Confluencias
Antologia de la mejor
narrativa alemana actual
Edicion y seleccién
Cecilia Dreymiiller
‘Traduceién
Cecilia Dreymiiller y Richard Gross
ALPHA DECAYCONTENIDO
Profacio
PETER HANDKE
El limpiabotas de Split
Epopeya de las luciérnagas
‘Una vez més una historia del deshielo
WILHELM GENAZINO
Si fuéramos animales
BOTHO STRAUSS
Habitar
ELPRINDE JELINEK
Los hijos de los muertos
ARLENE STREERUWITZ
Entrecruzados
HERTA MOLLER
‘Aqui en Alemania
REINHARD JIRCL
Foto 85
Foto 86
PETER STEPHAN JUNGK
La travesia del Hudson
SIBYLLE LEWITSCHAROFF
Killmousky
19
24
36
29
3
63
65,
1
9
or
93
x01
103
13
135
337KATHRIN SCHMIDT
Brendel camino de Molauken 5
PREFACIO
111JA TROTANOW
Retorno
Tepe Desde que en 1968 Hans Magnus Enzensberger procla-
mé la muerte de la literatura alemana, cada década ha
contado con sus criticos agoreros. Particularmente, cuan-
do se habla de la literatura del siglo xxt, nunca faltan le-
g0s ni profesionales que vaticinen el hundimiento defi-
nitivo de la literatura. A pesar de estos augurios, la lite-
ratura alemana actual est mas viva que nunca y pare-
SHERKO FATAH
Pequeno tio sgt
ANDREAS MAIER
Elotro dia estuve en el cementerio 207
El otro dia en Wendland om
ce seguir gozando de un enorme reconocimiento, a juz-
gar por los tres premios Nobel que han merecido desde
3999 las trayectorias de Giinter Grass, Elfriede Jelinek y
Herta Miller.
No obstante, lo que se difunde actualmente de esta li-
eratur correspond
mis comercial, de lo que producen los autores de Alema-
nia, Austria y de la Suiza germanohablante, y, por desgra-
cia, hace poca justicia a su riqueza y diversidad. Obras es-
téticamente innovadoras y politicamente comprometidas
como las de Herta Miiller 0 Elfride Jelinek ya no se
fanden en el extranjero sino las avala un premio de gran
prestigio. Las grandes y medianas editoriales, que antes
competian entre ellas por contratar a las firmas mas $61
das, ya no siguen la trayectoria de un autor por su exce-
lencia literaria, sino que miran en primer lugar sus posi
bilidades de mercado.
De ahf que el problema de la literatura actual en len-
gua alemana no radique en su decadencia, que parecia
inevitable con la desaparicién de las grandes figuras de la
generacién de posguerra Heinrich Ball, Ingeborg Bach-
MELINDA NAD} ABONII a15
En el escaparate, en la primavera 217
GREGOR SANDER 239
La hija de Stiiwe 24
7 Slo a una parte, generalmente la
DAVID WAGNER 265
Zorros en la isla de los Pavos Reales
‘reR£ziA MORA
Eltercer dia tocan las cabezas
Lento, lnego rapido» 277
ANTIE RAVIC STRUBEL 297
En capas boreales del aire 299
CLEMENS MEYER 37
En chirona 319
XAVER BAYER 339
El espacio del no obstante 34t =,
9SIBYLLE LEWITSCHAROFF
Stutigart, Alemania oceidental, 1954
Sibylle Lewitscharoff junta novela historica con histo-
ria familiar, mezcla lo trégico con lo comico, la mistica
con la cultura pop. El ensayo filos6fico le es tan familiar
como la novela policiaca, géneros en los que ha destaca-
do después de haber debutado en el teatro radiofénico.
Su burbujeante imaginacién literaria no va a la zaga de
Ja sutileza intelectual ni del furor verbal; su humor sa-
tirieo no esta refiido con la reflexién teoldgica. Sibylle
Lewitscharoff es probablemente la mas excitante, la in-
telectualmente mas fogosa autora de la literatura alema-
na de la ileima década,
Hija de madre alemana y padre biilgaro, estudié Cien-
cias de la Religién, antes de hacerse un nombre con obras
de teatro radiofénico sobre las desgracias hilarantes del
despiadado mundo laboral. Ya con su primera novela,
Pong (4998), gané el premio Ingeborg Bachmann, En
Montgomery present6 un ejercicio de imaginacién y luci-
dez narrativa, en el que un productor de cine de Stuttgart
reflexiona en Roma sobre el amor, el mundo del cine y su
nada amada patria. En Consumatus, despliega con desbor-
dante ironia el monélogo de un profesor borracho que
hace desfilar los muertos de su vida. Cargada de humor
céustico, Apastoloff(publicada en Espaiia por Adriana Hi-
dalgo Editores en 2008) relata el viaje de dos hermanas,
alemanas a Bulgaria, la patria de su padre, en el que se
abre un eatilogo de prejuicios y miedos alemanes ante
los paises del Este y sus habitantes,
135Sibylle Lewiucharoff
En Blumenberg (Adriana Hidalgo Editores, 2013), sin
embargo, obra que le valié el premio Biichner, Lewitschae
roff rompe el molde de la novela intelectual, afiadiéndole
animales imaginarios, monjas socarronas, amores irrea-
les, enlaces trigicos y un nirvana en la selva amazénica,
Presenta un sagaz. homenaje al judio filosofo alem4n, a la
figura del pensador integro y solitario en general, que se
completa con fascinantes personajes secundarios y deli
ciosas divagaciones metafisicas. El libro més reciente de
la autora, Pong redivivus (2073). contiene una divertida
continuacién de las aventuras grotescas del megalémano
protagonista de su primera novela.
Por cortesia de la autora reproducimos el primer capi-
tulo de su novela policiaca inédita Killmousky.
KILLMOUSKY
Estaba tendido en la cama. A su lado dormia Killmousky.
Ahora ya hacia algin tiempo, para ser exactos; habia su-
cedido una noche de domingo en mayo de aor1: el co-
mienzo de una gran amistad, como dicen al final de Casa-
Slanca. Lo que habia entre Killmousky y él habia empeza-
do como una especie de amistad de pelicula, yjustamente
aquel domingo de mayo, diez minutos después de me-
dianoche. Ellwanger acababa de pulsar el botén de apa-
gar del mando a distancia. Se desvanecié la imagen, en-
vuelta en una blanca niebla con el logotipo naranja del
segundo canal. Habja estado viendo una serie negra in-
lesa que le divertia infaliblemente: Inspector Barnaby.
Esta vez hasta habia sido muy graciosa, Como siempre,
la campiia inglesa estaba repleta de asesinatos absurdos.
Le gustaban el fornido inspector y su fiel asistente, sobre
todo le gustaban los fantasticos actores ~que aparecian
on el ristico atuendo de los habitantes de provincia in-
gleses— sin olvidar la vida interior de las casas sefioriales
Y cottages, con sus objetos curiosos y las escaleras estre-
chas que conducian a minéisculas bubardillas. Con este
telén de fondo carecia de importancia que los asesinatos
fueran surreales, y el mévil, generalmente bastante re-
torcido, especialmente por su reincidencia, En cada epi
Sodio habia al menos tres o cuatro cadaveres. Todo falaz,
pero ameno y relajante.
Esta vez, el inspector Barnaby tenia que vérselas con
lun pequefio gato negro, al que lamé enseguida Kill-
mousky. Barnaby tenia alergia a los gatos, y también en
37Sibylle Lewiecharoff
todo lo demis era enemigo de las mascotas, al menos no,
Jas queria en su propia casa. Pero, a pesar de tener la cul-
pa de la nariz enrojecida del inspector, parecia que Kill-
mousky podia quedarse, suposicion que los subsiguien-
tes episodios desmentirian.
“Elnombre gracioso del gato no se le iba de la cabeza a
llwanger, entretanto ya s¢ le habia borrado de la mente
quién habia muerto y por qué. Divertido, acababa de en-
cenderse el diltimo cigarrillo antes de acostarse, cuando
idelante de la puerta de la terraza se oyeron unos maulli-
dos y lloriqueos. Abr la puerta y entr6 un pequefio gato
negro con la cola en alto. En serio: [Killmousky habia ido
‘a su casa! Como mucho diez minutos después de finali-
zar el programa.
Despreciaba alos animales domésticos tanto omés que
Barnaby y no tenfa la mas minima intencidn de acoger al
bicho, Pero la coincidencia era tan sorprendente que no
Jo eché inmediatamente. Al poco rato hasta se vio que
cra gato y no gata. {Realmente, un verdadero Killmousky!
El gato primero inspeccioné las habitaciones, a fondo,
aunque por lo visto sin miedo alguno, y después froté la
‘cabeza negra contra la pierna del habitante legitimo.
No pasé mucho tiempo hasta que el duefio de Ia casa
vertiera un poco de leche en tun cuenco y sacara un resto
de paté de Ia nevera. Dos dias més tarde ya sabia que era
mejor servir a los gatos la leche diluida con unas gotas
de agua y no darsela pura; aprendia rapido. Killmousky
parecia hambriento. Era pequefio, de complexion gracil
y extremadamente delgado, negro de los pies a la cabeza,
Su pelo relucia. Y después de la comida, Killmousky no
tnostraba la mas minima intencién de marcharse, repet=
damente le abrié la puerta de la terraza para que saliera.
Pero cada vez el gatito titubeaba en la puerta y se daba la
138
Killmoushy
vuelta de nuevo. La cosa terminé con el gato durmiendo
yalla primera noche en la cama del dueio de la casa. Era,
evidentemente, el comienzo de una gran amistad.
Killmousky era gracioso. Actor nato. A Ellwanger ya le
resultaba imposible imaginarse una vida sin gato. Si, y su
amor por Killmousky era tan grande que ya no se podia
decir que el propio dueiio de la casa ejerciera sus dere-
hos: pronto se habia sometido por completo a los tics y
costumbres de su nuevo compaiiero,
Hacia las seis de la madrugada (en verano), hacia las
sicte y media (en invierno) Killmousky se complacta en.
despertarle. Procedia con suma dulzura, pasaba un poco
Ja patita por su pecho, le mordisqueaba los pelos detrés
de la oreja y después tiraba de ellos con cierta determi-
nacin, Por la mafana, su programa comiin se lamaba: la
la alegre caza en el jardin! Ellwanger en pijama y con za-
ppatillao, cuando hacia bnen tiempo. En inviemo, cuando
habfa nieve, con el abrigo encima del pijama, calcetines
ruesos en los pies, enfundados éstos en botas de agua.
