Ivonne BorbeLois
La palabra amenazada
ion et
ZorcalEI lenguaje entre la poesia y el poder
Un dia, cuando el hombre sea libre,
la politica sera una cancién,
Eleje del universo descansa sobre una cancién,
no sobre una ley.
Warr Warrman
Dos errores opuestos aquejan las definiciones del lengua-
je que nos cercan. El primero, que llamaré “el error tecné-
crata’, consiste en representar el lenguaje sdlo como ins-
trumento de comunicacién. Es como si dijéramos que el
vraz6n es s6lo el instrumento de circulacién de la sangre.
nnsar el lenguaje como un instrument, como lo advertia
ya Walter Benjamin, implica violentar el lenguaje, porque,
primer lugar, como esté a la vista, el lenguaje no es un
\éfono, ni una computadora, ni una Tv, mecanismos téc-
‘08 que nos comunican y nos informan, a veces con efi-
ia y otras con malignidad.
EI lenguaje, en cambio, es la instalacién biolégico-ani-
ica que nos define como especie, “Palabra de pie” llama
guaran{, insuperablemente, al ser humano. Mientras los
mentos de comunicacién ¢ informacién fallan y nos
icionan una y otra vez, somos nosotros los
icionamos al lengua}68
cacién es una fuente
cer, de juego y de poe
El segundo error, que se sittia en
mero, proviene de quienes pretenden defender
alegando que a través de la expresividad aleanzamos p
mente nuestra identidad lual, Es “el error
que enuncia una verdad a mi
lengua, y el propésito de esta comunidad al hablar va mu-
cho més allé que la afirmacién de su identidad. Antes que
hablar con nosotros mismos o hablar con los otros,
blar estamos hablando con el lenguaje mismo, dirigiéndonos
al lenguaje mismo. Y es, ante todo, la actitud con respecto al
lenguaje lo que decide la calidad de nuestra comunicacién.
Podemos decir, entonces, que el lenguaje no es herramienta
colectiva ni feudo individual. Es el vinculo biol6gico-cultu-
ral, el més basico, fuerte y elemental que tenemos, que nos
define como comunidad hablante.
Al signar a la especie humana con su singularidad, el
lenguaje nos permite el milagro -ignorado en demasia,
permanente con nuestros congéneres. Cuando nos depri-
mimos observando el pavoroso rating de algunos de los
peores programas televisivos, deberiamos recordar que hay
un rating superior, todavia triunfante en todo el planeta,
y es el rating de la simple, comunicante y decisiva con-
igo que es decisiva porque nuestros
amores, nuestros viajes, nuestras fantasias, nuestras amis-
tades, nuestras casas, nuestros proyectos no se han cum-
plido a través de una pantalla televisiva ni frente a una
computadora. Es decir, las relaciones mas fundamentales
que emprendemos estén hechas de palabras conversadas
versacién humana.
nes donde se intercambian proyectos, prome-
, confidencias. Y lo que es més importante, no podemos
-gar a conocernos a nosotros mismos sin palabras, pala-
bras respaldadas por un cierto silencio que nos permita
escucharnos en lo més importante que nos ocutre.
Dela calidad de la conversacién que mantenemos con el
Tenguaje, con nosotros mismos y con los otros depende la
calidad de nuestra vida. Buenos Aires es todavia una ciudad
donde, al amparo de los cafés, de los taxistas, de los quios-
cos, de las ferias, la conversacién florece y nos enlaza unos
a otros en una comunicacién permanente. En los paises lla-
mados “més avanzados”, una mampara de vidrio protege
al taxista de cualquier ataque, pero también de cualquier
intento de comunicacién verbal con su cliente; se evita cui-
dadosamente la conversacién con desconocidos: las ferias
desaparecieron a favor de los shoppings,y el café se toma de
evitando asi las palabras
reinar, yel sistema que nos domina en la actualidad conoce
muy bien las técticas de aislamiento que hacen imposible la
conversacién, ese fermento basico de convivencia amistosa
entre nosotros.
Por eso la propaganda comercial televisiva redobla ¢ in-
vade y ensordece y se enfurece, porque en el fondo se sabe
que nada puede desterrar o superar el placer de una tranqui-
la conversacién compartida cara a cara. Resulta importante
que la palabra disminuya y los objetos de consumo crezcan,
porque la palabra misma, con su inocencia, su creatividad y
su fortaleza, amenaza con desalojar ese objeto de consumo
inmenso, que es el entretenimiento televisivo. Asi, uno de
los aspectos més perversos de la televisién ha sido el de su-168, hove Boreas
Ja conversacién familiar a la hora de las comidas. Lo
gtave y lo cierto es que la adiccién a la TV 0 a Internet afecta
nuestra capacidad conversacional. Dirfamos que la clausu-
ra en cierta medida, clausura el deseo de la conversacién,
que es uno de los deseos més profundos y naturales acerca
del cumplimiento, del logro de una maravillosa capacidad
humana. Y esto es lo que molesta a las empresas: la gente
todavia se encuentra y se habla por el placer de hablarse, y
para muchos, para demasiados, para nosotros, ese placer es
todavia superior al de estar mirando la Tv o sumergidos en
Internet.
