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LA HISTORIA DE UNA MONTONERA ' | Bandolerismo y caudillismo i en Buenos Aires, 1826 ) | | por Raal O. Fradkin La inestabilid lad de los poderes loc: Par eeenct oc fee Lal bbradores, peones, bandidos y montoneros 5. De “facin \erosos” y “eajetillas”: signil ela moment, Y “caetilia”:significados El marco narco politico de la m Benitez y Rosas let Narrativas de la montonera Epilo, i Pilogo. Bandidos, caudillos y montoneros Notas 203 145, 154 159 163 172 180 187 195 gntroduceién, En busea de una montonera ‘Todo indicio de iniciativa anténoma de los grupos subalternos diene que ser de inestimable valor para el historiador integr ecllo se desprende que una historia asi no puede tratarse més (que monograficamente, que cada monografiaexige un ctmulo grandisimo de materiales a menudo dificiles de encontrar Anowto Granscrt En la madrugada del 13 de diciembre de 1826 un numeroso ‘armado invadié el pueblo de Navarro, en Ia frontera oeste Be Buenos Aires. Lo comandaba Cipriano Benitez. (0 Benites co- ceo también aparece en algunos docurnentos), un labrador afin- aiejo en esa frontera. Los atacantes, que proclamaban ser “monto- neros” y “federales", tomaron répidamente el control del pucblo, Jjpresaron y sustituyeron al comisario, intentaron hacer lo mismo cel juez de paz y aunque no lo hallaron nombraron a otro en Solgar. También detuvieron al recaudador de la Contribuci6n Di recta y se apoderaron de la recaudacién, obligaron a los principar fea voeinos a firmar un papel en el que se comprometian a “auxi- iar” a los federales y les impusieron contribuciones. Durante todo el dia y buena parte de la noche se dedicaron a reclutar nuevos vaiembros entre pobladores de la zona y buscaron conseguir las nds variadas adhesiones apelando a toda una gama de recursos prcticos y retGricos entre los cuales no falté Ia menci6n a que el propésito del movimiento era deponer al gobierno. Al dia: fc, Jos montoneros intentaron repetir Ia operacién en la cercana Villa de Lujan. H intento resulté infructoso: pese a que los vio- Ientos enfrentamientos llegaron a producirse hasta en la plaza mis- ma de la resistencia que offecieron vecinos y, sobre todo, yas milicias comandadas por el coronel Juan Izquierdo, lograron derrotar a los atacantes. Los que no fueron muertos, heridos © apresados en el enfren- tamiento se dispersaron en varias direcciones y resultaron vanos los esfuerzos de Benitez, por volver réunirlos. Fracasado ese in- tento, traté de escapar hacia la frontera del Salado pero grupo 42 10 RAUL O. FRADKIN co después era apresado y trastadado a la ciudad de Buenos Aires donde fue juzgado sumariamente y condenado a muerte. El 13 de enero de 1827, Ia sentencia se llev6 a cabo en la plaza principal de la Villa de Lujan. El suceso, efimero y fugaz, habia llegado a su fin y el orden es- taba restablecido aunque la conmocién no babia sido menor ni para los vecinos de los pueblos ni para las autoridades asentadas en la ciudad, Pero, qué era lo que realmente habia sucedido? Se trataba tan s6lo de una simple banda de forajidos como la deseri- bieron los partes oficiales y la prensa del mome: siva y abierta? Mis atin, cqué habia llevado a Benitez y a sus segui- dores aun movimiento de esas caracteristicas? Qué nos puede de- cir un efimero acontecimiento liderado por un personaje sin duda al de la politica de la época y que no provenia de los gru- pos dirigentes de esa sociedad? ~_ Este libro intenta contestar a estas preguntas. En las paginas que iguen el lector podra toparse con la puesta en acto de tna presun- \e al circunscribir al maximo posible el foco de observacién Y concentrar la atencién en un céimulo heterogéneo y abundante de documentos de muy diversa factura y disimiles orfgenes puede ser posible develar aspectos que de otro modo no serfan observables y discutir algunos problemas que han sido escasamente tratados. Un Propésito central las anima: reponer una visi6n mds realista y empi- ricamente fundada de un fenémeno decisivo del siglo XK argen- thoc taci6n. Esos hechos pasaron Practicamente inadvertidos para la historiografia, salvo