‘Tanto en verano como en invierno, Killmousky daba sus
saltos de fanfarroneo en el jardin, con la cola erizada y
henchida; hacia de —era dificil de determinar—leén, pan-
tera o tigre. La tarca de su amo consistia en perseguir-
le. El culmen era cuando Killmousky se subia dispara~
do al arbol y hacia equilibrismos en las ramas, mientras
Ellwanger, abajo, fumaba su primer cigarrillo, animando
al gato. No tan rapido como habia subido, bajaba Kill-
mousky del arbol y entonces desaparecia en el jardin ve-
cino, sin molestarse siquiera a volverse hacia él. Ellwan-
ger aplastaba el cigarrillo, cerraba la puerta de la terraza
y volvia a meterse en la cama.
‘Tras la primera aparicién del gato habia estado miran-
do en las calles de Solln, si habia uno de esos anuncios
139Sibyle Lewitscharoff
en los rboles en los que se buscaban a veces periquitos
perdidos, o gatos y perros desaparecidos. Pero, aparen-
temente, nadie echaba de menos a Killmousky. Apenas
habfa pasado una semana, y Ellwanger ya habia empe-
zado @ comportarse como su legitimo amo, habia com-
prado un trasportin, habia llevado a Killmousky al ve
rinario, le habia hecho vacunar y habia pedido consejos
de alimentacién. iJestis, qué ajetreo para meter el gato
en el trasportin! Killmousky, desde su cércel, emitié un
grunido profundo y alterado, y luego se quedé ofendi-
do durante h
Después de esto ya no habria entregado voluntaria~
mente a Killmousky por nada en el mundo, El gato aho-
rae pertenecia
Esta pertenencia se afianz6 dentro de una gran liber-
tad; pues mientras él iba a la oficina, Killmousky pasaba
el dia fuera, aunque se presentara puntualmente, cuan-
do el duefio abria el pestillo de la puerta del jardin, acom-
paiindole maullando a casa. Por la noche, Killmousky
tenia hambre, de eso no cabia la menor duda. Sin embar~
go, el gato no era un gran comilén, sélo vaciaba su cuen-
co a medias. Si la comida no le gustaba, ni siquiera la
tocaba.
Bien mirado, Ellwanger habfa tenido suerte con su ca~
sita en Solin, de una planta, con cinco habitaciones que,
exceptuando la cocina y el baiio, daban todas al jardi
Y el jardin era realmente encantador, porque se fundia
con el de la propietaria de la casa, separado del suyo tan
sélo por unas bolas de boj. Ella vivia més atrés, en una
casa espaciosa. En la terraza de Ellwanger habian puesto
losas de pizarra de Solnhofen, los arboles daban sombra.
Se estaba bien. También porque se entendia excelente-
mente con la propictaria de las dos casas y del jardin.
140
Killmonsky
Una mujer poco comin, de su edad, 0 sea, en la mitad de
la cincuentena; por un lado, una muniquesa de manual
a la que no se le caian los anillos a la hora de ponerse
de tanto en tanto un dirndl: por otro lado, una mujer de
mundo y al mismo tiempo excéntrica, A pesar de que no
mantenian relaciones eréticas palpables, él no habria te:
nido reparos en afirmar que amaba a Frau Kirchschlager
No recordaba haber conocido jams
que se entendia, de una forma discreta y a la vez licida,
tan bien. Una y otra vez se iba de viaje durante semanas,
trabajaba de restauradora en el Metropolitan Museum de
Nueva York o para otros museos importantes del mundo,
a una mujer con la
Conocia el mundo mucho mejor que él, provenia de una
familia burguesa. En cambio él, hasta en Ménich, habia
seguido siendo un hombre de provincias que nunca ha:
bia podido desprenderse de su origen humilde en la re-
gién de Hohenlohe. De Frau Kirchschlager admiraba el
libre trato con todos y cada uno, su generosidad y, no en
‘timo lugar, su humor profundamente bavaro.
Esa mafiana todo era distinto.
Killmousky habia hecho grandes esfuerzos para per-
suadirle de salir al jardin. Ellwanger, sin embargo, s¢ li:
rmité @ dejar fuera al gato y volvié enseguida a la cama
Era jueves, un dia laboral como otro cualquiera, pero para,
Ellwanger era un tipo de jueves todavia desconocido. El
dia anterior habia recogido sus cosas, ordenado su escri-
torio y habia dimitido del servicio ~como suele decirse—
por voluntad propia. Con abundantes palmaditas y los
mejores deseos por parte de los compafieros, que habian
insistido en que tenia que celebrarlo como era debido el,
fin de semana, Frau Reidemeister incluso habia lorado,
A Ellwanger no se le ocurrfa ninguna razén por la que
debja celebrar su partida. No habia motivos honorables,Sibylle Lewitacharff
para su despido, mas bien algo enrevesado. La pensién,
probablemente le aleanzarfa, él era austero, al menos
mientras existiera Frau Kirchschlager, que le habia de}
do la casita por un precio médico, extremadamente mé-
dico tratandose de Miinich
@ero por lo demas? {Cémo, por Dios, pasaria el tiem-
po? £Con qué? No tenia Aobbies, despreciaba los hobbies
con toda el alma. Su padre habia sido uno de esos aficio-
nados al bricolaje, una criatura de s6tano, gruiién y vio-
lento, que regularmente daba palizas a la madre. Ellwan-
ger odiaba los sétanos. Gracias a Dios, en su casa slo ha-
bia un sétano diminuto que servia de despensa, ya que
alli abajo hacia bastante frese
4Y ahora qué? {Mujeres? {Cigarrillos? Fernet Branca?
&Todo el santo dia? En cualquier caso, no merodear por
el jardin durante horas con Killmousky, el gato desapa-
recia cuanto antes para ir a lo snyo, Teer el periddico,
pensé Ellwanger, a partir de ahora durante dos horas to-
maré café y leeré el Siiddeutscke, y con este pensamiento
enseguida volvié a dormirse.
Cuando se desperté eran las diez y media y el proble-
ma segufa all
Ellwanger se levanté con movimientos més pesados
que de costumbre. Al dirigirse a la cocina, para poner la
cafetera y meter el pan en la tostadora, le daba la sen-
sacion de que arrastraba los pies como un jubilado de-
exépito.
Por Jo visto habia nevado. En el alféizar habia una
gruesa capa blanca
No debo abandonarme. Fregar el suelo, lavar, tener la
casa recogida, pens6 Bllwanger, y decidié sacar la ropa ~
de la cama y hacer una lavadora inmediatamente des-
pués de desayunar. Con la nieve que habia caido duran-
142
Killmoushy
te la noche, de todos modos, no podia salir en zapatillas
para sacar el periddico del buzén. No tenia ganas de po-
zapatos, calzarse las estrechas botas de agua
Puso la radio. Un poco de misica. Noticias de la ciudad
y la regién. No estaba del todo atento alo que ofa, pues,
estaba muy entretenido figurandose qué, por el amor de
Dios, iba hacer ahora dia tras dia. Siempre habia traba-
jado, habia trabajado como una mula, irse de vacaciones
le gustaba tan poco como al inspector Barnaby, sélo que
Barnaby tenia mujer c hija, y a su devoto Sergeant Troy:
1, en cambio, no tenia a nadie. Al menos ahora ya no te-
nfa a nadie. Sus subordinados inmediatos, Pilz y Schott,
tendrian que apafiarselas a partir de ahora
sabe, tal vez uno de ellos le sucederia en el puesto, Schott
quizd, pero esto a él ya no le importaba.
Entonees dijeron su nombre. En la radio, Se levanté y
sskidsel elcanz eh Spats. Us aoa anes «a
in él, y, quién
comisario en jefe Ellwanger, tra las acusaciones levanta-
das contra él, ha dimitido hoy del servicio. No es de es-
perar que haya un juicio penal. No ha estado a disposi-
cién de la prensa para més informacién»,
Asi que esto fue todo, Era de suponer que seria una
de las tltimas noticias en este asunto. A partir de ahora
probablemente se tranquilizarian las cosas. Cierto, ha-
bia tenido un montén de ofertas de parte de las cade-
nas de radio y televisién en todo el pals, podria haber
montado la gran gira de programas de debate y contar
‘con una enorme aprobacién. Un par de preguntas pelia~
gudas de abogados que se inflaban artificialmente, mas
resistencia no era de esperar. No obstante, estaba con-
tento de haber rechazado cada una de estas ofertas. Un
hombre no hablaba durante horas de las razones por las,
que habia hecho algo. Al menos, no Ellwanger. Esto era
143Sibylle Lewitecharoff
para mujeres que tenian que chismorrearlo todo, como,
por ejemplo su ex, que al final se habia pasado horas
horas en el teléfono. Aunque, tal vez fue un error hab
sido tan tozudo.
‘Ahora estaba sentado alli en Solln y no sabia qué ha-
cer. Las apariciones en televisi6n seguramente le habrian
tenido ocupado un rato, y, quién sabe, le hubiese le
do un flujo considerable de mujeres a su cama, que ac-
‘tualmente s6lo compartia con Killmousky. Porque ahora,
a diferencia de épocas anteriores, habria tenido todo el
tiempo del mundo para dedicarse a las mujeres. De todos
modos, cartas de hombres y mujeres, la mayoria de ellas
entusiastas y celebréndole como a un héroe, no le falta-
ban. Y cuando se contemplabaen el espejo, se encontraba
todavia de bastante buen ver. Algo delgado, fibroso, con
mirada ardiente, y aunque canoso, en la cabeza le queda-
ba todavia casi todo el pelo.
