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ow. KINcET 110 sant sme deeper 7 Sr a ee este innovador se basa, pues, no sélo en el derecho del indi- ee a ee vital de ser amado en tanto que ser tinico, libre y creador. caPITULo v EL TERAPEUTA La prictica de le psicoterapia, como la de toda profesién que hace intervenir un factor humano importante, requiere dos clases de competencia: una formacién especial y ciertos atributos personales. La primera es eonsiderada, generalmen- te, como primordial, lo que se comprende féeilmente. Por muy atrayente que sea la personalidad del cirujano, del dentisia o del sastre, no atraerd la clientela més que si dicha personali- dad iguala su competencia profesional. Sin embargo, existe uma profesién en la que parece que las cosas ocurren de otro modo, es la psicoterapia. Cuanto mas aumenta la experiencia en este terreno, més nos damos cuenta de que Ia personalidad Gel terapeuta es mas importante que su formacién profesional. Aunque los terapeutas evolucionan cada vez mis en este Sentido, no lo mencionan apenas. En realidad, la cosa parece més bien intimidartes. En nuestra era clentifica, 1a confesién de la subordinacién de la formacién tesriea y técnica a las cualidades personales tiende a colocar a una profesién bajo un dngulo poco favorable. Y el terapeuta contemporinéo se Preocupa mucho por consolidar el estatuto y el prestigio un Poco especiales de su profesién. Por eso, evita las declaracio- me cm. KINGEY nes que tenderfan a hacer aparecer su trabajo como un arte, es decir, como algo esencialmente subjetivo o intuitivo. ‘La idea de la primacia de las cualidades personales és re- conocida por los rogerianos més, probablemente, que por cual- auier otra escuela de terapeutas. A este respecto, apenas se muestran reticentes. Hsta mayor libertad de expresin se ex- plica, quiz4, por el hecho de que su escuela esta reconocida, sobre todo, por haber introducido la investigacién en el terre. no de Ja psicoterapia. Este fundamento cientifico', por provi- sional e incompleto que sea, les ofrece, sin embargo, una pro- teccién contra el reproche de “diletantismo” que se dirige a veces al trabajo del terapeuta de cualquier escuela. 1 desplazamiento del acento en la valoracién de las ca- lificaciones del terapeuta no implica en absoluto un descenso del interés por su formacién, Si la hipétesis de la primacia de Jas cualidades personales se confirmara un dia de modo ob- jetivo, de ello no se seguirfa una disminucién en el interés.por la formacién, sino una reorientacién y, probablemente, una unificacién de los programas. Hn vez de cargar al futuro pro- fesional con un bagaje cada vez més vasto de conochmientos especializados —que, a veces, se refieren muy poco al campo de las relaciones interpersonales terapéuticas— podriamos de- iearnos mucho més a desarrollar Jas dimensiones afectivas y morales de su potencial humano. A este respecto, es intere- sante notar que, al menos en el medio rogeriano, ta forma- cién evolucfona en este sentido, englobando una variedad de actividades que tienden a desarrollar la responsabilidad y la creativitiad personales y sociales. A propésito de calificaciones personales, uma cuestién que se plantea frecuentemente, tanto en relaclén con la psicotera- constantemente comprobadas y "modilieadas por trabajos experimentales. BL TeRareurA . us pia en general como con el enfoque rogeriano, es la siguiente: ABl ejercicio de esta clase de trabajo requiere un clerto tipo de personalidad 0 cualidades personales “superiores”? No se puede responder mas que con opiniones. Respecto a la cuestidn de los tipos de personalidad, lejos de poder dar una respuesta vAlida, no disponemos siquiera de ‘una definicién adeouada de la nocién de tipo. La observacién corriente mues- tra que entre los terapeutas hay una enorme variedad de per- sonalidades tanto entre los que son reconocidos como exce- lentes, como entre los que parecen tener menos éxito, Puede ser que, en un futuro, la investigacién —mucho més rigurosa que la que se leva a cabo en el estado actual de las téentcas de investigacién— revele la existencla de factores de persons- lidad comunes en los representantes de un enfoque determina- do. Mientras tanto, es sensato suponer que, ante la’ gran va- Tiedad de enfoques, una cierta seleccién se opera automtics mente entre los candidatos al ejercicio de cada uno de ellos. Parece légico admitir que la personalidad del que, por ejem- plo, asume la tarea casi sobrehumana de “explicar al cliente cémo es € mismo”, difere sensiblemente de la personalidad el profesional que se considera como um simple intermedia- io, es decir, un catalizador. jPero de abi a concluir que lea diversas terapias se practican por “tipos” diferentes, hay una gran diferencia! En cuanto a saber si el ejercicio de la psicoterapia exige cualidades “superiores”, esta cuestién plantea claremente un problema de valores. Hs decir, que se plantea en un plano muy subjetivo. A este