Alice Miller
El drama del
nino dotado
y la busqueda del verdadero yoLa situacién del psicoterapeuta
Se oye afirmar a menudo que el psicotera-
peuta padece de un trastorno de su vida afectiva.
Las explicaciones precedentes han querido dejar
en claro hasta qué punto esta afirmacién podria
apoyarse en hechos certificados por la experien-
cia. Su sensibilidad, su capacidad de compenetra-
cién, su excesiva provisién de «antenas» indican
que de nifo fue, cuando no abusivamente explo-
tado, si utilizado por personas con necesidades.
Claro esta que, a nivel tedrico, existe la posi-
bilidad de que un nifio haya crecido junto a unos
padres que no tuvieran necesidad de semejante
abuso, es decir, que vieran y entendieran al nifo
en su esencia, que toleraran y respetaran sus sen-
timientos. Este nifio habria desarrollado luego un
sano sentimiento de autoestima. Sin embargo, ape-
nas cabe suponer:
I. que vaya a seguir luego la profesién de psi-
colerapeula;
2. que Ilegue a constituir y a desarrollar la
sensibilidad adecuada para captar al otro tal
como lo hacen los nifios «utilizados»;
3. que llegue a entender suficientemente a@ par-
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tir de vivencias propias lo que significa «haber
traicionado» a su Yo.
Asi pues, creo que nuestro destino podria ca-
pacitarnos para ejercer la profesi6n de psicotera-
peuta, pero sélo con la condicién de que, en la
propia terapia, se nos dé la posibilidad de vivir
con la verdad de nuestro pasado y renunciar a las
sto supondria aceptar
mas burdas_ ilusiones.
la idea de que nosotros, a costa de nuestra au-
6n, nos vimos obligados a satisfacer
las necesidades inconscientes de nuestros padres
para no perder lo poco que teniamos. Supondria
ademas poder vivir la rebelién y el duelo ante la
ponibilidad de los padres de cara a nuestras
lades primarias. Si nunca hemos. vivido
nuestra desesperacion y la rabia inconsolable que
de ella deriva, y, por consiguiente, nunca las he-
mos elaborado, podemos correr el riesgo de trans-
no di:
neces
ferir al paciente la situaci6n de nuestra propia
infancia, que ha permanecido a nivel inconscien-
te. Y nadie se asombraria de que necesidades in-
‘onscientes hondamente reprimidas puedan llevar
al terapeuta a disponer de un ser mas débil en lu-
gar de los padres. Esto es facilmente realizable
con los propios hijos, con subordinados y con
pacientes que, a veces, dependen de su terapeuta
como nifos.
Un paciente con «antenas» para captar el in-
consciente del terapeuta reaccionara muy pronto
ante ello. Pronto se «sentir» aut6nomo y se com-
portara como tal cuando intuya que para el te-
43rapeuta es importante recibir pacientes con una
conducta segura y que se independicen pronto.
Puede hacerlo, podra hacer todo cuanto se espe-
re de él. Pero esta autonomia desembocara en la
depresién, porque no es auténtica. La auténtica
viene precedida por la experiencia de la depen-
dencia. La auténtica liberacién sdlo se encuentra
mds alld del sentimiento, profundamente ambi-
valente, de la dependencia infantil. Los deseos del
terapeuta de obtener aprobacion y eco, asi como
de ser comprendido y tomado en serio, son satis-
fechos por el paciente cuando éste aporta un ma-
terial que se aviene bien con el bagaje cultural del
terapeuta, con sus teorfas y, por consiguiente, con
sus expectativas. De este modo, el terapeuta prac-
tica el mismo tipo de manipulacidén inconsciente a
la que también él, de nifo, estuvo expuesto,
Tiempo atras pudo detectar quiza la manipula-
cién consciente y liberarse de ella. También
aprendio a mantener e imponer sus opiniones.
Pero la manipulacién inconsciente nunca puede
ser detectada por un nifo. Es el aire que respira,
no conoce otro y le parece el tinico normal.
