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La diplomacia y el Conflicto del Beagle

Milton Cortés

Una de las controversias limítrofes de más larga duración en la historia internacional de Chile
había sido el conflicto con la República Argentina por las islas del canal del Beagle. Sus
orígenes se remontan al Tratado de límites de 1881, que estableció que “pertenecerán a Chile
todas las islas al Sur del Canal “Beagle” hasta el Cabo de Hornos y las que haya al Occidente
de la Tierra del Fuego”.1 Ello implicaba que las islas Lennox, Picton y Nueva quedaban bajo
soberanía chilena y así fue entendido por ambos países durante la primera década de vigencia
del tratado. Sin embargo, hacia el final del siglo XIX e inicios del XX, comenzaron a crecer
en Argentina las voces que consideraban que la boca oriental del canal del Beagle se
encontraba más al sur, por lo que le correspondería la soberanía de todas o algunas de las
islas mencionadas. El gobierno trasandino se hizo parte de esta interpretación a partir de
1904, al enviar una nota a Santiago para que peritos de ambos países determinaran el eje del
canal. En 1915, 1938 y 1960 los dos países buscaron resolver el acuerdo mediante proyectos
de arbitraje, pero ninguno fue ratificado y el problema continuó pendiente, si bien las islas
seguían, en los hechos, bajo soberanía chilena.2
Finalmente, el gobierno de Eduardo Frei Montalva decidió invocar unilateralmente el
arbitraje británico, según el Tratado General de Arbitraje de 1902, a lo que Argentina se
resistió, invitando en cambio a reiniciar las negociaciones directas. Al reiniciarse las
conversaciones, en 1971 se llegó a un acuerdo para materializar el arbitraje, según el cual la
controversia sería definida por un tribunal compuesto de cinco jueces de la Corte
Internacional de Justicia (CIJ), quienes presentarían su resolución a la corona británica, que
podía aceptarlo o rechazarlo, pero no modificarlo. Chile nombró como agentes a los

1
“Tratado de límites entre Chile y Argentina”, firmado en Buenos Aires el 23 de julio de 1881, en German
Carrasco (selección y notas), El laudo arbitral del canal Beagle (Santiago, Editorial Jurídica de Chile, 1978),
p. 20.
2
Guillermo Lagos Carmona, Historia de las fronteras de Chile. Los tratados de límites con Argentina (2°
edición Santiago, Andrés Bello, 1980), pp. 230-262.
embajadores José Miguel Barros y Álvaro Bunster, renunciando este último tras el golpe de
Estado de 1973, quedando Barros como el único agente. Participaron como abogados por la
parte chilena el jurista nacional Julio Philippi Izquierdo, el británico Yan Brownlie y el
francés Prosper Weil. 3
Durante el transcurso del juicio, Argentina hizo gestiones frente a Chile en 1975 para
suspender el proceso, proponiendo dos islas para Chile y una para Argentina, o bien dividir
la isla Nueva entre los dos países, a lo que añadió otra propuesta de cambiar de árbitro, por
el rechazo que causaban los británicos en su opinión pública, por la controversia pendiente
por las islas Malvinas. La Junta Militar analizó la propuesta y se manifestó en contra,
sospechando que podían tener motivaciones ocultas. También se interpretó la petición
argentina como una demostración de nerviosismo, de que sabían que iban a perder.4 Pinochet
sintetizó el pensamiento de la Junta, al decir: “si nos va mal, mala suerte, pero no hemos
variado ni nos hemos salido de la línea aceptada por dos o tres Gobiernos anteriores”. 5
El juicio arbitral continuó el curso previsto y el fallo fue comunicado a las partes el 2 de
mayo de 1977, en cuyo principal punto declaró: “Que pertenecen a la República de Chile las
islas Picton, Nueva y Lennox, conjuntamente con los islotes y rocas inmediatamente
adyacentes a ellas”. La línea de argumentación de la Corte no buscó establecer cuál era el
curso efectivo del Beagle, sino el que los firmantes del tratado de 1881 tuvieron en mente,
rechazando asimismo la argumentación argentina sobre un supuesto principio bioceánico,
según el cual Chile no podía pretender ningún territorio “atlántico”.6 Barros, al comunicarle
la noticia al canciller Carvajal, le dijo: “Ministro, lo llamo para decirle que Colo-Colo le ganó
a River Plate 3 por 0”. Esto fue oído de paso por Philippi, quien le recriminó: “¡Por Dios, con
todos los problemas que tenemos en este momento me vienes a hablar de fútbol!”.7
Mientras en Chile la opinión pública recibió el resultado del Laudo con júbilo, en el otro
lado de los Andes la impresión fue de shock y estupefacción. Particularmente duro fue para
la Junta Militar argentina -integrada por Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera y

3
Guillermo Lagos Carmona, Historia de las fronteras de Chile. Los tratados de límites con Argentina, p. 262-
265 y 361.
4
Acta N° 190-A de la Junta de Gobierno, 15 de abril de 1975.
5
Acta N° 192-A de la Junta de Gobierno, 17 de abril de 1975, p. 8
6
Guillermo Lagos Carmona, Historia de las fronteras de Chile. Los tratados de límites con Argentina, p. 265-
306.
7
Mónica Cerda (Editoria), Chile y Argentina: Historia del gran conflicto (Ediciones Universidad San
Sebastián), p. 129.
Orlando Ramón Agosti-, que entre sus argumentos para mantenerse en el poder, al que habían
arribado mediante un golpe de Estado en 1976, era que podían tratar los temas limítrofes y
de defensa mejor que los civiles.8 En los arbitrajes británicos previos, de 1902 y de 1966, se
había llegado a una solución salomónica, dividiendo los territorios en disputa, por lo que
había cierta expectativa en Argentina que la resolución por el Beagle fuera similar. Como
mínimo, esperaban que les asignaran la isla Nueva.9 No fue el caso y la Corte le dio la razón
en todo a Chile, lo que era muy poco habitual en esta clase de juicios. Particularmente grave
para los argentinos fue el rechazo a su tesis del principio bioceánico, que derivaba de una
interpretación unilateral del tratado de 1881, según el cual todas las islas del Atlántico
pertenecían a Argentina y las del Pacífico a Chile. Para el Laudo, “no hay base real para
afirmar la existencia de un principio oceánico… que aparezca como algo que, a priori, deba
regir la interpretación integral del Tratado”. 10 Esta lógica oceánica solo era válida para
determinadas regiones, en los Andes, en el extremo Atlántico del Estrecho, en la costa
oriental de la Isla Grande y en la Isla de los Estados.11
Para los argentinos, este desconocimiento implicaba que el Laudo permitiría que Chile
penetrara en el océano Atlántico y en la Antártica, mediante la delimitación del mar
territorial, lo que era inaceptable para gran parte de la opinión pública argentina, que
comenzó a reclamar para que su gobierno no reconociera el fallo. Algunos diarios, como
Clarín, habían empezado esta campaña años antes, desde el inicio del arbitraje.12 Detrás de
este rechazo, existía una idea profunda, de que el conflicto no era meramente por cuestiones
limítrofes, sino que, en palabras de un autor argentino, porque se cuestionaba “el destino
permanente y el emplazamiento geográfico y político de un Estado que había asumido
secularmente su condición de país proyectado hacía el Pacífico. Por ello, la Argentina veía
comprometidos intereses que le eran vitales”.13 Por ello, mientras en Chile el gobierno

8
Ascanio Cavallo, Manuel Salazar y Óscar Sepúlveda, Historia oculta del régimen militar. Memoria de una
época 1973-1988 (Santiago, Debolsillo, 2004).
9
Magdalena Lisinka, Argentine Foreign Policy during the Military Dictatorship. Between a Nationalist and
Pragmatic Approach, 1976–1983 (Palgrave Macmillan, 2019), p. 109.
10
Laudo arbitral de 1977, citado en Guillermo Lagos Carmona, Historia de las fronteras de Chile. Los
tratados de límites con Argentina, p. 288-291.
11
Guillermo Lagos Carmona, Historia de las fronteras de Chile. Los tratados de límites con Argentina, p.
291.
12
El Mercurio, “Persiste una campaña contra el arbitraje”, 11 de septiembre de 1976; El Mercurio, “Diario
objeta arbitraje sobre canal Beagle”, 31 de octubre de 1976;
13
Ricardo Etcheverry Boneo, El Canal de Beagle. Crónica de una mediación (Buenos Aires, Círculo Militar
2000), p. 69.
reconoció de inmediato el fallo, Argentina emitió un ambiguo comunicado, en el que
postergaba su posición frente al laudo por 9 meses.
La resolución de la Corona se limitó a resolver sobre un área específica, el llamado
“martillo”, quedando otros temas, como la delimitación marítima, explícitamente fuera de su
jurisdicción. En vista de ello, y con su posición frente al fallo aún pendiente, el 6 de mayo
Argentina propuso a Chile iniciar negociaciones directas respecto de la delimitación
marítima, en una forma “razonable y equitativa”, que facilitara “una solución estable y
definitiva de todos los problemas de la región”.14 Chile aceptó la invitación, pero dejando en
claro que la delimitación debía hacerse “de acuerdo con el Derecho Internacional”.15 Esta
diferencia de perspectivas –una que buscaba un reparto a partir de ciertas ideas de lo que
debía ser un equilibrio en la región y, por otra, la defensa irrestricta de los derechos adquiridos
en los tratados y el laudo–, sería la tónica que se repetiría a lo largo de toda la negociación.
En este contexto, Chile aprovechó la fortaleza jurídica que le daba el Laudo para emitir, el
14 de julio, un decreto de líneas de bases rectas, por la cual se establecían las aguas interiores
y las líneas de base, desde las que se mediría el mar territorial y la zona económica exclusiva,
lo que causó profundo desagrado en Buenos Aires.16
Las negociaciones directas para resolver la delimitación marítima se dieron en dos vueltas
de conversaciones entre la misión chilena liderada por Julio Philippi y la argentina por Osiris
Villegas, en julio y octubre de 1977. Las reuniones resultaron un completo fracaso, pues los
argentinos desconocían la vigencia del laudo, que decían no estaba firme, proponiendo una
“distribución política” de las islas.17 En sus propios documentos confidenciales, los
argentinos reconocían la “debilidad de nuestros argumentos jurídicos y escasos actos
posesorios”, por lo que se decidieron a invocar argumentos de tipo histórico y geopolítico,
siendo el más relevante el principio bioceánico.18
El 4 de diciembre arribó a Chile el vicealmirante Julio A. Torti, quien traía una propuesta
del presidente Videla, que se presentaba como el “máximo esfuerzo de flexibilización”. En