{Cules son los peligros actuales que amenazan esa con-
versacién permanente que nos debemos, de algiin modo gaje
y garantia de una plena comunién democritica, de esa amis-
tad que, segiin Spinoza, es el objetivo mismo de la vida pol
tica? Uno de ellos es el avance siniestro de los discursos hege-
ménicos. El primero de estos discursos —y aqui me permitiré
ser politicamente incorrecta~ es el que nos inflige, hasta el
punto de la asfixia, el lamado “especticulo deportivo”. Re-
cordemos, por ejemplo, el mundial de fitbol: mientras las
dietas parlamentarias en nuestro pais aumentaban entre ga-
llos y medianoche, Bagdad ardfa y en Palestina e Israel se
mataban unos a otros, algunos jugadores corrian tras una
pelota cuya Ilegada al arco enemigo se evaluaba en
depresivo acompafiando la ilusién infantil de un juego que
nos mancomunaria en un sano y puro entusiasmo universal.
Conste que no estoy fustigando el mund
irrita es que la inocente y santa necesidad de la
humana, que se aguza en tiempos de
nazado y amenazante co
Le ransn mcine 187
y tergiversado por las grandes mafias del dinero y del poder.
No me sustraigo al genuino entusiasmo que el gran juego
provoca: s{ digo que me siento acorralada por un discurso
masculino vociferante y desproporcionado que no deja lu-
gar a la informacién o reflexién politica ni a las otras mu-
chas manifestaciones normales y necesarias de la vida ciuda-
dana en nuestro tiempo.
Y como lo ha dicho Alejandro Dolina, un escritor cier-
tamente més popular y Futbolero que yo: el comentario que
acompaiiaba las proezas y desventuras del certamen brillé,
en general, por su escalofriante pobreza verbal. El mundial
fue asi una operacién de ensordecimiento y cegamiento glo-
bal sumamente exitosa, que nos redujo a meros oyentes y
espectadores de lo que es, en el fondo, una gigantesca ma-
niobra comercial destinada a enriquecer a los més ricos y
potenciar a los mds poderosos.
Entiendo que poder crear recintos de comunicacién al-
ternativos ante estos avances del discurso hegeménico glo-
bal es un desafio y también un deber personal, civico y mo-
ral que nos concierne a todos. No es un azar que en paises
menos conformistas que el nuestro en este sentido, como
Holanda, por ejemplo, algunos grupos hayan implementa-
do una protesta social contra este avance desaforado de la
palabra futbolera.
Otro discurso hegeménico es el discurso politico cuando
se entrega a la propaganda, Ocurre que mucha gente per-
cibe ~y de forma acertada~ que, al hablar como hablan en
cos en nuestros dias, el insulto al adversario168 oe Boous
al hablar asi estamos rompiendo el pacto de convivencia
social que implica el lenguaje. Y lo que se desprecia més, en
realidad, al insultar asi, es el lenguaje mismos y cuando des-
preciamos al lenguaje, en el fondo nos estamos desprecian-
do a nosotros mismos, a todos nosotros, en algo de lo mais
importante que tenemos, en algo de lo més importante que
somos. Es decir que, en realidad, el insultante se desprecia
tanto a si mismo como al insultado, y asimismo desprecia
a la audiencia, porque desprecia el lazo profundo y sagra-
do que lo une a esa audiencia: el pacto del lenguaje como
convivencia pacifica. Esa convivencia significa, fundamen
talmente, un didlogo de respeto mutuo, un didlogo donde
todavia brille aquella antigua joya olvidada pero rescatable:
la palabra de honor.
ie Klein que el insulto es una defensa manfa-
ca que implica desprecio, triunfo y control sobre el otto,
Quien insulta se erige como amo omnisciente y omnipo-
tente y sitiia al otro en el lugar de un objeto devaluado y
denigrado: nada més contrario al espiritu de la verdadera
democracia. También es bueno recordar a Camus, que de-
cfa que todo gesto de desprecio encubre un principio de
fascismo. Quizé fuera oportuno, en vista de lo que venimos
presenciando en materia de lenguaje politico, proponer que
la gente, més alld de todo partidismo, adopte un lema
fensivo con respecto a la palabra que ansiamos prospere en
nuestra democracia. As{ como en los tiempos de la dicta:
dura chilena las masas se movian al compas de “el que
salta es un momio”, podriamos imaginar un coro alerta que
pudiera entonar: “El que
aque los candidatos, cual
‘ada veu.