Simplemente, le horrorizaba tener que explicar a todo
el mundo qué habia pasado por su cabeza hace cuatro
meses, cuando por primera vez estuvo sentado frente a
Granitza. Poco a poco ni él mismo ya sabia muy bien qué
habfa pasado alli. Recordaba intensamente los ojos frios,
y la piel innaturalmente blanca, la pose despreocupada y
‘al mismo tiempo la tensién con Ia que el tio habia estado
sentado en el otro lado de la mesa. Ya se habia habla-
do demasiado de ello, demasiada chachara y demasiadas
suposiciones. En general, la gente hablaba demasiado de
si misma. Era algo que Ellwanger habia odiado siempre,
a pesar de ser en los interrogatorios un especialista en
aprovechar las ganas de largar de la gente.
Untaba su tostada con mantequilla. Cuando la mor-
dié escuché el crepitante erujido en su cavidad bucal. Si,
la gente largaba y largaba y se delataba a si misma cada
44
Killmousky
vez més, aunque s6lo mientras én el otro lado de la mesa
hubiera alguien que supiera cémo poner en marcha el
mecanismo de forma adecuada. En este sentido, Ellwan-
ger era diestro como pocos, uno de los grandes, inclu-
so. Siempre se lo habian certificado: Richard Ellwanger,
iel as del interrogatorio! Era generalmente reconocido
como el crack del interrogatorio, probablemente el ma-
yor de todo Munich. Y no sélo eso: su departamento era
‘el que tenia la mayor cuota de casos resueltos de crime-
nes graves en toda Baviera, y probablemente mucho mis
alla de Baviera
La tostada habia acabado desapareciendo dentro de
‘La primera taza de café estaba tomada. Se encendié un
cigarrllo. Antes de la segunda taza, siempre fumaba un ci-
garillo, Esto continuaria probablemente igual en los pré-
ximos afios. Pero quizé sus costumbres cambiarlan radi-
calmente a partir de ahora. Pues ahora estaba obligado a
llevar una vida por completo distinta, y todavia ui siquic-
ra sabja como hacerlo. Al menos no habia nadie alrede-
dor a quien interrogar. E interrogar a Frau Kirchschlager
no era, en todo caso, una tarea razonable.
Su técnica de interrogatorio en el fondo no tenia mu-
cchos trucos, al menos no se servia de tantos trucos como
para haber podido Menar con ellos un manual. Tal vez
simplemente poseia cl don de ponerse en la piel de Ia
gente. Siempre se presentaba a los sospechosos de for~
‘ma muy correcta, renunciaba a jueguecitos sucios, no era
‘mezquino cuando deseaban fumar 0 tomar algo, a veces
‘encargaba una cerveza sin alcohol, cuando tenia la sen-
sacién de que su interlocutor necesitaba algo parecido al
alcohol, para calentarse un poquito. Tampoco miraba sin
interrupcién y fijamente a su adversario, mas bien apar-
taba a menudo la vista y miraba por la ventana.
145Sibylle Lewitscharolf
Sin embargo, escuchar era algo que sabia hacer m
bien. Ellwanger habia nacido con ofdos de murciélago,
Pequetias imprecisiones, un ligero quebramiento de k
vor, toses, carraspeo; todo lo estudiaba con la méxima
atencién, mostrando por fuera calma y ecuanimidad. Elle
wanger era la benevolencia en persona, la comprensién_
ambulante. Todo lo contrario de un agresivo sabueso,
Pero ahi la gente con la que trataba se equivocaba. Den-
to de él ardia la energia del esclarecimiento que a menu
do echaba de menos en sus compaiteros, Queria meter a
los tipos en chirona. Y cuanto antes y por cuanto més
‘tiempo mejor. Aparte de los tipos, también haba habla-
do unas cuantas veces con mujeres, pero raramente ha-
bian sido interrogadas como principales sospechosas,
+ al menos no de los delitos graves de los que se encarga-
baal
Volvié a escuchar el maullido en la puerta de la terra-
za. Fsto era inaélito. Normalmente, Killmousky vagabun-
deaba fuera durante todo el dia. Incluso en los dias que
Ellwanger pasaba en casa, solia dejarse ver raramente. Le
abrié la puerta. Killmousky entré a paso de paseo, algo
titubeante, como si no supiera por qué, levanté la cabe-
za hacia él —mas bien como un perro y no como un gato,
pensé Ellwanger-, y después se dio la vuelta y quiso vol-
ver a salir,
Ellwanger estaba conmovido. El gato parecia haber-
se dado cuenta de que algo habia cambiado y ahora ha-
bia entrado para ver si todo estaba en orden. Killmousky
me ama, es mi Gnico amigo, pensé Ellwanger con un atis-
bo de autoconmocién, dificil de distinguir del autocom-
padecimiento. Enseguida el pensamiento le parecié bas-
tante extravagante. Killmousky probablemente habria
mostrado apego ante cualquiera que le sirviera la comi-
146
Killmowsky
da y estuviera dispuesto a practicar con él por la mafiana
temprano el popular juego del jardin.
Ellwanger sintié no haber presenciado hoy la repre-
sentacién invernal de Killmousky. En cuanto cafa la pri-
mera nieve, el gato siempre entraba en plena forma, Pro-
baba la nieve, probaba en los primeros pasos cuidado-
samente cuanto se hundia, y de repente era presa de un
frenest saltarin: un delirio empolvado de blanco con Ia
cola erizada, que subia disparado al érbol, lo cual era tan
‘eémico que Ellwanger, la (nica persona en varias millas
a la redonda despierta en la madrugada oscura, colma-
da del resplandor de nieve, se echaba a reir en su jardin.
@Habia cometido un error? 2Algo fundamental? &Hu-
biese hecho lo mismo, de haber sabido las consecuen-
cias? Si, lo hubiese hecho. Naturalmente, se habia movido
cen una peligrosa zona gris, y por eso lo habian expulsa-
do del servicio, Ellwanger no se compadecia por ello. Su
superior habia actuado como debia. Las normas internas
hacian bien en no tolerar una extralimitacién como la que
éLse habia permitido. De lo contrario, se abrian las puer-
tas a todo tipo de desmanes arbitrarios y ya no se estaria
al servicio de la bisqueda de la verdad.
‘Aun asi. Fue la decisi6n de unos pocos instantes.
Sin reflexionar largo y tendido, sin sopesar euidado-
samente las posibles consecuencias. De golpe y porrazo,
Ellwanger decidié dejar de lado su proceder suave e in-
sistente y amenazar al joven. Naturalmente por necesi-
dad. A esas alturas, Ellwanger todavia podia suponer que
las dos nifias estaban vivas. El hombre tenia que ver con
su desaparicién, Dos testigos fiables habian visto como
subian a su coche. Los testigos no habian sospechado
nada, porque todo sucedié muy tranquilamente. Granit-
za era un vecino. Las nifias lo conocian bien y segura-
147Sibyl Lewitecharoff
mente habfan confiado en él. Tal ver les habia dicho que
Jo mandaba la madre para recogerlas del colegio.
Su arrogancia era insoportable. Estudiaba Filosofia,
Pretendia trabajar sobre Nietzsche y no perder su tiem-
po con nifias de colegio, si bien admitia haberlas visto al-
gunas veces de lejos. Al fin y al cabo eran gemelas y lla-
maban la ateneién.
Haberle ofendido enseguida no fuela razén del rencor
que el comisario sintié crecer répidamente dentro de si.
Un comisario de tres al cuarto como él, de Nietzsche sin
duda no tenia ni idea. Ya se podia hablar de suerte si le
sonaba su nombre, Ellwanger habia encajado con calma
estas ofensas, Pero una y otra vez surgié ante sus ojos la
foto. Las gemelas eran guapas, y mucho. Como conspi-
radoras estaban la una al lado de la otra con sus gran-
des cucuruchos de primaria, de una forma misteriosa
intimamente unidas. Eran listas, se veia enseguida. Eran.
encantadoras comu silu pueden serlo los nintos que no
Pretenden congraciarse con los adultos ni pedirles nada,
Ellwanger estaba a todas luces hechizado por la foto, le
‘conmovia. Habfa visto ya muchas fotos de victimas, entre
ellas unas cuantas mujeres atractivas, pero nunca una foto-
erafia le habia hecho encoger tanto el corazén. Si bien era
cierto que, a pesar de ser un curtido inspector, nunca habia
sido insensible a los sufrimientos infligidos a las victimas,
Siempre hubo un limite, pues un exceso de compa-
sién turbaba la vista. Como investigador se necesitaba
‘una mente sobria para no poner en peligro la investiga-
‘in con juicios precipitados que obedecian més al cora-
26n que al cerebro.
Pero esa foto le habia impactado. Inexplicablemente
le entristecia no ser él mismo el padre de las nifias. Nun-
ca le habia ocurrido algo asi. También los padres de las
148
Kiltmousty
gemelas enseguida le cayeron muy bien. Vivian en Gar-
ching, él trabajaba de ingeniero, ella de técnico en un la-
boratorio denial, Resultaba obvio que estaban completa-
mente fuera de si por la desesperacién, estaban exhaus-
tos porque no podian dormir. Pero ni una palabra preci-
pitada de acusacién contra la policia o contra quien fuese.
Les habia prometido hacerlo todo, cualquier cosa, para
encontrar a las nifias. ¥ los padres habian confiado en él
La madre le dio temblando la mano al despedirse y apo-
y6 un momento la cabeza en su hombro,
Ellwanger estaba decidido a devolver vivas las nifias
4 sus padres, y con toda la rapidez posible. Habia lleva-
do Ia investigacién con maxima celeridad; y después de
cuatro dias: bingo. Granitza con su piel blanca y el com-
portamiento repugnante estuvo sentado frente a él en la
‘mesa del interrogatorio, ofendiéndole.
Nunca habia hecho una cosa asi, pero de golpe Ellwan-
ger se levantd, volvié a meter la silla bajo la mesa, cogid
el respaldo con las dos manos y declaré con voz fria y so-
segada que ahora le arrastraria a Granitza al sétano y le
daria tal tratamiento que los gritos de dolor le quitarian
elaliento. Y nadie le oirfa alli abajo. Y él, Ellwanger, sabia
exactamente cémo debia golpearle para que no quedasen
huellas visibles en la piel. Y si esto no era suficiente, le co-
nectaria a un aparato alli que le haria perder los sentidos,
‘Un par de segundos Granitza le habia mirado mas sor-
prendido que con insolencia, Por lo visto no habia con-
‘ado con un giro tan brusco. Entonces, se desmoroné, Se
convirtié en un quejica, protegié con sus manos Ia cara
y empezé a lloriquear.
