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Confluencias Antologia de la mejor narrativa alemana actual Edicion y seleccién Cecilia Dreymiiller ‘Traduceién Cecilia Dreymiiller y Richard Gross ALPHA DECAY CONTENIDO Profacio PETER HANDKE El limpiabotas de Split Epopeya de las luciérnagas ‘Una vez més una historia del deshielo WILHELM GENAZINO Si fuéramos animales BOTHO STRAUSS Habitar ELPRINDE JELINEK Los hijos de los muertos ARLENE STREERUWITZ Entrecruzados HERTA MOLLER ‘Aqui en Alemania REINHARD JIRCL Foto 85 Foto 86 PETER STEPHAN JUNGK La travesia del Hudson SIBYLLE LEWITSCHAROFF Killmousky 19 24 36 29 3 63 65, 1 9 or 93 x01 103 13 135 337 KATHRIN SCHMIDT Brendel camino de Molauken 5 PREFACIO 111JA TROTANOW Retorno Tepe Desde que en 1968 Hans Magnus Enzensberger procla- mé la muerte de la literatura alemana, cada década ha contado con sus criticos agoreros. Particularmente, cuan- do se habla de la literatura del siglo xxt, nunca faltan le- g0s ni profesionales que vaticinen el hundimiento defi- nitivo de la literatura. A pesar de estos augurios, la lite- ratura alemana actual est mas viva que nunca y pare- SHERKO FATAH Pequeno tio sgt ANDREAS MAIER Elotro dia estuve en el cementerio 207 El otro dia en Wendland om ce seguir gozando de un enorme reconocimiento, a juz- gar por los tres premios Nobel que han merecido desde 3999 las trayectorias de Giinter Grass, Elfriede Jelinek y Herta Miller. No obstante, lo que se difunde actualmente de esta li- eratur correspond mis comercial, de lo que producen los autores de Alema- nia, Austria y de la Suiza germanohablante, y, por desgra- cia, hace poca justicia a su riqueza y diversidad. Obras es- téticamente innovadoras y politicamente comprometidas como las de Herta Miiller 0 Elfride Jelinek ya no se fanden en el extranjero sino las avala un premio de gran prestigio. Las grandes y medianas editoriales, que antes competian entre ellas por contratar a las firmas mas $61 das, ya no siguen la trayectoria de un autor por su exce- lencia literaria, sino que miran en primer lugar sus posi bilidades de mercado. De ahf que el problema de la literatura actual en len- gua alemana no radique en su decadencia, que parecia inevitable con la desaparicién de las grandes figuras de la generacién de posguerra Heinrich Ball, Ingeborg Bach- MELINDA NAD} ABONII a15 En el escaparate, en la primavera 217 GREGOR SANDER 239 La hija de Stiiwe 24 7 Slo a una parte, generalmente la DAVID WAGNER 265 Zorros en la isla de los Pavos Reales ‘reR£ziA MORA Eltercer dia tocan las cabezas Lento, lnego rapido» 277 ANTIE RAVIC STRUBEL 297 En capas boreales del aire 299 CLEMENS MEYER 37 En chirona 319 XAVER BAYER 339 El espacio del no obstante 34t =, 9 SIBYLLE LEWITSCHAROFF Stutigart, Alemania oceidental, 1954 Sibylle Lewitscharoff junta novela historica con histo- ria familiar, mezcla lo trégico con lo comico, la mistica con la cultura pop. El ensayo filos6fico le es tan familiar como la novela policiaca, géneros en los que ha destaca- do después de haber debutado en el teatro radiofénico. Su burbujeante imaginacién literaria no va a la zaga de Ja sutileza intelectual ni del furor verbal; su humor sa- tirieo no esta refiido con la reflexién teoldgica. Sibylle Lewitscharoff es probablemente la mas excitante, la in- telectualmente mas fogosa autora de la literatura alema- na de la ileima década, Hija de madre alemana y padre biilgaro, estudié Cien- cias de la Religién, antes de hacerse un nombre con obras de teatro radiofénico sobre las desgracias hilarantes del despiadado mundo laboral. Ya con su primera novela, Pong (4998), gané el premio Ingeborg Bachmann, En Montgomery present6 un ejercicio de imaginacién y luci- dez narrativa, en el que un productor de cine de Stuttgart reflexiona en Roma sobre el amor, el mundo del cine y su nada amada patria. En Consumatus, despliega con desbor- dante ironia el monélogo de un profesor borracho que hace desfilar los muertos de su vida. Cargada de humor céustico, Apastoloff(publicada en Espaiia por Adriana Hi- dalgo Editores en 2008) relata el viaje de dos hermanas, alemanas a Bulgaria, la patria de su padre, en el que se abre un eatilogo de prejuicios y miedos alemanes ante los paises del Este y sus habitantes, 135 Sibylle Lewiucharoff En Blumenberg (Adriana Hidalgo Editores, 2013), sin embargo, obra que le valié el premio Biichner, Lewitschae roff rompe el molde de la novela intelectual, afiadiéndole animales imaginarios, monjas socarronas, amores irrea- les, enlaces trigicos y un nirvana en la selva amazénica, Presenta un sagaz. homenaje al judio filosofo alem4n, a la figura del pensador integro y solitario en general, que se completa con fascinantes personajes secundarios y deli ciosas divagaciones metafisicas. El libro més reciente de la autora, Pong redivivus (2073). contiene una divertida continuacién de las aventuras grotescas del megalémano protagonista de su primera novela. Por cortesia de la autora reproducimos el primer capi- tulo de su novela policiaca inédita Killmousky. KILLMOUSKY Estaba tendido en la cama. A su lado dormia Killmousky. Ahora ya hacia algin tiempo, para ser exactos; habia su- cedido una noche de domingo en mayo de aor1: el co- mienzo de una gran amistad, como dicen al final de Casa- Slanca. Lo que habia entre Killmousky y él habia empeza- do como una especie de amistad de pelicula, yjustamente aquel domingo de mayo, diez minutos después de me- dianoche. Ellwanger acababa de pulsar el botén de apa- gar del mando a distancia. Se desvanecié la imagen, en- vuelta en una blanca niebla con el logotipo naranja del segundo canal. Habja estado viendo una serie negra in- lesa que le divertia infaliblemente: Inspector Barnaby. Esta vez hasta habia sido muy graciosa, Como siempre, la campiia inglesa estaba repleta de asesinatos absurdos. Le gustaban el fornido inspector y su fiel asistente, sobre todo le gustaban los fantasticos actores ~que aparecian on el ristico atuendo de los habitantes de provincia in- gleses— sin olvidar la vida interior de las casas sefioriales Y cottages, con sus objetos curiosos y las escaleras estre- chas que conducian a minéisculas bubardillas. Con este telén de fondo carecia de importancia que los asesinatos fueran surreales, y el mévil, generalmente bastante re- torcido, especialmente por su reincidencia, En cada epi Sodio habia al menos tres o cuatro cadaveres. Todo falaz, pero ameno y relajante. Esta vez, el inspector Barnaby tenia que vérselas con lun pequefio gato negro, al que lamé enseguida Kill- mousky. Barnaby tenia alergia a los gatos, y también en 37 Sibylle Lewiecharoff todo lo demis era enemigo de las mascotas, al menos no, Jas queria en su propia casa. Pero, a pesar de tener la cul- pa de la nariz enrojecida del inspector, parecia que Kill- mousky podia quedarse, suposicion que los subsiguien- tes episodios desmentirian. “Elnombre gracioso del gato no se le iba de la cabeza a llwanger, entretanto ya s¢ le habia borrado de la mente quién habia muerto y por qué. Divertido, acababa de en- cenderse el diltimo cigarrillo antes de acostarse, cuando idelante de la puerta de la terraza se oyeron unos maulli- dos y lloriqueos. Abr la puerta y entr6 un pequefio gato negro con la cola en alto. En serio: [Killmousky habia ido ‘a su casa! Como mucho diez minutos después de finali- zar el programa. Despreciaba alos animales domésticos tanto omés que Barnaby y no tenfa la mas minima intencidn de acoger al bicho, Pero la coincidencia era tan sorprendente que no Jo eché inmediatamente. Al poco rato hasta se vio que cra gato y no gata. {Realmente, un verdadero Killmousky! El gato primero inspeccioné las habitaciones, a fondo, aunque por lo visto sin miedo alguno, y después froté la ‘cabeza negra contra la pierna del habitante legitimo. No pasé mucho tiempo hasta que el duefio de Ia casa vertiera un poco de leche en tun cuenco y sacara un resto de paté de Ia nevera. Dos dias més tarde ya sabia que era mejor servir a los gatos la leche diluida con unas gotas de agua y no darsela pura; aprendia rapido. Killmousky parecia hambriento. Era pequefio, de complexion gracil y extremadamente delgado, negro de los pies a la cabeza, Su pelo relucia. Y después de la comida, Killmousky no tnostraba la mas minima intencién de marcharse, repet= damente le abrié la puerta de la terraza para que saliera. Pero cada vez el gatito titubeaba en la puerta y se daba la 138 Killmoushy vuelta de nuevo. La cosa terminé con el gato durmiendo yalla primera noche en la cama del dueio de la casa. Era, evidentemente, el comienzo de una gran amistad. Killmousky era gracioso. Actor nato. A Ellwanger ya le resultaba imposible imaginarse una vida sin gato. Si, y su amor por Killmousky era tan grande que ya no se podia decir que el propio dueiio de la casa ejerciera sus dere- hos: pronto se habia sometido por completo a los tics y costumbres de su nuevo compaiiero, Hacia las seis de la madrugada (en verano), hacia las sicte y media (en invierno) Killmousky se complacta