La violencia de
la interpretacion
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Piera Castoriadis-Aulagnier
Picsmejante y la rivalidad que suscita. Es por ello que el acceso
a la paternidad puede coincidir, en el plano clinico, con fe.
némenos equivalentes a los que caracterizan a la. psicosis
puerperal.
Hemos indicado anteriormente los caminos a través de los
cuales la psique se defiende contra estos riesgos, es decir,
contra los efectos del retorno de lo reprimido; riesgos que,
en el momento de la asuncién por parte del hombre de la
funcién paterna, provoca su enfreniamiento con el incons.
ciente del nifio.
Tanto en el caso de la madre como en el del padre se obser.
va la misma necesidad de mantener fuera del campo de lo
consciente lo que la amnesia infantil habia borrado.
Concluye aqui nuestro anélisis de las fuerzas que operan en
la organizacién del microcampo familiar que constituye el
espacio al que el Yo debe advenir. Veremos, en relacién con
la_psicosis, los perjuicios que puede ocasionar e} deseo del
padre cuando no ha podido solucionar sus problemas con
sus propios progenitores; veremos también que su poder in.
ductor sobre la ectosin de una respuesta psicética nada tiene
que envidiar al que puede ejercer el deseo materno.
El contrato narcisista “*
Se debe tomar en consideracién un iltimo factor que, por
su parte, es responsable de lo que se juega en la escena extra-
familiar. Aunque sus efectos impregnan totalmente e] campo
de la experiencia analitica y actéan con igual fuerza sobre
ambos partenaires en presencia? su andlisis es més dificil
que el de los factores observados hasta el momento. A su
presencia se debe lo que designaremos con la expresién con-
trato narcisista.
El modo de accién caracteristico del lenguaje fundamental
nos ha obligado a realizar una primera incursién més allé
del espacio familiar. Muy poco podria decirse acerca del
efecto de la palabra materna y paterna si no se tuviese en
cuenta la ley a la que estén sometidas y que el discurso im-
pone. na¥cisista nos confronta con un dltimo
factor que interviene en el modo de catectizacién del hijo
por parte de la pareja. Nuestro planteo debe ser considerado
como un simple bosquejo a partir de algunas hipétesis acer-
158ca de la funcién metapsicologica que cumple el registro so-
Gocultural. Designamos asi al conjunto de instituciones cuyo
funcionamiento presenta un mismo rasgo caracteristico: lo
acompafia un discurso sobre la institucién que afirma su ju:
tificacién y su necesidad. Este discurso designa para nosotros
al discurso_ideolégico Es evidente que al hablar de institu-
Goa y de ideologia recurrimos a conceptos que desbordan
en mucho nuestra disciplina, si es que en algtin momento
tuvieron algiin lugar en ella. Por eso, queremos sefialar que,
si nos permitimos tratar sin las precauciones que merecen
ciertos conceptos y modificar su acepcién en un sentido par-
ticular, no por ello dejamos de reconocer su complejidad
y su extraterritorialidad. Lo hacemos en vista de un objetivo
muy preciso. En efecto, queremos mostrar que
1, La relacién que mantiene la_pareja parental con el nifio
lleva Hemapre Ta Hella de la telacioa-ie la pareja con l
medio social que la rodea (dé acuerdo con la problemética
particutar-dé la pareja, la palabra «medio» remite a la so-
ciedad en sentido amplio o al subgrupo cuyos ideales la pa-
reja comparte).
2. El_discurso social proyecta sobre el infans la misma anti-
cipacién que la que caracteriza al discurso parental: mucho
antes de que el nuevo sujeto haya nacido, el grupo habré
precatectizado el lugar que se supondré que ocuparé, con
Ia esperanza de que él trasmita idénticamente el modelo so-
ciocultural
3. El sujeto, a su vez, busca y debe encontrar, en_ese_dis-
curso, referencias que le permitan proyectarse hacia un fu-
taro, para que su alejamiento del_primer Soporte constitui-
do por la pareja paterna no se traduzca en la pérdida de to-
do soporte identificatorio.
