You are on page 1of 99
Ticulo original: Burke. Esta obra ha sido publicada en inglés por Oxford University Press. Traductor; Néstor A. Miguez é C. B. Macpherson 1980 Ed, cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1984 Calle Milén, 38; B 2000045 Oe 84-206-0039. Depéaito legal: ve 0.921- 1984 Papel fabricado por Sniace Fotocomposicién: Compobell, S, A. Patifio. Murcia Impreso en Lavel. Los Lianos, nave 6. Humanes (Madrid) Printed in Spain Abreviaturas Las referencias del texto a los escritos de Burke es- tin indicadas mediante iniciales que representan el W- tulo de la obra, seguidas del nimero del volumen y de la pagina. Con excepcién de dos referencias indicadas mas adelante (la Correspondencia y las Reflextones), el volumen y el nimero de pagina corresponden al volu- men dieciséis de las Works [Obras] publicadas por Ri- vington, Londres, 1815-27. A Appeal fron the New to the Old Whigs [Llamamiencto de los Nuevos a los Viejos Whigs]. AE Speech on the Army Estimates [Discurso sobre los Presu- puestos del Ejército). AT Speech on the American Taxation [Discurso sobre el Im- puesto Americano}. ¢c The Correspondence of Edmund Burke (ed. a cargo de T. W. Copeland, Cambridge University Press, 1958-70). cc EB HL LSB NA NL ol PD RCP C. B, Macpherson Speech on... Conciliation with the Colonies [Discurso .-Sobre la Conciliacién con las Colonias}. Speech at the Close of the Impeachment [Discurso al Final del Enjuiciamiento}. Speech to the Electors of Bristol at the Conclusion of the Poll [Discurso a los Electores de Bristol al Término de la Voracién). Speech on Fox's East-India Bill [Discurso sobre la Ley de las Indias Orientales de Fox). Speech on Economical Reform [Discurso sobre la Reforms Econémica]. Letter to Sir Hercules Langrishe [Carta a Sir Hercules Lan- grishe]. Letter co the Sheriffs of Bristol on che Affairs of America [Carta a Jos Sheriffs de Bristol sobre los Asuntos de Amé- rica}. Letter to a Member of the National Assembly [Carta a un miembro de la Asamblea Nacional]. Letter to a Noble Lord [Carta a un Noble Lord]. Observations on... the Present State of the Nation (Obser- vaciones sobre ...el Estado Actual de la Nacién). Speech on Opening the Articles of Impeachment [Discurso sobre el Comienzo de los Articulos del Enjuiciamieato]. Tract on the Popery Laws (Optsculo sobre las Leyes del Papismo}. Thoughts on the Cause of the Present Discontents {Refle- xiones sobre la Causa del Actual Descontento]. Reflexions on the Revolution in France (ed. a cargo de Conor Cruise O'Brien, Penguin, Harmondsworth, 1969), Speech on the State of Representation of the Commons in Parliament (Discurso sobre él Estado de la Representacién de los Comunes en el Parlamenco}. Burke RPI RP 3 SB 9 First Letter on a Regicide Peace [Primera Carta sobre una Paz Regicidal. Third Letter on a Regicide Peace [Tercera Carta sobre una Paz Regicida}. Thoughts and Details on Scarcity (Pensamientos y Porme nores sobre la Escascz}. Philosophical Inquiry into the Origin of our Ideas of the Sublime and Beautiful [Investigacién Filoséfica sobre el Origen de nuestras Ideas de lo Sublime y lo Bello}. Vindication of Nacural Society [Vindicacién de la Sociedad Natural]. 1. El problema Burke De que existe un problema Burke es testimonio el continuo interés manifestado por su obra en los dos siglos transcurridos desde que fue escrita. Burke vivid de 1729 a 1797, fue un miembro inglés del Parlamento de 1766 a 1794 y un autor y orador cada vez mas destacado, principalmente sobre temas politicos, de 1756 a 1797. ¢Por qué ain se le elogia? ¢Cémo es posible que su tratamiento de temas importantes en el siglo XVIII todavia despierte interés, admiracion y criti- cas? La respuesta a estas preguntas se hara evidente en el curso de este estudio. Al final de su vida Burke escribié peyorativamente, y con Cierta satisfaccién, acerca de un renombrado es- critor con cuyos principios discrepaba y cuya obra ha- bia parodiado en su primera obra, publicada treinta afios antes: «{Quién lee ahora a Bolingbroke? ¢Quién lo lee enteramente? Preguncad a los libreros de Lon- dres en qué se han convertido todas esas luces del mundo.» (R 186. Burke ponia aqui en entredicho, junto con Brolingbroke, a varios deistas y librepensa- dores del siglo xviii.) 3 14 C. B. Macpherson Evaluar el valor de las obras de un autor por su popularidad o su desatencidén, en su propia época o en €pocas posteriores, no constimuye el tipo de juicio aprobado hoy por los criticos literarios, los fildsofos o los historiadores de las ideas. Pero Burke no era de éstos. Era un politico dedicado a su oficio y de princi- pios, un aclamado orador de la Camara de los Comunes y un magnifico folletista. En tal condicién, no tenia escripulos, al mofarse de aquellos a quienes se oponia, en apelar a cualquier forma de denigracién. No debemos aplicar el mismo patrén de medida a Burke. Si lo hiciéramos, tendriamos que preguntarnos Por qué, pese a todos los homenajes verbales de los conservadores a su nombre, no se ha reimpreso nin- guna de las diversas ediciones del siglo XIX y principios del xx de sus obras, y por qué hoy sdélo es facil de obtener su obra Reflexiones sobre la Revolucién en Fran- cia. Pero al mismo tiempo tendriamos que sefalar que el interés erudito por Burke ha ido en aumento desde hace algunas décadas, y muestra escasos signos de dis- minuir. Un Burke Newsletter (Boletin Informasivo sobre Burke) fue creado en 1959 por algunos profesores ame ficanos que intentaban estimular la discusién erudita so- bre Burke; en 1967 fue ampliado y se convirtié en Stw- dies in Burke and His Time (Estudios sobre Burke y su Epo ca}; slo en 1979 Burke fue borrado del titulo, cuando aparecié una continuacién de la revista, alin mas am- pliada. con el nombre de The Eighteenth Century: Theory and Interpretation (El Siglo XVIII: Teoria e Inter- pretactén]. Un escudio sustancial sobre la evolucién de Burke y su pensamiento fue publicado en dos volime- nes (1957 y 1964) por otro erudito americano. Una edicién completa de la correspondencia de Burke, ini- ciada tan pronto como los estudiosos dispusieron de la principal coleccién de sus papeles privados, dio origen a una edicién en nueve voliimenes de su Correspon- dence, edicién completada en 1970. En los decenios de 1950 y 1960, se publicaron cuatro libros dedicados al pensamiento de Burke y que lo situaban en la tradicién del derecho natural, que se remonta a mas alla de la Burke 5 Edad Media. Mas recientemente, ha aparecido un breve pero excelente estudio de sus ideas politicas que reduce algunas de las afirmaciones que se le habian atribuido. Y mas recientemente ain —el ultimo espal- darazo, por ahora— ha sido objeto de un estudio psi- cohist6rico completo. Cuando se toma en cuenta todo esto, Burke no sale muy mal parado en un calculo de mercado. Pero tal calculo no solo seria superficial, sino que también nos alejaria de las cuestiones interesantes. ¢Por qué, en los ultimos doscientos afios, su reputacién se basé en in- terpretaciones tan variadas de su obra? ;Pueden tener todas alguna validez? Y en la medida en que hay una coherencia subyacente en todo su pensamiento, ¢cual es su base? No hay ninguna discusién sobre las grandes dife- rencias en el modo de considerarlo, ni en los funda- mentos sobre los que sus escritos han sido celebrados. Durante la mayor parte de su vida activa, su obra fue valorada por los whigs reformistas moderados como un apoyo reflexivo a su posicién, por ejemplo, en su de- nuncia de las incursiones contra la independencia del Parlamento que veia hacer a la Corte, su oposicién a la politica del gobierno con respecto a las colonias ameri- canas y su sostenido ataque contra el gobierno arbitra- rio de la Compajia de las Indias Orientales, a la que se habia concedido una carta. Luego, repentinamente, en la ultima década de su vida, aparecié en un nuevo pa- pel, como el flagelo de las ideas liberales igualitarias engendradas por la Revolucién Francesa, como el gran defensor de la sociedad jerarquica tradicional contra la teoria y la practica amenazantes de esa revolucién. Esto le brindé una aprobacién mucho mayor de la que habia gozado antes, y de una proveniencia muy diferente. Jorge III, de cuya politica Burke habia sido un critico muy ruidoso, tego hasta a decir de él después de la publicacion de las Reflexsones sobre la Revolucién en Fran- cia (1790): «Habéis sido util a todos nosotros... SE que ningan hombre que se considere un caballero puede dejar de sentirse obligado hacia vos, pues habéis apo- 16 C. B. Macpherson yado la causa de los caballeros» (C 6.239). Orras testas coronadas de Europa quedaron igualmente impresio- nadas. Hasta el racionalista Edward Gibbon, a quien no podia haber gustado la insistencia de Burke en que la religion cristiana era la base indispensable de la estabi- lidad politica, congramlé a Burke por sus Reflexiones como «una medicina muy admirable contra la enfer- medad francesa». La imagen de Burke como un archi- conservador parecia fijada de forma indeleble: su cru- zada contra la Revolucién Francesa habia eclipsado a todas sus otras obras. Pero en el siglo x1x Burke fue convertido en un liberal utilitarista. Su cruzada francesa fue dejada de lado como una aberracion. En cambio, se concentré la atencion en sus anteriores escritos y discursos. Su hoja de servicios fue muy diferente: vigoroso enemigo del parddo de la Corte, del gobierno autocratico y del dpo de imperialismo britinico por entonces prevaleciente en América, Irlanda y la India; amigo de los intereses comerciales, critico informado de las politicas econd- micas y abogado de una economia de mercado autorre- Bulada; amigo de la tolerancia religiosa; y, por su- puesto, defensor de la Revolucién Whig. Era un digno sucesor de John Locke, el padre fundador de la teoria whig, cuya obra ahora estaba anticuada en un siglo. En tal caracter, recibié el desprecio de Marx, quien lo Ilamé «el famoso sofista y sicofante» y «un burgués completamente vulgar»; pero los liberales del siglo X1X lo honraron por esta posicién. John Morley, principal portavoz liberal de fines del siglo x1X, refrendo la ver- sién liberal de Burke en dos libros donde Burke era descrito como un constitucionalista liberal cuyos poste- riores escritos intolerantes y contrarrevolucionarios debian ser tratados con reserva y sobre los cuales habia que suspender el juicio. El historiador Henry Thomas Buckle fue mas categorico, pues sostuvo que en su periodo francés Burke estaba fuera de si, que «habia perdido el equilibrio» y «las proporciones de este gi- gantesco intelecto estaban perturbadas». La visién de Burke como liberal duré hasta bien en- Burke 7 trado el siglo Xx. Hasta Harold Laski, cuya posicién estaba un tanto fuera de la tradicion liberal, en 1920 aplaudié a Burke como utilitarista liberal, aunque sena- tando y deplorando el aspecto mas oscuro de Burke, el antidemocratico. Pero el retrato liberal corriente era insatisfactorio. Era mucho lo que dejaba fuera. No daba cabida para el Burke, igualmente auténtico, que era un fiel defensor de las jerarquias, las prescripciones y los derechos he- redados, de las costumbres y los prejuicios, en vez de la razén abstracta o mecanica, y que contemplaba la sociedad como un organismo que encarnaba un orden moral de origen divino. Fue este Burke el que estuvo de moda a mediados del siglo xx. Podia hacerse una razonable defensa de esta visién, que fue vigorosamente sostenida por quienes convir- tieron a Burke en un adepto del derecho natural. Al propio tiempo, el nuevo retrato Ilendé una nueva nece- sidad en el decenio de 1950: al revivir al Burke cru- zado contra el radicalismo, dio un bien recibido apoyo ideolégico a la cruzada de la guerra fria contra la te- mida amenaza del comunismo soviético. Pero la version que ve en Burke un adepto del dere- cho natural ¢s tan insatisfactoria como la version utili- tarista liberal. Ambas son incompletas. Ninguna de ellas resuelve —en verdad, ninguna de ella ve— la apa- rente incoherencia entre el Burke tradicionalista y el Burke burgués liberal. ;Cémo puede el mismo hombre ser el defensor de un orden jerarquico y el proponente de una sociedad liberal de mercado? No es valido pos- tular un cambio en sus opiniones con ej paso del tiempo, pues, como veremos, ambas posiciones fueron afirmadas del modo mas explicito en las mismas obras del decenio de 1790. En los doscientos afios de image- nes oscilantes de Burke, nunca se abord6é adecuada- mente este problema. En el Capitulo 5, sostendré que la clave de este pro- blema reside en la condicién de Burke de economista politico. No hay ninguna duda de que en todo lo que escribié e hizo veneré el orden tradicional. Pero este 18 C. B. Macpherson orden tradicional era ya un orden capitalista. Com- prendié que lo era, y quiso que fuese mis libre. No abrigé ninguna nostalgia romantica por un orden feudal del pasado ni respeto alguno por los restos de él que aun subsistieran, particularmente en la Corte, como es evidente en sus causticas observaciones del Discurso sobre la Reforma Econémica (1780). Vivid en el presente, y se dedicé a estudiar las consecuencias econémicas de las politicas estatales del momento y de las proyectadas. Como miembro del Parlamento por Bristol (1775-80) no podia haber hecho otra cosa, pues Bristol era por entonces uno de los mayores puertos comerciales de Inglaterra. Pero su interés por las cuestiones comercia- les, como veremos con algun detalle, empezé antes y duré mas que su conexién con Bristol. Podia pretender razonablemente, y lo hizo, ser tanto o mas versado en economia politica que cualquier otro politico de su tiempo. Cuando en uno de sus raptos retéricos lanzé invectivas contra la edad de «los sofistas, economistas y calculadores» (R 170), se permitié olvidar sus propias pretensiones, totalmente validas, como economista po- litico. En verdad, la mas explicita formulacién de sus ideas econdédmicas aparecid en esa cotal defensa del viejo orden que fueron las Reflexiones (1790), y luego, mas detalladamente, en los Pensamientos y pormenores sobre la escasez (1795) y las Cartas sobre una paz regiada (1796-7). Asi, prima facie hay razones para buscar en la economia politica de Burke la solucién al problema central de su coherencia. Un problema secundario de coherencia puede verse en su ambivalencia con respecto a la aristocracia in- glesa. ¢Cémo, podemos preguntarnos, pudo él, fiel de- fensor de la herencia y la prescripci6n como la verda- dera base de los derechos de propiedad y la estabilidad social, haber escrito y publicado su Carta a un Noble Lord (1796), un caustico ataque al Duque de Bedford, un gran aristécrata, quien disfrutaba de una enorme riqueza heredada a la que el derecho prescriptivo le daba un claro titulo? ¢Cémo defender, por principio, la propiedad actual, aunque se haya originado en una an- Burke 19 tigua violencia, y desollar al Duque cuya propiedad, como Burke se afana en sefalar, se origind en las con- fiscaciones de Enrique VIII de algunos miembros de la antigua nobleza y su saqueo de la Iglesia? Este es un problema muy secundario de coherencia, que para nada tiene la importancia del problema central. Sélo es digno de ser tenido en cuenta separadamente porque surge de las circunstancias de la carrera personal de Burke y no queda enteramente resuelto con la solucién del problema central. Su ambivalencia con respecto a la aristocracia no fue cuestidn de una incoherencia apa- rente pero no real, sino de una verdadera incompatibi- lidad entre su posicién tradicionalista y su posicién burguesa liberal; no fue el Burke burgués sino el Burke patatero, nunca plenamente acéptado por aque- Ilos con quienes se habia vinculado, quien escribié la Carta a un Noble Lord. Una clave puede hallarse en el hecho de que Burke, en toda su carrera como politico y propagandista in- glés, fue un advenedizo, y ademas un advenedizo irlan- dés. Fue, y asi lo consideraron sus adversarios, un aventurero irlandés que intentaba distinguirse en la po- litica inglesa. Se distinguié, pero no tanto como pen- saba que sus talentos y energia le daban derecho a esperar. Como protegido y muy eficaz caballo de tiro de una de las grandes corrientes whigs —el partido de los whigs de Rockingham, que esruvieron en el go- bierno dos veces, aunque brevemente las dos, durante la adhesién a ellos de Burke—, ascendié en la escala politica, pero nunca se acerc6é a la cima. Nunca fue elevado al rango de ministro de un gabinete, al que podia pensarse que le daban derecho su energia, su capacidad y los servicios prestados a su partido. Todo lo que consiguié fue un nombramiento honorifico como consejero privado, que le aucorizaba a usar el titulo de Muy Ilustre, y, de 1782 a 1784, el cargo de Tesorero General. Aunque en privado neg6 toda ex- pectativa de un cargo ministerial —debe de haber comprendido que carecia de las condiciones habituales de poseer una gran riqueza o un daulo nobiliario—, 20 C. B. Macpherson quiza no sea exagerado ver en esto una fuente de su ambivalencia hacia la aristocracia. El breve examen que haremos en el proximo capitulo de las circunstancias de su entrada en la sociedad politica inglesa y su carrera en ella puede prestar cierto apoyo a esta idea. Una tercera incoherencia aparente, que sus criticos a veces le reprocharon, puede ser descartada muy rapi- damente: a saber, la presunta discrepancia entre sus posiciones sobre la Revolucion Americana y la Revolu- cién Francesa. Nadie que lea a Burke atentamente puede hallar contradiccién alguna entre su defensa de la Revolucién Americana (cuando la politica del go- bierno inglés, de la que Burke habia sido un vigoroso opositor, hizo inevitable esa revolucién), y su implaca- ble oposicién, una década mas tarde, a la Revolucién Francesa. Ambas posiciones estaban firmemente basa- das en su adhesién a los principios que hallé en la Revolucién Whig inglesa de 1689, principios que en su opinion justificaban a los colonos americanos en 1776 pero descartaban totalmente las pretensiones de los re- volucionarios franceses y sus adeptos ingleses después de 1789. No hay ninguna incoherencia aqui, ningun cambio de fundamento. Asi, el problema central concerniente a Burke que es todavia de considerable interés en nuestro tiempo es la cuestién de la coherencia de sus dos posiciones apa- rentemente opuestas: la de defensor de un orden je- rarquico y la de partidario del mercado libre. Esta cues- un, sostengo, trasciende el debate, que atrajo la ma- yor atencién hace unas pocas décadas, sobre si Burke era un utilitarista o un defensor del derecho natural. Plantea mas agudamente la importancia de la obra de Burke para uno de los principales debates politicos de las sociedades occidentales a fines del siglo Xx. Y su- giere a nuestra consideracién una ultima cuestion: ¢en qué medida, si es que ello es siquiera posible, puede hoy ser considerado como un conservador o un liberal? 