En menos de cinco minutos estaba a punto. Reveld el
lugar donde mantenia prisioneras a las nifias y sélo le
rogé que no le pegase.Sibylle Lewitcharoff
Ellwanger no le habia tocado.
Pero, naturalmente, su amenaza fue grabada por un
chmara. Para Ellwanger, Pilz y Schott s6lo habia una cos
que hacer: fueron en coche al lugar indicado cerca de
Wolfratshausen, un chamizo junto al Isar. Entretant
Granitza se reeompuso, le consiguicron un abogado
que conté enseguida que le habjan obligado a confes
bajo amenaza de tortura. Confiscaron la grabacién. Todo
seguia su camino.
Ellwanger yolvié a meter el pan para las tostadas en
caja, dejé la taza de café en el fregadero y se encendié
otro cigarrillo. La imagen de las nifias muertas qued6 gra-
bada a fuego en su cabeza. Yacian en una estrecha caja,
de madera, cabeza con cabera, abrazadas la una a la otra,
habjan muerto asfixiadas, Cuando Pilz y Schott abrieron
Ia caja ~Pilz habfa sacado los clavos con unas tenazas— a
Ellwanger se le escapé un profundo suspiro. Los cadave-
res de las nifias no estaban mutilados, y estaban vestidas,
‘aun as{ a imagen era para romperle el corazén a cualqui
1a, Ellwanger tuvo que apartarse para que sus compafieros
no viesen que tenia los ojos llenos de Idgrimas.
Con el cigarrillo ardiendo en la boca abrié Ellwanger
Ia puerta de la terraza que siempre estaba un poco atas-
cada. Fuera nevaba. Un denso ejército de copos serpen-
teaba lentamente hacia abajo y lo cubria todo. Tampoco
en el puro aire nevado Ellwanger podia sentirse culpable.
En el momento decisivo habfa actuado bien. Sin embar-
go, lo que parecia bien en un instante, como principio,
podia resultar fatal en otro, de eso no le cabia duda. Lo
que le preocupaba era que su amenaza de Hevar a Gra-
nitza a rastras al s6tano habia sonado tan convincente,
Porque tanto su vor como su postura habian parecido au-
ténticas. Porque é] mismo se lo habia creido.
150
Killroushy
Sdbitamente Je asalté un dolor, tan fuerte que el ci-
garrillo se le cayé a la nieve y se doblé.
Finos copos se posaban en su cabeza y en sus hom-
bros. El sétano, Sierras, tenazas, martillos, cuchillos de
tallar, limas, destornilladores. Colgados sisteméticamen-
te en la pared. Un banco de trabajo con un torno. Ese
cra el dolor que le invadia cuando su padre le daba pali-
as, Palizas metédicas. Palizas propinadas con premedi-
tacién. Propinadas con orden y concierto. Las relucien-
tes herramientas como testigos mudos que colgaban or-
denadas en la paredAndreas Maier
Entoneces llegaron los caballos, dos frisos enormes. A uno,
de ellos una sefiora le habia pintado una x amarilla (como.
en el CastorniX) en el trasero. Este trasero de caballo
se agitaba bastante. ¥ pensé cémo seria el sexo aqui en.
Wendland, y siellos se pintarian también en otras partes,
Finalmente flotébamos ala deriva en una cisterna de plas-
tico cortada por la mitad sobre un lago cubierto de cafias
yobservébamos croar a las ranas, Cuando Hevas cuarenta,
y ocho horas en Wendland, tienes la sensacion de haber
pasado ya cinco afios en esta comarca. Hasta los pueblos
de alli, todos redondos, tienen aspecto de pueblo de Ae
‘érix. Slrededor estan los romanos, en uniformes verdes,
por todas partes.
Elantiguo ministro del interior, Kanther, una vez sere-
firié a la gente de alla como «gentuza asquerosa>. Los alu-
didos se lo comaron al pie de la letra y desde entonces se
Maman asi entre ellos. Cuando en Liichow, o en Wadde-
weitz, 0 en Breselenz, o en cualquier otra parte un grupo
de wendlanderos se encuentra con otro, el primero excla-
‘ma: «Alli esté otra vez esa gentuza asquerosa de la resis-
tencia que no da palo al agua en todo el santo dia, ni se
lava y apesta». Y el segundo grupo responde: «Anda ya,
si vosotros lo que queréis es nuestra corriente eléctricas,
‘La gentuza asquerosa de Wendland vuelve a estar de gira
este verano y busca un nuevo campamento base, si, exac-
tamente, justo delante de nuestra casa. Barricadas de trac
tores inclusive. Quien quiera puede aprender alli a ha~
cer juegos malabares. Un mes entero sin lavarse. Cuida-
do, ya vienen, a
MELINDA NADJ ABONJI
Beéej, Yugoslavia, x968
Nacida en la Vojvodina, la provincia hiingara de la antigua
Yugoslavia, y criada cerca de Zsirich, Melinda Nadj Abon-
jes misico y se ha dedicado a la performance literaria; ha
desarrollado un estilo propio e inconfundible en el mbi-
‘0 escénico mediante la palabra y la misica, con un pode-
roso lenguaje, cadencioso y muy rico en imagenes. El ex-
perimento con el aspecto fonético de las lenguas —utiliza
indistintamente el alemén, el hiingaro y el dialecto suizo
en el escenario, junto con el humor y la duplicidad ver-
bal, constituyen el caldo de cultivo de sus producciones
literarias, breves textos entre el rap y el poema en prosa,
Esta capacidad de Nadj Abonji de tantear las palabras
hasta encontrar sus recovecos es muy patente en su pri-
mera novela, En el escaparate, en la primavera (Jung und
Jung, 2004) de la que presentamos aqui un pasaje, En
ella se narra el trinsito de una nifia suiza a la edad adul-
ta, desde la extraiieza y la distancia de un ser traumati-
zado por el desafecto y la violencia. Con gran delicadeza
y mediante un discurso eliptico, seudoinfantil, se recrea
¢l estado mental de la joven, terriblemente aislada, que
busca constantemente aliados para protegerse de sus di-
versos abusadores. Nadj Abonji se desmarca ya aqui de
‘anovelistica suiza tradicional al tratartemas como la vio-
lencia doméstica, el abuso infantil y la marginacién de las
parejas de lesbianas.
Con su segunda novela, con la que gané el premio del
Libro de 2or0, Las palomas levantan el vuelo (El Aleph,
215,Melinda Nadj Abonji
2012),‘confirma su compromiso ahondando en temas de
peso y con una mayor voluntad de estilo. La crénica 50.
bre la integracién de una familia de emigrantes yugoslas
vos en Suiza revela la endeblez de los conceptos de asia
.cién en boga, pues los esforzados «yugos» que prow
tagonizan el relato consiguen el éxito econémico, pero)
no una nueva patria, ya que sus conciudadanos suizos les
niegan el reconocimiento como personas. Tras un arrane
que dulce, la novela evoluciona hacia un crescendo fac
rioso, cuando los conflictos cotidianos se suman al cao
mental que provoca en las hijas de esa familia modélica
elestallido de la guerra en Yugoslavia.
ax6
EN EL ESCAPARATE, EN LA PRIMAVERA
11
En la estacién hay mucho aire, y lo contrario de estacié:
es cementerio, Luisa se tambalea. Corriente de aire. Lui
sa estd quieta. Las grandes ciudades como Viena. Y es en
Ia estacibn donde se palpa la grandeza de la ciudad sumi-
dacnel frio. Cementerios. Caminos ordenados, derecha,
izquierda. Tumbas austeras, otras desbordadas de flores.
Selior reverendo, Nome lo puedo imaginar. No vivir nun-
ca, nunca mis, Hija. Tampoco tienes por qué.
Luisa Amrein levaba un abrigo de invierno marrén cla-
ro, Conjuntaba muy bien con su pelo oscuro recogido de
forma holgada, y Luisa esperaba a la salida del vestibu
lo de la estacién con su bolso y sus labios pintados. Tal
vez brillaban como las letras en la espalda del vendedor
de periédicos. Y en la estacién Luisa sentia la grande-
za de la ciudad sumida en el frio. Frank se hacia espe-
rar, Luisa esperaba de buen grado. Disculpa, por favor.
Luisa habria preferido sentarse en el asiento de atris y
estaba sentada en el del copiloto, al lado de Frank, y ro-
daban en direccién al extrarradio. Las carreteras se mul-
tiplicaban como las casas y los érboles. Luisa cruzé las
piernas porque su corazén palpitaba. Queria decir algo.
A veces miraba de reojo a Frank y s6lo podia distinguir
Ios hoyuelos bajo sus mejillas. Sentia los dedos de los
pies frios en sus botas y las axilas empapadas en su jersey
de cuello cisne. El invierno es un verdadero monstruo,
habfa dicho una anciana en el tranvia frotindose las ma-
217Melinda Nadj Abongi
nos, y Luisa le habfa dado la razén, senti carifio por sus
manos, Por qué, pregunté Frank. Porque las tenia tan se~
cas y arragadas que no podia imaginérmelas de otra ma-
nera, 2Y ésa es razén para sentir carifio por unas manos?,
y Frank frend de forma abrupta.
El mimero veintiuno se encontraba en medio de ca-
sas con arboles, en la periferia urbana, Los ventanales
del salén legaban hasta el suelo, y adheridas a los crise
tales habia siluetas negras de péjaros. Las losas de pie-
dra de la terraza estaban moteadas de blanco y gris, y el
asta de la bandera se ergula vacia hacia el cielo. Los trae
jes de Frank pendian de una barra metilica en el dormi-
torio. Luisa pregunt6, los necesitas todos, Frank le tendi6,
un vaso, Luisa no solia beber whisky porque era impro-
pio de una mujer joven, Frank hizo como que brindaba
y francié un poco la nariz.