cuando dic- Ton lugar a unas pocas y a veces equivocas referencias. No fue ast Para los observadores contempordneos que compartieron la inter- Pretacién que difundieron las autoridades: se trataba tan sélo de una “banda de facinerosos”, un grupo de criminales que habfan pre- tendido disimular sus pérfidos propésitos con absurdos pretextos [EN BUSCA DE UNA MONTONERA, u cos. Por tanto, este andlisis puede tener también una utilidad co mentaria: quiza podamos echar algo, de [uz acerca de asun- “Tos muy mentados en nuestra historiograffa: los mecanismos y mo- tivaciones de adhesin popular a un caudillo y sus relaciones con —“d bandolerismo. Buscaremos hacerlo, no a través de formulaciones i ~—genéticas € inverificables, sino por medio de un estudio detallado, circunscripto y especifico. El episodio se destaca por la ausencia de registro historiogré _ fico. Sin embargo, estuvo lejos de pasar inadvertido para sus con- ~tempordneos y de algiin modo fue uno de aquellos en torno a los cuales se forj6 una tradici6n interpretativa acerca de las montone- zarlo en profundidad y en detalle considerando que puede ser de utilidad para interrogar y cuestionar las perspectivas que suelen primar en el estudio de este tipo de fenémenos. contentéramos con considerar que se traté de un epis gonizado por una gavilla de salteadores estarfamos replicando la visiGn de las autoridadés de la época y tomarfamos un camino que impediria descifrar otras facetas que se advierten apenas se pon- dera tanto su magnitud como la osadfa de sus protagonistas. Algo ¢s claro: si era una gavilla de salteadores no era una gavilla cual- quiera. Si, en cambio, enfocamos el acontecimiento desde una perspectiva que pretenda comprenderlo sélo desde 1 desarrol de la lucha de facciones pol ibid, tendriamos también una visi6n limitada y sesgada que probablemente nos con- irfa a cerrar la cuestién con una aparente y convincente apela- lad de manipulacién de algunos Ifderes politi el episodio se mado no era bonaerense. clan ais compleja. Pero sabidas son dificultades que presenta 318 gi] 28 g RAULO. FRADE ‘cualquier estudio histérico de la accién colectiva de les grupos su. balternos, Con este propésito hemos realizado un cuidadoso ras. treo en tres archivos* y reunido un conjunto de fuentes muy diver. las se cuentan sumarios policiales, partes de novedades, circulares ofic peticiones de vecinos, com ines ¢ inforinacién periodistica. La voluminosa documentacidn rew- nida y fas miiltiplés Facetas que ofrece el episodio nos ha llevado a optar por varias aproximaciones sucesivas y complementarias a tra- ‘és de las cuales intentamos ensayar diferentes estrategias de inda- gacién.* Para decirlo con las palabras de Jacques Revel intentamos una “suerte de experimentacién [...] desplazando la mirada sobre las fuentes y modificando en forma controlada nuestro sitio de ob- servacién”.* En otros términos, a diferencia de las imagenes habi- de las montoneras que han sido construidas a partir de las ciones que ofrecicron sus oponentes y de textos escritos para ser publicados, nuestras evidencias provienen fundamental- mente de documentacién inédita que, en su mayor parte, no ¢s- taba destinada al conocimiento ptiblico. En cierto modo, nos per- mite asomarnos, por un instante, a las entrafias del poder, Y, ~~“dentro de @sa maraiia, a Tos testimonios ofrecidos ‘por acusados, Sospechosos y testigos. De este modo, la trama documental ¢s ri. | ca, densa y compleja. Por ello, nuestra exploracién se realizaré en | varias direcciones intentando dar cuenta de las distintas facetas LC de esta montonera, oy, QZ — Bnelcapitulo 1 oftecemos una primera reconstruccién de los 7 ~~ hechos que es, al mismo tiempo, una indagacién de las visiones — SHE construyeron, tanto las elites locales como tas urbanas, En el capitulo 2 nos concentraremos en el modo. en que fueron juzga- dos tanto Benitez. como sus seguidores y en las pistas que ofrecen ‘e508 juicios para una indagacién més profunda del episodio, En el _—£apitulo 3 intentaremos realizar un andl _ fonera indagando los mecanismos de construecién de liderazgo, reclutamiento y legitinia