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Guido Herzovich
Doctor of Philosophy
COLUMBIA UNIVERSITY
2016
© 2015
Guido Herzovich
ABSTRACT
Guido Herzovich
In this dissertation, I argue that the shifts in the terrain of literary criticism in
Argentina during the 1950s represent the development of what I call a “critical infrastructure,”
whereby criticism came to perform an essential function for the circulation and appropriation
distribution.
In doing so, I bring together two phenomena that belong to a single historical shift,
which saw the expansion of mass cultural production, and the consequent development of
material and discursive practices to distribute them and to allow them to be appropriated. On
the one hand, Buenos Aires experienced a rapid expansion in its publishing industry as a
consequence of the Civil War’s ravages on Spain, turning Argentina for a brief period into the
world’s primary producer and exporter of Spanish language publications. On the other hand,
the 1950s, propelled by the proliferation of a number of small, independent literary journals
headed by young, middle-class writers and critics. These publications represented a critical
challenge to the Argentine literary establishment, which was hitherto almost exclusively
comprised of intellectuals belonging to the nation’s elite. While there has been considerable
academic interest in each of these phenomena, theorizing their relationship to one another
offers important insights into the reasons for the increased relevance and visibility of these
Nación and La Prensa, as well as “little magazines” such as Espiga, Centro, Bibliograma,
and Contorno), I discuss the expansion and increasing contentiousness of literary criticism,
which became an ever more regular and visible presence in such publications. I trace the
literary reviews— a structural necessity for the distribution and appropriation of books and
literature. Drawing from Adolfo Prieto’s seminal Sociología del público argentino (1956) as well as
other texts, I discuss the ways in which the presence of a mass public with ostensively
national literature, the act of reading, the “figure” of the reader, and consequently also about
the nature and function of criticism. Finally, I analyze the small avant-garde magazine Letra y
Línea (1953-54) to show the empowering effect this transformation had on relatively marginal,
middle-class writers, who invested themselves in a radical critical task in order to seize the
Índice
v Agradecimientos
vi Prefacio
73 1. La moral de lo genérico
77 2. La popularización de lo singular
226 Capítulo III. Lenitivo para el estado de confusión: Letra y Línea (1953-54) como
revista de crítica
292 Conclusión
311 Bibliografía
ii
Índice de ilustraciones
Nación 22/3/53.
94 FIGURA 1.1. “Índice de obras publicadas” por la editorial BABEL (Babel 29, 1929).
99 FIGURA 1.6. Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda, de la
Editorial Tor.
159 FIGURA 2.1. Paseantes hurgando en una librería sin puertas durante la noche, circa
236 FIGURA 3.2. A partir de cero 2 1 (diciembre 1952). Tapa del segundo número.
245 FIGURA 3.3. Letra y Linea 1 1 (octubre 1953). Tapa del primer número.
246 FIGURA 3.4. Letra y línea 2 14-15 (noviembre 1953). Doble página de la guía cultural que
247 FIGURA 3.5. Arte Concreto-Invención 1 6-7 (agosto 1946). Doble página.
iii
261 FIGURA 3.8. Gaceta Literaria 20 26 (mayo 1960). Nota que termina en la página anterior
a la que empieza.
305 FIGURA 4.1. Lin Yutang y Eduardo Mallea, best sellers. Publicidad de El portón rojo, de
iv
Agradecimientos
que la aprobó:
Fernando Degiovanni,
Alberto Medina,
Gonzalo Aguilar,
Karen Benezra.
A todos ellos:
no se volverá a repetir.
Prefacio
Hacia la mitad de siglo tuvieron lugar dos fenómenos de importancia reconocida para
las prácticas y dinámicas del espacio literario, pero cuya interdependencia ha recibido poca
atención crítica. La “irrupción de la crítica”, fenómeno que la historia literaria suele fechar con
la aparición de la revista Contorno en 1953, parece haber tenido lugar por casualidad el año en
que los historiadores del libro cierran la “época de oro del libro argentino”, un período breve
ejemplares impresos.
por sus respectivas bibliografías, en tanto forman parte de una misma transformación
histórica. Por un lado, la rápida expansión editorial que convirtió Buenos Aires, desde que la
Guerra Civil diezmó la industria española y durante unos quince años (1938-53), en el primer
argentina durante la década de 1950, tan significativa que se la suele referir con metáforas de
transformación suele ser valorada a menudo en términos éticos y sociales: desde sus pequeñas
inmigración masiva del cambio de siglo anterior, habría realizado una reevaluación crítica
radical de la literatura argentina, que consiguió quebrar el predominio hasta entonces casi
terreno de la cultura, de la clase patricia que había organizado el país. Esto, además, en una
coyuntura histórica marcada por el golpe de Estado de 1955, que interrumpió la primera
vi
capitalista internacionalizante.
¿Por qué fue la crítica literaria un espacio de intervención privilegiado en estos años,
como no lo había sido nunca antes y como quizás no volvería a serlo después? ¿A qué se debió
la visibilidad tan rápida de esas pequeñas revistas, de las que un observador tan mesurado
como el uruguayo Emir Rodríguez Monegal dijo enseguida (1955) que cabía esperar la
puntualizar —Centro (1951-59), Las ciento y una (1953), Contorno (1953-59)— son la punta de un
infraestructura crítica no a la cantidad —que es por supuesto relevante— sino al hecho de que
el discurso crítico que se produce en estos espacios cumple ahora, en razón de un conjunto de
transformaciones que podemos llamar masificación editorial, una función necesaria como
comisionistas que vayan puerta a puerta y un sistema postal, es decir que precisa también
fletes, estantes de madera y libreros que conozcan la mercadería, y en medida mayor cuanto
más heterogéneos sean los materiales que conviven en estos mismos “espacios” —los lugares
de venta no menos que los sellos, las colecciones, los géneros, formatos, etc—, más necesaria
es la circulación amplia de discursos que no sólo provean información, sino que elaboren y
difundan los modos de apropiación sin los cuales los libros son, en sentido estricto, inútiles.
vii
De modo que la función estructural creciente del discurso crítico —que describo en la
desarrollo de las prácticas editoriales más importantes de la primera mitad del siglo XX
(Capítulo 1). En las primeras décadas del siglo, existe todavía una separación material
relativamente clara entre lo que podemos llamar circuito “letrado” (librerías selectas, libreros
emprendimientos editoriales intervienen en la disputa por el estatuto social del libro. Ciertos
series bajo criterios muy diversos, que afirman por lo tanto la cualidad genérica y
convivir en los mismos catálogos, formatos y espacios de venta públicos que se imaginan
producción, imantar un conjunto de lectores y crear una demanda regular para sus
viii
potenciar una variedad también creciente de modos de apropiación, que ellas relaboran y
culturales, que es un rasgo de lo que llamamos masificación —todo esto gloso y rearticulo en el
simultaneidad, por supuesto, no tiene nada inusual— produjo una proliferación de modos de
media, de cuyas capas “ilustradas” salieron los renovadores de la crítica. Estos grupos, que
“recreativos” de la lectura que hacía visible un público lector en rápido aumento, el cual se les
aparecía alternativamente como una oportunidad histórica inédita para la literatura (y por lo
tanto para el país) o como un engranaje más, igualmente indiferenciado, del aparato industrial
y publicitario de las nuevas editoriales. A este doble frente de preocupaciones, vividas con
ix
media, aumento del poder adquisitivo, extensión de los niveles superiores de educación y
expansión de la circulación mercantil de los bienes de cultura (libro, cine, teatro, moda), la
literatura argentina— y ofreció a los nuevos públicos razones e instrumentos para que
participaran de sus intercambios y sus mitos, a la vez que reelaboró y difundió nuevos
criterios de exclusión efectivos para operar en ese espacio transformado, expropiando así,
junto con la capacidad de decidir sobre la legitimidad de las prácticas, el usufructo del
algunos de los críticos jóvenes percibieron con particular intensidad, y la mezcla acaso
lecturas contrafácticas y una dosis (importante en este caso) de lucidez agridulce. Esto es lo
que investiga capítulo 2, intentando antes que nada situar brevemente a esta “generación” de
críticos en la coyuntura histórica de la década del ’50. A partir de una serie de intervenciones
heterogéneas —cuya forma más elaborada es la Sociología del público argentino que publicó, con
28 años, Adolfo Prieto en 1956— intento entender de qué modo el público se ha vuelto un
problema, persiguiendo en estas elaboraciones críticas la enigmática figura del lector como
que el mismo Prieto, años después, consideró encarnado por última vez en su generación.
Así, las transformaciones de los años ’50 fueron condición de posibilidad tanto
sensación (en particular para los que llegaban a la “cultura” sin linaje ni biblioteca familiar) de
estar inmersos en un espacio mercantil sin “afuera”. Estas dos preocupaciones se leen en una
de las revistas más virulentas y a menudo más graciosas de la década: la muy breve Letra y
Línea (1953-54), que publicó un grupo de poetas y narradores ligados a las corrientes de
vanguardia, tanto las “históricas” (como el surrealismo) como las que se difundían, sobre todo
Muy desligados de la tradición y los “mitos” liberales que desvelaban todavía a los
verificar el alcance de las transformaciones que describimos, a la vez que las renovadas
posibilidades que la relevancia y la visibilidad del discurso crítico prometían ofrecer a actores
relativamente marginales del espacio literario. Esto último se advierte en particular en el tono
amonestación satírica y no menos hostil de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.
En un dossier que la revista La Biblioteca le dedicó al tema hace poco tiempo, se afirma
en un copete sin firma: “La crítica literaria en la Argentina concedió estilos personales bien
reconocibles. En realidad, puede decirse que la crítica comienza a serlo cuando se manifiesta
como estilo personal” (La Biblioteca 4-5 10). ¿Acción o estructura? Tampoco esta tesis pretende
resolver ese viejo interrogante recursivo. El dossier, como la mayoría de la bibliografía sobre
xi
la crítica argentina, elige trabajar con preferencia sobre las individualidades, las influencias y
los desvíos. Por mero prurito de originalidad —única motivación académica insospechable—,
esta tesis ha intentado recostarse más bien sobre la primera afirmación, persiguiendo las
una plataforma privilegiada de intervención. Acaso esta aproximación permita además hacer
poderoso.
xii
Introducción.
procesos que los énfasis disciplinarios tienden a menudo a aislar. Por un lado, la progresiva
consecuencia del desarrollo del capitalismo y/o de la centralización estatal y urbana—, que
favoreció su visibilidad recíproca; por otro lado, la proliferación de usos heterogéneos de esos
impresos, potenciada por esa visibilidad, que ha sido advertida con intensidad particular por
la mirada cultural.
indiferenciación creciente tanto en la organización material de los libros (los sellos, las
colecciones, los géneros) como en sus espacios de venta, volvió más necesaria que nunca la
estratifican para cumplir una función crecientemente estructural, que va a constituir un tejido
con zonas de alta densidad e interconexión. En pocos años aparecen varias revistas
mercantilización del libro produce entre los escritores argentinos. Surge también un número
importante de pequeñas revistas, animadas por jóvenes de clase media, que concede enorme
relevancia a la crítica literaria, tanto por su dedicación como por la grandilocuencia con que
reivindican su función y sus obligaciones éticas. En los principales diarios, las secciones de
Si hasta los años ’30 un libro argentino era saludado por defecto como una acción
desigualar: género que debe su ubicuidad a la expansión mercantil, practicado por una
cantidad inédita de “autoridades” a menudo anónimas —por lo que “se ha hecho un poco
‘industria’” ella misma, según dijo un crítico entonces—, debe por lo tanto, en las pequeñas
1953—, René Wellek y Austin Warren distinguieron dos actitudes contemporáneas hacia el
canon y el valor literario en general. Una tendía a afirmar la relativa estabilidad de la tradición
y sus jerarquías, modificada en todo caso, eventualmente, por la aparición de un gran “talento
anglosajón en que se inscriben, esta primera actitud formó parte de una serie de esfuerzos por
difusión de las formas de circulación y consumo rápido que promovía la cultura de masas2.
Wellek y Warren definen la segunda actitud como “an opposite desire on the part of anti-
academics within and without the universities to affirm the tyranny of flux” (Wellek Theory
247).
1
En “Tradition and the Individual Talent”, de 1917.
2
Eliot, F.R. Leavis y I.A. Richards, y en general lo que se conoce como “practical criticism”, son sus representantes
más emblemáticos en Inglaterra. “F.R. Leavis hoped that the discipline of close reading would protect the student
from the siren calls of advertising” (Day 298). Véase en particular F.R. Leavis, “Mass Civilization and Minority
Culture” (1930), a la vez que el notable libro de su mujer, Q.D., Fiction and the Reading Public (1932). “Mass
Civilization…” (luego incluido en For Continuity) salió como panfleto por Minority Press, la pequeña editorial que
financiaba un alumno de F.R. Leavis. Gramuglio (“Las minorías”) y más recientemente Podlubne (“El antiperonismo
de Sur” y “Un arte para el hombre”) han mostrado la influencia de esta tradición en Argentina, en y alrededor de la
revista Sur.
Ese flujo3 tiránico, que parecía en efecto estar entregando masivamente los materiales
para desarrollar con ellos alguna forma de apropiación. El libro no era una producto cultural
profundos cambios que se han producido en el mundo del libro durante los últimos decenios”
—afirmaba la UNESCO en 1965— lo habían convertido “en uno de los grandes medios de
Los efectos de esta “revolución del libro” —según la bautizó Robert Escarpit— no
resultaban totalmente inéditos. Los críticos, en particular, llevaban décadas advirtiendo hasta
qué punto su lugar y función dependía del estatuto social y la difusión del libro y de la lectura.
Según observó Gary Day en su reciente Literary Criticism. A New History (2008), el crítico de
hecho “emerges as a new figure on the public stage” cuando la poesía y el teatro pasan de la
órbita de la corte a la del mercado4. Así como las prácticas y experiencias que asociamos con la
circulación de lo impreso, que inciden (a menudo reelaboradas por el propio discurso crítico)
“cambio constante” (298). Prefiero usar “flujo” porque sugiere, junto con la idea de cambio, la de circulación
La inglesa Q.D. Leavis fue una de las primeras críticas que intentó articular con cierta
circulación de las obras y la composición del público. En 1932, en la época heroica del elitismo
cultural —del que ella y su marido F.R. fueron distinguidos apóstoles—, Leavis describió así
There was still only one public, which through the reviews took its standards
from above. The reviews were intelligent, serious, and critical; moreover, novels
were still being published in manageable numbers, so that every novel received
notice and all novels were criticised by the same standards. Whatever
affairs is apparent when compared with the state of anarchy described in Part I.
were at least in agreement as to what was worth doing in fiction and what was
Pocos años antes que Leavis, Ashley H. Throndike había asociado el fin de ese público
not its vulgarization, or its mediocrity, but rather its specialization. This printed
Las investigaciones recientes en historia del libro y de la lectura —que tomaron impulso
justamente a partir de los años ’50— indican en cambio que el público de lo impreso era
5
Citado en Wellek and Warren (99), que consideran el libro de Q.D. Leavis, Fiction and the Reading Public (1932),
heterogéneo desde mucho antes6. Casi desde la invención misma de la imprenta, se constituyó
‘popular’ —en el doble sentido de la palabra: era numerosa y la componían los lectores más
humildes (artesanos, tenderos, pequeños mercaderes, élites aldeanas)” (Chartier y Cavallo 475-
476).
una circulación restringida a los notables o los cultos, o bien unos textos que, en
Fue así en casi toda Europa. En Inglaterra —para seguir en diálogo con Leavis— había
unos sueltos poéticos llamados “ballads” desde el siglo XVI, y “penny chapbooks” —de
formato breve y textos religiosos o laicos— desde el siguiente. No eran por cierto materiales
generalmente por las bibliotecas, alcanzaron en algunos casos sobrevida paradójica en razón
6
L’appartion du libre (1958), de Lucien Febvre y Henri-Jean Martin, suele tomarse como el trabajo académico
pionero en historia del libro. Poco antes, Books for All de R.E. Baker —que editó UNESCO en 1956— es la influencia
reconocida por otro pionero, Robert Escarpit, cuyos principales trabajos son Sociologie de la littérature (1958) y La
révolution du livre (1964, también publicado por UNESCO). Casi enseguida, Robert Darnton y Roger Chartier
(bibliotecas, etc) para construir una historia más abarcativa, la cual, al ampliar el campo de lo “impreso”, condujo
muy pronto a una investigación sobre la historia de la lectura. Véase en particular José Luis de Diego, “Lecturas de
historias de lalectura”. Puede verse también la introducción de Alejandro Dujovne a su Una historia del libro judío.
scandalous ballads”, por ejemplo, fueron conservados por la Star Chamber, la oficina ocupada
public” de Q.D. Leavis (1932: 151) al “increasing fragmentation of the reading public that has
been brought about by the spread of literacy and developments in print technology” que
constató hace muy poco Carol Atherton (2005: 4)— han puesto un énfasis privilegiado en la
importantes, a menudo negativas, para la actividad crítica. Los teóricos de la nación y del
referencia habitual sobre este punto. Anderson —que utiliza la expresión “print-capitalism”—
en medida mayor luego el periódico, al que considera “an 'extreme form' of the book, a book
sold on a colossal scale, but of ephemeral popularity. Might we say: one-day best-sellers?” (34-
5).
Para pensar la función de la crítica, sin embargo, es fundamental tener presente que la
unificación (de la redes de circulación textual y discursiva) y la fragmentación (de las prácticas
y “gustos”) son dos caras del mismo proceso. Es la visibilidad recíproca que ofrece —tal como
la ciudad moderna de los antropólogos urbanos— una estructura mercantil que tiende a la
efectiva, que hacen de las prácticas de consumo, y en particular del consumo cultural, un
observó a mitad del siglo XIX que el sistema de géneros literarios, que el neoclasicismo había
mercantil. Fue precisamente en la novela de mediados del XIX, la de Stendhal y Balzac, donde
Eric Auerbach verificó la ruptura más completa respecto de la doctrina antigua sobre los
“niveles de representación literaria”, que regía una correspondencia jerarquizada entre los
géneros —que suponían tipos de experiencia y en cierta medida públicos diversos— y los
temas, espacios sociales o personajes que les estaba encargado trabajar (554-7). La novela
moderna podía en cambio incorporarlo todo —así la había teorizado a fines del XVIII el
costumbres, la identificación individual y/o grupal —en el sentido tanto psicológico como en
mercantil, la novela —el género moderno por antonomasia— habilitaba acaso más que
Q.D. Leavis opina que en 1760 todos los lectores de novela podía leer cualquiera de las
que se publicaron ese año, y que en 1860, aún si “el hombre común” prefería a Dickens y el de
cultura a George Eliot —lo que es ya un quiebre—, ambos hubieran podido leer “la totalidad
Lighthouse— piensa Leavis que son totalmente incompatibles. Aunque en rigor habría que
espectro creciente hasta abarcar buena parte de los lectores y las experiencias reconocibles—,
espacio literario. Así como la convivencia espacial de las clases sociales en la gran ciudad
moderna jalonó marcas cada vez más complejas —también más “conspicuas”— de
creciente del acceso material a los libros, resultó igualmente en una profusión de formas de
apropiación distintivas.
“vulgares”, escritas por autores que no especulan —en esto Leavis se adelanta a Bourdieu—
que llama agudamente la “organización” de esos “niveles” de gusto, en que la crítica —como
press to serve as middleman between author and reader, with its book-reviews,
-advertisements, and literary articles. The purely literary periodicals alone can
be divided on internal evidence into three classes, serving three different levels
of reading public, and each would be of little use to the other’s readers. The
Criterion will review only those novels which have some pretensions to literary
7
El estudio clásico sobre esto (discutido por una innumerable bibliografía posterior) es el de Thorstein Veblen, The
Theory of the Leisure Class (1899), en particular los capítulos “Conspicuous Leisure” (28-48) y “Conspicuous
Consumption” (49-69).
10
merit and can be criticised by serious standards (it is common even in literary
circles to fling the epithet ‘highbrow’ at it); the Times Literary Supplement,
representing a safe academic attitude, will summarise and comment on the plot
cheap weeklies appear to satisfy a demand for literary gossip and information
Podemos poner en duda la conveniencia de esa nomenclatura para los fines de Leavis.
Gramsci observó que la mera introducción de una orientación educativa profesionalista, por
“porque su capacidad formativa estaba basada en gran parte sobre el prestigio general y
tradicional indiscutido de una determinada forma de civilización” (Gramsci 108). Algo similar
programas universitarios ingleses de fines del XIX. Sus propulsores no se aliaron, como
imagina Martin que nos parecería hoy natural, a los defensores de la cultura humanista, sino a
cientifizar, etc— el estudio y la enseñanza de la literatura significaba antes que nada darle un
11
Pero la estratificación de los objetos de consumo es sólo una parte de la cuestión. Toda
la así llamada “teoría de la práctica” parte de la constatación de que los usos de las cosas —sus
modos de apropiación9— no son inherentes a ellas10; hay en todo caso una relación de
constitución recíproca entre las características materiales de los objetos que sirven de soporte
a las prácticas y las prácticas mismas. Pierre Bourdieu, que estudió en La distinción (1979) la
diverso tipo y su dependencia del origen social y el nivel educativo del consumidor—, observó
también que los modos de apropiación tienden a ser más distintivos —tanto más conspicuos y
bien11. Douglas Holt les ha sugerido por eso a los primeros lectores estadounidenses de
8
Los anglosajones tienden a observar que el elitismo hispanoamericano es no sólo impenitente sino a menudo
insospechado. Para una versión reciente de esta acusación, véase Beverley, Latinamericanism after 9/11, en
particular “Between Ariel and Caliban: On the Politics of Location of Latinamericanism and the Question of Solidarity”
(60-71).
