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LOS CUENTOS CRUELES DE SILVINA OCAMPO. Y JUAN RODOLFO WILCOCK DANIEL BALDERSTON Tulane Untversey fteratura es algo artificial, que no nos importa por su relacién con Ja realidad 0 con Ia vida, sino por su diferencia esencial respecto de ellas (Como dice Stevenson en «A Humble Remonstrance» ). Sin embargo, dos escritores argentinos vinculados a Sur y a Borges y Bioy cuestionan al énasis en to Tanti levindol, ‘mejor dicho, hacen que el lector s1eHts de las situaciones inventadas como si se sufrieran en carne propia. El sadismo, enmareado siempre por la doble bésqueda del dolor y del pla- cer, leva a estos dos eseritores —u fos escritores argentinos nunca consagrados por Ia critica que ha elogiado # tantos de sus contemporéneos, nunca aceptados plenamente por un piblico mas bien pasivo en sus gustos literarios—, dejados de lado tal vez por motives biogréficos (los vinculos * Stevenson, Works, Thistle Edition (Nueva York: Scribner's, 1897), tomo XIII, . 350; traduccion mia 744 DANIEL BALDERSTON familiares de Ocampo @ otros eseritores de més renombre pero muy distintos de ella, la brusca partida de Wilcock de la Argentina en el afio 56 y su obra posterior en italiano), tal vez porque sus textos no corresponden siempre a ideas establecidas sobre el buen gusto literario, Son textos que es al_lector critores de sti generaciGn como Virgilio Piftera y José Bianco, ¥y con escritores importantes de gencraciones mas j6venes como Juan José Hemnéndez y Osvaldo Lamborghini. En todo caso, un abandono con el que Ia critica debe acabar, ya que impide la comprensidn de la litera tura fantistica argentina (que tanto ha influido en otras literaturas mun- dial sa totalidad, en esa totalidad que le permite pasar fécilmente de ico a To grotesco, de lo groiesco a lo ridiculo 0 lo mete fi a crus ds Wilcock y Ocampo 2 menudo RETR al estilo de Artaud (aunque pasada a la hoja plana de Ja pégina liter ia), de ese Artaud que proclamaba: «La imagen de un crimen presen- ida en las condiciones teatrales necesatias es algo infinitamente més smible para el espiritu que el mismo crimen realizado» ?, Crean es irios plenamente irreales para luego realizarlos con detalles terrorific © risibles: el narrador de «El caos», por ejemplo, esté sentado en st silla de ruedas mirando el mar euando se dertumba el precipicio donde ‘std ubicado, y observa: «Quién se hubiera imaginado que en el. instante mismo en que yo erefa por fin desprenderme de la tierra, eta Ja tierra la que se desprendia de mf» (C, 20). Bl cuemto més cruel de Wilcock (y uno de los més crueles de la lengua castellana, comparable con «El fiord» de Lamborghini) es , segin el narrador: C, 38), hasta que esta vida feliz y retirada se interrumpe con la irrupcién de Raél, un sobrino de la sefiora que pronto se convierte en su amante, Los enanos, desquiciados por una * Le thédtre et son double (Paris: Gallimard, 1964), p. 131; traduccién mia. Gen el texto se refiere a El eaos, de Wilcock (Buenos Aires: Sudamericana, 1974). Wileock tradyjo estos cuentos al italiano —Parsfal: I racconti del «Caos» (Milano: Adelphi, 1973); pero me limito a hablar aguf de las versiones orig nalos en castellano, LOS CUENTOS CRUELES DE OCAMPO Y WILCOCK 745 relaci6n que los excluye, tratan de envenenar a Raél, pero es la seiiora quien bebe el chocolate envenenado; muerta la seftora, matan a Radl de ‘manera que enticipa los métodos de Ja Tlamada lucha contra la subver- siGn» de los dltimos afios: con cuchillo de caza y soldador eléctrico despedazan al muchacho, sintiendo que «la vista de la sangre los exci- taba estéticamente» (C, 62). Un parrafo tipico de la descripeién de la fiesta sédic Excitado