14
Citado en Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal. Diferendo austral Chile /
Argentina. 1977/1985 (Santiago, Ediciones Universidad Católica, 2007), p. 28.
15
Citado en Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, p. 31.
16
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, pp. 35-36.
17
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, p. 54.
18
Acta N° 30 de la Junta Militar, en Ministerio de Defensa, Actas de la Dictadura. Documentos de la Junta
Militar encontrados en el Edificio Cóndor, Vol. I (Buenos Aires: Ministerio de Defensa, 2014). pp. 136-148
ella Argentina extremaba sus pretensiones, pues si bien estaba dispuesta a reconocer las islas
dadas a Chile en el Laudo, pretendía otras islas ubicadas al sur del canal del Beagle –Evout,
Barnevelt y Hornos– en una soberanía compartida entre ambos países. Se sobrepasaba así
largamente el asunto de la delimitación marítima y se llevaba el tema a una aspiración
territorial. Pinochet rechazó aquellas “bases”, invitando en cambio a la realización de una
reunión de ministros de Relaciones Exteriores.19
Los cancilleres Patricio Carvajal y Oscar Antonio Montes se entrevistaron entre el 12 y el
14 de diciembre en Santiago. En un momento Montes le consultó si Chile aceptaría una línea
que dejara a Argentina “una pequeña área simbólica en el Cabo de Hornos”, a lo que Carvajal
respondió: “Mi gobierno no aceptará ceder ni un metro cuadrado de ninguna isla”. Montes
propuso como solución una delimitación que no exigía tierra chilena. Carvajal consideró que,
sin satisfacerlo, ello era un avance, sugiriendo llevar el tema a la Corte Internacional de
Justicia para que decidiera a partir de las líneas propuestas por ambos gobiernos. Pero había
una nota negra: Montes le adelantó que su país iba a declarar nulo el fallo, porque la opinión
pública de su país así lo exigía. Una segunda ronda de negociaciones se realizó el 27 de
diciembre en Buenos Aires, pero se paralizó todo lo avanzado, pues Montes le confidenció a
Carvajal que la Junta argentina había desautorizado su propuesta, por lo que la posición
oficial era la entregada por Torti.20
El fracaso de estas negociaciones directas fue acompañado de un creciente clima de
animadversión, manifestado particularmente en la prensa de Buenos Aires, que empujaba a
anular el Laudo y acusaba a Chile de ser un país expansionista. En las fuerzas armadas, esta
posición tuvo su mayor exponente en el almirante Emilio Massera, comandante en Jefe de la
Armada argentina quien, en una bravata y embarcado en un portaviones, dirigió
personalmente una serie de maniobras navales cerca de la región del Beagle en enero de
1978.21 Declaraciones suyas en agosto de 1977 habían mostrado una intención belicista, al
advertir que la Armada estaba “en plena capacidad operativa y lista para compartir”, junto
con las otras ramas de las Fuerzas Armadas, “la defensa de los argentinos de sus enemigos
interiores y exteriores”, estando “apasionadamente preparada” para “evitar cualquier

19
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, p. 58-62
20
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, pp.63.
21
El Mercurio, “Conflicto originado por nacionalismo anacrónico (Comentario de “O Estado de Sao Paulo”,
del 12 de enero pasado)”, 3 de febrero de 1978.
mutilación geográfica de la Nación”.22 Más seria aún fue una seguidilla de incidentes
fronterizos, siendo particularmente grave la instalación de una baliza por parte de la Armada
argentina en la isla de Barnevelt, en junio de 1977, lo que condujo a un áspero intercambio
diplomático entre las dos naciones. Hacia finales de 1977, la Junta argentina comenzó a
inclinarse por el uso abierto de la fuerza, pues pensaban que si Chile no aceptaba su
proposición más flexible, “no deja dudas de que tiene aspiraciones no confesables”, por lo
que “Argentina adquiere la libertad de acción para realizar la política de la máxima dureza
para lograr su ‘objetivo político’, incluso hasta llegar a la guerra”.23
Ante la falta de avance de la diplomacia tradicional, Pinochet buscó otra alternativa:
realizar gestiones directas entre hombres de armas, hacer una diplomacia militar. Por ello
envió en misión secreta al general Manuel Contreras a Buenos Aires a principios de enero de
1978, para hacerle saber a la Junta Militar sobre el interés del mandatario chileno de tener
una reunión personal con Videla. El argentino se mostró dispuesto, pidiendo que los
acompañaran solo uniformados en el encuentro, pues los abogados –“desde la llegada de
Colón”– hacían imposible encontrar soluciones a los problemas.24
La reunión entre los dos mandatarios se realizó en Mendoza el 19 de enero de 1978,
llegando a un acuerdo para reiniciar las negociaciones directas en tres etapas, con el fin de
bajar las tensiones y resolver los problemas de delimitación de las jurisdicciones. Durante el
encuentro, Pinochet hizo un croquis con Videla sobre una posible línea de demarcación, que
iba desde el punto XX del Laudo hasta Evout y luego al sur hasta Barnevelt, sin estar clara
la soberanía de ambas islas. Pinochet también instó a Videla a que respetara el Laudo, pues
una declaración de nulidad afectaría seriamente las relaciones entre ambos países, pero el
este último le dijo que aquello era cosa ya resuelta.25
Efectivamente, el 25 de enero el gobierno argentino declaró “insanablemente nulo” el
Laudo arbitral, aduciendo: la deformación de las tesis de su país, la opinión de la Corte sobre
materias no sometidas a Arbitraje, contradicciones en el razonamiento, vicios de
interpretación, errores geográficos e históricos y falta de equilibrio en la apreciación de la

22
Citado en Andrés Cisneros y Carlos Escudé (directores), Historia de las Relaciones Exteriores de la
República Argentina. Tomo XIV, Las relaciones políticas, 1966-1989.
23
Acta N° 39 de la Junta Militar, 10 de noviembre de 1977, en Ministerio de Defensa, Actas de la Dictadura.
Documentos de la Junta Militar encontrados en el Edificio Cóndor, Vol. II. p. 48
24
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, p 76.
25
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, pp. 80-85.
argumentación y de la prueba producida por la Argentina. 26 No se alzaron voces de protesta
en la comunidad internacional, salvo algunas pocas columnas de prensa. Era muy costoso
aparecer apoyando al régimen de Pinochet, aun en cuestiones de carácter fronterizo y no
político.
El 20 de febrero se realizó el segundo encuentro presidencial en la ciudad de Puerto Montt.
En ella se formalizaron los acuerdos alcanzados en la reunión previa sobre las diferentes fases
del proceso de negociación: la primera comisión, que tendría una duración de 45 días, estaría
encargada de proponer medidas para crear condiciones de armonía en la zona austral; la
segunda, que duraría seis meses, trataría sobre los problemas de definiciones jurídicas en la
zona en controversia; en la tercera fase, se elevarían las recomendaciones de la segunda
comisión a ambos gobiernos, para que estos lo aplicaran.27 No se avanzó en el proyecto
esbozado en el croquis, sobre el cual Pinochet expresó: “Ese dibujito rómpalo, porque no me
lo aceptan”.28 Videla había encontrado semejantes resistencias en su Junta, por lo que la
proposición quedó desechada.
Durante la reunión, Pinochet pronunció un discurso, preparado por Philippi, en el cual
enfatizaba con fuerza el aspecto de derecho internacional que tenía la controversia,
negándose a que se tocaran los temas ya resueltos por el Laudo, concluyendo que si no se
lograba un acuerdo en las negociaciones directas, estaba la posibilidad de recurrir a la Corte
Internacional de Justicia.29 Las palabras de Pinochet implicaban que el Presidente se alineaba
con la posición de los expertos de la cancillería y que la diplomacia militar quedaba
desahuciada. 30 El discurso sorprendió a los argentinos, que consideraban que Chile se
colocaba en una posición inflexible, teniendo la impresión de haber sido traicionados. Para
peor, Videla solo atinó a improvisar un débil discurso, que le dejó muy mal ante la opinión
pública de su país.

