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Romance Quarterly

ISSN: 0883-1157 (Print) 1940-3216 (Online) Journal homepage: http://www.tandfonline.com/loi/vroq20

Topoiesis de los dispositivos de registro del texto


literario

José Sánchez Carbó, Felipe Ríos Baeza, Samantha Escobar Fuentes,


Alejandro Palma Castro & Alicia V. Ramírez Olivares

To cite this article: José Sánchez Carbó, Felipe Ríos Baeza, Samantha Escobar
Fuentes, Alejandro Palma Castro & Alicia V. Ramírez Olivares (2017) Topoiesis de
los dispositivos de registro del texto literario, Romance Quarterly, 64:1, 13-19, DOI:
10.1080/08831157.2017.1254478

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Published online: 20 Dec 2016.

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ROMANCE QUARTERLY
, VOL. , NO. , –
http://dx.doi.org/./..

Topoiesis de los dispositivos de registro del texto literario


José Sánchez Carbóa , Felipe Ríos Baezab , Samantha Escobar Fuentesc , Alejandro Palma Castroc ,
and Alicia V. Ramírez Olivaresc
a
Departamento de Humanidades, Universidad Iberoamericana de Puebla, Puebla, Mexico; b Universidad Anáhuac
Querétaro, Querétaro, Mexico; c Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Puebla, Mexico

ABSTRACT KEYWORDS
Never before have the layout, the text format, and support been as important Literature; paratexts; space;
as they are today. Studies reflecting on the relationship between the mean- text support channel;
ing of the literary text and its form have rapidly increased. This kind of study visuo-graphic zone
has focused mostly on the history of the reading process and the history of
the book as well as on the possibilities of new technologies in the literary
field. However, none of these approaches has reached the point of creating a
comprehensive methodology for the analysis of the relationship between the
message and its channel. This work is intended to propose a methodology of
analysis based on some concepts such as peritexts (Genette) and visuo-graphic
zone (Cárdenas).

Desde la perspectiva espacial, consideraremos al soporte y el registro del texto escrito como una categoría
de análisis; una categoría metalingüística y metaliteraria pero relevante en cuanto a que es valorado por
muchos escritores y presenta, afecta, condiciona o moldea, la lectura del texto. En las últimas décadas
este tema ha tomado fuerza, gracias sobre todo al impulso generado por los historiadores del libro y la
lectura así como por los estudios de la literatura digital y la poesía visual. Para estos especialistas, una
tesis recurrente ha sido que el soporte y sus recursos de presentación así como las innovaciones a favor
de la legibilidad, creadas con el fin de asegurar o condicionar una mejor recepción, no sólo influyen en el
sentido del texto; además, representan evidencias de cambios significativos en las formas de escribir, leer,
interpretar e incluso de pensar. Por otra, aunque desde hace tiempo “ha existido la escritura dotada de
conciencia espacial o con voluntad plástica” (Mora), con el desarrollo de las nuevas tecnologías son cada
vez más frecuentes las expresiones que combinan el texto con elementos visuales y sonoros proponiendo
con ellas nuevas formar de leer-mirar. Esto configura un “campo de búsqueda formal (aunque las formas
traslucen siempre ideas) que encuentra en la actual difusión del libro electrónico un ancho horizonte de
posibilidades” (Mora). Si bien el libro electrónico intenta conservar la presentación del impreso, como
los incunables, otro tipo de textos digitales se alejan definitivamente de él.
En cualquiera de los casos, sean textos manuscritos, impresos, digitales, todos son dispositivos. Nues-
tra propuesta metodológica está orientada por la concepción de dispositivo de Giorgio Agamben que lo
define como “qualunque cosa abbia in qualche modo la capacità di catturare, orientare, determinare,
intercettare, modellare, controllare e assicurare i gesti, le condotte, le opinioni e i discorsi degli esseri
viventi” (21–22). Bajo esta óptica, los dispositivos de registro del texto literario representan un conjunto
heterogéneo de prácticas y mecanismos impuestos e interiorizados que orientan, controlan, modelan y
gestionan, en este caso, la producción, distribución y recepción del discurso.
La escritura, cuando pasó de la “iconocidad” a la “fonoticidad” (Pérez-Cortés 158), en algunas civiliza-
ciones desencadenó una revolución en el desarrollo del pensamiento y la constitución y consolidación

