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T Puedes Se Run Cocodrilo
T Puedes Se Run Cocodrilo
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Juan Mata
University of Granada
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Ecologies of learning in multiple contexts: Analysis of projects of expanded education and conformation of citizenship. A case study: the intervention of the Entrelibros
Association with literary and philosophical texts in different social spaces. View project
All content following this page was uploaded by Juan Mata on 26 October 2014.
Introducción
La escena tuvo lugar durante una lectura en voz alta en la sala educativa
del Hospital Materno Infantil de Granada. El menor de los asistentes ese
día a la sesión de lectura tenía 5 años y la mayor 12. Habitualmente, los
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libros son leídos en voz alta por alguno de los miembros de la Asociación
Entrelibros, encargados de esa actividad de voluntariado cultural, pero a
veces, si el ambiente es propicio, los propios niños leen los libros a los
demás, una actividad que les satisface especialmente.
Al término de la lectura del álbum ¿Qué hace un cocodrilo por la
noche? (Figura 1), realizada por dos jóvenes pacientes, un niño mostró su
escepticismo ante el hecho de que un cocodrilo sintiera deseos de
columpiarse en un parque por la noche, que es lo que le gusta hacer al
protagonista de la historia. ‘No creo que a los cocodrilos les gusten los
columpios’, dijo. Y una de las jóvenes lectoras le replicó sorprendida: ‘Es
que no se trata de eso. Un cocodrilo puede ser una persona. El cocodrilo
del cuento puedes ser tú’.
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confrontarla con las sombras imaginadas por una mente ajena. Ése es el
principio elemental de las convenciones artísticas.
El álbum ilustrado
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objeto, el libro sin ilustraciones y el álbum sin palabras, pueden
encontrarse cinco tipos de vinculación entre texto e imágenes: simetría,
complementariedad, realce, contrapunto, contradicción. Van der Linden
(2006) habla a su vez de tres clases de relación: redundancia, colaboración
y disyunción.
En efecto, las relaciones entre texto e imágenes abarcan una gama
de posibilidades que pueden ir desde la máxima consonancia hasta la
divergencia más absoluta (véanse Figuras 2 y 3).
Figuras 2 y 3. A la izquierda: ilustración de Adivina cuanto te quiero, álbum escrito por Sam McBratney e
ilustrado por Anita Jeram. A la derecha: ilustración del álbum Mon chat le plus bête du monde, de Gilles
Bachelet.
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mayor afinamiento, una adaptación a las manifestaciones del álbum
contemporáneo (Colomer et al., 2002; Van der Linden, 2006; Duran,
2009). Las consecuencias de todo ello tanto en el campo educativo como
académico y cultural son muy relevantes, pues afecta a las prácticas de
lectura, a las investigaciones científicas, al lenguaje de la crítica literaria, a
los juicios sobre el valor estético de las ilustraciones, al significado de la
formación literaria y artística de la infancia… En fin, a la estimación
misma del álbum.
Desafortunadamente, sigue predominando la idea de que estos
objetos artísticos son adecuados sólo para los niños que no saben leer o
leen de modo titubeante, pues se continúa juzgando las ilustraciones
como simples aclaraciones del texto, como estímulos a la comprensión de
las palabras, de manera que una vez se ha aprendido a leer con seguridad
hay que ir abandonando la costumbre de apoyarse en las imágenes para
seguir el hilo de una historia. Ese prejuicio hace que el álbum siga siendo
considerado un objeto de menor valor literario y su uso quede relegado a
las edades más tempranas.
Sin embargo, ningún asunto de la experiencia humana es ajeno a
los álbumes. Las cuestiones más livianas –la primera visita al zoo o el
control de esfínteres- o las más graves -la muerte de personas amadas o
las violaciones de los derechos humanos- están presentes en los álbumes,
de manera que su lectura propicia todo tipo de reflexiones y todo tipo de
respuestas. Las imágenes y las historias de los álbumes contemporáneos
ofrecen tanta intensidad emocional y ética como cualquier obra literaria
escrita expresamente para adultos.
Modos de leer
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narrativos del texto y las imágenes sean a veces disparejos. Antes al
contrario, esa diversidad enriquece la lectura y ensancha el campo de las
interpretaciones y los significados.
Esa circunstancia contradice la usual pedagogía de la lectura, la
concepción del lector aprendiz y la capacidad de ‘comprensión’ que se
suele adjudicar a los niños. Es común pensar que las imágenes ofrecidas a
los niños deben ser lo más parecidas posible a las cosas reales a fin de ser
reconocidas sin problemas. Un ratón debe asemejarse a un ratón de
verdad, una niña debe ser similar a una niña real, un edificio debe ser
análogo a los edificios auténticos. Y así sucesivamente. El elemento
primordial en todos los casos sería la ‘semejanza’ con la realidad. La
figuración predominaría siempre sobre la abstracción.