26
“Nota, el Ministro de Relaciones Exteriores y Culto de la República Argentina al embajador de Chile en
Argentina, Buenos Aires, 25 de enero de 1978”, en German Carrasco (selección y notas), Argentina y el laudo
arbitral del canal Beagle, pp. 172-182.
27
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, pp. 101-103.
28
Carlos M. Turolo, De Isabel a Videla. Los pliegues del poder (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1996),
pp. 115-116.
29
“Discurso del presidente de la República de Chile. Puerto Montt 20 de febrero de 1978”, en German Carrasco
(selección y notas), Argentina y el laudo arbitral del canal Beagle, pp. 325-328.
30
Joaquín Fermandois, Mundo y fin de mundo, p. 444.
La respuesta argentina se haría sentir con una serie de declaraciones que hacían presente
la amenaza de guerra. El 23 de febrero, Videla realizó una cadena nacional en la cual se
refirió a los acuerdos de Puerto Montt, que calificó como “la única vía pacífica” y, aún más,
que “el camino justiciable está terminado”. 31 Argüía que la vía del arbitraje estaba agotada
por la nulidad del Laudo, por lo que solo quedaba la vía política. Advirtió que se podía haber
seguido el camino del enfrentamiento armado, pero que se optaba por la vía de negociación
y que era la hora de actitudes responsables y firmes. El mismo día 23, en Buenos Aires, la
Junta Militar estableció los lineamientos de su estrategia, incluyendo la eventualidad de que
mediante las negociaciones bilaterales no se llegara a un acuerdo, lo que llevaría a “ejecutar
la ocupación de las islas necesarias para delimitar la jurisdicción marítima”.32
El discurso de Videla causó profundo impacto en la diplomacia chilena, particularmente
su rechazo a una solución jurídica, lo que llevó a considerar que un posible recurso unilateral
de Chile a la CIJ sería tomado por Argentina como un casus belli.33
En abril la Primera Comisión dio sus resultados, dando una serie de recomendaciones que
buscaban asegurar “condiciones de armonía y equidad” en lo que respecta al despliegue de
fuerzas en la zona austral, que en la práctica terminarían siendo ignoradas.34 A partir del 22
de mayo se iniciaron los encuentros de la Segunda Comisión. La posición chilena era
establecer que el Laudo no estaba sujeto a negociación, que todas las islas al sur del Beagle
estaban bajo su soberanía, pero se mostraba flexible en la delimitación de los espacios
marítimos, siempre y cuando estos se hicieran bajo los criterios del derecho internacional.35
Por su parte, la estrategia argentina utilizaba su desconocimiento del Laudo como forma de
presión, si bien estaban dispuestos a reconocer a Chile la soberanía de las islas en el
“martillo”, con el fin de obtener una delimitación marítima que evitara la penetración de
Chile en el Atlántico. Un recurso a la CIJ estaba fuera de lugar, pues los jueces “no le dan
garantías” a la Argentina. Mal que mal, habían sido jueces de esta Corte los que habían
fallado el Laudo.36 En ocasiones las delegaciones parecieron acercar posiciones y centrar el

31
Citado en Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, p. 105.
32
Acta N° 52 de la Junta Militar, 23 de febrero de 1978, en Ministerio de Defensa, Actas de la Dictadura.
Documentos de la Junta Militar encontrados en el Edificio Cóndor, Vol. II, p. 187.
33
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, p. 106.
34
Ascanio Cavallo, Manuel Salazar y Óscar Sepúlveda, Historia oculta del régimen militar, p. 344.
35
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, p. 129.
36
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, p. 149.
tema en la mencionada delimitación, pero la negativa argentina a reconocer la soberanía de
las islas al sur del Beagle impidió llegar a acuerdo. Por el contrario, los argentinos
propusieron soluciones creativas como la formación de un ente binacional para las islas o su
distribución entre los dos países. La postura más flexible que presentó la diplomacia
trasandina fue que Evout y Barnevelt quedaran para su país.37
Paralelamente, aumentaba la presión militar de Argentina, que la justificaba ante lo que
concebían como “intransigencia chilena”. Hacía grandes demostraciones de poderío militar
y se sucedían las declaraciones belicistas, como las del ministro de Defensa argentino,
brigadier mayor José Maria Kliik, quien habló de “recuperar sectores signados por despojos,
arbitrariedades, pretensiones injustas o fallos inadmisibles”, advirtiendo que habría una
“toma de posesión definitiva” en caso de seguir “la negativa de restituirnos lo que
válidamente nos corresponde”.38
Por ello, el gobierno chileno inició una campaña ante otras cancillerías para transmitir el
mensaje de que el peligro de guerra era real. Pinochet ordenó a la delegación chilena en la
Comisión que era necesario poner la mejor voluntad para llegar a un acuerdo para que no se
acusara a Chile de su eventual fracaso, de rechazar la extensión de las discusiones y
prepararse para recurrir a la CIJ ante la eventual falta de acuerdo.39 También surgió la idea
de poner el problema en manos de un mediador. El 20 de octubre, el gobernante chileno
aprobó la propuesta para que, junto con invitar a Argentina a la CIJ, se presentara como
alternativa la mediación de un país amigo elegido de común acuerdo. La idea de una
mediación vaticana ya estaba en el aire y, en julio, Pinochet había instruido explorar esa
posibilidad, que había quedado trunca por la muerte del Papa Paulo VI.
Durante el cónclave realizado para elegir a su sucesor, el cardenal Raúl Silva Henríquez
tomó contacto con los cardenales argentinos Raúl Primatesta y Juan Carlos Aramburu,
acordando un documento para pedirle al nuevo Papa “no una acción muy determinada, sino
su apoyo y su palabra para detener las hostilidades”.40 El arzobispo de Santiago, que no pudo
agendar una reunión antes de 15 días, decidió aprovechar la ceremonia de entronización de

37
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, p. 172.
38
Citado en Ascanio Cavallo, Manuel Salazar y Óscar Sepúlveda, Historia oculta del régimen militar, p. 345.
39
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, p. 164.
40
Ascanio Cavallo, Memoras. Cardenal Raíl Silva Henríquez, Tomo III (Santiago, Ediciones Copyright, 1991),
p. 152.
Juan Pablo I para comentarle sobre la grave situación por la que pasaban ambos países. Por
su parte, el canciller Cubillos logró una entrevista con el Papa, pidiéndole “que hiciera
algo”.41 El Papa se comprometió a ello, lo que se tradujo en una carta a los episcopados de
Chile y Argentina, fechada el 20 de septiembre, exhortándolos a continuar la “obra de
pacificación, alentando a todos, gobernantes y gobernados hacia metas de entendimiento
mutuo y de generosa comprensión”.42 Fue el segundo de tres documentos oficiales que el
Papa pudo firmar antes de su fallecimiento el 28 de septiembre de 1978.
En Argentina, la Junta resolvió que las decisiones respecto a Chile las debía tomar el
Comité Militar –integrado por Videla, los comandantes en Jefe y los más altos mandos
castrenses– que se declaró en sesión permanente. A diferencia de Santiago, donde Pinochet
ejercía un mando incontestable, en Buenos Aires el poder estaba más disperso entre los
miembros de la Junta y las Fuerzas Armadas, lo que se tradujo en una constante lucha entre
los “halcones”, que se negaban a proseguir cualquier otra negociación tras el fracaso de la
Segunda Comisión y propiciaban una acción militar, y las “palomas”, que consideraban que
todavía había una posibilidad para la paz, mediante una mediación externa –siempre que se
observara el principio bioceánico–, cuyo mayor representante era el presidente Videla. El
general Roberto Viola, que acababa de asumir el mando del ejército argentino, también
compartía una posición moderada, sin embargo, no concitaba el respeto de sus subordinados
y era susceptible a la presión de los halcones. Por ello, el mayor aliado de Videla sería el
brigadier del aire Carlos Washington Pastor, quien asumió como ministro de Relaciones
Exteriores el 5 de noviembre, en remplazo de Montes, que se inclinaba por una solución de
fuerza.43
Entretanto, en Roma, Juan Pablo II fue elegido como nuevo pontífice. El cardenal
Agostino Casaroli consiguió para Cubillos una entrevista con el Papa, la que se efectuó el 30
de octubre. Con las cartas náuticas sobre la mesa, el canciller chileno le explicó las posiciones
de ambos países. Según contaría Cubillos “al Papa le intrigó mucho por qué Argentina estaba
en una postura poco realista, para indicar que él no entendía la posición de ese país”. Al
finalizar la reunión, que duró una hora, Cubillos le pidió que “por favor, hiciera algo... le