2. El aventurero irlandés Edmund Burke nacié en Dublin en enero de 1729, segundo hijo de un padre protestante y una madre catolica. Su familia gozaba de una holgada posicién, pues su padre era un abogado de éxito en Dublin. Burke se crié en Dublin, con excepcion de unos pocos afios que pasé en el campo de muchacho con la familia de su madre, en el sur de Irlanda, por razones de salud. Tuvo una educacién excelente, primero en un inter- nado cuaquero, y luego en el Trinity College de Du- blin. Era una vigorosa educacién clasica, cuyos efectos fueron evidentes durante toda su vida. Los modernistas pueden dudar de que su magnifico dominio de la len- gua inglesa se debiese a su preparacién en las lenguas clasicas, pero nadie puede dudar de que estas lenguas echaron raices en él: sus discursos, panfletos y libros estin Ilenos de frases latinas (y unas pocas griegas) y de citas de los autores clasicos usadas con toda desenvol- tura. Su uso de éstas es revelador en otro aspecto. Casi nunca dio una traduccién inglesa, aunque a veces la conclusién de un argumento que estaba desarrollando 24 C. B. Macpherson dependia de que sus oyentes o lectores comprendiesen una cita latina. Ese claro que Burke sdlo hablaba y escribia para caballeros educados: media un abismo en- tre su prosa y la de Tom Paine. Esto nos dice algo acerca de la composicién de la Camara de los Comunes del siglo XVI, a cuyos miembros se dirigian los alega- tos de Burke en gran medida. Puede decirse que la ambivalencia de Burke hacia la aristocracia empez6 en sus dias de estudiante en el Trinity College de Dublin. Vio y se sintié afectado por el estatus peor que colonial al que la masa de la pobla- cién de Irlanda estaba reducida por el orden estable- cido, profundamente aristocrauco. Le encolerizaba hondamente la brutal miseria en que el campesinado era mantenido por los decadentes aristécratas ricos, que no hacian esfuerzo alguno para administrar eficien- temente sus fincas y nada para estimular —en verdad, desalentaban acivamente— a sus arrendatarios a con- vertirse en granjeros industriosos. Sus notables arreba- tos sobre este tema fueron publicados en un periddico semanal, The Reformer {El Reformador], que Burke y algunos amigos de Trinity publicaron durante tres me- ses en el invierno y la primavera de 1748, y la mayoria de cuyos articulos escribi6 Burke. No fue un mero periddico de aprendices; tomé como modelo al Specta- tor, estaba dirigido al publico culto de Dublin y vo ventas muy satisfactorias. Pero si bien Burke fue implacable por entonces con los ricos ociosos, en modo alguno fue un «nivela- dor» *. Como ha sefalado Kramnick, la posicién de Burke por aquel entonces era sustancialmente la de un burgués: la propiedad debia ser protegida, pero el de- ber de los propietarios era incrementar la riqueza de la nacién para beneficio de todas las clases. No seria ex- cesivo ver en esta actitud del estudiante el manifiesto de un enérgico joven consciente de tener un talento excepcional, pero que comprendia que su futuro sélo podia ser el de un hombre que triunfa por su propio esfuerzo. Esto exigia llegar a un compromiso con el orden establecido y moverse dentro de él. Pero esta Burke 25 perspectiva no era demasiado desalentadora, pues él ya adheria a su valor cardinal: la santidad de la propiedad. Su carea seria persuadir a sus superiores de que esta- rian atin mejor si afianzasen su propiedad en algo dife- rente del sistema de arrendamiento de tierras de sefio- res absentistas. Si hubiese limitado sus esfuerzos a Ir- landa, esa tarea habria sido dificil. Pero en Inglaterra, donde muchos de los grandes terratenientes aristécra- tas trataban ya de perfeccionar los principios comercia- les, no habia tal problema. Esto brindaria a Burke la oportunidad que necesitaba, y no mucho después es- tuvo en condiciones de aprovecharla. Burke siguid siendo un irlandés. Pero, por el deseo de su padre de que Edmund siguiera sus pasos en la carrera de derecho, su horizonte se amplié mas alla de Irlanda; pues, a fin de prepararse para esa carrera, de- bfa ser enviado a Londres y graduarse en derecho in- glés. Burke se traslad6é a Londres en la primavera de 1750, a los veintiin afos, y se matriculé como estu- diante de derecho en Middle Temple. Al principio se aplicé con bastante asiduidad al estudio de la jurispru- dencia, pero su corazon estaba en la literatura y su ambicién era destacarse en este campo. En afios poste- riores hablé muy elogiosamente de la disciplina de la jurisprudencia, pero no tenia ningun deseo de dedicar su vida a la abogacia. Abandono los estudios de dere- cho, desplazados por las labores literarias. Seis anos mas tarde, obtuvo el primer fruto de su ambicidn literaria: un destacado editor de Londres pu- blicé un libro suyo que obruvo una inmediata y favora- ble acogida, A Vindication of Natural Society (primera edici6n en 1756, segunda edicién en 1757). Era un ensayo en filosofia social abstracta, hecho quiza sor- prendente en vista del posterior desprecio de Burke por el filosofar abstracto. Pero no hay en esto ninguna contradiccién, pues se trataba de un ataque a la aplica- cién de la teoria abstracta, especialmente la de Rous- * Leveller. nombre de una secta radical extremista de la Inglaterra del siglo xvi. N. def T. 26 C. B. Macpherson seau, a la politica. Obra satirica, se proponia mostrar que la defensa hecha por Bolingbroke de la religién natural en oposicion a la religion adquirida, defensa por entonces de moda, podia ser parangonada con la defensa de la sociedad y e! gobierno naturales, en opo- sicion a la sociedad y el gobierno aiviles. La Vindicacién fue publicada anénimamente, y estaba tan bien hecha que algunos pensaron que era del mismo Bolingbroke. Al afio siguiente, aparecié una nueva edicién con un prefacio explicando su intencidn satirica. Al mismo tiempo, Burke escribié un breve tratado sobre estética, A Philosophical Inquiry into the Origin of our Ideas of the Sublime and Beautiful (primera edicién de 1757, segunda edicion de 1759), que atrajo aun mas sobre é] la atencién del Londres literario. Estos dos libros, que constituian una notable realizacién para un joven de veintisiete afios, lo introdujeron rapidamente en los mejores circulos literarios y ardsticos de Lon- dres. Fue aceptado y considerado como un buen con- servador por Goldsmith, Reynolds, Garrick, Johnson y Sheridan, y cinco afios mas tarde fue socio fundador de «el Club», que agrupaba a éstos y a otras notabilidades, como Adam Smith. Pero en 1757 se vio obligado a concluir que su buena ubicacién en el Londres literario le brindaba una perspectiva demasiado incierta de obtener ingresos es- tables. La necesidad de un ingreso fijo se convirtié en una cuestién acuciante cuando se casé, en marzo de 1757. Con la intencién de formar una familia muy pronto (lo que hizo), adopté una concepcién seria de las obligaciones de un caballero. Luego hizo incursio- nes por el campo de la historia. Habia un buen mer- cado para las obras histéricas; Hume, por ejemplo, ha- bia trabajado durante algun tiempo en su gran Historia, de la que aparecieron los dos primeros voltimenes en 1754 y 1757. Dodsley, que habia publicado los dos primeros libros de Burke, hizo un contrato con él para una historia de Inglaterra en un volumen, Burke escri- bio bastante de ésta, pero, habiendo empezado desde los primeros tiempos conjeturales, sdlo Ilegé al aho Burke 27 1216 antes de abandonar la tarea. Estos escritos no fueron publicados en vida de Burke; aparecieron pés- tumamente con el dtulo de Ensayo de un Resumen de la Historia Inglesa. Luego, en abril de 1758, época en la cual sus obliga- ciones familiares habian aumentado por el nacimiento de su primer hijo, se mudé a Grub Street, aunque en un sitio superior de esta calle. Su posterior descripcién de si mismo como un escritorzuelo de Grub Street (RP3 8.366) era falsa, pues tenia un contrato con Dosley para compilar y en verdad escribir la mayor parte de una revista anual de 500 paginas de historia, politica y literatura, por un pago anual de 100 libras, una suma sustancial por aquellos dias. El primer nu- mero del Annual Register, para 1758, se termind en mayo de 1759, y Burke continué dirigiéndolo hasta aproximadamente 1776, cuando parece haber renun- ciado a la direccién de la revista, aunque siguié escri- biendo para ella comentarios bibliograficos y propor- cionando su consejo en general. Pero esto ain no era suficiente para la ambicién de Burke. En 1759 inicié el aprendizaje de la politica in- glesa que iba a conducirlo a su ilustre carrera politica inglesa y europea. Empezé con la proreccién de un miembro del Parlamento y funcionario, William Ge- rard Hamilron, quien en 1761 fue nombrado primer secretario del Lord Gobernador de Irlanda y pidié a Burke que fuera con él como secretario privado. Esto duré cuatro afios e hizo entrar a Burke en los asuntos irlandeses; ahora tuvo que adoprar el punto de vista de los administradores ingleses. Rompié con Hamilton en 1765 de mala manera, por razones personales mas que politicas (C 1.178-86). Habiendo estado fuera del mundo literario durante seis aos, se qued6 sin pers- pectivas de carreras politica y literaria. Su futuro parecia sombrio, pero sus méritos no eran desconocidos. En julio de 1765 fue tomado como se- cretario privado del Marqués de Rockingham, el gran par whig que estaba a punto de ser nombrado primer ministro. El primer gobierno de Rockingham duré sélo 28 C. B. Macpherson un afio, pero tenia una elevada opinién del valor de Burke y, en efecto, lo conservé como secretario del partido whig de Rockingham. El aventurero irtandés, el literato londinense, el pe- riodista de Grub Street, habia entrado en la corriente principal de la vida politica inglesa. Se le hallé facil- mente un escafio en la Camara de los Comunes, en 1766, antes de que pudiera ganarse uno por su propia reputacién, tan acomodadizo era el sistema de las villas con muy pocos vorantes, en que un solo par, en este caso Lord Verney, controlaba las elecciones (en Wen- dower). Burke conservé ese escafio hasta 1775, cuando gano un escaiio por Bristol por su propio mérito. Y fue facil hallar para él otro escafio cuando, en 1780, perdid el de Bristol por negarse a actuar como un delegado con instrucciones de sus electores. Burke fue continuamente miembro del Parlamento de 1766 a 1794. Y fue en sus acciones como miembro del Parlamento, en sus discursos en la Camara de los Comunes y en los panfletos y otras obras mas sustan- ciales que publicé para justificar su actuacién alli, en lo que se baso su reputacién durante todos los afios de su vida excepto los iltimos. Por entonces, su fama de gran cruzado contra la Revolucién Francesa y sus adeptos ingleses atrajo la atencidn de todas partes. Pero la obra de sus afios medios recibié nuevamente el primer lugar en el retrato liberal que hizo de él el siglo x1x. Y la reconstruccién conservadora de Burke que hizo el si- glo xx, si bien dejé de lado sus ultimos afios contra- rrevolucionarios, estuvo lejos de rechazar su pensa- miento anterior. Sus retratistas conservadores quiza hayan estado demasiado ansiosos de ver en su pensa- miento anterior los principios de su ulcima cruzada, pero aunque tal vez no percibieron en su plenitud la continuidad, vieron que habia una continuidad en su constante veneracion de la Consticucién inglesa (o, mas exactamente, de los principios que veia en ella). La obra de sus afios medios es, en todo caso, una parte indispensable de su pensamiento y a ella debemos diri- girnos ahora. 3. El politico inglés Burke se enorgullecia de ser un politico practico tra- bajador que trataba, dentro y fuera de la Camara de los Comunes, de denunciar todos los abusos que hallaba en el sistema britinico de gobierno, y acuciaba a efec- cuar reformas moderadas que impidieran futuros abu- sos, tanto internamente como en el manejo del imperio colonial, en Irlanda, América y la India. Su historial de actividad en este papel es, en verdad, impresionante. Pero si no hubiera sido mas que un politico activo tal, su obra no seria ahora de interés para nadie, excepto para los historiadores del siglo XVII. ¢Qué mas era? ¢Por qué sus discursos y escritos, la mayoria de los cuales eran alegatos partidistas sobre algan problema del momento, atin atraen Ja atencién? La idea liberal de los siglos XIX y XX era que atraen con razén nuestra atencién porque Burke infundia principios generales en todo problema particular. Se le atribuye el haber elevado la politica muy por encima de las mezquinas escaramuzas sin principios por cargos y privilegios en que se habia convertido a mediados del 31 32 C. B. Macpherson siglo XVill, con la desaparicién de la vieja diferencia de principios entre whigs y tories. Insistia en que todo problema debia ser discutido en términos de alguna norma de justicia o derecho, 0 de beneficio humano a largo plazo, no en meros derechos legales o recursos a corto plazo; y esta insistencia, en la Camara de los Comunes y en panfletos, libros y discursos fuera de la Camara, obligaba a sus oponentes a desplazarse a ese plano superior. Los liberales de los siglos XIX y XX, Propensos a pensar que el liberalismo de su propia €poca necesitaba el mismo género de impulso moral, no podian por menos de considerar esto como un logro importante. Asi, John Morley, en 1867, afirmaba: «saco de la tumba los principios whigs muertos y les insuflé una nueva vida que sélo se ha apagado en nues- tros dias». Y también: .fadi¢ ha usado con mas éxito las ideas gencrales del pensa- dor para juzgar los problemas particulares del estadista. Na- die se ha acercado tanto a los detalles de la politica practica, y al mismo tiempo recordado que éstos sdlo pueden ser com- prendidos y abordados con ayuda de las vastas concepciones de la filosofia politica. Analogamente, Harold Laski escribid en 1920: Ningun estadista se ha desplazado nunca tan firmemente en medio de una masa de detalles a los principios que ellos involucran... Tenia un ojo infalible para los principios eternos de la politica. Sabia que los ideales deben ser enjaezados a una Ley del Parlamento, para que su influencia no cese. Aunque admitiendo que la politica debe descansar en la con- veniencia, nunca dejé de hallar buenas razones por las que la conveniencia debia ser identificada con lo que consideraba justo. Esta visién liberal, de Burke, aunque arropada en tales términos extravagantes, no pretendia hacer de él un gran tedrico o fildsofo politico: sdlo afirma que re- vivificé la politica practica remitiéndola a ciertos prin- cipios morales. Los liberales no indagaban cuan com- pletos o coherentes eran esos principios. Burke 33 No podian considerar a Burke como un teorico por muy buenas razones. Durante todo el periodo durante el cual Burke podia ser considerado como un liberal, es decir, hasta 1790, Burke no fue ni quiso ser un tedrico politico, y aun después de 1790 sélo contra su volun- tad se vio obligado a teorizar. Las burlas contra la teo- ria abstracta fueron una constante de su produccién como politico reformista. Una y otra vez, sostuvo que no era realista, y hasta era desastroso, tratar de deducir la politica practica de principios abstractos. Conside- remos, por ejemplo, su posicién en la Carta a los she- riffs de Bristol sobre los Asuntos de América (1777): las pocas paginas que hay en ella sobre la gran cuestion general de la libertad frente a la autoridad comienzan con la burla hacia el razonamiento deductivo y condu- cen a su repudio: Es tan triste como ridiculo observar el tipo de razona- mienco con que se ha distraido al pdblico para aparcar nuestra atencién del sentido coman en lo concerniente a nuestra po- litica americana. Hay gente que ha disecado y analizado la doctrina del gobierno libre como si fuera una cuestién abs- «racta concerniente a la libertad y la necesidad metafisicas. y no un asunto de prudencia moral y sentimiento natural. Han discutido si la libertad es una idea positiva o negativa; si no consiste en scr gobernados por leyes, sin considerar lo que son las leyes o quienes las hacen; si el hombre tiene derechos naturales, y si toda la propiedad de que goza no es la limosma de su gobierno, y su vida misma su favor y su indulgencia... de otro tipo, si dar rienda suelta a las especulaciones es des- ‘wuctivo de toda autoridad, como las primeras lo son de toda libertad; y todo gobierno que no se ajusta a sus fantasias es Mamado Grania y usurpacién... La libercad civil, caballeros, no es, como muchos han tra- tado de haceros creer, algo que yace oculto en las profundi- dades de la ciencia abstrusa. Es una bendicidn y un beneficio, no una especulacion abstracta; y todo el razonamiento justo que puede hacerse sobre ella es de una textura tan tosca que se adecua perfectamente a las capacidades ordinarias de quie- nes han de gozarla y los que han de defenderla. Lejos de toda semejanza con esas proposiciones de la geometria y la metafi- sica que no admiten ningun cérmino medio, sino que deben 34 C. B. Macpherson ser verdaderas 0 falsas en toda su extensién, la libertad social y civil, como todas las otras cosas de la vida comin, se mez- clan y modifican diversamente, se gozan en muy diferentes grados y se moldean en una infinita diversidad de formas, segun el temperamento y las circunstancias de cada comuni- dad. (LSB 3.183-5.) Este particular rechazo de la teoria abstracta bien puede adscribirse a la percepcién que cuvo Burke de que su uso por ambas partes en la Guerra de la Inde- pendencia Americana habia contribuido a la intransi- gencia e impedia una paz racional: ..-$ea o no la libertad una ventaja (pues sé que esta de moda atacar a su principio mismo), nadie dudara de que la paz es una bendicién; y la paz, en el curso de los asuntos humanos, con frecuencia debe ser comprada con alguna indulgencia y tolcrancia al menos para la Libertad. (Ibid., 186.) El Ilamamiento de Burke a los lideres de la opinion publica de ambas partes para que abandonasen su insis- tencia en la teoria fue el Unico camino que vio para salir del atolladero politico. Si hubiera sido un teérico, la respuesta apropiada habria sido exponer las falacias de una o de ambas posiciones tedricas mediante un analisis tedrico mas adecuado; pero éste no era su es- tilo. Andlogamente, en sus esfuerzos para restaurar los «verdaderos» principios del acuerdo whig de 1689, su actitud fue practica, no teérica. Un tedrico habria juz- gado necesario reconstruir la justificacién ceérica de Locke de los principios de 1689, reelaborarla con el fin de hacer frente a las perjudiciales criticas implicitas en la obra de Hume (Tratado sobre la naturaleza humana, 1739, y Ensayos, 1741-58), de Adam Ferguson (Ensayo sobre la historia de la sociedad civil, 1767) y de John Millar (E/ origen de la distincién de rangos, 1771), pero, nuevamente, éste no era el estilo de Burke. La vision liberal que no considera a Burke como un teGrico pa- rece ampliamente justificada. Las interpretaciones neoconservadoras del siglo Xx Burke 35 con respecto a Burke, por el contrario, lo elevan al rango de un magistral filésofo politico. Asi, Parkin es- crib ...Si bien el pensamiento de Burke es, intencionalmente, una respuesta a contingencias inmediatas, no es en ningun sentido una respuesta incontrolada o arbitraria, sino que esta siem- pre, en su propia opinidn, bajo la guia de principios morales que... representan verdades inmurables de la vida y la comu- nidad humanas... El pensamiento politico de Burke ...siempre tiende a un centro fijo de las creencias mas absolutas y gene- rales. Sus ideas llevan todos los signos y asociaciones de su origen, pero convergen en un nucleo de certeza moral tibe- rada finalmente de lo relativo y lo contingente. De manera similar, Stanlis, al sostener que el gran logro de Burke fue restaurar el derecho natural clisico y escolastico en su legitimo lugar como principio moral fundamental de la politica, afirma que «la verdadera naturaleza de los principios politicos cardinales de Burke no puede ser comprendida fuera de su conexién con el derecho natural», y que su filosofia politica «brinda una magnifica solucién de las persistentes con- fusiones y dudas» de aquellos que atin reposan en las wadiciones utilitarista, positivista o materialista. Stanlis sigue afirmando: En todos los problemas politicos importantes que abordé, en los asuntos iclandeses, americanos, constitucionales, eco- némicos, indios y franceses, Burke siempre apelé al derecho natural, Mas ain, por derecho natural siempre entendid esencialmente lo mismo, y lo aplicé como prucba suprema de justicia y libertad en todas las cuestiones humanas. Estas afirmaciones seran examinadas mas adelante, y sostendré que son en parte validas pero totalmente va- cuas. Pero esta claro que, para los neoconservadores, Burke fue esencialmente un filésofo politico. En vista de esta disparidad entre la vision liberal y la conservadora de la estacura de Burke como pensador, Parece conveniente examinar con mayor cuidado que 36 C. B. Macpherson el habitual en qué medida, exactamente, hay en su obra una apelacién a principios. Es una creencia comin entre todos los estudiosos de la obra de Burke que las apelaciones a principios que hacia, en toda su carrera politica, consistian solamente en lo que él pensaba que seria eficaz al exponer su argumentacion sobre alguna cuestién del momento: la politica del gobierno britinico en Irlanda, América y la India; el presunto ataque de la Corona (y aun, como en el caso Wilkes, del Parlamento) contra las libertades britinicas; y finalmente la amenaza de los principios de Ja Revolucién Francesa, especialmente de su insidiosa influencia en Inglaterra, como en la propaganda de Priestley, Price, Paine y sus adeptos. La cuestién que ahora debemos plantear es si la cla- ridad y profundidad de las invocaciones de Burke a principios justifican la consideracién en que ha sido tenido como pensador politico. Podemos empezar ana- lizando su primera obra publicada, aunque no estaba relacionada con problemas del momento, y pasar luego a sus afios maduros, en los que todo pensamiento es- tuvo relacionado con tales problemas. En este capitulo, examinaremos su obra hasta alrededor de 1790, reser- vando para los dos capitulos siguientes la consideraci6én de su obra de la década final de su vida. Las dos primeras obras publicadas de Burke, la Vin- dicacién de la Sociedad Natural (1756) y la Investigacion Filosofica sobre el Origen de nuestras Ideas de lo Sublime y Jo Bello (1757), eran cotalmente cedricas. Aunque eran el producto del intento diletante de Burke de iniciar una carrera literaria, y aunque los admiradores de Burke hallan poco que admirar en ellas, la Vindicaci6n, al menos, es digna de cierta atencién. Fue, como he- mos dicho, un complemento irdénico de la defensa de Bolingbroke de !a religién natural en oposicién a la religion adquirida. Pretendiendo ensalzar la sociedad natural (es decir, primitiva), como Bolingbroke habia ensalzado la religion natural, Burke ofrece, como in- dica su subtitulo, «una visién de las miserias y males para la humanidad que surgen de toda clase de socie- Burke 37 dad artificial», y ello en términos tan espeluznantes como en los dos primeros discursos de Rousseau. Con- cluye una larga relacién de las desigualdades, la opre- sidn de clase y las injusticias evidentes en todo pais civilizado con una pregunta retérica: ..Si la sociedad