eH montonera nc capio 5 beret contento Precio en que se de taremos de inscribir el episod lo 5 buscaremos develar los posibles signifi- senvolvi6. ¥ en el capital cados de esa montonera. Este esfuerzo de aproximaciones sucesivas B [EN BUSCA DE UNAMONTONERA lcance: traba- ta identificar jamos desde una perspec fear Janieiuar el repertorio de las formas de resistencia y de interven Won de los grupos subalternos rurales inscribiendo esas formas de accin en diciones de existencia y en las experiencias le accién ei jstoricas vividas, : Sia a ‘No por obvia una aclaracién resulta necesaria. Hista no es u pistoria de las montoneras sino, tan s6io, de una montonera. ae de, a primera vista, parecer poco, Roce? En realidad y en gran medida-por imperio de una arraigada tradicién, no es mi que sabemos de las montoneras. is cont ee mi contemporaneos deja- Si se'repasan las descripeiones.qus-los comtemporances Ce. __ ronde las montoneras puede advertirse que es mucho menos cla To lo que el término denotaba que las connotaciones que selea ie ~Snaron. Aunque no podemos aqui realizar un inventario exhau md ~ de esas evidencias y de los usos de ellas. ue ponesionmente Bio 1a historiografia, si parece necesario anotar algunas de su: lo xix aparecieron en los dic fiola. La primera, de fines de 6 e cept gue habit desnollad sets Innes montonera era “En la América del Sur el pelotén de tropa iereg lar decabatlers, compuestaexclusivament dels serials que habitan las pampas de Montevideo, Buenos Aires y Chi ane gunda aparecié al oxi s0 mento préctcamen~ te inalterable hasta 1970; ahora, la nueva Laue jon perdia a sis “ét ” pero ganaba en amplitud geografica y oyun a politico: montonera serfa un “Grupo o pelotén de gente d cal ae {que guerrea contra las tropas del gobierno en alguno de los esta le érica del Sur”. vedades que las Namadas guerras de Jn independenciataieron.# ~ Vocabulario politico. Como lo corrobora la difusion del _ 4 7 RAUL. ©, FRADKIN por casi toda la América del Sur espaiiola, no todas las nuevas Jabras provenian del pensamiento europeo y algunas expresaten: la necesidad de nombrar, calificar y, hasta cierto punto, compren, der algunas de esas novedades, De este modo, la evidencia ‘lipo. a ble sugere - qu f término surgi Murante la década de 1810, que 288 generalizd Inuyrépidtathiente en los Andes, Chiley el Ric Sentan otros térmings como el def ea x de Ta Pasay que seguia siendo de uso frecuente en el tiltimo te lo xix y aun des, ¢ habilita asi un interrogante ges: onda rmino expresaba la del fe: pretendia designar? O, en cambio, sno estaremos fea, mis _™ma imagen de falsa continuidad y homogeneidad que tambi fn Be tan otros t come Para sus contem: oranéos, al menos, no habfa dudas’era un eniew mae cig j * 205, # era un mismo fe i lo de existencia se desplegaba a lo largo del slo doce EE nen emreo, Varios observadores tendieron a desplazar el mo- iginario del fendmeno que describfan desde las guerras erras civiles, aunque esa demarca- palo entre los seguidores de Artigas? pero dos décadas ao ania Pensaba la montonera como un movimiento que mins co fo en los Hangs rigjanos hacia 1826, Con su sutileza Otaba otra impresin que fungia de auténtica hipétesis interpretativa: vera de es con lens yn on endo, oman ae : a tambin dele banda te sateaore La plara argentina nue coeds perfectanente ala peninulae gut) nes las apariencias y Ia real Sarmiento estaba advi ent advirtiendo acerca de un ce mayor y de una perspectiva am; scilidades sea bon no volver a explorar. En el imperio espati tico, la crisis del antiguo régimen al novadores procesos de “fea asi como Jo eran sus ea. BS COM an {EN BUSCA DE UNA MONTONERA 6 movilizaci6n politica y militar de los mundos campesinos y las ex- Jo XIX dejaron sus marcas hispanoamericano, periencias forjadas a comienzos del fen los desarrollos posteriores. Asf, ellsiglo asisti6 a Ia emergencia de nuevos tipos de liderargo, al despliegue de nuevas formas de movilizacién y a una proliferacin sin prece- dentes del bandolerismo rural. ¥, en ambos hemisferios, e508 pro~ esos prodijeron miovllzaciones dé Comporiecion Soda ReweTOwE taciones politicas. Pero, de algin aci6n politica se entrelazaban tam- modo, esos procesos de movi bién no s6lo con las disputas feroces que la crisis de legitimidad habia abierto sino también con las estrategias de resistencia cam- pesina y la redefinicisn de las relaciones de los campesinos con e! estado. Dos ambitos territoriales itud. En iheral ye5e contento hal de independencia racién de bandas y de montoneras que no coy que configuré un conjunto de exper muy diversas en sus orientaciones y alianzas.!