You are on page 1of 145

Fae Renegado

Libro Uno

Fae Renegado
Libro Uno

R. A. Steffan

R. A. Steffan | 2
Fae Renegado
Libro Uno

Este libro fue elaborado por el grupo de traducción The Phoenix Secrets para libre
lectura, sin fines de lucro y con el único fin de entregar una buena lectura.

Solo te pedimos que no alteres nada del libro y no quites los créditos correspondientes
y por favor no lo compartas por ninguna de las redes sociales.

Evitemos problemas.

Este libro es de contenido homoerótico (m/m), es decir, contiene escenas de sexo


explícito, si el tema no es de tu agrado no lo leas.

Proyecto: TPS
Traducción: Gigi
Corrección: Meiga
Diseño & Formato: Félix
Portada: Phoe Nix

R. A. Steffan | 3
Fae Renegado
Libro Uno

Por Favor No compartas este P.R.O.Y.E.C.T.O. por ninguna


de las REDES SOCIALES
NO vayas a las páginas de los autores y EXIJAS, ALABES, o
PREGUNTES por TRADUCCIONES de sus LIBROS
NO COMPARTAS el link del BLOG.

POR FAVOR CUIDEMOS DE NUESTROS POCOS BLOGS QUE NOS DAN


TANTA ALEGRÍA

R. A. Steffan | 4
Fae Renegado
Libro Uno

Contenido
Resumen .......................................................................................................................................................................................6
Capítulo Uno ............................................................................................................................................................................... 7
Capítulo Dos .............................................................................................................................................................................. 16
Capítulo Tres ............................................................................................................................................................................ 23
Capítulo Cuatro ...................................................................................................................................................................... 30
Capítulo Cinco ......................................................................................................................................................................... 34
Capítulo Seis .............................................................................................................................................................................. 41
Capítulo Siete ...........................................................................................................................................................................47
Capítulo Ocho.......................................................................................................................................................................... 52
Capítulo Nueve ........................................................................................................................................................................ 57
Capítulo Diez ........................................................................................................................................................................... 64
Capítulo Once .......................................................................................................................................................................... 70
Capítulo Doce ........................................................................................................................................................................... 75
Capítulo Trece ..........................................................................................................................................................................82
Capítulo Catorce ..................................................................................................................................................................... 86
Capítulo Quince ...................................................................................................................................................................... 92
Capítulo Dieciséis .................................................................................................................................................................... 98
Capítulo Diecisiete .................................................................................................................................................................104
Capítulo Dieciocho ................................................................................................................................................................109
Capítulo Diecinueve ............................................................................................................................................................... 116
Capítulo Veinte ...................................................................................................................................................................... 122
Capítulo Veintiuno ................................................................................................................................................................ 129
Capítulo Veintidós ................................................................................................................................................................. 134
Capítulo Veintitrés .................................................................................................................................................................. 141
Sobre la Autora ...................................................................................................................................................................... 144
Notas de Referencia .............................................................................................................................................................. 145

R. A. Steffan | 5
Fae Renegado
Libro Uno

Resumen
Hay un Fae inconsciente babeando en el sofá de Len.

No es ni siquiera lo más raro que le ha pasado esta semana.

Le han dicho a Len que no todos los Fae son unos imbéciles engañosos y manipuladores. Un
punto discutible, ya que este definitivamente lo es, él sabe eso por una amarga experiencia.

Así que, cuando su excompañero del trabajo vampiro deja a Albigard de la corte Unseelie en
la puerta de Len, le da dos horas para encontrar un mejor escondite para el fugitivo Fae antes
de arrojarlo directamente a la acera con el resto de la basura.

Debería haberlo sabido mejor, por supuesto. Porque si hay algo que Len aprendió desde que
fue arrojado a lo más profundo del sórdido inframundo paranormal, es que nada es tan
simple.

Ahora está huyendo de una fuerza elemental cataclísmica que intenta abrirse camino en el
reino humano, atrapado con un bastardo carismático que ya sabe demasiado sobre el interior
de la cabeza desordenada de Len. La primera vez que conoció a Albigard, Len golpeó al Fae
en su rostro demasiado perfecto. Esta vez, tendrán que aprender a trabajar juntos, o
arriesgarse a que sus almas sean destrozadas y enviadas al vacío, con el resto de la
humanidad enfrentando el mismo destino poco después.

La Cacería Salvaje ha soltado sus cadenas.

La oscuridad viene hacia el mundo.

R. A. Steffan | 6
Fae Renegado
Libro Uno

Capítulo Uno
Len Grayson abrió la puerta principal, parpadeó ante las tres figuras inhumanas que estaban
de pie en el porche y consideró cerrarles la puerta en las narices antes de que nadie tuviera
tiempo de decir una sola palabra. Fantaseó con minucioso detalle sobre hacer exactamente
eso, imaginando las miradas de sorpresa de sus visitantes durante un largo y dichoso
momento antes de descartar la idea con desgana.

Después de la semana que acababa de tener, no estaba preparado para lidiar con este
tipo particular de locura. Desafortunadamente, este tipo particular de locura no era del tipo
que desaparecía porque le cerrabas la puerta.

Durante el último año más o menos, había descubierto que el mayor problema de estar
“al tanto” cuando se trataba de la existencia del mundo sobrenatural no era la creciente
sensación de temor existencial. Bueno… no era sólo la creciente sensación de temor
existencial. También era el hecho de que la mayoría de los sobrenaturales eran imbéciles. Es
cierto que no todos, pero fácilmente dos de tres del grupo de muestra actual.

Los vampiros Ransley Thorpe y Zorah Bright le sonrieron a Len con amplias sonrisas
enyesadas. Su jovial genialidad no era muy convincente, dado que la pareja tenía el cuerpo
flácido de un Fae rubio inconsciente, y demasiado familiar, colgando entre ellos.

—Cualquiera que sea la pregunta, la respuesta es no, —les dijo Len rotundamente,
recorriendo con un ojo amarillento a la criatura extrañamente hermosa que colgaba entre la
pálida fuerza de Rans y las curvas tostadas de Zorah.

—Hola, compañero. Necesito un favor rápido de tu parte. —La voz de Rans tenía
acento británico. Las palabras fueron pronunciadas en un tono aireado, como si ni siquiera
hubiera registrado la negación general de Len apenas dos segundos antes.

Len sintió que sus muelas se rechinaban y conscientemente aflojó la mandíbula. Antes
de que pudiera reunir argumentos decentemente lógicos para no dejarlos cruzar el umbral
de su casa, Zorah saltó a la conversación.

—Lo siento, Len, —dijo ella. —Normalmente no lo pediríamos…

—Sí, lo harías, —intervino Len.

—…pero Albigard está fuera de combate, y tenemos que mantenerlo fuera del radar
mientras se recupera, —finalizó.

Len cerró los ojos y respiró lenta y profundamente. Dentro… y fuera.

Zorah constituía el treinta y tres coma tres por ciento de este grupo que generalmente
no mostraba tendencias idiotas. Para complicar aún más la situación, ella también era dueña
de la casa. Len sólo la estaba alquilando. Bueno… más exactamente, Len estaba entregando
un cheque del tamaño de una renta mensual a un refugio local para adolescentes sin hogar.
Los cheques eran principalmente una forma de salvar su conciencia, ya que Zorah se negó

R. A. Steffan | 7
Fae Renegado
Libro Uno

rotundamente a aceptar cualquier compensación de él por usar el lugar mientras estaba fuera
del jet set con su obscenamente rico novio no muerto.

Combinados, estos dos hechos hacían que la perspectiva de cerrarle la puerta en la


cara fuera un poco incómoda. Len libró una breve batalla interna consigo mismo y perdió.
La abrió más, parándose a un lado para que ellos entraran.

—Está bien, —dijo, muy en contra de su buen juicio. —Entren, entonces. Será mejor
que saques a ese bastardo rubio y chispeante de la calle antes de que uno de los vecinos
decida llamar a la policía.

Rans le dedicó la sonrisa de un tiburón, y Len reprimió un escalofrío al ver brevemente


un colmillo.

—Sofá, —instruyó Zorah, y la pareja movió el cuerpo inerte del Fae a través de la sala
de estar hasta que pudieron dejarlo caer de lado sobre el destartalado sofá. Un crujido de
protesta provino del marco de madera. La cosa se había agrietado gravemente durante una
redada policial antes de que Len se mudara, cuando Zorah todavía vivía aquí, antes del novio
vampiro. Observó el mueble envejecido con cautela durante unos momentos, esperando a
ver si se doblaría bajo el peso del Fae. No sucedió, pero aun así le lanzó a Len una mirada de
soslayo a través de sus salvajes espirales de cabello. —¿Pensé que dijiste que arreglaste esto?

—Lo hice, —le dijo Len. —Puse un par de adoquines de concreto1 debajo de la parte
rota para sostenerla. Problema resuelto.

Rans levantó una ceja oscura, vagamente crítica hacia él.

—Es un sofá cómodo, —dijo Len, en respuesta a las críticas tácitas. —Y no todos tenemos
carteras de inversión que se remontan al siglo XIV.

—No dije una palabra, compañero, —replicó Rans.

Len respiró hondo para calmarse, por todo lo bueno que hizo.

—Bueno, es hora de empezar a decir algunas palabras, compañero. —Esbozó comillas


en el aire alrededor de la palabra. —¿Por qué hay un Fae inconsciente en este sofá
perfectamente funcional y que no necesita reemplazo?

En realidad, tenía algunas teorías, dado todo lo demás que había estado sucediendo
en el mundo durante los últimos días. Simplemente no le gustaba mucho nada de eso. El año
pasado, después de ser arrojado al fondo del inframundo paranormal sin un salvavidas, Len
descubrió rápidamente que, si bien los humanos pueden considerarse los depredadores del
vértice del planeta, en realidad se parecen más a las ovejas que a los leones.

La gran mayoría de los residentes de la Tierra no sabían que su mundo se había


convertido en una especie de zona desmilitarizada después de una guerra milenaria entre
dos razas mucho más poderosas que los humanos: los Demonios y los Faes. Podría decirse
que los Faes habían ganado el conflicto y, desde entonces, se habían infiltrado en el gobierno

R. A. Steffan | 8
Fae Renegado
Libro Uno

humano y en las instituciones sociales tras bambalinas en un grado verdaderamente


inquietante.

La mayoría de los días, Len no se arrepintió de la extraña serie de eventos que lo


habían llevado a enterarse de todo esto. No mucho, de todos modos. Muchos de esos eventos
estaban relacionados con Zorah, quien había sido su compañera de trabajo antes de verse
envuelta en política sobrenatural y eventualmente convertirse en vampiresa. Sin embargo,
en días como hoy, con el Fae Más Irritante del Mundo babeando sobre su tapizado
descolorido, Len felizmente podría haber regresado a la ignorancia.

Rans frunció el ceño al inconsciente Fae y suspiró. Se llevó una mano a la cabeza y se
pasó los dedos pálidos por las ondas de cabello oscuro y desordenado en un gesto de
frustración. Len tenía la ligera sospecha de que el aspecto de “estrella de rock casualmente
despeinado” del vampiro requería casi tanto producto para mantenerse como el fauxhawk
de hombre2 teñido brillantemente de Len, a pesar de que la apariencia de Rans generalmente
lograba dar la impresión de que acababa de levantarse de la cama, recién jodido.

—Correcto. Las explicaciones. Me temo que es una historia un poco larga, —dijo Rans.

Zorah se dejó caer para sentarse en el suelo, apoyando los hombros contra la parte
delantera del sofá. El marco dio otro pequeño chirrido de protesta por los empujones. Dejó
caer la cabeza hacia atrás para descansar contra las rodillas de Albigard, y Len se tomó un
momento de autocomplacencia para apreciar cuánto odiaría eso el imbécil Fae si estuviera
despierto.

—Has estado siguiendo las noticias los últimos días, ¿supongo? —preguntó ella.

Len miró brevemente hacia el techo antes de encontrarse con sus ojos marrones con
incredulidad. —¿Qué, te refieres a la parte en la que todos los medios de comunicación del
planeta publican una cobertura las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana,
sobre líderes mundiales que mueren inexplicablemente y algo misterioso que sucede en
Stonehenge? Sí, podría haber visto una mención o dos.

De hecho, Rans y Zorah habían estado metidos hasta el cuello en esa cuba particular
de locura mucho antes de que se derramara en el escenario mundial, al igual que el ex jefe
vampiro de Len, junto con su ex compañero de trabajo Vonnie, cuyo hijo aparentemente
había sido secuestrado por los Faes debido a sus líneas de sangre mágicas.

Mientras tanto, Len había estado atrapado aquí en St. Louis mientras todo esto
sucedía, recibiendo información por goteo ocasional por mensaje de texto o correo
electrónico y preguntándose si estos idiotas a los que a veces llamaba amigos vivirían o
morirían cuando los Faes finalmente hicieran su movimiento para tomar el control total del
planeta.

Sabía, en el fondo, que su vida sería mucho más fácil en estos días si de alguna manera
pudiera entrenarse para dejar de importarle nada de una forma u otra.

R. A. Steffan | 9
Fae Renegado
Libro Uno

—Sí, está bien, —concedió Zorah. —Supongo que la noticia sería un poco difícil de
evitar dadas las circunstancias. De todos modos, estábamos en Stonehenge con un grupo de
otros manifestantes cuando aparecieron los Faes y el “ya-sabes-qué” golpeó el ventilador.
Supongo que todavía no habrás visto mucho sobre esa parte de las cosas, ya que toda la
magia que voló alrededor eliminó la red de comunicaciones en la mayor parte del sur de
Gran Bretaña. Basta con decir que hubo una gran pelea. Uno de los Fae apuntó una ráfaga
letal de magia al hijo de Vonnie, y Tinkerbell saltó frente a él para salvarlo.

Len parpadeó, mirando al imbécil egocéntrico en el sofá. —Espera. ¿Repítelo?

—Créeme, —dijo Rans. —Estábamos tan sorprendidos como tú.

Zorah los miró a los dos. —Tú. Cállate, —dijo, señalando a Rans. Luego miró a Len.
—Y mira. Sé que tuviste un… desafortunado primer encuentro con él, pero nos ha ayudado
una y otra vez en contra de su propia gente, incluso si actúa como un idiota al respecto la
mayor parte del tiempo. Es un buen amigo, y en este momento tiene un objetivo gigante
pintado en la espalda.

Rans hizo una mueca como si hubiera probado algo amargo. —Amigo. Sigues usando
esa palabra. No creo que signifique lo que crees que significa.

Len lo miró fijamente. —Oh Dios mío. ¿Por qué no estoy remotamente sorprendido
de que ustedes dos se comuniquen a través de las citas de La Princesa Prometida3?

Zorah le lanzó una mirada poco impresionada. —No. Normalmente, nos


comunicamos a través del sexo enojado y rompiendo muebles.

—Ahora. Es una buena película, —protestó Rans. —Sin embargo, tiene razón sobre el
sexo que rompe muebles. Supongo que ese es uno de los efectos inevitables de convertir a un
súcubo en un vampiro. No es que me queje, por supuesto.

Len trató valientemente de no sonrojarse, ya que había tenido alguna experiencia de


primera mano sobre la complicada situación familiar de Zorah y sus consecuencias. No muchas
personas pueden afirmar que una vez escoltaron a un demonio sexual híbrido a un club
BDSM4, luego la ataron con una cuerda shibari5 para que pudiera alimentarse de la energía
sexual de la multitud que la pervertía.

No era realmente el tipo de cosa que pones en tu currículum.

Zorah se aclaró la garganta. —De todos modos. —Si su piel oscura escondía su
vergüenza o si simplemente no le molestaba la conversación informal sobre su vida sexual,
Len no podría haberlo dicho. Cualquiera que sea el caso, arrastró la conversación de vuelta
al tema, mirando deliberadamente a Rans. —Él es mi amigo, que es una palabra más simple
de usar que tratar de describir cualquier cosa vagamente homoerótica de amigos-enemigos
intermitentes que has tenido con él durante los últimos siglos.

Rans la miró como si le hubiera crecido una segunda cabeza. —No tengo subtexto
homoerótico con Tinkerbell. Retíralo en este instante.

R. A. Steffan | 10
Fae Renegado
Libro Uno

Len apretó el puente de la nariz con el pulgar y el índice, sintiendo el tirón familiar
del piercing en la ceja izquierda cuando la piel se movió.

—Avancemos, —dijo, un poco desesperado. —Entonces, básicamente estás diciendo


que ha hecho algo para enojar a los otros Fae, y ahora estás tratando de esconderlo. Mientras
él está, ya sabes, inconsciente.

—En pocas palabras, —dijo Rans. —Aunque más exactamente, ha hecho tres cosas en
una sucesión bastante rápida para enojar a su gente, cada una más atroz que la anterior.

—Fantástico, —murmuró Len. —Y lo trajiste aquí para esconderlo… ¿por qué,


exactamente?

—Oh, no te preocupes, —dijo Zorah. —Este no es el escondite. Realmente no. Solo


tenemos que esconderlo aquí durante una o dos horas mientras arreglamos el transporte a
algún lugar más permanente. Arrastrar su cadáver inerte con nosotros todo el tiempo sería
un dolor total en el trasero.

Len le dio a Zorah su mejor expresión ¿estás hablando en serio en este momento? —Y otra
vez. ¿Me lo trajiste porque…?

Fue Rans quien respondió. —Porque tu corazón es demasiado grande para tu propio
bien, y eres malo para decir que no a las cosas.

—Dije que no a esto antes de que ustedes dos entraran por la puerta, —señaló Len,
bastante justo, pensó.

—Eres malo para decir que no a las cosas y decirlo en serio, —aclaró Rans. —Pero no
temas. El viejo Alby puede dormitar un rato en tu sofá y apenas te darás cuenta de que está
aquí. Regresaremos y lo recogeremos tan pronto como podamos arreglar para llevarlo a
algún lugar protegido mágicamente. No debería llevar mucho tiempo, hay un par de
posibilidades a seguir en esta área general.

Len miró el lustroso cabello rubio pálido que oscurecía a medias los pómulos afilados
y la boca sensual de Albigard. Las pestañas del Fae eran de un color dorado oscuro y parecían
casi ridículamente largas y gruesas.

—Dios, a veces los odio a ustedes dos, —les dijo a los vampiros.

—No es de extrañar, dadas las circunstancias, —coincidió Rans alegremente. —


Hablando de eso, ¿cómo le está yendo a la Triumph?

—¿Tu motocicleta? —Len respondió en un tono suave. —Oh eso. Se lo presté a un


amigo y lo envolvió alrededor de un poste de teléfono. Pérdida total. Lo siento.

Una mirada de genuina alarma se posó en las facciones de Rans.

—Es broma, —le dijo Len. —Está bien, está en la parte de atrás. Aunque siento que
debo señalar que la única razón por la que tengo tu motocicleta en primer lugar es porque la

R. A. Steffan | 11
Fae Renegado
Libro Uno

última vez que estuviste aquí, tomaste prestado mi auto y luego lo abandonaste en Chicago.
Entonces, si pudieras… ya sabes… ¿devolvérmelo uno de estos días…?

Rans se relajó. —Ah. Sí. Me había olvidado por completo del destino del muy jodido
proxenetamóvil6, dado todo el entusiasmo reciente.

Zorah se quedó pensativa. —En realidad, podría tener sentido dirigirse a la antigua
propiedad de Albigard en Chicago, en lugar de tratar de encontrar un lugar aquí en St. Louis.
Ya tiene guardas protectoras, por un lado. Y Len, si vinieras con nosotros, podrías recoger tu
auto al mismo tiempo. ¿Puedes tomarte unos días libres?

Len se cruzó de brazos. —Recuerdas que el club nocturno donde solía trabajar explotó
durante uno de los muchos intentos de los Fae de matarte, ¿verdad?

Tuvo la gracia de parecer avergonzada por un momento, pero se recuperó


rápidamente. —Correcto. Lo siento. Entonces… ¿eso es un sí, entonces? Aunque en mi
defensa, en realidad estaban tratando de matar a alguien más, no a mí.

—Sí, sí. Lo sé, —le dijo Len. —Bueno, es posible que no hayan tenido éxito en ponerte
en el suelo, pero lograron un trabajo bastante sólido en mi pequeño rincón de la economía
local.

La dueña del club, Gina, había estado cubriendo los cheques de pago del personal
mientras varias compañías de seguros peleaban por los daños. Desafortunadamente, una
buena parte de los ingresos de los empleados del club de jazz procedían de las propinas, no
de los salarios. Len había guardado un poco de dinero para emergencias, pero no duraría
mucho. Ya había tenido que explorar algunas salidas creativas para generar flujo de efectivo
adicional.

Zorah hizo una mueca. —¿Sabes si Gina planea reabrir el club nocturno en un lugar
diferente?

—Ni idea, —dijo Len. —Y nos estamos saliendo del tema. Si me vas a dejar a Albigard,
¿qué diablos se supone que debo hacer con él? ¿Qué, exactamente, le pasa?

Rans señaló vagamente a la forma inconsciente. —Como dijo Zorah, el idiota se paró
frente a un ataque mágico que habría sido fatal para un humano. Él es Fae. Sólo déjalo dormir.
Si fuera a matarlo, probablemente ya lo habría hecho.

—¿Probablemente? —Repitió Len, sin prisa por dejar que alguien muerda la bala
proverbial mientras se desmayaba en su sofá. Ni siquiera alguien tan abrasivo como
Albigard.

Rans se encogió de hombros. —Sí. Probablemente. Los faes son duros. No hay mucho
que pueda matarlos de forma permanente excepto el hierro en el corazón. O, bueno,
decapitación. —Hizo un gesto desdeñoso con la mano. —¿Sabes? Una vez lo ahogaron por
brujería, allá por el siglo XVI. Apenas lo frenó. Se animó una hora más tarde, una vez que lo
alejé del hierro que habían estado usando para enjaularlo. —Sus rasgos se asentaron en un

R. A. Steffan | 12
Fae Renegado
Libro Uno

ceño fruncido. —Aunque vomitó la mitad del puerto una vez que dio la vuelta, arruinando
mi mejor jubón de cuero en el proceso, debo agregar. Todavía me debe uno nuevo, ahora que
lo pienso.

Zorah llamó la atención de Len y articuló un subtexto homoerótico hacia él, fuera del
campo de visión de Rans.

Len levantó una mano para frotarse la sien, tratando de contener el fuerte dolor de
cabeza que amenazaba con abrirse paso. —Entonces, ¿me estás diciendo que puedo dejarlo
en paz y dejarlo hacer su magia curativa? Está bien, genial. Pero si no regresas en dos horas,
lo arrastraré afuera y lo dejaré junto a la acera para que el camión de la basura lo recoja en la
mañana.

—¡Espléndido! —Dijo Rans, como si Len no acabara de amenazar con enviar a


Albigard al basurero. —Ah, y no lo olvides, probablemente querrás apagar cualquier
dispositivo electrónico de la casa, en caso de que se despierte. Los Faes pueden ser un infierno
con la tecnología cuando no se protegen activamente.

—Pregúntale al sur de Inglaterra —murmuró Zorah.

Len reflexionó brevemente sobre la cuestión de cuándo, exactamente, su vida se había


descarrilado. Desafortunadamente, la respuesta a esa pregunta era demasiado deprimente
para tratarla en este momento.

—Correcto. Electrónica. Seguro, —dijo. —Ahora vete, para que puedas volver lo antes
posible y sacar a este imbécil de mi sofá. Ah, y estás solo para llevarlo a Chicago. Contrata a
alguien para que lleve mi maldito auto de regreso aquí, o… no sé, haz que lo envíen
profesionalmente o algo así. No es que no puedas permitírtelo.

Rans se encogió de hombros con facilidad. —Me parece bien. Ven, Zorah. Busquemos
a alguien dispuesto a alquilarnos un vehículo lo suficientemente viejo como para que
Tinkerbell no pueda freír el sistema informático.

Zorah se puso de pie de un salto y besó a Len en la mejilla. —Gracias por cuidar de él,
Len. ¡Eres el mejor!

—Uh huh. Ese soy yo, —dijo Len en un tono monótono.

—Regresaremos en dos segundos, compañero, —agregó Rans. —Si se despierta, trata


de no asesinarlo. —Él frunció el ceño. —De hecho, tal vez no debería haber mencionado esa
parte sobre el hierro a través del corazón antes.

—Date prisa en volver, —dijo Len, y trató de ignorar la marea de temor que le subía
por el estómago cuando la pareja salió, dejándolo solo con la forma inconsciente en el sofá.

******
La primera hora pasó sin señales de movimiento o conciencia de su invitado no deseado, y
Len comenzó a relajarse un poco. Después de enviar un correo electrónico rápido para

R. A. Steffan | 13
Fae Renegado
Libro Uno

cancelar su cita de la tarde, una de las salidas creativas antes mencionadas para generar flujo
de efectivo mientras estaba sin trabajo, siguió el consejo de Rans y desconectó todo lo que
poseía que contenía una placa de circuito. Desafortunadamente, eso lo dejó con muy pocas
distracciones disponibles.

A falta de algo mejor que hacer, desapareció en la pequeña cocina y se perdió en la


preparación de la comida para la próxima semana. Normalmente, no se habría molestado.
Era una especie de broma corriente entre las personas que lo conocían que el aspirante a chef
de restaurante sobrevivía principalmente con Pop-Tarts y las sobras de cualquier lugar en el
que estuviera trabajando en ese momento.

Dado que las sobras del trabajo no eran realmente una opción en este momento, había
ido de compras hace unos días con la intención de adquirir alimentos que la gente normal
realmente quisiera comer. Estaba cortando verduras para el curry cuando un gemido bajo
procedente de la sala delantera le erizó el pelo de la nuca. Len, con mucho cuidado, dejó el
cuchillo sobre el mostrador antes de ir a mirar. Y… sí. El hada más irritante del mundo estaba,
de hecho, recuperando la consciencia.

Impresionante.

Albigard levantó una mano para taparse los ojos como si la luz le doliera. Rodó hasta
quedar sentado en el sofá, lo que hizo un ruido de protesta inquietantemente similar al que
acababa de hacer.

—Así que. No muerto, entonces, —dijo Len, preparándose mentalmente para ignorar
la atracción magnética que el Fae tendía a ejercer sobre los humanos.

Albigard se congeló ante el sonido de su voz. Luego bajó la mano lentamente,


revelando unos ojos verdes poco naturales que parecían ver directamente a través de Len.

—Ah, —dijo el Fae, su voz goteando con disgusto. —Eres tú. Este será mi castigo, ¿lo
acepto?

—Muy divertido, —le dijo Len. —Si quieres quejarte de eso, puedes guardarlo para la
brigada de colmillos. Zorah y Rans te dejaron aquí mientras buscaban un escondite mejor.
Deberían estar de vuelta en poco tiempo. Entonces, ¿qué tal si te abstienes de influir en mi
mente y yo me abstendré de golpearte en la cara? ¿Tienes hambre? Puedo preparar una
ensalada o algo así.

—No, —dijo Albigard brevemente.

Len optó por interpretar eso como una respuesta a la pregunta sobre la ensalada, en
lugar de la pregunta sobre la influencia mental y la agresión criminal. —Como quieras. Ah,
y felicitaciones por aparentemente salvar al hijo de Vonnie. Tengo que admitir que no lo vi
venir.

R. A. Steffan | 14
Fae Renegado
Libro Uno

—¿Supongo por tu comportamiento que los demás sobrevivieron? —Albigard hizo la


pregunta a regañadientes, y Len se dio cuenta de que si lo hubieran sacado de servicio en
medio de una batalla, no tendría forma de saber cómo terminó.

—Nadie me dice nada, —le informó Len. —Pero si alguien que conocíamos hubiera
muerto, hubiera esperado que Bela Lugosi y la novia de Drácula estuvieran más molestos de
lo que estaban.

El Fae no lo dignificó con una respuesta. Len se encogió de hombros y se volvió para
volver a la cocina. Dio precisamente tres pasos hacia su destino cuando un golpeteo
entrecortado en la puerta principal lo detuvo. Albigard se tensó y Len trató de ignorar la
descarga de adrenalina que le corría por los nervios.

—¿Estamos esperando problemas? —le preguntó a su invitado no deseado.

Albigard se puso en pie tambaleándose. —En general, sí. —Se movió para quedar
fuera de la línea de visión directa de cualquiera que esperara en el porche.

Sonó una nueva ráfaga de golpes, seguida de un familiar acento británico


amortiguado por dos pulgadas de madera dura. —¡Abre la maldita puerta, Len!

Len dejó escapar un suspiro y la abrió, solo para encontrarse con la expresión sombría
de Rans y la de Zorah con los ojos muy abiertos. Albigard se adelantó para unirse a ellos, aún
luciendo como si un fuerte viento lo pusiera directamente sobre su trasero.

Los ojos de Rans lo recorrieron. —Oh Dios. Estás despierto. Parece que tenemos un
pequeño problema.

—Y por pequeño quiere decir, eh…—Zorah miró por encima del hombro e hizo un
gesto hacia el final de la cuadra. Parecía tan asustada como Len nunca recordaba haberla
visto, y dada su historia, eso era decir algo.

Con una profunda sensación de aprensión, Len siguió su mirada, vagamente


consciente de que Albigard estaba haciendo lo mismo. Al final de la manzana, oleadas de
espeso vapor negro surgían de lo que en realidad sólo podía describir como un desgarro: las
formas sugerían un enjambre de criaturas sombrías y medio visibles que trataban de abrirse
camino a través de la creciente brecha.

Albigard se quedó muy quieto. —Oh, —dijo el Fae. —La Cacería Salvaje parece estar
aquí por mí. Eso no es bueno.

R. A. Steffan | 15
Fae Renegado
Libro Uno

Capítulo Dos
—Mmm, correcto—dijo Len, tratando de controlar la creciente sensación de horror que
levantaba gotas de sudor pegajoso en su piel. —¿Quién o qué es la Cacería Salvaje? ¿Y por
qué diablos decidiste quedarte en mi casa si algo así te perseguía?

—No debería estar aquí, —dijo Rans sombríamente.

—¿Aquí… en mi calle? —preguntó Len.

—Aquí en este planeta, —aclaró Rans.

—Eh… ¿chicos? —Zorah empujó, mientras más de las formas amorfas y grasientas se
escurrían a través del desgarro en la realidad. Len creyó ver mandíbulas que se partían en el
centro de la masa y rápidamente desvió la mirada.

De alguna manera, la mirada de asombro en el rostro de Albigard no era


tranquilizadora. La tez del Fae había sido pálida antes, pero ahora era positivamente color
tiza.

—Esto no es posible, —murmuró. —No tiene sentido.

Rans seguía observando la… cosa… con ojo cauteloso. —¿Quizás podríamos
contemplar la naturaleza impensable de un arquetipo mítico de la muerte Fae que aparece al
azar en la Tierra desde una distancia más cómoda?

Zorah también estaba obsesionada con la nebulosa amenaza. —¿Una distancia como,
digamos, Chicago? Albigard, dijiste que iban tras de ti. Si puedes transportarnos a algún
lugar protegido mágicamente, ¿sería capaz de seguirte? ¿O se daría por vencido y se iría?

Un horrible sonido chirriante y aullador recorrió el pecho de Len. El sonido lo golpeó


tan visceralmente que le hizo preguntarse si lo había oído con los oídos o con la mente.
Alrededor del vecindario, otras personas abrían sus puertas, mirando hacia afuera. Gritos y
llantos de conmoción resonaron alrededor de la cuadra.

—Lo que sea que estés planeando hacer, ¿quizás hay que hacerlo antes de que esa cosa
avance más a través del agujero que está rasgando? —Len sugirió. No tenía idea de lo que
sucedería si alcanzaba a las personas que se derramaban en sus porches, pero sospechaba
que no sería bueno.

Albigard pareció sacudirse para liberarse de su conmocionada parálisis. —Soy


demasiado débil para conjurar un portal sin extraer energía de una fuente externa. Y para
responder a tu otra pregunta, no tengo ninguna duda de que intentará seguirme en lugar de
quedarse aquí. Las protecciones… deberían confundirlo. Asumiría.

No sonaba muy seguro de esa última parte, Len no pudo evitar darse cuenta.

Zorah apretó los dientes. —Bien. Una fuente de alimentación externa, gratis para
tomar. Pero después me debes un favor.

R. A. Steffan | 16
Fae Renegado
Libro Uno

Albigard asintió con un único y apretado asentimiento. Antes de que Len realmente
pudiera darse cuenta de lo que estaba sucediendo, el Fae hizo un gesto circular y agudo con
una mano. Un óvalo en llamas se quemó en la pared de Len. El interior parecía turbio, como
un espejo empañado. Zorah gruñó una maldición viciosa, y Rans la agarró por los hombros
cuando sus rodillas cedieron.

Una mano agarró la parte de atrás de la camisa de Len. Gritó cuando fue arrojado sin
contemplaciones a través del portal Fae, y tropezó cuando sus pies tocaron baldosas de arcilla
en lugar de la gastada madera dura de su entrada familiar. Tres figuras más lo siguieron.
Albigard cayó con fuerza a cuatro patas cuando los candentes bordes del óvalo se cerraron
detrás de él con un crujido. Se acurrucó sobre su costado con un gemido antes de dejarse caer
sobre su espalda y mirar hacia el techo.

Zorah no se veía mucho mejor, todavía apoyada pesadamente en Rans con la


mandíbula apretada. Después de un momento, trabó las rodillas y se separó de él. —Bueno,
—dijo ella. —Eso ciertamente apestó a bolas de burro. ¿Ahora qué?

Len recorrió con la mirada la habitación desconocida, una cocina, sin decoración y
nada hogareña, con polvo y telarañas visibles en las esquinas. La única luz procedía de un
par de ventanas que necesitaban urgentemente una limpieza.

—¿Podría alguien explicar qué diablos acaba de pasar? —preguntó. —Preferiblemente


usando español. Y, ya sabes, palabras cortas.

—Estamos en Chicago, en una casa que pertenece a Albigard que ha sido protegida
mágicamente para evitar que otras personas la detecten, —dijo Rans.

—Y con suerte por monstruos de humo espeluznantes, —agregó Zorah.

Len sintió que el dolor de cabeza que había estado amenazando antes florecía detrás
de su ojo izquierdo. —Correcto. Bueno. Estamos en una casa invisible en Chicago. ¿Por qué
estoy, específicamente, en una casa invisible en Chicago?

—Porque has tenido contacto conmigo. Eso podría haber sido suficiente para animar
a la Cacería a ir tras de ti en mi ausencia, al menos durante las próximas horas hasta que se
desvanezca tu rastro —dijo Albigard desde el suelo, todavía mirando fijamente las telarañas
que colgaban sobre él.

Len cerró los ojos con fuerza y contó hasta cinco antes de abrirlos. —Fantástico. Y, una
vez más, la Cacería Salvaje es… ¿qué, exactamente?

Todavía no había movimiento del Fae en el suelo. —La Cacería Salvaje es un aspecto
fundamental del reino Fae de Dhuinne, —murmuró, dirigiéndose al techo. —Es una
expresión física del Vacío Infinito. Históricamente, la Corte Fae lo ha utilizado como arma de
castigo, enviándolo a perseguir a los criminales para devorar sus almas.

Len abrió la boca, vaciló y la cerró. En ausencia de sillas en su lado inmediato, se sentó
en el suelo con bastante brusquedad y se apoyó contra el gabinete polvoriento detrás de él.

R. A. Steffan | 17
Fae Renegado
Libro Uno

—Está bien, entonces, —dijo finalmente.

—Y, como se ha discutido anteriormente, de ninguna manera debería estar presente


aquí en la Tierra, —afirmó Rans.

Len pensó en las pilas de vegetales cortados en cubitos que había dejado en la tabla de
cortar de su cocina.

En St. Louis.

A trescientas millas7 de distancia.

—Maldición, —dijo, sin estar seguro de si era en respuesta a la comida desperdiciada


o al aparente escape de una manifestación del vacío devoradora de almas entrando al reino
humano.

—Pero estamos bastante seguros de que la gente de St. Louis estará bien, ¿no es así?
—Preguntó Zorah, demostrando una vez más que hasta ahora había evitado ser absorbida
por el trasero con los demás.

Albigard rodó hasta quedar sentado, como si el esfuerzo le produjera náuseas. —


Estaban ahí buscándome. No hay otra explicación. Como ya no estoy en St. Louis, y como no
tuve contacto con ninguna de esas personas, no tendrá razón para quedarse.

—¿Y las protecciones en esta propiedad? —Rans presionó. —¿Te mantendrán oculto
hasta que podamos idear algún tipo de estrategia?

Hubo una pausa bastante larga. No era lo que llamarías tranquilizador.

—Las protecciones… no me ocultarían con éxito de la Cacería si estuviéramos en


Dhuinne, —respondió Albigard al fin. —En el reino Fae, no hay escapatoria. Ese es más bien
el punto. Cuando me lo enviaron, la Corte habría considerado que me estaban imponiendo
una pena de destierro. Si alguna vez intentara regresar a casa, perdería mi vida y mi alma.
Pero la Cacería no debería estar aquí en absoluto. Este reino es completamente extraño a ellos.
No puedo imaginar que pueda encontrarme fácilmente dentro de estas protecciones. No en
un mundo tan desconocido.

Len había aprendido que uno de los aspectos fundamentales de la realidad


paranormal era la existencia de diferentes mundos superpuestos. De la forma en que se le
había explicado, los diversos reinos se habían formado originalmente en dimensiones
alternativas. Ocupaban espacios superpuestos, pero normalmente estaban separados entre
sí, excepto por los portales de enlace ocasional que los conectaba. Estos portales estaban
cuidadosamente vigilados y Len estaba bastante seguro de que alguien lo habría mencionado
si uno de ellos estuviera ubicado al final de su calle.

Apretó la palma de su mano contra la cuenca del ojo y se frotó. No ayudó con los
golpes sordos. —Dijiste que me arrastraste porque esta cosa podría olerte en mí. Supongo
que eso va para los demás también. ¿Significa eso que estamos atrapados aquí contigo si no
queremos que nos salte al azar como una especie de hombre del saco interdimensional?

R. A. Steffan | 18
Fae Renegado
Libro Uno

Albigard desechó las palabras con un gesto irritado de la mano. —Las huellas en ti
son débiles y se desvanecerán rápidamente una vez que estés lejos de mí. Una vez más…
parece poco probable que la Cacería pueda navegar por un reino desconocido con la
habilidad suficiente para seguir un rastro tan fugaz ahora que ya no estamos en sus
inmediaciones.

El alivio lo inundó. Gracias al infierno por eso. —Fantástico. Próxima pregunta. ¿Qué
le hiciste a Zorah hace un momento para que casi se desmayara?

Zorah gimió. —Oh Dios. Aquí vamos… —Todavía parecía mucho más agotada que
un vampiro que bebía regularmente la sangre de otras personas.

—Sí, —dijo Rans, mirando a Albigard con una mirada azul sin gracia. —Un poco de
un punto doloroso, eso. ¿Supongo que estás al tanto de los diversos folclores que suplican a
los humanos que no coman alimentos Fae ni beban vino Fae, Len?

Len recordó el grueso volumen de los cuentos de hadas de los hermanos Grimm que
sus padres solían leerle cuando era joven, antes de que todo en su familia se fuera al infierno.

—Oh. ¿Más o menos…?

—Bueno, no lo estaba, —dijo Zorah rotundamente.

—Para resumir, ella tontamente aceptó un regalo de él al principio de su relación. Y


ahora Alby tiene una conexión con el alma de Zorah, —dijo Rans. —Lo que significa que
puede rastrearla en cualquier lugar de la Tierra o Dhuinne, además de poder drenar su
animus, su energía vital, para impulsarse cuando lo desee.

—Mmm, —dijo Len.

—Por lo que vale —intervino Albigard, —el animus contaminado por vampiros sabe
mal. Extraer de él es sólo el último recurso, en lo que a mí respecta.

Zorah le dirigió una mirada muy mordaz, sus ojos marrones brillando con un brillo
cobrizo vampírico. —El sentimiento es mutuo, Tinkerbell. El animus Fae tampoco es
exactamente un lecho de rosas.

—Sin embargo, parece que fue útil hoy, —Len no pudo evitar señalar. —Entonces,
¿ambos van a estar bien ahora, o…?

—Tendré que alimentarme pronto, —dijo Zorah.

Len digirió eso por un momento. Gracias a su historia con ella, estaba bastante
familiarizado con lo que significaba la alimentación tanto para los vampiros como para los
súcubos. Baste decir que eran dos cosas muy diferentes y que él había tenido experiencia de
primera mano con ambas.

—¿Estamos hablando de “alimentar”, como—hizo movimientos de morder con


colmillos con sus dedos índice y medio curvados, —o “alimentar”, como visitar un club de
sexo?

R. A. Steffan | 19
Fae Renegado
Libro Uno

Zorah arrugó la nariz. —Sí a ambos.

Rans se cruzó de brazos y le echó un vistazo completo. —Dado que no sabemos lo que
sigue, probablemente deberíamos recargarte lo antes posible, amor. Len, tu coche está en el
garaje. Puedes llevarnos al centro para que podamos encontrar un lugar adecuado. ¿Supongo
que no tienes ninguna cuerda escondida en el maletero?

Era un testimonio de lo extraña que se había vuelto la vida de Len que la aparente
incongruencia tenía perfecto sentido para él. Hizo algunos cálculos mentales rápidos,
consciente, en cierto nivel, de que el primer pensamiento de la mayoría de las personas
después de que se les propusiera ir a un club de sexo con un par de vampiros no sería, ”Hmm,
tal vez pueda ganar suficiente dinero para gasolina esta noche como para conseguir un De vuelta a St.
Louis.”

—Sí, creo que estamos bien. Debajo de uno de los asientos debería haber una bolsa con
un poco de cuerda y suministros. —Señaló con el pulgar a Albigard. —¿Qué hay de él?
¿Viene?

Las cejas de Albigard se dispararon. —No seas ofensivo.

Distraídamente, Len se preguntó si ser un mojigato engreído era cosa de los Fae en
general, o específicamente de Albigard.

Rans hizo un gesto desdeñoso. —No es para preocuparse. No estaremos sujetos a la


mirada de desaprobación de Alby por nuestros malos caminos. No sólo necesita permanecer
detrás de las protecciones por seguridad, sino que los Fae se recuperan mejor con descanso
y tranquilidad en un entorno natural.

El Fae en cuestión seguía mirando a Len como si tratara de arrancarle el cráneo y ver
el interior. —¿Por qué desearías acompañar a los chupasangres a una repulsiva guarida de
vicios, humano? Esas actividades no te dan nada excepto la posibilidad de contraer una
enfermedad desagradable.

Len lo miró fijamente, demasiado impresionado por el nivel de falta de ideas que
mostraba como para estar realmente enojado.

—La mayoría de los clubes de sexo en este país no permiten el sexo real, Tinkerbell,
—dijo Zorah. Con un toque de júbilo vengativo acechando detrás de sus ojos, añadió: —Y
para responder a tu pregunta, él es un experto en shibari. Los clubes de sexo son algo suyo.
Me ha ayudado a alimentarme antes.

Albigard frunció el ceño. —¿Shibari? ¿El… ingenioso uso del cordel para atar objetos
o paquetes? —dijo, traduciendo la palabra literalmente del japonés.

—La ingeniosa restricción de la forma humana con una cuerda, con el propósito de
estimulación erótica, —replicó Len. —Sucede que lo disfruto. Sin mencionar que es la forma
en que he estado pagando la mayoría de mis facturas desde que uno de tus amigos Fae
explotó mi trabajo, con sesiones privadas de una hora para clientes que pagan en efectivo.

R. A. Steffan | 20
Fae Renegado
Libro Uno

Tal vez deberías intentarlo alguna vez. Podría programarte… aunque primero tendrías que
sacarte ese palo del trasero. De lo contrario, podría causar un daño grave.

Zorah se atragantó con un resoplido de risa. Albigard se echó hacia atrás físicamente
por el insulto, aunque Len podría haber jurado que sus pupilas se dilataron incluso cuando
sus labios se curvaron en una mueca.

—Criatura mugrienta. Uno no necesita mirar más para ver que este mundo es un pozo
negro de desviación y corrupción, —dijo entre dientes. —Deberíamos haberlo cedido a los
demonios al final de la última guerra.

Rans se encogió de hombros con facilidad. —No podría estar más de acuerdo, amigo.
En la última parte, al menos.

Zorah enarcó una ceja. —Sí… o podrías, no sé, dejárselo a los humanos ya que es
nuestro maldito planeta.

Albigard encontró su mirada con una dura mirada propia. —Y un trabajo encantador
el que has estado haciendo hasta ahora.

Era un punto doloroso, y no solo para los dos vampiros. Los demonios y las hadas
habían sido enemigos desde antes de que el Homo sapiens comenzara a golpear rocas para
fabricar herramientas. Fue la mala suerte de la humanidad que la Tierra estuviera justo en el
medio entre el reino Demoníaco del Infierno y el reino Fae de Dhuinne, con portales que
conducían a cada uno. Los humanos no habían tenido ninguna oportunidad, y terminaron
como parte del botín cuando los Fae llegaron a la cima hace un par de cientos de años.

Hasta hace poco, los Fae se habían contentado con influir en las cosas detrás de escena.
Eso parecía estar cambiando… de ahí el lío con los líderes políticos moribundos y las letales
batallas mágicas en Stonehenge. Pero la reacción de Albigard hacia Len fue más que el desdén
general de su especie por la humanidad. Fue personal. También estaba poniendo nervioso a
Len en este momento.