En el dormitorio olia a frio. Luisa estaba acostada en
Ia cama doble bajo una manta pesada al lado de Frank y
no lograba conciliar el suetio. Frank respiraba con la boca
abierta, y a Luisa le dio por pensar, seguro que ¢s mayor,
que yo. La lampara de la mesilla decoloraba la piel de
Frank, y la ropa de cama listada en tonos chillones confe-
ria a su cara un aspecto todavia mas pilido. Luisa lo pal-
paba con la mirada, deseaba salpicar de puntos los hue-
‘cos de su piel y remarcar con un rotulador verde los plie~
gues de los ojos. Qué hombre, y estaba perpleja de que
Ja cara de Frank pudiera contrastar tanto con la ropa de
cama, y de que su mera cabeza mascullara cosas ininte~
ligibles, sin duda tiene que ver con su profesion, pens6,
y s¢ desliz6 del lecho
En el cuarto de bafio se recliné en la puerta cerrada
y_ esper6. Luego hizo bascular el interruptor de la luz. *#
ste es, pues, el aseo de Frank. En esta baiiera se estira
218
Enel escaparate,en la primavera
desnudo, Luisa se miré en el espejo, y vio en el espejo a
Frank afeitarse y peinarse. Pero lo principal era el arma-
rio de luna, y Luisa se imaginé lo que podria encontrar-
se ahi dentro. Los articulos de asco, escasos y ordenados
de cualquier manera, eran las cosas que mas la atrafan,
Y no veia el momento de saber en qué frasco estaba me-
tido el aroma de Frank.
Nunca he visto un hombre que se lime las ufas, dijo
Luisa al seitor Zamboni. En el pequeiio armario de plés-
fico de la cocina habia cinco tijeras de uitas y un juego
de limas, Pues tienes uno frente a ti, contesté el sefor
Zamboni, un peluquero trata sus ufias como trata las ca-
bezas de sus clientes.
Elarmario de luna de Frank tenia algo insélito, Todos
los objetos se encontraban en sus envoltorios de fabri-
ca, detras del cristal. Luisa roded con Jas manos los tres
compartimentos de distinto tamaiio, midié con el pulgar
y el mefiique la longitud y la altura aproximadas, hizo un
croquis en un trozo de papel y empez6 a anotar. Un pa-
quete de diez hojas de afeitar. Tres pastillas de jabén en-
vueltas en plistico. Dos desodorantes de marcas diferen-
tes. Una caja doble de bastoncitos de algodén y un tubo
de gomina. Sendas cajitas de analgésicos para la cabeza
y el dolor de mnelas. Un bote de licor para enjuagues.
Frank. En enero en Viena. Luisa se quité la camiseta y se
pinté los labios eon el torso desnudo.
Por lo general, Luisa y Frank se citaban los fines de se-
mana, la noche del viernes o Ia del sibado, Frank le pa-
saba el brazo por el hombro, y ella primero le rozaba la
piel. La levaba al pub situado cerca de la estacién, y re-
sultaba agradable, aqui estamos tranquilos. Frank pedia
whisky escocés, la abrazaba con la mirada y fumaba, Lui-
sa quiso decir algo. Llevaba la blusa con el estampado de
argMelinda Nadj Abo
Jos pulpos y los caballitos de mar que juzgaba inadecua-
da para otras ocasiones, qué blusa tan extravagance Ile-
vas, dijo Frank hundiendo la mirada en la cara de Luisa
antes de besarla, y ella sintié ansias de ver la blusa muy
cerca de él
En el asiento de atrés unas revistas se deslizaban de
tun lado a otro cuando, hacia las diez, rodaban en direc
‘ciém al extrarradio. En la mayoria de las casas estaba en=
cendida la luz, y Luisa contaba personas desconocidas
fen ventanas iluminadas. Frank puso la radio y empez6 @
silbar, Sus manos enguantadas descansaban sobre el vo-
ante. Después del quinto seméforo no doblé ala derecha
sino ala izquierda. Por qué. Luisa no pregunt6. Quizé me
introduce en el maletero y se va muy lejos, adonde sea,
Frank pard en una gasolinera, y Luisa se bajé, su alien=
to se distinguia en el aire. Frank le habia regalado flores.
Bs también el miedo lo que me empuja hacia él, pens6.
Frank estaba sentado eu el sofé. con las piernas ernzs
das, la frente le brillaba a la luz de la vela. Le tendié el
‘vaso, por la belleza de las mujeres. Luisa levanté su vaso,
nunca habia brindado por la belleza de las mujeres, que-
Ha contar un chiste, Desde cuando vives aqui, preguntd,
y Frank contest6, los Reyes me regalaron la casa en Navi-
dad. Pased una mirada divertida a su alrededor, y la atrajo
hacia si, Mientras la besaba, Luisa fijé la mirada en su en=
trecejo. Las historias de tos son una engafifa, decia Vax
lérie, que siempre se tomaba la licencia de afirmar cual-
quer cosa. Pero Frank estaba ahi, como un dia de diario.
Frank solia dormirse al instante. Luisa se quedaba des-
piertay se imaginaba cémo colocaria los trajes sobre el
cuerpo inmévil de Frank para juzgar qué colores y dibus
jos conjuntaban mejor con su piel. ¥ como las noches ne
ealcanzaban, por las mafianas la cara de Frank permane-
Em el eseoparate, en la primavera
cia embalada y atada como un bulko de correo. Desayu-
naba de pie, me tengo que ir. Trabajaba de asesor de
municacién, y Luisa pregunt6, qué es lo que haces exac-
tamente. Mi trabajo es universal, y siguié fumando el ci-
regunté
Luisa éNo es suficiente?, y se ajust6 la corbata. Sin cami-
sani corbata su cuello parecia desnudo.
Luisa era la amante de Frank. La mujer de éste vivia
de forma transitoria en Espafia, y Luisa tenia prohibido
atender el teléfono. Mi mujer, dijo Frank realizando un
sgesto ovalado con el vaso. Por qué no esta, pregunté Lui-
sa, y él contest, si vuelves a mencionar a mi mujer, y la
tumbé en el suelo, Luisa miré debajo del armario del sa-
16n, resultaba tranquilizador que alli no se hubiera acu-
rmulado més que polvo.
Luisa llevaba el abrigo de inviero marrén claro. Con-
juntaba muy bien con su pelo oscuro recogido de forma
holgada, y en el vestibule de fa estarién se ponia al lado
de las escaleras mecénicas. Corriente de aire. En la es-
tacién hay mucho aire, y lo contrario de estacién es ce-
menterio. Un hombre trajeado la abordé y le dijo, debe-
ria usted levar el pelo suelto, la cogié desprevenida, no
supo qué responder. Se le ha trabado la lengua, pregun-
té el hombre, y le ofrecié un cigarro. 60 me estaba es-
perando?, y Luisa dijo, no le conozco. La préxima vez la
nvito a un café, y se despidi6 desde la escalera mecéni-
ca haciendo sefiales con la mano y sin volver la vista. Su
aroma se le incrust6 en la nariz
Del retrovisor colgaba, balanceéndose, una figura de
plistico con botas militares rojas, quién es, pregunté Lui
sa, mi talismén, contesté Frank conduciendo a toda mé-
quina. Luisa quiso decir algo. Se sujet del pomo de la
puerta, y el talisman llevaba un traje de cuerpo entero
garro, metido entre los dientes, eso es todo?Melinda Nad) Abonji
con capa. Quiza debiera haberlo tocado. Miré de reojo a
Frank, que tarareaba para sus adentros.
En el garaje habia una pila de neumaticos, y Luisa se
imagind como su abrigo quedaria tirado sobre Ia goma:
negra. Con el ascensor se subja direetamente del garaje
al salén, y ya en la cabina Frank solia volearse sobre ella,
‘Te das cuenta de las comodidades que tiene la vida, sue
surraba antes de besarla. El ascensor se clevaba con un
ronroneo, comodidades, qué palabra tan curiosa, y Li
sa no lograba cerrar los ojos. En el salén encendié un
garro para Frank, se fij6 en su rostro de piel caida. Quiz
ocurra algo insélito hoy.
En el armario colgaban los vestidos de la mujer de
Frank, Eran sencillos y elegantes y de discretos colores.
Luisa se los fue probando, y estaban hechos a su medi-
da, Nunca habia llevado vestidos de ese estilo, y se gira
ba ante el espejo. y el vestido de noche negro con las dos,
‘capas cuperpuestas de tela distinea era el que més le gus-
taba. Se pinté los labios, remared las cejas y se recogié el
pelo. Frank dormia en el espejo, Luisa se senté en el sofa
del salén esperando la salida del sol. Luego se sent6 en
la alfombra, muy cerea del ventanal, y la luz iba transfor-
mando la alfombra, era muy bonito. ¥ pens6 que Frank
queria dormir hasta que volviera su mujer.
Luisa abrié el armario de luna. Sacé todas las cosas y
volvié a meterlas en el compartimento més grande e:
yando érdenes diferentes hasta dar con el mejor. La bo-
tella de perfume no estaba en el armario de luna, y tenia
‘que estar en alguna parte. Rebuscé en el abrigo de Frank
pero no encontré nada més que la billetera con dinero,
tarjetas de crédito y fotos. Lo ordené todo sobre la al-
fombra, y ahora recuerda cémo sintié el aire frio del sue
Io, Se metié el dinero y una tarjeta de visita en la braga,
Enel escaparate, en la primavera
quizé el perfume esté en la mesilla, y tenia la conviecién
de que Frank escondia su perfume intencionadamente,
estoy rebuscando entre cosas ajenas.
Frank yacia de espaldas y roncaba perceptiblemente.
Luisa acereé un mechero a su cabeza, parece el Espiri-
tu Santo, y con la otra mano tironeaba del cajén. Donde
esta la Have, susurré acercéndole la llama directamente
al entrecejo. Frank mascull6 algo ininteligible y se dio
la vuelta
Luisa puso la lampara de la mesilla en el suelo, la en-
cendié y la empujé debajo de Ia cama. La respiracién de
Frank silbaba en la estancia. Luisa se arrodillé y palpé de-
tris de las patas de la mesilla: ahi no habfa lave. Dénde
la escondes, susurré, y se metié bajo la cama. Y no habria
dado crédito sino lo hubiera visto con sus propios ojos.
