as,
- TULIPAN NEGRO. |
NOVELA HISTORICA
Por
~y Hiejandro amas, W~
DE LAS SENORITAS MERCANAS.
BzEX
MBSICO.
IMPRENTA DE JUAN R. NAVARRO,
calle de Chiquis mimero 6.
1850. Ztle mn
PROPIEDAD DEL EDITOR.
Ser treme Ss ee enn ely TeBe
UN PUEBLO RECONOCIDO.
E. 20 de agosto de 1672, la ciudad dela Haya, siempre tan bullicioga, tan
limpia, tan alegre, con su frondoso parque, sus arboles corpulentos, sus an-
chos canales donde 4 manera de espejos se reflejan las cési orientales eipulas
de sus campanarios; ta ciudad de la Haya, la capital de las siete Provincias
Unidas, presentaba el espectaculo de una multitud inmensa de ciudadanos agi-
tados, inquietos, enfurecidos, que armados de mosquétes, cuchiftos y basto-
nes, lanzdbanse a la prision formidable de Bnitenhoff, cnyas rejas se conservan
todavia, y en donde gemia Cornelio de Witt, hermano del exgran pensiona-
tio de Hofanda, 4 consecuencia de la acusacion de asesinato entablada contra-
él por el cirnjano Tickelaer.
Si la historia de aquellos tiempos, y mas particularmente Ia del affo en que
comenzamos, no estuviera ligada de una manera indisoluble con los dos nom-
bres que acabamos de citar, :parecerian inutiles las explicaciones que 4 conti-
nuacion vamos 4 dar; pero prevenimos al lector, que son de todo punto in-
dispensables, no solo para la claridad de nuestra historia, sino para 1a inteti-
gencia del gran suceso politico qué con ella se enlaza.
Cornelio de Witt, Ruart de Pulten, es decir, inspector de los diques del pats,
exburgomaestre de Dordrecht su ciudad natal, y diputado de los Estados de
Holanda, tenid cuarenta y nueve afios cuando el pueblo holandés, cansado de
la’ Republica tal como fa entendia Juan de Witt, gran pensionario de Holanda,
concibié una aficion violenta al estatuderato, que este ultimo acababa de abo-
lir por medio de un edicto.pay ae
Como es muy frecuente que los pueblos, cuando se hallan poseidos de en-
tusiasmo politico, crean ver en’ ciertos hombres personificado este é el otro
principio, tras la repiblica vislumbraba el de Holanda las dos figuras graves
de los hermanos Witt, de estos nuevos Cincinnatos, amigos inflexibles de una
libertad sin licencia, asi como tras el estatuderato entreveia el rostro reflexi-
vo de Guillermo de Orange, 4 quien sus contemporéneos bautizaron con el
nombre de Taciturno,
Los dos Witt amenazaban 4 Luis XIV, cuyo ascendiente moral veian au-
mentarse en toda la Europa, y cuyo brazo acababan de sentir sobre la Holan-
da, por el suceso de la maravillosa campaiia del Rhian, ilustrada con el héroe
de romance el conde de Guiche, cantado por Boileau, campaiia que en el bre-
ve espacio de tres meses, acababa de abatir el poder de las Provincias Unidas-
Luis XIV era, hacia tiempo, enemigo declarado de los holandeses, quienes
Ieinsultaban y motejaban 4 cada paso, segun testimonio de los franceses re-
jados en Holanda. El orgullo nacional veia en él al Mitridates de la repti-
._Habia, pues, contra los de Witt, la doble animosidad que resulta siem-
pre de toda vigorosa resistencia, opuesta por un poder en abierta lucha con
el gusto nacional, y dela disposicion natural 4 todos los pueblos vencidos
cuando esperan que otro los salve de Ig ruina y la vergttenza.
Este otro jefe, dispuesto d salir 4 1a palestra, dispuesto 4 competir con Luis
XIV, & pesar de lo temerario dela ‘empresa, era Guillermo, principe de Oran-
ge, hijo de Guillermo II y nicto, por Enrriqueta Stuardo, de Gérlos I de In-
glaterra.
Contaba 22 affos en 1672. Juan de Witt le habia educado con Ja idea de
formar de este principe un buen ciudadano. Impulsado por su decidido pa-
triotismo, superior en mucho al amor que 4 su diseipulo profesaba, se pro-
puso quitarle la esperanza del estatuderato por medio del edicto perpetuo;
pero la Providencia, que destruye y echa por tierra los edlculos que hacen y
deshacen las potestades de la tierra sin consultar 4 la del cielo, se valié del ca-
pticho de los holandeses y del terror inspirado por Luis XIV, para dar al tras
te con la politica del gran pensionsrio, y abolir el edicto perpetuo, restable-
ciendo el estatuderato para Guillermo de Orange, sobre el cual tenia sus de-
Signios, ocultos todavia en los arcanos misteriosos del porvenir.