respecto, aclaremos que la insistencia de los rogerianos sobre la importancia de la personalidad no implica ninguna exigencia de superioridad, Probablemente el actuar con cualidades verdaderamente superiores no podra dejar de tener efectos favorables, se ejerzan éstas donde se ejerzan. Sin embargo, en un plano préctico, hay muy pocas cualidades que puedan pretender ser universalmente superiores, es decir, pri- mordiales en todas las situaciones. Asi, la firmeza, la flexibil is ou, KENORT dad, la moderacién, la originalidad, una voluntad a toda prue- tba, una visiGn amplia, el olvido de sf mismo, representan cua lidades muy dignas de respeto. Pero su superioridad no vale mas que en ciertas situaciones en que se requiere su puesta en prictica. Por eso decimos que la nocién de “superior” no tie- ne utilidad en el contexto presente. Por otra parte, si el término “superior” se toma en el sen- tido de “extraordinario”, de “impresionante”, de “muzuético”, eteétera, la respuesta en cuanto a la utilidad de atributos de este género parece mis bien negativa. Por ejemplo, las cuali- dades absolutamente extraordinarias que ciertos biégrafos y amigos de terapeutas de renombre tienden a atribuir a estos ‘iltimos parecen constituir una dificultad mAs que una venta- ja. Bl terapeuta de talla, tan claramente imponente, corre el Tiesgo de efercer un efecto aplastante sobre el cliente, t{pica- mente obsesionado por sentimientos de inferioridad, reales aparentes. Tal contraste de formato humano puede llegar a engendrar una transferencia de una natiraleza casi metafisi- ca de la que el cliente puede llegar a no liberarse jamés. ‘A propésito de transferencia, aunque el rogeriano evite ha- cer mencién de ella, tampoco la niega en tanto que manifes- tacion aguda, infantil, de dependencia, De todos modos, Ia sransferencia apenas se produce en el marco de un enfoque verdaderamente centrado en el cliente. Desde luego, préctica mente, todo cliente sufre de tendencias profundas a la depen- dencia. Hse ¢s precisamente uno de los elementos fundamen- tales de su problema. Pero tales tendencias no se desarrollan en el sentido de transferencia, sino bajo la influencia de una cierta actitud y un cierto tratamiento por parte del terapeuta Si el terapeuta adopta un papel de autoridad 0 una actitud de superioridad, el cliente reaceionard, de modo natural, por una actitud de sumisién y de dependencia. Dicho de otro modo, si ‘uno se pone a hacer de “padre”, el otro se pondré a hacer de “hijo”. Por el contrario, si el terapeuta se presenta como us EL TRRAPEUTA us igual, el cliente lenderé a responder como igual, si Gintavente, al aenoe de modo gradual SY © PO Some Precisemos que la actitud nefasta de superiorida necesariamente formas groseramenta manifedas, pottoncheecs © condescendientes. Puede proceder de una conducia extrema- damente sencilla, cumdo éta se da en una situacion que se presta a la percepeién de relaciones de superiorided-interior!. ad, como es el caso en la terapia. Asi, al concederse la prerro- gativa de plantear cualquier cuestién, de Jjuzgar el valor racio. nal, moral o préctico de las cosas que le conffa el cliente, incl 80 de guardar un silencio largo y observador, el terapeuta pue- de producir una Impresién de superioridad indudable. Sexan el rogeriano tal Impresién es directamente contraria a le 20. tivacion de las fuerzas de erecimiento. En la medida ex que el terapeuta afirma su superioridad, el cliente experimenta su Inferioridad, o lo que él entiende por tal. Si la préctica de la terapia rogeriana no presupone ai per- sonalidad especial ni talentos superiores, requiere, sin embar- g0, clertos atributos sin Ios cuales no podria pretender aer ‘client-centered”. Hstos atributos son: la capacidad empélice teen, wn emery poston heat Oe bre, Ademds, hacen falta dos cualidades de las que, probable- mente, ningiin terapeuta, cualquiera que sea su afliacién te6 vies, podria prescindir: éstas son un grado elevado de ma. dures emocional y de comprensién de st mismo. TL La capactpap mepirice nc a ae ls Pe medida en que la comunicacién verbal y no verbal lo ‘permi- ta. En términos més sencillos, es la capacidad de ponerse ver- ue @. a. KINGE daderamente en el lugar de otro, de ver el mundo conio él love. Si esta capacidad es itil a todo terapeuta, es indispensa- ble para el rogeriano. Recordemos que el papel de éste con- siste en captar y en reflejar la significacién personal de las palabras del cliente, mucho mas que en responder a su conte ‘nido intelectual. Para'tener éxito en esta tarea, es preciso que el profesional sepa hacer abstraccién de sus propios valores, sentimientos y necesidades y se abstenga de aplicar los crite. rrios realistas, objetivos y racionales que le gufan fuera de su interaccién con sus clieates. ‘Esta sensibilidad alterocéntrica que es Ia empatia, parece estar determinada por convicciones, necesidades e intereses, profundamente anclados en la organizacién personal. Sin duda, practicamente, como