‘Tenia el pelo tan largo que sentia en los hombros cada
movimiento de la cabeza. Estaba en la estacién, al lado
de las escaleras mevanivas, y los dedos en el bolsilio del
abrigo de invierno se contraan en forma de caracol. Ya
habfa oscurecido. Opino que esté usted muy atractiva con
al pelo suelto, y el hombre exhalaba las palabras al aire
mientras golpeteaba en la cajetilla para sacar un cigarro.
Le ofrecié y fumaron, y a ratos se miraron, y Luisa pens6
en decirle a un extraiio, es usted muy atractivo. No me
Jo puedo imaginar, dijo Luisa. Qué, pregunté el hombre,
éque no nos velvamos a ver?, yo tampoco. y enarcé las
cejas, y detrés de él pasaba la gente, y una cosa no tenia
nada que ver con Ia otra
Quisiera seducirla, el hombre le tendia la carta formu-
Jando recomendaciones sobre las diferentes bebidas, lo
hacia con gracia y siempre que estuviera de buen humor.
Por cierto, mi nombre es Frank Ulrich, y le bes6 la mano
a Luisa Amrein, Ella se decidié por un aguardiente de
293Melinda Nad} Abonji
albaricoque,y él dijo, yo sélo bebo whisky. Luego se hizo
tun silencio absoluto. Qué haces en la estaci6n, preguntd
Frank. Hago de espectadora. Una hora cada dia. ZY para
qué? Para decidir si me voy de viaj
En el coche olfa a Frank. Tenia el pelo carto de color
rubio oscuro y ladeé con elegancia la cabeza al subir al
vehiculo, adénde la Ilevo, y Luisa contesté sin mirarlo, a
tu casa, Y cuando lo observaba mientras dormia no ha-
bria sido capaz de decir qué era lo que la fascinaba en.
41. Bicho raro que eres, dijo Valérie, y Luisa contest6, es,
‘una mala costumbre. Lo has cogido de la tele, preguntd
‘Valérie riéndose como escupiendo los dientes. Lo sien-
to site parezco estiipida, Luisa sentia cbmo se le hincha-
ba el cuello, quisiera saber quién es. Qué insélito, excla-
mé Valérie. Y mas tarde preguntd, iya le conoces como 7
Ja palma de tu mano?
Valérie trabajaba en un quiosco cereano a la estacién,
su pelo se levantaba al aire en gruesos mechones, y los
pomulos le Hegaban hasta las cejas, Luisa estaba prenda-
da de su aspecto. Cientos de periédicos y revistas y posta-
les, y detris Valérie con su pelo y una mirada como unas
tenazas, qué desea, y no ordené ni desembalé nada, sino
que se cruzé de brazos y se quedé a la espera. Todo pax
recia sobrecogedor. Luisa se dio la vuelta y se fue, y al
dia siguiente volvi6.
Se puso a varios metros de distancia del quiosco y co-
menz6 a garabatear. Valérie grité, qué esta haciendo, y
Luisa no contest pero al instante Valérie se le plant en
frente, levanté la barbilla y dijo, te estas burlando de mi,
rmirando fijamente el papel con los garabatos. Luisa res-
pondié, es cosa mfa, Valérie convirtié su mirada en dardos
y fruncié la nariz, esto no es una atraccién turistica, y did
media vuelta. Vistos por detrés, ls pelos de Valérie se ele-
294
Enel eveaparate, en la primavera
vaban de la cabeza como montafias picudas, y el corazon
a Luisa le latia en el cuello, habria disfrutado con pasarle
a mano sobre las puntas del pelo, cabrona, grité Luisa
Valérie se detuvo, el aliento de Luisa hacia remolinos
en el aire, el frio daba zarpazos en su nariz y en los 16-
bulos de sus orejas. Valérie dio varios pasos hacia atras,
antes de girarse como un relampago. Luisa centré la mi-
rada en un gran lunar en la frente de Valérie, si echo a
correr me alcanza, y no corrié, sino que se quedé parada
y cerré los ojos. Los pasos de Valérie crujian despacio y
acompasados hasta que ya no se oyé nada. Luisa pens6,
no voy a abrir los ojos, y la sentia directamente enfrente.
2Y qué bicho eres ti? Los parpados de Luisa se estre-
mecian, y bajé la cabeza, soy Luisa Amrein, Valérie lleva-
ba botas de cafia alta con cordones, y cbmo me llamaba:
pregunté. Ni idea, y Luisa levanté la cabeza para mirarla
alos ojos. Quedé fascinada con las ventanas plateadas en
lay pupilas de Valéric, seguro que ve de un forma distin
ta que yo. Qué miras, quiero saberlo, Valérie imité ur
lescopio con los dedos y lo acered al ojo, y a Luisa le ha-
ria gustado mirar también, cémo te llamas, susurr6. La
muy inocente quiere saber cémo me llamo, y por qué ha-
bria de revelarte mi nombre. Pero Luisa penso, debe de
tener un nombre extravagante. ¥ en efecto. Valérie Olivia
Francine. Se le ofrece algo més, pregunto Valérie.
Las flores cortadas no me gustan, y si alguien me las re-
gala las tiro. Luisa le habia regalado tulipanes amarillos,
centonces tiralos, dijo Luisa. Puedes ponerlos en tu casa,
y Valérie le tendié las flores. No. Valérie tiré el ramo a la
basura sin pensarlo dos veces. Yo nunca seria capaz de
hacer eso, pensé Ii
El sibado nos vamos de viaje, y Valérie apunté un nd-
mero en el calendario, no, respondié Luisa. Por qué no,Melinda Nadj Abonji
Valérie podia mirar con mirada absolutamente inmévil,
tengo planes para ese dia. Ya estas ocupada, y se rio con’
risa torcida, c6mo se llama él, y Luisa se quedé en silens
cio. Valérie sostenfa el calendario entre sus manos, com-
Prendo, te van los secretos, Luisa miraba el paisaje nevae
do de 1992. Adoro la nieve, sobre todo cuando se derrite,
y su dedo traz6 un circulo en el vientre de Valérie. Cus
dado, de cintura para abajo pierdo el control de mi mise
ma, susurré ésta. Luisa prolongé la linea hasta los pies
de Valérie, el color de su piel era de una belleza inefable,
Lu, dijo, nunca habia llamado asi a nadie, guarda para tt
Jo que hagas con él
Mijefe quiere levarme a la cama, dijo Valérie, melo re-
vel6 ayer. Luisa esperaba frente al quiosco, Valérie mas-
ticaba chocolate, sus ojos ardian. Enseguida supe que
quiere aparcar en mi, y apenas movia los labios cuando
hablaba. No tienes por qué, dijo Luisa. Me dan ganas de
desarbolarlo, y Luisa no pudo por menos que reirse por-
que Valérie podia hablar tan deprisa que daba vértgo.
Qué te parece tan gracioso, Valérie batié las manos con.
tra las manos de Luisa y conté dénde y en cuantas cosas
su jofe tenia metidas las suyas.
Y sabes qué, le dije, su mujer es una de mis mejores
clientas, Valérie rizaba un mechén de pelo, y me contes-
%6, mi mujer es tolerante por naturaleza. Al decitlo me
examiné tranquilamente, estoy segura de que todavia no
habia desayunado, un empresario por los cuatro costa-
dos, dijo Valérie con lengua afilada. Soy una diana para
los hombres de mediana edad, estoy hecha a su medida,
Luisa entonces no tenia idea de lo que Valérie quiso de-
cir con eso. -
Valérie asistia a una escuela de horario noctnrno, tra-
bajar por la matiana y estudiar por la noche,
jo, eso me
226
En el ecaparate, en la primavera
gusta. Vivia en un piso de dos habitaciones del distrito
cuatro. Las dos estancias estaban abarrotadas de cosas,
lo colecciono todo, y Valérie en su piso tenfa un aspecto
similar al que presentaba detris de los periddicos y las
postales del quiosco.
Una pared de la cocina estaba empapelada con papel
de embalaje. Pegados encima, recortes de periddicos, re-
vistas y folletos publicitarios. La mayoria de los articu-
los de prensa tenian frases subrayadas, y al pie de cada
recuadro habia palabras escritas en mayiisculas, comen-
'o el mundo, dijo Valérie. Al terminar el afio lo arranco
todo y vuelvo a empezar. Mi adquisiciSn reciente, y sefia-
16 unos modelos de cuchillos de todos los tipos y tama-
fios. Al lado decia: Los hay que los quicren afilados. Lui-
sa miré en la ventana plateada de Valérie, y deseé me-
terse bajo su piel
Frank tenia un punto cicgo entre lus ujos, y Luisa lo
aprecié cuando Frank conversaba con el camarero del
pub. Su cara entera se perdia en ese punto donde se to-
caban sus cejas. No te comprendo, habria dicho Valérie, y
Luisa pensé, c6mo podria explicarlo, su cara en ese pun-
to esté como borrada. Te gustaria resucitar a ese muerto,
habria preguntado Valérie con voz capaz de dejar reseca
'a garganta de Luisa, quizd me gustaria de verdad, pen
6 Luisa,
ELpie de Frank apreté el acelerador, las luces de las fa-
rolas acribillaban los cristales, el talisman chocaba con-
tra el parabrisas, qué prisa tienes, dijo Luisa, y su mano
estaba fundida con el pomo de la puerta, éTe da miedo?,
grité Frank, ya sabes, tengo un angel de la guarda de alas
anchas, y qué feos eran sus poros. Es mi cumpleaios, ése
te ha olvidado? A los lados de la carretera habia nieve,
yen el asiento de atrés, una caja de cartén con bebidas,
297Melinda Nodj Abonji
‘Venga, céntame una cancién, Frank chasqueé la lengua,
y Luisa permanecié muda, y entre las luces emergia Vae
lérie, Miraba de entre los hombros cual gato acechando,
No has ofdo?, a Frank le sudaba la cara, y el tacéme-
tro se movia en el sentido de las agujas del reloj, una cane
cién para el cumpleaiero. Y Luisa empez6 a cantar, més:
fuerte, grité Frank, Luisa cantaba, Ave Maria, y la voz se
le trabé en la garganta, y Frank conducia a toda maquina,
como si se le hubiera perdido algo en el mundo. Canta,
una cosa alegre, quién quiere oir el Ave Maria el dia de su
cumpleatios, y golped con la mano derecha en el volan«
te, pero la mente de Luisa se plant, y Frank grité, si no
cantas me estrello contra el proximo Srbol. ¥ Luisa can-
t6 «En lo alto del carro amarillo», las luces de las farolas
conflufan en una sola raya, y Frank acompafiaba la can-
cién, voy sentada junto al cochero,y al adelantar no redujo
la velocidad, y Luisa pensé, si salgo viva de aqui, lo mato,
Frank cruré rumbando el umbral y paré a un palmo
del garaje, trebolito mio, gracias por la escapada. Apagé
el motor, Luisa abrié la puerta de un empujén, la cerré de
tun portazo. Frank dejé caer la cabeza sobre el volante y
Jo abrazé con ambas manos. Luisa se sent6 en los neumi-
ticos del garaje. Todavia hoy sigue viendo el cuello des-
nudo de Frank sentado en su coche, se habfa afeitado el
pelo hasta las orejas, sino se mueve hago algo. y ofa latir
elcorazén en el cuello, uno, dos, tres, cuatro, susurré, yal
Iegar a cincuenta Frank no habfa hecho el menor gesto.