4. El conflicto que quizds exista entre la pareja y su medio
puede confirmar ante la psique infantil la identidad entre
Jo que trascurre en la escena exterior y su Tepresentacién
fantaseada de una situacién de rechazo, de exclusién, de
agresién, de omnipotencia. La realidad de la opresién social
sobre la “pareja, 0 de ld posicién dominante que la pareja
ejerce en ella, desempefiar un papel en el modo en que el
nifio elaborara sus enunciados identificatorios. No es total-
menté casual que Ta Ristoria-de las familias de gran parte ~
de quienes luego serén psicéticos repita_con tanta frecuencia
un_mismo drama social y econémico: dicha realidad, que
Se ee a eee sete en el dentine de es
159
oltos nifios que, en un segundo momento, Ia sociedad remite
a diferentes instituciones para que reparen los perjuicios de
Jos que ella es indudablemente responsable.
El discurso del conjunto
Representaremos metonimicamente al grupo social —desig.
nando con este término a un conjunto de sujetos que hablan
la misma lengua, regidos por las mismas instituciones y,
cuando ello ocurre, por una misma religién— como el con.
junto de las voces presentes. Este conjunto puede pronunciar
un ntimero indeterminado de enunciados: entre ellos, ten-
dra un lugar particular la serie que define la realidad del
mundo, la azn de ser del grupo, el origen de sus modelos,
Esta serie comprende asi al conjunto de los enunciados cu-
yo objeto es el propio grupo, conjunto més o menos com-
plejo y flexible, que posee siempre como infraestructura in-
mutable para una cultura dada una serie minima a la que
Mamamos los enunciados del fundamento. Esta f6rmula pue.
de escribirse también como el fundamento de los enuncia-
dos, incluyendo la una, inevitablemente, a la otra. Segiin los
tipos de cultura, esta serie estara constituida por enunciados
miticos, sagrados 0 cientificos. Cualesquiera que sean sus di-
ferencias,—estos-enunciados comparten una misma exigen-
cia: su funcién de fundamento es una condicién absoluta
para que se preserve una concordancia entre campo social y
‘campo lingitistico, que permita una interaccién indispensable
al funcionsimfento de ambos. Pero para que estor enuncia.
dos ejerzan tal funcién se requiere que puedan ser recibidos
como palabras de certeza: de no ser asi, serin dejados de
lado y remplazados por una nueva serie; de todos modos,
Ta funcién nunca quedaré sin titular.
‘Tanto el discurso sagrado como el ideolégico (profano) es-
t4n obligados a plantear estos puntos de certeza que pueden
diferenciarse por su forma, pero que comeidiran en su papel
de fundamento del campo sociolingiilstico. Afiadamos que,
cualquiera que sea el grupo que defiende, propone 0 impo-
ne un modelo social, este modelo concordaré siempre con
los ideales de quienes lo defienden. Al carecer de otro tér-
mino,- designaremos aqui com+ «ideologia> al discurso ba-
sadg en y por los ideales del enunciante, para recordar que
el'sujeto, necesariamente, es parte activa en una cierta teo-
ria acerca de los fundamentos de lo social: él confronta la
160realidad del mundo tal como le aparece con la imagen ideal
gue propicia su teoria. Y esto determinard que todo subgru-
jo en conflicto con el modelo dominante se constituya alre-
fedor del modelo propio; insistimos en este punto debido a
gue tendrA repercusin directa en el efecto anticipatorio del
discurso de los otros sobre el infans.
En estas reflexiones sobre el campo social, hemos decidido
ilustrar las funciones del discurso del mito, de la ciencia y de
lo sagrado tomando como ejemplo a este iltimo y conside-
rando solamente las escasas caracteristicas que pueden ex.
trapolarse a los otros dos.
