoterapias que trabajan con la
palabra (incluido en el amplio espectro, el psicoanálisis en lo que también tiene de
terapéutico), los resultados no son posibles de ser cuantificados para su evaluación, a
pesar de lo que sostienen quienes se dedican a aplicar las técnicas llamadas TCC
(Terapias Cognitivas Comportamentales), y a las que este autor recomienda en particular
como terapéutica de las adicciones junto a los tratamientos farmacológicos; hoy
defendidas, en nuestro país, por psicólogos, psiquiatras y gerenciadores del mercado de
la salud que evalúan la relación precio/costo. Sin lugar a dudas, un programa de acción
con los pasos acordados y pactados con el paciente, antes del inicio del tratamiento,
resultan más regulables en costo y tiempo. Léase: garantía de abaratamiento y rapidez.
Eficacia, rapidez, evaluación cuantitativa de los resultados son los criterios que están a
tono con el discurso del marketing cientificista de nuestro actual paisaje mediático, que
no distingue los productos que promueve y que rige tanto para la venta de un dentífrico
como para un hipnótico de venta libre (!) o un masajeador. En el caso que nos ocupa, sin
duda, el lenguaje propio de las investigaciones de la neurobiología que acompaña la
farmacopea da el toque de rigor científico que el consumidor de la época reclama. Son
éstos los argumentos a los que también apela Déglon.

¿Cuál es el objeto del tratamiento? ¿Síntomas, conductas, sufrimientos, los llamados


“pensamientos erróneos”? Sin adentrarnos en precisiones teóricas y para no apelar a
tecnicismos, cabe destacar que estas técnicas prescinden del principio de sustitución de
los síntomas, (término que reemplazan por el de ‘trastornos’), sin poder salir luego del
atolladero al que las lleva precisamente esa omisión. ¿Qué pasa cuando, en una
entrevista de control (catamnesis), posterior al tratamiento terminado en el tiempo
acordado (en general catorce sesiones), aparece un nuevo síntoma? Sea éste una nueva
fobia, una nueva adicción u otra variante de la angustia diferente a un estado inicial de
ataque de pánico, etcétera; hay que decir que son muchas las clasificaciones de los
manuales de psiquiatría que hoy se difunden por doquier y por fuera de sus usos
específicos. La respuesta es: “perturbación residual” y “comorbilidad”, tratables, de ahí
en más, con la medicación indicada para el caso por el psiquiatra correspondiente. Valga
esta observación, relativa al término del tratamiento, a modo de contraejemplo del
“muro” que divide la eficacia terapéutica según este autor. Y a favor de la eficacia
terapéutica del psicoanálisis, hay que aclarar que el desplazamiento de los síntomas que
Freud advierte tempranamente en el tratamiento de las neurosis, las sustituciones
posibles, nada indican sobre la curación de un síntoma. Que haya sustitución no quiere
decir que un síntoma no pueda ser curado. Más bien el tratamiento de esas
sustituciones hace posible su cura. Jacques Lacan retomó esta cuestión en los inicios
mismos de su enseñanza, y planteó claros argumentos sobre la aplicación clínica de la
teoría de la sustitución freudiana en las vías de formación de los síntomas.

En el caso de las toxicomanías, lo ejemplar es la puesta prueba por la que tiene que
pasar toda terapéutica que propone un modo de tratamiento. Se trata, no de un síntoma
precisamente, sino de una “práctica de goce” que rechaza (es un observable para
cualquiera que algo conozca sobre este asunto) toda práctica terapéutica que pretenda
intervenir sobre ella. Jean-Jacques Déglon mismo repasa, en los veinte años a los que se
refiere en su artículo, el arco de las distintas estrategias: desde las psicoanalíticas a las
que defenestra por haber provocado “la muerte de miles de individuos” (sic), hasta el
fracaso de las educativas y psico-sociales apoyadas en el principio excluyente de la
abstinencia y los aciertos (sin desacierto alguno, al parecer) de las farmacológicas. Al
frente de la Fundación Phénix, hace ya una treintena de años, destaca los beneficios del
programa de sustitución de heroína con metadona. Es una molécula eficaz en el
tratamiento de la heroína. Está comprobado. Conozco psicoanalistas (franceses) que han
sabido reconocer sus beneficios y que al mismo tiempo no han excluido la posibilidad de
intervenir con una psicoterapia psicoanalítica. Vale aclarar que el consumo de heroína ha
sido de una extensión limitada en nuestro país, a pesar de las anticipaciones con las que
se quería instalar el “problema” creando centros de desintoxicación (sevrages), durante
la década del noventa. A propósito de esta cuestión, no podemos dejar de lado otro
elemento ejemplar en el caso de las toxicomanías: los consumos de drogas (antes
heroína, hoy cocaína, y “paco”, y en la próxima vuelta, tal vez, nuevamente opio) están
sujetos a las reglas de juego (elogiadas por expertos economistas) de las mafias que
producen, comercializan y distribuyen las sustancias.

Hay que decir que Déglon dedica todos sus comentarios a la adicción a la heroína y al
éxito de la aplicación del programa de la metadona, pero nada dice (en este capítulo,
escrito en el año 2005) sobre el problema común y actual, en Estados Unidos, los países
de Europa y la Argentina, sin mencionar países vecinos, de la generalización del
consumo compulsivo de la cocaína. ¿Hay un programa de sustitución posible en ese
caso? Hay pruebas: ensayo y error aplicados a adictos, no a ratones…!

¿De qué lado caerán “los miles de muertos” esta vez? No se puede dejar de hacer esta
pregunta si tenemos en cuenta que ese es su parámetro de condena al psicoanálisis. En
este punto, vale también aclarar que nada contraindica en el psicoanálisis la asistencia
médica y farmacológica, cuando así lo requieren muchos casos, en los que un cuerpo
exánime y completamente anestesiado o desbordado de euforia (no por eso menos
anestesiado), está lejos de la posibilidad de dar lugar a otro tratamiento. Un rasgo
ejemplar de estructura es la amenaza de muerte que gravita sobre estas prácticas.
Amenaza (riesgo, peligro) que no detiene al adicto furibundo, no porque lo anime una
meta autodestructiva (es lo que se predica a diario desde las técnicas
comportamentalistas) sino porque necesita, como el sediento el agua, esa vía de
paradójica estabilización para soportar la vida.
Son muchos los argumentos que podemos seguir esgrimiendo contra las difamaciones
de este psiquiatra que ha empeñado su práctica con los adictos en la aplicación del
programa de metadona, y para quien el fármaco es la única vía de tratamiento posible,
sin excluir, desde luego, las TCC y la “asistencia psicosocial. En las Jornadas organizadas
en el Centro Descartes, en agosto de 2006, con el título “¿Qué programa? El psicoanálisis
frente a las adicciones”, fueron expuestas, a partir de una lectura crítica de este capítulo
(en la edición de Les Arènes, Paris, 2005), nuestras refutaciones y nuestras estrategias
sociales propuestas como tratamientos terapéuticos. Las críticas estuvieron dirigidas
tanto a conceptos fundamentales como a los modos de intervención terapéutica.

Ahora, una pregunta que atañe a toda práctica terapéutica que intenta intervenir sobre
estas prácticas de goce: ¿es posible domesticar el hábito de las drogas o el alcohol?

La adicción es un hábito que se asume compulsivamente. Así lo define Sigmund Freud ya


en 1897 y por el hecho de que la cita date de fines del siglo XIX no es menos cierta a la
luz de los avances de la tecnología en la actual tardo-modernidad (Giddens, 1995).
Estamos en el terreno de la elección y la decisión, en el campo de la moral, de las
acciones humanas. El sociólogo Anthony Giddens la retoma en su análisis sobre el
amplio espectro de las adicciones contemporáneas casi un siglo después. En esa
definición, Freud articuló este hábito a una matriz de goce (la masturbación, “el goce del
idiota”, precisó más tarde Jacques Lacan), para decir que la adicción sustituye ese goce
primero. En ese mismo sentido, al año siguiente, en 1898, advierte que los resultados
seguirán siendo efímeros y aparentes mientras el médico se limite a quitar el agente
narcótico, sin preocuparse de la fuente de satisfacción que viene a suplir. Es Lacan quien
volverá sobre la opacidad de estas experiencias paradójicas de satisfacción, para abrir
nuevas vías de tratamiento de eso que acontece en el cuerpo y que él designa con el
término goce, inédito en el campo del psicoanálisis por el uso que hace del mismo.

La pregunta, antes planteada, apunta precisamente a la dificultad que representa regular


ese empuje a la repetición que encuentra en el hábito (léase también ritual) las
condiciones que hacen posible mantener esa modalidad de goce.

Hay que decirlo, es un ensamblaje muy bien logrado, por tanto conviene atemperar el
furor curandis que promueven las variadas técnicas de adiestramiento, a favor de
recuperar la prudencia que nos oriente en el campo de los tratamientos posibles,
guiados por los principios de nuestra práctica, sin dejar de estar atentos a la variabilidad
de las estrategias con las cuales intervenir por medios menos crueles.
Es tan difícil recuperar el poder de uso de la palabra como pretender abolir este recurso
sólo por la vía del fármaco con alguien que ha hecho de esa vía (drogas o alcohol,
incluidas las de uso medicinal) la fuente de todos sus males y remedios.

Bajo la dirección: Catherine Meyer con Mikkel Borch-Jacobsen, Jean Cottraux, Didier
Pleux y Jacques Van Rillaer. Buenos Aires, Sudamericana, 2007.

Sobre simplificaciones y banalidades. La toxicomanía, un caso ejemplar

Silvia Quevedo

Si algo caracteriza los diversos discursos que circulan en el campo del uso de drogas es la
proliferación de simplificaciones y banalidades uniformizantes acerca de las drogas, la
noción de toxicomanía y la figura de los usuarios. Así estos discursos recorren un amplio
espectro que incluye desde la psicologización secundaria de los conceptos del
psicoanálisis- la droga como objeto fetiche o como objeto oral- los reduccionismos de
corte biologista que consagran la omnipotencia de las sustancias hasta los prejuicios
morales e ideológicos que localizan a las drogas como flagelo social. Estas
pseudoteorízaciones producen sus efectos en las modalidades de los dispositivos de
tratamiento destinados a los usuarios de drogas.

En este trabajo, en primer lugar, me interesa situar que la complejidad que presenta la
clínica en el campo de las toxicomanías se debe al intercruce entre la singularidad de
cada quien, los efectos neuroquímicos de las sustancias y los discursos de la referencia
social sobre las drogas y los usuarios.

Particularidades del campo del uso de drogas.

1) Desde el discurso social el “problema de las drogas” localizado como flagelo,


desviación y delito configura más un síntoma social que produce perturbación y no
siempre constituye un síntoma para un sujeto. Sylvie Le Poulichet señala que: “la
toxicomanía precipita un saber y causa prisa por concluir”1 indicativo de la alarma social
que el fenómeno convoca.
En el Seminario El Otro que no existe y sus comités de ética (1997) Jacques Alain Miller
plantea que en el actual régimen civilizatorio, “la inexistencia del Otro condena al sujeto
a la caza del plus de gozar”2. Época de imperativo de goce que conmina a la satisfacción
inmediata, ya no se trata del reino de la moral victoriana, escenario de la tensión entre
el ideal y las exigencias pulsionales sino, como precisará en la Conferencia de
Comandatuba (2004) “el comando del plus de gozar ha ascendidoal cenit social y se
traduce en un empuje al consumo”3.

En la clase “La secta y la globalización” del citado seminario 4 . Francisco Hugo Freda en
su intervención, planteará que las toxicomanías constituyen una nueva forma del
síntoma” en la medida en que define el sujeto por una práctica de goce y no por su
síntoma.” De esta manera situaría en el personaje del toxicómano y en su hacer la lógica
social del síntoma.

Para Miller, esto indicaría que en algunos casos se puede ser agente de un síntoma social
sin verificar un síntoma subjetivo. Se tratará entonces, que es preciso creer en él para
que haya síntoma, se necesitará creer que se trata de un fenómeno a descifrar para
intentar leer un sentido en esta práctica de goce, en el caso por caso. Miller concluye
“Hay, pues, que reconocer en la toxicomanía un elemento sincrónico respecto del
desarrollo social contemporáneo... indicativo de la relación intensa con el plus de gozar.”

Podría decirse que el campo del uso de drogas constituye un ejemplo paradigmático de
la lógica segregativa que el discurso de la civilización hipermoderna de la tecnociencia y
capitalismo contemporáneo impone sobre los individuos en la época del Otro que no
existe, época de pluralización de los nombres del Padre.

2) La sinonimia que equipara el uso de drogas con toxicomanía o adicción, licúa las
diferencias entre un simple uso de sustancias - presentes en la historia de la humanidad
como quitapenas que no amerita su inclusión en ninguna categoría psicopatológica - de
las toxicomanías, que configuran más bien, una suerte de remedio, recurso, respuesta o
solución mediante una operatoria de supresión tóxica del dolor.

3) La presencia hegemónica de dispositivos preventivo asistenciales basados en los


modelos de terapias cognitivas comportamentales orientados en la lógica de la
abstinencia obligatoria de sustancias han construido un estereotipo segregativo del
toxicómano donde la homologación excluye las diferencias entre las modalidades
heterogéneas mediante las cuales los individuos se vinculan con las diversas sustancias
psicoactivas: alcoholes, drogas, psicofármacos y productos industriales.

4) Estas modalidades de las TCC son funcionales al discurso cientifico técnico capitalista
pues se centran exclusivamente en normativas rígidas de reeducación de los individuos y
en la abstinencia obligatoria de sustancias, sin cuestionar el lugar y función que ocupan
en la singularidad del caso por caso; se cancela así la pregunta por el enigma que el
estatuto del farmakon convoca en su doble carácter de ambigüedad y reversibilidad.

La toxicomanía reviste el rasgo de enfermedad. Se entroniza a la sustancia química como


agente causal de adicción, como un virus que infecta el organismo y que es
indispensable extirpar, desresponsabilizando de este modo a los individuos de sus actos.
Estos abordajes comportamentalistas promueven con frecuencia pasajes al acto,
desencadenamientos psicóticos o deserción de los tratamientos.

5) Desde el campo del psicoanálisis, por el contrario, la potencia de sus conceptos nos
permite pensar en una clínica orientada hacia lo real, se trata de las nuevas formas del
síntoma: las presentaciones se caracterizan por la prevalencia del acting out y del pasaje
al acto, más que por formaciones tributarias de la dimensión metafórica del síntoma. Por
ello, se trata de desustancializar la clínica interrogando el enigma del tóxico. Para el
psicoanálisis las toxicomanías son variadas, no constituyen una organización
psicopatológica autónoma, “se presentan como un fenómeno transestructural que
atraviesa las configuraciones clínicas pertinentes a las neurosis, psicosis, y perversión.”5

6) Será la operación del farmakon la que permitirá definir una toxicomanía a diferencia
del principio del farmakon presente en todo uso de drogas. Siguiendo a Sylvie Le
Poulichet, esta operatoria de supresión tóxica del dolor “presta alucinatoriamente un
cuerpo o un borde a quien ya no sabe soñar, es una formación de tipo transitoria... no
tiene carácter estructural sino económico, carece de esencia estable, … tiene que estar
referida a lo que produjo su advenimiento”. 6 Es de destacar que el carácter de
autoconservación paradójica de esta operatoria funcionaría como una suerte de
protección frente a la amenaza de una devastación psíquica mayor. Este hallazgo de Le
Poulichet permite refutar precisamente las pseudoteorías psicologistas sobre la supuesta
autodestrucción de los toxicómanos.
7) Con cierta frecuencia también podemos localizar en algunas posiciones de algunos
sectores del lacanismo la presencia de simplificaciones y generalizaciones que se
deslizan hacia estereotipos segregativos homogeneizantes, en referencias tales como: el
cuerpo del adicto, la experiencia del toxicómano, o en plantear que “el placer adjudicado
a las drogas ha llevado a una banalización de lo que es la dependencia”.