CONTACT José Sánchez Carbó jose.sanchez.carbo@iberopuebla.mx Departamento de Humanidades, Universidad Iberoamer-


icana de Puebla, Blvd. del Niño Poblano No. , Colonia Reserva Territorial Atlixcáyotl, San Andrés Cholula, Puebla C. P. , Mexico.
©  Taylor & Francis Group, LLC
14 J. SÁNCHEZ CARBÓ ET AL.

de sistemas específicos de poder. La fijación de la oralidad en signos gráficos permitió asentar y divulgar
leyes, consolidar sistemas políticos y religiosos, dejar constancia de intercambios comerciales y trans-
mitir textos literarios sólo conocidos por la tradición oral. No obstante, deben tomarse las precauciones
debidas al momento de hablar sobre la importancia de la cultura escrita; primero se debe contemplar que
dichas culturas están sujetas a un buen número de variables tanto positivas como negativas (Bowman
y Woolf 13) y, por otra parte, que la escritura no se limita a ser la representación visible de la oralidad;
se ha discutido también como otra forma de lenguaje (Pérez-Cortés 148), no exento de una dimensión
estética (caligrafía) o psicológica (grafología) (Gubern 32).
Durante algún tiempo la lectura fue considerada un acto de intelección, comprensión e interpretación,
olvidándose de sus formas concretas de registro del texto. El sentido se centraba sólo en el mismo texto
sin prestarle atención a las formas de presentación, de lectura (en voz alta o en silencio, colectiva o indi-
vidual) y a los espacios en los que se da el acto de lectura. Dentro del ámbito de la historia de la lectura,
Roger Chartier, interesado en este aspecto, advirtió que el sentido de un “mismo” texto cambia si sus
dispositivos de soporte cambian, dicha mutación en la presentación influye en el cómo leer. Vista así,
Chartier entiende la lectura como “una práctica de múltiples diferenciaciones, en función de las épocas
y los ambientes” por lo que “el significado de un texto depende, también, de la manera en que es leído”
(423–24). En esta línea, Armando Petrucci se ha dedicado a analizar “morfológicamente” los productos
escritos de las culturas porque a través de ellos ha podido “reconocer las posibilidades o los límites que la
forma material de inscripción de los discursos propone o impone en el proceso mismo de la construcción
de sentido” (12). Bowman y Woolf han planteado que para conocer el mundo antiguo resulta necesario
entender y estudiar cómo “se produjeron, circularon y se leyeron” los textos en la antigüedad (12).
Desde otro campo del conocimiento, el de los estudios lingüísticos, Emilia Ferreiro ha investigado
cómo el traslado de un texto de una “puesta en página” impresa a otra impresa “contribuye de manera
decisiva a la interpretación. Más aún, que el cambio de mise en page conlleva una interpretación” (79).
Asimismo Viviana Cárdenas ha analizado todos los elementos que intervienen en la puesta en página
porque “nos brindan permanentemente instrucciones de lectura y constituyen ya una interpretación del
mismo” (94).
Ivan Illich definió la materialidad del texto como un “cronotopo histórico.” Observó que desde el siglo
XII el propio autor ya era consciente de que “the layout is part of a visual whole wich helps to determine
the understanding of the reader” (98). Sin embargo, al estudiar la obra de Hugo de San Víctor, Illich llevó
el resultado de sus observaciones al terreno de la epistemología, pues relacionó el espacio de la página y
el libro con una nueva concepción de la realidad. En este sentido, la dimensión estética del Didascalicon,
escrito y reproducido hacia finales del siglo XII, representó un nuevo deseo de orden (104). La separación
de las palabras en latín, regulada principalmente por los copistas de las Islas Británicas un siglo antes,
favoreció la lectura en silencio, la comprensión de ideas y facilitó la localización de partes específicas del
texto, de esta manera, se pasaba de una práctica de la memoria auditiva a una visual. Por otra parte, la
escritura discontinua incentivó la escritura autógrafa lo que permitió soldar la relación autor-escritor.
Sin la mediación de un secretario, la composición de textos se transformó. Los autores-escritores podían
corregir sus textos y se atrevieron a explorar temas relacionados con la intimidad, el erotismo, el laicismo
o la política. Es el momento de transición de la cultura monástica (auditiva) a una escolástica (visual).
Esto le permite a Illich argumentar que la transformación de la página y del libro dada en esta época fue
más importante en su representación para el pensamiento que la invención de la imprenta (114). Explica
que es así como “a very humble aggregate of scribal techniques, working in a highly sophisticated manner,
effected a kind of change in the mind-set of European culture” (115–16).
Este humilde conjunto de técnicas, a partir del siglo XVII, con el uso de la imprenta y la potenciación
de sus recursos, generó en la literatura una forma de narrar cada vez más alejada de la oralidad, es decir,
textos escritos para ser leídos mas no escuchados, lo que abrió el camino a los escritores de la llamada
“era del libro impreso”, como Gustave Flaubert, James Joyce o Samuel Beckett. Al respecto de este grupo
de escritores, Hugh Kenner destaca que su principal característica se encuentra en la habilidad de “urdir
la trama de un relato a partir de signos impresos”, es decir, por el dominio y aprovechamiento de la
tecnología de Gutenberg; a diferencia de otros escritores, su capacidad narrativa no radica esencialmente
en la de “improvisar un relato junto al fuego” (21–22).
ROMANCE QUARTERLY 15

