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EL PODER EN EL S.

XXI O EL
RIESGO DE VOLVER A 1914
Escrito por José Lozano Gallardo el Ene 27, 2012 en Conflictos y
Seguridad, Historia y Teoría Política
En su obra El Futuro del Poder, Joseph S. Nye Jr. distingue dos grandes
cambios de poder que están teniendo lugar en el siglo XXI: Por un lado,
se está produciendo un proceso de transición horizontal entre los
Estados en el que el poder se desplaza de Oeste a Este. A su vez,
un proceso de difusión vertical desplaza el poder de actores estatales a
actores no estatales.

Difusión vertical del poder


Nye concibe la distribución actual del poder en la sociedad internacional
como un ajedrez tridimensional. El tablero superior representa el poder
militar. En él, el poder está distribuido de forma unipolar, de manera que
un solo actor, Estados Unidos, concentra la mayor parte de los recursos
militares del planeta. No solamente gasta más en defensa que el resto
del mundo junto sino que además destina más recursos a I+D que la
suma de sus siete inmediatos perseguidores, lo que le confiere una
ventaja decisiva. Frente a esta abrumadora capacidad convencional,
aspirantes hegemónicos comoChina están combinando estrategias
convencionales – como el desarrollo reciente de una Marina de aguas
profundas – con otras no convencionales – como el desarrollo de la
guerra cibernética. En cualquier caso, no parece probable que la
hegemonía norteamericana en este ámbito sea cuestionada durante la
primera mitad del siglo XXI.
El tablero central representa el poder económico. En él, el poder está
distribuido de forma multipolar, y el equilibrio del sistema depende de la
capacidad de varios actores – fundamentalmente pero no únicamente
estatales – de ajustar la competencia entre los Estados a unas
determinadas reglas de juego y valores comunes mediante estrategias
cooperativas. El ejemplo más representativo de esta interdependencia
reside en el denominado equilibrio del terror financiero, término utilizado
para expresar la compleja interdependencia económica existente en la
actualidad entre los dos grandes colosos económicos, Estados Unidos y
China.
El tablero inferior representa la difusión de poder en las relaciones
transnacionales. En este caso no es posible hablar de orden unipolar o
multipolar, sino de que, simplemente, nadie está al mando, y reina el
caos. La creciente proliferación de actores no estatales que participan
en el reparto y ejercicio del poder en la esfera global es un fenómeno
reciente. Sienta sus raíces en los procesos tecnológicos en campos muy
diversos – particularmente, durante el último medio siglo, en las
tecnologías de la información y el conocimiento – y que han servido como
catalizadores para procesos de alcance más ambicioso, como la
transnacionalización o la globalización. El mayor logro de esta revolución
tecnológica no reside en la posibilidad de comunicación instantánea – de
hecho, en el S. XIX, una comunicación telegráfica podía atravesar el
globo en cuestión de un segundo y medio – sino en su efecto sobre los
costes, que se han reducido mil veces en los últimos treinta años,
permitiendo un alcance masivo y global de sus efectos.
¿Cuáles son las implicaciones que tiene este proceso de difusión del
poder en las relaciones internacionales del S. XXI?
Ulrich Beck afirma que el proceso otorga una dimensión global a los
problemas, y define, de este modo, a la nueva sociedad internacional
como una sociedad de riesgo global. De acuerdo con Timothy Garthon
Ash: «Afrontamos cada vez más peligros, amenazas y desafíos que
afectan a la población de un país pero que se originan principal o
financieras
totalmente en otros países…crisis , crimen organizado,
migraciones masivas, calentamiento global, pandemias o terrorismo
internacional, por nombrar unos cuantos… […] No tenemos tanto un
mundo multipolar como un mundo apolar».
La principal implicación del surgimiento de los problemas globales es
que, según Susan Strange, «La capacidad de los Estados para hacer
frente a los problemas de la transnacionalización y de la globalización es
cada vez menor [mientras que] se está abriendo una peligrosa brecha
entre el poder territorial de los Estados y una débil y parcial cooperación
intergubernamental». La globalización ha producido un proceso de
erosión del Estado y un aumento constante de su vulnerabilidad. En este
sentido, Thomas Friedman afirma que «existe un peligroso
desequilibrio entre el desarrollo del sistema internacional y la ausencia
de instituciones que puedan regularlo eficazmente. […] Las
instituciones actuales son disfuncionales y no están adaptadas a la Era
Tecnológica o a la acción privada» . Otros pensadores como Zygmunt
Bauman lo han definido como una disociación entre los ámbitos de la
economía y la política: «Las fuerzas económicas son globales y los
poderes políticos, nacionales». Todas son, en cualquier caso,
manifestaciones de un mismo fenómeno.
En este contexto claramente post-Westfaliano, ¿Cuáles son las
estrategias que deben adoptarse para poder, en primer lugar, hacer
frente a los problemas que Beck define como globales y, en segundo
lugar, asegurar la provisión de los denominados bienes públicos
globales[1]?
Las estrategias basadas en el poder duro, asociadas a los instrumentos
de poder realista o tradicional, han visto cómo su eficacia se erosiona al
mismo ritmo que el papel del Estado en las relaciones internacionales. La
globalización y la creciente interdependencia han convertido el recurso a
la fuerza en cada vez más costoso en todos los sentidos. La teoría de la
paz democrática y la teoría de la paz de los mercados nos demuestran
que el grado de interdependencia económica es directamente
proporcional al grado de democracia y, a su vez, inversamente
proporcional a la predisposición a resolver las controversias por la
fuerza. Como dijo Ivan Bloch en 1898 «Los avances tecnológicos y la
interdependencia han convertido la guerra a gran escala en la bancarrota
de las naciones».
La respuesta, por tanto, es el desarrollo de una estrategia global. Los
riesgos globales requieren soluciones globales, articuladas en base a
estructuras fundamentadas en la cooperación internacional o la
integración institucional. Para Beck, la sociedad de riesgo global no es
un problema sino una oportunidad. Según Paul Kennedy, «La idea de
una asociación universal de la Humanidad se remonta cientos de años en
la Historia […] los antiguos filósofos chinos y los sabios griegos
abogaban ya en su época por el establecimiento de un nuevo orden
mundial».