cualquier cualidad, ésta es susceptible de desarrollo. Sin embargo, su adquisicién parece exigit una cler- ta modificacién de toda la personalidad. Pues el comportamien- to empético no se puede adoptar a voluntad segiin las necesi- dades del momento. Todos nosotros somos capaces de actuar temporalmente de un modo tolerante, generoso, comprensivo, cuando la situacién lo pide o nuestros intereses lo exigen. Pero no pasa lo mismo con la empatia. No podemos mostrarnos mas empéticos de lo que somos, del mismo modo que no podemos mostrarnos mis inteligentes. Asi como un aparato de radio no capta 1a onda corta més que si esta construido de cierto modo, un individuo no es capaz de empatfa si interiormente no est organizado de un cierto modo. Para acrecentar su poder de empatia tiene que reorganizar, en cierta medida, el sistema de sus necesidades, intereses valores. Précticamente, toda situacién social nos da la ocasin de observar quign est dotado de esta sensibilidad social y quién no lo esté, El que no se da cuenta de que ciertas palabras agredan o causan pena, el que no reconoce las necesidades Ge los demés, la direccién de sus intereses o la naturaleza de sus prevcupaciones, tiene pocas disposiciones naturales para EL TERAPBUTA ar tener éxito en la practica de una terapia centrada en el cliente. Por el contrario, el individuo que es receptivo a las reacciones del otro, que percibe los tonos positives o negativos inheren- tes a las relaciones que tiene con las personas de su alrededor, que reconoce el antagonismo profundo que puede ocultarse bajo un desaeuerdo en apariencia fortuito, el que es capaz de reconocer al nifio que no es feliz en una clase, el que recono- ce los matices sutiles que revelan la calidad de las relaciones ‘entre padres © hijos, o entre esposos, esta persona tiene lo ne- cesario para embarcarse en unas relaciones interpersonales profundamente significativas y, por lo tanto, terapéuticas. TT, Twranfa, smerarta © wvTUICIGN EN EL DIAGNOSTIC Estas tres nociones se emplean con demasiada frecuencia y err6neamente de modo indistinto, La diferencia entre empatia y simpatia es importante pero diffeil de deseribir. Bstos sentimientos se parecen en cuanto que representan los dos una resonancia de los sentimientos de los dems. Sin embargo, como la simpatfa se refiere esencial- mente a las emociones, su campo es més reducido que el de la empatfa, puesto que ésta, en cambio, se refiere a la apre- hensién de aspectos tanto cognoscitivos como emocionales de Ja experiencia de los demas. Ademés, en el caso de La simpatia, la participacién del sujeto en las emociones de los demés, se hace en términos de Ia experiencia del sujeto mismo. Por ejem- plo, una persona puede compartir la pena de otra porque las manifestaciones de tal pena evocan cualquier acontecimiento triste de su propia vida. En el caso de la empatia, el indivi uo se esfuerza por participar en la experiencia del otro, sin limitarse a los aspectos simplemente emocionales. Ademés se esfuerza por aprehender esta experiencia a partir del punto de vista de Ia persona que las experimenta, no a partir del Angulo subjetivo. 48 @. mw. KINGET Serfa incorrecto decir que Ia empatia es objetiva mientras que la simpatia es subjetiva. Las dos representan formas sub- jetivas de conocimiento. Pero, en el caso de Ia empatia, se tra- ta de la subjetividad del otro, en este caso del cliente. El te- rapeuta participa, pues, del modo més intimo posible en la ex- periencia del cliente, aunque siga siendo emocionalmente in- dependiente. "En cuanto a la empatia y a Ja intuicién para diagnosticar son précticamente opuestas una y otra. Esta ultima correspon- de a una capacidad de descubrir, de analizar y de formular Jas tendencias y las necesidades inconscientes de los demés. No es una particfpacién en la experiencia consclente del otro, sino una observacién y una interpretacién de las manifestaciones Ge esta experiencia. Mientras que la empatia tiende a evitar toda valoraciéa, la funeién diagnéstica tiende directamente a ‘una valoracién de la persona observada. En fin, la capacidad de diagnéstico es una funcién esencialmente intelectual que se adguiere por medio de una formacin profesional especiali- zada, como la del psicélogo clinico, mientras que la empatia se enrafza mds bien en la personalidad del que la practica, TIT, AUTENTICIDAD © ACUERDO INTERNO Histas nociones se refieren al estado de acuerdo que existe entre la experiencia y su representacién en la conciencia del individuo “normal”, es decir, que funciona adecuadamente, A primera vista, estas nociones parecen sindnimas de sinceridad, ‘Al principio, Rogers se servia de un término que estaba muy cerca de la nocin de sinceridad (genuineness). Pero al tra ducir su experiencia en conceptos tedricos, se dio cuenta de que este término no convenia a las necesidades mAs rigurosas de la teorfa. Fin efecto, la sinceridad consiste en hablar o en actuar de acuerdo con Ia representacién