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El pesebre Los muertos acompafian a los muertos en el paso de este afio al siguiente. El despojo de quien fue mi amiga esta en una capilla, dentro de un ataiid que ya existfa cuando ella estaba viva. En la funeraria hay otras tres capillas ocupadas. Por ser 31 de diciembre, cerraron las puertas para las visitas a las nueve de la noche y no a las doce como en las demas fechas. Mientras escribo, los cadaveres del dia estan en aquel edificio con las luces apagadas, cada uno en su caja de made- ra, en el dfa que ya no existe. Mafiana es el afio que no llega. En vida, cada cuerpo tiene por dentro la tiniebla. Lleva su oscuridad y va cubriéndola, No sé si nos entra la luz por la boca abierta; si me alumbro al entreabrirme, cuando como © cuando hablo. En la muerte, la oscuridad del cuerpo sale al mundo y en el cuerpo queda niebla gris. Quiz lo que esta alld solo, acompafiado por los muer- tos de vivos a quienes nunca conocié, es mi amiga todavia. Mientras la velabamos, la tapa del atatid permanecié ce- rrada, No podiarnos ver la cara. Yo sé por qué no se pod daba miedo. La cara bella de mi amiga dio paso a su cara prohibida. La vi hace dos semanas, enferma y viviente, y era un rayén de la uta de la muerte. No creo que las caras pertenezcan a la carne. La cara se va antes de acabarse. El cuerpo de mi amiga yace en la capilla, el edificio, «| tercer piso, la noche y el afio moribundo, habiendo dejadg mi futuro cuerpo solo, en mi casa, con la limpara encendida Al cuerpo guardado le falta la pierna que le cortaron hace afios para que no muriera de la enfermedad que lo mat6, Ej paso que faltaba se habia adelantado. Esti muerta, es una ruina, y desde aqui yo siento que su muerte me viene dedicada; que llega a pedirme y a dictarme Las ruinas sobreviven, y mi amiga no sobrevivié. Durante la velacién me acerqué a tocar la tapa de madera, ¢Qué arreglo le habrin hecho a la cara en las horas trans. cuttidas desde que sacaton el cadaver de la casa hasta que comenzé Ia velacién; entre la despedida y Ia tltima visita? ¢Habriin cerrado los ojos opacos, que antes daban la luz que recibian, y la boca por donde la luz habria entrado todavia, después de que callara? eCémo acompafarla, sino sé dénde estd su claridad? ¢Puedo enviar mi compaiiia en ninguna direccién? ¢Debi abrir la boca y hablarle a la caja, sacar hacia su oscuridad la mia, por si podfa darle lumbre? Su madre dijo que en la agonfa clla pregunt6 qué hacer. “Qué hago”. Sobre la tapa habfan puesto un litio, Me puse a pensar en que la punta del pistilo era la cara de ella. Por un momento supe que las flores son las caras de los muertos. No las cats de los cadaveres, sino las caras vivas de los muertos. No las caras recordadas de quienes estuvieron vivos, sino las des- conocidas caras de la vida de los muertos. “Tal vez los muertos nunca han vivido. Nacen en la muerte, yentonces no existen los muertos que creemos, sino otros, vivientes, nuevos, que no nos conocieron. Cerré los ojos y en medio de la velacin me adormeci. Por entre la nube del suefio me vino la idea de que las caras de las personas son las cimas del mundo. Mi amiga no est, y me asombra que haya estado, Su cara es también esa tapa lisa que la cubre, Somos cascaras com- plicadas, pienso, y la muerte nos resume. Quiero decirselo a alguien, pero no parece que haya nadie que busque ese con- suelo. Me digo que la muerte es pulimento, que la verdad es la infinita simplificacién, y que muertos nos libramos de la obnubilacién de los consuelos. ‘También me digo que esa caja contiene otra caja que con- tiene otra, y asi hasta no parar, y que esa, que hacia adentro no se topa con un fin, esa fue y sera mi amiga. Me confunde que haya estado toda viva y de repente toda muerta, y me confunde también que no sea asi, sino que, mientras los velamos, los muertos estén pasando. Es Ia amiga que més me ha durado y la que menos le duré al mundo, Aunque los muertos no existan, esta noche, en el cambio del calendatio, existe el edificio donde se acompafian, como una forma de decir. Porque es primero de enero, no hay trafico por la carrera trece. Voy en un taxi, con la ventanilla abajo: por un dia