41
Luis Alfonso Tapia, Esta noche: guerra (Viña del Mar, Ediciones de la Universidad Marítima de Chile,
1977), p. 110
42
Citado en Luis Alfonso Tapia, Esta noche: guerra, p. 11.
43
Magdalena Lisinka, Argentine Foreign Policy during the Military Dictatorship, p. 114.
supliqué que apoyara cualquier gestión de paz. Como a él se le ocurriera o como nosotros
pudiéramos solicitarla después”.44
Finalmente, el 2 de noviembre finalizó sus labores la Segunda Comisión, habiéndose
logrado solo acuerdos secundarios, en temas de integración y respecto a la Antártica. Sobre
el tema central, la delimitación de las jurisdicciones, no se logró acuerdo, aunque se propuso
que “ambos gobiernos busquen el método de solución pacífica que consideren adecuado para
la resolución del diferendo”.45
La tensión siguió en aumento. El 10 de noviembre se produjo un grave incidente, cuando
una patrulla argentina entró en territorio chileno y realizó disparos, sin que su contraparte
chilena repeliera el ataque, pues Pinochet había dado estrictas instrucciones al respecto. El
gobierno argentino arguyó que era un acto posesorio, pero que no podía ser considerado como
agresión, por haberse producido en una zona en litigio. A esto se sumaron una seguidilla de
arengas de los jefes militares argentinos a sus tropas, a las que preparaban para la guerra.46
Mientras, en Santiago, Pinochet se decidió definitivamente para que la mediación fuera hecha
por el Papa, puesto que, a pesar de los problemas con la Iglesia Católica por el tema de los
derechos humanos, consideraba que sería más ecuánime que la que pudiera hacer un gobierno
político.47
El día 12 de diciembre se realizó una entrevista entre los cancilleres Cubillos y Pastor en
Buenos Aires, en lo que parecía ser la última oportunidad para la paz. Ese mismo día, el Papa
Juan Pablo II envió una carta personal a los presidentes de Chile y Argentina, expresando su
deseo de que se superara aquella controversia y que en la reunión de los cancilleres surgiera
una solución.48
En la entrevista Cubillos-Pastor, este último dijo que el único camino para una solución
era una mediación del Papa, a lo que el chileno se mostró inmediatamente de acuerdo. Pastor
le confidenció que solo tenía problemas para convencer al almirante Armando Lambruschi y
a un pequeño grupo de la Armada y el Ejército. Sin embargo, después de consultar con el
Comité Militar, el canciller argentino tuvo que comunicarle a Cubillos que había una

44
Luis Alfonso Tapia, Esta noche: guerra, pp. 120-121.
45
Citado en Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, p. 190.
46
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, p. 241.
47
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, p. 216.
48
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, p. 218.
preocupación por llevar el tema de manera indeterminada al Papa, proponiendo que el Acta
de Puerto Montt actuara como punto de referencia. El canciller chileno se mostró de acuerdo,
diciendo que en aquella acta Chile ya había establecido sus reservas. Sin embargo, la
situación pareció complicarse cuando Pastor le consultó sobre las condiciones en las que
debía llevarse a cabo la mediación, respondiendo Cubillos que sería una descortesía fijárselas
al mediador. Aquí la estrategia argentina era obtener ciertas condiciones mínimas que
funcionaran como especie de acuerdo previo, que garantizara algo a Argentina, para no
repetir el desaire del Laudo arbitral. Chile tampoco cedió ante la propuesta de Pastor para
desactivar la actividad militar, que pretendían el retiro de las fuerzas chilenas de las islas,
para que los dos países estuvieran en igualdad de condiciones.49
Ambos cancilleres instruyeron a sus delegaciones para que redactaran un acuerdo. En el
intertanto, la propuesta de Pastor y Videla fue desautorizada por el Comité Militar, solo para
ser reautorizada unas horas después. La elaboración del documento fue tortuosa, pues los
argentinos insistían en condicionar la mediación. En la recta final, Pastor comunicó a
Cubillos que nuevamente el Comité Militar lo había desautorizado, en esta ocasión
cuestionándolo “todo”. Exigían, como condición previa a la mediación, acordar una
delimitación siguiendo una línea a través de islas Evout, Barnevelt y Hornos, siendo el
meridiano del Cabo de Hornos la división de las jurisdicciones marítimas. El proyecto de
declaración fue desechado y ambos gobiernos dieron sus versiones de lo sucedido, con los
argentinos arguyendo que no se logró acuerdo sobre el alcance de la mediación, mientras
Chile lo explicó como un intento de condicionarlo a un acuerdo previo.50
Tras el fracaso de la reunión de los cancilleres, en Chile se creía que la única opción era
recurrir a la CIJ, discutiéndose además la posibilidad de acudir a la OEA. También se hizo
presente la diplomacia estadounidense, que había cobrado conciencia de que el riesgo de
guerra era real, si bien para el presidente Jimmy Carter la responsabilidad recaía en forma
equitativa entre ambas naciones. Peor aún, algunos de sus consejeros promovían la idea que
todo era un bluff de Argentina y Chile, para que Carter aceptara una mediación y así obligarlo

49
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, pp. 219-221.
50
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, pp. 221-226.
a abandonar su política de Derechos Humanos. Con todo, la diplomacia norteamericana se
activó para propiciar lo que veía como la única iniciativa posible: una intervención papal.51
En Argentina, el 14 de diciembre el Comité Militar decidió iniciar los preparativos para
lo que denominaría “Operación Soberanía”, una acción militar en contra de Chile. Los
halcones argentinos le habían doblaron la mano al presidente Videla, si bien estos no lograron
su objetivo de iniciar una guerra de inmediato, sino que fue pospuesta para la semana
siguiente. Con el tiempo en contra suya, Videla y el canciller Pastor comenzaron a realizar
gestiones a espaldas del Comité Militar, para prevenir el conflicto mediante una intervención
del Vaticano.52
Los preparativos de guerra argentinos se aceleraron, tanto en lo militar como en lo
diplomático y el 15 de diciembre su el gobierno acusó a Chile ante el Consejo de Seguridad
de Naciones Unidas, denunciando que no daba respuesta a sus esfuerzos para solucionar el
diferendo y acusando la realización de medidas unilaterales. El embajador chileno en Buenos
Aires, Sergio Onofre Jarpa, se reunió con el general Viola, quien le dijo que la situación era
delicada y que se requería intensificar las conversaciones, que su país no podía ir al arbitraje
sin condiciones previas, pues temían un resultado como el Laudo, y sostuvo que Chile debía
retirar sus puestos de vigía y señales. Viola le manifestó que esto era más que un problema
de límites, también era un problema de imagen y que Chile no podía pretender ganarlo todo.53
El mismo 15 de diciembre, el nuncio apostólico en Argentina, Pío Lanchi, recibió
informaciones confidenciales sobre la inminente ofensiva militar que se efectuaría contra
Chile a la semana siguiente. Comunicó de ello al embajador norteamericano en Buenos Aires
y a la Santa Sede, enviando un telegrama a este última: “Nueva intervención Santo Padre con
ofrecimiento buenos oficios Santa Sede para acercar contendientes ocasión próxima Navidad
podría salvar in extremis situación”.54 Al día siguiente Laghi fue convocado por Videla a su
residencia presidencial, confidenciándole el mandatario que solo la Santa Sede podía
reanudar el diálogo y que en pocos días más las tropas argentinas ocuparían algunas islas
alrededor del Cabo de Hornos, no como agresión, sino para afirmar derechos. Si, como era

51
Andrés Villar, “El desconocido papel de Estados Unidos en la crisis del Canal del Beagle”, Estudios
internacionales, Vol. 46, N° 178 (2014).
52
Magdalena Lisinka, Argentine Foreign Policy during the Military Dictatorship, p. 117.
53
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal p. 233.
54
Citado en Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, p. 235.
previsible, Chile reaccionaba, estallaría un conflicto armado. Con todo, Videla le insistió que
antes de recurrir formalmente a la mediación deseaba saber la disponibilidad chilena, aunque
fuera de manera verbal, para garantizar la presencia argentina en algunos islotes del Cabo de
Hornos y que a cambio reconocerían a Chile el dominio de las islas del Beagle.55
Aunque ya se venían recibiendo noticias de la tensión entre Chile y Argentina, en el
Vaticano, no se tuvo verdadera conciencia de lo grave que era la situación hasta los informes
de Laghi y las gestiones del cardenal argentino Primatesta en Roma. Esto dio impulso al Papa
para actuar sin esperar una petición formal de ambos gobiernos.
En Santiago, la posición de los consejeros del Presidente era de recurrir a la CIJ y pedir a
la OEA prestar el resguardo correspondiente. El 19 de diciembre estaba lista la nota para
invitar a Argentina a la Corte. Sin embargo, Pinochet no se sentía seguro de ese movimiento.
Poniendo su mano en el abdomen, les dijo a sus asesores: “Estoy de acuerdo, pero siento algo
aquí”.56 En este instinto influía también los informes de representantes chilenos de todas
partes el mundo, que consideraban inevitable la guerra si se daba ese paso. Por ello, se
postergó la medida y se estudió una estrategia diferente: insistir en la mediación papal. El 20
de diciembre Chile elaboró una nota de Navidad, con un tono muy conciliador, en que
reiteraba la invitación a Argentina para pedir la mediación de la Santa Sede. La respuesta
argentina señaló que aquella nota no satisfacía las más mínimas expectativas que tenía el
gobierno de Buenos Aires. Se argüía que, al persistir en su posición, Chile no permitía hallar
las fórmulas adecuadas para garantizar el éxito del proceso mediador. Concluía criticando la
“intransigencia y falta de flexibilidad de la posición chilena”. 57
Ante la gravedad de la crisis, el Papa Juan Pablo II decidió actuar por iniciativa propia. Al
mediodía del 21 de diciembre, en Roma, el cardenal Casaroli se reunió por separado con los
embajadores de Chile y Argentina, comunicándoles que el Papa estaba deseoso y dispuesto
a enviar una misión de paz a Santiago y Buenos Aires. Chile aceptó de inmediato la
proposición, conociéndose también, extraoficialmente, que Argentina había hecho lo mismo.
Con todo, en Chile siguieron los preparativos ante una eventual confrontación, temiéndose
el estallido de un conflicto por algún incidente o por alguna aventura militar aislada,
enviándose una nota de Santiago a la OEA, solicitando una urgente reunión de consulta,