Larne nneurnn 169
Si consideramos, entonces, el poder destructive de los
discursos hegeménicos, que no sélo toman la palabra de una
manera abusiva sino que también, ocupando abusivamente
la totalidad del espacio piblico, nos la quitan, se vuelve evi-
dente el malestar que nos aqueja. Los preocupantes signos
relativos al estrechamiento de la libertad de prensa van en la
misma direccidn, La Argentina es un pais que sufre de una
larga historia de autodestruccién: di
cursos naturales, dilapidamos nuestra riqueza,
nuestros mejores recursos humanos. Hemos perdido terti-
torios, estamos perdiendo el agua y el aire, hemos pe
oportunidades histéricas extraordinarias y a veces perdemos
hasta la vergiienza. Pero cuando se siente que vamos a per-
der el lenguaje a fuerza de reducirlo, acorralarlo, encogerlo,
ensuciarlo, arruinarlo y despreciarlo, hay una fibra muy in-
terna que se rebela y se subleva, porque nos negamos a esa
imagen degradada de nosotros mismos que se nos escupe
a diario desde los sitios de la publicidad y del poder. A los
discursos hegeménicos descriptos, yo opondria la necesidad
y la belleza del discurso poético.
Cuando se advierte la cre jencia que se viene
dando en el paisaje escolar, no es dificil suponer que una
de las causas ~por cierto no la Gnica~ de este peligroso
incremento es la ausencia de un contacto intimo consigo
mismos de los adolescentes de nuestros dias, que tanto
carecen de la palabra o el discurso interior, colonizados
como estén por las nuevas técnicas de comunicacién ¢ in-
formacién y alienados por una constante sobreestimula-
cién que los prepara para ser, exclusivamente, consumistas
nte170. owe Boras
centes la poesia es considerada una suerte de injerto dificil
dentro del programa clésico. En si misma, y més alld de su
temética, la poesfa ya es rebelién, porque es la negacién del
mercado editorial. Tengamos en cuenta que la poesia, que
no circula ni se vende nunca lo suficiente para aparecer en
alguna lista de bestsellers, acentéa el momento de la pro-
duccién en la lengua antes que la instancia del consumos la
libertad, antes que los moldes predeterminados. Pienso que
nuestros adolescentes, que a veces parecen vivir aletargados
por el conformismo y el consumismo que los rodea, nece-
sitan estos chispazos de libertad y oposicién que representa
la poesia para inspirar una protesta contra la sociedad més
solidaria y creativa que la que los conduce hoy en dfa a ata-
car a sus propios compafieros 0 maestros. De algin modo,
es una forma heroica y desafiante de expresién,
pero solidaria, que pone a los estudiantes en contacto con la
nocién de la gratuidad de la culeura, es decir, la nocién de
una creatividad que no se mide por aplausos o dinero, sino
por su propia plenitud.
La poesfa, que tiene que ser palabra pura para ser poesia,
es la que reemplaza el universo presente “la contamina
la corrupcién que nos rodea~ por el otro universo, donde,
por fin, no sélo sobrevivimos, sino también respiramos. La
falsa poesia mental ¢ intelectual, la poesia de moda que hoy
se promueve, no alcanza el nivel de energia necesario que
asume esa poesia corporal de la que hablo, esa concentra-
cién muy alta, sélo comparable al silencio.
El mandato de que no se debe ensefiar poesia de memo-
ria -en realidad, el mandato de que nada debe re
de memoria~ represe s '.
los y contrapro
mi opinién.
cpu eens m
oral de los pueblos,
leyendas, los romances, lo que ha ido dando a los pueblos
una identidad cultural consistente y poderosa, ya que esta
vitable ¢ interminable de variaciones y reinterpre-
taciones recreadoras. El hecho de que en escue!
en los actos de fin de afio se representen mi
jones adaptados muestra escandalosamente I
el desprecio con que se trata a nuestra enorme y
tradicién teatral hispanoamericana.
ciarse de la difusién de la poesfa en la sociedad: talleres,
pefias, concursos, actividad critica, editoriales. Muchas es-
cuelas en Buenos Aires tienden lazos o programas extracu-
rriculares en este sentido. Muchas invitan a poetas a que
vayan a la escuela: prueba de fuego si las hay para ausculear
la autenticidad del lenguaje y de la persona del poeta, ya
que ningiin disimulo o artificio retérico escapa al candor,
muchas veces brutal, de los chicos y los adolescentes. Bue-
no seria reflexionar sobre estas y otras posibilidades para
nuestra palabra, como invita José Marti:
{Quin es el ignorante que mantiene que la poesia no
¢s indispensable a los pucblos? La poesfa, que congrega
o disgrega, que fortalece o angustia, que apuntala 0
derriba las almas, que da o quita a los hombres la fe 0 el
aliento, es més necesaria a los pueblos que la industria
misma, pues esta les proporciona los modos de subsis-