Este concepto recurrente ha sido desarrollado por una infinidad de


pensadores a lo largo de la Historia:Leibniz, Jovellanos, Kant…El
abate St. Pierre aseguraba que todas las naciones debían situarse en
un estado de mutua dependencia y que de este propósito aflorarían
beneficios positivos como la armonía global, la prosperidad creciente o el
desarrollo de las Artes. En este mismo sentido se pronuncia el sociólogo
alemán Ralf Dahrendorf, que desarrolla la teoría de la «Infraestructura
de la Libertad», en la que afirma que «La única forma de superar la
anomia inherente a la modernización y a la globalización es la creación
de instituciones».
En un contexto en el que la clave para afrontar con garantías los nuevos
problemas globales es la capacidad de los Estados para fomentar las
relaciones de cooperación en la sociedad internacional, ¿Qué tipo de
poder deben los actores estatales implementar para desarrollar
estrategias exitosas?
1. De acuerdo con Nye, debe de ser un poder con otros frente al
tradicional poder sobre otros.
2. Debe de ser un poder que permita eludir el juego de suma cero y
desarrollar relaciones con ganancias absolutas para todas las partes.
3. Debe de ser un poder que prime los argumentos sobre los recursos,
y que contribuya al desarrollo de estrategias comunicativas que permitan
ganar la batalla de la legitimidad.
4. Debe de ser un poder basado en la atracción y la convicción,
valores que permiten triunfar en un mundo interdependiente.
5. En definitiva, debe de ser el poder de conseguir que los demás
quieran lo mismo que nosotros queremos, es decir, el poder blando. Éste
es el poder que necesitan impulsar los actores internacionales en el S.
XXI para estar a la altura de la «oportunidad» que planteaba Ulrich
Beck y desarrollar un sistema institucional capaz de hacer frente a los
desafíos globales, una verdadera realpolitik cosmopolita.
Transición horizontal del poder
El proceso de transición del poder de Oeste a Este que afirma Nye en
ningún caso describe una emergencia del poder asiático en el S. XXI. En
el caso de Asia, se trata de una re-emergencia. Independientemente de la
guerra de teorías de los historiadores – los deterministas de largo plazo
contra los partidarios del accidente a corto plazo – el hecho es que,
según Ian Morris, Asia ha sido la potencia hegemónica del planeta en un
periodo comprendido entre el 550 DC y el 1775 DC. El auge de Occidente
ha sido un fenómeno reciente. Mientras que el continente asiático
representaba cerca del 50% del PIB mundial en 1800 con cerca de un
50% de la población mundial, en 1900, con la misma población, no
representaba más que el 20%. Es más adecuado, por tanto, considerar el
proceso actual como una recuperación del terreno perdido.
Es indudable que el auge de Asia – y particularmente de China – puede
generar inestabilidad y tensión en Occidente. Afortunadamente, el
problema tiene precedentes históricos, y Occidente puede aprender de
los errores de la Historia para evitar conflictos no deseados.
Para Niall Ferguson, la globalización no es un fenómeno nuevo. En las
tres décadas anteriores a 1914 el comercio internacional de bienes
alcanzó una proporción respecto del total similar a la de los últimos
treinta años. Tanto las migraciones internacionales como la inversión en
el extranjero tenían niveles superiores a los actuales.