El gran pensionario cedié ante la voluntad de sus conciudadanos; pero Cor-
nelio de Witt se mantuvo inexorable, y 4 pesar de las amenazas furibundas de
la plebe orangista, se negé rotudamente 4 firmar el acta que restablecia el es-
tatuderato, :
Finalmente, a instancias de su mujer decididse 4 firmar, afiadiendo 4 su
nombre estas dos letras: V, C. vf coactus, que significaba: obfigado por ta
fuerza.—b—
Un verdadero milagro fué aquel dia que saliera vivo de entre las manos de
sus enemigos.
Por lo que toca 4 Juan Witt, no le aproveché mucho la sumision 4 Ia
voluatad de sus conciudadanos. Pocos dias después intentaron asesinarle,
aunque afortunadamente no consiguieron su intento, pues pudo curarse y res
tablecerse, 4 pesar de haber sido acribillado de profundas heridas.
No se contentaron con esto los orangistas. _ La vida de los dos hermanos
era un obstdcuto eterno para sus proyectos, y en la necesidad de adoptar ofro
rumbo y variar completamente de tactica, apelaron 4 la calumnia, para con-
sumar por ella lo que no habian conseguido con el puiial.
Muy frecuente es, en momentos dados, encontrar un gran hombre que dé
cima duna grande accion. Cuando llega esta combinacion providencial, la
historia busca el nombre del elegido, y le recomienda 4 la admiracion de Ir
posteridad.
Pero cuando el diablo se entromete en los negocios humanos, para cortar
el hilo de una existencia 6 destruir uo imperio, no se deja de encontrar algun
desalmado que se preste 4 1a mas leve indicacion 4 poner manos 4 la obra.
Este malévolo, que muy luego se encontré enteramente dispuesto 4 ser
el instrumento del angel de las tinieblas, se Hamaba, como creemos haberlo
ya dicho, Tickelear, y era cirujano de profesion.
Prestdse 4 declarar que Cornelio de Witt, desesperado del resultado de su
nota, puesta al piéde la abrogacion del edicto perpetuo y restablecimiento
del estatuderato, é inflamado de odio contra Guillermo de Orange, habia bus-
cado un asesino que quitase de en medio al nuevo estatuder, y que este asesino
eva él, Tickelear, que atormentado por los remordimientos de su conciencia,
se habia resuelto 4descubrir un crimen, cuya enormidad le espantaba y
aturdia.
Bien puede juzgarse cudl seria la explosion que la noticia de este complot
haria entre los orangistas. El procurador fiscal hizo arrestar en su casa d
Cornelio de Witt, el 16 de Agosto de 1672. EI Ruart de Pulten, ef noble her-
mano de Juan de Witt, sufria en uno de los calabozos de Bnitenhoff, la tor-
tura preparatoria, destinada 4 arrancarle, como 4 los mas viles criminales, la
confesion de sus pretendidas maquinaciones contra el principe Guillermo.
Pero el dnimo de Cornelio, la firmeza de su espiritu y 1a grandeza de su al-
ma, prepardbanse 4 luchar con los tormentos; era de Ia gran familia de los
méartires, que teniendo tanta fe politica como sus antepasados, fe religio sa»
sonreian en medio de los mayores suplicios, y tuvo valor para recitar duran-
te {a tortura, con voz firme y dando 4 los versos Ia inflexion que su medida
requeria, la primera estrofa del Justum et tenacem de Horacio, no confesar
nada, y cansar no tan solo la fuerza, sino el fanatismo de sus verdugos.
Los jueces, sin absolyer 4 Tickelaer de la responsabilidad de Ja aeusacion,6
isppusteron 4 Cornelio’ una sentencia, que le degradaba de todos sus cargos y
dignidades, condendndole 4 undestierro perpetuo del territorio dela re-
pitblica.
Parecia natural que un pueblo cuyos intereses habia defendido constante~
mente Cornelio de Witt, se aquietase con una sentencia, que si bien no im,
ponia una penta grave, tampoco recaia sobre un delincuente. Sin embargo,
esto no era bastante para los veeinos de la Haya.
