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CUENTO
CUENTO
Se ha ido…
sobre el asfalto,
La encontré de repente, mis ojos se ilusionaron al verla, la recuerdo bien, tenía un suéter de
color gris, largo, que llegaba a unos centímetros por encima de sus rodillas, después pensé
que hasta su vestir coincidía con el entorno. Su cabello largo lucha por mantenerse estático,
mientras el viento arrasa con las hojas del viejo árbol, me dejo llevar por sus ojos negros,
Ella sonríe, permite que me acerque, la abrazo fuerte, creo que también sospecha que algo
va a suceder, pero no sabe qué. Nos sentamos, no fue una charla extensa, yo la ataqué con
una sarta de preguntas: ¿cómo has estado?, ¿me extrañas? Ella simplemente respondió con
algo que yo no veía venir, Te vi feliz el fin de semana, de inmediato, casi como una
para saber que ya no había sentimientos entre los dos, era uno de esos amores que no
pueden ser vistos de otra forma, porque al fin de cuentas, una vez más terminas
besándoles. Este amor, solo era eso, el deseo de una tarde, el deseo de revivir o quizá
matar ese sexo que tanto nos poseía en el pasado… pero la tarde, engañosa, se fue
consumiendo por un dialogo de miradas, en el cual terminé por ser descifrado, ella me
había estado leyendo cada gesto, escucha cuidadosa cada palabra, simplemente era
cuestión de tiempo para ser juzgado. Leímos algunos versos, VISEVERSA de Mario
escribía, me dijo: Me gusta como escribes, pero no juegues conmigo, sé que tu solo quieres
que quieres es verme gemir encima tuyo, no quieres nada serio, porque tienes miedo, tienes
miedo de enamorarte, porque te gusta tu soledad, porque en ella te sientes cómodo y solo
sales de esa madriguera para saciarte y luego como una creatura de la noche, te ocultas tras
las sombras. Después de esa palpable imagen que ella tenía de mí, me sentí desnudo, era la
primera vez que alguien había llegado tan adentro y con firmeza sujetaba mi alma libre
para masacrarla. Me sentí como la parte final de VISEVERSA muy jodido, no porque la
anhelara, ni porque tuviera buena suerte de oírla, sino porque ella se había dado cuenta
de quien era yo. Y así como en el POEMA NUMERO 15, pienso que me gustaría que se
callara, porque al menos la sentiría ausente y podría recuperarme, para ocultar mi rostro.
Me arrojé sobre ella, la besé con ferocidad, me mordió, luchamos por ver quién podía
dominar más al otro, nuestros cuerpos se rosan, se excitan, las manos ya no la aprisionan,
se deslizan por entre nuestros cuerpos, sus senos suaves se endurecían al tacto de mis
ásperos labios, a fin de cuentas, se desbordo sobre mi como lluvia. Desde entonces a mi
cama ya no llegan los atardeceres, los crepúsculos no se reflejan en las sábanas, sábanas
impregnadas de su olor, manchadas por el insomnio de la noche silenciosa que apaga las
estrellas en lo alto.
Después de sentirme ahogar en el recuerdo, ella me miró a los ojos, yo intenté sacar una
excusa, le dije: Me duele, me duele ver como eres de otro. Le cuesta creerme que yo sienta
algo por ella, pregunta que cómo hacía si no llevábamos tiempo de conocernos y yo, con un
yo no necesito tiempo
Conocerse es el relámpago.
¿Quién te va a ti a conocer
Pedro Salinas.
Mientras le leí el fragmento ella evitó mi mirada, se sentía incomoda, y al fin explotó:
¡Qué hago!, si yo amo a ese hombre. Sentí cómo mi rostro se endurecía. Él te odia, -dijo-,
anunciaba que ya era hora de partir, nos levantamos en silencio; me acerqué a su rostro,
besé sus mejillas suaves y me alejé diciendo: Dile que me odie aún más.
POR: CAMILOARBEY VILLOTA PANTOJA