consciente, es decir. con la experiencia tal, como aparece en la conciencia, no nece- mb TRRAPBUTA ts sariamente tal como se experimenta, Por ejemplo, el individuo que se cree sin prejuicios sociales puede, con toda sinceridad, describirse como quien no tiene prejuicios de esta clase. Sus palabras estén de acuerdo con sus sentimientos fai como él los pereibe, aunque no necesariamente tal como se expresan en su conducta. En este sentido particular, todo terapeula es pro- ‘ablemente sincero. Sin embargo, el acuerdo de que se trata aqui, presupone que no hay error en la percepoién de la ex- periencia, 0 sea que su representacién es auténtica. __ De esia definicién se sigue que la aprehensién auténtica de si corresponde muy Ampliamente a la comprensién ¢e si, tal como nosotros 1a concebimos. Esta comprensién depende di- rectamente del nivel de la angustia. Por lo tanto, cuanto menos sujeto esté el individuo a la angustia, mejor se comprende (0 mAs capaz es para comprenderse mejor). Cuanto mejor se com- Prende mda en camino esd de sleanzar el acuerdo Intero de que aguf tratamos. __De lo precedente se.desprende igualmente que la autenti- idad, como la empatia, no pueden adoptarse a voluntad, Bs- tas nociones no se refieren a simples formas de conducta, sino a la personalidad misma tal como se expresa en la accién. Para que su ayuda sea eficar, ¢l terapeuta no puede, pues, contentarse con actuar: como si. experimentara sentimientos calurosos hacia el cliente; como si se pusiera en el punto de vista de éste; como si se abstuviera de juzgar como si aceplara al cliente tal como ea; como si deseara que el cliente tome la direecién de la entre- vista ete. - Bs preciso que, de una manera general, experimen sentimientos que manifiesta. seneeah expecinents Pero es que el terapeuta es siempre capaz de experimen- tar los sentimientos deseados hacia cada uno de sus clientes? Sucede, en efecto, aunque raramente, que por una razén 1 otta, se sienta incapas o de desarrollar o de mantener una 0 ca. KivosT actitud de consideracién positiva incondicional hacia un clien- te dado, Bn este caso, tiene que tratar de remediarlo, como se explica en el cap. IX: A. 3, pags. 219-224 y en el'cap. XT, Ay B, pags. 264, 267. Pues la ausencia de la autenticidad conduce a una deterioracién de la relacién, Io que la hace no sélo ine- ficaz, sino perjudicial. Con el fin de establecer esta autentici- Gad, el terapeuta puetie tratar de aclarar el problema direc- tamente con el cliente. Si el estado de éste no lo permite, pue- de discutir le cosa con un colega 0 con cualquier otra persona capaz de comprender este tipo de dificultad. Si este procedi- miento resultara ineficar, el terapeuta debe arreglarselas, con todas las precauciones necesarias, para enviar al cliente a un colega. Otra cuestiGn se reflere a In necesidad de este acuerdo in- terno, De hecho jhay una diferencia observable entre la ex- presién de sentimientos aunténticamente positives y el simu- lacro, benévolo y acertado, de tales sentimientos? Si el tere- peuta fuera un buen actor jno bastaria? En primer lugar, ia autenticidad facilita Ia puesta en pric tica por el terapeuta de una exigencia muy util que es la cons- tancia de la condueta, Si el terapeuta no se comporta de modo auténtica, le seré dificil, si no imposible, mantenerla a través de las vicisitudes de un proceso que, a veces, es bastante largo. En cuanto a la diferencia psicolégica entre la expresién de Sentimientos auténticos y su imitacién, sucede probablemente que esta diferencia no es percibida por el sujeto y puede ser in- cluso imperceptible para un ojo experimentado. Sin embargo, Ja experiencia nos muestra que, generalmente, se reconoce. 1s ‘verdad que no se puede describir siempre en términos objeti- ‘vos, pues los elementos diferenciales suelen percibirse a un nivel subconsciente, como las experiencias sobre la percepcién subliminal (59) tienden a probatlo. Pero el hecho de que el cliente sea incapaz de justificar la impresién de artificialidad que le da el terapeuta, no impide que esta impresién altere la relacién entre los interlocutores. BL TERAPsurs aa Hs urta consideracién que hasta el momento presente ca- rece de base eap{rica, pero parece sin embargo bastante ve- rosimil. Se puede creer que la unidad interna caracteristica de la conducta auténtica implica una fuerza 0 se expresa con una facilidad 0 con una conviecién que falta a la conducta que no tiene esta unidad. (Los datos suministrados por el test, psicogalvanico, por ejemplo, apoyan bastante esta hipétesis.) De todas modos, los adeptos de la ierapia relacional estén conveneidas de que la unided interna que resulta de la auten- ticidad tiene un papel, no todavia completamente compren- do, pero, a pesar de todo, decisivo en las relaciones inter- personales. ‘Una explicacién més completa y més sistemética de esta cuestion, es decir, una explicacidn en términos tedricos, es Gada por Car! Rogers en la segunda parte de esta obra. TV. Concepci6y