Las imágenes de los álbumes contemporáneos contradicen sin
embargo ese prejuicio. Los artistas que los ilustran proponen miradas
nuevas sobre lo ya conocido y demandan del lector un compromiso nada
complaciente hacia sus propuestas. Reconocer no es entonces más
relevante que descubrir, sorprenderse e integrar serían actos cognitivos
tan importantes como examinar y confirmar. Numerosos autores
(McClay, 2000; Arizpe y Styles, 2003; Walsh, 2003) destacan la afinada
capacidad para analizar imágenes que demuestran los niños, tan
propensos hacia el arte del ilustrador como al del escritor. Los niños
lectores observan las ilustraciones con atrevimiento y sagacidad, y es
precisamente la confianza en la inteligencia de los niños, entendida como
una disposición permanente para aceptar e indagar lo desconocido, el
respaldo de las más atrevidas propuestas estéticas. Los ilustradores
contemporáneos no trabajan en realidad pensando exclusivamente en los
niños, sino que crean su obra a sabiendas de que será contemplada por
personas de muy diversos niveles de competencia artística y experiencia
vital. La receptividad de los niños, su carencia de prevenciones culturales
y artísticas, su deseo de conocer y aprender, hace sin embargo que las
audacias formales y pictóricas de los artistas no les resulten extrañas. Lo
inadmisible para los adultos es aceptado sin problemas por los niños, que
no se amedrentan ante lo incomprensible ni temen a la complejidad.
Las ilustraciones son las primeras ventanas que se abren al sentido
de una historia y son a la vez el punto de partida para que el lector
construya sus propios sentidos. Orientan al lector y le incitan a ir más
lejos, le marcan un horizonte a la par que le ofrecen múltiples
posibilidades de alcanzarlo. Las ilustraciones de los álbumes
contemporáneos no acotan los significados de los textos, sino que
tienden a abrirlos. Desafían y encaminan al mismo tiempo. La
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comprensión literaria se afirma gracias a las ilustraciones, que tanto como
el texto contribuyen a incrementar y afinar los significados de la historia.
Las ilustraciones generan sentido o, más bien, sentidos, lo que hace de la
lectura de los álbumes una práctica cultural viva y exigente. Una eficiente
pedagogía de la lectura, incluyendo la orientada hacia los no lectores,
debería tener en cuenta esas capacidades de los niños a fin de estimular y
aprovechar sus respuestas y ensanchar sus conocimientos lingüísticos y
literarios. Lo complejo es a menudo más alentador que lo simple (Figura
4).
Figura 4. Lector en la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil. León (España), 2006.
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a través de los comentarios y las conversaciones que genera se van
configurando los juicios y los sentimientos infantiles.
La lectura en voz alta, tanto en las aulas como en las bibliotecas o
los hogares, propicia la conversación y la elaboración de significados,
pues siempre habrá al menos dos personas juntas. Crea, aunque mínima,
una comunidad lectora y favorece la manifestación de la palabra (Mata,
2006). La contribución del lector que lee a niños resulta además
fundamental para dar sentido a la historia. La voz adulta, con sus
inflexiones, sus ritmos o sus énfasis, aporta, como las ilustraciones, pistas
iniciales de significado, aunque los sentidos personales de cada historia
provendrán siempre de las interacciones libres de los niños con los
álbumes, bien mediante sus comentarios espontáneos, bien con sus
respuestas a preguntas específicas y sus conversaciones con otros
lectores u oyentes o bien a través de sus dibujos, textos o acciones
creativas posteriores a las lecturas.
Por lo demás, el conocimiento literario es inseparable del
conocimiento artístico. Las imágenes no sólo contribuyen a dar sentido a
los textos, sino que ayudan a formar el gusto artístico, a entender y
valorar el uso del color, el trazo, la forma, la composición o el formato, a
estimar el proceso de creación o la pluralidad de miradas. Observar las
‘representaciones’ que distintos autores hacen de un mismo personaje o
un mismo cuento -Los tres cerditos o Caperucita roja, por ejemplo- permite
ensanchar el juicio artístico y alienta la propia creatividad. Los autores de
álbumes ilustrados están inmersos además en las corrientes pictóricas
contemporáneas, por lo que la lectura de un álbum supone tomar
contacto pleno con el pensamiento estético más vivo. Las consecuencias
educativas que se derivan de esas experiencias son incuestionables.
Responder a la literatura
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es una simple actividad de recepción lingüística. Durante la lectura
ocurren muchas cosas en la mente y el cuerpo del lector y las respuestas
que genera dan cuenta del modo en que cada lector se relaciona con los
textos. Iser (1987a, 1987b) indicó por su parte que en la lectura literaria la
constitución de sentido en la conciencia del lector proviene de su
capacidad para ocupar con su imaginación lo no formulado en el texto,
una circunstancia gracias a la cual el lector puede formularse a sí mismo.