Él suspiró. —Está bien, Blondie. Estoy seguro de que me arrepentiré de esto… pero
voy a morder. Sé por qué te odio a muerte. Después de todo, la primera vez que nos
conocimos, intentaste controlar mi mente. Pero tengo menos claro qué fue lo que hice
originalmente para mear en tus copos de maíz. Hasta el incidente del golpe, en realidad
estaba tratando de ser cortés.

Los ojos verdes se posaron en él, poniendo la piel de gallina en su cuello y brazos.

—Apestas a muerte, —dijo el Fae. —Es repulsivo para mí.

Len contuvo el aliento, un escalofrío lo recorrió cuando los dos vampiros miraron
entre ellos con curiosidad. Luchó contra la sensación desagradable y apretó la mandíbula.

—Sí, okay. Muerte. Estoy bastante seguro de que en realidad es Drakkar Noir, pero
digas lo que digas, hermano. —Luego, a los demás, —¿Nos vamos, entonces? Y antes de

R. A. Steffan | 21
Fae Renegado
Libro Uno

hacerlo, ¿hay alguna aspirina o ibuprofeno en este lugar? Mi globo ocular izquierdo se siente
como si estuviera a punto de salirse de la órbita. No puedo imaginar por qué.

Rans le lanzó una mirada vagamente comprensiva. —Sí, nos vamos, y probablemente
sea más fácil detenerse en una farmacia en el camino que buscar en este mausoleo de casa.

Len asintió. —Solo para que te des cuenta de que me darás el dinero en efectivo por
adelantado, ya que no tengo billetera, ni teléfono, ni identificación conmigo.

—Es nuestro regalo, —dijo Zorah rápidamente. —También podemos pasar por un
lugar de comida rápida o algo así, si quieres.

Len sí quería, ya que había estado ocupado haciendo la cena cuando el monstruo
succionador de almas del Vacío Infinito había interrumpido las cosas. —De acuerdo. Cena
para tres; dos dietas líquidas.

—Así es, —dijo Rans. —Alby, invita al agradable humano a las protecciones antes de
que nos vayamos. Es sólo cortés.

Albigard suspiró, luciendo profundamente molesto. —¿Cuál es el nombre completo


de la criatura?

Len inclinó la cabeza, con cara de póquer. —El nombre de la criatura es Len Grayson,
imbécil. Y realmente estoy empezando a preguntarme por qué cultivas este nivel de ofensa
con personas que se supone que están de tu lado. —Retrocedió rápidamente. —No quiere
decir que estoy de tu lado. Me refiero a ellos, obviamente. —Señaló a los demás.

Los labios del Fae se torcieron con irritación. —Len Grayson, eres bienvenido en esta
casa, —dijo entre dientes, sonando cualquier cosa menos acogedor. —Ahora podrá ver más
allá de las protecciones, en caso de que necesite volver a entrar.

—Impresionante, —le dijo Len. —Quédate quieto mi corazón.

—Creo que esa es mi línea, —murmuró Rans, que nunca deja pasar una mala broma
de vampiros. —Apúrense. Veamos cómo sacar el proxenetamóvil de las bolas de naftalina.

R. A. Steffan | 22
Fae Renegado
Libro Uno

Capítulo Tres
Len pasó su mano sobre la pintura roja descascarada del Lincoln Continental de 1978
mientras caminaba a su alrededor, dándole una mirada crítica.

—No hay un solo agujero de bala que no haya estado ahí antes, lo prometo, —le dijo
Rans. —Funcionó como un sueño durante el viaje anterior desde St. Louis, por cierto, aunque
es posible que desees programar un cambio de aceite antes de que pase mucho tiempo.

Len le lanzó una mirada sombría. —No te burles de los agujeros de bala de mi auto,
¿de acuerdo? Ellos…

—…añaden carácter, —intervino Zorah con él. —Lo sabemos. Ahora pongámonos en
marcha. Me muero de hambre y me siento muy mal.

Len podía relacionarse con eso, pero aparentemente Rans tenía más que decir sobre el
tema de los problemas de Zorah.

—Esto es lo que sucede cuando aceptas un regalo de un Fae, —dijo. —Traté de


advertirte.

Zorah lo miró fijamente. —Podrías haber intentado advertirme antes del hecho, en
lugar de después del hecho. Pero mientras me encuentres un buen club de sexo lleno de
pervertidos de los que pueda alimentarme, supongo que te perdonaré.

Rans se encogió de hombros y le abrió la puerta del lado del pasajero. —Como desees.

Len les dio una mirada. —Espero que ustedes dos realmente aprecien lo raros que son.

—Dice el hombre con aparejos de bondage guardados debajo del asiento del
automóvil, —respondió Rans sin perder el ritmo mientras se sentaba en el asiento trasero. —
Adelante, entonces. Las llaves están en el contacto.

Len abrió la puerta del conductor y confirmó que sí, que lo estaban: dados borrosos
en el llavero y todo. —¿Abandonaste mi auto en Chicago, lo desbloqueaste… y dejaste las
llaves adentro?

—Toda la propiedad es invisible, —dijo Zorah. —En lo que respecta a los sistemas de
seguridad para el hogar, es bastante bueno.

Sacudió la cabeza con incredulidad mientras se acomodaba en el asiento, deslizándolo


hacia atrás y ajustando los espejos para acomodar su cuerpo más alto. Conteniendo la
respiración, giró la llave, dando al auto un poco de gasolina al mismo tiempo. El motor se
puso en marcha y comenzó a ronronear alegremente, como siempre.

Len dejó escapar el aliento. —Bueno, bien. Reconozco que no destrozaste mi coche.
Gracias por eso, al menos.

—Dame un poco de crédito, —dijo Rans en tono de ofensa. —Sería un delito dañar un
vehículo con tanta…

R. A. Steffan | 23
Fae Renegado
Libro Uno

—¿Personalidad? —Zorah ofreció, inexpresiva.

—Iba a decir historia, —respondió Rans.

—Fue económico, ¿de acuerdo? No estoy hecho de dinero, a diferencia de algunas


personas, —murmuró Len. Dejó que el motor se calentara y escuchó a medias que bajaba la
velocidad de ralentí cuando se abría el carburador. —¿Adónde voy, de todos modos?
Alguien tendrá que jugar al navegador, han pasado años desde que estuve en Chicago.

—Estamos en Homer Glen, —le dijo Zorah. —La casa da a la reserva natural de
Messenger Woods. No está lejos de la Interestatal 80. Si tomamos la autopista, encontraremos
un lugar de comida rápida en el camino y probablemente una tienda de vídeos para adultos.
Luego, Rans y yo podemos hipnotizar a los empleados y clientes de la tienda de pornografía
hasta que encontremos a alguien que sepa dónde está la escena clandestina en el centro de la
ciudad.

—Vaya. Es casi como si ustedes dos tuvieran práctica en esto, —dijo Len, mientras
ponía el Lincoln en marcha y con cuidado salía del garaje. —Imagina eso.

******
Una tienda de pornografía extraña, una hamburguesa doble con queso y una gran cantidad
de papas fritas grasientas más tarde, se dirigían a una de las áreas menos sabrosas del centro
de Chicago. La ciudad siempre le había parecido a Len una versión más grande de St. Louis,
solo que con una infraestructura turística algo mejor, pero las partes sucias eran tan sucias
como en su ciudad natal. Y, por supuesto, todo fue peor después del pánico de la semana
pasada, con los líderes mundiales muriendo misteriosamente cada mañana, como un reloj.

La última vez que Len lo había comprobado, el secretario de Defensa había estado a
cargo del país, después de la dimisión del secretario del Tesoro, en lugar de prestar juramento
como presidente y correr el riesgo de caer muerto al día siguiente. La mayoría de las
principales ciudades tenían disturbios, al menos hasta cierto punto. Chicago no fue la
excepción. Dicho esto, la gente no estaba quemando y saqueando los barrios marginales y los
barrios rojos. ¿Por qué lo harían, cuando había distritos comerciales perfectamente buenos
que podían quemar y saquear en su lugar?

Len sospechaba que había un toque de queda (ciertamente, había uno en St. Louis),
pero encontrar suficientes policías para hacerlo cumplir fuera de las zonas calientes de
disturbios sociales era algo completamente diferente.

Tomó un poco de desvío alrededor de los bloqueos y los cierres de carreteras, pero
finalmente terminaron donde tenían que estar. Len no pudo evitar notar que su automóvil
comenzaba a encajar mejor con el ambiente circundante a medida que se acercaban a la
supuesta ubicación de Booby Trap8, un nombre de club de sexo que era absolutamente
brillante o una bandera roja tan grande que podría usar para reunir al ejército de Stalin.

R. A. Steffan | 24
Fae Renegado
Libro Uno

De cualquier manera, este no iba a ser el tipo de club que satisficiera los gustos
personales de Len, eso estaba claro. Sin embargo, dado que estaba aquí por negocios y no por
placer, apenas importaba. Mientras estuviera abierto, funcionaría para sus propósitos esta
noche.

Antes de Zorah, nunca había atado a una mujer. Desde Zorah, había atado a unas
cuantas. Len era tan gay como parecía, un seis sólido en la escala de Kinsey 9. Sin embargo,
podía apreciar la estética. Y realmente podía apreciar la flexibilidad, algo con lo que un gran
porcentaje de los muchachos a los que había atado les vendría bien una ayuda seria.

Booby Trap cayó inesperadamente en el extremo de la “sorpresa agradable” del


espectro de los clubes sexuales. Fue discreto, si no fuera por el pequeño grupo de personas
vestidas sugerentemente que esperaban afuera de la puerta sin marcar, a Len le habría
costado mucho saber si estaban en el lugar correcto.

El portero apostado en la entrada parecía el tipo de persona que podía hacer cumplir
las reglas, físicamente, si fuera necesario, sin siquiera sudar. Personalmente, Len encontró
ese hecho más tranquilizador que preocupante. Por supuesto, no dolía que él estuviera aquí
con un par de vampiros, para ser honesto, eso eliminaba todo el desafío de atravesar la
puerta.

Rans y Zorah probablemente habrían pasado revista solo por su apariencia. “Criatura
Nocturna chic” no estaba a miles de kilómetros de “Club sexual chic”, ya que ambos
involucraban cuero negro y se veían como rudos. Sin embargo, cuando el portero miró a Len
de arriba abajo desde su ventaja de seis pulgadas en altura, el resultado no fue tan seguro.
Los pantalones de mezclilla holgados y la camiseta sin mangas blanca que Len había estado
usando en la casa antes de que la siesta Fae no constituía exactamente ropa de club, y una
mirada en el espejo retrovisor del chulo móvil había confirmado que su fauxhawk azul no
estaba en un lugar mejor ahora.

El portero frunció el ceño, y respiró hondo para hablar. Rans captó su mirada, los ojos
azules brillando con un toque de luz interior. —Nuestro compañero aquí es justo el tipo de
sujeto que su jefe aprobaría, —dijo fácilmente. —Quieres dejarlo entrar.

El chico parpadeó, su rostro se suavizó. —Todos pueden entrar.

—¡Gracias! —Zorah gorjeó, disparándole una sonrisa ganadora sin mostrar ni una
pizca de colmillo.

Len puso los ojos en blanco y trató de no asustarse desesperadamente por el


intercambio mientras los seguía al interior.

Una recepcionista que vestía un vestido hecho con tiras de cuero colocadas
estratégicamente y no mucho más estaba de pie detrás de un lujoso mostrador con paneles
de madera en el vestíbulo. Ella les sonrió cortésmente mientras se acercaban.

—Buenas noches, y bienvenidos a Booby Trap. El precio de entrada es de treinta y


cinco dólares por persona, y tendré que repasar las reglas de la casa antes de que entren, ya

R. A. Steffan | 25
Fae Renegado
Libro Uno

que no los reconozco. Es bastante sencillo, los genitales y los pezones femeninos deben
permanecer cubiertos en todo momento en el frente de la casa. Hay habitaciones privadas
disponibles por un cargo adicional, donde se permite la desnudez. Sin embargo, no se
permite el sexo en ninguna parte del lugar. Eso se define como la penetración genital de
cualquier orificio, la masturbación con o sin ropa, o el intercambio de cualquier fluido
corporal que no sea saliva.

—Todo eso está bien, —dijo Zorah.

—Además, —continuó la mujer, —no hay alcohol en las instalaciones. Y la regla más
importante es el consentimiento. No significa no, y cualquier persona que no respete los
límites de otro cliente será escoltada fuera de inmediato.

—Como debe ser, —dijo Rans, y sacó un fajo de billetes. Contó lo suficiente para cubrir
su entrada y se lo pasó. A su vez, la recepcionista estampó en el dorso de sus manos un
símbolo de infinito púrpura, dos puntos colocados sugerentemente dentro de los bucles
gemelos para sugerir pezones.

Len miró fijamente la marca de tinta y le lanzó a Zorah una mirada irónica. —Te das
cuenta de que si alguno de mis amigos homosexuales ve esto, nunca lo superaré.

Sus mejillas formaron hoyuelos mientras escondía una sonrisa.

En el interior, el club estaba limpio y bien cuidado, tanto como esos lugares siempre
lo estaban, de todos modos. Felizmente, la clientela parecía ser gente de estilo de vida serio,
no gente triste que pagaba para ver a mujeres más tristes besándose y bailando alrededor de
los postes. Len se sintió relajado en la atmósfera del lugar, reconociendo a su tipo de gente.

—Kinksters10 del mundo, unidos, —dijo en voz baja.

No parecía haber nada demasiado extremo, principalmente ropa de cuero y vinilo, con
algún compañero ocasional paseando con una correa. Pero Rans y Zorah desaparecieron en
una habitación trasera para hablar con quien dirigía el lugar, y cuando salieron, tenían
permiso para montar una escena de shibari que cualquiera podía ver si quería.

Len sintió otro destello de timidez por su vestimenta informal y su cabello desastroso
cuando la gente comenzó a deambular para ver qué estaba pasando, pero lo sofocó.
Afortunadamente, la atención de la multitud no estaría sobre él por mucho tiempo.

Había estado un poco preocupado por la regla de no desnudez, no estaba seguro de


qué tan efectiva sería esta escena si Zorah lucía bragas blancas de algodón de abuelita de
Target. Sin embargo, ser un híbrido vampiro-súcubo aparentemente significaba que usabas
ropa interior de encaje rojo para una batalla sobrenatural en las ruinas de Stonehenge. Al
menos, Len asumió que Zorah no habría tenido la oportunidad de cambiarse de ropa
mientras arrastraba el trasero inconsciente de Albigard después.

En cualquier caso, el sujetador rojo y la braguita de biquini que llevaba se verían bien
contra la cuerda de yute natural que Len prefería para el shibari, y había un pequeño

R. A. Steffan | 26
Fae Renegado
Libro Uno

escenario en un extremo de la habitación donde podía trabajar. Parecía estar preparado para
espectáculos burlescos, e incluso tenía aparejos para subir y bajar accesorios y escenografía.
Normalmente, Len no confiaría en un sumiso de bondage con aparejos de suspensión cuya
seguridad no había probado personalmente, pero la mujer que dirigía el lugar recitó
fácilmente las especificaciones y las clasificaciones de peso.

Más importante aún, y para no poner un punto demasiado fino, Zorah era
funcionalmente inmortal. Una cosita como caer un par de pies11 porque se rompió una polea
ni siquiera le dejaría un moretón. De hecho, era igualmente probable que evitara la caída al
transformarse en una nube de niebla y alejarse arremolinándose antes de tocar el suelo. Bum,
y la escena de la esclavitud se convierte en un acto de magia instantáneo.

Eso sorprendería a la multitud, sin duda.

Como vampiro, Zorah sólo permanecería atada a las cuerdas de Len si quería
permanecer atada, y aunque eso le quitaba algo de presión desde el punto de vista de la
seguridad, seguía siendo una dinámica extraña para alguien acostumbrado a restringir
sexualmente a una variedad de seres humanos por diversión y beneficio.

Después de una breve consulta con los dos vampiros, Len observó el área con la que
tenía que trabajar, visualizando las posibilidades. Recientemente se había fascinado con el
uso de cuerdas para delinear el espacio negativo alrededor del cuerpo de una persona, como
parte del diseño visual general del lazo. Técnicamente, el concepto estaba fuera del ámbito
de la “esclavitud para la estimulación erótica”, girando más hacia el arte escénico.

Pero… Zorah era un tema excelente para algo así, y mientras el resultado final
pareciera sexualmente atractivo para un porcentaje decente de miembros heterosexuales,
bisexuales o lesbianas de la multitud, sería capaz de alimentarse de su lujuria por ella. Len
tomó la decisión ejecutiva de aprovechar la oportunidad, aprovechando al máximo lo que de
otro modo había sido un día completamente infernal.

Él le indicó que se acostara de lado en el escenario, lo que hizo después de que Rans
colocara galantemente su largo abrigo de cuero sobre la superficie polvorienta para ella. Len
echó un último vistazo a la polea y el cáncamo12 que pretendía utilizar como puntos de anclaje
y luego empezó a medir la cuerda por el largo de un brazo.

Cuarenta minutos más tarde, volvió a comprobar la tensión y la colocación de las


distintas columnas de cuerda que rodeaban el cuerpo de Zorah, prestando especial atención
al arnés del pecho y las vendas abdominales. —¿Listos? —preguntó.

—Oh, más que listo, —respondió Rans con una voz que era casi un ronroneo.

—Creo que me estaba preguntando, amor, —le dijo Zorah. —Adelante, Len. Como
dije, tengo hambre.

—Está bien, tensa los músculos de tu estómago, —le advirtió Len. —Veamos si esto se
ve tan increíble en la vida real como en mi cabeza.

R. A. Steffan | 27
Fae Renegado
Libro Uno

Cuidadosamente aflojó la cuerda que pasaba por la polea superior. El otro extremo de
la suspensión ya estaba amarrado a la altura de los hombros. La mayor parte de la multitud
se había alejado mientras Len preparaba la escena, pero sonaron varios silbidos de
agradecimiento cuando Zorah fue levantada en el aire, atrayendo a muchos de ellos para ver
el producto terminado.

Su pierna izquierda estaba atada como rana, doblada en dos a la altura de la rodilla,
colgando debajo de ella mientras colgaba boca abajo. Parecía estar suspendida por su tobillo
derecho, esa pierna había sido levantada y hacia atrás en el arco de un bailarín, junto con sus
muñecas atadas, estiradas sobre su cabeza hacia la polea. De hecho, la mayor parte de su
peso colgaba del arnés y se envolvía alrededor de su torso. Los extremos libres de las cuerdas
de soporte del torso estaban entretejidos en una red simple sobre ella, el borde superior
definido por el arco de cuerda que iba desde el cáncamo hasta su tobillo derecho, sus
muñecas y finalmente hasta la polea. El efecto general fue la sugerencia de alas de mariposa
que se extendían sobre su espalda mientras flotaba en el aire.

Len ató la cuerda de la polea con un nudo corredizo y retrocedió para evaluar la
imagen más amplia. La multitud guardó silencio por un momento antes de que alguien en la
audiencia dijera, —Maldita sea, amigo. Eso es caliente. —Siguieron varios murmullos de
acuerdo, junto con el sonido disperso de aplausos.

Zorah se estremeció, presumiblemente cuando la ola de excitación que atravesó a los


espectadores la golpeó. —Eso es de lo que estoy hablando, —murmuró, un poco sin aliento.

Rans se agachó frente a ella para poder darle un lento y sucio beso en los labios, y ella
tarareó de satisfacción.

Después de unos momentos, rompió el beso para mirar a Len. —Te has superado a ti
mismo, amigo, —dijo en voz baja. —Créanme cuando les digo que actualmente me estoy
lamentando por la falta de una cámara que funcione.

—Ella es un buen tema, —dijo Len. —Normalmente no tengo la oportunidad de jugar


a estos niveles. Deberías dejarme intentar una escena de pareja con ustedes dos en algún
momento… preferiblemente cuando un monstruo de la muerte aterrador no esté tratando de
comerse el alma de Tinkerbell.

Rans dejó escapar un resoplido de risa seca. —Voy a tener en cuenta la oferta.

Len mantuvo un ojo en el desgaste de su sujeto, no es que hubiera alguna posibilidad


de daño a los nervios o restricción de la respiración en el caso de Zorah, pero era un hábito
arraigado desde hace mucho tiempo. Todavía hablando lo suficientemente bajo como para
no ser escuchado por el zumbido de la multitud, dijo, —Una vez que Z termine con el mojo
sexual, voy a hacer un par de escenas privadas en la parte de atrás por dinero para poder ir
a casa. Voy a arriesgarme aquí, pero supongo que no seré de mucha ayuda para contener a
la Criatura de la Laguna Negra.

R. A. Steffan | 28
Fae Renegado
Libro Uno

—No debería pensar eso, no, —respondió Rans, bastante amable. —Albigard parece
ser de la opinión de que cualquier rastro de él que puedas llevar se desvanecerá rápidamente,
por lo que deberías estar bien.

Len asintió. —¿Qué hay de ustedes tres, sin embargo? ¿Serán capaces de manejar las
cosas por su cuenta?

—En otras palabras, ¿qué tan preocupado deberías estar por las repercusiones de este
nuevo desastre? —Rans se encogió de hombros. —Es una situación un poco impredecible,
obviamente. Sin embargo, no puedo dejar de pensar que los Fae se darán cuenta de lo que
está pasando en poco tiempo, si no lo han hecho ya. Las cosas en la Tierra ya son un poco
caóticas. No les conviene tener a la Cacería deambulando fuera de control por encima de
todo lo demás, y me imagino que están en la mejor posición para lidiar con la situación.

—También podemos llamar a Nigellus para pedir ayuda si es necesario, —agregó


Zorah, todavía sonando un poco sin aliento. —Es un demonio, y uno condenadamente
poderoso. Puede que tenga algunas ideas.

Rans soltó un resoplido que podría haber sido igualmente diversión o irritación. —Es
verdad. Podría valer la pena obligar a los Fae y los demonios a trabajar juntos por una vez.
De todos modos, déjanoslo a nosotros, Len. Con suerte, podemos esconder a Alby detrás de
las protecciones durante el tiempo que sea necesario, y no hay razón para que la Cacería
cause problemas en otros lugares cuando él es al que persiguen.

Aliviado de no tener que jugar a las casitas con el Fae más irritante del mundo durante
la noche, Len volvió a asentir. —Genial. En ese caso, bajemos y desatemos a Zorah para que
no parezca un albañil negligente. Cinco o diez minutos es más que suficiente para este tipo
de ataduras de suspensión.

Rans levantó una ceja hacia ella. —Muy bien. ¿Ya terminaste de comer, amor?

Ella le sonrió, la sonrisa de un depredador. —Mucho mejor ahora, gracias. Aunque tal
vez todavía podamos tomar un bocado antes de irnos.

Len gimió y fue a desatar el extremo suelto de la cuerda de suspensión. —Está


empezando a contagiarte, chica. Ese juego de palabras de vampiros es incluso mayor que en
él.

Zorah solo se rio.

R. A. Steffan | 29
Fae Renegado
Libro Uno

Capítulo Cuatro
Mientras desataba a Zorah, la gente empezó a acercarse para hacerle preguntas a Len sobre
el shibari. Una vez que ella estuvo suelta, los dos vampiros lo dejaron con la seguridad de
que podrían regresar a la casa de Albigard por su cuenta y que no necesitarían que él los
llevara.

Varios miembros de la multitud curiosa sólo querían hablar con él. Algunos
expresaron interés en ser atados ellos mismos, pero se resistieron al precio propuesto por
pasar una hora en una de las habitaciones traseras. Un puñado de mujeres ofreció sexo a
cambio de pago, lo que no fue útil ya que A) eran del sexo equivocado y B) el sexo no
compraría gasolina para el proxenetamóvil a menos que la economía en Chicago funcionara
de manera muy diferente a como lo hizo en St. Louis.

Al final, encontró a una mujer y una pareja que consideraron doscientos dólares en
efectivo bajo la mesa un intercambio justo por experimentar el bondage artístico a manos de
alguien que sabía lo que estaba haciendo.

Los llevó a la parte de atrás y repasó la perorata de seguridad, asegurándoles que


había sido un técnico de emergencias médicas y que tenía una amplia capacitación en
primeros auxilios antes de interrogarlos sobre su salud general, rango de movimiento y
experiencia previa con ataduras. Una vez que se preparó la escena de cada cliente, les tomó
fotos en sus teléfonos para conmemorar la experiencia. Luego les dijo que no, que no tenía
un sitio web profesional o redes sociales que pudieran seguir, y los envió en su camino, con
suerte satisfechos con lo que habían pagado.

Con cuatrocientos dólares en el bolsillo, se dio el gusto de pasar la noche en un hotel


decente a una hora de Chicago, muy lejos de la locura causada por dos millones y medio de
personas asustadas hacinadas en una ciudad en disturbios.

Len encontró divertido y tranquilizador a partes iguales que aparentemente se podía


confiar en que los pervertidos del Medio Oeste actuaran como seres humanos civilizados,
incluso cuando todo a su alrededor estaba ardiendo. A veces, la comunidad BDSM se sentía
como el único lugar en el que encajaba. No estaba seguro de lo que eso decía sobre él.

A la mañana siguiente, condujo el resto del camino de regreso a St. Louis mientras
señalaba cuidadosamente cada cambio de carril y respetaba el límite de velocidad con fervor
religioso. Cuando llegó a casa sin que lo detuvieran en su auto menos que discreto, respiró
aliviado. Como un tipo tatuado con piercings faciales, cabello azul y sin identificación,
conduciendo un automóvil con agujeros de bala en los paneles laterales, no había estado
ansioso por tratar de salir de las posibles multas de tráfico.

Probablemente debería empezar a arreglar esos malditos agujeros con un poco de


masilla y pintura en aerosol uno de estos días, ahora que lo pensaba.

Cuando entró en su vecindario, Len miró cuidadosamente a su alrededor. Nada


parecía fuera de lo común. Condujo a través del lugar en el medio del camino donde la

R. A. Steffan | 30
Fae Renegado
Libro Uno

Cacería Salvaje había intentado abrirse camino en el mundo, incapaz de reprimir un


escalofrío mientras lo hacía. No pasó nada. Ningún monstruo saltó de las sombras, no se
abrieron nuevos agujeros en la realidad.

Se estacionó en su camino de entrada y apagó el motor, se preparó para lo que podría


encontrar dentro. Sorprendentemente, nadie había robado en su casa abierta mientras él no
estaba. Hizo un recorrido rápido, deteniéndose para tirar a la basura la comida del día
anterior que había estado preparando en el mostrador. Incapaz de dejar que las cosas
siguieran así, cruzó la calle hacia la agradable anciana que vivía en la esquina de él y llamó a
su puerta.

Ella lo abrió un minuto más tarde, sin parecer peor por el desgaste. —Hola Len. ¿Todo
está bien?

—Hola Betty. Estaba a punto de preguntarte lo mismo, —dijo. —¿Estás bien después
de esa rareza de ayer? ¿Están todos los demás?

Ella le dirigió una mirada extraña. —Bueno, sí, por supuesto. Esos buenos hombres
llegaron al vecindario unas horas más tarde y explicaron que era el escape de una línea de
alcantarillado que estaban limpiando en la carretera principal. Estaban usando algún tipo de
tratamiento de vapor para inundar las tuberías, y la tapa de la boca de acceso al final del
bloque estaba suelta.

Len parpadeó, asombrado de nuevo por la capacidad de la gente para racionalizar


literalmente cualquier cosa. ¿El mal rastrero de los albores de los tiempos tratando de abrirse
camino a través del velo entre los mundos? Oh, no te preocupes, probablemente solo era
vapor de las líneas de alcantarillado.

Ella frunció. —¿No hablaron contigo sobre eso? Iban de puerta en puerta.

—Yo… eh… tuve que irme de la ciudad para… recoger mi coche, —le dijo, señalando
su camino de entrada como evidencia.

—Oh —dijo ella, su expresión delataba sus verdaderos pensamientos acerca de tener
la monstruosidad vehicular de él nuevamente a la vista de sus ventanas delanteras. —Sí. Tu
coche está de vuelta. Qué lindo.

Se aclaró la garganta. —Mientras todos estén bien. Dejaré que vuelvas a lo que estabas
haciendo, ¿de acuerdo?

Ella le dedicó una vaga sonrisa. —Por supuesto, cariño. No te preocupes. Era algo
completamente inofensivo. ¡Que tengas una buena tarde!

******
Pasó una semana y el mundo no se acabó. Los líderes políticos habían dejado de morir, justo
después de que lo que sucedió en Stonehenge arruinara los planes Fae para dominar el
mundo abierto. Algunas regiones geográficas que habían sido inestables al principio seguían

R. A. Steffan | 31
Fae Renegado
Libro Uno

siendo un desastre, pero la mayoría de los principales países estaban recuperando


gradualmente una sensación de normalidad… para una definición dada de normal, de todos
modos. Len finalmente dejó de ver las noticias por autoconservación mental, limitándose a
un resumen diario por correo electrónico del New York Times y sin permitirse hacer clic en
ninguno de los titulares de los artículos.

Recibió un par de mensajes de texto de Vonnie, el ex compañero de trabajo cuyo hijo


Albigard había salvado durante la batalla de Stonehenge. Dado que Len todavía estaba más
que un poco enojado con ella por haber corrido hacia el peligro en primer lugar sin decirle a
dónde iba, no respondió. Luego, por supuesto, se sintió culpable por no contestar. Y luego,
se reprendió a sí mismo por sentirse culpable, porque incluso ahora ella estaba siendo
cautelosa sobre los detalles de dónde estaba y qué estaba haciendo.

Los textos sólo decían que ella y su hijo estaban a salvo, y que su ex jefe Guthrie
Leonides también estaba con ellos. Estaban volando bajo el radar por un tiempo en un lugar
remoto, junto con las familias de un montón de otros niños que habían rescatado de los Fae.
Si Leonides estaba involucrado, significaba que tenían mucho dinero, al menos, el tipo era
obscenamente rico. Y si ella dijo que estaban volando por debajo del radar, probablemente
tenía una buena razón para no decirle exactamente dónde estaban.

Len le respondería un mensaje de texto… eventualmente. Simplemente no hoy.

No tenía mucho sentido tratar de llamar a Zorah o Rans para obtener una actualización
sobre la situación de las Criaturas del Vacío, ya que estaban pasando el rato con un tipo cuya
aura podía freír la tecnología a veinte pasos. Estaba bastante seguro de que tampoco tenían
teléfonos celulares cuando se presentaron en su puerta. Y aunque probablemente ya habían
adquirido nuevos, Len sabía por experiencia que siempre cambiaban a números diferentes
cada vez que tenían nuevos teléfonos desechables. No tenía sus números, pero si lo
necesitaban para algo, sabían el suyo.

En un momento de debilidad, le había enviado un correo electrónico a Zorah hace


unos días. Una sola línea, entonces, ¿ya te has comido a Albigard? Lo hizo sabiendo muy bien
que ella no revisaba su correo electrónico muy a menudo y, de hecho, no había recibido
respuesta hasta el momento. Len se recordó a sí mismo que, de hecho, no le importaba
particularmente si el Fae ya había sido comido, y lo dejó pasar.

Hacia el final de la semana, su jefa Gina le envió una copia oculta en un correo
electrónico del personal. El mensaje transmitía buenas noticias de que el pago del seguro del
club nocturno demolido estaba en proceso, y esperaba tener un contrato de arrendamiento
de un nuevo lugar para finales del mes siguiente. Len miró sus finanzas, hizo algunos
cálculos al dorso de la servilleta y respiró aliviado porque, después de todo, no necesitaría
tomarse en serio la búsqueda de un nuevo trabajo.

Le había gustado su trabajo en The Brown Fox… aparte de la falla ocasional como que
el edificio fuera volado, de todos modos. Le gustaba la música jazz. Le gustaban sus
compañeros de trabajo, incluso si todavía estaba enojado con Vonnie. Le gustaba el hecho de

R. A. Steffan | 32
Fae Renegado
Libro Uno

que administrar la cocina y diseñar el menú de tapas de moda del club podría convertirse en
un trampolín para un puesto de jefe de cocina en un restaurante real algún día. Entonces, el
correo electrónico fue una buena noticia en una semana por lo demás horrible.

Len programó a otro par de clientes de shibari para mantener la cuenta bancaria llena
hasta que Gina organizara las cosas para la reapertura. Mientras se preparaba para ir a la
cama, se felicitó a sí mismo por mantener sus cosas en orden a pesar de las diversas amenazas
en curso para el mundo.

Esa noche, soñó.

R. A. Steffan | 33
Fae Renegado
Libro Uno

Capítulo Cinco
Estaba oscuro. En sus sueños, siempre era la mitad de la noche, esas pocas horas surrealistas
en las que la mayoría de la gente normal dormía en sus camas, el tercer turno trabajaba duro
en las líneas de la fábrica y cualquiera en las calles buscaba problemas, o estaba haciéndolos.

Algunas noches, no estaba del todo claro en cuál de esas categorías encajaba Len
mientras se sentaba en una ambulancia estacionada junto a una cafetería, esperando que
llegara la próxima llamada por radio. Jill, su compañera, empujó la puerta de la tienda con el
hombro y salió con dos tazas obscenamente grandes en equilibrio sobre una bandeja de
plástico. Len se inclinó y abrió la puerta del pasajero para ella, aceptando la ofrenda de la
diosa de la cafeína con gratitud.

—¿Algo en el escáner? —Preguntó ella, acomodándose en el asiento junto a él.


Casualmente, metió la mano en una bolsa de lona guardada debajo del asiento y buscó el
frasco de metal que dejaba ahí, lo encontró un momento después y volcó parte del contenido
en su taza de café. Como siempre, ella le ofreció el frasco a modo de invitación. Como
siempre, lo rechazó.

—Nada en nuestra parte de la ciudad, —le dijo. —Ha sido una noche tranquila, al
menos hasta ahora.

Ella asintió y tomó un sorbo con cuidado, la taza temblaba debido al ligero temblor en
sus manos. Len sabía que ese temblor apenas perceptible empeoraría a medida que avanzaba
el turno, a menos que recibieran una llamada. Una vez que las sirenas se encendieron y el
pedal tocó el metal, Jill se convirtió en una francotiradora médica de cabello canoso que podía
golpear una vena en el primer intento en medio de un terremoto.

Todos tenían sus métodos de afrontamiento. Jill, una paramédica, había estado en el
trabajo durante veintidós años, un récord en el departamento. Era miembro desde hace
mucho tiempo del capítulo local de “Medicalcohólicos Anónimos”, un grupo que se reunía
en un bar restaurante en el centro de la ciudad para beber hasta quedar estupefactos cuando
el turno de noche terminaba a las siete de la mañana. En realidad, no eran tan anónimos, y
eran bastantes, muchos estuvieron de acuerdo en que era un horrible mecanismo de defensa
que ni siquiera funcionaba muy bien. Sin embargo, los taburetes de la barra se llenaron casi
todas las mañanas.

Len, por el contrario, se las había arreglado para mantenerse sobrio en el trabajo
durante unos dieciocho meses antes de que se derrumbara. Ahora, tomó benzos para
relajarse y Adderall para mantenerse despierto. El alcohol siempre lo había sumido en una
depresión negra, por lo que lo evitaba en su mayor parte. Hasta ahora, había mantenido su
consumo de drogas limitado a su tiempo de inactividad, fuera de sus turnos programados.
La parte aterradora fue que, como miembro del Programa de primeros auxilios médicos de
Detroit, ese logro lo convirtió en algo atípico.

R. A. Steffan | 34
Fae Renegado
Libro Uno

Basta decir que la ciudad había sido un área de desastre urbano durante años, y la
gente no se estaba inscribiendo en masa para conducir a las tres de la mañana lidiando con
sobredosis, heridas de bala, suicidios y trabajadoras sexuales muertas.

Técnicamente, la política del departamento incluía pruebas aleatorias de detección de


drogas para todos los empleados, junto con pruebas obligatorias después de cualquier
accidente de tráfico que involucrara una ambulancia. En realidad, nadie había sido
despedido del departamento en los casi dos años que Len había trabajado como técnico de
emergencias médicas… y él conocía personalmente a varias personas que habían estado
haciendo un maldito esfuerzo concertado para que los despidieran.

Era el tipo de trabajo que te absorbía con la adrenalina alta por salvar la vida de
alguien, sólo para derrotarte después con la realidad y la inevitabilidad de la muerte.
Entonces, justo cuando pensabas que no podías soportarlo más… cuando habías visto
demasiados actos autodestructivos… demasiados casos de crueldad casual por el bien de la
crueldad… obtendrías esa llamada perfecta. Darías a luz a ese bebé sano, o salvarías la vida
de ese marido y padre de cuarenta y cinco años que había sufrido un paro cardíaco. Serías el
héroe de alguien por un día, y todo valdría la pena nuevamente.

A Len realmente le vendría bien una llamada como esa, ahora mismo. Sospechaba que
Jill estaba en el mismo barco.

Se pasó la mano libre por el pelo corto y oscuro y tomó un sorbo de café hirviendo. En
el escáner, el despacho envió otra ambulancia a un informe de una mujer sangrando por una
aparente herida de cuchillo detrás de la estación de autobuses en la Sexta y Howard.

—Entonces, —preguntó Jill, llenando el silencio que siguió. —¿Cómo fue esa cita el
sábado?

Len hizo una mueca. —Ya hemos hablado de esto, Jill, no era una cita. Fue una
conexión.

Jill lo miró. —Suficientemente cerca. ¿Fue al menos una conexión decente?

Len le devolvió una mirada sofocante. —He tenido mejores. He tenido peores. Y para
alguien que ha estado casada durante veinticinco años, pareces tener un nivel poco saludable
de interés en mi vida sexual.

Jill resopló y echó un poco más del contenido de la petaca en su café. —Como dijiste,
he estado casada veinticinco años. Cualquier acción que estoy recibiendo en estos días es
estrictamente de la variedad vicaria.

Él levantó una ceja hacia ella. —Tú también eres heterosexual.

Ella se encogió de hombros. —Bueno… quiero decir, ¿sí? me gusta el pene. Te gusta
el pene. Estamos de acuerdo en que el pene es bueno, así que realmente no veo tu punto.

Len se tragó una carcajada, casi a su pesar. Antes de que pudiera decirle que se fuera
al infierno y se metiera en sus propios asuntos, la radio crepitó y cobró vida.

R. A. Steffan | 35
Fae Renegado
Libro Uno

—X-ray cuarenta y nueve, conteste, —dijo el despachador. —Tengo un jugoso accidente de un


solo vehículo para ti en Madison Heights. Kid envolvió su automóvil contra un árbol en Hales, justo
al norte del Centro de Naturaleza Red Oaks.

Jill intercambió una mirada con él y respondió a la llamada. —Copie eso, despacho.
Nosotros estamos en nuestro camino. ETA13 diez minutos.—Se volvió hacia Len, una chispa
entrando en sus ojos. —Que sean ocho, y pagaré el café la próxima vez.

Len le dedicó una sonrisa sombría mientras encendía las luces y las sirenas, alejándose
del bordillo.

Las luces de la calle pasaron volando, la falta de tráfico favoreció a Len mientras
atravesaba las intersecciones y giraba a una velocidad justo por debajo de la que haría que el
autobús volcara de lado. La licencia para conducir como un maníaco era una de las ventajas
definitivas del trabajo, incluso si el viejo Braun Chief XL en su marco Ford F-450 no hubiera
sido su primera opción para las carreras callejeras.

Ocho minutos y treinta segundos después, se acercó a una curva de la carretera y los
faros iluminaron los restos de un coche a unos seis metros del borde de la acera. Una pareja
en batas y pantuflas encendió linternas sobre un área de césped un poco más allá del choque,
presumiblemente los propietarios despertaron por el accidente. Levantaron la vista cuando
la ambulancia se detuvo en el arcén.

—Le ganamos a los uniformados al llegar a la escena otra vez, —alardeó Jill, ya a
medio camino de la puerta cuando Len frenó. —Muy bien, chico.

Jill se ponía ridículamente engreída cada vez que lograban superar el tiempo
promedio de respuesta de catorce minutos de la policía a una llamada. Por algo como este
accidente, Len podía apreciar su entusiasmo. Pero cuando se trataba de situaciones en las
que volaban botellas rotas o balas, siempre había sido lo suficientemente feliz como para
dejar que las unidades aparecieran primero.

Len agarró dos de las bolsas de equipo y dejó la tercera para Jill. La mujer con la
linterna corrió hacia ellos, agitando el haz de luz frente a sus rostros en su prisa.

—¡Oh, bien, estás aquí! ¿Qué te tomó tanto tiempo? ¡Date prisa, está ahí! Creemos que
fue expulsado cuando su auto golpeó el árbol.

Jill lo miró a los ojos y señaló con la barbilla los restos del accidente. —Consulta por
otros pasajeros. Comenzaré con nuestro volador.

Len asintió y le entregó las otras dos bolsas después de sacar una linterna. —En eso.

A lo lejos sonaban las sirenas de la policía. Len corrió hacia los restos mortales del
auto, sólo para casi tropezarse con sus propios pies cuando las líneas retorcidas de metal se
resolvieron en una forma repugnantemente distintiva. Antes de besar un árbol a gran
velocidad, el desafortunado vehículo había sido un Ford Mustang Sportsroof Fastback de
1973. En las sombras que no estaban iluminadas por las luces de emergencia rojas y azules

R. A. Steffan | 36
Fae Renegado
Libro Uno

de la ambulancia, el haz de su linterna iluminó una pintura personalizada distintiva en cobre


oscuro.

El corazón de Len latía dolorosamente; hasta donde él sabía, solo había un automóvil
como este en la ciudad. Obligó a sus pies a moverse de nuevo, corriendo hacia adelante. Las
mitades delantera y trasera del coche se habían separado, sin dejar nada que pudiera
reconocerse como el asiento del conductor o del pasajero. Len se obligó a revisar
cuidadosamente los restos del auto, así como el área a su alrededor.

Con la mente aturdida, volvió tambaleándose hasta donde Jill y los dueños de la casa
estaban acurrucados alrededor de una forma desplomada en el suelo. La bilis subió a su
garganta ante la inevitabilidad de lo que estaba a punto de encontrar.

—Denos un poco de espacio, amigos, —ordenó Jill. —Retrocedan, pero mantén las
luces apuntándolo.

Len cayó de rodillas frente a ella y se obligó a mirar el rostro fláccido de Yussef, pálido
a la luz amarilla de la linterna. Tragó saliva.

—Jill, conozco a este tipo, —dijo con voz ronca. —Es un amigo mío.

Jill le lanzó una mirada aguda y evaluadora mientras los policías corrían hacia ellos.
—¿Serás capaz de mantener tus pensamientos en orden? Porque tu amigo te necesita y yo
necesito un segundo par de manos.

Len asintió, sintiendo que su cabeza no estaba bien unida a su cuerpo. La ironía lo
golpeó en el estómago cuando volvió a mirar hacia abajo y notó la inclinación antinatural del
cuello de Yussef.

—Bien, —espetó Jill, todo negocios. —Estabilización manual de la columna C, ahora.


Necesitamos entubarlo y comenzar los protocolos de choque neurogénico. Estamos ante una
fractura C-4 inestable como mínimo.

Las manos de Len se movieron en piloto automático, acunando el cráneo de Yussef y


sosteniendo su mandíbula mientras Jill se movía para obtener un buen ángulo con la hoja del
laringoscopio.

—Un hombre con lesiones graves por eyección, —les dijo a los oficiales que llegaron
a la escena, sin levantar la vista de lo que estaba haciendo. —Alguien tome la bocina para
Ascensión. Hágales saber que les traeremos una lesión en la médula espinal cervical tan
pronto como podamos estabilizarlo.

Pasó el tubo traqueal por la epiglotis de Yussef y conectó una bolsa Ambu14 al extremo
libre. —Respira por él, —le dijo a otro de los policías, entregándole la bolsa autoinflable a la
mujer. —Necesito ponerle un collar cervical, luego usaremos una camilla para transportarlo
a la ambulancia.

Len trató de poner en marcha su cerebro mientras continuaba estabilizando la cabeza


de Yussef. Jill pasó el collarín cervical debajo de su cuello y lo envolvió, cerrándolo.

R. A. Steffan | 37
Fae Renegado
Libro Uno

Fractura C-4, recitó en silencio. Dificultad respiratoria probable, el sistema nervioso simpático
a menudo afectado, lo que resulta en hipotensión e hipoxemia. Asegure la vía aérea y comience la
ventilación. Evalúe si hay presión arterial baja y bradicardia, administre un bolo de líquido.

Jill, por supuesto, estaba muy por delante de él, ya sacando su estetoscopio. —Len.
Consígueme una vía intravenosa mientras aún podamos encontrar una vena.

Len buscó un torniquete y lo ató en el codo izquierdo de Yussef. —Espera, amigo, —


murmuró. —Te tenemos.

Le tomó tres intentos insertar la aguja y colocar la cánula en su lugar. Len se maldijo
en silencio todo el tiempo.

Jill, por otro lado, no se molestó en mantener sus maldiciones en silencio. —Maldita
sea. Él está con tórax inestable encima de todo lo demás. Necesitamos atarlo y llevarlo a
Ascensión, inmediatamente.

El terror tensó la banda que contraía los pulmones de Len. Jill había abierto la camisa
de Yussef y vio cómo la bolsa Ambu inflaba un lado del pecho de Yussef, mientras que el
otro se arrugaba de forma antinatural alrededor de al menos cinco secciones de costillas rotas
que flotaban libremente.