Actualmente, este camino de transformaciones enfrenta una nueva coyuntura con la irrupción del
soporte digital que está reconfigurando la materialidad y los límites del “libro”, del texto y su puesta
en página, pues se ha visto que las “facilidades de manipulación, navegación individual y la liberación
de estructuras autoritarias impuestas nos aportan nuevas prácticas de escritura y lectura” (Liestøl 109).
Este contexto tiene múltiples implicaciones hasta ahora analizadas, pero todavía son insospechadas sus
consecuencias.

1. Ningún texto se presenta de forma abstracta


La propuesta de concebir la materialidad del texto como un espacio ha sido retomada de textos y con-
textos que han utilizado términos similares. En principio, Walter Ong supone que la escritura representa
el paso de “the sound world to a world of visual space” (119). Otros autores han asociado la materialidad
del texto con el escenario, la pintura, el viñedo, el terreno, la zona o el cronotopo, y, en el caso del hiper-
texto, con los mapas, los paisajes, la navegación y la topografía (Aarseth 90). En este caso la asociamos
con la topoiesis, es decir, al proceso de espacialización de un texto literario que, en lo que concierne a
este tema, se refiere al soporte, al formato, al tipo de registro, los dispositivos de legibilidad y la puesta
en página, como productores de significado.
Jesper Svenbro, por ejemplo, al rastrear en la Grecia Clásica las evidencias de la práctica de la lectura
silenciosa, frecuente hasta finales de la Edad Media, recurre al modelo del teatro para describir la forma
en que era percibida la escritura en esa época. A decir de Svenbro, para los griegos “el espacio escrito
era un ‘escenario’ que tomaba prestada su lógica al espectáculo teatral, atribuyendo al lector el papel del
espectador” (87). Una prueba literal de esta percepción es el Espectáculo del alfabeto, una obra escrita por
Callias (siglo V a.C.), en la que un coro de veinticuatro mujeres personifica el alfabeto jónico. Para Platón
la escritura era como una pintura y, siglos más tarde, Petrarca retomaría dicha imagen para comparar al
amanuense con un pintor, puesto que copia “textos sin comprenderlos” (Saenger 201). Actualmente esta
idea también la recupera la revista Tópicos del Seminario en un número dedicado a analizar la “dimensión
plástica de la escritura”, desde “el supuesto de que la escritura no sólo consiste en la construcción de una
figura sino en la constitución de un espacio” (Dorra 6).
Hasta ahora hemos visto que los espacios del texto, sus escenarios o geografías, son diversos; han
sufrido mutaciones según las épocas y los territorios, lo que nos permite establecer una metodología de
análisis, en otras palabras, una topoiesis de los dispositivos de registro del texto.