¢Qué ocurre cuando nosotros, como adultos y
como terapeutas, no advertimos cudn peligroso
puede ser este aire? Que de modo irreflexivo ex-
pondremos a sus efectos a otras personas, alir-
mando que lo hacemos por su propio bien.
Cuanto mas hondo calo en la manipulacién in-
consciente de los nifios por sus padres, y de los
pacientes por los terapeutas, tanto mds urgente
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me parece la eliminacién de la represién. Tene-
mos que conocer emocionalmente nuestro pasado
no sélo como padres, sino también como terapeu-
tas. Tenemos que aprender a vivir y esclarecer
nuestros sentimientos infantiles para que ya no
tengamos necesidad de manipular inconsciente-
tros pacientes a partir de nuestras
mente a nue
tcorias, y dejar que Ileguen a ser lo que son. Sdlo
la vivencia dolorosa y la aceptacién de la propia
verdad nos libera de la esperanza de encontrar,
ivos y empa-
pese a todo, a los padres compren:
ticos —tal vez en el paciente— y poder convertir-
los, mediante interpretaciones inteligentes, en se-
res disponible:
sta tentaci6n no debe menospreciarse. Raras
veces, 0 quiza nunca, nos habran escuchado nues-
tros propios padres con la atencién con que un
paciente sucle hacerlo; nunca nos habran reve-
lado su mundo interior en forma tan sincera y
comprensible para nosotros como a veces lo ha-
ientes. Sin embargo, cl trabajo del
ida nos
cen ciertos pa
duelo —nunca concluido— de nuestra
ayudara a no ser victimas de esta ilusién. Unos
padres como los que nos hubiera hecho falta en
su momento —empaticos y abiertos, comprensi-
vos y comprensibles, disponibles y utilizables,
transparentes, claros, sin contradicciones incom-
pren:
moyas—, unos padres
nunca. Toda madre sdlo podr&é ser empdatica
cuando se haya liberado de su infancia, y tendrd
bles, sin el angustiante cuartilo de las, tra-
asf no los hemos tenido
45que reaccionar de forma no empatica en la me-
dida en que renegar de su destino le imponga ca-
denas invisibles. Lo mismo se puede decir del
padre.
Lo que si existe es este tipo de nifos: inteli-
gentes, despiertos, atentos, hipersensibles y, por
estar totalmente orientados hacia el bienestar de
los padres, también disponibles, utilizables y, so-
bre todo, transparentes, claros, predecibles y ma-
nipulables... mientras su verdadero Yo (su mundo
“sa Casa
afectivo) permanezca en el sétano de
transparente en la que tienen que vivir, a veces
ta la pubertad y, no pocas veces, hasta que
n padres ellos mismos.
Asi, por ejemplo, Robert, de treinta y un afios,
no podfa, cuando nifio, estar triste ni llorar sin
sentir que iba sumiendo a su querida madre en
una atmésfera de infelicidad y de profunda inse-
euridad, pues la «alegria serena» era la cualidad
que a ella le habia salvado la vida en su ninez. Las
lagrimas de sus hijos amenazaban con romper su
equilibrio. Sin embargo, ese hijo sensibilisimo
ha
si
mismo todo el abismo oculto tras las
sentia en
defensas de aquella madre, que de nifia habia es-
tado en un campo de concentracién y jamas le
habfa mencionado este hecho. Sélo cuando el hijo
se hizo mayor y pudo hacerle preguntas, ella le
cont6é que habia estado entre un grupo de ochenta
nifios que tuvieron que ver c6mo sus padres eran
conducidos a la cémara de gas. jY ninguno de
aquellos ninos habia llorado!
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Durante toda su infancia, el hijo habia inten-
tado ser alegre y sdlo podfa vivir su verdadero Yo,
sus sentimientos y premoniciones, a través de
perversiones compulsivas que, hasta el momento
de la terapia, le habian parecido extrafias, vergon-
zosas e incomprensibles.