® De esta manera, “Guerrillas”, “partidas’ términos que inundaron los discursos politicos hispanoamerica- iin embargo, es preciso recordar que el tén 1r6 a la historiografia a través de las descrip: ~ nontoneras” fueron nos del siglo xIx. TIQHTONETASE incorpo: ciones que dejaron sus contemporaneos én tin deiiso entrariado™ “de textos déjados por Vidjeros europeos y norteamericanos, alusi nes de la prensa politica de la época y memorias de lideres cos y/o jefes militares y los primeros ensayos biogréficos e historio- gréficos que produjeron ellos 0 sus inmediatos continuadores. Estas referencias resultan de indudable utilidad para indagar las percepciones que tuvieron las elites letradas de las mor pero no pueden ser leidas como descripciones casi etnogrificas. ‘Ante todo, porque montonera era un término dotado de una... fuerte carga despectiva y, como ha advertido Halperin Donghi_ See eee Be 16 RAULO.FRADEIN vane? By ejer autoridad, “montonera” designaba una forma también rbara” de accién armada, Se instal6 asf una simbiosis completa losy mo En esta construecién dos temas resultaron inevitables. Uno fue resaltar tanto los lazos de obediencia y lealtad que mantenfan los montoneros con sus lideres como el fervor y el entusiasmo con que luchaban. Esos comportamientos fueron atribuidos al supuesto ata- vismo de los paisanos y no podia derivar sino en la negacién de su cardcter politico. En consecuencia, el “entusiasmo” de los monto- neros era presentado como una manifestacion instintiva dé si cie- Hi adhesién a un caucillo’ Como reéultado dé la capacidad de ina. ,Ripulacion de éste. En wi formillacién mas tardia, pero no menos influyente, la explicacién se mantwvo inalterable aunque se centré en Ja obediencia con que Jos peones debian seguir a sus patrones transmutados en jefes politico-militares. Junto al entusiasmo, muchos contemporineos reconocieron no sin sorpresa— otro atributo de las montoneras: esa forma “barbara” de lucha terminaba siendo notablemente eficaz para en- itos regulares. Para explicar tamatia eficacia ape- fervor de iad onganizatva que les per.” r rapidamente una fuerza numeérosa o dispersarse __£on notable velocidad ya lo que percibian como la notable violen- legaban. En conseciiencia, esas preseritaciones termi: tizand6 Tos actos de “saqueo y pillaje” que practicaban las montoneras y, casi inevitablemente, tendieron a asimilarlas a bandas de salteadores. De este modo, as{ como caudillos y monto- neras cran inseparables, se gener6 otra simbiosis equivalente y } 8 complementaria entre montoneros y bandidos. E Esta tradici6n interpretativa empez6 a constituirse al mismo tiempo que el fendmeno comenzaba a desplegarse, fue incorporae da por la historiografia y ha tendido a configurar una suerte de triad: llos, montoneros y bandidos. Por ara Sarmienté “ET gaucho sera un Talhecho¥ o un ——— vat EN BUSCA DE UNA MONTONERA " , segtin el rumbo que las cosas tomen” mientras que, al mismo tiempo advertia que “Rosas no ha inventado nad: to ha consistido s6lo en plagia# us antecesores y Racer de I ntos brutales de fas masas ignorantes, un sistema meditado y coor- jmontonera “s6lo puede explicarse examinando la organizacién fn- tima de la sociedad de donde procede”." La vision de Vicente Fi- era “ban- “del Lépez, en cambio, era més rudimentaria: Artigas era un llo siniestro” acompatiado litoral, esa “mezcla” de indios, mestizos 6 gauchos “mas desmora- que habfan sido las tribus primitivas”.!