en. despertarle. Procedia con suma dulzura, pasaba un poco Ja patita por su pecho, le mordisqueaba los pelos detrés de la oreja y después tiraba de ellos con cierta determi- nacin, Por la mafana, su programa comiin se lamaba: la la alegre caza en el jardin! Ellwanger en pijama y con za- ppatillao, cuando hacia bnen tiempo. En inviemo, cuando habfa nieve, con el abrigo encima del pijama, calcetines ruesos en los pies, enfundados éstos en botas de agua. ‘Tanto en verano como en invierno, Killmousky daba sus saltos de fanfarroneo en el jardin, con la cola erizada y henchida; hacia de —era dificil de determinar—leén, pan- tera o tigre. La tarca de su amo consistia en perseguir- le. El culmen era cuando Killmousky se subia dispara~ do al arbol y hacia equilibrismos en las ramas, mientras Ellwanger, abajo, fumaba su primer cigarrillo, animando al gato. No tan rapido como habia subido, bajaba Kill- mousky del arbol y entonces desaparecia en el jardin ve- cino, sin molestarse siquiera a volverse hacia él. Ellwan- ger aplastaba el cigarrillo, cerraba la puerta de la terraza y volvia a meterse en la cama. ‘Tras la primera aparicién del gato habia estado miran- do en las calles de Solln, si habia uno de esos anuncios 139 Sibyle Lewitscharoff en los rboles en los que se buscaban a veces periquitos perdidos, o gatos y perros desaparecidos. Pero, aparen- temente, nadie echaba de menos a Killmousky. Apenas habfa pasado una semana, y Ellwanger ya habia empe- zado @ comportarse como su legitimo amo, habia com- prado un trasportin, habia llevado a Killmousky al ve rinario, le habia hecho vacunar y habia pedido consejos de alimentacién. iJestis, qué ajetreo para meter el gato en el trasportin! Killmousky, desde su cércel, emitié un grunido profundo y alterado, y luego se quedé ofendi- do durante h Después de esto ya no habria entregado voluntaria~ mente a Killmousky por nada en el mundo, El gato aho- rae pertenecia Esta pertenencia se afianz6 dentro de una gran liber- tad; pues mientras él iba a la oficina, Killmousky pasaba el dia fuera, aunque se presentara puntualmente, cuan- do el duefio abria el pestillo de la puerta del jardin, acom- paiindole maullando a casa. Por la noche, Killmousky tenia hambre, de eso no cabia la menor duda. Sin embar~ go, el gato no era un gran comilén, sélo vaciaba su cuen- co a medias. Si la comida no le gustaba, ni siquiera la tocaba. Bien mirado, Ellwanger habfa tenido suerte con su ca~ sita en Solin, de una planta, con cinco habitaciones que, exceptuando la cocina y el baiio, daban todas al jardi Y el jardin era realmente encantador, porque se fundia con el de la propietaria de la casa, separado del suyo tan sélo por unas bolas de boj. Ella vivia més atrés, en una casa espaciosa. En la terraza de Ellwanger habian puesto losas de pizarra de Solnhofen, los arboles daban sombra. Se estaba bien. También porque se entendia excelente- mente con la propictaria de las dos casas y del jardin. 140 Killmonsky Una mujer poco comin, de su edad, 0 sea, en la mitad de la cincuentena; por un lado, una muniquesa de manual a la que no se le caian los anillos a la hora de ponerse de tanto en tanto un dirndl: por otro lado, una mujer de mundo y al mismo tiempo excéntrica, A pesar de que no mantenian relaciones eréticas palpables, él no habria te: nido reparos en afirmar que amaba a Frau Kirchschlager No recordaba haber conocido jams que se entendia, de una forma discreta y a la vez licida, tan bien. Una y otra vez se iba de viaje durante semanas, trabajaba de restauradora en el Metropolitan Museum de Nueva York o para otros museos importantes del mundo, a una mujer con la Conocia el mundo mucho mejor que él, provenia de una familia burguesa. En cambio él, hasta en Ménich, habia seguido siendo un hombre de provincias que nunca ha: bia podido desprenderse de su origen humilde en la re- gién de Hohenlohe. De Frau Kirchschlager admiraba el libre trato con todos y cada uno, su generosidad y, no en ‘timo lugar, su humor profundamente bavaro. Esa mafiana todo era distinto. Killmousky habia hecho grandes esfuerzos para per- suadirle de salir al jardin. Ellwanger, sin embargo, s¢ li: rmité @ dejar fuera al gato y volvié enseguida a la cama Era jueves, un dia laboral como otro cualquiera, pero para, Ellwanger era un tipo de jueves todavia desconocido. El dia anterior habia recogido sus cosas, ordenado su escri- torio y habia dimitido del servicio ~como suele decirse— por voluntad propia. Con abundantes palmaditas y los mejores deseos por parte de los compafieros, que habian insistido en que tenia que celebrarlo como era debido el, fin de semana, Frau Reidemeister incluso habia lorado, A Ellwanger no se le ocurrfa ninguna razén por la que debja celebrar su partida. No habia motivos honorables, Sibylle Lewitacharff para su despido, mas bien algo enrevesado. La pensién, probablemente le aleanzarfa, él era austero, al menos mientras existiera Frau Kirchschlager, que le habia de} do la casita por un precio médico, extremadamente mé- dico tratandose de Miinich @ero por lo demas? {Cémo, por Dios, pasaria el tiem- po? £Con qué? No tenia Aobbies, despreciaba los hobbies con toda el alma. Su padre habia sido uno de esos aficio- nados al bricolaje, una criatura de s6tano, gruiién y vio- lento, que regularmente daba palizas a la madre. Ellwan- ger odiaba los sétanos. Gracias a Dios, en su casa slo ha- bia un sétano diminuto que servia de despensa, ya que alli abajo hacia bastante frese 4Y ahora qué? {Mujeres? {Cigarrillos? Fernet Branca? &Todo el santo dia? En cualquier caso, no merodear por el jardin durante horas con Killmousky, el gato desapa- recia cuanto antes para ir a lo snyo, Teer el periddico, pensé Ellwanger, a partir de ahora durante dos horas to- maré café y leeré el Siiddeutscke, y con este pensamiento enseguida volvié a dormirse. Cuando se desperté eran las diez y media y el proble- ma segufa all Ellwanger se levanté con movimientos més pesados que de costumbre. Al dirigirse a la cocina, para poner la cafetera y meter el pan en la tostadora, le daba la sen- sacion de que arrastraba los pies como un jubilado de- exépito. Por Jo visto habia nevado. En el alféizar habia una gruesa capa blanca No debo abandonarme. Fregar el suelo, lavar, tener la casa recogida, pens6 Bllwanger, y decidié sacar la ropa ~ de la cama y hacer una lavadora inmediatamente des- pués de desayunar. Con la nieve que habia caido duran- 142 Killmoushy te la noche, de todos modos, no podia salir en zapatillas para sacar el periddico del buzén. No tenia ganas de po- zapatos, calzarse las estrechas botas de agua Puso la radio. Un poco de misica. Noticias de la ciudad y la regién. No estaba del todo atento alo que ofa, pues, estaba muy entretenido figurandose qué, por el amor de Dios, iba hacer ahora dia tras dia. Siempre habia traba- jado, habia trabajado como una mula, irse de vacaciones le gustaba tan poco como al inspector Barnaby, sélo que Barnaby tenia mujer c hija, y a su devoto Sergeant Troy: 1, en cambio, no tenia a nadie. Al menos ahora ya no te- nfa a nadie. Sus subordinados inmediatos, Pilz y Schott, tendrian que apafiarselas a partir de ahora sabe, tal vez uno de ellos le sucederia en el puesto, Schott quizd, pero esto a él ya no le importaba. Entonees dijeron su nombre. En la radio, Se levanté y sskidsel elcanz eh Spats. Us aoa anes «a in él, y, quién comisario en jefe Ellwanger, tra las acusaciones levanta- das contra él, ha dimitido hoy del servicio. No es de es- perar que haya un juicio penal. No ha estado a disposi- cién de la prensa para més informacién», Asi que esto fue todo, Era de suponer que seria una de las tltimas noticias en este asunto. A partir de ahora probablemente se tranquilizarian las cosas. Cierto, ha- bia tenido un montén de ofertas de parte de las cade- nas de radio y televisién en todo el pals, podria haber montado la gran gira de programas de debate y contar ‘con una enorme aprobacién. Un par de preguntas pelia~ gudas de abogados que se inflaban artificialmente, mas resistencia no era de esperar. No obstante, estaba con- tento de haber rechazado cada una de estas ofertas. Un hombre no hablaba durante horas de las razones por las, que habia hecho algo. Al menos, no Ellwanger. Esto era 143 Sibylle Lewitecharoff para mujeres que tenian que chismorrearlo todo, como, por ejemplo su ex, que al final se habia pasado horas horas en el teléfono. Aunque, tal vez fue un error hab sido tan tozudo. ‘Ahora estaba sentado alli en Solln y no sabia qué ha- cer. Las apariciones en televisi6n seguramente le habrian tenido ocupado un rato, y, quién sabe, le hubiese le do un flujo considerable de mujeres a su cama, que ac- ‘tualmente s6lo compartia con Killmousky. Porque ahora, a diferencia de épocas anteriores, habria tenido todo el tiempo del mundo para dedicarse a las mujeres. De todos modos, cartas de hombres y mujeres, la mayoria de ellas entusiastas y celebréndole como a un héroe, no le falta- ban. Y cuando se contemplabaen el espejo, se encontraba todavia de