Len se estremeció cuando sintió que algo pasaba corriendo a su lado como si el viento
fresco le erizara el vello de los brazos.

—Espera, hombre, —susurró con voz ronca. —Quédate con nosotros, ¿de acuerdo?

Dos de los policías se apresuraron con la camilla mientras Len y Jill conectaban la bolsa
de solución salina a la vía intravenosa. Len se hizo cargo de la bolsa Ambu y Jill colocó la vía
intravenosa sobre sus hombros para que siguiera fluyendo mientras la unidad aseguraba la
camilla en su lugar debajo del cuerpo de Yussef y la levantaban con cuidado. Se dirigieron a
la parte trasera de la ambulancia en un grupo apretado, tratando de no pisarse los pies.

Len miró el árbol cuando lo pasaron y una sacudida lo golpeó en el pecho. Pálido y
translúcido en la oscuridad, Yussef se sentó en la rama más baja, observando a Len con ojos
oscuros. Su cabeza estaba inclinada en un ángulo extraño. Len se atragantó y desvió la
mirada, primero hacia la figura inmóvil en la camilla y luego hacia la parte trasera de la
ambulancia. La nuca le picaba bajo una mirada invisible y acusadora.

Ayudó a Jill a atar el cuerpo de Yussef a la camilla en la parte trasera de la ambulancia,


sujetando su columna vertebral con sacos de arena y rollos de toallas para estabilizarla.

—¿Serás capaz de llevarnos a donde tenemos que ir sin chocar esta Ambulancia? —
exigió Jill, apartando un momento la atención de la lectura de la presión arterial para recorrer
su rostro con duros ojos azules.

—Sí —logró decir Len, ya que la alternativa sería pasar el viaje en la parte de atrás con
el cadáver de su amigo, manteniendo su corazón latiendo y el aire fluyendo a través de sus
pulmones durante la carrera de dos millas hasta la sala de emergencias de Ascension.

R. A. Steffan | 38
Fae Renegado
Libro Uno

Hizo el viaje de siete minutos en cuatro minutos, atravesando intersecciones y


tratando de ignorar las imágenes que se reproducían detrás de sus ojos. Yussef riendo…
Yussef enfadado… Las manos de Yussef ondeando en el aire mientras se entusiasmaba con
los coches o las motos o las mujeres. Se detuvieron en la entrada de emergencia y empujaron
eficientemente la camilla adentro, llamando a una enfermera de trauma cuando pasaban por
las puertas.

Len observó cómo se llevaban el cuerpo de Yussef y desaparecían en el pasillo. Se


estremeció con fuerza cuando una mano aterrizó en su hombro. Jill se paró junto a él, sus ojos
leyendo demasiado de él.

—Tómate unos minutos, chico, —dijo. —Recomponte. Retendré la ambulancia hasta


que estés listo.

Él asintió y salió, lejos de la sala de espera llena de niños tosiendo y borrachos de rostro
apagado. Necesidad de no estar ahí. Deseando desesperadamente fumar.

Rosa Jimienez, la niña de doce años que se había caído del balcón de sus padres y se
había roto el cráneo, salió de las sombras, mirándolo con curiosidad desde debajo de la ruina
de su sien derecha. Len empezó a temblar, pasó corriendo y se negó a mirar. Un destello de
piel pálida en el espacio entre los charcos de luces amarillas del estacionamiento de sodio
atrajo su atención. Era Salvaje Bill, el viejo vagabundo que finalmente bebió de la botella
equivocada y se envenenó con alcohol. El espectro levantó la mano y saludó, sonriéndole con
una sonrisa desdentada.

Un ruido entrecortado salió de la garganta de Len. Giró en la otra dirección y echó a


correr, sin hacer caso del sonido de las bocinas y el chirrido de los frenos mientras corría
hacia la calle y seguía adelante.

******

Len se despertó de golpe, con el corazón desbocado. Se abrió camino hasta sentarse, las
mantas arrastrándolo como manos tratando de sujetarlo. La habitación estaba oscura, la
única luz provenía del resplandor de las farolas que se filtraban a través de las persianas.

No. Eso estuvo mal.

No fue la única luz.

Ellos estaban aquí.

Len tragó saliva, su mirada recorriendo lentamente el dormitorio familiar. Formas


fantasmales abarrotaban la habitación… de pie contra las paredes, sentadas en la cómoda.
Joven y viejo. Hombre y mujer. Gordo y delgado. Ojos vacíos y acusadores y horribles
heridas sin sangre. Yussef estaba junto a la puerta, con la cabeza ladeada con curiosidad sobre
su vértebra cervical rota, un lado de su pecho se hundió.

R. A. Steffan | 39
Fae Renegado
Libro Uno

Habían regresado para atormentarlo de nuevo, todos los que no había salvado.

La bilis subió a la garganta de Len. Se abalanzó hacia la lámpara de la mesita de noche


con manos temblorosas, buscando a tientas el interruptor hasta que un círculo de luz cálida
inundó la habitación. Las figuras permanecieron, translúcidas y desvaídas por la repentina
iluminación, pero aún obstinadamente aferradas a la realidad.

R. A. Steffan | 40
Fae Renegado
Libro Uno

Capítulo Seis
—No—dijo Len, cerrando los ojos con fuerza contra la visión de las personas que habían
muerto bajo sus manos durante su período de dos años de Técnico de Emergencias. —Están
todos muertos. Traté de salvarlos, pero no lo logré. Y ahora a veces alucino con ustedes,
porque tomé demasiadas drogas para tratar de lidiar con el estrés, y me frió el cerebro.

Abrió un ojo, confirmando que las figuras pálidas todavía lo miraban como si
esperaran que hiciera algo.

—No puedo hacer nada por ustedes ahora, —les dijo. —Y, de todos modos, no están
realmente aquí. Voy a contar hasta veinte. Por favor, váyanse cuando vuelva a abrir los ojos.

Su voz tembló en la última oración, lo cual tenía sentido ya que el resto de él también
estaba temblando. Apretó los párpados y comenzó a contar, respirando lentamente entre
cada número. —Uno. —Inhala exhala. —Dos. —Inhala exhala. —Tres. —Inhala exhala…

Cuando llegó a los veinte, se obligó a abrir los ojos. Las figuras fantasmales se habían
ido. Estaba solo en la habitación, con el despertador marcando las cuatro y veintitrés de la
mañana en números rojos a su lado. Todavía temblando, tomó su teléfono y lo desconectó
del cargador. El cable se deslizó de sus dedos entumecidos y cayó en el estrecho espacio entre
la cama y la mesa. Lo dejó ahí, fuera de su alcance.

El número de Kat sonó y sonó, pero finalmente contestó.

—¿Hola? —Su voz estaba apagada y sonaba exactamente como cabría esperar de
alguien que acababa de despertarse inesperadamente a las cuatro de la mañana. —Len, ¿eres
tú?

Apretó el teléfono contra su oreja, sintiendo la culpa por despertarla junto con su
creciente necesidad de conducir hasta el centro, encontrar un traficante de drogas e inhalar
la cantidad de coca que hiciera falta para dejar de preocuparse por los últimos minutos.

—Sí, soy yo, —dijo, las palabras saliendo roncamente. —Yo… eh. Tuve una mala
noche. No estoy bien. ¿Podemos encontrarnos?

—Sí, —dijo Kat, sonando un poco más despierta. —Sí, por supuesto. Eh… ¿Qué hora
es? Ah, okey. Tienda de donas, treinta minutos. Te veré allá.

******
Len se coló en el lugar de café y donas treinta y un minutos después, vistiendo pantalones
de chándal y una sudadera con capucha levantada para ocultar el desastre que era su cabello.
Kat lo estaba esperando en una mesa en la esquina trasera con dos tazas de café. Su piel
oscura estaba libre de maquillaje, su masa de trenzas plateadas con puntas negras aplastadas
en un lado donde había estado durmiendo sobre ellas. Llevaba más o menos el mismo
conjunto de alta costura que él, excepto que tenía la capucha bajada.

—Buenos días, bebé, —saludó ella. —Siéntate. Bebe un poco de cafeína dentro de ti.

R. A. Steffan | 41
Fae Renegado
Libro Uno

Len se sentó y aceptó la taza que ella le empujó a través de la mesa. Se frotó la cara con
las palmas de las manos, evitando los piercings en la ceja, la nariz y el labio con la facilidad
de una larga práctica. —Hola, Kat. Perdón por esto.

Ella hizo un sonido de despedida. —Silencio, tú. Este es nuestro trato, ¿verdad?

—Sí, —estuvo de acuerdo. —Sí lo es. Gracias por estar aquí.

Él y Kat habían entablado una amistad casual unos meses antes mientras trabajaban
en The Brown Fox. Los dos eran compañeros callejeros con pasados jodidos, compañeros
queers con un historial de toma de decisiones muy cuestionable. Lo que Len había llegado a
considerar como “el arreglo” se había desarrollado orgánicamente con el tiempo. Después
de que Len dejara escapar el tipo de escenas retrospectivas y episodios de TEPT 15 que a veces
lo atormentaban, y la facilidad con que esas escenas retrospectivas podían llevarlo de vuelta
al consumo de drogas, Kat había dicho: —La próxima vez que suceda, llámame. No importa
cuándo, de día o de noche.

Len le dio las gracias y empezó a disuadirla cortésmente, pero ella lo miró a los ojos y
agregó: —De esa manera, cuando me pase a mí, también tengo a alguien a quien puedo
llamar. —Desde ese día en adelante, fue una regla tácita. Siempre podía llamarla si llegaban
los terrores nocturnos y las ansias por las drogas empezaban a apoderarse de él. Siempre
podía llamarlo si sus pensamientos empezaban a tomar la oscura dirección que la había
llevado a intentar suicidarse en dos ocasiones en los últimos diez años.

Kat tomó un sorbo de su café y apoyó la barbilla en su mano. Todavía parecía medio
dormida, su rostro delgado y adormilado bajo las poco halagadoras luces del techo. —
¿Quieres hablar de eso? —Preguntó.

Len cerró los ojos por un momento, tratando de decidir si lo hizo o no. —Fue el sueño
con Yussef, —dijo después de una pausa. —Aquel en el que los fantasmas de todas las
personas que murieron mientras yo era un Técnico de Emergencias aparecen para
perseguirme. Luego me despierto y todavía están ahí, incluso después de encender la luz.

Kat asintió. —Uno pensaría que nuestros malditos fantasmas tendrían los buenos
modales de irse una vez que abrimos los ojos, ¿sabes? —Bebió de nuevo, su expresión
contemplativa. —¿Cómo te sientes ahora?

Len giró la taza de café una y otra vez en su agarre, su contenido se derramó. —Aún
está inestable, —respondió. —Todavía necesito desesperadamente algo mucho más
alucinante que la cafeína. Y no estoy seguro de si estaría menos inestable o más si supiera
con seguridad que los fantasmas no son reales. ¿Sabes lo que quiero decir? Porque todo este
tiempo he estado trabajando bajo la suposición de que es una enfermedad mental, pero… ¿y
si no lo es?

Al igual que él, Kat había sido atraída al mundo debajo del mundo, el territorio
sombrío ocupado por vampiros, demonios y Fae. Era parte de la razón por la que se
conectaron tan fácilmente, a pesar de que hasta ahora Kat se las había arreglado para

R. A. Steffan | 42
Fae Renegado
Libro Uno

mantener un pie firmemente anclado en la orilla de la normalidad. No como Len, que con
frecuencia parecía estar en peligro de ser arrastrado bajo la marea para siempre.

—¿Le has preguntado a Leonides? —Kat agitó una mano cuidada. —Sobre fantasmas,
quiero decir.

Len frunció el ceño a la mesa. —No. no lo he hecho. Como dije, no estoy seguro de
querer escuchar la respuesta.

—Justo, —ella permitió. —Está bien, entonces, ¿qué ayudaría en este momento?
¿Quieres contarme más al respecto?

Hizo una mueca. —¿Honestamente? Creo que prefiero distraerme. ¿Podemos hablar
de algo más? ¿Cómo estás? ¿Ya tomaste una decisión sobre la cirugía de trasero?

Kat se recostó en la cabina, aceptando fácilmente el cambio de tema. —Sí, lo estoy


posponiendo, creo. Por ahora al menos. —Ella movió una mano hacia su pecho. —La cirugía
superior fue excelente y me ayudó mucho con mi disforia 16. Creo que quiero darle un poco
más de tiempo para que se asiente. —Su tono se volvió irónico. —Además, ya sabes, si el
mundo se va a acabar, prefiero no quedarme atrapada en reposo en cama cuando suceda.

Su propio aliento de risa ante el humor negro lo tomó por sorpresa. —¿Verdad? Es
como… “por favor reprogramar todos los procedimientos electivos hasta después del apocalipsis”.
Cristo. Nuestras vidas están destrozadas, Kat.

Ella se rió entre dientes, luego se puso seria, jugueteando con la manga de su sudadera
con capucha, sin mirar hacia arriba. —Además, hay algo más. Estoy viendo a alguien nuevo.

Len enarcó las cejas. En la mayoría de las circunstancias, la respuesta correcta a una
declaración como esa era actuar feliz y ofrecer felicitaciones. En esta circunstancia particular,
dado que Len personalmente se había clavado un cuchillo en el pulmón cuando el último
novio de Kat rompió su orden de restricción y la persiguió una noche en el club, sintió que
se justificaba un poco de precaución.

—¿Vaya? —preguntó.

Ella le lanzó una mirada por debajo de sus pestañas. —Estoy siendo cuidadosa. Yo…
no creo que sea un perseguidor. No como lo era Aiden. Dice que es pansexual. No se
avergüenza de que lo vean en público conmigo. No intentó meterse en la cama conmigo en
la primera cita, ni empezó a interrogarme sobre mi anatomía. Creo… que él podría ser el
verdadero negocio esta vez.

Por favor, Len rezó en silencio a cualquier deidad que pudiera estar escuchando, por
favor deja que este chico sea el verdadero negocio para ella.

En voz alta, dijo: —Sabes que no doy consejos sobre relaciones, no con mi historial.
Pero me alegro por ti, Kat. Eres hermosa, increíble y fuerte, y te mereces a alguien que aprecie
eso.

R. A. Steffan | 43
Fae Renegado
Libro Uno

Kat lo miró, su expresión atrapada entre el afecto y la evasiva cautelosa común en las
personas que casi nunca escuchan cumplidos. —Uno de estos días voy a encontrarte el
hombre perfecto y te prepararé una trampa, ya sabes. Sólo espera y mira.

Hizo un ruido de protesta. —No estoy en el mercado, Kat, y además, ¿por qué querrías
hacerle algo así a un tipo al azar perfectamente inocente?

Ella sacudió la cabeza hacia él, su incomodidad anterior se desvaneció. —Escúchate a


ti mismo, bebé. Puedes repartir cumplidos, pero no puedes tomarlos a cambio. —Con una
última mirada mordaz, cambió suavemente de tema. —Entonces, ¿recibiste ese correo
electrónico de Gina el otro día? Estaba empezando a pensar que las compañías de seguros
nunca resolverían su papeleo. ¿Dónde crees que será el nuevo lugar? Espero que no sea
demasiado viaje…

Len se recostó, absorbiendo la pequeña charla, parte de la tensión abandonaba su


columna vertebral a medida que las minucias de la vida cotidiana ahuyentaban los fantasmas
del pasado.

******
Aproximadamente una hora más tarde, Len se dirigió a su casa, entrecerrando los ojos para
protegerse del resplandor del sol naciente. Su ardiente necesidad de una línea de coca había
disminuido a niveles manejables, aunque estaba condenadamente dispuesto a asaltar su
reserva de humo de emergencia una vez que regresara a la casa, sacrificando un cigarrillo a
los dioses de la adicción.

Se había convencido a sí mismo de abordar la limpieza de otoño de la casa un mes


antes, pensando que la inactividad sería mala para su estado mental, dadas las circunstancias.
En ausencia de un trabajo regular, era lo único que se le ocurría que parecía una forma
productiva de gastar algo de tiempo y energía. Además, la casa estaría limpia después. Así
que había que hacerlo.

El tráfico de la mañana todavía era relativamente escaso cuando salió de Hampton


Avenue y se dirigió al pequeño y pintoresco vecindario al este de Francis Park. El primer
indicio que tuvo de que algo andaba mal fue un hombre que corría por la acera con un niño
pequeño bajo el brazo como si fuera una pelota de fútbol y un niño mayor corriendo a su
lado, con la mano en la suya. A Len se le aceleró el pulso y redujo la velocidad del coche
cuando aparecieron más figuras corriendo delante de él, algunas de ellas corriendo por el
medio de la calle.

—Oh, no…, —murmuró, reduciendo la velocidad a paso de tortuga para conducir


alrededor de la gente frenética, algunos de los cuales agitaron sus brazos hacia él en un gesto
de “escápate”. —No, no, no…

El roble gigante al final de su cuadra estaba desnudo de hojas, sus ramas crujían con
la brisa. La cosa tenía cien años por lo menos, y estaba cubierta por un follaje de finales de
verano cuando se había ido a tomar un café un par de horas antes. Detuvo el Lincoln junto a

R. A. Steffan | 44
Fae Renegado
Libro Uno

la acera y apagó el motor, ignorando las señales de prohibido estacionar que bordeaban la
cuadra. Las sirenas aullaban en la distancia, succionando su mente de regreso al mundo de
ensueño de Detroit por la noche. La realidad y la memoria se entrelazaron, superponiéndose.

Len salió del auto y comenzó a caminar, como si estuviera aturdido. Trató de señalar
a algunas de las personas que aún corrían por la calle en la dirección opuesta. —¿Qué ocurre?
—Demandó. —¿Qué está pasando? —Pero se liberaron de su agarre y siguieron adelante,
con la cara blanca.

—¡Gira de vuelta! —Una mujer gritó al pasar junto a él con un gato silbante agarrado
en sus brazos. —¿Qué estás haciendo? ¡Aléjate de eso!

Él parpadeó, enfocándose más allá de ella mientras ella se apresuraba. La hierba en el


borde más adelante estaba marchita, las hojas de un enfermizo color marrón amarillento. Un
pájaro muerto yacía en el camino. La respiración de Len se volvió rápida y superficial
mientras miraba más abajo en la cuadra. Una figura humana yacía en la acera, con dos bultos
peludos más pequeños tirados cerca. Uno era negro y el otro marrón. Parpadeó, los bultos se
convirtieron en un familiar par de perros. Su dueño los paseaba todas las mañanas al
amanecer.

Todos los árboles del vecindario estaban tan desnudos como el gran roble. Los
arbustos decorativos y los macizos de flores estaban marrones y caídos. Más pájaros muertos
cubrían la calle… los patios… las aceras. Y había otras personas en el suelo, inmóviles.

Len no podía sentir que sus zapatos tocaban el pavimento mientras sus piernas
continuaban impulsándolo hacia adelante sin una dirección consciente. Las sirenas se
estaban acercando, convergiendo en el área desde varias direcciones. Se sentía como si
tuviera una cuerda atada a su esternón, el vórtice de la muerte inexplicable arrastrándolo
hacia adelante. No podía haberse detenido por nada, la zona sin vida alrededor de su
vecindario tiraba de su cuerpo con una fuerza implacable.

La demarcación entre la hierba verde y la descomposición marchita era marcada, un


borde afilado, pero de forma irregular. Los ojos de Len perdieron el foco cuando se acercó.
Podía sentir la falta de vida frente a él. Podía oírlo como un canto de sirena… llamando,
llamando.

Su pie aterrizó al otro lado de la línea divisoria, y una dolorosa ausencia inundó su
pecho en una ola, inevitable. Irresistible. Su cerebro falló, enviando impulsos contradictorios
por su columna vertebral y sus extremidades. Los músculos se sacudieron, los destellos de
luz se dispararon contra la parte posterior de sus párpados como fuegos artificiales. Se sentía
como si tuviera un cable vivo entre los dientes.

El suelo se levantó y lo golpeó en la cara. Apenas registró el impacto. Su cuerpo se


convulsionó, los músculos se le agarrotaron sin control, la columna se arqueó, las
extremidades se sacudieron como una marioneta controlada por un titiritero borracho.
Cuando la oscuridad finalmente se deslizó a través de su mente electrocutada y
chisporroteante, fue un alivio.

R. A. Steffan | 45
Fae Renegado
Libro Uno

R. A. Steffan | 46
Fae Renegado
Libro Uno

Capítulo Siete
El sonido de los pitidos de los monitores y el chirrido de las zapatillas de tenis sobre el suelo
de baldosas eran familiares y desagradables. Voces bajas zumbaban de fondo, y Len sintió
como si se hubiera mordido la mitad de la lengua. Estaba hinchado y no cooperaba, dolía
cuando se pegaba al techo de su boca.

Su aro en el labio se había ido. Eso fue lo primero que le llamó la atención cuando
logró liberar su lengua e intentó lamerse los labios. Los párpados de Len se sentían como si
alguien hubiera pegado papel de lija en la parte posterior de ellos. Hizo un sonido de
lloriqueo poco digno mientras trataba de abrir los ojos de todos modos. No pudo distinguir
nada más que un borrón de blanco, oscuro y color, pero una mano fría se envolvió alrededor
de su bíceps.

—Hola, bebé, —dijo una voz familiar. —Ahí tienes. Aguanta un minuto o dos…
Cambié tu bolsa de suero por una con algo de sangre de Rans. Te arreglará en un santiamén
y luego podremos salir de aquí.

Len parpadeó rápidamente, tratando de obtener algo de humedad en cualquier parte de


su maldito cuerpo. —¿Z’rah? —balbuceó.

—Sí, soy yo, —dijo. —Rans está hipnotizando a un administrador del hospital para
que escriba tu papeleo de alta y luego pierda inmediatamente todos tus registros de admisión
en un basurero en algún lugar.

Finalmente logró enfocar su vista, sintiendo el hormigueo inconfundible de la sangre


de vampiro que obligaba a su cuerpo humano a sanar a un ritmo antinatural. Zorah vestía
una bata azul, sus salvajes espirales de cabello estaban recogidos en una cola de caballo. Un
estetoscopio colgaba de su cuello, completando su disfraz de “no me hagas caso, sólo soy un
profesional médico normal”.

—Qu…—lo intentó.

—¿Qué sucedió? —Su rostro se puso cuidadosamente en blanco. —Mejor si dejamos


eso hasta que estemos en algún lugar un poco… menos público. Ya he estado discutiendo
bastante sobre el hipnotismo vampírico, porque, de hecho, no sé una maldita cosa sobre
enfermería. ¿Cómo te sientes ahora?

Len trató de hacer un balance. —Como si mis arterias tuvieran termitas, —decidió. —
Aplausos por usar la sangre de Rans y no la tuya, sin embargo. Sin ofender.

—No hay ofensa, —dijo ella secamente.

Len había escuchado historias de terror sobre los efectos de la sangre de súcubo, ya
sea que el súcubo en cuestión también fuera un vampiro o no. “Viagra No muerto” era la
forma menos explícita de describirlo.

R. A. Steffan | 47
Fae Renegado
Libro Uno

Por el momento, sin embargo, honestamente estaba más preocupado por el agujero en
su memoria con respecto a cómo había terminado en una cama de hospital en primer lugar.
Lo pinchó de la misma manera que había pinchado el anillo del labio que le faltaba. Entonces
se le ocurrió algo menos importante pero más inmediato. —¡Maldición! ¡Todos mis piercings
se van a cerrar!

La sangre de vampiro no era particular sobre lo que curaba, y era un procedimiento


estándar para el personal médico quitar cualquier joya de metal que encontraran para que
no interfiriera con las exploraciones o las resonancias magnéticas.

—Eh… sí. Lo siento, —dijo Zorah. —Me temo que no encabezó nuestra lista de
preocupaciones una vez que finalmente te localizamos. En este momento, estoy mucho más
interesada en la mejor manera de desengancharte de todo esto sin activar ninguna alarma.

El agujero en la memoria de Len palpitaba insistentemente, lleno de oscuridad. Cosas


muy malas acechaban en las sombras, esperando su momento para saltar. Dejó a un lado lo
mejor que pudo su conciencia de la inquietante brecha. Eso le dio espacio para considerar la
siguiente pregunta más obvia. ¿De verdad quería ser sacado del hospital por un par de
vampiros, cuando la alternativa era quedarse aquí en esta linda cama ajustable, con el
potencial de interesantes analgésicos y las opiniones profesionales de médicos y enfermeras
reales y honestos? ¿Quién sabía qué diablos estaban haciendo?

—Eso depende, —le dijo a Zorah. —Si te digo cómo desengancharme, ¿qué pasa
después?

Ya estaba pasando los dedos por los diversos tubos y cables, tratando de averiguar
qué era qué. —Te llevamos de regreso a Chicago, lo que podría decirse que es más seguro
para ti que estar aquí en St. Louis.

Su corazón se hundió. Chicago

—El maldito Fae está aquí contigo, ¿no es así?—preguntó Len con resignación.

Pero ella negó con la cabeza, ocupada en desenredar los cables del monitor cardíaco.
—No, es demasiado peligroso. Todavía está detrás de las protecciones.

Len frunció el ceño. —¿Volaste aquí? —Lo cual, por supuesto, significaba algo
considerablemente diferente para un vampiro que para un humano, y de ninguna manera
involucraba aviones comerciales o el aeropuerto O'Hare.

—No. Demasiado lento, —dijo. —Trajimos nuestro propio viaje, pero no uno Fae.

—¿Puedo decir que no a esto? —preguntó, mientras otra figura se acercaba a la cama.

—Yo no lo sugeriría, —le dijo Rans, luciendo ridículamente fuera de lugar con sus
jeans oscuros, su largo abrigo de cuero y su cabello de estrella de rock ingeniosamente
revuelto. —Además, acabo de pasar veinte minutos arreglando el papeleo de tu liberación.

R. A. Steffan | 48
Fae Renegado
Libro Uno

Len suspiró, rindiéndose. A falta de mejores opciones, habló con Zorah sobre el
proceso de desengancharlo sin enviar a la enfermera de turno corriendo con un carro de
emergencia a cuestas. Los insectos imaginarios que correteaban por sus venas parecían haber
terminado de recomponerlo después de… lo que fuera que le había pasado. Salió con
cuidado de la cama, tratando de no masturbar a ninguno de los vampiros con su trasero
desnudo asomando a través de la espalda abierta de la bata de hospital que llevaba puesta.

—Es posible que desees esto, —dijo Rans secamente, entregándole su ropa.

Tomó la pila de ropa doblada, mirando los pantalones de chándal y la sudadera con
la esperanza de que pudieran refrescar su memoria. La sensación de maldad se hizo más
profunda, y un vago recuerdo de fantasmas en su dormitorio hizo que su estómago se
hundiera.

Rans lo miraba atentamente. —Será mejor que no lo pienses demasiado. Todavía no,
de todos modos, —dijo el vampiro. —Vamos a llegar a donde vamos.

Una vez que Len se puso los pantalones y los zapatos, luego se quitó la bata y se puso
la camiseta y la sudadera con capucha, Rans le entregó una bolsa de plástico que contenía la
billetera, el teléfono y las joyas ahora inútiles de Len.

—Si vamos a ausentarnos por un tiempo, primero debería pasarme por la casa, —dijo
Len, incluso cuando las palabras despertaron una nueva ola de temor en su pecho. —Recoger
algunas cosas.

Rans y Zorah intercambiaron una mirada. —No. Me temo que realmente no deberías,
—le dijo Rans. El atisbo de luz glacial en sus ojos azules le dijo a Len que cualquier intento
de impulsar el tema probablemente resultaría en que él quedara hipnotizado y obedeciera…
aunque de la manera más educada y británica posible.

Len tragó saliva. —Correcto. Sólo para que lo sepas, estoy, supongo, a unos diez
minutos de volverme loco por completo. Entonces, si nos vamos, deberíamos hacerlo ahora.

—La autoconciencia es una virtud importante, —dijo Rans. —Vamos.

—El ascensor más cercano está por aquí, —añadió Zorah, señalando hacia la derecha.

Len los siguió, maravillándose por el total desinterés de las enfermeras y el personal
al ver a un paciente inconsciente que se alejaba en compañía de una mujer que vestía una
bata poco convincente y un tipo que pertenecía a la portada de Rolling Stone.

Ya he estado discutiendo bastante sobre el tema del hipnotismo vampírico., había dicho Zorah.
Len no pudo evitar preguntarse qué implicaba su definición de “bastante”. En cualquier caso,
nadie los cuestionó. Salieron unos minutos más tarde a la luz del sol perezosa y sesgada de
una tarde de finales de verano, las puertas se cerraron con un silbido detrás de ellos.

Len volvió a mirar el edificio, no acostumbrado a ver un hospital desde la perspectiva


de las puertas principales en lugar de la entrada de emergencia.

R. A. Steffan | 49
Fae Renegado
Libro Uno

—Aquí está la verdadera pregunta. ¿Mi seguro va a cubrir todo eso? —preguntó.
Cuando ninguno de los otros respondió, agregó, —Eso fue una broma, por cierto. En realidad
no tengo seguro.

—No te preocupes, —dijo Rans. —Sin registros en el archivo relacionados con tu


estadía, no tendrán a quién facturar.

—Eso es útil, supongo. —Miró a su alrededor. —Entonces, eh… ¿dónde está ese paseo
tuyo que definitivamente no es un Fae?

En el momento justo, una figura oscura se separó de la pared junto a una pequeña
zona ajardinada que contenía un par de bancos, arbustos bien recortados y flores que
florecían alegremente. Len parpadeó, la escena de plantas vibrantes parpadeó en doble
exposición con una visión de ramas desnudas y hojas marrones marchitas por una fracción
de segundo.

Zorah lo tomó del brazo y lo condujo hacia adelante, rompiendo el extraño momento.

—Un servicio de taxi demoníaco, listo y esperando, —dijo. —Próxima parada,


Chicago.

Cada nervio en el cuerpo de Len se incorporó y se dio cuenta cuando el hombre…


demonio… se acercó, encontrándolos a mitad de camino. Aparte de Zorah, que era un cuarto
de súcubo, Len sólo se había encontrado con otro demonio antes. Esa había sido una mujer,
malvada, y estaba haciendo un esfuerzo bastante concertado para matarlo a él y a sus amigos
en ese momento.

Por el contrario, este demonio era suave, llamativo y supuestamente estaba de su lado,
al menos por el momento. Este, Len dedujo, era el infame Nigellus… que una vez había
salvado la vida de Rans, y ahora tenía un derecho sobre su alma a su vez, y sobre la de Zorah,
por extensión. En el maldito programa que actualmente se hace pasar por la realidad de Len,
vender tu alma al diablo era… un poco más que una metáfora cliché. Parecía que para los
sobrenaturales, las almas eran una moneda más valiosa que el oro, y todos querían una pieza.

Nigellus parecía ser un hombre imponente de cuarenta y tantos años, unos


centímetros más alto que los seis pies17 de Len. Sus rasgos eran como los de un halcón, su
cabello oscuro con mechas blancas en las sienes, retrocediendo en un pico de viuda notable.
Sus ojos eran del color exacto del bourbon de primera calidad más caro que The Brown Fox
solía almacenar. Iba vestido con un conservador traje de negocios negro, pero de corte
exquisito.

No siempre cosecho las almas de mis enemigos, pensó Len con irreverencia, pero cuando lo
hago, admiran la calidad de mi sastrería hasta el Infierno.

Esa mirada intensa, color whisky, parpadeó sobre Len con un interés limitado, sin
duda captando su declaración de moda chic sin hogar y los círculos oscuros debajo de sus
ojos. Len trató de no sentirse como una gacela frente a un león.

R. A. Steffan | 50
Fae Renegado
Libro Uno

—¿Estamos listos para partir? —Preguntó el demonio, con el tipo de voz resonante e
inolvidable que debería estar presentando un exitoso programa de radio nocturno sobre
fantasmas y extraterrestres y cosas que saltan en la noche.

—Apuesto a que lo estamos, —murmuró Zorah, mirando a su alrededor para


asegurarse de que nadie estaba mirando en su dirección. —Cuanto antes podamos averiguar
qué hacer con este desastre, mejor.

Sin previo aviso, el corazón de Len dio un doble latido sobresaltado cuando los
recuerdos comenzaron a filtrarse nuevamente. El sueño. Llamar a Kat. La cafetería. Conduciendo
a casa…

—Oh, maldición, —dijo, justo cuando una mano desconocida lo agarró por encima del
codo, y todo se oscureció.

R. A. Steffan | 51
Fae Renegado
Libro Uno

Capítulo Ocho
Si viajar por un portal Fae se sentía como una caída libre a través del espacio, viajar a través
de la teletransportación demoníaca se sentía como si lo estrujaran a través de un espacio
significativamente demasiado pequeño para su cuerpo. Afortunadamente, no pasó mucho
tiempo antes de que Len y los demás volvieran a aparecer en una cocina deprimentemente
familiar, aunque al menos parecía que alguien había quitado el polvo y derribado las
telarañas desde la última vez que estuve aquí.

Se giró hacia Zorah y Rans, tambaleándose un poco. —Diablos. ¡Diablos! ¿Kat está
bien?

Zorah lo estabilizó con una mano en su brazo. —No sé quién es. ¿Estaba contigo? ¿Qué
recuerdas?

Él se alejó, rompiendo el contacto con ella, y se llevó una mano a la frente como si
pudiera acomodar físicamente sus pensamientos arremolinados en su lugar. —Yo… no.
Espera. Creo que estaba solo. Tomamos café en ese pequeño lugar en Bancroft. Pero luego la
dejé ahí y conduje de regreso a la casa.

Albigard apareció en la puerta como un espectro, agarrando el marco de madera con


una mano. Su rostro estaba demacrado de una manera que Len nunca había visto antes,
incluso cuando el Fae había sido herido… o recién golpeado. Los ojos verdes se posaron en
el demonio que estaba parado al otro lado de su cocina protegida, con la misma expresión
que un gato que evalúa el enorme Rottweiler que sus dueños acaban de traer a casa de la
tienda de mascotas.

—¿Len? Condujiste de regreso a la casa y… ¿qué pasó después? —preguntó Zorah,


ignorando el cauteloso enfrentamiento que tenía lugar a lo largo de la habitación.

Imágenes inconexas lo asaltaron, gente corriendo… cuerpos tendidos inmóviles en el


suelo… árboles muertos… los diminutos cadáveres de pájaros esparcidos por el camino. Una
banda de pánico se apretó alrededor del pecho de Len cuando recordó haber estacionado su
auto. Siguiendo el tirón inexorable hacia la zona de destrucción como un autómata.

—Todo estaba muerto, —dijo con voz ronca. —Gente, animales, árboles, hierba…

—Lo vimos, —intervino Rans, su tono agudo. —Cuando vinimos a buscarte. ¿Viste lo
que lo causó?

—No, —le dijo Len. —Creo que ya se había ido antes de que yo llegara.

Nigellus suspiró. —Hay poco misterio involucrado. No se necesita una gran hazaña
de deducción para concluir que la Cacería Salvaje volvió al punto débil que ya había abierto
entre los reinos. Obviamente, esta vez se aventuró más lejos en su nuevo territorio, antes de
retirarse a un terreno más familiar.

R. A. Steffan | 52
Fae Renegado
Libro Uno

Albigard parecía verdaderamente asqueado, su agarre en el marco de la puerta se hizo


más fuerte hasta que la madera crujió audiblemente. —La Cacería Salvaje no mata
indiscriminadamente, —protestó.

Nigellus se burló. —Hasta ahora, la Cacería nunca ha tenido acceso a un lugar que
contenga vida que muera tan fácilmente. Para una fuerza que succiona el alma de los seres
vivos hacia el Vacío, la Tierra es un festín.

Len trató de ponerse al día con la conversación, horrorizado. —Entonces, ¿estás


diciendo que, después de que me dijiste específicamente que esa cosa intentaría seguirte
hasta Chicago y no volvería a molestar a St. Louis, volvió y mató a todos los seres vivos de
mi vecindario?

Intentó imaginarse a Betty muerta… la dulce anciana que vivía al otro lado de la calle.
Ryan y Cherise, con su niño pequeño y otro bebé en camino. El tipo irritante tres casas más
abajo, que puso su estéreo a todo volumen a altas horas de la noche. Los latidos de su corazón
comenzaron a latir con fuerza en sus oídos, y cerró de golpe una puerta imaginaria a esos
pensamientos, bloqueándolos. Alguien había arrastrado una mesa y sillas destartaladas hasta
el comedor vacío junto a la cocina. Len tropezó y agarró una silla, hundiéndose en ella
temblorosamente.

El silencio en respuesta a sus palabras fue condenatorio. Se estiró dolorosamente hasta


que Nigellus se aclaró la garganta.

—No mató a todos los seres vivos, —dijo el demonio.

Todos los ojos se dirigieron a Len. Levantó la vista, sintiendo el peso de esas miradas
presionándolo. —Te lo dije, —espetó. —Se había ido antes de que yo volviera.

El ceño de Rans se arrugó. —¿Es un efecto persistente, entonces… la matanza? ¿O sólo


ocurre cuando la Cacería está activamente presente?

Hubo una pausa antes de que Albigard respondiera. —Una vez que la Cacería se
retira, no hay razón para creer que algo dañino se quedara atrás.

Zorah frunció el ceño e hizo un gesto a Len con una mano. —Y, sin embargo,
encontramos a Len en el hospital, todavía inconsciente después de experimentar, eh… ¿cómo
se llamaban? ¿Convulsiones miotónicas? Y había estado así durante más de un día.

Len también frunció el ceño. —¿Te refieres a convulsiones mioclónicas? ¿Ese fue el
diagnóstico?

—Sí, lo era. ¿Qué es lo último que puedes recordar? —Rans presionó.

Volvió a pensar con considerable desgana. —Yo… ¿estacioné el auto? Había gente
corriendo por la calle, y pude ver un gran árbol al final del camino que había muerto y
perdido todas sus hojas en las dos horas desde que me fui a buscar a Kat. La hierba era
marrón. —Sus labios se endurecieron cuando se obligó a seguir hablando. —Cuando me
acerqué, también vi personas y animales muertos. Seguí caminando. Era como si no pudiera

R. A. Steffan | 53
Fae Renegado
Libro Uno

parar. Como si me estuvieran empujando hacia adelante. —Tragó dolorosamente. —¿Qué


tan grande fue el área afectada?

—Aproximadamente dos cuadras de la ciudad, —dijo Rans. —Pero la pregunta


permanece. Si el efecto ya se había disipado, ¿por qué acercarse a él haría que nuestro amigo
terminara en el hospital?

—¿Shock? —Nigellus preguntó suavemente.

—El shock emocional no causa ataques mioclónicos en alguien que no es propenso a


sufrirlos, —dijo Len en un tono absolutamente monótono. —Lo cual no soy.

—El humano fue atraído a la zona muerta porque posee nigromancia latente. —Todos
en la sala se giraron para mirar a Albigard. La mirada del Fae atravesó la de Len. —Sin duda,
la experiencia lo afectó negativamente por la misma razón.

Len lo miró fijamente, repasando las palabras en su cabeza por segunda vez con la
esperanza de que tuvieran más sentido. No lo tenía.

—¿…qué demonios? —Preguntó, todavía frunciendo el ceño a Albigard.

El Fae levantó una ceja. —Nigromancia. La facilidad para extraer poder desde el
momento de la muerte, exista o no una unión de alma previa entre las dos partes.

Len era sólo periféricamente consciente de la forma en que Nigellus le dirigió una
mirada especulativa, demasiado ocupado esperando a que el Fae en la puerta hiciera un gesto
con la mano y dijera que había estado bromeando, que Len era un humano estúpido y
perfectamente normal que no le interesaba a nadie.

Apestas a muerte.

Las palabras resonaron en su memoria. ¿Había sido hace sólo una semana? Un brillo
pálido que se movía en el rabillo del ojo de Len le hizo girar la cabeza. El fantasma de Yussef
se sentó en un mostrador en la esquina, balanceando sus talones, su cabeza se inclinó sobre
su cuello roto. Len parpadeó y la visión desapareció.

—Tanta muerte en un solo lugar sería irresistible para alguien con tales predilecciones,
pero la Cacería ya se había alimentado, —continuó el Fae, hablando como si Len no estuviera
en la habitación. —La promesa de la muerte fue una ilusión. El animus18 ya se había ido,
absorbido por el Vacío. La desconexión entre la expectativa y la realidad podría haber sido
suficiente para lanzar una mente humana en discordia que se extiende a lo físico. Son, como
se ha señalado, criaturas frágiles.

Las patas de la silla de Len chirriaron contra las baldosas. —Necesito recostarme.

—Hay habitaciones arriba. —El tono frío e indiferente de Albigard hizo que pareciera
que había estado discutiendo planes para la cena, o algo igualmente aburrido. Las líneas de
tensión en su cara repugnantemente bonita decían lo contrario. Len apretó los dientes y lo

R. A. Steffan | 54
Fae Renegado
Libro Uno

empujó a través de la puerta, chocando los hombros bruscamente con el Fae mientras
avanzaba.

******
El dormitorio con el que Len tropezó contenía una cama, un tocador con un peine y…
curiosamente… un ganchillo sobre él, una silla y no mucho más. Se miró en el espejo del
tocador durante largos momentos, encontrándose con la mirada de ojos grises de un extraño
pálido con una sudadera con capucha, con el pelo azul suelto, un flequillo grasiento en la
frente y sin perforaciones decorando su rostro.

Buscó en el bolsillo de sus pantalones y sacó la bolsa de plástico que contenía tres aros
y sus seguros dentro. El personal del hospital había perdido uno de los seguros sueltos.
Arrojó la bolsita sobre el tocador, luego puso su billetera y teléfono al lado.

Kat estaría enloqueciendo, pensó. Necesitaba hacerle saber que estaba bien… para una
definición dada de “bien”. No había cargador para su teléfono, que seguramente ya estaría
muerto. E incluso si hubiera habido un cargador, tratar de encender el teléfono dentro de esta
casa probablemente lo freiría con Albigard abajo. Se alejó del imbécil de aspecto lastimoso
reflejado en el espejo y miró hacia la otra puerta de la habitación.

Conducía a un espacioso cuarto de baño. Como el resto de la casa, el espacio apestaba


a abandono. Sin embargo, para su alivio, el agua estaba abierta, al igual que un calentador
de agua en alguna parte. Había toallas y paños en el armario debajo del fregadero. Olían a
rancio, pero parecían estar limpios. Len verificó dos veces que el cabezal de la ducha
funcionara antes de desnudarse. Al menos sus malditos tatuajes todavía estaban ahí,
subiendo a lo largo de ambos brazos. Una parte de la identidad, la armadura, que había
forjado para sí mismo después de Detroit aún permanecía.

Champú, acondicionador y una barra de jabón estaban en el estante de la ducha; el


tipo de cosas baratas que encontrarías en cualquier farmacia. Se metió bajo el agua y giró su
rostro hacia el rocío, decididamente sin pensar en nada excepto en el agua hirviendo
salpicando su piel. La ducha era enorme, fácilmente lo suficientemente grande para dos
personas. De hecho, toda la casa era enorme… pero se sentía desnuda. Descuidada. Como si
los detalles que hacían de algún lugar un hogar fueran tan invisibles para los Fae que lo
poseían, como la propiedad supuestamente era para los demás.

Len se quitó el agua de los ojos, tomó el jabón y comenzó a frotar los últimos días de
su piel. Se lavó el cabello con champú dos veces, le puso un poco de acondicionador y deseó
desesperadamente tener acceso a gel para el cabello, mousse o incluso alguna maldita laca
para el cabello. Después de secarse con una de las toallas que olían a polvo, se puso el chándal
y la camiseta de dos días.

El peine de la cómoda estaba cubierto con algo pegajoso, probablemente manteca de


karité de la pequeña tina de plástico abandonada en la esquina de la cómoda. La idea de usar
el peine de otra persona le habría asqueado bastante en el curso general de las cosas… pero

R. A. Steffan | 55
Fae Renegado
Libro Uno

fregar el peine en el fregadero con agua caliente y jabón le dio una excusa para no pensar por
unos minutos más. Se lo secó y se lo pasó por el flequillo azul más largo en la parte superior
de su cabeza, luego pasó los dedos por el negro natural de los lados cortos y rapados.

Sin nada más que hacer que no implicara bajar las escaleras y reconocer la presencia
de los demás, se acostó en la cama, teniendo cuidado de acomodar su cabello húmedo para
que no se secara pegado hacia atrás. Había dejado las luces del dormitorio encendidas, en
parte con la esperanza de desalentar a los fantasmas, pero sobre todo porque, de hecho, no
quería dormir.

Él durmió de todos modos.

R. A. Steffan | 56
Fae Renegado
Libro Uno

Capítulo Nueve
Afortunadamente, cualquier sueño que pudiera haber tenido no se quedó con él cuando un
suave golpe en la puerta lo despertó poco tiempo después. El ángulo bajo de la luz exterior
sugería que era temprano en la noche. Se dio cuenta de que no tenía idea de qué hora había
sido cuando los otros lo sacaron del hospital y lo arrastraron aquí.

—¿Len? —La voz apagada pertenecía a Zorah, y suspiró con resignación.

—Sí, entra, —le dijo.

La puerta se abrió. Len no se levantó cuando ella entró y se sentó en el borde de la


cama, mirándolo.

—Hey, —dijo ella. —Pensé que podrías tener hambre. Hay comida en la cocina,
aunque en su mayoría puede ser comida vegetariana. —Ella hizo una pausa. —¿Quieres
hablar sobre lo que dijo Albigard…?