® La perspectiva que desarrollé algo después José Marfa Ramos ~ Mejia tenfa mayores pretensiones de interpretaci6n psicosocio- logica y, sin embargo, constituye quizas el intento més importan- te (y fallido) de indagar la estructura interna de las montoneras que estuvo disponible por mucho tiempo. Conviene, por lo tan- to, presentarla brevemente. La “multitud” de la que surgieron los caudillos era “barbara y montara2” y las montoneras “tenfan sin duda el dejo acre de la influencia de esa sangre [indigena]”. Pa- ra Ramos no habia dudas: “su comtin origen” se probaba por las rracheras homéricas, igualdad sin clases, sus armas y el odio alla ciudad, residencia del extranjero, es decir, del espanol, su co- lor y hasta el tipo de su barba, de su mano, de su pie”, Esa multi- tud ~y su forma especifica, la montonera— era una “turba aven- turera y antisocial” formada por heterogéneas” de “indiadas turbulenta “mezclas y mestizaciones ‘desalmados montara- ces de las islas” y “gentes que habitaban las casuchas de paja y de construccién prehistérica”. Esa multitud “sin ley ni religion’ te- hia en las “indiadas" a “su tejido conjuntive”, Sus integrantes “Po- sefan apenas una vaga noci6n de independencia” pero no tenfan “ni el mas pequeiio sentimiento de nacionalidad, ni menos, pa- 10, idea de aquel famosfsimo gobierno federativo que Grea isl 5 ada y més brutal ahora, por el desorden revolucionario, que lo? 34 B RAUL O. FRADKIN escritores avanzados, por no Hamarlos con otro nombre, les han atribuido." Para Ramos Mejfa, por Io tanto, las montoneras no podian tener objetivos ni contenidos politicos y se trataba de “simples correrias de vagos y bohemios” en las cuales las multitu- des terminaban imponiéndose a sus jefes y lo tinico que querian “era pelear y robar, sin sujecién y sin importarles un ardite cudl era la forma de gobierno que se estableciera o la provincia que se sobreponia.” Sin embargo, fascinado por el espectéculo que describiay qui- zs apelando a la memoria de su familia y su clase, Ramos Mejia in- tent6 describir los mecanismos de movilizacién de la montonera. ‘Todo comenzaria con que “El mas caracterizado envia su mensaje al rancho inmediato para solicitar al paisano y a sus hijos, dos, tres, © los que puedan concurrir”, Nos presenta asi una conjetural des. cripeién de lo que los paisanos llamaban la “reunién”. Como una cadena el mecanismo se reproduciria una y otra ver: “éste, a su compadre 0 aparcero, que no dista una legua de su casa y que por sgratitud de regalos y préstamos de caballos o de otra cosa, se sien- te movido a acompafarle”. A ellos se agregard una diversidad de sujetos: parientes de otros vecinos, “el acarreador que vaga por la comarca sin ocupacién conocida”, “los hombres sin trabajo y sin objetivo de vida, estimulados por la grata perspectiva de la tropilla de caballos ajenos”, “los que por algtin motivo tienen que salir del ago”, “los que sienten el aguij6n de su espiritu aventurero”, “los cuatreros”, “los que desean andar por necesidad de sus miisculos*, “Jos desertores y los inconscientes”, ¢Qué los movilizaba? En la pre- sentacién de Ramos sélo tratan de “seguir a los otros que son sus ‘amigos, sus parientes o simplemente conocidos: obedecen al im- pulso que paulatinamente va moviendo a cada uno”. La montone- ta, de este modo, establece “un principio de comunidad" y a par- tir de ella se “establecerd mas tarde la solidaridad general que hace hacerlos hasta cierto punto indestructibles”. La montonera set asiuna aglomeracién de diversos individuos dotados de muy di versas motivaciones y lazos que constituye una entidad comple- tamente nueva. Sin embargo, todo el razonaraiento apunta a una conclusién principal eeu [EN BUSCA DE UNA MONTONERA, 19 “Todos empujados por méviles puramente personales, pasiones cestrechas, necesidades urgentes de la vida, peque‘ios sentimien- tos hostiles 0 simpaticas (...] Ninguno sabe, ni del pais en que vive, ni la forma de gobierno que lo rige, nisi el hombre que lo i ‘manda es espafiol o turco, rey, presidente, director 0 triunviro. | ‘Ninguno conoce jefe o caudillo todavia, autoridad alguna que que va detris va siguiendo al de adelante por alguna de las ra- zones expuestas; los dos, al que va a su cabecera, y todos, la se- creta atraccién del poblado, de Ia estancia rica, de la pulperia tentadora.!