Es frecuente la desestimación de los efectos neuroquímicos de las sustancias en el SNC o


sea la función real del producto como compensatoria de una desestabilización en el caso
de psicosis con uso de drogas. En la entrevista realizada por Mario Sánchez a Jean
Claude Maleval 7 comenta “que la función del producto no es aleatoria” que los efectos
de las sustancias sobre el psiquismo difieren según la sustancia y enfatiza que lo real
tiene su especificidad, agregará: "también se sabe que para los usuarios no todas las
drogas son equivalentes, la función del producto puede atemperar o deslocalizar (el
goce), no todo se juega en los movimientos del espíritu”.

Durante varios años el cuestionamiento a la nominación “soy adicto” constituyó una


práctica habitual en nuestro medio, en esta entrevista, Maleval advierte precisamente
sobre los riesgos de cuestionar las identificaciones imaginarias y la amenaza de
interdicción al consumo, situándolas como condiciones propiciatorias de
desencadenamientos psicóticos.

Me interesa situar a la luz de las consideraciones previas, la refutación a algunas


argumentaciones realizadas por J: J Déglon en el artículo que nos ocupa “Un caso
ejemplar: la toxicomanía”.

1) Déglon conceptualiza la toxicomanía como una entidad autónoma sin distinguir


variantes ni singularidades, reduciendo la heterogeneidad de las toxicomanías a un perfil
homogéneo del toxicómano.

Define: “La toxicomanía como una enfermedad y como tal, la cura de la misma requiere
de medicamentos eficaces y rápidos (...) todo el problema de la toxicomanía reside en el
hecho que numerosas causas genéticas y biológicas explican, en parte, las afecciones
psíquicas que observamos entre los toxicómanos, particularmente las depresiones
mayores recidivantes”. 8
2) Ya en 1924 L. Lewin, precursor de la teoría del origen bioquímico de las psicosis,
sostenía que las perturbaciones psíquicas eran producidas por los efectos de los
procesos tóxicos consagrando así el tratamiento de la psique como un órgano y además
propiciando la lógica maniquea que promueve la ruptura del estatuto del farmakon
oponiendo remedio y veneno.

Si bien Déglon asienta su postura reduccionista en un hecho que es innegable: “el


consumo crónico de drogas como la heroína o la cocaína modifican el funcionamiento
del cerebro” no da cuenta del lugar que ocupa en la economía libidinal la operatoria del
farmakon.

3) Contraindica los tratamientos analíticos como inoperantes y peligrosos, pues la


angustia emergente producto de las intervenciones analíticas propiciaría según él la
proliferación de acting outs.

Desde una práctica clínica que abreva en las enseñanzas del psicoanálisis de orientación
lacaniana precisamente operamos con dispositivos que como primera intervención
intentan generar las coordenadas de alojamiento en la transferencia para alojar lo real
del objeto más que apelar a la vía del significante.

4) Déglon centra sus argumentaciones en este artículo en su práctica clínica con


heroinómanos. Sostiene que los tratamientos de sustitución con metadona o
buprenorfina acompañado de terapias conductistas constituyen un éxito en la cura de
pacientes dependientes de heroína, pareciera que el problema de estas curas radicaría
exclusivamente en encontrar la posología adecuada para cada paciente. Dice: “Un
tratamiento estabilizador es necesario durante un tiempo más o menos largo para la
mayoría de los heroinómanos gravemente dependientes. Una vez que se resuelven la
mayor parte de los problemas psicosociales y que, con el tiempo, se reduzcan los reflejos
condicionados por las drogas, se puede considerar una privación muy lenta de los
medicamentos de sustitución"; y agregará “que el éxito del tratamiento de sustitución
exige la abstinencia de drogas”.9

Déglon es un heredero directo de la tradición del saber médico que sostiene una
concepción mecanicista, lineal y uniformizante acerca de las toxicomanías donde el
cuerpo es relegado a la concepción de un organismo máquina. Al excluir la dimensión
del placer como obstáculo a considerar en el tratamiento de sustitución de la heroína
por la metadona, desestima las vicisitudes propias de la ambigüedad y reversibilidad que
el farmakon promueve.

Realiza una diatriba poco sutil contra el psicoanálisis adjudicándole la responsabilidad de


una catástrofe humanitaria, la muerte de miles de heroinómanos en Francia,” por
bloquear durante 20 años la instauración de una política de reducción de riesgos y la
puesta en práctica de tratamientos de sustitución eficaces”.

Con esta acusación desestima el peso de las políticas públicas en materia de drogas de
corte prohibicionista y abstencionista, que han constituido y siguen constituyendo el
obstáculo principal en la implementación de las políticas alternativas de reducción de
daños.

Algunas consideraciones sobre reducción de riesgos y daños

El paradigma de reducción de riesgos y daños, categoría pertinente al campo de las


políticas sanitarias y sociales, al interpelar críticamente los modelos abstencionistas
hegemónicos sobre el fenómeno social del uso de drogas propicia la invención de
dispositivos, prácticas e intervenciones flexibles y alternativas a la abstinencia
obligatoria que se inscriben precisamente en el reconocimiento de las complejas
relaciones de los sujetos con los nuevos modos de gozar en la cultura y en la línea de
evitar daños mayores.

Por ello, desde esta estrategia de objetivos intermedios a la abstinencia, es posible


propiciar una gama de alternativas que recorren un amplio espectro desde la adopción
de prácticas menos dañinas - pasaje de sustancias más tóxicas a menos tóxicas, cambio
de vía de administración, reducción del policonsumo, regulación de dosis y frecuencia -,
oferta de dispositivos de tratamiento de umbral mínimo de exigencia- que no
establezcan como precondición para el inicio del tratamiento la exigencia de privación de
sustancias-, hasta la inclusión en dispositivos de mayor exigencia tales como los
tratamientos de sustitución exclusivamente destinados a los usuarios de opiáceos y
opioides.

En el proceso de adopción de prácticas de disminución de riesgos será imprescindible


realizar la deconstrucción de discursos y significaciones sociales segregativas acerca de
las drogas y los usuarios.
Los artículos de G. Alan Marlatt “Reducción de Daños. Principios y estrategias” * y de
Bertrand Lebeau “La gestión del fracaso” * * situados en el campo de las corrientes de
reducción de daños, permitirán refutar la versión sostenida por Déglon.

Para Marlatt, estas estrategias ” ofrecen una alternativa práctica a los modelos
moralistas y de enfermedad que sostienen como único objetivo aceptable la abstinencia
total de sustancias como condición previa a un tratamiento”... Dice: “A diferencia de los
partidarios del modelo de enfermedad quienes consideran la adicción como una
patología biológica /genética, la reducción de daños ofrece una gama de alternativas
más flexibles para reducir, paso a paso, las consecuencias más negativas del uso de
drogas. Estas estrategias se basan en el tratamiento a demanda: respetar la decisión de
los usuarios de elegir la modalidad de tratamiento más acorde a sus posibilidades.” 10

Marlatt cuestiona la posición extrema de la política norteamericana en materia de


drogas, centrada en el principio de tolerancia cero y de guerra contra las drogas, que no
distingue umbrales en los diversos modos de vinculación de los usuarios con las
sustancias. Señala “la escasa disposición de los terapeutas americanos a aceptar el
consumo moderado de alcohol en el tratamiento del alcoholismo”. Respecto al éxito de
los tratamientos de sustitución de metadona en los EEUU, comenta que tuvieron un
carácter de estricto control social de la delincuencia, y señala el retraso de casi 20 años
en la implementación de otras alternativas de reducción de riesgo de bajo umbral de
exigencia: entre ellas, los programas outreach (de acercamiento en calle) de distribución
de material estéril de inyección.”

Déglon maliciosamente silencia esta cuestión cuando realiza el elogio desmesurado de


los éxitos de dichos tratamientos en los EEUU en la década del 70.

En el artículo “La gestión del fracaso” Bertrand Lebeau, discípulo de Déglon, no muestra
el mismo optimismo que su mentor respecto al éxito de las terapias de sustitución con
pacientes heroinómanos.

“Aprender a gerenciar el fracaso”, sería el primer consejo que él daría a quien decida
tomar en tratamiento a usuarios de drogas..... “no porque el fracaso sea sistemático e
inevitable, sino porque es frecuente, en especial bajo la forma de recaída, y aún más,
imprevisible. Puede sobrevenir tempranamente, o por el contrario, después de años de
paciente “estabilización”, a menudo borrada por un descenso en “caída libre”.El fracaso
no se limitaría sólo a una posología inadecuada de productos o al cambio de
buprenorfina a metadona.

Destaca Lebeau que la recaída - vuelta al consumo - “se manifiesta, por la extrema
imposibilidad para transformar aspectos esenciales de la existencia: la imposibilidad del
sujeto de hacer el duelo por la inyección y / o soportar la existencia sin la euforia que la
heroína procura. * Es útil trabajar en la relación que la persona tiene con la sustancia y
respecto de las circunstancias en las cuales ha tenido lugar la recaída: ¿Qué significado le
atribuye? ¿Es capaz de identificar el evento con una explicación fuerte: por ejemplo una
ruptura afectiva?. 11

Es interesante el planteo de Lebeau, ajeno al campo del psicoanálisis, pues ante las
diversas contingencias que presentan los tratamientos con usuarios de drogas confirma
la imposibilidad de programar y domesticar el recorrido de la pulsión.

En síntesis, Déglon proclama su adscripción a los principios y estrategias de reducción de


daños desde una versión personalísima y ultramedicalizada centrada selectivamente en
los dispositivos de umbral máximo de exigencia, o sea, en los tratamientos de
sustitución, sólo posibles hasta el momento para los usuarios de heroína.

Los argumentos de Déglon dan cuenta de una guerra personal con el psicoanálisis y una
disputa oportunista en el mercado de la salud mental. Como dice Germán García: “tanto
la "medicina de la evidencia", con su exclusión de la decisión del médico, como las TCC,
con su exclusión de la intencionalidad y de una semántica cuyo sentido es goce,
necesitan la exclusión del psicoanálisis.” ,...por ahora sabemos que en el mercado de la
salud existen intereses divergentes: lo puede comprobar cualquiera que se proponga
entender lo que se trama en los argumentos diferentes y en las intervenciones
efectivas.” 12

De la práctica institucional

En el marco de la práctica institucional en el Centro "Carlos Gardel” intentamos sostener


una clínica que apuesta a la invención, inscripta en las enseñanzas del psicoanálisis y que
se orienta en el campo de las políticas públicas hacia las estrategias de reducción de
riesgos y daños con criterios de umbral mínimo de exigencia .
De esta manera, esta modalidad no plantea la abstinencia obligatoria de sustancias
como precondición para el inicio y despliegue de un tratamiento y no desestima la
posibilidad de cierta regulación en el consumo.

La oferta diversa y singular de espacios de tratamiento individual, grupal, entrevistas con


familiares, interconsulta psiquiátrica, actividades de talleres, así como espacios para
allegados y familiares está orientada a propiciar las coordenadas de alojamiento en la
transferencia según la lógica del caso por caso. O sea, que el ingreso de los consultantes
en estos dispositivos no configura un camino lineal y predeterminado para todos por
igual, sino que implica una escucha atenta desde el proceso de admisión para localizar-
en la singularidad del uno por uno - sus posibilidades de pasaje por los distintos espacios
del centro o la derivación a otras instituciones, ya, en situaciones de franco pasaje al
acto o psicosis productivas que requieran de un tratamiento de mayor complejidad.

La inclusión de dispositivos colectivos constituye una alternativa que toma en cuenta la


lógica social de los nuevos síntomas pues los pacientes concurren a la institución
convocados por un rasgo de identificación que los unifica bajo la nominación de adictos.

En el recorrido histórico de la práctica institucional del Centro constituye aún un desafío


producir el pasaje de individuos -indivisos- a un efecto de sujeto dividido, en el mejor de
los casos.

1 Le Poulichet, Sylvie .Toxicomanías y Psicoanálisis. Las narcosis del deseo. pág.17.Amorrortu Editores
Argentina. 1990
2 Miller, Jacques Alain “El Otro que no existe y sus comités de ética ”: Seminario en colaboración con Éric
Laurent. Pág.19.Editorial Paidós. Argentina.Año 2005.
3 Miller, Jacques Alain. IV Conferencia de la AMP en Comandatuba “Una fantasía” Año 2004.Traducción
de Graciela Brodsky.
4 Miller, Jacques Alain “El Otro que no existe y sus comités de ética “op.citado págs.310 - 312.
5 Quevedo, Silvia Art. “De psicosis y toxicomanías: un caso particular de montaje adictivo “en Cuerpo y
Subjetividad. Variantes e invariantes clínicas.(compiladores: Donghi, A -Gartland, C.- Quevedo, S)
pág.80.Ed.Letra Viva. Año 2005.
6 Le Poulichet, Sylvie. Toxicomanías y Psicoanálisis. Las narcosis del deseo. Op. citado, pág. 75.
7 “Entretien avec Jean Claude Maleval: Particularité de l’usage de drogues dans les psychoses”, realisé
par Mario Sánchez, Psychanaliste, Centre Monte Cristo.Publ. Ann.Med.Interne 152,suppl.au nº7,pp.
2553-2558. Masson.Paris, 2001.

8 Déglon, Jean Jacques ”Un caso ejemplar: la toxicomanía“ extraído de EL LIBRO NEGRO DEL
PSICOANÁLISIS. Vivir, pensar y estar mejor sin Freud. Bajo la dirección de Catherine Meyer.Paris. Editions
Les Arènes .2005.págs.616-637. Traducción del francés: Edith Guallini .
9 Déglon, Jean Jacques ”Un caso ejemplar: la toxicomanía“ extraído de EL LIBRO NEGRO DEL
PSICOANÁLISIS. Vivir, pensar y estar mejor sin Freud. Bajo la dirección de Catherine Meyer. Paris. Editions
Les Arènes .2005. op. Citado.
* G. Alan Marlatt. Professor of Psychology and Director of the Addictive Behaviors Research Center at the
University of Washington. Ph.D. in Clinical Psychology. Indiana University.
·Bertrand Lebeau. Médecin. Hôpital Saint-Antoine, Paris, et dans un centre de soin spécialisé en
toxicomanie à Montreuil. Président de l'Association Française pour la Réduction des risques liés à l'usage
de drogues. (AFR).
10 Marllat, G. Allan “Reducción del daño. Principios y estrategias básicas en Reducción del daño:
Estrategias pragmáticas para manejar comportamientos de riesgo elevado”. Traducción: Genoveva
Keeney Fernández. C.P.D de Cádiz. Págs. 2-5. Año 1998.
* La metadona administrada por vía oral, con una duración de más de 24 horas, a dosis adecuadas, no
causa ni euforia ni sedación a los toxicómanos dependientes de opiáceos. Déglon , J.J .op.citado
11 Lebeau, Bertrand “La gestión del fracaso” (mimeo).
12 García, Germán “La disputa del mercado de la salud mental “Texto publicado en la revista Ñ
–suplemento cultural de Clarín - 10-9-05. Billinghurst 901 (1174) Ciudad de Buenos Aires. Tel.: 4861-6152
/ Fax: 48637574

El toxicómano, un personaje de la época

Ruth Dayan

¿Por qué se dice que el toxicómano puede ser una de las figuras de nuestra época? ¿En
qué contexto diferente al freudiano podemos incluirlo? ¿Se puede abarcar bajo la misma
nominación los diferentes usos de sustancias? ¿Qué planteo indica Jacques Lacan al
respecto?