extrafiamente por ef color de la sangre, [Présule] volvi6 ‘8 empuiar el soldador, murmurando entre dientes: «Para qué sirve Ia nariz, para qué sirve Ia nariz.» Por un resabio de consideracién hu- ‘mana ponte especial euidado en agrander progresivamente Jos agujeros a medida que la destruccién avanzaba, para que no le faltara el aire Los gemidos det muchacho, cl cual muy probablemente ya se habia tragedo el menisco que Jos’ enanos le habian introducide en la boca pata calmarlo [después de habérselo cortado de la rodilla derechal, aumentaron otra vez hasta convertirse en aullides permanentes (C, 62). Lo desconcertante de esta descripeién no es la crueldad en si —la lite ratura de nuestro siglo abunda en hechos crueles, como nuestra’ histo- tia—, sino el placer evidente que el narrador comparte con los enanos, y la manera en que este placer se mezcla con una especie de pudor (véase, por ejemplo, la mencidn del «resabio de consideracién humana»), Un narrador que observa la variedad de sentimienios humanos que mo- tivan a Jos enanos —odio, envidia, misericordia, placer sexual, pudor— ¥ que se excita junto con ellos sin criticarlos en ningtin momento. Y un narrador que terminaré su relato con una descripcién atin més descon- certante de la comida orgidstica con la que los enanos celebran la muer- te de st rival odiado —enumeracién detallada de una mezcla de pesca- dos enlatados con mumetosos licores— y que comentaré: «EI deleite los ‘exaltaba por encima de las miserias de la carne, més alld del presente y del pasado, en tin futuro que bien podria ser eterno; el pescado resolvia las contradicciones de la realidad» (C, 63). Tanto como la comida —una mezela de salm6n, anchoa y arenque con vino, cafia, anis, vodka y mar- sala al huevo—, fo que preside esta narracién parece ser la idea de mezclar ingredientes inesperados: humor, crueldad, pasién sexual y pa- sign metafisica. Hay un exceso notable en ef relato, que sobrepasa (y ‘casi deja de'lado) el motivo original de los hechos crueles —el odio hacia el intruso—, para gozar del acto de torturar en si, y que se com- placerd pensando que después de acabar con Ias latas, los enanos podrén subsistir comiendo los cadaveres de la sefiora y de Rati. ‘A pesat de sus nombres inverosimiles, Présule, Anfio y Giiendolina viven en un apartamento muy fécil de imaginar de la calle Solis de Bue- 146 DANIEL BALDERSTON nos Aires, uno de aquellos apartamertios amueblados segtin los gustos de. Ja generacién del 80, con su juego de comedor de nogal oscuro, trafdo de Francia (C, 40), eon sus colchas con feos y su jardin rodeado de altos muros. das A p fiesta sfidiea de Wileock ti Bes, es condicién del arte: Tega hesta un mundo irra! donde las contradieioncs de a realidad se resuelven grotescamente, donde el placentero reino de Ia literatura fan- téstica se ve amenazado por una violencia textual. Varios cuentos de Silvina Ocampo indagan ese mundo burgués de Buenos Aires, que se revela (como en el cuento de Wilcock que acabo de comentar) escenario ideal para hechos fantasticos o grotescos, ya que siempre ha sido un mundo mas pensado que realizado. En «La casa de aziicar», una casa aparentemente ideal resulta haber pertenecido a una ‘mujer que muri cuando otra persona le rob6 Ia vida, y que se venga de esa persona cuando va a vivir a su casa, En «Los objetos», las cosas que Camila Ersky ha perdido a lo largo de su vida vuelven para ator- mentarla, Pero Ia indagacién més despiadada en el mundo peque'io~ burgués bonaerense se da en el cuento «Las fotografias», en el que una fiesta familiar de cumpleatios es escenario de una crucldad teatral. La festejada es una muchacha, Adriana, que se ha quedado paralitica des- pués de una large