bastante buen ver. Algo delgado, fibroso, con mirada ardiente, y aunque canoso, en la cabeza le queda- ba todavia casi todo el pelo. Simplemente, le horrorizaba tener que explicar a todo el mundo qué habia pasado por su cabeza hace cuatro meses, cuando por primera vez estuvo sentado frente a Granitza. Poco a poco ni él mismo ya sabia muy bien qué habfa pasado alli. Recordaba intensamente los ojos frios, y la piel innaturalmente blanca, la pose despreocupada y ‘al mismo tiempo la tensién con Ia que el tio habia estado sentado en el otro lado de la mesa. Ya se habia habla- do demasiado de ello, demasiada chachara y demasiadas suposiciones. En general, la gente hablaba demasiado de si misma. Era algo que Ellwanger habia odiado siempre, a pesar de ser en los interrogatorios un especialista en aprovechar las ganas de largar de la gente. Untaba su tostada con mantequilla. Cuando la mor- dié escuché el crepitante erujido en su cavidad bucal. Si, la gente largaba y largaba y se delataba a si misma cada 44 Killmousky vez més, aunque s6lo mientras én el otro lado de la mesa hubiera alguien que supiera cémo poner en marcha el mecanismo de forma adecuada. En este sentido, Ellwan- ger era diestro como pocos, uno de los grandes, inclu- so. Siempre se lo habian certificado: Richard Ellwanger, iel as del interrogatorio! Era generalmente reconocido como el crack del interrogatorio, probablemente el ma- yor de todo Munich. Y no sélo eso: su departamento era ‘el que tenia la mayor cuota de casos resueltos de crime- nes graves en toda Baviera, y probablemente mucho mis alla de Baviera La tostada habia acabado desapareciendo dentro de ‘La primera taza de café estaba tomada. Se encendié un cigarrllo. Antes de la segunda taza, siempre fumaba un ci- garillo, Esto continuaria probablemente igual en los pré- ximos afios. Pero quizé sus costumbres cambiarlan radi- calmente a partir de ahora. Pues ahora estaba obligado a llevar una vida por completo distinta, y todavia ui siquic- ra sabja como hacerlo. Al menos no habia nadie alrede- dor a quien interrogar. E interrogar a Frau Kirchschlager no era, en todo caso, una tarea razonable. Su técnica de interrogatorio en el fondo no tenia mu- cchos trucos, al menos no se servia de tantos trucos como para haber podido Menar con ellos un manual. Tal vez simplemente poseia cl don de ponerse en la piel de Ia gente. Siempre se presentaba a los sospechosos de for~ ‘ma muy correcta, renunciaba a jueguecitos sucios, no era ‘mezquino cuando deseaban fumar 0 tomar algo, a veces ‘encargaba una cerveza sin alcohol, cuando tenia la sen- sacién de que su interlocutor necesitaba algo parecido al alcohol, para calentarse un poquito. Tampoco miraba sin interrupcién y fijamente a su adversario, mas bien apar- taba a menudo la vista y miraba por la ventana. 145 Sibylle Lewitscharolf Sin embargo, escuchar era algo que sabia hacer m bien. Ellwanger habia nacido con ofdos de murciélago, Pequetias imprecisiones, un ligero quebramiento de k vor, toses, carraspeo; todo lo estudiaba con la méxima atencién, mostrando por fuera calma y ecuanimidad. Elle wanger era la benevolencia en persona, la comprensién_ ambulante. Todo lo contrario de un agresivo sabueso, Pero ahi la gente con la que trataba se equivocaba. Den- to de él ardia la energia del esclarecimiento que a menu do echaba de menos en sus compaiteros, Queria meter a los tipos en chirona. Y cuanto antes y por cuanto més ‘tiempo mejor. Aparte de los tipos, también haba habla- do unas cuantas veces con mujeres, pero raramente ha- bian sido interrogadas como principales sospechosas, + al menos no de los delitos graves de los que se encarga- baal Volvié a escuchar el maullido en la puerta de la terra- za. Fsto era inaélito. Normalmente, Killmousky vagabun- deaba fuera durante todo el dia. Incluso en los dias que Ellwanger pasaba en casa, solia dejarse ver raramente. Le abrié la puerta. Killmousky entré a paso de paseo, algo titubeante, como si no supiera por qué, levanté la cabe- za hacia él —mas bien como un perro y no como un gato, pensé Ellwanger-, y después se dio la vuelta y quiso vol- ver a salir, Ellwanger estaba conmovido. El gato parecia haber- se dado cuenta de que algo habia cambiado y ahora ha- bia entrado para ver si todo estaba en orden. Killmousky me ama, es mi Gnico amigo, pensé Ellwanger con un atis- bo de autoconmocién, dificil de distinguir del autocom- padecimiento. Enseguida el pensamiento le parecié bas- tante extravagante. Killmousky probablemente habria mostrado apego ante cualquiera que le sirviera la comi- 146 Killmowsky da y estuviera dispuesto a practicar con él por la mafiana temprano el popular juego del jardin. Ellwanger sintié no haber presenciado hoy la repre- sentacién invernal de Killmousky. En cuanto cafa la pri- mera nieve, el gato siempre entraba en plena forma, Pro- baba la nieve, probaba en los primeros pasos cuidado- samente cuanto se hundia, y de repente era presa de un frenest saltarin: un delirio empolvado de blanco con Ia cola erizada, que subia disparado al érbol, lo cual era tan ‘eémico que Ellwanger, la (nica persona en varias millas a la redonda despierta en la madrugada oscura, colma- da del resplandor de nieve, se echaba a reir en su jardin. @Habia cometido un error? 2Algo fundamental? &Hu- biese hecho lo mismo, de haber sabido las consecuen- cias? Si, lo hubiese hecho. Naturalmente, se habia movido cen una peligrosa zona gris, y por eso lo habian expulsa- do del servicio, Ellwanger no se compadecia por ello. Su superior habia actuado como debia. Las normas internas hacian bien en no tolerar una extralimitacién como la que éLse habia permitido. De lo contrario, se abrian las puer- tas a todo tipo de desmanes arbitrarios y ya no se estaria al servicio de la bisqueda de la verdad. ‘Aun asi. Fue la decisi6n de unos pocos instantes. Sin reflexionar largo y tendido, sin sopesar euidado- samente las posibles consecuencias. De golpe y porrazo, Ellwanger decidié dejar de lado su proceder suave e in- sistente y amenazar al joven. Naturalmente por necesi- dad. A esas alturas, Ellwanger todavia podia suponer que las dos nifias estaban vivas. El hombre tenia que ver con su desaparicién, Dos testigos fiables habian visto como subian a su coche. Los testigos no habian sospechado nada, porque todo sucedié muy tranquilamente. Granit- za era un vecino. Las nifias lo conocian bien y segura- 147 Sibyl Lewitecharoff mente habfan confiado en él. Tal ver les habia dicho que Jo mandaba la madre para recogerlas del colegio. Su arrogancia era insoportable. Estudiaba Filosofia, Pretendia trabajar sobre Nietzsche y no perder su tiem- po con nifias de colegio, si bien admitia haberlas visto al- gunas veces de lejos. Al fin y al cabo eran gemelas y lla- maban la ateneién. Haberle ofendido enseguida no fuela razén del rencor que el comisario sintié crecer répidamente dentro de si. Un comisario de tres al cuarto como él, de Nietzsche sin duda no tenia ni idea. Ya se podia hablar de suerte si le sonaba su nombre, Ellwanger habia encajado con calma estas ofensas, Pero una y otra vez surgié ante sus ojos la foto. Las gemelas eran guapas, y mucho. Como conspi- radoras estaban la una al lado de la otra con sus gran- des cucuruchos de primaria, de una forma misteriosa intimamente unidas. Eran listas, se veia enseguida. Eran. encantadoras comu silu pueden serlo los nintos que no Pretenden congraciarse con los adultos ni pedirles nada, Ellwanger estaba a todas luces hechizado por la foto, le ‘conmovia. Habfa visto ya muchas fotos de victimas, entre ellas unas cuantas mujeres atractivas, pero nunca una foto- erafia le habia hecho encoger tanto el corazén. Si bien era cierto que, a pesar de ser un curtido inspector, nunca habia sido insensible a los sufrimientos infligidos a las victimas, Siempre hubo un limite, pues un exceso de compa- sién turbaba la vista. Como investigador se necesitaba ‘una mente sobria para no poner en peligro la investiga- ‘in con juicios precipitados que obedecian més al cora- 26n que al cerebro. Pero esa foto le habia impactado. Inexplicablemente le entristecia no ser él mismo el padre de las nifias. Nun- ca le habia ocurrido algo asi. También los padres de las 148 Kiltmousty gemelas enseguida le cayeron muy bien. Vivian en Gar- ching, él trabajaba de ingeniero, ella de técnico en un la- boratorio denial, Resultaba obvio que estaban completa- mente fuera de si por la desesperacién, estaban exhaus- tos porque no podian dormir. Pero ni una palabra preci- pitada de acusacién contra la policia o contra quien fuese. Les habia prometido hacerlo todo, cualquier cosa, para encontrar a las nifias. ¥ los padres habian confiado en él La madre le dio temblando la mano al despedirse y apo- y6 un momento la cabeza en su hombro, Ellwanger estaba decidido a devolver vivas las nifias 4 sus padres, y con toda la rapidez posible. Habia lleva- do Ia investigacién con maxima celeridad; y después de cuatro dias: bingo. Granitza con su piel blanca y el com- portamiento repugnante