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Anthony D.

Smith

alianzaensayo
CONCEPTOS 23

Definiciones

Nacionalismo

La ideología del nacionalismo ha sido definida de muchas maneras,


pero muchas de las definiciones se solapan y revelan temas comunes.
El principal tema en común es, por supuesto, un interés primordial
por la nación. El nacionalismo es una ideología que pone a la nación
en el centro de sus preocupaciones y que busca promover su bienes­
tar. Pero este argumento es algo vago. Tenemos que ir más allá y aislar
los objetivos principales sobre los que el nacionalismo busca promo­
ver el bienestar de la nación. Estos objetivos principales son tres: au­
tonomía nacional, unidad nacional eidentidad nacional y, para los
nacionalistas, una nación no puede sobrevivir sin una cierta cantidad
de los tres. De aquí obtenemos la siguiente definición de nacionalis­
mo: «Un movimiento ideológico para alcanzar y mantener la auto­
nomía, la unidad y la identidad de una población que algunos de
sus miembros consideran que constituye una “nación” presente o
futura».
24 NACIONALISMO

Ésta es una definición de trabajo basada en los elementos comunes


de los ideaJes nacionalistas, y es por lo tanto de carácter inductivo.
Pero, inevitablemente, simplifica y deja de lado muchas variaciones
en los ideales de los nacionalistas, y de ese modo asume un cierto ca­
rácter general, típico e ideal. Esta definición enlaza la ideología con
un movimiento orientado hacia un objetivo, y, aJ ser una ideología, el
nacionalismo prescribirá ciertas clases de acción. No obstante, son los
conceptos clave de la ideología los que definen los objetivos del movi­
miento, y los que la diferencian de otros movimientos.
Sin embargo, la estrecha relación entre ideología y movimiento no
limita en absoluto el concepto de nacionalismo al de un movimiento
que busca la independencia. La expresión «y mantener» usada en la
definición reconoce la constante influencia del nacionalismo en las
naciones independientes desde hace mucho tiempo y en las que ob­
tuvieron su independencia recientemente. Esto es importante cuando
se trata de analizar, como hizo John Brcuilly, los «nacionalismos de
renovación» de los estados nacionales y sus gobiernos (Breuilly 1993).
La definición que propongo presupone el concepto de «nación»,
pero no implica que las naciones existan antes que su nacionalismo. La
expresión «“nación”... futura» reconoce las diversas situaciones en las
que una pequeña minoría de nacionalistas que poseen el concepto ge­
neral abstracto de la «nación» intentan crear naciones específicas «sobre
el terreno». Muchas veces encontramos nacionalismos sin nación, sin
su nación, especialmente en los estados postcoloniales de Africa y Asia.
Tales nacionalismos no se encuentran limitados a la obtención de la in­
dependencia o, de una manera mucho más genérica, a sus objetivos po­
líticos. Cubren, como veremos posteriormente, importantes áreas de la
cultura y de la sociedad; el ideal de la identidad nacional, en particular,
relaciona las cuestiones culturales olvidadas por otras ideologías, y todo
nacionalismo persigue el objetivo de la identidad nacional en grados
diferentes. Pero siempre regresan al ideal de la nación6.