—No, —espetó él, cortándola. —Realmente no lo hago.

Ella lo miró con ojos marrones conocedores, pero cambió de tema. —Correcto.
Nigellus se fue hace un par de horas. Dijo que se pondría en contacto con alguien que podría
ayudarnos con el asunto del monstruo de la muerte.

—Bien por él, —dijo Len. Rodó hasta quedar sentado. —¿Recuerdas a Betty del otro
lado de la calle, una casa más abajo?

Zorah se quedó en silencio durante un largo momento. —Sí. Quiero decir… no muy
bien. Creo que me compró suscripciones a revistas un par de veces cuando era niña y el
equipo de natación estaba recaudando dinero para ir a las finales estatales. Parecía agradable.

Len se frotó las comisuras de los ojos, apretando el puente de la nariz. —Ella era
agradable. Y ahora está muerta. A menos que ella estuviera fuera del vecindario entre las
cinco y las seis de la mañana por alguna razón.

—Sí. —El tono de Zorah fue uniforme.

—Había niños en ese vecindario, Z.

—Sí. Había.

Len la miró, luchando contra el impulso de gritar. Para hacer una escena hasta que
alguien más comenzara a actuar tan molesto como se sentía actualmente.

Zorah no retrocedió. —El mundo apesta. Apesta mucho peor de lo que pensábamos,
antes de que supiéramos de los monstruos. La gente murió. No podemos traerlos de vuelta.
Entonces, en cambio, tenemos que seguir luchando hacia adelante. Albigard y Nigellus creen
que, dado que la Cacería ha probado las presas fáciles de la Tierra, seguirá regresando. Y
cada vez que se alimenta, se hará más fuerte. Se hará más grande, Len.

R. A. Steffan | 57
Fae Renegado
Libro Uno

El sentimiento desesperado y fuera de control que Len había aprendido a temer a lo


largo de los años comenzaba a deslizarse por su mente. Se inclinó hacia adelante, enredando
sus dedos en su cabello y agarrándolo con fuerza.

—Solo dime una cosa, y no me mientas, —exigió. —¿Esa cosa volvió a nuestro
vecindario porque yo estaba ahí? ¿Porque insistí en ir a casa?

—¿Qué? ¡No! —Zorah sonaba horrorizada, como si acabara de darse cuenta de la


dirección que habían estado tomando sus pensamientos. Su mano se cerró sobre su hombro.
—Len, no. Volvió porque ya había un agujero en el velo. —Fuertes dedos apretaron hasta
que levantó la vista. —Nosotros somos los que la cagamos. No tú. Albigard estaba tan seguro
de que sólo estaría interesado en él. Él dice que no está actuando de la forma en que se supone
que debe actuar la Cacería Salvaje. Honestamente, está un poco asustado por eso. En
realidad, nunca lo había visto tan molesto antes.

Len quería decir algo mordaz sobre el estado emocional del Fae. Estaba en la punta de
su lengua, de hecho. Pero recordó las líneas demacradas grabadas en el rostro del Fae, y se
tragó las palabras. ¿Cómo se debe sentir saber que tu propia gente envió a un verdugo tras
de ti, y el verdugo decidió comenzar a incursionar en el asesinato en masa mientras se
suponía que te estaban persiguiendo?

—Está bien, —dijo en su lugar. —Dijiste que Nigellus se fue. ¿Eso significa que puedo
irme también?

Su expresión se volvió preocupada. —Len, no deberías volver a St. Louis. Esa cosa
probablemente regresará tan pronto como vuelva a tener hambre… o tan pronto como
comience a sentirse más audaz.

Sacudió la cabeza, irritado. —No me refiero a St. Louis. No soy idiota, Zorah. Quiero
decir, ¿puedo ir a la ciudad por unas horas? Necesito recoger algunas cosas.

—Vaya. Correcto… Quiero decir, está bien hasta donde yo sé. Pero… no hay coche
para que lo uses —dijo disculpándose.

—Conseguiré un Uber, —dijo. —¿Hay algún cargador para un iPhone por aquí?
Asumo que todavía puedo recargar la batería alrededor de Blondie, siempre y cuando no
encienda el teléfono mientras él está cerca.

Ella asintió. —Sí, hay una colección de cargadores de la última vez que estuvimos
atrapados aquí con Guthrie y Vonnie. Pero tendrás que dirigir el Uber a una de las
direcciones de los vecinos y reunirte con ellos en la carretera. No podrán encontrar este lugar.

Len suspiró. —Correcto. Porque es invisible. Cristo en una muleta.

—Buscaré un cargador para ti, —dijo. —Y, Len, lamento mucho haberte arrastrado a
este lío.

Len empujó hacia atrás contra la oscuridad que amenazaba con enterrarlo. —No es tu
culpa, Z.

R. A. Steffan | 58
Fae Renegado
Libro Uno

—Bueno, en cierto modo lo es, en realidad. —Ella suspiró. —Pero supongo que las
cosas habrían sucedido más o menos de la misma manera sin importar a dónde lo
hubiéramos llevado. Me alegro de que estés bien. Cuando vimos las noticias… Perdí la
cabeza. No voy a mentir. Bajamos lo más rápido que pudimos y encontramos tu auto
estacionado fuera de la zona muerta. Fue entonces cuando empezamos a comprobar las
admisiones en los hospitales, buscándote.

—Hey, al menos ustedes dos me ahorraron algunas facturas médicas, —dijo,


buscando algo, cualquier cosa, para aligerar la atmósfera opresiva que yacía entre ellos.

—Por supuesto. Todo es parte del servicio —coincidió, probando una media sonrisa
que no resultó muy convincente. —Lo que me recuerda, Rans guardó el proxenetamóvil en
ese lugar de auto-almacenamiento al oeste de Tower Grove Park. El dueño le debe un favor,
y pensamos que de esa manera, no sería remolcado.

—Es bueno saberlo, —dijo, su voz sonaba cansada para sus propios oídos.

—De todos modos, —continuó Zorah, —si quieres comer algo mientras tu teléfono se
está cargando, Albigard está meditando en alguna parte. Así que deberías estar a salvo.

La mención del Fae volvió a ensombrecer el humor de Len, pero él sólo asintió. —De
acuerdo. Comida entonces.

******
El refrigerador estaba lleno de lo que Len consideraba comida para conejos, pero era fresca y
orgánica. Preparó una ensalada y la cubrió con aceite y vinagre, resolviendo comprar algo
más sustancioso mientras estaba fuera.

Para cuando la batería de su celular estuvo cargada al cincuenta por ciento, ya estaba
oscuro afuera. Salió a llamar al Uber para que Albigard no destruyera accidentalmente su
teléfono y volvió a entrar para avisarles a los demás que regresaría tarde. Luego bajó a la
carretera para encontrarse con el conductor. Realmente no había apreciado antes lo boscosa
que era la zona, aunque recordó que Zorah le había dicho que la propiedad estaba a orillas
de una reserva natural. El camino de grava era largo y sinuoso, y el camino de entrada del
vecino más cercano era un poco largo una vez que llegaba a la carretera.

Eso al menos significaba que no tenía que esperar mucho para que lo llevara. Su cuenta
bancaria no le estaría agradeciendo después de esta noche, pero al menos sus trabajos bajo la
mesa aseguraban que tenía un poco de efectivo con él. Además, a veces tenías que dejar de
lado el buen juicio a favor de hacer lo que fuera necesario para mantenerte bien un día más.

Dirigió al conductor al lugar de comida rápida más cercano con servicio de


autoservicio, a cambio de la promesa de una gran propina y la oferta de invitarlo a un batido
o algo, si quería. Luego, el automóvil lo dejó en un salón de tatuajes que aceptaba visitas sin
cita previa y tenía excelentes críticas en línea.

R. A. Steffan | 59
Fae Renegado
Libro Uno

Una hora más tarde, salió con todos sus piercings rehechos. Le dolía la cara como el
infierno, pero valía la pena sentirse más él mismo. Había una farmacia en la esquina, que
proporcionaba algunos elementos básicos como cepillo de dientes, pasta de dientes,
calcetines, ropa interior y productos para el cabello, junto con una mochila escolar barata
para llevar todo. Una tienda de ropa de segunda mano dos cuadras más allá le regaló un par
de jeans y un par de camisas.

Terminados los mandados, Len salió a la acera y respiró hondo. En el lado positivo, la
ciudad se sintió mucho menos como un polvorín que la semana pasada. Todavía había
algunas ventanas tapadas con tablones, y la gente que caminaba tenía una especie de mirada
cautelosa y encorvada. Había visto dos coches de policía pasar lentamente en el poco tiempo
que había estado aquí.

Pero… los negocios estaban abiertos, en su mayor parte. Nadie deambulaba por la
zona prendiendo fuego a las cosas. Len era dolorosamente consciente de que no le resultaría
demasiado difícil adentrarse un poco más en las callejuelas y encontrar un traficante para
conseguir algo de coca. Reflexionó sobre la perspectiva hasta que le empezaron a temblar las
manos.

Llamar a Kat, decía la vocecita de la razón que de vez en cuando asomaba la cabeza
cuando contemplaba horribles opciones de vida. El darse cuenta de que Kat aún no sabía si
estaba vivo o muerto lo liberó del canto de sirena de la adicción, al menos momentáneamente.
Encontró una puerta tranquila y marcó.

—¿Len? —La voz de Kat sonó fuerte en su oído. —Oh, Dios mío, ¡Len! ¿Eres tú? ¡Di
algo!

—Soy yo, —dijo. —Estoy bien. Lo siento, no llamé antes. Estaba en el hospital…

—¿Pero estás bien? —exigió. —Vi las noticias…

—Estoy bien, —prometió. —Estoy en Chicago, quedándome con un par de vampiros.


Lo que pasó en mi vecindario… tiene más que ver con los Fae. Es malo, Kat.

—Están diciendo en las noticias que fue un derrame químico, —dijo Kat. —Pensé que eso
sonaba como una mentira.

—Tonterías certificadas al cien por ciento —coincidió Len. —Mira… No estoy seguro
exactamente de cómo va a terminar esto. Pero, ¿tienes algún amigo que puedas visitar fuera
de la ciudad durante una semana o dos? Hay, eh, alguna posibilidad de que sea lo que sea
esta cosa, seguirá volviendo al mismo lugar donde irrumpió antes. Sólo que… más grande,
la próxima vez.

Kat se quedó en silencio durante un largo momento. —¿Cuánto más grande? ¿Y qué tipo
de “cosa”?

R. A. Steffan | 60
Fae Renegado
Libro Uno

Len cerró los ojos y se apoyó contra la pared de ladrillos de la entrada. —Ese es el
problema. No tengo idea. No creo que nadie lo sepa. Es una especie de monstruo que se abrió
paso desde el reino Fae. No se supone que esté en la Tierra en absoluto.

Más silencio.

—¿Has notado cómo últimamente, cada nuevo desastre es peor que el anterior? —ella
preguntó.

Alguna vez, pensó él. —Sí, —dijo. —Estos últimos meses han sido una especie de
desastre lento. Sin embargo, ¿puedes alejarte de la ciudad por un tiempo?

—Después de esta conversación, digamos que me siento muy motivada, —le dijo. —Voy a
resolver algo.

Él asintió para sí mismo. —Bien.

—¿Qué hay de ti, sin embargo? —ella preguntó. —¿Necesitas algo? ¿Tienes dinero?

Len resopló. —Tanto como lo hago siempre. No… no te preocupes. Tengo algo de
efectivo y una tarjeta de crédito conmigo. Y en el peor de los casos, los vampiros son ricos,
¿verdad? Estoy seguro de que alguno de ellos puede prestarme unos cientos sin darse cuenta
de la pérdida.

—¿Leonides está contigo? —preguntó Kat.

—No, todavía está escondido en algún lugar con Vonnie y esos niños que fueron
secuestrados, —respondió Len. —Estoy con su nieta y su novio en este momento. No creo
que los hayas conocido, pero en su mayoría están bien… cuando no están ocupados
arrastrándome en medio de una situación loca como esta.

—Solo ten cuidado, —dijo Kat. —¿Estás aguantando bien?

—Para una definición dada. —No fue una mentira total. Si nada más, al menos sus
manos habían dejado de temblar.

—Bueno, mantenme informado. Espero no tener que decirte que estaba destrozada cuando me
di cuenta de que fue tu vecindario el que fue atacado.

—Te mantendré informado tanto como pueda, —prometió. —Pero hay diferentes
niveles de locura cuando se trata de estos tipos y sus tonterías, y no todos permiten llamadas
o mensajes de texto. Búscate un buen escondite que no esté en St. Louis, y pasa desapercibida
un rato, ¿de acuerdo? Dile a Gina y a cualquier otra persona que puedas contactar que haga
lo mismo.

—En eso —dijo en voz baja. —Gracias a Dios que estás bien, bebé. Hablamos pronto.

—Hablamos pronto, —estuvo de acuerdo. —Adiós Kat.

Terminó la llamada y dejó caer la cabeza contra la pared. El borde frenético de su


necesidad de drogarse se había ido, pero sabía muy bien que no sería capaz de pegar ojo

R. A. Steffan | 61
Fae Renegado
Libro Uno

mientras estuviera así. Después de discutir en silencio consigo mismo durante un minuto
completo, cedió e hizo una búsqueda telefónica de dispensarios de marihuana cercanos. El
más cercano estaba a más de cinco kilómetros de distancia. Podría haber contratado a otro
Uber para que lo llevara ahí, pero de alguna manera la perspectiva de pagarle a alguien para
que lo llevara a un lugar donde la marihuana sería más cara que comprarla en la calle lo
molestó.

Después de dudar de sí mismo por unos momentos, finalmente decidió que mientras
se estuviera escondiendo con un fugitivo Fae, no había una buena razón para registrar su
identificación en una farmacia de Chicago. Por supuesto, eso suponía que alguien estuviera
prestando atención a su rastro electrónico, y no era como si una persona suficientemente
motivada no pudiera rastrearlo a partir de sus registros de Uber. Pero… al demonio.

Volvió sobre sus pasos hasta la farmacia para comprar una caja de papel para
cigarrillos, un encendedor y un cilindro de gas pimienta del tamaño de un llavero, por si
acaso. Así armado, se adentró más en la ciudad hasta que encontró un lugar donde podía
conseguir un par de bolsas de diez centavos a bajo precio, sin desorden ni alboroto.

Cuando tuvo lo que necesitaba, llamó a un auto y consiguió que lo dejara en el mismo
camino de entrada del vecino del que había salido antes. Dado que Albigard le había abierto
las protecciones alrededor de la propiedad, no tuvo problemas para ver el sinuoso camino
de grava que conducía a la casa. La puerta estaba abierta, así que entró y dejó caer su mochila
de compras en su habitación prestada. Luego fue a buscar a los vampiros. Los encontró en la
cocina. Levantaron la vista de donde habían estado acurrucados en un improvisado consejo
de guerra con Albigard.

—Rans —dijo Len. —Necesito unas gotas de tu sangre.

El ceño de Rans se arrugó. —¿Estás lastimado?

Len agitó una mano hacia su rostro, una vez más decorado con joyas de metal. —Solo
en un sentido voluntario. Pero como arruinaste mis piercings en el hospital, puedes curarme
estos para que no me duela la próxima semana.

—Oh, gracias a Dios, —dijo Zorah. —Sin ofender, pero verte sin ellos me asustó un
poco. Aparentas diecinueve años.

—Tengo veintiocho años, —dijo. —Pero no lo golpees. Nadie se reirá de mi hermoso


rostro de bebé dentro de veinte años, ¿verdad? Asumiendo que todavía estaré vivo dentro
de dos décadas y no he sido devorado por un monstruo de la muerte Fae, obviamente.

Rans se pinchó un dedo índice en uno de sus colmillos sin hacer comentarios y se lo
tendió. Más allá de preocuparse por las apariencias en este punto, Len estabilizó su muñeca
con una mano y chupó la mancha roja de ella. Probablemente se complació demasiado en
mantener el contacto visual con Albigard mientras lo hacía, sólo para meterse con él.

En unos momentos, los agujeros en carne viva de su rostro comenzaron a picar,


sanando alrededor de las perforaciones con una velocidad milagrosa. —Impresionante.

R. A. Steffan | 62
Fae Renegado
Libro Uno

Gracias. Compré hierba mientras estaba en el centro, así que voy a salir y fumar lo suficiente
como para dejarme fuera por el resto de la noche.

El ceño de Zorah se arrugó. —Um… Len… deberías estar fumando marihuana


después, bueno…—Las palabras “después de pasar un tiempo en rehabilitación por una
adicción a las drogas” no fueron dichas, pero él las escuchó alto y claro.

—Definitivamente no, —dijo. —¿Cuál es tu punto?

—Deja que el pobre hombre se encienda, Zorah, —dijo Rans, siempre la voz confiable
del hedonismo. —Por si sirve de algo, Nigellus tiene la intención de estar de vuelta con uno
o más nuevos aliados para nosotros a media mañana. Debería haber café en uno de los
armarios si lo quieres cuando te levantes.

—Genial, —dijo Len, y los dejó solos.

En su habitación, sacó los papeles para cigarrillos y usó sus dedos para desmenuzar
suficiente hierba del callejón para un solo porro. La cosa era horrible como el infierno, lo que
le daba la esperanza de que le daría el golpe suficiente para ayudarlo a convertirse en uno
con su colchón por el resto de la noche. Después de agarrar el encendedor, volvió a bajar las
escaleras en busca de la puerta trasera y la noche tranquila más allá.

R. A. Steffan | 63
Fae Renegado
Libro Uno

Capítulo Diez
La puerta corrediza de vidrio en la parte trasera de la casa conducía a un agradable patio de
losas rodeado por un muro bajo de piedra. Len se sentó en la pared con una pierna levantada,
mirando un bosque que apenas podía ver en la oscuridad. El susurro de las ramas en la brisa
y el olor a agujas de pino se mezclaban con el ulular ocasional de un búho, aflojando un poco
la tensión que había estado tensando los músculos de sus hombros.

El fuerte humo de su porro liado a mano estaba empezando a deshacer sus enredados
pensamientos de una manera similar cuando la puerta del patio se abrió y cerró detrás de él,
chirriando un poco en su camino. Supuso, al principio, que Rans había venido a lanzarle
bromas ingeniosas o que Zorah había venido a expresar una preocupación adicional por el
estado de su adicción a las drogas. Esa suposición duró hasta que la inconfundible aura de
superioridad Fae lo golpeó.

No se dio la vuelta. —Para que quede claro, las únicas palabras que estoy dispuesto a
recibir de ti en este momento son “¿puedo tomar una calada?”

El suspiro de irritación fue apenas lo suficientemente fuerte para que los oídos
humanos lo registraran. La espinosa presencia de Albigard apareció a su lado un momento
después, de pie a dos cuidadosos pasos del muro bajo.

—¿Indica19 o sativa20? —el Fae preguntó en un tono monótono.

Len le lanzó una mirada de soslayo. Su piel pálida y los mechones sueltos de su largo
cabello platinado parecían emitir un débil resplandor a la luz de las estrellas.

—Los cultivadores de marihuana se centran en las cepas híbridas en estos días, —dijo.
—Sin embargo, el distribuidor prometió que ofrecería niveles épicos de bloqueo del sofá.
Basado en eso y en el pronunciado aroma de Eau de zorrillo, probablemente esté más cerca
del extremo indica del espectro.

—Muy bien, —respondió su compañero no deseado.

Len frunció el ceño. —Muy bien… ¿qué?

Albigard le dirigió una mirada normalmente reservada para niños y deficientes


mentales. —Muy bien, fumaré tu cannabis. —Extendió una mano imperiosa.

Len parpadeó, sin intentar entregarle el porro. —Espera. Retrocede un minuto. ¿Cómo
es que fumar marihuana no entra en la categoría de vicio humano degenerado y ofensivo?

Albigard le devolvió la mirada de perplejidad. —Consumir las hojas secas de una


planta común no constituye un vicio moral… aunque la inhalación de humo es ciertamente
un método de entrega algo desagradable. El cannabis es mejor en la comida.

Después de intentar sin éxito procesar esa declaración durante unos segundos, Len le
dio una mirada sospechosa al porro, preguntándose si era más fuerte de lo que parecía. Le
ardió inocentemente, así que volvió su atención a Albigard.

R. A. Steffan | 64
Fae Renegado
Libro Uno

—El vicio es más una cuestión de efectos de las hojas que de las hojas mismas. A menos
que… ¿la marihuana no afecte a los de tu especie?

El Fae seguía mirándolo con esa expresión de tú-estúpido-tonto. —No tendría mucho
sentido inhalar humo maloliente por sí mismo, humano.

Todavía sostenía su mano en demanda tácita. Len lo miró durante un largo momento,
luego le dio lentamente el porro, todavía medio convencido de que en realidad estaba mucho,
mucho más colocado de lo que se sentía actualmente. Albigard tomó el cilindro humeante de
forma irregular y se lo llevó a los labios, inhalando profundamente. La punta se encendió,
brillando de color naranja… y Len pudo ver que la articulación temblaba minuciosamente en
el agarre del Fae.

Él se lo devolvió. Len lo tomó y no comentó sobre el temblor. Albigard exhaló el humo


después de contenerlo durante varios segundos, mirando el bosque envuelto por la noche.
Se pasaron el porro de un lado a otro en silencio, fumándolo hasta dejarlo inservible. En ese
momento, Albigard dio media vuelta y se retiró a la casa sin decir una palabra. Len siguió
mirando con ojos adormilados la masa de árboles que apenas podía ver, hasta que la
repentina necesidad de acostarse en el patio de piedra y descansar un poco lo convenció de
que probablemente también debería entrar.

Navegando por la sensación leve, no desagradable, de que había un lapso de tiempo


entre el movimiento de su cuerpo y el registro del movimiento por parte de sus sentidos,
subió las escaleras hasta su habitación, donde se quitó los zapatos y se plantó boca abajo en
la cama. Un momento después, se dio cuenta con distante desinterés de que había dejado las
luces encendidas de nuevo. Pero… tener las luces encendidas había funcionado para
mantener a raya a los fantasmas más temprano ese día. Y levantarse de nuevo tenía un
atractivo extremadamente limitado. Atrapado en el sofá por la victoria, pensó. O bloqueado en la
cama, supongo.

En cualquier caso, felicitó mentalmente al traficante callejero por su honestidad en la


comercialización de la hierba, y se acomodó felizmente en el sueño meditativo y sin sentido
de los verdaderos drogados. No era reparador, particularmente… pero al menos estaba libre
de pesadillas, despierto o de otra manera.

******
Aparte de los ojos arenosos e inyectados en sangre y la boca seca, Len se sintió más o menos
humano cuando los sonidos de alguien moviéndose por las escaleras lo despertaron muchas
horas después. Sonaba como las idas y venidas normales de la mañana, por lo que se tomó
un minuto o dos para tratar de decidir si su recuerdo del Sr. Pozo negro de Desviación y
Corrupción fumando la mitad de su porro anoche había sido real, o un problema de hierba
y estrés, o una alucinación alimentada.

Parecía… real. En particular, el recuerdo del leve temblor en la mano del Fae cuando
se llevó el porro a los labios tenía una gran sensación de realidad al respecto. Eso sí, la parte

R. A. Steffan | 65
Fae Renegado
Libro Uno

en la que el bastardo arrogante había mantenido la boca cerrada durante quince minutos
completos sin pronunciar ningún insulto parecía un poco sospechosa. Después de pensarlo
un poco más, Len decidió fingir que todo el asunto nunca sucedió y seguir adelante.

Se cepilló los dientes y se duchó. Se cambió y se puso su ropa de segunda mano recién
comprada. Tuvo mucho cuidado al secarse el cabello y peinarlo en un fauxhawk agresivo. Su
reflejo miraba por el espejo, una vez más completamente reconocible como él.

Zorah y Rans estaban enfrascados en una conversación en la mesa de la cocina cuando


bajó las escaleras. Levantaron la vista cuando entró.

—Buenos días, —dijo Len. —Por favor, dime que no estabas bromeando sobre el café.

—Estoy informado de forma fiable de que el café no es un asunto de broma, —dijo


Rans. —Creo que está encima del fregadero.

—¿Te sientes un poco más tú mismo esta mañana? —preguntó Zorah mientras
rebuscaba en los gabinetes y encontró un tostado oscuro colombiano prometedor. —Extrañé
el fauxhawk casi tanto como extrañé los piercings.

—Si voy a enfrentarme a uno de los secuaces del Infierno hoy, prefiero hacerlo con un
producto para el cabello adecuado, —dijo, inspeccionando el estado de una cafetera de
prensa francesa maltratada que se colocó en una esquina de la encimera.

—Muy sabio, —dijo una nueva voz, profunda y resonante.

Len se dio la vuelta con una maldición sobresaltada, para encontrar al siervo infernal
en cuestión de pie frente a la ventana de la cocina con las manos entrelazadas detrás de la
espalda, mirando el paisaje boscoso más allá.

—Buenos días, Nigellus, —dijo Rans, en un tono que parecía casi agresivamente
neutral. —¿Dónde está nuestro nuevo aliado?

—En camino, —respondió el demonio, volviéndose hacia ellos. —¿Dónde está tu Fae?

—En comunión con los árboles, supongo, —dijo Zorah. —Ha estado un poco nervioso
últimamente.

—Comprensible, —admitió Nigellus.

Len logró controlar su atronador pulso, todavía poco acostumbrado a que la gente
apareciera inesperadamente.

—¿Café? —Preguntó, luego señaló a los vampiros. —Sé mejor que preguntarles a estos
dos.

—Sí, por favor, —respondió Nigellus, la imagen de la urbanidad suave. —Negro está
bien.

R. A. Steffan | 66
Fae Renegado
Libro Uno

Len encontró una cacerola y comenzó a calentar agua, aliviado de tener algo que hacer
con sus manos. Para cuando hubo medido los posos y el agua estaba a punto de hervir, llegó
Albigard. Apareció en la puerta con el ceño fruncido, apoyando una mano contra el marco.

—Oh, —dijo. —Has venido solo.

—Sólo por el momento, comandante de vuelo. —Nigellus le dio al Fae una perforación
una vez más. —Perdóname por jugar rápido y suelto con tus protecciones. Parecía más
discreto que llegar afuera.

Albigard soltó el marco de la puerta y entró con estudiada despreocupación. —Mi


antiguo título militar ya no tiene ninguna relevancia, —dijo. —En estos días, soy el
comandante de nada. —Él frunció el ceño. —Pero no deberías poder atravesar mis
protecciones como lo haces.

Rans resopló. —Estás olvidando. Me abriste las barreras y le vendí mi alma en el siglo
XVIII. Todo lo que tiene que hacer es seguir el rastro hasta donde yo esté. Unas pocas
protecciones insignificantes no se interpondrán en eso.

La expresión del Fae se agrió aún más. —Ah. Absolutamente.

Len estaba al tanto en términos generales del “trato con el diablo” de hace siglos de
Rans, que ahora también abarcaba a Zorah. Ella le había contado sobre eso una vez,
explicándolo como el precio por la supervivencia de Rans al final de la última gran guerra
entre los Demonios y los Fae. Era similar en algunos aspectos al dominio que Albigard tenía
sobre Zorah después de que ella, sin saberlo, aceptó un regalo de él… pero más vinculante.
Un demonio que poseyera tu alma podría atacarte en cualquier momento y desde cualquier
distancia, segando el poder contenido en tu fuerza vital.

Sin embargo, a diferencia de un hada, un demonio también puede optar por


devolverte el poder, curándote de heridas mortales y revirtiendo enfermedades fatales.
Alguien que estaba atado a un demonio era funcionalmente inmortal… siempre y cuando
esa persona permaneciera del lado bueno del demonio. Esta fue una buena noticia para Rans.
Con solo un pequeño puñado de vampiros que quedaban después de la guerra, Nigellus
estaba muy motivado para mantenerlo a él, y, por extensión, a Zorah, en una sola pieza.

Sin embargo, sinceramente… tratar de hacer un seguimiento de todos los lazos del
alma en este pequeño cuadro sobrenatural incestuoso fue suficiente para que a Len le doliera
la cabeza, por lo que se concentró en la pregunta más inmediata. —¿Quieres café? —
preguntó, señalando con la barbilla a Albigard.

El Fae le dirigió una mirada. —No. No es de mi gusto.

Len asintió y pasó al siguiente tema más inmediato. —Correcto, entonces. Próxima
pregunta. Sin ofender, pero ¿qué diablos llevas puesto?

Albigard se miró a sí mismo sin comprender, luego volvió a levantarse. —Ropa.

R. A. Steffan | 67
Fae Renegado
Libro Uno

Ya no vestía una camisa abotonada y pantalones de lana sin nada especial, el Fae ahora
usaba pantalones de cuero ajustados metidos en desgastadas botas de piel de ante hasta la
rodilla. Su camisa era de algodón o lino sin blanquear, algo holgado y natural, fruncido en
las muñecas y atado con cordones en el cuello ancho. Los tatuajes asomaban por encima de
la parte superior, formas orgánicas negras retorciéndose y aferrándose a sus clavículas como
raíces de árboles al revés.

Lo más sorprendente es que había abandonado el sutil glamour que lo hacía parecer
humano. Intrincadas trenzas mantenían las ondas de su pálido cabello dorado hacia atrás de
su rostro, revelando unas cejas barridas de un color marrón dorado más oscuro, junto con las
delicadas puntas de sus orejas.

—Pareces un extra que escapó del set de El Hobbit, —observó Len.

En la mesa, Zorah resopló sin elegancia y trató de disimularlo con una tos. Como ella
era un vampiro y no necesitaba respirar, no fue un acto muy convincente.

Los ojos del tono exacto de los frondosos bosques del exterior se posaron en Len y se
mantuvieron firmes. —Tienes el pelo azul y agujeros en la cara. Tal vez deberíamos estar de
acuerdo en no emitir un juicio basado en la apariencia.

—Tal vez deberíamos cambiar nuestro enfoque al asunto en cuestión, —reprendió el


demonio que estaba parado en la ventana.

Len vertió agua caliente en la prensa de café para que se remojara y miró el viejo reloj
analógico que colgaba de la pared para marcar los cuatro minutos. —Sí, sobre eso, —dijo. —
¿Creen que podrán arreglar esto antes de que muera más gente?

El silencio que saludó la pregunta no era exactamente lo que uno llamaría prometedor.

—Es algo así como una situación sin precedentes, —dijo Nigellus al fin.

—Si las autoridades tienen la sensación de que Dios le dio una bala, evacuarán un área
más amplia alrededor de la zona muerta, —dijo Zorah, sonando insegura.

Rans se movió en su asiento. —¿Cuánto tiempo antes de que los otros Unseelie aquí
en la Tierra se den cuenta de lo que está pasando, Alby?

—No mucho, —respondió Albigard. —Aunque si la Cacería realmente se ha soltado


de la correa, no tendrán más poder para controlarla que yo. Los Fae son impotentes contra
ella. Ese siempre ha sido más bien el punto de la maldita cosa.

—Su declaración es casi precisa, —dijo Nigellus, —pero no completamente exacta.

Albigard miró fijamente al demonio. Len apretó el émbolo de la prensa francesa y


sirvió dos humeantes tazas de café solo. Los recogió a ambos y cruzó la habitación,
entregándole uno a Nigellus, quien lo tomó con un gesto de reconocimiento. Retirándose a
una silla vacía en la mesa, Len tomó un sorbo del líquido amargo e hirviendo y esperó a ver
si alguien iba a ampliar esa declaración bastante críptica.

R. A. Steffan | 68
Fae Renegado
Libro Uno

Cuando no lo hicieron, dejó su taza. —¿Alguien quiere dividir eso en palabras de una
sílaba para el humano despistado?

Un ruido extraño interrumpió cualquier respuesta que Nigellus pudiera haberle dado.
Provenía de la dirección de la puerta principal, un sonido como el de las uñas arañando la
madera. La cabeza de Albigard giró rápidamente, con el ceño fruncido de alarma cruzando
su rostro. Los dos vampiros se levantaron de sus sillas, también con expresiones de cautelosa
sorpresa. Nigellus solo levantó una ceja.

—Ah, —dijo. —Parece que nuestro invitado ha llegado. ¿Quizás a alguien le


importaría abrir la puerta?

El rascado vino de nuevo, un poco más insistente esta vez. Albigard envió a Nigellus
una mirada sombría. —Esto requerirá una explicación, demonio.

Len tomó un sorbo de café y miró a los demás. —¿Supongo que alguien me hará saber
si necesito estar preparado para morir horriblemente en los próximos minutos? —preguntó.
—Porque hasta que tome otra taza de café, no estoy lo suficientemente despierto para lidiar
con este tipo de situaciones.

—Es poco probable que tu horrible muerte sea inminente, —soltó Albigard, y fue a
abrir la puerta.

Unos momentos después, volvió a entrar, seguido de…

—Correcto, —dijo Len lentamente. —Un gato. Eso es… tan al azar.

R. A. Steffan | 69
Fae Renegado
Libro Uno

Capítulo Once
El gato era grande y negro, con ojos verdes rasgados y un diamante de pelaje blanco en el
pecho. Trotó hasta la cocina pisándole los talones a Albigard, con la cola en alto, actuando
como si fuera el dueño del lugar.

—Oh…—La suave exclamación de Zorah rompió el silencio. —Por supuesto.

Rans le lanzó a Nigellus una mirada llena de obvia especulación. —Mmm. Un contacto
que podría ser capaz de ayudar, ¿eh? Más y más curioso.

—Las necesidades deben…—comenzó Nigellus.

—¿Cuando el diablo conduce? —Rans terminó. —Qué interesante giro de la frase.

Len levantó un dedo, como quien pide la palabra en una reunión. —¿Nuestro nuevo
aliado en la lucha contra un monstruo mortal arrasador de otra dimensión es un gato
doméstico? Porque si es así, me equivoqué antes. Voy a necesitar algo muchísimo más fuerte
que el café para esto.

El espacio alrededor del gato se retorció y una figura humana se quedó donde había
estado. Len parpadeó. No, no una figura humana. La forma ágil y andrógina vestía de
manera similar a Albigard, con la adición de un chaleco de piel de ante aterciopelado teñido
de verde bosque. Más revelador, él o ella tenía orejas puntiagudas que se veían debajo de
una prolija melena de cabello oscuro.

—Oh, —dijo, haciéndose eco de la exclamación anterior de Zorah.

Las cejas del pequeño Fae se juntaron, mientras miraba a Len con curiosidad. —¿Por
qué has involucrado a un humano en este asunto? —La voz del recién llegado era aguda, casi
infantil.

—Él puede ser de utilidad para nosotros, —dijo Nigellus.

A Len no le gustaron mucho las implicaciones de eso, pero lo guardó para más tarde
con el resto de las preguntas que quería que respondieran.

Zorah se aclaró la garganta. —Len, este es el gato-sidhe. Ellos, eh, nos ayudaron antes
en algunos aprietos… aunque no me di cuenta de que conocían a Nigellus.

Al tomar nota de los pronombres de género neutro, Len levantó la cabeza a modo de
saludo. —Hey. Encantado de conocerte… suponiendo que no tengas planes de influir en mi
mente, matarme o destruir mi planeta, de todos modos. ¿Quieres un poco de café?

La nariz de la persona-gato se arrugó. —No quiero café.

—Los sidhe son otro tipo de Fae, —dijo Rans. —Separado de Seelie y Unseelie. —Su
mirada se volvió bastante deliberadamente hacia Nigellus. —Por lo general, no tienen mucho
contacto con los extraños.

R. A. Steffan | 70
Fae Renegado
Libro Uno

—De hecho, —respondió Nigellus, esquivando cuidadosamente la pregunta implícita.


—Se me ocurrió que los sidhe podrían ofrecer una perspectiva única sobre nuestra situación
actual.

Aunque era consciente de la ironía inherente a la idea, Len no pudo evitar notar que
Albigard parecía un gato de cola larga en una habitación llena de mecedoras. La razón de su
enfado se hizo evidente un momento después, cuando cruzó los brazos y se dirigió al gato-
sidhe.

—Esta casa está protegida. Aunque uno no lo sabría por las intrusiones de esta mañana.
—Un músculo en la esquina de su mandíbula saltó. —¿Mi magia de repente se ha vuelto tan
débil?

—Tus protecciones son adecuadas, leanbh21, —dijo el pequeño Fae. —Como bien sabes.
Pero todavía no son nada para mí.

—La Cacería Salvaje, —dijo Rans, llevando la conversación de vuelta al punto. —


Supongo que Nigellus ya te puso al tanto. ¿Qué podemos hacer al respecto? ¿Lo que sea?

El gato-sidhe reflexionó sobre la pregunta durante unos momentos, deambulando por


la resonante cocina y deteniéndose para examinar artículos al azar con aparente fascinación.
—El reino Fae de Dhuinne está enfermo, —dijeron distraídamente. —Ya lo sabes, vampiro.
Su magia está desequilibrada. Esta es simplemente la manifestación más reciente de esa
enfermedad.

—Esa no es realmente una respuesta, —señaló Rans.

La figura parecida a un duendecillo se volvió hacia él. —Como este Unseelie sin duda
ya te ha dicho, en su caso, la Cacería pretendía ser una sentencia de exilio, más que una de
ejecución. Se tuvo que ver a la Corte para tomar acción en su contra después de sus muchas
infracciones, pero es demasiado valioso para matarlo de inmediato.

—¿De verdad? ¿Qué tiene de valioso él? —Len no pudo evitar preguntar.

—Mi familia cría mellizos, —dijo Albigard con los dientes apretados.

—Un atributo inusual entre los Fae, —estuvo de acuerdo el gato-sidhe. —Y uno que
es muy buscado.

—Nos estamos desviando del punto otra vez, —intervino Rans.

El gato-sidhe hizo un vago gesto de acuerdo. —El punto es que los pilares
fundamentales de Dhuinne se están desmoronando. El desequilibrio mágico se está
desbordando, afectando a los otros reinos.

Zorah parecía preocupada. —Cuando estuvimos en Dhuinne el año pasado, la vida


vegetal estaba completamente fuera de control. Era como una jungla, pero también se estaba
apoderando de las ciudades, no solo de los lugares salvajes. ¿Es eso lo que quieres decir?

—Ese es otro síntoma, sí, —contestó plácidamente el gato-sidhe.

R. A. Steffan | 71
Fae Renegado
Libro Uno

—Todo esto todavía no me dice si puedes ayudar a evitar que esta cosa se coma mi
ciudad, —dijo Len. —Porque, no voy a mentir, aquí, la respuesta a esa pregunta es un gran
problema desde donde estoy sentado.

El andrógino Fae se encontró con los ojos de Len con una mirada que sostenía el peso
de las edades, y se estremeció a su pesar.

—Si no podemos cauterizar la brecha entre los reinos y evitar que la Cacería Salvaje
rasgue nuevos agujeros en el velo, no habrá una sola ciudad en juego. La vida en el reino
humano muere con demasiada facilidad. A medida que se vuelve más fuerte, la Cacería
transformará la Tierra en un espejo de Dhuinne, un reino con la vida multiplicándose fuera
de control… el otro con la muerte arrastrándose por la tierra hasta que se traga todo a su
paso.

El silencio cayó sobre la habitación como un manto mortuorio.

Fue Nigellus quien la rompió, el único presente sin un interés directo en la respuesta,
ya que no era su hogar el que estaba siendo amenazado. —Tu uso del término “cauterizado”.
¿Es literal o metafórico?

El gato-sidhe parecía pensativo. —Ambos, tal vez. Tendré que viajar a esta brecha en
el velo y sentirlo por mí mismo, luego hablar con otros cuyas habilidades pueden ser útiles
en nuestro esfuerzo.

—Haz eso. —El tono de Albigard era helado. —Y siéntete libre de entrar cuando
regreses.

Con ese disparo de despedida, se dio la vuelta y salió de la habitación. Len discutió
consigo mismo en silencio por un momento antes de terminar el resto de su café y levantarse
para seguirlo. La cortesía dictaba que dijera algo a los demás antes de salir en su persecución.
No se molestó. Dos de las personas en la habitación apenas lo registraron como un ser
consciente. Los otros dos lo habían arrastrado a este lío en primer lugar, por lo que le debían
un poco de holgura.

Len no estaba seguro de querer realmente las respuestas a algunas de las preguntas
que tenía para Albigard, pero sabía, en el fondo, que esas preguntas debían hacerse. Tuvo
que trotar para alcanzar al imbécil, lo que solo logró irritarlo más. El Fae se dirigía hacia la
parte trasera de la casa, probablemente con la esperanza de escapar al aire libre de nuevo.

Len apretó la mandíbula y lo agarró por el brazo para hacerlo girar, medio esperando
que la magia lo volase por los aires para solucionar sus problemas, o tal vez que lo convirtiera
en una rana o algo así. Albigard gruñó irritado y sacudió su brazo para liberarlo, mirando a
Len con una expresión que decía que las transformaciones de rana definitivamente estaban
sobre la mesa.

—Antes de que te vayas, me debes algunas respuestas, —le dijo Len. —¿De qué
demonios estabas hablando ayer? Fuera del personaje ocasional de los videojuegos, no soy y
nunca he sido un puto nigromante. Eso ni siquiera es algo real.

R. A. Steffan | 72
Fae Renegado
Libro Uno

El Fae dejó escapar un siseo que habría enorgullecido al gato-sidhe. Len no podría
haber dicho qué tipo de respuesta esperaba, pero definitivamente no fue para que un agarre
como el hierro se cerrara sobre su hombro y lo arrastrara a través de la puerta más cercana
en el pasillo, cerrándola detrás de ellos por el simple recurso de golpear la espalda de Len
contra la puerta desde adentro.

La habitación estaba oscura, sin ventanas y diminuta, recordando el armario del


conserje de una escuela. Apestaba con el olor de productos de limpieza. Un resplandor
espeluznante se formó alrededor de la mano de Albigard, y Len se preparó para la inminente
transformación anfibia. En cambio, el aire que los rodeaba se amortiguó, bloqueando todo el
ruido del exterior y amortiguando el sonido de su propia respiración áspera.

El brillo se desvaneció y la misma mano se enredó en la tela de la pechera de Len,


manteniéndolo inmovilizado contra la puerta. Sopesó brevemente la idea de darle un
puñetazo en la mandíbula al Fae como lo había hecho después de su primer encuentro hace
varios meses, pero por un lado, no podía ver una maldita cosa en esta pequeña habitación
mal ventilada, y por otro, estaba honestamente un poco curioso acerca de lo que sea que
había precipitado la reacción violenta del Fae.

—A menos que desees terminar tan muerto como el maldito poder del que extraes, —
gruñó Albigard, —no hables de esos asuntos en presencia de otros Fae.

Me tomó un momento desenredar las palabras… una hazaña que no fue ayudada por
tener el imbécil en su cara de esta manera.

—¿Te refieres a la nigromancia? —preguntó. —Hombre. Tú eres el que lo trajo a


colación. Todavía tengo literalmente cero idea de lo que estás hablando.

Una luz pálida en el rabillo del ojo atrajo la mirada de Len hacia Yussef, de pie junto
al hombro de Albigard. Los labios del fantasma se movieron en silencio.

Mentiroso, decía.

El corazón de Len pateó contra sus costillas. Cerró los ojos con fuerza, negándose a
reconocer la presencia del espectro. Cuando volvió a abrirlos, Yussef ya no estaba. Levantó
los brazos y empujó al Fae un paso hacia atrás, casi sorprendido cuando Albigard permitió
que lo movieran.

—Mira —dijo, buscando cualquier cosa que distrajera su mente del hilo helado de
temor que le recorría la espalda, —odio preguntar, ya que sé que todos los humanos son
intrínsecamente repulsivos para ti. Pero, ¿qué estamos haciendo parados literalmente en tu
armario? Espero que te des cuenta de lo difícil que es para mí no tomar esto como una
metáfora.

La púa pasó justo por encima de la cabeza de Albigard. —Es más simple lanzar un
hechizo silenciador en un área cerrada. —Una vez más, una luz brillante jugó alrededor de
los dedos del Fae, pero esta vez flotó hacia arriba, formando una bola que arrojó una luz
dorada en la pequeña habitación llena de cajas de almacenamiento, trapeadores y botellas de

R. A. Steffan | 73
Fae Renegado
Libro Uno

plástico de limpiador. —Los Fae desaprueban la magia de sangre, el arma de nuestros


enemigos. Pero aborrecen la magia de la muerte. Hablar de tales cosas en presencia de
nuestro visitante es cortejar tu propia destrucción.

Len lo miró fijamente. —No les gusta la magia de la muerte… ¿así que matan a las
personas que hablan de eso? Eso parece… contraproducente, de alguna manera.

—Matan a las personas que lo poseen, —aclaró Albigard.

—En realidad, creo que hipócrita es la palabra que estoy buscando. —Len negó con la
cabeza, tratando de concentrarse. —Si estás en contra de las cosas relacionadas con la muerte,
hacer que más personas mueran suena como si estuvieras contribuyendo al problema, no
solucionándolo.

Podía sentir las gotas de sudor pegajoso formándose en su frente, las semillas del
pánico irracional germinando en su pecho a pesar de sus intentos de distracción a través de
la diarrea verbal.

—Cuando un lobo comienza a masacrar al rebaño, uno no le da palmaditas en la


cabeza y le arroja más ovejas, —dijo Albigard. —Los nigromantes se alimentan de la muerte
de aquellos más débiles que ellos. Y el hedor de las almas podridas te envuelve como
almizcle.