Trataremos de atravesar algunos referentes psico-socio-culturales para situar esta idea


del toxicómano como personaje de la época. Para eso me remito al Seminario El Otro
que no existe y sus comités de ética, dictado en conjunto por Jacques-Alain Miller y Eric
Laurent en el curso anual “La orientación lacaniana”, donde J-A. Miller plantea a la
toxicomanía como uno de los síntomas de la modernidad.

Hugo Freda hace notar en este mismo seminario que Lacan nunca habló del toxicómano
pero sí de intoxicación, de toxicomanía, de drogas y experiencias con alucinógenos. De
ahí -sostiene Freda- se deduce la necesidad de inventar al toxicómano, crearlo,
construirlo en el interior de estos términos para luego darle entrada en el psicoanálisis.
Antes de pasar al personaje que es hoy el toxicómano, cabe recordar que en Freud
también estuvo en primer lugar la cuestión relativa al estatuto mismo de la droga. Su
primera advertencia fue la de no confundir la droga con el tóxico. En ese mismo sentido,
basta remitirnos a los trabajos de A. Grossy E. Glover en la década del ´30. Más
exactamente, en 1932, E. Glover plantea que cualquier sustancia puede funcionar como
una droga y extiende la noción de droga a sustancias tóxicas intrapsíquicas como las que
pueden encontrarse en el discurso melancólico ubicando a la droga como
“contra–sustancia-externa” que cura por destrucción.1 ¿ En 1929, Freud en “El Malestar
en la Cultura” anticipaba en la manía una conducta como de alguien embriagado sin que
se haya introducido el tóxico embriagador. Sólo que Freud se quedó en este punto del
lado de la conducta sin anticipar la idea de sustancia que Glover infirió.

En 1935, A Gross plantea la toxicomanía como perteneciente a la psicopatología de la


vida cotidiana existiendo entre ésta y la adicción una diversidad de fenómenos de
transición. De este modo, extiende el campo de las adicciones más allá de acción
química.

Hugo Freda refiere seis consideraciones que indica Lacan acerca de la toxicomanía entre
los años 1938 y 1975. Trataré de sintetizar dichas referencias para establecer una
cronología del estatuto y uso del término toxicomanía.

En 1938, plantea la toxicomanía oral como producto del trauma psíquico -el destete-. La
toxicomanía viene a reconstruir la armonía perdida producida por la experiencia de
separación. Seis años más tarde, en 1946,2 esta idea de separación sigue vigente. Ubica
a la intoxicación orgánica como intento ilusorio de resolución de la discordancia entre el
yo y el ser. En 1960,3 plantea la idea del sujeto como tal, confrontándola con los estados
de conocimiento (del yo) que sugieren una anulación de la división del sujeto y del goce.

Al respecto, Freda concluye que, en esta primera época, la intoxicación en todas sus
formas es tratada como una respuesta no sintomática que intenta anular la división del
sujeto donde se opta por la afánisis en lugar del significante.

En 1966 en “Psicoanálisis y Medicina”, son considerados conjuntamente los términos:


droga y toxicomanía; con el mercado de tranquilizantes y alucinógenos se generan
nuevas nociones acerca del destino de los mismos. Se organizan los usos de diferente
manera y se redimensiona el discurso psicoanalítico, el cual vira en la dirección del goce.
Es un momento donde el producto de la ciencia redefine a la droga y su estatuto cambia
nuevamente.

En el año ’73, en el seminario inédito “Los desengañados se engañan”, la clínica


borromea, clínica de los tres registros, destituye el imperio del significante, y da otro
lugar al tratamiento de lo real y al estatuto de la toxicomanía, Lacan menciona que el
toxicómano queda convertido en una “sustancia ligera”. En las jornadas de clausura de
carteles de la Escuela Freudiana de Psicoanálisis, en el año 1975, se plantea la angustia
frente a la castración. La droga es considerada como lo que permite romper el
matrimonio del cuerpo con el “pequeño pipí”, esto demuestra su éxito, pero el
toxicómano no era definido en esta formulación. Esta aproximación no alcanzaba para
definirlo ni explicar la elección del sujeto por consumir droga.

Eric Laurent en “Tres observaciones sobre la Toxicomanía” advierte: “nada en la


toxicomanía, nos induce a otra cosa que un modo de ruptura con el goce fálico. No se
trata de una formación de compromiso, es una formación de ruptura”.Y en este sentido
es ruptura con lo particular del fantasma.

Para Freda, el planteo del toxicómano como personaje de la época es una cuestión que
tiene que ver con el nombre, una manera de designar una práctica -la toxicomanía- a
partir de la cual se crea un personaje -el toxicómano- que como un personaje más de la
época, quiere probar en su hacer con la droga que el inconsciente no existe. Se trata que
el toxicómano no es un sujeto, que está definido por su práctica, que se autonomina en
el “yo soy toxicómano” para escapar a la función fálica, borrando la dimensión del
género, y que le permite un hacer con el malestar en la cultura. Decir que no es un
sujeto es decir que no está dentro de las leyes del significante, sujeto a las leyes del
inconsciente y por tanto del deseo. En este sentido, la toxicomanía es planteada en el
Seminario El Otro que no existe y sus comités de ética como una nueva forma del
síntoma, ya que define al sujeto por una práctica y no por su síntoma.

En este sentido la figura del toxicómano como un personaje de la época es en sí misma


una forma de clasificación. En nuestro Módulo de Investigación, hemos seguido la
lectura del libro de Ian Hacking que lleva por título una pregunta: “La Construcción Social
de qué?4. Así las diferentes clasificaciones: ya sea adicto, toxicómano se diferenciaría de
las de usuario o consumidor según las variaciones que se hagan desde afuera. Este modo
clasificatorio es expuesto por Ian Hacking como clases interactivas, modificando en el
interior de la clase misma, tanto la conducta como las personas. Decir clase interactiva
es decir una forma de interactuar con la clasificación misma; la clase como tal influye
sobre lo que se clasifica, operando una modificación de la experiencia de los
componentes de la misma, pudiendo ser modificada o reemplazada (desde la institución
por ejemplo). El toxicómano toma el nombre de una clasificación social y a su vez es
agente de esa clasificación. Por ejemplo, puede dejar de incluirse en esa clase, hacer su
propia acción sobre la clasificación denominándose ex -adicto.

Distingue Hacking de la clase interactiva, la clase indiferente donde el objeto clasificado


no se modifica a sí mismo. La sitúa como un modelo social actual de representación.
Podemos decir desde Hacking que la clase de los “quarks” (partícula mínima actual) es
indiferente, ya que los cambios desde fuera de la clase no interactúan dentro de la
misma alterando su comportamiento: el quark sigue siendo el mismo.

Continuando con la idea del toxicómano en su hacer con el malestar en la cultura, Eric
Laurent plantea en El lugar de la Pérdida en la cognición,5 un doble efecto que se
produce en la gran ciudad a partir de la segunda mitad del siglo XX : “Por un lado el reino
de la mercancía, de la publicidad, del signo, sumerge al sujeto en un mundo artificial
creando un espacio social marcado por un efecto de irrealidad, efecto generalizado por
los medios de comunicación y la televisión al que Walter Benjamín llamaba el mundo de
la alegoría”. Laurent lo plantea como una metáfora de la vida.

“Por otro lado, el lugar del artefacto es el lugar de la agresión, de la violencia urbana, de
la agresión sexual, del terrorismo”. El toxicómano es quien encarna con su modo de
consumir ese “artefacto”. Consumo incesante, repetición, pulsión que se traduce en
acto, en experiencias de riesgo producto de una búsqueda de satisfacción que no se
satisface y que no cesa de marcar un destino.

Coincidentemente con el planteo de Laurent, Félix Duque, en el texto “Occidente y la


guerra”6, también trabajado en el Módulo de Investigación sobre “Consumos fatídicos”,
relaciona la desaparición del individuo libre con la expansión universal de un modelo de
subjetividad supuestamente libre sostenido mediáticamente y que no hace más que
conseguir espacios de existencia virtual.

Como consecuencia Duque plantea “la inexistencia de una Singularidad. Lo que retorna
es un espectro del individuo postmoderno que necesita –sin embargo- consumir
incesantemente- como si fuera una naturaleza mantenida en constante reanimación
artificial– para poder lograr una sombra de identidad, para mantener algo de la memoria
propia”.

Duque nombra a esta figura como “un nuevo guerrillero”, figura que viene desde el
exterior, y se transforma en drogadicto tanto por la distribución mafiosa hacia fuera
(mafia como terrorismo organizado) y tomado a su vez por el consumo individual que se
apropia de su interior.

Ese drogadicto definido por Duque como nuevo guerrillero, lejos está de aquel personaje
de la contracultura de los años ´60 que bajo el lema “sexo, drogas y rock and roll” se unía
a un movimiento que prescindía del orden imperante del statu quo.

Nuevamente bajo la lupa las nuevas formas de satisfacción. Nuevas formas del síntoma
en la modernidad que nos enfrentan cada vez más con la responsabilidad de nuestra
práctica, responsabilidad de ser más y más eficaces contra la pulsión de muerte -al decir
de Eric Laurent.7

Nuestro principio a tener en cuenta en la clínica es una orientación en el tratamiento


sobre la posibilidad de una pregunta: “¿quién soy?”, pregunta que en el mejor de los
casos se establecerá para hacer surgir los restos de goce del inconsciente, y por lo tanto,
un efecto de sujeto.

Lejos del enfoque reduccionista de Jean-Jacques Déglon,8 quien considera que sólo es
posible para el tratamiento de esta “enfermedad” (así define a esta práctica) la
prescripción médica de psicofármacos, la apuesta del psicoanálisis de orientación
lacaniana será sustituir los valores de goce de la práctica toxicómana por un valor de
sentido. Habrá que considerar el uno por uno de la singularidad para poder establecer
una diferencia. Notas bibliográficas:

1 Silvie Le Poulichet: Toxicomanías y psicoanálisis. Las narcosis del deseo. Amorrortu. Buenos Aires, 1990,
pág. 155.
2 Jacques Lacan: “Acerca de la causalidad psíquica” en Escritos 1. Siglo XXI. México, 1984.
3 Jacques Lacan: “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano” en Escritos
2. Siglo XXI. México, 1984.
4 Ian Hacking: La construcción social de qué. Paidós. Buenos Aires, 2001.
5 Eric Laurent: Lost in cognition. El lugar de la pérdida en la cognición. Colección Diva Buenos Aires,
2005, pág.128.
6 Félix Duque: “Occidente y la Guerra” en revista Descartes n° 17, El nuevo pensamiento español.
Anáfora editora. Buenos Aires, nov. 1999, págs. 37-62.
7 Eric Laurent: Conferencia en Del hacer al decir en la clínica de la toxicomanía y el alcoholismo. II
Jornadas del Instituto del Campo Freudiano, 23 de Julio de 1996 (Ficha Biblioteca del Centro Descartes)
8 Jean-Jacques Déglon: “Un caso ejemplar: la toxicomanía” en El libro negro del psicoanálisis. Vivir,
pensar y estar mejor sin Freud. Bajo la dirección de Catherine Meyer. Con Mikel Borch-Jacobsen / Jean
Cottraux / Didier Pleux / Jacques Van Rillaer. Editions Les arénes. París, 2005, cap. 5, págs. 616-637.
(Trad.: en Biblioteca del Centro Descartes).

Bordes de la neutralidad analítica

M. Ofelia Scoccimarro

Jean Jacques Dèglón en un apartado titulado “Un caso ejemplar,.la toxicomanía “


perteneciente a “El libro negro del psicoanálisis. Vivir, pensar y estar mejor sin Freud “
(1), focaliza su ataque al psicoanálisis respecto al tratamiento de las toximanías haciendo
una crítica, entre otros, del concepto de neutralidad analítica.

Sabemos que este es un concepto freudiano que aparece en textos tales como
“Psicoanálisis y telepatía” (1921) “Consejos al médico en el tratamiento analítico” (1912
) y en “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia”(1915). Textos fundamentales
acerca de la técnica analítica y en los que intenta cernir cuestiones relativas a la posición
del analista en la cura en sus palabras: “la norma de conducta más acertada del médico
para el psicoanálisis”. En “Consejos al médico” advierte acerca de poner en juego la
propia individualidad con el riesgo de abandonar el terreno psicoanalítico y agrega “
aproximarnos al tratamiento por sugestión”..en el caso de aparecer “cierta tendencia
afectiva” desviándose hacia el que llama una “técnica afectiva.”

Deglon al comienzo del apartado responsabiliza al psicoanálisis de ser el causante de la


muerte de miles de individuos por haber puesto resistencia a tratamientos eficaces
“enceguecido por sus teorías todopoderosas”.

En su crítica refiere a la versión standart de la neutralidad analítica propia de la IPA, en la


que se renuncia al acto en nombre de un ideal del cómo ser neutro. Critica aceptable,
con la salvedad de que en su lugar propone para el tratamiento de heroinómanos lo que
Freud denominó como “técnica afectiva o por sugestión” ... si bien sabemos que en el
tratamiento con adictos puede haber usos de esta posición.
En el apartado titulado “El problema de la neutralidad indulgente”, dice lo siguiente: “ La
doctrina psicoanalítica ortodoxa obliga a los terapeutas a mantener una estricta
“neutralidad indulgente” y de evitar toda toma de posición, todo prejuicio o juzgamiento
(...) me llevó mucho tiempo extirparme los principios psicoanalíticos y sacarme la culpa
por protestar, expresar mis sentimientos, de atreverme a los gestos de afecto y empatía”
(...) “vivimos por los motivos invocados más arriba un desencadenamiento de violencia
por parte de los pacientes que no soportaban más nuestra neutralidad indulgente.”

Una primera cuestión a considerar sería quizás ¿Dé qué psicoanálisis habla? Argumentar
sin tomar en consideración el hecho de que bajo el significante psicoanálisis, y aún
dentro de la llamada orientación lacaniana, existen un pluralización de orientaciones,
que difieren en su teoría y práctica, invalida y desmorona su argumentación desde su
base misma .

Resituar esta cuestión por ej. nos pone frente a una dentro de la clínica de la orientación
lacaniana nos pone frente a una conceptualización que dista mucho de una clínica sujeta
a una standart o una posición ortodoxa. y de reducirse a la interdicción de no mostrar
gestos de afecto y empatía.

En La dirección de la cura (1958) el concepto neutralidad cobra un sentido


absolutamente distinto con una indicación clínica muy precisa : la subversión del sentido
en contraposición a la comprensión, es decir , la adjudicación de un sentido por parte
del analista al discurso del paciente :

“Que es la neutralidad del analista sino justamente eso, esa subversión del sentido.... “.

En el mismo texto Lacan también nos orienta respecto a lo que él llamo “la vacilación
calculada de la neutralidad.” Y advierte acerca de los riesgos que toda maniobra o acto
del analista en el terreno transferencial conlleva, en el sentido de ser algo del orden de
una apuesta del analista, que implica estar advertido de su posibles efectos,cito:

“La vacilación calculada de la neutralidad puede producir el enloquecimiento del


analizante o la ruptura del vínculo analítico” y lo compara al salto del león.