55
Santiago Benavada, Recuerdos de la mediación pontificia (Santiago, Editorial Universitaria, 1999), p. 38.
56
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, p. 238.
57
Citado en Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, pp. 240- 243.
invocando el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), para que se
resolvieran las medidas a tomar ante la inminente agresión a Chile.58
Paralelamente, Estados Unidos hizo saber a los argentinos su profunda preocupación,
manifestando que no creían que la presente situación justificara una acción bélica: “Si
Argentina llegara a tomar una acción militar, y entendemos la ocupación de islas
deshabitadas en disputa como acción militar, el gobierno de los Estados Unidos y la
comunidad internacional se vería obligada a considerar dicho acto como una agresión”.59
A las 10 de la noche del mismo día 21, en Santiago se recibieron informaciones de que
aviones de la Armada habían detectado a la flota argentina en la zona de Cabo de Hornos,
navegando en posición de ataque, por lo que el gobierno decidió movilizar sus fuerzas. La
Armada chilena recibió una orden del almirante Merino: “zarpar de inmediato y entrar en
combate contra los argentinos”, en un mensaje enviado sin codificar, para que los argentinos
pudieran escucharlo. 60 La flota comenzó su movilización a medianoche del viernes 22, en
medio de un mar tormentoso.61
Pasada la medianoche -a las 1 de la mañana-, la Junta Militar de Argentina tomó la
decisión de ordenar el regreso a su Armada. Faltaban solo unas horas para que se llegara al
punto de no retorno. El plan de invasión argentino consideraba la ocupación de las islas en
disputa, sin que esperaran encontrar una resistencia seria, a partir de las 22 horas del viernes
22 de diciembre. La invasión por parte del Ejército argentino comenzaría al día siguiente, 23
de diciembre, a través de cuatro puntos, teniendo previsto penetrar en el territorio chileno y
cortar el país en dos. También habían preparado medidas de defensa en caso de que hubiera
réplica chilena, que se pensaba podría ocurrir en Río Gallegos, en la provincia de Neuquén y
por el norte del país. Había una evaluación de bajas estimadas de 20 mil hombres para cada
país. Con todo, no se esperaba una guerra larga, pues Argentina estimaba que la destrucción
del aparato militar chileno llevaría a su rendición lisa y llana o a la aceptación de sus reclamos
territoriales. Contaban también con la posibilidad de regionalización del conflicto, con Perú
y Bolivia entrando en la guerra para saldar cuentas por los territorios perdidos en la guerra

58
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, pp. 248-253.
59
FRUS, 1977–1980, Vol. XXIV, “Telegram From the Department of State to the Embassy in Argentina,
Washington”, 21 de diciembre de 1978, p. 163.
60
Esto último según el testimonio de Jorge Martínez Busch. Patricia Arancibia Clavel y Francisco Bulnes
Serrano, La escuadra en acción (Santiago, Grijalbo, 2004), p. 322.
61
Patricia Arancibia Clavel y Francisco Bulnes Serrano, La escuadra en acción, p. 322-234.
del Pacífico.62 La figura moral del Pontífice fue el factor decisivo en la mente de los militares
argentinos para detener la inminente guerra y aceptar la mediación, al permitirles encontrar
una salida honorable al callejón sin salida en que se encontraron, de pelear por unas islas que
en muchas ocasiones se habían mostrado dispuestos a ceder.
El 22 de diciembre, el Santo Padre anunció al mundo la noticia. En su mensaje de Navidad
ante el colegio cardenalicio, dijo:

“En la jornada de ayer y ante noticias cada vez más alarmantes sobre la gravedad de los
hechos, pues muchos temían que la situación se precipitara de forma inminente, he hecho
conocer a las partes mi disposición –es más, mi deseo– de enviar a las dos capitales un
representante especial mío, para obtener más directas y concretas informaciones sobre
las respectivas posiciones y para examinar y buscar juntos la posibilidad de una
honorable solución pacífica al problema.
Por la tarde llegó la noticia de la aceptación de tal propuesta por parte de ambos
gobiernos, con expresiones de gratitud y de confianza que, mientras me confortan, hacen
sentir aún más la responsabilidad que semejante intervención comporta, pero hacia la
cual la Santa Sede considera no debe sustraerse. Y puesto que las dos partes subrayan la
urgencia de dicha intervención, la Santa Sede procederá con toda la posible presteza”. 63

Si bien parecía que lo peor había pasado, la mediación todavía no era algo firme, pues
recién se entraban en los preliminares de su aceptación. El Papa nombró como enviado
especial al cardenal Antonio Samoré, que en aquel entonces tenía 72 años y ocupaba el cargo
de bibliotecario y archivero de la Iglesia Católica. El 26 de diciembre llegó a Buenos Aires,
proponiendo a ambos gobiernos un compromiso de renunciar al uso de la fuerza y las
amenazas, mantener el statu quo, que no se desarrollaran más movimientos militares que
generen tensiones y que hubiera moderación en el lenguaje de las declaraciones. Explicó que
viajaría a entre países para conocer las dos posiciones y que luego se instalaría en un lugar
neutral.64

62
Somos, N° 545, 4 de marzo de 1987, citada en Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación
papal, pp. 247-248; Hay también una versión previa de la misma información en Somos, 8 de julio de 1983.
reproducido en La Segunda, “Cómo pretendieron invadirnos los argentinos”, 15 de julio de 1983.
63
Citado en Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, p. 253.
64
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, pp. 257-262.
Existía cierta dificultad para Chile, puesto que como había ganado todo en el Laudo,
Samoré tenía la impresión de que ese país podía ceder algo. Cuando el cardenal se entrevistó
con Pinochet, este último le explicó que Chile no renunciaría a sus derechos derivados del
tratado de 1881 y del laudo arbitral, agregando que el país no quería la guerra, pero no la
temía. Ante la propuesta de Samoré, de darle alguna interpretación creativa al tratado de 1881
para otorgarle algo a Argentina, el asesor Philippi cerró la vía a esa postura, diciendo que no
pueden interpretarse los puntos cardinales.65
En su entrevista con Cubillos, Samoré le comentó la posición argentina: aceptaban la
mediación, siempre y cuando se le asignaran las islas Evout, Barnevelt y la mitad de Hornos,
no exigiendo un compromiso público al respecto. Samoré trató de convencerlo comentándole
sobre los beneficios de la paz en comparación con las islas, insistiendo en que debían dársele
facilidades, pues de lo contrario sería mejor que fueran a la Corte, ignorando al parecer que
para Argentina ese camino podía ser motivo de guerra. Ante la previsible respuesta negativa
de Cubillos, expresó: “Entonces me voy de vuelta a Roma con un fracaso”.66
Sin embargo, cuando desembarcó en Buenos Aires para continuar las gestiones, Samoré
comentó a la prensa que dijo haber visto una lucecita de esperanza. Pero en Argentina las
cosas no parecerían ser más fáciles. Samoré presentó a la Junta militar un proyecto elaborado,
a lo que esta respondió en cambio con su propio contraproyecto, que el cardenal rechazó,
puesto que pretendían dictar cual sería la respuesta del Papa a la solicitud de mediación, para
luego cambiar la mediación por un arbitraje ya previamente convenido. El que las partes no
debían imponer condiciones a la Santa Sede fue un principio inflexible del cual el Cardenal
no se movió.67
Tras volver a Santiago para trasmitirles a los chilenos la posición del gobierno argentino
- y como paso previo para instalarse en Montevideo-, Samoré regresó a Buenos Aires . Allí
logró convencer a la Junta Militar de firmar dos documentos: el primero, muy difícil de
conseguir, pedía una mediación a la Santa Sede sin condiciones; el segundo era un
compromiso de paz y de renuncia al uso de la fuerza. Esto le fue comunicado a Cubillos el 7
de enero de 1979, solicitando una respuesta lo antes posible, pudiéndose hacer ajustes a la
redacción si se pedía alguna modificación no substancial. Chile envió sus observaciones el