Es decir, el lector toma conciencia de su propio mundo en el proceso de
desciframiento del mundo propuesto por el autor.
Una respuesta a la literatura es, pues, una forma de afirmar la
comprensión, de dar sentido personal a una obra. Ninguna respuesta
puede ser por tanto idéntica a otra, pues ningún lector reacciona ante un
mismo texto de forma idéntica, lo cual, lejos de ser un inconveniente,
resulta un estímulo para imbricar los textos de ficción con las vidas de los
lectores, incluidos los más jóvenes, y una oportunidad excepcional para la
educación literaria.
Sin embargo, las respuestas que predominan en las aulas suelen ser
muy estereotipadas, escasamente significativas. Están encaminadas
sobre todo a detectar si realmente se ha leído el libro prescrito o a facilitar
una calificación numérica para las asignaturas correspondientes. Y se
centran sobre todo en los aspectos formales de los textos. La necesidad
de controlar y evaluar las respuestas dificulta a menudo las
interpretaciones basadas en el impacto emocional e ideológico
provocado por la lectura. Las respuestas individuales parecen
incompatibles con las prácticas escolares, parecen proscritas al ámbito
privado. Desde el resumen del texto al señalamiento de las figuras
retóricas, la pedagogía ha establecido un conjunto de respuestas a la
literatura que deja poco margen a la expresión personal y creativa de la
experiencia de leer. Esa necesidad de control ha hecho además que las
respuestas sean calificadas como correctas o incorrectas, siempre a juicio
del evaluador, lo que coarta las respuestas originales. Y cuanto más
elevado es el nivel escolar más académicas y rutinarias se hacen.
Y, sin embargo, la literatura adquiere su plenitud significativa
cuando las palabras agitan el mundo interior de los lectores, es decir,
cuando afectan a la memoria de sus experiencias y a la construcción de
sus deseos. Y esa conmoción se evidencia más claramente mediante la
declaración y la conversación. Conversar es un excepcional procedimiento
para la comprensión de un texto y el conocimiento literario. Permite
hablar para sí mismo, hablar a otros, hablar juntos, hablar de lo nuevo
(Chambers, 2007). Hablar públicamente a partir de un texto literario es un
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acto individual pero es a la vez un acto colectivo, la manifestación de algo
íntimo que involucra sin embargo a otros. Conversar supone responder a
la literatura en compañía de otros, aprender a expresarse con la ayuda de
otros.
Los álbumes cumplen esa función estimuladora de la palabra desde
el principio. En el caso de niños pequeños las respuestas de carácter
lingüístico son más limitadas, pero su aún parcial dominio de la lengua no
son un obstáculo para la manifestación de sus emociones, evocaciones y
pensamientos. Que tengan dificultades no significa que sean incapaces de
experimentar los mismos procesos cognitivos de los lectores adultos. Por
eso es necesario prestar atención a todas las expresiones y actitudes
susceptibles de dar información de sus estados de ánimo y sus
reflexiones. Sus dibujos son a veces más elocuentes que sus palabras a la
hora de dar información sobre su mundo íntimo. Y como aconsejan
numerosos investigadores (Lewis, 2001; Arizpe y Styles, 2003; Pantaleo,
2005), es preciso prestarles una especial atención a fin de conocer el
sentido profundo de las respuestas que dan a la lectura en voz alta de un
álbum (Figura 5).
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etcétera), intertextual (los niños vinculan el texto escuchado con otros
textos o productos culturales, como películas, vídeos, series de televisión,
pinturas...), personal (los niños enlazan las historias con su propia
experiencia o las experiencias de las personas de su entorno),
transparente (los niños alcanzan tal grado de identificación con la
narración que resulta casi imposible separar el mundo del lector y el
mundo del texto) y performativa (los niños se hacen cargo del texto y lo
manipulan de acuerdo con sus propósitos). Estas diferentes respuestas no
son jerárquicas ni excluyentes, ni unas son mejores que otras, ni aparecen
de modo aislado. Todas muestran, en cambio, el grado de implicación en
la historia que pueden alcanzar los niños (Figura 6, Figura 7).
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dibujos expresan sus formas de participar en la historia, su grado de
implicación intelectiva y emocional.
Conclusión
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de la importancia educativa de esas prácticas y, en consecuencia, deben
adquirir las habilidades necesarias para promover y encauzar las
respuestas de sus alumnos. Sus propios conocimientos literarios y
artísticos garantizarán el estímulo de las capacidades de interpretación y
elaboración de significados por parte de los niños. La pedagogía de la
lectura, y de la lectura literaria en particular, debe ser por lo tanto
revisada. Las prácticas de las aulas necesitan nutrirse de las
investigaciones que atañen al modo de pensar de los niños y a sus
relaciones con la ficción, de igual modo que los investigadores deben
prestar una mayor atención a las ricas experiencias de las aulas.
Referencias bibliográficas
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