9
Entiendo que “modo de apropiación”, término corriente en sociología de la cultura, supone un uso más o menos
socialmente regulado, que en tanto se vuelve “reconocible” —estableciendo relaciones más o menos precisas con
subjectively—oriented towards the exclusive appropriation which attests the owner's unique 'personality'. But in the
absence of the conditions of material possession, the pursuit of exclusiveness has to be content with developing a
unique mode of appropriation. Liking the same things differently, liking different things, less obviously marked out for
admiration—these are some of the strategies for outflanking, overtaking and displacing which, by maintaining a
permanent revolution in tastes, enable the dominated, less wealthy fractions, whose appropriations must, in the main,
12
Distinction (1984), ansiosos de declarar inaplicable la teoría, que no se dejaran desorientar por
del Atlántico. La masificación de los bienes culturales, en que a menudo ha sido pionero el
que incluye a la propia Q.D. Leavis— debería orientarlos más bien a investigar los modos
be exclusively symbolic, to secure exclusive possessions at every moment. Intellectuals and artists have a special
predilection for the most risky but also most profitable strategies of distinction, those which consist in asserting the
power, which is peculiarly theirs, to constitute insignificant objects as works of art or, more subtly, to give aesthetic
redefinition to objects al-ready defined as art, but in another mode, by other classes or class frac-tions (e.g., kitsch).
In this case, it is the manner of consuming which creates the object of consumption, and a second-degree delight
which transforms the 'vulgar' artifacts abandoned to common consumption, Westerns, strip cartoons, family
snapshots, graffiti, into distinguished and distinctive works of culture” (Bourdieu Distinction 282-3).
12
Veinte años antes de que Distinction llegara a sus costas, Susan Sontag había escrito sus famosas “Notes On
‘Camp’” (1964), en las que describe un tipo de apropiación “estilizada” de ciertos productos masivos, que permitía
substantially owing to a variety of widely noted historical shifts. Technological advances have led to the wide
accessibility of goods, travel, and media by all but the poor. Innovative styles and designs now diffuse rapidly
between haute and mass markets, and between core and periphery states, thus dissolving lags that once allowed for
stylistic leadership. From a different vantage point, theorists of postmodernity such as Jean Baudrillard, Jean-
Francois Lyotard, and Fredric Jameson have argued that a defining characteristic of advanced capitalist societies is
the massive overproduction of commodity signs. This proliferation of signs leads to an anarchic welter of consumer
symbols that are not readily assimilated by social groups in any coherent way. This argument is supported by
sociological research demonstrating a high degree of overlap in consumer preferences across social categories” (Holt
5).
13
diferentes por parte de distintos grupos —más eficaz cuanto más exclusiva pueda ser la
apropiación material— o bien a través de las prácticas diferentes y/o diferenciales que se
llevan a cabo con objetos más o menos compartidos (Holt 5). La lectura misma —modo
proceso de “dispersión de los usos” a medida que el XIX europeo unificaba y especializaba sus
mercados de impresos.
leían de la misma manera, y grande era la diferencia entre los más virtuosos de
entre ellos, lectores por herencia, por profesión o por costumbre, y los más
dominantes de las relaciones con lo escrito tales como se han sucedido desde la
de los usos que corresponde a la del mundo social. Al llegar eI siglo XIX, la
14
(Chartier 59-60)
inéditos hasta entonces, indiferenciando por lo tanto a un público que resultaba —como
y disputar (que es una forma costosa pero muy efectiva de reelaborar y difundir) el estatuto y
las características identitarias de los modos de apropiación de los textos literarios. Los
modos de apropiación.
A principios del siglo XX, cuando el ensayista y sociólogo Ernesto Quesada (1858-1934)
relevó un mercado amplio de literatura popular de temática “criollista”, algunas de las figuras
afirmaron ignorar por completo su existencia14. Espejo siniestro del circuito letrado, con
14
Cané, uno de los escritores más importantes de su generación, dijo en La Nación (11/10/1902) haberlo leído con
“creciente asombro, porque parecía imposible, viviendo en mi tierra, curioso de las cosas del espíritu bajo en todas
sus formas, que pudiera ignorar de una manera tan absoluta, la existencia de esa literatura ‘cocoliche’ que V. nos
15
“[e]stos poetas se inmortalizan unos a otros” (Quesada 66)—, la escena criollista que
los inmigrantes, mezclas de diversos dialectos italianos con el español popular, sino que
además ostentaría un conjunto de prácticas particulares, que arrastraban ese corpus textual a
producción y apropiación literarios en este momento histórico. Optemos por creerle a Cané o
inconmensurabilidad casi absoluta de estos textos con los “literarios”. Si Quesada los trae a
algunos escritores letrados, que proponían dar por fundado el linaje de la literatura nacional
argentino lo popular, indicaba Quesada, obligaba a seguir las mutaciones del desaparecido
gaucho de la pulpería pampeana al bodegón de La Boca. En cuanto a los folletines del caso—
comentario ni los conservó la biblioteca pública. Si algunos se salvaron, al igual que las
revela en toda su frondosidad y en toda su inepcia (…) Así el ‘cocoliche’ ¿tiene editores, bibliotecas y millares de
lectores? Lo único que me explica el fenómeno, es el valor intelectual de la flor de sus autores titulares, a estar a las
muestras que V. nos da de su ingenio (...). V. nos indica una de esas causas: la ignorancia” (Rubione 231-2).
15
Así como el término “cocoliche” había sido inspirado por un sainete, hay buenas razones para sospechar que las
maneras histriónicas e histéricas con que “el pueblo” recitaba en los barrios esta poesía venían menos de la
observación etnográfica que de las representaciones teatro popular. Quedada cometía el error que Borges le
adjudicaba a la filología en su reseña famosa de un libro de Américo Castro: tomar los géneros artísticos como vías
de acceso directo a los usos reales, cuando los más populares (no menos que el resto) eran también formas
“estéticas”. Véase Borges, “Las alarmas del doctor Américo Castro”; véase también Degiovanni y Toscano y García.
16
antropológica y archivística del propio Quesada y del alemán Robert Lehmann-Nitsche, que
pasó tres décadas en el país. Sus colecciones personales constituyen el único repositorio de
En las décadas que siguen, hasta la verdadera “revolución del libro” que se inicia a
fines de los años ’30, una sucesión de proyectos editoriales de muy distinta envergadura jalona
demanda, que es probablemente el único proceso casi lineal en el espacio literario de estos
y cultural del libro lo que está en disputa —como intenta mostrar el capítulo 1—, y con él las
medio siglo vamos a encontrar un espacio muy diferente del que presenta el episodio de
Quesada.
Como la prensa extendió sus públicos regulares fuera de los límites de la clase letrada
bastante antes que el libro17, no sorprende que la mayoría de los proyectos editoriales
importantes de las primeras décadas vieran el kiosco de diarios como un espacio estratégico
usos del kiosco permite además percibir la infraestructura crítica —que definiremos más
moderna (1986)— para reinsertarlos en la historia de la literatura. Sobre Prieto, véase el capítulo 2.
17
A mitad de los años ’20, en su mejor momento, el diario Crítica (nacido en 1913) llegó a vender 900.000
17
A fines de 1901, por las mismas fechas en que Quesada descendía al infierno cocoliche,
fue de hecho un diario —el principal diario del establishment— el primero en editar en
Argentina una colección de libros baratos para distribuir en los kioscos. La “Biblioteca La
que permitía imaginar formas de intervención social a través del mercado18. Durante casi dos
décadas, el diario difundió desde sus páginas cada uno de los 875 títulos de la colección y los
formativa de pagar el doble por un libro que podían obtener por la mitad19. “No casualmente,
La Nación comenzó a publicar en 1902 su suplemento literario y, poco después, una sección
En los proyectos editoriales más importantes de los años siguientes, en los que se ha
18
En la reivindicación del género novela, Fernando Degiovanni cita como antecedente en mucho menor escala la
Biblioteca Popular de Buenos Aires (36 volúmenes entre 1878 y 1880). “Para los enemigos de la novela, los
materiales incluidos en esas colecciones serían más difíciles de cuestionar porque la Biblioteca Popular de Buenos
Aires y la Biblioteca de La Nación tratarían de ganarse a sus lectores para la causa de la literatura moralmente
“formativa”, desarmando la asociación problemática entre novela, corrupción moral e improductividad que prevalecía
hasta entonces” (Textos de la patria 191). Degiovanni analiza la colección de textos nacionales de José Ingenieros,
La Cultura Argentina —que se difundió en escala masiva en kioscos de diarios en 1915-25—, precisamente como
una intervención novedosa a través del mercado para cuestionar los contenidos de la nacionalidad.
19
La “rústica” costaba 50 centavos; la “encuadernada en tela y con letras doradas”, 1 peso (De Sagastizábal 53). Al
que condesciende al desembolso extra, se le ofrece a la vez un objeto que dura y que luce. Sobre la importancia de
la bibliofilia en el cambio de siglo, véase el apartado 4 del primer capítulo y la bibliografía correspondiente.
18
Diego), se advierte una preocupación similar por ligar publicaciones periódicas y autónomas,
kiosco y librería. Dos de los emprendimientos principales, de origen bastante precario, siguen
acumular cierto número, obteniendo ipso facto un objeto durable, consultable, coleccionable.
Poco tiempo después, los dos se desdoblan en una publicación periódica de estructura más
moderna —textos breves y heterogéneos más ligados a la actualidad— y libros que ella
publicita para su adquisición en kioscos, librerías o por vía postal. Ediciones Selectas-América
(1919-22) se reinventa como revista Babel (1921-29) —a la que sucede La vida literaria (1928-31)—
publicar libros inéditos. Los cuadernillos de Los Pensadores (1922-24) se convierten en 1924 —
sello de Claridad— en una revista: “Se inicia así una nueva era para esta vieja publicación con
de obras literarias y científicas de autores de todos los tiempos y países” (Los Pensadores 101,
diciembre 1924); en 1926 (y hasta 1941) también la revista pasa a llamarse Claridad. Se ofrecen
en ella todo tipo de materiales —artículos, cuentos, poemas, etc—, buena parte traducidos; los
que cubren una enorme variedad temática: Los poetas, Biblioteca Científica, Teatro
Contemporáneo, Novelas de aventuras, etc. “Estas ediciones estarán en venta en todos los
subterráneo”, explicaban en julio de 1925. Poco después se ofrecen además por correo, contra
pedido directo a la editorial. Incluso un impresor —pero uno de los más prestigiosos: L.J.
19
Rosso20— tuvo varios años revista propia, a la que llamaba “revista bibliográfica”: La literatura
argentina (1928-37), que publicita abundantemente los diversos productos de su editor. Prima
Las editoriales que se fundaron en la coyuntura muy particular de fines de los años ’30,
muy diferentes de las anteriores, transformaron en poco tiempo la estructura y dinámica del
espacio literario. La Guerra Civil había diezmado la industria editorial española, hasta
Buenos Aires en muy pocos años el principal productor de libros en español21, plenamente
Cultura Argentina, su colección de textos nacionales. Véase Degiovanni Los textos 157 (nota 29); también Pierini
357.
21
“El centro de la edición en castellano en las décadas de 1940 y 1950 estaba en Argentina” (Fernández Moya s/n).
Sobre la industria mexicana hay poca información estadística antes de los años ’60; Moisés Ochoa Campos, en un
artículo de fines de los años ’40, estimaba que “en 1930 se produjeron aproximadamente 50.000 volúmenes, y en
1943, 1.200.000. Las editoriales que funcionaban en México en 1930, sólo eran cinco; en cambio para 1944 ya
sumaban ciento dieciséis” (Moisés Ochoa Campos, “La industria del libro en México”, en Suma bibliográfica. México,
1947; citado por Brito Ocampo 32). En 1943 Argentina imprimió 28.400.000 ejemplares, es decir, 23 veces más. En
1952, España produjo 3.455 títulos (1.547 de literatura) y Argentina 4.257 (3.258 de literatura); para ese año Escarpit
no tiene datos sobre México. A modo de comparación, Estados Unidos produjo en 1952 4.423 títulos de literatura,
apenas 35% más que Argentina; en cuanto al total de títulos, en cambio, triplica a Argentina con 11.840 (Revolución
64-65 y 84-87).
20
que Robert Escarpit llamó “la revolución del libro”. En apenas un lustro, el número de títulos
anuales llegó a multiplicarse por 17 del principio al final de los tres lustros que duró ese
liderazgo [FIGURA 1.7]; el 40% era destinado a la exportación. “En 1952 —escribió Pierre
Lagarde— Argentina produjo muchos más títulos de literatura que numerosos países
europeos” (Lagarde 148). Cuando por esas mismas fechas la competencia de México y la
recuperación de España hizo declinar los mercados externos, la editoriales argentinas —como
ha mostrado José Luis de Diego— se inclinaron por alimentar más decididamente el mercado
local.
crecientemente ecléctica, que tendió hacer convivir, bajo los mismos sellos, colecciones y
espacios de venta, títulos y por lo tanto públicos tenidos hasta entonces por incompatibles.
have shifted, multiplied and crowded up one another, the distinctions and
dividing lines have blurred away, the boundaries are gone, and the arts and
21
literatures of different countries and periods have flowed together (…)” (F.R.
Leavis 31)
espacio de la ciudad, produjo una indiferenciación material inédita entre ellos. Este proceso
—que investigo en las prácticas editoriales (capítulo 1) y en sus efectos sobre la manera en que
los críticos imaginan el público lector (capítulo 2)— requirió la extensión, consolidación y
acepción más cotidiana, con la que referimos las cloacas, las rutas o la fibra óptica
interoceánica. “Infrastructures —las definió hace poco el antropólogo Brian Larkin— are built
networks that facilitate the flow of goods, people, or ideas and allow for their exchange over
espacios donde se produce discurso crítico22. Menos que la cantidad, que no deja de ser
literario de estos años, como nunca antes el discurso crítico se vuelve estructuralmente
22
Sobre la cuestión más general de si es posible “aislar” el discurso crítico, no pretendo ser más exigente que René
Wellek. Prefaciando en su octava década el quinto tomo de History of Modern Criticism —cuyos volúmenes finales
dictó desde su cama en un geriátrico—, volvía a preguntarse: “Is there such a subject as ‘criticism’ which can be
isolated from other activities of man, and does it show some kind of unity, focus, and continuity? I have answered
‘yes’ to both of these questions, though, for instance, Benedetto Croce in his early pamphlet Critica letteraria (1894),
and Eric Auerbach in a review of the first two volumes of my History of Modern Criticism denied that criticism is a
unified subject because of the ‘multitude of possible problems and crossings of problems, the extreme diversity of its
presuppositions, aims, and accents.’ I am content to answer that criticism is any discourse on literature” (Wellek
History xvii).
22
necesario para la circulación y distribución de los libros —junto con otros productos
periódicas, que en estos años o bien incorporan o amplían, regularizan y jerarquizan la oferta
en 1956, con una candidez que lo distingue de sus contemporáneos, el crítico Salomón
aparecidos.
juicios críticos. Bastará con recorrer las páginas de Sur, del Boletín del Instituto
23
A principios de los años 80, Nicolás Rosa escribía: “Las lamentaciones, verificadas en tantos niveles, de que
aparecen pocos libros de crítica, no toman en cuenta que ésta se ejerce ahora en otros ámbitos, en otros circuitos, y
los libros-objetos sólo resultan ser el efecto final de esta práctica fragmentada.” (Rosa “La crítica” 362)
24
Wapnir había nacido en 1904, había publicado numerosos volúmenes de crítica; había colaborado en Claridad y
había hecho la defensa del grupo de Boedo, de tendencia realista, social y de izquierda, que rodeaba la revista.
23
Davar, Plática, Gaceta Literaria, Libros de hoy y la más reciente, Ficción, para
La Encuesta: la crítica literaria en Argentina, que realizó en 1963 Adolfo Prieto —un crítico
de los jóvenes más atentos a las transformaciones del espacio literario25—, si bien comparte la
mayor de espacios donde se produce discurso crítico. Su pertenencia a una misma “red” es
doblemente confirmada: primero, en que la asumen las preguntas, que Prieto dirige a una
veintena de críticos de toda acción y extracción26; segundo, en que varias de las respuestas
tendenciosa en una de las múltiples pequeñas revistas, los intentos de hacer crítica en la
receptivo a todo ese espectro de intervenciones. Pero el tono general de la Encuesta es todo lo
contrario de la satisfacción indulgente de Wapnir. Casi todos los encuestados, de hecho, están
convencidos de que la crítica literaria en el país, en rigor de verdad, no existe27. Prieto les
25
Sobre Prieto y su “generación”, véase el capítulo 2, en particular los apartados 1 y 4.
26
Daniel Link (“Historia de una pasión”) ofrece un análisis interesante de la encuesta y las divisorias entre sus
participantes (16-21)
27
Dice Oscar Masotta (1930-1980), uno de los más jóvenes: “¿Hay en nuestro país crítica literaria? Yo entiendo que
casi, no la hay. Existe abundantemente lo que llamamos ‘crítica cotidiana’, es decir, la crítica que diarios y revistas
especializadas y no especializadas publican en el momento de la aparición del libro” (70). Casi una década antes (en
1954), W.G. Weyland presentaba la misma idea como un consenso generalizado: “Afirmar que en nuestro país la
24
pregunta si ella reporta algún prestigio o beneficio económico; todos coinciden en que dinero
prácticamente no hay —“a pesar de insumir largas y fatigosas jornadas” (42)— y en que,
(77). Salvo alguno de trayectoria larga que cree notar que lo “escuchan”28 (16), el resto coincide
en que su influencia sobre los escritores es indiscernible; en cuanto a los lectores, “[n]ingún
libro se vende o deja de vender entre nosotros por la crítica favorable o desfavorable” (Héctor
P. Agosti29 en Prieto Encuesta 11). Wapnir, con todo, no estaba meramente mal informado: era
conceptuales o políticas (mucho menos etarias) entre críticos nuevos y viejos. Lo que ha
crítica literaria no existe, equivale a repetir un lugar común que asume contornos de perogrullada. Se sobreentiende
que nos estamos refiriendo a la crítica en su acepción más noble. Porque no podemos atribuirles categoría de tal a
esas especies mostrencas, irresponsables (en cuanto anónimas) y desacreditadas que entre nosotros se cultivan
bajo las poco comprometedoras denominaciones de comentarios, notas y gacetillas” (Bibliograma 5 9). Volveremos
(Prieto Encuesta 11)—, Héctor P. Agosti (nacido en 1911) fue largos años una suerte de ideólogo cultural del Partido
Comunista Argentino. Encolumnar la venidera sociedad sin clases con la tradición “revolucionaria” nacional de 1810
y la Generación de 1837 fue una de las tareas que se autoasignó. Dirigió revistas (como Nueva Gaceta, 4 números
en 1949) y publicó libros como Defensa del realismo (1945) y Echeverría (1951).
25
cambiado es el tono hegemónico, que rige el tipo de actitud que corresponde tener ante un
cierto tipo de discurso o producción, lo cual nos habla a su vez de su estatuto. En la Encuesta,
ya las preguntas mismas30 —lo mismo que el prólogo que escribió Prieto— revelan una
su constitución disciplinaria como que produzca efectos sobre el espacio cultural, que sea
visible y eficaz31 , que acometa “el saneamiento literario que el país necesita”, según se
reclamaba a mitad de los ’50 en una de las revistas que analizaremos más adelante
(Bibiliograma 13 4). Son tan altas son las exigencias que resulta genuflexo mostrarse
letras y las artes de un país” (Juan Jacobo Bajarlía en Prieto Encuesta 2132 ).
30
El cuestionario se orienta en partes iguales a las condiciones (o presupuestos) y a los efectos de la crítica: “1.
¿Puede definir Vd. su actitud profesional ante el ejercicio de la crítica? Señalar el tiempo que le insume el ejercicio
de la crítica; los beneficios económicos que le reporta; el prestigio profesional que Vd. mismo le asigna, y el que le
asigna, en su entender, el medio ambiente. / 2. ¿En qué principios metodológicos sustenta su tarea de crítico?
Indicar los críticos argentinos o extranjeros de su preferencia, o que hayan influido en su formación. / 3. ¿Qué
influencia le asigna a la crítica actual sobre los autores argentinos? / 4. ¿Qué influencia le asigna a la crítica actual
sobre los lectores de literatura argentina? / 5. En su opinión, ¿qué órganos han realizado o realizan en nuestro país
una labor crítica positiva? / 6. ¿Cree que la crítica oral —radio, televisión— tiene más o menos importancia que la
eficacia social de la literatura: a mayor circulación (producción y consumo de literatura), mayor posibilidad de un
que los buenos autores” (“Prólogo” a Historia universal de la infamia). El movimiento de “lector” a “crítico” es por
supuesto significativo.