2. Elementos de análisis
Examinar las formas de registro y transmisión del texto desde la topoiesis requiere identificar sus partes
constitutivas y entenderlas como un número determinado de variables susceptibles de ser combinadas
por escritores, editores y demás personas involucradas en el proceso de registro del texto (amanuenses,
iluminadores, miniaturistas, ilustradores, diseñadores, etc.), así como por la influencia del contexto cul-
tural en el que emergen, por la tradición o por la disponibilidad y accesibilidad de los materiales. En
el caso de algunas modalidades de texto digital el receptor tiene la facultad de modificar, interactuar y
coproducir tanto los dispositivos de registro y la puesta en página como los propios textos. Estas variables
se constituyen como cuatro categorías: a) Soporte; b) Formato; c) Tipo de registro; y d) Dispositivos de
legibilidad y puesta en página.
Soporte. Existen soportes duros, como la piedra, la madera, la arcilla o el barro; flexibles y ligeros,
como el papiro, el pergamino o el papel; y virtuales, como el digital.
Formato. Estos soportes modelan espacios discursivos concretos y, en ocasiones, formatos específicos
como el pictográfico, el rollo, el códex y, recientemente, el hipertextual y la tuiteratura.
Tipo de registro. Entre las distintas técnicas de registro pueden nombrarse las de tallado, escritura
manuscrita, impresión y digital. La interrelación entre la variedad de soportes, formatos y registros con-
figura gran parte de la fisonomía del texto.
Dispositivos de legibilidad y puesta en página. La cuarta categoría la compone un conjunto de detalles,
“rudimentos” y operaciones, en ocasiones con un carácter meramente estético o visual, que en buena
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parte ultiman dicha fisonomía. A las diversas materializaciones de esta categoría, Malcom Parkes las
considera una “gramática de la legibilidad” (156), Gérard Genette las denomina “paratexto” y Viviana
Cárdenas “zona visuográfica.” Esta “gramática” ha sido adicionada a lo largo de los siglos en su intento
por satisfacer “necesidades particulares, las cuales propician cambios que se reflejan en las páginas de los
nuevos textos que leen” (Parkes 156). Así, durante siglos se han incorporado varios dispositivos que con-
tribuyen a reconocer nuevas geografías textuales. Entre estos dispositivos y operaciones podemos citar la
separación de palabras, el uso de mayúsculas y minúsculas, los signos de puntuación, la segmentación del
texto en párrafos, las letras capitulares, las notas a pie de página, las miniaturas medievales, la tipografía,
las ilustraciones, los números de páginas o los índices, títulos y subtítulos, por citar unos cuantos.

3. Perspectivas de estudio
El espacio del texto ha sido caracterizado desde distintas disciplinas y enfoques como “paratexto”
(Genette), “gramática de la legibilidad” (Parkes), “zona visuográfica” (Cárdenas), “materialidad de los
objetos escritos” (Chartier), “espacio escrito” (Svenbro) o “espacio desterritorializado” (Vilariño) en el
caso de la literatura digital. Entre estos enfoques hay obvias coincidencias y diferencias. Para efectos de
este trabajo nos concentraremos en los conceptos de “paratexto” y “zona visuográfica”, ya que ambos cam-
pos han sido desarrollados ampliamente, tienen puntos en común y resultan complementarios. De tal
forma que el estudio de la topoiesis de las formas de registro del texto se apoya y vincula en las propuestas
de Genette y Cárdenas.
En Umbrales, Genette agrupa bajo el término de paratexto los mensajes textuales e icónicos que acom-
pañan al texto para definir y analizar su función y sus efectos. Su relevancia es tal que puede hablarse de
paratextos sin texto cuando, por ejemplo, sólo conocemos los títulos de obras desaparecidas; e imposible
hacer referencia de los textos sin acudir a sus paratextos. El paratexto es un “lugar privilegiado” (Genette
8), pues representa la materialización de cierta intención del autor o de los implicados en el registro del
texto, dirigida al lector, quien, es cierto, bien puede ignorar o atender estas señales.
La función del paratexto es múltiple aunque en general va de la meramente informativa hasta la de
proponer rutas de interpretación. Esta función muchas veces está determinada por el tipo de paratexto
y por la posición que guarda con respecto al texto. Desde esta perspectiva, Genette distingue dos tipos
de paratexto: los peritextos y los epitextos. Para los fines de este artículo interesan los peritextos porque
incluyen aquellos elementos que están emplazados “alrededor del texto, en el espacio del volumen” (10, el
énfasis es nuestro). Los peritextos comparten el mismo espacio del texto; mientras que los epitextos se
ubican necesariamente fuera de este espacio.
Para analizar este umbral conviene atender las características espaciales, temporales, sustanciales,
pragmáticas y funcionales de cada uno de los mensajes ubicados en el perímetro del texto. En palabras
de Genette, se trata de “determinar su emplazamiento (¿dónde?), su fecha de aparición (¿cuándo?), su
modo de existencia, verbal o no (¿cómo?), las características de sus instancias de comunicación, desti-
nador y destinatario (¿de quién?, ¿a quién?) y las funciones que animan su mensaje (¿para qué?)” (10).
Genette revisa casos y prácticas editoriales de la literatura europea; no obstante, al final del libro propone
otras líneas de investigación como lo son las “culturas extraeuropeas”, las “obras didácticas”, las obras de
teatro, la traducción, la publicación en folletín y las ilustraciones de distintas épocas.
Esto último lo podemos ejemplificar con Nueva crónica y buen gobierno (1615), de Guamán Poma de
Ayala, una crónica heterodoxa porque incorpora diversas ilustraciones. Para Cornejo Polar:
los dibujos de Guamán Poma dicen mucho más sobre el mundo andino que el español rudimentario con que está
escrita la Nueva Crónica [ …]. Se advierte así, que la forma de las crónicas no es una categoría neutral, sino, al
contrario, factor directamente comprometido en el curso y significación de las literaturas heterogéneas. (77)