enfermedad. Le legada del fot6grafo, Spirito, es pre- texto para que la familia ensaye un especticulo que acabaré siendo la muerte de la muchacha. Cada cual insiste en que el fotégrafo tome cierta foto que, segtin su criterio, es esencial (Adriana con un abanico negro, Adriana con ef abuelo «que tanto Ia quieren [F, 75] 5, Adriana con los botines puestos en los pies pateliticos, que, segin ef fotdgrafo, «si quedan mal, después se los corto» /F, 74]), hasta el momento en que Adriana se queda aparentemente dormida, la cabeza colgando «de su cuello como un melén» (F, 76). La crueldad del cuento se revela ya desde el comienzo: Albina Renato baila «La muerte del cisne» «para havernos refr» (F, 72), los huéspedes se entretienen «contando cuentos de accidentes més o menos fatales» (F, 73). Adriana trata de expresar ‘Véase también «La noche de Aix», en donde el suefio de un argentino radi- endo en Francia se describe asi: «La esoena irreal empezaba ya a incosporarse la coleccién de escenas reales que atin conservaba de su pais distantev (C, 109). °F en el texto se refiere a la tercera edicién de La Furia, de Ocampo (Bue- nos Aires: Orin, 1976). LOS CUENTOS CRUBLES DE OCAMPO Y WILCOCK. 747 su desagrado ante esta manera brutal de festejarla, y hace una mueca de dolor cuando el fot6grafo propone cortarle Jos pies si quedan mal, pero nadie Ie hace caso. Si «La fiesta de los enanos» presenta una mezcla de sentimientos Jhumanos basicamente discretos, «Las fotografiasy muestra un desplaza- miento de sentimientos. Lo que quiere ser terura se revela como egofs- mo («Nos hemos desvivido por ellas, dice la tia: F, 75), lo que quiere ser entretenimiento se revela como una crueldad tal vez inconsciente (cLa muerte del cisne», baiada de manera grotesca en la fiesta de cum- pleafos de una muchacha paralitica). El ejemplo definitivo de este des- plazamiento: 1a ternura que todos dicen y creen sentir para con la mu- chacha se muestra en gestos que la niegan: por insistir en que Spirito saque un ntimero excesivo de fotos, mottifican el espiritu y 1a carne de a muchacha a tal grado que acaban por matarla. El narrador del cuento no critica a los parientes de Adriana por lo que podriamos llamar su hhipocresia y su egofsmo, sino que echa toda Ia culpa de I «tragedia» a cla desgraciada de Humbertay, «esa aguafiestas» (F, 76), quien agua la fiesta principalmente por descubtir que la festejada ha muerto, Ese io algo injusto hacia Humberta se debe tal vez_a lo que algunos ci ‘aunque también es posible que sea un| fesplazamiento de 10 que tal vez sienta el narrador (como todos, c6m- plice en la muerte de Adriana por no fijarse en el suftimiento y cansan- cio de la muchacha, pero tal vez. el més culpable por haber sido quien! se da cuenta del hecho de que 1a muchacha aparentemente quiere pedir tun vaso de agua poco antes de desmayarse, pero que no hace nada para satisfacer su pedido). Como en «La fiesta de los enanos», no hay ironfa tral del cuento (no la de Humberta, F ingenuo y erueldad de lo narra- lo es rasgo central de la narrativa de Silvina Ocampo. Algunos narra- lores de los relaios de la escritora son niffos («EI moro», «La bode», ‘). © Véase Sylvia Molloy, «Simplicidad inquietante en tos relatos del_Silvina Ocampo>, en Lexis, vol. II, nm. 2, (diciembre 1978), pp. 241-251, y Eduardo Corarinsky, introdueciin a Informe del clelo y del infierno (Caracas: Monte Avila, 1970), sobre todo la p. 15, 748 DANIEL BALDERSTON Como el Dios de Mill mencionado en un ensayo de Borges, la ironfa acecha o se insiniia en los intervalos entre esa inocencia del que cuenta y lo atroz de lo que se cuenta, No hay mejor ejemplo que de él, en el nido del ‘guila marina) en el destino del hombre