65
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, p. 265.
66
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, pp. 266-267.
67
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, p. 270.
mismo día, las que no fueron del agrado del cardenal. Él mismo había acabado de rechazar
un nuevo contraproyecto argentino en reemplazo del segundo, y no quería seguir prestándose
a un juego político en que cada uno quiere sacar ventajas, a lo que siguió un duro intercambio
con el embajador Jarpa, que expresó su disconformidad con el criterio del cardenal y la
correcta conducta seguida por Chile. Tras calmarse el ambiente, el cardenal manifestó al
embajador que esperaría en pie toda la noche la resolución del gobierno chileno.68 Jarpa
recomendó a Pinochet acoger las observaciones del cardenal, que a su juicio no afectaban los
derechos fundamentales de Chile. En la madrugada del 8 de enero se le comunicó a Samoré
su aprobación por parte de Santiago. El cardenal confiaba que los nuevos textos serían
aceptados por el canciller Pastor, con la esperanza de poder firmarlos ese mismo día en la
capital uruguaya.69
Con todo, hasta última hora hubo dificultades para la firma del Acta de Montevideo,
puesto que el presidente Videla necesitaba unas horas más para comunicarlo a los mandos
militares y, en el último instante, los delegados argentinos pidieron que el segundo de los
documentos fuera secreto, obteniendo un rechazo de Samoré y de los representantes chilenos,
debiendo llamar por teléfono al mandatario argentino, quien autorizó su publicidad.70

La mediación papal

El Vaticano dejó pasar un tiempo prudencial antes de iniciar el proceso de mediación, lo que
sirvió para calmar los ánimos y alejar el fantasma de la guerra. El 23 de abril de 1979, el Papa
encargó al cardenal Antonio Samoré la responsabilidad de la gestión directa en los trabajos
de la mediación, para lo cual contaría con la colaboración de monseñor Faustino Sainz
Muñoz. El gobierno argentino decidió enviar una delegación numerosa al Vaticano, de ocho
personas encabezada por el embajador Guillermo Moncayo y el general (r) Ricardo
Etcheverry, como embajador alterno, lo que reflejaba la intención de la Junta de no darles
ningún margen de autonomía. En cambio, La Moneda decidió centralizar la representación
en el Vaticano en una sola persona, el embajador Enrique Bernstein, quien contaba con la

68
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, pp. 282-283.
69
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, p. 287.
70
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, pp. 289-291.
colaboración del consejero Fernando Pérez y posteriormente la del embajador alterno
Santiago Benadava. En Santiago se constituyó una oficina de mediación a cargo del coronel
Ernesto Videla, quien se encargaba de realizar estudios y proponer políticas respecto a la
mediación.71
Enrique Bernstein, uno de los diplomáticos de mayor prestigio de Chile, se había integrado
desde abril de 1978 al grupo asesor de la cuestión del Beagle, siendo uno de los principales
impulsores de la mediación papal como alternativa al recurso a la CIJ.72 El que fuera militante
democratacristiano se convirtió en un activo para Chile, pues mostraba que el Beagle era una
causa nacional, comentándole Bernstein a Pinochet que aprovecharía sus contactos con los
democratacristianos italianos, para usar la influencia que estos pudieran tener en el
Vaticano.73 También fueron fundamentales sus dotes personales, pues entabló una relación
de verdadera amistad con el cardenal Samoré, a pesar de todas las diferencias que surgieron
durante la mediación y los temores de Bernstein por la portentosa “imaginación italiana” que
el cardenal mostraba en sus propuestas.74
La diferencia de estrategias de ambos países fue importante en el resultado de la
mediación. Samoré quedó impresionado en el hecho de que “mientras todos los chilenos
(funcionarios o no del gobierno de Pinochet) que desfilaban por su despacho repetían la
misma interpretación y la misma tesis sobre el diferendo, los argentinos (funcionarios o no
del gobierno de Videla) no mostraban idéntica cohesión. Incluso, a veces, parecían tener
puntos de vista encontrados”.75 Las diferencias en la delegación chilena eran más bien de
énfasis, entre Bernstein, que estaba imbuido directamente en la negociación y trataba día a
día con Samoré, y la delegación en Santiago, que tenía una visión más global del conflicto.76
A diferencia del proceso de arbitraje, que seguía reglas y plazos fijos, el proceso de
mediación era mucho más flexible, pues su objetivo era acercar a las partes para arribar a un
resultado satisfactorio. El cardenal Samoré explicó su visión del proceso, diciendo que era:

71
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, p. 305.
72
El testimonio de Enrique Bernstein se encuentra en su libro Recuerdos de un diplomático. Representante
ante el Papa mediador 1979-1982. Volumen IV (Santiago: Andrés Bello, 1989).
73
De Embajada de Estados Unidos en Santiago al Secretario de Estado, Telegrama 2839, 25 de abril de 1979.
NARA, Access to Archival Databases (AAD).
74
Enrique Bernstein, Recuerdos de un diplomático, p. 69.
75
Citado en Luis Alfonso Tapia, Esta noche: guerra, p. 202.
76
Andrés Villar, Autonomy and Negotiation in Foreign Policy. The Beagle Channel Crisis (Palgrave
Macmillan, 2016), p. 127.
“ [La] mediación es la acción que solicitan generalmente las Partes en controversia, las
cuales acuden a una tercera persona, amigo de ambas, para que actúe en medio de ellas;
el mediador ejerce su actividad entre las dos Partes, deseando e intentando aproximarlas,
procurando llevar sus posturas iniciales hacia una convergencia; conciliando hasta
alcanzar un entendimiento.
La mediación, por lo tanto, no se tipifica como una forma de imposición, sino como una
forma de sugerencia, de consejo, de exhortación y de propuestas dirigidas a eliminar las
divergencias, a superar los obstáculos, a descubrir puntos de concordia, que se presenten
a las Partes, invitándolas a que los hagan propios, con la finalidad de conseguir –al
término de la mediación– el mayor bien general que, por lo mismo, representará también
el bien de cada una de las Partes. Al término de la mediación, en efecto, no se puede
jamás hablar de vencedores y vencidos. No los puede haber. Quienes tenían una
controversia, un diferendo, al final de ella se estrechan fraternalmente las manos,
convencidos de que sus posibles sacrificios valen la pena porque constituyen el precio
razonable de ventajas muy superiores”.77

Hubo una preocupación por parte de la Santa Sede para que no se produjeran reacciones
acaloradas en la opinión pública que pusieran en riesgo la mediación, por lo que pidió
encarecidamente a las delegaciones que no realizaran declaraciones unilaterales y que la
documentación presentada se mantuviera en estricta reserva, limitándose el conocimiento
público a comunicados oficiales aprobados por las dos partes y por el mediador.78
La primera fase de la mediación, desarrollada entre mayo y julio de 1979, consistió en una
etapa de información al mediador, debiendo elaborar cada país una presentación escrita con
su posición respecto al diferendo. En contraste con el arbitraje o las negociaciones directas,
en este caso solo el mediador conocería el contenido de las presentaciones, no informándolos
a la otra parte. La delegación chilena se preocupó mucho en la elaboración del documento,
en el cual predominaban los argumentos jurídicos, tratando de demostrar que lo que estaba
pendiente era la delimitación marítima. Los argentinos, quizás reflejando la diversidad de
posturas en su equipo, no presentaron un documento único, sino que una serie de informes

77
Citado en Santiago Benavada, Recuerdos de la mediación pontificia, p. 61.
78
Santiago Benavada, Recuerdos de la mediación pontificia, p. 66.
sobre distintos temas.79 Por su parte, la delegación argentina enfatizó que su país no estaba
dispuesto:

“a reiterar la experiencia de sacrificios territoriales, ni a consentir que el ámbito de su


'destino natural' -el Atlántico Sur- fuera quebrantado por interpretaciones artificiosas de
tratados vigentes, por consecuencias exageradas de un laudo arbitrario y nulo, ni por
precarias situaciones de hecho generadas por un país que pretende apegarse a rígidos
dogmas jurídicos para obtener resultados pragmáticos, cuando no puede lograrlos por el
directo y expeditivo recurso a la fuerza”.80

Asociaban a este principio bioceánico con la necesaria presencia insular en la zona austral.
Rechazar este principio equivaldría no solo a alterar el equilibrio político y estratégico de
ambos países, sino de toda América Latina.81
Terminada esta fase, el 27 de septiembre Juan Pablo II recibió en audiencia a las
delegaciones de Chile y Argentina. En su discurso, el Papa presentó algunas ideas sobre cómo
proceder respecto a la mediación:

“Parece que convendría planear las negociaciones buscando, en primer lugar, los puntos
de convergencia entre las posiciones de ambas Partes; aunque la controversia aparezca
bastante complicada, no debe ser imposible encontrar tales puntos… Considero también
oportuno que reflexionéis sobre las posibilidades que vuestras Naciones tienen de
colaborar en toda una serie de actividades, dentro e incluso fuera de la zona austral.
…Creo que el descubrimiento y la preparación consiguiente de amplios sectores de
cooperación crearían condiciones favorables para la búsqueda y el hallazgo de la
solución completa para las cuestiones más complicadas del diferendo: solución completa
y definitiva a la que es menester llegar.
Es necesario restablecer, afianzar y corroborar un clima de confianza mutua,
desterrando, por consiguiente, incluso la sospecha o el temor de miras de una Parte que
podrían ser perjudiciales para la otra; este clima de confianza mutua debe ser la savia

79
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, pp. 309-313.
80
Ricardo Etcheverry Boneo, Canal de Beagle, p. 73.
81
Ricardo Etcheverry Boneo, Canal de Beagle, p. 75.
que vivifique a todos los interesados, es decir a todos los que de alguna manera se ocupan
de la mediación o simplemente viven en vuestras naciones”.82