® ! Las visiones de Lépez y Ramos Mejia, tan distintas pero tan convergentes, son s6lo dos ejemplos entre muchos que se podrian, citar y que ilustran la impronta de aquella experiencia en la me- moria hist6rica de la elite portefia y sus intentos de elaboracién. Pero no era el tinico relato en circulacién. Mientras tanto, los for letines populares estaban ofreciendo una ifagen iaversade Ta ~montoutera, épica y romantica, que aun, manteniendo como eje in- ~"eiPrelativo la Oposicién entre montoneras y regimientos regula- res invertia Tas Walraciones. Asi, Eduardo Gutiérrez oponta los atri- ~~butes de las montoneras a los que asignaba a los regimientos de inca, enfatizaba su cardcter voluntario y destacaba que actuaban “sin més disciplina y freno que su amor al caudillo”.” ~ Se trata tan slo de ejemplos de tradiciones interpretativas que seguirén operando, mutando y transformandose por mucho tiem- po en la producci6n historiogréfica De esta manera, ambas ima- genes rivales coexistieron de mal modo. Sin embargo, hacia los afios veinte, y con mucha mayor fuerza desde la década de 1940, setenta, con las conocidas implicaciones politicas y culturales. Es- ‘a revalorizacién de caudillos y montoneras (porque seguia impe- rando Ia idea de que eran inseparables aun analiticamente) se transformé en el tema central de una produccin a medio cami- no entre el ensayo hist6rico y la polémica politica. Esta vasta bi- Dliografia postuld imagenes transhist6ricas de las montoneras que iban desde presentarlas como una reaccién popular, espontinea BL ' 20 RAUL O. FRADEIN tintiva de los pueblos del interior contra la “oligarquia porte. perio britanico)!® hasta aquellas que : ‘en verlas como una reacciGn anticapitalista, también ins- tintiva ¢ incapaz de organizar la sociedad de un nuevo modo.!8 Mientras tanto, una historiografia mas académica, pero con mu- cho menos eapacidad de penetraci6n en el clima cultural, presen taba las montoneras como la manifestacién por excelencia de la capacidad de manipulacién de sectores subalternos rurales por parte de los caudillos apelando a relaciones de clientelismo y protecci6n; un séquito integrado por una peonada adscripta que ban los terratenientes y jefes militares, y cuyo sentido politico estaba dado por esa manipulacién transformando un poder privado en uno puiblico ante la ausencia de un poder ins- titucionalizado.® / __ Este itinerario deja un saldo si se quiere paradéjico. Cualquie- {ra que sea la naturaleza que se les asigne a las montoneras, no pax "rece haber dudas de que se trat6 de un fenémeno social que ha- fa sido decisivo en el desenvolvimiento de la lucha politica y una de las formas més evidente: ancias ynes-genéricas| _Y Bhistricas. En otros términos, desde sus mismos origencs las| ™montoneras han sido més que conocidas, pero interpretadas de un modo tal que hac mci mn espontanea como la hipétesis de la manipulacién tendian a eludir la conside- racién de la cultura pol tento empfrico tampoco ofrecieron ni impulsaron estudi yssistemdticos.*! ¥ los acercamientos que buscaron un enfoque re- novado y pretendieron indagar el mundo de las montoneras co- mo un capitulo del llamado “bandolerismo social”, pese a sepa- rarse (y oponerse) tajantemente a las miradas criminalizadoras de EN BUSCA DE UNA MONTONERA a la historiografia decimonénica, no han podido superar la simbio- sis de aquella triada fundante.® ‘Sin embargo, un repaso de textos recientes sugiere que las co- sas estén cambiando y tienden a orientar a la historiografia argen- tina hacia una perspectiva inds semejante a las que han primado para otras zonas dé Latinoamérica. Algo parece claro: fenémenos muy distintos pueden esconderse detras de la misma denomina- Abn de iioritonera. Fenémenos distintos y precisamente localiza- ~~ds dado que una manifestacién aparentemente anéloga puede es- tar expresando tradiciones politicas y culturales diferentes en contextos diferenciados. Asf, las montoneras no parecen asociar- se con un determinado (y menos inalterable) alineamiento poltt- ia latincamericana muestra istas", “liberales” y “conservadoras", tas", Esta