Etnia y nación

¿Cómo podemos definir, entonces, el concepto de «nación»? Este es


sin duda el término más discutible y problemático de este campo.
CONCEPTOS 25

Hay algunos que preferirían prescindir de él por completo. Charles


Tilly lo describe como «uno de los elementos más enigmáticos y ten­
denciosos del léxico político» (1975: 6) y prefiere concentrarse en el
estado, aun cuando también es un concepto no exento de problemas.
Más recientemente, Rogers Brubaker nos ha avisado del peligro de
reificar el concepto de nación, viendo las naciones como «colectivida­
des sustanciales, duraderas». Argumenta que deberíamos «pensar más
bien en el nacionalismo sin naciones», y ver «a la nación como una
categoría de la práctica, la categoría de nación como una forma polí­
tica y cultural institucionalizada, y el estatus de nación como algo
contingente o casual» (1996: 21).
Hay dos tipos de respuesta a estos recelos. El primero opera dentro
del círculo de la ideología nacionalista. En esta lectura, el nacionalis­
mo resalta los sentimientos populares evocados por la idea de nación;
en este discurso ideológico, la nación es comunidad sentida y vivida,
una categoría de comportamiento pero también de imaginación, y es
uno que exige de los miembros determinados tipos de acción. Por lo
tanto, su «sustancia» y su «durabilidad», como en otros tipos de co­
munidad, radican en sus consecuencias repetidas, y el analista ha de
tener en cuenta esta realidad sentida, utilizando un concepto especial
de nación, sin intentar su reificación7.
La segunda respuesta toca un problema mucho más amplio. Si el
concepto de nación precede en el tiempo a la ideología del naciona­
lismo, entonces no podemos seguir caracterizándolo simplemente
como una categoría de práctica nacionalista. Si, más aún, podemos
incluso imaginar aunque sea unas pocas naciones premodernas antes
del advenimiento de las ideologías nacionalistas a finales del si­
glo XVIII, entonces necesitaríamos una definición del concepto de na­
ción independiente de la ideología del nacionalismo, pero que sin
embargo esté en consonancia con ella. Aquí es donde está el proble­
ma principa] y la divisoria más difícil en el estudio del nacionalismo8.
Las definiciones de nación van desde las que se centran en factores
«objetivos» como el lenguaje, la religión y las costumbres, el territorio
y las instituciones, hasta aquellas que simplemente enfatizan los fac­
tores «subjetivos», tales como las actitudes, las percepciones y los sen­
timientos. Un ejemplo de factores «objetivos» proviene de Staiin
cuando afirmaba: «Una nación es una comunidad estable de perso-
26 NACIONALISMO

ñas, históricamente constituida, formada sobre la base de una lengua,


un territorio, una vida económica común, y una construcción psico­
lógica manifiesta en una cultura común» (1973: 61). Un ejemplo de
la visión «subjetiva» de la definición de nación la encontramos en Be-
nedict Anderson: «es una comunidad política imaginada: imaginada
como inherentemente delimitada y soberana» (1991: 6).
Estas definiciones, sin ningún lugar a dudas, aíslan rasgos impor­
tantes del concepto de nación, aun cuando se pueden hacer objecio­
nes a ambas. En la medida en que las definiciones «objetivas» son es­
tipularlas, casi siempre excluyen algunos de los casos más aceptados
de naciones, algunas veces de manera intencionada. Como mostró
Max Weber (1948), los criterios puramente «objetivos» de nación, ta­
les como lengua, religión, territorio y demás elementos, son siempre
incapaces de incluir a ciertas naciones? A la inversa^ las definiciones
«subjetivas» incluyen un número excesivo de casos. El énfasis en el
sentimiento, la voluntad, el deseo, la imaginación y la percepción
como criterios de nación y sentimiento nacional hace difícil diferen­
ciar las naciones de otro tipo de colectividades como las regiones, tri­
bus, ciudades-estado e imperios, que suelen tener elementos subjeti­
vos similares9.
La solución generalmente adoptada ha sido la elección de criterios
que abarquen todo el espectro «objetivo-subjetivo». Esta estrategia ha
provocado muchas definiciones útiles e interesantes, pero no el con­
senso de los académicos. Sin embargo, muchos estudiosos de la mate­
ria han llegado a un acuerdo en al menos dos puntos: que una nación
no es un estado y que tampoco es una comunidad étnica.
No es un estado ya que el concepto de estado está relacionado con
la actividad institucional, mientras que el de nación denota un tipo
de comunidad. El concepto de estado puede definirse como un con­
junto de instituciones autónomas, diferenciadas de otras institucio­
nes, y que posee un monopolio legítimo de la violencia en un territo­
rio determinado. Esto es muy diferente del concepto de nación. Las
naciones, como hemos dicho anteriormente, son comunidades vivi­
das y sentidas cuyos miembros comparten un territorio, uná comuni­
dad y una cultura.
No es una comunidad étnica, ya que, a pesar de algunos solapa-
mientos en tanto en cuanto ambos pertenecen a la misma familia de
CONCEPTOS 27