26
En el prólogo, al igual que en su Sociología del público argentino (1956) —que analizo en
el capítulo 2—, es en parte ese mandato de exigencia el que lo lleva a observar la realidad a
través de la lente de una imagen ideal33 . Prieto, acusando en esto —a pesar del lugar histórico
tan diverso que le tocó a su generación— las “contaminaciones finales” del “mito” de la ciudad
letrada34 , encuentra esa imagen en el pasado: frente a ella, la crítica y la literatura actuales se
presentan bajo el signo de un declive que sin embargo, a contrapelo de las apariencias, sólo se
Entiéndase bien: se lee igual, y hasta probablemente más que antes, se leen
La variedad de modos de apropiación era incluso más amplia: según había observado
fuera “oro de buena ley para la cultura literaria”, no dejaba de ser relevante para la literatura
por la “extraordinaria agilitación que este nuevo público ha impreso al movimiento editorial”
(80-1).
figura del crítico. (….) la literatura, de acuerdo con todos los indicios, se
33
En los períodos en que su importancia alcanza “su más alto nivel”, “el crítico se convierte en el nexo obligado entre
la obra y la receptividad del lector. El crítico explica, sitúa, dice más y más derechamente de lo que dice el autor,
provoca discusión, y al multiplicar, con otro prisma, la imagen del libro, obliga al lector a multiplicar las vías de
27
Encuesta 6)
Tanto en su forma ideal como en su declive, Prieto enfatiza la “figura del crítico” como
menos cierto que la crítica forma parte de una infraestructura discursiva que cumple
una revista propia destinada al lector —como hicieron Babel o Claridad en los años ’20— es
imagine al público al que se dirigen los libros de la editorial. Esto no significa —como prueba
una revisión superficial del catálogo de Claridad— que los libros tuvieran alguna similitud
inherente, sino que se los supone —lo que es evidente en su caso— el soporte o bien de un
mismo uso, o bien de usos compatibles; es decir, usos que no se sirvan respectivamente como
entre reseñas y avisos publicitarios, que apuesta de manera inversa a permitir la proliferación
35
El culto de la individualidad estaba presente tanto en la ideología liberal de la que creían alejarse como en la
correspondiente.
28
cada publicación38 . Las reseñas y artículos críticos son lugares privilegiados para elaborarlos,
difundirlos y aplicarlos a los objetos concretos, como lo es también la imantación entre una
posicionamiento) que da “identidad” a cada una. Esto es lo que pone en una posición difícil,
particularmente en este momento, a los diarios de gran tiraje como La Nación, que tiene por
Lo peor de Estado, del capitalismo y del pueblo se conjuga en esa modesta página:
torpeza, impersonalidad y mal gusto, incumpliendo así dos funciones urgentes: desigualar lo
existente y visibilizar lo nuevo. Aunque quedaron lejos de satisfacer las demandas —que se
una media página de reseñas de un párrafo, con variación casi nula de tamaño; no llevan
38
Esto no impide que ocurran sinergías específicas, como la que algunos investigadores observaron, en los años
’60, entre los libros de la editorial Jorge Álvarez y la sección literaria del semanario Primera Plana, que dirigía Tomás
29
título ni firma. “Algunos diarios dedican en sus secciones bibliográficas los mismos ocho o
diez centímetros de columna al mejor libro de poemas del año, que a un folleto de
Verbitsky (Bibliograma 9 4). En efecto, se mezclan entre sus bibliográficas libros que hoy
llamaríamos de “interés general” (literatura, ensayo, etc) y libros “técnicos”: “El plombaje con
material plástico”, del Dr. Fernando Alberto Médici o “Derecho administrativo (IV)”, de
Benjamín Villegas Basavilbaso. Es casi imposible que un libro de edición reciente merezca un
artículo, con lo cual —corresponde notar— el suplemento más bien afirma su autonomía
“¿Cuándo veremos a Luis Emilio Soto, a [Antonio] Pagés [Larraya], a Joaquín Neyra y a
otros de parecida talla y competencia, prestigiar y responsabilizar con su firma las secciones
que nuestros diarios y revistas dedican a discernir la gloria literaria?”, se preguntaba W.G.
Weyland en 1954 (Bibliograma 5 9). Pues bien: paso a paso. Hacia mitad de la década, La Nación
—el diario tradicional de la oligarquía terrateniente, que había dado de su entraña la élite
literaria y todavía hacía una ética de mantenerse igual a sí mismo— suma a las reseñas de
autor, editorial y páginas de otras dos decenas de novedades. Hacia 1957 ya han sumado un
artículo regular bajo el encabezamiento “Editoriales y autores”, que ofrece —con la firma
E.J.M— noticias de publicaciones recientes o próximas. Hacia el final de la década no sólo han
reseñados contra los más de 20 habituales al comienzo—, sino que ahora cada domingo una
de las reseñas sale convertida en artículo, es decir que lleva título y firma de autor: “Un
40
Sobre la relación entre la temporalidad del mercado y la de las publicaciones culturales, véase el apartado 2 del
capítulo 3.
30
panorama de nuestro sainete”, de Octavio Hornos Paz, reseña El sainete criollo de Tulio Carella
(16/3/58); “Nuevos mundos mentales”, de Roberto García Pinto, comenta El nuevo mundo de la
mente, del psicólogo norteamericano J.B. Rhine, recién publicado por Paidós (23/3/58).
gobierno peronista— se transforma notablemente en 1956, con la renovación total que recibe
el diario al ser devuelto a sus antiguos dueños después del golpe de Estado. Antes de eso había
sufrido un cambio menor: el recuadro titulado “Babel de papel / Libros - Autores - Juicios” —
que incluía media docena de noticias del mundo literario y unas pocas reseñas breves— había
dado paso a un recuadro exclusivo para las reseñas, “Libros - Comentarios”, muchas de las
cuales, aunque no tenían título ni firma, venían acompañadas por la imagen de la tapa del
libro en cuestión. A partir de la renovación, las reseñas ocupan la página entera, sin recuadro.
La primera reseña es siempre una nota: no sólo lleva título y firma, sino que al final un
pequeño recuadro detalla la trayectoria del firmante41; puede haber incluso una o dos reseñas
más jerarquizadas en algún lugar de la página mediante título y firma. En los años siguientes
actuación académica: Roberto F. Giusti (1887), Raúl H. Castagnino (1914), Antonio Pagés
Larraya (1918), Juan Carlos Ghiano (1920) —todos ellos invitados luego a la Encuesta de
Prieto—, entre otros. El largo promedio del resto de las reseñas es mucho mayor, y muchas
van firmadas con iniciales; la cantidad de datos consignados ofrecen ahora al lector iniciado
nuevos elementos de diferenciación: “Prólogo de Luis Emilio Soto. Edición del Instituto
Amigos del Libro Argentino. Colección Cuadernos del Instituto, que dirige Aristóbulo
Echegaray. Talleres Gráficos Artec. Buenos Aires. 87 p.” (9/8/59). Junto a las reseñas, una
41
Jerarquizar sus firmas, por supuesto, era también una estrategia para lavarle la cara al diario después del oprobio.
31
sección de “Libros recientemente publicados” llega a mencionar más de 30 títulos con sus
respectivos datos42.
de intervenir de manera más decidida en el mercado —como les exigían los críticos y
escritores— es a la vez, por supuesto, el proceso por el cual se impone en ellos la temporalidad
era sospechoso de instintos bajos para todo el espectro “ilustrado”43; para los críticos jóvenes
que hacían las revistas donde se renovaba la crítica literaria, el policial era además —por el
42
La misma orientación se advierte también en una de las nuevas secciones literarias de estos años que alcanzará
mayor renombre y prestigio en los años siguientes: la del diario La Gaceta, de la provincia de Tucumán, que aparece
en 1949 irregularmente y en forma estable desde 1956. Ana María Risco, que la estudió, dice de la primera época:
“La prioridad está otorgada a la crítica bibliográfica y al comentario de libros breve” (318)
43
Las excepciones individuales y famosas no hacen sino probar el consenso general: Borges y Adolfo Bioy Casares
—que fundaron la colección El séptimo círculo en la editorial Emecé en 1945—, o Rodolfo Walsh, que tradujo y
compiló cuentos policiales para Hachette, donde en 1953 publicó los propios.
32
tipo de efectividad especulativa que valoraba, por el tipo de lector que prefería44— término
En 1953, La Nación sostiene la validez de una cierta novela policial —“El caso de la
su exceso respecto del género: “la historia criminal no es un simple juego de acertijos, de
trascendente”; “Michael Burt tiene un ingenio caudaloso y es algo más que un simple autor de
charadas policiales” (8/3/53). Cuatro años después da un paso pequeño pero significativo: a la
vez reconoce y toma distancia del género, al reducir la reseña a la comparación “objetiva” —
sin experiencia de lectura— entre la nueva novela y el conjunto de reglas que le habrían
servido de modelo. Es verosímil que esta solución no dejara conformes ni a los amantes ni a
los detractores del policial. Como notable condición final para juzgarla de manera autónoma
“Esta nueva muestra del tan difundido género policial presenta un planteo
44
Borges observó famosamente que Edgar Allan Poe no inventó un género sino un tipo de lector, que al saber que
el Quijote “no quiere” acordarse del lugar de la Mancha donde nació, se pregunta desconfiado: ¿por qué no
quiere…? La novela intensa, auténtica y profundamente humana que se promovía en muchas de las pequeñas
33
acentúa la bondad del libro, ya que esta virtud es una de las esenciales en el
género, y suele ser en este punto donde decaen otras creaciones. La galería de
En las pequeñas revistas —donde se originaban las críticas a los diarios—, aún las más
pequeñas e independientes presentan cantidades crecientes de avisos del sector, a la vez que
temporalidad reseñística acaba de hecho por capturar, de un modo que hubiera parecido
inverosímil dos décadas antes, la orientación general de estas publicaciones. No sólo imponen
referir, en su sentido más concreto, la temporalidad del mercado46. En 1962, cuando se publicó
Las revistas literarias argentinas (1893-1962), debía resultar ya evidente que a pesar de la vida a
46
Véase en el capítulo 3 un caso ejemplar durante este período: la revista de vanguardia Letra y Línea (1953-54).
Fuera de los límites de esta tesis, esta tendencia adquiere su consumación más flagrante en Los libros (1969-74), un
mensuario fundamentalmente de reseñas redactado por críticos de altísima formación teórica, fecunda voluntad
modernizadora y (en medida creciente) explícitas aspiraciones revolucionarias. Fundado por Héctor Schmucler,
34
alimentan la arteria profunda del proceso cultural argentino. (Lafleur et al. 33)
como objeto de rescate y de interés crítico. Ellas tenían, según sus autores, “un significado
antológico sobre el tiempo que pasa”; una cita de Alfonso Reyes las confirmaba como
“antologías cruciales” (33). De manera significativa, definían los límites de su objeto por una
inmanencia doble, dada por la cohesión de sus miembros y por su autonomía: “revista
del presupuesto oficial” (34). En la segunda edición actualizada hasta 1967, que se publicó
apenas un lustro después —agotada la primera “en pocos meses”—, el tono es menos
apologético, mucho más enfático. Si antes las revistas miraban hacia el pasado —por su
la cultura nacional, valorables todas (se deduce) por tu aporte variable a ese objetivo común,
el nuevo prólogo llama a escrutarles individualmente el tono y el contenido, porque ante las
exigencias del “combate” que les exige el país, el derecho a existir no se da por descontado:
Para concluir, permítanos el lector arriesgar una opinión: las revistas pueden
35
Dios, cuyo rostro es el rostro verdadero de una comunidad que pugna por
Del elogio masivo al escrutinio minucioso los arrastra en cierta medida el contexto
inmediato: es noviembre de 1967 y el golpe de Estado del año anterior instaló una dictadura,
Alonso han hecho el cambio de actitud que el ánimo general venía experimentando desde la
década anterior: de saludar cualquier “esfuerzo” como denodada acción patriótica a ponerlos
bajo sospecha. El proceso venía de atrás: las revistas literarias habían hecho un in crescendo
marcado de beligerancia durante los años ’50. En el camino habían dejado —como veremos
protagonismo ante las exigencias más inmediatas del combate. “Pocas veces han adquirido
entre nosotros tanta difusión el ensayo y la crítica literaria”, observó en 1957 Juan Carlos
Portantiero (citado en Avaro y Capdevila 16). La mayoría de ellas daba en efecto un lugar
potenciadas por su actitud polémica y por la red intertextual que construyeron— fue
notablemente veloz. Ya a comienzos del ’56, el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal —a
47
La primera edición, de 1962, es de Ediciones Culturales Argentinas. La reedición actualizada, de 1968, sale por
Centro Editor de América Latina; esta última fue reimpresa en 2006 con prólogo de Marcela Croce. Washington
Pereyra publicó recientemente un nuevo catálogo con criterio más abarcativo, imágenes y glosas, La prensa literaria
36
quien no podemos suponerle ni debilidad por la revuelta ni animosidad particular contra los
autores atacados48— publica cuatro artículos largos sobre el tema en el semanario Marcha de
Montevideo; compilados en libro antes de fin de año, se vuelven referencia habitual en los
debates de los años siguientes. Monegal advierte que la renovación literaria argentina está
comenzando por la crítica, donde se anuncia el declive de las figuras y publicaciones que
Ezequiel Martínez Estrada y Jorge Luis Borges, el suplemento cultural del diario La Nación
(que dirigía Mallea), la revista Sur (de la cual Mallea era co-fundador y los tres más o menos
Según indica el consenso bibliográfico, es en las revistas, que eran los espacios de
intervención más dinámicos —por su naturaleza y por el uso que se haría de ellas—, donde
“irrumpe la crítica” desde comienzos de los años ’50. Este fenómeno ha merecido
la literatura. El volumen 10 de la más reciente Historia Crítica de Literatura Argentina, que fue
sin embargo —tal vez por casualidad— el primero en publicarse, se titula en efecto “La
irrupción de la crítica”, consagrando la idea de una tabula rasa que ya había lamentado
Salomón Wapnir.
48
Si hay en él alguna parcialidad, sería en todo caso en solidaridad con la reivindicación del discurso crítico que
37
palabra irrupción conlleva la idea de ruptura que puede señalarse como nota
El término “crítica”, como es evidente, está utilizado con ambigüedad deliberada para
referir a la vez la crítica literaria y “actitudes cuestionadoras” más amplias; pero lo que vuelve
relevante esta emergencia para una Historia de la literatura es que esas actitudes se inscriben
jerarquizan y la transforman.
Una “antología crítica” aún más reciente, que compila y sitúa un conjunto de
revistas de los años ’50, con “referencias textuales” a otras diez: esto nos habla del grado de
49
El director general de la Historia Crítica de la Literatura Argentina, Noé Jitrik, fue uno de los colaboradores de
Contorno.
50
“Se han seleccionado artículos de las siguientes revistas: Buenos Aires Literaria, Centro, Ciudad, Contorno,
Ficción, Fichero, Las ciento y una y Liberalis. También se hacen referencias textuales a artículos publicados en
Comentario, Cuadernos de Cultura, Gaceta Literaria, Marcha, Plática, Poesía Buenos Aires, Polémica literaria, Sur y
38
las bases de una sociología literaria que en años posteriores alcanzó desarrollos
condiciones del espacio literario —cuyo desarrollo sigue en más detalle el capítulo 1— y por
las nuevas funciones que debía cumplir, como veremos en el próximo apartado.
51
Nueva enumeración: “‘Generación del 45’; ‘joven generación’; ‘nueva generación’; ‘denuncialistas’; ‘el grupo
Contorno’; ‘contornistas’. Esos fueron algunos de los nombres con los que se identificó al grupo de intelectuales que.
en los primeros años de la década del 50, se propusieron como meta la formación de una nueva izquierda cultural.
Como resultado de la tarea emprendida para lograrlo definieron una figura de intelectual comprometido, inédita en
más de un sentido en la Argentina, en la que se conjugaban una impronta fuertemente moral, casi voluntarista, y una
firme inclinación a considerar las condiciones de su propia contemporaneidad a partir de una revisión minuciosa del
39
Al aparecer en 1928, La literatura argentina —la revista bibliográfica del editor L.J.
Rosso— prometía ocuparse de todo lo concerniente al libro, aunque con una salvedad:
“Dejaremos a los críticos la tarea de discutirlo. A nosotros nos interesa fomentar la fecundidad
del ingenio, como al buen agricultor le interesa aumentar la feracidad del suelo” (s/n)52. A los
editores de la revista Señales —que comienza a salir en 1949— les preocupa igualmente la
fecundidad, pero por razones opuestas: “El alud de publicaciones nos arrolla. El tiempo es
corto, no se puede perder. Hay que elegir, pues, para no errar el camino ni desperdiciar el don.
Entre fines de los ’40 y principios de los ’50 aparecen tres publicaciones
Señales, Libros de hoy y Bibliograma. Las tres diagnostican un mercado saturado, de visibilidad
muy baja, frente al que se ofrecen como instrumento. Libros de hoy —que aparece en 1951 bajo
el eslogan “Books of To-day - Libri d’Oggi - Livros de Hoje - Livres d’Aujourd’hui - Bücher von
Buenos Aires, una de las capitales de más intensa actividad editorial del mundo,
52
Por otro lado, como advirtió Margarita Pierini, en La literatura argentina “[c]asi no hay otras publicidades; alguna de
40
Poniendo “en contacto permanente a autores, editores, libreros y lectores”, Libros de hoy
saturado: crear un espacio donde estén todos representados y volver accesible la información
a nivel horizontal y vertical, de modo que la visibilidad sea idealmente completa. Cada
participante podrá tomar entonces una decisión racional informada. Pero lo que estaba
haciendo falta, como muestra la parábola de los diarios grandes, no era únicamente
información: dirigirse a ese “lector general” abstracto —por la variedad misma de modos de
La tercera revista bibliográfica de estos años sale inicialmente como “Boletín del
Instituto Amigos del Libro Argentino” en junio-julio del ’53, un trimestre antes que Contorno y
41
Letra y Línea; desde fines de ’56 circula brevemente como “Bibliograma”54. La casi totalidad de
sus páginas —que aumenta de 16 a 64 en los primeros dos años— está dedicada al comentario
de novedades literarias de autor casi siempre argentino, en forma de artículos, reseñas por
género, “libros recibidos”; el resto, a aquilatar los desafíos y elaborar el malaise general que les
producía a los escritores locales —particularmente los de izquierda, que pertenecían por lo
general a las clases medias en ascenso— la conversión del libro en mercancía masificada. A
pesar de la neutralidad de los nombres, sin duda estratégica, la revista tiene cierta línea
nacionalista, en general más miserabilista que revolucionaria; pero se trata ante todo de una
revista tolerante y cordial, donde priman las reivindicaciones proteccionistas para el libro de
autor argentino. Varias de sus firmas, empezando por la del director —Aristóbulo Echegaray
observó Graciela Montaldo; pero la crítica literaria y en particular la reseña tuvieron un lugar,
número 242, de enero de 1932, hay por ejemplo dos reseñas. La primera empieza por impugnar
la actividad que está por acometer: “Si el erudito improductivo es el usurero capitalista de los
bienes culturales, el crítico de arte suele ser algo peor aun: el disector de las obras y esfuerzos
ajenos. (…) nunca nos han atraído ni la crítica ni los críticos, cuando ambos se erigen en
54
“¡Oh qué nombre feo!”, opinó el crítico Roberto Giusti en una carta de solidaridad que reprodujo la revista
(Bibliograma 15 55). En adelante lo utilizo como nombre genérico para todos los números. El Instituto también
publicaba libros.
42
que el obrero; el crítico (como el burgués) lo parasita. Ernesto Giudici55 firma esta reseña en
Montevideo, donde nos explica que está exiliado; ahí conoció al autor del libro. La otra, de
Héctor P. Agosti —que será años después el principal ideólogo cultural del Partido
Comunista— sobre una novela de Boris Pilniak, lleva al pie: “Cárcel de Villa Devoto.
comentario.
Bibliograma, en cambio, digiere todos los formatos de artículo con la condición de que
reseñen un libro reciente o reeditado, anuncien uno que está al salir o ponderen las
dificultades concretas que enfrenta el escritor argentino para insertarse en el mundo editorial.
La preocupación por el “libro argentino” (al que declaran amistad) y más precisamente por el
acaso la distancia antaño incesantemente conmensurada entre ésta y la que no lo era, ha sido
remplazada ahora por otra dicotomía, que requiere otra escala de medición. Bajo el título
significativo de “Las dos literaturas”, en la tapa del número 5, el novelista y crítico Roger Pla
(Bibliograma 5 1).
bases psicológicas —y podría decirse sin temor, metafísicas—, para cada una de
produce cada uno de estos tipos de libros —sea cual fuere la “calidad” que logre
55
Entonces militante socialista, exiliado después del golpe de Estado de 1930, Giudici (1907) fue colaborador de
43
hacer. (Bibliograma 5 2)
Sociología de la novela de Roger Caillois, que considera las novelas de Ponson du Terrail junto
con las de Balzac, las de William Faulkner lado a lado con las de Edgar Wallace, a la vez que
considerándolas como un todo homogéneo, ha de invalidarse por la simple razón de que son
heterogéneas” (2).
Sin embargo, los signos que en apariencia permitirían delatar una y otra psicología
reciben algunos matices en notas posteriores de la revista, lo cual los vuelve sin duda más
años de la sección bibliográfica del vespertino Noticias gráficas— sale a discutir las objeciones
que se vienen haciendo de boca en boca a los “coloridos afiches” que anuncian por esos días
las novelas de un escritor argentino: “no pocos escritores creen que cualquier publicidad es
indeseable”; él, en cambio, no cree “que en sí misma su actitud sea censurable”56. (…) las cosas
han llegado a un extremo tal que tampoco puede aprobarse la actitud contraria, la pasividad
total de los escritores frente al problema de difundir la propia obra. Hay que hacer algo,
56
“Consideran muchos que es una propaganda excesiva para tan noble mercadería como es el libro. No he tenido
aun la oportunidad de leer los de Dante Sierra y de este modo sólo puedo pensar que si son buenos, esa publicidad
nos beneficia a todos, y a todos nos perjudica si son malos. No creo que en sí misma su actitud sea censurable”
(Bibliograma 9 3).