politica, cualquiera que sea su forma, ha he- cho de los mas la propiedad de los menos; si ha introducido trabajos innecesarios, vicios y enfermedades desconocidos, y placeres incompatibles con la naturaleza; si en todos los pai- ses acorta la vida de millones y vuelve la de millones cotal- mente abyecta y miserable, ¢seguiremus adorando a idolo tan destructive, y sacrificando diariamente a él nuestra salud, nuestra libertad y nuestra paz? (V 1.76.) Sdlo en el prefacio de la segunda edicién Burke aclaré que toda su argumentacién tenia una intencién ironica. Queria decir lo opuesto de lo que decia. Que- tia demostrar a qué conclusién tan absurda (es decir, que debemos abandonar la sociedad politica y volver a un estado natural) podia Ilegarse partiendo de abstrac- ciones como sociedad «natural» y sociedad «artificial». Dos cosas sobre la Vindicacién son interesantes considerando la obra posterior de Burke. Primero, se muestra plenamente consciente de los argumentos que pueden esgrimirse contra el orden politico, legal, eco- némico y moral de las sociedades avanzadas del siglo xvill. Consideré la monarquia constitucional o el go- bierno mixto como propio de camarillas indiferentes a la opresion y la injusticia; su visién del sistema legal britinico es mas caustica que la de Bentham; su cuadro de la situacién de los obreros de las minas y las refine- rias de metales es desgarrador; su reconocimiento de que en sociedades divididas en ricos y pobres es una ley constante € invariable «que quienes mas trabajan gozan de menos cosas; y que quienes no trabajan en absoluto obtienen el mayor namero de goces» (V 1.70) prefigura la concepci6n realista de J. S. Mill del mismo hecho; su caracterizacién general de la degeneracién moral de los ricos recuerda a Rousseau y prefigura la inclusién por Marx de los capicalistas en tas filas de los 38 C. B. Macpherson alienados. Es claro que Burke era muy consciente, an- tes de iniciar su carrera politica, de cuanto era respon- sable el orden prevaleciente. La segunda cosa de interés es que, al construir su argumentacion, aunque satirica, contra los tedricos de la sociedad politica, procede reuniendo hechos concre- tos observables contra las formulaciones abstractas. Declara que la atencién a las condiciones reales debe prevalecer sobre un razonamiento 4 priori, y que las condiciones concretas deben ser juzgadas por normas morales. Ya, pues, Burke adhiere firmemente a la po- sicién que iba a caracterizar a su pensamiento como politico practico. No fue llevado a esa posicién por exigencias de su vida politica. No necesité ningun cambio de visién. Al contrario, esa vision, al mismo tiempo pragmatca y moral, hizo de su eleccién de una carrera politica algo afin a él. La teoria de la estética presentada en Lo Sublime y lo Bello es de escaso interés tedrico..No tiene ninguna dimensién moral, aparte de algunas homilias a los de- signios del Creador, pero procede inductivamente a partir de observaciones fisiologicas y psicologicas sim- ples. Puede decirse que da testimonio de la naturaleza empirica de la mente de Burke, pero no une lo empi- rico a lo moral. El primero de los escritos de Burke sobre un tema politico especifico es el fragmentario Opssculo sobre las Leyes del Papismo, que fue esbozado probablemente en 1761. Lo dejé inconcluso e inédito por razones eviden- tes. No podia publicarlo por entonces, pues como se- cretario privado de Hamilton, el primer secretario del Lord Gobernador de Irlanda, Burke era un funcionario publico; y tan pronto como llegé a su fin este impedi- mento fue totalmente absorbido por las exigencias de su inmediata conexi6n siguiente con Lord Rockingham, que canaliz6 sus energias hacia los temas politicos in- gleses, como portavoz y asesor de los whigs de Roc- kingham. Sin embargo, el Opssculo merece nuestra atencién, pues ya exhibe, en fecha temprana, caracte- risticas del pensamiento de Burke que mantuvo du- Burke 39 rante toda su vida: la vigorosa apelacién a principios morales vagamente definidos; la insistencia en que la aplicaci6n de principios generales debe hacerse me- diante la atencién a las circunstancias siempre comple- jas del momento y a las fragilidades de la nacuraleza humana; el uso de generalizaciones empiricas, exeraidas de la observacién y de la historia, para apoyar su argu- mentacién contra un razonamiento 2 priori que parte de principios abstractos; y sus supuestos burgueses so- bre la naturaleza humana. El Opasculo es un mordaz ataque a las leyes penales que se habian promulgado contra los catélicos irlande- ses, leyes que les negaban mucho de los derechos ordi- narios de los ciudadanos, especialmente el pleno dere- cho aadquirir y legar la propiedad de tierras y bienes.Esas leyes, argiia Burke, no eran validas porque con- tradecian a la justificacién de toda ley. Burke rechazaba despectivamente la doctrina de Hobbes de que la ley es valida simplemente como la orden del soberano. En cambio, afirmaba: En realidad, hay dos, y sdlo dos, fundamentos del derecho, y ambos son condiciones sin las cuales nada le puede dar fuerza alguna, me refiero a la equidad y la utilidad. Con respecto a la primera, surge de la gran regla de la igualdad, que se basa en nuestra naturaleza comun y que Filén, con propiedad y belleza, llama la Madre de la Justicia. Todas las leyes humanas son, hablando con propiedad, declaratorias; pueden modificar cl modo de aplicacién, pero no tienen nin- gun poder sobre la sustancia de la justicia original. El otro fundamento del derecho, que es la utilidad, debe ser enten- dida, ‘no como udilidad parcial o limitada, sino general y pu- blica, vinculada de la misma manera con nuestra naturaleza racional, y derivada directamente de ella; pues toda otra uti- lidad puede ser la utilidad de un ladrén, pero no la de un ciudadano; el interés del enemigo doméstico. pero no el de un miembro del Commonwealth (P 9.351). Esta arrolladora apelacion a los principios de la equi- dad y la utilidad es reforzada con una invocacién a los derechos naturales: 40 C. B. Macpherson Todo el mundo admite que la conservacion y el seguro Roce de nuestros derechos naturales es la finalidad grande y suprema de la sociedad civil; y, por lo tanto, que todas las formas de gobierno, cualesquiera que sean, s6lo son buenas mientras sirvan a ese fin, al cual estan coralmente subordina- das. (Ibid. 364.) La argumentacion luego pasa a un tipo diferente de principios: las generalizaciones empiricas. Estas son de dos niveles. Primero, hay una amplia generalizacién sobre la relacién necesaria entre la prosperidad eco- nomica (que es la sustancia de la «utilidad general y publica» de Burke) y 1a laboriosidad y la propiedad: Las constiruciones civiles que promueven la laboriosidad son tales que facilitan la adquisicién, aseguran la posesion, permiten la estabilidad y admiten la transferencia de la pro- piedad. Toda ley que obstruya esto en cualquier parte de esta distribucién es, en proporcién a la fuerza y medida de la obstruccién, un desalicnto a la laboriosidad. Pues una Icy contra la propiedad es una ley contra la laboriosidad, ya que ésta tiene siempre como objeto la primera, y no otra cosa. dbid., 386.) La relacién necesaria entre la propiedad y la laborio- sidad, a su vez, se funda en una generalizacién sobre las motivaciones humanas: El deseo de adquisicién es siempre una pasion de larga vision. Confinad a un hombre a la posegidn momentanca, ¢ inmediatamente suprimiréis esa loable avaricia que todo Es- tado sabio ha fomentado como uno de los primeros princi- pios de su grandeza. (Ibid., 387.) La posicién individualista burguesa de que la avaricia es encomiable y de que la adquisicién privada debe ser alentada por el Estado, sobre la base utilitaria de que el espiritu adquisitivo es la fuente de Ia riqueza de las naciones —la «utilidad publica» de Burke— fue mas cabalmente desarrollada en los escritos de Burke del decenio de 1790, como veremos en el Capitulo 5. Pero ya, treinta afios antes, la posicién de Burke es evidente. Burke at La posicién mas desarrollada, clara en las Reflexiones sobre la Revolucion en Francia (1790), expuesta mas deta- lladamente en Pensamientos y Pormenores sobre la Escasez (1795) y reafirmada en Cartas sobre la Paz Regicida (1796-7) no fue algo nuevo en su pensamiento. No se la puede atribuir al intenso estudio de las cuestiones econdémicas que hizo en los decenios de 1760 y 1770 como critico partidista de la politica del gobierno y defensor de la «reforma econémica» (1780): llegé a ese estudio ya imbuido de sus supuestos burgueses fundamentales. No cabe sorprenderse de que se atri- buyese a Adam Smith, con quien probablemente no conversé hasta 1775, cuando Smith fue elegido miem- bro de «el Club», el haber dicho de Burke «que era el unico hombre que, sin comunicacion previa, pensaba sobre esos temas como él». La predileccién burguesa de Burke, no mencionada por muchos comentadores y a la que otros asignan poca importancia, evidentemente estaba arraigada con firmeza en él antes de iniciar su carrera como politico. La primera publicacién sustancial de Burke como po- litico activo, las Observaciones sobre una Publicacién Re- ciente Titulada El Estado Actual de la Nacién (1769), era una defensa del breve gobierno de Rockingham de 1765-6 en la forma de un Aspero ataque a un panfleto hostil. Burke aplasté al infortunado autor de esa obra con doscientas paginas dedicadas principalmente a un detallado andlisis econémico, pero en el curso de su argumentaciOn tocé una o dos cuestiones mas genera- les. Hay un comentario sobre la extensién del derecho de voto, que juzga mejor disminuir que aumentar, me- diance Ja exclusi6n del «tipo inferior de vorantes» (O 2.136), y una referencia al pasar sobre el valor del partido, «de tener las firmes riendas del gobierno en manos bien unidas», aunque permitiendo espacio sufi- ciente para las «coaliciones saludables» (ibid. 196). Aparece una prevencidn contra todo cambio en la Constitucién: «cuando se empieza a investigarla en una parte, ¢dénde se detendra la investigacién?» (ibid. 136). Hay pocas invocaciones a principios, excepto 42 C. B. Macpherson para la denigracién, tan repetida en sus obras posterio- res, del razonamiento a partic de principios abstractos para llegar al cambio constitucional. Deploraba la «dis- cusi6n de esas fastidiosas cuestiones [de la relacién en- tre el poder soberano y la libertad individual], que en verdad pertenecen mas bien a la metafisica que a la politica y que nunca pueden ser planteadas sin conmo- ver los cimientos de los mejores gobiernos que haya creado la sabiduria humana» (ibid. 154). Urgiaa «ajus- tar fa politica, no a los razonamienctos humanos, sino a la naturaleza humana, de la cual la raz6n sdlo es una parte, y en modo alguno la parte mayor» (ibid. 170). Su postura caracteristica, que converda en un princi- pio el no deducir la politica de principios, ya es evi- dente al comienzo mismo de su carrera politica, lo cual no es de sorprender, pues, como hemos visto, ya habia adoptado esa postura cuando se embarcé en esta ca- rrera. Los Pensamientos sobre la Causa del Actual Descontento (1770), el segundo folleto politico importante de Burke, es un fogoso ataque contra lo que consideraba como un intento subreptcio, y hasta entonces coro- nado por el éxito de reducir el Parlamento a la impo- tencia, por parte de la camarilla de la Corte. El papel esencial y tradicional de la Camara de los Comunes, poner freno a la Corona y el gobierno negandose a vorar los fondos que deseaban, habia sido socavado, argiiia, por un sutil logro. La camarilla de la Corte ha- bia logrado persuadir al Parlamento a que votase fon- dos adicionales a los ingresos de la Corona, fondos que no se necesitaban para mantener la dignidad del mo- narca, sino slo para comprar el apoyo de la Camara a las malévolas politicas de la Corte, y en esto se em- pleaban. Para detener esta corrupcién, Burke exalt la idea de partido. Sélo si se hacia depender a todo gobierno del apoyo de un partido declarado podia evitarse esta insi- diosa degradacién de la funcién cradicional del Parla- mento. Si se establecia este principio, podia derrotarse la cactica de la camarilla de la Corre. Hombres hones- Burke 43 tos, comprometidos publicamente a mantenerse o caer juntos, no podian ser sobornados uno por uno con ofertas de puestos o cargos. El partido es un conjunto de hombres unidos para promo- ver, con sus esfuerzos aunados, ¢l interés nacional, sobre la base de algun principio particular en el que todos concuer- dan. (PD 2.335.) EI alegato de Burke puede considerarse sélo como un manifiesto en pro de los whigs de Rockingham, quienes eran por entonces el tinico grupo que se apro- ximaba a la idea que tenia Burke de un partido, ya que sus lideres se resistian a ocupar cargos si no cra como partido. O puede considerarse como una obra pionera que expuso la justificacién del sistema de partidos y de responsabilidad del gabinete, q ue iban a convertirse en el siglo x1X en las caracteristicas esenciales del sistema britinico de gobierno. Pero la afirmacién de que Burke delineé y contribuyd de este modo a configurar el fu- muro es dificilmente soscenible. El sélo proponia un modo para evitar la decadencia que veia a su alrededor: el suyo era un expediente a corto plazo para resolver la situacién inmediata. Terminaba su alegato en pro de un partido de hombres honestos con una advertencia: No toda coyuntura exige con igual fuerza la actividad de hombres honestos; pero de tanto en tanto surgen exigencias criticas; y, si no me equivoco, ésta es una de ellas. (Ibid. aby Esto no es una prefiguracién de un regular sistema de gobierno de dos partidos. Tampoco hay alli ninguna apelacién a principios mo- rales. Es una Hamada a los politicos para que se unan sobre la base de principios compartidos, pero Burke no necesitaba decir gué principios: Es tarea del fildsofo especulativo sefalar los fines propios det gobicrno. Es tarea del politico, que es el filésofo en ac- cién, hallar medios apropiados para alcanzar esos fines y em- plearlos con eficacia. (Ibid. 335.) “a C. B. Macpherson La afirmacién de Burke era sencillamente que para poner en practica cualquier principio se necesita la pa- tidad. Toda la argumentacién es pragmatica. Apela a la historia y la observacién, no al derecho natural. La unica vez que invoca una «ley natural» lo que describe asi es una generalizacién empirica: «... es una ley natu- ral que quienquiera que sea necesario para alcanzar nuestros fines es seguro que, de uno u otro modo y en uno u otro momento, se convertira en nuestro amo» (Ibid. 283-4). Abundan otras generalizaciones empiricas, por ejemplo: Es verdad que los pares tienen una gran influencia en el reino y en todo el ambito de las cuestiones publicas. Puesto que son hombres ricos, ello es imposible de evitar, excepto por medios que impidan a coda riqueza su operacién natural, lo que no ¢s facil de lograr, pues la riqueza es poder, ni en modo alguno es de desear... (Ibid. 245). Y un enunciado inicial que parece la afirmacién de un principio democratico —«en todas las disputas en- tre él [«el pueblo»] y sus gobernantes, cabe presumir al menos que el pueblo tiene razon» (ibid. 224)— resulta estar muy lejos de eso, pues «el pueblo» son todos aquellos, y sdlo aquellos, que tienen suficiente riquez< como para hacer de ellos un contrapeso efectivo frente a la Corte: son «los grandes pares, los principales caba- lleros terratenientes, los comerciantes y fabricantes ulentos y los pequefios terratenientes acaudalados» id. 270). Mas tarde, como veremos, definié a «el pueblo» con mas precision, tanto cuantitativamente —en Inglaterra ascendia alrededor de 400.000 personas de las clases altas (RP 18.140-1}— como cualitativamente —hay «un pueblo» solamente cuando existe una unidad or- ganica de rangos ordenados (A 6.216}—, pero ya su significado es bastante claro. Un principio moral gene- ral, la legitima supremacia del pueblo, es reducido a términos operacionales por una definicién del pueblo derivada de los prejuicios aristocratico-burgueses de Burke. ail Burke 45 Uno de los principios de Burke citados mas a me- nudo pertenece a este mismo periodo, a saber, su insis- tencia, en su discurso a los electores de Bristol, en que un miembro del Parlamento no es un delegado con inserucciones, sino un representante facultado para ejercer su juicio independiente: Vuestro representante os debe, no sdlo su laboriosidad, sino también su juicio; y si lo sacrifica a vuestra opinidn, os traiciona, en vez de serviros. ...Si el gobierno fuese una cuestion de voluatad de alguna de las partes, la vuestra, sin discusién, deberia primar. Pero el gobierno y la legislacién son asuncos de razén y de juicio, y no de inclinacidn. ¢Y qué clase de raz6n es esa en que la determinacion precede a la discusién, en la que un conjunto de hombres delibera y otro decide, y donde los que Hegan a la conclusion estin, quizd, a trescientas millas de distancia de quienes oyen los argumentos? .-El Parlamento no es un congreso de embajadores de intere- ses diferentes y hostiles, intereses que cada uno debe mante- ner, como agente y defensor, contra otros agentes y defenso- res; sino que el Parlamento es una asamblea deliberante de una nacién, con xn interés, el de todos; cuya guia no deben ser los fines locales 0 los prejuicios locales, sino el bien gene- ral, que resulea de la raz6n general de la totalidad. Vosotros clegis un miembro, es verdad; pero una vez que lo habéis elegido, no es un miembro de Bristol, sino un miembro del Parlamento. (EB 3. 19-20.) Este principio de sentido comun, al que son afectos desde entonces los miembros del Parlamento, era cotal- mente sensato en una época en que los miembros del Parlamento no eran elegidos sobre la base de plataformas de partido claras. No podemos reprochar a Burke el uso que se ha hecho a veces de ese principio en épocas posteriores, para excusar a miembros elegidos sobre la base de una plataforma de partido especifica de cumplir con sus compromisos. En el decenio de 1770 Burke dedicé mucha atenci6n a la politica britinica concerniente a América, atacando los argumentos de los portavoces del gobierno y ur- piendo a aplicar una politica mas conciliatoria. Sus dis- 46 C. B. Macpherson cursos y escritos sobre este tema son notables por su apelacion a la experiencia, canto o mas que a los princi- pios. Inicié su Discurso sobre el Impuesto Americano (pro- nuaociado en la Camara de los Comunes en abril de 1774 y publicado en enero de 1775) recordando una experiencia reciente: que la anulacién de la Ley del Timbre por el ministerio de Rockingham en 1766 no habia inducido a los colonos a pedir la anulacién de otros impuestos; por consiguiente, la anulacién del im- puesto sobre el té, medida que Burke defendia y a la que el ministerio se oponia, no podia rechazarse con ese argumento. El resto de ese largo discurso se man- tiene en el plano de la experiencia: es un detallado analisis de los cambios en la politica britinica desde la caida del gobierno de Rockingham, ocho afios antes, y de las consecuencias siempre desaforrunadas de esos cambios. Burke termind con un tlamamiento a la Camara a no insistir en su derecho soberano a poner impuestos en las colonias (derecho que Burke nunca puso en discu- sién), sino a considerar las consecuencias de ejercer ese derecho del modo en que se habia hecho reciente- mente: No entraré aqui en distinciones sobre los derechos ni tra- taré de establecer sus limites. Yo no entro en esas distincio- nes metafisicas, detesto hasta oir hablar de ellas. «Pero si, de manera intempcrante, imprudente y fatal, com- pli dis y enveneniis la fuente misma del gobierno haciendo sutiles deducciones y extrayendo consecuencias odiosas para aquellos a quienes goberniis, a partir de la naturaleza ilimi- tada ¢ ilimitable de la soberania suprema, les ensefaréis por estos medios a poner cn tela de juicio esta misma soberania. Si lo acorralais, el jabali se vuelve contra los cazadores. (AT 2.432-3.) Un afo mis tarde, en el Discurso sobre el Cambio de sus Resoluciones para la Conciliacién con las colonias (marzo de 1775) procede del mismo modo. Presenta un conjunto de hechos sobre las colonias americanas, inclusive el hecho de que los colonos eran en su mayo- Burke a7 ria ingleses, adheridos desde la emigracién del siglo Xvui al principio «de que en todas las monarquias el pueblo debe, en efecto, mediata o inmediatamente, po- seer el poder de otorgar su propio dinero, o no podria haber ni una sombra de libertad» (CC 3.51). Burke adhiere plenamente a este principio, pero no como un principio moralmente deseable: sencillamente cita la adhesion de los colonos a é! como un hecho de expe- riencia. Fue en este contexto en el que hizo la observa- cién citada tan a menudo: «No conozco el método para tevantar acusacién contra todo un pueblos (ibid. 69). E insiste en que la utitidad, en el sentido mas amplio, debe prevalecer sobre el derecho legal: Para mi, la cucstién no es si tenéis derecho a hacer misera- ble a vuestro pueblo; es si no esti en vuestro interés hacerlo feliz. No se erata de lo que un abogado me dice que puedo