estuvo sentado frente a él en la ‘mesa del interrogatorio, ofendiéndole. Nunca habia hecho una cosa asi, pero de golpe Ellwan- ger se levantd, volvié a meter la silla bajo la mesa, cogid el respaldo con las dos manos y declaré con voz fria y so- segada que ahora le arrastraria a Granitza al sétano y le daria tal tratamiento que los gritos de dolor le quitarian elaliento. Y nadie le oirfa alli abajo. Y él, Ellwanger, sabia exactamente cémo debia golpearle para que no quedasen huellas visibles en la piel. Y si esto no era suficiente, le co- nectaria a un aparato alli que le haria perder los sentidos, ‘Un par de segundos Granitza le habia mirado mas sor- prendido que con insolencia, Por lo visto no habia con- ‘ado con un giro tan brusco. Entonces, se desmoroné, Se convirtié en un quejica, protegié con sus manos Ia cara y empezé a lloriquear. En menos de cinco minutos estaba a punto. Reveld el lugar donde mantenia prisioneras a las nifias y sélo le rogé que no le pegase. Sibylle Lewitcharoff Ellwanger no le habia tocado. Pero, naturalmente, su amenaza fue grabada por un chmara. Para Ellwanger, Pilz y Schott s6lo habia una cos que hacer: fueron en coche al lugar indicado cerca de Wolfratshausen, un chamizo junto al Isar. Entretant Granitza se reeompuso, le consiguicron un abogado que conté enseguida que le habjan obligado a confes bajo amenaza de tortura. Confiscaron la grabacién. Todo seguia su camino. Ellwanger yolvié a meter el pan para las tostadas en caja, dejé la taza de café en el fregadero y se encendié otro cigarrillo. La imagen de las nifias muertas qued6 gra- bada a fuego en su cabeza. Yacian en una estrecha caja, de madera, cabeza con cabera, abrazadas la una a la otra, habjan muerto asfixiadas, Cuando Pilz y Schott abrieron Ia caja ~Pilz habfa sacado los clavos con unas tenazas— a Ellwanger se le escapé un profundo suspiro. Los cadave- res de las nifias no estaban mutilados, y estaban vestidas, ‘aun as{ a imagen era para romperle el corazén a cualqui 1a, Ellwanger tuvo que apartarse para que sus compafieros no viesen que tenia los ojos llenos de Idgrimas. Con el cigarrillo ardiendo en la boca abrié Ellwanger Ia puerta de la terraza que siempre estaba un poco atas- cada. Fuera nevaba. Un denso ejército de copos serpen- teaba lentamente hacia abajo y lo cubria todo. Tampoco en el puro aire nevado Ellwanger podia sentirse culpable. En el momento decisivo habfa actuado bien. Sin embar- go, lo que parecia bien en un instante, como principio, podia resultar fatal en otro, de eso no le cabia duda. Lo que le preocupaba era que su amenaza de Hevar a Gra- nitza a rastras al s6tano habia sonado tan convincente, Porque tanto su vor como su postura habian parecido au- ténticas. Porque é] mismo se lo habia creido. 150 Killroushy Sdbitamente Je asalté un dolor, tan fuerte que el ci- garrillo se le cayé a la nieve y se doblé. Finos copos se posaban en su cabeza y en sus hom- bros. El sétano, Sierras, tenazas, martillos, cuchillos de tallar, limas, destornilladores. Colgados sisteméticamen- te en la pared. Un banco de trabajo con un torno. Ese cra el dolor que le invadia cuando su padre le daba pali- as, Palizas metédicas. Palizas propinadas con premedi- tacién. Propinadas con orden y concierto. Las relucien- tes herramientas como testigos mudos que colgaban or- denadas en la pared Andreas Maier Entoneces llegaron los caballos, dos frisos enormes. A uno, de ellos una sefiora le habia pintado una x amarilla (como. en el CastorniX) en el trasero. Este trasero de caballo se agitaba bastante. ¥ pensé cémo seria el sexo aqui en. Wendland, y siellos se pintarian también en otras partes, Finalmente flotébamos ala deriva en una cisterna de plas- tico cortada por la mitad sobre un lago cubierto de cafias yobservébamos croar a las ranas, Cuando Hevas cuarenta, y ocho horas en Wendland, tienes la sensacion de haber pasado ya cinco afios en esta comarca. Hasta los pueblos de alli, todos redondos, tienen aspecto de pueblo de Ae ‘érix. Slrededor estan los romanos, en uniformes verdes, por todas partes. Elantiguo ministro del interior, Kanther, una vez sere- firié a la gente de alla como «gentuza asquerosa>. Los alu- didos se lo comaron al pie de la letra y desde entonces se Maman asi entre ellos. Cuando en Liichow, o en Wadde- weitz, 0 en Breselenz, o en cualquier otra parte un grupo de wendlanderos se encuentra con otro, el primero excla- ‘ma: «Alli esté otra vez esa gentuza asquerosa de la resis- tencia que no da palo al agua en todo el santo dia, ni se lava y apesta». Y el segundo grupo responde: «Anda ya, si vosotros lo que queréis es nuestra corriente eléctricas, ‘La gentuza asquerosa de Wendland vuelve a estar de gira este verano y busca un nuevo campamento base, si, exac- tamente, justo delante de nuestra casa. Barricadas de trac tores inclusive. Quien quiera puede aprender alli a ha~ cer juegos malabares. Un mes entero sin lavarse. Cuida- do, ya vienen, a MELINDA NADJ ABONJI Beéej, Yugoslavia, x968 Nacida en la Vojvodina, la provincia hiingara de la antigua Yugoslavia, y criada cerca de Zsirich, Melinda Nadj Abon- jes misico y se ha dedicado a la performance literaria; ha desarrollado un estilo propio e inconfundible en el mbi- ‘0 escénico mediante la palabra y la misica, con un pode- roso lenguaje, cadencioso y muy rico en imagenes. El ex- perimento con el aspecto fonético de las lenguas —utiliza indistintamente el alemén, el hiingaro y el dialecto suizo en el escenario, junto con el humor y la duplicidad ver- bal, constituyen el caldo de cultivo de sus producciones literarias, breves textos entre el rap y el poema en prosa, Esta capacidad de Nadj Abonji de tantear las palabras hasta encontrar sus recovecos es muy patente en su pri- mera novela, En el escaparate, en la primavera (Jung und Jung, 2004) de la que presentamos aqui un pasaje, En ella se narra el trinsito de una nifia suiza a la edad adul- ta, desde la extraiieza y la distancia de un ser traumati- zado por el desafecto y la violencia. Con gran delicadeza y mediante un discurso eliptico, seudoinfantil, se recrea ¢l estado mental de la joven, terriblemente aislada, que busca constantemente aliados para protegerse de sus di- versos abusadores. Nadj Abonji se desmarca ya aqui de ‘anovelistica suiza tradicional al tratartemas como la vio- lencia doméstica, el abuso infantil y la marginacién de las parejas de lesbianas. Con su segunda novela, con la que gané el premio del Libro de 2or0, Las palomas levantan el vuelo (El Aleph, 215, Melinda Nadj Abonji 2012),‘confirma su compromiso ahondando en temas de peso y con una mayor voluntad de estilo. La crénica 50. bre la integracién de una familia de emigrantes yugoslas vos en Suiza revela la endeblez de los conceptos de asia .cién en boga, pues los esforzados «yugos» que prow tagonizan el relato consiguen el éxito econémico, pero) no una nueva patria, ya que sus conciudadanos suizos les niegan el reconocimiento como personas. Tras un arrane que dulce, la novela evoluciona hacia un crescendo fac rioso, cuando los conflictos cotidianos se suman al cao mental que provoca en las hijas de esa familia modélica elestallido de la guerra en Yugoslavia. ax6 EN EL ESCAPARATE, EN LA PRIMAVERA 11 En la estacién hay mucho aire, y lo contrario de estacié: es cementerio, Luisa se tambalea. Corriente de aire. Lui sa estd quieta. Las grandes ciudades como Viena. Y es en Ia estacibn donde se palpa la grandeza de la ciudad sumi- dacnel frio. Cementerios. Caminos ordenados, derecha, izquierda. Tumbas austeras, otras desbordadas de flores. Selior reverendo, Nome lo puedo imaginar. No vivir nun- ca, nunca mis, Hija. Tampoco tienes por qué. Luisa Amrein levaba un abrigo de invierno marrén cla- ro, Conjuntaba muy bien con su pelo oscuro recogido de forma holgada, y Luisa esperaba a la salida del vestibu lo de la estacién con su bolso y sus labios pintados. Tal vez brillaban como las letras en la espalda del vendedor de periédicos. Y en la estacién Luisa sentia la grande- za de la ciudad sumida en el frio. Frank se hacia espe- rar, Luisa esperaba de buen grado. Disculpa, por favor. Luisa habria preferido sentarse en el asiento de atris y estaba sentada en el del copiloto, al lado de Frank, y ro- daban en direccién al extrarradio. Las carreteras se mul- tiplicaban como las casas y los érboles. Luisa cruzé las piernas porque su corazén palpitaba. Queria decir algo. A veces miraba de reojo a Frank y s6lo podia distinguir Ios hoyuelos bajo sus mejillas. Sentia los dedos de los pies frios en sus botas y las axilas empapadas en su jersey de cuello cisne. El invierno es un verdadero monstruo, habfa dicho una anciana en el tranvia frotindose las ma- 217 Melinda Nadj Abongi nos, y Luisa le habfa dado la razén, senti carifio por sus manos, Por qué, pregunté Frank. Porque las tenia tan se~ cas y arragadas que no podia imaginérmelas de otra ma- nera, 2Y ésa es razén para sentir carifio por unas manos?, y Frank frend de forma abrupta. El mimero veintiuno se encontraba en medio de