Len había dado un paso adelante cuando apartó al Fae de él. Ante esas palabras, sus
hombros golpearon contra la puerta de nuevo mientras tropezaba hacia atrás. Su corazón se
aceleró con un latido filiforme de pánico mientras más figuras pálidas se movían en las
sombras detrás de Albigard, medio vistas y desenfocadas.

—Yo era un técnico de emergencias médicas, —se obligó a decir. —Un conductor de
ambulancia. Tienes el extremo equivocado del palo. He visto la muerte, eso es verdad. Mucha
muerte. Pero estaba tratando de salvarlos. Era mi trabajo evitar que murieran.

Los ojos de Albigard se clavaron en él.

No me salvaste. Yussef estaba de regreso, sus labios se movían en silencio. La familiar


y temida banda de acero se apretó alrededor del pecho de Len.

—Maldita sea. —Forzó las palabras con pulmones que no querían trabajar, tratando
desesperadamente de no mirar a los fantasmas que se multiplicaban a su alrededor, llenando
el estrecho espacio. —Estoy atormentado por el recuerdo de cada una de las personas que no
pude salvar, imbécil. Todos. Y cada. Uno.

R. A. Steffan | 74
Fae Renegado
Libro Uno

Capítulo Doce
La voz de Len sonaba entrecortada y débil para sus propios oídos. Manchas grises florecieron
en los bordes de su visión mientras su traidor pecho intentaba y fallaba en tomar aire. Sus
dedos se curvaron en garras, las uñas se clavaron en la madera de su espalda… y esto
realmente estaba pasando, ¿no? Estaba a punto de tener un puto colapso en toda regla frente
al arrogante bastardo Fae que ya lo había visto en su peor momento, y que sabía mucho más
sobre el interior de la cabeza de Len de lo que nadie merecía.

—Maldición —jadeó, luchando por mantener las rodillas trabadas para no deslizarse
por la puerta y terminar hecho un bulto a los pies del bastardo.

Una mano agarró su barbilla. El agarre no fue suave. Los ojos de Len se abrieron de
sorpresa. No se había dado cuenta de que los había cerrado. Una mirada dura apareció en su
visión vacilante mientras luchaba por llevar oxígeno a sus pulmones congelados, ojos verdes
en un rostro esculpido por un maestro artista. Len trató de enfocarse en ese rostro, pero unas
figuras pálidas y familiares se apiñaban detrás del Fae, horribles heridas marcadas en la
cálida luz emitida por la bola mágica de iluminación que se cernía sobre su cabeza. El olor
de su sangre lo asaltó. O tal vez era su propia sangre, se había mordido el interior de la mejilla
sin siquiera darse cuenta hasta ese momento.

Las cejas de Albigard se torcieron y se formó un surco entre ellas. Miró por encima del
hombro, siguiendo la dirección de la atención de Len. —Atormentado. Lo dices literalmente.
—Pareció debatir consigo mismo durante un largo momento antes de que su expresión se
calmara. —Muy bien… pero ten en cuenta que esta vez no permitiré que me golpees.

El horrible sonido sibilante del aire que intentaba y fallaba en entrar en sus pulmones
paralizados resonaba en los oídos de Len. Sonaba extrañamente monótono en la sofocante
atmósfera dentro de las protecciones silenciadoras del Fae. Miró a Albigard sin comprender,
aferrándose a la visión de los ojos verdes. Un aura invisible se desplegó en el espacio cerrado
como las alas de un pájaro, rodando sobre Len y dejando fuera todo excepto el rostro frente
a él.

—Deseas complacerme, ¿no es así? —Preguntó Albigard, su tono se volvió


extrañamente tranquilizador. —Me agradaría que dejaras de lado tus miedos y respiraras
ahora, profunda y lentamente. Estoy aquí, humano, todo está bien.

La banda que aplastaba las costillas de Len se rompió, el aire inundó sus pulmones
con un sonido sospechosamente cercano a un sollozo. A su alrededor, los espectros se
desvanecieron hasta desaparecer, llevándose su miedo con ellos. Len se hundió en reacción,
sabiendo en lo más profundo de su alma que ya no estaba solo en la oscuridad, rodeado de
fantasmas.

Todo estuvo bien. Estaba bajo la protección de un ser poderoso y benévolo, y todo lo
que tenía que hacer era lo que se le pidiera. La sensación de alivio lo golpeó de golpe,

R. A. Steffan | 75
Fae Renegado
Libro Uno

dejándolo mareado y aturdido. La adoración inundó su corazón por esta exquisita criatura
que le había quitado el miedo.

Él era impresionante. Él era increíble. Len amaba…

La realidad y la autoconciencia regresaron arremolinándose en el espacio entre un


latido y el siguiente. Con un grito ahogado, Len empujó el pecho del Fae, esquivando su
agarre al mismo tiempo. Sus piernas no querían seguir sus órdenes, por lo que terminó
tropezando y cayendo en una pila de cajas en la parte trasera de la sala de almacenamiento.
Luchó para salir de la pila de cartón derrumbada y se puso de pie tambaleándose, jadeando,
poniendo el mayor espacio posible entre él y el Fae en la pequeña habitación.

—Algo así como un progreso, supongo —dijo Albigard secamente, observando a Len
como quien observa a un impredecible animal salvaje. —Si uno de nosotros va a terminar
magullado, prefiero que seas tú esta vez.

Len lo miró fijamente, el pecho subiendo y bajando a un ritmo rápido, sus


pensamientos estaban atascados bajo la misma débil sensación de retraso neurológico que
cuando se había vuelto loco la noche anterior.

—Aun así, —continuó el Fae. —Esta propensión tuya a sacudirte mi influencia con
tanta facilidad sigue siendo desconcertante.

Len tragó y se lamió los labios, tratando de recuperar la humedad en su boca. —


¿Desconcertante? Eso es… una palabra para eso, —dijo con cautela. Miró alrededor de la
habitación, temiendo lo que podría ver escondido en las esquinas, pero ninguna forma
brillante se quedó en las sombras. Ninguna banda sofocante de pánico contrajo sus
pulmones. Se sentía dolorido por la tensión que había mantenido en sus músculos mientras
su cuerpo luchaba contra su psique. Por no hablar de su caída sin gracia contra las cajas.

La ira familiar reemplazó al terror anterior, burbujeando a lo largo de sus nervios. El


conocimiento de que su mente había sido torcida por la voluntad de otro sin su
consentimiento luchó con la patética gratitud por haber sido sacudido libre de su ataque de
pánico… de sus fantasmas. Se tragó la maraña de emociones a favor de extraer algunas de
esas respuestas que de mala gana había venido a buscar aquí.

—La primera vez que lo intentaste, —comenzó, —los demás parecían pensar que
podía quitarte de encima porque estaba tan alto como una cometa. Pero a menos que el
subidón de cafeína de una taza de café tenga el mismo efecto que inhalar una línea de cocaína,
obviamente esa no fue la razón.

—No, —dijo el Fae. —No era.

Claramente, continuar esta conversación iba a ser tan fácil como sacar un diente. —
Entonces, ¿cuál fue la razón? —Presionó.

Albigard vaciló.

R. A. Steffan | 76
Fae Renegado
Libro Uno

—La magia de los Faes es mínimamente efectiva contra los vampiros, razón por la cual
los demonios reclutaron chupasangres para luchar por ellos en la última guerra. Su forma de
magia está en desacuerdo con la nuestra. Tienden a absorber la fuerza vital en lugar de
emitirla.

—No soy un vampiro, —señaló Len.

—Eres un nigromante. Absorbes la fuerza vital de los moribundos, en lugar de la


sangre.

El ritmo cardíaco de Len se aceleró de nuevo, pero esta vez sin el asfixiante borde del
pánico. —Te dije. Yo realmente no he visto más muertes de las que me corresponde, es
verdad. Pero nunca me he sentido… poderoso, o lo que sea, cuando alguien muere bajo mis
manos. Más o menos lo contrario, de hecho.

Albigard lo examinó durante un largo momento. —Háblame de los muertos que te


persiguen.

Cada pedacito de energía salió del cuerpo de Len. Se deslizó hacia abajo para sentarse
contra la pared después de todo, frotándose los ojos con fuerza. Sus pestañas estaban
mojadas, maldita sea. Las lágrimas brotaron en algún momento, ya sea durante su colapso
épico, o cuando se sintió abrumado por una puta adoración falsa por el bastardo frente a él.

Cuando habló, las palabras surgieron en un tono monótono.

—Había sido conductor de ambulancia durante aproximadamente dos años cuando


mi pareja y yo recibimos una llamada por un accidente de un solo vehículo. Era un amigo
mío. Su coche chocó contra un árbol. Murió a causa de sus heridas mientras trabajábamos en
él, aunque su corazón aún latía y lo teníamos con ventilación manual. —Tomó un respiro
profundo. —Mientras lo llevábamos a la ambulancia, vi un destello de luz con el rabillo del
ojo y me giré para mirar. Estaba sentado en el árbol sobre el coche destrozado, mirándome
con el cuello roto y las costillas hundidas. O, más bien, su fantasma lo estaba.

Albigard se movió hacia atrás para apoyarse en la pared opuesta, con los brazos
cruzados, mirándolo. —Los fantasmas no existen. No en el sentido al que te refieres.

—Sí, obtuve esa parte, gracias, —espetó Len. —Fue una alucinación, ¿de acuerdo? Lo
entiendo. Estuve al límite por un tiempo, solo por la naturaleza del trabajo. Esa noche, me
quebré. Cuando salí del hospital, comencé a alucinar con otros pacientes que también había
perdido… acechando en las sombras, mirándome acusadoramente con sus horribles heridas
y sus ojos muertos. Tuve un colapso. Salí del trabajo y desaparecí en una madriguera de
drogas. Me tomó meses salir, momento en el cual estaba sin hogar y básicamente
desempleado.

Albigard asintió lentamente, su expresión especulativa.

Aparentemente, la boca de Len había decidido seguir corriendo sin su permiso, ahora
que estaba en racha. Era extraño, con la excepción de Kat y un par de sus terapeutas en

R. A. Steffan | 77
Fae Renegado
Libro Uno

rehabilitación, nunca le contó la historia completa a nadie. Si alguien hubiera tratado de


convencerlo de que se lo contaría a este imbécil, se habría reído en su cara. Sin embargo, las
palabras aún venían.

—Tuve que hacer algunas cosas bastante incompletas para juntar suficiente dinero
para un boleto de autobús, pero finalmente acabé en St. Louis, —continuó. —Encontré un
restaurante que estaba lo suficientemente desesperado como para contratarme como
lavaplatos y me abrí camino hasta convertirme en cocinero de línea. La vida mejoró por un
tiempo. Pero los fantasmas, las alucinaciones, aún regresan cada vez que las cosas se ponen
difíciles. Soñé con ellos… y cuando me despierto y enciendo la luz, todavía están ahí.

—No son alucinaciones.

Menos mal que Len ya estaba sentado. Un escalofrío lo recorrió, dejando sus brazos y
piernas temblando a su paso. —Me acabas de decir que los fantasmas no son reales, —logró
decir con voz ronca.

Albigard enarcó una ceja. —De hecho, no lo son. Sin embargo, pensé que te
complacería saber que no estás clínicamente loco.

La mandíbula de Len se movió en silencio mientras trataba de reunir palabras. —


¿Crees que prefiero creer que mi amigo Yussef… que todas esas personas… están atrapadas
en algún tipo de muerte en vida?

El Fae lo miraba como si fuera una fascinante especie de insecto recién descubierta. —
No son personas. Esa parte de su interpretación visual es simplemente el intento de la mente
humana de dar sentido a algo más allá de su experiencia, nada más.

Len lo miró fijamente, exasperado. —Así que estoy alucinando. Decídete, maldita sea.

Pero Albigard agitó las palabras con irritación. —Los cerebros humanos están
programados para llenar los vacíos de información. Hacerlo no es una forma de patología.
No más que cualquier otro comportamiento humano, al menos.

—Caramba. Gracias, —dijo Len, tono plano.

—Lo que es tan fascinante es que parece que nunca has participado de la muerte que
atraes. Eso realmente es bastante extraordinario.

—Todavía no tengo ni idea de lo que estás tratando de decir, —le dijo Len. —¿Los
fantasmas no son reales… pero mis fantasmas son reales?

Albigard se apartó de la pared. La habitación era demasiado pequeña para que


pudiera pasearse, pero emanaba una repentina energía nerviosa. —Como dije, no son
fantasmas. Estás rodeado por la fuerza vital, el animus, derramado por aquellos que han
muerto en tu presencia. Se aferra a ti como el humo, y tu mente intenta catalogarlo
mostrándote el recuerdo de su origen. pero no lo has consumido.

R. A. Steffan | 78
Fae Renegado
Libro Uno

¿Consumirlos cómo? Quería preguntar, pero las palabras sabían a podrido en su boca.
¿Qué diablos significa eso?

—¿Y este… animus? ¿Es por eso que “apesto a muerte” para ti? —Preguntó en su
lugar.

El Fae lo miró fijamente. —Aparentemente sí.

El agotamiento lo arrastraba, haciéndolo desear haberse quedado en la maldita cocina


con su café. —¿Qué, exactamente, se supone que debo hacer con todo eso? Jesucristo. No
tengo intención de deleitarme de alguna manera con el poder de la muerte. Tampoco tengo
ningún deseo de volverme loco por completo y terminar comprometiéndome. Por un lado,
la comida en los hospitales psiquiátricos es horrible.

Albigard siguió estudiándolo con desconcertante intensidad. —No eres lo que supuse
originalmente.

—Vete al infierno, —le dijo Len. —No, espera. Responde mi pregunta primero.
Entonces puedes irte al infierno. ¿Qué esperas que haga con esta información?

El Fae inclinó la cabeza, considerando. —Una pregunta interesante. Parece que antes
de la llegada de la Cacería, habías logrado una especie de equilibrio, ¿no?

—Supongo que he estado lidiando con eso, —admitió Len. —Aunque sería mucho
más fácil si mis amigos no estuvieran constantemente saltando al peligro mortal. —El pauso.
—Cuando digo amigos, no me refiero a ti, obviamente. Siéntete libre de saltar donde tu
corazón te guíe.

Albigard ignoró el pinchazo. —Entonces, suponiendo que el planeta no sea destruido


por la oscuridad que escapa de Dhuinne, deberías poder recuperar ese mismo equilibrio una
vez que pase la crisis actual.

—Genial, —dijo Len. —¿Alguien ha mencionado que apestas en las charlas de ánimo?

—Los Fae no pueden mentir, —le recordó Albigard.

Len cerró los ojos. —Correcto. Entonces, en ese caso, puedes decírmelo directamente.
Estas visiones. Estas cosas del animus. ¿Las personas que murieron y quedaron atrapadas en
mi órbita tienen alguna conciencia de sí mismos? ¿Están atrapados conmigo de alguna
manera, en lugar de… ir a donde normalmente irían?

Una vez más, Albigard pareció desconcertado por la pregunta. —Animus… no es


sensible. Es energía. Una fuente de poder, nada más. Puede que conserve la huella dactilar
de su fuente, por así decirlo, pero el animus no es un ser.

—¿Entonces no están sufriendo? —Len presionó.

El Fae vaciló, como si eligiera sus palabras. —Están muertos. Si hay justicia en el
universo, su sufrimiento terminó en el mismo momento en que terminaron sus vidas.

R. A. Steffan | 79
Fae Renegado
Libro Uno

Por un largo momento, Len dejó que esas palabras penetraran en él. Luego, asintió. —
No sabes más sobre lo que sucede después de la muerte que el resto de nosotros, ¿verdad?

Al principio, no pensó que el otro contestaría.

Entonces el Fae respiró hondo. —La visión humana de la muerte ha sido moldeada
por milenios de propaganda religiosa, gran parte de ella originada por mi propia gente. No
hace falta decir que los malvados no viajan al Infierno para ser atormentados por la
eternidad. Si ese fuera el caso, los demonios habrían sido expulsados de su propio reino hace
mucho tiempo, dada la inclinación de la humanidad por el mal.

—Agradable, —observó Len.

—Nadie ha tenido noticias de los ángeles en eones, —continuó Albigard, ignorando


la interrupción. —No hay razón para pensar que el Cielo tiene más relevancia para el más
allá que el Infierno.

—¿Y qué hay de los Fae? —Preguntó. —¿Qué piensan?

De nuevo, esa vacilación antes de contestar.

—A los niños Fae se les enseña que si son buenos, regresan a la Madre Dhuinne, la
fuerza que ha nutrido a nuestra especie desde tiempos inmemoriales. Y si son malos…

—La Cacería se los lleva y arroja sus almas al Vacío Infinito, —se dio cuenta Len,
recordando la expresión de horror existencial en el rostro de su compañero después de haber
huido de la criatura en St. Louis. —Maldición.

Albigard hizo un gesto de impaciencia con una mano. —Totalmente.

—Pero tú no crees eso, —continuó Len. O al menos, estaba seguro de que Albigard no
quería creer eso. Y, realmente, ¿quién podría culpar al tipo dadas las circunstancias?

—Es pura especulación, —dijo el Fae. —¿Cómo podría ser otra cosa? No es como si
uno pudiera verificar e informar después.

—Sin mencionar que es un método bastante transparente de ingeniería social, —


señaló Len. —Debería saberlo, pasé años escuchando que sufriría por toda la eternidad en
un lago de fuego y ácido si no dejaba de ser gay.

—¿Funcionó? —Preguntó Albigard.

—No, —le dijo Len. —De hecho, probablemente debería advertir a Nigellus que
prepare un lago ardiente para mí por si acaso, ya que odiaría que el Infierno no esté
preparado. Y para ser claro, todo lo que digo es que tu historia suena más o menos como el
mismo montón de basura, “actúa como queremos que lo hagas, o la Cacería Salvaje te
comerá”.

—Pequeño consuelo, —dijo Albigard con un toque de amargura, —ya que cualquiera
que sea capturado por la Cacería sigue igual de muerto.

R. A. Steffan | 80
Fae Renegado
Libro Uno

—Personalmente, olvidaría el sufrimiento interminable cualquier día de la semana, —


respondió Len. —Para ser sincero, hay momentos en que la perspectiva suena francamente
tranquila.

—Me perdonarás si prefiero vivir, —replicó el Fae.

Len se encogió de hombros. —No necesitas mi perdón por eso. Aunque no puedo
dejar de darme cuenta de que, dado que nadie sabe realmente qué sucede después de la
muerte, la versión Fae de la propaganda religiosa parece peligrosamente cercana a una
mentira. ¿Pensé que tu grupo no podía hacer eso?

Albigard se desplomó contra la puerta, su columna perdió parte de su rigidez. —En


este contexto, las mentiras son más una función de la intención que de la precisión de los
hechos. Cualquiera puede creer algo, solo para descubrir más tarde que estaba equivocado.
Pero un Fae que intencionalmente engaña a otro ya no es Fae.

—Dime algo. Si tuvieras un hijo, ¿les dirías que sus almas serán arrojadas al Vacío si
son malos? —preguntó Len, genuinamente curioso.

—No, —dijo Albigard en una voz tan baja que apenas fue audible. —Les diría que al
desafiar a la Corte Fae, corren el riesgo de una sentencia de exilio o muerte a manos de la
Cacería Salvaje… pero que a veces, desafiar a la Corte es, sin embargo, lo correcto. Ningún
órgano de gobierno es infalible.

Si intentaba responder a eso directamente, Len tenía miedo de terminar sin querer
expresando simpatía, o peor aún, empatía, por este imbécil. Así que dijo, —Bastante justo.
Correcto, entonces. No sé tú, pero personalmente prefiero estar fuera del armario. Ah, y…
mensaje recibido cuando se trata de mencionar la nigromancia en compañía mixta. Incluso si
todavía estoy mayormente convencido de que estás malditamente mal.

Albigard gruñó en reconocimiento mudo. Movió los dedos y la bola brillante que
flotaba sobre ellos se extinguió. Al mismo tiempo, la atmósfera sofocante de la sala de silencio
se desvaneció. La puerta se abrió, la luz del exterior entraba a raudales. Len siguió al Fae y
casi choca con su espalda cuando Albigard se detuvo abruptamente frente a él.
Inmediatamente irritado nuevamente, Len comenzó a pasar junto a él, solo para congelarse
en su lugar al ver al gato negro sentado en el pasillo, con las orejas erguidas y la cabeza
inclinada hacia ellos con curiosidad.

R. A. Steffan | 81
Fae Renegado
Libro Uno

Capítulo Trece
El gato parpadeó hacia ellos, sus grandes ojos verdes cerrándose y abriéndose en un
movimiento perezoso. —¡Mallacht mo chait ort22!—Albigard gruñó, en el tono de una
maldición viciosa.

El Fae empujó a Len detrás de él, como para protegerlo físicamente del sidhe. Su
cuerpo vibró con tensión, su aura picaba contra la conciencia de Len como electricidad
estática… un sentimiento que estaba llegando a asociar con el inminente desencadenamiento
de la magia.

—No dañarás a este humano, —afirmó Albigard rotundamente. —Él tiene valor para
los demás, y los necesitaremos como aliados.

Len nunca antes había necesitado que lo protegieran de un gato doméstico. Tampoco
había visto nunca a un gato doméstico poner los ojos en blanco con exasperación. La realidad
se retorció alrededor del sidhe. Len parpadeó y, cuando abrió los ojos, la criatura volvía a
tener forma humana. O… parecía humano, de todos modos.

—¿Crees que me preocupo por los prejuicios de Seelie y Unseelie cuando la Cacería
Salvaje está rasgando el velo entre los reinos? —El diminuto Fae miró a Len con curiosidad
mientras se sacudía el agarre de Albigard y se movía para pararse junto a él, antes de agregar,
—Aunque ahora puedo ver por qué el demonio parecía tan interesado en este.

—Entonces, escuchaste cada palabra de eso a pesar de las llamadas protecciones


silenciadoras, ¿eh? —Preguntó Len. —Impresionante.

El gato-sidhe se encogió de hombros y su atención se centró de nuevo en Albigard. —


Te lo dije antes, joven, tus protecciones no son nada para mí.

La dura línea de los hombros de Albigard se relajó un poco, aunque se le escapó otro
gruñido bajo de irritación. Len sintió que su propio estallido de adrenalina se desvanecía, ya
que aparentemente los dos Fae no iban a comenzar a intercambiar golpes mágicos aquí
mismo en el pasillo.

—Me despediré ahora, —dijo el gato-sidhe, —y regresaré pronto con otros que pueden
ser de ayuda.

—Um… adiós, entonces, —dijo Len. —Gracias por no intentar matarme.

—De nada, humano, —le dijo solemnemente el sidhe.

******
Como todos parecían seguros de que pasarían algunas horas antes de que sucediera algo
importante, Len se fue a caminar por el bosque detrás de la casa para pasar el tiempo. No es
que el senderismo fuera realmente lo suyo, pero Zorah y Rans habían estado haciendo ruido
acerca de ir a la ciudad por un tiempo, y eso significaba que la alternativa era esconderse en

R. A. Steffan | 82
Fae Renegado
Libro Uno

su dormitorio desnudo y resonante o pasar el rato abajo con un demonio intimidante y un


Fae estreñido.

Habiendo negociado ya una conversación extensa con Albigard hoy, elegir la caminata
se sintió como ejercitar la mejor parte del valor. Además, tenía mucho en lo que pensar
después de su breve paso por el armario.

Un camino de hierba pisoteada conducía desde el patio de losas hasta los árboles,
evidencia del paso frecuente de Albigard. El camino estrecho finalmente se cruzó con un
sendero de tierra marcado, presumiblemente parte de la reserva natural que Zorah había
mencionado. Incluso hablando como alguien que prefería los clubes nocturnos y los salones
de tatuajes a la hiedra venenosa y los mosquitos, Len tenía que admitir que era un bosque
hermoso. Las flores silvestres salpicaban el suelo, mientras que el canto de los pájaros
ahogaba el sonido distante del tráfico suburbano.

La visión humana de la muerte ha sido moldeada por milenios de propaganda religiosa, gran
parte de ella originada por mi propia gente, había dicho Albigard.

Religión. Lo que Len culpó de gran parte del dolor en sus primeros años de vida,
aunque tal vez sería más exacto culpar a la naturaleza humana. Aun así, la religión había sido
el arma elegida para golpearlo, incluso si esa arma hubiera sido empuñada por manos
humanas.

Había decidido hace mucho tiempo que no tenía ningún interés en un dios que parecía
totalmente de acuerdo con el concepto de torturar a las personas por toda la eternidad solo
porque nacieron de cierta manera o en cierto lugar.

Uno de los recuerdos definitorios de la temporada de Len en una escuela religiosa


conservadora fue cuando le preguntó al maestro si un niño pequeño en China cuyos padres
eran budistas devotos y que, por lo tanto, nunca le enseñaron acerca de Jesús, realmente sería
arrojado a un pozo de fuego para que se quemara para siempre si murió en un accidente o
algo así cuando era joven. Incluso el adusto Sr. Evans se había excedido al decir, “Sí, ese niño
pasará la eternidad sufriendo una agonía inimaginable porque su familia tiene una religión
diferente a la nuestra”.

En cambio, se puso colorado y citó versículos de la Biblia, el que creyere y fuere bautizado,
será salvo; mas el que no creyere, será condenado… ni en ningún otro hay salvación, porque no hay
otro nombre bajo el cielo dado a los hombres en que podamos ser salvos, y así sucesivamente. Luego,
cuando Len señaló que no parecía justo, el Sr. Evans lo castigó y lo obligó a escribir esos
versículos de la Biblia cien veces cada uno.

Al final resultó que, la mayor parte de lo que le habían enseñado era una mentira. Lo
cual… para ser justos, él ya sospechaba de todos modos. Pero era un tipo de mentira muy
específico, elaborado a lo largo de milenios como parte de una campaña de propaganda Fae
durante una guerra sobrenatural.

R. A. Steffan | 83
Fae Renegado
Libro Uno

Los demonios son malvados… ¡no te pongas del lado de esos desagradables demonios, pequeños
humanos! Sucederán cosas malas si lo haces.

La parte más alucinante, la parte que había enviado a Len a caminar por un bosque
desconocido para reflexionar sobre ello, era que el Fae supuestamente no podía mentir. Y
esto no podía ser un caso de ignorancia, como contarles a sus hijos que la Cacería Salvaje se
estaba comiendo sus almas si eran malos porque realmente creían que sucedería. No… esto
había sido intencional.

Había dos posibilidades, por lo que Len podía ver. Primero, Albigard estaba
mintiendo acerca de que los Fae no podían mentir. En segundo lugar, esto también se debió
a la naturaleza humana. Era demasiado fácil imaginarse a un ser humano primitivo
arrastrado ante un demonio capturado y dicho que los demonios eran criaturas poderosas y
peligrosas que vivían en un reino subterráneo desolado. Sería muy propio de la humanidad
distorsionar esa descripción básica en el recuento, agregando adornos cada vez más
terroríficos con el tiempo en un juego telefónico de milenios de duración.

Y por otro lado, era igualmente fácil imaginar a los Fae ejerciendo su influencia mental
sobre los crédulos humanos, engendrando el aterrador nivel de adoración que Len había
experimentado personalmente en dos ocasiones, para convertirse en ángeles a los ojos de la
humanidad.

Sí. La especie de Len era más que capaz de torcer verdades desagradables en fantasías
aún más desagradables. Eso no lo hizo menos enojado por la revelación de que la gente de
Albigard era indirectamente responsable de que lo echaran de su casa a la edad de dieciséis
años por ser gay. Lo cual… ciertamente palideció al lado de que la gente de Albigard también
era directamente responsable de la muerte de todos en el vecindario de Len y,
potencialmente, de la muerte de todo en su planeta.

Sacudió la cabeza para despejarse.

Prioridades.

Len bebió un sorbo de la botella de agua de plástico que había traído. Las florecitas
azules que brotaban entre los troncos de los árboles olían a especias y algo vagamente a pino.
O… tal vez esa parte provenía de los pinos reales mezclados con los árboles de hoja caduca.
No era un experto. Las nubes remaban a través del sol de última hora de la mañana, una
nube gris que se movía lentamente de oeste a este a través del cielo.

Volvió a respirar hondo y se volvió para volver sobre sus pasos, no queriendo correr
el riesgo de que una tormenta azotara y desparramara el pequeño arreglo de palos que había
hecho para marcar el lugar donde la huella de Albigard se encontraba con el sendero natural
público. Aun así, tardó casi una hora en volver a la casa solitaria en la ladera de la colina.
Entró y se dirigió a la cocina, pensando que podría volver a llenar la botella de agua y tal vez
hacer una ensalada o algo así.

R. A. Steffan | 84
Fae Renegado
Libro Uno

Cuando entró en la habitación, se encontró con dos enormes Sabuesos del Infierno
negros en un enfrentamiento con el gato-sidhe, que se paraba protectoramente frente a
Albigard en forma animal, con la espalda arqueada y el pelo erizado.

R. A. Steffan | 85
Fae Renegado
Libro Uno

Capítulo Catorce
Len se congeló, la botella de agua se deslizó de su aflojamiento y aterrizó en el suelo con un
ruido sordo. Dadas las circunstancias, sintió que no era irrazonable que le tomara un par de
segundos notar que el demonio y un Fae desconocido de cabello cobrizo se miraban con
cautela desde lados opuestos de la habitación.

—… qué demonios —dijo sin comprender.

Los ojos de Albigard se posaron en los suyos por un instante.

—Estos son los cu-sidhe, —dijo, como si un gato doméstico de diez libras no lo
estuviera protegiendo de un par de gigantescos perros del infierno. —En Dhuinne, son los
guardianes hereditarios de la Cacería Salvaje. Desafortunadamente, parecen pensar que el
mejor plan de acción en las circunstancias actuales es arrastrarme al reino Fae con cadenas
de hierro y luego usarme como cebo para atraer a la Cacería de regreso a su hogar.

—¡El gato-sidhe prefirió no mencionar que estabas saliendo con un demonio! —Espetó
el Fae desconocido en la esquina.

Len parpadeó.

Vaya. Espera. El otro Fae no era completamente desconocido después de todo.

Maldición.

—Difícilmente “saliendo”, —respondió Nigellus suavemente. —Se solicitó mi


experiencia en lo que claramente es una situación sin precedentes. Estoy aquí como cortesía,
nada más.

—Una cortesía-—El Fae comenzó en un tono de incredulidad.

—Espera un minuto. Eres… el tipo que arruinó mi trabajo —observó Len, con una
extraña sensación de indiferencia deslizándose sobre él. —Lo que me lleva de vuelta a mi
pregunta anterior: ¿qué diablos está pasando?

—Este es Teague. Está a cargo del mantenimiento de St. Louis, —dijo Albigard en tono
entrecortado. —La incursión de La Cacería Salvaje cae dentro de su área de jurisdicción.

Excelente. ¿Entonces este imbécil era parte del gobierno en la sombra Fae que dirigía
gran parte del mundo humano detrás de escena? Eso podría explicar por qué estaba aquí,
pero no significaba que a Len le tenía que gustar.

—Había gente dentro de ese club nocturno cuando explotó la línea de gas, —señaló,
con un músculo en la mandíbula. —Algunos de ellos murieron.

—Muchos más morirán si no nos enfocamos en el problema en cuestión, —dijo


Nigellus.

R. A. Steffan | 86
Fae Renegado
Libro Uno

Aparentemente, eso fue demasiado para uno de los Sabuesos del Infierno, o cu-sidhe,
más bien. Gruñó, el sonido retumbó profundamente en su enorme pecho, y avanzó como si
tuviera la intención de atravesar al gato para llegar a Albigard.

El gato-sidhe siseó a modo de advertencia, mostrando sus diminutos colmillos.

Len no pensó. Buscó a tientas en su bolsillo y sacó el spray de pimienta que había
recogido en el centro, parándose frente a la criatura de pesadilla y rociándolo directamente
en la cara. Le dio un mordisco al líquido y siguió avanzando, como un perro tratando de
morder el agua que fluye de una manguera de jardín.

Con los humanos, apuntabas a los ojos cuando usabas gas pimienta. Con los perros,
apuntabas a la nariz. Len trató de cubrir ambas áreas. Era difícil saber si lo estaba
consiguiendo, el tinte naranja del rocío casi desaparecía contra la negrura mate antinatural
del pelaje de la cosa.

Alrededor de medio segundo antes de que los nervios de Len se rompieran y lo


enviaran gateando hacia atrás para cubrirse, el Sabueso del Infierno dejó de rondar hacia él
y sacudió la cabeza. Se golpeó la cara con una pata delantera… una… dos veces. Luego
repitió el movimiento con la otra pata delantera. En cuestión de momentos, estaba inmerso
en una danza frenética, tratando de frotar su hocico contra ambas patas delanteras a la vez.
La realidad se torció, y el Sabueso del Infierno tomó forma humanoide, todavía limpiándose
furiosamente las manchas naranjas.

El otro Sabueso del Infierno hizo lo mismo un momento después, y cuando Len miró
a su alrededor, el gato-sidhe también había cambiado a forma humana. La figura parecida a
un duendecillo miró con asombro por un momento antes de colapsar en carcajadas como
campanas, señalando con júbilo el rostro salpicado de tinte del cu-sidhe.

Len retrocedió unos pasos cautelosos hasta que estuvo de pie junto a Albigard, lo que
parecía una opción marginalmente mejor que estar solo con un objetivo metafórico pintado
en su pecho. Todos los ojos en la habitación iban y venían entre él y el gruñón cu-sidhe.

—¡Oh, te lo merecías! —el gato-sidhe se las arregló para esquivar las risitas,
recuperando lentamente el control.

Y… el sabueso infernal Fae parecía estar sacudiéndose los efectos de una cara llena de
capsaicina23 mucho más rápido de lo que cualquiera tenía derecho a hacerlo. Len aprovechó
la oportunidad para examinar a los recién llegados. Eran altos y anchos, pero también tenían
un notable aire andrógino en sus rasgos faciales y forma corporal. Sin embargo, si el gato-
sidhe estaba en el extremo femenino del espectro no binario, el cu-sidhe estaba en el extremo
masculino.

Además, la pareja tenía un parecido asombroso entre sí con su cabello oscuro muy
corto, ojos verdes y pómulos altos. ¿Tal vez eran gemelos? Len no estaba seguro de cómo
funcionaba eso con los Fae, especialmente después de que el gato-sidhe había mencionado

R. A. Steffan | 87
Fae Renegado
Libro Uno

que los gemelos eran raros. Basta con decir que, vestido con ropa oscura e idéntica a la de
ellos, le costaría mucho diferenciar uno del otro.

Bueno… excepto por el tinte naranja en la cara de la izquierda, obviamente.

—¿Si todos pudiéramos calmarnos por unos momentos y discutir las cosas
racionalmente? —Nigellus sugirió, en un tono seco como el desierto.

—Sí, por favor, —asintió el gato-sidhe. Calmados por su alegría anterior, se volvieron
hacia el otro sidhe y lanzaron una mano enfáticamente en dirección a Albigard. —Como traté
de decirte antes, arrastrar a este Unseelie de regreso a Dhuinne no soluciona nuestro
problema. Por un lado, la Cacería se ha vuelto salvaje. No ha mostrado interés en seguirle la
pista cuando hay presas más fáciles de este lado de la rasgadura del velo. Por otro lado,
incluso si lo siguiera de regreso a nuestro reino, una vez que lo devorara, no habría nada que
le impidiera regresar a su nuevo lugar de muerte inmediatamente después. Debemos reparar
el punto débil del velo.

El cu-sidhe de la derecha inclinó la cabeza en un gesto de perro e intercambió una


mirada con el otro. —Ese argumento tiene mérito, supongo.

Todavía luciendo tan irritado como uno podría esperar de alguien que acababa de ser
rociado en la cara con gas pimienta, el segundo cu-sidhe asintió a regañadientes. Pero antes
de que Len pudiera lanzar un aleluya silencioso y vagamente irónico, Teague, el imbécil feliz
con los explosivos que había destruido el club de jazz de Guthrie y Gina, casi llevándose
consigo a varios de los amigos de Len, habló.

—¿Qué impide que la Cacería abra una nueva brecha entre los reinos una vez que se
da cuenta de que está atrapada nuevamente? —Preguntó. —Ya se está fortaleciendo.

El gato-sidhe le lanzó a Nigellus una mirada inquieta antes de responder. —Con


suerte, solo pudo lograr tal hazaña debido a una debilidad existente en la barrera que separa
los reinos.

—Con… suerte, —repitió Len rotundamente.

—Cualquiera que sea el caso, —dijo Nigellus, —el primer paso sigue siendo el mismo,
sellar la brecha existente con la Cacería del otro lado.

—Todavía no veo cómo todo esto te involucra, demonio, —replicó Teague con una
mueca.

—Teague. —Albigard sonaba cansado más allá de toda medida. —Suficiente. ¿Tienes
idea de cuánta energía bruta se necesitará para cauterizar el velo? Uno no rechaza la
asistencia de un demonio de primer rango cuando se requiere poder.

—También hay otra consideración, —continuó Nigellus. Levantó una mano como si
estuviera tratando de alcanzar algo, y una espada llameante de un metro de largo se
materializó en su agarre, arrojando una luz parpadeante alrededor de la cocina.

R. A. Steffan | 88
Fae Renegado
Libro Uno

Una. Maldita. Espada. Llameante.

Len parpadeó y, de repente, Teague y el cu-sidhe gruñeron a modo de advertencia.


Teague había adoptado una postura defensiva con las manos levantadas, mientras la magia
resplandeciente chisporroteaba y giraba a su alrededor. Una luz roja brotó de los ojos del cu-
sidhe, que parecía estar a punto de cambiar de nuevo a su forma de sabueso infernal y saltar.

—¡Maldición! —Len gritó, preguntándose en qué dirección sería la mejor manera de


correr.

Antes de que todo el infierno se desatara, y maldición, ese juego de palabras ni siquiera
era divertido en este momento, Nigellus hizo un movimiento casual con los dedos y la espada
desapareció de la existencia tan abruptamente como había aparecido. Los tres Fae se
congelaron en su lugar, sin continuar con su ataque, pero tampoco relajados.

Un suspiro fingido emanó de la dirección del gato-sidhe. —Tontos. ¿No ven? ¿Un arma
que existe entre dimensiones y puede usarse para cauterizar? ¿Realmente debo explicar esto?

—Confío en que no será necesario —murmuró Albigard. Le lanzó a Teague una


mirada mordaz. —¿Y no te enseñé algo mejor que esto? ¿Qué crees que lograría tu magia
contra un demonio? Él es inmortal.

Teague pareció vagamente avergonzado por un instante antes de bajar lentamente las
manos. —Tampoco recuerdo que me hayas enseñado a pararme ahí como un árbol muerto
para ser derribado con un hacha.

Los cu-sidhe, por el contrario, todavía estaban haciendo lo de los ojos de rayo láser…
aunque al menos ya no parecía que se estuvieran preparando para lanzarse a través de la
habitación y tratar de arrancarle la garganta a Nigellus.

Los pasos se acercaron a la puerta de la cocina. De repente, todos se giraron para mirar
cuando entraron Rans y Zorah. Rans levantó una ceja lentamente mientras observaba la
escena, luego él y Zorah intercambiaron una mirada.

—Um… hola, —dijo Zorah lentamente. —Siento que podríamos habernos perdido
algunas cosas mientras estábamos fuera.

******
Media hora más tarde, la situación estaba notablemente más tranquila, aunque la tensión
entre los distintos grupos todavía era evidente. Len se mantuvo al margen de la discusión,
sin sentir que tuviera mucho que ofrecer. Sin embargo, también se sintió mal abandonar la
reunión y esconderse en su habitación prestada mientras el destino del mundo pendía de un
hilo.

Zorah se había convertido en vampiro recientemente y todavía se consideraba a sí


misma como “adyacente a los humanos”, por así decirlo. Mientras los demás debatían, ella

R. A. Steffan | 89
Fae Renegado
Libro Uno

se dejó caer junto a Len en la mesa de la cocina para contarle algunas cositas selectas de las
que no había oído hablar antes.

—Así que… este tipo, Teague, —comenzó en voz baja. —Sabes que él es el hijo de puta
que arregló la explosión de The Brown Fox, ¿verdad?

—Sí, —respondió Len, también en un tono lo suficientemente bajo como para evitar
llamar mucho la atención de los demás. —Entró al lugar un par de veces para amenazar a
Guthrie y, en general, actuar como un imbécil. No puedo decir que me llenó de alegría saber
que formará parte de la Liga de la Justicia a precio reducido.

Ella asintió. —Te escucho, créeme. Pero aquí está la parte que no conoces. Resulta que,
antes de ocupar un lugar secundario tratando de hacer estallar vampiros, era el protegido de
Albigard. Durante años y años.

Len la miró por un momento. —¿Se supone… que eso me animará con él de alguna
manera?

Ella arrugó la nariz hacia él. —No he terminado. Durante la batalla en Stonehenge, él
fue quien trajo a la caballería y cambió el rumbo cuando nos pateaban el trasero. Esto,
después de que Albigard se reunió con él en secreto y le dijo lo que realmente estaba pasando
con los niños que había estado ayudando a secuestrar.

—Está bien…—Len permitió.

—Luego, después de que Albigard saltó frente al hijo de Vonnie para salvarlo y fue
golpeado por sus problemas, Teague fue quien nos escabulló a los tres antes de que
cualquiera de los otros Fae se diera cuenta de quién era Albigard y lo arrestara. Nos llevó a
St. Louis y nos dejó ahí. Eso fue justo antes de que apareciéramos en tu puerta, la semana
anteúltima.

Len digirió eso. —Entonces, ¿me estás diciendo que tiene cierta lealtad hacia Blondie?
¿Incluso ahora?

Zorah se encogió de hombros. —Aparentemente. Aunque parece que la lealtad se está


estirando hasta el límite, con Nigellus aquí, siendo todo un demonio y esa basura.

Len trató de encajar las nuevas piezas del rompecabezas en la imagen que ya se estaba
formando y fracasó. —No voy a mentir, Z. No veo cómo se equilibra eso con el hecho de que
casi te mata al volar un edificio de ocho pisos.

Zorah desechó las palabras con un gesto, aunque parecía preocupada. —Él no estuvo
ni cerca de matarme. Estuvo a punto de matar a Guthrie con ese truco… y probablemente
también habría atrapado a Vonnie, si no hubiera estado con ella cuando explotó la tubería de
gas.

Len le dirigió una mirada de incredulidad. —En otras palabras, mi punto se mantiene.
De hecho, estoy realmente luchando por ver por qué su presencia aquí es una buena idea.

R. A. Steffan | 90
Fae Renegado
Libro Uno

Sus labios se torcieron. —Porque está a cargo del gobierno en la sombra Fae en St.
Louis, y necesitamos entrar en un área que probablemente esté más acordonada que Fort
Knox en este momento. Luego, una vez que estemos ahí, debemos realizar extrañas
travesuras sobrenaturales en dicha área sin traer a la policía, al ejército y Dios sabe quién más
sobre nuestras cabezas.

Len suspiró. —Correcto. Maravilloso.

Ella palmeó su brazo. —Por si sirve de algo, parece tener un afecto genuino por
Albigard, incluso cuando ahora es un fugitivo.

—No estoy seguro de que tener mal gusto con los amigos combinado con ser un
pirómano asesino sea en realidad un punto de venta, Z.

Zorah puso los ojos en blanco. —No me malinterpretes. Con mucho gusto le haría
cosas muy desagradables después de lo que le pasó a Guthrie… y a Vonnie. Pero no mientras
lo necesitemos, y lo necesitamos. Desafortunadamente.

Len lanzó una mirada hacia el Fae de cabello cobrizo, solo para encontrar a Teague
haciendo agujeros a través de ellos con sus ojos. —Te das cuenta de que probablemente
escuchó cada palabra de eso, ¿verdad?

Zorah sonrió, mostrando los colmillos mientras giraba para devolver la mirada del
Fae. —Oh sí. Apuesta a que lo hizo.

R. A. Steffan | 91
Fae Renegado
Libro Uno

Capítulo Quince
Al otro lado de la sala, la planificación logística aún estaba en progreso.

—Si no vamos a usar al condenado como cebo para atraer a la Cacería de vuelta a
Dhuinne, debería quedarse aquí, —decía uno de los cu-sidhe. —De lo contrario, puede atraer
la Cacería directamente hacia nosotros.

—No, no. No podemos prescindir de su poder, —argumentó el gato-sidhe. —Pocos


Fae pueden igualarlo en habilidad, y menos aún poseen magia vital y magia elemental.

—Tú sí —dijo suavemente el otro cu-sidhe.

—Y nos tomará a ambos juntar los dos lados de la rasgadura para que la hoja
demoníaca pueda soldarla, —dijo Albigard.

—Además, Albigard podrá extraer energía de Zorah, —dijo Rans. —Y Zorah puede
reabastecerse de mi sangre para mantenerlo abastecido mientras trabaja.

—Woo-hoo, —murmuró Zorah, sonando tan emocionada por esta perspectiva como
cabría esperar. —Apenas puedo esperar.

Teague hizo una mueca de disgusto hacia Albigard. —¿Aceptaste a un chupasangre


como vasallo mágico?

—Todavía no se había convertido cuando aceptó mi regalo, —dijo Albigard.

—Ella todavía era un demonio, —señaló Teague. —Una abominación súcubo híbrida.

Albigard levantó un hombro y lo dejó caer en un gesto cuidadosamente descuidado.


—Y ahora su poder nos servirá bien… incluso si usarlo hace que mi estómago se sienta mal
después.