Una primera caracteristica de este discurso reside en que
comporta siempre enunciados referidos al origen del modelo,
origen que implica a su vez una definicién de lo que deberia
ser ¢] objetivo hacia el cual tiende el modelo. El_modelo del
origen_plantea“imptich el modelo del objetivo que se
ira, To que de a qu cambio én el objetivo
bi 3
Dupine una fase nowy proloniida de nuestra cultura, se
postulé como enunciante originario del modelo a una voz
divina, voz, en un sentido, exterior al grupo que constituye
su fundamento: el antes del grupo, lejos de remitir a la hor-
da, remite a lo sagrado. A partir del momento en que des-
aparecié la creencia en un fundador mitico, surgié lo que
Leroy-Gourhan designa como que enunciabe une vom
que se ha apagado, que remplace un elemento muerto y ase-
gure la inmutabilidad del conjunto. Se instaura asi un pacto
& intercambio; el grupo garantiza le taslerencia scle-el
inuévo miembro del reconocimiento que ten‘z 3
el nuevo miembro se compromete —a tra
otros, que cumplen el papel de padrinos sociales— a repe-
tir el mismo fragmento de discurso. En términos mis econé-
micos, diremos que el sujeto ve en el conjunto al soporte
ofrecido_a una parte desu libido narcisista; por ello, hace
ae su vor el elemento que se afiade al coro que, en y para
cl Zonjunto, comenta él origen ieza_y anuncia él ob-
a
jeto_al_que apunta. A cambio de ello, ef fee reconoce que
sélo puede existir gracias a lo que(_ valoriza, de
ese modo, la funcién que él le soliettay trasforma la repet
cién en creaci6n continua de o que es, y sélo puede persis-
tir 2 ese precio. El contrato narcisista se_instaura gracias
la precatectizacién por parte del conjunio del infans como
163voz futura que ocuparé el Iugar que se le designa: por anti. 7
cipacién, provee a este dltimo del rol de sujeto del grupo
que proyecta sobre él. La existencia del conjunto presupone
que la mayor parte de sus elementos consideran que si fue.
sen integramente respetadas las exigencias para su funciona.
miento, permitirian alcanzar el conjunto ideal. La creencia
en este ideal se acompafiar4 con la esperanza en la perma.
nencia y en la perennidad del conjunto. Sin lograrlo nunca
por completo, el sujeto podré establecer entonces una iden.
tidad entre posibilidad de perennidad del conjunto y deseo de
perennidad del individuo; medido en relacién con el tiempo
del hombre, lo primero se presenta como realizable. Por ello,
en la catectizacién del modelo ideal se nota la presencia
primitiva de un deseo de inmortalidad ante el cual esta ca-
tectizacién se ofrece como sustituto. Observamos que. inde.
pendientemente de la funcién que puede cumplir lo que
Freud llama el lider del grupo y el yo ideal, para la existen.
cia del conjunto es condicién necesaria Ja ‘presencia de un
modelo ideal que atraiga hacia si una parte de la libido
narcisista de los sujetos.
E] contrato narcisista tiene como signatarios al nifio y al.
grupo. La catectizacién del nifio por parte del grupo anti-
cipa la del grupo por parte del nifio, En efecto, hemos visto
que, desde su legada al mundo, el grupo catectiza al infans
como voz futura a la que solicitaré que repita los enunciados
de una vor musta y que garantied ait Ta: permanencia- Cua.
litanvay caantitativa de un cuerpo que se autorregenerard
en forma continua. En cuanto al nifio, y como contrapartida
de su catectizacién del grupo y de sus modelos, demandara
que se le asegure el derecho a ocupar un lugar independien-
te del exclusive veredicto parental, que se le ofrezca un mo-
delo ideal que los otros no pueden rechazar sin rechazar al
mismo tiempo las leyes del conjunto, que se le permita con-
| servar la ilusién de una persistencia atemporal proyectada
sobre el conjunto y, en primer lugar, en ‘un proyecto del
conjunto que, segtin se supone, sus sucesores retomardn y
cacrvards
| El discurso del conjunto le ofrece al sujeto una certeza acer-
| ca del origen, necesaria para que la dimensién histérica sea
retroactivamente proyectable sobre su pasado, cuya referen-
cia no permitiré ya que el saber materno o paterno sea su
\. gargnte exhaustivo y suficiente. El acceso a una historicidad
tn factor esencial en el proges identificatoro, es indis-
pensab’e para que el Yo alcance el umbral de au mia exi-_
164gido por su funcionamiento. Lo que el conjunto ofrece asi
al sujeto singular inducira al sujeto a trasferir una parte de
la «apuesta» narcisista, catectizada en su juego identificato-
rio, sobre este conjunto que le promete una tiende a huir: el_cambio.
