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Crónica de Una Muerte Anunciada (Abrir Hacia Abriba)
Crónica de Una Muerte Anunciada (Abrir Hacia Abriba)
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014 5948] Se] 9p oopuedweo jo woo eiquinuadara proguntarle a alguien que lo supiera por
dénde tenia que empezar. Lo primero que lo
inguiets fue la autopsia. Cristo Bedoya, que era
cescudiante de medicina, logré la dispensa por su
amistad intima con Santiago Nasa. El alcalde
pens6 que el cuerpo podia mantenerse refrig
rado hasta que regresara el doctor Dionisio
Iguarin, pero no encontré nevera de tamaio
humano, y la tnica apropiada en el mercado es-
taba fuera de servicio. El cuerpo habia sido ex-
puesto a la contemplacién pablica en el centro
de la sala, tendido sobre un angosto catre de
hierro mientras le fabricaban un atatd de rico.
Habiaa Ilevado los ventiladores de los dormito-
rlos, y algunos de las casas veeinas, pero habia
tanta gente ansiosa de verlo que fue preciso
apartar los muebles y descolgar las jaulas y las
‘maceras de helechos, y aun asi era insoportable
el calor, Ademds, los perros alborotados por el
olor de la muerte aumentaban la zozobra. No
hhabjan dejado de aullar desde que yo entré en la
casa, cuando Santiago Nasar agonizaba todavia
en la cocina, y encontré a Divina Flor lorando
® gritos y manteniéndolos 2 raya con una
trance,
—Aytidame —me grit6—, que lo que quie-
ten ¢s comerse las tripas,
Los encerramos con candado en: las pesebre-
ras, Plicida Linero ordend mis tarde que los
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Los estragos de los cuchillos fueron apenas
un principio de le autopsia inclemente que el
padre Carmen Amador se vio obligado a hacer
or ausencia del doctor Dionisio Iguardn, «Fue
como si hubiéramos vuelto a matarlo después
de muerto —me dijo el antiguo pérroco en sa
retiro de Calafell—. Pero era una orden del al.
calde, y las érdenes de aquel barbaro, por est.
pidas que fueran, habia que cumplirlas » No era
del todo justo. En la confusién de aquel lunes
absurdo, el coronel Aponte habfa sostenido una
conversacién telegréfica urgente con el gober-
nador de la
Provincia, y éste lo autorizé para
que hiciera las diligencias preliminares mieserse
mandaban wn juez instructor. El alcalde habia
sido antes oficial de tropa sin ninguna experien-
ia en asuntos de justicia, y era demasiado fatuo
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Ievaran a alggin lugar apartedo hasta después
del entierro, Pero hacia el mediodis, nadie supo
cémo, se escaparon de donde estaban e irrum-
pieron enloquecidos en la casa. Plécida Linero,
por una vez, perdié los estribos.
—iEstos perros de mierda! —grité—. Que
fos maten!
La orden se cumpli6 de inmediato, y la casa
volvié « quedar en silencio. Hasta entonces no
hhabfa temor alguno por el estado del cuerpo. La
cara habja quedado intacta, con la misma expre-
sida que tenfa cuando cantabs, y Cristo Bedoya
le habfa vueko a colocar las visceras en su lugar
y lo habia fajado con una banda de lienzo. Sin
‘embargo, en la tarde empezaron a manar de las
hreridss unas aguas color de almibar que atraje-
ron a las moscas, y una mancha morada le apa-
recié en el bozo y se extendié muy despacio
‘como la sombra de una nube en el agua hasta la
rafz del cabello. La cara que siempre fue indul-
gente adquirié una expresién de enemigo, y su
madre se la cubrié con un pafuelo. El coronel
Aponte comprendié entonces que ya no era po-
sible esperar, y le ordené al padre Amador que
practicara la autopsia. «Habria sido peor desen-
terrarlo después de una semana», dijo. El pa
rroco habja hecho la carrera de medicina y ciru-
fa en Salamanca, pero ingresé en el seminario
sin graduarse, y hasta el alcalde sabfa que su
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