postriva x LineraL DEL ROMERE Y DE LAS RELACIONES HUMANAS Estas nociones corresponden a tendencias que hacen po- sible, facil y eficaz la puesta en préctica de los principios ex- puestos en el capitulo II. Una vez mas, se trata aqui de modos de pensar y de reaccionar que se enraizan en la personalidad ¥ que tienden a expresarse en un estilo de vida. Dicho de otro modo, el entusiasmo por unas concepeiones liberales y huma- nistas 0 la adhesién nominal a unos ideales de ese tipo no es suficiente, Como la naturaleza de estas concepciones ha sido suficien- temente descrita mas arriba, no parece necesario extendernos més en este tema. Nos falta, sin embargo, responder a una cuestiOn prdctica que se plantea con frecuencia en este con- texto: Jos individuos adultos especialistas actuales o tera- peutas futuros— a los que se dirigen estas teorias json capa- ves de adquirir actitudes que, para muchos de ellos, son di- 1 oa, Ice rectamente opuestas a unos sentimientos y conviceloines fir- memente enraizadas? Por ejemplo, un individuo de orienta cién esencialmente autoritaria jtiene probabilidades de legar a alcanzar actitudes esencialmente igualitarias? En principio, parece que Ia respuesta tiene que ser afirma- tiva, La personalidad normal —entendida en un sentido limt- tado, puramente funcional, como compromiso en un proceso de erecimiento— es un sistema de fecesidades y de valores movi- do por tendencias que traten de mantener este sistema y por otras que tratan de superarlo. Los que entre nosotros estén mis o menos “abiertos” a su experiencia, se encuentran inevi- tablemente comprometides en un proceso de modificacién constante, Por ejemplo, ura ocasiGn fortuita nes pone en con- tacto con una cosa, material o moral, que nos lama la aten- cién por ciertos aspectos susceptibles de revalorizar nuestro yo. Inmediatamente, el pensamiento y el esfuerzo se dirigen hacia Ja posesién o la realizacién de tal cosa: se convierte en un valor para nosotros. Una vex que se ha convertido en un valor, tiene et poder de lamar nuestra atencién. Asi, nos da- mos cuenta, cada vez mas, de los diversos aspectos bajo los que se manifiesta, El resultado es que aprendemos a conocerla mejor y a amarla mejor. (Wste mejor conocimiento puede, evidentemente, conducir también a un repudio del objeto que perseguimos. Pero, de todos modos, una actitud afectiva, po- sitiva o negativa, se enraiza en el sistema de necesidades) 1s decir, que se establece un proceso de identificacién; lo que, en principio, era exterior a la personalidad se vuelve parte inte- grante, Cuando este proceso esté alimentado por un esfuerzo conseiente, es probable que la asimilacién de valores nuevos se haga de un modo mucho més répido. Sin embargo, no vayamos a creer que es fécil. reorganizar un sistema de actitudes y de valores que se ha desarrollado a {o largo de muchos afios, en simbiosis, por decirlo asf, con el organisino mismo. Tal “conversién” exige un esfuerzo soste- nido de introspeccién y de reflexién critica y leva consigo nu- EL TERAPEUrA Bs merosos ensayos y errores. Bajo condiciones excepeionalmen- te favorables, tales como el contacto estrecho y relativamente prolongado con personas que han tradueido estos principios a su estilo de vida, esta transformacién puede hacerse sin que haya apenas esfuerzos conscientes, Sin embargo, aun en esas condiciones, los progresos pueden ser lentos. Desear no es lo mismo que poseer, aun cuando en él terreno de las actitudes el deseo es el principio de Ia posesiGn, Por suerte, la satistac- cién que se experimenta cuando se persigue de modo ardiente luna cosa, reconoclda como un valor, estimula el esfuerzo y favorece el éxito. Por e80, se puede creer que el terapeuta au- ténticamente ‘comprometido en el esfuerzo dela puesta en Practica de clértas actitudes, logra tanto éxito en el efercicio de su profesién como el que ha asirailado dichas actitudes, Una definicién completa de ésta nocién, admitiendo que fuera posible, exigitfa probablemente un volumen. ‘V. Mapurez mMtocronat La madurez emocional completa, por el hecho de que im- plica el equilibrio emotivo-racional, parece muy cerca de la perfeceién humana. Ahora bien, una nocién ideal como la per- feceidn tiene poca relacién con la finalidad, eseictalmente practica, que perseguimos aqui. Lo que va a continuacién es, pues, una definicién fragmentaria, limitada a las exigencias de la interaccién terapéutica. Las aspectos de la madurez emocional que parecen particu: Jarmente importantes para el ejercicio del papel del terapeuta son los siguientes: el primero reside en la capacidad de parti. cipar en la tarea del cambio de otra persona, sin tener la ten- tacién de modelar dicho cambio segtin la imagen de sf mismo. sta tendencla es, evidentemente, muy fuerte. En efecto, ‘eualquiera que goce de un cferto grado de satisfaccién y de éxito tiene tendencia a pasar su receta al que est4 desprovisto ms oM xIvcEr de todo ello, Wsto se da, sobre todo, cuando