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TARDES

Se ha ido…

Una tarde como ésta la vi partir

con pasos de lluvia sobre la ciudad,

sobre el asfalto,

vi quebrarse su rostro tras la ventana,

-cómo se diluye ahora en mi sangre,

cómo se transparenta ahora en mis ojos-,

sus pasos de lluvia sobre el tejado,

apagan ahora mi voz.

La encontré de repente, mis ojos se ilusionaron al verla, la recuerdo bien, tenía un suéter de

color gris, largo, que llegaba a unos centímetros por encima de sus rodillas, después pensé

que hasta su vestir coincidía con el entorno. Su cabello largo lucha por mantenerse estático,

mientras el viento arrasa con las hojas del viejo árbol, me dejo llevar por sus ojos negros,

tan profundos, pero con un brillo crepuscular.

Ella sonríe, permite que me acerque, la abrazo fuerte, creo que también sospecha que algo

va a suceder, pero no sabe qué. Nos sentamos, no fue una charla extensa, yo la ataqué con

una sarta de preguntas: ¿cómo has estado?, ¿me extrañas? Ella simplemente respondió con

algo que yo no veía venir, Te vi feliz el fin de semana, de inmediato, casi como una

aparición, vino a mi mente, la tarde del domingo…


recordé, que un viejo amor fue a visitarme, no tan viejo como el árbol, pero si lo suficiente

para saber que ya no había sentimientos entre los dos, era uno de esos amores que no

pueden ser vistos de otra forma, porque al fin de cuentas, una vez más terminas

besándoles. Este amor, solo era eso, el deseo de una tarde, el deseo de revivir o quizá

matar ese sexo que tanto nos poseía en el pasado… pero la tarde, engañosa, se fue

consumiendo por un dialogo de miradas, en el cual terminé por ser descifrado, ella me

había estado leyendo cada gesto, escucha cuidadosa cada palabra, simplemente era

cuestión de tiempo para ser juzgado. Leímos algunos versos, VISEVERSA de Mario

Benedetti, POEMA NUMERO 15 de Pablo Neruda y algunos de esos bosquejos que yo

escribía, me dijo: Me gusta como escribes, pero no juegues conmigo, sé que tu solo quieres

disfrutar de un momento, no me mientas a la cara y no me digas que me quieres, cuando lo

que quieres es verme gemir encima tuyo, no quieres nada serio, porque tienes miedo, tienes

miedo de enamorarte, porque te gusta tu soledad, porque en ella te sientes cómodo y solo

sales de esa madriguera para saciarte y luego como una creatura de la noche, te ocultas tras

las sombras. Después de esa palpable imagen que ella tenía de mí, me sentí desnudo, era la

primera vez que alguien había llegado tan adentro y con firmeza sujetaba mi alma libre

para masacrarla. Me sentí como la parte final de VISEVERSA muy jodido, no porque la

anhelara, ni porque tuviera buena suerte de oírla, sino porque ella se había dado cuenta

de quien era yo. Y así como en el POEMA NUMERO 15, pienso que me gustaría que se

callara, porque al menos la sentiría ausente y podría recuperarme, para ocultar mi rostro.

Me arrojé sobre ella, la besé con ferocidad, me mordió, luchamos por ver quién podía

dominar más al otro, nuestros cuerpos se rosan, se excitan, las manos ya no la aprisionan,

se deslizan por entre nuestros cuerpos, sus senos suaves se endurecían al tacto de mis

ásperos labios, a fin de cuentas, se desbordo sobre mi como lluvia. Desde entonces a mi
cama ya no llegan los atardeceres, los crepúsculos no se reflejan en las sábanas, sábanas

impregnadas de su olor, manchadas por el insomnio de la noche silenciosa que apaga las

estrellas en lo alto.

Después de sentirme ahogar en el recuerdo, ella me miró a los ojos, yo intenté sacar una

excusa, le dije: Me duele, me duele ver como eres de otro. Le cuesta creerme que yo sienta

algo por ella, pregunta que cómo hacía si no llevábamos tiempo de conocernos y yo, con un

libro en la mano, le dije:

yo no necesito tiempo

para saber cómo eres:

Conocerse es el relámpago.

¿Quién te va a ti a conocer

en lo que callas, o en esas

palabras con que lo callas?

Pedro Salinas.

Mientras le leí el fragmento ella evitó mi mirada, se sentía incomoda, y al fin explotó:

¡Qué hago!, si yo amo a ese hombre. Sentí cómo mi rostro se endurecía. Él te odia, -dijo-,

no sé cómo se ha enterado de ti, pero te odia. La lluvia, estrepitosa, empezó a caer,

anunciaba que ya era hora de partir, nos levantamos en silencio; me acerqué a su rostro,

besé sus mejillas suaves y me alejé diciendo: Dile que me odie aún más.
POR: CAMILOARBEY VILLOTA PANTOJA

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