Les atenienses, que & todos eacedieron en ingratitud, se quedaron muy atrds
respecto de los holandeses. Aquellos se contentaron con desterrar 4 Aris-
tides.
Juan de Witt, al primer rumor de la acasacion de su hermano, habia hecho
dimision det cargo de gran pensionario: Su amor 4 la Holanda era para él
Ia unica rocompensa, y al retirarse 4 la vida privada solo le acompafié el re~
cuerdo de sus enemigos y de sus heridas, tinicos beneficios que generatmente
reportan los que olvidéndose de si mismos, solo viven para su patria.
Mientras tanto, Guillermo de Orange, poniendo en juego todos los resore
tes, empleando todos los medios que estaban 4 su-disposicion, esperaba que
el pueblo 4 quien creia tener de su parte y con cuyo firme apoyo contaba, le
hiciese de los cadaveres de Jes Witt, la escala que neoesitaba para subir 4 la
ambicionada dignidad de estat uder. :
Pero volviendo al 26 de agosto de 1672, en que, como hemos dicho al prin-
cipio de este capitulo, todos los vecinos de la Haya se hallaban reunidos en la
plaza de la prision, con Animo de presenciar ta salida de Cornelio de Witt
para su destierre, y las seffales que en él hubiese dejado la tortura, debemos
afiadir, que aquella muchedumbre no iba ciertamente impulsada per el solo
€ inocente deseo de asistir 4 una funcion, sino en realidad decidida 4 repre-
sentar un papel, a ejercitar un empleo que no se habia desempeiiado muy 4
su gusto.
Hablamos del empleo de verdugo.
No se crea, sin embargo, que todos acudian con el mismo fin: muchos ha~
bia entre ellos, 4 quienes no animaban intenciones tan hostiles, y cuyo unico
objeto se reducia 4 presenciar un espectaculo siempre grato para la muche.
dumbre: ede ver en el polvo al que ha estado largo tiempo en el candelero-
Ese Cornelio de Witt, decian, por mas valor que haya mostrado, {no lo he-
mos de ver debilitado, pélido y sangriento? {No ha de haber dejado el potro
alguna sefial en su cuerpo? YY esto {no era un gran triunfo, en que debia to-
mar parte todo buen vecino de la Haya?
Ademas, decianse unos 4 otros Jos orangistas, hdbilmente mezclados entre
Ja plebe, 4 quien creian manejar como un instrumento 4 la vez cortante y
punzante: yquién quita que en el espacio que media entre Buitenhoff y la puer-
ta ds la ciudad, podamos 4 nuestro sabor vengarnos de este malvado Ruarid—I-—
de Puiten, que no solo ha dado el estatuderato al principe de Orange, vt
coactus, sino que ha intentado después asesinarle?
¥ cuenta, affadian és feroces enemigos de la Francia, que obrando en jus-
ticia, de ningun modo debe permitirse que salga Cornelio de Witt, porque una
vez libre, volverd & anudar sus pérfidas intrigas con la Francia, y se manten-
dré en anion con su hermano, con el oro del marqués de Louvois.
Con tales disposiciones, nada tenia de extraiio que se apresurasen los espec-
tadores, y esta era la razon del movimiento de los habitantes de la Haya hé-
cia Ia parte de Bnitenhoff.
Entre los mas furiosos vefase al honrade Fickelaer, Hevado en triunfo por
los orangistas, ni mas ni menos que si fuese un modelo de probidad, de ho-
nor nacional y de caridad eristiana.
Este infame, embelleciendo su discurso con todas las galas y recursos de su
imaginacion, contaba hasta la saciedad las tentativas que Cornelio de. Witt
habia hecho de su _virtud (4 toda prueba por supuesto), las enormes sumas
que le habia prometido y la maquinacion infernal preparada. de antemano
para allanarle todas las dificultades que se opusiesen Ala realizacion del
erimen.
Y 4 cada frase de su discurso, el pueblo prorumpia en repetidos gritos. de
amor entusiasta para con el principe Guillermo, 4 la vez que dejaba manifestar
su ira contra los hermanos Witt y contra los jueces, porque nohabian pronun-
ciado sentencia de muerte coatra un criminal tan abominable como Cornelio.
Algunos alborotadores.decian en voz baja:
—Si no nos oponemos, se marcharé impunemente,
Otros murmuraban:
—Un bnque francés le espera en Schwemisgen. Tickelaer le ha visto:
—iViva Tickelaer! jviva Tickelaer! gritaba en coro la muchedumbre.