La perspectiva paratextual de Genette atiende la antesala del texto, pero desatiende la misma geografía
construida por el texto en el soporte. Como vimos, tal geografía ha sufrido constantes mutaciones según
se han incorporado o eliminado diferentes soportes y rudimentos a favor de la legibilidad: la puntuación,
los blancos o espacios, la numeración de las páginas, los párrafos, etc. No obstante, el mismo soporte abre
otra posibilidad visual que los propios autores han utilizado para proponer literalmente formas o figuras
ROMANCE QUARTERLY 17

concordantes con el contenido y el sentido de su texto. La lista resultante es amplia y probablemente ines-
perada. En varias ocasiones este tipo de textos han sido incorporados en el ámbito de la literatura experi-
mental por jugar con la tipografía, incluir viñetas o símbolos (La feria, de Juan José Arreola; Morirás lejos,
de José Emilio Pacheco), páginas completas en blanco o negro (Tristam Shandy, de Laurence Sterne) o
formar figuras (Espantapájaros, de Oliverio Girondo). En otros casos, tales apuestas estructuran expre-
siones poéticas como el caligrama, el holopoema, la hiperpoesía, el arte correo o la poesía visual, por citar
unas cuantas. Sin duda, la puesta en página de estas manifestaciones invita a considerar su despliegue
visual. Estos casos, ya sea por atender la legibilidad o la estética, merecen ser analizados de acuerdo con
los parámetros de la “zona visuográfica.”
Como menciona Cárdenas, actualmente podemos deducir varios aspectos del texto con el sólo
hecho de observar su “disposición en el espacio”, en tanto otros recursos “nos brindan permanente-
mente instrucciones de lectura” y, en algunos casos, la misma puesta en página constituye “ya una
interpretación” del texto (94). La “zona visuográfica” admite muchas de las propuestas de la llamada
mise en page o puesta en página, el “dominio extra-alfabético” (Jean Pierre Jaffré), la “gramática de
la legibilidad” (Malcolm Parkes) o los topogramas (Jacques Anis), porque estas denominaciones pun-
tualizan básicamente la función de la mayoría de los recursos gráficos no verbales que acompañan al
texto.
En la “zona visuográfica” convergen elementos visuales reconocibles por la presentación y organi-
zación en el interior y exterior del texto que posibilitan “al lector la interpretación más ajustada de las
cadenas producidas por la zona fonográfica” (Cárdenas 122). A grandes rasgos, los elementos conver-
gentes de esta zona son los “espacios”, las variaciones tipográficas y los signos de puntuación. En este
caso, por “espacios” se entiende la zona entre las palabras, las frases y los párrafos así como el lugar
delimitado y específico sobre el que se registra el texto. Las variaciones tipográficas en cuanto a forma,
tamaño y color tienen grandes posibilidades estéticas. Los signos de puntuación han sido los más estu-
diados de la “zona visuográfica”, cuyas principales funciones son las de delimitar (párrafo, frase, proposi-
ción, sintagma, palabra) y calificar (interrogativo, exclamativo, expositivo). Pensemos, por ejemplo, en
las distintas ediciones críticas de La Celestina, El Quijote o del Primero sueño en las cuales su editor ha
propuesto distintas formas de puntuación que sutilmente afectan el sentido de los textos. Estas deci-
siones, aparentemente circunstanciales, muestran, no obstante, una posición ideológica que es motivo
de un análisis topoiético de los dispositivos de registro del texto.