Tras algunas divergencias entre Chile y Argentina por el método de trabajo, se decidió
proceder con dos tipos de reuniones: las separadas y las conjuntas. En las primeras, el
representante del mediador se reuniría con cada una de las delegaciones por separado. Allí
discutirían los temas que deseaban tratar y, tras la proposición de un temario por parte del
Cardenal, las delegaciones prepararían sendos documentos de trabajo, que, tras ser discutidos
y analizados, serían entregados por el representante del Papa a la contraparte. Terminado este
proceso, se fijaba una fecha para las reuniones conjuntas, en las que ambas delegaciones
participaban para exponer y comentar sobre sus posiciones. 83
Como pautas generales Samoré pidió a las partes que estuvieran abiertas a discutir todo lo
que la contraparte propusiera, sin que ello significara aceptar sus tesis, y una apertura a que
flexibilizaran sus posiciones, asegurándoles que ninguna cesión que plantearan sería
vinculante hasta la redacción de un tratado final.84 Los temas en que se trató de buscar puntos
en común fueron la navegación, la extensión del mar territorial, la zona económica exclusiva
y la pesca. A pesar de que se suponía que era una instancia para encontrar acuerdos, terminó
mostrando lo profundo de las diferencias.85 En Chile hubo particular malestar por la
estrategia de Argentina de introducir la delimitación en tierra en los temas a discutir, llegando
a reivindicar nada menos que diez islas, algunas de las cuales nunca había reclamado con
anterioridad. El propio Samoré quedó sorprendido por esta actitud, confidenciando al obispo
argentino Óscar Laguna que “en la larga historia de los conflictos y controversias limítrofes
era la primera vez que un país reclamaba, como soberano, un lugar donde jamás había puesto
un pie”.86

82
“Discurso del Papa Juan Pablo II a los miembros de las delegaciones argentina y chilena”, 27 de septiembre
de 1979, en http://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/speeches/1979/september/documents/hf_jp-
ii_spe_19790927_gov-argentino-cileno.html
83
Santiago Benavada, Recuerdos de la mediación pontificia, pp. 65-67.
84
Mark Laudy, “The Vatican mediation of the Beagle Channel dispute: Crisis intervention and forum building”,
en Melanie C. Greenberg, John H. Barton, Margaret E. McGuinness (editores), Words Over War. Mediation
and Arbitration to Prevent Deadly Conflict (Carnegie Corporation of New York, 2000), p. 310.
85
Ricardo Etcheverry Boneo, Canal de Beagle, pp. 78-82.
86
Santiago Benavada, Recuerdos de la mediación pontificia, p. 79.
Otro problema era que había grupos en Argentina que buscaban hacer fracasar la
mediación, lo que incluía a sectores dentro del gobierno que se confabulaban con la prensa
nacionalista, filtrando documentación confidencial, acusando a Chile de falsificación de
mapas, atacando a los sectores moderados y difundiendo una serie de falsos rumores.87 En
ocasiones este espíritu obstruccionista también se manifestaba en la propia delegación
argentina, que llevó a postergar numerosas reuniones conjuntas al molestarse por
declaraciones de personeros chilenos o incluso por actos de particulares, como una venta de
ovejas por parte de un privado chileno a las islas Malvinas. Esto terminó siendo
contraproducente para su causa, puesto que Samoré se irritaba por esas acciones, que
encontraba injustificadas y que se presentaban siempre a última hora.88
El cardenal Samoré también tuvo problemas con la parte chilena, pues consideraba que su
postura era excesivamente legalista, reiterándoles continuamente que no estaban ante un
tribunal y que el Papa no era un “superárbitro”.89 Con motivo de la presentación de una
reserva por parte de Chile a un temario propuesto, Samoré lo estimó como una muestra de
desconfianza hacia el mediador, manifestándole su enojo a Bernstein: “Esto significa que en
su país no entienden todavía que nos encontramos en una mediación. Los juristas chilenos
creen que están ante un tribunal. Pero debo agregarle que tampoco en Argentina lo entienden
bien”.90
En la reunión del 24 de marzo de 1980 ambas delegaciones expusieron los contenidos de
sus documentos de trabajo. La principal divergencia era que Chile prefería que hubiera una
línea de delimitación única, que precediera a otras formas posibles de colaboración, mientras
la delegación argentina consideraba que podían existir “otras alternativas más felices e
imaginativas”, como lo era la delimitación por líneas múltiples. Lo que rodeaba a esta idea
era la posibilidad que, en conjunto con la línea que dividiera soberanías, existieran otras
delimitaciones alternativas donde se le superpusieran regímenes especiales o concertados.91

87
Andrés Villar, Autonomy and Negotiation in Foreign Policy, p. 124; Fabio Vio Valdivieso, La mediación del
Papa (Santiago: Editorial Aconcagua, 1984), pp. 155-156.
88
Enrique Bernstein, Recuerdos de un diplomático, p. 75; Ernesto Videla, La desconocida historia de la
mediación papal, p. 360.
89
Enrique Bernstein, Recuerdos de un diplomático, p. 49.
90
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, p. 346.
91
Enrique Bernstein, Recuerdos de un diplomático, p. 84.
Hacia abril de 1980, Samoré decidió dejar atrás la búsqueda de convergencias y preparar
el camino para abordar los problemas de fondo: delimitación territorial, jurisdicción marítima
y líneas de base rectas. Esto no se trataría a través de reuniones conjuntas, sino que
consultando a ambas delegaciones por separado, interesándose especialmente en los
sacrificios que estaban dispuestos a realizar para, según sus respuestas, elaborar un proyecto
que fuera aceptable para ambas partes.92 A Bernstein le consultó si Chile aceptaría: que el
Cabo de Hornos fuera punto de referencia para delimitaciones no soberanas; la disminución
de sus zonas marítimas; un compromiso para terminar con las suspicacias sobre pretensiones
territoriales de la otra parte; y una nueva nomenclatura para las aguas en disputa, como mar
interoceánico. En la sesión del 7 de mayo la delegación chilena completa, incluyendo a la
comisión de Santiago, respondió que lo central para su país era la soberanía sobre las islas y
el respeto al Laudo, con una delimitación marítima basada en la equidistancia de ambas
costas. Sobre las concesiones, se estaba dispuesto a dar a Argentina algunas facilidades en
las islas al sur del “martillo” para fines específicos y útiles, no teniendo problemas en que el
área marítima tuviera una nueva nomenclatura.93 Por lo que sabemos, Chile no habría estado
dispuesto a aceptar una propuesta papal que le hubiera entregado alguna de las islas a
Argentina. Cuando un diplomático británico le consultó al canciller Cubillos que haría su
país frente a tal proposición, el chileno le respondió: “We would tell him to go the Hell!”.94
El 11 de julio, Samoré presentó lo que sería su primera “hipótesis”, que no tenía carácter
de propuesta oficial, sino que la presentaba como una serie de sugerencias que ayudarían al
logro de una solución concreta. Si bien reconocía la soberanía chilena sobre las islas en
disputa, la hipótesis pedía una presencia argentina en la zona austral, en Barnevelt y Evout,
con un pied-à-terre en isla Cabo de Hornos y una presencia de carácter científica en isla
Nueva. Propuso algunas alternativas sin soberanía, como un arriendo a 9 años, o con
soberanía, considerando un intercambio territorial. También planteó que la delimitación
marítima aplicaría el derecho del mar vigente en 1881 y que las 200 millas se establecerían
para actividades comunes. Las ideas de Samoré provocaron un desencanto pues a pesar de
reconocer implícitamente la validez del Laudo, la delegación chilena creía encontrarse en un

92
Enrique Bernstein, Recuerdos de un diplomático, p. 87; Ricardo Etcheverry Boneo, Canal de Beagle, p. 89.
93
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, pp. 361-362.
94
FCO7/3729. Beagle Channel dispute: Chilean views. G W Harding, South America Department, The National
Archives, 9 June 1980, Citado en Andrés Villar, Autonomy and Negotiation in Foreign Policy, p. 131.
difícil dilema. Consideraba que mientras más facilidades diera a Argentina en las islas, estas
serían compensadas con una mejor delimitación en el mar y, viceversa, entre menos
concesiones se otorgara en tierra, peor resultaría la delimitación en el mar.95
Las respuestas de ambas delegaciones ante la hipótesis del Cardenal fueron negativas. La
parte chilena hizo énfasis en todos los problemas que causarían la presencia argentina en
tierras chilenas, aun no siendo soberanas. Sin embargo, se mostró abierta, si el mediador lo
consideraba indispensable, a contemplarla “en función de finalidades específicas, útiles,
ajenas a designios geopolíticos y orientada a la pacífica convivencia en la zona”, con
reciprocidad por parte de Argentina.96 Por su parte, Buenos Aires respondió insistiendo en la
soberanía argentina en Evout, Barnevelt y la mitad de isla de Hornos, junto con una
delimitación simultanea de todos los espacios marítimos y de la preservación del Atlántico
sur para su país.97
El 23 de julio, el Cardenal se reunió con ambas delegaciones, diciendo que entre las partes
existía “una distancia demasiado grande para que se pueda decir que se entrevé una zona de
convergencia”, considerando que la hipótesis inicial podía ser mejorada, especialmente en
sus expresiones jurídicas. Pidió a las delegaciones que la reexaminaran y que le dieran una
respuesta definitiva después de agosto, mes de vacaciones en Roma. 98
En vista de que Samoré había pedido a Chile no exigir reciprocidad a Argentina por las
posibles cesiones, Santiago respondió el 13 de septiembre que no estaban dispuestos a
fórmulas de arrendamiento o de cesión de uso, estando abiertos a que Argentina instalara
instrumentos automáticos de ayuda a la navegación, que no requiriera de la presencia de
personal. A ello se añadía que Chile mantendría sus líneas de base rectas, que el representante
del Papa les había pedido muchas veces reconsiderar. Al escuchar la respuesta de Chile,
Samoré interrumpió constantemente al embajador Bernstein con comentarios tales como
“Así se conduce a la mediación a un fracaso”, “Veo que es inútil continuar" y “Estoy al límite
de mis fuerzas”.99 Tampoco le parecía ir mucho mejor con los argentinos, que insistían en la
soberanía de Evout y Barnevelt, parte de Hornos y parte de Nueva. El Cardenal consideraba