Como dijo Keynes, apenas requería esfuerzos para un británico de clase


media el «invertir su riqueza en recursos naturales y nuevas empresas
en cualquier lugar del mundo, y aprovecharse de sus beneficios» . Sin
embargo, todo este sistema colapsó con el estallido de la Gran Guerra.
Para algunos historiadores, la principal causa subyacente de la Primera
Guerra Mundial fue el auge de Alemania – que en el año 1900 superó el
PIB del Gran Bretaña – y el miedo que eso generó en esta última.
Este fenómeno que asocia miedo y percepciones de poder se remonta a
los albores de la Historia.Tucídides explicó que «la causa más real [de
la Guerra del Peloponeso], aunque la menos manifestada de palabra,
creo que fue el hecho de que los atenienses con su engrandecimiento
inspiraron temor a los lacedemonios y los forzaron a la guerra» .
Según Robert Gilpin, «El estallido de conflictos hegemónicos ha estado
más frecuentemente provocado por temores de declive y una percibida
erosión de poder». Son muy numerosos los autores y pensadores que
han desarrollado esta teoría y la han vinculado con fenómenos recientes
de poder. F. D. Roosevelt afirmó en 1933 que «lo único a lo que
debemos temer es al miedo mismo. El terror sin nombre, irracional,
injustificado». Para Dahrendorf,«Nada es más sintomático de la
desintegración social que el constante sentimiento de
amenaza».Dominique Moisi y Tzvetan Todorov definen a la sociedad
occidental como la «Civilización del miedo», mientras que Fareed
Zakaria afirma que «demasiados norteamericanos se han dejado llevar
por la retórica del miedo [y que] para recuperar su lugar en el mundo,
Estados Unidos debe recuperar primero su confianza».
El riesgo fundamental que amenaza con sacudir los cimientos de
esta Segunda Globalización reside en la posibilidad de que los análisis
que definen la transición de poder en el S. XXI como un proceso de
declive de Occidente conduzcan a una reacción desmesurada por parte
de éste ante el ascenso de Asia que nos conduzca de nuevo a 1914.
La gran mayoría de movimientos de cooperación internacional e
integración institucional necesarios, como hemos visto, para afrontar los
riesgos globales del S. XXI, deben su nacimiento al horror de la guerra.
Es imperativo, sin embargo, que nosotros seamos capaces de promover y
desarrollar las instituciones hasta un nivel en el que sean capaces de
resolver los problemas globales sin necesidad de que medie un nuevo
conflicto armado. Si no estamos a la altura de este desafío, y
sucumbimos presa del miedo, deberemos volver a experimentar, una vez
más, la veracidad de las palabras de Thomas Carlyle: «Si algo no se
hace, ese algo se hará por sí sólo algún día, y de una manera que no
agradará a nadie».
José Lozano Gallardo. Madrid.

[1]Se entienden por bienes públicos globales aquellos bienes necesarios


para el funcionamiento de los sistemas internacionales modernos, como
la seguridad y la libre navegación de los mares, la estabilidad económica
y comercial, la resolución de controversias, la estabilidad de internet…y,
en definitiva, todas aquellas condiciones necesarias para el buen
funcionamiento de los mercados internacionales. Tradicionalmente, han
sido las grandes potencias las encargadas de proveerlos, como hiciera el
Reino Unido en el S. XIX o Estados Unidos en el S. XX y XXI. El papel de
las Organizaciones Internacionales es creciente en este sentido, aunque
restringido a determinados ámbitos.

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