ca- sas con arboles, en la periferia urbana, Los ventanales del salén legaban hasta el suelo, y adheridas a los crise tales habia siluetas negras de péjaros. Las losas de pie- dra de la terraza estaban moteadas de blanco y gris, y el asta de la bandera se ergula vacia hacia el cielo. Los trae jes de Frank pendian de una barra metilica en el dormi- torio. Luisa pregunt6, los necesitas todos, Frank le tendi6, un vaso, Luisa no solia beber whisky porque era impro- pio de una mujer joven, Frank hizo como que brindaba y francié un poco la nariz. En el dormitorio olia a frio. Luisa estaba acostada en Ia cama doble bajo una manta pesada al lado de Frank y no lograba conciliar el suetio. Frank respiraba con la boca abierta, y a Luisa le dio por pensar, seguro que ¢s mayor, que yo. La lampara de la mesilla decoloraba la piel de Frank, y la ropa de cama listada en tonos chillones confe- ria a su cara un aspecto todavia mas pilido. Luisa lo pal- paba con la mirada, deseaba salpicar de puntos los hue- ‘cos de su piel y remarcar con un rotulador verde los plie~ gues de los ojos. Qué hombre, y estaba perpleja de que Ja cara de Frank pudiera contrastar tanto con la ropa de cama, y de que su mera cabeza mascullara cosas ininte~ ligibles, sin duda tiene que ver con su profesion, pens6, y s¢ desliz6 del lecho En el cuarto de bafio se recliné en la puerta cerrada y_ esper6. Luego hizo bascular el interruptor de la luz. *# ste es, pues, el aseo de Frank. En esta baiiera se estira 218 Enel escaparate,en la primavera desnudo, Luisa se miré en el espejo, y vio en el espejo a Frank afeitarse y peinarse. Pero lo principal era el arma- rio de luna, y Luisa se imaginé lo que podria encontrar- se ahi dentro. Los articulos de asco, escasos y ordenados de cualquier manera, eran las cosas que mas la atrafan, Y no veia el momento de saber en qué frasco estaba me- tido el aroma de Frank. Nunca he visto un hombre que se lime las ufas, dijo Luisa al seitor Zamboni. En el pequeiio armario de plés- fico de la cocina habia cinco tijeras de uitas y un juego de limas, Pues tienes uno frente a ti, contesté el sefor Zamboni, un peluquero trata sus ufias como trata las ca- bezas de sus clientes. Elarmario de luna de Frank tenia algo insélito, Todos los objetos se encontraban en sus envoltorios de fabri- ca, detras del cristal. Luisa roded con Jas manos los tres compartimentos de distinto tamaiio, midié con el pulgar y el mefiique la longitud y la altura aproximadas, hizo un croquis en un trozo de papel y empez6 a anotar. Un pa- quete de diez hojas de afeitar. Tres pastillas de jabén en- vueltas en plistico. Dos desodorantes de marcas diferen- tes. Una caja doble de bastoncitos de algodén y un tubo de gomina. Sendas cajitas de analgésicos para la cabeza y el dolor de mnelas. Un bote de licor para enjuagues. Frank. En enero en Viena. Luisa se quité la camiseta y se pinté los labios eon el torso desnudo. Por lo general, Luisa y Frank se citaban los fines de se- mana, la noche del viernes o Ia del sibado, Frank le pa- saba el brazo por el hombro, y ella primero le rozaba la piel. La levaba al pub situado cerca de la estacién, y re- sultaba agradable, aqui estamos tranquilos. Frank pedia whisky escocés, la abrazaba con la mirada y fumaba, Lui- sa quiso decir algo. Llevaba la blusa con el estampado de arg Melinda Nadj Abo Jos pulpos y los caballitos de mar que juzgaba inadecua- da para otras ocasiones, qué blusa tan extravagance Ile- vas, dijo Frank hundiendo la mirada en la cara de Luisa antes de besarla, y ella sintié ansias de ver la blusa muy cerca de él En el asiento de atrés unas revistas se deslizaban de tun lado a otro cuando, hacia las diez, rodaban en direc ‘ciém al extrarradio. En la mayoria de las casas estaba en= cendida la luz, y Luisa contaba personas desconocidas fen ventanas iluminadas. Frank puso la radio y empez6 @ silbar, Sus manos enguantadas descansaban sobre el vo- ante. Después del quinto seméforo no doblé ala derecha sino ala izquierda. Por qué. Luisa no pregunt6. Quizé me introduce en el maletero y se va muy lejos, adonde sea, Frank pard en una gasolinera, y Luisa se bajé, su alien= to se distinguia en el aire. Frank le habia regalado flores. Bs también el miedo lo que me empuja hacia él, pens6. Frank estaba sentado eu el sofé. con las piernas ernzs das, la frente le brillaba a la luz de la vela. Le tendié el ‘vaso, por la belleza de las mujeres. Luisa levanté su vaso, nunca habia brindado por la belleza de las mujeres, que- Ha contar un chiste, Desde cuando vives aqui, preguntd, y Frank contest6, los Reyes me regalaron la casa en Navi- dad. Pased una mirada divertida a su alrededor, y la atrajo hacia si, Mientras la besaba, Luisa fijé la mirada en su en= trecejo. Las historias de tos son una engafifa, decia Vax lérie, que siempre se tomaba la licencia de afirmar cual- quer cosa. Pero Frank estaba ahi, como un dia de diario. Frank solia dormirse al instante. Luisa se quedaba des- piertay se imaginaba cémo colocaria los trajes sobre el cuerpo inmévil de Frank para juzgar qué colores y dibus jos conjuntaban mejor con su piel. ¥ como las noches ne ealcanzaban, por las mafianas la cara de Frank permane- Em el eseoparate, en la primavera cia embalada y atada como un bulko de correo. Desayu- naba de pie, me tengo que ir. Trabajaba de asesor de municacién, y Luisa pregunt6, qué es lo que haces exac- tamente. Mi trabajo es universal, y siguié fumando el ci- regunté Luisa éNo es suficiente?, y se ajust6 la corbata. Sin cami- sani corbata su cuello parecia desnudo. Luisa era la amante de Frank. La mujer de éste vivia de forma transitoria en Espafia, y Luisa tenia prohibido atender el teléfono. Mi mujer, dijo Frank realizando un sgesto ovalado con el vaso. Por qué no esta, pregunté Lui- sa, y él contest, si vuelves a mencionar a mi mujer, y la tumbé en el suelo, Luisa miré debajo del armario del sa- 16n, resultaba tranquilizador que alli no se hubiera acu- rmulado més que polvo. Luisa llevaba el abrigo de inviero marrén claro. Con- juntaba muy bien con su pelo oscuro recogido de forma holgada, y en el vestibule de fa estarién se ponia al lado de las escaleras mecénicas. Corriente de aire. En la es- tacién hay mucho aire, y lo contrario de estacién es ce- menterio. Un hombre trajeado la abordé y le dijo, debe- ria usted levar el pelo suelto, la cogié desprevenida, no supo qué responder. Se le ha trabado la lengua, pregun- té el hombre, y le ofrecié un cigarro. 60 me estaba es- perando?, y Luisa dijo, no le conozco. La préxima vez la nvito a un café, y se despidi6 desde la escalera mecéni- ca haciendo sefiales con la mano y sin volver la vista. Su aroma se le incrust6 en la nariz Del retrovisor colgaba, balanceéndose, una figura de plistico con botas militares rojas, quién es, pregunté Lui sa, mi talismén, contesté Frank conduciendo a toda mé- quina. Luisa quiso decir algo. Se sujet del pomo de la puerta, y el talisman llevaba un traje de cuerpo entero garro, metido entre los dientes, eso es todo? Melinda Nad) Abonji con capa. Quiza debiera haberlo tocado. Miré de reojo a Frank, que tarareaba para sus adentros. En el garaje habia una pila de neumaticos, y Luisa se imagind como su abrigo quedaria tirado sobre Ia goma: negra. Con el ascensor se subja direetamente del garaje al salén, y ya en la cabina Frank solia volearse sobre ella, ‘Te das cuenta de las comodidades que tiene la vida, sue surraba antes de besarla. El ascensor se clevaba con un ronroneo, comodidades, qué palabra tan curiosa, y Li sa no lograba cerrar los ojos. En el salén encendié un garro para Frank, se fij6 en su rostro de piel caida. Quiz ocurra algo insélito hoy. En el armario colgaban los vestidos de la mujer de Frank, Eran sencillos y elegantes y de discretos colores. Luisa se los fue probando, y estaban hechos a su medi- da, Nunca habia llevado vestidos de ese estilo, y se gira ba ante el espejo. y el vestido de noche negro con las dos, ‘capas cuperpuestas de tela distinea era el que més le gus- taba. Se pinté los labios, remared las cejas y se recogié el pelo. Frank dormia en el espejo, Luisa se senté en el sofa del salén esperando la salida del sol. Luego se sent6 en la alfombra, muy cerea del ventanal, y la luz iba transfor- mando la alfombra, era muy bonito. ¥ pens6 que Frank queria dormir hasta que volviera su mujer. Luisa abrié el armario de luna. Sacé todas las cosas y volvié a meterlas en el compartimento més grande e: yando érdenes diferentes hasta dar con el mejor. La bo- tella de perfume no estaba en el armario de luna, y tenia ‘que estar en alguna parte. Rebuscé en el abrigo de Frank pero no encontré nada més que la billetera con dinero, tarjetas de crédito y fotos. Lo ordené todo sobre la al- fombra, y ahora recuerda cémo sintié el aire frio del sue Io, Se metié el dinero y una tarjeta de visita en la braga, Enel escaparate, en la primavera quizé el perfume esté en la mesilla, y tenia la conviecién de que Frank escondia su perfume intencionadamente, estoy rebuscando entre cosas