4. Textualidades digitales y digitalizadas


En este fresco ámbito, vale la pena mencionar que las propuestas de Genette y Cárdenas parten de la
cultura editorial impresa, y aunque en muchos casos son aplicables al espacio del texto digital, se deben
contemplar otros factores, como la fugacidad, la interactividad, la maleabilidad y la movilidad propia de
los textos digitales. Terence Harpold, por ejemplo, llama la atención sobre el hecho de que los hipertextos
“carecen de indicaciones que dejen bien claras las divisiones entre el texto ‘primario’ y lo que Gerard
Genette ha llamado lo ‘paratextual”’ (228). Asimismo, nos dice Juan Antonio Millán que el texto digital
“suele tener menor información sobre su editor, el género al que pertenece o el público al que va dirigido.”
Estas posibilidades han sido explotadas por varios autores y han recibido denominaciones general-
mente híbridas a partir de los géneros literarios como hipernovela, hipermedia, Net-art, e-literature, Web-
novela, blognovela, wikinovela, e-poetry, poesía cinética, hiperpoesía, video poesía, poesía dinámica,
spoken Word, anipoemas o tipoemas (Uribe) y la llamada tuiteratura (Gatica). Todas estas expresiones
textuales electrónicas poseen características distintivas, por lo que han sido clasificadas en cuatro grupos:
1) textos digitalizados, 2) nuevos textos publicados en formato digital, 3) textos digitales programados y
4) web textos (Koskimaa). Los dos primeros siguen la lógica del libro impreso y los dos restantes están
basados en la estructura hipertextual. Otra variante, no contemplada en la clasificación de Koskimaa, es
la tuiteratura (cuentuito, tuitpoema, tuitnovela, tuitforismo, palíndroma) y su operación de “reciclaje”, a
través del retuit, ya que “supone [ …] una novedad esencial en el sistema de emisión, recepción y dis-
tribución de la obra de arte” (Gatica 88), puesto que sólo “la superabundancia y el seguimiento masivo
pueden dotar a esta obra de una visibilidad” (89).
18 J. SÁNCHEZ CARBÓ ET AL.

En los casos citados todavía es factible reconocer las cuatro categorías de análisis propuestas desde
la topoiesis de los dispositivos de registro del texto: soporte, formato, tipo de registro y la puesta en
página. Los soportes digitales van de la computadora (de escritorio o portátil), la tableta, el teléfono
móvil hasta el e-reader o el e-book, cada uno con diversas posibilidades y efectos en el lector. Además, los
enlaces o los retuits, según el caso, de este tipo de textos permiten ampliar cierta información, desviar la
atención de la lectura o compartirse (distribuirse) a través de las redes sociales, el correo electrónico, etc.
La llamada “zona visuográfica” en el hipertexto es “maleable”, es decir, “por primera vez, es independiente
de una tipografía o de un tamaño de letra concreto” (Millán) y es combinable con video, fotografía,
ilustraciones, sonido, gráficos, geolocalizadores y enlaces. En la tuiteratura son pocas las posibilidades
de maleabilidad de la zona visuográfica por la mínima variación tipográfica, la brevedad extrema, el
“bajo grado hipertextual e hipermedíatico” (Escandell 46), la incorporación de arrobas y las etiquetas
hashtag integradas “en la redacción de los mensajes”, las cuales “mantienen su valor semántico dentro de
la oración, aunque en ocasiones se las trata como paratexto” (38).
Como hemos visto, el texto puede ser materializado y visibilizado por el mismo autor y/o un grupo de
personas entre las que figuran editores, ilustradores, formadores o blogueros, con el fin de atender intere-
ses particulares relacionados con la legibilidad, la comunicación o la estética, entre otros. Asimismo, al
igual que otros especialistas, consideramos que dicho registro afecta, condiciona u orienta el sentido del
texto literario. Esta valoración, en palabras de Anthony Grafton, ha provocado que a partir de la segunda
mitad del siglo XX se haya prestado “cada vez más atención a la evolución física y estética de los libros”
(288) y los contextos de recepción.
En este sentido, cuando hablamos de la “topoiesis de los dispositivos de registro del texto literario”
situamos como un ámbito de estudio a las formas adoptadas por el texto literario, considerando como
variables el soporte, el formato, el tipo de registro así como los dispositivos de legibilidad y la puesta en
página, que como se ha visto han sufrido transformaciones a lo largo del tiempo y de las distintas culturas.
Dicha propuesta agrupa y estructura otras perspectivas para que sea aplicada como un complemento en
el análisis de la topoiesis de textos o como una posibilidad específica de estudio.

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Liestøl, Gunnar. “Wittgenstein, Genette y la narrativa del lector en hipertexto.” Teoría del hipertexto. Trad. Patrick Ducher.
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