fenómenos (identidades culturales colectivas), la comunidad étnica


nojuele tener un referente político, y en muchos casos no disfruta de
cultura pública y ni siquiera de una dimensión territorial, ya que para
una comunidad étnica no es necesaria la posesión física de su territo­
rio histórico. Por otro lado, una nación tiene que ocupar un territorio
propio, al menos por un período de tiempo amplio, con el fin de
constituirse a sí misma en nación; y para aspirar al estatus de nación
y ser,recpnocida como tal, necesitaría,poseer también una cultura pú­
blica y el deseo de cierto tipo y cierto grado de autodeterminación.
Por otro lado, para una nación no es necesario, como ya hemos visto,
poseer un estado soberano en sí mismo, sino que basta con la aspira-
ciófLláTálgún grado de autonomía asociada a la ocupación física de su
territorio nacional10.
Si en la práctica la línea divisoria entre naciones y comunidades ét­
nicas (o etnias, en la terminología de origen francés) no está bien de­
finida, será preciso mantener la distinción conceptual entre ellas,
como correctamente argumenta David Miller. Aun así, su propia de­
finición de nación (o «nacionalidad», cómo él prefiere llamarla) como
una «comunidad (1) constituida por creencias comunes y un com­
promiso mutuo, (2) extendida en la historia, (3) de carácter activo,
(4) ligada a un territorio específico y (5) delimitada frente a otras
comunidades por sus culturas públicas diferenciadas» (1995: 27),
además de tender hacia el extremo subjetivo del espectro (podría apli­
carse, “á fin de cuentas, incluso a las ciudades-estado y las confedera­
ciones tribales), aproxima el concepto de nación al de comunidad ét­
nica. Las etnias también están constituidas por unas creencias y unos
compromisos compartidos, por unos recuerdos y una continuidad,
están comprometidas en acciones conjuntas y normalmente están li­
gadas a un territorio determinado aun cuando no lo ocupen. La úni­
ca diferencia de peso es que las comunidades étnicas suelen estar des-
provistas de cultura pública. Sin embargo, la definición de Miller
destaca algunos de los principales atributos de las naciones: el hecho
de que son comunidades, de que comparten mitos y creencias, de
que tienen una historia y de que están ligadas a unos territorios deter­
minados. ¿Podemos extender esta definición para destacar tanto las
diferencias como los solapamientos y las diferencias existentes entre
naciones y etnias?
28 nacionalismo

Tabla 1.1 Atributos de etnias y naciones


Etnia Nación

Nombre propio Nombre propio


Mitos comunes de antepasados, etc. Mitos comunes
Memoria compartida Historia compartida

Diferencia(s) cultural(es) Cultura pública común


Conexión con el territorio Ocupación del territorio
Algún tipo de solidaridad (de élites) Derechos y deberes comunes
Sistema económico único 1 \

Propongo definir el concepto de nación como «una comunidad


humana con nombre propio que ocupa un territorio propio y posee
unos mitos comunes y una. historia compartida, una cultura pública
común,un sistema económico único y unos derechos y deberes que
afectan a todos sus miembros». El concepto de etnia puede definirse,
a su vez, como «una comunidad humana con nombre propio, asocia­
da a un territorio nacional, que posee mitos comunes de antepasados,
que comparte una memoria histórica, uno o más elementos de una
cultura compartida y un cierto grado de solidaridad, al menos entre
las élites» n.
Aunque podemos usarlas como definiciones de trabajo, en realidad
no son nada más que resúmenes de los tipos puros o ideales de «na­
ción» y de «etnia», surgidos de una estilización de las respectivas
creencias y sentimientos de los miembros de la élite de naciones o et­
nias. Por este motivo, tienden a poner de relieve sus rasgos distintivos
y las diferencias principales que hay entre ellos. Estas y aquéllos pue­
den entenderse más fácilmente presentando separadamente los atri­
butos de ambos tipos de identidades culturales colectivas, como se
muestra en la tabla 1.1. Que las comunidades étnicas y nacionales
pertenecen a la misma categoría fenomenológica queda claro en la
parte superior de la tabla: las naciones, al igual que las etnias, compar­
ten los atributos de nombres colectivos, mitos comunes y memoria
compartida. Por otro lado, la parte inferior de la tabla nos muestra
que las naciones se diferencian por sus atributos de derechos y obliga­
ciones comunes a sus miembros, así como su pertenencia a un único
sistema económico. Además, en el tipo ideal, las naciones ocupan un
CONCEPTOS 29