hacer, sino de lo que la humanidad, la razén, y la justicia me dicen que debo hacer. (Ibid. 75.) Termina con una instancia final a no Ilevar los prin- cipios hasta su conclusién ldgica: Nosotros, los ingleses, no Ilevamos hasta el fin los princi- pios en los que basamos una parte cualquiera de nuestra Constitucién, 0 aun toda ella. .. Todo gobierno, en verdad, todo beneficio y goce humanos, toda virtud y codo acto prudente se fundan en el compromiso y el crucque. Sopesamos inconveniencias; damos y tomamos; abandonamos algunos derechos para poder gozar de otros; y preferimos ser ciudadanos felices a ser sutiles polemistas. dbid. 110-11) En todo esto, como en la Carta a los Sheriffs de Bris- tol sobre los Asuntos de América (1777) que ya hemos mencionado, no se apela a principios sino al hecho empirico de la adhesién de los colonos a un principio arraigado en la historia britinica al menos desde el si- glo Xvil. No se apela al derecho natural ni a ningtin oto principio universal fuera de la utilidad, en el sen- tido mas amplio. La felicidad del pueblo es el tnico 48 C. B. Macpherson. criterio para juzgar una politica, y como puede lograrse eso s6lo se puede saber prestando una cuidadosa aten- ci6n a la experiencia, a las consecuencias afortunadas y desafortunadas de diversas politicas gubernamentales pasadas. En 1780, la atencion de Burke se volvié nuevamente a los asuntos internos. El Discurso sobre la Reforma Eco- némica, como se le llama habitualmente, no ¢s sobre politica econdmica sino, como indica su titulo com- pleto, sobre la reduccién del suministro estaturario de dinero a la casa real: es un Discurso sobre la Presentacién ala Caémara de los Comunes de un Plan para Asegurar la Independencia del Parlamento, y la Reforma Econémica de la Administracién Piiblica y de Otros Organismos. Es una prescripcién especifica para remediar el mal que Burke habia diagnosticado diez afos antes en los Pensamientos sobre la Causa del Actual Descontento, esto es, que las grandes rentas dadas por el Parlamento a la Corona eran usadas para destruir la independencia del Parla- mento. Pone en ridiculo el gran nimero de cargos, ahora indtiles o redundantes, de la casa real (y de los principados, ducados, etc., administrados separada- mente, de Gales, Lancaster, Chester y Cornualles). To- dos ellos quiz4 tuvieron funciones utiles en tiempos feudales; ahora su unica utilidad es para comprar a miembros del Parlamento cediendo esos cargos como sinecuras. La veneracion de la tradicién por Burke no llega a tanto: «...cuando la raz6n de viejas instiruciones ha desaparecido, es absurdo conservar solo la carga de ellas. Esto es embalsamar supersticiosamente un cuerpo que no vale ni las resinas usadas para conser- varto» (ER 3.278). Un intento anterior de reducir los cargos de la mesa y la cocina del Rey habia fracasado, observaba Burke. «Por qué? Fue verdadramente, por una causa que, aunque perfectamente adecuada al efecto, no se habria adivinado instantineamente. Por- que cl enxcargado del usador en la cocina del rey era un miembro del parlamento» (ibid. 283). A menudo anuncia maximas de sentido comin basa- das en las experiencias: Burke ay Gente que tolera una vieja institucién cuando se corrigen sus excesos, se rebela ante una nueva. (bid. 313.) Un honorable y justo beneficio [del servicio al Estado] es la mejor prevencién contra la avaricia y la rapacidad; como en todas las otras cosas, un goce legitimo y regulado es la mejor prevencion contra cl libertinaje y el exceso. Pues asi como la riqueza es poder, también codo poder alcanza infaliblemente la riqueza, por uno u otro medio: y cuando a los hombres no les queda otro modo de asegurarse sus beneficios que por sus medios para obrenerlos, esos medios aumentaran hasta el in- finito. (bid. 316.) No conozco otro modo de asegurarse la ejecucién eficaz de una obligacién que hacer de ella el interés directo del encargado de cjecutarla. (Ibid. 338.) A veces combina un principio destilado de la expe- riencia con un principio moral, como en la explicacién de su negativa a recomendar la abolicién de cargos que «han sido considerados como una propiedad»: Lo que la ley respeta es sagrado para mi. Si se rompen las barreras de la ley, por ideas de conveniencia, y hasta de conveniencia publica, ya nada habra seguro entre nosotros. Si la discrecién del poder se abate una vez sobre la propicdad, ya no podremos saber qué poder y qué discrecién prevalece- rin finalmente. (Ibid. 308.) Y asimismo: Las gentes son los amos. Solo tienen que expresar sus de- scos en general y en conjunto. Nosotros somos los artistas expertos; somos los trabajadores habiles que moldearin sus deseos en una forma perfecta y adecuaran el utensilio al uso. Ellos son fos sufrientes, que nos diran los sintomas de su dolencia; pero nosotros conocemos el lugar exacto de la en- termedad y como aplicar el remedio de acuerdo con las reglas wet arte. (Ibid. 344.) Y a veces el principio moral, aunque muy impreci- samente formulado, se presenta solo: «Si no puedo reformar con equidad, no reformaré en absoluto» (ibid. 299). Quiza las proposiciones generales mas interesantes 50 C. B. Macpherson son algunas que menciona al pasar como evidentes por si solas, las cuales revelan la percepcién de Burke de la medida en que el mercado se habia convertido en el determinante de todos los valores, y su aceptacién de un supuesto que justificaba una politica de laissez-faire. Para defender su propuesta de que la mayoria de los servicios necesarios para mantener la casa real debian ser entregados a empresarios privados sobre una base contractual, observa: Los principios del comercio han invadido a tal punto toda especie de tratos, desde los objetos mas clevadus hasta los mas bajos, todas las transacciones han entrado tanto en el sistema, que podemos, en cualquier momento y por el valor de un cuarto de penique, ser informados a qué tarifa puede obtenerse cualquier servicio (ibid. 285). Y, al hablar de la moribunda Junta de Comercio y Colonias del gobierno, «que, si no perjudicial, no es de ninguna utilidad», pide a sus oyentes que reflexionen sobre con cudnta frecuencia ocurre que el co- mercio, ¢l principal objeto de esa oficina, florece mas cuando se le abandona a si mismo. El interés, la gran guia del comer- cio, no es ciego. Es muy capaz de hallar su propio camino; y sus necesidades son sus mejores leyes. (Ibid. 323.) Todo el discurso sobre la reforma econémica, pues, exhibe la misma postura que es evidence en su obra anterior: el criterio de las buenas medidas y las buenas instituciones es el amplio criterio utilitario del interés general, que exige, mas alla de roda duda, la santidad de la ley sobre la propiedad. Dado este fin, lo principal es atender a los medios mas efectivos, y ésta debe ser la obra de los hombres capacitados, los politicos, que deben basarse en el analisis de los efectos probados y probables de las politicas alternativas. Durante el decenio de 1780 Burke dedicé la mayor parce de su energia a su cruzada contra la Compafia de las Indias Orientales. El imperio indio de Inglaterra Burke 31 cra, en verdad, en opinién de Burke, la responsabilidad de los blancos, pero objetaba enérgicamente el modo como el Parlamento habia permitido que esta respon- sabilidad fuese ejercida, con inadecuada previsién o control, por la Compaijiia de las Indias Orientales, a la que se habia concedido una carta. Compilé tal masa de pruebas de la conducta deshonrosa, viciosa, corrupta y genocida de la Compafifa, que pudo, casi sin ayuda, persuadir a la Camara de los Comunes a que enjuiciase al principal arquitecto y defensor de la politica de la Compafiia, Warren Hastings, y de esta manera dar a esa politica una publicidad sin precedentes en la histo- tia parlamentaria britanica. Sus discursos € informes sobre la India ocupan siete volimenes de sus obras rcunidas en dieciséis volimenes, y al final de su vida dijo (C 8.397; cf. NL 8.26) que preferia ser recordado por sus esfuerzos en defensa del pueblo indio que por cualquier otra cosa que hubiese hecho. Lo que nos interesa aqui es la medida en que Burke elaboré su argumentaci6én contra la Compafia y por el enjuiciamiento de Hastings sobre principios gencrales de justicia. Lo que hallamos es que con frecuencia in- vocé tales principios generales, pero nunca los definié exactamente. Necesitaba invocarlos: sabia que no podia demostrar que las acciones de la Compania habian sido ilegales, de modo que su unico recurso era demostrar que iban contra una ley mas fundamental. A veces des- cribe a esta ley como divina, a veces como natural y a veces como moral. Pero no necesitaba especificar su contenido, pues las actividades de la Compania y sus servidores, que Burke habia consignado con gran deta- Ile, desafiaban de modo asombroso los mas elementales principios de justicia y honestidad. En su Discurso sobre el Proyecto de Ley de Fox sobre las Indias Orientales (1° de diciembre de 1783), traté de demostrar tres afirmaciones sobre esas actividades y sus resultados: Primero...que no hay un solo principe, Estado o potentado, grande o pequeno, en la India, con ¢l que hayan entrado cn 52 C. B. Macphersor contacto, a quien no hayan comprado. Digo comprado aunqué a veces no han podido pagar de acuerdo con su trato. Se: Bundo, digo que no hay un solo tratado concertado que nc hayan roto. Tercero, digo que no hay un solo principe ¢ Estado que haya puesto su confianza en la Compajfiia, y que no se haya arruinado totalmente; y que nadic goza de algur grado de seguridad y prosperidad mas que en la cxacta pro porcién de su profunda desconfianza e irreconciliable ene mistad con esta nacidn. (El 4.21.) Ademis, en toda la administracion interna la regla de la ley habia sido reemplazada por la arbitrariedad: En efecto, Sefor, toda autoridad legal y regular cn cuestio- nes de rentas, de administracion politica, de derecho penal, de derecho civil, en muchas de las partes mas csenciales de la disciplina militar. esta por Jos suclos; y un despotismo opresivo, irregular, caprichoso, inestable, rapaz y malversador, con un abierto rechazo de la obediencia a cualquier autoridad del pais, y sin ninguna norma, principio o regia de procedimiento fija que los guie en la India, es actualmente el estado de vuestro gobierno con carta sobre grandes reinos. (Ibid. 9B) Estas acusaciones, junto con las pruebas en su apoyo, estaban destinadas a mostrar que la conducta de la Com- pafiia constituia tal abuso de poder politico que su carta no debia ser renovada en los viejos términos. La premisa principal de Burke era que todo poder politico es una obligacién. Afirmaba: que todo poder politico establecido sobre los hombres y que todo privilegio reclamado o cijercido con exclusion de ellos, por ser totalmente artificial, y por ende una anulacion de !a igualdad natural de la humanidad en su conjunto, debe ser cjercido de uno u otro modo, en ultima instancia, para beneficio de ellos. .-tales derechos © privilegios o como queriis llamarlos sor todos, en cl mas estricto sentido, una obligacién; y en la esen- cia misma de toda obligacién esta el deber de dar cuenta de ella; y hasta puede cesar totalmente, cuando en esencia se aparta de los fines para Jos cuales solamente puede tener uni existencia legitima. (Ibid. 11.) Burke 33 Este viejo principio whig de Locke, mas que todas las apelaciones ret6ricas al derecho natural, era la base Iégica de !a argumentacién de Burke para arrancar a la Compaiija sus privilegios otorgados por carta. Respon- dia a la objecién que, preveia Burke, se haria a su propuesta, o sea, que era la confiscacién de un derecho de propiedad establecido. El reconocia que los dere- chos otorgados por carta a la Compafija eran una pro- piedad. Pero tales «derechos de los hombres otorgados por cartas», como éstos pretendian ser, debian estar subordinados a otra clase de derechos de los hombres cedidos por cartas, a saber, los que confirman «los de- rechos naturales de la humanidad» (como la Carta Magna). Las cartas de este ultimo tipo... han hecho caro el nombre mismo de carta para el corazén de todo inglés. Pero, Senor, puede haber, y hay carras no sdlo de naturaleza diferente, sino basadas en principios opsestos a los de la gran carta. De esté tipo es 1a carta de la Compania de las Indias Oricntales. La Carta Magna es una carta para trenar el poder y destruir ¢l monopolio. La carta de las Indias Orientales ¢s una carta para establecer un monopolio y crear poder. El poder politico y cl monopolio comercial na son los derechos de los homb: y alos derechos de ellos derivados de cartas ¢s falaz y sofistico Itamarlos «los derechos de los hombres otorgados por cartas». (Ibid. 8-9.) Esta remisién de los derechos de las cartas a los de- rechos naturales de la humanidad no es en modo al- guno incompatible con la posterior denigracién de Burke, en el contexto de la Revolucién Francesa, de los «derechos del hombre»: él apela aqui a «derechos de los hombres» confirmados por viejas leyes. Por ello, concluye: M¢e baso, pues, en este principio: que si se prueba ¢l abuso, ¢l contrato queda roto; y nosotros [esto es, el Parlamenco] recuperamos todos nuestros derechos, es decir, el ejercicio de todos nuestros deberes: nuestra propia aucoridad, en ver- dad, es tanto una obligacién, originalmente, como la autoridad de la compaiia es una obligacién derivada; y es cl uso que hagamos del poder reasumido lo que debe justificarnos 0 con- denarnos en nuestra reasuncion de él. (bid. 13.) 56 C. B. Macpherson un efecto escenogrifico». Preocupaba mas a Paine lo que consideraba como esfuerzos deliberados de Burke «para apartar a los lecrores de la cuestién mediante un desenfrenado y asistematico despliegue de rapsodias paraddjicas...». El estilo de Burke era un recurso nece- sario: el estilo era el hombre. Paine escribe: No ¢s sélo por sus prejuicios, sino cambién por la natura- leza desordenada de su genio por lo que no esti a la altura del tema sobre el que escribe. Hasta su genio carece de constitucion. Es un genio al azar, no un genio constituido. Pero él debe deci algo. Por ello, se ha elevado en el aire como un globo, para apartar los ojos de la multitud del te- rreno que pisa. James Mackintosh, otro critco contemporaneo, fue atin mas caustico. Fijandose en el designio de las Refle- xiones, escribit Su tema es tan extenso como fa ciencia politica, sus alusio- nes y excursiones legan casi a todas las regiones del conoci- micato humano. Debe confesarse que, en esta guerra variada y desordenada, la superioridad de un hombre de genio sobre los hombres comunes es infinita. Puede disimular la mas ig- nominiosa retirada con una alusién brillante. Puede adornar SUS arguMentos con una magistral cserategia, donde cllos se ha fuertes. Puede escapar de una posicién insoscenible hacia una espléndida declamacién. Puede socavar la convic- cién mas inquebrantable con su pathos, y poner cn fuga una multitud de silogismos con un sarcasmo. Liberado Je las le- yes del método vulgar, puede hacer avanzar un conjunto de imponentes horrores para abrir una brecha en nuestros cora- zones, por donde pueden entrar triunfalmente la mis indisci- plinada cantidad de argumentos. Paine abrigaba pocas dudas, y Mackintosh ninguna en absoluto, de que el estilo de Burke era un recurso deliberado para ocultar las insuficiencias de su légica. Hasta el mas firme admirador liberal de Burke del siglo XIX, John Morley, pensaba que el estilo de Burke requeria alguna justificacién: El esquema de lo que ene que decir esta demasiado espe- Burke 37 samente recubierto de exuberante ornamento. Su lenguaje arde con un fuego demasiado consumidor con el fin de que el todo difunda esa luz clara y serena que estamos acostumbra- dos a hallar en hombres preparados para cvaluar ideas, para sopesar especulaciones mutuamente opuestas, para argiir y razonar sin ninguna pasion ynas fuerte que el intenso deseo de descubrir en qué parte o en qué clase término medio reside la verdad... Su pasién parece inevitablemente fatal para el éxito en la busqueda de la verdad, que no se revela a adeptos tan inflamados. Su estilo ornamentado no parece menos fatal para use cauco y preciso método de formulacién adecuado a cuestiones que ae se las Conoce en absoluto si no se las conoce con claridad. Este mesurado reproche no es mas que una expre- sién del pesar de que el admirable empirismo de Burke no le hubiese Ilevado hasta el positivism) cientifico de Comte, que Morley especificamente exalta en este con- texto. Morley no imputa a Burke ninguna ofuscacién deliberada: era solamente el «ardor natural» lo que «le impelia a arropar sus conclusiones con frases encendi- das y exageradas». El lector del siglo Xx quiza se sienta mas inclinado a compartir $a opinién de los contemporaneos de Burke. Otras pruebas en las que tal juicio puede basarse apa- receran en el préximo capitulo, donde observaremas la fuga de Burke a la retérica en el tema del contrato social. Aqui sencillamente podemos sefalar que su es- tilo ret6rico no se limité a su tratamiento de la Revolu- ci6n Francesa. Se le encuentra en su periodo medio tanto como en su periodo posterior, mas a menudo cuando recurre al derecho natural o a algun otro prin- cipio @ priort. Nuestra digresién sobre el estilo puede terminar, como empez6, con sus discursos indios. Seis afios des- pués de su discurso sobre el comienzo del enjuicia- miento, su Discurso al Final del Enjuiciamiento (1794) concluia con otra apelacién a la ley divina, que ahora recibid un nuevo filo por la advertencia no demasiado sutil de Burke a la Camara de los Lores de que, en vista de lo que la revolucién en Francia ya habia realizado, SB C. B. Macpherson su propia existencia estaba ahora en peligro. Arguyd que ellos debian, al menos, ser vencidos con las bande- ras desplegadas: Sefiores, vuestra Camara aun resiste, resiste como un gran edificio; pero permitidme decir que resiste en medio de las ruinas; en medio de las ruinas provocadas por el mayor te- fremoto moral que haya convulsionado y sacudido este globo nuestro. Scores, la Providencia ha querido ponernos en un estado en el que, a cada momento, parecemos estar al borde de grandes cambios. Hay una cosa, y sélo una, que desafia a todo cambio, que existid antes que el mundo y sobrevivira al mundo mismo. Me refiero a la justicia; a esa justicia que, al emanar de la Divinidad, tiene un lugar en el corazén de todos nosotros y nos ha sido dada como guia con respecto a noso- (ros mismos y con respecto a otros, y que permanecera des- pués de que cl globo haya sido reducido a cenizas, que seri nuestro defensor o nuestro acusador ante el gran Juez, cuando venga a pedirnos cuentas por nuestra vida. (CI 16.417.) Asi termina lo que podemos llamar el periodo medio de Burke. Se traslada, como ya hemos sefialado, con su periodo de la Revolucién Francesa, y podria argiiirse que fue su cruzada india, no su cruzada francesa, la que primero le obligé a apelar, contra todas sus inclinacio- nes anteriores, a principios a priori. Las dos cruzadas, en verdad, tienen algo en comin. La intensidad de la cruzada india bien puede atribuirse a su reverencia por el orden tradicional. Gran parte de su argumentacién contra la Compaiia de las Indias Orientales era que ésta se habia propuesto descruir las antiguas constitu- ciones, leyes y costumbres de todos los orgullosos rei- nos del Subcontinente Indio. También arguyd que el gobierno de la Compania en la India ya estaba danando Ja autoridad de las clases propietarias establecidas en Gran Bretafia, creando una despreciable nueva raza de nouveaux riches que estaban Ilevando al pais un fabuloso botin de sus servicios en la India. Pero el temor de Burke ance la Revolucion Francesa era mas profundo. Veia que los principios sobre los que se basaba, si eran exportados con éxito, socavarian Burke sY cotalmente el orden establecido en Inglaterra y el resto de Europa. Por ello, debian ser contestados con princi- pios mas sustanciales que los que él habia desplegado hasta entonces. La clase dominante inglesa hasta enton- ces habia tratado los principios de Burke como a un tigre de papel. Ahora debia persuadirla de que la ame- naza era real, y de que era una amenaza inmediata a todo su modo de vida, es decir, a su propiedad. Para lograrlo, tenia que dotar a su ley divina y natural de alguna sustancia apropiada. No abandoné su retérica —ésta alcanzé nuevas alturas aiin—, pero ahora la res- paldé con algunos terrenales principios econdémicos. 