SERMON PATRIOTICO
Pronunciado el 25 de Mayo de 1885 en la
Iglesia de San Ponciano, en La Plata por
el joven sacerdote Don Luis N. Palma
Tlustrisimo Sefior,
Excelentisimo Sefior,
SENorzs :
Cuando la razén arroja su primera chis-
pa de luz sobre el cerebro humano, dos
sentimientos brotan del corazén del hom-
bre como dos latidos del alma: la Religion
y la Patria.
Cuando esos dos sentimientos confunden
y llegan a la apotesosis de su grandeza, el
hombre tiene la abnegacién de héroe y la
resignacién del m4rtir: ha tocado la cum-
bre de la gloria.
La religion y la patria son dos sentimien-
tos naturales al corazén del hombre: quien
arranca de su conciencia el uno, es in-
digno de Dios, es un impio; quien profa-
na el segundo, es indigno de su patria, es
un traidor.— 200 ~
Fijad la vista en el pueblo mas remoto,
en aquel que arde bajo una zona de fue-
go, donde el aire candente ha ennegreci-
do su piel y el sol meridional ha rizado y
endurecido su cabello; alli vereis una tribu
entregada al descanso bajo su tienda sal-
vaje. Acercaos y decidle “dejad vuestra
patria, este pedazo de tierra calcinado
por el fuego y vayamos a la mia donde el
Sol es suave, donde el aire es tibio”’.
jyAh! sefiores, vuestra proposicién es
una afrenta y esa tribu la pagaraé con la
indiferencia 0 el desprecio. Nadie permite
que se insulte a su patria.
Esa indignacién que se refleja en el ros-
tro austero del anciano, la veréis pasar co-
mo un rayo y vibrar en los ojos del nifio
que apenas mide el valor de las palabras:
el amor a la patria y a Ja religién nacen
con el hombre.
Volved la vista al polo opuesto y vereis
cruzar en pequefios grupos 0 como aves
solitarias, sus tristes pobladores. Van con
su traje de pieles y la flecha en la mano en
busca de caza; los vereis subir a la mon-
tafia y desplomarse como el alud sobre la
herida presa con alegria salvaje, a cele-
brar el triunfo, el triunfo de la caza. De-
tenedlos en mitad de su camino y decidles
“este frio hiela, abandonad estas regiones— 201 —
y buscad el sol que temple vuestra sangre,
donde la vegetacién sea lozana y el ali-
mento facil”.
Ellos permanecerin mudos gozando en
Ja fiera herida, o si responden dirdn: “ba-
jo estos témpanos de hielo esté la tumba
de nuestros padres viejos y sobre ellos, la
cuna de nuestros hijos tiernos; nosotros
velaremos estas cunas y esas tumbas.
Asi, sefiores, como es natural el senti-
miento de Patria, es natural el sentimien-
to de Religién.
Quiz4 alguna vez el hombre, confundi-
das sus ideas, se abrace a una religién que
es un absurdo; tal vez tenga nociones en-
contradas y quiz4 contradictorias; es pro-
bable que lluegue al colmo de la ignoran-
cia y adore un ser puramente material, un
pedazo de piedra: en cualquiera de estos
casos, vereis que hay un principio de reli-
gién, la divinidad: todos reconocen un ser
supremo ante quien rinden vasallaje.
Hay sin duda en estos un gravisimo
error, una desgracia deplorable, porque
no conocen el verdadero Dios, la religién
verdadera; pero, debembos admitir que
en todos ellos existe el sentimiento reli-
gioso. i
No hay agrupacién humana sin Dios, no
hay pueblo sin algtin culto, no hay ciudad— 202 —
que no cobije a la sombra del campanario
de un templo; parece que a su calor de
madre crecen los pueblos.
Si consultamos las historias de los remo-
tos tiempos, veremos a los viejos patriar-
cas adorando al Dios del Israel, veremos
al pueblo predilecto cantando a las orillas
del mar Rojo los cdnticos de Moisés, en-
contraremos también a los pueblos aletar-
gados bajo las sombras del Paganismo en-
tregados a sus dioses.
Qué quiere decir esto, sefiores, que en
cada pueblo se encuentra un principio de
religién, un resto de divinidad?
Quiere decir que el sentimiento religio-
so es natural en el hombre, y por consi-
guiente, quien lo sofoca o lo aniquila obra
contra la naturaleza, obra contra si mis-
mo.