En 1955 su referencia al malentendido fundamental también va en el mismo sentido :


...“Partan del malentendido fundamental . En el momento en que han comprendido, en
que se han precipitado a tapar el caso con comprensión siempre es el momento en que
han dejado pasar la interpretación que convenía hacer o no hacer” (2)
Deglon sugiere como indicación clínica en el tratamiento con adictos a la heroína que el
analista se ubique en el lugar de padre ideal para colmar una supuesta falta de amor de
los padres, que habrían sufrido todos,(la técnica afectiva de la que Freud ya advierte en
textos de 1912) , que evitaría gestos de violencia y simplificaría la relación transferencial.

Considero que esta argumentación y sus consejos se contradicen ampliamente con la


complejidad de los avatares transferenciales que, la experiencia de las curas evidencian.

Por otro lado, vemos que ser el padre ideal de estos pacientes deja entrever su propio
fantasma jugando ahí su partida y la psicologización del heroinómano encuadrado en un
cierto perfil, en este caso la supuesta falta de amor de su padres y quedando reducida la
transferencia a una relación dual imaginaria, con los riesgos que esto conlleva.

En el artículo “El principio de la abstinencia en la perspectiva lacaniana” (3) Adriana


Testa subraya las relaciones neutralidad – transferencia, cito:

“Qué hacer” “Cómo actuar con el propio ser” son las preguntas propias de la dirección
de la cura que caen con todo su peso sobre las estrategias de la transferencia”.
Cuestiones que Lacan despliega en la Dirección de la Cura, centrada en el problema del
ser del analista.

Así por ejemplo Sylvie Le Poulichet basada en una larga experiencia en el tratamiento
con estos adictos sienta una posición diferente a la Deglon en el texto “Toxicomanías y
Psicoanálisis. Las narcosis de deseo”(4) que evidencia la gran complejidad del
establecimiento de la relación transferencial y un enfoque en el que la singularidad del
caso es central.

Considera que en el encuentro entre tal analizado y tal analista se despliega un campo
transferencial singular que impide contemplar la existencia de una tranferencia tipo que
caracterizaría a estos pacientes y en relación a la cual se podría prescribir un modelo de
reacción del analista. Cito:

”...aquí tendríamos más bien la aniquilación de todo proyecto posible de análisis desde
el momento en que el clínico se fijaría en un rol predeterminado que reduciría la cura a
una lucha imaginaria”.
Deglon muy por el contrario sugiere como indicación en el caso del tratamiento de
pacientes adictos a la heroína que el analista se ubique en el lugar del padre ideal ,
sugiere , dice textualmente:

“ la necesidad de actitudes cálidas y de protección cómo se podría esperar de padres


ideales”.

Poulichet contrariamente a una actitud no comprometida y pasiva considera por eje. A la


etapa previa al afianzamiento de un vínculo transferencial como “una verdadera
experiencia creadora” .

Lejos de proponer en su intento de fundar una clínica psicoanalítica de las adicciones al


psicoanálisis como una “teoría todopoderosa” (tal como opina Deglón) aclara que su
trabajo sólo se puede realizar como en los “límites de la cura”.

Sabemos que Freud y en continuidad con su pensamiento acerca de las adicciones,


autores como Gross y Glover (5) o autores contemporáneos como Guidens (6 ) subrayan
a la compulsión como “ la fuente de donde surge la necesidad imperativa del mismo” y
que Freud advierte que “ los resultados serán siendo efímeros”, mientras el médico no
se ocupe de la satisfacción en juego , o sea que es el goce el que actúa como agente.
Cuestión que aparece en textos tales como “Tres ensayos para un teoría sexual” (1905),
en relación al autoerotismo y en “Dostoyesky y el parricidio” (1927), en referencia a la
pasión compulsiva por el juego y que además en 1897 en una carta a Fliess ubica a la
adicción como una sustitución del primer y gran hábito de la masturbación.

No obstante es necesario no olvidar que la heroína, ubicable dentro de la familia de los


opiáceos , es considerada dentro de la clasificación propuesta por J.A. Miller (drogas de
la alineación y de la separación) como droga de la separación en el doble sentido de una
absoluta ruptura con el Otro y de llevar a la separación de la vida, llevar a la muerte. O
sea que la fórmula general propuesta por Miller en 1997 para las adicciones: “un goce
que no pasa por el Otro” (7), parece en este caso encontrar una referencia precisa .

Ciertamente el psicoanálisis se enfrenta aquí con una cura en los límites pero
seguramente no han de ser las recetas simplistas dadas por Déglon las que resuelvan las
dificultades y avatares transferenciales de una cura con toxicómanos.

Notas bibliográficas
(1) Déglon, Jean J.;”Un caso ejemplar. La toxicomanía” en: El libro negro del psicoanálisis .Vivir, pensar y
estar mejor sin Freud”. Les arènnes, París,2005, pag.616-637.
(2) Lacan,J., El Seminario, Libro 3,Laspsicosis ,Paidos, Barcelona,1981.
(3) Testa, Adriana: “El principio de la abstinencia en la perspectiva lacaniana” en: Más allá de la
neutralidad analítica Colección orientación lacaniana, EOL Grama, 2004.
(4) Le Poulichet,Sylvie; Toxicomanías y psicoanálisis. Las narcosis del deseo , Amorrortu, Bs. As.,1990.
(5) Glover, Edward; “Etiología de la drogadicción” (On the aetiology of drug-addiction), en : International
Journal of Psichoanálisis ,Vol.XIII, Londres,1932. Traducción: Marcela Almanza y M. Ofelia Scoccimarro.
En ficha para consulta en Biblioteca del Centro Descartes.
(6) Guiddens,A.; La transformación de la intimidad, Cátedra, Madrid , 1995, pag.72.
(7) Miller,J.A. y otros;El síntoma charlatán, Paidos, Barcelona, 1998.

El mercado actual de las adicciones

Félix Chiaramonte

Para comenzar les diré que mi trabajo en tratamientos en adicciones está delimitado por
la tarea que he desarrollado, primero en una comunidad terapéutica (C.T.), desde una
repartición estatal, en un servicio de internación para adolescentes que son adictos o
han abusado del consumo de drogas, y luego como parte de un equipo que coordina la
asistencia en instituciones del estado y en ong´s que tienen convenio de prestaciones
con este organismo público. Este servicio se incluye en un Programa de Asistencia con
áreas de atención residencial y ambulatoria, y espacios para la investigación. Una
asistencia que trabaja la confluencia de minoridad y adicciones, o si se prefiere,
adolescencia y toxicomanías, lo que implica pensar en intervenir desde las políticas
públicas en cuestiones influidas por discursos y prácticas hegemónicas. Chicos
deteriorados física y psíquicamente con historias familiares quebradas, referencias
sociales fragmentadas, y profundamente marginales. Marginales al circuito productivo
formal de esta sociedad; adictos en un sentido no sabido de esclavitud obediente al
mercado de las drogas, al circuito de redes delincuenciales, a los sistemas de represión
policial, y a los intentos institucionales de las políticas humanitarias de reinsertarlos en
esa sociedad que los rechaza.

En principio, mi orientación en este tipo de instituciones ha estado en consonancia, con


la posición de Sigmund Freud en “Los caminos de la terapia psicoanalítica”, de 1918, en
donde promueve la creación de instituciones con tratamientos gratuitos para los
sectores populares más postergados, sumando a la ayuda psíquica la ayuda material.

Un breve artículo de Germán García, plantea desde su título, la aparición del Libro Negro
del psicoanálisis como parte de una disputa por el mercado de la salud mental. Allí dice:
“El mercado de la salud exige que las terapias sean breves y produce un marketing de la
eficacia autoproclamada...”. Y en el párrafo siguiente: “Las ciencias cognitivas no tienen
ninguna práctica terapéutica y lo que se llama psicología cognitiva suele tomar sus
procedimientos del psicoanálisis”( ). Afirmación esta última que descubre a todos los
que caminan por el psicoanálisis, desvían en el conductismo, y mueren en el
adiestramiento.

Tomando la presión política que realiza Jean-Jacques Déglon en el mencionado Libro


Negro contra el psicoanálisis en su tratamiento de las adicciones, trataré de tomar
detalles del mercado actual de los tratamientos de las adicciones, para discernir:

1) ¿Existe un mercado que intenta ser regulado por especialistas?

2) ¿A qué sujeto se dirigen, qué tipo de políticas sociales y clínicas promueven?

3) ¿Existe un ataque al psicoanálisis en el mercado actual de los tratamientos a las


adicciones?

Hace un año presenté un trabajo en el Colegio de Psicólogos de San Isidro, en el que


mencioné a los especialistas de las adicciones: los adiccionistas. Neologismo que creí
original, y que me parecía condensar dos lugares: el partidario de la existencia de las
adicciones (desde la lucha, la prevención, la asistencia), y el que, para sostenerse con esa
existencia, acciona la caja registradora adicionando las sumas que ello le provee. Grande
fue mi desilusión al comprobar por Internet, que ese término ya existía. Alguien lo había
inventado, pero creo ser el primero en acercárselos a ustedes, parafraseando a
Macedonio Fernández. Pues bien, adiccionistas es un término que tiene al Dr. Saúl
Alvarado, de Panamá, como un convencido de lo siguiente: “...como médico, debo decir
que toda recuperación debería comenzar con una evaluación, realizada por un médico
adiccionista, o profesional entrenado en el área de la adiccionología. Y esto no lo digo
para hacernos propaganda, sino porque así se hacen las cosas en medicina. El cardiólogo
examina y sana el corazón. El traumatólogo, se enfoca en los huesos y articulaciones. El
ginecólogo en la salud reproductiva de la mujer. Pues en las adicciones, los profesionales
idóneos son los adiccionistas. Preferiblemente un médico adiccionista, también existen
psicólogos adiccionistas, trabajadores sociales adiccionistas, enfermeras adiccionistas y
consejeros o técnicos especialmente formados en el tratamiento de las adicciones” (2) .
Suficiente para toda Latinoamérica, sus consejos, que no son propaganda como él dice,
sino todo lo contrario, agrega: “al final de cuentas, la negación es un fenómeno humano
y no exclusivo de los adictos. Lo que pasa es que en el adicto el sistema de negación,
llamado también sistema delusional, se hipertrofia y crece, para sostener una mentira,
que se convierte cada día en algo más difícil de creer...”
Podría responderle al Dr. Alvarado que lo difícil de creer es que exista alguna verdad en
esta explicación del sistema de negación de un adicto, que crece como si fuera un tumor
maligno.

Retomando el término del entonces autodenominado adiccionista, me propongo


analizar en forma no exhaustiva, sino tomando detalles y fragmentos de las opiniones y
textos de algunos especialistas.

El Lic. Souza, de la Fundación Aylén, escribe en el diario La Nación el 26 de octubre de


2005, un artículo: Drogas en la cárcel, un tema candente. Desafortunada metáfora, para
comentar la muerte por el fuego de 32 personas en la cárcel de Magdalena, que
murieron en el incendio producido a partir de un motín. Su primera frase dice: “El
trágico saldo del motín ocurrido en la cárcel de Magdalena revela que nuevamente
llegamos tarde”. La pregunta es quiénes. Allí va: “...Un elemento poco tenido en cuenta
es el consumo de drogas en la población carcelaria... El 70% de la población carcelaria es
adicta o consume algún tipo de sustancia psicoactiva, lo cual es la punta de un iceberg
que esconde otras realidades...” “...Según cifras de la Secretaría de Derechos Humanos
Bonaerense (SDHB) “mensualmente se distribuyen 269.544 pastillas, la mayoría de ellas
derivadas de benzodiacepinas, en las cárceles de la provincia de Buenos Aires, donde
hay alojadas poco menos de 25.000 personas. Estos datos no incluyen las mezclas
explosivas con alcohol etílico, cocaína o marihuana que hacen los propios internos. Es un
factor, pero todos los que trabajamos en el área de las adicciones sabemos que amplifica
las condiciones para que se produzca” “...Hay ejemplos que dan cuenta de un cambio en
el abordaje del tema de la adicción en las cárceles”, continúa y así publicita un ejemplo
de una ong española.

El final es una joya contable y una verdadera ganga para cualquier gobernante:
“...Actualmente, un interno en una cárcel le cuesta al Estado 3500 pesos mensuales. El
tratamiento con la modalidad de comunidad terapéutica tiene un valor de 1700 pesos
mensuales, dependiendo de la complejidad del programa.”

La situación, que en su momento fue analizada por la complejidad de los factores que
intervinieron en esa tragedia, por ejemplo por especialistas del tema carcelario como
Elías Neuman, fue llevada al reduccionismo extremo por este referente de las
adicciones. En lo anteriormente citado, parte de premisas tales como “todos los que
trabajamos en adicciones sabemos que (la droga) amplifica las condiciones (de
violencia)”, por lo cual no considera que también se podría tener la hipótesis contraria,
que la violencia carcelaria es mantenida a raya, en forma deleznable, con las drogas que
se le suministran a los reclusos, y que por ello se entiende cómo no hay motines todos
los días en las prisiones de nuestro país.

Asimismo, Souza cita en su página web (3) a Andrea de Dominicis, un psicólogo italiano
responsable del Centro Italiano de Solidaridad, señalado como instituto pionero en el
tema en su país y consultor de la ONU, quien dice en otro reportaje que considera a la
drogadependencia como un fracaso de la adaptación, y que se trata de dejar las
respuestas conocidas y aprender otras nuevas. Aquí tenemos a alguien que habla de
desaprender y aprender el lenguaje de la psicoeducación de las comunidades
terapéuticas, que se sostiene actualmente en esos ámbitos, y que a pesar de la
oposición de Déglon a las comunidades, por el desconocimiento de la neurobiología y las
medicinas sustitutivas, están coincidiendo en su planteo cognitivo-comportamental.
Similar es el planteo que hace Déglon cuando dice que el trabajo psicoterapéutico de
tipo cognitivo-comportamental debe reemplazar a los enfoques analíticos.

El mercado orienta ofertas similares, pues hay quienes leen en vez de La Nación, al gran
diario argentino Clarín. Tal es el caso del libro Comunidad terapéutica cerrada. Una
encrucijada, una salida, (4) del compilador José Rshaid, fundador y director de la
Asociación Civil Casa del Sur, que retoma en uno de sus capítulos a cargo del Lic.
Lavorato, los títulos del 23 de junio de 2004 y del 11 de diciembre de ese mismo año:
“Reclamo al gobernador bonaerense: la Corte pide que se evite la fuga de menores”, y
“Datos de la Corte bonaerense: en noviembre se fugaron cinco menores por día en la
provincia”, en ese punto confunde la función de los magistrados de la Corte en el título,
pues escribe: “acerca de la necesidad social de derivación a la comunidad terapéutica
cerrada”.
La argumentación en este libro es por momentos desconcertante, por ejemplo en la
introducción, Rshaid señala: “...¿es éticamente posible hablar de Comunidad Terapéutica
en un tratamiento compulsivo? No tendremos duda en esta respuesta. Es
absolutamente ético dado que esta falta de libertad (sólo edilicia) está al servicio de una
libertad esencial que es la que sobrevendrá en la conciencia de quien deje de consumir.
Por otro lado salvo lo edilicio, todo el resto de las herramientas y esencialmente la
filosofía que sustenta a la C.T. sigue respetándose y aplicándose a una comunidad
terapéutica cerrada...” y luego no deja de aclarar: “es menester dejar en claro que nada
más lejos de lo represivo es la forma de trabajo en comunidad terapéutica cerrada y en
este punto vale la pena aclarar que la comunidad terapéutica tradicional sí tenía en sus
primeras herramientas una concepción de trabajo que limitaba muy peligrosamente con
el accionar represivo...”.