4. La avispa angloeuropea La obra mas celebrada de Burke, en su propia época y desde entonces, es Reflexiones sobre la Revolucién en Francia y sobre los Procedimientos de Ciertas Sociedades de Londres con Respecto a ese Suceso (1790). No hay que pasar por alto la segunda parte del titulo. Es muy signi- ficativa. Lo que preocupaba mas profundamente a Burke era las repercusiones previsibles de la Revolu- cién Francesa en Inglaterra, y luego en el resto de Europa. La deseruccién del viejo orden en Francia, si se hubiera limitado a Francia, podia haber hecho Ilorar a Burke, pero no lo habria instado a desarrollar la me- dida argumentacion de las Reflexiones ni a la creciente furia de los escritos de los ocho afios ultimos de su vida. Hizo coralmente explicita la razén de esa preocupa- cién_en 1790. Al dirigirse a su corresponsal francés, escribe: Anceriormente, vuestros asuntos eran solamente vuestra propia preocupacién. Nos afectaban como hombres, pero 6A C. B. Macpherson permancciamos lejos de ellos, porque no éramos ciudadanos de Francia. Pero cuando vemos el modelo levantarse ante nosotros, debemos sentir como ingleses, y al sentir, debemos tomar precauciones como ingleses. Vuestros asuntos, a pesar nuestro, son parte de nuestro interés, al menos en la medida necesaria para mantener a distancia vuestra panacea, 0 vues- tra peste. Si es una panacea, no la queremos. Conocemos las consecuencias de los medicamentos innccesarios. Si es una peste, es de tal caracter que deben escablecerse concra ella las precauciones de la mas severa cuarentena. (R 185.) Esta cuarentena requeria, como veremos, declaracio- es mas extensas sobre la naturaleza de la sociedad y el gobierno que todo lo que se habia requerido de Burke hasta entonces. Seria demasiado decir que los escritos de Burke del decenio de 1790 contienen una teoria politica coherente. No hay ningiin desarrollo ordenado de una ceoria de las obligaciones politicas o los dere- chos politicos derivada de primeros principios sobre la naturaleza humana, como en Hobbes y Locke. Pero estin los rudimentos de una ceoria general semejante, y hay mas sobre la Constitucion Britanica que en cual- quiera de sus escritos anteriores. Ambos se necesitaban para contrarrestar la «doctrina armada» que era para Burke la Revolucién Francesa, y especialmente para convencer a los hombres con fortuna de Gran Bretafia, algunos de los cuales sentian cierta simpatia por la Re- volucién en su primera ctapa, de que esa doctrina, no era expuesta y refutada, socavaria todo su modo de vida. La amenaza no era sdlo para la Corona, la Iglesia Oficial y la aristocracia: era también para los hombres ricos en conjunto. Pues la doctrina francesa media tas pretensiones de todas esas clases € instituciones segun un principio igualitario, negandoles en ultima instancia su derecho a las propiedades que las sustentaban. La santidad de la propiedad, nunca lejana del pensamiento de Burke, ocupo ahora un lugar mas explicito y, como veremos, esto lo Ilevé a explayarse mas sobre la eco- nomia politica del orden existente de lo que habia he- cho antes. Los rudimentos de una teoria general y de una teoria Burke 65 de la Constituci6n Britanica son abordados en las Refle- xiones y, mas detalladamente, un afo mas tarde, en el Llamamiento de los Nuevos a los Viejos Whigs, que es una defensa de la posici6n que habia comado en las Refle- xiones y una fogosa refutacion de las afirmaciones segin las cuales esa posicién suponia un abandono de los principios que habia predicado anteriormente. Exami- naremos juntos las Reflexiones y el Llamamiento. En el capitulo siguiente examinaremos la economia politica, también abordada en esas obras y expuesta mas minu- ciosamence en los Pensamientos y Pormenores sobre la Es- casez (1795). En las Reflexiones Burke se abre camino hacia sus principios generales mediante el sostenido elogio del principio de la herencia, encarnado, para él, en las car- tas y la legislacion inglesas desde tiempos inmemoria- les. Refutando la afirmacion de los amigos ingleses de los nuevos principios franceses segin la cual éstos eran los principios de la Revolucién Whig de un siglo antes cn Inglaterra, Burke no tuvo dificultades para hallar abundantes citas que probaban lo concrario. En un pa- saje que merece ser citado extensamente, y mostrando cuan facilmente podia deslizarse de un registro histé- tico a un principio trascendente que considera inhe- rente al orden natural del Universo, concluye: Observareis que, desde la Carta Magna hasta la Declara- aida de Derechos, la politica uniforme de nuestra Constitu- cién ha sido proclamar y afirmar nuestras libertades como una herencia vinculante que nos ha llegado de nuestros ante- pasados y que debemos transmicir a nuestra postcridad, como un patrimonio que pertenece especialmente al pueblo de este rcino sin referencia alguna a ningun otro derecho mas gene- ral o anterior. Por este medio, nuestra Constitucion conserva la unidad en la diversidad tan grande de sus partes. Tenemos una corona hereditaria; una nobleza hereditaria,.y una camara dc los comunces y ua pucblo que heredan privilegios, derecho de voto y libertades de una larga linea de antepasados. Me parece que esta polinca ¢s cl resultado de una pro- tunda reflexion; o mas bien cl feliz efecto de seguir a la naturaleza, que es sabiduria sin reflexion, y superior a ella. El 66 C. B. Macpherson espiritu de innovacién es generalmente el resultado de un temperamento egoista y visién limitada. La gente que no mira hacia atras, a sus antepasados, no mirara hacia adelante, a la posteridad. Ademas, la geate de Inglaterra sabe bien que ta idea de herencia proporciona un principio seguro de conser- vacién y un principio seguro de crasmisién, sin excluir en absoluto un principio de progreso. Libera la adquisicién, pero ascgura lo adquirido. Sean cuales fueren las ventajas obteni- das por un Estado que procede scgun estas maximas, ellas quedan fijas como en una suerte de acuerdo de fam suje- tadas como en una especie de manos muertas para siempre. Mediante una politica constitucional que opera segiin las pau- tas de la naturaleza, cecibimos, conservamos y trasmitimos nuestro gobierno y nuestros privilegios, del mismo modo en que gozamos de, y trasmitimos, nuestra propiedad y nuestras vidas. Las instituciones de la politica, los bienes de fortuna y los dones de la Providencia nos son trasmitidos y los trasmi- timos en cl mismo curso y orden. Nuestro sistema politico esti colocado en una justa correspondencia y simctria con el orden del mundo, y con cl modo de existencia establecido para un cuerpo permanente de partes twansitorias... (R 119- 20.) No hay ninguna base tedrica para este elogio de la herencia, excepto el tosco utilitarismo por el cual las instituciones que han durado largo tiempo han demos- trado de este modo su utilidad. Esta presuncién de Burke a favor de las viejas instituciones era antigua. Su oposicién a toda reforma del derecho de voto interno se bas6 en ella. Reconocia que el argumento fuerte, en verdad, el unico argumenco, contra la reforma partia de €sa presunci6n, como se ve en su discurso de 1782 sobre la reforma: --Muestra Constitci6n ¢s una constituci6n prescriptiva; es una constitucidn cuya Unica autoridad reside en que ha cxis- tido desde tempos inmemoriales... La prescripcion es el mas sdlido de todos los titulos, no sdlo a la propiedad, sino tam- bién, lo que equivale a asegurar esa propicdad. al gobierno. Elios armonizan entre si y se prestan mut apoyo. Va acom- pafada de otro fundamento de la autoridad en la constitucién del espiritu humano, la presuncién. Es una presuncién a favor de cualquier esquema establecido de gobierno contra todo. Burke or proyecto no ensayado, ya que una nacidn ha existido durante largo tiempo y florecido bajo él. Es una presuncién ain me- hor que la eleccién de una nacién, mucho mejor que cualquier ordenamiento repentino y temporal originado en una elec- cién real. Porque una nacién no es sélo una idea de alcance local y un agregado individual momentineo, sino una idea de contiauidad, que se extiende en el tiempo tanto como en ndmero y en el espacio. Y no €s la eleccion de un dia o de un conjunto de personas, ni una eleccién tumultuosa o atolon- drada; es una eleccién deliberada de edades y generaciones, cs una constitucién hecha por lo que ¢s diez mil veces mejor que una eleccion... Ni es una prescripcion de gobierno adop- tada por ciegos prejuicios sin sentido, pues cl hombre es un ser muy insensato y muy sabio. El individuo es insensato. La multitud, momentineamente, es insensata, cuando acnia sin deliberaci6n; pero la especie es sabia y, cuando se le da ucmpo, como especie casi siempre actia correctamente. (RCP 10,96-7.) El sentimiento es claro, aunque la légica no lo es. ninguna eleccién momentinea tiene importancia, {qué importancia tiene una serie prolongada de elecciones momentaneas? ¢Cual es la diferencia entre la multitud, que puede ser insensata, y la especie, que casi siempre ts sabia? La respuesta a esta ultima pregunta la halla- remos en el Liamamiento, ya citado (en A 6.216). Aqui slo necesicamos sefialar que su defensa de la prescrip- cién no basada en «ciegos prejuicios sin sentido» da apoyo a su preferencia, en las Reflexiones, por el prejui- cio sobre la razén: Sabemos que nosotros no hemos hecho ningun descubri- miento; y pensamos que no hay que hacer ningun descubri- miento, en moral; ni muchos en los grandes principios del gobierno, ni en las ideas de libertad, que fueron comprendi- das mucho antes de que nosotros naci¢ramos, asi como lo seriin después de que la sepulrura haya adquirido su forma sobre nuestra presuncién y la cumba silenciosa haya impucsto su ley sobre nuestra insolente locuacidad. Soy bastante valiente como para confesar que somos, cn xeneral, hombres de sentimientos arraigados, que en vez de arrojar nuestros viejos prejuicios, los acariciamos en grado muy considerable y, para mayor verguenza nuestra, los acari- 68 Cc. B. Macpherson ciamos porque son prejuicios, y cuanto mas ban durado y mas generalmente han prevalecido, tanto mas los acariciamos. Te- memos dar vida a los hombres y aprovechar su «audal de razon, Porque sospechamos que este caudal en cada hombre es pe- qucho, y los individuos preficren aprovechar mas bien la banca y el capital gencrales de las naciones y de las edades. (R 182-3.) La recomendacion del prejuicio por Burke como si cumpliese la misma funcion en la politica que el capital en la vida econémica de una nacién es un coque cu- rioso. La analogia mercantil surge con tanta naturalidad aqui como sesenta paginas antes, cuando resume su queja de que los franceses habian abandonado todos los elementos valiosos de su vieja constitucién, sobre cuya base, piensa él, debian haber Ilevado a cabo sus reformas, en la elocuente frase: «Abristcis vuestro ne gocio sin capital» (R 122). EI nucleo de la teoria de Burke aparece cuando de- duce la esencia de la sociedad civil de su concepcién de la naturaleza humana y por ende de la condicién «natu- ral» de la humanidad. Burke se adelanté a su tiempo en la comprensién de que el estado de naturaleza del que Locke habia hecho pasar a sus hombres a la socie- dad civil era practicamence Jo mismo que la «condicién natural de la humanidad» de Hobbes, es decir, una condicién en la que los apetitos de los hombres les Hevarian a una lucha tal que ninguna persona 0 propie- dad estaria segura. El argumento de Burke parece una atinada mezcla de Hobbes y Locke, pero se inclina mas hacia Hobbes. Los hombres no entran en la sociedad civil para proteger sus derechos naturales: al entrar en la sociedad civil deben renunciar a sus derechos natura- les, que son «absolutamente incompatibles» con ella (R 150). Son incompatibles porque, fuera de la sociedad civil, no hay suficientes restricciones a las pasiones de los hombres: icdad no solo requiere la sujecién de las pasiones de juos, sino que hasta masivamencte y en conjunto, tanto como individualmente, las inclinaciones de los hombres con frecuencia deben ser frustradas, su voluntad concrolada y Burke 69 sus pasiones sujuzgadas. Esto sélo puede hacerlo wa poder ajeno a ellos, y no sujeto, en el ejercicio de sus funciones, a esa voluntad y esas pasiones cuya tarea cs sujetar y somecer. RAS) Esta afirmacién aparece nuevamente en la Carta a un Miembro de la Asamblea Nacional (1791): La sociedad no puede existir a menos que se establezca un poder controlador sobre la voluntad y los apetitos, y cuanto menos control haya dentro de ¢1 [del ciudadano medio], tanco mas debe haber fuera de é]. Esta decretado en la consti- tucion eterna de las cosas que los hombres de espiritu inmo- terado no pucden ser libres. Sus pasioncs forjan sus cadenas. INA 6.64.) He aqui, en verdad, el Estado Leviatan: no sdlo los hombres, individualmente, sino toda la masa de ellos debe ser «sometida a sujecién». Pero Burke no veia ningun problema en esto, pues sostenia que, habiendo nacido dentro de la sociedad civil y gozando de sus ventajas, cabe presumir que los hombres han admitido esa sujecién. Y ésta no era one- rosa, én la medida en que sdlo habia sido impuesta por instituciones tradicionales a las que el pueblo se habia acostumbrado. Asi, el argumento se cierra circular- mente: los derechos heredados son los unicos derechos reales del hombre. Su catalogo de «los derechos reales del hombre» es revelador: Los hombres tienen derecho a vivir segin csa norma [la norma de la ley]; denen derecho a la justicia, Como entre sus semejantes, tengan éstos una funcidn politica o realicen una «cupacion ordinaria, Tienen derecho a los frucos de su labo riosidad, y a los medios de hacer su laboriosidad fructifera. Ticnen derecho a las adquisiciones de sus padres; a la nutri- didn y mejora de sus vastagos; a la instruccién en la vida y al consuclo cn la muerte. Todo lo que cada hombre pucde hacer separadamente, sin abusar de otros, tiene derecho a hacerlo solo; y tiene derecho a una justa parte de todo lo que la sociedad, con todas sus combinaciones de habilidad y tuerza, pucde hacer en su favor. En esta asociacién, todos los 70 C. B. Macpherson hombres tienen iguales derechos, pero no a iguales cosas. El que tiene cinco chelines en la asociacién, tiene un buen dere- cho a ellos, como el que posee quinientas libras lo tiene a su parte mayor. Pero no tiene ningun derecho a un dividendo igual en el producto del capital social; y en cuanto a la parte de poder, aucoridad y direccién que cada individuo deberia tener en la administracion del Estado, niego que esto se halle entre los derechos originales directos de los hombres en la sociedad civil; pues tengo en consideracion al hombre civil social, y no a otro. Es algo que debe dirimirse por conven- cidn. (R 149-50.) El catilogo de los derechos reales del hombre pasa del derecho mas general a la proteccién de la ley, o la justicia contra funcionarios y otros subditos, al derecho a los frutos del propio trabajo y a las acumulaciones heredadas, para llegar al derecho al consuelo religioso. El catalogo termina con la afirmacién de un principio del capital social de los derechos materiales: cada hom- bre tiene derecho a una parte del producto social total que ¢s proporcional a lo que ha contribuido a su pro- duccién. Y es evidente que la contribucién es tanto de capital heredado como de trabajo, pues en el ejemplo numérico de Burke (5 chelines a 500 libras) la razén de las contribuciones es 1:2.000, diferencia dificilmente explicable como una diferencia en ingresos del trabajo. Pero el rechazo de los «derechos del hombre» fran- ceses planteaba otra cuestién que Burke tuvo que abordar: ;puede el pueblo, cuyo consentimiento debe ser entendido como autorizador de la sociedad civil y del esquema existente de gobierno, reclamar su dere- cho original a establecer cualquier forma de gobierno que le plazca? Esto condujo a Burke a otra argumenta- cién circular. Tendria derecho a hacerlo sélo si estu- viera constituido como un pueblo, no como un mero agregado de individuos. Y sélo puede ser considerado como «un pueblo» si ya ha aceptado un orden jerar- quico: En un estado de tosea naturaleza no hay nada semejante a un pueblo. Un numero de hombres por si solos no tienen Burke 7 caracter colectivo. La idea de un pucblo es la idea de una corporacion. Es cotalmence artificial, y es creada, como todas las otras ficciones legales, por comun acuerdo... Cuando los hombres, pues, rompen el pacto o acuerdo original que le da su forma corporativa y su condicién de Estado, ya no son un pueblo... Son un numero de individuos vagamente vincula- dos, y nada mas. (A 6.210-11.) Para permitir a los hombres actuar con el peso y el caracter de un pueblo, y para alcanzar los fines para los que han adquirido esta condicién, debemos suponer que estin (por medios inmediatos 0 indirectos) en ese estado de disciplina social habitual en cl que los mas sabios, los mas expertos y los mas opulentos dirigen, y al dirigir ilustran y protegen a los mas débiles, a los que saben menos y a los menos provi tos de los bienes de fortuna. Cuando la multitud no esté bajo esta disciplina, no puede decirse que estd en una sociedad civil. (A 6.216.) Este concepto de la sociedad civil y del «pueblo» excluye los «derechos del hombre» franceses: Los pretendidos derechos del hombre... no pueden ser los derechos del pueblo. Pues ser un pueblo y tener esos dere chos son cosas incompatibles. Lo primero supone la presencia de yo estado de sociedad civil, lo segundo su ausencia. (A 6.234.) Burke estaba muy dispuesto a concebir la sociedad civil como un contrato, pero de un género muy ex- trafio: era un contrato entre tres conjuntos de perso- nas, dos de los cuales eran inexistentes. La sociedad es, en verdad, un contrato. Los contratos se- cundarios para objetivos de intereses meramente ocasionales ca ser anulados a voluntad, pero el Estado no debe ser jerado como nada mejor que un acuerdo de asociacion para el comercio de pimienta y café, calicé 0 tabaco o algan otro asunto de escasa importancia, establecido por un pe quefio interés temporal y que puede ser disuelto por el capri- cho de las partes. Debe ser considerado con reverencia: por- que no es una asociacién en cosas subordinadas sélo a la krosera existencia animal de una naturaleza temporal y pere- cedera. Es una asociacién cn toda ciencia: una asociacion cn 2 €. B. Macpherson todo arte; una asociacion en toda vireud y en toda perfeccion. Como los fines de tal asociacién no pueden alcanzarse en muchas generaciones, se convierte en una asociacién no sélo. entre los vivos, sino también entre los vivos, los muertos y los que aun estan por nacer. Cada contrato de cada Estado particular sélo es una clausula del gran contrato primitivo de Ja sociedad eterna, que vincula las naturalezas inferiores con las supetiores, conecta el mundo visible con el invisible, de acuerdo con un contrato fijo, sancionado por ¢l juramento inviolable que mantiene a todas las naturalezas fisicas y mora- les, cada una en su lugar designado. Esta Iey no esta sujeta a la voluntad de aquellos quienes, por una obligacién por en- cima de cllos, ¢ infinitamente superior, deben someter su voluntad a esa ley. Las corporaciones municipales de ese reino universal no escin moralmente en libertad, segin su gusto, y por sus especulaciones sobre una mejora contin- gente, de separarse totalmente y romper los lazos de su co- munidad subordinada, y disolverla en un caos insocial, incivil ¢ inconexo de principios clementales. (R_ 194-5.) Aqui, nuevamente, el escape de Burke a la retérica reemplaza a una discusi6n razonada. Plantea en una oracién una cuestion descuidada en gran medida por los racionalistas del siglo XVIII: ¢qué obligaciones te- nemos frente a las generaciones futuras? ¢Como equi- libraremos nuestros derechos con los suyos? Esta es una cuestién que esti en primer plano a fines del siglo XX, pues estamos adquiriendo conciencia del uso im- prudence de recursos naturales no renovables, y de nuestro descuido igualmente imprudente de las inevi- tables consecuencias de nuestro recurso nuevo, la energia nuclear. Burke no pudo haber previsto nues- tros apuros actuales, pero hubiera sido de esperar al- gin examen del principio general; en cambio, se nos ofrece «el gran contrato primitivo de la sociedad eterna» y todo lo demas. En la medida en que la retd- rica encierre algun analisis, puede decirse que hace re- troceder la cuestién en lugar de hacerla avanzar. La preocupacion de Burke es que los réejos derechos no sean negados o eliminados, sino que sean mantenidos para disfrute de las generaciones actuales y fucuras. Esto no nos lleva mas alla de la defensa que ya hemos Burke 73 visto de los derechos prescriptivos y heredados: no toca la cuestién del contenido de esos derechos. El concepto de Burke de la sociedad civil lleva direc- tamente a su teoria de la representacién. En primer lugar, la regla de la mayoria simple no tiene ningun valor: Fuera de la sociedad civil, la naturaleza no sabe nada de ella; ni los hombres se ven Ilevados a someterse a ella de otro modo que por un larguisimo entrenamiento, ni siquiera cuando viven segun el orden civil... Este modo de deci- sidn...debe ser el resultado de una convencién muy paracular y especial, confirmada tucgo por largos habitos de obedien- ata, por una especie de disciplina en sociedad, y por una mano fuerte, investida de un poder inmutable y permanente. para imponer esta suerte de voluntad general constructiva. tA 6.212-3.) Burke pasa a sefialar que algunos Estados contempo- raneos exigen, para convalidar algunos de sus actos, una proporcién de voces mayor que una mayoria sim- ple, y para otros actos menor que ésta. Es totalmente una cuestion de convencién, no de derecho natural, y s6lo puede ser decidida por un pueblo disciplinado: --cntrando en pormenores, es igualmente claro que ni en Francia ni en Inglaterra cl pacto original, o cualquier pacto posterior, del Estado, expreso o implicito, ha constituido ana mayoria de los hombres, en niimero, que tuese la gente activa de sus diversas comunidades. (A 6.215-6.) No solo no habia alli ninguna defensa del pacto o la convencién para la regla de la mayoria, sino que la presuncién era contra ella hasta por razones utilitarias generales: porque los mas no siempre saben cual es su propio interés. «La voluntad de los mas y su interés muy a menudo difieren.» (R 141.) éCémo, pues, debe ser representado el interés gene- ral? Lo primero en lo que Burke insistia era en que la gran propiedad debja estar representada fuera de toda proporcién con respecto al numero de los poseedores. 