95
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, pp. 368-369.
96
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, pp. 373-374.
97
Ricardo Etcheverry Boneo, Canal de Beagle, p. 92.
98
Enrique Bernstein, Recuerdos de un diplomático, p. 106.
99
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, p. 380.
que las posiciones eran irreconciliables e incluso llegó a proponerle al Papa que lo
reemplazara, pero este le replicó: “¿A quién podría nombrar en su reemplazo?”.100
El Santo Padre no consideraba que el tiempo estuviera listo para una intervención personal
suya, por lo que, el 27 de septiembre, envió un mensaje a las delegaciones, en que invitaba a
ambos gobiernos a realizar una ulterior reflexión, en busca de una “solución justa, honorable,
equitativa y aceptable para ambas partes”, que reflejara “una posible síntesis entre las
exigencias de la justicia y de los postulados de la equidad”. 101
El embajador Bernstein comunicó a su gobierno que se acercaba “la hora de la verdad”,
ya que después de la tercera respuesta de cada país a las hipótesis del mediador, vendría la
proposición Papal. Ante ello sugirió:

“dar al mediador una respuesta clara, definitiva y sin tergiversaciones a propuestas que
han adquirido ahora un carácter formal. Resulta evidente que si no proporcionamos al
Santo Padre elementos suficientes para formular una propuesta oficial posterior,
corremos el riesgo que se acuse a Chile de dificultar la solución del diferendo o del
fracaso de la Mediación. Más aún diviso el grave peligro que el Sumo Pontífice
abandone las bases sobre las cuales ha venido insistiendo con singular pertinencia y
proponga otras en las cuales no se reconozca la soberanía de Chile sobre todas las islas
que sigue reclamando Argentina. Como usted lo sabe bien, en diplomacia no hay mayor
peligro que perder el último tranvía”.102

Había que aprovechar el momento, particularmente porque existían informaciones que


eran favorables para Chile. Bernstein tuvo noticia que en una cena del Papa con tres obispos
argentinos, el santo padre les habría expresado su esperanza de que las partes aceptaran las
pautas presentadas en julio y que había decidido intervenir personalmente cuando tuviera
seguridades en ese sentido, pero que “la mediación resultaba especialmente difícil porque
una de esas partes se apoyaba en razones jurídicas muy fuertes”, lo que al embajador chileno
le pareció una clara alusión a su país.103

100
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, p. 383.
101
Citado en Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, p. 383.
102
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, p. 384.
103
Enrique Bernstein, Recuerdos de un diplomático, p. 113.
En Santiago, Pinochet acogió las sugerencias de la comisión en el sentido de flexibilizar
la posición chilena, aceptando que Argentina pudiera operar las ayudas de navegación en
Barnevelt y Evout y que el centro de control aéreo en isla Nueva fuera manejado por
funcionarios de ambas naciones. El Cardenal recibió dichas concesiones como un “avance
considerable con respecto a septiembre”.104
Por su parte, la delegación argentina se vio en grandes dificultades ante las propuestas de
Samoré. En una reunión sostenida el 2 de octubre, el cardenal les expresó su opinión de que
la mediación estaba virtualmente terminada, pues no existía una mínima posibilidad de
conciliación entre las partes. Enfatizó que el pedido papal de una nueva reflexión debía versas
sobre las ideas fundamentales presentadas en la hipótesis de solución, especialmente en un
mar común en el Atlántico. Para la misión argentina, esta posición implicaba una ruptura del
equilibrio en favor de Chile, por lo que realizó una audiencia con el cardenal Casaroli, en el
que reclamaron por el comportamiento de Samoré.105 El 27 de octubre, la delegación
argentina presentó su respuesta a la solicitud de flexibilizar su posición. Expresaba que no
accedía a la petición de excluir una soberanía argentina sobre las islas; que la definición de
este último problema no podía desligarse de la delimitación marítima; que no consiente en la
creación de una vasta zona común en el Atlántico Sur.106
El 14 de noviembre el Papa recibió a las delegaciones, anunciando que comenzaría a
elaborar una propuesta concreta, que estaría lista a principios de diciembre, para lo cual
consultaría previamente a personalidades calificadas por su competencia y prudencia. En esa
oportunidad las delegaciones precisaron, por separado, sus últimas posiciones. En su
intervención, Bernstein expresó al Santo Padre:

“Bien sabemos las dificultades que conlleva el papel de Mediador. Sin ser juez, no puede
apartarse de la justicia. Debe ser imparcial, pero no indiferente ante los argumentos que
se le expongan. Ha de valorarlos. En este caso preciso, permítame, Santo Padre, que le
digamos: el papel del Mediador es aún más difícil porque los antecedentes históricos,

104
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, p. 385.
105
Ricardo Etcheverry Boneo, Canal de Beagle, pp. 94-97.
106
Ricardo Etcheverry Boneo, Canal de Beagle, pp. 98-99.
jurídicos y diplomáticos que las Partes presentan no tienen igual valor ni son del mismo
peso”.107

El 12 de diciembre Juan Pablo II entregó su propuesta a las delegaciones de ambos países.


Estimó que era “justa, equitativa y honrosa para ambos pueblos”, pidiendo a los dos
gobiernos tener “valentía en apostar por la paz en un momento difícil”.108 Solicitó a las
delegaciones que mantuvieran en secreto el contenido de la propuesta.
La propuesta papal dejaba a todas las islas al sur del canal del Beagle bajo la soberanía
chilena. Respecto al alcance del mar territorial, estaría limitado a una amplitud de 3 millas
entre el espacio marítimo comprendido entre el Cabo de Hornos y el punto más al este de la
isla de los Estados. Entre las zonas marítimas de Chile y Argentina se extendería una amplia
zona de actividades comunes, en el que ambos países tendrían derecho a participar por igual
en la explotación de los recursos vivos y no vivos del lecho marino y el subsuelo, en
investigación y preservación ambiental. Junto con lo anterior, se otorgaba a Argentina la
posibilidad de instalar ayudas para la navegación en Evout y Barnevelt y un sistema de
control de terminal aéreo conjunto en Nueva, para regular vuelos a la Antártida. Por último,
planteaba que las jerarquías episcopales de ambos países podrían elevar, en una parcela en
isla Hornos, un santuario a Nuestra Señora de la Paz.109
Aunque la propuesta, naturalmente, no satisfacía las expectativas chilenas y se creía que
la zona marítima común podría dar lugar a nuevas controversias, Bernstein recomendó a
Pinochet aceptarla sin mayores aclaraciones y con prontitud. De no hacerlo, Argentina podría
comenzar a pedir aclaraciones susceptibles de introducir alteraciones al documento; en
cambio si estaba ya aceptado por Chile, no cabría ninguna modificación. La comisión en
Santiago opinó de igual manera, considerando positivo que se reconocieran los derechos de
Chile asignados por el tratado de 1881 y el Laudo Arbitral y que, de comenzar a pedir
aclaraciones, Argentina podría hacer lo mismo y la negociación se empantanaría. La Junta,

107
Enrique Bernstein, Recuerdos de un diplomático, p. 119.
108
“Discurso de Juan Pablo II a las delegaciones de los gobiernos de Argentina y Chile”, 12 de diciembre de
1980, http://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/speeches/1980/december/documents/hf_jp-
ii_spe_19801212_argentina-cile.html
109
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, pp. 394-400.
por tanto, decidió aceptar la propuesta papal, lo que le hizo conocer a la Santa Sede el 19 de
diciembre de 1980.110
Samoré tenía la esperanza de que el proceso de mediación entrara en su fase final. Sin
embargo, la reacción en Argentina a la propuesta fue negativa, sin que se atrevieran a
rechazarla frontalmente.111 El proceso volvería a dilatarse y resurgirían las tensiones entre
ambos países. El diferendo sobre el Beagle todavía distaba mucho de estar concluido.

110
Ernesto Videla, La desconocida historia de la mediación papal, pp. 400-403.
111
Ricardo Etcheverry Boneo, Canal de Beagle, pp. 104-108.

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