Ahora bien, sefiores, siendo natural el
amor de Religién y el amor de Patria, es
necesario tener verdadera nocién de Reli-
gion y verdadera nocién de Patria. No bas-
ta tener ambas cosas, es necesario tener la
Religién verdadera, es menester tener una
patria digna.
La Reptblica Argentina, gracias al cie-
lo, tiene la religién verdadera, la tinica re-
ligién divina, la religién de Jesucristo.
pi bin baa— 208 —
Es una patria digna de sus héroes no-
bles, por sus talentos claros y por sus he-
chos grandes.
Da placer, sefiores, abrir la historia de
mi patria y hallarla confundida en un
ésculo santo con la religién de mis padres,
después de recibir el primer beso de la ci-
vilizacién, pronuncié una plegaria. ;Sefio-
res, si alguna vez tuviera que morir que
mi tiltimo suspiro fuera también una ple-
garia!
Decia, sefiores, que hallaba unida la Re-
ligién a mi patria desde su primer bajido.
Recordad que Colén, el valiente mari-
no, que fué a ofrecer la corona de un mun-
do a dos naciones y que fué arojadro de
ellas como un insensato, al plantar la ban-
dera de Castilla sobre la tierra americana,
se postré de hinojos y pronuncié una ora-
cién; ese grito de gratitud merecié una
bendicién de Dios sobre todo el continen-
te: la religién desde entonces iba a ser
compafiera de la patria.
Venia después la obra grande, la obra
de la civilizacién colonial.
Era necesario que el salvaje dejara sus
tradiciones viejas, sus dioses falsos, sus
costumbres bérbaras; era menester ope-
rar una gran revolucién en sus costumbres.
Vosotros sabeis, sefiores, que esas trans-\
os BOE ene
formaciones no pueden ser violentas ni
conseguidag por la fuerza bruta: la fuerza
mata pero no convence: es una operacién
lenta que es necesario buscarla en el con-
vencimiento del espiritu por medio de la
verdad,
Los misioneros catélicos, sefiores, efec-
tuaron este cambio radical y nuestra pa-
tria pasé a formar parte de los pueblos ci-
vilizados: nuestra patria era cristiana.
Pasemos a la época de la lucha, a ese
creptisculo, vago anuncio de una majiana
de gloria.
La Republica Argentina era presa am-
bicionada del viejo continente, como la
llamaba Felipe IV; era la perla que guar-
daba el Atlantico y que hubieran querido
lucir sobre su frente los Reyes de la Eu-
ropa.
Italia la contempla y la codicia, Fran-
cia intenta apoderarse de ella, Inglaterra
se lanza a conquistarla.
Cuando un pueblo, sefiores, esté prdéxi-
mo a perder la libertad, cuando siente el
frio de la cadena que cae sobre su cuello,
no permanece en la inaccién, hace un es-
fuerzo supremo y vence o muere! — Asi
Lb vencié por fin nuestra Patria en las gran-
des alternativas de 1806 y 1807. El ejér-— 205 —
cito irlandés que habia sido el asombro de
flandes, el pavor de las Antillas y el pas-
mo del Egipto, cay6 hecho pedazos en las
calles de Buenos Aires: el audaz britano
Hev6 un recuerdo amargo de las orillas del
Plata.
iQué hacia después nuestra patria, se-
fiores? Recogia sus laureles, amontonaba
sus trofeos y los depositaba en el templo
al pie del ara: la Iglesia bendecia sus vic-
torias.
Ahi estén la Catedral de Buenos Aires
y el templo histérico de Santo Domingo
que guardan esos trofeos como un depési-
to sagrado: la Iglesia también se engala-
na con las victorias de sus hijos. — El in-
cienso va a perfumar también los recuer-
dos gloriosos de la lucha.
Ahi hallamos otra vez, sefiores, la Re-
ligién unida con la Patria!
Demos un paso mas, sefiores, y llegare-
mos a 1810.
El espiritu piblico empezaba a hervir
desde el afio siete al calor de la libertad
que ambicionaba: era el voledn cubierto
de nieve que fermentaba y estalla coro-
nando su cabeza de fuego. El entusiasmo
comprimido en el corazén del pueblo es-
tallé al fin con un grito de libertad, que— 206 —
resoné en los cuatro 4mbitos de la Amé-
rica del Sur. Las reptiblicas hermanas des-
pertaron de su suefio pensando en la In-
dependencia.
jHonor a nuestra patria que fué la ini-
ciadora de la jornada! jHonor a nuestra
patria que fué la Gnica que no necesité de
brazos extranjeros para independizarse!