74 C. B. Macpherson No hay representacion justa y adecuada de un Estado si no representa su capacidad tanto como su propiedad. Pero como la capacidad ¢s un principio vigoruso y activo, y la propiedad es floja, inerte y timida, nunca puede ésta hallarse segura de las invasiones de la capacidad a menos que sea predominante, fuera de toda proporcién, en la representacién. Debe estar representada también en grandes masas de acumulacion, 0 no estara adecuadamente protegida. La esencial caracteristica de iedad, formada por los principios combinados de su Gn y conservacion, es ser desigaal. Por ello, las gran- des cantidades, que despiertan la envidia y tientan a la rapa- cidad, deben ser puestas fucra de la posibilidad de peligro. Luego, ellas forman una muralla natural alrededor de las pro- piedades menores, en todas sus gradaciones. .-El saqueo de lo menos daria, en verdad, una parte incon- cebiblemente pequefa en ta diseribucién a los mas. Pero los mas no son capaces de hacer este calculo... (R 140) Este principio era perfectramente coherente con la defensa de Burke del gobierno de una «aristocracia natural», pues los miembros de tal cuerpo, que Burke se niega a considerar como una clase —«una verdadera aristocracia natural no constituye un grupo de intereses separado en el Estado o separable de éste»—, tenian que ser personas de grandes propiedades. Formaban tal cuerpo principalmente la nobleza y la pequefia aristo- cracia, que eran personas desocupadas, cultas y estaban educadas en el espiritu de noblesse oblige, pero incluia también a hombres de leyes, de las ciencias y de las artes, y a «ricos negociantes, de quienes se presume, por su éxito, que tienen una inteligencia aguda y vigo- rosa, y que poseen las virtudes de la diligencia, el or- den, la constancia y la regularidad, y que han prestado una consideraci6n habitual a la justicia conmutativa» (A 6.218). Todos ellos deben asumir «la conduccién, la guia y el gobierno» de la sociedad, cratarlos meramente como otras tantas unidades «es una horrible usurpa- cién» (A 6.218-9). Toda la clase capacitada para tener el derecho de voto no era mucho mas grande. Burke hizo un calculo aproximado de sus dimensiones: Burke 5 Calculo que eo Inglaterra y Escocia los hombres de edad adulta, pero no en el ocaso de su vida, que disponen del ocio necesario para tales discusiones y de algan medio de infor- maci6n, mis o menos, y con independencia de juicio tal vez asciendan a unos cuatro mil (aproximadamente). Existe un representante natural del pucblo. Este cuerpo es ese repre- sentante; y de este cuerpo, mas que de los vorantes legales, depende el representance artificial. Este es el publico briti- y es un publico muy numecroso. El resto, cuando ¢s débil, es objeto de proteccién; cuando es fuerte, cl instru- mento de la fuerza. (RPI 8140-41.) Este «publico» se corresponde bastante bien con el electorado existente: .-Questra representacion ha sido hallada perfectamente ade- cuada a todos los fines para los que cabe desear o idear una represencacion. Desafio a los enemigos de nuestra constitu- na que demuestren lo contrario. (R 146.) Hay una o dos discrepancias evidentes en ¢l erata- miento de Burke de la representacién, pero no son de importancia. En las Reflexiones censura a los franceses por haber abandonado «los elementos de una constitu- cién casi tan buena como lo que se podria desear». En vuestros vicjos estados...ten¢is toda esta combinacion y tada esta oposicién de intereses, tenéis esa accion y oposicion que, cn ef mundo natural y en el politico, crea la armonia del universo a partir de Ja lucha entre poderces discordantes. Es- tos intereses Opuestos y cn Conflicto que considerastcis un defecto tan grande cn vuestra antigua constitucién y en la actual interponen un freno saludable a todas las resolucioncs: precipitadas. Hacen de la deliberacion un asunco, no de elec- cidn, sino de necesidad; hacen de codo cambio un objeto de campramisa, que naturalmente genera la moderacién... (R 122.) Este elogio de una constitucién que contrapone los intereses opuestos de diferentes ordenes o clases no se compagina bien con su defensa de la «representacién verdadcra», la cual supone que no hay ninguna dife- rencia de incereses de clase: 6 C. B. Macpherson La represencacion verdadera es aquella en la que hay una comunién de intereses y una simpatia en los sentimientos y deseos entre aquellos que accian en nombre de cualquier género de personas y las personas en cuyo nombre actian Esta es la representacion verdadera. Pienso que cal represen- taci6n es, en muchos casos, ain mejor que la real. Posee la mayoria de sus ventajas y esta exenta de muchos de sus in- conveniences... (HL 6.360.) Esto fue escrito en 1792. En 1796 Burke admitio que los ingleses eran un pueblo dividido, pero no con- sideré esto como una division en clases: era una divi- sién entre los miembros de la clase dominante que ha bian sido engafiados por los jacobinos y los que no habian sido engafiados pero estaban de cal modo incli- nados a la paz que no apoyarian la exigencia de Burke de una guerra cotal contra Francia (RPI 8.140-43). Burke era consecuente hasta el fin: las personas nunca estan divididas excepto cuando algunas de ellas estan equivocadas. La defensa de la representacién verdadera frente a la representacién real de los mas quedé in- tacta. En verdad, hasta su recomendacién de enfrentar constitucionalmente los poderes discordantes la hace con el argumento de que esto engendra una armonia natural; «en el mundo natural y en el politico... la lucha entre poderes discordantes crea la armonia del uni- verso» (R 122). Burke vio en el universo una armonia subyacente a los movimientos opuestos y la ha crasla- dado al mundo real como un Principio constitucional. éCémo llegé a esta visidn armoniosa del Universo? Evidentemente, tiene mucho en comin con el con- cepto medieval cristiano de derecho natural, de manera que es plausible atribuir su posicién, como ha hecho una escuela de sus intérpretes, a su aceptacién de, y su reiterada insistencia en, el derecho natural cristiano. Pero apoyar la explicacién en esto equivale a pasar por alto el hecho de que Burke habia dado un contenido muy diferente a su derecho natural. Se trata de un contenido social y econdmico, que sdlo puede haber Burke 7 derivado de su concepcién de la sociedad contempora- nea. Para ver esto, debemos volver a la economia poli- tica de Burke. 5. El economista politico burgués Ya hemos sefialado que Burke fue un asiduo estu- dioso de los asuntos econémicos y la politica comercial desde los comienzos de su carrera politica. Conside- raba que esto formaba parte de su deber como miem- bro del Parlamento, y hay muchas pruebas de su labo- riosidad a este respecto, particularmente su detallado analisis econémico de las Observaciones (1769). El mismo se recomend6 a su electorado de Bristol, en el decenio de 1770, en parte sobre la base de su conoci- miento de los principios comerciales. Su defensa de una politica mas indulgente con las colonias americanas y con Irlanda, y su ataque sostenido contra la Compa- fia de las Indias Orientales, tenian un fundamento si- milar. Después de dejar el Parlamento, se jactaba de todo lo que habia hecho «en el campo de la economia politica» como miembro del Parlamento y aun antes, afirmando que la pensién que se le habia otorgado después de su retiro estaba justificada aunque se le considerase «sdlo como un economista»: R2 C. B. Macpherson Si no la hubiese juzgado de algun valor, no habria hecho a la economia politica objeto de mis humildes escudios, desde mi muy temprana juvencud hasta casi cl final de mis servicios en el Parlamencto, atin antes (al menos, segun mi conoci- miento) de que hubiese atraido la atencién de los pensadores de owas partes de Europa. Por entonces, atin estaba en su infancia en Inglaterra, donde habia nacido en el siglo pasado. Hombres grandes y sabios pensaron que mis estudios no eran cotalmente de despreciar, y se dignaron comunicarse con- migo, ahora y entonces, sobre algunos puntos de sus obras inmortales. Partes de esos estudios pueden aparecer inciden- talmence en algunos de los primeros escritos que publiqué. La Camara ha sido tcstigo de su influencia, y los ha aprove- chado mas o menos durante mas de veintiocho afos. (NL 8.27.) Ya hemos sefalado, también, que Burke no sdlo te- nia ta limicada habilidad de un analista de la politica econdmica, sino asimismo cierta comprensién de los amplios principios de la economia politica, de la impor- tancia subyacente de las relaciones econdmicas de clase (como en la Vindicacién y en el Opsdsculo sobre las Leyes del Papismo) y de como las relaciones mercantiles ha- bian penecrado en las relaciones sociales y politicas (como en La Reforma Econémica). Pero sélo después de que la amenaza de la Revolucion Francesa le obligé a embarcarse en una teoria mas general se permitid Burke hacer algo similar a una formulacién plena de sus supuestos sobre economia politica. La mas com- pleca formulacién de ellos, ios Pensamientos y Detalles sobre la Escasez (1795), fue una respuesta a la amenaza adicional al orden establecido que percibié interna- mente, pero remitid esta amenaza a los mismos falsos Principios que veia subyacentes en la politica revolu- cionaria francesa. La nueva amenaza era el espectro de Spcenhamland. Los jueces de paz de Speenhamland, Berkshire, no le- jos de la propiedad de seiscientos acres de Burke, en el condado contiguo de Buckinghamshire, habian puesto en practica ese afio un sistema de pagos a los trabajado- res que aumentaban sus salarios, en una escala relacio- Burke 83 nada con el camafo de la familia del crabajador y cl coste del pan. Lo habian hecho en respuesta a la aguda miseria de los trabajadores, cuyos salarios estaban a la sazon por debajo del nivel de subsistencia. Burke te- mia que el gobierno hiciera de esto una politica nacio- nal, y escribid para urgirlo a que no lo hiciese. Una accion semejante, sostenia, seria inucil y perjudicial: secaria totalmente las fuentes de la empresa, lo cual haria empeorar la situacién de los trabajadores; y ello porque seria una interferencia antinatural e impia con- tra las leyes del mercado y un impuesto arbitrario so- bre la propiedad (S 7.380). Podia ser considerada como un alivio efectivo de la situacién de los pobres sdlo por hombres ignorantes u olvidados de las leyes de la eco- nomia politica. Burke escribia para hacer conocer o recordar tales leyes a esos hombres, y la conexién ne- cesaria de esas leyes con la defensa de la propiedad y, por ende, de la civilizacién. El argumento se basa en los mismos supuestos econdmicos que los de las Refle- xiones, de cinco afios antes, y de La Paz Regicida, de uno o dos afios ances. Para comprender cuan importantes eran para la teo- ria politica de Burke sus supuestos burgueses sobre el orden econémico real y el deseable, debemos primero considerar su evidente predileccién por una economia de mercado libremente competitiva, y luego su su- puesto fundamental, que es observado con menos fre- cuencia: el de que el mercado cuya naturalidad, necesi- dad y justicia él celebra era especificamente un mer- cado capitalista. La preferencia de Burke en materia de politica co- mercial era siempre el libre comercio, excepto cuando consideraciones diplomaticas y estratégicas exigian cierta atenuacién de ese principio, como pensaba que era cl caso de las Leyes de Navegacion inglesas. El comercio internacional podia ser, y, cuando era factible y deseable, debia ser, un instrumento de la guerra eco- nomica. Los tratados comerciales, como el concertado con Francia en 1787, no debian hacerse por motivos a corto plazo, como el obtener ventajas econdémicas in- 84 ©. B. Macpherson mediatas, sino por sus probables efectos a largo plazo en el debilitamienro o el fortalecimiento de una nacién rival. La posicién de Burke en este punto, a la que llegé de manera independiente, coincidia con la salve- dad de Adam Smith sobre el /aissez-faire: la defensa es mas importante que la opulencia. Pero sobre las virtudes del daissez-faire internamente Burke no abrigaba ninguna duda. Una economia de mercado competitiva y auto-regulada era el ideal. Era el sistema mas eficiente de produccién. Era el sistema mas equitativo de distribucién del producto total. Y hasta era de mandato divino, lo que hacia de ella algo necesario y equitativo. El sistema que Burke consideraba como natural y necesario, y al que elogiaba por ser eficiente y equita- tivo, no era una simple economia de mercado en la que Ppequeiios productores independientes —campesinos y artesanos— intercambiaban sus productos para su mu- tua ventaja. Era una economia especificamente capita- lista. El motor del sistema era el deseo de acumulacién. El mecanismo era el empleo del trabajo asalariado por el capital, para proporcionar un beneficio al capitalista. Era este sistema el que Burke consideraba natural, ne- cesario y equitativo. La prueba de esto es clara, aunque los admiradores de Burke a menudo no la sefalan ni le dan mucha importancia. Sélo después de haberla exa- minado estaremos en condiciones de apreciar su ex- traordinaria realizacién teérica. El deseo de acumular, que Burke admitia como na- tural, al menos en aquellos que ya tenian algun capital, era la fuente de la prosperidad de todo Estado: Debe permitirse a los hombres adinerados hacer valer su dinero; si no lo hiciesen, no podrian ser adinerados. Este deseo de acumulaci6n es un principio sin el cual no podrian existir los medios de su servicio al Estado. El afan de lucro, aunque a veces es Ilevado hasta un extremo ridiculo, y otras veces a un extremo vicioso, es la gran causa de la prosperidad de todos los Estados. Este principio natural, razonable, pode- roso y prolifico... el estadista debe emplearlo tal como es, con todas sus excelencias concomitantes, con todas sus im- Burke 8S perfecciones evidentes. Su papel. en este caso. como en to- dos los otros casos en que hace uso de las energias generates de la nacuraleza, es tomarlas tales como son. (RP3 8.354.) La avaricia no importa: cuanto mas avaro es el em- pleador, tanto mas debe cuidar de sus trabajadores: Pero, éy si el granjero es demasiado avaricioso? Pues bien, tanto mejor, cuanto mas desee aumentar sus ganancias, tanto mas interesado estara en la buena situacién de aquellos de cuyo trabajo dependen principalmente sus ganancias. (S 7,385.) Burke no cambié de posicién en los treinta afios transcurridos desde su primera descripcién de la avari- cia como encomiable porque conduce a la acumulacién de capital y a la riqueza de la nacién (P 9.387), descrip- cié6n que ya hemos citado, en el Capitulo 3, pag. 26 (21). Burke daba por evidente que los ingresos de los capitalistas provienen de la plusvalia creada por los productrores reales, y consideraba esto beneficioso para la comunidad, siempre que la plusvalia fuese llevada de vuelta a la produccién. Al hablar, como hacia a me- nudo, de los capitalistas terratenientes (la clase de capi- talistas que mejor conocia, pues é! mismo era uno de ellos, pero no actuaba de modo diferente de cualquier otro), escribid: En toda comunidad préspera, se produce algo mas que lo destinado al sustento inmediato del productor. Este exce- dente constituye la renta del capitalista terrateniente. Sera kastado por un propictario que no trabaja. Pero este ocio es es el acicate de la industria La Unica preocupacién del Estado ¢s que cl capital tomado en alquiler de la erra sea devuelto a la industria de la que provienc... (R 270.) Para él era claro que el rico vivia del trabajo del pobre, pero sostenia que esto no constituia una razén para redistribuir la riqueza, por dos razones. En primer lugar, una redistribucién al por mayor daria a cada po- 86 C. B. Macpherson bre una cantidad insignificance. Pero mas importante es que secaria las fuentes de la riqueza. ..-todas las clases y tipos de ricos...son los pensionados de los pobres, y son mantenidos por el exceso de éstos. Se hallan bajo una absoluca, hereditaria e irrevocable dependencia de aquellos que trabajan y son Ilamados erréneamente los po- bres. Los trabajadores sdlo son pobres porque son numerosos. La cantidad, en su especie, implica miseria. En una distribu- cién justa cntre una gran multitud, nadie puede tener mucho. La clase de los pensionados dependientes Ilamados los ricos es tan extremadamente pequefia que, si se les cortase la gar- ganta a codos y se hicise una distribucidn de todo lo que consumen en un afio, no daria ni un trozo de pan y de queso para la cena de una sola noche a aquellos que trabajan, y que en realidad alimentan a los pensionados y a si mismos. Pero no se debe corcar la garganta de los ricos ni saquear sus almacencs, porque ellos son los que administran para aquellos que trabajan y sus tesoros son los bancos de estos ultimos... (S_7.376-7.) Burke no tiene ninguna paciencia con la charla de moda sobre «los pobres trabajadores» ni con los planes de beneficencia para los pobres sanos: Hasta ahora, el nombre de pobres (cn el sentido en que se usa para provocar la compasidn) no ha sido usado para aque- llos que pueden trabajar, sino para los que no pueden traba- jar: para los enfermos ¢ invalidos; para los nifios huérfanos, para los ancianos languidecientes y decrépitos. Pero cuando fingimos compadecer como pobres a aquellos que deben tra- bajar porque de lo cone: el mundo no existiria, hablamos frivolamente de la condicién de la humanidad. (RP3 8.368.) No solamente los pobres sanos deben trabajar para mantener el mundo en funcionamiento, sino que ade- mas deben hacerlo en condicién de asalariados que venden su capacidad de trabajo como una mercancia por un salario que determinan las fuerzas impersonales del mercado. Esto era necesario porque constituia la fuente de! beneficio que engendraba el capital que Burke 37 mancenia funcionando el mundo. En opinion de Burke, como ahora veremos, la relacién salarial no sélo era necesaria, sino también natural, y por ende equitativa. Burke no siempre distinguia entre el capitalista como persona que recibe un interés 0 un alquiler y el capitalista como empresario que asume un riesgo, pero tenia claro que el motor principal de todo el sistema productivo era el beneficio obtenido mediante el em- pleo de trabajo asalariado, que debe ser considerado sencillamente como una mercancia del mercado; El trabajo es una mercancia como cualquier otra, y sube o baja de acuerdo con la demanda. Esto esti en la naturaleza de las cosas... (S 7.379.) La demanda depende de la capacidad del empleador para obtener un beneficio mediante el empleo de tra- bajo asalariado: Hay un contrato implicito, mucho mas fuerte que cual- quier documento o forma de acuerdo, entre el rrabajador de cualquier oficio y su empleador: que ¢l crabajo...sera sufi- ciente para pagar al empleador un beneficio sobre su capital y una compensacién por su riesgo. (S 7.380.) Los salarios, por la naturaleza de las cosas, deben depender de la oferta y la demanda en el mercado. Puesto que el abajo es una mercancia, «y como tal un articulo de comercio», cl trabajo debe estar sometido a todas las leyes y principios del comercio, y no a regulaciones ajenas a éstos y que puc- den ser cocalmence incompatibles con esos principios y esas leyes. Cuando se lleva una mercancia al mercado, no es la necesidad del vendedor, sino la del comprador, la que eleva el precio. La extrema necesidad del vendedor tiene mas bien (por la naturaleza de las cosas, con la que lucharemos en vano) el efecto directamente contrario... La imposibilidad de subsistencia de un hombre que lleva su capacidad de trabajo aun mercado es totalmente ajena a la cuestion... La dnica cuestion ¢s: ¢qué vale para el comprador? (S 7.386.) 