—Y euidado, decia una voz, que mientras se fuga Cornelio se salvard tam-
bien su hermano, que no es menos traidor y delincuente.
—Y los dos infames irdn 4 comerse en Francia nuestro dinero, el dinero de
nuestros buques, de nuestros arsenales_y astilleros vendidos 4 Luis XIV.
—j Que muera! gritaba un avanzado y furibundo patriota,
—jA la prision, dla prision! repetia el coro.
Y exaltados con estos clamores, los mosquetes se aprestan, brillan las ha-
chas y centellean tos ojos de toda la muchedumbre.
Sin embargo, todavia no se habia cometido la menor violencia; fa linea de
carabineros que guardaban los afueras de Bnitenhoff permanecia impasible,
fria, silenciosa, mas amenazadora por su calma, que todo el paisanaje con sus
gritos, y dispuesta 4 obedecer 4 la menor insinuacion de su jefe el conde de
Tilly, capitan de ta caballerla de la Haya.
Esta tropa, inica muralla que defendia la prisiop, contenia por su actitud—3—
no tan solo a las turbas populares desordenadas, sino al destacamento de la
guardia de la ciudad, que colocado en frente de Baitenhoff para mantener el
6rden, era el primero 4 perturbarle con sus gritos sediciosos de:
—jViva Orange! jabajo los traidores!
La presencia de Tilly y sus carabineros era indudablemente un freno salu-
dable para los soldados. pero poco después, como se propagase hasta ellos el
vertigo que trastornaba 4 la plebe orangista, imputaron 4timidez el silencio de
los jinetes de Tilly y dieron un paso hicia Ja prision, arrastrando en pos de
af toda ta turba.
Pero.el conde de Tilly les salié entonces al encuentro, y desenvainando su
-espada con toda la arrogancia de un verdadero militar:
—jEh! seffores de la guardia miliciana, pregunté, 44 dénde os dirigis?
Los soldados agitaron sus mosquetes, repitiendo los gritos sediciosos de:
—iViva Orange! Muerte 4 los traidores!
—iViva Orange! en buena hora, dijo Mr. de Tilly, aunque si voy 4 decir lo
que siento, mas me gusta una cara de pascuas que una de viernes; muerte 4
los traidores! Corriente, si no pasa de gritos, podeis gritar cuanto se os an-
toje; pero en cuanto d matarlos efectivamente, aqui estoy yo para impedirlo,
¥ ivive Dios! que lo impediré
En seguida exclamé, volviéndose hacia sus soldados:
—jA las armas!
La érden de Tilly fué obedecida con tal precision y ligereza, que el pueblo
y Ja milicia retrocedieron inmediatamente, no sin una confusion que hizo son-
reir al oficial de caballeria,
—jHola! jhola! dijo con ese aire truhan propio solo del militar. Tranqui-
lizaos, milicianog, mis soldados no dispararén de modo alguno, pero dadnos
palabra de no dar un paso hdcia Ia prision.
~—{Sabeis, sefior oficial, que tenemos mosquetes? dijo ardiendo en ira el co-
mandante de los milicianos,
—Vaya silo sé, dijo Tilly, pero es menester que sepais tambien vosotros,
‘que tenemos aqui unas carabinas que ponen la bala 4 cincuenta pasos, y ca-
sualmente no estais mas que 4 yeinticinco.
—iMuerte 4 los traidores! volvia 4 gritar enfurecida la compaiifa de mili-
cianos.
—jBah! siempre lo mismo, susurré el oficial, esto es insufrible!
¥ volvié 4 tomar su puesto 4 Ia cabeza de la tropa, mientras que el tumnulto
se iba acrecentando al rededor del Bnitenhoff.
Y sin embargo, et pueblo en medio de sus clamores ignoraba que en el mo-
mento mismo en que sacrificara 4 su furor 4 una de sus victimas, pasaba la
otra como 4 cien pasos de la plaza, detrds de los grupos y los nna en
direccion a la prision de Cornelio.—9~—
fin efecto, Juan de Witt acababa de bajar de un coche con sii criado. y atr'as
vesaba tranquilamente el primer patio que precedia 4 la prision, donde anun-
cidndose al alcaide, Je dijo:
—Dios te guarde, Grifus, yengo en busca de mi hermano Cornelio, conie-
nado, como ti sabes, al destierro.
Y el aloaide, especie de animal dedicado 4 abrir y cerrar la puerta de la
prision, dejé entrar al exgran_pensionario en el edificio, cerranto las puer-
tas inmediatamente.