puede respirar el aire que en los otros dias es puro humo de motores, Leo los nombres de los almacenes apifiados como 4. ————_ de un cementerio en las orllas dela calle. Las puertg nichos sy las vitrinas tienen echada la persiana, Qu; estin cerrada siera leer los nombres uno a uno y entender qué meteanc, se vende en cada espacio, pero el taxi va demasiado rapido, Hoy la calle solo me muestra nombres que es indiferente que leao no lea. Voy entre tumbas de camino hacia la iglesia donde se dira la misa fiinebre. La muerte de mi amiga me deja esta ocasién de que me fije en un trayecto bogotano y me planta el deseo —o ni si quiera el desco, apenas la ocurrencia— de volver otro dia, pronto, para entrar en los nichos, en los almacenes, a bus- car qué querer. Pero es posible que yo tampoco pase otra vez por esta calle, aunque asi lo haya previsto; que la tiltima vez sea esta, de este modo: la calle vacfa, su vera cerrada, la sombra conmigo y yo inventindome un deseo. El cielo esta despejado y resplandece. Antes de salir, por un momento contemplé ir vestida de azul claro a despedirla, Constato que en las iglesias no se puede entrar de fren- te. Tras la puerta hay un tablén, una pared postiza que nos hace tomar hacia la izquierda o la derecha, y siempre entra- mos de perfil. No quiero que me hablen los dolientes, los amigos de ami- gos nilos muertos. No quiero decir nada. Alguien me abraza en el atrio y siento que el abrazo me hunde en la vergiienza. Hace veinte afios en el campo, al borde del agua, mi amiga y yo vimos el fantasma de una nifia. Habfamos salido de la uni- versidad en grupo, y fuimos al salto del Tequendama. Se 908 cocurrié celebrar con ese paseo el final del tiltimo semestre - 48. ——__ nn de nuestra vida de estudiantes. En la terminal de transporte contratamos una furgoneta, Cuando legamos al campo, ya habfa anochecido. Oimos cémo saltaba y se despefiaba el tio Bogoté. Olimos su basura quimica y vimos fosforescer, bajo la lumbre del rocio de la cascada, el blanco azul de la espuma venenosa casi sélida, fija en la orilla, Las burbujas, parecian hechas de pegotes de pintura, Estaban en un cua- dro reproducido en un manual de geografia para nifios de primatia, al pie de un texto en el que se contaba que el salto del ‘Tequendama fue creado por Bochica para desaguat la sabana de Bogot después de una gran inundacién, Suspendido sobre el precipicio estaba el Hotel del Salto, un pequeiio castillo construido a comienzos del siglo xx, clausurado hacia tiempo. Un compafiero mencioné que en ¢l pasado las parejas bogotanas iban a pasar alli su luna de miel, Otro recordé que los bogotanos iban alli también para morirse, y evocd a unos famosos suicidas que saltaron en pareja hacia la cortina de agua y la corriente. Otro record6 haber oido que un mafioso habfa comprado el hotel para remodelarlo y convertirlo en otro hotel. Otros encontraron una ventana que cedia, se metieron en el castillo y nos invi- taron a invadirlo. Un instante después me encontré mirando por la ventana, desde adentro, la terraza de piedra en la que hacia un instante habia deseado, sin mucho impetu, ser duefia de un hotel en el futuro. Dos compaiieros subieron a explorar el segundo piso y volvieron con la confirmacidn de que el hotel estaba abandonado. Un tercero nos mandé callar para que oyéramos que del piso de arriba llegaba la respiraci6n caudalosa de un dormido. Quizé quien respiraba era uno de nuestro grupo, = ee, que querfa asustarnos, 0 fa un extrafio misterioso que Vivia en el hotel, se acostaba temprano y tenia el suetio pes, Podia ser un ocupante, un mal guardién o un alma en pen, El grupo se dispersé para recorter el castillo habitacin por habitacién, Los compafietos se teagrupaban y se pre. guntaban unos a otros qué habian descubierto. Era como gj jugaran a traer noticias de muy lejos, de otro estado de las cosas. La electricidad estaba conectada a pesar del abando- no. Algunos bombillos se encendieron. Qué hacia mi amiga? Yo me quedé en el primer piso, imaginando que el segundo estaba Ileno de personas se- cuestradas, atadas, amordazadas y cubiertas, disfrazadas de muebles por sus secuestradores. Fui a la cocina, que estaba alumbrada por el resplandor de un farol de afuera, Habla platos sucios, unas s4banas pisadas en el suelo y tres cuen- cos medio llenos de attoz crudo, sobre un mesén junto ala entrada a una despensa. Alguien encendié la luz de la des- pensa y vi varios bultos blancos, cada uno con un rétulo que decia Arroz Completo. Un compaiiero me pasé un paquete de galletas que habia encontrado, para que lo robara en su lugar. Nos haciamos, unos a otros, preguntas sobre el hotel. To- das eran versiones de “zEsta vacio?”, “Esta leno?”