44
aunque no sepamos bien qué es posible hacer” (Bibliograma 9 3). En el número 15, a Julio A.
Como se le ocurre una cosa que es posible hacer: ofrece rudimentos de psicología publicitaria
para volver “el título de los libros” más atractivo. Inevitablemente se hace eco de la inquietud
título será esencialmente mercantil, pero no a costa del contenido o del engaño
abjura ferozmente una revista de izquierda como Bibliograma— creíamos que estaba la lucha
Pero esto que impacta como discrepancia —entre Pla y Como—, o en todo caso
contradicción en el seno de la revista, supone tal vez una estrategia menos esquizofrénica de
lo que parece, o en todo caso deliberadamente esquizofrénica: estrategias para entrar y salir
Algunas reseñas ilustran puntualmente esta segunda operación, al empezar de manera muy
clara por arrancarle el texto al packaging: “Imposible comentar este primer premio Emecé
1955 [Tierra de nadie, de Federico Peltzer], sin referirse al texto de su inevitable y anónima
solapa”, empieza una (Bibliograma 13 32). Otra, aparecida en la revista De Frente, después de
afirmar que “discrepamos con la calificación de ‘genial escritor’ que arriesgan los editores”
para Ramón Gómez de la Serna, propone incluso definir la función de la crítica en relación
con los discursos del marketing editorial: “Toca a la crítica literaria ejercer una labor de
45
6/6/55). Se consagra así la sinergia entre discurso publicitario y discurso crítico: al distanciarse
más común “precio sugerido”—, la reseña crea el espacio para desarrollar otros.
Exagerando muy poco, se podría decir que “crítica literaria”, en la entonación militante
que conlleva en un número grande de revistas de estos años, es el nombre genérico que toman
sin firma había tenido hasta entonces una existencia larga y muy poco polémica58. Los
artículos sobre este tema se suceden, ocupando siempre las primeras páginas: “Ventura y
desventura del crítico”, de López de Molina (número 8); “Frente a la crítica”, de Norma Dumas
(número 11); “Sobre la crítica firmada”, de Raúl Larra (número 12); “Pequeña crónica sobre la
camarillas literarias”, de Max Dickmann (número 12); “Crisis de la crítica literaria”, de Horacio
Esteban Ratti (número 13); “Crítica y literatura”, de Celia de Diego (número 13); “Recuperación
de la crítica”, de Luis Emilio Soto (número 14); “La crítica anónima”, de Álvaro Yunque
(número 15), etc. Todos están convencidos, igual que Larra, de que “hay que terminar con la
gacetilla anónima tras la cual se esconden los resentidos, los venenosos, los serviles y
57
Para resolver este problema la revista se contenta con algunas viñetas superyoicas: “ES SU DEBER MORAL DE
LECTOR COMPRAR Y LEER LIBROS DE AUTORES NACIONALES.” (Bibliograma 6 25); “ES SU DEBER DE
46
genuflexos” (4). Pero “abolir de raíz el feo vicio del comentario bibliográfico anónimo” (Ratti)
era sólo la mitad del problema. La otra mitad era jerarquizar la firma:
así como también investidos del rango funcional que estimula. Mientras tanto
Esta invitación es de Luis Emilio Soto, uno de los pocos verdaderos críticos de oficio
que colabora en Bibliograma59. El ideal —un “lujo”— sería una “dotación de especialistas”
equidistante del productor y el receptor, cuya “confianza” doble pudiera darles (diremos
género globalmente” obligaba en cambio a cargar la tarea crítica a la cuenta del “espíritu de
camaradería” de los propios escritores, a quienes Soto asumía comprometidos en “la misma
ofensiva contra el complot del silencio” (9). Reclamándoles igualmente que reseñen más,
59
El sitio de la Biblioteca Nacional argentina, donde se conservan sus papeles personales, lo describe así: “Luis
Emilio Soto —nacido en Buenos Aires el 21 de junio de 1902— fue uno de los críticos literarios más reconocidos de
la escena cultural argentina entre las décadas del veinte y del cincuenta. Cursó estudios comerciales, trabajó en una
compañía de electricidad, ingresó en la Contaduría General de la Nación y se convirtió en el crítico por antonomasia
de la generación de Jorge Luis Borges, Eduardo Mallea, Ezequiel Martínez Estrada y Bernardo Canal Feijóo. (…)
Por una selección de sus trabajos reunida bajo el título Crítica y estimación (1938) y publicada por Sur, obtuvo el
Premio Municipal de Literatura en 1939. Su producción posterior se plasmó en infinidad de artículos, comentarios y
vanguardia Letra y Línea) y el crítico de arte Julio E. Payró, analizado en el apartado 3 del tercer capítulo.
47
Verbitsky les había pedido ya “tener más conciencia de equipo. Algunos de ellos creen que
escribir una nota bibliográfica señalando al interés del lector los méritos de un buen libro
local, es tarea indigna de un artista (…)” (Bibliograma 9 3). Recordad a Lugones, pedía Soto:
Pero los escritores, sobre todo los jóvenes, no sólo reseñaban: accedían a menudo a la
letra de molde a través de la reseña, así como los de la generación anterior empezaban por
emparentamiento con esa discutible disciplina [la crítica] es fortuito”, como afirmará
Abelardo Castillo en 195961 (El Grillo de Papel 2 19). El espíritu de camaradería, que era
reseña era un género ambiguo. “[E]s cierto que la nota bibliográfica anónima se ha hecho un
poco ‘industria’ al amparo de las editoriales que dominan el mercado”, observaba Horacio
Esteban Ratti (Bibliograma 13 4); pero ella era a la vez el espacio que ofrecía las mejores chances
Sin duda la publicidad puede hacer vender a plazo corto no sólo un libro sino
mortuorio de haber sido incluido: “Todo esto [las actividades extra-críticas que ha venido reseñando] significa que
para entender en bonae literae no es imprescindible morir ultimado por el pistoletazo de la definición: ‘ése es un
crítico’” (63).
48
anónima, fácil, anodina, que cuando no usa el texto de la solapa adereza juicios
La reseña quiere así convertirse en el Dr. Jeckyll de ese Mr. Hyde que es la publicidad,
quiere ser su forma recta y noble —cara y contracara, en tanto raramente (todavía) se hallará
una sin otra. Cuando la reseña (a juicio de los críticos) no cumple ese papel, la juzgan
pedía antes, capacidades cuya misma ontología obliga a considerarlas escasas, ajenas a la
Así, los que contrareseñan desde las pequeñas revistas las notas bibliográficas de las
publicaciones más masivas —un exordio no inusual— tienen siempre a mano la acusación de
“mala fe”, y responden, como W.G. Weyland en el número 5 de Bibliograma, bajo “el deber
no para salir en defensa del autor agraviado sino del lector, ese lector generoso
y bien pensante al que hemos aludido, para evitar que sea víctima de su
49
novela de Pablo Rojas Paz, titulada Mármoles bajo la lluvia (Ed. Losada), nos lo
cuanto anónimo) y mendaz, convicto de falsía y mala fe, lo previno contra ella.
(Bibliograma 5 10)
La militancia por el nombre propio, que dice querer hurtarle al mercado un escondite,
mercantil, lo mismo que en los libros, conlleva entre las personas: la “irresponsabilidad” de la
reseñados. Después de más de dos páginas de diatriba feroz —“su anonimato, su falsedad y
lo que significan la vida y la obra del autor contra el cual siente impulsos de
desmandarse, como debió reflexionar en los treinta años dedicados por Rojas
Paz a escribir, con vocación fervorosa y austera, con probidad pocas veces vista
y con talento sin jactancia, y en sus veinte y tantos libros estimables, auténticos
62
De Frente (1954-56) fue un semanario político y cultural dirigido por John William Cooke, entonces diputado
50
Weyland se esfuerza por presentar esa intervención con todas los rasgos de lo
acaso no tanto. La “actitud psicológica” que le adjudica a Rojas Paz —que por otra parte no era
ningún Artaud según el registro histórico63 — cobra todo su sentido en contraposición con las
exigencias del reseñista anónimo, que pedía entre otras cosas “‘una narración ajustada
realidad’, añadiendo que ‘también es necesaria una relativa tensión, una agilidad imprescindible
para su lectura’” (10). Pedirle “agilidad” a uno que escribe con “doloroso desgarro” es sin duda
testimonio de pasiones muy bajas, o en todo caso de que se tiene la “suficiencia” de considerar
Contorno, pero también Letra y Línea, Gaceta Literaria, El Grillo de Papel64—, y a pesar de la
aparente parresía que profesan las reflexiones sobre la crítica que recaudó, en la práctica a
preocupaba más la “violencia analfabeta” que los excesos de indulgencia que pudieran
derivarse de la “amistad” que promovían sus editores hacia el “libro argentino”, que no es el
“libro argentino” de los editores argentinos —ver capítulo 1— sino el libro de autor argentino,
63
“Rojas Paz, medido, academicista, neutral” (Lafleur et al. 100).
64
Sobre las características de estas revistas, puede consultar el apéndice.
51
glosa de Sábato, y protesta. Aparte de que cada compañero nuestro opina por
su cuenta y riesgo, creemos que la obra de uno y otro de los atacados, subsiste
tan obra con o sin esas objeciones; y con o sin ellas, Vicente Barbieri y Ernesto
Director. (Bibliograma 7 2)
Lo que les preocupaba, en definitiva, era el lugar de los autores argentinos en una
industria que les daba todavía un lugar bastante marginal (De Sabastizábal, De Diego).
es baja; cuando incurren en ellas, como el enemigo último es siempre “el complot del
No dejaban de advertir, sin embargo, que la crítica que proliferaba con niveles inéditos
Emilio Soto su poder de convocatoria. Germán Berdiales —poeta, autor infantil y codirector
del Instituto Amigos del Libro Argentino— reclama con tono pastoral, como el autor católico
65
Serfaty tenía una sección regular de misceláneas titulada “Pum…! en el libro” donde comentaba burlonamente
novelista exitosa que solía retratar la alta burguesía (lo que motiva la polémica) y pertenecía a ella—, Celia de Diego
la reivindica en el número 13 y en el 14 opina la propia Bullrich, en una nota que parece pedida por la dirección de la
revista.
52
insultas a . . . ? ¿Es que te concierne eso? ¿Quién nos consagró como censores...?
(Bibliograma 10 3)
El temor principal de las revistas jóvenes, como veremos, era más bien el opuesto.
que la “notoria facturación del campo de interés” de la literatura había vuelto “prescindible la
figura del crítico” (6). Prieto explicaba esa “fracturación” por la heterogeneidad de
experiencias que los consumidores visiblemente buscaban ahora en “el fenómeno literario”:
adornar la sala de estar (según ya dijimos que había notado en su Sociología del público
argentino pocos años antes). Ni siquiera las “experiencias profundas” —las únicas que podía
53
Biblioteca Nacional argentina durante cuatro décadas (1885-1929), ofreciendo de viva voce su
magisterio “en su gabinete de trabajo” (7). La excepcionalidad de Groussac era más notable en
relación con las dificultades para ejercer el juicio “independiente” que referían casi todos los
que no estamos bien educados para esa crítica que juzga honradamente, guía,
faro a partir de un estilo crítico que Borges consideró maestro en el “arte de injuriar”68 . Al
prodigarlo por escrito a fines del XIX en la revista que había fundado, esa idiosincracia —tal
vez importada de un espacio cultural más moderno como era ya el francés— provocó la
malquerencia de un cierto miembro del cuerpo diplomático, cuya edición de las obras de
intervenciones, llegó a La Biblioteca —que costeaba el Estado— una advertencia por vía
ministerial; Groussac decidió a cerrarla en 1898 (Lafleur et al. 12, Degiovanni Los textos 147-8).
67
Koremblit confiaba en la agudeza de su suspicacia. Dos años antes, en 1959, la había ofrecido casi idéntica en
54
Meses antes de que Adolfo Prieto opusiera el presente a la lección de Groussac, sin
embargo, los primeros antólogos de las revistas argentinas habían comparado los comentarios
bibliográficos de la revista de vanguardia Letra y línea (1953-54) con “aquel tipo de zurrazos que
—‘hasta sacar sangre’— fueron, en su tiempo, característicos de Groussac” (Lafleur et al. 240).
De modo que su enseñanza no se había perdido: se había esparcido. Y tal vez excesivamente,
según debía reconocer Abelardo Castillo, joven escritor, animador principal de El Grillo de
Papel (1959-6069), ante el exceso de “severidad” que (también de viva voce) le había reprochado
como quien decide imperiosamente: Delenda est Carthago. (El Grillo de Papel 3 19)
Porque si la “figura del crítico” resultaba más opaca respecto de ciertas presencias
señeras, en algún caso incontrovertidas de las primeras décadas del siglo, el discurso crítico,
en cambio, se había vuelto mucho más visible. La reseña había sido ejercida siempre por una
redacción de periódico, que medio siglo atrás no era más anónimo que ahora. Junto con la
belicosidad que había “faltado” a la vanguardia argentina de los años ’20 —según los lamentos
tradicionales70—, la renovación crítica de los años ’50 la estaba compensado con interés. La
69
Con un año de vida, por cuestiones legales, El Grillo de Papel mutó en El Escarabajo de Oro (1960-XXXX), con
pocos cambios.
70
Para citar un texto famoso de esta época, véase el artículo de tapa del primer número de Contorno, “Los
55
“denuncia” —lo que decían hacer los miembros de Contorno en 195371— ya se había vuelto
“castigo” en 1959: porque “chi non castiga il male, vuol che si faccia”, como decía el subtítulo
(cita de Leonardo72) de una sección regular en El Grillo de Papel. ¿Qué títulos, después de todo,
gran poeta Raúl Gonzalez Tuñón? Apenas los que podía prestarle la displicencia
distanciadora del latinajo. Luis Emilio Soto había elogiado la profusión de espaldarazos de
severa reseña, Castillo iba más allá e invertía un recuadro entero en recriminarle a Tuñón la
indulgencia de sus “insensatos prólogos”, que reclamaba someter a las mismas exigencias de
rigor que su actividad artística: “Porque Tuñón es poeta y ser poeta —creemos— es ser veraz”
(El Grillo de Papel 2 13). El texto no tiene firma (se delata por la prosa), pero aquí el efecto es
opuesto al anónimo de un diario: la revista entera se vuelve una voz autoral, “responsable”.
Si el joven Castillo era también él un poco “el joven Catón” (19) —fueran más o menos
justos su criterio o su necesidad de disputar, como escritor de izquierda, el primer libro de una
71
El primer número de la revista salió con una faja que decía “Una revista denuncialista”. Véase la introducción al
capítulo 2.
72
Internet ignora la cita con esa forma, pero ofrece esta: “Chi non punisce il male, comanda che si facci”.
73
El de la revista Vea y Lea, en 1959. Jurado: Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Manuel Peyrou.
74
El libro en cuestión es Sonata popular de Buenos Aires, de Julio Huasi, primero de la “Colección Joven Poesía” de
Cuadernos de Cultura, nombre también de la revista que Néstor Kohan considera “la principal publicación cultural
comunista”, dirigida durante años por Héctor P. Agosti (117). La reseña en El Grillo de Papel 1 17.
56
que la crítica argentina es, también, esa otra cosa híbrida, conformista,
rotograbado dominical75 donde uno descubre, con alegría, que todas las señoras
Media década antes, en la tapa del primer número de la revista de vanguardia Letra y
Línea, Aldo Pellegrini daba por descontado los excesos críticos y los consideraba un mal
necesario:
un saldo positivo, aun en el caso de que los juicios emitidos pequen por injustos
queda después de tanta conmoción se afirma con más solidez. (Letra y Línea 1 1)
Las revistas del propio Pellegrini —que discute en más detalle el capítulo 3— ofrecen
de hecho un buen arco de comparación. Cuando descubrieron en los años ’20 las
contra Anatole France “Un cadavre”, el Manifiesto del Surrealismo de 1924—, Pellegrini y un
“introspectivas” y editaron una revista que llamaron Qué (Maturo 111). En los únicos dos
números de 1928 y 1930, firmados enteramente con seudónimos, se lee una reacción
hominem del grupo de Bretón, que impugnó por escrito y de cuerpo presente valores
75
Rotograbado era la tecnología de impresión del diario; el domingo era el día de la “Segunda sección”, donde
57
mitad del siglo afirmaba solemnemente en una “noticia bibliográfica”: “Con este motivo
quisiéramos recordar aquí que un libro es siempre una cosa seria y respetable” (Claridad 5
s/n76).
después de Qué, rodeado de un conjunto de “jóvenes Catones” —la mayoría poetas, algún
vanguardia artística. Todo libro es ahora, hasta que se pruebe lo contrario, una cosa
análisis literarios específicos, que persiguen con virulencia preferencial a figuras ligadas al
grupo Sur —Eduardo Mallea, Francisco Luis Bernárdez, Ricardo Molinari, Silvina Ocampo—;
Letra y Línea, sin embargo, tampoco ahorró pólvora para “los embaucadores que aprovechan
de lo nuevo para medrar”, que solían ser jóvenes más o menos ignotos. Pellegrini defendió la
virulencia de los artículos críticos frente a otro miembro de la revista que los había juzgado
Svanascini) era de “hacer revistas buena y amenas —y casi juraríamos que cada vez nos
76
Se trata de una reseña de “Horizontes y bocacalles”, de Enrique Amorim.
77
Véase Montaldo, “La literatura como pedagogía, el escritor como modelo”. También el apartado 2 del capítulo 1.
58
Creo, por el contrario, que en el mal humor reside lo mejor de esta revista. ¿Qué
aire rarificado. El mal humor nos obliga a trasladarnos al aire libre y puro. El
Un lustro después, en 1958, Ismael Viñas refería en términos muy similares los
reproches que había recibido la revista Contorno desde su aparición aquel mismo 1953:
mentores, que hasta han llegado a suponer —como los de Azul y blanco78— que
bien educados, que hemos comenzado a ganarnos la vida desde jovencitos, que
nos bañamos, que no decimos más malas palabras de las habituales, que no
que hemos leído a Galdós, a Victor Hugo, a Baroja, a Alejandro Dumas (padre e
Las imágenes casi idénticas de las buenas maneras/buenos modales —no por
intencionadas menos significativas— eligen presentar el malestar que generaban sus estilos
78
Revista nacionalista de derecha, dirigida por Marcelo Sánchez Sorondo en 1956; la necrológica de Sorondo en el
diario Clarín afirma que llegó a vender 100.000 ejemplares (Marcelo Larraquy, “El adiós a la última figura del
59
códigos de intercambio del espacio literario. Misoginia aparte, la finura de las “señoras” que
elogian los diarios —sin duda menos abundantes que sus maridos y hermanos— connota
maneras de salón: el habitus de una crítica, expresión de una clase, que en todo caso prefiere
En las antípodas de los interiores de “aire rarificado” —el antro existencialista por el
corporativo— aparece un ideal de “aire libre y puro”, suerte de ágora, donde imperarían la
higiene y la verdad. Encantado con una divisoria de aguas entre burgueses pacatos y enfants
belicoso malhumor, en sí mismo fuerza transformadora. Viñas, que ese mismo año
oponentes, sus “malas maneras” (se entiende) no se explican por ningún malditismo
congénito. Algunos años antes, en un artículo de Contorno, había incluido las “buenas
maneras” entre los “valores” que la generación literaria de los años ’20 —la de los “padres”
ajusticiados— había abrazado “cuando esos valores se estaban descapitalizando” (Contorno 5/6
4580).
79
El comentario de Castillo puede referir también a la indulgencia particular con que se reseñaban a menudo los
libros de jóvenes “poetisas”, contracara de la escasa importancia que por regla general se les concedía.
80
Dice la cita completa, a cuento de Pablo Rojas Paz: “el híbrido suicidio de encontrar ciertos valores —el valor de
ciertos datos y la creencia en su utilización— cuando esos valores se estaban descapitalizando: tradición europea y
tradición local, libertades burguesas, buenas maneras, costumbres europeas y costumbres provincianas, el buen
europeismo del buen europeo de clase media que jugaba al aristocratismo parlamentario a la inglesa, a la cultura
francesa y a la aventura sin riesgo” (Contorno 5/6 45). La nota va firmada con un seudónimo habitual de Ismael
Viñas: V. Sanromán.
60
La virulencia estaba lejos de ser propiedad exclusiva de Letra y Línea y Contorno; ellas,
en todo caso, la afirmaron de manera más programática, le dieron a esa “actitud” una
iniciador de la renovación crítica81— había dicho que “somos amables, escasamente exigentes
con lo que no nos importa demasiado” (citado en Alcalde “Teoría y práctica” 22). En la crítica
de las pequeñas revistas se avierte la ecuación opuesta: como parte de la performance de una
Los escritores de estos años —les decía Miguel Brascó (28 años) a los de la
revista Plática, que estaba reseñando— deben reaccionar de una vez por todas
que en cuanto se veía obligado a impugnar. La impiedad, en razón de los costos sociales
Esta aventura miserable no tiene interés humano. Son falsos el tema, las
soluciones, los problemas y los personajes. La vida es otra cosa. (…) Desde esta
81
Sobre Murena y la “joven generación” crítica, véase el capítulo 2.