Estamos totalmente indefensos frente a este
tipo de manipulacién durante la infancia. Lo tragi-
co es que también los padres se hallaran a merced
de este hecho mientras se nieguen a contemplar
su propia historia. Sin embargo, en la relaci6n
con los propios hijos se perpettia inconsciente-
mente la tragedia de la infancia paterna cuando
la represion sigue sin resolverse.
Otro ejemplo contribuira a ilustrar con mayor
claridad lo expuesto: un padre que de niho se
asustaba con frecuencia de los ataques de angus-
tia de su madre, victima de una esquizofrenia pe-
riddica, sin que nadie le diera explicacién alguna,
disfrutaba contandole a su adorada hija histori
as.
de terror. Se burlaba del miedo de la nifia para
luego tranquilizarla siempre con la siguiente
frase: es una historia inventada, no tienes por qué
sentir miedo, estas en mi casa. De este modo po-
dia manipular el miedo de la nia y sentirse
fuerte al hacerlo. Conscientemente queria darle
algo bueno a la hija, algo de lo que él mismo ha-
bia carecido: tranquilidad, proteccién, explicacio-
nes. Pero lo que también le transmitia, sin ser
consciente de ello, era el miedo de su infancia, la
expectativa de una desgracia y la pregunta no es-
47clarecida (también de su infancia): ¢Por qué la
persona a quien quiero me da tanto miedo?
Todo ser humano tiene en su interior un cuar-
tito, mas o menos oculto a su mirada, en el que
guarda las tramoyas del drama de su infancia.
Los tinicos seres humanos que con seguridad ten-
dran acceso a este cuartito son sus hijos. Con los
vida en el cuartito,
propios hijos entrara nuev.
A su continuacién. En solitario, el
el drama hallar
nifio no tenia posibilidad alguna de actuar libre-
1 propio papel lo ha-
ida; tampoco podfa salvar
ionado con esa «acluacién»
mente con esas tramc
bfa fusionado con la
recuerdo alguno rela’
remiliéndolo a su vida posterior, a no
pia, donde su papel podri
le daban miedo
s con el recuerdo
ser con
resul-
ayuda de la ter:
tarle cuestionable. Las tramo
a ratos, no podia relacionarl
consciente de su madre o de su padre. De ahi que
desarrollara sintomas. Y luego, durante la terapia,
cel adulto puede resolverlos cuando | imi
tos ocultos detras de los sintomas
sentimientos de espanto, des
cién y protesta, de recelo y de rabia inconsolable.
No hay nada que proteja a los pacientes contra
las manipulaciones inconscientes de sus terapeu-
afloran a su
concienc
tas. Tampoco ningtin terapeuta es totalmente in-
Pero el paciente
mune a tales manipulaciones:
tiene la posibilidad de hacérselas v
peuta si éste perma-
r cuando las
descubre, o de dejar al ter
nece ciego e insiste en su infalibilidad. Mis reco-
mendaciones tampoco eximen a nadie de la tarea
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de cuestionar una y otra vez tanto estos métodos
como también a todos los terapeutas que los prac-
tican.
Cuanto mejor conozcamos la historia de nues-
tra vida, mejor podremos detectar las manipula-
ciones alli donde aparezcan. Es nuestra infancia
la que tan a menudo nos impide hacerlo. Es nues-
tra antigua nostalgia, no vivida del todo, de unos
padres buenos, sinceros, inteligentes, conscientes
valientes, la que nos puede inducir a no percibir
la deshonestidad 0 la inconciencia de los terapeu-
tas. Cor
tiempo las manipulaciones si algunos terapeutas
mos el peligro de tolerar demasiado
poco honestos saben promocionarse y presentarse
como particularmente probos y maduros. Cuando
la ilusi6n se corresponde tanto con nuestras ne-
cesidades y urgencias, tardamos mas en detec-
tarla. Pero mientras sigamos poseyendo plena-
mente nuestros sentimientos, esta ilusi6n tendra
que ser enterrada, tarde o temprano, en favor de
la verdad terapéutica.
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