88 C. B. Macpherson El mercado de trabajo es como cualquier otro mer- cado de mercancias; esta gobernado por leyes natura- les que el Estado no puede contravenir. Si el Estado tata de elevar los salarios por encima del nivel del mercado, no es de ninguna ayuda para el asalariado: Si las autoridades elevan el precio de una mercancia por a del beneficio que le rendira al comprador, esa mer- cancia sera con la que menos se comercic. Si... se hace el intento de forzar la compra de la mercancia (del wabajo, por ejemplo), ocurrira una de estas dos cosas: o bien el compra- dor forzado se arruina, o bien el precio del producto del trabajo se eleva en esa proporcién. Enconces la rueda sigue girando, y el mal lamentado cae con mayor peso sobre el lamentador. (S 7.387.) Burke afirmaba que a los asalariados no les habia ido demasiado mal en Inglaterra, en los afios recientes, y respaldaba su afirmacién con pruebas de primera mano tomadas de su propia observacién: Si la felicidad del hombre animal (que, ciertamente, tiende a la felicidad del hombre racional) es objcto de nuestra esti- maci6n. entonces afirmo sin la menor vacilacién que la situa- cién de los trabajadores (de toda clase de trabajos y de todas las jerarquias de trabajo, desde las mas elevadas hasta las mas bajas inclusive), en conjunto, ha mejorado enormemente, si es una medida de la mejora el recibir mas y mejores alimen- tos. (§ 7.378.) Luego entraba en considerables detalles sobre los destinos de varios sectores de la clase asalariada que é] conocia directamente, o sea, los asalariados agricolas, o «trabajadores de la agriculrura» (S. 71388-90): todos ellos estaban bastante bien. Pero el principio en el que mas insistia, en aquellos afios en que el mercado no favorecia a los asalariados, hasta el punto de que los salarios estaban por debajo del nivel de subsistencia, era el de que el Estado no debia intervenir: Burke 89 dor esta por debajo del nivel de subsistencia necesario, y la calamidad de los tiempos es tan grande que surge la amenaza del hambre? ;Debe abandonarse al pobre trabajador al duro corazén y la garra del egoismo mezquino, apoyado por la espada de la ley, especialmente cuando hay razones para su- poner que la avaricia de los granjeros se ha sumado a los errores del gobierno para llevar el hambre al pais? En este caso, mi opinion es la siguiente. Cuando un hom- bre no puede reclamar nada de acuerdo con las reglas del comercio y los principios de la justicia. sale de este ambito y pasa a la jurisdiccion de ta misericordia. En este campo, cl magistrado no tiene absolutamente nada que hacer: su inter- ferencia es una violacion de la propiedad, que es su obliga- cidn proteger. (S 7.390-1.) La regulacion estatal de salarios o la intervencién en el mercado de trabajo, pues, no solo era inutil, sino también injusta. Eran «las reglas del comercio» las que constituian «los principios de la justicia». La justicia distributiva de Burke, como la de Hobbes un siglo y medio antes, era la justicia del mercado. Burke plantea el mismo punto categoricamente y lo remite a la obser- vacion comun: Nadie, creo, ha observado con alguna reflexion lo que es el mercado sin quedar asombrado ante la verdad, la correccién, la celeridad y la equidad general con que se establece el equilibrio de necesidades. (S 7.398.) Burke se explaya sobre esta idea de la necesidad, y por ende la equidad, del mercado capitalista con ex- traordinaria extensién. Sabia que este orden condenaba a muchos de los trabajadores a una existencia subhu- mana, pero esto debia aceptarse en interés de «la gran rueda de la circulacién», como se muestra en su refe-- rencia a los que trabajan desde el alba hasta cl anochecer en las innumerables ocupa- ciones serviles, degradantes, indecorosas y a menudo total- mente insalubres y pestiferas, a las que la economia social condena incvitablemente a muchos desdichados. Si no fuera en general pernicioso perturbar ¢l curso natural de las cosas y 90 C. B. Macpherson obstaculizar, en cualquier grado, la gran rueda de la circula- cién que es hecha girar por el trabajo extrahamente impuesto de estos infelices, me sentiria infinitamente mas inclinado a liberarlos por la fuerza de su miserable labor... Estoy seguro de que ninguna consideracién, excepto la necesidad de some- terse al yugo de! lujo y el despotismo de la fantasia, que en su propio modo imperioso distribuira el producto excedente del suclo, pucde justificar ta tolerancia de tales oficios y em- pleos en un Estado bien regulado. (R 271.) Pero tal ordenamiento debia ser tolerado: sus victi- mas no podian ser rescatadas de «el curso natural de las cosas». Sin embargo, Burke, en general, tenia una visién mas optimista de la situacién del asalariado, en parte por las razones empiricas que ya hemos sefialado, pero fundamentalmente por su visién providencialisca del Universo. Si las cosas eran duras para el trabajador, como a veces sucedia, esto era simplemente un inci- dente temporal en el funcionamiento de un orden na- tural divinamente establecido. Es el deber de los go- biernos y de todos los hombres reflexivos resistirse valientemente a la misma idea, especulativa o prac- tica, de que esti dentro de la comperencia del gobierno, como al, o aun de los ricos, como tales, proporcionar a los pobres las cosas necesarias que la Divina Providencia ha que- rido negarles por un momento. Nosotros debemos darnos cuenta de que no es violando las leyes del comercio, que son las leyes de la naturaleza y, por ende, las leyes de Dios, como podemos esperar atenuar el disgusto Divino para climinar cualquier calamidad que suframos 0 que nos amenace. (S 7,404.) Cualquiera que sea el juicio que nos merezca la teo- logia de Burke, no es necesario dudar de su certidum- bre de que las leyes del mercado son de mandato di- vino. Tampoco es necesario dudar de que su economia politica era la causa de que no hallase dificultad en aceptar este ordenamiento ni en recomendarlo a sus lectores. El supuesto central de su economia politica es notablemente similar a la «mano invisible» de Adam Burke gl Smith, aunque el supuesto de Burke es mas presuntuo- samente teoldgico: el benigno y sabio Senor de todas las cosas...obliga a los hombres, quiéranlo o no, a tratar de alcanzar sus propios intereses egoistas, para vincular el bien general con su propio éxito individual. (S 7.384-5). El orden natural es armonioso: slo la malignidad, la perversidad y las pasiones mal goberna- das de la humanidad, y en particular la envidia muta que sienten los hombres por su prosperidad, les impide verlo y reconocerlo... (S_ 7.384.) La conclusién inmediata de esto, por supuesto, era que el Estado no debe intervenir en el mercado, sobre todo, no debe intervenir en el mercado de salarios: Que el gobierno proteja y estimule la laboriosidad, asegure la propiedad, reprima la violencia y castigue el fraude; es todo lo que tiene que hacer. En otros aspectos, cuando me- nos intervenga, tanto mejor. El resto esta en las manos de nuestro Sefior que también es el suyo (RP3 8.367.) El paradigma de Burke era la relaci6n entre el gran- jero empleador y el trabajador agricola. Veia esta rela- cién como una curiosa mezcla de contrato libre y esta- tus consuetudinario, y esto nos lleva al centro de su vision del universo social. Los intereses del granjero empleador y los del trabajador eran idénticos: sus con- tratos no pueden ser onerosos para ninguno de ellos, pues si lo fueran, no se harian contratos: en el caso del granjero y el trabajador, sus intereses son sicmpre los mismos, y ¢s absolutamente imposible que sus contratos libres sean oncrosos para cualquiera de las partes. Esca en el interés del granjero que su trabajo sea hecho con efectividad y celeridad: y esto no puede suceder a menos que el erabajador esté bien alimentado y se satisfagan otras nece- sidades de la vida animal, de acuerdo con sus habitos, para 92 C. B. Macpherson mantener toda la fuerza de su cuerpo, asi como la alegria y animacion de su espiritu. (S 7.383.) Pero esta identidad de intereses operaba sdlo porque la relacién salarial formaba parte de una cadena natural de subordinacién que, para Burke, siguiendo a sus amados autores antiguos, se extendia desde el granjero empleador, a través de sus empleados humanos, hasta su ganado y finalmente a sus arados y palas: -de todos los instrumentos de su oficio fel del granjero}, el trabajo del hombre do que los autores antiguos Ilamaban el nstrumentum voale) cs aquel ea el que mas debe basarse para obtener cl beneficio de su capital. Los otros dos, el semivocale en la clasificacion antigua, esto es, el ganado que trabaja, y el instrumentum mutum, como los carros, arados, palas, etcétera, aunque no son en modo alguno desdefables en si mismos, son muy inferiores en ucilidad o en coste: sin una proporcién determinada del primero, no son nada. Pues en todas las cosas, cl espiritu ¢s lo mas valioso y lo mas importante; y en esta escala, toda la agriculrura esta en un orden natural y justo; ¢l animal es como un principio inspirador para el arado y el carro; el erabajador es como la raz6n para el animal; y el granjero es como un principio reflexive y conductor para el trabayador. Todo intento de romper esta cadena de subordi- fnavion en cualquier parte es igualmente absurdo... (S 7.383- aw El muwvo beneficio del granjero y el trabajador de- penden de fa aceptacion por ellos de esta cadena natu- ral y justa de subordinacién. Este sdlo es un caso particular de una regla mas ge- neral que Burke habia establecido en las Reflexiones, regla que es el nucleo de su economia politica. Ha- blando alli de la necesidad de la acumulacién del capi- tal, que, como hemos visto, era el punto de partida de su economia politica, escribia: Para poder servir, la gence, sin ser servil, debe ser eratable y décil. El magistrado debe recibir sus reverencias, y las leyes su autoridad. La mayoria de la gente no debe hallar los prin- Burke 93 cipios de subordinacion natural desarraigados de su mente por artificio. Deben respetar la propiedad que no pueden compartir. Deben trabayar para obtener lo que puede obte nerse mediante el trabajo; y cuando descubren, como ocurre comunmente, que el éxito no es proporcional al esfuerzo, se tes debe ensefiar a hallar consuclo en las proporciones finales de la justicia eterna. Quienquiera que los prive de este con- suelo, desvitaliza su laboriosidad y ataca a la fuente de toda adquisici6n y de toda conservacién. Quien esto hace es el cruel opresor... (R 372.) Este es el punto decisivo de la economia politica de Burke. La acumulacion es esencial. Sélo es posible si la gran mayoria de la gente acepta una subordinacion que generalmente le perjudica. Esta subordinacion es natu- ral y consuetudinaria: la gente comin la aceptara si no se la seduce por artificio. Es correcto que la acepte, pues esta en armonia con «las proporciones finales de la justicia eterna». El artificio seductor que Burke te- mia, por supuesto, era la propaganda igualitaria de los revolucionarios franceses y sus adeptos ingleses, que desharian toda la trama del orden social natural, con- suetudinario y justo de la subordinacién de los rangos. Todo el mundo sabe que Burke fue siempre un de- fensor de un orden social heredado de subordinacién de los rangos. Lo que no se ha advertido, en general, es que el orden tradicional que él defendia no era un orden jerarquico cualquiera, sino un orden jerarquico capicalisca. Su argumentacién contra los principios franceses era la misma que su argumentacién contra el principio de Speenhamland: unos y otros destruirian a la sociedad eradicional al destruir la condicién necesaria de la acumulacion capitalista, es decir, la existencia de una clase asalariada sumisa. El argumento de que la relacién salarial es equitativa es muy claro y se le puede basar, como hizo Burke, en el utilitarismo o en el derecho natural. El argumento utilitarista discurre asi: la continua acumulacién de ca- pital es un requisito de la civilizacién; la acumulacién (en cualquier sociedad que no sea una sociedad escla- vista o servil, que es inaceptable) exige una fuerza de 4 C. B. Macpherson trabajo asalariada cuyo salario deje un beneficio al capi- tal que la emplea; esto puede lograrse si, y sdlo si, se deja la determinacién de los salarios a las fuerzas im- personales del mercado, de la oferta y la demanda; estas fuerzas del mercado, al ser impersonales, no son arbitrarias ni se basan en la fuerza fisica, y por lo tanto son equitativas; por consiguiente, lo que se debe y puede, en buena conciencia, sostener es el orden capi- talista, pese a las penurias que a veces inflige a los trabajadores pobres. Sobre la base del derecho natural el argumento es mas corto pero menos sdlido: Jo que esta divinamente establecido debe ser equitativo; la relacién trabajo asalariado/capital forma parte del orden natural divi- namente establecido, por lo ranto, es equitativa. Aqui, la premisa menor, la de que el orden capiralista forma parte del orden divino y qatural, no es evidente: en verdad, al menos hasta fines del siglo x V1 la mayoria de los autores y predicadores la habrian considerado ab- surda. Pero Burke necesitaba el derecho natural y el divino porque no sdlo tenia que demostrar que el or- den capitalista era justo, sino también que era natural- mente aceptable para la clase obrera. Toda la estructura de la sociedad, insistia Burke, depende de la sumision de eSa clase. Y juzgaba que seguiria siendo sumisa si se la protegia de los principios de los «derechos del hom- bre» mediante una barrera de principios de derecho natural y cristiano. Burke fue mas astuto que la mayoria de sus contem- poraneos al darse cuenta de que la resurreccion del derecho natural cristiano era justamente lo que se ne- cesitaba. Para poder utilizarlo, en verdad, era menester cambiar su contenido, pues en general habia sido un severo critico de la moral de mercado. Su concepto de la justicia, tanto distributiva como conmutativa, se ha- bia basado en normas consuetudinarias y habia sido usado para defender a la sociedad medieval y la pri- mera sociedad moderna contra los avances del mer- cado. éViolencaba Burke, pues, el viejo derecho natural al Burke 95 convertirlo en el soporte del orden mercantil capita- lista? ¢Era exeravagante su supuesto de que el orden capitalista era el orden tradicional? Creo que no, pues la conducta capitalista y la moral capitalista, que habian hecho incursiones en la anterior sociedad durante todo el siglo Xvi, se habian impuesto en Inglaterra a media- dos del xvil. El derecho sobre la propiedad y las insti- tuciones politicas necesarias para el pleno desarrollo capitalista ya se hallaban instalados cuando fueron con- firmados por la Revolucién Whig de 1689. De modo que, por la época de Burke, el orden capitalista era de hecho el orden tradicional en Inglaterra desde hacia todo un siglo. Y habia Ilegado a serlo insertandose en un orden jerarquico mas antiguo sin alterar las formas politicas —subsistian el rey, la Camara de los Lores y la de los Comunes— ni las diferencias de clase fundamen- tales, las diferencias entre propietarios, empresarios y trabajadores. Asi, no tiene nada de sorprendente ni de incohe- rence que Burke se erigiese en campeon de la sociedad jerarquica tradicional inglesa y, al mismo tiempo, la economia de mercado capitalista. Creia en ambas, y creia que la segunda necesitaba de la primera. Pero puede plantearse atin una cuestién: admitiendo que Burke podia hablar, con coherencia, en defensa del capitalismo y del orden tradicional en Inglaterra, donde ya se habian fundido, ¢qué posicién podia adop- tar, Consecuentemente, con respecto a Francia y al resto de Europa, donde no se habian soldado, donde, en verdad, el capitalismo habia hecho escasos progre- sos, impedido por una estructura politica de poder compuesta, en grados diversos en los reinos y princi- pados continentales, de feudalismo y absoludsmo re- Bio? La cuesti6n surge, particularmente, en relacién con el ataque de Burke a la Revolucion Francesa. ¢Por qué se opuso tan vehementemente a ella, ya que, en opi- nién de los historiadores del siglo xix, tanto liberales como marxistas, fue esencialmente una revolucién bur- guesa, que traté de eliminar los impedimentos feudales % C. B. Mhepherson y absolutistas al surgimiento de un orden capitalista? Si la defensa por Burke de la tradicién y los derechos heredados, en el contexro inglés, era en el fondo la defensa de un orden capitalista, gpor qué no aplaudid en Francia a la revolucién que, al atacar alli el orden heredado, estaba despejando el camino para un orden capitalista en el Continente? No es respuesta suficiente decir que, como ya hemos sefialado, la principal preocupacién de Burke era im- pedir Ia difusion de los principios franceses en Inglate- fra, pues también se preocupaba por Europa. Como decia al comienzo de las Reflexiones, 61 estaba «preocu- pado principalmente por la paz en mi propio pais, pero en modo alguno soy indiferente a la paz en el vuestro». Por ello, empcezaré con los procedimientos de la Sociedad Revolucio- naria (Inglesa], pero no me limitaré a ella. eberia hacerlo? Me parece estar en medio de una gran crisis, no de los asun- tos de Francia solamente, sino de toda Europa, y quiza de mas que Europa. Tomando en cuenta todas las circunstancias, Ja Revolucion Francesa es la mas asombrosa que ha ocurrido hasta ahora en el mundo. (R 92.) La realista apreciacisn de Burke de la importancia global de la revolucién hace mas aguada a cuestion: ¢por qué no moderé al menos su ataque a una revolucién que, en la vision moderna, abriria los Estados europeos y sus dependencias coloniales a la benéfica operacién del orden mercantil capitalista? La respuesta breve es que Burke no era un historia- dor del siglo XIX. No veia‘la historia moderna como la conquista del poder por una clase. No consideré bajo este aspecto ninguna de las dos revoluciones del siglo Xvi en Inglaterra, y seria demasiado esperar que en 1790 viese la Revolucién Francesa como la verian los historiadores del siglo XIX. En verdad, se burlaba del tipo de hombres que, como el Tercer Estado, domina- ban efectivamente la Asamblea Nacional Francesa, pero se burlaba de ellos por considerarlos insignifican- tes abogadillos totalmente incapaces de poner orden en Burke oo los asunctos de una nacién. No eran la haute bourgeoisie cuyos miembros, en Inglaterra, se casaban con los de la aristocracia y dominaban la Camara de tos Comunes; eran una petite bourgeoisie de la que no se podia confiar que defendiese los intereses de la propiedad estableci- dos. Para él, la Asamblea se componia en gran parte de oscuros abogados provinciales, administradores de pequefos municipios locales, fiscales rurales, notarios y toda la serie de agentes de los litigios municipales, los promotores y conduc- tores de las pequefias guerras de aldea. (R 30.) Y predecia que el pais terminaria gobernado totalmente por los agitadores de los ayuntamien- tos, directores de asignados, y administradores para la venta de las tierras de la Iglesia, fiscales. agentes, cambistas, especu- ladores y aventureros... (R 313.) Lo que hacia incompetentes a esos hombres no era que no tuviesen propiedades, porque tenian un poco y codiciaban mas, sino que no tenian la sustancial pro- piedad establecida que daba su solidez a la Camara de los Comunes. Tenian «apenas...las mas ligeras huellas de lo que llamamos el natural interés en la tierra del pais»; no se distinguian, como los miembros de la Ca- mara de los Comunes, «por el rango, el linaje, la ri- queza heredada o adquirida, el cultivo de aptitudes, en cuestiones militares, civiles, navales, y por la distincién politica...» (R 132.) Los unicos hombres ricos que Burke veia benefi- ciarse, al menos a corto plazo, de la Revolucién eran los hombres adinerados cuya riqueza estaba en sus va- lores de la deuda publica. Observé que no se habian fundido, como habian hecho los hombres adinerados de Inglaterra, con la nobleza y los terratenientes. En Francia, «la circulacién general de la propiedad, y en particular la mucua convertibilidad de la tierra en di- nero y del dinero en la tierra, siempre habia sido una cuestion dificil». Diversas estipulaciones de la ley fran- cesa «habian manrenido en Francia mas separados a los 8 C. B. Macpherson terratenientes y los hombres adinerados, menos mez- clables, y los poseedores de los dos tipos distintos de propiedad no estaban tan bien dispuestos unos a otros como en este pais» (R 209-10). Estos hombres adine- rados, envidiosos de los rangos y titulos que se les negaba, se alegraban de poder atacar a la nobleza me- diante la Corona y la Iglesia, y de apoyar la confisca- cién de tierras de la Iglesia. Burke se burlaba de esos «cambistas» y de los «oscuros abogados provinciales» y «fiscales rurales», pero no los consideraba como una clase que buscase la transformacién del orden econd- mico. Es bastante claro que Burke no veia la Revolucion como una transferencia de poder a una burguesia sdlida ni como una supresién de obsticulos feudales a un respetable orden burgués que se esperaba que sur- giese. En verdad, argiifa que la Revolucién podia ser tan perjudicial para el comercio y la industria como él creia que lo seria para las artes civilizadas y el saber, pues habian llegado a la fuerza que tenian en ese mo- mento bajo la proteccién del Antiguo Régimen: el comercio, la artesania y la manufactura, los bienes de nues- ros politicos econdmicos... ciertamente crecieron bajo la misma sombra en ta que florecid el saber. También pueden decaer con sus principios protectores naturales. Con voso- tros, al menos en el presente, amenazan con desaparecer jun- tos. (R 174.) Veia la wansferencia de poder a la Asamblea Nacio- nal de leguleyos como una amenaza al avance capita- lista en