ajenas. Frank yacia de espaldas y roncaba perceptiblemente. Luisa acereé un mechero a su cabeza, parece el Espiri- tu Santo, y con la otra mano tironeaba del cajén. Donde esta la Have, susurré acercéndole la llama directamente al entrecejo. Frank mascull6 algo ininteligible y se dio la vuelta Luisa puso la lampara de la mesilla en el suelo, la en- cendié y la empujé debajo de Ia cama. La respiracién de Frank silbaba en la estancia. Luisa se arrodillé y palpé de- tris de las patas de la mesilla: ahi no habfa lave. Dénde la escondes, susurré, y se metié bajo la cama. Y no habria dado crédito sino lo hubiera visto con sus propios ojos. ‘Tenia el pelo tan largo que sentia en los hombros cada movimiento de la cabeza. Estaba en la estacién, al lado de las escaleras mevanivas, y los dedos en el bolsilio del abrigo de invierno se contraan en forma de caracol. Ya habfa oscurecido. Opino que esté usted muy atractiva con al pelo suelto, y el hombre exhalaba las palabras al aire mientras golpeteaba en la cajetilla para sacar un cigarro. Le ofrecié y fumaron, y a ratos se miraron, y Luisa pens6 en decirle a un extraiio, es usted muy atractivo. No me Jo puedo imaginar, dijo Luisa. Qué, pregunté el hombre, éque no nos velvamos a ver?, yo tampoco. y enarcé las cejas, y detrés de él pasaba la gente, y una cosa no tenia nada que ver con Ia otra Quisiera seducirla, el hombre le tendia la carta formu- Jando recomendaciones sobre las diferentes bebidas, lo hacia con gracia y siempre que estuviera de buen humor. Por cierto, mi nombre es Frank Ulrich, y le bes6 la mano a Luisa Amrein, Ella se decidié por un aguardiente de 293 Melinda Nad} Abonji albaricoque,y él dijo, yo sélo bebo whisky. Luego se hizo tun silencio absoluto. Qué haces en la estaci6n, preguntd Frank. Hago de espectadora. Una hora cada dia. ZY para qué? Para decidir si me voy de viaj En el coche olfa a Frank. Tenia el pelo carto de color rubio oscuro y ladeé con elegancia la cabeza al subir al vehiculo, adénde la Ilevo, y Luisa contesté sin mirarlo, a tu casa, Y cuando lo observaba mientras dormia no ha- bria sido capaz de decir qué era lo que la fascinaba en. 41. Bicho raro que eres, dijo Valérie, y Luisa contest6, es, ‘una mala costumbre. Lo has cogido de la tele, preguntd ‘Valérie riéndose como escupiendo los dientes. Lo sien- to site parezco estiipida, Luisa sentia cbmo se le hincha- ba el cuello, quisiera saber quién es. Qué insélito, excla- mé Valérie. Y mas tarde preguntd, iya le conoces como 7 Ja palma de tu mano? Valérie trabajaba en un quiosco cereano a la estacién, su pelo se levantaba al aire en gruesos mechones, y los pomulos le Hegaban hasta las cejas, Luisa estaba prenda- da de su aspecto. Cientos de periédicos y revistas y posta- les, y detris Valérie con su pelo y una mirada como unas tenazas, qué desea, y no ordené ni desembalé nada, sino que se cruzé de brazos y se quedé a la espera. Todo pax recia sobrecogedor. Luisa se dio la vuelta y se fue, y al dia siguiente volvi6. Se puso a varios metros de distancia del quiosco y co- menz6 a garabatear. Valérie grité, qué esta haciendo, y Luisa no contest pero al instante Valérie se le plant en frente, levanté la barbilla y dijo, te estas burlando de mi, rmirando fijamente el papel con los garabatos. Luisa res- pondié, es cosa mfa, Valérie convirtié su mirada en dardos y fruncié la nariz, esto no es una atraccién turistica, y did media vuelta. Vistos por detrés, ls pelos de Valérie se ele- 294 Enel eveaparate, en la primavera vaban de la cabeza como montafias picudas, y el corazon a Luisa le latia en el cuello, habria disfrutado con pasarle a mano sobre las puntas del pelo, cabrona, grité Luisa Valérie se detuvo, el aliento de Luisa hacia remolinos en el aire, el frio daba zarpazos en su nariz y en los 16- bulos de sus orejas. Valérie dio varios pasos hacia atras, antes de girarse como un relampago. Luisa centré la mi- rada en un gran lunar en la frente de Valérie, si echo a correr me alcanza, y no corrié, sino que se quedé parada y cerré los ojos. Los pasos de Valérie crujian despacio y acompasados hasta que ya no se oyé nada. Luisa pens6, no voy a abrir los ojos, y la sentia directamente enfrente. 2Y qué bicho eres ti? Los parpados de Luisa se estre- mecian, y bajé la cabeza, soy Luisa Amrein, Valérie lleva- ba botas de cafia alta con cordones, y cbmo me llamaba: pregunté. Ni idea, y Luisa levanté la cabeza para mirarla alos ojos. Quedé fascinada con las ventanas plateadas en lay pupilas de Valéric, seguro que ve de un forma distin ta que yo. Qué miras, quiero saberlo, Valérie imité ur lescopio con los dedos y lo acered al ojo, y a Luisa le ha- ria gustado mirar también, cémo te llamas, susurr6. La muy inocente quiere saber cémo me llamo, y por qué ha- bria de revelarte mi nombre. Pero Luisa penso, debe de tener un nombre extravagante. ¥ en efecto. Valérie Olivia Francine. Se le ofrece algo més, pregunto Valérie. Las flores cortadas no me gustan, y si alguien me las re- gala las tiro. Luisa le habia regalado tulipanes amarillos, centonces tiralos, dijo Luisa. Puedes ponerlos en tu casa, y Valérie le tendié las flores. No. Valérie tiré el ramo a la basura sin pensarlo dos veces. Yo nunca seria capaz de hacer eso, pensé Ii El sibado nos vamos de viaje, y Valérie apunté un nd- mero en el calendario, no, respondié Luisa. Por qué no, Melinda Nadj Abonji Valérie podia mirar con mirada absolutamente inmévil, tengo planes para ese dia. Ya estas ocupada, y se rio con’ risa torcida, c6mo se llama él, y Luisa se quedé en silens cio. Valérie sostenfa el calendario entre sus manos, com- Prendo, te van los secretos, Luisa miraba el paisaje nevae do de 1992. Adoro la nieve, sobre todo cuando se derrite, y su dedo traz6 un circulo en el vientre de Valérie. Cus dado, de cintura para abajo pierdo el control de mi mise ma, susurré ésta. Luisa prolongé la linea hasta los pies de Valérie, el color de su piel era de una belleza inefable, Lu, dijo, nunca habia llamado asi a nadie, guarda para tt Jo que hagas con él Mijefe quiere levarme a la cama, dijo Valérie, melo re- vel6 ayer. Luisa esperaba frente al quiosco, Valérie mas- ticaba chocolate, sus ojos ardian. Enseguida supe que quiere aparcar en mi, y apenas movia los labios cuando hablaba. No tienes por qué, dijo Luisa. Me dan ganas de desarbolarlo, y Luisa no pudo por menos que reirse por- que Valérie podia hablar tan deprisa que daba vértgo. Qué te parece tan gracioso, Valérie batié las manos con. tra las manos de Luisa y conté dénde y en cuantas cosas su jofe tenia metidas las suyas. Y sabes qué, le dije, su mujer es una de mis mejores clientas, Valérie rizaba un mechén de pelo, y me contes- %6, mi mujer es tolerante por naturaleza. Al decitlo me examiné tranquilamente, estoy segura de que todavia no habia desayunado, un empresario por los cuatro costa- dos, dijo Valérie con lengua afilada. Soy una diana para los hombres de mediana edad, estoy hecha a su medida, Luisa entonces no tenia idea de lo que Valérie quiso de- cir con eso. - Valérie asistia a una escuela de horario noctnrno, tra- bajar por la matiana y estudiar por la noche, jo, eso me 226 En el ecaparate, en la primavera gusta. Vivia en un piso de dos habitaciones del distrito cuatro. Las dos estancias estaban abarrotadas de cosas, lo colecciono todo, y Valérie en su piso tenfa un aspecto similar al que presentaba detris de los periddicos y las postales del quiosco. Una pared de la cocina estaba empapelada con papel de embalaje. Pegados encima, recortes de periddicos, re- vistas y folletos publicitarios. La mayoria de los articu- los de prensa tenian frases subrayadas, y al pie de cada recuadro habia palabras escritas en mayiisculas, comen- 'o el mundo, dijo Valérie. Al terminar el afio lo arranco todo y vuelvo a empezar. Mi adquisiciSn reciente, y sefia- 16 unos modelos de cuchillos de todos los tipos y tama- fios. Al lado decia: Los hay que los quicren afilados. Lui- sa miré en la ventana plateada de Valérie, y deseé me- terse bajo su piel Frank tenia un punto cicgo entre lus ujos, y Luisa lo aprecié cuando Frank conversaba con el camarero del pub. Su cara entera se perdia en ese punto donde se to- caban sus cejas. No te comprendo, habria dicho Valérie, y Luisa pensé, c6mo podria explicarlo, su cara en ese pun- to esté como borrada. Te gustaria resucitar a ese muerto, habria preguntado Valérie con voz capaz de dejar reseca 'a garganta de Luisa, quizd me gustaria de verdad, pen 6 Luisa, ELpie de Frank apreté el acelerador, las luces de las fa- rolas acribillaban los cristales, el talisman chocaba con- tra el parabrisas, qué prisa tienes, dijo Luisa, y su mano estaba fundida con el pomo de la puerta, éTe da miedo?, grité Frank, ya sabes, tengo un angel de la guarda de alas anchas, y qué feos eran sus poros. Es mi cumpleaios, ése te ha olvidado? A los lados de la carretera habia nieve, yen el asiento de atrés, una caja de cartén con bebidas, 297 Melinda Nodj Abonji ‘Venga, céntame una cancién, Frank chasqueé la lengua, y Luisa permanecié