Por un lado toma como esencial la filosofía de la comunidad terapéutica, y por otro lado
dice que esa misma concepción limita peligrosamente con lo represivo.

Además, Rshaid, dedica un capítulo para explicar por qué no se les da psicoterapia
individual desde el comienzo de la internación a los pacientes. Su título es: “Apuntes
para una discusión entre lo individual y lo grupal en el ámbito de las comunidades
terapéuticas”. En su punto 12 dice: “...la psicoterapia individual en las comunidades
terapéuticas (sobre todo si estos son los inicios de tratamiento) repiten un modelo
patológico del adicto fusionado con el objeto adictivo.”. Y atención psicoanalistas, cito:
“Un lugar de goce que impide la diferenciación y el recorte del sujeto...El lugar del saber
es el del vínculo individual sacándole a la comunidad terapéutica su máxima
herramienta que es el saber grupal como herramienta y motor de la cura” . El autor
postula que lo grupal es esencial a la definición de comunidad y advierte que no debe
confundirse con una instancia masificante. Tal vez su proyecto es simplemente
economizar en psicoterapeutas individuales.

Decir que “es el paciente quien pedirá la atención individual en el momento que así lo
considere y no la institución la que lo impondrá” es una impostura, puesto que de hecho
se trata de prácticas conductistas, que por momentos apelan a un pseudo lenguaje
psicoanalítico: la demanda, desarticulada de cualquier conceptualización de síntoma o
transferencia, es lo que organiza esa práctica. Es decir psicoterapia para el que la pide; lo
que queda sin decir es que, los que llegan a internarse, es difícil que pidan algo que la
misma institución no está dispuesta a darles.
Otros referentes actuales, atentos al cambio del mercado de los tratamientos, no dudan,
luego de militar en la abstinencia de las drogas durante años, en decir que sus
tratamientos de tipo ambulatorio incluyen la estrategia de la reducción de daños. Esto
es, agregar de una manera directa los avances de cierto pragmatismo y las modas del
discurso progresista, a la permanencia en las ofertas de tratamiento de las adicciones.

Las comunidades terapéuticas han surgido en la Argentina, como en otros países,


contribuyendo a dar respuestas a un vacío de políticas sociales hacia las adicciones, en
mayor grado a las drogas ilegales y al alcohol, desde hace algunas décadas. Es por eso
que es necesaria la presencia de instituciones que le den lugar a miles de jóvenes que
son segregados y que no encuentran lugar para habitar y existir como ciudadanos. La
esperanza es que encuentren en esos espacios, lugares para rehacer una historia
singular, y no para la domesticación como mano de obra barata.

Tanto el modelo Daytop norteamericano, como el Proyecto Uomo italiano, permitieron


la entrada de programas comunitarios de rehabilitación, con un fuerte sesgo
conductista. La incorporación de profesionales a los equipos, fue cambiando las
características de cada institución, y eso dio lugar a otras combinaciones.

Los organismos estatales con el Cenareso (Centro nacional de reeducación social) desde
los años ‘70, y con la Sedronar (Secretaría de prevención de la drogadicción y lucha
contra el narcotráfico) desde 1989, impulsaron políticas públicas distintas, que a mi
criterio han tenido en el primer organismo una dirección más sanitaria debido a su
dependencia del Ministerio de Salud nacional. Respecto de la segunda repartición, los
subsidios otorgados en la década del ’90, propiciaron la existencia de organizaciones no
gubernamentales en donde hubo algunos especialistas que querían gobernar. Es así
como no he citado a algunos representantes de las mismas que han sido funcionarios de
distintos gobiernos. Por ejemplo, Ricardo Grimson, o Juan Alberto Yaría, que han pasado
del psicoanálisis a la especialidad de las adicciones para dedicarse a decir cómo es la
vida con valores positivos, sin drogas y con presupuestos estatales a los que siempre hay
que criticar por escasos. Grimson, respecto de la cocaína, dice que Freud fue uno de los
primeros que la recomendó para anestesias periféricas, que después no cumplió con sus
mandatos (...!) y que la usó para otras cosas. (5). Sin comentarios. Yaría afirma: “Las
drogas tienen mucho que ver con el aumento de las violaciones, los suicidios y los
trastornos psiquiátricos. Singularmente la anomia, que produce en tropel discapacitados
sociales, agota también los presupuestos públicos al generar en masa criminalidad,
enfermos crónicos, atemorizar las relaciones sociales en ciertos barrios que funcionan
como ghettos marginales y en ir creando una subclase de ‘mutantes’ que obsesionará a
la sociedad durante décadas.” (6) . Las drogas como causa de la inseguridad. Premisa
falsa para concluir en un llamado a especialistas interesados.

Otros referentes, que solamente han sido funcionarios y no voceros de ong´s, como el
Lic. Claudio Mate, sostienen que la pelea debe darse con las compañías cerveceras que
promueven el consumo abusivo. Es probable, pero se confunde, al criticar al
psicoanálisis como si no fuera importante la escucha de cada persona que acude a los
servicios de atención en adicciones, comparado con la gran lucha que dice tener con las
empresas del rubro bebidas alcohólicas.

Retomaré una cita del curso El Otro que no existe y sus comités de ética dictado por
Jacques Alain Miller con la colaboración de Eric Laurent; allí, Hugo Freda (invitado a
exponer en una de las clases) plantea lo siguiente: “En los casos de toxicomanía se ve
cada vez más la incidencia de los grupos de ex toxicómanos que se juntan e inciden
directamente en la distribución misma, el presupuesto. Estos quieren estar presentes en
las grandes manifestaciones, científicas o no, para hablar como grupo que refiere
patologías, prácticas. Si bien teóricamente ya no tienen la práctica de la droga,
conservan el saber sobre ella y para salvaguardarlo hacen este tipo de asociaciones.” (7)

Entonces: la pelea por el mercado de la salud mental de las adicciones necesita de:
especialistas, en virtud del modelo médico que organiza separando las partes del cuerpo
con la técnica que corresponde a esta ciencia,

eficientes, que no vacilan en acercar sus precios para los gobiernos, pues salen más
baratos que las cárceles,

expertos, pues hace más de tres décadas, se dedican al tema para mejorar el panorama
de la drogadicción en el país,

estadísticos, pues extraen números de cada problema para plantear la necesidad de


políticas públicas que puede llegar a interpretarse como búsqueda de subsidios a las
fundaciones y a las asociaciones civiles sin fines de lucro.

Las respuestas sociales y terapéuticas que se ensayan, por parte de estos especialistas,
son parte de estrategias para sobrevivir en el mercado, y de ninguna manera intentos de
comprender el fenómeno, mucho menos de acercar la posibilidad de escuchar a cada
sujeto en lo que dice. Se promueve la estigmatización y la domesticación a través de los
síntomas sociales, en este caso las adicciones.

Es decir que frente a las preguntas planteadas tenemos especialistas que tratan de
moldear sus ofertas en relación a lo que plantean los medios masivos de comunicación,
y tomando en cuenta a los gobiernos de turno, o sea, más rígidos y abstencionistas con
la derecha, y más transparentes y reductores de daños con uno de tinte progresista.

Respecto del tipo de sujeto al que se dirigen, respondo que es al homo sacer del que
habla Agamben y que es citado por Slavoj Zizek en El homo sacer como objeto del
discurso de la universidad, en donde dice que “el ser humano es reducido a la vida pura
y simple, a un homo sacer en tanto objeto disponible del saber especializado que lo
toma a su cargo...” (8) De esta manera el sujeto está marginado por su situación social y
psíquica de dependencia, al cual le proponen y obligan, si es necesario, a someterse a un
programa conductual, parecido al tratamiento Ludovico de la película. La naranja
mecánica.

En relación al ataque de estos referentes del mercado del tratamiento de las adicciones
hacia el psicoanálisis, se trata en estos casos de la ignorancia absoluta de lo que plantea
esta práctica, o bien de la falta de enfrentamiento con el psicoanálisis, por la inclusión
ecléctica de argumentos desordenados y desarticulados, provenientes de la Psicología
del yo y de lecturas oportunistas de la obra de Freud.

Ubicar las condiciones de parte del mercado actual implica no desconocer el esfuerzo de
algunas comunidades terapéuticas que han reformulado sus planteos iniciales, con
investigaciones y cambios en los equipos con el fin de aggiornarse, y que han dado a los
psicoanalistas dentro de la institución una oportunidad para la escucha de cada sujeto,
en un marco organizado para la convivencia en comunidad, mientras dura la internación.
Por otro lado, las políticas públicas estatales se han mostrado insuficientes y
desarticuladas.

Para finalizar, coincido en que una política en esas instituciones, tiene que ver con lo que
recomienda Eric Laurent cuando sostiene: “sea cual sea la institución, el desafío
planteado al psicoanálisis es el de mostrar cómo hacer un uso más civilizado del
significante amo. Un uso que no empuje ni a la identificación con el padre-amo, el que
haría la ley, ni con la utopía de una realidad psíquica que dejaría de lado a cualquier
significante amo. (...) El uso que conviene de la interpretación analítica en una
institución es el que sabe oponerse al goce segregador que relega, que separa , que
abandona , que ya no escucha las llamadas del sujeto” (9) .

Bibliografía:

Germán García, Actualidad del trauma, Ediciones Grama, Buenos Aires, 2005.
Jacques-Alain Miller (Seminario con la colaboración de Eric Laurent,) El Otro que no existe y sus comités
de ética, Ed. Paidós. Buenos Aires, 2005 .
Eric Laurent, Hay un fin de análisis para los niños, Ed. Diva, Buenos Aires, 1999.
Sigmund Freud, “Los caminos de la terapia psicoanalítica” en Obras Completas, Tomo III, Biblioteca
Nueva. Madrid, 1981.
Jacques Lacan, El Seminario, Libro 17, El reverso del psicoanálisis, Ed. Paidós, 1992.
Germán García, “La disputa por el mercado de la salud mental”. Nota de la Revista Ñ, Buenos Aires,
sábado 10 de septiembre de 2005, pág. 5.
Saúl Alvarado, en página web www.alcoholinformate.mx.net .
Carlos Souza, en página web de www.aylen.org.ar .
José Rshaid (Comp.): Comunidad terapéutica cerrada. Una encrucijada, una salida. Páginas 41, 95. Ed.
Dunken. Buenos Aires , 2005.
Ricardo Grimson , entrevista “Tres décadas en la droga: contextos y diferencias” en Perspectivas
sistémicas, en página web de www.redsistemica.com.ar.
Juan Alberto Yaría , “Default humanístico. Anomia”, en Perspectivas sistémicas, en página web de
www.redsistemica.com.ar.
Jacques-Alain Miller (Seminario con la colaboración de Eric Laurent,) El Otro que no existe y sus comités
de ética, página 316, Ed. Paidós. Buenos Aires, 2005.
Slavoj Zizek: “El homo sacer como objeto del discurso de la universidad” en Jacques Lacan Psicoanálisis y
política, Página 47, Ed. Nueva visión. Buenos Aires, 2004.
Eric Laurent: “El lugar del psicoanálisis en las instituciones” , en Informes al Primer Congreso de la
Asociación Mundial de Psicoanálisis, página 143, Barcelona 1998, publicación de la EOL, Buenos Aires,
1998.

Terapias eficaces en las conductas adictivas

Daniela Rodríguez de Escobar

Se acusa al psicoanálisis de no ser eficaz en el tratamiento de las “conductas adictivas”,


se le oponen entonces una serie de terapéuticas “eficaces” definidas como “cuidados
médico-psicosociales para pacientes con ‘conductas adictivas’”, expresión, esta última,
en la que se incluye, no sólo la drogadicción y los trastornos de la alimentación, sino a
los jugadores patológicos, los ciber dependientes, los adictos al deporte, al trabajo, al
sexo, etc. etc… Parece ser, que existen argumentos fuertes a favor de una noción de
adicción en sentido amplio, que los reúne a todos.

Las preguntas que surgen entonces, son: ¿El significante que los une, es “la adicción”?
como leía por allí, un asesino serial ¿sería también simplemente un adicto y su droga el
placer de matar? ¿Todos requieren el mismo tratamiento en etapas preestablecidas?
Quizás ¿para saber si uno es adicto o no bastaría responder una serie de preguntas que
permitirían autoevaluarse?

¿A qué se llaman “terapias eficaces”, cómo intervienen y qué efectos producen?

Para responder a esa pregunta, durante dos años, existió en el Departamento de


Psicoanálisis del Centro Descartes un módulo de investigación que se ocupó de leer
sobre éste tema desde el lugar de la intervención.

En el caso de las drogodependencias, que es el tema que nos ocupa hoy, los programas
de tratamiento que se proponen, son eclécticos, tanto en la teoría como en la práctica e
incluyen programas en doce etapas, educación, terapia familiar, grupos de apoyo,
farmacoterapia y otros muchos.

Un abordaje terapéutico integrado que trata de abarcar toda la complejidad biosocial de


los consumidores problemáticos, incluyendo las intervenciones de índole informativa.

Se trata de buscar tratamientos rentables y beneficiosos. Encontrar la relación coste /


beneficio adecuada.

Ante un ofrecimiento tan amplio, me decidí por la farmacoterapia y la psicoterapia


cognitivo conductual, ya que son las nombradas como de elección en el artículo de
Jean-Jacques Déglon “Un caso ejemplar de toxicomanía” publicado en El libro negro del
psicoanálisis. Vivir, pensar y estar mejor sin Freud.

Dentro de la farmacoterapia son varias las drogas que se usan, pero elijamos una de las
más nombradas, por lo menos en el citado artículo: la metadona, indicada para los
consumidores de heroína.

Su uso parte de la afirmación, de que en estos casos, gran parte del problema, reside en
el hecho de que numerosas causas genéticas y biológicas explican las afecciones
psíquicas que se observan en los toxicómanos y estos nuevos conocimientos en genética
y neurobiología serían los que sacuden la “certidumbres terapéuticas del psicoanálisis”,
según palabras de Jean-Jacques Deglon.

Esta droga, fue descubierta en los años ‘40 y en su relativa corta historia, pasó de ser de
un fármaco indeseable a uno providencial, gracias al apoyo de los terapeutas y
compañías farmacéuticas que la producen.

Recordemos que fue usada como analgésico por el ejército alemán durante la segunda
guerra mundial y finalmente rechazado dicho uso por considerarlo peligroso, el informe
sostuvo que era una verdadera “cárcel química”. Los programas de mantenimiento con
metadona pueden tener una duración indefinida.

Escohotado, en su guía de drogas, dice que la metadona, sólo parece ser útil para
abandonar el hábito de opiáceos naturales sin sufrir de inmediato una reacción de
abstinencia y por otro lado, mantener un hábito sin estigma social.

Bien. En cuanto a las terapias cognitivo comportamentales conocidas como TCC, son
consideradas, combinadas con tratamientos médicos, superiores a otros métodos
psicoterapéuticos, ya que en dichas terapias el paciente se siente más comprometido
con su abstinencia.

Antes de continuar, es importante recordar que no hay que confundir la cognición a la


que hacen referencia estas terapias con la cognición que compete a las llamadas
“ciencias cognitivas”.

Estas terapias no se oponen a los programas farmacológicos o los en doce etapas usados
como complemento. Se las considera como las que producen mayor “autoeficacia” y
respuestas de afrontamiento y como consecuencia, menor posibilidad de recaída.