simple evidencia, por lo tanto, invita a verificar primero icar después, no s6lo la identidad “federal” de las montoneras sino también los contenidos posibles de esa adhesi ‘Tampoco puede afirmarse que tuvieran una composicién social 0 étnica exclusiva y decir campesinas esta lejos de ser suficiente sin indagar los rasgos especificos de esos campesinos: las evidencias sugieren que aunque siempre se reclutaban en el medio rural hu- bo montoneras multiétnicas, otras en las que primaban los escla- vos fugados, aquellas predominantemente indigenas, pero tam- bién las que tenian a campesinos criollos como protagonistas por excelencia. Por tiltimo, estos estudios muestran que no siempre las montoneras eran pelotones “irregulares" de caballeria sino que frecuentemente las integraban fuerzas milicianas. Sin embargo, ¢s- n tan decisiva no debiera llevar a cerrar las pos otra trama de relaciones y liderazgos. Porlo tanto, es preciso plantearse algunes preguntas: geran las les los unian? 2h ycémo la aseguraban? ¢Cémo eran las relaciones entre esos jefes ylos famosos c2 ? ¢Qué vinculos tuvieron las montoneras con el bandolerismo? Desde nuestra perspectiva un requisito previo es 33 BR RAOL O. FRADEIN i (que enfatizaron s6lo su condicién de forma de accién militar irregular) como aquellas esencialistas (que las postularon positiva o negativamente como expresion de una determinada naturaleza social o cultural). Una Perspectiva, entonces, mas empfricamente sustentada que sea ca- paz de dar cuenta de las experiencias politicas de los campesinos, de indagar qué aspectos de las culturas politicas campesinas se ex Presaban a través de estas formas de acci6n y de ponderar las cam- biantes relaciones cotidianas de los grupos rurales con los estados en formacién, Este libro intentaré aproximar algunas respuestas a estos inte- trogantes. No ¢s, por lo tanto, una historia de las montoneras si- no que simplemente pretende reconstruir lo més cuidadosa y mi- nuciosamente como sea posible la historia de una montonera Partiendo del supuesto de que s6lo un andlisis minucioso y una contextualizaci6n rigurosa puede contribuir a su comprensién. eee Esta investigacion ha sido realizada en el marco de proyectos desarrollados en el Departamento de Ciencias Sociales de la Uni- versidad Nacional de Lujén y en el Instinito Ravignani de la Facul- fad de Filosofia y Letras de la Universidad de Buenos Aires. No puedo sino agradecer a ambas instituciones por Ia colaboracién prestada y aprovechar la ocasién para reiterar que, a pesar de to- do, nuestras universidades piblicas siguen siendo un ambito esti mulante para Ja indagacién del pasado. Yo son, ante todo, por la calidad humana y profesional de muchos colegas con los que ten- 80 la suerte de compartir mi trabajo, Entre ellos no puedo dejar de mencionar a Marfa Elena Barral y Gladys Perri con quienes compartimos los proyectos en la UNLU, la generosa ¢ inteligente colaboracién en recoger parte de la informaci6n prestada por $i via Ratto y a Jorge Gelman y a todos los compaiieros de la cétedira de Historia Argentina I de la una. Con Jorge y José Luis Moreno coordinamos también la Red de Estudios Rurales, un espacio ama- ble y enriquecedor donde he podido poner a prueba muchas de tas ideas que este bro contiene. A todos sus participantes vaya mi 2 [ENV BUSCA DE UNA MONTONERA lecimiento. No quiero dejar de mencionar también a mi ami- Se ovador Tambien tengo que agradecer a quienes han sido oe galunnnos en ests aos y que me han ayudado aun sin saberlo ais 0; especialmente a los cursantes de mis seminarios en aeons i interrogantes mien- Ja UNLU. que comparticron sus inguietudes e int ant : tras estaba tratando de elaborar mis ideas. Como es sabido, pero: veces se olvida, no hay nada mejor para compensar la soledad ie Ia investigacién que poder desplegar sus avances y resides oe docencia. De este modo, por momentos, parece suceder el mil gro de que la vida universitaria adquiera auténtico sentido, pesca Indesorientacién que suele imperar en nuestras instituciones de educacién superior. Por titimo, quiero agradecer también la ge- nerosa invitacién de