61
carne es tiempo perdido, mentira. Es agua estancada y como dijo Blake, ‘del
En Las ciento y una (1953), Adolfo Prieto, de 25 años, se expedía sobre Lunes de carnaval,
Con un ambiente así, con tales personajes, no había por qué esperar que la
En Letra y Línea (1953), opinaba Alberto Vanasco, de 28 años, sobre los poemas de El
(…) este continuo tedio de sentirse a sí mismo es lo que F.J. Solero ha querido
En El Grillo de Papel (1959), dirá Abelardo Castillo, de 24 años, sobre los poemas de
Dudamos que nadie, ni de ex profeso, haya resumido tanto ripio, tanto error de
sintaxis, verso cojo y rima falsa, dentro de un tema más gratuito y menos
El mandato de exigencia condena a excesos que el propio reseñista acaso nota antes de
entregar el artículo, aún cuando los haya justificado didácticamente en el propio texto —
como es el caso de Ismael Viñas comentando La aventura intelectual del siglo XX de René Marill
Albérès en 1953—: “es inevitable poner peros a lo que nos parece digno de comentario, y es
62
señal de valor en una obra el que provoque el disenso” (37), nos explica; pero al llegar al final
En fin, no es esta la terminación adecuada para una nota sobre libro tal, y debe
escrúpulos, el que ocupen materialmente más espacio las críticas que las
tipo, para lograr una visión total del movimiento artístico y literario del
presente siglo; y una base para encarar, por encima de las particulares
Barrio gris, F.J. Solero —reseñista prolífico, además de poeta y ensayista82— empieza poniendo
el debe a cuenta del haber: “Necesitamos muchas novelas como ésta”. Todo resulta elogiable
que acabamos de expresar? Quizás. Pero, para nosotros, lo que significa mucho apenas si es
bastante” (Espiga 16-17 16). Si “nuestras” carencias habían favorecido históricamente una crítica
Dadas las exigencias generales que pesaban sobre ella, no sorprende que la reseña se
volviera un género vigilado. Esto se percibe en particular en las contrareseñas —las que se
dicen motivadas por una censurable reseña anterior—, tanto como en aquellas que empiezan
82
En muy variadas revistas: Sur, Espiga, Las ciento y una, Contorno, Gaceta Literaria, entre otras. Su volumen de
poesía El dolor y el sueño (1954) fue ampliamente reseñado en las pequeñas revistas.
83
Tomo los términos “crítica de aliento” y “crítica de exigencia” de Ángel Rama, “Rubén Darío: el poeta frente a la
modernidad” (133).
63
por relevar el consenso (o disenso) reseñístico hasta el momento. Pero las series no se arman
únicamente a partir del libro en discusión. Si toda la actividad visible ha de ser medida con la
misma vara —como vimos que le explicaba Castillo a González Tuñón—, y actitud
un libro de versos puede incorporar como material de juicio las reseñas que el poeta, como un
posee —feliz de ella— varios sistemas de medidas. Vean si no. Analizando los
poemas de [Julio] Huasi dice S.T. (n 19 de Gaceta Literaria, pág. 18): ‘En cuanto a
Girri, S.T. dice (n 19 de Gaceta Literaria, pág. 19): ‘Hay en ellos abuso de
Australes, n 2, pág. 27) dice S.T.: ‘La autora pareciera afanarse por suprimir la
S.T. sabe bien qué es la prosa. No sólo porque lo declare, sino porque tiene la
respeto y timidez: ¿por qué no escribe una novela? (El Grillo de Papel 3 13,
subrayados en el original85)
84
Thénon (1935) tenía entonces 24 años y otro volumen de poesía del año anterior: Edad sin tregua, de 1958.
no les impide constituir un archivo. Ya fuera de mi período, en 1966, una reseña lo dice de manera explícita. Se trata
de un caso claro de vigilancia, si bien amistosa. La reseña de Aquí en el sur, libro de poemas de Hugo Acevedo,
64
misericordia que pedía Bernardo Verbitsky para un autor debutante— se repite acá en los
“varios sistemas de medidas” que tendría imperdonablemente Susana Thénon; y “lo que
insiste, existe” (Lacan). Para desarrollar este nudo recurro a una breve digresión.
por hacer “crítica”— y editor del semanario Saturday Review of Literature —donde le tocaba
cultivar la reseña—; desde fines de esa década, además, lideraría el grupo de “jueces” del Book
of the Month Club, un sistema de selección y distribución de libros que Janice Radway
está dirigida en segunda persona al autor: “Hermano Acevedo”; pero enseguida se revela que no se conocen.
“Anduve acordándome de vos, aunque nunca chocamos los cinco. Recordaba tu traducción de Atila Jozzef, y el
resto era tan vago que debí recurrir a mis enormes archivos para precisar lo siguiente: en el Boletín del AIAPE, N 13,
1956, escribiste un valiente y sincero pero contradictorio (y en cierta manera inexacto con nosotros los porteños),
Elogio del cabecita, que luego Luis Justo intentó rebatir en el Boletín siguiente (N 14) (…); en el Número Aniversario
de Gaceta Literaria (mayo de 1960), publicaste un breve ensayo sobre Poesía argentina y otras yerbas, donde tu
actitud era la misma, sincera pero contradictoria, y tampoco esta vez los porteños te interpretaron (…). En una
grillería llamada Las otras yerbas, aparecida en El grillo de papel, año 2, N 5, (cuando yo ya no estaba con Castillo y
Liberman y por eso estaba fuera de juego, ya que andaba por el interior), te puntualizaban algunas de esas
contradicciones con la misma ironía y falta de afecto de que vos nos venías acusando”
65
Criticism, Canby felt, rightly concerned itself with the purest literary values,
new books, needed to approach the question of value more flexibly. “[I]t is
sometimes necessary to remind the austerer critic,” he wrote, “that there are a
means of the first rank and yet are highly important, if only as news of what the
world, in our present, is thinking and feeling. They cannot be judged, all of
them on the top plane of perfect excellence; and if we judge them on any other
plane, good, better, best, get inextricably mixed. (…) There is no help except to
set books upon their planes and assort them into their categories—which is
merely to define them before beginning to criticize.” (Radway Books and Reading
23)
entonces resulta difícil jerarquizar: “good, better, best, get inextricably mixed”. La “hibridez”
de los suplementos dominicales consiste justamente en esto. Por eso dedican “los mismos
ocho o diez centímetros de columna al mejor libro de poemas del año, que a un folleto de
contabilidad aparecido al mismo tiempo” —como protestaba Verbitsky—; por eso están
dispuestos a juzgar un cierto policial en tanto policial, con la condición de que no ponga un
pie en otra categoría. Si bien no se trata de una determinación directa, esta hibridez de criterio
está en función de la heterogeneidad de los lectores que aspira a servir un diario moderno de
86
Un diario de gran tiraje es un artefacto complejo. La heterogeneidad de su destinatario se refleja a veces en la
heterogeneidad de secciones que pueden dirigirse sin embargo, en cada caso, a grupos más homogéneos.
66
del público, que estos diarios a la vez reconocieron e impulsaron antes (y por su propia
cargo— es más efectiva cuantas menos distinciones preliminares se toleren: esto atañe en
particular a los usos y a los géneros, que por otra parte están íntimamente ligados. Quedan así
“mistificadoras”.
como un pacto corporativo entre miembros de una clase) o mercantilizada (los discursos que
rodean la experiencia plácida e inmanente de lo que solía llamarse “cultura afirmativa”, habla
de las corporaciones).
libro —que de hecho llegaba a cooptarla sin disfraz [FIGURA 0.1]—: género bajo sospecha,
exigencia aún en el elogio, la ostentosa voz personal, el ars poética como entrada en tema, la
con que las revistas literarias van desarrollando, con ademanes histriónicos, la performance
67
FIGURA 0.1. Publicidad de Emecé, con forma de reseña, en la página de reseñas de La Nación 22/3/53. “La publica-
ción de Cecilia, novela inédita de Benjamín Constant, debe reputarse un verdadero acontecimiento literario. La
personalidad del autor de Adolfo es universalmente conocida. Su agitada vida de hombre político y de escritor
eminente —uno de los más autorizados exponentes del liberalismo— sus amores con Madame de Stäel y las
vicisitudes de su vida privada, vívidamente descriptas en las páginas de su diario, han hecho de Constant una de las
figuras más interesantes del siglo XIX (…)”
68
apropiación de la literatura, y por lo tanto del “humus” —según el término de época— donde
intervención pública, se puede decir también que la crítica y la reseña se vuelven un campo de
intervención y una preocupación urgente (y quedan ipso facto bajo sospecha) en la medida en
como veremos en los capítulos que siguen— mucho más ancho y ajeno.
69
Capítulo I
Este primer capítulo ofrece una breve historia de la masificación del libro literario en
la primera mitad del siglo XX en Argentina. Como se verá, no se trata de un historia lineal, en
buena medida porque trato percibir la masificación (en la medida en que consigo cegarme al
brillo de las cifras) como una transformación cualitativa. Durante las décadas de variada
intensidad que preceden la “revolución del libro” —como llamó Robert Escarpit a la entrada
editoriales disputaron el estatuto social del libro y por lo tanto del tipo de experiencia(s) que
podía o debía ofrecer: su estatuto mercantil, que es decir sobre todo la relación entre su
consumo (librerías y kioscos, pero también librerías de libro antiguo versus libro moderno y
kioscos de diario versus puestos callejeros ad hoc, etc); la sinergia entre publicaciones
publicidad); y por lo tanto la invitación (que por supuesto se ve afectada por todo lo anterior) a
hacer con el libro y con la literatura algún tipo de experiencia “sugerida” (según el caso, con
provisto o privado de una cierta libertad. Verifico en el camino la presencia de una tensión
fundamental, que Walter Benjamin consideró clave para pensar la cultura de masas y Pierre
70
cada obra —que advierto en los proyectos de vocación “culta”— y una voluntad opuesta, en
finitas bajo el paraguas de una experiencia genérica, gozosa (o útil) en tanto que repetible87.
La visibilidad recíproca creciente entre usos del libro (y por lo tanto entre públicos)
heterogéneos, tanto como la indiferenciación material creciente entre los libros —dos caras
distintivos. Una de las víctimas de esta transformación fue la bibliofilia, cuyo prestigio declinó
cualitativo) del espacio literario “highbrow”, el culto del libro materialmente único, que había
sido el modo de apropiación más prestigioso en el cambio de siglo, se fue volviendo una
87
Benjamin, “The Work of Art in the Age of”. Bourdieu: “Just as the opposition between the unique and the multiple
lies at the heart of the dominant philosophy of history, so the opposition, which is a transfigured form of it, between
the brilliant, the visible, the distinct, the distinguished, the ‘outstand-ing’, and the obscure, the dull, the greyness of the
undifferentiated, indistinct, in-glorious mass is one of the fundamental categories of the dominant perception of the
71
72
1. La moral de lo genérico
de otra noticia breve que pide “Por la pureza del lenguaje en las transmisiones radiofónicas”,
Una suerte de contrariedad moral recorre el texto: han tenido por fin que resignarse a
intervenir. Hubieran preferido no hacerlo; menos por el desgaste —la Academia es todo
contrición y sacrificio— que por el efecto de reconocimiento que se le filtra fatalmente al que
73
igual prefieren no decir dónde ni quién. La historiografía ha venido a paliar este pudor
insidioso:
propio. Fue por entonces que tuvo la peregrina ocurrencia de vender los libros
14)
está en disputa la causa original del conflicto —lo cual vuelve esa ambigüedad significativa.
También sus protagonistas son significativos: se trata tal vez de la primera de una serie de
impugnaciones de las prácticas de la Editorial Tor, que según las cuentas de Carlos Abraham
llegaría a ser “la mayor editorial que haya existido en América Latina” (14): en medio siglo de
existencia (1916-1971), Tor publicó un total aproximado de 10 mil títulos en libros y 2 mil
revistas. A pesar de estas dimensiones, “a esta editorial no la tiene en cuenta ningún cronista
—escribió en 1965 el editor y militante nacionalista Arturo Peña Lillo—, por constituir una
Pero Peña Lillo, mal que mal, y aunque sin citar nuestro episodio, estampó el nombre
de Tor, que desde entonces —compañero de ruta del giro populista de buena parte de la
Buonocore, por ejemplo, que la había omitido en su Libreros, editores e impresores de Buenos
88
“Con gran despliegue de propaganda”: palabras textuales de la impugnación.
74
Aires de 1944, la consignó sin embargo en la ampliadísima reedición del ’74. En 1996 Leandro
De Sagastizábal incluyó, aunque entre paréntesis, una segunda versión del episodio: “(Según
el testimonio personal de un nieto del editor se había tratado de una ironía, un acto de
repudio a la censura que habían sufrido algunos títulos publicados por él)” (De Sagastizábal
67).
su oferta y los canales de distribución de Tor. Yuxtapuesta a la que vela por la pureza del
lenguaje radial, se advierte en ambas una misma preocupación por la propiedad de los
continua, más la tensión entre lo que se saca a la luz (el pecado) y lo que deja en la sombra (el
pecador), señalan además que está en juego la visibilidad creciente de su uso sin control. Así,
época, que sus “lujosas balanzas”, en efecto, sacaban a la calle “con gran despliegue de
propaganda”. La política, que de hecho está en el origen de la literatura argentina, podía sonar
Stendhal; los platillos, curiosamente, no —al menos no los platillos de una balanza.
Carlos Abraham, que escribió en 2012 el informe más completo de sus actividades, nos
dice que hasta principios de los años 30, Tor “resulta indistinguible de la pléyade de
editoriales argentinas del momento” (Abraham 61). Juan Carlos Torrendell era hasta entonces
un editor más o menos típico entre los que protagonizaron el “boom del libro barato” en los
años 20, que se diferencian netamente de los que vinieron antes y después. Era catalán; su
75
padre, Juan Torrendell i Escalas (1869-1937), había publicado novela, teatro y ensayo en
Barcelona, en Montevideo (donde pasó unos pocos años a comienzos de la década de 1890) y
en Buenos Aires, donde se estableció a partir de 1912, colaborando en el diario La Nación y las
revistas Nosotros y Atlántida (Abraham 31-2). Fue empleado, a la vez, de la Compañía Hispano
Nacido en Palma de Mallorca en 1895, Juan Torrendell tendría unos diecisiete años
cuando su familia se instaló en Buenos Aires89 (Abraham 32). Fundó la editorial junto a su
padre a los veinte, en 1916. El "pequeño capital” original lo habría ahorrado o bien trabajando
para la librería La Facultad (De Sagastizábal 65), que además de importar libros (una librería
solicitando un préstamo bancario de 500 pesos (Abraham 33). Se trataba, en cualquier caso, de
un capital muy pequeño y a riesgo personal; y cuando el padre se desvinculó a los pocos
siguiente. Por un lado Gleizer (de Manuel Gleizer) y BABEL (de Samuel Glusberg), de
orientación más bien letrada. Y por otro lado Claridad (de Antonio Zamora), que nos interesa
particularmente por la manera en que, en la historiografía del libro argentino, que conserva
hasta hoy cierta impronta pedagógica y letrada, ha venido a representar la “otra” política
posible frente a un momento particular de ampliación del público lector. Al menos desde el
89
De Sagastizábal (65) afirma que tenía doce pero no ofrece otro año de llegada.
76
ensayo de Arturo Peña Lillo sobre la historia editorial a mitad de los años ’60, como veremos,
Zamora conforma con Torrendell un dúo particular: suerte de Dr Jekyll y Mr Hyde, donde un
énfasis similar en la serie y la difusión toma sin embargo un rostro ya noble (en la voluntad
Tor).
2. La popularización de lo singular
Esta serie de pequeños emprendimientos (Gleizer, Babel, Tor y Claridad entre los
del libro barato” de los años 20. Se trata de una popularización del libro en varios pasos
sucesivos —de por sí interesantes para nuestros fines— que de algún modo sigue el camino
del primer gran proyecto del siglo en ese sentido: los 872 volúmenes, mayormente novelas
mayormente traducidas, que el diario La Nación publicó a ritmo semanal y precios muy bajos
durante casi 20 años (1901-1920). Continuidad en tres sentidos: relevo temporal casi estricto,
Esta multiplicación súbita es todavía más notable si recordamos que el negocio del
libro, hasta que el inicio de la primera guerra mundial retrajo la oferta extranjera, era en
recién inmigrado, decide instalar la librería icónica y luego también editorial El Ateneo en
1913, el primer paso es viajar a España y a Francia y hacer contactos (García El Ateneo 16). Aun
77
las contadas editoriales locales, que en muchos casos tenían una librería como negocio
trataba de ediciones de autor (o de “amigos” del autor) que el editor se encargaba de hacer
Pero esto aplica incluso para la literatura más popular del período. Aun los folletines
más baratos y “locales”, textos a menudo gauchescos en verso o prosa producidos por
escolar, se mandaban a imprimir a Italia en grandes tiradas desde fines del siglo XIX (Prieto
dimensiones que tuvo la industria del folletín gauchesco alrededor del cambio de siglo,
deliberadamente ignorada por la cultura letrada tanto al nivel del comentario como de la
conservación en bibliotecas (públicas o privadas),90 permite advertir que su declive, que según
Adolfo Prieto ocurre en la segunda década del XX, coincide con el comienzo del “boom del
libro barato” de impresión local. Este fenómeno, sin embargo, hubiera sido imposible sin la
90
Hay dos excepciones: las bibliotecas personales de dos investigadores, el argentino germanófilo Ernesto Quesada
Berlín, cuyos archivos son la base de El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna, de Adolfo Prieto
(1988). Un cuarto de siglo después, en la introducción a La editorial Tor. Medio siglo de libros populares (2012),
Carlos Abraham explica que la persistente reticencia del libro popular a la conservación institucional lo obligó, para
escribir su informe, a reunir por sus propios medios una colección de más de 3.000 volúmenes.
91
Del período 1911-14 al sucesivo 1915-18, las importaciones caen a la mitad: de 11.123.507 a 5.618.626 de kilos.
Si en 1911-14 Argentina importaba en promedio unos 2.800.000 kilos, en 1919 importó apenas 510.589 (Fernández
Moya 48).
78
con que el poder político buscó asegurar su estrategia de modernización” (Prieto Discurso
criollista), si bien no fue invisible para los sectores letrados, escapó a la obliteración
prácticamente perfecta para dejar apenas algunos gestos de escarnio y otros de vértigo:92 a la
aparición y desarrollo exponencial de este circuito paralelo, en efecto, se contrapone “la casi
dimensiones en esos treinta años cruciales”: de 1880 a 1910 (Prieto Discurso criollista). Un
análisis que busque “establecer sus zonas de fricción y de contacto, puntos de rechazo y vías
visibilidad de Tor. El boom del libro barato testimonia ante todo el devenir urbano de este
proceso de extensión de las prácticas letradas; y esto en razón ante todo de la demografía:
entre 1895 y 1936, el Gran Buenos Aires pasa de 767.000 a 3.457.000 habitantes (Germani
Estructura 74). A la inmensa cantidad de inmigrantes, que o bien se quedan o acaban por
recalar, como es sabido, mayormente en las zonas urbanas, se suma la migración interna;93
sobre buena parte de ellos se hace sentir el efecto de la escuela pública, potenciado por el
años 20, un lugar relativamente intermedio entre el desplazamiento de los nuevos escritores
han abandonado la jurisdicción en que han nacido” vive ahora en el Gran Buenos Aires (la metrópolis que conforman
79
por el vanguardismo europeo, estético y/o político—, y, por otro lado, el avance de los nuevos
lectora94.
diversos pero también en cierta medida sucesivos, como se verá enseguida. Primero: los que
sacan a los kioscos de manera periódica, en forma de cuadernillos, textos literarios completos
ya editados previamente como libro. Vuelven así accesibles —en precio y circulación
espacial— materiales del circuito del libro,95 pero sin vincular de manera directa ambos
formatos y espacios, en tanto apuntan más bien a satisfacer un interés o deseo de manera
inmanente; no es casual que Buonocore los reseñe de manera escuetísima. Segundo: los que
sacan a la vez, con esquemas diversos, revistas y libros que pretenden retroalimentarse; con la
salvedad de que a menudo los libros de estas editoriales podían y solían venderse en kioscos.
Podemos conjeturar que estos pequeños proyectos van ligando al público que consume
materiales escritos en el kiosco con el circuito del libro y la librería, que eran todavía —como
nos recuerda Beatriz Sarlo, “reductos minoritarios destinados a los intelectuales y a sus
Los del primer tipo son los que Buonocore llama “ediciones popularísimas” (97).
94
Véase Sarlo Modernidad y Saítta.
95
Se podría discutir la pertenencia de algunos al “circuito del libro”´, si al fin y al cabo en su origen fueron folletín;
pero en tanto se han vuelto ya, luego de su conversión en libro, un texto autónomo de largo aliento, que supone otro
en El imperio de los sentimientos; estas llevan títulos muy genéricos como La novela del día, La novela de hoy, La
novela de la juventud, etc, y publican en muchos casos textos inéditos. Por sus dimensiones —Sarlo les adjudica
80
trata en todos los casos, según parece, de textos literarios completos que ya tenían existencia y
carta de ciudadanía en el mundo del libro, aquí reeditados en forma de cuadernillos que
publican a partir de 1921 la revista Babel. A partir del año siguiente, bajo el mismo nombre (que
editar libros. También Antonio Zamora, que por esas fechas funda la revista Los Pensadores y
poco después la editorial Claridad, y más tarde Juan Torrendell, de Tor, construirán en esos
en cada caso, que apuntalan una circulación más fluida entre kiosco y librería. Estos son ya
proyectos del segundo tipo, surgidos sin embargo, en cierta medida, como una progresión de
condición humilde” (Buonocore Libreros 101), que contrastará notablemente con los grandes
proyectos editoriales de finales de los años 30 —como veremos después. Según Domingo
Buonocore, sin duda el historiador más minucioso (ya que no el analista más perspicaz) del
tirajes de hasta 200 mil ejemplares (19)— son sin duda insoslayables, pero me concentro en las que produjeron muy
Lugones y medianos como Rafael Alberto Arrieta, ensayistas como el uruguayo José Enrique Rodó (autor del
famoso Ariel), junto a premios Nobel como Tagore o Anatole France. Joyas Literarias, según Peña Lillo, “descubre el
negocio de la traducción, siendo uno de los primeros en publicar en ediciones argentinas a Maupassant, Balzac,
Goethe, Lamartine, Dickens, Tolstoy, Kipling, Sand, Dostoievsky, Musset, De Amicis, etc” (24).