Se definen como un sistema de psicoterapia que intenta reducir las reacciones


emocionales excesivas y las conductas contraproducentes, mediante la modificación del
pensamiento erróneo o defectuoso y las creencias desadaptativas que subyacen a estas
reacciones.

Supone un trabajo de “colaboración” terapeuta / paciente, basado en la confianza y en


preguntas abiertas, se trata de un tratamiento altamente estructurado y centrado en el
problema.
Usan una combinación de técnicas cognitivas y conductuales. Las primeras, tratan las
creencias relacionadas con las drogas y los pensamientos automáticos que contribuyen a
los impulsos de consumir. Por ejemplo: análisis de ventajas y desventajas, identificar y
modificar las creencias asociadas con la droga, registro diario de pensamientos, etc.

Las conductuales, por su lado, se centran en enseñar al paciente habilidades que les
permitan tratar con situaciones de alto riesgo, como los impulsos de consumir.

Resumiendo: Se trata de educar al paciente en el modelo cognitivo y establecer metas


de mutuo acuerdo entre paciente y terapeuta que trabajan en común sobre un
problema a resolver. En una palabra: domesticar a la pulsión transformada en instinto
mediante un discurso.

Los signos de división de subjetiva pasan a ser comportamientos inadecuados que hay
que suprimir. Estas terapias se arman sobre la forclusión del sujeto del inconsciente y
aplastamiento del deseo. La transferencia queda reducida a una relación imaginaria
entre terapeuta y paciente y finalmente, usan el lenguaje en forma inequívoca,
suponiéndolo explícito.

Leo a modo de ejemplo la llamada “Oración por la tranquilidad” adaptada para las TCC
de las drogodependencias para prevenir recaídas.

Se titula: La terapia cognitiva es una promesa de serenidad y reza así:

“Prometo que me esforzaré para ser más fuerte y mantenerme al margen de esos
estímulos o situaciones que evocan en mí el deseo de consumir y que puedo evitar;
prometo también serenidad y saber cómo afrontar esos estímulos evocadores de drogas
que no puedo evitar, así como tener la sabiduría necesaria para saber distinguirlas.”

Esta “oración” se encuentra publicada en Terapia cognitiva de las drogodependencias


libro del cual uno de los autores es Aaron Beck, uno de los padres fundadores de las TCC.

Bien, una vez comprendida la forma de intervenir de estas terapias, intentaré tratar de
explicar sus efectos, diferenciándolos de la posición psicoanalítica.

Para ello recurrí a Jacques-Alain Miller que en El banquete de los analistas, hablando de
la efectividad del psicoanálisis, recuerda que Freud preocupado por ubicar al
psicoanálisis en relación a la cultura basaba su posición en la idea de una antinomia
entre el psicoanálisis y la cultura.

El psicoanálisis era un recurso contra el malestar en la cultura; malestar que se


estructura por la ética del superyó y que se ubica como “ceder a su deseo”, ética que a
su vez es la que se transmite al sujeto para poder vivir en la civilización y de hecho el
resorte mismo del malestar.

Miller, traduce clínicamente a lo que llama el circuito del superyó (superyó, pulsiones,
plus de gozar o pequeño a y nuevamente superyó) como “la renuncia al goce de la
pulsión” renuncia que lejos de calmar las exigencias del superyó, no hace más que
reforzarlas. El superyó se apropia del goce suplementario (plus de gozar o pequeño a) y
se alimenta de él.

Veamos entonces en qué consiste la “eficacia” de las terapias cognitivo


comportamentales según lo dicho; la “oración” es claramente ejemplificadora.

Tienen un funcionamiento intrínsecamente perverso, la renuncia al goce que parecen


predicar es de hecho el imperativo que se nutre del goce de la renuncia.

En las TCC, no hay más obstáculo, el goce al que se renuncia le sirve al superyó para
crecer más y más.

La vía del psicoanálisis, por lo contrario, apunta a desarmar este mecanismo perverso a
través de la asociación libre, con la cual, dice Miller, se espera que se libere al sujeto de
la captura del superyó.

Cito textualmente: “Cuando Lacan escribe “Kant con Sade”, cuando junta al filósofo del
imperativo categórico con el escritor que dio su nombre a una perversión de la cual es el
paradigma, lo hace justamente para ilustrar la equivalencia entre la voluntad moral y la
voluntad de goce. Y es lícito afirmar, siguiendo a Freud, que esa voluntad está en el
centro de la civilización; y para designar la vía del psicoanálisis se sustituye la voluntad
por el deseo del analista. Así pues, en el lugar de la voluntad moral y de la voluntad de
goce, el deseo del analista.”

Para el psicoanálisis la adicción a la droga no está separada de aquello que determina al


sujeto: fantasma, deseo y pulsión. Actúa caso por caso respondiendo a un goce, que a su
vez, en estos casos responde a una modalidad social y cultural que le da envoltura
formal, pero en el cual el psicoanálisis se interesa por encontrar al sujeto.

Bibliografía:

Jacques-Alain Miller, El banquete de los analistas, Los cursos psicoanalíticos de Jacques-Alain Miller.
Editorial Paidós. Buenos Aires, 2000.
Aaron Beck y otros, Terapia cognitiva de las drogodependencias. Editorial Paidós. Barcelona 1999.
Catherine Meyer (dirección), Le livre noir de la psychanalyse.Vivre, penser et aller mieux sans Freud.
Editorial Les arènes. Paris, 2005.

Servicio de adolescencia ¿Síndrome o angustia?

Vera Palmeri

Este año se ha dado lugar a los Servicios de Adolescencia en el organigrama de la Salud


Pública.1

Así, no es casual que se conformen estas instancias, sobre todo si tenemos en cuenta el
lugar del adolescente en la cultura de hoy. Son varias las figuras que lo representan: por
ejemplo (dentro de las negativas) el mítico joven rebelde ha ido mutando en violento,
agresivo, cuando no drogadicto. Vemos de esta manera cómo se patologiza la
adolescencia esperando que transcurra la etapa.

Se impone entonces un plan. Hay un discurso especial para el joven de hoy. Y se van
articulando sobre él distintas conveniencias. En este sentido, en nuestro campo, resulta
muy ilustrativo ubicarse respecto de las terapéuticas: entre ellas las terapéuticas que
daremos en llamar de adiestramiento.

Jean-Jacques Déglon en el Libro Negro del Psicoanálisis2, a través de una autocrítica que
realiza de su experiencia personal y su práctica con adictos, nos orienta sobre ello. Al
desalentarse de las medidas socio-educativas, cuando advierte el estremecimiento que
provocaban en él los testimonios de los mismos, explicando dicha elección debido a la
incapacidad de soportar el ambiente social, familiar, escolar, etc., descubre que la
mayoría de estos jóvenes sufrían de un problema psíquico subyacente.
Es decir, Déglon descubre en 1980 lo que Freud en 1895. Pero desde su particular
posición y argumento, nos advierte que todo el problema reside en el hecho de que
causas genéticas y biológicas explican las afecciones psíquicas. Y que es esta
comorbilidad la que esta en la base de toda toxicomanía. Para ello entonces dispone un
programa especifico: un contrato terapéutico con exigencias, un marco más
estructurado, dosis de metadona como sustitución en heroinómanos, sostén psico-social
y psicoterapia del tipo cognitivo comportamental en reemplazo de los enfoques
psicoanalíticos, lo que en conjunto vendría a resolver, si se completa el programa, el
problema psíquico subyacente.

Eric Laurent en su curso “Los tiempos de la angustia”3 plantea la época de los síndromes
(la nuestra) como sustituto de la angustia. Según su decir pareciera que hoy la gente
tiene síndromes, trastornos: ya no se angustia. Hay síndromes para todo y se trata de
erradicarlos lo antes posible. Se sustituye la angustia por la clasificación de síndrome o
trastorno siendo el paradigma de esto el DSM IV donde efectivamente se encuentra el
apartado correspondiente a cada uno de ellos: la toxicomanía, el trastorno alimentario,
el trastorno por ansiedad, etc.

Nos remitiremos entonces a un caso donde se realizó un abordaje en dos tiempos.


Ubicaremos los efectos producidos entre un primer período más pautado y un segundo
donde una vez ubicada la estructura subjetiva se opera con dichos elementos.

Una joven de 19 años fue tratada, en un primer período, por una afección del tipo
‘Bulimia-Anorexia’ a través de un tratamiento psicológico, en conexión con clínica
médica y equipo de nutrición. El tratamiento consistía en entrevistas psicológicas de
apoyo y contención, pautas alimenticias, ejercicios post almuerzo y cena (por ej. no
quedarse en la sobremesa, salir a caminar, etc., con el objetivo de no provocarse el
vómito), sugerirle que camine lo menos posible, que no ingiera ciertos alimentos, etc.
Pero las acciones contrarias de la paciente ante lo sugerido indicaban mayor
sintomatología y más malestar en ella y en el equipo. De hecho hubo que realizar una
internación clínica, luego de la cual abandona el tratamiento psicológico.

Luego del alta, es derivada al Servicio de Adolescencia, donde acordamos, como


principio de un tratamiento, lo peligroso de desconectar a alguien de forma abrupta de
la ingesta de una sustancia sea cual fuese. Y recordando lo que señala Germán García,
evaluamos la importancia de saber qué recurso es el consumo y cuál es el texto que el
sujeto intenta desplegar valiéndose de la misma (con la salvedad de que en este caso
específico, se trata de qué recurso representa lo anoréxico ya que no hablamos de una
sustancia psicoactiva).

Escuchando lo que la paciente despliega considero que puede tratarse de una psicosis,
donde el vómito funciona como un estabilizador subjetivo; que justamente no es
conveniente meterse de lleno con eso bajo la idea de su reabsorción lo más pronto
posible. Dado que en las entrevistas, empieza a ser posible ubicar y perfilar que el
recurso al vómito es ante situaciones que ella llama de vacío, de muerte, dice que el
vómito la salva de la muerte o de algo peor. Agrega que la mayoría de la gente de la
localidad en la que vive, sobre todo del ámbito judicial, se meten en su cabeza, “saben lo
que pienso”. Todo esto, entiendo, se articula con el hecho de guardar frascos con lo
vomitado debajo de su cama: su síntoma enfrascado, de modo delirante, funciona
entonces como parapeto ante la muerte o algo peor.

Arrebatarle el frasco, sin más, sería querer adiestrar al sujeto junto al peligro de
empujarlo a lo que ella misma llama lo peor. Sería justamente la conveniencia del Otro
social pero de ningún modo la conveniencia del sujeto, que en este caso es la de
sostenerse delirantemente con este recurso.

Extirpar los síndromes o trastornos invita en estos casos, a servirle estas técnicas al
adolescente en nombre de los ideales imperantes: de salud, de no autodestrucción, etc.
Servirle al adolescente en la perspectiva analítica es lo contrario: es prestarse al uso de
lo que en su decir habita, y realizar una operatoria a partir de la lógica de su particular
posición subjetiva.

El servicio de adolescencia, en nuestro caso, se orienta sobre esto último, sabiendo, tal
cual lo destaca Eric Laurent, que es mucho más trabajoso, ya que se trata de una
orientación por el síntoma. Lo que abre un debate acerca de cómo orientarse hacia lo
real, cómo orientarse hacia lo real del sufrimiento, de la angustia que conlleva el síntoma
en la época de los síndromes.

Esto no nos exime de ningún modo, según lo requiera el caso, de adoptar diversas
estrategias; como lo ilustra la joven anoréxica que por ejemplo sigue concurriendo,
según su deseo, a la nutricionista a buscar dietas que nunca realiza (pero con quien
acordamos que se las siga dando), a controlar el estado físico con su médica clínica (lo
que considero de suma y vital importancia), o cuando no, a la trabajadora social quien la
ayuda con cuestiones de búsqueda de trabajo, vivienda, etc.
Esta orientación entonces, no responde a una regla social sino a la particularidad de un
sujeto, que se acerca al servicio y a quien no tratamos de extirparle nada para una mejor
cohesión social. Dice Laurent: “Querer instituciones particulares no es querer un
dominio reservado más, una nueva segregación, es querer que en cada espacio
constituido por las nuevas determinaciones institucionales, estemos dispuestos a
orientarnos, en las cuestiones referentes al sufrimiento psíquico, por la existencia de la
cadena inconsciente, marca de la falla propia de cada uno, y no por la identificación
común”.4

Notas:

1 Un ejemplo es el Servicio de Adolescencia, Hospital Zonal de Esquel, recientemente creado.


2 Déglon, Jean-Jacques: “Un caso ejemplar: la toxicomanía” en El libro negro del psicoanálisis. Vivir,
pensar y estar mejor sin Freud. Bajo la dirección de Catherine Meyer. Con Mikel Borch-Jacobsen / Jean
Cottraux /Didier Pleux / Jacques Van Rillaer. Editions Les arénes. París, 2005, cap. 5, págs. 616-637. (Trad.
Edith Guallini, en Biblioteca del Centro Descartes)
3 Laurent Eric, Curso “Los tiempos de la angustia”, dictado en Facultad de Psicología UBA, noviembre
2004 (inédito).
4 Laurent Eric, Psicoanálisis y Salud Mental, ed. Tres Haches, 2000.

La admisión en una institución para toxicómanos

Rubén Bernardo Ghía

El Cenareso es un organismo público perteneciente al Ministerio de Salud de la Nación.


Entre sus objetivos se encuentra el brindar tratamiento a toxicómanos. El centro, como
otros organismos del ámbito de la salud mental, se propone albergar una manifestación
del sufrimiento subjetivo en el campo de la oferta pública asistencial. El enfoque
institucional, que se define como clínico social, considera la diversidad subjetiva,
estructural y contextual de las presentaciones. En el marco señalado se propone un
acercamiento profesionalizado e interdisciplinario a través de diferentes prácticas entre
las que se incluye la aplicación del psicoanálisis.

Si bien la institución, como tal, establece regulaciones que rigen “para todos”, dadas las
características enunciadas es permeable a la consideración de lo singular y de la
excepción.
Acerca de la oferta

Siendo el Cenareso una institución que recorta su campo de intervención al tema de las
toxicomanías, se constituye como tal, en un centro “especializado”. Lo mencionado
convoca a la propia interrogación institucional dado que esta “especificidad” de la oferta
condiciona muchos de los pedidos de intervención que en ella se efectúan.

Dice J.A. Miller (1): “Es bastante difícil que podamos conducir al sujeto a perder su
oropel identificatorio, su “yo soy toxicómano”, que le permite ubicarse en el Otro social,
dentro de una institución para toxicómanos. Hay que hacer una operación muy
paradojal que implica subvertir desde el interior el lugar que le es ofrecido.”

H. Freda le responde (2): “Las instituciones están obligadas a intentar una suerte de
barrera a la droga, desligarlo del producto como primer objetivo. La cuestión es saber
hasta qué punto el trabajo que se pueda hacer allí, marque en la subjetividad un antes y
un después, cosa que está marcada desde antes sólo por la droga.”

Un camino posible en tal sentido, consiste en sostener la idea freudiana de considerar


cada caso como si fuera el primero, orientarse hacia una clínica del sujeto y no de las
identidades sociales, lo que se ve desvirtuado si se atiende a la droga como eje del
discurso.

La demanda de intervención

Ya desde las primeras entrevistas, en el proceso de admisión surgen demandas que, por
la modalidad de su formulación generan tempranos condicionamientos a la propuesta
institucional.