Zorah agitó una mano. —Estoy sentada aquí, muchachos. Hola.

Ambos la ignoraron y Len se frotó el puente de la nariz.

El gato-sidhe miró alrededor de la habitación. —¿Todos estamos de acuerdo con la


estrategia, entonces?

Albigard asintió cansado. —Eso creo. Obtendrás poder extra de Teague, mientras yo
obtengo poder de los vampiros. Entre nosotros juntaremos los bordes del velo para que el
demonio los selle con su espada. Si la Cacería aparece antes de que hayamos terminado, el
cu-sidhe intentará hacerla retroceder por el hueco para que podamos completar nuestra
tarea.

La mirada de color bourbon de Nigellus se posó en Len. —El humano también debería
acompañarnos.

Zorah se enderezó bruscamente. —¿Len? ¿Por qué? Es demasiado peligroso… ¡La


Cacería ya casi lo mata una vez!

R. A. Steffan | 92
Fae Renegado
Libro Uno

—Puede ser útil, —fue toda la respuesta que dio Nigellus.

Atrapado por esa eterna mirada demoníaca, Len solo pudo ingerir un trago seco.

El gato-sidhe había estado observando el intercambio de cerca. —Mmm. Cuando un


demonio del destino hace una predicción, es prudente prestarle atención, —dijeron.

Len finalmente logró acumular suficiente humedad en su boca para hablar. La idea de
regresar a esa horrible zona de muerte lo helaba hasta la médula, pero también había pasado
una buena parte de los últimos meses sentado sobre su trasero mientras las personas a su
alrededor arriesgaban sus vidas luchando contra el mal.

—Está bien, —dijo. —Iré contigo. Puedo quedarme atrás, fuera del camino. Una cosa
al respecto, si alguien sale herido, tengo formación en primeros auxilios. No es que las
horribles lesiones parezcan retrasar demasiado a ninguno de ustedes.

—Len…—comenzó Zorah.

—Está bien, —repitió en un tono monótono, sintiendo otros pocos centímetros del
fondo arenoso del océano de la normalidad erosionándose bajo sus pies.

La mirada azul glaciar de Rans cayó sobre él durante un largo momento, y Len tuvo
la clara impresión de que estaba siendo evaluado. Sin embargo, después de unos segundos,
el vampiro volvió a centrar su atención en Nigellus y el gato-sidhe.

—Si todo está resuelto, ¿cuál es nuestro cronograma con este plan? —Preguntó. —
Después de la primera incursión, la Cacería tardó una semana en armarse de valor para
regresar al reino humano… pero parece demasiado optimista suponer que ese será el caso la
próxima vez.

—De hecho, —estuvo de acuerdo Nigellus. —Tengo otras obligaciones inevitables que
requerirán que me vaya temporalmente, pero regresaré mañana a media mañana, si eso es
aceptable.

Teague le lanzó al demonio una mirada entrecerrada. —¿Estas otras obligaciones


implican volver corriendo a tu Consejo para informar cada palabra de lo que se dijo aquí,
engendro del infierno?

Nigellus le dedicó una sonrisa suave. —No. Da la casualidad de que no lo hacen.

Rans resopló. —Venga ya. ¿Crees que el Consejo Demoníaco vería con buenos ojos lo
que está haciendo, Teague? Sus bragas estarían tan torcidas como las tuyas en este momento.
Más, lo más probable.

—Está acordado, entonces. Partiremos mañana a media mañana, —dijo con firmeza el
gato-sidhe. —Eso también le dará tiempo al cu-sidhe para viajar de regreso a Dhuinne e
intentar determinar la ubicación actual de la Cacería desde el otro lado del velo.

R. A. Steffan | 93
Fae Renegado
Libro Uno

Los dos sidhe inquietantemente similares intercambiaron una mirada y asintieron. —


Regresaremos mañana por la mañana, —dijo el que Len había rociado con gas pimienta. Un
instante después, se abrió un portal detrás de ellos y lo atravesaron, desapareciendo.

—Pareja parlanchina, ¿no? —Len observó que el óvalo de fuego se cerraba detrás de
ellos.

Los labios del gato-sidhe se torcieron en una sonrisa rápidamente oculta. —Son más
adecuados para la acción que para hablar, me temo. Ahora, yo también debo ocuparme de
otros asuntos. Descansen y aliméntense para la tarea de mañana, jóvenes.

Con eso, apareció otro portal y el pequeño Fae onduló en forma de gato antes de trotar
a través de él, con la cola en alto.

—Hasta mañana, —dijo Nigellus, y desapareció sin ceremonia.

Así como así, Len estaba solo en la cocina resonante con Zorah, Rans y Albigard. El
Fae todavía tenía esa expresión de hombre muerto caminando en su rostro, la misma que había
usado de vez en cuando desde que vislumbró por primera vez a la Cacería al final de la calle
de Len y se dio cuenta de que había venido por él. Se había intensificado desde que Len llegó
para encontrar al cu-sidhe preparándose para arrastrarlo hacia su perdición.

—¿Esto va a funcionar? —preguntó Len. —¿O vamos a estar completamente jodidos?

Albigard, como era de esperar, ignoró la pregunta. Fue Rans quien respondió.

—No estoy seguro de que haya suficientes precedentes para hacer una predicción, —
dijo el vampiro.

—Nigellus parece saber de lo que habla cuando se trata de este tema del velo, —
intervino Zorah con optimismo forzado. —El gato-sidhe, también. Eso tiene que valer algo.

Albigard gruñó, un sonido evasivo.

—Bastante justo, —dijo Len. —¿Qué hay en la agenda para el resto del día, entonces?

—¿Para nosotros? Más alimentación en la ciudad, —dijo Rans. —Si mañana vamos a
actuar como baterías mágicas glorificadas, será mejor que estemos al tope. Ustedes dos
deberían descansar. ¿Alguno de ustedes necesita algo mientras estamos fuera?

Len consideró la perspectiva de medio día y una noche completa sin nada que hacer
más que preocuparse, y suspiró. —Sí, —dijo. —Dame un minuto, te haré una lista.

******
Tres horas más tarde, Len estaba en la cocina, cuidando de la antigua estufa de gas analógica
y tratando de ignorar el hedor impío que impregnaba la habitación. Levantó la vista cuando
Albigard entró, una expresión de disgusto torciendo sus rasgos altivos.

R. A. Steffan | 94
Fae Renegado
Libro Uno

—Si tu meta es descarboxilar24 esos imbéciles de flores, harías bien en reducir la


temperatura del horno diez grados,—dijo el Fae, en el mismo tono que la mayoría de la gente
diría “obviamente eres un idiota”.

Len le frunció el ceño y movió la perilla de ajuste de temperatura un poco más abajo.
—No es mi culpa si tu estufa está mal calibrada. ¿Llamas cocina a este mausoleo?

Albigard lo miró sin comprender. —Sí. ¿Cómo más lo llamarías?

Zorah eligió ese momento para entrar también, apareciendo sospechosamente


sonrojada en las mejillas y cargando un par de bolsas de compras en un brazo. Se detuvo
junto a la puerta, arrugando la nariz. —¿Qué diablos estás haciendo aquí?

Len se acercó y tomó las bolsas de plástico. —Hornear por estrés.

—Hornear por estrés… ¿una mofeta? —Preguntó ella.

—Está intentando descarboxilar los cogollos de cannabis, —dijo Albigard. —O


posiblemente incinerarlos. No está claro cuál en este momento.

Len tomó las bolsas y las colocó sobre el mostrador con un poco más de fuerza de la
estrictamente necesaria. —Eso es todo. Afuera. Ustedes dos.

Se encogieron de hombros y lo dejaron solo. Len trató de ignorar la intensidad del olor
que hacía llorar los ojos durante otros diez minutos antes de que se le ocurriera que podía
abrir las ventanas. En una casa protegida, nadie sería capaz de averiguar de dónde venía el
abrumador hedor de la hierba, si es que logró llegar a las propiedades de los vecinos distantes
en primer lugar.

Lo que estaba haciendo no era ideal, honestamente, los brownies de marihuana eran
mucho más sabrosos con aceite de coco infundido con cannabis en lugar de cogollos
desmenuzados en la masa. Pero la infusión de aceite tomó horas y tenía la intención de estar
de regreso en la tierra de los fumadores mucho antes.

En el lado positivo, al menos si todos terminaban muriendo ignominiosamente a


manos de la Cacería por la mañana, no se vería obligado a examinar su creciente dependencia
de las ayudas psicofarmacológicas para dormir. Pero, para no ser demasiado sutil, la
perspectiva de mirar el techo de la habitación mientras recorre mentalmente escenarios
potenciales cada vez más horribles toda la noche no era algo que estuviera dispuesto a
considerar en este momento.

Mientras esperaba que el viejo reloj de cuerda de la cocina terminara la cuenta


regresiva de sesenta minutos, sacó las compras que Zorah había traído, organizando todo
para un ensamblaje eficiente. Perderse en el ritmo de la preparación de la comida era
relajante, incluso con el aroma sofocante de la hierba a doscientos cuarenta grados que
emanaba del horno.

Cuando el sol se inclinó al final de la tarde a través de las ventanas abiertas, el olor se
había reducido a niveles tolerables, reemplazado por el aroma de los brownies de chocolate

R. A. Steffan | 95
Fae Renegado
Libro Uno

enfriándose en el mostrador y la lasaña de berenjena liberando rizos de vapor cuando la sacó


de la estufa.

Quizá sacado de su escondite por el nuevo paisaje aromático, Albigard reapareció en


la puerta con el aire de alguien que espera que le caiga una trampa en el instante en que entre
en la habitación.

—Toma un poco si quieres. Todo es orgánico, —dijo Len a modo de saludo. —Como
no había carne en la casa, no estaba seguro si eso significaba que eras vegetariano o qué. Todo
es vegano, solo para estar seguros.

El Fae todavía parecía estar esperando algún tipo de remate, así que Len lo ignoró. En
cambio, sirvió la mitad de la falsa lasaña en un plato astillado y comenzó a comer. Después
de un largo momento de vacilación, Albigard se deslizó en la silla frente a él antes de hacer
lo mismo. Tomó un delicado tenedor de su plato y lo examinó como si sospechara que Len
había intentado envenenarlo.

Len continuó metiéndose comida en la boca. Eventualmente, Albigard se


comprometió a comer el pequeño bocado, masticando durante mucho tiempo antes de
tragar.

—¿Estás entrenado en las artes culinarias? —Preguntó largamente.

Len puso los ojos en blanco. —Sí, estoy “capacitado en las artes culinarias”. De hecho,
esa era la naturaleza del trabajo que tu amigo Fae explotó. Solía encargarme de la cocina en
el club nocturno de Guthrie y Gina.

Albigard asintió lentamente. —Presumiblemente, no había mucha necesidad de


descarboxilar la marihuana en ese entorno. Esto explica mucho.

Sonaba… sospechosamente cerca de una broma.

—Cállate, o no te dejaré comer ninguno de los malditos brownies, —le dijo Len.

Continuaron la comida en silencio. Len estaba ocupado haciendo una nota mental de
nunca volver a usar esta marca de tofu ricotta, porque el fabricante parecía haber decidido
que la clave para recrear la experiencia láctea era agregar cubos de sal. Levantó la vista con
leve sorpresa cuando Albigard dejó el tenedor en el plato vacío y habló.

—Este plato es… agradable, —dijo, como si tuviera que buscar un momento para
encontrar una palabra para felicitar algo que un humano había hecho.

Len se encogió de hombros. —Un poco salado para mi gusto. La cocina vegana no es
realmente mi especialidad.

El Fae levantó una ceja afilada. —Ni la mía. Simplemente prefiero la carne que ha sido
cazada a la carne criada en una jaula o en un corral.

Len inclinó la cabeza con leve interés. —Eh. ¿Eso es algo Fae?

R. A. Steffan | 96
Fae Renegado
Libro Uno

Albigard pareció contemplar la pregunta. —Dudo que la mayoría de los cambiantes


en la Tierra tengan una fuerte preferencia por un camino u otro. Muchos de los Unseelie en
el reino humano fueron cambiados por bebés humanos a una edad muy temprana. Crecieron
con comida procesada y carne enjaulada.

—¿Pero no tú? —Len presionó, no del todo seguro de por qué le importaba lo
suficiente como para molestarse. Pero era un tema interesante, y probablemente un paso más
allá de atacarse el uno al otro.

—No me crié en la Tierra, —respondió el que lo acompañaba.

Len asintió y acercó más la fuente de brownies, limpiando el cuchillo que había usado
para cortar la lasaña en su servilleta. Haciendo un poco de cálculo mental rápido, cortó cuatro
líneas a lo largo del lado corto del molde para brownies y cinco a lo largo del lado más largo.

—¿Qué pasa con Dhuinne?—preguntó. —¿No crían animales de carne ahí?

—Si bien muchos prefieren cazar o pescar en las tierras salvajes para su sustento, sí
hay ganado en el reino Fae, —le dijo Albigard. —Especialmente cerca de las ciudades. Pero
se levanta al aire libre, no confinado.

—Al aire libre, entonces, —dijo Len. —Qué sostenible de tu parte. —Sacó un trozo de
brownie de la esquina, aproximadamente la mitad del tamaño de una porción normal, sin
cacerola. Luego empujó la sartén hacia Albigard. —Advertencia justa, no tengo ni idea sobre
el contenido de THC de esta hierba mofeta. Cómelos bajo tu propio riesgo.

El Fae asintió en comprensión. Cogió dos trozos y los olió con cautela, como había
hecho antes con la lasaña. Con menos vacilación esta vez, se comió los dos cuadrados y luego
se limpió los dedos meticulosamente en una servilleta. Len comió su pieza única más
lentamente. Era, como había predicho, bastante repugnante para los brownies.

Afortunadamente, el gusto no era el objetivo del ejercicio.

Recogió los platos y los puso a remojar en el fregadero. Luego, tomó el molde para
brownies con una mano y tomó una botella de agua fresca del refrigerador con la otra. —Voy
a mudar la fiesta afuera… esta casa se siente como una cripta, y me está deprimiendo. Ven si
quieres, pero no esperes mucho en cuanto a una brillante conversación filosófica. Oh, y si
logras una sobredosis en mis brownies, estás solo.

Con ese pronunciamiento, se dirigió a la puerta trasera.

R. A. Steffan | 97
Fae Renegado
Libro Uno

Capítulo Dieciséis
El día había terminado siendo cálido, pero a pesar del mosquito ocasional, Len era lo
suficientemente hombre como para admitir que los alrededores lo estaban molestando. Las
nubes grises se habían disipado en algún momento de la tarde. Se acomodó, sentándose en
el estante plano de concreto que coronaba la pared de piedra decorativa y usando el costado
de la casa como respaldo. Después de colocar la fuente de brownies al alcance de la mano,
abrió la botella de agua y bebió de ella, observando cómo el cielo comenzaba a oscurecerse
hacia rosas y naranjas.

Albigard se unió a él unos momentos después, apoyándose contra la pared a unos


pasos de la posición de Len. El Fae cerró los ojos, girando la cara para captar la leve brisa.
Len se dio cuenta de que estaba mirando ese perfil perfecto y apartó la mirada, irritado
consigo mismo. Como habían hecho antes durante la comida, dejaron que el silencio se
prolongara. Len apoyó la cabeza contra la pared de ladrillos de la casa y observó cómo el
cielo se desvanecía en tonos lavanda y se oscurecía lentamente en azul. Se sentía
extrañamente en paz, considerando las circunstancias que se cernían sobre ellos y el hecho
de que el brownie aún no había comenzado a hacer efecto.

Una vez que había pasado más o menos una hora con solo el mínimo indicio de algún
efecto, Len estiró una mano para sacar otro cuadrado de la sartén y se lo comió. Albigard le
lanzó una mirada de soslayo.

—Te dije que la temperatura del horno era demasiado alta, —dijo, y tomó otros dos
brownies para él. —Has reducido la potencia.

—Es tu estufa, —señaló Len, no por primera vez. —Difícilmente se me puede culpar
si no te molestas en mantenerlo calibrado correctamente.

Volvió a inclinar la cabeza hacia atrás, observando cómo las estrellas aparecían una
por una, el azul real del cielo daba paso al azul marino y, finalmente, al negro. Para cuando
el último atisbo de luz del día desapareció en el oeste, los brownies finalmente habían
comenzado a hacer efecto. Len se deslizó hacia abajo para sentarse en el patio con la espalda
contra la fachada de ladrillo de la casa, pensando que era una apuesta más segura que
cualquier cosa que requiriera proezas de equilibrio para mantener.

Cuando Len miró a su alrededor, se dio cuenta de que Albigard aparentemente no


estaba de acuerdo. Una cuña de luz desde el interior de la casa brillaba a través de la puerta
del patio, y la silueta abultada sobre una sección de la pared era en realidad el cuerpo del
Fae. Estaba acostado boca arriba con una pierna levantada, el pie en equilibrio sobre la repisa
de concreto, ambos brazos doblados y los dedos entrelazados detrás de la cabeza. Él también
había estado mirando las estrellas que brillaban sobre ellos.

La puerta del patio chirrió al abrirse y cerrarse sobre sus rieles, una nueva sombra
bloqueó la luz por un momento. Rans resopló suavemente, asimilando la escena.

R. A. Steffan | 98
Fae Renegado
Libro Uno

—Dios mío, Len. ¿Lograste hornearlo? No estoy seguro de si estar impresionado u


horrorizado.

—No seas ofensivo, —dijo Albigard, pronunciando las palabras con más nitidez de lo
que razonablemente se le permitiría a alguien que se ha comido cuatro bizcochos de
marihuana en dos horas.

Rans resopló un poco más fuerte esta vez, y Len experimentó un momento de mareo
cuando se disolvió en la niebla, reapareciendo un instante después en el lugar anterior de
Len, sentado en la parte superior de la pared con la espalda apoyada contra la casa.

—¿Dónde está Zorah? —preguntó Len.

—Tratando de contactar a Guthrie y Vonnie para hacerles saber lo que está pasando,
—dijo el vampiro.

—Sigues haciendo ruido, chupasangre, —dijo Albigard arrastrando las palabras. —


Deberías parar ahora. Todo estaba en silencio hasta que saliste. —Extendió una mano
imperiosa detrás de él, con la palma hacia arriba. Rans, el más cercano al molde para
brownies, le lanzó otro cuadrado. Lo atrapó sin mirar.

Ignorando la orden de silencio del Fae, Rans se relajó contra la pared y suspiró. —Dios
mío, esto me lleva de vuelta. ¿Quién era ese tipo en Londres en los años setenta? ¿El que llenó
la sangría con LSD y te puso tu cara de bonita?

—¿Warhol? —Sugirió Albigard con desgana.

—No, no. El otro. Mancuso, así se llamaba. Pensé que ibas a arrancarle la columna
vertebral cuando finalmente dejaste de tropezar con las pelotas al día siguiente.

El Fae gruñó y, para ser justos, era el tipo de gruñido que implicaba que podría
desgarrarse la columna vertebral en algún nebuloso futuro en el que no estuviera demasiado
drogado para molestarse.

—Maldita sea —observó Len, mirando entre ellos con ojos legañosos. —Zorah tenía
cien por ciento de razón sobre ustedes dos, ¿no?

Albigard volvió a gruñir, pero esta vez de forma más inquisitiva y menos homicida.

—Por los huevos de ella, —replicó Rans. —Fue divertido en ese momento, eso es todo.
Tal vez deberías haber estado ahí.

—Uh huh. Cierto, —dijo Len amablemente. Hizo un gesto de dame en la dirección
general de los brownies, no dispuesto a ser superado por un Fae. Rans le entregó uno en
lugar de tirarlo, lo que probablemente fue lo mejor. Giró la cabeza para encontrarse con los
ojos del vampiro, brillando con una tenue luz interior en la oscuridad. —Te ofrecería un poco,
pero dado que solo funcionaría en ti si obtuviste el THC al beber mi sangre, puedes irte al
infierno. Sin ofender.

R. A. Steffan | 99
Fae Renegado
Libro Uno

—Ninguna ofensa, —dijo Rans fácilmente. —Realmente no vale la pena el esfuerzo de


todos modos, los efectos apenas duran un minuto a mi edad.

Len había aprendido la forma complicada en que las drogas y el alcohol sólo afectaban
a los vampiros si primero se filtraban a través del torrente sanguíneo de un humano… e
incluso entonces, era fugaz. Cuando se trataba de eso, no estaba del todo en contra de ayudar
a un vampiro en necesidad, pero después de alimentarse esta tarde, Rans ya estaba lleno.
Además, Len no se sentía particularmente bien dispuesto hacia el mundo paranormal en
general en este momento.

Volvió su atención no muy concentrada a Albigard. —Tú. ¿Cómo es que te mezclaste


con el gobierno en la sombra Fae si no eras un… cómo lo llamas? Un cambiante.

—Oh, tenía un verdadero don para el trabajo, —dijo Rans secamente. —Tendrías que
haberlo visto con sotana.

—Cuando era un bebé, se me consideraba demasiado valioso para enviarme a la


Tierra, —dijo Albigard, ignorando el comentario de color del vampiro. —Entonces, cuando
crecí y la guerra con los demonios estaba en marcha, se me consideró demasiado valioso para
no hacerlo.

Len revisó sus recuerdos de los últimos días y notó que se estaba convirtiendo en un
desafío mayor que hace una hora. Sus músculos se estaban convirtiendo lentamente en
gelatina, la pared dura en su espalda se estaba volviendo más y más cómoda.

—¿Porque tu familia cría gemelos? —Preguntó.

—Porque soy un gemelo.

Len digirió eso. —¿Tienes un gemelo? —De alguna manera, era imposible de
imaginar.

Se hizo el silencio. Parecía muy… completo.

—Por así decirlo —dijo finalmente Albigard. —Mi hermana murió en el útero. Las
parteras dijeron que absorbí su tejido fetal… y su magia.

—Oh, —dijo Rans, en el tono de alguien que tiene una revelación. —¿Entonces es por
eso que puedes realizar tanto magia elemental como de vida? Me había preguntado sobre
eso, ¿sabes?

Len frunció el ceño, tratando de juntar suficientes células cerebrales para seguir la
conversación. —El gato dijo… algo así. Antes, quiero decir. Sobre la magia de la vida y…
¿cuál era la otra?

—Magia elemental —ofreció Zorah desde la puerta. Len ni siquiera se había dado
cuenta de que se había abierto esta vez. —Esto suena como una conversación interesante.
Continúa…. —Cruzó el patio y saltó sobre la pared con Rans, acomodándose entre sus

R. A. Steffan | 100
Fae Renegado
Libro Uno

piernas y apoyándose contra su pecho. Él envolvió un brazo alrededor de ella para


estabilizarla en su precaria posición.

—Hay poco más que decir. —Albigard sonaba distante, y Len tuvo la clara impresión
de que no habría comenzado con este tema en primer lugar si no estuviera ya colocado.

—¿Cuál es la diferencia? —Preguntó Len. —Entre la magia de la vida y la magia


elemental, quiero decir.

—Tuvimos un curso acelerado sobre el tema durante el período previo a Stonehenge,


—dijo Zorah. —Que alguien me detenga si me equivoco, pero básicamente, con magia
elemental, puedes afectar objetos inanimados, como rocas, aire o agua. Con la magia de la
vida, puedes hacer que una flor florezca o un trozo de enredadera salga y agarre la pierna de
alguien. El ex de Vonnie, el padre de su hijo, puede manifestar un lobo espectral que es lo
suficientemente físico como para arrancarle la garganta a alguien.

—También hay magia de sangre, —le dijo Albigard al cielo nocturno, todavía sonando
extrañamente distante de la conversación. —Como pueden atestiguar los vampiros. Y la
magia de la muerte…

—No lo hagas, —dijo Len, sintiendo repentinamente frío en el aire templado de la


noche. —Ya tuvimos esa conversación.

El Fae lo dejó ir.

Zorah retomó el hilo. —De todos modos, con los Fae, los Seelie son mujeres y tienden
hacia la magia de la vida. Los Unseelie son hombres y tienden hacia la magia elemental.
Tengo la impresión de que muchos de los cambiantes, los Unseelie Fae que crecieron en la
Tierra, no son tan mágicamente fuertes como los que se quedaron en Dhuinne.

—Varía, —dijo Albigard. —Teague es un cambiante, y es bastante experto en las artes


mágicas.

Ella se encogió de hombros. —Pero también estaba Caspian, lo recuerdas, Len. Era ese
asqueroso que me perseguía cuando conocí a Rans por primera vez. Tenía la habilidad de los
Fae para influir en las mentes humanas, pero aparte de eso, era bastante tonto cuando se
trataba de magia.

—Correcto, —dijo Len. —¿Qué le pasó a ese tipo, de todos modos?

—Lo maté en la batalla, —respondió Albigard sin tono. —Fue un asesinato por
venganza.

—Oh, —dijo Len, pensando que probablemente debería tener algunos sentimientos al
respecto. Desafortunadamente, en su estado actual, no estaba seguro de qué tipo de
sentimientos serían apropiados, y tratar de averiguarlo sonaba como una gran cantidad de
trabajo.

R. A. Steffan | 101
Fae Renegado
Libro Uno

Rans hizo un ruido de disgusto. —Y luego, cuando las autoridades Fae comenzaron a
hacer preguntas, este idiota confesó el asesinato y se colocó directamente en la parte superior
de la lista de los más indeseados de la Corte. De ahí la raíz de nuestros problemas actuales.

—Caspian fue un traidor —murmuró Albigard.

—Era un traidor que estaba en el favor de la corte cuando lo mataste, —replicó Rans.

—Él fue el responsable de la muerte de mis hermanos al final de la guerra, —dijo


Albigard.

Las palabras flotaron en el aire por un momento.

—Sí, —dijo Rans, en voz muy baja. —Hay que considerarlo.

—El hijo de puta merecía morir, —dijo Zorah. —Si no lo hubieras hecho tú, lo habría
hecho yo.

Una vez más, Len sintió que las amarras que lo ataban al mundo cotidiano se le
escapaban de las manos. Recordó cuando él y Zorah se conocieron, un cocinero sin dinero y
una camarera sin dinero que trabajaban juntos en un bar y parrilla local. Él había evitado que
los imbéciles con problemas de derechos la acosaran, tanto como podía, de todos modos, y
ella había felicitado sus bistecs poco hechos.

Zorah de hace dos años se habría horrorizado ante la idea de que alguien fuera
asesinado. ¿Y la perspectiva de asesinar a alguien ella misma? Inconcebible.

Ahora, la muerte violenta perseguía todos sus pasos. Len había visto vampiros y
demonios y Fae apagando vidas como velas. Algunas de esas personas probablemente se lo
merecían, como había dicho Zorah. Pero Len no estaba preparado para ser el tipo de persona
que hace juicios de valor como ese.

—Alguien puede pasarme el molde para brownies, —exigió.

Zorah soltó un suspiro de desaprobación, pero no obstante se lo transmitió. Len sacó


un bizcocho de chocolate más y se lo comió, luego se puso de pie y se acercó arrastrando los
pies hacia Albigard, que todavía estaba tendido a lo largo de una sección de la pared como
si fuera una tumbona opulenta en lugar de un estante estrecho hecho de cemento implacable.
Dejó caer la sartén sobre el estómago delgado y musculoso del Fae, encontrándose con su
descontento resplandor verde en la luz de la puerta de cristal.

—En serio, no comas todo esto, —dijo. —Se supone que esta sartén es suficiente para
unas diez personas.

El Fae pasó un ojo amarillento sobre él. —Diez humanos, tal vez.

Len se volvió hacia los vampiros, tambaleándose un poco cuando accidentalmente se


movió demasiado rápido. —Voy a desmayarme ahora y pretender que mañana no sucederá.

—Buenas noches, Len, —dijo Zorah, sonando preocupada.

R. A. Steffan | 102
Fae Renegado
Libro Uno

—Duerme bien, amigo, —dijo Rans. —Nos quedaremos aquí y vigilaremos a


Tinkerbell.

—Haz eso, —le dijo Len, y se dirigió con cuidado hacia la puerta.

R. A. Steffan | 103
Fae Renegado
Libro Uno

Capítulo Diecisiete
Horas después, Len yacía en el dormitorio de invitados apenas familiar, con el corazón
acelerado mientras miraba la oscuridad sobre él. Se maldijo a sí mismo por no haber
cronometrado mejor las cosas. Se había ido a la cama demasiado temprano, debería haber
cuidado su dulzura durante unas pocas horas más en lugar de abandonar el momento en que
la conversación se volvió demasiado incómoda.

Ahora, en lugar de permanecer felizmente inconsciente hasta la mañana, estaba


completamente despierto a las 0:30 y sin ninguna posibilidad de volver a dormir. Y sí. Esta
vez, se sentía muy mal por encima de todo lo demás.

Ojo seco, comprobado.

Boca de algodón, comprobado.

Privación de sueño, doble comprobado.

Pobres opciones de vida para ganar.

—Maldición, —le dijo al techo, aunque era invisible en la oscuridad. Quedarse en la


cama era completamente inútil, sin mencionar que era una receta para otro ataque de pánico
mientras su cerebro hurgaba en el itinerario propuesto para la mañana.

Paso uno. Levantarse.

Paso dos. Desayunar.

Paso tres. Volver a montar la Liga de la Justicia de tarifa reducida a pesar de que la
mayoría querían ir a la guerra entre ellos más de lo que querían cooperar.

Paso cuatro. Regresa a St. Louis para una posible cita con un furioso monstruo de la
muerte en el mismo vecindario donde casi mueres hace unos días.

Rodó de la cama abruptamente, tragándose una maldición cuando su codo golpeó la


mesita de noche en la oscuridad, sacudiéndola y enviando una punzada de dolor a su brazo.
No dispuesto a quedarse quieto y esperar a que su sistema nervioso autónomo comenzara a
molestarlo más de lo que ya lo estaba haciendo, se dirigió a tientas hasta la puerta y encendió
la luz para poder tomar algo de ropa e ir a darse una ducha.

Tal como lo había hecho la mañana anterior, se esmeró mucho con su cabello, no
porque tener su fauxhawk teñido de colores brillantes en puntas agresivas haría alguna
diferencia en el resultado de la loca excusa de hoy para un plan, sino porque lo hizo sentir
un poco más seguro cuando se trataba de enfrentarse a una habitación llena de demonios y
Faes que cambian de forma.

Cuando estuvo satisfecho con su apariencia, bajó las escaleras. La casa estaba casi a
oscuras, pero alguien había dejado la luz encendida en la cocina. Probablemente era para su
beneficio, ya que los vampiros no necesitaban exactamente una luz de noche y dudaba que

R. A. Steffan | 104
Fae Renegado
Libro Uno

el Fae la necesitara tampoco. Había sonidos débiles provenientes del ala más alejada de la
casa, que Len identificó como dos personas que intentaban y no lograban estar calladas
mientras tenían sexo salvaje y sacudían la cama.

Puso los ojos en blanco, pero para ser justos, no era como si el sexo fuera exactamente
opcional para un súcubo híbrido, vampiro o lo que sea. Len recordó a Zorah de antes, bajo
peso y con círculos oscuros debajo de los ojos, esforzándose en sus turnos de camarera
impulsados por batidos de col rizada y cantidades aterradoras de ibuprofeno. Hambre, le
había dicho más tarde. Todos los novios con los que había salido habían corrido por las
colinas después de la primera vez que tuvieron sexo… sintiendo en algún nivel que ella los
estaba drenando, incluso si no tenían idea de cómo.

Al menos, ese había sido el caso hasta que apareció Rans. Aparentemente, la
resistencia de los muertos vivientes era realmente algo digno de contemplar. Dejando a un
lado las citas de La princesa prometida y el sexo rompiendo muebles, Len pensó que la pareja
podría tener la relación más saludable que jamás haya conocido. Rans y Zorah, la poderosa
pareja vampírica, Twilight, cómete el corazón.

La puerta del otro dormitorio de la planta baja estaba bien cerrada, ninguna luz salió
de adentro. Len pasó junto a él y no se permitió preguntarse si Albigard también estaría
mirando la oscuridad con ojos inyectados en sangre, contemplando su propia mortalidad.

Cuando una búsqueda en la cocina no logró encontrar una tostadora que funcionara,
Len se vio obligado a calentar sus Pop-Tarts en una sartén sobre la estufa como un pagano.
Zorah le había negado con la cabeza cuando los había agregado a la lista el día anterior, pero
la comida reconfortante era la comida reconfortante. Las Pop-Tarts eran uno de los pocos
restos de su infancia que no habían sido mancillados, y si estaba a punto de correr un peligro
mortal en unas pocas horas, esta era su última petición de comida, maldita sea.

Sin embargo, una tostadora hubiera estado bien.

En otra cacerola, el agua para el café llegó a ebullición y él la añadió a la molienda para
que se remojara. Unos minutos más tarde, se sentó con su festín y casi derramó el café
hirviendo en su regazo cuando un portal se abrió sin previo aviso y el gato negro entró al
trote.

—Uh… hola, —dijo, cuando el sidhe no mostró ninguna inclinación inmediata a


cambiar a forma humana. —Lo siento… todos los demás están durmiendo o teniendo sexo
en este momento. Estaba a punto de desayunar y tal vez dar un paseo después, si sale el sol.

El gato saltó sobre la mesa y se sentó, su larga cola enroscada remilgadamente


alrededor de los dedos de los pies. Lo miró fijamente con sus ojos verdes sin pestañear, pero
no hizo ningún otro movimiento. Después de un largo momento, Len se encogió de hombros
y volvió a su desayuno, tratando de ignorar la atroz sensación incómoda de ser observado
por un animal consciente mientras comía.

R. A. Steffan | 105
Fae Renegado
Libro Uno

Cuando terminó, fue al fregadero y lavó los platos de la noche anterior y de esta
mañana. Alguien había puesto en remojo el molde para brownies vacío. Trató de no pensar
en lo difícil que sería explicar si Albigard todavía estaba desmayado cuando los demás
aparecieron, listos para irse. O, para el caso, si estuviera tirado sobre un inodoro, vomitando
sus tripas.

Oh bien. Len había tratado de advertirle sobre exagerar con los brownies.

Dos veces.

El gato saltó sobre el mostrador para mirar con interés mientras enjuagaba y secaba
los tazones y sartenes.

—Entonces, —comenzó, a falta de otras tácticas conversacionales. —¿Cuál es tu


opinión sobre todo esto? ¿Va a funcionar el plan, o aquellos de nosotros que no somos
inmortales vamos a terminar como decoraciones de jardín realmente feas en medio de un
barrio muerto?

El aire se retorció, y el sidhe se sentó en el borde de la encimera, con las piernas


balanceándose ociosamente como un niño aburrido. —No habría aceptado el plan si no
creyera que tiene una posibilidad decente de éxito, humano.

—Está bien, —dijo Len, pasando el paño de cocina húmedo a través de la manija de la
puerta del refrigerador para que se seque. —Bueno, eso es bueno. ¿Correcto?

El sidhe se encogió de hombros.

Cuando no hubo más consuelo, Len tomó una botella de agua fresca del refrigerador
y salió. El cielo estaba aclarando en el este, y aunque todavía estaba bastante oscuro, estaba
seguro de que no se tropezaría en el camino y se rompería una pierna mientras tuviera
cuidado.

Había un pequeño pellizco en el aire esta mañana, un indicio del otoño por venir.
¿Estaría el bosque todavía lleno de hojas verdes y pájaros cantando en esta época el próximo
año? ¿O América del Norte sería un páramo ennegrecido, desprovisto de vida?

Había visto el matadero de la Cacería en St. Louis con sus propios ojos y, sin embargo,
todavía no podía entender la idea. Como ha probado las presas fáciles de la Tierra, seguirá
regresando, había dicho Zorah. Y cada vez que se alimenta, se hará más fuerte. Se hará más grande.

Nigellus había ido aún más lejos. La vida en el reino humano muere con demasiada facilidad.
A medida que se vuelve más fuerte, la Cacería transformará la Tierra en un espejo de Dhuinne, un
reino con la vida multiplicándose fuera de control… el otro con la muerte arrastrándose por la tierra
hasta que se traga todo a su paso.

Len no podía aceptar esa predicción. Ellos arreglarían las cosas de alguna manera,
atrapar a la Cacería en Dhuinne, donde pertenecía. Todavía habría ardillas correteando y
chillando en esta sección aleatoria del bosque en Illinois la próxima primavera. La alternativa
era demasiado grande, demasiado horrible, para contemplarla.

R. A. Steffan | 106
Fae Renegado
Libro Uno

Siguió los mismos senderos que antes, observando su entorno con una mirada más en
sintonía con la belleza que lo rodeaba de lo que podría haber sido de otra manera. El sol salió,
pintando el cielo del este en tonos pastel al estilo de Disney, tan brillantes que lastimaron sus
ojos. Los pájaros piaron. Los insectos zumbaban. Una vez que llegó a las rutas de senderismo
públicas, conoció a algunos corredores tempranos y paseadores de perros que hacían algo de
ejercicio antes del trabajo.

Algunos de ellos le dieron miradas cautelosas y un amplio espacio, este extraño de


seis pies de altura con cabello teñido y tatuajes rodeando sus brazos, anillos de metal
brillando en su rostro. Pero una especie de abuela que paseaba a un spaniel anciano se detuvo
para dejar que acariciara a su perro cuando la vieja bestia tiró de la correa para acercarse a él.

—¡Buenos días querido! —Dijo la mujer alegremente, recordando a Len con una
punzada aguda a Betty que había vivido al otro lado de la calle. —Este es Bono. Tiene el
mejor gusto en la gente. ¡Saluda, Bono!

Len le sonrió y frotó las sedosas orejas de Bono mientras el perro babeaba y lo pateaba,
tratando de no pensar en un par de bultos peludos de color marrón y negro que yacían
muertos en la acera junto a su dueño.

Regresó a la casa antes de que el sol subiera demasiado, sintiendo una mezcla
desagradable de temor y determinación enroscándose en su estómago. Todos los demás
excepto Nigellus estaban reunidos en la cocina, aunque apenas eran las ocho y cuarto según
el viejo reloj colgado en la pared.

Para disgusto de Len, Albigard también estaba ahí, hablando en voz baja con Teague.
Parecía tan altivo y perfecto como siempre, incluso después de haber comido suficientes
bizcochos de marihuana como para tranquilizar a un caballo la noche anterior. Len se detuvo,
mirando al Fae a través de sus propios ojos legañosos e inyectados en sangre.

—Amigo, —dijo. —Eso está mal.

Rans miró entre ellos y levantó una ceja. —Metabolismo no humano. No lo tomes
como algo personal.

Len negó con la cabeza, descartando la pequeña injusticia universal frente a las cosas
mucho más importantes con las que tenían que lidiar hoy. El gato-sidhe volvió a ser un gato,
pero los cu-sidhe tenían forma humana. No pudo evitar notar que el que había rociado con
gas pimienta el día anterior había logrado quitarse el tinte de la cara. Él también tenía razón,
sin ese marcador visual para la identificación, Len no tenía idea de cuál de ellos era cuál.

Nigellus se materializó antes de que el silencio en la habitación se volviera


insoportablemente incómodo, con una bolsa de lona en una elegante mano. El demonio miró
a su alrededor, haciendo un recuento rápido. —Ah, parece que estoy retrasando la fiesta.
Disculpas. —Levantó la bolsa y se encontró con los ojos de Len. —Señor Grayson. Dado que
su viaje aquí no fue planeado y no le permitió empacar primero, me tomé la libertad de armar
un botiquín básico de primeros auxilios para los esfuerzos del día.

R. A. Steffan | 107
Fae Renegado
Libro Uno

Len sintió una desagradable sacudida al ser llamado señor Grayson y tuvo que
reprimir el impulso de mirar detrás de él en busca de su padre. Nigellus le arrojó la bolsa,
una distracción bienvenida. Lo atrapó en el aire y abrió la cremallera, rebuscando entre los
contenidos. En el interior encontró gasas, rollos de algodón, torniquetes, vendas elásticas,
tijeras, guantes y cinta adhesiva.

—Gracias, —dijo con incertidumbre. Cuando levantó la vista, encontró a Rans con una
expresión extraña.

—¿Botiquín de primeros auxilios? ¿De verdad? —El vampiro le preguntó a Nigellus,


su tono puntiagudo.

El demonio arqueó una ceja en respuesta. —Los Faes todavía son susceptibles a la
debilidad física provocada por la pérdida de sangre, aunque solo sea temporalmente. Dado
que tenemos a alguien capacitado en las artes médicas, parece lógico equiparlo con las
herramientas adecuadas.

Len frunció el ceño. —Estamos tratando de atrapar a un monstruo de niebla que


succiona la fuerza vital de las personas hacia el Vacío, —señaló. —¿Esperamos alguna herida
sangrante esta mañana?

Nigellus le dedicó una sonrisa suave. —Uno ciertamente espera que no. Ahora…
¿estamos listos para partir?

—Ni remotamente, —dijo Zorah. —Vamos, vayamos a St. Louis y acabemos con esto
de todos modos.

R. A. Steffan | 108
Fae Renegado
Libro Uno

Capítulo Dieciocho
Len pasó a través de un portal lanzado por Teague y se encontró en un área tranquila ubicada
detrás de una colección de remolques temporales. El lugar tenía una sensación militar
rápidamente ensamblada, que recordaba a las imágenes de las noticias que cubrían los
campos de emergencia o los centros de detención. Los remolques eran completamente
blancos y rectangulares, el área rodeada por una cerca de tela metálica de seis pies rematada
con alambre de púas en bucle.

Una sensación surrealista lo golpeó cuando giró lentamente tres sesenta y reconoció
una intersección por la que había pasado prácticamente todos los días de camino al trabajo
en el Brown Fox. Habían llegado tal vez a media milla de su casa, y toda la zona era ahora
una base militar.

Los demás habían precedido a Len a través del óvalo en llamas, que se cerró
bruscamente una vez que estuvo fuera de él. Teague pasó junto a él, dirigiendo a Len el tipo
de mirada que le darías a una araña trepando por la pared de una ducha mientras intentas
bañarte.

—Al darme cuenta de la naturaleza de la incursión, ordené una evacuación obligatoria


dentro de un perímetro que abarcaba un área aproximadamente cuatro veces el tamaño de
la zona de destrucción original, —dijo el Fae. —Me reuniré con el comandante humano de la
Guardia Nacional y me aseguraré de que no nos molesten mientras trabajamos. Entonces
podemos proceder a la ubicación de la rasgadura en el velo y comenzar.

Con eso, el Unseelie de cabello cobrizo giró sobre sus talones y marchó hacia la
estructura más cercana. Los demás lo siguieron. Len parpadeó y se arrastró detrás,
dolorosamente consciente de que nada en su grupo gritaba “Pertenecemos dentro de un
perímetro militar seguro”. Aparentemente despreocupado, Teague se abrió paso a través de
SUV negros y Hummers, seguido por dos vampiros vestidos de cuero negro, un demonio
con un traje de Armani, cuatro refugiados del set de El señor de los anillos y Len, el tipo al
azar con cabello azul y perforaciones faciales.

Len hizo una mueca cuando el oficial de la Guardia Nacional de aspecto severo al que
se acercaban los miró y apoyó la mano en su arma.

—Teniente —dijo Teague secamente.

Los ojos del oficial se posaron en el Fae y rápidamente se aturdieron. Parpadeó,


cuadrándose y enfocándose en Teague tan completamente como si el resto de ellos ya no
existieran.

—Sí, señor. ¿Qué puedo hacer por usted señor? —Dijo, y Len sintió un escalofrío de
repugnancia recorrerlo ante el tono de adoración.

—¿Ha habido disturbios dentro del perímetro desde su último informe? —Exigió
Teague.

R. A. Steffan | 109
Fae Renegado
Libro Uno

—No señor. Todo tranquilo, —dijo el teniente.

—Bien, —respondió Teague. —Retiren cualquier dron y cesen todos los esfuerzos de
vigilancia hasta que ordene lo contrario. Destruya cualquier imagen grabada que data de este
momento en adelante. Nadie entra o sale a menos que esté conmigo. Encárgate de eso.

—Inmediatamente, señor —dijo el oficial, y se alejó como si estuviera cumpliendo las


órdenes de un general de cuatro estrellas en lugar de un pálido civil con el pelo largo recogido
en una cola de caballo.

—¿Soy el único que se siente realmente asustado por esa interacción? —Preguntó Len,
una vez que el teniente desapareció en uno de los remolques de comando.

—Nop, —dijo Zorah, haciendo estallar la “p”. —Bienvenido a mi mundo, donde los
Fae controlan todo y el libre albedrío es una ilusión.

Rans la miró de soslayo. —Quizás un poco exagerado, amor.

—Sigue diciéndote eso, —murmuró. —No es paranoia cuando realmente quieren


atraparte. Sólo digo.

—Si podemos proceder, —dijo Albigard, en un tono que podría quitar la pintura. En
contraste con los demás, para quienes aparentemente este era solo otro día en la oficina, se
veía tan tenso como la cuerda de un arco. Por mucho THC que hubiera en esos brownies la
noche anterior, claramente no había sido suficiente en lo que a él respectaba.

—Sí, —estuvo de acuerdo Nigellus. —Deberíamos darnos prisa. Si bien no hay razón
para pensar que la Cacería se sentirá atraída por la presencia del Comandante de vuelo ahora
que se ha vuelto salvaje, tampoco tiene sentido colgarlo como cebo fuera de las protecciones
más tiempo del estrictamente necesario.

—Absolutamente, —estuvo de acuerdo el gato-sidhe, y abrió un portal.