Luis Alberto Romero para hacer que esta olvidada historia pueda ser conocida por los lectores. Los primeros resultados fueron presentados en el Seminario internacional “Accés a la Terra, Drets de propietat i Cultures Poli tiques Camperoles: Espanya, I'Argentina i Cuba (1850-1930)" or ganizado por el Departament d'Humanitats de la Universitats Pompeu Fabra de Barcelona el 23 y 24 de noviembre de 2000 y pu- blicado con el titulo de “s'Facinerosos’ contra ‘cajetillas’? La con- flictividad social rural en Buenos Aires durante la década de 1820 ylas montoneras federales”, en Iles i Jmperis, N° 5, Barcelona, 2001. Una versi6n anterior del capitulo 4 fue presentada como ponen- cia en las Jornadas “Conflictividad en la ciudad y la campatia. Bue- 1nos Aires en Ja primera mitad del siglo xix" organizadas por la Red de Estudios Rurales, Instituto Ravignani de la uBA, en mayo de 2002 y publicada como “Asaltar los pueblos. La montonera de Ci- priano Benitez contra Navarro y Lujan en diciembre de 1826 y la conflictividad social en la campatia bonaerense”, en el N° 18 de! ‘Anuario xs de la Universidad Nacional del Gentro de Ia Provincia de Buenos Aires, en 2003. Otros avances de la investigacién fue- ron presentados en el Coloquio “Crise d’indépendince, mobilisa tion sociale et construction d’un ordre politique nouveau en Amé- rique hispanique” organizado por la Keole des Hautes Etudes en Sciences Sociales y Maison des Sciences de I' Homme en Paris en rma- yo de 2004y publicados bajo el titulo “Bandolerismo y politizacién 3Y . RAUL O, FRADKIN: de la poblacién rural en Buenos Aires tras Ia erisis de la indepe: dencia (1815-1880), en Nuevo mundo mundos nuevos, n° & cn fe, brero de 2005. Una primera versin del eapitiulo 8 ha side publi cado como “Anatomia de una montonera. Bandolerisino caudillismo en Buenos Aires a mediados de la dlécada de 1820" en, Dimension Antropoligica, N° 85, México, INAH, 2006, gracias a una invitacion de Sara Mata. A todos los que compartieron este itine. rario, muchas gracias por sus comentarios, criticas, referencias sobre todo, por tantas ideas y sugerencias. i Este libro esta dedicado con el amor de siempre a mis hijos Pa- blo, Julieta y Martin, A Lucia, el nuevo Sol que ilumina mi vida, auc ya tendré tiempo para leer aquello en lo que estaba sumergi. do su padre mientras trataba de mil (y eficaces) maneras de dex Yarmi atencidn, Ya Eli, la mas entusiasta lectora que uno puede iescar y a quien le debo estc maravilloso momento de mi vida del que este libro forma parte, 1. Cipriano Benitez y su montonera Sélo se recuerda a los victoriosos (en el sentido de aquelios cuyas aspiraciones anticipaban la evolucién subsiguiente). Las vias muertas, las causas perdidas y los propios perdedores se olvidan. Epwano P. Tomeson®® Ante todo, resulta necesario tratar de reconstruir el episodio de la forma més fidedigna posible. Se trata, por cierto, de una ta- rea plagada de dificultades dado que las versiones que han quedado asentadas en las fuentes informan no s6lo sobre lo sucedido sino, y mucho mis, sobre las percepciones del suceso. Esas percepciones es- taban de alguna manera prefiguradas por las experiencias previas y por los prejuicios y categorias mentales de que nuestros infor- ‘mantes disponian para encuadrar lo que estaba sucediendo. Por lo tanto, en este capitulo la reconstrucci6n sera al mismo tiempo um acercamiento al suceso y alos modos en que fue pensado. Se trata de una visién completamente “externa” del fendmeno de la montonera que recupera sobre todo las maneras en que las elites urbanas y pueblerinas vivieron el episodio. Rumores y noticias La sociedad rural bonaerense cra, a su modo, una sociedad especialmente durante la década de 1820 circulaba por la ciudad, pero también por la campafia, una variedad de textos que busca- sino influir en la *opini6n’”.2* ban no tanto informa‘ a la pol agregaron las proclamas revolucionarias, petiédicos, gacetillas, co- municados y también una variedad de hojas sueltas muchas veces y las pulperias2® Sin embargo, estaban lejos de ser el tinico medio 35

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