muda, y entre las luces emergia Vae lérie, Miraba de entre los hombros cual gato acechando, No has ofdo?, a Frank le sudaba la cara, y el tacéme- tro se movia en el sentido de las agujas del reloj, una cane cién para el cumpleaiero. Y Luisa empez6 a cantar, més: fuerte, grité Frank, Luisa cantaba, Ave Maria, y la voz se le trabé en la garganta, y Frank conducia a toda maquina, como si se le hubiera perdido algo en el mundo. Canta, una cosa alegre, quién quiere oir el Ave Maria el dia de su cumpleatios, y golped con la mano derecha en el volan« te, pero la mente de Luisa se plant, y Frank grité, si no cantas me estrello contra el proximo Srbol. ¥ Luisa can- t6 «En lo alto del carro amarillo», las luces de las farolas conflufan en una sola raya, y Frank acompafiaba la can- cién, voy sentada junto al cochero,y al adelantar no redujo la velocidad, y Luisa pensé, si salgo viva de aqui, lo mato, Frank cruré rumbando el umbral y paré a un palmo del garaje, trebolito mio, gracias por la escapada. Apagé el motor, Luisa abrié la puerta de un empujén, la cerré de tun portazo. Frank dejé caer la cabeza sobre el volante y Jo abrazé con ambas manos. Luisa se sent6 en los neumi- ticos del garaje. Todavia hoy sigue viendo el cuello des- nudo de Frank sentado en su coche, se habfa afeitado el pelo hasta las orejas, sino se mueve hago algo. y ofa latir elcorazén en el cuello, uno, dos, tres, cuatro, susurré, yal Iegar a cincuenta Frank no habfa hecho el menor gesto. Entonces Luisa estampé el dorso de la pala de la ni ve contra la ventanilla, y Frank pegé un respingo, tenia la boca convertida en un boquete. El primer golpe impri- mid un dibujo de finas vénulas en el cristal, mas bonito que una red de carreteras, hijo de puta, grité Luisa; ef segundo palazo astillé el vidrio reduciéndolo a esquirlas 208 a Bn el escaparate, en la primavera diminutas, y Luisa vio a Frank acercindosele. Le arrancé la pala dela mano, cogié impulso, Luisa cruzé los brazos sobre la cabeza, Frank golped con un estruendo agudo. Luisa abrié los ojos. Frank habia reventado la luna frontal y tirado la pala, sus brazos se balanceaban como péndulos mientras la miraba y jadeaba, En el marco que- daban dientes de cristal, ests zumbado o qué, dijo en voz baja y rompié en llanto, Acaso sintié usted compasién por él, preguntaria la se- ‘tora Sunder més tarde. Ya he estado en chirona y mi padre es el presidente de los Estados Unidos, Valérie estaba sentada sobre un cojin en el suelo y Luisa, a su lado. También podria ser un je- que petrolero de Oriente Préximo, Valérie formé un tur- ante con su jersey, de todas formas pertenece a la cua- drilla internacional de mosqueteros, se rio con risa agu- da y guillotiné el aire con la mano estirada. Qué dices, lunisa toed delicadamente con la punta del dedo el lunar cen la frente de Valérie. Tienes raz6n, estoy borracha, dijo Valérie, y apoyé la cabeza en la pared, la raiz de su pelo terminaba en un mintisculo pico, thas estado en chiro- a o no?, y Luisa palpé con la mano la raiz del pelo de Valérie. Qué dirfas si fuera verdad. Preguntaria por qué. Tus orejas son animales de mar, dijo Valérie, y cubrié los hombros de Luisa con una toalla. Luisa miré al espe- | jo sobre la mesa de la cocina, los tuyos parecen platos de sopa, se rio en su cara, que se reflejaba en el espejo, y Va- | lérie comenz6 a cortarle el pelo. Cuando sea vieja ya na- die me miraré a la cara sino sélo las orejas, Valérie colo 6 el peine detrés de su oreja derecha, por qué no llevas pendientes, pregunté Luisa. ¢Es un chiste?, éacaso crees | que se han merecido esa distincién?, y Luisa se rio, se siente cuando el pelo esta cortado. a9 Melinda Nadj Aborji ‘Valérie estuvo toda la tarde cortando y peinando, Luis sa la contemplaba en el espejo, y de repente le recordé a su tia, te pareces a mi tia, dijo. Vaya piropo, y Valérie, torcié la boca. Nada contra mi tfa, Luisa meditd un inse tante, hace doce afios que la vi por tiltima vez, y empez6, ‘a.contar. Si tuviera una tia desaparecida la buscaria, dijo Valérie. Luisa quedé impresionada, como buscarias, pre- gunt6, Simplemente me pondria, dentiendes, Lu?, inves tigarfa sus huellas, Valérie tenia una manera realmente, sorprendente de hablar de las cosas. Me has cambiado por completo, éno te parece?, pre~ gunté Luisa. Hervia el agua para el té y el vapor empaiia- ba la ventana de la cocina. Valérie toqueteaba el occipu- cio de Luisa, tienes algo extrafiamente torcido, susurné, apoyé la barbilla en su cabeza, y las dos quedaron mirdn~ dose alos ojos en el espejo. Pero a primera vista somos el diso perfecto, la inocencia pueblerina unida a la infamia patibularia. Valérie parti el filtro del cigarro con la ula y lo prendié, a ver, cuéntame algo de tu media naranja, {Lisa eché los brazos detras de la silla, le agarré las nal- gas, y a ti, por qué te metieron en la cércel? La inocen- cia pueblerina no quiere desembuchar, Valérie exhalé el humo hacia el espejo, y yo no quiero estropearte el dia. Recogié los pelos, puso la tele y no dijo una sola palabra més durante el resto de la noche. El fin de semana Luisa esperaba junto al vendedor de periddicos de la estacién. Vio a Valérie acercarse desde lejos y giré la cabeza hacia el otro lado. Me has visto, gri~ 16 Valérie, Pasaba casualmente, pero site veo parada aqui me pica la curiosidad, Nos vemos en otra ocasién, y la mi- rada de Luisa esquivé los mechones de su pelo. Frank Ile- vaba un traje oscuro, buenas noches, dijo. Valérie pertita- necié clavada en el lugar. Hubo un momento de silencio. 230 Enel escaparate, en la primavera Luego Frank dio un paso adelante, Luisa los presen- t6. Cabecearon en sefial de saludo, Luisa encendié un, cigarro, Valérie hizo una mueca de sonrisa, miré a los ojos de Frank y dijo, leva usted un sombrero realmente muy bonito, caballero, y miré con gesto aprobatorio su pelo igualado. Se eché a refr, dio media vuelta y se mar- ché, hasta pronto, exclamé. La gente la siguid con la vis- ta, su risa se abria camino entre la multitud. Una perso- nalidad estrafalaria, dijo Frank. Algo se habia inflamado en su mirada O sea que es ése, me lo imaginaba muy distinto, Valé- rie fumaba y se reia como escupiendo los dientes. Gémo se apellida, pregunté. Por qué preguntas, y Luisa sentia un cosquilleo en la garganta. A las preguntas no se res- ponde con preguntas, deberias saberlo, y su voz se con- trajo. Frank Ulrich. Valérie eché el humo lentamente por Ja nariz, apéntame el nombre por favor. Luisa escribié cen maytisculae Frank Ulrich en un trozo de papel. ¥ Va lérie pegé el papel en la pared de su cocina. Luisa llamé a Frank a la oficina. Era jueves, quiero verte hoy. Frank al teléfono tenia una voz célida, impo- sible. Una pequefia excepcién, dijo Luisa, y Frank con- test6, las comidas de negocios son inaplazables, te acom- pailo, y a Luisa la voz se le quebré en un gallo. Creo que no te he entendido bien, y Luisa veia los poros de Frank, si, me has entendido bien, podriamos quedar después de comer, respondié, y Frank colgé sin despedirse. Lui- sa estaba sentada en el sof y se miré los pies enfunda- dos en calcetines. ‘Llevaba nevando varios dias en Viena. Luisa cogié la muiieca y la acari cufa, era la mu- jeca de trapo con Ia cinta de pelo destenida. Conté las baldosas. Muftequita, susurré, y miré a las lamas. Frank - la colocé sobre la agr Melinda Nadj Abonji le habia colgado de verdad. Luisa feché los apuntes del armario de luna y rode6 los articulos de aseo personal con los colores que entonaban con él. Guardé los dibu- jos con las fotos en la bolsa marrén. Se peiné y se maqui- 16, se puso el vestido de noche y se quedé mirando fijo el teléfono. Valérie no habia llamado. Luisa esperaba en el vestibulo. Distribufa su peso de un pie a otro, llevaba los zapatos equivocados, y Frank, se hacfa esperar. Hola, dijo Luisa. fl ralentizé el paso, te- nfa la cara tersa. Qué haces aqui, y no sonaba a pregun- ta, quiero ensefiarte algo, dijo Luisa. Se desabotoné el abrigo de invierno, y los botones no pasaban con facili- dad, qué significa esto, estaba muy cerca, Luisa abrié las dos alas del abrigo y se mecié de un lado a otro, ate gus- ta? Frank perdié los estribos, te has vuelto loca, sise6, te Jo quitas ahora mismo, miraba con mirada casi vacia, y, Laisa se dio la vuelta, 2puedes ayudarme con la crema- lMera?, Frank Ia agarré por los hombros y la zarande6. No hay quien te aguante, chas oido? Bajo la cama de Frank habia una bomba de relojeria, Luisa esperaba la ocasién de contérselo a Valérie. Aquel mismo aio, en otofio, estallé una tuberia de gas en la casa a la vuelta de la esquina. La policia acordoné la calle, y a Luisa se le habia olvidado como era un in- cendio de verdad. La mitad de la casa ya estaba calcina- da, en la pared de la segunda planta colgaba todavia un cuadro, delante de él habia un sofa enorme. Es trucu- Tento mirar de esa forma al interior de una vivienda aje- na, pensé Luisa, Tienen ustedes informacion mis deta- llada, preguntaban todos, y los agentes lo negaban