Poco antes habia encontrado 4 una hermosa jdven, como de diez y siele
4 diez y ocho afios, & quien pregunté:
—gCémo esté mi hermano, bella Rosa?
—jOh! sefior, ftabia contestado la jéven, mucho ha sufrido, pero no es eso
To que yo temo; al fin y al cabo ha pasado ya.
— {Qué temes, pues, hermosa nifia?
—Temo lo-que le resta aun que sufrir.
—{Del pueblo, acaso, no es verdad? dijo de Witt.
—{Lo habeis oido?
—Si; estd en efecto algo conmovido, pero yo confio en que se calmard al
‘vernos, jsiempre le hemos hecho tanto bien!
—No basta eso desgraciadamente, murmujed ta jéven alejéndose para obe-
decer 4 una sefial imperativa de su padre.
—Tienes razon, hija mia.
Juan de Witt continué:su camino.
—He aqui, susurrd, una nifia que no sabrd leer probablemente, y acaba
de reasumir en una palabra la historia completa del mundo.
Y con la misma calma, aunque mas melancdlico que 4 Ia entrada, el exgran
pensionario se dirtgid hacia la habitacion de su hermano.
CEGRY
28.
LOS DOS HERMANOS.
Conerzéxoose los vaticinios de Rosa, mientras que Juan de Witt subia la
escalera de piedra contigua 4 la habitacion de su hermano Cornelio, los mili-
cianos hacian los mayores esfuerzos para aléjir 4 Ia tropa de Tilly que los
contenia.
2—10~—
El pueblo, que adivinaba perfectamente las buenas intenciones de sa miti-
cia, gritaba aferradamente:
—jVivan los milicianos! ‘
En cuanto a Mr. de Tilly, prudente y firme como siempre, aunque mas que
todo confiado eri sus carabinas, hablaba con pansa 4 los alborotadores, mani-
festindoles que la consigna dada por los Estados le obligaba a guardar con
tres compaiifas la plaza de la prision y sus alrededores.
—2Y 4 qué viene esa érden? A qué guardar la prision? gritsban los oran-
gistas.
—(Ola! respondia Mr. de Tilly, mucho preguntar es eso. Se me ha dicho:
«guardad; » y guardo. Vosotros, que soissemimilitares, sabeis que nunca se
pone d discusion una consigna.
—Pero se ha dado esa érden para que los traidores salgan de la ciudad.-
—Claro es que saluran si se les ha condenado a destierro.
—Pero gquien ha dado esa drden?
—jLos Estados, jpardiez!
—!Los Estados nos venden!
—Sea enburabuena.
—Y vos mismo nos vendeis.
—jNo!
Si, vos.
—Avver: entendémonos, seffores: 2A qnién vendo yo? 24 los Estados? bier
yeis que no puedo venderlos, porque estando 4 su servicio tengo que ejecatar
puntualmente sus éridenes.
Y como las razones que daba el conde eran tan concluyentes que no admi-
tian 1s menor réplica, redoblaron sits clamores y amenazas, &-las cuales el con-
de se esforzaba en responder eon toda la urbanidad posible.
—Pero, seiiores, decia, bien podiais bajar esos mosquetes, no’ sea que sal-
ga un tire y hiera 4 uno de mis carabineros; porque entonces me veré en la
precision de hacer un escarmiento que os tenga 4 raya, aunque con bastante
sentimiento mio.
—Si tal hiciéseis, romperiamos cl fuego contra Vosotros,
Si, pero ainigos mios, es preciso convenir que aunque acabéseis con to-
ero hasta el ultimo, los que nosotros os hubiéramos muerte
dos, desite eb pri
no por eso habian de resucitar.
—Pues entonces, despejad, y obrareis como wn buen cindadano.
—Yo no soy ciuladano, dijo Tilly: soy oficial. que es muy diferente: ade-
mas, tampoco soy holandés. sino francés, cosa yur me impone mayores debe-
res. No conozco sino 4 tos Estados que pagan; traedme de'Tos B tados la 6r-
den de retirarme, y doy media vuélta al instante, porque me aburro aqui ex-
. traordinariamente.—i—
—Si, si, gritaron cien voces, que se multiplicaron al momento por otra,
fantas. Vamos 4 la casa capitular! ;Vamos 4 ver d los diputados! ;Vamos
vamos!
Si, murmuré Tilly, mirando alejarse 4 aquellos cnergtimenos; id a pedir
una vileza a los diputados y vereis si se os concede; andad, amigos mios,
andad.