‘Tanto si se trata de los objetos soportes de la demanda li-
bidinal, de las referencias identificatorias o del modo de
catectizacién, la posibilidad de considerar al cambio como
instrumento de una prima de placer futura es condicién ne-
cesaria para el ser del Yo. Esta instancia debe poder res-
ponder cada vez que se plantea el interrogante acerca de
quién es Yo;* interrogante que munca desapareceré, que
acompafia al hombre a lo largo de toda su vida y que no
169puede tropezar, salvo en momentos aislados, con la ausencia
de respuesta sin que el Yo se disuelva en la angustia, B]
proyecto es construccién de una imagen ideal que el Yo s
propone a si mismo, imagen que en un espejo futuro podria
aparecer como reflejo del que mira, Esta imagen o este idea}
se relaciona sobre todo con lo dicho: -sucede a la imagen
del estadio del espejo pero, también, es aquello en lo que el
reflejo se convierte una vez que debe responder a las exigen.
cias de lo adecible» y de la «puesta en sentido>. Lo que e
Yo desea llegar a ser se relaciona intimamente con los obje.
tos que espera tener, y estos objetos, a su vez, obtienen su
brillo a partir del enunciado identificatorio que ellos re
ten a quien los pose.
Mientras nos mantenemos en la fase que precede a la diso.
tucién del complejo de Edipo, el ideal dependeria de la idea-
lizacién de que gozaron los objetos primeros: la demanda
identificatoria apunta a una imagen futura acorde con lo
que estos objetos podrén supuestamente seguir esperando
del sujeto. El Yo espera Megar a ser aquel que podré res-
ponder nuevamente al deseo materno: renunciard a tal
cual satisfaccién pulsional gracias a su creencia en un futuro
que lo indemnizard ampliamente 0, a la inversa, ofreceré
a la madre este ideal, conforme a su discurso, a cambio de
una gratificacién obtenida en el presente. Se observa hasta
qué punto en esta fase el ideal participa del narcisismo i
fantil y de un principio de placer que él mas bien preserva
que contradice. Pero llegaré un momento en que se impon-
dr4 un tiempo para comprender: la prohibicién de gozar
de la madre se refiere tanto al pasado como al presente y al
futuro. Es menester renunciar a Ia creencia de haber sid
de se_o de poder llegar a ser el objeto de su deseo; Ia coinci
dencia entre el Otro y la madre deber4 finalmente disolver-
se: la voz materna ya no tiene ni el derecho ni el poder de
responder a los interrogantes: «¢Quién soy?» y «gQué de-
be llegar a ser el Yo?», con una respuesta provista de certe-
za y que excluya la posibilidad de la duda o la contradic.
cién, El Yo responder4 a estos dos interrogantes, que deben
pese a todo ser respondidos, en su propio nombre y mediante
Ia autoconstruccién continua de una imagen ideal que él
reivindica como su bien inalienable y que le garantiza que
el futuro no se revelaré ni como efecto del puro azar, ni co-
mo forjado por el deseo exclusivo de otro Yo.
Sin embargo, para que la catectizacién del futuro se preser-
ve, es preciso que el sujeto pueda legar a un cierto acuerdo
170con la paradoja caracteristica de las exigencias identificato-
ras remodeladas por la disolucién del complejo de Edipo.
