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Unidad Didactica Ii
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METAFÍSICA I. SEGUNDA UNIDAD DIDÁCTICA
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Ser ha abandonado las características fuertes de la noción clásica de Ser y que, más que
representar un Ser previamente dado, constituye en cada momento los acontecimientos que
precisa.
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Los estoicos desarrollaron una teoría de la modalidad que continúa la de los megáricos,
mezclando las consideraciones lógicas con las ontológicas derivadas fundamentalmente de la
teoría de la providencia defendida por esta escuela, según la cual la necesidad de los hechos
no es intrínseca a los mismos, sino que depende de otros hechos relacionados con aquéllos, a
los que Cicerón denomina confatalia.
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Sartre en L’être et le néant plantea a su vez cómo la libertad, en tanto que elección en un
mundo de posibilidades es lo que constituye esencialmente al Para-Sí frente a la necesidad
absoluta del En-Sí. La realidad humana es libertad. Mientras que el En-Sí se limita a ser
simplemente, el Para-Sí tiene que ser tarea, proyecto, porque se determina a sí mismo. En el
Para-Sí hay siempre una carencia, una falta por lo que se abre, por un lado, a los valores y por
otro a la posibilidad. El Para-Sí nunca coincide consigo mismo debido a la falta de los posibles
que lo completarían y clausurarían. Vemos aquí la dimensión existencial de la categoría de
posibilidad.
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no por asociación y adición, […] sino por disociación y desdoblamiento. Este impulso vital se
despliega irreversiblemente en direcciones divergentes y complementarias, desde la
simplicidad hacia la diferencia, una totalidad dividiéndose como dirá Deleuze: esta evolución
bergsoniana permanece siempre en lo real, repudiando lo posible.
El vitalismo de Nietzsche se caracteriza por ser afirmativo hacia la voluntad de vida. Se
encuentra presente en su teoría del eterno retorno, que goza de una interpretación
cosmológica y de otra ética (selectiva, pues toma lo más excelso), pero también ontológica
afirmando el ser como devenir, devenir selectivo de fuerzas únicas dignas de retornar. La vida,
concepto nietzscheano central, resulta inseparable del devenir, y a su servicio debe someterse
el pensamiento, volviéndose activo. La moral asimismo debe desplegar sus valoraciones de
forma relativa y perspectivista al servicio de cuanto potencie la vida. El superhombre es el
hombre afirmativo por excelencia, que asume la vida en devenir en su totalidad y asimila el
eterno retorno como aquella actualización recurrente de las fuerzas activas, creadoras de
novedad irreversible.
Deleuze asume este pensamiento vitalista haciendo de la diferencia y la repetición, el
fantasma y el simulacro, armas poderosas contra el fijismo platónico. Así postula un devenir
molecular imperceptible, alojado en la base de la historia macroscópica, que siempre deviene
en la diferencia y que por tanto rechaza el esquema platónico del modelo y la copia. Los
grandes cambios deben más a las fisuras minúsculas que a las grandes oposiciones molares
de individuos o clases. Así, frente a la historia macroscópica típicamente marxista, el francés
retoma la genealogía microfísica del devenir, tan necesaria como complementaria a la
anterior.
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Estas estructuras disipativas suponen la ruptura del sistemático aumento de la entropía tal
y como predice el segundo principio de la termodinámica: los sistemas complejos y en especial
los seres vivos crean organización a partir de la desorganización reduciendo la entropía a costa
de consumir energía y aumentar el desorden en su ambiente, lo que mantiene el principio a
nivel global intacto. Por eso, estas estructuras se encuentran tan ligadas al surgimiento y
mantenimiento de la vida, combinando el azar y la necesidad de forma creadora. A la
irreversibilidad marcada por la flecha del tiempo de la entropía, estas estructuras se oponen
transitoriamente.