con un gesto. Empezaba a oscurecer, y las lamas habian des, vyorado cinco plantas, un anciano se encontraba desapa- recido. Nos dejan morir de mala manera, refunfuié una 23, En el eccaparate, en (a primavera mujer de pelo esponjado, y le ofrecié a Luisa aguardien- te, en momentos asi hay que reconfortarse. Luisa apuré el vaso de un trago, conté los pasos hasta su casa, yno se movid en los tres dias que siguieron. Qué pasa, pregun- 6 la vor de Valérie El borde de la cama demediaba a Luisa, quedaban las piernas en el dormitorio y el torso estirado debajo de la cama de Frank. Estoy debajo de Frank, susurr, la lama del mechero se agitaba, y el dibujo de la alfombra resulta- ba completamente distinto que a la luz del dia. Pero Lui- sa iluminé la cara de Frank. Sonreia en compafiia de una mujer, en una foto en color. ¥ la foto era s6lo una del to- tal de dos docenas que Luisa habia contado. Todas esta- ban recortadas al tamaiio de la palma de una mano y dis- puestas como un dominé, qué cuadro, A Luisa le zumba- ba la cabeza. Algunas fotos estaban repetidas y hasta tres vyeees, y cada toma apresaba ala misma mujer, siempre con un peinado diferente, tenia que ser la mujerde Frank. Casi llegé a ennegrecer una de las fotos porque acer- cé demasiado el mechero para poder distinguir todos los detalles. Frank y su mujer aparecian en unas escaleras, de piedra, vestidos con ropa ligera e iban descalzos. Un sombrero de paja cubria la frente de Frank, Luisa nunca habria pensado que él se pusiera un sombrero de paja, Su dedo indice estaba enganchado en el collar de su mu- jer, levementereclinada como sie dejara tirarpor él. Los labios de ella se fruncian a la manera de una eriatura, Luisa iluminaba los ojos de Frank. Su boca. Los labios de su mujer y el elegante pantalén de verano de Frank. El vestido escotado de su mujer. Movia el mechero hacia arriba y hacia abajo. Y de pronto se fijé en la mano dere- cha de Frank, Tenia los dedos ligeramente separados, y la palma se combaba como sosteniendo un objeto. Pero 233 Melinda Nady Abonji no se veia nada, No se hartaba de mirar, queria tener esa fotografia para poder mirar y remirar la vida que habita- ba en esa mano. Salié de debajo de la cama, Frank estaba tumbado de espaldas, Lo ilumind desde todos los lados. Su pie derecho pen- dia sobre el borde de la cama, Luisa esperaba poder ver alguna vez a Frank con sombrero de paja y pantalén de verano, Fue a buscar la linterna de la cocina, sacé el bloe de notas del bolsillo del abrigo y volvié a meterse deba- jo de la cama. Ya eran pasadas las cuatro. Frank y su mujer estaban desnudos bajo el foco, es de- cir, la interna de Luisa exploraba sus cuerpos, quién ha hecho estas fotos, cada desnudo mostraba a Frank y a st. mujer en una postura diferente, vaya exhibicién, Luisa se rio para sus adentros, quizé también porque resulta- ba vergonzoso. En una de las imagenes la mujer estaba sentada en su regazo. El le atenazaba el cuello, ella ex tendia los brazos y le sonreia, daba la sensacién de que estaba volando, Luisa contemplaba sobre todo a la mu- jer. induso desnuda parecia elegante, y era como si ella ‘misma hubiera fotografiado a Frank y a su mujer; pero no habia sido ella. ‘Al fondo del todo, contra la pared y apartada de las fotos, habia una bolsita marrén. Luisa atrajo sus piernas hasta debajo de la cama porque sintié que estaban muy perdidas en la habitacién. Apagé la linterna, y traté de respirar sin ruido. Era imposible. Su mano se extendié. Abrié lentamente la cremallerae introdujo la mano. Los dedos tentaron un paito fino que envolvia un objeto duro. Avanzé los dedos hasta deba- jo del pao, su brazo se iba alargando y enfriando. TocS ‘el metal, mis frio que los dedos, seguro que la tela es de movil y con la manta cogida entre las piernas, 234 En elescaparat, en la primavera seda, pensé, y sus pensamientos se extraviaron en distin- tas direcciones. Hizo descansar su mano por antes de encender de nuevo la linterna y extraer el arma stante dela bolsa. Hubo un momento de silencio en el que cual- quier pensamiento se esfumaba. Al dia siguiente soné el teléfono. Era domingo. Frank dijo, tengo que salir ahora mismo, adénde, pregunté Lu sa. Al trabajo, adénde va a ser, Frank se embutié la ca- misa en el pantaldn, una emergencia comunicativa, pre- gunté Luisa, sorprendida de si misma, yo no sabria ex- presarlo mejor, contesté Frank con una cara tan pulida como si hubiera pasado por una afiladora. Dejé dos bi- Iletes al lado de la mantequera, coge un taxi, tardaré, y Luisa se pregunté si advertirle a Frank de que su camisa no combinaba con el pantalén. Te espero, Luisa agran- 6 su mirada y dio un mordisco al pan. ‘Tienes una for- ma de incomprensién realmente abstrusa, Frank abom- 6 los labios més alld de la nariz, la corbata entre sus de- dos permanecia en un compas de espera, no quiero que te quedes. Luisa se levanté, dio pellizcos a la camisa y la corbata de Frank, has oido, pregunté él, Luisa se ensimismé en, el dibujo de la corbata, y el sudor de Frank se le incrusté en la nariz, que si has entendido. Si. Cinco minutos des- pnés Frank se habia marchado. Luisa se duché, se peind, se gird un momento ante el espejo, se visti6, mareé el ni- mero de la central de taxis y se metié debajo de la cama para volver a mirarlo todo a la luz del dia. Unos minutos, después sond el timbre de la puerta. Luisa subié al taxi, adénde vamos, pregunté el chéfer. Zaunergasse. Luisa sabia que Valérie no estaba Sobre Ja mesa de su cocina habia una carta. Querida Lu. Tengo que salir con urgencia, ademés es mejor que 235 Melinda Nadj Abonji no nos veamos durante algin tiempo. Te echo de menos siempre. Luisa guardé la carta en el bolsillo de su abri- {g0 y pase6 la mirada por la cocina, donde nada indica ba que hubiera habido cambios. Encendié un cigarrillo y ley6 todos los articulos de periédico pegados en Ia pa- red. Luego abrié los cajones y los armarios, no estoy bus- cando nada concreto, pens6. Encontré una tarjeta de vi- sita, Alfred Ulrich, decia en negro sobre blanco. Aboga- do. ¥ conté las letras, ysintié el peso que tenia ese troci- to de papel. Lo guardé en su cuaderno de apuntes, y se recogié en la cama de Valérie. Encendié la lmpara de la mesilla. Valérie estaba sen- tada, erguida sobre la cama, su cara aguardaba libre ¢ in- somne en el aire. Luisa le tapé los hombros con la man- ta,no has encontrado mi carta, pregunté Valérie, se puso tun cigarro entre los labios y exhal6 el humo esquivando a Luisa. Si, si. Qué quieres saber, pregunté Valérie, sDe qué conoces a Frank? Guatro dias después Luisa Hamé a Frank a Ia oficina. Estuvo pensando en qué decir, podemos vernos hoy, pre gunté sabiendo que Frank diria que no, razén por la cual hizo la llamada. Cuando se conocieron Frank dijo, el fin de semana es nuestro momento. Desde entonces se en- ‘contraban cada viernes por la noche en la estacién, a par- tir del viernes por la noche todo esta arreglado, pens Luisa. ¥ ahora lo llamaba en jueves, Frank colg6. Luisa se enfund6 el vestido de noche, se peind, se pin- 16 los labios en un tono mis vivo que de costumbre, voy a hacerlo. Luego contemplé los garabatos que habia he- cho del armario de luna y de las fotos. Un croquis de la mano de Frank colgaba al lado de su cama, era la mano mas bella que jamas habia visto, y se imaginaba como pondria castafias 0 nueces 0 un objeto liviano en su con- 236 En el excaparate, en la primavera cavidad. Luisa acariciaba el dorso de esa mano, a veces Frank hacfa viajes de ida y vuelta en dos dias. Y Luisa pens6 en el arma bajo su cama. Casi todos tienen arma, es ast, dijo la seiiora Sunder. En el vestibulo Luisa distribuia su peso de un pie a otro, el portero llevaba botones plateados, su mirada se inclinaba en oblicuo hacia Luisa, puedo ayudarla, no, no podia. A veces Valérie preguntaba, siempre eres tan lenta para comprender, y Luisa no respondia, sino que contaba un chiste y terminaba diciendo, es normal. Va- lérie tenia una risa salvaje, y a Luisa le gustaba cuando Valérie Olivia Francine se refa hasta las lagrimas. Cuan- do Frank vino a su encuentro, Luisa le miré a los ojos. y 41 pregunt6, qué haces aqui, y ella contest6, quiero en- seflarte algo. y él dijo, te dije que no tenia tiempo, y Lui- sa se desabotond el abrigo, qué te parece el vestido, y le mir6 a los ojos, el vestibulo resplandecia por todas par- ‘es, ests mal de la cabeza, dijo Frank en voz baja y ta- jante, ahora mismo te lo quitas, Luisa preguntd, puedes ayudarme, la cremallera se atasca un poco, se dio la vuel- tay se recogié el pelo. Estis completamente loca, sised Frank, Luisa dijo muy despacio, a quién le quieres pe- sar un tiro, Frank la agarré por los hombros, el vestibu- Io daba vueltas, qué mosca te ha picado, Frank perdié los estribos, el portero eché a andar hacia ellos, el vestido de noche se desliz6 hacia abajo, a Luisa las palabras se Ie cafan de la boca, tu mano es como un seereto. Frank. Fue la diltima vez.

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