se le consulta ex- presamente en cuanto a la manera de realizar esos valores. ‘La intencién basica de ese deseo de transmitir los métodos ‘que han resultado eficaces en relacién con uno mismo es, pro- bablemente, digna de alabanza, sta es la f6rmula de ayuda a Ja que se recurre, de modo natural, cuando se trata de realizar cualquier otro bien, es decir, cualquier bien objetivo. Pues incluso las personas de formacién psicolégica que deberian estar penetradas, y no simplemente informadas, de la subje- tividad de la experiencia, actiian muchas veces como si fe- licidad, paz interior, satisfaccién personal, fueran fenémenos objetives que pudieran realizarse segtin formulas: determi- nadas. Bn términos més positivos, esta primera cualidad puede describirse como la capacidad y la voluntad auténtica de ser- vir no de guia, de jue o de modelo sino simplemente de reso- nador y de amplificador de los esfuerzos que el cliente hace por cambiar. Hs también la capacidad de prestarse, como per- sona, a las necesidades del individuo con conflictos, compro- metido en la bisqueda de si mismo. Mm cuanto a la segunda cualidad, es més espéctficamente afectiva aynque también esté penetrada de razén y presupon- ga un compromiso de la personalidad entera. is la capacidad para portarse de modo “aséptico” en el establecimiento y man- tenimiento de lazos afectivos estrechos pero subordinados a un fin que los supera..De un modo més preciso, es la capacidad de experimentar y de comunicar sentimientos auténticamente calurosos, sin que éstos se transformen subrepticiamente en una trampa para una de las dos personas en juego o para las dos. ‘Tal capacidad presupone, segtin parece, que las necesida- des fundamentales del terapeuta estén organizadas alrededor de ciertas fuentes de satisfaceién que den un sentido y un va- lor a su existencia, incluyendo su trabajo profesional. Que la naturaleza de estas fuentes, sea concreta o abstracta, ordinaria SL TERAPBUTA as o extraordinaria, importa poco. Lo que importa es que las ne- cesidades que él siente como fundamentales, tengan salidas adecuadas. (Notemos que se trata de necesidades subjetive- mente fundamentales, no necesariamente de las que son ca- talogadas como fundamentales, excepto, evidentemente, las que aseguran la supervivencia) Cuando se satisfacen estas necesidades ejercen un efecto regulador sobre la economia psiquica, de tal modo que las satisfacciones y las molestias de la vida cotidiana tienden a ordenarse favorablemente en Ia estructura total. Bl terapeuta asf anclado encontraré que la ereacién y el mantenimiento de una relacién sana se dan generalmente sin esfuerzo excesivo, aunque exigen siempre un esfuerzo real y, a veces, considerable. Por su estructura misma, la situaci6n terapéutica estd ena de dificultades. Pone en presencia a dos personas de las cuales una est privada, en una medida a ve- ces extrema, de satisfaccién emocional, manifestando en cam- bio la otra un ealor y una comprensién que la primera apenas ha encontrado nunca. La actitud incondicionalmente acoge- dora de una agudiza pues el hambre afectiva de la otra. En tales condiciones, una polarizacién aguda de los sentimientos se opera casi inevitablemente. Esto es un encadenamiento com- pletamente natural y que no exige ninguna explicacién eom- plicada por medio de factores psicogenéticos Iejanos como la que da el psleoandlisis. (Ia algunos casos, tales explicaciones pueden, evidentemente, ser perfectamente vélidas y tener una utilidad muy real para las necesidades teéricas) Por parte del terapeuta, se puede establecer también-una polari- zacién similar. La naturaleza de los sentimientos en cuestién no es, evidentemente, la misma que la de los del cliente, pues- to que el terapeuta, como acabamos de presuponer, no se encuentra en un estado de frustracién aguda. Desgraciadamente, en el terreno de los sentimientos como ‘en cualquier otro plano, la actitud de abandono por una de las partes Incita a la toma de posesién por la otra. Fécilmente, el 26 oa. Kinase cliente ega’a no ver su salvacién més que en la persona del terapeuta y tiende a ponerse en sus manos sin reserva, ofre- ciéndole, no solamente el contenido més profundo de st pen- samiento, sino también el abandono més crucial de sus pre- rrogativas de juicio. Se puede decir sin exageracién que, en ciertos casos, el cliente implora précticamente al terapeuta que tome en sus manos su personalidad y su destino y que les dé forma a su gusto. Ahora’bien, todo hombre, excepto el que ha Iegado a un alto grado de madurez y de integridad, serd.sensible a este homenaje verdaderamente supremo y se dejard mecer por Ja ilusién de que est4 en condiciones de acep- tar tal “mandato”, Reconozcamos que, salvo en casos excep- cionalmente raros, esta “gerencia” del pensamiento y de la vo- luntad del cliente se hace sin céleulo por parte del profesio- nal. No hay duda de que, al aceptar este homenaje, el tera- peuta medio esta animado de intenciones