. Cuando llegé la hora de irnos, tuve la impresién de que Jos que saliamos del castillo éramos muchos mas que cuantos habiamos entrado. Como si los bultos de arroz se hubieran transformado en gente. ¢Cémo habia terminado yo yendo esa tarde al salto con aquella multitad, si entre todos ellos tenia una sola amiga? A pesar de que parecian muchos los que salian del hotel, senti que por cada uno que salia, se quedaba otro adentro, Nos metimos en Ia furgoneta para volver a la ciudad, to- dos menos mi amiga, que se dio cuenta de que habia dejado su suéter en el hotel. Me bajé para acompafiarla a buscarlo, Bila se adelanté hacia el portén, pero se detuvo a medio camino y sefialé un bus rural que bajaba de la montafia en- vuelto en la neblina. El bus frend en la curva y dejé a una nifia de unos doce 0 trece afios, con uniforme de colegio. Un momento después vimos a la nifia asomada a la venta- na mis alta del castillo. Agitaba el suéter de mi amiga como si fuera una bandera, “jMuchachal”, gritd, y mi amiga se arti mé al pie del muro. “Qué me hicieron”, dijo la nifia, con una frase delgada y despaciosa, sin interrogacién ni exclamacién. Siguio en la ventana del torredn, iluminada a contraluz, y nosotras dos corrimos despavoridas a la furgoneta. No recuerdo si mi amiga recuperé su suéter 0 si viajé con ftio; si la escolar hotelera o fantasma se lo arrojé o si se quedé con él. No he sabido tampoco qué sentido tenia lo que oimos. ¢La nifia nos preguntaba qué le habiamos hecho al violar su castillo, o preguntaba qué le habian hecho otros en su vida —todos los otros, toda la vida, los que la dejaron sola al cuidado de un hotel clausurado en Ia montafa—? éNos pedia que leyéramos la inconsciencia de nuestro acto ¢ interrogiramos nuestro temor, o la pregunta no era una increpacién ni un lamento, sino una pregunta franca de ig- norancia, que esperaba una respuesta? Habriamos podido contestarle, desde afuera y desde aba- jo, para que ella no tuviera que buscar de cuarto en cuarto ta respuesta: “No te hicimos nada”, 0 “No imaginamos que existicras”, 0 “Solamente entramos”, 0 “Dinos ti qué te hi. cieton y dinos qué te hicimos”, 0 “Perdénanos”. Una semana antes de que mi amiga muriera, le conte est, historia a un amigo que tiene la edad que ella y yo teniamos entonces. El y yo estabamos viajando por el Ecuador, Era la noche de Navidad y nos habjamos alojado en un hotel campestre en la regidn de Mindo, a orillas de un rio torren- toso. Mi amigo me pidié un cuento de terror y le di este, que probablemente es un cuento de vandalismo nada mas Pienso que cuando yo muera, mi amigo habré olvidado a la nifia del hotel. Hago una cuenta falsa y se me ocurre que, por ser veinte aftos mayor que él, viviré en su coraz6n veinte afios mas después de mi fin. La misa fiinebre no comienza todavia y en el retraso me pregunto qué tendra mi vida que sea interesante pata otro, ademés de aquel fantasma que vi al borde del salto del Te- quendama y que la fantasia adorna y la memoria tergiversa. Solo se me ocurren otras historias de terror, de apariciones Imagino que las labores del tiempo se dividen en dos filas, una a la izquierda y otea a la detecha, como nosotros cuando entramos en la iglesia, Por un lado esta lo que nos Pasa y; por el otro, lo que hacemos. Quizas lo que podemos darles a quienes nos sobreviviran son los acontecimientos, no las obras; no lo que hemos hecho, sino lo que nos ha su- cedido y podemos relatar. Cada cosa que nos pasa da testi monio de nuestra entrega al mundo y afirma que el mundo supo que existiamos, mientras que lo que hacemos es solo SS la huella de nuestro entretenimiento, de nuestra espera so- litaria de la muerte. Pero gqué es lo que nos