81
persona que saca a luz una obra ajena, asume los riesgos de la venta y paga los derechos
intelectuales” (Buonocore Libreros 101), si bien esto último con menos frecuencia que lo
anterior, que para la época ya era bastante. De uno de ellos Buonocore ha dicho conmovido:
“Sin capital y sin experiencia en el arte del libro, por una sugestión lírica, se lanzó a la
aventura de hacerlos y venderlos” (Buonocore 107). La necesidad histórica (por decirlo así) de
su aparición la testimonian, aún antes que el éxito nada despreciable de algunas de sus
publicaciones, el hecho de que, venidos de ninguna parte, sin lazos de pertenencia, sin
estructura y sin capital económico o simbólico de ningún tipo, logran captar inmediatamente
También estos proyectos del segundo tipo, que tienen la producción de libros como
meta, pueden a su vez dividirse en dos líneas: los que apuestan a la singularidad y autonomía
de cada libro (BABEL y también Gleizer, que sin embargo no tenía una publicación periódica
sino una librería de barrio), y los que apuestan a la preeminencia de la serie (de diverso modo,
fortuna pero henchidos de entusiasmo e ilusiones” (Buonocore Libreros 98), los hermanos
“de letras y ciencias” que se venden por 20 centavos en kioscos y librerías. La editorial “era tan
pobre” (Buonocore 101) que nunca tuvo local propio (las transacciones se hacían en el
98
El “Mariano Acosta” era una escuela de las llamadas “normales”, donde se obtenía el título de maestro de primaria
82
con más decisión a los escritores locales profesionales, con los que establece contacto; y a
pesar de su modestia, consigue reunir notablemente algunas de las firmas más prestigiosas del
momento.99 Lo que equivale a decir que apuestan a ofrecer materiales “cultos” a un público —
el que consume materiales de lectura en los kioscos— al que, si bien pueden no serle
cualitativamente desconocidos, porque muchas de las mismas firmas aparecían en los diarios,
interés específico. O quizás habría que decir, al revés, que la relativa autonomía y el interés
específico del texto literario y del comentario ilustrado son los valores que un proyecto de este
cuadernillos, pasan a editar libros inéditos. En el centenar de títulos que sacan en los
siguientes diez años, vuelven a contar con grandes firmas: comienzan con Las horas doradas,
del ya entonces gran bardo nacional Leopoldo Lugones, y cierran con el ensayo Radiografía de
la Pampa (1933), de Ezequiel Martínez Estrada100. Según el “Índice de obras publicadas” que
las traducciones se cuentan con los dedos de una mano: fuera del poeta “Enrique” Heine y el
novelista y ensayista Waldo Frank —a los que Samuel era aficionado, según Horacio
Tarcus—, apenas los Pensamientos de Marco Aurelio, una selección de cuentos de Albert
Esta era la “Serie B”. La “Serie A” incluía casi exclusivamente autores argentinos, igualmente
99
Leopoldo Lugones, Ricardo Rojas, Roberto Payró, Alberto Gerchunoff, Enrique Banchs, Rafael Alberto Arrieta,
Baldomero Fernández Moreno, Arturo Capdevila, Arturo Cancela, Horacio Quiroga, entre otros (Buonocore 99).
100
Sobre la importancia de este libro y en general de Martínez Estrada en la renovación crítica de los años ’50,
véase el capítulo 2.
83
El bautismo de Manuel Gleizer es aún más notable. Había llegado desde Rusia a los 12
años, en 1901. Hacia 1918 vendía billetes de lotería en un local de Triunvirato 556 (actual
mal día para su negocio le quedaron de clavo varios enteros no premiados por valor de 300
pesos” (Buonocore 103). Al día siguiente, para compensar las pérdidas, trajo de la biblioteca de
su casa 250 volúmenes: a 40 centavos el ejemplar, resultó que los agotó en pocas horas.
Enseguida puso un cartel que decía “Compro libros”: así, cuenta el mito, nació su librería. En
1921 se mudó a otro local justo enfrente: en esta Librería La Cultura —lugar “modesto y
destartalado” (103)— se armó, según parece, una tertulia101; habría sido el escritor Arturo
Cancela el que le sugirió una de esas tardes que se hiciera editor. Para pagar los derechos de
autor a Joaquín de Vedia, cuyo Cómo los vi yo fue su libro inicial en 1922, habría pedido un
préstamo bancario. Del segundo, Tres relatos porteños del propio Cancela, va a imprimir 18 mil
que caracterizan los modos de inserción de los nuevos editores en la cultura del
101
De estas tertulias participaban los escritores Arturo Cancela, Raúl Scalabrini Ortiz —que daría nombre muchos
años después a la calle de la esquina—, Leopoldo Marechal, César Tiempo, Nicolás Olivari, Samuel Eichelbaum, los
hermanos Raúl y Enrique Gonzalez Tuñón, la mayoría de orientación nacionalista. Según Buonocore, “el último
romántico de los editores” (105), es decir Gleizer, “siempre presenciaba [estas tertulias] sin intervenir” (103). Es
notable hasta la mitad de siglo la recurrencia en la caracterización de estos intermediarios privilegiados del mundillo
literario: editores, libreros, etc. Como sobresalen siempre por su capacidad de sacrificio y autopostergación, el
espesor del personaje rara vez excede los límites de la función que cumplió. En el apartado 4 comentamos el caso
del librero Tomás Pardo, que en calidad de tal recibió en 1942 homenaje póstumo del filósofo Francisco Romero y el
84
lotería. Tercero, los libros son considerados por su valor de cambio, como
De una revisión del catálogo de la Biblioteca Nacional parece desprenderse que hubo
apenas una colección: se llamó “Índice” y reunió, en un período corto de dos o tres años, unos
pocos títulos como el libro de poesía Días como flechas, de Leopoldo Marechal (1926), el ensayo
El idioma de los argentinos, de Borges (1928) o la indefinible No toda es vigilia la de los ojos abiertos,
de Macedonio Fernández (1928). Difícil advertir si había algún criterio; en cualquier caso, la
diferencia con las colecciones de la “época de oro” va a quedar clara en el apartado 5. Fuera de
eso, cada uno de los libros del catálogo, que casi no cuenta con traducciones, apostaba más
bien —a diferencia de la sobria monotonía de los de BABEL— a volverse único y distinto. Los
completa, incorporando el título, en general para poesía o ficción; juegos tipográficos (sobrios
pero distintivos) para el ensayo; retrato fotográfico si el libro estaba centrado en una figura
(política). Al pie, a menudo sin diseño, iba siempre indicada en tres líneas la editorial: “M.
Gleizer Editor / Triunvirato 557 / Buenos Aires 19xx”. No iban numerados. Según Buonocore,
Gleizer “lanzó al mercado y a la fama” (104) unos doscientos títulos en los primeros diez años,
Tampoco la Editorial Sur —que surge durante ese declive, en 1933, dos años después
de la salida de la revista — deja en los libros mismos marca alguna de pertenencia a una
85
editorial que venían como hoja suelta dentro de la revista en la década del cincuenta, la
división es por género (ensayo, novela)” (Willson 232). Coherente con el proyecto de la revista,
la editorial tradujo y publicó los textos europeos y norteamericanos que consideró las
editorial sofisticada, las hipótesis que ofrece Patricia Willson para explicar esa ausencia son
interesantes aun si preferimos no considerarla tal. Primero: leerla “como una marca de
eclecticismo y también como una configuración de lector: al lector de Sur se le deja la tarea de
particular’)”. Segundo: eran innecesarias, en tanto Sur “editaba lo nuevo”. Tercero (la que
parece más caprichosa y sin embargo es tal vez la más exacta): “la que la propia Victoria
Ocampo expuso en la introducción al catálogo general de la revista Sur de 1966: ‘elegí (porque
me gustaban) obras que otras editoriales no se atrevían a publicar’” (232). Lo que significa,
como ya es evidente en la caracterización general del proyecto, que así como la totalidad de
los libros de la editorial tenían un “gusto” único en el origen, tenían igualmente un lector
102
Al publicar el primer volumen, sin embargo, una notita en la revista anunció que sí las abría: “‘SUR' se propone
crear, en fecha próxima, diversas ramas que extenderán considerablemente su editorial. Iniciará, así, una colección
de novelas argentinas, una colección de ensayos argentinos y una serie de volúmenes de poesía argentina.
Paralelamente desarrollará la publicación de obras extranjeras que revistan para nuestro público un interés
86
los años ’20— es similar a la de Glusberg en cuanto a la articulación que va a hacer entre
publicación periódica y libro, pero hay sin embargo una diferencia de énfasis. Inmigrante
español, corrector del diario Crítica,103 Zamora publica entre enero de 1922 y noviembre de
1924 cien cuadernillos de 32 páginas bajo el título Los pensadores. Aspirando a difundir a los
grandes pensadores de la cultura universal, con muy escasa presencia argentina, edita cada
comenzado también a editar libros con mucho éxito, organizándolos en “Bibliotecas” —así las
llama— de criterio sencillo: Clásicos, Los nuevos, Científica, Teatro, Poesía, etc [FIGURA 1.4].
Graciela Montaldo (64) sospecha que la superposición entre estas colecciones y la propuesta
(ya coleccionable) de Los Pensadores fue una de las razones que llevaron a Zamora a abandonar
los cuadernillos al completar 5 tomos; en su lugar, todavía con el mismo nombre, crea una
que en 1926 pasa a llamarse Claridad, “Revista de arte, crítica y letras / Tribuna del
pensamiento izquierdista”.
revista con artículos de colaboradores que publicita los libros de la editorial, desdoblando así
103
De tono sensacionalista, Crítica (1913-1962) es considerado un diario de vanguardia en sus estrategias de
masificación, que consiguió desde fines de los años ’10, precisamente cuando Antonio Zamora formó parte de la
redacción. Hacia mitad de los ’20 tiraba al día varios cientos de miles. Reunió a la vez una cantidad notable de
grandes firmas: Roberto Arlt y Jorge Luis Borges entre muchas otras.
87
en dos lo que antes era una oferta concebida para lectores que hacían todo su consumo de
los años siguientes, en los proyectos de “revista bibliográfica” de otros dos editores de libros, y
que apuntan precisamente a difundir en los kioscos las novedades de librería: Noticias
un lugar menor.
“animadores culturales” en sentido amplio, y BABEL y Claridad están marcadas por ese
horizonte. Pero algo diferencia notablemente los libros que produjeron: en la década en que
Glusberg publica una centena de sobrias Buenas Ediciones Literarias de autor, prestigiosas
entre los hombres de cultura y que se disputarán los bibliófilos en las décadas siguientes,
Zamora produce una profusión de textos muy heterogéneos cuyo número la bibliografía
suerte crítica. Montaldo intentó explicar por ejemplo una contradicción bastante notable:
aunque toda la empresa aparece justificada por un proyecto político, los materiales de la
acusatorias los textos de orientación ideológica divergente, que parecería más sencillo no
narrativa y del género biográfico. “No parece ser del todo osada la hipótesis de que en algunos
casos la CEC [Cooperativa Editorial Claridad] publicaba aquello que ‘tenía a mano’ (…)”
(Montaldo 46).
88
ejemplar; pero en rigor todos los textos, sean ficcionales o filosóficos, teatrales o incluso
generalizada. Hay así una apuesta a un cierto valor genérico que comparten todos esos textos
(lo que acá hemos llamado la serie), tanto que las categorías que organizan las colecciones no
atienden más que a características externas y tradicionales (Clásicos, Poesía, Científica, etc),
con escasa capacidad de definir perfiles de goce más específicos. Así, al pie del catálogo de
libros que aparece en cada número de la revista, se informa y sugiere: “Con frecuencia se
agotan algunas de las obras en existencia. Cuando haga su pedido, indique varios títulos para
reemplazar las que se hubieran agotado” (Claridad 242 s/n). Para una apuesta a la serie de
manera mucho más creativa y específica habrá que esperar las series de Tor a partir de los
años ’30.
En estos mismos años, entre su fundación en 1916 y 1930, aun si su perfil era más
comercial que los de Glusberg o Gleizer, nos dice Carlos Abraham que el esquema de la
sobrios y a partir de los años 20 los organiza en colecciones de criterio sencillo, asimilables
(como se ve) a las de Claridad: Novelas de Autores Americanos, Novelas de Autores Europeos,
89
Las Mejores Poesías y Obras varias. Edita grandes nombres (Oscar Wilde, Eça de Queiroz,
Knut Hamsun —ganador del Nobel en 1920), edita autores populares (Juan José de Soiza
Reilly, Héctor Pedro Blomberg, un temprano policial de Josué Quesada); y cuando edita
“En 1930, le editorial Tor ha dejado la edición de autores para minorías, lanzándose a la
producción en gran escala para todo el continente” (Peña Lillo 25). Ese año, en efecto, Tor se
de estas máquinas, usadas para producir periódicos más bien que para libros, es que permiten
imprimir grandes cantidades a alta velocidad y precios muy bajos; y decir que lo “permiten”,
Aparecen así los signos distintivos de Tor a partir de entonces: “sus enormes tirajes, sus
ingeniosas estrategias de mercadeo” (Abraham 61), que incluirán, por supuesto, brevemente,
90
será la última104. Pero Tor abrió además, en 1933, una librería dedicada principalmente a
vender sus publicaciones; y la abrió en “la famosa calle Florida, la rue de la Paix de Buenos
Aires, la calle de los negocios suntuosos, de las joyerías y de las grandes tiendas, de las
librerías, de las galerías de arte y los bares y cafés de moda”105 (Córdoba Iturburu s/n). Ubicada
en el 240, estaba a metros de La Facultad (Florida 359) —que había tenido a Torrendell como
empleado— y de El Ateneo (Florida 371),106 y a poco más de la mayoría de las librerías más
Para reivindicar a Tor de esa historia de impugnaciones, que la bibliografía del libro
prolongó, Carlos Abraham se toma el tiempo de reseñar los textos “legítimos” que
104
Tor publicaba novelas románticas los lunes y miércoles (Revista Mi Novela y Biblioteca Mi Novela); policiales y
aventuras los martes y jueves (Colección Misterio y Biblioteca Sexton Blake); “obras de corte nativista y gauchesco”
(Abraham 67) los viernes: La Tradición Argentina. Entre 1933 y 1936 otras editoriales sacaron a los kioscos sus
colecciones populares de narrativa: Rubio & Cía (Colección Intriga, de 45 títulos, y Colección Sentimental, de 44);
Sarmiento Casa Editora (Colección Sensacional y Colección Sarmiento); Alfredo Angulo (Biblioteca Emilio Salgari,
Buenos Aires de la política y del arte, de la sociedad y de la industria, del deporte y de la elegancia. Los poetas han
aludido a esta calle ilustre innumerables veces. Rubén Darío la recuerda, desde París, con nostalgia: “Formada de
rosales tu calle de Florida - mira pasar la gloria, la banca y el sport". Florida es el gran salón de Buenos Aires, la
sonrisa cortés y pulida, afable y decorosamente galante, de esta capital poderosa y joven, enérgica y multitudinaria
de los rostros diversos” (Makarius s/n). O si se prefiere: “Paso azorada por Florida, el vivo / escaparate de la farsa
urbana: / viejas extravagantes, niñas cursis / y hombres-hembras desfilan en majadas”, según el poema de 1927 de
Clara Better (seudónimo de César Tiempo [seudónimo de Israel Zeitlin]). O en palabras del propio Buonocore en
1974, “la vía lujosa y tradicional de pasaje inevitable para el porteño de ley y para el turista” (Libreros 120).
106
Recién en 1938 El Ateneo se muda al 340. Ahí sigue, aunque ahora como parte del multinacional Grupo ILHSA,
91
popularizaron sus series semanales; series que son, por otra parte, casi el único mérito que
Buonocore le reconoce a Torrendell: “fue uno de los primeros entre nosotros que estableció,
los textos son a su vez recolocados, en sucesivas reediciones a lo largo de los años, en series
igual de múltiples y heterogéneas. Aquella idea de T.S. Eliot, apenas anterior, de que cada
procedimiento a sus colecciones, si bien su criterio era previsiblemente más heterónomo. Así,
por ejemplo, el estreno de Obras maestras del terror, el film de Narciso Ibáñez Menta en 1960,
de la ópera, de Gaston Leroux, primer título de la colección súbita “Obras maestras del terror”
(Abraham 96). El mismo libro de Stevenson, El hombre y la bestia (que no es otro que Dr Jekyll
& Mr Hyde), también había entrado años atrás en la “Biblioteca Florida”, que ofrecía sin
embargo “las mejores obras destinadas a la mujer —novelas de autores famosos, y poesías de
los más admirados poetas—, en una edición magnífica”, según rezaba una publicidad de la
revista Biblos en 1942 [FIGURA 1.5]. Para esta ecléctica colección fue también reciclado Veinte
107
“The existing order is complete before the new work arrives; for order to persist after the supervention of novelty,
the whole existing order must be, if ever so slightly, altered; and so the relations, proportions, values of each work of
art towards the whole readjusted; and this is conformity between the old and the new” (Eliot 15).
92
anterior…
proliferante de Tor. Pero no es menos cierto que la serie fue efectivamente, como percibió
‘30 al menos, que no fuera colocado en una o múltiples series, parte de las cuales iba impresa
condescender otra vez al espaldarazo tilingo ante cada título válido que “difundió” Tor, quizás
convenga más bien preguntarnos qué le ocurre a Azul de Rubén Darío, Dr Jeckyll & Mr Hyde
de Stenveson y Vida de Beethoven de Romain Rolland cuando pasan a formar parte de las “32
maravillas” que presenta la “Biblioteca Florida” bajo el eslogan: “Una joya en manos
femeninas”.
93
FIGURA 1.1. “Índice de obras publicadas” por la editorial BABEL (Babel 29, 1929).
94
FIGURA 1.2. Cuatro tapas de la editorial BABEL. Las horas doradas, de Leopoldo Lugones (1922); Las hermanas
tutelares, de Rafael Alberto Arrieta (1923); El desierto, de Horacio Quiroga (1924); Argentina, de Ezequiel Martínez
Estrada (1927).
95
FIGURA 1.3. Cuatro tapas de la editorial Manuel Gleizer: Cómo los vi yo, de Joaquín de Vedia (1922); El hombre que
volvió a la vida, de José León Pagano (1922); Evaristo Carriego, de Jorge Luis Borges (1930); El viajero y los
paisajes, de Marcos Victoria (1934).
96
FIGURA 1.4. “Suplemento del catálogo de obras en existencia” de la Editorial Claridad (Claridad 1, julio 1926).
97
FIGURA 1.5. Publicidad de la “Biblioteca Florida” de la Editorial Tor, donde se anuncian títulos ya publicados en otras
colecciones (Biblos 1.3, enero de 1942).
98
FIGURA 1.6. Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda, de la Editorial Tor. Se advierte
que el cuerpo del libro ha sido reencuadernado para pasar de la “Colección Cometa” a la “Biblioteca Florida”.
99
textos que supuestamente comparten una cierta cualidad, la serie invita a la repetición del
goce: afirma por tanto la cualidad genérica de todo goce.108 La divisa, aquí —una vez que se han
sorteado obstáculos menores como los derechos de autor, como hizo a menudo Torrendell—
,109 es que todo lo que es único, o por decirlo de otro modo, lo que parece ofrecer un goce
del drama amoroso puede repetirse idealmente en infinitas experiencias finitas, sino también
el goce aún más específico de las novelas de Tarzán. Como es evidente, se trata de una
operación típica de la cultura de masas, o para decirlo más sencillo, de las estructuras
industriales para la producción de objetos culturales; pero advirtamos que se trata de cultura
de masas “in the making”. El público se renueva, pero la obra humana es finita: cuando se
acabaron las novelas de Tarzán, Torrendell se puso a publicar el “ciclo marciano” de su autor,
Edgar Rice Burroughs, suponiendo que el nombre de autor podía ser esa cualidad genérica
que construyera la serie. Pero este rasgo, aunque necesario, no alcanzaba; como el éxito fue
mucho menor, Torrendell tuvo otra idea. Con su propio nombre o bajo el seudónimo J.A.
Brau Santillana, Alfonso Quintana Solé “tradujo” para Tor unas cuarenta nuevas novelas de
Tarzán de Edgar Rice Burroughs cuyo original inglés, según Carlos Abraham, nadie ha
podido localizar.
Se trata, por lo mismo, de una operación que está en las antípodas de aquellas con que
de X les suele gustar también Y a los sistemas de indexación que ofrecen, a los espectadores de Orgullo y prejuicio,
100
de la obra de cultura al sistema universal de equivalencias entre objetos que llamamos valor
de cambio, forma originaria, según Marx, del dinero. El peso, por otra parte, es el
procedimiento de distinción que usamos para los bienes más genéricos: a los fines prácticos, la
única manera de distinguir una papa de otra es medir cuántos gramos de papa tiene cada
una110.