fundamentalmente genezosas, Sin embargo, el simple hecho de aceptarlo, es prue~ ba de falta de madurez emocional y competencia profesional. La “generosidad” que no va acompafiada de madurez es muy poco susceptible de engendrar resultados satisfactorios, sto al menos, cuando se ejerce en campos tan extremadamente de- licados y comptejos como el de los sentimientos. Cuando se considera el papel del terapeuta a partir de puntos de vista cruciales como éstos, se da uno cuenta hasta qué punto la técnica est subordinada a las actitudes y Ia for- macién a la personalidad. Pues los escollos afectivos son dife- rentes en cada caso. Es decir que el entrenamiento mas com- Pleto no podria equipar al terapeuta de las téenicas necesa- rias para actuar de un modo a la vez fecundo y “aséptico”. Lo més importante en el equipo terapéutico no es su ciencia ni su modo de aplicarla. Bs su integridad personal. Ademés de Ia estabilidad que resulta de la satistaceién de las necesidades fundamentales, la madurez: emocional supone Ja seguridad interna. (Damos por sentado que la seguridad externa, econémica, del terapeuta est4 asegurada. Si no lo es BL TERAPRUTA a fera, representaria una fuente de escollos serios.) La se frridad Imtefaa permite al terapeuta ver las vilsitudes da proceso en su perspectiva propia y guardat ecuanimidad ante Jas oscilaciones inevitables de. las actitudes del cliente. Asi equipado, no se dejard desviar ni intranquilizar por el desarro- llo inesperado y angustioso que no es raro en este tipo de tra- ajo. Sucede, en efecto, que el proceso resulte tan dificll para 4] terapeuta como para el cliente, aunque, evidentemente, de un modo diferente. El camino que conduce al cambio de ‘una persona con conflictos, es sinuoso y dificil y el que lo comparte esta expuesto 2 una extensa gama de pruebas emo- cionales. Bi) cliente puede manffester una conducta que pa- rezea presagiar un derrumbamiento; puede amenazar con el abandono de los elementos vitales de su existencia, su familia, su situscién, sus estudios; puede hacer alusién al suicidio, a Ja violencia, o divigir su hostilidad hacia el terapeuta. Bi terapeuta debe, igualmente, poder afrontar los perfodos estériles, cuando su accién no tiene efectos visibles, cuando el cliente pasa y repasa sobre los mismos temas, aparentemen- te insignificantes, se obstina en guardar una actitud depen- diente o impide el desarrollo normal del proceso. Por otra parte, el terapeuta debe ser capaz de conservar el equilibrio ante la adulacién de que es, a veces, objeto. Sin un grado ele- vado de seguridad interior, el profesional no es capaz de afron- tar tal variedad de sitnaciones cargadas de emocién, al mismo tiempo que mantener su eficacia terapéutiea y eu bienestar personal. ‘Todo esto presupone que el terapeuta haya éscogide su profesién y la ejerza porque la encuentra util, eminentemente digna de esfuerzo y en armonia con una concepeién elevada del hombre y de las relaciones humanas. Si se agatra a esta profesién porque le da ocasién de parecer importante, fuerte, sabio y, en una palabra, superior, es poco probable que pueda actuar con la “asepsia” que ésta exige. ‘Sin embargo, esto no quiere decit que sea necesario 0 de- ‘2 8 a, seuveue seable que el terapeuta sea indiferente a los sentitnient sitivos que el cliente tiene avin 61 Pero pers que pede oie ficarse de emocionalmente maduro, es preciso que Ia satisfac. cldn que expesimenta al sentirse importante en la econcinin presente del cliente, esté suborditiada al deseo de perder esta Importancia a medida que el cliente descubre Ia satisfacsiét de ser y de sentirse auténomo, Pues ai el proceso es fecundo, el cliente Llega a considerar Ios fazos que le unen al terapeuta como significativos, probablemente, pero claramente secunda- ‘VI. Compnensi6n os sf ausao Se ha convertido en un tépico decir que las personas ven el mundo a través del prisma de su personalidad. Bote aire macién vale igualmente para los terapeutas. Wstos caen fé cilmente en el error de creer que un diploma en psleologia — ciencia conexa—~ confiere autométicamente a su duefio una comprensién profunda de si mismo. Los que han adquiri- do un mejor conocimiento de si mismos, por vfa terapéutica & otra, es interesante que echen la vista atrés y comprueben Jo pobre que era la comprensién que tenfan antes de sf mis- moe Pesar de Su eupresion de conocer bien verdad que “el utensilio principal del terapeuta es su personalidad” (117), es Iégico que el conocimiento de este utensilic, por parte del que lo utiliza, sea de importancia pri- mordial, {Qué se podria esperar de un artesano que no co- nociera las posibilidades y los peligros de los instrumentos que emplea?, Esta pregunta toma sus verdaderas proporcio- nes cuando se considera que el utensilio del que hablamos se uuliliza sobre un material humano: la experiencia del cliente, ¥, en potencia, su porvenir ¥ su destino. Este tipo de material —de experiencia individual— es una fuente de problemas no