Entonces Luisa estampé el dorso de la pala de la ni
ve contra la ventanilla, y Frank pegé un respingo, tenia
la boca convertida en un boquete. El primer golpe impri-
mid un dibujo de finas vénulas en el cristal, mas bonito
que una red de carreteras, hijo de puta, grité Luisa; ef
segundo palazo astillé el vidrio reduciéndolo a esquirlas
208
a
Bn el escaparate, en la primavera
diminutas, y Luisa vio a Frank acercindosele. Le arrancé
la pala dela mano, cogié impulso, Luisa cruzé los brazos
sobre la cabeza, Frank golped con un estruendo agudo.
Luisa abrié los ojos. Frank habia reventado la luna
frontal y tirado la pala, sus brazos se balanceaban como
péndulos mientras la miraba y jadeaba, En el marco que-
daban dientes de cristal, ests zumbado o qué, dijo en
voz baja y rompié en llanto,
Acaso sintié usted compasién por él, preguntaria la se-
‘tora Sunder més tarde.
Ya he estado en chirona y mi padre es el presidente de
los Estados Unidos, Valérie estaba sentada sobre un cojin
en el suelo y Luisa, a su lado. También podria ser un je-
que petrolero de Oriente Préximo, Valérie formé un tur-
ante con su jersey, de todas formas pertenece a la cua-
drilla internacional de mosqueteros, se rio con risa agu-
da y guillotiné el aire con la mano estirada. Qué dices,
lunisa toed delicadamente con la punta del dedo el lunar
cen la frente de Valérie. Tienes raz6n, estoy borracha, dijo
Valérie, y apoyé la cabeza en la pared, la raiz de su pelo
terminaba en un mintisculo pico, thas estado en chiro-
a o no?, y Luisa palpé con la mano la raiz del pelo de
Valérie. Qué dirfas si fuera verdad. Preguntaria por qué.
Tus orejas son animales de mar, dijo Valérie, y cubrié
los hombros de Luisa con una toalla. Luisa miré al espe- |
jo sobre la mesa de la cocina, los tuyos parecen platos de
sopa, se rio en su cara, que se reflejaba en el espejo, y Va- |
lérie comenz6 a cortarle el pelo. Cuando sea vieja ya na-
die me miraré a la cara sino sélo las orejas, Valérie colo
6 el peine detrés de su oreja derecha, por qué no llevas
pendientes, pregunté Luisa. ¢Es un chiste?, éacaso crees |
que se han merecido esa distincién?, y Luisa se rio, se
siente cuando el pelo esta cortado.
a9Melinda Nadj Aborji
‘Valérie estuvo toda la tarde cortando y peinando, Luis
sa la contemplaba en el espejo, y de repente le recordé
a su tia, te pareces a mi tia, dijo. Vaya piropo, y Valérie,
torcié la boca. Nada contra mi tfa, Luisa meditd un inse
tante, hace doce afios que la vi por tiltima vez, y empez6,
‘a.contar. Si tuviera una tia desaparecida la buscaria, dijo
Valérie. Luisa quedé impresionada, como buscarias, pre-
gunt6, Simplemente me pondria, dentiendes, Lu?, inves
tigarfa sus huellas, Valérie tenia una manera realmente,
sorprendente de hablar de las cosas.
Me has cambiado por completo, éno te parece?, pre~
gunté Luisa. Hervia el agua para el té y el vapor empaiia-
ba la ventana de la cocina. Valérie toqueteaba el occipu-
cio de Luisa, tienes algo extrafiamente torcido, susurné,
apoyé la barbilla en su cabeza, y las dos quedaron mirdn~
dose alos ojos en el espejo. Pero a primera vista somos el
diso perfecto, la inocencia pueblerina unida a la infamia
patibularia. Valérie parti el filtro del cigarro con la ula
y lo prendié, a ver, cuéntame algo de tu media naranja,
{Lisa eché los brazos detras de la silla, le agarré las nal-
gas, y a ti, por qué te metieron en la cércel? La inocen-
cia pueblerina no quiere desembuchar, Valérie exhalé el
humo hacia el espejo, y yo no quiero estropearte el dia.
Recogié los pelos, puso la tele y no dijo una sola palabra
més durante el resto de la noche.
El fin de semana Luisa esperaba junto al vendedor de
periddicos de la estacién. Vio a Valérie acercarse desde
lejos y giré la cabeza hacia el otro lado. Me has visto, gri~
16 Valérie, Pasaba casualmente, pero site veo parada aqui
me pica la curiosidad, Nos vemos en otra ocasién, y la mi-
rada de Luisa esquivé los mechones de su pelo. Frank Ile-
vaba un traje oscuro, buenas noches, dijo. Valérie pertita-
necié clavada en el lugar. Hubo un momento de silencio.
230
Enel escaparate, en la primavera
Luego Frank dio un paso adelante, Luisa los presen-
t6. Cabecearon en sefial de saludo, Luisa encendié un,
cigarro, Valérie hizo una mueca de sonrisa, miré a los
ojos de Frank y dijo, leva usted un sombrero realmente
muy bonito, caballero, y miré con gesto aprobatorio su
pelo igualado. Se eché a refr, dio media vuelta y se mar-
ché, hasta pronto, exclamé. La gente la siguid con la vis-
ta, su risa se abria camino entre la multitud. Una perso-
nalidad estrafalaria, dijo Frank. Algo se habia inflamado
en su mirada
O sea que es ése, me lo imaginaba muy distinto, Valé-
rie fumaba y se reia como escupiendo los dientes. Gémo
se apellida, pregunté. Por qué preguntas, y Luisa sentia
un cosquilleo en la garganta. A las preguntas no se res-
ponde con preguntas, deberias saberlo, y su voz se con-
trajo. Frank Ulrich. Valérie eché el humo lentamente por
Ja nariz, apéntame el nombre por favor. Luisa escribié
cen maytisculae Frank Ulrich en un trozo de papel. ¥ Va
lérie pegé el papel en la pared de su cocina.
Luisa llamé a Frank a la oficina. Era jueves, quiero
verte hoy. Frank al teléfono tenia una voz célida, impo-
sible. Una pequefia excepcién, dijo Luisa, y Frank con-
test6, las comidas de negocios son inaplazables, te acom-
pailo, y a Luisa la voz se le quebré en un gallo. Creo que
no te he entendido bien, y Luisa veia los poros de Frank,
si, me has entendido bien, podriamos quedar después
de comer, respondié, y Frank colgé sin despedirse. Lui-
sa estaba sentada en el sof y se miré los pies enfunda-
dos en calcetines.
‘Llevaba nevando varios dias en Viena. Luisa cogié la
muiieca y la acari cufa, era la mu-
jeca de trapo con Ia cinta de pelo destenida. Conté las
baldosas. Muftequita, susurré, y miré a las lamas. Frank
- la colocé sobre la
agrMelinda Nadj Abonji
le habia colgado de verdad. Luisa feché los apuntes del
armario de luna y rode6 los articulos de aseo personal
con los colores que entonaban con él. Guardé los dibu-
jos con las fotos en la bolsa marrén. Se peiné y se maqui-
16, se puso el vestido de noche y se quedé mirando fijo
el teléfono. Valérie no habia llamado.
Luisa esperaba en el vestibulo. Distribufa su peso de
un pie a otro, llevaba los zapatos equivocados, y Frank,
se hacfa esperar. Hola, dijo Luisa. fl ralentizé el paso, te-
nfa la cara tersa. Qué haces aqui, y no sonaba a pregun-
ta, quiero ensefiarte algo, dijo Luisa. Se desabotoné el
abrigo de invierno, y los botones no pasaban con facili-
dad, qué significa esto, estaba muy cerca, Luisa abrié las
dos alas del abrigo y se mecié de un lado a otro, ate gus-
ta? Frank perdié los estribos, te has vuelto loca, sise6, te
Jo quitas ahora mismo, miraba con mirada casi vacia, y,
Laisa se dio la vuelta, 2puedes ayudarme con la crema-
lMera?, Frank Ia agarré por los hombros y la zarande6. No
hay quien te aguante, chas oido?
Bajo la cama de Frank habia una bomba de relojeria,
Luisa esperaba la ocasién de contérselo a Valérie.