en un mundo caético (una pa: rodia, tal vez, de las «situacioncs-limites» de la literatura del existencia- lismo, de moda cuando Wilcock escribié este cuento). Su leccién: «la omnipresencia de la nada, la suprema inexistencia de nuestra existencia» (C, 25) —que se ensefia en las fiestas casticas que celebra para su gen- te, donde en las que «todo esté mezclado, superpuesto, confundidor (C, 31)—, se da al participante (y al lector) no a través de una distan- nica (como en ciertos relatos de Silvina Ocampo), sino por un sibito hundimiento en ese caos donde las cosas y las ideas ya no se di 750, DANIEL BALDERSTON iguen. La técnica més importante para ensefiar esta leccién a su gente es Ia sorpresa, sobre todo Ia sorpresa crucl (los sindwiches de gusano, Jos alambres iendidos a treinta centimetros del suelo en las salas de baile, las trampas en el jardin), porque hace que los patticipantes entre- vvean el caos del que sale, y al que vuelve, el orden. Entrever, vislumbrar, espiar: verbos y acciones importantes en los relatos de ambos escritores, ya que permiten ajeno y luego guardarlo para el propio plac fe para aumentar el placer de la crueldad (véase, por ejemplo, la des- ceripeién que hace Barthes del teatro de Silling’): la crueldad, espectécu- lo de sf misma, necesita de la reflexién y la distancia para disfrutarse plenamente, En Wilcock y Ocampo se produce con frecuencia una espe- ie de placer sexual en escenas en que el narrador espfa un acto sexual (verbigracia, «Dialogos con cl portero» y «La fiesta de los enanos», de Wilcock; «El pecado mortal» y «Los mastines del templo de Adriano», de Ocampo); habria que afiadir que, muchas veces, haber visto el acto de amor Ileva a los espectadores a destruir a Jos amantes (los enanos matan a la sefiora y a Radl, los mastines destrozan a la pareja). Y aun cuando lo entrevisto no sea una unién sexual, sino cualquier tipo de vida secreta que excluya a los mirones, éstos reaccionan a menudo des- truyendo a los que han visto (el nifio incendia el cuarto donde estén las madres el dia de su cumpleatios en «Voz en el teléfono», la nifia en «La boda» pone una arafia venenosa en el rodete de Ia novia). La mi- rada es peligrosa, ya que enlaza al que ve con lo que ha visto, como descubre Ia narradora de «La oracién» cuando espia el juego de un nifio que se divierte ahogando a uno de sus compaficros: Yo mirabs Ia escena, como en ol cinematdgrafo, sin pensar que hubiera podido intervenir. Cuando el nifio solté la cabeza de su adver- sario, éte se hundié en el barro silencioso. Hubo entonces una des- bandada. Los nifios huyeron. Comprendf que habia asistido a un cri- mon, a un crimen en medio de esos juegos que perectan inocentes , 174, El espiar un crimen hace del espectador un cémplice, el espiar un acto de amor crea la voluntad de matar a los amantes: el mironismo de Wileock y Ocampo se relaciona frecuentemente con la violencia o la violacién. (En «EI pecado mortal», por ejemplo, ver el sexo del ctiado por la cerradura logra «la imposible violacién de tu soledads: 1, 141)”. Sade, Fourier, Loyola, treduccién de Richard Miller (New York: Hill. and ‘Wang, 1976), pp. 146-148. Ten el texto se reflere a Les invitadas (Buenos Aires: Losada, 1961). LOS CUENTOS CRUELES DE OCAMPO Y WILCOCK 751 Enrique Pezzoni ha observado en un articulo reciente sobre La Furia juega a menudo con la magia, Camily Ersky se siente humillada por los ‘que redescubre, poldina —la que suefia con cosas que luego aparecen en el mundo de 1a vigilia— no sabe sofar con cosas valiosas o ttiles, Magush y su amigo no saben qué hacer con los destincs que ven en las ventanas del edificio abandonado, in los relatos de Wilcock y Ocampo no se produce la unién