El futuro no puede coincidir con la imagen que el sujeto se
forja acerca de él en su presente; esta falta de coincidencia,
que el sujeto experimenta cotidianamente, debe remplazar,
de todos modos, la certeza perdida, la esperanza de una coin:
cidencia futura posible, para que la catectizacién de un
devenir del que el Yo no puede sustraerse conserve todo su
vigor. Para ser, el Yo debe apoyarse en este anhelo, pero
uma vez alcanzado ese tiempo futuro deberd convertirse en
fuente de un nuevo proyecto, en una remisién que s6lo con-
cluirA con la muerte. Entre el Yo y su proyecto debe persis.
tir un intervalo: lo que el Yo piensa ser debe preseniar al-
guna carencia, siempre presente, en relacién con lo qu
hela llegar a ser. Entre el Yo futuro debe per-
stir una_diferencia, tina _x qi qu
afiadirse_al Yo para que ambos coincidan. x debe faltar
siempre: representa la asunicin de la, prueba de castracién
ef ¢l registro identificatorio y recuerda lo que esta prueba
deja intacto: la esperanza narcisista de un autoencuentro,
permanentemente diferido, entre el Yo y su ideal que per-
mitiria el cese de toda busqueda identificatoria. Es enton-
ces un compromiso que e! Yo firma : renuncia
a convertir el futuro en el lugar al que el pasado podria
retorniar, acepta esa comprobacién, pero preserva la espe-
ranza de que algiin dia ese futuro pueda volver a darle la
posesi6n de un pasado tal como lo suet
Preservar este compromiso es la hazafia del Yo advenido:
el espacio que él habita sera organizado de tal modo que
refuerce su estabilidad. Hemos analizado ya los factores que
permiten esta organizacién al referirnos al discurso parental
estan presentes cuando los que los sostienen, habiendo podi-
do asumir la prueba de la castracién y reprimir su deseo
edipico, le han posibilitado al nifio esta asuncién y esta re-
presién. Pero para ello se requiere que la angustia de cas-
tracién, a la que nadie puede escapar, no supere cierto um-
bral. Lo que Freud designa con este término no es nada
més que la angustia que domina al sujeto a partir del mo-
mento en que descubre que el Yo sélo puede existir apoyan-
dose en los bieres que catectiza y que, en parte, depende
de la imagen que le devuelve la mirada del Otro, que la sa-
tisfaccién de su deseo implica que el deseo de! Otro acepte
seguir siendo desendolo, mientras que, al mismo tiempo,
descubre que nada le garantiza la permanencia del deseo ni
171de la vida del Otro, ni la permanencia de su saber acerca 1
de la identificacién y de su creencia en su ideologia. En un
periodo que precede a esta prueba, el Yo pudo creer en la
inmutabilidad de la fijacién de la libido sobre los objetor
marcados por las armas del Otro, creer, también, que la
puesta en sentido que se le imponia ofrecia una garantia de
certeza y que la referencia al discurs6 de los otros no podia
menos que confirmar @ posteriori la puesta en sentido que él
habia aceptado.
Esta serie de certezas se derrumba cuando el sujeto descubre
que la madre no considera su placer como lo que seria la res.
puesta a su deseo, que los objetos que gozaban del brillo
que les otorgaba su pertenencia al campo materno le habian
usurpado. La confrontacién del nifio con el discurso del pa-
dre, y, en general, con el discurso del conjunto, en la que
una instancia qué no es el padre puede desempefiar el papel
de mediador, le: revela que lo que él pensaba acerca de su
relacién con la midre y acerca de la relacién de la madre
con él era ficticio, Se encuentra asi en la posicién de un
usurpador que ignoraba, no solo que ocupaba un lugar al
jue no tenfa derecho, sino, Io que es mas grave, que é] era
el tinico que lo consideraba propio. El discurso parental, y,
a través de sus voces, el de los otros, lo ubicaba en otro lugar,
en ese lugar en el que atin no estaba. La castracién puede
definirse como el descubrimiento en el registro identificato.
rio de que nunca se ha ocupado el lugar considerado como
propio y de que, por el contrario, se suponia que uno ocupa-
ba un lugar en el que no se podia atin ser. La angustia surge
al descubrir el tiesgo que implica saber que uno no se en-
cuentra, ante la mirada de los dems, en el lugar que cree
ocupar, y que seria posible ignorar cual es el lugar desde el
que se le habla o en qué lugar lo sittia quien le habla.