Se trata de situaciones complejas en las que se pone de manifiesto la dificultad del Otro
social para tramitarlas solicitando perentoriamente una respuesta a una diversidad de
aspectos que se velan bajo el significante
“drogadicto” o “toxicómano”.

Son reiteradas las derivaciones de juzgados civiles o penales en las que se suele indicar
la internación compulsiva para la rehabilitación de personas que presentan (según el
DSM IV) diversos tipos de trastornos, todos ellos articulados con el uso de sustancias
actuales o pretéritos. Son frecuentes también las derivaciones realizadas por organismos
de salud en las que ya viene predeteminada la indicación terapéutica.
En cuanto a las demandas de los familiares, surge recurrentemente la exigencia de
internación ante hechos de violencia, problemas con la ley, conductas impulsivas o
estados confusionales mencionando el consumo de drogas como causa.

En lo que se refiere a las presentaciones “espontáneas”, de ciertos toxicómanos, sus


pedidos se relacionan más con presiones sociales o con la necesidad de un control sobre
la ingesta de tóxicos que con una demanda inicial de tratamiento. Por otro lado, cada vez
con más frecuencia surgen presentaciones que adquieren el carácter de emergencias o
urgencias subjetivas.

Si pensamos cual puede ser el denominador común en las formas de presentación


descriptas, podemos señalar que en ellas aparece una demanda de asistencia y curación
que expresa en lo manifiesto:

-La exigencia de una respuesta inmediata, urgente.

-Un conocimiento previo acerca de la causa: lo que ocurre es consecuencia directa del
consumo de drogas reforzando así ciertas identificaciones y la dimensión imaginaria.

-La reducción del consumo a un signo, un elemento extraño, producto de una desviación
(biológica, social o psicológica) que debe ser erradicado vía medicación o alguna otra
terapéutica establecida con el consiguiente aislamiento del síntoma desconectado de la
historia significante del sujeto.

-Un camino de intervención presupuesto: Internación- desintoxicación-


rehabilitación-reinserción para reintegrar al paciente a la red social y al circuito
productivo.

-La presunción de la abstinencia como condición previa a un tratamiento.

En resumen, cuando la estrategia del consumo falla, el Otro social está presto a cerrar la
posible aparición del sujeto reforzando un significante al cual identificarse, “soy
toxicómano”. Dada la ausencia de su palabra, es la ciencia médica, refrendando a lo
jurídico, la que interviene, produciendo la categorización del mismo por la clasificación
de su acto. Se trata de un discurso excluyente, desconocedor de las determinaciones
inconscientes y de la responsabilidad subjetiva.
Los “toxicómanos” suelen aceptar esta definición socialmente adjudicada concurriendo
desde una posición objetalizada a la institución para que “se los trate.”

La admisión

Frente a lo anteriormente señalado, los profesionales que desde una escucha analítica
realizan las entrevistas de admisión suelen formularse diversos interrogantes : ¿Cómo
alojar institucionalmente este malestar emergente que exige acciones partiendo de
presupuestos previos que pretenden condicionarlas?, ¿Cómo intervenir desde las
primeras entrevistas?. ¿Qué se admite?, ¿A quién se admite?, ¿Porqué alguien elige una
institución para toxicómanos y no otra?

Preguntas necesarias de realizar en tanto que según la modalidad de tramitarlas se


puede establecer una divisoria entre el criterio clínico antes mencionado y diversas
propuestas estandarizadas que tienden a responder sin cuestionar la lógica social en la
que están inmersas.

Una respuesta” terapéutica” y “especializada” podría dar consistencia a estas demandas


a partir del denominador común y homogeneizante del consumo, procediendo a admitir
a todos aquellos que se nombran o son nombrados como “adictos”. De esta manera, se
condicionaría desde un inicio el tratamiento posible a partir de ciertos “saberes
institucionales”, en mayor o menor armonía con la “demanda social de cura”. El
toxicómano se convertiría así en el representante de la definición del Otro, que da un
significado a su conducta y prescribe un tratamiento, anticipándose a la formulación de
cualquier demanda y a la posiblidad de sintomatizar la dependencia.

Como señala J.A. Miller, “En el momento actual, la demanda generalizada de prácticas
terapéuticas, hay que pensarlas como resultado de la acelerada caída del padre que
desvela una nueva dimensión de la inexistencia del Otro lo que desemboca en una
demanda generalizada de sentido para paliar la irrupción de lo real”.

Los profesionales que realizan las entrevistas de admisión para poder tomar distancia de
estos condicionamientos institucionales, tienen que establecer un diagnóstico de las
características de la demanda. Poder escuchar: ¿Quién y qué demanda?, ¿Cómo formula
la misma?, ¿A quién la dirige?, ¿Por qué lo hace en este momento?, ¿Cómo intervenir
ante su ausencia o frente a las peculiares formas de su presentación? Para comprender
las situaciones presentes y pretéritas que desembocan o no en una demanda. Es a partir
de lo anterior que se podrá concluir en una decisión: admisión, derivación intra o extra
institucional. También decidir ante determinadas circunstancias, que no hay posibilidad
para un tratamiento.

Se trata entonces de discriminar si son pacientes pasibles de trabajo con la transferencia,


pero también de ir creando las condiciones para que el sujeto esté dispuesto a
interpelarse por las causas de su malestar, para que consienta en interrogar a sus
síntomas.

Lo anterior no tiene nada que ver con los criterios para seleccionar o priorizar la
demanda que se usan en salud mental: presiones sociales, especialización, aspectos
burocráticos o administrativos, manejo limitado del tiempo, selección en función
exclusiva de los perfiles de admisión o del diagnóstico de supuesta gravedad de los
síntomas, según la connotación negativa de la estructura subjetiva de que se trate.

Un tratamiento de la demanda

“La intoxicación en todas sus formas, es una respuesta no sintomática que intenta anular
la división subjetiva. El toxicómano es ese personaje de la modernidad quien a partir de
su hacer quiere probar que el inconsciente no existe. Le corresponde a los psicoanalistas
demostrar lo contrario.” (3)

Cuando éste llega a la institución es frecuente que la ilusión que mantenía con el objeto
droga se haya conmovido. No obstante, aún lejos de formularse alguna pregunta dice
acerca de su ser: “soy toxicómano” y pone esta condición de ser como causa de lo que le
ocurre.

¿Cómo operar allí para que, a lo compacto de su autodefinición, ratificada por el Otro, se
suceda el espacio posible de una pregunta?

El admisor se orientará por el recorte de la singularidad y en el caso por caso, buscando


una vía posible de acceso para quien ha asumido su identidad de “toxicómano”, hacia su
condición de sujeto. Desde las primeras entrevistas su escucha y sus intervenciones
propiciarán la apertura a los enigmas discursivos.

Es cierto que, en muchas de estas presentaciones no siempre se formula una demanda


de saber o surge algún interrogante que se abra al devenir significante. Es frecuente la
mostración de un goce, que no puede tramitarse simbólicamente, que no adopta una
forma sintomática.

¿Cómo habita, en estos casos el deseo del analista, cuáles son sus intervenciones
posibles en el uno por uno?

Éste debe presentarse tal como dice Miller, como un objeto versátil, guiarse por las
particulares formas de presentación de sujetos que no son del psicoanálisis puro. Es
promoviendo el despliegue transferencial que se posibilita intervenir, ante la aparición
de lo real, desde lo simbólico; se oferta al sujeto establecer un vínculo diferente, una
legalidad discursiva. La posición del admisor debe suponer aún en estas presentaciones,
una subjetividad velada, apostando a su emergencia.

El definirse como toxicómano, puede expresar en un sujeto neurótico una renuncia al


compromiso de un saber acerca de las particularidades de su goce. Las intervenciones se
orientarán aquí a escuchar y comprender en qué medida está dispuesto a transitar la
experiencia de su división subjetiva.

En el caso de la psicosis el consumo de tóxicos puede tener un efecto apaciguador y el


nombrarse como adicto, el ser reconocido como tal, sería un intento de estabilización a
través de un significante que permite la construcción de un cierto lazo. Claro que, si esta
identificación precaria fracasa, puede producirse la irrupción de un goce deslocalizado.
El admisor habilitará aquí un dispositivo de escucha que permita un lugar para la palabra
y el restablecimiento de un discurso que incluya en el lazo social. Será en el transcurso
del tratamiento, que se irá produciendo el ciframiento de goce en un sinthome, en una
identificación, en la creación de un nuevo significante que lo organice.

Viñeta clìnica

“Yo soy drogadicto”

Alberto un joven de 30 años, ingresa a la institución por orden judicial derivado desde
un hospital en el que estuvo internado debido a profundas heridas de arma blanca
producto de una gresca callejera. Consumidor compulsivo de diferentes sustancias
(marihuana,alcohol , cocaína) los médicos ponen como condición previa al alta clínica, su
internación en el centro para que realice un tratamiento. El joven se incluye así en el
programa residencial luego de una entrevista psiquiátrica.
Dada la modalidad de su ingreso, sin un pasaje previo por admisión, se le ofrece un
espacio de primeras entrevistas para evaluar su incorporación a los dispositivos del
tratamiento.

Alberto refiere en un primer encuentro: “No sé muy bien que estoy haciendo aquí.
Bueno, sí, soy drogadicto. Consumo drogas desde los 14 años, últimamente venía
dándome con todo. Por eso mi madre y mi pareja me trajeron por indicación médica y
del juez”. Relata accidentes con la moto, detenciones por hechos de violencia en la vía
pública y episodios de sobredosis. Enumera otros tratamientos en C.T. abandonándolos a
poco de iniciados.

Dice no poder controlar su consumo, estar drogándose demasiado, pero no sabe si


podrá estar internado dado que siempre hizo lo que quiso y le cuesta aceptar las
normas.

Al concluir esta primera entrevista, se le propone mantener una serie de encuentros


para acordar si es posible un tratamiento en la institución, dado que de eso “aún no se
sabe”. Al día siguiente, Alberto concurre a una actividad grupal, allí comenta su sorpresa
y desconcierto por lo acontecido en la entrevista individual. Refiere no entender porque
hay que evaluar su situación. Pregunta: ¿Es que acaso no soy un adicto? ¿La institución
no está para atender a los drogadictos?.¿Entonces, como es el tratamiento?

Comentarios: Alberto se nombra como “drogadicto” y como tal, más allá de su


convencimiento o acuerdo es trasladado a un centro especializado para ser tratado. Su
“ser adicto”, aparece para él y el Otro social como un signo, referente de su identidad.
Existe una aparente univocidad entre el nombrarse adicto y lo que ello quiere decir.

En el caso, las intervenciones se orientaron a interrogar esta presentación ubicándose el


entrevistador en el lugar de “no saber” a que hacía referencia el joven al definirse como
tal.

Aceptar el nombre con el que alguien se designa, sin realizar intervenciones que
permitan, paso a paso, la apertura a nuevas preguntas, produce como dice E. Sinatra
“efectos de ignorancia: complicidad entre analista y analizante en no querer saber de
eso”.

Para concluir: Las instituciones no cesarán de ser demandadas a reproducir la lógica


social a la que sirven. El analista, quien también participa y está condicionado por esta
lógica, tendrá que correrse de ese lugar de transmisor de los imperativos sociales para
promover desde las primeras entrevistas, la emergencia del sujeto y su particular
demanda, la del develamiento de la verdad del deseo y del goce que lo determinan.

Notas:
1) Jacques Alan Miller en colaboración con Eric Laurent: “La secta y la globalización” ( Cap. XV, p{ags. .
313 y 314) en El Otro que no existe y sus comités de ética. Editorial Piados. Bs.As., 2005.
2) Ibid
3) ibid, pág. 307.

Bibliografía

Miller, J. A. y Laurent Eric: “La secta y la globalización” en El Otro que no existe y sus comités de ética.
Págs. 303 a 316. Editorial Paidos 1ª. Buenos Aires, 2005.
Padilla E. R. (ELP,Madrid) “De la transferencia a la institución, a la institución de la transferencia.” (Pags.
22 – 26), en Colofón N° 23 Boletín de la Federación Internacional de Bibliotecas del Campo Freudiano.
Mayo 2003.
Esqué X. (ELP Barcelona) “La puesta en acto de la realidad del inconsciente en la institución”. (Págs 27
–29), en Colofón N° 23. Âflalo A. (ECFF; París) “Las psicoterapias y el psicoanálisis” (Pags: 37-43) en
Colofón N° 23.
Ramos M. M. (ELP, Madrid): “Psicoanálisis puro, psicoanálisis aplicado a la terapéutica/Psicoterapia. El
psicoanalista en la institución.”, en Colofón N° 23.
Coccoz V. (ELP, Madrid ): “Modalidades de la transferencia reticular” (Págs: 63-65) en Colofón N° 23.
Eldar S. (ELP, Barcelona): “Presencia de la institución en la clìnica.” (Págs:65-67), en Colofón N° 23.
Naranjo J:S: (ELP; Màlaga) y Fernàndez Blanco M. (ELP, La Coruña): “Instituciones sin el Otro de la
institución”, en Colofón N° 23.
García Dupont E.: “Hacia un diagnòstico diferencial de la oferta y la demanda”. Fundación Estilos. Premio
“Ensayos” 1994. Tema: El diagnóstico diferencial. Su valor en la institución asistencial (pública o privada).
Verdicchio O. y Viganò C.: “La clìnica de Jacques Lacan en un centro para toxicómanos y alcohólicos.”
(Págs: 17-27), en Toxicomanìa y alcoholismo. Sujeto, goce y modernidad III.” De la monotonìa a la
diversidad”. Instituto del Campo freudiano. Ed. Atuel-T y A. Buenos Aires, 1995.
Déglon J. J: “Un caso ejemplar: La Toxicomanía” en El libro negro del Psicoanálisis.Vivir, pensar y estar
mejor sin Freud. Dirección: Meyer C. ; Borch-Jacobsen M., Cottraux J, Pleux, D. y Van Rillaer J.V. Editiones
Les arènes. París, 2005 (págs. 616-637). Traducción del francés: Edith Guallini. Centro Descartes. (Texto
circulación interna).
Freda. F. H.: “S.N.C”., en Reflexiones sobre el sujeto y la cultura. Compiladora : Inchaurraga S. Ediciones
Homo Sapiens. CEADS-UNR. Rosario, 1998.

Una política del deseo

Esteban Pikiewicz
El programa de una ideología

A pesar que el manual DSM-IV de Criterios Diagnósticos y Clasificatorios de los


Trastornos mentales se presenta como ateórico, entendemos se deduce de su lectura
una lógica y su política: la del todo.

En conjunto se trata de una evaluación multiaxial que va más allá del


eje I – sincrónico, neoesquiroleano – y el eje II – diacrónico, de la personalidad – (más
conocidos y difundidos), sino además de un eje III para consignar enfermedades
médicas, el IV de registro de los problemas psicosociales y ambientales del paciente y el
V el de la evaluación de la actividad global del mismo vía una escala de puntuación del 1
al 100. Leemos para corroborar: “El sistema multiaxial promueve la aplicación del
modelo biopsicosocial en clínica, enseñanza e investigación.” (1)

O sea que (breve y sintéticamente) este modelo supone: lo bío, que es a lo mental el
cerebro/cuerpo/máquina biológico, afán sustancialista cuya “prehistoria” de localización
cerebral podría decirse empezó con los trabajos e ideas de Gall hasta llegar a lo actual
de, por ejemplo, Eric Kandel y su inconsciente procedural, neurotransmisores mediante.
Luego, “conectado”, el “mind”/computadora corresponde a lo psico en tanto expresión
funcionante de la materialidad citada, cuyo correlato visual se da a través de las
conductas; que ahora sí, en lo social, pueden ser medidas, evaluadas, controladas, sino
corregidas o readaptadas según el desorden que el trastorno es.