Len miró a su alrededor un poco desesperado, esperando ver soldados y policías


asustados por la repentina aparición de un anillo de fuego flotando en el aire, pero las pocas
personas en evidencia los ignoraban por completo, casi como si fueran invisibles.

—¡Espera! —Dijo Zorah. —¿Qué tan seguros estamos de que esto será seguro para
Len? La última vez que tocó esta zona muerta, los resultados… no fueron buenos.

La cabeza del sidhe se inclinó. —El portal nos depositará fuera del límite. Sin embargo,
la vida ya está regresando al área, aunque en una capacidad desagradable. Es simplemente
un área de descomposición ahora, y esta vez el humano tendrá una mejor idea de qué esperar.

Len sintió un nudo en la garganta al recordar el terrible tirón que había experimentado
la última vez, atrayéndolo como ataduras de hierro a un imán.

—Está bien, Z, —logró decir. —Me di cuenta de que algo andaba mal cuando me
acerqué, incluso antes de tocar el área muerta. Si sucede lo mismo esta vez, solo… agárrame

R. A. Steffan | 110
Fae Renegado
Libro Uno

antes de que pueda alcanzarlo y arrójame a través de un portal que lleva de vuelta a Chicago,
supongo.

—Si estás seguro, —dijo ella con desgana, todavía luciendo infeliz.

Una vez más, Len vio a Rans dirigiendo una mirada inquisitiva a Nigellus, cuyo rostro
permanecía completamente ilegible. Antes de que alguien más pudiera presentar otra
objeción que retrasara aún más las cosas, Albigard atravesó el portal con el aire de alguien
que preferiría ir a cualquier otro lugar, pero sabía que “a cualquier otro lugar” no era una
opción en ese momento.

Los demás lo siguieron, hasta que solo quedaron Rans, Zorah y Len.

—Rans estará justo frente a ti y yo estaré justo detrás, —dijo Zorah. —Si comienzas a
actuar raro, evitaremos que te acerques más a eso.

—Gracias, —dijo Len, y se armó de valor para lo que estaba a punto de ver al otro lado
del agujero en la realidad.

Rans se deslizó a través del portal, desapareciendo de la vista. Len respiró hondo y
también entró. Escuchó a Zorah llegar detrás de él, pero lo más inmediato que lo golpeó fue
el hedor insoportable. La vida había regresado a la zona muerta, de acuerdo, pero era el tipo
de vida diminuta que convertía las plantas marchitas en abono y los cadáveres en charcos de
baba y hedor.

Se le revolvió el estómago, pero se obligó a controlar las náuseas con habilidades


perfeccionadas durante los dos años que pasó en el campo de la medicina. Cautelosamente,
miró a su alrededor. Estaban a unos seis metros del límite definido entre la normalidad y la
destrucción. El moho de limo se adhería a la hierba muerta y las hojas caídas, con algún que
otro hongo de aspecto enfermizo que sobresalía del sustrato de materia vegetal en
descomposición.

Todos los cuerpos humanos habían sido retirados, pero los diminutos restos
emplumados de pájaros y otros animales pequeños aún cubrían el camino, cubiertos de
zumbidos de moscas. Len cerró los ojos por un momento, dirigiendo su atención hacia
adentro. Un escalofrío recorrió sus nervios, emanando de la horrible extensión frente a él,
pero no lo arrastró esta vez, ni trató de atraparlo. Zorah sujetó su brazo izquierdo con
firmeza, por si acaso.

Abrió los ojos. —Estoy bien, —dijo. —Está bien. Son solo plantas podridas y pájaros
muertos.

Len se soltó de su agarre y caminó hacia adelante, sus pies bajo control consciente esta
vez. No podía negar el escalofrío que lo recorrió cuando cruzó el límite, pero ese fue el alcance
de la reacción de su cuerpo. No hubo fuegos artificiales en sus sinapsis. Sus músculos no se
agarrotaron ni se convulsionaron.

R. A. Steffan | 111
Fae Renegado
Libro Uno

Se dirigieron tras los demás, que ya estaban a la mitad de la cuadra. Len no pudo evitar
quedarse boquiabierto ante la vista de casas familiares enmarcadas por la completa
incorrección de un paisaje desconocido, el verde reemplazado por los negros, marrones y
amarillos enfermizos de la putrefacción.

Su casa estaba cerca, con todas sus pertenencias. ¿Seguiría luciendo igual por dentro,
excepto por una o dos plantas de interior muertas y algo de comida en mal estado? ¿Se
habrían arrugado las verduras en su refrigerador en grumos marrones bajo la influencia de
la Cacería, o ya estaban muertas porque habían sido cosechadas?

Tal vez podría entrar una vez que terminaran. Meter algunas de sus cosas en una
maleta, ya que parecía poco probable que a la gente se le permitiera regresar a este vecindario
en el corto plazo. Un derrame químico, lo habían llamado. Se preguntó cuánto tiempo
intentarían aferrarse a esa mentira si la Cacería seguía regresando, yendo más y más lejos
cada vez.

Delante de ellos, los cinco Fae y Nigellus se detuvieron repentinamente en la esquina


de la calle de Len, donde la Cacería apareció por primera vez después de que Zorah y Rans
llegaran a su casa con el cuerpo inconsciente de Albigard. Zorah volvió a agarrar el brazo de
Len y lo retuvo.

—Espera. Hay otros Fae aquí, —dijo. —Eso no era parte del plan, ¿verdad?

—No, —respondió Rans sombríamente. —Ciertamente no lo era.

Se acercaron con cautela para encontrar un enfrentamiento cauteloso en la


intersección. Tres Fae masculinos desconocidos estaban parados en un vértice de un
triángulo de aspecto hostil. Miraron de un lado a otro entre Nigellus, que formaba otra
esquina, y Albigard, que estaba de pie con Teague y el sidhe. Los dos vampiros se unieron a
Nigellus, Zorah tirando de Len con ellos.

Estaba bastante claro en el puesto de mando que estaban en el territorio de Teague


aquí en St. Louis, y como era de esperar, él fue el primero en hablar. —Emisarios. ¿Cuál es la
razón de su presencia aquí? —Demandó. —No me informaron de esta visita.

A diferencia de Teague, los recién llegados no intentaban mezclarse con la ropa


humana. Para ser justos, ni Albigard ni los sidhe en su piel de ante y lino sin blanquear, pero
estos tres habían llevado las cosas varios pasos más allá. Estaban vestidos para la batalla,
pensó Len, con armaduras de cuero y espadas a la espalda.

Su inquietud aumentó varios puntos.

—Hemos sido enviados por orden directa de Oren para evaluar la situación, después
de los informes de que la Cacería Salvaje había sido vista en la Tierra, —dijo el que estaba de
pie a la derecha. Tenía una mueca cruel y una cicatriz que le recorría un lado de la cara.

—¿Quién es Oren? —Preguntó Len en voz baja.

R. A. Steffan | 112
Fae Renegado
Libro Uno

—El Jefazo de la Corte Unseelie en Dhuinne, —respondió Zorah en voz baja. —Y un


verdadero imbécil, para empezar.

—Un verdadero imbécil que también resulta ser el padre de Albigard, —agregó Rans,
igualmente en voz baja.

La cabeza de Zorah se giró. —¿Espera qué? —Preguntó ella, fallando en mantener su


voz baja. Varios Fae lanzaron breves miradas en su dirección.

Len frunció el ceño. —Entonces… ¿Albigard es, como, realeza o algo así? —A
diferencia de Zorah, hablaba lo suficientemente bajo como para no llamar más la atención de
la que ya tenían. —Eh. Eso explica algunas cosas.

—En cuestión de hablar, lo es, pero no olvides la parte en la que la Corte lo condenó a
muerte o al exilio eterno por romper las reglas demasiadas veces, —respondió Rans.

Por los comentarios de “imbécil”, Len tuvo la impresión de que El Papi Querido no
había liderado exactamente el cargo para absolver a su hijo de los cargos de mala conducta.
Tenía una experiencia personal con un padre que se había nombrado a sí mismo juez y jurado
por los crímenes percibidos de su hijo, no es que Len estuviera buscando activamente
experiencias de vida compartidas con el hijo de puta Fae engreído, pero aún sabía qué algo
así se sentía como que te acuchillaran en los intestinos.

Albigard se mantuvo cauteloso al margen de la discusión mientras Teague terminaba


de informar a los recién llegados sobre los acontecimientos recientes. Tenía las manos
entrelazadas detrás de la espalda en lo que debería haber sido una postura casual, pero sus
nudillos estaban blancos por la tensión. El motivo de su aprensión quedó claro cuando el
aparente líder del trío enviado por la Corte frunció el ceño a Teague.

—Esta intriga elaborada es innecesaria, —dijo. —Y fraternizando con un demonio,


nada menos. El Tribunal conocerá de ello. Llevaremos al traidor con nosotros. Ha agotado
cualquier buena voluntad que alguna vez pudo haber disfrutado dentro de Dhuinne. La
Cacería lo seguirá hasta ahí, y se detendrá una vez que lo haya devorado.

—No será…—comenzó el gato-sidhe, pero el cu-sidhe inmediatamente lo interrumpió


diciendo, —¡Eso es lo que dijimos! Suena mucho más simple de esa manera.

El par de shifters se movió abruptamente, girando para mirar a Albigard, quien, a su


vez, comenzó a retroceder con cautela, poniendo espacio entre ellos. Len observó con
asombro cómo su ropa suelta se derretía desde el cuello hacia abajo, transformándose en una
armadura de batalla de cuero oscuro similar a la que usaban los emisarios de la corte.

Ambos vampiros se tensaron como si estuvieran listos para saltar en su ayuda. Casi
más rápido de lo que los ojos de Len podían seguir, Nigellus levantó un brazo bloqueando.

—No.—Su voz chasqueó como un látigo, los ojos brillando con llamas rojas mientras
giraba la cabeza para atrapar a Rans y Zorah con una mirada inflexible. —El Tratado. No
interferirás públicamente con los asuntos Fae.

R. A. Steffan | 113
Fae Renegado
Libro Uno

Un gruñido bajo quedó atrapado en el pecho de Rans, pero ambos vampiros se


congelaron en el lugar, mostrando los colmillos y los ojos brillando tan brillantes como los
del demonio. Len los vio luchar en silencio contra el control de Nigellus y perder. Si hubiera
albergado alguna duda de que Zorah fuera capaz de cometer un asesinato, la expresión de
su rostro en ese momento las habría borrado.

Len no creía que él hubiera sido el destinatario previsto de la orden rota del demonio.
Simplemente estaba en su periferia. Aun así, estaba tan paralizado como los vampiros,
cualquier intento de moverse o hablar simplemente no funcionó. Debería haber sido
aterrador o exasperante… le había dado un puñetazo a Albigard en la mandíbula por algo
mucho menos extremo que lo que el demonio acababa de hacerle. Pero incluso sus reacciones
emocionales se habían amortiguado.

Todo lo que Len pudo hacer fue quedarse ahí como una muñeca de cera, observando
cómo el contingente Fae se dividía por la mitad y se volvía contra sí mismo.

Teague se desvaneció a un lado cuando Albigard y la delegación Unseelie levantaron


las manos que brillaban con magia chispeante, listas para atacar. El gato-sidhe se movió entre
ellos, con los brazos levantados en un claro intento de anticiparse a las salvas iniciales.

—¡Detengan esto de inmediato, todos ustedes! —Gritó el diminuto Fae. —Debemos…

Las palabras se cortaron cuando el cu-sidhe cambió de forma y saltó, uno de los
aterradores perros del infierno se abalanzó sobre el gato-sidhe, mientras que el otro saltó
sobre Albigard. Abrió poderosas mandíbulas alrededor de su brazo, sin hacer caso de la
magia chispeante que parpadeó y se extinguió bajo su agarre.

El gato-sidhe también se transformó, apartándose del camino de las mandíbulas


crujientes y saltando sobre la espalda del Sabueso del Infierno. Dientes y garras como agujas
se engancharon en el pescuezo del cu-sidhe mientras se retorcía de un lado a otro, tratando
de alcanzar a la criatura más pequeña. Mientras tanto, Albigard estaba haciendo todo lo
posible por mantenerse en pie mientras el otro cu-sidhe sacudía su brazo atrapado
violentamente de un lado a otro como un terrier con una rata.

Debería estar haciendo algo al respecto, pensó Len distante, todavía sumido en la
pasividad impuesta por la voluntad de Nigellus. Lo llevarán a Dhuinne para que muera y dejarán
la Tierra como un festín para la Cacería. Les importa un demonio el reino humano.

Pero sus pensamientos se quedaron solo en eso, cavilaciones ociosas, sin ninguna
fuerza detrás de ellas.

Los tres emisarios Unseelie se aprovecharon de lo que fuera que estaba haciendo el
cu-sidhe que parecía estar interfiriendo con la magia de Albigard, levantando sus manos en
un movimiento simultáneo. Cuerdas de luz volaron por el aire y envolvieron el cuerpo de
Albigard, enviándolo al suelo. El cu-sidhe lo soltó cuando sus miembros se juntaron
fuertemente, atrapados por los lazos mágicos tan seguros como cualquier cuerda shibari que

R. A. Steffan | 114
Fae Renegado
Libro Uno

Len hubiera atado alguna vez. Albigard maldijo y forcejeó en vano cuando el gigantesco
sabueso negro se paró sobre él, con la baba goteando de su labio curvado.

R. A. Steffan | 115
Fae Renegado
Libro Uno

Capítulo Diecinueve
Rans se retorció con fuerza junto a Len, todavía luchando contra el control implacable de
Nigellus. El gato-sidhe y el segundo cu-sidhe se separaron de un salto, ambos volviendo a su
forma humana mientras se enfrentaban.

—¡Suficiente! —Gritó el gato-sidhe, luciendo tan nervioso y desaliñado como…


bueno… como un gato que acaba de enredarse con un enorme perro diez veces más grande
que él. —¡Tontos! ¡Lo arruinarán todo! ¿No puedes verlo?

El líder del contingente de Dhuinne dio un paso adelante, dominando su altura sobre
el Fae más pequeño. —Veo a un prisionero fugado, un traidor, y te veo de pie con él, solo.
Sidhe o no, Oren tiene varias preguntas sobre tu reciente relación con este criminal. —Señaló
con la barbilla a Albigard, que yacía en el pavimento, atado y bajo vigilancia.

El gato-sidhe se enderezó, sus ojos verdes centellearon. —No pretendas amenazarme,


Unseelie.

Teague se aclaró la garganta. Todos los ojos se volvieron hacia él.

—Ya has capturado al fugitivo. Está sujeto de forma segura. Ahora, ¿si pudiéramos
discutir nuestros próximos pasos? —Dijo, sonando a partes iguales aburrido e irritado. —
Como estaba diciendo antes de que todos decidieran comenzar a lanzar magia en medio de
una calle humana, tenemos un problema mayor.

—Solo tengo un problema, —dijo el líder del contingente de Oren, —y ese problema
se ha solucionado.

Pero Teague no retrocedió. —Como emisarios de la Corte, por supuesto son


bienvenidos en St. Louis en cualquier momento. Sin embargo, como soy el guardián de este
sector, es una práctica aceptada desde hace mucho tiempo que se reúnan conmigo y discutan
los motivos de su visita antes de tomar medidas que puedan resultar en daños al territorio
bajo mi control.

El Unseelie miró a Teague con una expresión amarga. —No veo cómo la recaptura de
un prisionero fugado daña su territorio. Se lo llevaremos, la Cacería lo seguirá. Los problemas
de ambos están resueltos.

—¡La Cacería no lo seguirá! —Espetó el gato-sidhe. —¿Tienes las orejas rotas?

Teague levantó una mano en señal de sofocación. —Como intenté transmitir antes, la
Cacería no está cruzando entre reinos para cumplir sus órdenes contra los condenados. Ya
no, al menos. Lleva algún tiempo escondido en la ciudad que solía supervisar, a cientos de
kilómetros de aquí. Sin embargo, en lugar de seguirlo, la Cacería regresó a este punto débil
existente en el velo, alimentándose indiscriminadamente de la vida del reino humano en
lugar de buscar su presa asignada.

El líder Unseelie hizo una pausa. —¿Qué estás diciendo?

R. A. Steffan | 116
Fae Renegado
Libro Uno

El gato-sidhe siseó. —¿Qué crees que está diciendo, cretino? Debemos cerrar la brecha
en el tejido entre los reinos, o seguirá ampliándose y causando el caos.

Nigellus habló por primera vez desde que había silenciado a los vampiros y a Len. —
Este problema es más grande que un solo prisionero, Emisario. Más grande, incluso, que la
política entre nuestras razas. ¿Crees que estaría aquí arriesgándome a un incidente
diplomático si no fuera así?

El Unseelie lo miró. —Eres un demonio. Sembrar el caos es toda la razón que necesitas.
¿Apareces con vampiros a tu lado y esperas que crea que es un acto de altruismo?

Nigellus le devolvió la mirada, medida por medida. —Los vampiros están bajo
control, como puedes ver, —respondió, las palabras secas como el polvo. —Créanme,
arriesgarse a un gran conflicto con los Fae en el curso de la reparación de la frontera entre los
reinos está bastante abajo en mi lista de formas deseables de gastar mi tiempo y energía.

Bastardo arrogante, pensó Len, deseando tener la misma resistencia a la influencia


demoníaca que aparentemente tenía a la influencia Fae.

Albigard observó todo esto en silencio desde el suelo, su pecho subiendo y bajando en
ásperos y silenciosos jadeos mientras se debatía su destino. Len se preguntó si la magia que
lo mantenía físicamente restringido también le impedía hablar por sí mismo. Parecía que
estaba luchando contra el pánico ante la perspectiva de lo que estaba a punto de sucederle, y
el corazón de Len se aceleró con simpatía.

—Mi propuesta es esta, —dijo Teague, antes de que los demás pudieran continuar
disparándose entre ellos. —Ayúdanos a cerrar la brecha en el velo, y… luego lleven a su
prisionero a Dhuinne como originalmente planearon. Entonces, los problemas de ambos se
resolverán de verdad.

Zorah, todavía atrapada por las órdenes de Nigellus, emitió un pequeño sonido de
consternación. Len sintió que la repugnancia se deslizaba a través de las capas que
amortiguaban sus emociones, cuando el protegido que supuestamente había sido leal a
Albigard lo arrojó casualmente debajo del autobús. Primero el padre de Albigard… ahora
este pequeño bastardo gamberro. No es de extrañar que los Fae tuvieran una mala actitud y
no tuvieran habilidades con las personas.

Teague miró a su antiguo mentor y había un remordimiento genuino en su rostro. —


Fuiste un buen comandante, y siempre justo conmigo. Lamento cómo ha terminado esto,
pero nuestra necesidad de controlar la Cacería tiene más peso que tu continua supervivencia.
Y al final, eres un traidor a nuestra raza.

Los ojos de Albigard se cerraron.

El otro Unseelie pareció sopesar las palabras de Teague por unos momentos,
intercambiando miradas antes de que el líder asintiera. —Muy bien. Supongo que no hay
nada de malo en reparar el daño del velo antes de partir. Hablemos de los detalles.

R. A. Steffan | 117
Fae Renegado
Libro Uno

El Fae entabló una conversación cautelosa, aunque el gato-sidhe todavía parecía


enloquecido. Len sintió que el control sobre su mente y su cuerpo se relajaba cuando Nigellus
centró toda su atención en Rans y Zorah.

—Te liberaré ahora, —dijo, —pero no permitiré que actúes contra los Fae. Ni siquiera
para proteger a tu amigo.

Ambos vampiros giraron hacia él, con los colmillos extendidos y los puños apretados,
pareciendo cada centímetro los depredadores que eran.

—Es posible que ya seamos tus peones políticos, Nigellus, —gruñó Rans, —pero no
pretendas convertirnos también en tus marionetas literales.

Nigellus no retrocedió ante su furia. —No te hagas ilusiones, Ransley. Me preocupo


mucho por ti, y tu consideración es importante para mí. Pero me preocupo más por el tratado
y la paz actual entre el Infierno y Dhuinne.

Len los dejó en su cara a cara a favor de cruzar a Albigard, quien de alguna manera
parecía haber sido olvidado en gran medida, a pesar de que era el punto focal del maldito
show actual. Se arrodilló junto al Fae, cuyos ojos aún estaban fuertemente cerrados. Su
respiración era irregular y demasiado rápida, como si no pudiera extraer suficiente oxígeno.
Len estaba dolorosamente familiarizado con la sensación.

—Hey, —dijo, tomando nota cuidadosa de la mueca de sorpresa que recibió a cambio.
—Estás hiperventilando, Blondie. Voy a levantar un poco la parte superior de tu cuerpo. Eso
debería facilitarte la respiración, ¿de acuerdo?

Albigard apartó la cara. —Déjame en paz, maldito seas —logró decir entre jadeos.

—Sí, lo siento, no está sucediendo, —dijo Len. —Vamos, vamos a controlar tu


respiración. Lento y profundo. Dentro y fuera.

Puso un brazo debajo de los hombros de Albigard y lo levantó lo suficiente como para
deslizarse detrás de él, de modo que pudiera apoyar la espalda del Fae contra su pecho.
Albigard se tensó y Len se sorprendió, no por primera vez, por la fuerza de la barrera
invisible que sostenía a su alrededor. Se preguntó cuánto tiempo había pasado desde que
alguien había tocado al tipo excepto para golpearlo o empujarlo.

O morderlo, en el caso del cu-sidhe.

Los músculos de Albigard estaban rígidos, al menos en parte debido a los lazos
mágicos que aún mantenían sus extremidades atrapadas con fuerza contra su cuerpo. Len
envolvió un brazo alrededor de su torso y colocó su palma plana contra el centro de su pecho,
donde estaría el corazón de un humano, con la esperanza de darle algo que lo ayudara a
aterrizarlo. Efectivamente, el latido del corazón del Fae retumbaba bajo el toque de Len,
golpeando contra sus costillas como una cosa salvaje tratando de escapar de su jaula.

Zorah se deslizó junto a ellos, evidentemente había dejado a Rans a cargo de “gritarle
al final de las cosas a Nigellus”. Ahuecó la mejilla de Albigard con una mano. Len sintió un

R. A. Steffan | 118
Fae Renegado
Libro Uno

leve escalofrío atravesar al Fae, pero el borde del pánico en su respiración ya comenzaba a
aliviarse.

—Tinkerbell, —dijo, sonando angustiada. —Estamos… vamos a resolver algo, ¿de


acuerdo? —Visiblemente controlándose, comenzó a palpar a lo largo del brazo más cercano
a ella. —¿Cómo te sacamos de estos lazos?

Por lo que Len podía ver, ahí no había nada que ella pudiera encontrar. Nada físico,
de todos modos.

—No lo haces, —dijo con voz áspera Albigard, su cuerpo relajándose contra el de Len
poco a poco.

Jesús. Los Fae iban a llevárselo para poder arrojarlo a las fauces de sus pesadillas
infantiles y, a menos que Nigellus cambiara repentinamente de opinión, no había nada que
ninguno de ellos pudiera hacer para detenerlo. El verdadero horror de la situación golpeó a
Len como un golpe.

Rans se unió a ellos, agazapado al otro lado de Albigard. Todavía parecía como si
quisiera arrancarle la garganta a alguien y no estaba sintiendo tan en particular de quién era
la garganta.

—¿En qué diablos estabas pensando, Alby? —Demandó. —¿Por qué no saliste de aquí
cuando tuviste la oportunidad? —Su mano se cerró sobre la parte superior del brazo de
Albigard y lo agarró con fuerza.

—Me necesitas para cerrar la brecha, —dijo Albigard, mirándolo a los ojos.

—Él está sangrando. —Zorah miraba fijamente el brazo que había estado tocando.

Len ya había notado la mancha húmeda que se filtraba debajo de la protección de


cuero rasgada en el antebrazo del Fae, donde el cu-sidhe lo había agarrado. —Lo sé. Yo lo vi.
No hay mucho que pueda hacer al respecto mientras está atado así.

—No tiene importancia —murmuró Albigard.

Sin verlo detenidamente, Len no tenía idea de si eso era cierto o no, pero también había
visto a Albigard sacudirse las heridas que habrían matado a un humano en el acto. A su lado,
Rans y Zorah se tensaron, y Len levantó la vista para ver a los demás acercándose a ellos.

—Patético. —El líder Unseelie se burló de su prisionero, con los labios fruncidos. —
¿Un Fae de sangre cortesana, rodeándose de humanos y rondadores nocturnos no-muertos?
Tu padre estaría horrorizado.

Zorah lo fulminó con la mirada, sus ojos destellando fuego cobrizo. —No tan
horrorizados como nosotros por él. A diferencia de Oren, no abandonamos a los nuestros.

Len se quedó en silencio y notó que Rans también lo hacía, porque a todos los efectos
prácticos, abandonarían a Albigard. Al menos, suponiendo que Nigellus les impidiera actuar
como lo había hecho antes… aparentemente sin ningún esfuerzo de su parte. Len apretó su

R. A. Steffan | 119
Fae Renegado
Libro Uno

agarre sobre el indefenso Fae, tratando de proyectar tranquilidad a través de su toque a pesar
de que era una mentira.

Cuando Albigard no hizo ningún intento de estar a la altura del insulto, el líder
Unseelie suspiró. —Aparentemente, se necesitan tus poderes híbridos para lidiar con este
daño al velo. Antes de soltarte, requiero tu palabra de que vendrás conmigo después como
mi prisionero.

Len sintió un momento de esperanza ante las palabras “antes de que te libere”, pero
duró poco.

—Alby, —dijo Rans en advertencia. —No hagas esto…

Un escalofrío recorrió el cuerpo en los brazos de Len. —Les doy mi palabra de que no
me resistiré una vez reparado el daño del velo y contenida la Cacería, —dijo Albigard.

Buen Dios, ¿la obsesión Fae con la veracidad se extendía tan lejos? Un Fae que
intencionalmente engaña a otro ya no es Fae, había dicho Albigard. Y aparentemente se
extendió hasta ahí, porque el líder Unseelie hizo un gesto brusco. Inmediatamente, la fuerza
que sujetaba los brazos y las piernas de Albigard se desvaneció.

—Muy bien, —dijo. —Levántate y haz tu parte, traidor.

Por el espacio de un respiro, Albigard yacía suelto y flexible contra el cuerpo de Len.
Se dio cuenta de que todavía tenía un brazo agarrado alrededor del pecho del Fae, y lo dejó
deslizarse mientras Albigard se movía debajo de él y se ponía de pie. Len hizo lo mismo, el
entumecimiento extendiéndose dentro de él.

—Está herido, —dijo Len. —Tengo suministros médicos. Quiero mirar ese brazo
primero.

Los fríos ojos verdes del líder se posaron sobre él, haciendo que Len se sintiera como
un insecto que se hubiera parado en el laboratorio y comenzado a hablar con el entomólogo.

—No seas ridículo, criatura inútil, —dijo el Fae, y rápidamente lo despidió, dándose
la vuelta.

—Ya nos hemos demorado aquí demasiado tiempo, —dijo Albigard, su tono hueco.
—Guarda tus vendajes para alguien que se beneficiará de ellos.

—Aléjate, Señor Grayson, —ordenó Nigellus, acercándose ahora que todos los Fae
parecían estar en la misma página otra vez. —Cuanto antes actuemos, mejor. Ransley… Sra.
Bright, usted también.

Zorah lo fulminó con la mirada y se giró para detener a Albigard con una mano en su
brazo sano. —Obtienes cualquier poder que necesites de nosotros, Tinkerbell. ¿Tú me
entiendes? Cualquier poder que necesites.

Una leve sonrisa curvó una comisura de los labios del Fae. ¿Len lo había visto sonreír
alguna vez antes? No podía recordar.

R. A. Steffan | 120
Fae Renegado
Libro Uno

—Tu intento de subterfugio es apreciado, demonio, —dijo, mirándola. —Pero he dado


mi palabra de no resistir. Solo necesitaré tu repugnante animus vampírico para el propósito
que acordamos originalmente.

Sintiéndose mal del estómago, Len se retiró de la intersección donde Nigellus y los
Fae se estaban instalando, preparándose para implementar cualquier proceso mágico arcano
que habían estado planeando. Rans miró largamente la espalda de Albigard. El Fae no se giró
para encontrarlo. Finalmente, llevó a Zorah a una pequeña distancia y la abrazó, guiando sus
labios para que descansaran contra su garganta. Len desvió la mirada cuando ella se aferró,
lista para sacar sangre de él tan pronto como Albigard comenzara a extraer poder de ella.

Los tres Unseelie enviados por el imbécil del padre de Albigard se apartaron del
camino de los demás, vigilando de cerca los procedimientos. Mientras tanto, Nigellus y los
Fae restantes se reunieron alrededor del lugar donde Len había visto por primera vez a la
Cacería abrirse paso en el mundo. No pudo evitar notar que Teague parecía tener dificultades
para mirar a su antiguo mentor a los ojos, y sintió una oleada de odio hacia el bastardo
zalamero que ya había dejado tanta destrucción a su paso.

Len no estaba seguro de qué esperar, en un sentido puramente físico, cuando Albigard
y el gato-sidhe levantaron las manos hacia el área dañada. Empezaron a murmurar palabras
que apenas llegaban a los oídos de Len, en un idioma que no entendía. Observó con una clara
sensación de temor cómo el aire claro del mediodía comenzaba a brillar como ondas en el
agua… o como el velo metafórico que habían estado usando para describir el límite entre las
realidades.

Fue hermoso. Y quedó triturado.

R. A. Steffan | 121
Fae Renegado
Libro Uno

Capítulo Veinte
Los harapos del material que sea que formaba el límite entre un reino y el siguiente
revoloteaban bajo una brisa inefable, el área dañada palpitaba con un rojo furioso como una
herida. Mirarlo hizo que le doliera el cerebro a Len, pero una vez que comenzó, parecía que
no podía apartar los ojos.

Era espeluznante, pero fascinante. Inquietante, pero adictivo.

—Esto es peor de lo que temíamos, —observó Nigellus en un tono clínico. El demonio


se había quitado la chaqueta del traje a la medida y se había arremangado, dejando al
descubierto unos antebrazos musculosos que Len no habría esperado teniendo en cuenta su
figura alta y esbelta.

Esa herida necesitará desbridamiento25, pensó Len, una sombra de la intuición de otra
vida, cuando él había sido el responsable de reparar la carne rota. Un tiempo antes de que su
fracaso en hacerlo lo hubiera quebrantado.

—Los bordes no se sellarán correctamente en este estado, —dijo el gato-sidhe,


haciéndose eco de la opinión médica profesional de Len.

—Hmm, —reflexionó Nigellus, y llamó a su espada llameante a la existencia con un


gesto preciso de una mano. Todos los Fae, excepto Albigard y el gato-sidhe, se retorcieron a
la par cuando apareció, como si no pudieran evitar reaccionar ante la amenaza percibida de
un demonio armado del destino.

El demonio en cuestión se acercó a la rasgadura en el espacio, observándola con una


expresión calculadora. Levantó el brazo de la espada y, con un movimiento rápido de la
muñeca, algunos de los fragmentos intangibles se liberaron del área dañada, revoloteando
hacia lo que sea que yaciera al otro lado de la brecha… quemándose hasta convertirse en
nada a medida que avanzaban.

—¡Lo harás más grande! —Espetó el líder Unseelie.

—Haré que su tamaño actual sea más evidente, —replicó Nigellus. —Para ser honesto,
me preocupa cada vez más cómo pudo haber sucedido esto en primer lugar.

—Un problema a la vez, —dijo el gato-sidhe, estirando las manos hacia el velo
iluminado, brillando con magia. Albigard reflejó en silencio al sidhe del otro lado, con la
mandíbula apretada por la tensión.

—Absolutamente, —estuvo de acuerdo Nigellus, y volvió a su operación.

Len trató de vigilar a medias a Zorah y Rans. Tal como él lo entendía, el gato-sidhe
tenía la capacidad de obtener poder de otros Fae siempre que se lo permitieran. No estaba
relacionado con aceptar regalos o deudas del alma o cualquiera de esas otras cosas locas. Así
que el sidhe podía recurrir a la fuerza no solo de Teague, sino también de los tres emisarios
de la Corte, todos los cuales parecían ser bastante poderosos por derecho propio.

R. A. Steffan | 122
Fae Renegado
Libro Uno

Albigard, por otro lado, solo tenía acceso al poder de Zorah, y por extensión de beber
sangre, al de Rans. Esto, además de su propio poder, por supuesto. Pero entre lo que sea que
el cu-sidhe le había hecho cuando lo había mordido, y el drenaje de ser atado mágicamente
por los otros Unseelie, Len no tenía idea de qué tipo de reservas probablemente le quedarían
en este punto.

Hasta ahora, parecía estar aguantando por sí mismo, basado en el hecho de que Zorah
no se había hundido con una debilidad repentina como la primera vez que Len vio a Albigard
sacarle la fuerza vital. Por supuesto, todo lo que él y el gato-sidhe estaban haciendo hasta
ahora era hacer visible el área desgarrada. No estaban tratando de arreglarlo todavía.
Mientras tanto, Nigellus estaba cortando grandes tiras de velo desgarrado, empuñando la
espada enorme y ardiente con mucha más facilidad de la que parecía que debería poder
manejar.

Zorah había descrito una vez la verdadera forma del demonio, una figura imponente
con cuernos, músculos abultados y alas coriáceas que fácilmente alcanzaban los cuatro
metros y medio. El cuerpo que Len vio actualmente era… bueno… no estaba seguro de qué
era. No es una ilusión, exactamente. Las alas, por ejemplo, no eran simplemente invisibles.
No te encontrarías con uno de ellos si pasaras por el hombro de Nigellus. Nigellus no tuvo
que agacharse para atravesar una puerta de dos metros de altura cuando llevaba esta forma.

Tal vez sus atributos demoníacos residían en el mismo lugar que la espada llameante
cuando no la necesitaba. Todo el asunto hizo que a Len le doliera la cabeza casi tanto como
mirar el velo dañado. Pero el resultado práctico significaba que probablemente no era la
forma humana delgada de Nigellus empuñando la espada pesada con una sola mano, sino
más bien una enorme montaña demoníaca de músculos. Aun así, la desconexión mental de
ver a alguien utilizar una fuerza física que no debería tener había sido… desconcertante.

Sin embargo, si también resultaba ser lo que protegía a la Tierra de la Cacería Salvaje,
Len lo tomaría.

El último de los harapos hechos jirones se quemó hasta la nada mientras Len
observaba, dejando atrás un espacio de bordes relativamente suaves que brillaba y palpitaba
con rojos y morados que parecían magullados. Parecía una herida inflamada. Dolorosa.
Equivocada. Lo que sea que yacía al otro lado de la abertura estaba envuelto en la misma
brumosa impenetrabilidad que un portal de viaje Fae.

—Pruébalo ahora, —dijo Nigellus, arqueando la espada de fuego hacia un lado con
una floritura.

—Rápido, —añadió uno de los cu-sidhe.

Los dos shifters se habían colocado al lado de Albigard y los gatos-sidhe como
guardaespaldas. Su atención nunca vaciló en la brecha. Incluso en forma humanoide, daban
la impresión de tener las orejas erguidas y los pelos de punta. Len pensó que incluso vio a
uno de ellos olfatear el aire, las fosas nasales temblando.

R. A. Steffan | 123
Fae Renegado
Libro Uno

Albigard había llamado a los cu-sidhe los guardianes hereditarios de la Cacería


Salvaje. Más tarde, Len sumó dos y dos con algo que dijo Nigellus cuando discutían la
estrategia. Cuando Albigard afirmó que los Fae eran impotentes contra la Cacería, el
demonio no estuvo de acuerdo. Tu afirmación es casi exacta, había dicho. Pero no del todo exacta.

Evidentemente, en el reino Fae, los cu-sidhe actuaban como perros pastores, guiando
a la Cacería a donde se suponía que debía ir cada vez que la Corte decidía echarle la culpa a
alguien. El gato-sidhe los había involucrado en caso de que la Cacería apareciera mientras
aún estaban trabajando, la idea era que el cu-sidhe pudiera conducirlo de regreso al lugar de
donde vino el tiempo suficiente para que los demás terminaran de cerrar la brecha. Luego, el
sidhe viajaría inmediatamente de regreso a Dhuinne e intentaría controlar la cosa en su
hábitat natural.

El hecho de que los dos shifters de repente parecieran tan nerviosos no le pareció a
Len una buena señal.

Aparentemente, Nigellus estuvo de acuerdo. —Miren bien, —dijo el demonio,


levantando su espada de nuevo.

—Nos hemos demorado demasiado, —estuvo de acuerdo el gato-sidhe, sonando


decididamente preocupado. —¡Al infierno con todas estas inútiles luchas internas Unseelie!

—Cierra los bordes —espetó Nigellus. —¡Rápido!

El cu-sidhe cambió bruscamente a su forma de sabueso y se movió para interponerse


entre sus cargas y la abertura. Todos los diminutos vellos del cuerpo de Len se erizaron a la
vez, un escalofrío pegajoso se deslizó por sus venas. Dio un paso involuntario hacia atrás,
aunque ya estaba a bastante distancia del centro de la acción.

Albigard y el gato-sidhe levantaron sus manos con un movimiento de empuje,


reflejándose el uno al otro. Zorah abruptamente hizo un ruido ahogado. Sus rodillas
cedieron, solo los brazos de Rans alrededor de ella la mantuvieron erguida. Los bordes del
velo rasgado comenzaron a juntarse, como si una mano gigante e invisible los apretara para
cerrarlos. Len contuvo la respiración, como si de alguna manera pudiera aumentar el
esfuerzo mágico que se estaba realizando.

Fuera lo que fuera lo que estaban haciendo los demás, parecía estar funcionando. Rans
vaciló sobre sus pies mientras Zorah drenaba su sangre para reponerse, finalmente cayendo
de rodillas con ella en lo que parecía un colapso apenas controlado.

Len vació sus pulmones en un santiamén, pensando que tal vez… sí… solo un poco
más…

Nigellus levantó su espada, preparándose para sellar los bordes con el calor de la hoja.

Una niebla negra y grasienta explotó a través de la delgada grieta entre los bordes de
la brecha. Envolvió a Nigellus, incluso cuando el demonio lo cortó con su arma llameante, y

R. A. Steffan | 124
Fae Renegado
Libro Uno

el corazón de Len saltó hasta su garganta. El cu-sidhe estalló en rugidos y gruñidos,


arremetiendo contra los bordes de ataque de la masa que se retorcía.

Fue horrible Cualquier parte individual en la que Len trató de enfocarse era solo humo
aceitoso y ondulante. Pero las partes desenfocadas eran algo… peor. La Cacería tenía dientes,
garras y ojos ciegos y buscadores. Estaba formado por monstruos, algunos que podrían haber
sido perros, algunos que podrían haber sido caballos… y algunos que podrían haber sido
hombres, o más bien Fae. Todos se retorcieron casi más allá del reconocimiento,
entrelazándose para convertirse en una sola fuerza voraz.

La luz parpadeante de la espada de Nigellus desapareció, completamente oscurecida


dentro del torbellino, al igual que el propio demonio. Los tres Faes Unseelie enviados por la
Corte retrocedieron locamente, tratando de poner más distancia entre ellos y la manifestación
de la pesadilla.

—¡Háganlo retroceder, tontos! —Gritó el líder del grupo al cu-sidhe. —¡Por la gracia
de Mab, llévalos de regreso ahora!

Los dos gigantescos sabuesos se lanzaban y mordían, parecían para todo el mundo
como collies fronterizos tratando de redirigir un rebaño rebelde de ovejas malvadas. Una
extrusión de humo con la punta de una garra salió a la velocidad del rayo, y el sabueso que
había estado protegiendo al gato-sidhe chilló. Cuando el grasiento apéndice se retiró, el cu-
sidhe yacía inmóvil en el pavimento.

—¡Dhuinne protégenos! —Gritó uno de los Unseelie.

El líder lanzó un portal en el aire y espetó, —¡Vamos, vamos! —Empujó a sus dos
subordinados a través de él, pero antes de que pudiera seguirlos, un segundo apéndice salió
disparado y lo golpeó. El portal se cerró cuando cayó al suelo.

Muerto, Len pensó en estado de shock, incapaz de procesar completamente lo que


estaba sucediendo mientras todo se desmoronaba a su alrededor. Apenas lo tocó, y está muerto.

Albigard y el gato-sidhe luchaban contra los bordes de la creciente brecha con su


magia incluso cuando cedieron terreno físicamente, alejándose lentamente de ambos lados
de la rasgadura. Donde antes la mente de Len había interpretado las formas oscuras que
emanaban de la brecha como dientes y garras, ahora vio tentáculos azotando hacia afuera,
retorciéndose y apretándose a través del agujero que conducía al mundo.

—Maldición, —graznó, con los puños apretados a los lados con impotencia impotente.
—¡diablos, diablos, maldita sea!

Vio que los ojos azul glaciar de Rans se abrían de par en par. El vampiro giró, lento y
torpe por la pérdida de sangre, empujando a Zorah al suelo y protegiendo su cuerpo con el
de él un instante antes de que la Cacería atacara por tercera vez. El fondo del estómago de
Len cayó. Se lanzó hacia la pareja sin pensar, a pesar de que ya era demasiado tarde para
evitar que el golpe alcanzara su objetivo. La extremidad parecida a un látigo se retiró, y dos

R. A. Steffan | 125
Fae Renegado
Libro Uno

cuerpos inertes yacían donde sus amigos habían estado acurrucados juntos un momento
antes.

Len se deslizó hasta detenerse junto a los vampiros caídos y cayó de rodillas,
mordiéndose el interior del labio hasta que sangró, incapaz de entender lo que estaba viendo.
Observó dos pares de ojos fijos azul y marrón, en blanco por la muerte. Pero eso no estaba
bien. Estaban atados a un demonio. No se suponía que fueran capaces de morir. Nigellus los
traería de regreso, en cualquier momento…

En el fondo, podía escuchar a Albigard y al gato-sidhe gritando algo. Ni Zorah ni Rans


se movieron, sus ojos vacíos miraban a la nada. La sensación familiar y asfixiante de pánico
inundó los pulmones de Len, sofocante en su intensidad. Era una sensación de aplastante
inevitabilidad, la misma que en el momento en que reconoció el auto de Yussef enredado en
un árbol. Lo mismo que en el momento en que su padre arrojó todas las pertenencias de Len
a la acera de la casa familiar, y se dio cuenta de que acababa de quedarse sin hogar,
efectivamente huérfano y sin un centavo a la edad de dieciséis años.

Extendió una mano temblorosa, sus dedos tocaron la muñeca de Zorah. Estúpido,
estúpido. No encontraría pulso. No había tenido pulso desde que se convirtió en vampiro,
meses atrás.

—Despierta, —dijo con voz ronca. —Vamos. Se supone que debes despertar después
de morir. Ese era el trato. Eso es lo que me dijiste.

Un rugido que hizo temblar el suelo resonó desde el centro de la masa que se retorcía,
desviando la atención de Len de su mirada marrón muerta. ¿Provino el sonido de la
Cacería… o de Nigellus, atrapado en su abrazo asfixiante? Se suponía que los demonios eran
inmortales en el verdadero sentido de la palabra. Literalmente no podían morir. ¿Qué estaba
pasando dentro de esa confusión arremolinada de oscuridad y horror?

Los finos vellos del cuello de Len se erizaron, y un instante después, registró unas
garras aceitosas y aprensivas que se precipitaban hacia él con una velocidad impía. Trató de
respirar lo suficiente para gritar, de repente, visceralmente consciente de la sensación de
muerte que lo rodeaba cuando la Cacería se acercó para derribarlo.

Retrocedió, a centímetros de su cara. Por un instante interminable, miró su propia


destrucción, y su destrucción le devolvió la mirada. Luego, se escabulló, retrayéndose en la
masa principal de humo turbulento. Los gritos frenéticos de los que seguían con vida se
desvanecieron y se atenuaron hasta convertirse en un gemido distante y grave, mientras todo
en la conciencia de Len se ralentizaba a paso de tortuga. Se sentía como estar bajo el agua…
como si su entorno apenas se moviera mientras su mente se aceleraba y sus pulmones ardían.

La Cacería se había apartado de él.

Retrocedió.

De él.

R. A. Steffan | 126
Fae Renegado
Libro Uno

Nigromante… el hedor de las almas podridas te envuelve como almizcle…

La voz de Albigard resonó en su memoria.

Apestas a muerte.

La Cacería Salvaje se alimentaba de vida. Len levantó la vista de los cuerpos de Rans y
Zorah, sintiendo que su cabeza pesaba cien libras. Su visión estaba nublada por las lágrimas,
pero aún podía distinguir a Albigard y al gato-sidhe. Estaban perdiendo lentamente la batalla
para cerrar los bordes de la brecha. El cu-sidhe superviviente se paró frente a Albigard,
proporcionando una cobertura que se derrumbaría inmediatamente si la Cacería atacaba en
esa dirección.

Manteniendo la mirada firmemente fijada en la masa central turbulenta que intentaba


abrirse paso a través del velo, Len se puso de pie y dio un paso hacia ella… luego otro… y
otro. Izquierda… derecha… izquierda… derecha… caminó hacia el torbellino de oscuridad
sin el beneficio de ningún tipo de respuesta sensorial de su cuerpo.

La muerte que rodeaba a Len día tras día rozaba los bordes de la niebla arremolinada,
una armadura protectora que nunca había pedido, hecha de oportunidades perdidas, buenas,
malas e indiferentes. Ido, pero no ido. No mientras se aferrara a Len.