territorio nacional, mientras que las comunidades étnicas sólo llega­


rían a estar ligadas de forma simbólica a su territorio nacional. Del
mismo modo, las etnias no necesitan tener una cultura pública, pues
les bastan algunos elementos culturales comunes, que pueden ser la
lengua, la religión o la existencia de algunas instituciones o costum­
bres compartidas, mientras que una cultura pública común es un
atributo esencial de las naciones. A este respecto, incluso el tercer atri­
buto experimenta un cambio desde las diversas tradiciones de la me­
moria que se encuentran en las etnias hasta una historia nacional co­
dificada y estandarizada12.
Sin embargo, sería un error leer en esta distinción cualquier tipo
de secuencia evolutiva. Después de todo, a lo largo y ancho del mun­
do de hoy en día encontramos un gran número de etnias, dentro de
naciones o paralelamente con éstas, e incluso es debatible la posibili­
dad de que pudieran encontrarse naciones entre las muchas etnias de
épocas premodernas. Lo que queda por decir, y es un punto en el que
me centraré más tarde, es que el ideal típico de la etnia, con su orga­
nización más bien imprecisa, es el concepto más genéricfory la nación
el más específico; pero que, al volverse más «especializada», la nación,
incluso en aquellos casos en los que se ha creado a partir de una etnia
ya existente, se hace más amplia, más integradora y menos ligada a su
base étnica originaria. La clave de esta paradoja, como veremos más
adelánte, radica en la transformación de las relaciones entre etnicidad
y cultura, y entre cultura y política.
Pero todo esto es demasiado abstracto y teórico. Cuando, pasamos
de los tipos ideales a los ejemplos empíricos, encontramos aproxima­
ciones y excepciones. Un buen ejemplo de ello es el caso de la «na­
ción diáspora». Hablando con propiedad, tal fenómeno sería imposi­
ble: una nación, como ya hemos visto, ocupa su respectivo territorio
nacional, mientras que las etnias pueden deambular por toda la tie­
rra. Pero ¿qué pasa con las comunidades que aseguran haber sido na­
ciones pero que, como los armenios y los judíos, no han ocupado sus
territorios desde hace siglos y han perdido sus estados independien­
tes? ¿Es razonable afirmar que han dejado de ser naciones, mientras
que han seguido conservando perfectamente sus culturas religiosas
públicas y unos derechos y deberes comunes, y que incluso han en­
contrado un nuevo nicho económico? Es una pregunta nada fácil de
30 NACIONALISMO

responder, y que sugiere que deberíamos tener cuidado al usar nues­


tros tipos ideales y la distinción entre etnia y nación13.
Está también el caso de las «naciones multiétnicas», que constan
de etnias diferenciadas que por un motivo u otro se han unido o se
han visto obligadas a vivir juntas y que juntas han conformado una
historia común y.comparten una memoria política. Tanto en Bélgica
como en Suiza y España, diferentes etnias coexisten dentro de un es­
tado, federal en algunos casos, en el que cada miembro de esa etnia
afirma su diferenciación étnica y una identidad nacional conjunta.
Por ejemplo, en el caso suizo algunos de los nacionales del cantón de
Jura aspiran a una independencia cantonal con respecto a Berna, pero
sus aspiraciones están claramente enmarcadas dentro de la «identidad
nacional» y el horizonte político suizo. Los suizos pueden jactarse de
una cultura pública definida, de un territorio nacional delimitado,
de un sistema económico único y de los mismos derechos y deberes
para todos los ciudadanos, mientras que incluso los cantones de len­
gua francesa o italiana han aceptado algunos de los mitos fundadores
de la Innenschweiz, la más antigua Suiza autóctona de lengua alema­
na, así como la memoria histórica de la antigua Confederación (Eid-
genossenchafi). Casos más complicados son los de Bélgica y España,
en razón de las etnias (vascos, catalanes y flamencos) que, o bien for­
man naciones, de acuerdo con los criterios antes indicados, o bien as­
piran al estatus de nación. ¿Podemos concebir «naciones dentro de
una nación», una nación catalana o flamenca dentro de una nación
belga o española? ¿O sólo es legítimo y apropiado hablar de naciones
dentro de «estados nacionales»? (véanse Petersen 1975; Steinberg
1976). '

Estado nacional

Este último es el caso de quienes postulan una definición estrictamen­


te etnicista del concepto de nación. Un buen ejemplo es el trabajo se­
minal de Walker Connor, para quien los conceptos de nación y nacio­
nalismo han de ser diferenciados claramente de los de estado y
patriotismo. De este modo, él hablaría de «patriotismo belga o espa­
ñol» —esto es, una lealtad a la totalidad del territorio nacional y a sus
CONCEPTOS 31