Aquel mismo aio, en otofio, estallé una tuberia de gas
en la casa a la vuelta de la esquina. La policia acordoné
la calle, y a Luisa se le habia olvidado como era un in-
cendio de verdad. La mitad de la casa ya estaba calcina-
da, en la pared de la segunda planta colgaba todavia un
cuadro, delante de él habia un sofa enorme. Es trucu-
Tento mirar de esa forma al interior de una vivienda aje-
na, pensé Luisa, Tienen ustedes informacion mis deta-
llada, preguntaban todos, y los agentes lo negaban con
un gesto. Empezaba a oscurecer, y las lamas habian des,
vyorado cinco plantas, un anciano se encontraba desapa-
recido. Nos dejan morir de mala manera, refunfuié una
23,
En el eccaparate, en (a primavera
mujer de pelo esponjado, y le ofrecié a Luisa aguardien-
te, en momentos asi hay que reconfortarse. Luisa apuré
el vaso de un trago, conté los pasos hasta su casa, yno se
movid en los tres dias que siguieron. Qué pasa, pregun-
6 la vor de Valérie
El borde de la cama demediaba a Luisa, quedaban las
piernas en el dormitorio y el torso estirado debajo de la
cama de Frank. Estoy debajo de Frank, susurr, la lama
del mechero se agitaba, y el dibujo de la alfombra resulta-
ba completamente distinto que a la luz del dia. Pero Lui-
sa iluminé la cara de Frank. Sonreia en compafiia de una
mujer, en una foto en color. ¥ la foto era s6lo una del to-
tal de dos docenas que Luisa habia contado. Todas esta-
ban recortadas al tamaiio de la palma de una mano y dis-
puestas como un dominé, qué cuadro, A Luisa le zumba-
ba la cabeza. Algunas fotos estaban repetidas y hasta tres
vyeees, y cada toma apresaba ala misma mujer, siempre
con un peinado diferente, tenia que ser la mujerde Frank.
Casi llegé a ennegrecer una de las fotos porque acer-
cé demasiado el mechero para poder distinguir todos los
detalles. Frank y su mujer aparecian en unas escaleras,
de piedra, vestidos con ropa ligera e iban descalzos. Un
sombrero de paja cubria la frente de Frank, Luisa nunca
habria pensado que él se pusiera un sombrero de paja,
Su dedo indice estaba enganchado en el collar de su mu-
jer, levementereclinada como sie dejara tirarpor él. Los
labios de ella se fruncian a la manera de una eriatura,
Luisa iluminaba los ojos de Frank. Su boca. Los labios
de su mujer y el elegante pantalén de verano de Frank.
El vestido escotado de su mujer. Movia el mechero hacia
arriba y hacia abajo. Y de pronto se fijé en la mano dere-
cha de Frank, Tenia los dedos ligeramente separados, y
la palma se combaba como sosteniendo un objeto. Pero
233Melinda Nady Abonji
no se veia nada, No se hartaba de mirar, queria tener esa
fotografia para poder mirar y remirar la vida que habita-
ba en esa mano.
Salié de debajo de la cama, Frank estaba tumbado de
espaldas,
Lo ilumind desde todos los lados. Su pie derecho pen-
dia sobre el borde de la cama, Luisa esperaba poder ver
alguna vez a Frank con sombrero de paja y pantalén de
verano, Fue a buscar la linterna de la cocina, sacé el bloe
de notas del bolsillo del abrigo y volvié a meterse deba-
jo de la cama. Ya eran pasadas las cuatro.
Frank y su mujer estaban desnudos bajo el foco, es de-
cir, la interna de Luisa exploraba sus cuerpos, quién ha
hecho estas fotos, cada desnudo mostraba a Frank y a st.
mujer en una postura diferente, vaya exhibicién, Luisa
se rio para sus adentros, quizé también porque resulta-
ba vergonzoso. En una de las imagenes la mujer estaba
sentada en su regazo. El le atenazaba el cuello, ella ex
tendia los brazos y le sonreia, daba la sensacién de que
estaba volando, Luisa contemplaba sobre todo a la mu-
jer. induso desnuda parecia elegante, y era como si ella
‘misma hubiera fotografiado a Frank y a su mujer; pero
no habia sido ella.
‘Al fondo del todo, contra la pared y apartada de las
fotos, habia una bolsita marrén. Luisa atrajo sus piernas
hasta debajo de la cama porque sintié que estaban muy
perdidas en la habitacién. Apagé la linterna, y traté de
respirar sin ruido. Era imposible.
Su mano se extendié. Abrié lentamente la cremallerae
introdujo la mano. Los dedos tentaron un paito fino que
envolvia un objeto duro. Avanzé los dedos hasta deba-
jo del pao, su brazo se iba alargando y enfriando. TocS
‘el metal, mis frio que los dedos, seguro que la tela es de
movil y con la manta cogida entre las piernas,
234
En elescaparat, en la primavera
seda, pensé, y sus pensamientos se extraviaron en distin-
tas direcciones. Hizo descansar su mano por
antes de encender de nuevo la linterna y extraer el arma
stante
dela bolsa. Hubo un momento de silencio en el que cual-
quier pensamiento se esfumaba.
Al dia siguiente soné el teléfono. Era domingo. Frank
dijo, tengo que salir ahora mismo, adénde, pregunté Lu
sa. Al trabajo, adénde va a ser, Frank se embutié la ca-
misa en el pantaldn, una emergencia comunicativa, pre-
gunté Luisa, sorprendida de si misma, yo no sabria ex-
presarlo mejor, contesté Frank con una cara tan pulida
como si hubiera pasado por una afiladora. Dejé dos bi-
Iletes al lado de la mantequera, coge un taxi, tardaré, y
Luisa se pregunté si advertirle a Frank de que su camisa
no combinaba con el pantalén. Te espero, Luisa agran-
6 su mirada y dio un mordisco al pan. ‘Tienes una for-
ma de incomprensién realmente abstrusa, Frank abom-
6 los labios més alld de la nariz, la corbata entre sus de-
dos permanecia en un compas de espera, no quiero que
te quedes.
Luisa se levanté, dio pellizcos a la camisa y la corbata
de Frank, has oido, pregunté él, Luisa se ensimismé en,
el dibujo de la corbata, y el sudor de Frank se le incrusté
en la nariz, que si has entendido. Si. Cinco minutos des-
pnés Frank se habia marchado. Luisa se duché, se peind,
se gird un momento ante el espejo, se visti6, mareé el ni-
mero de la central de taxis y se metié debajo de la cama
para volver a mirarlo todo a la luz del dia. Unos minutos,
después sond el timbre de la puerta. Luisa subié al taxi,
adénde vamos, pregunté el chéfer. Zaunergasse. Luisa
sabia que Valérie no estaba
Sobre Ja mesa de su cocina habia una carta. Querida
Lu. Tengo que salir con urgencia, ademés es mejor que
235Melinda Nadj Abonji
no nos veamos durante algin tiempo. Te echo de menos
siempre. Luisa guardé la carta en el bolsillo de su abri-
{g0 y pase6 la mirada por la cocina, donde nada indica
ba que hubiera habido cambios. Encendié un cigarrillo
y ley6 todos los articulos de periédico pegados en Ia pa-
red. Luego abrié los cajones y los armarios, no estoy bus-
cando nada concreto, pens6. Encontré una tarjeta de vi-
sita, Alfred Ulrich, decia en negro sobre blanco. Aboga-
do. ¥ conté las letras, ysintié el peso que tenia ese troci-
to de papel. Lo guardé en su cuaderno de apuntes, y se
recogié en la cama de Valérie.
Encendié la lmpara de la mesilla. Valérie estaba sen-
tada, erguida sobre la cama, su cara aguardaba libre ¢ in-
somne en el aire. Luisa le tapé los hombros con la man-
ta,no has encontrado mi carta, pregunté Valérie, se puso
tun cigarro entre los labios y exhal6 el humo esquivando
a Luisa. Si, si. Qué quieres saber, pregunté Valérie, sDe
qué conoces a Frank?
Guatro dias después Luisa Hamé a Frank a Ia oficina.
Estuvo pensando en qué decir, podemos vernos hoy, pre
gunté sabiendo que Frank diria que no, razén por la cual
hizo la llamada. Cuando se conocieron Frank dijo, el fin
de semana es nuestro momento. Desde entonces se en-
‘contraban cada viernes por la noche en la estacién, a par-
tir del viernes por la noche todo esta arreglado, pens
Luisa. ¥ ahora lo llamaba en jueves, Frank colg6.
Luisa se enfund6 el vestido de noche, se peind, se pin-
16 los labios en un tono mis vivo que de costumbre, voy
a hacerlo. Luego contemplé los garabatos que habia he-
cho del armario de luna y de las fotos. Un croquis de la
mano de Frank colgaba al lado de su cama, era la mano
mas bella que jamas habia visto, y se imaginaba como
pondria castafias 0 nueces 0 un objeto liviano en su con-
236
En el excaparate, en la primavera
cavidad. Luisa acariciaba el dorso de esa mano, a veces
Frank hacfa viajes de ida y vuelta en dos dias. Y Luisa
pens6 en el arma bajo su cama.
Casi todos tienen arma, es ast, dijo la seiiora Sunder.
En el vestibulo Luisa distribuia su peso de un pie a
otro, el portero llevaba botones plateados, su mirada se
inclinaba en oblicuo hacia Luisa, puedo ayudarla, no,
no podia. A veces Valérie preguntaba, siempre eres tan
lenta para comprender, y Luisa no respondia, sino que
contaba un chiste y terminaba diciendo, es normal. Va-
lérie tenia una risa salvaje, y a Luisa le gustaba cuando
Valérie Olivia Francine se refa hasta las lagrimas. Cuan-
do Frank vino a su encuentro, Luisa le miré a los ojos. y
41 pregunt6, qué haces aqui, y ella contest6, quiero en-
seflarte algo. y él dijo, te dije que no tenia tiempo, y Lui-
sa se desabotond el abrigo, qué te parece el vestido, y le
mir6 a los ojos, el vestibulo resplandecia por todas par-
‘es, ests mal de la cabeza, dijo Frank en voz baja y ta-
jante, ahora mismo te lo quitas, Luisa preguntd, puedes
ayudarme, la cremallera se atasca un poco, se dio la vuel-
tay se recogié el pelo. Estis completamente loca, sised
Frank, Luisa dijo muy despacio, a quién le quieres pe-
sar un tiro, Frank la agarré por los hombros, el vestibu-
Io daba vueltas, qué mosca te ha picado, Frank perdié los
estribos, el portero eché a andar hacia ellos, el vestido
de noche se desliz6 hacia abajo, a Luisa las palabras se
Ie cafan de la boca, tu mano es como un seereto. Frank.
Fue la diltima vez.