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Paedagogia Perennis PDF
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Paedagogia perennis
«Many Catholic pedagogues do not realize that there is a Paedagogia perennis, much deeper and vigorous than the
one arisen from the Renaissance, which still dominates contemporary pedagogic thought». Thus, at the beginning of the
20th century, the Dominican J. Woroniecky claimed the existence of a Paedagogia perennis, and specified that «nowhere
but in the Summa Theologiae, in the treaty on virtues, can such a deep and solid doctrine of education through acts be
found». As a matter of fact, an authentic Philosophy of education valid for all times is one that centres on the essential
concept of education. This concept is pre -cognized by all men, and ought to be integrated in a true thought concerning
its nature, the purpose of its acts and the way of perfecting them, and should all be rooted in a Metaphysics of being
and its perfection. And this is what we find, in a very detailed manner, in the work of Thomas Aquinas. Yet, many
contemporary pedagogues do not consider themselves capable of finding – ultimately because they do not believe in its
existence – a common essence relative to all educational fact; thus all they can do is access what appears at every
moment and every stage, id est, regarding education as a phenomenon. The resulting Pedagogy becomes dispersed in a
large number of sciences without order or concord, merely descriptive and lacking the basis for a normative current.
Faced with certain people’s complex, who consider true only what is modern, we must urgently recover the perennial
Pedagogy of Saint Thomas, which teaches us the essence of education, and can, on its own, enlighten the educational
task at the dawn of the Third Millennium.
«Muchos pedagogos católicos no se dan cuenta de que existe una Paedagogia perennis,
mucho más profunda y vigorosa que aquella surgida a partir del Renacimiento, que es
la que domina todavía el pensamiento pedagógico contemporáneo».1
son objet», en Jacques et Raïssa Maritain, Oeuvres complètes, vol.V, Friburgo, Éditions
Universitaires - París, Éditions Saint-Paul, 1982, p.867.
5 Cfr. Ibid.
6 Cfr. Antonio Millán Puelles, Léxico Filosófico, Madrid, Rialp, 1984, pp.264-265.
7 O. Fullat, Filosofías de la Educación, 3ª ed., Barcelona, CEAC, 1983, p.1; cfr. Enrique
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8C. Cardona, Ética del quehacer educativo, Madrid, Rialp, 1990, p.11.
9 «Lo que es la educación –afirma Speck- y la forma como procede no está fijado de
una vez para siempre, ni se puede definir a capricho. Los enunciados sobre la
educación sólo pueden fijarse metódicamente, es decir, con indicación de sus
condiciones; contrariamente a la concepción del ingenuo realismo conceptual, tales
enunciados sólo pueden aproximarse a lo que ‘en realidad’ es la educación. A la frase
tan repetida de Schleiermaier: ‘Lo que en general se entiende por educación, debe
presuponerse como conocido’, podría, pues, contraponerse esta otra frase: Lo que se
designa como educación depende de un acuerdo sobre los términos, de investigaciones
particulares, así como de esbozos teoréticos, mediante los cuales se trata de ordenar las
ideas» (J. Speck et al., op.cit., p.595).
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10 «El pueblo, al querer evitar, según se dice, el humo del despotismo de los hombres
libres, cae en el fuego del despotismo de los esclavos y cambia una libertad excesiva y
desordenada por la más cruel y la más amarga de las esclavitudes: la esclavitud bajo
los esclavos» (Platón, República 569 c).
11 «No hay una ‘filosofía de la educación’, sino múltiples y, además, en insoslayable
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del apetito y del talante totalitario» (O. Fullat, Filosofías de la Educación, 3ª ed.,
Barcelona, CEAC, 1983, p.1).
12 Santo Tomás, Summa Theologiae II-II, q.49, a.3 obi.3.
14 Aristóteles, Analíticos Posteriores I, c.1, 71a 1; cfr. Enrique Martínez, “La ordenación
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ciencias y artes se ordenan a algo uno, esto es, la perfección del hombre, que es
su felicidad».15
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Dios nos hizo».19 Lo propio del hombre, aquello que somos y en lo que hemos de
ser educados, es lo que corresponde a su vida racional, pues «el hombre vive
por la razón».20
La enseñanza del Aquinate es bien clara: hay que crecer en la virtud, tal
es la vida del hombre. El sendero hacia la felicidad es de subida: parte de un
valle que es el hombre recién engendrado, al que se le da con el ser una
naturaleza que deberá fructificar, como los talentos del Evangelio, y se dirige a
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Por eso veíamos antes que ésta es la virtud propia del maestro, 30 pues
sólo desde ella se puede hacer prudente a los hombres. En toda educación, en
efecto, se presupone en el maestro la virtud que se pretende educar. Si no puede
llamarse a nadie maestro de sí mismo, pues «no posee la ciencia que debe
28 Santo Tomás, Summa Theologiae II-II, q.51 a.1 in c. Cfr. Aristóteles, Ética Nicomáquea
X, 7 (1177b 26).
29 Santo Tomás, Summa Theologiae I-II, q.58, a.2 ad 1.
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Ahora bien, la acción del maestro no deberá suplir sino ayudar la del
educando. La virtud no es la forma que el escultor da al bloque de mármol, sino
el hábito que adquiere el propio educando; por eso «se dice que el hombre
causa la ciencia en otro por la operación de la razón natural de éste. Y esto es
enseñar. Por ello decimos que un hombre enseña a otro y es su maestro».33
34 Processus canonizationis Neapoli, n.77 (citado por James A. Weisheipl, Friar Thomas
D'Aquino: his life, thought, and works, The Catholic University of America Press, 1974,
traducción al castellano: Tomás de Aquino. Vida, obras y doctrina , Pamplona, EUNSA,
1994, p.365).
35 Santo Tomás, Summa Theologiae II-II, q.188, a.6 in c.
37 Cfr. Juan Pablo II, Discorso ai partecipanti al Congresso Tomista (13-IX-1980), AAS 72,
1980, 1036-1046.
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Por eso me parece del todo adecuado el calificativo de Paedagogia perennis dado
por Woroniecky al pensamiento de Santo Tomás acerca de la educación.
«Estos principios de Santo Tomás no encierran otra cosa más que lo que
ya habían descubierto los más importantes filósofos y Doctores de la Iglesia,
meditando y argumentando sobre el conocimiento humano, sobre la naturaleza
de Dios y de las cosas, sobre el orden moral y la consecución del fin último».39
in suscipiendo officio nomine Ecclesiae exercendo, 9 enero 1989: AAS 81 (1989), p.105. Cfr.
Juan Pablo II, Ad tuendam fidem.
41 Pío XI, Divini Illius Magistri, n.17.
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