instituciones— frente al «nacionalismo étnico» catalán y flamenco; a


éste lo define como un vínculo psicológico de parentesco ancestral,
surgido en último término de los sentimientos de parentesco, incluso
si el mito que describe es incapaz (como suele suceder) de tener rela­
ción alguna con la auténtica descendencia biológica. Con una lógica
similar, Connor ve un patriotismo estatal británico en coexistencia
con los nacionalismos étnicos inglés, escocés y galés (1994: 102, 202).
No estoy seguro de que pueda mantenerse esta distinción tan ta­
jante, aunque resulte útil desde un punto de vista analítico. Tomando
el último ejemplo: en la práctica, el inglés siempre ha encontrado di­
fícil distinguir su propio nacionalismo étnico inglés de su patriotismo
británico, que considera igualmente como «propio». Esto no es sim­
plemente un reflejo imperialista. Más bien refleja el modo en que se
sentía el patriotismo británico en los siglos XVIII y XIX como una ex­
tensión «natural» del nacionalismo étnico inglés; y refleja también
cómo es vista la nación británica por los ingleses, y por no pocos esco­
ceses («británicos del norte»), como la agrupación voluntaria del con­
junto de naciones que habitan en un reino unido, a pesar de una re­
sistencia continuada y bastante fuerte al dominio inglés. Si
recordamos la frecuencia de nacionalismos sin naciones, ¿no supone
invalidar la idea y la historicidad del nacionalismo británico (en opo­
sición al patriotismo británico, de acuerdo con el punto de vista de
Connor), si finalmente fracasara la materialización de una nación bri­
tánica integrada? (Kearney 1990: caps. 7-8; Colley 1992: cap. 1)14.
Problemas conceptuales similares afligen al caso francés, en que el
proceso de integración, o al menos de aculturación, parece haber lle­
gado más lejos. Los bretones, los vascos, los alsacianos e incluso los
corsos puede que no aspiren a un estado independiente (a excepción
de una minoría), aun cuando en ocasiones sus movimientos dejan
traslucir el deseo de algún grado de autodeterminación, al menos en
lo referente a los terrenos económico y cultural. ¿Pero dónde quedan,
entonces, los franceses? ¿Puede distinguirse un etnonacionalismo
francés dominante frente a un patriotismo del estado francés, igual­
mente hegemónico? ¿Cómo podemos separar en la práctica la nación
francesa de Francia, el estado nacional, cuando muchos de los símbo­
los clave del nacionalismo político francés son políticos? (véase Gil-
dea 1994).
32 NACIONALISMO

Sin lugar a dudas, el caso francés, que tan influyente ha sido en


otros contextos, ha inspiradora tendencia a refundir estado y na­
ción y ha ayudado a popularizar la noción de «estado-nación». Hay
dos problemas con este término tan complejo. El primero hace re-
ferenciáa la relación entre sus dos componentes. Demasiado a me­
nudo los teóricos ven al estado como dominante, con la nación
como una especie de compañero menor o como simple adjetivo ca­
lificativo, y se presta poca atención a las dinámicas que genera la
nación. En cuanto al nacionalismo, se convierte en un epifenóme­
no psicológico, una suerte de acompañante de la soberanía estatal.
El segundo problema es empírico: en la práctica, como Walker
Conhor señaló hace ya algún tiempo, el monolítico «nación-esta­
do», en que el Estado y la nación son exactamente coextensivos, en
que sólo existe una nación en un estado determinada y un estado
para una nación determinada, es algo raro; cerca del 90 por ciento
de los estados del mundo son poliétnicos, y d¿Tentre éstos aproxi­
madamente la mitad están seriamenté'divididos por fracturas étni­
cas (Connor 1972; Giddens 1985: 216-220).
En estas circunstancias es mejor optar por un término descripti­
vo más neutral, tal como «estado-nacional» definido como «un esta­
do legitimado por los principio£¿dOTnacionalismo, cuyos miembros
poseen un cierto grado de unidad e integración nacional (pero no
de homogeneidad cultural)». Haciendo de la unidad nacional y de
la integración una variable, esta definición evita el problema de la
«incongruencia nacional»: el hecho de que los límites de las nacio­
nes y las fronteras de los estados no se suelen corresponder. De for­
ma similar deberíamos hablar,de «estados-naciones» allí donde los
estados multiétnicos aspiran al estatus de nación y a transformarse
en naciones unificadas, que no homogéneas, a través de medidas de
acomodación e integración. Ésta es la situación de muchos países
de Africa y Asia, creados a partir de los territorios coloniales y que
conservan las fronteras y las instituciones coloniales (e incluso en
algunos casos la lengua de aquéllos como lengua franca para fines
administrativos)15.

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