sexual porque al tocarse los cuerpos se destruyen, no da placer el mironismo porque el espectador siente la ne- cesidad de destruir 1o que ve, no sirve la brujeria porque no se puede hhacer nada con lo que se aprende a través del poder arcano. Es decir, cualquier intento de contacto entre el yo y el otro se ve frusirado por el placer del crimen o del dolor del aislamiento. El ejemplo clave de esta biisqueda frustrada del contacto con el otro, que no se satisface con placer ni con dolor, es «La engafiosa», de Wilcock. El narrador, contador de una cooperativa olivarera en San Rafacl, se enamora de una espafiola, Concha, quien trabaja en la coope- rativa y despierta en los j6venes «una inexplicable atraccién que sub- yertia nuestro habitual aburrimiento, y nos hacia olvidar el exceso de olivos que nos rodeaba» (C, 120). Concha es «de cintura de céintaro y caderas de guitarra, ojos ardientes, saliva dulce, fresca, abundante» (C, 120): las descripciones convencionales ya se ven obligadas a alter- nar con otras nuevas y grotescas. Cuando el muchacho Ie toca el seno, Gte se deshace, dejando ver una especie de hormiguero que huele «a pis de gato» (C, 124); cuando le toca las nalgas, los dedos «se hundieron inesperadamente en tres o cuatro agujeros; al introducir el indice curioso ‘en uno de esos orificios inexplicables, sentf que una corona de diente- ccitos me lo mordia» (C, 124). Al tocatla, en su frenesf pone la mano ‘en una trampa para conejos, recibe descargas eléetricas en todo el cuer- 0, no sabe al besarla «si era su lengua o algén otto animal lo que se debatia espasmédicamente en mi boca» (C, 125). Decide dejarla para salvarse la vida, aunque piense después que «esos minutos de desen- freno... [eran] en el fondo (zpor qué negarlo?) placenteros» (C, 127). Termina el cuento: «Después, como siempre sucede, el destino nos se- par, truncando un idilio que de todos modos no nos habria convenido ” Pezzoni, «Silvina Ocampo: 1a nostalgia del orden», p. 111. El mismo ensayo sive de prélogo a una reciente edicién espafiola de La Furia (Madrid: Alianza, 1982), pp. 925. 53 752 DANIEL BALDERSTON Itevat a término» (C, 127), «La engafiosa» es el ejemplo mas extremo de un rasgo tipico de los relatos de Ocampo y Wilcock: el placer y el dolor se ven tan estrechamente ligados que sélo se podré alcanzar cl méximo placer (la unién con Ia Concha, en todas sus connotaciones) pagando con la muerte; de otro modo se queda para siempre en la buis- queda frustrada de placer y dolor parciales. En el poema «Easter 1916>, Yeats habla del comienzo de una nueva bolleza, una belleza terrible. Wilcock y Ocampo, insatisfechos con la belleza convencional, la cual les parece cursi y aburrida (verbigracia, «La gallina de membrillo», de Ocampo), también buscan una belleza que nace de Ia unién del placer con el dotor. El narrador de «Tales eran sus rostros» dice, con respecto a los sordomudos alados que se tiran del avin: «En realidad no se sabe si era horrible y se volvia her- moso, 0 si era hermoso y se volvfa horrible» (J, 8). Esta hermosura horrible que se da a través de momentos crucles 0 grotescos es de una sintensa belleza» (J, 11) nueva e interesante; es también una hermostra sumamente precaria, que sélo se produce en su amplitud con la muerte de sujeto u objeto. Esa condicién precatia se describe muy bien en Los traidores, 1a obra de teatro que escribieron juntos Wilcock y Ocampo: BI placer y el dolor que dan’ los crimenes ‘como los combustibles més ardientes com el tiempo se tornan en cenizas ®. * Véase el prélogo de Cozarinsky, pp. 910. ® Wilcock y Ocampo, Los fraidores (Buenos Aires: Editorial Losange, 1956), p78,

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