Completa este panorama de la complejidad en torno al devenir la teoría de las catástrofes
de R. Thom según la cual todas las formas estables estructuralmente pueden relacionarse con
un dinamismo subyacente peculiar discontinuo que explica su propio surgimiento. Ésta es la
morfogénesis que supone la existencia de dinamismos microscópicos cuyas discontinuidades
(catástrofes) originan una forma estable a nivel macroscópico. Esta teoría analiza las
condiciones de posibilidad de estas discontinuidades y las cataloga, reduciendo al caso de
nuestro espacio tiempo y con carácter potencial, a siete posibilidades, perfectamente
determinadas geométricamente. Esta morfología aborda desde los seres vivos y las
estructuras sociales hasta las formas lingüísticas, abstrayéndose del substrato considerado, lo
que permite establecer analogías para explicar dinamismos desconocidos a partir de otros
conocidos, lo que fortalece el papel del paradigma de la complejidad.
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organizan a través de máquinas abstractas que constituyen dicho plano de consistencia. Hay
un continuo energético que se crea y se destruye continuamente, dando lugar a procesos de
territorialización y desterritorialización cambiantes de manera continua. Esta visión combina
el dinamismo heraclitiano con la sumisión spinozista de la multiplicidad de los modos a la
unidad de la substancia o plano de consistencia a través del energetismo de la teoría
leibniziana de las mónadas. Es una concepción molecular, neovitalista y energetista de la
realidad.
Por otro lado, Deleuze obtiene la noción de estrato a partir de la confluencia de:
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sociogénesis de homínidos con cerebros cada vez más grandes es el soporte del desarrollo de
la cultura que, a su vez, permite el desarrollo del cerebro y del lenguaje. Estos rasgos
específicos de la hominización (sociedad, cultura, cerebralización), son aspectos diversos de
un proceso de complejidad creciente
La biología ha dotado al ser humano de muchas posibilidades, precisamente porque no ha
desarrollado su especialización y su adaptación a un medio determinado. El hombre es un ser
inacabado biológicamente y por tanto en su acción no puede basarse en el instinto como los
demás animales, ya que ha sufrido una reducción de este. Su complejidad se lleva a cabo
gracias a la cultura, a la técnica, que le permiten adaptarse a todos los ambientes. Lo humano
surge mediante una emergencia creciente a partir de lo que se puede denominar
“prehominización animal”, pero, por otra parte, lo animal se agota y en un momento crítico
produce la explosión de lo humano. El hombre es un ser eminentemente proyectivo, que se
forma una opinión, toma posiciones y luego interviene en las cosas. Aprovecha su
indiferenciación configuracional y sus caracteres neoténicos (persistencia en la edad adulta
de características propias de los cachorros animales, como la curiosidad, el jugueteo, la
indefinición instructiva, etc.) para crearse un mundo propio (Welt) que no se puede reducir
al mero ambiente (Umwelt) al que están adaptados perfectamente los animales.
Vivimos siempre en un mundo cultural, en cuya creación es fundamental la acción y el
lenguaje, que suponen la creación de un mundo perceptivo y muy complejo. El lenguaje y el
pensamiento permiten un comportamiento teórico sobre las cosas que se sitúa como fase
intermedia entre la percepción de la realidad y la acción sobre la misma. La capacidad práxica
del hombre se basa en la posibilidad que tienen las pasiones humanas de ser frenadas e
incluso invertidas, de manera que se pongan al servicio de fines extraños en principio a su
satisfacción directa. El hombre dispone de un “superávit pulsional” que puede dirigir, al menos
en parte, hacia la creación cultural y la transformación de la realidad.
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• Al pensar que serían los físicos los que tendrían que proporcionarnos la idea de
materia, ya que la idea ontológica de materia que emplea es netamente filosófica,
construida dialécticamente y no importada de la ciencia. En cambio, a nivel óntico, la
idea de materia, aunque también es un constructo filosófico, está más directamente
referida a nociones físicas como la energía, el dinamismo, etc.
• Las nociones físicas que para Moulines no son materiales, como el espacio y el tiempo
o los campos, o bien son conceptos puramente relacionales referidos esencialmente a
elementos materiales, o bien, son constructos matemáticos que expresan las acciones
provocadas por partículas materiales como los campos. Por tanto, el espacio, el tiempo
y los campos no existirían sin objetos materiales que los definieran.