¿Y si aún una de las prácticas más distintivas de la cultura legítima, de la que se espera una
participación central en los procesos de individuación tanto nacional como subjetiva, pudiera
ser grillada según categorías genéricas? ¿Y si pudiéramos convertir todos los nombres propios
también la experiencia del texto: y así como parece cada vez más difícil, durante este salto de
visibilidad en la popularización del libro que son los años ’20 y ’30, apostar a que la posesión
genérica del goce seriado—, así también las experiencias culturales y aun las subjetividades
que distribuye la urbe masificada parecen amenazar, como tantas veces se ha dicho, con
volverse genéricas.
110
Existe en rigor una variedad más o menos grande (según el caso) y jerarquizada de los bienes que solemos
considerar más genéricos (por tamaño y condición principalmente, en el caso de los productos agrícolas), pero su
101
Sin establecer relación alguna entre ambos fenómenos, Domingo Buonocore consigna
indudablemente más honroso, de un circuito del libro antiguo, raro o “de bibliófilo” en vías de
Pero los rasgos distintivos de una cultura bibliófila difícilmente son nuevos en el país.
belleza material y aun del lujo en las ediciones propias: reducidas ediciones de factura y
el cambio de siglo, por ejemplo, Sergio Pastormerlo muestra la centralidad que esos valores
habían alcanzado dentro de la cultura del libro. Era habitual que las reseñas atendieran
sofisticado que permitía describirlas; había premios a las mejores ediciones. Pastormerlo nos
111
Los ocho tomos (1880-1887) publicados por Alberto Navarro Viola pretendieron “inventariar y comentar toda la
producción de materiales impresos: libros, folletos y publicaciones periódicas” (Pastormelo en De Diego 4). Lo
hicieron con una salvedad: “la creciente producción de literatura popular”, que “el Anuario recogió de un modo
102
editor Sr. Lajouane,113 consta de 5 mil ejemplares, entre los que hay 500 que
forman una especial edición de lujo, designados así: dos ejemplares impresos
sobre gran Japón extra (reservados); cinco impresos sobre gran papel de las
Diego 27)114
112
No se me escapa, con todo, que cuando un grupo de allegados imprime una edición de lujo en honor de un ex
tres hermosos foto-grabados: en el Tomo I, el retrato del Jeneral Mitre con su firma autógrafa; en el tomo II, el retrato
del Jeneral Belgrano, con su firma también, copiado del retrato original al óleo hecho en Londres en 1814; y en el
103
corregida y aumentada” (Navarro Viola 355), la reseña ha demostrado que tal encarnación no
disputas y reconocimientos, tiene derecho a esa existencia material, y por lo tanto al destino (a
la vez espacial y simbólico: acá no hay diferencia) que ahora le aguarda. Pero ese derecho no
es por supuesto ajeno a la operación que significa su construcción material. Una edición así
aspira a determinar su circulación tanto espacial como simbólica desde su factura. Compuesta
aún antes de salir de la imprenta: en definitiva, ha intentado (su éxito ya depende de otros
muchos factores) determinar qué recorrido hará cada conjunto de ejemplares. Se trata de un
casualmente con uno de los dos ejemplares reservados, sabría enseguida que se halla en la
En términos más generales, puede decirse que la forma dominante de la práctica del
años fuertemente influenciada por la lógica del coleccionismo. El tamaño restringido del
habitual autofinanciación de los libros de autor local —que alcanzan una primera
definición, aparece casi como una artesanía de creación colectiva: el editor, el impresor, el
tomo III, una reproducción de la estatua del héroe que se levanta en la Plaza de Mayo. El volumen segundo tiene
además bellísimos planos coloreados y esplicativos de las batallas de Tucuman y Salta, —acompañados de los
facsímiles de las medallas acuñadas para conmemorar esas victorias” (Navarro Viola 362). Cualquier similitud con la
104
ilustrador y el encuadernador dejan allí su firma, y ponen allí en juego su capital simbólico, al
igual que el autor del texto. La existencia social de las obras literarias, de hecho, estaba tan
determinada por la consideración del objeto-libro, que usar el término “texto”, con que la
En 1955, en un libro notable para nuestros intereses —y que nos daremos el goce
indulgente de pormenorizar—, el poeta y bibliófilo Rafael Alberto Arrieta reseña la joya más
suntuosa entre las muchas y muy lujosas que guardaba la biblioteca de uno de los bibliófilos
más exigentes del cambio de siglo. El destino de esa colección es una suerte de parábola: con
ella cierra Arrieta las casi 200 páginas dedicadas al siglo XIX en su La ciudad y los libros, luego
de las cuales sigue el Capítulo VIII: “El siglo veinte”, de alrededor de 15. Se trata
evidentemente de la pesadilla proverbial del fetichista, a la vez que, por su fecha y por la
— de esta práctica distintiva. En este punto, Arrieta todavía está reseñando algunas de las
dedicatoria autógrafa del autor, y entre ellos, cinco argentinos, amigos del
poseedor: los dos libros de poéticos de Alberto Navarro Viola (Versos, Buenos
Poesías, de Rafael Obligado (París, A. Quantin, 1885, uno de los seis ejemplares
en papel del Japón), Cantos, de Calixto Oyuela (Buenos Aires, Coni e hijos, en
papel del Japón) y Poesías, de Francisco Soto y Calvo (París, Garnier hermanos,
1895, con un retrato del autor por María O. de Soto y Calvo, grabado a punta
105
el texto; 3º, tres cartas dirigidas al autor y que se relacionan con sus
pueden contarse entre las mejores obras del artista, que pasó un año en
sin par? Simplemente al hecho de ser él mismo el autor de aquel libro. (Arrieta
192)
“En nuestros días —escribió—, las ediciones son numerosas, demasiado numerosas quizás, y
tributar así justo homenaje al talento, y el respeto mismo que a los profanos
106
cumplido los cuarenta años; era 1899. “Al ausentarse en Europa en aquel viaje que había de
serle funesto, Martinto levantó su casa y dejó en un depósito el tesoro. Poco después el
incendio del local lo redujo a cenizas. Se libró de la hoguera este rarísimo catálogo que hoy
Pero el siglo al que dio lugar este incendio no atestiguó sin embargo, como ya vimos, la
desaparición de estos goces aristocráticos ligados al amor del libro. La revista más
emblemática de la vanguardia argentina, Martín Fierro (1924-7), le sigue los pasos precisamente
formación de una sociedad de bibliófilos argentinos, limitada a cien nombres, de los cuales
hay ya anotados más de la mitad. Esta sociedad imprimiría los libros extranjeros o argentinos
en Europa, ilustrados por famosos artistas” (citado en Velarde 57). En el número 25, de 1925, un
107
Hacia los años 50 este circuito estaba bien establecido, alzando a su paso los precios de
los antiguos libros argentinos, que antes eran difícilmente objeto de interés para los
coleccionistas. “Hermosos libros que al ver la luz no se vendieron o sólo lo fueron por uno o
dos pesos, han obtenido hoy precios inverosímiles”, observa complacido Domingo Buonocore
en 1956 (Bibliografía 40). Pero esa “belleza” de las ediciones príncipe no es la belleza del
¿Cuántos saben, por ejemplo, que un solo ejemplar de Las montañas del oro, de
imprenta de Jorge A. Kern, vale hoy más que toda la edición de la obra famosa
Los libros que Rubén Darío, con financiación de sus amigos, publicó en Buenos Aires
en 1896 —Los raros y Prosas profanas—, habían pasado de los 2,5 pesos originales a no menos
1915: el éxito de Don Segunda Sombra en 1926 cotizó su nombre; la destrucción del 90% de la
tirada original de su poemario, enterrada en un pozo de su estancia por el poeta mismo, como
es fama, “por incomprensión de la crítica de entonces” (40), volvió raros y codiciados los 90
ejemplares supervivientes.
Pero nada más significativo y elocuente para patentizar la valorización del libro
gauchesco apareció, como se sabe, en 1872, editado por la Imprenta "La Pampa".
108
escasísimo —se cuentan con los dedos de la mano los poseedores de la edición
príncipe— y constituye una verdadera joya que se paga por arriba de los cinco
Se deduce del texto de Buonocore, tanto como del de Leandro Suárez Casariego que
de los precios115. Lo que corresponde decir acá, entonces, aunque es casi de manual, es que la
fundación de una Sociedad de Bibliófilos en 1928 —que tiene lugar nada menos que en la
Biblioteca Nacional—, o para el caso una Asociación de Libreros Anticuarios —como la que
rasgo característico de todo lector ambicioso o sofisticado —del mismo modo que el interés
115
Dice Buonocore: “Estados Unidos —donde, aunque parezca extraño, se han publicado las primeras bibliografías
de la literatura argentina— muestra un sostenido interés y curiosidad por esta materia y disputa las piezas más
codiciadas en el mercado, pagándolas con moneda fuerte. Así se explica, por ejemplo, que un culto librero anticuario
establecido en un subsuelo casi clandestino del aristocrático barrio norte de Buenos Aires, envíe como primicia sus
catálogos de obras literarias y de folklore a Nueva York, y reciba por cable, a los pocos días, la noticia de la compra
en ‘block’ de las colecciones ofrecidas” (Bibliografía 39). Algunos años después, en sendos fragmentos difíciles de
fechar —por razones que veremos al reseñar su “diario”—, el modesto coleccionista Leandro Suárez Casariego
observa dos fenómenos contiguos. Uno: el alza mundial de precios. Hojeando un viejo catálogo español de 1927
encuentra que un Quijote original completo (1605-1615) costaba entonces 3800 libras; cuarenta años después no
baja de 200.000. Dos: A comienzos de los años 60, comienza a consignar el remate en Londres, a través de
Sotheby’s, de colecciones bibliófilas argentinas. Esta internacionalización influye indudablemente las cotizaciones de
109
de ser rasgos ejemplares de una práctica legítima, a ser rasgos marginales, y luego incluso, en su
Es significativo, como mencionamos, que La ciudad y los libros, que Arrieta publica en
1955, no dedique ni 15 páginas (195-208) de sus más de doscientas a “El siglo veinte”. El libro
“historicista”: tomar por testigo tanto a los viejos edificios coloniales de la ciudad (o incluso un
solar, cuando la construcción sufre cambios) como a los libros mismos. Así, a pesar de que “la
ciudad y los libros” son la materia donde se operan las transformaciones —observables
únicamente a posteriori para el ojo humano—, Arrieta les postula una autoconciencia,
susceptible ante todo de vértigo. Ese vértigo hace explotar el relato en la última sección, que
pretende sintetizar el proceso contemporáneo en caprichosas figuraciones” (11). Son sus cuatro
Cambio, yuxtaposición, fragmento. “En los andenes y quioscos del camino pilas de
como aves desplumadas…” (Arrieta 204). En palabras del bibliófilo mexicano José Luis
Martínez: “Al convertirse la edición en una industria, gracias a los adelantos técnicos y al
tipográfico que crearon obras de arte con algunos libros de los siglos XVIII y XIX” (98).
algún modo perpetúa algo de la ciudad patricia (o incluso colonial), con sus prácticas y figuras.
Domingo Buonocuore, cuyos intereses excedieron con mucho la bibliofilia —fue bibliógrafo,
110
aparente:
(…) en otro lugar —un rincón del histórico barrio de San Telmo— inició
Matiza el azar objetivo recordar que el barrio de San Telmo es el casco histórico de
ciudad, y en la época de Echeverría más bien la ciudad entera. En 1984 vuelve al colocar a
otros dos bibliófilos algo posteriores, Abel Cháneton (1884-1943) y Jorge M. Furt (1902-1970),
bajo el mismo “conjuro”, si bien aquí la advocación esotérica parece algo menos injustificada.
Fueron ambos, cómo no, sus admiradores profundos, nos dice Buonocore; pero además, a la
muerte de Cháneton su biblioteca fue adquirida por Furt, que la instaló en una quinta de su
propiedad:
cuyo recinto —un par de cuartos humildes conservados intactos con amoroso
las encuadernaciones firmadas por artistas famosos y por la cantidad de ediciones príncipe y especiales para
bibliófilos de grandes obras de la literatura francesa" (Acevedo 30). Esta descripción sugiere que se trata de una
colección de orientación similar a la de Domingo D. Martino, el bibliófilo trágico cuya historia recordaba Arrieta.
111
Dos bibliófilos egregios puestos bajo la advocación nada menos que del
Echeverría fue, precisamente, quien trajo por primera vez esa noble inquietud
materializó en libros que hoy son joyas inhallables. (Buonocore Abel 43-44118)
Montblanc de sus cultores notables que en la Parker ansiosa de un bibliófilo wannabe, que a
falta de fortuna, y por lo tanto de colección que hiciera perdurar su nombre, no tuvo más
118
La insistencia en el linaje patricio dentro de la bibliografía del libro argentino ya fue notada 1964 por el editor y
militante nacionalista Arturo Peña Lillo, que la adjudicó precisamente al sesgo bibliófilo de sus historiadores hasta los
años ‘60. En Félix de Ugarteche (Orígenes de la imprenta argentina, 1929), el padre Guillermo Furlong (Orígenes del
arte tipográfico en América, 1947), Torre Revello (El libro, la imprenta y el periodismo en América durante la
dominación española, 1940), el primer Buonocore (Libreros, editores e impresores de Buenos Aires, en su edición
original de 1944), José Toribio Medina (varios) y Raúl Rosarivo (Historia general del libro impreso: desde el origen
del alfabeto hasta nuestros días, 1964), nos dice, es “la tipografía la parte fundamental de la imprenta y la que hace
a la belleza del arte gráfico” (14). “Sus estudios son nostálgicas exaltaciones de un arte exquisito por lo que tiene de
arcaico, minoritario y raro” (15). A contramano de la perspectiva tipográfica, explica Peña Lillo en Los encantadores
de serpientes. Mundo y submundo del libro, “a nosotros nos interesa el hecho de imprimir. Hecho que da la
dimensión y trascendencia social del libro, el periódico o el folleto” (15). En efecto, la tónica del estudio del libro
estaba cambiando en esos años. El interés de Peña Lillo por el libro como fenómeno industrial y masivo lo acerca en
cambio a otros dos estudios contemporáneos de orientación más estrechamente empresarial: el de Raúl Bottaro (La
edición de libros en Argentina. Producción, comercialización y política editora nacionales, 1964), escrito a pedido del
Congreso por la Libertad de la Cultura por el gerente de la Cámara del Libro, y el de Eustasio García (Desarrollo de
la industria editorial argentina, 1965), tesis de doctorado en Ciencias Económicas del hijo y heredero de Pedro
García, fundador de la librería y editorial El Ateneo, que sería presidente de la misma Cámara de 1967 a 1980. Lo
que ocurrió entre un conjunto bibliográfico y otro es la industrialización del libro que discutiremos en el próximo
apartado.
112
Entre libros, libreros y bibliófilos es un objeto extraño, pero de una extrañeza significativa.
La tapa lleva la firma “JALL”, que en el epílogo alcanza a descomprimirse hasta “Un librero,
J.A. Longobuco Lavalle” (158): se trata del encargado de la librería de anticuario L’Amateur,
una de las más tradicionales y prestigiosas del ramo (Buonocore Libreros 197). En el
“Agradecimiento”, JALL reconoce a aquellos que lo ayudaron a “leer y ordenar los apuntes
que legara Don Leandro Suárez Casariego”. Nos cuenta que Mariano, hijo de Don Leandro y
su compinche en aventuras bibliófilas, encontró esas notas entre las pertenencias del difunto
y consideró que no tenían el menor interés. La publicación, que se produjo en 1989, década y
Lavalle. “Debo reconocer que ciertos tramos de los apuntes que recibí, inicialmente me
resultaron oscuros y que ellos no se hubiesen esclarecido si no hubiese contado con el aporte
que me brindaron bibliófilos y colegas” (IX): notoriamente, los mismos nombres que
homenajea el texto119.
“A mis amigos libreros dedico estas humildes y simples notas de mis pasos por sus
librerías, durante 40 años…”, escribió Suárez Casariego en una nota que terminó únicamente
citada en uno de los varios epílogos. “Estoy seguro de que las mismas no pasarán los umbrales
de mi familia, no dicen nada nuevo respecto de los libros, ni agregan nada a la formación de
un librero, tampoco los libros que integran mi colección son tantos ni tan valiosos” (154). La
119
No sabemos qué forma tenían los apuntes antes de este esclarecimiento. Podemos presumir que ha sido un
trabajo intensivo, si con el agregado de unos pocos paratextos, que no llegan al 10% del total de páginas, JALL ha
visto apropiado poner en tapa su nombre y no el de Don Leandro, además de agregar al pie “Edición del autor”. Es
tan confuso el manejo editorial que Max Velarde, que parece pertenecer al medio, adjudica a Longobuco Lavalle
textos que son a todas luces de Suárez Casariego. El candor y la humildad que trasunta el libro no hacen sino
reforzar la impresión de que su vocación no es sino el deseo compartido de un grupo de legar sus nombres a alguna
suerte de posteridad. Quizás la palabra de Don Leandro ha sido expropiada entonces con cierta justicia.
113
clarividencia de Don Leandro no fue sin embargo desmentida por su escritura, sino por la
historia de la bibliofilia.
La forma actual del texto es la de un falso diario. Escrito evidentemente après coup,
sigue sin embargo la sucesión de los años, aunque sin precisar ni siquiera el mes, y consigue
con todo poner en marcha alguna suerte de relato. Pero lo que narra el libro no es la
por mis manos sin que las pueda comprar!” (64) o “¡Qué pequeño me sentía en ese mundo de
libros!” (117). Sin pausa, en cambio, don Leandro frecuenta a lo largo de cuarenta años los
circuitos más o menos públicos y más o menos exclusivos de la bibliofilia: las librerías de
anticuario, las galerías de arte, los remates. En la primera mitad del libro, estos lugares son
cinco ediciones distintas de sus obras. También conocí a Don Enrique Varesse,
114
En cada página se advierte el deseo de participar de este mundo que parece moverse
según lógicas aristocráticas,120 a pesar de que se trata de un grupo de personas unidas ante
todo por intercambios comerciales, que se cruzan además (al menos hasta donde accede Don
Leandro) en espacios dispuestos a tal fin: librerías y remates. Esa “verdad” resulta menos
visible cuando, como suele decirse, “money is not a problem”; en el caso de Don Leandro, en
cambio, lo que viene a aplacar esa lógica es el crédito, que se lee como generosidad derivada del
reconocimiento, en tanto la cualidad única de los objetos que se comercian parece marcar toda
compraventa con el signo del don. Inmerecido, además, para Don Leandro: por eso escribe el
texto, con la esperanza de pagar su deuda con letra de molde (con la esperanza de convertir el
plomo en oro…).
recorrida por Florida”, luego de la cual toman el tren en Retiro de vuelta a Belgrano R. De
modo casual llega a sus manos un catálogo de la librería Viau y Zona. “Siempre me había
detenido largo rato viendo las vidrieras de la librería Viau y Zona, pero pocas veces me había
animado a entrar”. Asiste esta vez, munido del catálogo y de su infaltable esposa:
Qué hacía yo entre esos monstruos de tantos miles de pesos, que jamás
podría comprar. Entre Clarita y yo ganamos $500, con un hijo por llegar, no me
delgado, de mediana estatura, para preguntarnos si queríamos ver algo con más
120
No sólo los libros están marcados por ese deseo: “He visto en Pardo dos magníficos sillones fraileros originales
de las misiones jesuíticas, en muy buen estado. Serían ideales para la galería de la casona de Belgrano, pero por el
115
1872. Los libros sumaban $50. Yo tenía $ 11 y Clarita $ 10. Cuando le propusimos
al joven empleado dejar alguna obra ya que no nos alcanzaba el efectivo, nos
propuso dejar una seña para reservar los cuatro ejemplares. Así lo hicimos y a
olvidaré del joven de Viau y Zona. Supe al ir a retirar los libros que se llama
Don Leandro está allí en efecto rodeado de monstruos de muchos miles de pesos. En
otra ocasión, igualmente en Viau, el mismo Roberto le presenta a uno: Antonio Santamarina,
uno de los grandes coleccionistas de arte de la primera mitad del siglo —además de accionista
Contesté:
Sonriendo, agregó:
(Longobuco 63)
encuentros casuales con figuras aristocráticas de la primera mitad, que disminuyen hasta
desaparecer, son reemplazados por conversaciones con libreros que ofrecen largas
116
reenvían nuevamente a la primera mitad del siglo121. En caso de necesidad, Don Leandro llega
La relevancia pública de la fauna bibliófila iba en franco declive. En 1954, a los pocos
pequeño homenaje: Recuerdo de Tomás Pardo reúne las breves oraciones fúnebres que Manuel
Mujica Láinez y Francisco Romero, figuras importantes del mundillo cultural de entonces,
habían leído en dos actos sucesivos de recordación. La opacidad de la figura de Pardo en estos
sugieren que se homenajea allí más bien la función que el azar del sujeto que acabó por
cumplirla. “Y fueron tantos los que lo rodearon con su amistad y afecto, que esta casa fué una
pasión por el libro”, se dice en la breve introducción al homenaje (Mujica Láinez s/n). Manuel
Gálvez, menos afecto a la indulgencia patriótica, lo recordaba en cambio como “un español
muy bajito, muy flacucho, de cabeza y cara chiquitas y bigotes grandes”122 (Gálvez 736).