Si, sefiores, la Reptblica Argentina es
la tinica que debe su libertad a sus propios
esfuerzos. El Paraguay nos debe la inicia-
tiva, Chile, Peri y la Republica Oriental,
la sangre de nuestros hermanos!
£Qué hacia entre tanto la Religién se-
fiores?
Bendecia las banderas de la Patria; el
pabellén blanco y azul iba con la bendicién
de Dios a la batalla para que él decidiera
los destinos de la Patria. Vosotros sabeis
que ellas se cubrieron de laureles y que su
itinerario, fué un itinerario de gloria.
jSan Lorenzo, Maipti, Chacabuco, la
cumbre de los Andes, Tucum4n, Salta, Itu-
zaingé fueron sus soberbios pedestales.
Esta misma religién esperaba a las
puertas del templo al guerrero fatigado y
aplaudia sus victorias con la voz de sus
campanas e iban juntos a dar gracias al
Dios de las victorias: al himno del triunfo
se enlazaba el canto religioso.— 207 —
La Iglesia ha celebrado las grandes vic-
torias de la Patria con sus grandes solem-
nidades — hoy volvemos otra vez al pie
de los altares. Venimos a dar gracias a
Dios porque la idea de 1810 tuvo un tér-
mino feliz, una realizacién completa.
Hoy es el septuagésimo quinto aniver-
sario de ese dichoso dia — j Veinticinco de
Mayo de 1810, bendito seas!
Es imposible, sefiores, hablar de nuestra
lucha libertadora sin hacer mencién de
nuestros héroes. Ellos viven en cada pagi-
na de la historia de la patria, en cada co-
raz6n argentino; ellos de sacrificio en sa-
erificio, de victoria en victoria, llegaron a
escalar el cielo de la gloria, el templo de
la inmortalidad civica.
Alli, sefiores, estan los titanes de la In-
dependencia, estén nuestros padres!
Recordemos con veneracién a esa gene-
racién de héroes que nos han dado vida,
la vida de los libres! !
El pensamiento busca a San Martin y lo
halla deslumbrador como el rayo de la
guerra: se encuentra con Belgrano y se
extasia con sus luchas: jLavalle, Neco-
chea, Brandzen, Cérdoba, Las Heras, Prin-
gles, Brown y mil otros bravos, forman la -
corona de honor de esos dos gigantes de
la patria!— 208 —
Y la Iglesia, sefiores, gqué hace con los
héroes que sucumben? {Los olvida? !No!
Celebra sus solemnes funerales, se acerca
a ellos y coloca una cruz en la cabecera
de sus tumbas, como tltimo recuerdo pa-
ra que vele su tltimo suefio, y duerman en
tierra sagrada.
Habeis visto, sefiores, que nuestra Pa-
tria marcha de la mano con la Religién en
todos sus grandes acontecimientos.
Cuando el palacio de la guerra cerré
sus puertas de bronce y sobre sus arcos
triunfales se-enlazé al laurel sangriento de
la victoria la obra de la paz, entonces esa
alianza fué mas intima. La Constitucién
de la Repablica juré sostenerla y elegirla
como suya.
No podia suceder de otra manera sien-
do el pueblo todo, (eso entiendo por Pa-
tria sefiores), esencialmente catélico. He-
mos recibido la Religién con la sangre, y
la conservaremos con ella. Testigos son
los templos que se levantan en toda la Re-
publica y en cuyas naves los catélicos en
oleada inmensa se prosternan y oran; tes-
tigo, esas grandiosas procesiones donde
hacen publica ostentacién de su Credo;
testigo, esas manifestaciones de indigna-— 209 —
cién que surgen espontanea cuando se ul-
trajan sus creencias.
Si en dia aciago se arranca a la Consti-
tucién ese articulo, el pueblo no por eso
abandonaré su religién; la estrechara a
su seno para transmitirla como un recuerdo
sagrado a la posteridad. Las madres ar-
gentinas la guardardn en su corazén y la
pasardn a los labios de sus nifios en un
ésculo de bendicién y de carifio.
No creo, sefiores, que la fe se extinga
en la Reptblica Argentina. Y si llegara a
extinguirse, qué seria de la Reptblica sin
Dios? ;Ah, no quiero pensar en ello!