• El pluralismo que defiende Moulines es una afirmación ontológica de nivel más bajo
que el materialismo, pues éste no sólo acepta la pluralidad, sino que va más allá al
intentar construir un concepto de materia que le haga justicia.
Lo más aceptable de la crítica de Moulines es el posible carácter tautológico del
materialismo, que a partir de que todo es materia, se propone metodológicamente adecuar
su noción de materia al cambiante estado del saber científico de las distintas épocas: pero
esta crítica sólo sería destructora del materialismo si éste se propusiera como teoría científica,
pero no afecta al materialismo como teoría ontológica, en la que los criterios según los cuales
algo se puede aceptar como material no tiene sentido, ya que partimos de la posición de que
todo lo que se presenta es material y que, por tanto, sólo tenemos que adecuar nuestra idea
de materia para que se pueda aplicar también a este fenómeno.
El materialismo es una postura ontológica solidaria y compatible con la ciencia moderna.
Una postura en cambio que niegue el carácter material a entidades como el espacio, el tiempo,
o el vacío nos lleva al agnosticismo o al espiritualismo, posturas realmente incómodas tanto
desde un punto de vista ontológico como desde un punto de vista científico.
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Bunge desarrolla una ontología de carácter materialista y monista (sólo hay una sustancia,
pero una pluralidad de propiedades) que integra en su seno:
▪ Una concepción materialista de la vida.
▪ Una teoría materialista de la mente.
▪ Una concepción materialista de la cultura.
Para Bunge, el materialismo no es una filosofía única, sino una familia de ontologías que
tienen en común la tesis de que “cuanto existe realmente es material”, o la tesis inversa de
que “los objetos inmateriales tales como las ideas carecen de existencia independiente de las
cosas materiales tales como los cerebros”. Un objeto material es aquel que puede estar por
lo menos en dos estados, de modo que puede saltar de uno a otro y su idea de materia
coincide con el conjunto de todos los objetos materiales o entes. Dado que la materia es un
conjunto, un objeto abstracto, no existe de la manera que existen los objetos materiales y no
es material a su vez. Para Bunge la realidad es idéntica con la materia; es decir, los únicos
objetos reales son los materiales.
Este materialismo bungiano es emergentista y distingue varios niveles de entes: físico,
químico, biológico, social y técnico.
Esta ontología materialista se caracteriza por ser:
▪ Exacta (todo concepto es exacto o “exactificable”).
▪ Sistemática (toda hipótesis pertenece a un sistema hipotético-deductivo).
▪ Científica (toda hipótesis es compatible con la ciencia contemporánea).
▪ Dinamicista (todo ente es cambiable).
▪ Sistémica (todo ente es un sistema o un componente de algún sistema).
▪ Emergentista (todo sistema posee propiedades que no tienen sus componentes).
▪ Evolucionista (toda emergencia original es una etapa de algún proceso evolutivo).
Con ella, Bunge pretende:
▪ Superar los defectos de las teorías materialistas vigentes hasta ahora, que son
inexactas, metafóricas, asistemáticas, dogmáticas, anticuadas, fisicistas o
reduccionistas.
▪ Intenta armonizar el materialismo con el racionalismo en contra de filósofos como
Popper que mantienen actitudes espiritualistas en problemas como el de la mente.
Según Popper el materialismo reduciría los Mundos 2 (el psiquismo) y 3 (la cultura) al
Mundo 1 (los objetos físicos) y con esto se opondría al evolucionismo emergentista que
admite la independencia relativa de los Mundos 2 y 3 respecto al 1.
Quintanilla analiza el desplazamiento y los cambios que se producen en el racionalismo
crítico al pasar de basarse en una ontología como la de Popper a basarse en una ontología
materialista como la de Bunge:
a) Se pasa de una concepción normativa a una concepción descriptiva de la
racionalidad.
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