Francia, no como un instrumento de él. Ade- mas, pese a su inclinacién por la historia, Burke creia tan firmemente como su contemporaneo Bentham, que carecia de todo sentido histérico, que un ataque a cual- quier sistema establecido de propiedad era una ame- naza a todo tipo de propiedad. La rapacidad innata de quienes tienen poca propiedad o ninguna aumenta enormemente cuando se abre una brecha en un sistema establecido. La brecha actual es tan devastadora para el capitalismo emergente en Francia como lo seria para el Burke 99 capitalismo establecido en Inglaterra, si aqui se copiara la revolucién. Esto no era una mera especulacién abs- tracta ni se basaba sdlo en la historia: ya estaba ocu- rriendo en Francia, donde el gobierno revolucionario, partiendo de la confiscacién de las terras de la Iglesia, finalmente se ha lanzado a descruir de manera complcta toda propiedad de todo género a lo largo de toda la extensién de un gran reino. Han obligado a todos los hombres, en todas las transacciones comerciales, en la disposicién de las tierras, en los asuntos civiles y en todos los aspectos de la vida, a aceptar como pago perfecto y curso legal los simbolos de sus especulaciones con una proyectada venta de su botin. (E 261.) Que Burke percibia en cierta medida que existian sustanciales intereses burgueses en Francia lo sugiere la estima en que tenia a Necker y Calonne, cuyas polid- cas, en sus breves actuaciones como ministros de finan- zas pocos afios antes de 1789, de haber sido aceptadas, podian haber evitado la revolucién. Y podemos supo- ner que conocia la obra de economistas franceses como Turgot, quien habia considerado la relacién capical- trabajo asalariado como una necesidad obvia, al afirmar que «toda empresa importante de comercio € industria requiere la combinacién de dos pos de hombres, em- presarios y trabajadores asalariados... Este es el origen de la distincién entre ellos, que se funda en la natura- leza de las cosas». Ademas, sdlo en el supuesto de que Burke tenia cierta idea, por vaga que fuese, de que habia en Francia sustanciales intereses burgueses, tiene algun sentido su creencia de que la revolucién, en Francia, podia haber sido una suave revolucién whig. Y ésta era su creencia. La vieja constitucion francesa, con sus limites al poder real, podia haber sido restaurada, como habian hecho los ingleses en 1689. Si hubiéscis dado a entend que estibais resueltos a rea- sumir vuestros antiguos privilegios, pero conservando el cs- piritu de vuestra antigua y vuestra reciente lealtad y honor; o 100 C. B. Macpherson si, desconfiando de vosotros mismos, y no discerniendo cla- ramente la casi olvidada constitucién de vuestros antepasa- dos, hubiéseis contemplado a vuestros vecinos de esta tierra, que han mantenido vivos los antiguos principios y modelos del viejo derecho consuetudinario de Europa adaptados al estado actual, siguiendo sabios ejemplos, habriais dado nue- vos ejemplos de sabiduria al mundo. (R 123.) La monarquia francesa fue incapaz de introducir re- formas. La riqueza y la poblacién del pais habian estado creciendo constantemente, prueba suficiente de que su gobierno no era fan opresivo, © tan corrupto © tan negligente como para ser incapaz de toda reforma. Pienso que tal gobierno bien merece que se elogien sus bondades, se corrijan sus faleas y se mejo~ ren sus posibilidades mediante una constitucién como la bri- tanica. (R 236.) La idea de Burke de que los franceses, en 1789, podian haber hecho algo similar a la Revolucién In- glesa de 1689 seria increiblemente ingenua si no hu- biese supuesto que existia alguna semejanza entre las fuerzas que actuaban, aun siglo de distancia, en los dos paises. Hasta qué punto vio que esas fuerzas, en ambos casos, eran especificamente capitalistas es dudoso. Comprendia claramente que Inglaterra era un orden capitalista, pero no asigné una fecha al surgimiento de este orden ni lo atribuyé a la Revolucién Whig. Lo mas que podemos decir con certeza es que él creia que Francia habria podido lograr en 1789 algo similar a la Constitucion Inglesa, y que la Asamblea Nacional ha- bia actuado deliberadamente para impedirlo. Hizo ex- plicitamente esta observacién en su primer pronuncia- miento sobre la Revolucién, en su Discurso sobre los Presupuestos del Ejército, el 9 de febrero de 1790: Ellos se han atraido sobre si mismos todas las calamidades que sufren para no llegar, mediante cllas, a una constitucion como la britinica, se han sumergido de cabeza en esas calami- dades para impedir que se establezca tal constitucién, o algo semejante a ella. (AE 5.14.) Burke 101 La Revolucion Francesa fue justamente !o contrario que la Inglesa. Los ingleses cambiaron de reyes pero dejaron la constitucién intacta. «Por consiguiente, el Estado florecié... Comenzé entonces un periodo de mayor prosperidad doméstica, y atin continua... Se despertaron todas las energias del pais.» (AE 5.20-21.) Asi, la condena de Burke de la Revolucién Francesa no sélo es compatible con su elogio de la Revolucién Whig, sino que se sigue ldgicamente de él. Y puesto que vinculé la Revolucién Whig con la «mayor prospe- ridad doméstica» que habia comenzado por entonces en Inglaterra, y condend la Revolucién Francesa por haber «cortado tas raices de toda propiedad y, por con- siguiente, de toda prosperidad nacional» (AE 5.13), quiza no sea excesivo ver cierta coherencia burguesa en su tratamiento de las dos revoluciones. Sin embargo, para volver a la primordial preocupa- cién de Burke por la situacién en Inglaterra, hemos visto que no se equivocaba mucho al considerar a la sociedad capitalista de este pais como una sociedad tra- dicional. Es verdad que el mercado no habia triunfado en forma absoluta en Inglaterra. A veces se levantaban voces contra él dentro del orden establecido, como en el caso de los jueces de Speenhamland. Esto hacia mu- cho mas importante para Burke tratar de impedir que esas voces hicieran causa comin con la nueva ideologia francesa, mucho mas peligrosa. Su genio residié en comprender que la sociedad ca- pitalisca de fines del siglo xvii atin dependia mucho de la aceptacién del estatus. El contrato no habia reempla- zado al estatus: dependia de él. La vision histérica de Burke, en este caso al menos, era mas valida que la de analistas del siglo X1X, como Sir Henry Maine, que atin puede ser tomada como la sabiduria heredada, es decir, que en los ultimos siglos se ha producido un movimiento del estatus al contrato. Burke comprendié que, hasta su €poca, el movimiento no habia sido del estatus al contra- rio, sino del estatus al estatus, esto es, de una diferencia- cién de escatus feudal, que reposaba en la capacidad 102 C. B. Macpherson’ militar, a lo que ahora llamariamos una diferencia de estatus internalizada, que se basa solamente en el habitoy la tradicién, o sea que la clase subordinada seguia acep- tando su posicién tradicional en la vida. Con una base no mas s6lida que ésta, podia ser socavada facilmente. Burke, reconociendo esta fragilidad, no tuvo mas reme- dio que llamar al derecho natural cristiano. Este siempre habia defendido aun orden social tradicional contra toda amenaza. Ahora el contenido del orden social habia cam- biado, y en Inglaterra habia cambiado desde hacia un tiempo suficiente como para que el nuevo contenido fuese ya tradicional. Asi, ahora el derecho natural podia ser usado apropiadamente para defender el nuevo orden social tradicional contra nuevas amenazas, tanto mas cuanto que el nuevo contenido usaba las viejas formas. Burke, pues, no debe ser condenado por hacer dar al derecho natural cristiano un giro de ciento ochenta grados, sino que se le debe alabar por haber compren- dido que la sociedad habia dado el mismo giro. Pero esto no exonera a los que presentan a Burke como un defensor del derecho natural cristiano puro sin com- prender que dio un nuevo contenido burgués al dere cho natural. Esto es entender erréneamente la v real de Burke. E ignora la cuestién de la utilidad de un retorno a Burke a fines del siglo xx. 6. ¢Burke para fines del siglo xx? E] problema Burke expuesto en las paginas iniciales de este estudio quiza no ha sido sufictentemente exa- minado. Hemos visto que Burke era al mismo tiempo un defensor de un orden social y politico jerarquico tradicional y un creyente en la necesidad y equidad de un orden econémico capitalista puro. Podia adoptar coherentemente ambas posiciones en la medida en que la economia capitalista se habia insertado dentro del orden social tradicional y habia modificado el conte- nido pero no la forma de este orden. Este cambio se habia producido sustancialmente un siglo antes, de modo que, pese a ciertas acciones de retaguardia como el caso de Speenhamland, el nuevo orden era ahora el orden qadicional. Hasta qué punto Burke percibio el cambio es dudoso: gustaba de hacer remontar su socie- dad tradicional, no sdlo a 1689, sino cambién a la Carta Magna, y cubrir todo con el mismo derecho natural cristiano. Pero lo que no es dudoso es su firme convic- cién de que el orden capitalista sdlo puede ser mante- nido si la clase obrera sigue aceptando su posicién su- 105 106 C. B. Macpherson bordinada tradicional. Esa conviccion esta detras de sus invocaciones al derecho divino y al derecho natural, y de su indiferencia o ignorancia con respecto a cuanto de su contenido habia cambiado. La utilidad y el dere- cho natural eran lo mismo, porque el capitalismo y el orden tradicional eran lo mismo, porque el capitalismo necesitaba la sancidn de la tradicién y el habito. Lo que pone a Burke por delante de muchos de sus contempo- raneos fue su comprensién de que esto era asi. Pero esta idea de la visién de Burke en su tiempo plantea una nueva cuestion. ¢Hasta qué punto es rele- vante para nuestro tiempo? ¢Qué uso apropiado pue- den hacer ahora de Burke los que tratan de conservar 0 revivir valores morales en las sociedades occidentales de fines det siglo XX, frente a los peligros que ahora Pparecen acosarlas? A primera vista, no parece de mu- cha utilidad. Pues a pesar“de los persuasivos esfuerzos de unos pocos economistas, como Milton Friedman, para los conservadores ya no es politcamente realista watar de hacernos volver a una economia mercantil de laissez-faire pura; y los teéricos liberales que han acep- tado el capitalismo modificado del Estado benefactor no parecen tener mucho que ganar con el llamamiento a la tradicién de Burke. Por supuesto, la insistencia de Burke en el imperio de la ley, en el gobierno constitucional contra el go- bierno arbitrario y en el respeto debido a la propiedad complace tanto a los conservadores como a los libera- les. Y su propuesta de dejar que una «aristocracia na- tural» interprete y aplique ta voluntad real del pueblo seria bien recibida por unos y otros; aunque tal vez no estén dispuestos a reconocerlo, no esti demasiado lejos de la idea de meritocracia a la que todos ellos se adhic- ren en cierta medida. La dificultad real parece residir en la idea de Burke de la justicia distributiva: la discri- bucién justa del producto nacional es la que el mer- cado libre asigna a los que entran en el mercado desde posiciones de dominacién y subordinacién de clases. Este concepto de justicia no puede ser aceptado o re- conocido por conservadores o liberales; y parece parti- Burke 107 cularmente odioso para los liberales del Estado Bene- factor, pues ellos parcen del postulado de la igualdad de derechos naturales. Sin embargo, la mas renombrada teoria liberal actual de la justicia distributiva, o sea, la Teoria de la justida de John Rawls (1971), no es fundamentalmente dife- rente de la de Burke. Rawls acepta la distribucién del Estado Benefactor hasta cierto limite, pero este limite descansa precisamente en el mismo principio que el limite cero de Burke. Rawls sostiene que la interferen- cia del Estado en el mercado, que se pretende realizar en interés de los pobres, debe detenerse antes del punto en el cual hace empeorar la situacién de todos, incluidos los pobres; y que se llega a este punto cuando cel grado de interferencia desalienta a los empresarios de seguir su labor de maximizar la produccién efi- ciente. Esta, como hemos visto, cra también la posicién de Burke. La tinica diferencia es que Burke arguiia que toda incerferencia cendria este efecto, mientras que los liberales del sigho Xx han aprendido por experiencia que la empresa capitalista es adn muy activa cuando tiene que hacer frente a la actual elevada interferencia del Estado. La diferencia no es de principio, sino de juicio empirico. Parece, pues, que si los liberales actuales advirtiesen esto, podrian apoyarse en Burke, y ello tanto mas fa- cilmencte considerando la insistencia de Burke de toda su vida en que las circunstancias modifican los casos y en que los estadistas y planeadores deben siempre idear sus politicas a la luz del cambio de las circunstan- cias. Pero los riesgos de apoyarse en Burke de este modo serian considerables, pues el cambio de las circunstan- cias entre su época y la nuestra es mayor de lo obser- vado hasta ahora. Ahora la tarea liberal es diferente de la tarea de Burke. La de éste era la tarea de persuadir a la clase dominante inglesa (y europea) de que rechazase toda idea que debilitase la atin vigente aceptacién por la clase obrera del orden jerarquico establecido. El no tenia que hablar con la clase obrera, ni lo hizo. Pero 108 C. B. Macpherson ahora la principal tarea de los liberales es legitimar el orden capitalista modificado accualmente establecido, o a alguna variante de él, ante una clase obrera occidental de cierta conciencia politica y muy fuertemente organi- zada. Y esto debe hacerse en circunstancias internacio- nales muy diferentes. Nadie era mas consciente que Burke de que las poli- ticas nacionales deben ser elaboradas a a luz de la situacién internacional. Pero cuando Burke murié, el igualitarismo de la teoria y la practica revolucionaria francesa, si bien era realmente una amenaza para el orden establecido inglés y europeo, era solamente eso, una amenaza. Sus resultados eran atin inciertos. Pero ya no lo son. Ahora, el principio igualitario es la ideo- logia oficial del mundo comunista y del Tercer Mundo, y su aceptacién del mismo pesa sobre la conciencia de los tiberales del mundo occidental, quienes no estin seguros de que la devocion occidental al principio igua- litario no sea superficial. El problema de los liberales del siglo XX se agrava en la medida en que reconocen que la defensa utilitarista del capitalismo ya no es moralmente adecuada. Los tedricos morales y los economistas politicos del siglo Xvi y hasta de bien entrado el XIX podian hacer una defensa razonable del capitalismo sobre la base de que un sistema de empresas competitivas movidas por la busqueda de beneficio del capital hacia aumentar al maximo la produccién y, por consiguiente, conducia al maximo beneficio general. Pero a medida que el capita- lismo se ha alejado de la competencia pura para pasar al oligopolio y el monopolio, se ha hecho evidente que la devocién del capital al beneficio ya no hace aumentar necesariamente al maximo la produccién o el beneficio general: en las nuevas circunstancias, el beneficio ma- ximo no esta ligado a la productividad maxima. En la medida en que se reconoce esto, disminuye atin mas la utilidad potencial de los princi de Burke. No sélo de- be hacerse la defensa para un publico nacional e interna- cional diferente, sino que también se la debe hacer sin uno de los principales soportes morales de la vieja defensa. Burke 109 Para resumir, los demdcratas del siglo XX, tanto libe- rales como conservadores, comparten con Burke, el no-demécrata, la percepcidn de que lo que se halla en juego es la legitimacién de un orden social, y que en definitiva esto es una cuestion de valores morales. Pero si atienden a la advertencia de Burke sobre la vital necesidad de ajustar los principios a las circunstancias concretas, deben pensarlo dos veces antes de apoyarse en él. Por su insistencia en la importancia de las cir- cunstancias, el mismo Burke se descalific6 como men- tor de fines del siglo xx. Nota sobre las fuentes Las referencias a, y citas de, obras distintas de las de Burke son las siguientes: En la pag. 14, el estudio en dos vohimenes es el de Carl B. Cone, Burke and the Nature of Politics (University of Kentucky Press, 1957 y 1964). Los cuatro estudios de los decenios de 1950 y 1960 son los de Charles Parkin, The Moral Bassis of Burke's Political Thought (Cambridge University Press, 1956); Peter Stanlis, Edmund Burke and the Natural Law (University of Michigan Press, 1958); F. Canavan, The Political Reason fo Edmund Burke (Durham, Carolina del Norte, 1960), B. T. Wilkins, The Problem of Burke's Political Philosophy (Oxford, Clarendon Press, 1967). El estudio mas reciente es el de Frank O'Gorman, Edmund Burke, bis Political Philosphy (Londres, Allen & Unwin, 1973). La psicobiografia es de Isaac Kramnick, The Rage of Emund Burke, Portrait of an Ambivalent Con- servative (Nueva York, Basic Books, 1977). En las paginas 15 y 16, la observacién de Gibbon esti romada de The Private Letters of Edward Gibbon, ed. a cargo de R. E. Prot- hero (1897), vol. 2, pag. 237; los epiteros de Marx son de El Capital, ee 1, ed. a cargo de Dona Torr (Londres, Allen & Unwind, 1949), . pag. 312, y cap. 31, pag. 785, n° 2. Los dos libros de Morley son Edmund Burke, a Historical Study (1867) y Burke (English Men of Letters, 1879). Las observaciones de Buckle se hallaran en su obra History of Civilization in England (2.* ed., 1871), vol. 1, pag. 467. La visin de Laski esti en HJ. Laski, Political Thought in En- 12 C. B. Macpherson wand from Locke to Bentham (Londres, Thornton Butterworth, 1920). En la pagina 24, la referencia a Kramnick ¢s a su libro The Rage of Edmund Burke, pags. 59-63, donde cl estilo de esta realiza- cién juvenil de Burke se muestra en varios extractos del Reformer. En la pag. 27, los detalles sobre el trabajo de Burke en el Annual Register se hallaran en Cone, vol. 1, pags. 112-13 y 121-2. En Ja pagina 32, la primera cita de Morley ests tomada de su obra Edmund Burke, a Historical Study, pagina 10; la segunda, de su articulo sobre Burke publicado en la 114 ed. de la Encyclopaedia Britannica. Las citas de Laski estin tomadas de H. J. Laski, Political Thought in England from Locke to Bentham, pags. 173- 4. En la pagina 35, la cita de Parkin es de The Moral Basis of Burke's Political Thought. las de Stanlis de Edmund Burke and the Natural Law, pags. 34, 4 y 83. En les pags. 40-42, cl informe sobre la observacién de Adam Smith se halla en Robert Bisset, Life of Edmund Burke (2.9 ed., Lon- dres, 1800), vol. 2, pig. 429. En la pagina 55, las citas de Paine sun de su obra Rights of Man, cd. a cargo de H. B. Bonner, 1937, pags. 23, 29 y 41; je Mackintosh es de Vindiciae Gallicac, 3.4 ed., 1791, pags. En las pags. 56 s, la cita de Morley cs de Edsund Burke, a Historical Study (véase antes), pags. 25-6. En la pagina 99, In cita de Turgor esti waducida de sus Ocurres. vol. 5, pag. 244. Lecturas adicionales Eseritas de Burke Las Reflexiones sobre la Revolucién en Francia aun constituyen una lectura fascinante, mas por su pirotecnia y la visidn que brinda al lector del pensamiento de Burke que por su (deficiente) andlisis de la revolucién. Una edicién moderna en rastica recomendada es la de Pelican Classics, con una introduccién de Conor Cruise O'Brien. Igualmente importance es la obra mucho mas breve de Burke Pensa- mientos y Pormenores sobre la Escasez. que desgraciadamente esta ago- tada, pero puede consultarse en una u owa edicién de sus obras. De sus otros escritos, el Lismado de Jos Nuevos a los Viejos Whigs proba- blemente sea ¢l mas importante, pero tampoco es facil de hallar. Los lectores interesados en Burke como hombre tal vez quictan sumer- girse en su Correspondence, en nueve volimenes, edicién a cargo de T. 'W. Copeland, Cambridge University Press, 1958-70, Escritos sobre Burke El resurgimiento del interés por Burke en las mes ultimas décadas ha dado origen a una variedad de libros y articulos, como sefalamos en el Capitulo I y en la Nota sobre las Fuentes. Tres de los libros pueden ser recomendados por diferentes razones. El de Carl B. Cone, Burke and the Nature of Politics (dos volimenes, 1957 y 1964, University of Kentucky Press), sigue siendo el mis sustancial estudio 114 C. B. Macpherson moderno sobre la vida y la obra de Burke. Una obra mis corta, la de Frank O'Gorman Edmund Burke, bis Political Philosophy (Londres, Allen & Unwing, 1973), brinda una excelente sinopsis de su pensa- miento politico y corrige algunas de las afirmaciones que han hecho otros (incluido Cone). Ain mas reciente es la animada pero discuci- ble psicobiografia de Isaac Kramnick: The Rage of Edmund Burke, Portrait of an Ambivalent Conservative (Nueva York, Basic Books, 1977). ayvawne Indice Abreviaturas 7 El problema Burke .. IL El aventurero irlandés 21 El politico inglés ..... : 29 La avispa angloeuropea ... 61 El economista politico burgués : 81 éBurke para fines del siglo XX? » 103 Nota sobre las fuentes ...... : -1l Lecturas adicionales 113 VS

You might also like