Cuando el sentimiento religioso hubiera
muerto en el pecho del tltimo argentino,
legaria tal vez el reinado de Ja anarquia,
veriamos la. demagogia disfrazada.de Li-
bertad cruzar nuestras calles con el pufial
en la mano, brotaria el cieno de la corrup-
cién en nuestra sociedad, naceria la igno-
rancia, volveriamos a la barbarie.
La Republica Argentina*seria la Roma
de Nerén, la Grecia después de su grande
apostasia., «.-
No olvidéis, sefiores, que en un tiempo
fué el] Asia el asiento de la Religién y que
en aquella época fué el emporio de la
ciencia, el centro de la civilizacién y el
santuario de los grandes monumentos. Un— 210 —
dia arrojé a Dios de su seno y se entreg¢
a sus delirios y 4qué es el Asia sin Dios?
Un conjunto de recuerdos grandes sobre
una tierra maldecida, sus obeliscos, sus gj.
gantescas pirdmides nos hablan de su des.
gracia.
Sefiores, nuestra patria ha nacido para
ser Catélica jno contrariemos sus desti-
nos!
Alguien erradamente ha dicho “La Re-
ligién y la Libertad son incompatibles”.
Nada mds compatible que la Religién
con la Libertad. Sefiores; ella no transige
con el desorden, pero se abraza a la liber-
tad que se apoya en el baculo de la ley.
La Iglesia ha combatido la esclavitud en
todos sus terrenos; por eso, sefiores, donde
se encuentra el catolicismo con todo su vi-
gor y autoridad, no hay esclavos; esa plan-
ta no nace en los jardines de la Iglesia.
Por muchos afios el poderio de los Se-
fiores ahogé con mano de hierro el grito
de libertad en la garganta de los esclavos.
La Iglesia se constituye en abogada de
esos desventurados: pidié, aconsejé y has-
ta mand6, bajo terribles anatemas, volver
a esos rebafios de esclavos la libertad arre-
batada.
ie la iglesia enemiga de la Libertad?
ay mas, la Religién Catélica, ha le— 211 —
gado a una altura donde no ha alcanzado
nadie, ha legado a dar libertad Bop a Pa
secur [a Hibertad a aena Eso ‘
ros.
4Es la Iglesia enemiga de la Libertad?
jDe ninguna manera! {por qué pues no
han de vivir en eterno abrazo la Religién,
la Libertad y la Patria?
SENORES:
En este dia inmortal en que palpitan-
te el alma de entusiasmo piensa en las pa-
sadas glorias y se acerca a Dios para ren-
dirle gracias, hagamos votos porque la Re-
ligién y la Patria vivan en un ésculo infi-
nito.
La Iglesia cantar4 con la patria cuando
ella cante sus victorias, y gemira con ella
cuando llore sus desventuras azotada por
la desgracia.
Vaya la Patria a depositar al pie de los
altares los trofeos de sus conquistas, co-
mo lo hicieron los padres de la Indepen-
dencia, vaya a retemplar su espiritu en las
horas de combate, vaya a pedir luz en la
noche de la duda.
Imploremos nosotros de rodillas la pre-
teccién del Dios de las Naciones.
Bendice, Dios omnipotente, a la Repu-— 212 —
blica Argentina, a esa hija del Corazon
que siempre ha sido tuya! D4 luz a sus
magistrados para que la lleven Por el ca.
mino de la virtud sin mancillar Su planta
ni desgarrar su vestidura blanca,
Bendice nuestros gloriosos Pabellones
para que no se marchiten en ellos ni cai-
gan hechas pedazos sus coronas de laure-
les; para que cuando el viento las azote
sean ellas siempre las mensajeras de una
causa buena y el cielo las conduzca a la
victoria.
Bendice de una manera especial a este
pueblo que me escucha; a esta ciudad de
La Plata que se levanta, admiracién del ar-
te, con una rapidez que asombra. Bendice
a su gobierno para que la dirija con mano
firme por la senda del bien y de la gloria.
Ella seraé tuya también; yo en nombre
de ella te ofrezco el concierto de su indus-
tria, todo es para ti Dios de las Naciones.
El choque del yunque, la respiracién rit-
mica y fatigada de sus corceles de acero,
el rumor de las olas que van hallando pa-
So y azotando las nuevas costas, es el gran-
dioso canto de este pueblo que te adora.
Dadle en cambio paz y prosperidad;
haz que al tocar la cumbre de la grande-
za humana sienta arder también en SU
frente el fuego de la fe divina!