SerA preciso reconocer, entonces, que las referencias que le
aseguran al Yo su saber identificatorio pueden chocar siem-
pre con una ausencia, un duelo, una negativa, una mentira,
que obliguen al sujeto al doloroso cuestionamiento de sus
objetos, de sus referencias, de su ideologia. Por ello, la cas-
tracién es una prueba en la que se puede entrar pero de la
cual, en cierto sentido, no se sale; es posible negarse a en-
trar, es posible realizar un retorno desesperado hacia el pasa-
do, pero es ilusorio pensar en la posibilidad de superar'a por
completo. Lo que si cabe es asumir la prueba de tal modo
que'le preserve al Yo algunos puntos fijos en los que apoyar-
se ante el surgimiento de un conflicto identificatorio.
172Greer en la posibilidad de un mundo en que el hombre po-
dria evitar la angustia ligada a su dependencia del deseo
del Otro, o el precio que paga ante un deseo de omnipotencia
‘un desco de muerte que libran siempre un combate sordo,
{sun mito o una creencia que nada comprende de la psique.
Si la angustia de identificacién o la angustia de castracién
(los dos términos significan exactamente lo mismo) cristali-
za para cl hombre primordialmente, al menos en gran parte
de las culturas, en el temor de ser privado del érgano sexual,
y para la mujer en el temor de que el hombre, al descubrir
la privada de pene, decrete como carente de valor lo que
ella ofrece a su deseo, ello se debe a que ser Hombre o mujer
es el primer descubrimiento que realiza el Yo en el campo de
sus referencias identificatorias. Esta primera divisién de los
sujetos del mundo le notifica que «ser» se acompaiia siempre
con una disyuncién, que hay un destino que determina que
nunca se conocerA Jo que es el goce del otro sexo, que el
propio autoerotismo depende de la introyeccién de una ima-
gen del objeto que da cuerpo a una fantasia. Tal el origen
de un saber cuya consumacién conducird al sujeto, en el
mejor de los casos, a renunciar a la realizacién de un deseo
reconocido como imposible y a preservar la esperanza de
que, en algiin momento, el deseo podria llegar a ser sin obje-
to. La angustia de castracién es el tributo que todo sujeto
paga a esta instancia que se llama el Yo y sin la cual aquel
no podria ser sujeto de su discurso,
Castracién e identificaci6n son las dos caras de_una_misma
unidad; una vez advenido €I-Yo, 1a angustia resurgird en
toda oportunidad en la que las referencias identificatorias
puedan vacilar. Ninguna cultura protege al sujeto contra
el peligro de esta vacilacién, del mismo modo en que ningu-
na estructura lo preserva de la experiencia de la angusti
Por el contrario, cabe afirmar que en la estructura familiar,
al igual que en la estructura social, existen formas particu-
larmente ansiégenas y, por ello mismo, particularmente ap-
tas para inducir en el sujeto reacciones psicéticas 0 conduc-
tas que, en forma més 0 menos camuflada, se aproximan a
ellas. El acceso al yecto identificatorio, tal como Jo hemos
eine demuctton gue elanjeta ha sujeto ha podido superar Ja prug-
bs fundamental que To obliga & renuncier #f conjunto-deob-
jgfs_gue, en una primera fase de su vida, han_representadg
ibs soportes confunter de su Mido de objets su Hibido
Sirabtas objeto que Ie hap perio plantenre como set
¥Gesignar a los objetos codiciadlos por su_tener. Es induda-
173ble que en algunas culturas la angustia de castracién puede
manifestarse mediante un enunciado diferente, que el objeto
cuya pérdida se teme puede no concernir en’ forma directa
al érgano sexual; de todos modos, en tiltima instancia ello
remite a una fantasia de castracién, es decir, al terror que
domina al sujeto al recordar heridas y duelos cuya huella
es imborrable, Su placer no ha sido lo que permitia el goce
del primer representante del Otro; el goce esta a merced de
un imposible saber sobre e! deseo y el goce del otro sexo; no
€s posible lograr aprehensién alguna del propio cuerpo. Lo
que el Yo