Esto es efectivamente una teoría y su aplicación. Se constata que donde el trastorno se


diagnostica la indicación del medicamento responde a corregir la “base”
neuronal-química del mismo, sumándosele apendicularmente la eficacia al menor costo
posible de las TCC, dado que los trastornos son “desadaptativos (...) (y) los síntomas
provocan deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de actividad del
individuo”. (1)

Así lo multiaxial del DSM traduce un empuje totalizante/unificante que vía el trastorno,
descarta todo sentido sintomático apuntando a una suerte de determinismo mecanisista
del malestar; para lo que la evaluación se vuelve necesaria, absoluta; allí donde como lo
ha planteado E. Laurent, esta conlleva “la transmutación de la demanda en silencio.” (2)
En síntesis, el programa de una política global para las masas de individuos.
Una consecuencia de esto es la de fraguar una “identidad”, un nombre identificatorio
para el sujeto: nombre de hierro que intenta colmar todo en aras de silenciar al sujeto
por la sustracción del plus de goce que lo causa. Entendemos así el caso de Irma del que
resaltaremos ciertos puntos a los fines del trabajo.

Una política del deseo

Tomé el mismo en su última internación hospitalaria. El diagnóstico atribuido era:


‘Alcoholismo crónico-Trastorno por abuso y dependencia’. Con matices, los colegas
anteriormente tratantes lo ratificaban (la paciente tuvo reiteradas internaciones en los
últimos diez años) agregándole al caso una suerte de narratología referida como una
vida traumática. Los significantes del Otro que configuraron cada internación eran
“crisis” y “riesgo”. Así, momentos en que iniciaba su consumo, progresivo, con efectos de
retracción, “empobrecimiento” y aislamiento social significativo junto al fantasma de
familiares y allegados, de enfermedad, promiscuidad, deterioro físico y/o peligro de
muerte. Otro significante insistente del Otro, que Irma hace suyo, es “mentira”.
Agregamos, por su valor, que en esta última ocasión la familia (hermanas e hijos) había
decidido su internación judicial en un centro de rehabilitación para adictos.

Invitada a hablar dice: que la mentira (como demanda quejosa al Otro) es su familia de
origen fundamentalmente, en tanto son “falsos, hipócritas”, que “toman pero
socialmente” significando una apariencia social respetable. También dirá que su vida ha
sido una mentira en general, dado que se esforzaba en aparentar una familia perfecta.
Violada a los 19 años por un allegado a su núcleo, quedó embarazada. Su madre y
hermana mayor supieron del hecho y lo callaron. Su madre le planteó incluso que debía
alejarse de la localidad en la que vivían; aún más, nada de lo sucedido debía decírselo al
padre. Ella consintió, nada dijo de esto a su padre ya que “no sé que hubiera pasado”. El
analista repuso: “Usted sí sabe que hubiese pasado”. A posteriori de un breve silencio,
responde que sí, que su padre hubiera quedado preso dado que quería mucho a sus
hijas, era muy recto, firme, de muy fuertes principios morales y de emprender acciones
temerarias. “Lo hubiera matado” dirá.

Su padre no le dirigió la palabra al conocer su embarazo. Meses luego, por intentar


salvar a un familiar que cayó de un bote al río, morirá ahogado. Dice en tono nostálgico
“qué hubiera pasado si conocía a su nieta”. Luego de esto buscará con afán un padre
para su hija, casándose no enamorada para separarse 16 años después por no tolerar
más ser golpeada. Quedó así señalado para la paciente una posición de goce tendiente a
ser casi objeto de “sacrificio” del Otro, en nombre del ideal y del amor. Para ella su padre
era efectivamente alguien muy amado, “lo adoraba”.

Ya separada y por el empuje a diferenciarse de ese Otro “hipócrita” (logró hasta hoy
múltiples relaciones y contactos sociales por tener desde joven actividad política de
ayuda, de colaborar intensamente con la gente más necesitada) se produce otro
significante que la identifica, “ sola”.

A cinco años de su separación establece nueva pareja. Dirá que fueron años de mucha
felicidad con alguien situado también como muy idealizado, pero que súbito y sin teorías
que hasta hoy lo expliquen (tanto a ella como a parientes) dicho hombre se suicidó.
Desde entonces hasta ahora, el lapso contiene la mayoría de sus internaciones, “no hay
un día en que José no esté presente”. Dice que enterada, no lo podía creer, “no entendía
nada”; no asistió al funeral ni al entierro, rechazando hasta hoy saber dónde está su
tumba. Pasaron cinco años, “me siento sola” repite.

Por otra parte, el juez fijó provisoriamente la internación hasta que los informes médicos
pedidos, ratificaran o no la internación especializada; y la presencia familiar (su hermana
mayor y uno de sus cuatro hijos) ratificaba su decisión por lo ya señalado, resaltando el
empuje e insistencia a pedir exámenes especiales para ella (TAC, RMN, etc.) a modo de
confirmar el slogan “alcohólica” en lo orgánico como teoría de las conductas de Irma.

Con respecto a las demandas familiares, la posición del analista fue la de hacer caer la
serie consumo-daño orgánico-conductas de riesgo, como también resaltar la
importancia de un tratamiento absteniéndose de señalar qué tipo, cuál (el analista hizo
mención escueta a que un tratamiento de internación en una granja ya había sido
probado y fracasado, agregándose que Irma rechazaba rotundamente la idea de volver a
experimentar algo así). Además, solicité una entrevista al juez para intentar hacer
escuchar los impasses propios del pedido de internación en las vías de demanda familiar,
ratificar la importancia del tratamiento en su aspecto subjetivo y singular y la falta en sí
de garantía como todo ante cualquier decisión a tomar.

Los efectos de estas acciones derivaron que en lo familiar, la paciente y su hijo


mantuvieron un tiempo de diálogo tenso y franco (que el analista acompañó), con la
decisión por parte del segundo de retirar la demanda judicial y aceptar lo que Irma
expresaba: compromiso y consentimiento con el tratamiento actual. El juez llamó a una
audiencia con todas las partes involucradas, dio fin a la internación por la condición de
alta de Irma, haciendo constar en el acta el compromiso de la paciente por la
continuidad del tratamiento, con envío periódico de informes al juzgado acerca de su
estado, sin haberse planteado objeciones de las partes al respecto.

Diríase hasta aquí, en términos de E. Laurent, que lo que está en juego es el “analista
ciudadano” dado que se trata de la acción del analista sensible a las formas de
segregación (sea en el hospital o ante otras instancias). Y que guiado por su discurso
promueve la conmoción que un nombre identificatorio, fijado, produce tanto en el
sujeto como en el campo de los otros discursos intervinientes deudores de una “falsa
ideología de la causalidad”. (3) Esto porque nuestra perspectiva es otra: la que se ordena
por la lógica del no-todo donde la política implícita es la del deseo: deseo del analista
como resorte del discurso analítico. Aquel “que reintroduce la necesidad de la
producción de un sentido”. (4) Promotor del trabajo del sujeto del inconciente en
relación a lo que lo causa: un real no reabsorbible, medible, cuantificable ni adaptable y
que tiene por horizonte el síntoma como modo de goce.

El caso está en preliminares: Irma ha podido usar su reconocimiento social/político para


conseguir trabajo y alquilar una vivienda. De lo laboral comienza a reconocer riéndose
de sí, su posición tendiente a “ayudar a los más necesitados”. Respecto de estar “sola”
dice que ha pensado en averiguar dónde está la tumba de José y acaso concurrir al
cementerio ante un nuevo aniversario de su muerte. Luego, concurre en efecto en la
fecha correspondiente.

Viene a sesión regularmente, dice que en “este tratamiento todo es distinto, una
novedad”, (frase que reiteró en varias oportunidades), que a los anteriores tratamientos
no quería ir, se ausentaba, interrumpía. La interrogo sobre qué tiene de novedoso o
distinto este tratamiento.
Responde: “Hay cosas que nunca había pensado. Usted no me trata como una
alcohólica”.

Bibliografía

DSM-IV, Breviario, Criterios diagnósticos, pág.37, 108. 112, ed. Masson 1995.
Laurent Eric, “El agujero negro de las vanidades”, artículo EOL Postal, traducción de G. Brodsky.
Laurent Eric, Psicoanálisis y salud Mental, El psicoanalista, el ámbito de la Salud Mental, pág. 86,
ed. Tres Haches 2000.
Entrevista a Adriana Testa* para Boletín Puertas Abiertas

- Sabemos que las drogas existen desde tiempos remotos con distintos usos a lo largo de
la historia. En el diario La Nación del 22/7/01 apareció una nota con el título de
"Cazadores de sueños", a propósito del escritor alemán Ernst Jünger, que nos interesa
porque presenta un intento de pensar la relación entablada con las adicciones en los
tiempos modernos. Dicho autor afirma que los adictos impulsados por una sed de
absoluto, se refugian en paraísos artificiales para compensar la desolación moral en que
viven. Ud. es responsable ya desde hace varios años de un grupo de investigación sobre
el tema de la adicciones, ¿qué diagnóstico puede hacer desde el psicoanálisis de la
relación del sujeto a la droga hoy?

Desde el psicoanálisis, un diagnóstico sobre la relación del sujeto con la droga, en


términos generales, no es posible. El recurso a la droga mientras funciona bien es una
solución, y cuando deja de serlo, entonces ya no se trata sólo de la relación con la droga,
dado que se abre en esa relación de necesidad imperiosa otra instancia, la de las
preguntas: ¿por qué lo hago?, ¿por qué no puedo dejar de hacerlo?, ¿por qué quiero
estar todo el tiempo colgado? Via regia, en la práctica psicoanalítica, para comenzar a
desplazar "la droga" (entre comillas) del lugar de causa de la adicción. Este es un viejo
tema, caro al psicoanálisis desde la época de los primeros postfreudianos que dedicaron
su atención a la adicción a drogas y alcoholes.

Digo "la droga" entre comillas, porque hay que advertir que ese es un lugar común que
designa una bolsa indiferenciada de drogas, a pesar de que hay distintos tipos de
sustancias y múltiples usos. En todo caso, lo que se ha generalizado hoy es la búsqueda
de un mismo efecto: apaciguar la angustia, la tristeza, el vacío ligado a la existencia y la
desorientación, el hastío, la desidia.

En el siglo XIX, los psiquiatras que investigaron sobre este tema, y que ya habían dado un
lugar a las pasiones en el tratamiento moral de las patologías no dudaban en considerar
que éstas indicaban la razón de una vía de escape o huida como la que ofrece el
consumo de drogas.

Sin embargo, hoy este aplanamiento está en consonancia con el fenómeno de la


"medicalización" en el modo de ordenar y clasificar los disfuncionamientos sociales, y ,
sin duda, con la circulación masiva de los psicotrópicos (proporcional a la escala
industrial de su producción, a partir de la década de los '50). En la variación de los usos,
es cada vez más excepcional la búsqueda de nuevas experiencias sensoriales
(perceptuales, auditivas, de un gozo inefable) como lo fue el consumo de drogas en la
época de la contracultura, durante los años '60, o la búsqueda de la expansión de la
conciencia a través del "laboratorio de la mente", con el LSD. Jean-Francois Solal, en un
estudio incluido en el libro Individuos bajo influencia, observa que hoy no se consume
heroína (se refiere a Francia) en busca de un flash, sino para apaciguar la angustia. Lo
mismo podemos decir, aquí, del consumo de cocaína, por ejemplo, para mejorar el
rendimiento, en determinados círculos sociales. Tanto en un caso como en el otro, se
trata de una automedicación para anestesiar un sufrimiento moral, o bien para alcanzar
un buen nivel de adaptación. Otro es el caso del uso de la marihuana en los ritos de
iniciación social en los jóvenes. Insisto, hay múltiples usos, a pesar de ese aplanamiento
propio de una epidemia social.

Filósofos como Peter Sloterdijk y Giorgio Agamben, y también el sociólogo Anthony


Giddens, plantean el recurso a la droga como un modo de suplir la ausencia de
experiencias existenciales propias, insertadas en la vida cotidiana y que den un sentido a
la vida. "La experiencia secuestrada" dice Giddens -tomando las palabras de un poeta-.
Sloterdijk, en Extrañamiento del mundo , concibe la adicción (a la que diferencia del
consumo de drogas como parte de un ritual de éxtasis o de embriaguez) como una
"dialéctica de huida y búsqueda de un mundo", y cita extensamente el libro de Jünger al
que usted hace referencia, Acercamientos. Drogas y ebriedad, del año 1973, ahora
traducido al español.

Desplazar la sustancia del lugar de causa significa en primer lugar advertir que cuando
alguien dice de sí "yo soy toxicómano" o "adicto" o como fuere que defina el consumo
de drogas al que está ligado compulsivamente, apela a un nombre dado por el Otro (a
"un nombre de hierro", dice Jacques Lacan, en algún lugar) para definir su ser y también
para justificar su vida. En tal sentido, esa clasificación es un estabilizador, es decir,
mantiene compensada una situación en la vida de alguien que de no ser así, sería aún
peor. Sin duda esto es paradójico, tan paradójico como el circuito sin salida de placer /
displacer en el que queda atrapado. Con esto quiero decir que para un psicoanalista que
quiere que alguien se arriesgue en la aventura de la palabra -o en su travesura como
diría Macedonio Fernández-, siempre se trata de otra cosa, también en los casos más
extremos. Hay un cuerpo comprometido, un cuerpo sexuado, abierto y cerrado por sus
orificios. ¿Qué hay de eso en lo que alguien relata sobre su relación con las drogas? Esta
pregunta orienta en la cura de un adicto, pone en evidencia que el consumo compulsivo
de drogas, cualquiera sea el modo en que se lo realice, es un efecto que nada indica
sobre sus causas.

Mientras su recurso a la droga funciona, el toxicómano es parte de una epidemia que se


propaga con tanto poder como con el que se expanden los circuitos clandestinos por los
que circulan las drogas, como parte maldita de una economía cuyas variables no son
sólo la conservación y la producción de bienes.

También se ha dicho hace bastante tiempo ya que en los EEUU los programas
terapéuticos para adictos basados en acentuar, rescatar la función de la familia ha
fracasado, sin embargo en la psicologización de los medios masivos se insiste en ello
como si la causa y la salida estuviera en los lazos familiares.

Muy brevemente contesto con la respuesta que le dí al padre de un adicto a drogas, un


joven de 30 años, que me pidió una entrevista por su hijo.

El hijo no estaba dispuesto a hacer ningún tratamiento que no fuera individual. No


obstante, el padre me preguntó si tendría algún valor terapéutico hacer un tratamiento
familiar.

Ésta fue mi respuesta: ¿El hecho de que hayan compartido un mismo techo -que a veces
se extiende hasta el lecho, hace que la adicción de su hijo sea un problema común al
resto de la familia? ¿Lo que a usted le pasa con el hecho de que su hijo se drogue, qué
tiene que ver con lo que le puede pasar a su mujer o a su propio hijo que encontró ese
recurso?

La condición "bajo el mismo techo" o "la intimidad del lecho familiar" da lugar a juegos
de implicaciones y complicidades, sin duda alguna; pero precisamente, para poder abrir
esos juegos, para poder encontrar una salida al "problema familiar", y no hacer de esto
una fatalidad del destino, será necesario que cada uno se las vea con su propia cuenta
en la vida.

*Adriana Testa es psicoanalista Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.

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