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Isaías 41-42

«Porque Yo soy el SEÑOR tu Dios, que sostiene tu diestra, Que te dice: “No temas, Yo te
ayudaré”.» Isaías 41:13

Recordemos que Dios había dicho que llevaría a cabo su gran obra de cambiar los
corazones a través del oír su Palabra. En esta parte de la sección final de Isaías (capítulos
del 40 al 55), Dios expone esta verdad. Toda la sección, del 40 al 55, está contenida entre
dos fuertes afirmaciones sobre la Palabra de Dios. Primero, que la Palabra de Dios
permanecerá para siempre (40:8); segundo, que la Palabra de Dios no regresará a él vacía
(55:11) sino que realizará aquello que agrada a Dios y prosperará en lo que Dios le ha
enviado a hacer.

Dios tiene también una palabra de consuelo en 41:1-16 porque el pacto de Dios con
Abraham no fallará. La certeza del plan de salvación de Dios descansa solamente en el
poder eterno y la presencia del Señor. Dios es omnipotente y nada estorba sus designios que
son eternos (v. 4).

Los versículos 8 al 14 expresan hermosamente el buen propósito de Dios, que abarca a todo
su pueblo, incluyendo a aquellos que él llamará desde los confines de la tierra. Basado en
su amistad con Abraham y en que lo había escogido a él y a su simiente (v. 8; cf. Génesis
18:19), Dios llamará un pueblo procedente de todas las naciones de la tierra (v. 9). Su
promesa para todos es igual a la que le hizo a Moisés cuando lo llamó por ⅔ vez (Éxodo 3):
«Yo estoy contigo» (v. 10). Pongamos atención a las tres palabras de aliento que se les dan
aquí a los hijos de Dios: «Yo te esfuerzo ... siempre te ayudaré ... siempre te sustentaré…»
(v. 10). Como había prometido a Abraham en Génesis 12:3, ahora aplica esa promesa a
todos los creyentes (v. 11).

En el versículo 14 el Señor (como en el Éxodo) se llama a sí mismo su Redentor. La idea de


la semilla de Abraham que viene de todas las naciones está ampliamente explicada en
Romanos 4:16-18; 9:6-8.

Hay consuelo porque Dios es un Dios de compasión (vv. 17- 29). En los profetas que ya
hemos visto hay sinónimos para identificar a los creyentes, como «los pobres», «los
necesitados», y términos similares (v. 17). Dios ve las necesidades de los desamparados que
reconocen su difícil situación y oirá su grito. Los hombres tienen que ser humillados para
que lleguen a conocer que es Dios el único que los puede ayudar (v. 20). Con toda
seguridad, no hay posibilidad de encontrar auxilio entre los hombres (vv. 28-29).

Hay consuelo porque Dios tiene un siervo escogido que vendrá en medio de los hombres y
que está en condiciones de hacer todo lo que Dios ha querido (42.1-25). Aquí se aplica el
término «siervo» con toda seguridad al Mesías, al Cristo. Debe ser identificado con ese
niño que ha de nacer de una virgen (7:14), y que es en verdad Dios en la carne (9:6-7).

Dios declara su completa complacencia en el Cristo (v. 1; cf. Mt 3.17). Unida a la promesa
de que llevará el evangelio a los gentiles también, está la predicción de sus sufrimientos
(vv. 2,3). El llevará a cabo toda justicia (obediencia perfecta a toda la ley de Dios, v. 4) que
Dios ha exigido de sus hijos desde el principio (Génesis 18:19). En este pasaje, deja en
claro que el Redentor, el Cristo, no es otro que el mismo Dios (vv. 6-8).

El pueblo de Dios está en la oscuridad y necesita de la luz de Dios. Está ciego y sordo al
evangelio de Dios. Necesita del poder de Dios para ver y oír (cf. Isaías 6:9-13). La ley
expresa perfectamente cuál es la voluntad de Dios para su pueblo, pero, por sí mismos, los
hijos del pueblo no pueden guardar esa ley ni complacer a Dios (v. 22). Es por esto por lo
que necesitan que venga un siervo de Dios que pueda hacer a la perfección toda la justicia y
el juicio de Dios.

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