El pundogoroso oficial contaba con el honor de Ios magistrados, como es~
tos por su parte babian contado en Tilly con el honor del soldado.
—Me parece, capitan, murmujedal oido del conde su primer lugarteniente,
que, accedan 6 no los diputados, no estard demas que nos envien un poco de
refuerzo.
Entretanto, Juan de Witt, 4 quien hemos dejado subiendo Ja esealera de
piedra, habia Hegado 4 la pyerta del aposento, donde yacia sobre un colchons
su hermano Cornelio, después de haber sufcido la tortura preparatoria por
rden del procuracor fiscal, siendo ya intitil, 4 causa de La sentencia «ie des-
tierro, 4a aplicacion de da tortura extraordinaria.
Cornelio tendido en un ‘Techo de dolor, con las mufiecas rotas, los dedos
destrozailos, sin haber confesado un crimen que solo existia en la cabeza de
Jos orangistas, acababa en fin de respirar, al cabo de tres dias de sufrimientos
al saber que lus jueces, de quienes no esperaba sino la muerte, solo le condce
naban al destierro.
Aquel cuerpo enérgico, aquella alma inrencible, hubiera concluido por des~
armar enteramente 4 sus enemigos, si hubiesen podido ver brillar en sus pali-
dos labios, por entre las tinieblas de Brytenhoff, la sonrisa del martir, que ol-
ida el cieno de Ia tierra, luego que ha entrevisto los resplandores del cielo.
El Ruart habia recobrado sus fuerzas, mas bien por el poder de su voluntag
que por un socorro efective, y calculaba el tiempo que aun le retendrian en 1a
- prision las formalidades de justicia.
En aquel momento fué cuando los clamores de la milicia urbana, mezclados
con los del pueblo, amenazaban 4 los dos hermanos y al capitan Tilly que los.
contenia. Aquel ruido, que venia d estrellarse como una marea creciente al
pié de lus murallas de Ia prision, Hegé hasta 108 oidos de lus prisioneros.
Mas 4 pesar de lo amenazador é imponente del ruido, Cornelio no quiso ave-
tiguar la causa, ni se tom el trabajo de levantarse, para mirar por la estrecha
ventana que daba paso 4 la luz, to que pasaba en los afueras de la prision. Su
sensibilidad estaba embotada, 4 fuerza de ser el mal continuo.
Creia ya divisar el momento en que su alma y su razon iban 4 desprenderse;
pareciale verlas cerniéndose suavemente, 4 la manera que voltea sobre una ho-
guera cési apagada la viltima Hama que se desprende para subir al cielo. El
aismo pensamiento le ocupaba con respecto 4 su hermano Juan,
Casndo Cornelio iba 4 pronynciar su nombre, entrd aque] en la prision y se; 12—
abalanzé al lecho de su hermano, cuyos brazos y manos desollados se exten-
dieron para abrazar al ilusire pensionario, 4 quien bubia dejado muy atrés ef
Jas persecuciones dle que eran victimas por parle de los bolandeses.
"Juan besé 4 su hermano con teraura, y rechazé suavemente sobre el col~
chon sus manos martirizadas.
—Cornelio, dijo interrumpiendo el silencio, pobre hermano mio, sufrés mus
cho, gno es verdad?
—No, te tengo d mi lado, y esto basta para olvidarlo todo.
—jAh! yo tambien he sufrido mucho con tu ausencia.
—En medio de mis tormentos solo me ocupaba tu recuerdo; siempre estas
bas presente 4 mi memoria. Solo me he quejado una vez para decir; ;Pobre
hermano mio! Pero ya estds aqui, olvidémoslo todo. Tu vienes 4 buscarme,
no es cierto?
—si.
—Ayudame 4 levantar, hermano mio, ya podré andar perfectamente.
—No hay para qué, dijo Juan, tengo mi carruaje en el Vivero, tras de los
‘earabineros de Tilly. :
—zLos carabineros de Tilly? Por qué estan en el Vivero?
—Porque se teme, dijo el pensionario con aquella sonrisa melancélica que
Jeera tan habitual, que al vernos partir los vecinos de la Haya armen un tuy
multo.
—Un tumulto! repitié Cornelio mirando 4 su hermano atentamente, ua tu-
muito!
—Si, Cornelio.
—Esa habrd sido entonces la causa de los gritos que seojan ahora poco, di-
Jo el prisionero como hablando consigo mismo.
Después, volviéndose su hermano, preguatd:
—