solo porque es infinitamente complejo, sino porque es am- EL TERAPEUTA = biguo y, necesariamente, incompleto. La experiencia cotidia~ na ensefia —y la psicologia experimental lo confirma abun- dantemente— que la percepcién de todo material de cardcter complejo, ambiguo e incompleto, se hace ampliamente en funeién de la personalidad del que lo percibe. Este es por otra parte el principio mismo’ de los test proyectives. Un ma- terial dado —manchas de tinta, esbozos de dibujo, imégenes casi sin forma— se presentan al sujeto, pidiéndole que él lo organice de un modo adecuado: Al hacer esto, el sujeto pro- yecta en este material pléstico ciertas tendericias caracteris- ticas de su organizacién interna. Kin otras palabras, sus res- pnestas llevan el sello de su personalidad. Por su naturaleza misma, las comunicaciones del cliente conducen a ciertos errores de percepeién. Si el terapenta nora las tendenciae sisteméticas —fuente de errores sistemé- ticos— de su percepeién, es incapaz de efectuar las correceio- nes necesarias. Dicho de otro modo, si no tiene coniciencia de las actitudes y de las necesidades dominantes que deter- minan sus inclinaciones y aversiones, sus prejuicios, sus te- mores y sus deseos, es incapaz de hacerse una representacién realista de las cosas que le cuenta el cliente. En la penumbra Psicoldgica en la que opera, cometeré muchos errores a ex- pensas del cliente. Una comprensién profunda de si mismo, evidentemente, fo es tan imperativa para el terapeuta empético rogeriano como para el que asume las funciones de valoracién, explo- racién e interpretacién y, de ahi, la direecién del cliente, Por el hecho de que el rogeriano se esfuersa por actuar exclusiva- mente en el marco de referencia del cliente, los riesgas de error son, evidentemente, considereblemente menores que si actuara a partir de su propio marco de referencia. Dicho de otro modo, los riesgos de error son més elevados si el proceso se apoya sobre todo en factores edino las percepciones y las teo- ras del profesional. De igual modo, son menores si el proceso se basa en la experiencia viva e inmediata del interesado. 130 ©. M, xIvoRT A pesar de que un enfogue empatico reduce considerable. mente los peligros de “contagio” interpersonal, Ia compren- sién de s{ mismo, sigue siendo un atributo importante del te- rapeuta. Bn efecto, Ja adhesién intelectual, incluso mas entu- siasta, a los prineipios de un método dado, no gerantiza la Puesta en prdctica de tales principios cuando el individuo se encuentra ante la realidad concreta, Como acabamos de ver, la adopelén del marco de referencia de otra persona no es una cuestion de conviceién o de determinacién. No es el resultado de una competicién; es el resultado de un proceso de creci- miento sociopsicolégico, como el tipo de terapia que se esfuer- za por servir. En fin, nos podemos preguntar si la puesia en préctica integral y constante de principios de interaccién hu- mana tan nuevas —al menos en su aplicacién si no en su ind piracién— est4 al aleance de muchos. Por mi parte, yo creo que es dar pruebas de una excesiva seguridad o de ingenuidad considerarse un representante puro del enfoque rogeriano. No cabe duda que para muchos de sus adeptos, esta formula de interaccién es més un ideal que algo adquirido. De todos modos, es muy probable que la biisqueda sincera de tal ideal baste para producir efectos muy apreciables. {Cudl es el tipo de conocimiento de si mismo que debe tener el-buen terapeuta? La respuesta te6rica que se da al terapeuta rogeriano esté deserita en el epilogo de esta obra: el funcionamiento éptimo de Is personalidad. Anticipando un poco su contenido, dire- tos que no se trata en absoluto de una imagen intelectual del yo, sino més bien de algo vital 0 existencial. Es un cono- cimiento det yo tal como aetiia en cada momento en la situa. cl6n inniediata. Segiin las palabras de Rogers: Es una aper- tura constante a la experiencia. Esta comprensién de sf{ mismo est4, pues, en el polo opues- to del conocimiento genético-histérico que resulta del examen Gel yo, en funcién de ciertas teorfas psicolégicas. Tal aventura intelectual puede tener sus méritos. Pero para las necesida- 1 renarsura as des de la acelén interpersonal conereta ¢ inmediata, su valor parece dudoso. La comprensién que resulta de un examen re- trospectivo de esta clase es demasiado hipotética, demasiado te6rica, demasiado Wena de palabras y nociones “sabias” para tener utilidad préctica en la discusién de las situaciones hnu- manas muy humildes casi siempre, de que se compone el re- Jato del cliente. Hn vez de facllitar la inmersién en el mundo subjetivo del otro, tal conocimiento tiende a poner una pan- talla intelectual entre la experiencia inmediata y la aprehen- sién de ésta. Ahora bien, el entrenamiento para legar a una aprehensién correcta de la experiencia inmediata es precisa- mente la operacién crucial de la psicoterapia.

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