pasa a lo largo de la vida? La apa- ricin de otros, su saludo, la incitacién al amor y el amor que procede: la aventura; o la pregunta que otro nos hace sobre cémo lo hemos afectado (el “Qué me hicieron” de la nifia o el fantasma), y no la respuesta, que es nuestra obra. Nos pasa, también, la enfermedad. Nos pasa lo que no creimos que nos pasarfa. Sigo esperando que comience la misa, Esto es la desani- macién, y me parece que toda la vida es el relleno de la vida. La han puesto en el suelo de Ia iglesia, dentro del ataiid, con la cabeza hacia el altar. Como hace poco se ha celebrado la Navidad, entre el altar y la cabeza, también en el suelo y con la misma orientacién que el cadaver, hay un Nifio Jest tan grande como un nifio presente. Cuando ella muti, yo acababa de llegar de aquel viaje por el Ecuador en el que conté la historia de nuestro paseo al salto. “Qué me hicieron”, preguntaba el fantasma en mi rela- to, mientras en la agonia, en Bogoté, mi amiga preguntaba: “Qué hago”. La ultima vez que la vi, le hablé de ese viaje que planea- ba, Estaba sentada a su lado, junto a su almohada, Ella dijo ido al Ecuador. En un que, unos afios antes, también hal pueblo le habian dado el chocolate mis delicioso que exis- tia. Trataba sus recuerdos de este modo: empezaba a llenarse del pasado, cuando de pronto la morfina le entrecruzaba la memoria con un suefio, Entonces comenzaba a hablar eng suefio mientras también me hablaba a mi. ‘ Lede queal regres le cntara de mi viaje, Le prom que le traeria chocolate. Se lo llevé a su casa al dia siguien. te de volver. Hacia media hora se habian llevado el cuerpo, También llevé a su casa una planta que compré esa matiana, yaa sabiendas de que era para la muerta y 00 para la viv Pedi permiso para ponerlaen su habitaciOn, y su madre puso en el alféizar, alli donde ella habria podido verla el dia anterior desde la cama. No sé si por haberle cumplido una promesa después de que mutiera pervivo yo en su muerte més allé de mi vida 6 si no cumpli nada, pues no habia con quién cumpli La planta que no le habia prometido parecerd detris de la ventana la renovacién de la amistad, que no se cumplii aunque florezca. En el Ecuador dormi en tantos lugares como dias duré mi viaje. Cada mafiana me despertaba en una habitacién que no volveria a ver. Hoy he repasado de memoria cada albergue, concentrada en constatar que mi partida no dolié ni tenia or qué doler, para aprender a despeditme, esperanzarme 0 distraerme, En el vuelo de regreso desde Quito, anoté en mi libreta tres cosas sobre las que queria pensar después, Era la tarde anterior a la noche de tu muerte. Ahora que no estis, estis mas cerca del lugar que yo quiero escribir, Lo primero que anoté fue “El pesebre”, Una vez al afio, los cristianos que arman el pesebre se olvi- dan de la proporcién. Las casitas que ponen en la escena de la Natividad son mas pequefias que las figuras que representan a hombres y animales, pero no porque se quiera hacer de cuenta que estén mas lejos, como seria en un cuadro plano, sino porque nilos animales ni los hombres quieren estar dentro de una casa. “Todos quieren insistir en que no caben dentro de nada. Quieren haber salido y que les llegue afuera el nuevo dia, el nacimiento. gA dénde has salido ti? En el pesebre de la iglesia de la Compaiiia de Jestis, en Quito, del nido del recién nacido bajaba un riachuelo. A la orilla del agua estaban los reyes, los pastores; se acercaban de perfil, as{ como entré yo en a iglesia de tu muerte, donde tu cuerpo, delante del altar, era otro tiachuelo que flufa del nifio (cl ataid era la barca). En un hotel que tenfa adentro un almacén de artesanias compré un pesebre diminuto metido en una ciscara de nuez. En el vestibulo de ese mismo hotel habia un gran pesebre con forma de edificio, En el apartamento de la planta baja, que era el de los animales, nacia Dios. Las proporciones no estaban trocadas: todo cabia dentro de lo que cabia, no como tu muerte en ti 2Quién le dio finalmente albergue a la familia el dia del nacimiento? Marfa alumbré a su hijo en un establo. gDe quién eran los animales del establo? ¢Los animales son de alguien?

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