La familia de Len lo había abandonado cuando se convirtió en un inconveniente para


su visión del mundo… al igual que el padre de Albigard había abandonado a su hijo a su
castigo, y los emisarios Unseelie habían abandonado la lucha para contener la Cacería, hace
apenas unos momentos. Al igual que Nigellus aparentemente había abandonado a Rans y
Zorah al Vacío.

Pero los fantasmas de Len no lo habían abandonado. Todavía estaban aquí. Y no


abandonaría a los que aún luchaban por salvar el mundo. Su mundo. Dio otro paso adelante.

La Cacería cedió, succionando hacia atrás para dejarle espacio.

Len caminó hacia adelante.

La Cacería retrocedió.

Nigellus se tambaleó tosiendo por su agarre, apoyándose en una mano y una rodilla,
la espada aún agarrada en su otra mano. Siseó y chisporroteó, vapor saliendo de las llamas.

—¡Cierra los bordes! —Graznó el demonio, su voz era terriblemente áspera. —¡Hazlo
ahora!

Len siguió caminando. La Cacería se acobardó, deslizándose hacia atrás como una
especie de horrible criatura marina que se retuerce en su madriguera entre las rocas. El humo
viscoso le hizo cosquillas en los bordes de su conciencia. Sin darse cuenta de lo cerca que se
había puesto, Len se encontró justo contra el velo reluciente, cuyos bordes se cerraron
mientras observaba.

R. A. Steffan | 127
Fae Renegado
Libro Uno

Aturdido, levantó una mano hacia la brecha cada vez más estrecha. Los últimos jirones
de la Cacería se alejaron de las yemas de sus dedos y desaparecieron en su interior. La brecha
se cerró, rozando su piel mientras lo hacía, y una fuerza invisible lo empujó hacia atrás. Por
segunda vez en tantas semanas, el pavimento se levantó para recibirlo con una fuerza
implacable.

Yacía de lado donde había sido arrojado, los oídos zumbando, los flashes explotando
en su visión. A pesar de todo, casi podía distinguir la silueta de Nigellus, levantando su
espada llameante para presionarla contra la costura.

Todo se volvió negro.

R. A. Steffan | 128
Fae Renegado
Libro Uno

Capítulo Veintiuno
Cuando por fin Len se dio cuenta de que tenía un cuerpo y ojos, y que probablemente debería
intentar abrir esos ojos para ver dónde estaba, las espirales y protuberancias de un techo
pintado de blanco lo confrontaron. No era un techo familiar, exactamente… pero tampoco
completamente desconocido.

Le dolía la cabeza. No era un dolor de cabeza por tensión, o un dolor de cabeza por
resaca. El dolor irradiaba desde un lugar muy específico en su hueso parietal izquierdo.
Ahora que lo pensaba, su hombro izquierdo y su cadera tampoco parecían estar muy
contentos con él. Parpadeó un par de veces, tratando de recordar si había habido drogas
involucradas en lo que sea que había estado haciendo antes de terminar en la habitación de
invitados de Albigard.

Era de día, a juzgar por el resplandor de la luz del sol que entraba por la ventana.
Parecía estar completamente vestido, hasta los zapatos. El hecho de que estuviera en Chicago
no se sentía bien. Se suponía que no debía estar aquí. Se suponía que debía estar en St. Louis.
Con… los demás.

Los demás.

Se sentó muy erguido, su cuerpo protestó por el repentino movimiento en términos


muy claros. Haciendo una mueca, se llevó una mano a la parte posterior de la cabeza y se
encontró con un moretón tierno del tamaño de un huevo de ganso. Había ido a St. Louis con
los demás para tratar de arreglar el agujero entre los reinos. La Cacería había llegado antes
de que pudieran terminar el trabajo. Y entonces…

Las manos de Len comenzaron a temblar.

Algo en su visión periférica cambió, la luz de la ventana destelló contra el platino


pálido. Se giró, manteniendo el movimiento lento esta vez para minimizar el dolor resultante.
Albigard se sentó desplomado en el suelo con la espalda apoyada contra la pared, pareciendo
nada más que una marioneta con las cuerdas cortadas. Mientras Len observaba, la mirada
del Fae se volvió a enfocar desde la distancia media, elevándose para encontrarse con la suya.

Len había tenido en la punta de la lengua preguntar qué había sucedido después de
perder el conocimiento, específicamente, si Nigellus había devuelto la vida a Rans y Zorah
al canalizar el poder a través del vínculo del alma que tenía sobre ellos. La pregunta murió
en sus labios, su respuesta escrita clara como el día en los bordes quebradizos de la expresión
de Albigard. Era una respuesta que Len no estaba preparado para escuchar.

Tragó saliva contra el nudo que se le formaba en la garganta, y volvió a tragar cuando
la primera vez no pareció ayudar. Pensaría en Zorah y Rans más tarde. No podía enfrentar
los pensamientos de ellos en este momento.

—¿La Cacería? —Preguntó en su lugar, ya que lo único que podría ser peor que lo que
recordaba haber sucedido era si todo hubiera terminado siendo en vano.

R. A. Steffan | 129
Fae Renegado
Libro Uno

La mirada de Albigard volvió a ser distante, deslizándose lejos de la de Len. —Ya no


está en la Tierra. El cu-sidhe que sobrevivió a la batalla ha regresado a Dhuinne para
comprobarlo.

El silencio se apoderó de la habitación como un sudario. Por mucho que no quisiera,


Len se obligó a clasificar las otras partes del día que podía recordar. Albigard estaba aquí,
pero había prometido no resistirse al arresto de los Unseelie una vez que la brecha entre los
mundos se cerrara de forma segura. ¿Así que cómo…?

Oh.

Correcto.

Él no había dicho eso. No exactamente. Había prometido no resistirse al líder Unseelie


una vez que se cerrara la brecha. Pero el líder Unseelie estaba muerto… y sus subordinados
huyeron a un lugar seguro a través de un portal justo antes de que sucediera. Maldición. Ni
siquiera sabía el nombre del líder Fae muerto. No es que estuviera particularmente bien
inclinado hacia el tipo, pero al menos se había ocupado de la seguridad de sus hombres antes
de preocuparse por su propia seguridad. Eso era… encomiable a su manera, supuso Len.

Por mucho que intentara pensar lógicamente, su mente seguía deslizándose lejos del
resto de los recuerdos, como gotas de agua sobre una cáscara de naranja. Sabía que eso era
malo, una bandera roja, advirtiendo que estaba en peligro de caer por un precipicio mental
una vez que todo comenzara a hundirse correctamente. Sin saber exactamente de dónde
procedía el impulso, con cautela pasó las piernas por el borde del colchón y se puso de pie,
cojeando los pocos pasos a través de la habitación hasta la pared donde estaba acurrucado
Albigard. Sin una palabra, se deslizó hacia abajo para sentarse al lado del Fae, dejando unos
cuantos centímetros entre ellos.

Le dolía todo, pero Len no parecía estar gravemente herido, nada más que moretones.
Sin embargo, ese pensamiento fue suficiente para hacer que algo más se soltara en su
memoria. Alcanzó el brazo del Fae, levantándolo por el codo y la muñeca. Albigard todavía
llevaba puestos los guanteletes de cuero oscuro y el protector del antebrazo destrozado, junto
con el resto de su armadura. Su cabello rubio pálido colgaba en marañas despeinadas,
escapando de la intrincada trenza que lo había mantenido alejado de su rostro antes.

Sorprendentemente, no apartó el brazo del suave agarre. Len buscó a tientas, pero no
pudo encontrar hebillas u otros cierres en el aparato dañado. —¿Cómo te quito esto? Necesito
mirar tu herida.

El hecho de que Albigard no se hubiera irritado de inmediato por el contacto personal


probablemente hubiera sido preocupante, si tan solo Len tuviera la capacidad emocional
adicional para dedicarse a la inesperada falta de reacción de Fae. Desafortunadamente, no lo
hizo.

R. A. Steffan | 130
Fae Renegado
Libro Uno

En lugar de responder a la pregunta, Albigard cerró los ojos y su armadura de combate


volvió a fundirse en lino suelto y piel de ante. No los volvió a abrir de inmediato, su cabeza
se inclinó hasta que quedó suelta, con la barbilla pegada al pecho.

Len deslizó la manga de Albigard hasta el codo, revelando sangre seca que cubría las
arrugas rosadas de las heridas a medio curar. Debería haberlo sabido… había visto al
bastardo librarse de ser empalado por colmillos gigantes en cuestión de horas, sin mencionar
las ráfagas de magia destinadas a ser fatales.

Los Faes son duros. El preciso acento británico de Rans resonaba en sus oídos. No hay
mucho que pueda matarlos de forma permanente excepto el hierro en el corazón. O, bueno,
decapitación.

Diablos. Diablos. Se suponía que debía evitar pensar en Rans. Los pensamientos sobre
Rans conducirían inevitablemente a pensamientos sobre Zorah. Y no podía…

Tragó saliva, un trago sin gracia que sonaba demasiado parecido a un gemido para su
comodidad. Tratando de cubrir el lapso, dijo con voz áspera, —Parece que está sanando bien,
—y colocó el brazo que estaba sosteniendo de nuevo en el regazo del Fae.

—Los dos vampiros están muertos, —dijo Albigard, sin levantar la vista. —No debería
ser posible que mueran a menos que Nigellus lo desee, pero intentó revivirlos y fracasó.

La sensación de pánico y fuera de control que había estado acechando debajo de la


superficie comenzó a desplegarse en el pecho de Len. Intentó reprimirlo, pero parecía que no
podía sacar ninguna palabra más allá de la opresión en su garganta.

—Ransley Thorpe pasó siglos en busca del olvido de la muerte, —prosiguió Albigard,
levantando la cabeza para mirar una vez más a un pasado que solo él podía ver. —Después
de la guerra que mató a todos los demás vampiros, creía que no le quedaba nada por lo que
vivir. Qué irónico que apenas unos meses después de que encontró a la demonio y decidió
abrazar el futuro con ella a su lado, finalmente se concedió su deseo anterior.

Len contuvo el aliento mientras trataba de no dejar que las palabras de Albigard
penetraran y alcanzaran sus precarias emociones. Espontáneamente, recordó las burlas de
Zorah sobre el subtexto homoerótico y las protestas desconcertadas de Rans.

—¿Estabas enamorado de él? —Preguntó, la pregunta escapándose sin ningún tipo de


previsión.

Eso fue suficiente para sacar a Albigard de su estado de fuga, al menos. Él frunció el
ceño. —¿Enamorado de él? —Hizo que la palabra sonara como un concepto completamente
extraño. Ojos penetrantes se posaron en Len. —Dime, humano, ¿con frecuencia te encuentras
experimentando sentimientos amorosos por los orangutanes en el zoológico?

Len le devolvió la mirada, agarrando la irritación como un salvavidas. —


Generalmente no, no. Aunque realmente no veo la conexión con mi pregunta anterior.

R. A. Steffan | 131
Fae Renegado
Libro Uno

—Era un vampiro, —dijo Albigard en un tono sorprendentemente paciente. —Soy


Fae. Tu pregunta no tiene sentido.

En realidad, esta situación era más fácil de manejar cuando Albigard actuaba como un
imbécil, se dio cuenta Len con una leve sensación de alivio. Levantó una ceja con
escepticismo. —De acuerdo. Así que el amor no correspondido está fuera de la mesa,
aparentemente. Pero al menos eres genial cuando se trata de ser amigo de los orangutanes,
¿lo entiendo? Es bueno saberlo, supongo.

Albigard apartó la mirada. —No éramos amigos.

Maldita sea, pensó Len, incluso mientras el fantasma de Rans susurraba, sigues usando
esa palabra… No creo que signifique lo que crees que significa…

Sus manos comenzaron a temblar de nuevo, a pesar de sus mejores esfuerzos por
controlarlas. Abrupta y dolorosamente, un anhelo lo golpeó por algo para hacer que todo
esto desapareciera por un tiempo. Algo mucho más potente que un puñado de brownies de
marihuana. Se pasó una mano por la cara, tirando deliberadamente de sus piercings para
distraerse del pensamiento.

—Jesús. —Ahora también le temblaba la voz. —Este tipo cosas es la razón por la que
estaba drogado como una cometa con cocaína la primera vez que me conociste, ya sabes.
Estoy tan ridículamente cansado de perder a las personas que me importan.

Albigard no hizo comentarios. El silencio cayó sobre la habitación una vez más
mientras Len luchaba contra el impulso de levantarse y caminar… para hacer autostop hasta
la ciudad y comprar drogas que no debería usar con dinero que no podía permitirse gastar.
Pasaron los minutos y la necesidad se convirtió en un dolor físico, un dolor agudo que
apuñalaba la parte inferior de sus pulmones y le provocaba calambres en el estómago.

—No puedo… seguir haciendo esto, —dijo, con una desesperación patética
arrastrándose en su tono a pesar de sus mejores esfuerzos. —Maldición. ¿Por qué alguna vez
pensé que podría lidiar con este tipo de situaciones psicóticas de Twilight Zone? Debería
haber dejado que Rans me hipnotizara para que lo olvidara todo después de la primera vez
que nos vimos. Demonios, debería haber corrido hacia las colinas en el momento en que
Zorah dijo la palabra vampiro.

La respuesta de Albigard surgió con voz ronca. —Si lo hubieras hecho, parece bastante
probable que la Cacería actualmente estuviera devastando una ciudad de tres millones de
personas sin oposición.

—No me culpes por eso, —susurró Len, que no estaba dispuesto a pensar en lo que
había hecho en un momento de locura.

—No depende de ti, —dijo el Fae. —Nada de esto depende de ti, a excepción de la
resolución exitosa del problema. Yo soy al que perseguía originalmente la Cacería.

R. A. Steffan | 132
Fae Renegado
Libro Uno

Len levantó las rodillas y se cubrió la cara con ambas manos, todo su cuerpo temblaba
ahora mientras lo invadían olas de calor y frío.

—¡Jesús, maldita sea! ¿Llamas a esto una resolución exitosa? ¡Cristo, Albigard! —
Chasqueó. Un ruido ahogado se liberó de su garganta, sofocado detrás de sus palmas. —Me
dije a mí mismo que había terminado de ver morir a las personas que me importan. Pensé
que si me alejaba de mi trabajo con los servicios de emergencia, mi vida volvería a ser normal.
—Empezó a mecerse en su lugar cuando la necesidad de moverse se volvió demasiado.
Adelante y atrás… adelante y atrás, cualquier cosa para evitar ponerse de pie de un salto e ir
en busca de drogas. Se le escapó un sonido feo que podría haber sido una risa. —Y, ¡oye! Mira
lo bien que funcionó.

Una mano callosa agarró la muñeca de Len, apartando una de sus manos de su rostro
y deteniendo sus movimientos bruscos. Los dedos de Albigard ahuecaron su mandíbula,
girándolo hasta que sus ojos se encontraron. La expresión del Fae estaba quebradiza por la
desesperación… por el dolor, a pesar de todas sus protestas. Len tragó saliva
convulsivamente y se dejó caer en esa mirada abatida del color del bosque con algo parecido
al alivio.

—No todo está bien en este momento, —dijo Albigard pesadamente. —Pero todavía
estoy contigo. Tú… —Hizo una pausa. —Nosotros… no estamos totalmente solos en la
oscuridad. No todavía.

El dolor estremecedor de la necesidad química que se había retorcido en el pecho de


Len se drenó, reemplazado por un bendito y cálido alivio. —Gracias, —susurró, una
exhalación que apenas tomó forma de palabras. Sus músculos se aflojaron uno por uno, la
tensión se desvaneció de su cuerpo en una lenta cascada.

—Me agradaría que descansaras un rato, sin sueños ni preocupaciones por el futuro,
—dijo el Fae. —Harás eso por mí, ¿sí?

Lejos de querer golpearlo esta vez, Len asintió en el ligero agarre de Albigard, apenas
consciente de las lágrimas calientes que se desbordaron, cayendo por sus mejillas a raíz del
movimiento. Esas lágrimas fueron de alguna manera menos importantes que la repentina ola
de agotamiento que cerró sus párpados, prometiendo un dulce olvido por un tiempo, al
menos. Su cuerpo se desplomó hacia adelante, sin huesos.

Len durmió y no soñó… y cuando se despertó un tiempo después, tirado solo en el


suelo, un demonio enojado en Armani estaba parado al otro lado de la habitación, sujetando
a Albigard contra la pared con una mano alrededor de su garganta.

R. A. Steffan | 133
Fae Renegado
Libro Uno

Capítulo Veintidós
—¿Cómo voy a explicar este fiasco desenfrenado al Consejo?—Nigellus gruñó, sin parecerse
en nada a la figura suave y cortés que Len había visto antes. Las alas y los cuernos no estaban
ahí, pero por primera vez, Len podía imaginarlos sin que la imagen mental resultante
pareciera remotamente increíble.

Albigard miró al demonio de arriba abajo con los brazos colgando a los costados, sin
ofrecer resistencia. —¿Qué parte? —Preguntó suavemente. —¿Aquel en el que dos de tus tres
vampiros favoritos están muertos, o aquel en el que interferiste abierta y públicamente en los
asuntos humanos, en flagrante desafío al tratado de paz?

—¡No hay ningún tratado ahora! —Nigellus gritó.

Fuera lo que fuera lo que durmió a Len después de que Albigard lo golpeara
mentalmente, no había hecho nada para curar el nudo en su cabeza o los moretones en su
cuerpo. Se puso de pie de todos modos, sintiéndose incómodo como un conejo atrapado
dentro de un recinto de vidrio con un oso pardo y un lobo.

—Um… hola, ustedes dos, —dijo, medio sospechando que llamar la atención sobre sí
mismo terminaría siendo la peor idea que había tenido hasta ahora, y dados los eventos
recientes, eso realmente era decir algo. Se aclaró la garganta y siguió adelante. —¿Podríamos
tal vez intentar no matarnos unos a otros justo después de que apenas logramos salvar el
mundo?

Nigellus giró la cabeza, fijando su mirada en la de Len. Los ojos del demonio brillaron
con el color rojo anaranjado de un incendio forestal descontrolado. Algo en ellos afectó a Len
de una manera que los brillantes ojos de los vampiros nunca habían logrado hacer, lo que le
hizo querer retroceder hasta desaparecer en la pared. Afortunadamente, sus hombros ya
estaban presionados contra la pared antes mencionada para mantener el equilibrio. De lo
contrario, habría tropezado en la carrera instintiva de su cuerpo por escapar.

—Lo secundo, —dijo Albigard en un tono seco, sonando débilmente sin aliento.

Después de un momento de pausa, Nigellus apartó la mano de la garganta del Fae y


se dio la vuelta para caminar por la habitación, dándoles la espalda a ambos. Albigard estiró
el cuello con cuidado en una dirección y luego en la otra, como para asegurarse de que todo
seguía conectado correctamente.

Dhuinne había ganado la última gran guerra contra los demonios, como Len tenía
muchas razones para saber. Estaba claro, sin embargo, que la victoria Fae no se había basado
en la superioridad física o incluso mágica en la batalla, lo que supuso era algo dado, ya que
sus enemigos literalmente no podían ser asesinados.

Pero aun así, había visto la forma en que todos los Fae de la vecindad se estremecieron
con miedo mal disimulado cuando Nigellus había llamado a su espada llameante a la

R. A. Steffan | 134
Fae Renegado
Libro Uno

existencia en St. Louis. Y también había visto la mirada de resignación en el rostro de


Albigard justo ahora, incluso mientras continuaba provocando verbalmente al demonio.

Si Nigellus hubiera querido a Albigard muerto, podría haber torcido su cabeza y


arrojarla como una pelota de fútbol, y no había nada que los Fae pudieran haber hecho para
detenerlo. Len… realmente no estaba seguro de poder hacer frente a ver algo así en este
momento. Ni siquiera teniendo en cuenta su antipatía establecida desde hacía mucho tiempo
por Albigard.

El demonio agarró el marco de la puerta con una mano, sus hombros subiendo y
bajando con el ritmo lento y universal de alguien que intenta mantener la compostura.

—Qué irónico, —dijo Albigard en un tono venenoso, —que las últimas palabras de los
chupasangres fueran pronunciadas con amarga ira. Incluso para los engendros del infierno
como tú, eso debe doler.

La madera del marco de la puerta se astilló bajo el agarre de Nigellus.

—¡Jesús! —Len maldijo. —¡Albigard! ¡No estás ayudando!

Albigard se volvió hacia él. —¡Se suponía que él los mantendría con vida! —Sus ojos
verdes brillaron con rabia… y algo más profundo. Algo crudo y doloroso del que Len sólo
había visto los bordes más mínimos antes.

Nigellus inhaló profundamente, pero cuando se giró, sus ojos eran una vez más de
color marrón whisky en lugar de rojo fuego infernal, y su rostro se había asentado en líneas
de estricto control.

—Sí, —dijo con voz ronca. —Se suponía que debía mantenerlos con vida.

Un tenso silencio cayó sobre la habitación. Len miró de uno a otro y dejó escapar un
lento suspiro.

—¿Podemos… simplemente… bajar las escaleras y sentarnos a hablar sobre cualquier


crisis que se avecine en el horizonte, por favor? Todos hemos perdido a dos personas que no
estábamos preparados para perder. —Se frotó los ojos, haciendo una mueca. —Y lo peor es
que, si Zorah y Rans pudieran vernos ahora, dudo que se sorprendieran lo más mínimo de
que estemos gritándonos en lugar de hacer algo productivo.

Pasó un momento, antes de que Nigellus dijera, —Así es, —y se volviera para salir de
la habitación. Len lo siguió, pensando que Albigard los acompañaría o no lo haría. Lo hizo,
de mala gana, escabulléndose en la cocina mientras Len se ocupaba de verter agua en una
olla para calentar el café. Nigellus se sentó a la mesa, mientras que Albigard se quedó junto
a la puerta, rondando.

—Zorah me contó algunas cosas sobre el tratado, —dijo Len, midiendo el café molido
y tratando de mantener la voz firme. —Pero no todo. ¿No estaban los Fae originalmente
planeando matarla porque ella lo rompió de alguna manera?

R. A. Steffan | 135
Fae Renegado
Libro Uno

Nigellus se pellizcó el puente de la nariz, frotándose las comisuras de los ojos. Fue un
gesto muy humano.

—Los demonios cedieron el control de la Tierra y la humanidad a los Fae cuando


demandamos la paz, —dijo. —Fue justo después de que los Fae desplegaran su arma mágica
más nueva, la que destruyó a todos los vampiros.

—No todos los vampiros, —dijo Albigard bruscamente.

—No, —estuvo de acuerdo Nigellus. —Estás en lo cierto, por supuesto. Tuve la


advertencia suficiente para llevar a Ransley Thorpe a un lugar seguro y esconderlo en el
Infierno antes de que el arma fuera desplegada en la Tierra. De todos modos, siguió siendo
el golpe decisivo en la guerra, una sentencia de muerte para la estrategia militar del Infierno.

El labio de Albigard se curvó. —Los demonios acordaron no interferir en la Tierra, a


cambio de una disposición que estableciera que el último vampiro restante no sería
asesinado, —dijo. —Después de todo, no les hubiera gustado perder al único vampiro que
existe. No cuando podrían necesitar su sangre para engendrar un nuevo ejército de
chupasangres algún día.

El ácido detrás de las palabras era obvio, pero el demonio no estuvo a la altura.

—Sin embargo, todo esto es tangencial a su pregunta sobre la Sra. Bright, —continuó
Nigellus. —Los demonios no pueden reproducirse. Desde el principio de los tiempos,
nuestro número se ha mantenido sin cambios. No damos a luz, no morimos. Pero es posible
que algunos miembros de nuestra raza, los súcubos y los íncubos, secuestren el sistema
reproductivo humano y produzcan híbridos. Como puedes imaginar, los Fae consideran que
tales intentos caen bajo la égida de la interferencia en la Tierra. Son, por lo tanto, una
violación del tratado.

—Pero Zorah era en parte demonio, —dijo Len. —Lo que significa…

—La madre de Bright era un híbrido, —continuó Nigellus. —Una cambiante, mitad
íncubo y mitad humana, concebida por un demonio que deseaba que la guerra comenzara
de nuevo. Fue asesinada por un agente Fae, pero no antes de tener una hija propia, una
hazaña que no debería haber sido posible en el curso normal de las cosas. No obstante,
sucedió, y la Sra. Bright logró pasar desapercibida por un tiempo, como dicen los humanos.
Cuando finalmente surgieron noticias de su existencia, las cosas se pusieron muy feas, muy
rápidamente.

—Pero la guerra no se reinició, —señaló Len.

Albigard resopló. —Casi lo hizo. Ransley Thorpe barrió a Dhuinne antes de que el
demonio pudiera ser ejecutado, y unió su alma a la de él con magia demoníaca robada. Al
hacerlo, se aseguró de que si ella moría, él también lo haría.

—Y eso también sería una violación del tratado, —se dio cuenta Len. —Maldita sea.
Eso fue…

R. A. Steffan | 136
Fae Renegado
Libro Uno

—¿Tortuoso? —Ofreció Albigard.

—Creo que “suicidamente imprudente” es la frase que estás buscando. —Nigellus se


encogió de hombros. —En cualquier caso, al final ambas partes decidieron barrer todo el
bochornoso lío debajo de la alfombra. Ninguno de los cuales es particularmente útil en la
crisis actual.

—¿Pero no es así? —Exigió Len, tratando de hacer a un lado el dolor en su garganta


ante el doloroso recordatorio de que Zorah y Rans estaban muertos ahora… que él no había
descubierto su propio efecto en la Cacería a tiempo para salvarlos. Si tan solo hubiera estado
parado frente a ellos cuando la Cacería atacó, en lugar de esconderse a un lado…

Tragó saliva. —Ignoraste las violaciones del tratado una vez. ¿Por qué no una segunda
vez?

El demonio suspiró. —Los Fae podrían estar dispuestos a pasar por alto mi
participación, si no fuera por un creciente contingente entre los Unseelie que parecen
decididos a cambiar el status quo26… como casi lo hicieron en Stonehenge recientemente.
Pero los demonios no serán tan indulgentes cuando se trate de la pérdida de Ransley Thorpe
ante una criatura Fae.

—No veo por qué no —dijo Albigard con acidez. —Todavía te queda un vampiro de
repuesto, si solo puedes convencerlo de que juegue bien contigo.

Len sabía que el vampiro de repuesto en cuestión era Guthrie Leonides, su antiguo
jefe, que actualmente estaba pasando el rato en un lugar no revelado con Vonnie Morgan y
los niños mágicos que los Fae habían tratado de secuestrar para sus propios fines nefastos.
Conociendo a su ex empleador como lo conocía, Len podía predecir con bastante certeza que
cuando se trataba de ser un banco de sangre de ADN de vampiro ambulante para un grupo
de demonios, “jugar bien” no sería una descripción precisa de su reacción.

—Ese no es el punto, —replicó Nigellus. —Aunque puedes estar seguro de que estoy
vigilando de cerca al Señor Leonides dadas las circunstancias.

—¿Entonces, qué? —Len presionó. —¿Las bombas metafóricas están a punto de


empezar a volar de nuevo, y la humanidad terminará siendo aún más jodida de lo que ya
estábamos?

El demonio vaciló.

—Todavía no se lo ha dicho al Consejo, —dijo Albigard.

Len parpadeó, tomando eso en cuenta. —Correcto. Bueno. Así que… eso es bueno,
¿no? ¿Qué pasa con los Fae, sin embargo? ¿Es posible para salir medio amartillado?

—¿Medio… amartillado? —Albigard repitió, con las cejas fruncidas por la confusión.

—Es una referencia a las armas de fuego anticuadas, —explicó Nigellus. —Si el
mecanismo de amartillado no está completamente en su posición, el arma no está lista para

R. A. Steffan | 137
Fae Renegado
Libro Uno

disparar. Si se dispara de todos modos, se vuelve más peligroso para el portador que para el
objetivo previsto.

—Ah. Ya veo. —Albigard le lanzó a Len una mirada de soslayo. —Me atrevería a decir
que mi gente tiene asuntos internos que abordar antes de comenzar a buscar razones para
reiniciar una guerra que ya ganó.

Parte de la tensión se esfumó de los hombros de Len. —Es bueno saberlo. —Tomó
aliento y se armó de valor para ahondar más en un tema en el que preferiría no pensar en
absoluto. —Próxima pregunta. Si es probable que la muerte de Rans y Zorah sea un gran
problema para los demonios, ¿por qué no se lo has contado todavía?

Unos ojos sin profundidad lo clavaron con el peso de las eras. —¿Crees que deseo
reanudar una guerra que ya ha causado tanta destrucción por todos lados, señor Grayson?

Len tuvo un breve e irracional impulso de decirle a Nigellus que “El señor Grayson”
era su padre, y que por favor nunca más lo llamara por ese nombre. De alguna manera, no
podía imaginarse al poderoso demonio del destino llamándolo por su primer nombre… así
que se obligó a dejarlo pasar.

—Para alguien que afirma no querer la guerra, —dijo Albigard, —has estado bastante
interesado en retener los medios para formar un nuevo ejército.

La mirada penetrante de Nigellus se movió hacia el Fae. —La perspectiva de otro


ejército de vampiros pretende ser un elemento disuasorio potencial, no una provocación.

Albigard enarcó una ceja afilada. —Te aseguro que la Corte Fae no lo ve de esa manera.

El demonio hizo un gesto desdeñoso con una mano. —La Corte Fae tiene su propio
conjunto de problemas en este momento, como ya has señalado.

—Sin embargo, esa sigue sin ser una respuesta, —dijo Len. —Quiero decir, supongo
que los demonios se enterarán de este lío más temprano que tarde, ¿verdad? Pero todavía
estás tratando de ocultárselo a ellos. —Se preparó y preguntó: —¿Qué pasó ahí, de todos
modos? ¿Qué salió mal? Zorah dijo que has resucitado a personas de entre los muertos antes,
incluido Rans.

—También me gustaría una respuesta a esa pregunta, —dijo Albigard.

Como le daba algo que hacer con las manos, Len sirvió dos tazas de café (recordando
que a Albigard no le gustaba) y dejó una sobre la mesa frente a Nigellus. El demonio lo
ignoró, una mirada de frustración se deslizó por su rostro por un momento antes de cubrirlo
con una fachada neutral.

—Sus almas fueron arrancadas de mi alcance en el momento de la muerte, —dijo. —


No habría creído que tal cosa fuera posible… pero la Cacería Salvaje los arrancó y los arrojó
a un reino que no puedo alcanzar.

—El Vacío Infinito, —respiró Albigard, luciendo enfermo.

R. A. Steffan | 138
Fae Renegado
Libro Uno

Nigellus levantó un hombro y lo dejó caer. —Un reino fuera del alcance de mis
poderes, como quieras llamarlo. No importa cuánto animus canalice en los cuerpos,
permanecerán obstinadamente muertos en ausencia de sus almas.

Albigard cerró los ojos, una expresión de intenso pensamiento tensó sus facciones
demacradas. Cuando los volvió a abrir, tenían un destello maníaco que hizo que a Len se le
erizara el vello de la nuca.

—Si pudieras obtener una dispensa especial para visitar Dhuinne, —comenzó. —Si
pudieras volver a visitar la Cacería ahora que está nuevamente bajo control… ¿podrías sacar
sus almas del Vacío? Son vampiros Sus cuerpos aún podrían sanar, incluso después de un
período prolongado de muerte física. Si pudieras recuperar sus almas…

—La Cacería no está bajo control, —respondió Nigellus bruscamente. —Tampoco está
en Dhuinne.

Albigard se echó hacia atrás como si lo hubieran golpeado. Len sintió que un escalofrío
le recorría la columna.

—¿Qué quieres decir con que no está en Dhuinne? —exigió el Fae. —Cerramos la
brecha en el velo. ¿Dónde más estaría?

—Esa es una pregunta para los sidhe, —dijo Nigellus, la ira apareciendo de nuevo en
su tono. —El cu-sidhe que sobrevivió al enfrentamiento en St. Louis regresó inmediatamente
después de que se cerró la ruptura. El gato-sidhe informa que no pudieron encontrar ninguna
señal de la Cacería en el reino Fae. Claramente ha adquirido un gusto por otros reinos, donde
los seres vivos son más fáciles de matar. Parece probable que atravesó otro punto débil del
velo. Dónde terminó es una incógnita.

Len sintió que su pulso comenzaba a acelerarse. —¿Estás diciendo que está en algún
lugar de la Tierra?

No pudo evitar pensar en todos los lugares del planeta donde nadie notaría una zona
de muerte progresiva. Lugares tan remotos que la Cacería podría alimentarse y alimentarse
y alimentarse sin que ningún humano se diera cuenta hasta que fuera demasiado tarde.

—Tal vez, —dijo Nigellus. —O tal vez surgió en algún reino de bolsillo al azar del que
nadie ha oído hablar. El punto sigue siendo que está fuera de mi alcance, por lo que si podría
o no dominarlo de alguna manera el tiempo suficiente para recuperar las almas de Ransley
Thorpe y Zorah Bright sigue siendo discutible. —Mordió las palabras como si cada una
tuviera bordes afilados.

Albigard todavía parecía positivamente enfermo, sin mencionar que se quedó sin
palabras, que no era una mirada que Len estaba acostumbrado a ver en él.

El demonio le dirigió una mirada dura. —Dhuinne se está desmoronando, Albigard


de los Unseelie. Y muchos de tus parientes parecen más decididos a abandonar el barco que
se hunde que a abordar el problema antes de que se extienda irrevocablemente a otros reinos.

R. A. Steffan | 139
Fae Renegado
Libro Uno

Hemos hablado de la reanudación de la guerra, pero si el desequilibrio mágico de Dhuinne


continúa sin control, la guerra parecerá una lluvia suave antes de que llegue el huracán.

Albigard tomó aliento como si planeara responder, pero las palabras murieron antes
de llegar a sus labios.

—Debo partir pronto para llevar los cuerpos a algún lugar donde no se encuentren o
sufran daños, —continuó Nigellus. —Pero solo puedo evitar que las noticias de esta situación
lleguen a los oídos equivocados durante poco tiempo. Y cuando lo haga, aunque pueda ser
un demonio del destino, no tengo la menor idea de lo que sucederá después.

R. A. Steffan | 140
Fae Renegado
Libro Uno

Capítulo Veintitrés
Fiel a su palabra, Nigellus salió de la casa poco después. Inmediatamente después de hacerlo,
Albigard giró sobre sus talones y se dirigió hacia la puerta trasera, dejando a Len solo con
sus fantasmas.

Medio esperaba que Zorah y Rans estuvieran entre ellos ahora… pero no. Todavía
estaban Yussef y Rosa, Salvaje Bill y el tipo que había muerto en el baño de la estación de
autobuses, cuyo nombre Len nunca supo… y todas las otras caras conocidas que habían
perdido la vida bajo sus manos cuando había creído que debería ser infalible.

Len los miró con nuevos ojos, tratando de verlos por lo que Albigard insistía que eran.
Ecos. Potencial no realizado, tal vez. La fuerza vital que se había desperdiciado cuando
podría haber sido utilizada, y que de alguna manera se había adherido a él como un abrigo
que no quería usar y no estaba seguro de cómo deshacerse de él.

Su presencia a su alrededor le había salvado la vida cuando la Cacería fue a buscarlo


a St. Louis. Su abrigo no deseado había terminado siendo una armadura disfrazada.

Se humedeció los labios, mirando cada figura fantasmal y obligándose a verlos de


verdad sin estremecerse. Esta vez, sus miradas en blanco no se sintieron acusadoras. No
tenían ganas de nada, porque ya no eran personas. No eran almas. Se sentía seguro de eso
ahora. Si la Cacería pudiera arrancar las almas de Rans y Zorah del poderoso demonio que
supuestamente los poseía, también habría arrancado las almas de Len.

Pero no fue así. En cambio, se había alejado.

—Lamento que hayan muerto, —les dijo, consciente de que las palabras eran
enteramente para su propio beneficio. —Ojalá supiera qué hacer por ustedes. Tal vez lo
averigüe algún día. De todos modos, gracias por protegerme, si eso es lo que realmente
sucedió.

Con eso, salió de la cocina, sabiendo que realmente no los estaba dejando atrás. La
puerta del patio estaba abierta, dejando que los insectos y la brisa fresca de la noche entraran
en la casa. Parecía menos una elección consciente de ventilar la casa que el gesto descuidado
de alguien que sólo está interesado en salir de una situación desagradable lo más rápido
posible.

Albigard no estaba en el patio trasero. Afuera estaba completamente oscuro excepto


por la débil luz plateada de una luna menguante, pero de todos modos Len se dirigió por el
camino pisoteado que conducía al bosque. Tal vez debería haber dejado que el Fae tuviera
su espacio. Pero la perspectiva de una compañía espinosa era mejor que la perspectiva de no
tener ninguna compañía en ese momento, dado el estado actual de turbio dolor de Len, la
vaga esperanza de un milagro y el terror apenas contenido por la raza humana.

Efectivamente, encontró a Albigard de pie en un pequeño claro, mirando las estrellas.

R. A. Steffan | 141
Fae Renegado
Libro Uno

—¿Cómo está tu cuello? —Preguntó Len, inyectando la cantidad justa de sarcasmo en


la pregunta.

—Esperando a que la soga se materialice primero a su alrededor, —respondió el hada


más o menos en el mismo tono. —¿Por qué estás aquí?

—Debido a que mis amigos están muertos, estoy rodeado de fantasmas que en
realidad no son fantasmas, y aparentemente el mundo aún se está acabando. Estar solo en
esa cripta de una casa en este momento no es terriblemente atractivo, por alguna extraña
razón, —respondió Len con una honestidad despiadada. —No puedo imaginar por qué. ¿De
verdad crees que Nigellus aún podría traerlos de vuelta?

—No sé. —Albigard no se movió, su atención seguía fijada en los cielos que giraban
pesadamente sobre ellos.

—¿Y ahora qué? —Len presionó. —¿Hago autostop de regreso a St. Louis y tú te
escondes aquí en tu casa invisible?

—No puedo hablar de la primera parte, —dijo Albigard. Las palabras surgieron en un
tono monótono. —En cuanto al segundo, he estado considerando lo que sucedería si
regresara a Dhuinne.

Len contempló esa declaración por un momento. —Bueno… quiero decir… morirías,
¿verdad? Deduje que esa era la esencia, de todos modos.

—Es posible, —dijo el Fae. —Pero la Cacería no está actualmente en Dhuinne, si hay
que creerle al demonio. Mi presencia ahí podría hacerlo retroceder, y tal vez entonces podría
contenerse de alguna manera.

—¿En qué momento Nigellus podría hacer su mojo demoníaco y recuperar a los
demás? —Len ofreció. —Dos problemas con eso. En primer lugar, es posible que ya ni
siquiera te esté rastreando.

—Vino por mí en St. Louis, —dijo Albigard.

—Tú no sabes eso, —argumentó Len. —Era una apuesta bastante segura que iba a
regresar ahí de todos modos. Es por eso que teníamos tanta prisa por reparar el daño en
primer lugar. El momento podría haber sido pura coincidencia.

Albigard se burló.

—Y como dije, —continuó Len. —Hay un segundo problema con tu plan. Es decir, que
si tienes razón y te está siguiendo, te matará si te acorrala en el reino Fae. Eso es lo que nos
dijiste, de todos modos. Ahí no hay escapatoria.

—¿Tienes una mejor idea, humano? —Albigard respondió.

—No, —le dijo Len. —Solo estoy señalando que tu idea apesta las bolas rancias, eso es
todo.

R. A. Steffan | 142
Fae Renegado
Libro Uno

El Fae hizo un ruido a medio camino entre desdeñoso y descontento.

Len suspiró. —Mira. Vuelve adentro. Haré algo para comer, y podemos tratar de llegar
a un ángulo diferente. Tiene que haber una mejor manera de abordar esto, y honestamente
no recuerdo la última vez que comí. Tengo la horrible sensación de que fue esa lasaña de
berenjena con el repugnante queso de soya salado.

Apenas percibió un leve resoplido en la oscuridad. Sonaba… un poco más agradable


que el gruñido, tal vez. Len regresó por donde había venido, tanteando con cuidado el
camino mientras las ramas se cerraban sobre él, bloqueando la pálida luz de la luna.

Después de un momento, escuchó un suspiro más profundo detrás de él, y un segundo


par de pasos crujieron a través de la basura de ramitas y hojas caídas.

******
En el otro lado del claro, un zarcillo de niebla oscura atravesó una pequeña grieta en la
realidad al otro lado de las protecciones invisibles. Las flores silvestres se ennegrecieron y
cayeron al suelo bajo su toque, su muerte invisible en la noche del bosque.

La historia de Len y Albigard continúa en Forsaken Fae, Libro Dos.

R. A. Steffan | 143
Fae Renegado
Libro Uno

Sobre la Autora
La autora de éxitos de ventas de USA Today, RA Steffan, vive en Nuevo México, donde las
puestas de sol tiñen las montañas de púrpura y los correcaminos recorren el desierto sin cesar
en busca de sus víctimas coyotes. Cuando no está ocupada escribiendo historias sobre
personas que se aman entre sí de muchas maneras diferentes e interesantes, se la puede
encontrar cuidando de su pequeña colección de animales.

Una rebelde hasta la médula, en estos momentos está fastidiando al hombre mediante la
recolección ilegal de agua gris de los fregaderos de la cocina y el baño para regar los árboles
fuera. Este intrépido desprecio por las normas sociales se extiende también a su escritura.
Ahí, encontrarás poliamor junto con amor heterosexual, gay, bisexual y no conforme al
género de todos los sabores. También encontrarás familias elegidas, amistades profundas,
aventuras, peligros y el bien triunfando sobre el mal.

Eso y el sexo. Mucho sexo. La mayoría de los cuales no es la variedad de vainilla.

R. A. Steffan | 144
Fae Renegado
Libro Uno

Notas de Referencia
1
Hormigón
2
El faux hawk es una innovación del corte mohawk o mohicano. Aunque este cambia abruptamente de una cabeza
rasurada a una tira de cabello en el centro de la cabeza, un faux hawk hace que la transición entre las secciones
largas y cortas del corte sea más uniforme, lo que resulta en un corte más versátil que se puede peinar hacia arriba
o abajo dependiendo de la ocasión.
3
Película de 1987
4
Sadomasoquista
5
Estilo japonés de bondage
6
Un coche grande y ostentoso, de un estilo asociado con proxenetas
7
480 kilómetros aproximado
8
Trampa explosiva
9
Es una escala sencilla que divide la orientación sexual en siete grados
10
Según el Urban dictionary: quien disfruta y participa de actividades sexuales inusuales [kinky]
11
Medio metro aprox.
12
Un cáncamo, armella o argolla es un útil que se usa en elevación cuando se pretende izar un objeto tirando
directamente de él. Para ello el cáncamo se une al objeto a elevar, generalmente por una rosca o soldándose. El
cáncamo a rosca puede ser macho o hembra, de diferentes métricas y para distintas cargas de trabajo.
13
Estimated Time of Arrival, hora estimada de llegada
14
Respirador manual
15
Trastorno de estrés postraumático
16
Sensación de incomodidad o angustia que pueden sentir las personas cuya identidad de género difiere del sexo
asignado al nacer o de las características físicas relacionadas con el sexo.
17
1,80 m. aprox.
18
En latín, espíritu
19
Cannabis indica, llamada comúnmente marihuana índica o cáñamo índico, es una subespecie del género
cannabis, originaria de Asia central (Pakistán, Afganistán, y el Tíbet) y Marruecos. Inmediatamente tras el consumo
se produce lo que se llama "borrachera cannábica", con sequedad de boca, enrojecimiento ocular, taquicardia,
descoordinación de movimientos, risa incontrolada, somnolencia, alteración de la memoria, de la atención y de la
concentración. Contiene THC y ayuda para personas con ansiedad ya que te relaja.
20
Cannabis sativa, cáñamo o marihuana, es una especie herbácea de la familia Cannabaceae. Es una planta anual,
dioica, originaria de las cordilleras del Himalaya, Asia. Muchos experimentan una euforia placentera y una sensación
de relajación. Otros efectos comunes, que pueden variar ampliamente de persona a persona, incluyen una mayor
percepción sensorial (por ejemplo, colores más brillantes), risa, alteración de la percepción del tiempo y aumento
del apetito Contiene CBD, recomendable para personas con depresión ya que te activa.
21
Del irlandés antiguo lenab ('bebé, bebé, niño; joven, joven, niño').
22
La Maldición De Mi Gato Sobre Ti (irlandés)
23
La capsaicina es una sustancia que se encuentra en los chiles. Su acción consiste en afectar las células nerviosas
de la piel que están asociadas con el dolor, lo que provoca una disminución de la actividad de estas células
nerviosas y una menor sensación de dolor. El compuesto químico capsaicina o capsicina es una oleorresina,
componente activo de los pimientos picantes. Es irritante para los mamíferos; produce una fuerte sensación de
ardor en la boca.
24
Descarboxilar la marihuana es convertir el cannabinoide THCA en THC a altas temperaturas.
25
El desbridamiento consiste en la eliminación del tejido necrótico y la carga bacteriana del lecho de la herida con
el fin de disminuir la infección, el dolor, olor y complicaciones.
26
El statu quo es el estado de cosas de un determinado momento. El latinismo se usa para aludir al conjunto de
condiciones que prevalecen en un momento histórico determinado y es la reducción de la fórmula diplomática in
statu quo ante.

R. A. Steffan | 145

You might also like