121
Durante una conversación que versa sobre el “enriquecimiento que significa trabajar en una librería”, los
herederos de la Librería General de Tomás Pardo, por ejemplo, ofrecen en 1969 una lista de viejos habitués. La
componen, en este orden: 10 sujetos con título (militares, doctores y profesores que no dicen absolutamente nada al
lector actual), 17 escritores (mayormente grandes figuras, de los cuales 10 ya estaban muertos) y la mención final de
tanto en el vestir como en el decir. Sentía, según lo tenemos dicho, el placer del diálogo, de la comunicación con las
gentes. Posiblemente, ha sido entre nosotros el librero que escribió más cartas a clientes y amigos, los cuales
acudían a su proverbial cortesía en demanda de un dato, de una información o de un consejo. Disfrutó, así, de la
consideración afectuosa de muchos estudiosos y profesores universitarios que solían visitarlo, entre ellos, Rómulo E.
Carbia, Juan Millé Giménez, Francisco Romero, Manuel Mujica Láinez, Angel Battistessa” (Buonocore 233).
117
los de anticuario prefieren curarse en salud e invertir los términos: todavía vivos, se
había elegido un hobby por encima de sus medios y creía deberles casi todo. El volumen está
editado con descuido, tapa blanda y 59 erratas, que intenta paliar la “fe” habitual; pero no hay
Más acá desde este nivel casi alegórico que sugiere la existencia misma de este objeto,
por el libro” que transmite Don Leandro, la cual nos permite revisar este mismo proceso al
carezca casi totalmente de articulación no merece por supuesto la menor censura: es lo propio
de las pasiones ser una suerte de “imantación del yo”, que en tanto lo definen frente a los otros
(pero también con los otros), no pueden apelar sino a particulares: el placer, el gusto, la
curiosidad, etc. Pero el amor del libro fue una de las “pasiones” más legítimas y
sobredeterminadas que hubiera disponible para las clases medias y altas de Occidente, como
disponible y universal fue su raison d’être. Aunque se podría argumentar —con cierta razón—
que precisamente por eso una pasión así no requiere justificación, la modestia de recursos que
exhibe Don Leandro a la hora de hablar del “valor” del libro, a la vez que los límites de su
relación con ellos, es bastante notable. Va un ejemplo flagrante: Don Leandro relata,
podríamos decir que desde el punto de vista de la comunidad bibliófila, un célebre episodio
un acto en Plaza de Mayo, grupos ligados al gobierno atacaron varios espacios considerados
de oposición. A la mañana siguiente Don Leandro se hallaba, según nos dice, frente a uno de
ellos:
118
Se trataba de los restos del incendio del Jockey Club, que al igual que
aniversario. Fui testigo de este hecho, que enluta a la cultura del país, junto a
famosa biblioteca.
escritor J.Collière:124 “Los libros son una guía para la juventud y una distracción
La aristocracia librera vela los cuerpos de los libros caídos en acción, como si se tratara
del instante en que la Historia Argentina entra en el espacio sagrado de la bibliofilia: para
123
Suárez Casariego confunde en rigor dos episodios distintos: la famosa quema de iglesias tuvo lugar dos años
después, el 16 de junio de 1955. En 1953 fueron incendiados total o parcialmente las sedes de los partidos Radical,
literatura argentina— en que un letrado entra al espacio sin historia de un matadero, donde naturalmente lo van a
violar.
119
La pasión bibliófila de Don Leandro tiene límites aún más notables. En una entrada
para 1960, comenta con cierto orgullo que “a pesar de mis modestos recursos, reuní una buena
cantidad de obras, que por suerte he leído en su mayoría” (71). Hay algo sorprendente
accidental en esta lectura; y aun así, se trata del único registro de lectura de libros (salvo
catálogos, etc) que ofrecen estos apuntes. Aunque es evidentemente inverosímil que Don
Leandro (¡o al menos Clarita!) no haya comprado en el término de una vida libros “para
leer”,126 los límites de la práctica bibliófila cortan más acá de la lectura —en el sentido fuerte o
material. Este bibliófilo ya no “trata siempre de poseer sus autores favoritos en ediciones
autógrafos y toda clase de documentos curiosos”, como quería Domingo Martinto a fines del
XIX: trata de poseer esas ediciones sin que sus preferencias literarias (si las tiene) jueguen un
autonomización del mercado bibliófilo, cuyos hitos institucionales aquí hemos indicado
apenas con la fundación de la Sociedad que reúne a los coleccionistas (en 1928) y de ALADA
(la asociación de librerías de anticuario, 1952), pero que ha de tener una dimensión global. La
126
“The Oxford English Dictionary dates to 1847 the use of ‘reading copy’ as a euphemism for a book so battered
that the only value left lies in the words that it contains” (Price 3).
127
Don Leandro nos ofrece incluso la caricatura de este tipo de bibliófilo en la figura del nº1, el Ingeniero Gustavo
Fillol, cuyo criterio de compra prescinde completamente de cualquier inclinación personal. “El señor Fillol es un
bibliófilo exquisito, hay quien lo llama el nº1 y en verdad, no está del todo mal puesto el apelativo. Desde hace
muchos años, cuando una editorial realiza una edición especial numerada, él pide el nº1. Si la edición fue tirada en
distintos papeles, se procura un ejemplar de cada una de ellas. Si se trata de una obra ilustrada, le pide al artista un
trabajo aparte. De esa manera el ejemplar de él resulta toda una excepción” (JALL 133).
120
del “valor” de sus objetos: las preferencias personales pasan a segundo plano, o quedan en
A los bibliófilos viejos, que como Domingo Buonocore (1899-1991), se hacían una idea
“alta” de la práctica, este giro no podía sino inquietarlos. En un ensayo tardío, editado en 1984,
más de una década después de escritos los apuntes de Don Leandro y cinco años antes de su
publicación, Buonocore fustiga a los bibliófilos actuales para mostrar, por contraste, la estirpe
Casi se diría que este giro mismo está inscripto en el libro. En el exordio, la hija de
Jorge M. Furt, que indudablemente encargó el libro —el sello ficticio es Los Talas, la estancia
familiar—, copia un párrafo que dejó el padre entre sus papeles póstumos. Aunque no
sabemos cuándo fue escrito, podemos fechar ese primero encuentro con Cháneton hacia
principios de los años 40; Furt nos ofrece allí la imagen del bibliófilo experto en lo que lo
con Emilio Colombo129. Como Outes, mi gran maestro, cerrando los ojos
conocía por el perfume los papeles, sus manos como de ciego tanteaban las
128
Tal vez no sea casual que la revista Capricornio haya decidido traducir en su primer número, de julio de 1953, el
artículo “Gauguin en Papeete”, de Albert t'Serstevens. Allí se describen los dos errores consecutivos de los
habitantes de Tahití: primero, no aceptar las telas de Gauguin a cambio de un kilo de harina; segundo, una vez que
supieron los valores de esas telas en el mercado europeo, comprar masivamente las de Pottier, “un gran pintor que
ya sería famoso si sus obras no estuviesen dispersas en las islas del Pacífico” (Capricornio 1-p.37). Posiblemente se
Argentinos.
121
hojas para asegurarse más que con la vista del tramado perfecto, miraba las
páginas como una arquitectura de composición, los espesores, los blancos, los
márgenes, la densidad exacta de cada línea, los apartes, los cortes, equilibraba
exactamente lo contrario en los rasgos de Cháneton: según él, era “más solícito al encanto y al
misterio sugerente de los viejos documentos que requieren ser interrogados para su adecuada
hermenéutica, que al goce pueril y efímero de su posesión sensorial como simples rarezas del
pretérito” (Buonocore Abel 31). Si esas capacidades diferenciales, en los años 40, hablaban de
hay que garantizar es más bien lo contrario: que esas capacidades no estén autonomizadas de
aquellas que en los años 40, en un en un bibliófilo, se daban por descontadas. Lo que había
sido la forma más alta del amor más puro, indicaba ahora demasiado a menudo un goce
perverso:
con abstracción del dintorno, esto es, de su contenido de ideas, de sus esencias
122
pasó de ser forma ejemplar a desviación perversa entre las prácticas dominantes del libro?
Si damos por bueno este recorrido, no podemos dejar de asociarlo en primer lugar,
como ya hicimos, al tipo de popularización del libro que tiene lugar en los años ’20,
entre lectores “nuevos” que se da en las décadas anteriores —a través de los folletines y
cuadernillos, mayormente gauchescos, que proliferan entre 1870 y 1910, según el estudio de
Adolfo Prieto—, esta nueva etapa no deja intacto el espacio de la cultura “letrada” (si acaso el
accesible de estos años, tanto como la creciente visibilidad de catálogos que apuestan a
“organizar” —según el término agudo de Q.D. Leavis (24)— nuevas formas de apropiación del
libro, es indisociable de la avanzada literaria sobre nuevas formas y nuevos temas, que
130
Aún más interesante es que en breve tratado famoso de 1861 sobre la bibliofilia, seguramente en razón de que
ambas inclinaciones (hacia el texto y hacia el objeto) resultaban imposibles de imaginar autonomizadas, se
contemplan serenamente como dos formas legítimas de amor del libro: “On peut classer, tout d'abord, les bibliophiles
en deux grandes catégories : ceux qui jouissent de la substance des livres, qui les traquent pour en extraire le
contenu et s'imprégner de leur esprit, et ceux qui, les saisissant au passage pour s'en faire les conservateurs, en
contemplent amoureusement la forme, les restaurent, les revêtent de pourpre et d'or et les sauvent des profanations
123
acompañan las polémicas tantas veces estudiadas (Florida y Boedo, Martín Fierro y Claridad,
etc).
mitad de los años ‘30 un conjunto de situaciones coyunturales produce un cambio radical en
la estructura del negocio del libro en español, cuyo impacto fue particularmente fuerte para el
mundo literario argentino. Llamar a este período, como hace la bibliografía local, “la época de
oro del libro argentino” supone un apego algo excesivo al astuto ademán “nacionalista” de un
grupo decisivo de editores españoles, que inmigran al país en estos años para fundar (o
refundar) enseguida algunas de las casas editoriales más importantes de las décadas por venir:
Espasa-Calpe (en 1934), Losada y Sudamericana (en 1938), Emecé (en 1939). Al fin y al cabo,
“[d]ecía mi abuela que trasladar una editorial es sencillo —recordaba la nieta del gerente
histórico de Sudamericana—, sólo hace falta una valija llena de contratos para empezar de
visibilidad recíproca de los distintos públicos del libro. La contraposición entre proyectos de
orientación culta que apuestan a la singularidad y masivos que enfatizan la serie —que hemos
utilizado para describí el panorama hasta acá— resulta obsoleta para describir estos nuevos
serialización. Esto significa que formas de apropiación tenidas hasta entonces como
heterogéneas y hasta incompatibles (al menos tal como invitaban a realizarlas los propios
proyectos editoriales, en tanto no estamos haciendo acá una etnografía de las prácticas
efectivas) pasan ahora, a través de una reconversión marcada por conflictos que describiremos
enseguida, a convivir. En sus coordenadas más visibles, comparten espacio en ellos los
124
grandes maestros mundiales con el último éxito reportado por Publishers’ Weekly y algún que
otro autor de habla hispana de prestigio variable: William Faulkner junto con Erich Segal
junto con Eduardo Mallea. Por lo cual se puede sugerir que incluso resulta transformada en
este proceso la imagen de lo que Pascale Casanova llamó la “república mundial de las letras”,
históricos y abruptas situaciones coyunturales, es así el fenómeno más visible de este nuevo
período. En los cuatro años que van de 1936 al 39 se registran en Argentina 5.536 obras —casi el
doble de las 2.350 que se habían registrado en los 36 años anteriores (1900-35) (De Diego 104).
sinuosidades, se llega a la cifra de 50.912.597 en 1953 [FIGURA 1.7]. La industria argentina del
libro exporta en promedio durante estos años alrededor del 40% de su producción (Rivera 97).
“completar” con autores argentinos el conjunto del universo literario disponible. De España
llegaban la mayor parte de los autores españoles y de las traducciones, que proveían con
suerte dispar los distintos mercados, pequeños pero crecientes y ante todo urbanos (pero
131
En esa línea, el filósofo argentino Francisco Romero elogiaría en 1959 “una de las novedades traídas por el
Fondo” de Cultura Económica, la editorial estatal mexicana que es contemporánea de los emprendimientos
argentinos que describimo, y que había incluido latinoamericanos y “metropolitanos” en las mismas colecciones al
“requerir también, planeadamente, la contribución de los estudiosos hispanoamericanos, en casi todas las ramas del
saber, acoger sus producciones y en muchas ocasiones suscitarlas, estimularlos al invitarlos a participar de una
faena solidaria, y en parte, además, dignificarlos al presentar sus investigaciones, sin que desmerezcan en la
confrontación, al lado de las de personalidades de renombre mundial” (Romero “En el vigésimo quinto” 1).
125
había debido imponerse, en las primeras décadas del siglo, a través de redes comerciales y
lobby empresarial —¿qué más hay?—, sobre la oferta de libros en español que distribuían a
fines del XIX algunas editoriales francesas, y en menor medida algunas alemanas.133 La
presencia de estos países había decaído a partir de la primera guerra mundial; España había
tomado la posta. Según la Cámara Oficial del Libro de Barcelona, en cuyos datos, sin embargo,
Dalla Corte y Espósito no parecen confiar del todo, España exportaba a América durante los
años ’20 cerca del 50% de su producción librera134 (270). Como parte de ese proceso, un buen
de América Latina, sobre todo en México y Buenos Aires, que serán también las ciudades
privilegiadas por el exilio republicano. Según Dalla Corte y Espósito, esta red para el comercio
del libro constituía un área estratégica dentro de una política más amplia de inversiones en
curso normal de los negocios para las empresas ubicadas en zonas de control republicano —la
132
Entre 1925 y 1950 el nivel de urbanización en América Latina pasa del 25 al 41,4%. En 1975 será del 61,2%. En
el mismo medio siglo, el total mundial pasa del 20,5 al 37,9% (Lattes 50).
133
“Algunos editores que producían libros en castellano para exportar a América eran Garnier, Bouret, Armand
Collin, Hachette, Louis Micheadu (dirigida en América por Manuel Aguilar a comienzos de los años veinte) en
Francia; Herder en Alemania; Thomas Nelson en Inglaterra y Appleton en Estados Unidos (Martínes Rus, 2001)” (De
Diego 59). “En 1861, por ejemplo, el catálogo de la editorial Garnier alcanzaba 540 títulos en español, mientras que
la casa Rosa y Bouret ofrecía en 1863 aproximadamente unos mil títulos en este idioma” (Dalla Corte y Espósito
258-9).
134
Dalla Corte y Espósito dan un panorama interesante de las políticas y redes del expansionismo catalán y español
en el Río de la Plata desde fines del XIX hasta los años ‘30. También ofrecen bibliografía.
126
gran mayoría, dado que Madrid y Barcelona lo eran—, además de poner en peligro los
delegaciones en Buenos Aires. Es el caso, por ejemplo, de Espasa-Calpe, “la principal editorial
española en la época” (Larraz 1); también se instalan o se amplían en esos años, entre otras,
Salvat, Bruguera, Alianza, Sopena, Labor y Gustavo Gili (Olarra Jimenez 41). Frente a la
presencia de comités obreros que intentaban tomar control de la casa matriz, sus dueños
Se crea así Espasa-Calpe Argentina S.A., de la cual pasa a depender ahora la delegación
Lo más natural fue intentar producir y distribuir en medida mayor desde la filial, lo
cual Espasa-Calpe Argentina S.A. pasó a hacer enseguida. Desde su fundación en 1928, la
oficina argentina estaba a cargo de los españoles Gonzalo Losada y Julián Urgoiti, que
a criterio del Consejo de Administración del grupo empresarial, que se había instalado en San
127
128
lanza Austral, la colección de libros de bolsillo que había desarrollado centralmente Losada135 ,
y que tendrá un crecimiento exponencial: en el primer año publica más de medio centenar de
títulos, de un total de 112 que edita la delegación argentina en ese mismo período (Larraz 2).
Esto ya era una cantidad notable para los estándares argentinos: recordemos que con 100 o
200 títulos a lo largo de una década larga, Gleizer y BABEL se habían hecho un lugar central
entre las editoriales del período anterior. Al cumplir 30 años, en 1967, Austral ya había editado
1.500 obras, con picos de entre 10 y 20 nuevas por mes y tiradas iniciales de 12.000
Losada y Urgoiti y manda a Buenos Aires a Manuel Olarra, unos de los directores de Madrid.
En los meses que siguen se fundan las tres casas “argentinas” más importantes de las décadas
siguientes, dos de ellas ligadas con los directivos salientes. Las tres tienen una estructura
similar: las gerencian españoles con experiencia internacional en el negocio del libro; las
coleccionistas prestigiosos;137 las asesoran figuras importantes del mundillo intelectual local,
135
Esto, por supuesto, apenas dos años después de que Penguin de Inglaterra “revolucionara” con sus paperbacks
había optado por un oso; en un rapto inesperado de nacionalismo mimético, Borges “advirtió que en la Argentina no
biblioteca, ubicada en un edificio construido “ex profeso” para ella, visitó por intermedio de un librero (JALL 11), o
129
La primera es la que funda con su nombre Gonzalo Losada, junto con Enrique Pérez,
Teodoro Becú, Jésus Alonso “y otros socios capitalistas” (Larraz 3); según Leandro De
Sagastizábal, más afecto a la épica, también “vendió un auto e hipotecó su casa”138 (111). Entre
agosto y diciembre de 1938, en apenas cinco meses, Editorial Losada publica 60 títulos y saca al
en la que el propio Losada (ya dijimos) había trabajado antes de dejar su puesto: 11,5 x 18 cm.
Hacia 1945 los de Espasa-Calpe se vendían a 1,50 pesos el volumen normal y 2,25 el volumen
extra; los de Losada, a 1,50 el normal, 2 pesos el extra y 2,50 el especial (Larraz 4). Ese año
Austral ya tenía 500 títulos; Biblioteca Contemporánea —la colección de Losada—, 172.
Estas colecciones, que fueron las más populares, prolíficas y “emblemáticas” (Larraz)
Eduardo J. Bullrich, miembro de la Sociedad de Bibliófilos, sobre la que había informado en las páginas de Martín
vivía entonces en Buenos Aires—describe así el emprendimiento: “Espasa-Calpe Argentina, bajo la presión del
franquismo, se ha reducido a poca cosa. No puede publicar sino libros de ultraderecha o libros antiguos inofensivos.
Los que allí estábamos —Guillermo de Torre, el pintor Atilio Rossi y yo; medio afuera y medio adentro, [Franisco]
Romero y Amado [Alonso]— nos hemos ido con Gonzalo Losada, ex gerente de Calpe, que ha fundado una casa
editorial” (citado en Larraz 4). Cita original en Henríquez Ureña, Pedro y Alfonso Reyes, Epistolario íntimo (Tomo III).
Santo Domingo: Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, 1983 (444). Habría razones ideológicas y
estratégicas para el desplazamiento de Losada y Urgoiti. Espasa-Calpe se iba adaptando en España al nuevo
contexto franquista: en los años siguientes hizo pasar por la censura no sólo los libros impresos en territorio español,
sino también, en la forma de permisos de importación, los que pensaba imprimir en Argentina. También eliminó de
sus colecciones algunos títulos que había publicado Losada en Buenos Aires, como los de Manuel Gálvez (Larraz
3). Losada y Urgoiti, por otra parte, al igual que Guillermo de Torre y Atilio Rossi, que formaban parte del directorio
porteño inicial, eran “de ideas republicanas o liberales que contrastaban con el conservadurismo creciente del
130
textual y de “usos” de los libros que editaban. Larraz analiza dos textos de autopresentación
significativo comienzo en falso, que determinó un primer desbande de sus figuras originales
los vínculos personales como de las prioridades políticas, a la militancia de los emigrados
139
Se encuentran, respectivamente, en un catálogo conmemorativo por los 500 títulos de Austral en 1945 y en la
desatada a partir de 1939, que se percibió en la multiplicidad de organizaciones surgidas al calor del proceso abierto
con la guerra y el exilio que fijaron su residencia en la calle Bartolomé Mitre 950 donde funcionaban organizaciones
no siempre armónicas entre sí, como el Patronato Hispano-Argentino de Cultura, el Centro Republicano Español, y
las Entidades Ibéricas Republicanas de Buenos Aires. Todas estas organizaciones estaban en contacto con algunos
131
estos últimos tres—, Carlos Mayer, Alejandro Shaw, Alejandro Menéndez Behety. Junto a
ellos, dos figuras centrales de la élite cultural de entonces: Victoria Ocampo —la director de
Sur— y el poeta Oliverio Girondo. Por último, un hombre del medio: Julián Urgoiti, que había
proyecto, “[l]a nueva empresa editorial buscará canalizar en parte la producción editorial del
grupo catalán encabezado por Vehils y Bausili” (Dalla Corte y Espósito 277-8).
Si bien sus propósitos eran muy concretos, suponer que una editorial podía
llevarse adelante con el mismo criterio con que Jacobo Saslavsky dirigía la Casa
destinado a este fin publicando los libros de sus amigos poetas y escritores, pero
141
Vehil fue una suerte de Zelig del comercio catalán, “ejemplo de la importancia que cobró el comercio del libro en
el proyecto de expansión económica de la élite catalana” (Dalla Corte y Espósito 276). Es innumerable la cantidad de
puestos de altísima jerarquía que tuvo Vehils en asociaciones empresariales catalanas durante las primera décadas
del siglo, la mayoría de ellas ligadas a la red americanista, tanto como en grupos de lobby para obtener facilidades
del gobierno español. En las primeras décadas hizo varias estadías en Argentina y Uruguay, y desde 1927 se instaló
en Buenos Aires como director de la Compañía Hispano-Argentina de Electricidad (CHADE), tomando luego además
la dirección de la Institución Cultural Española y la Cámara Oficial Española de Comercio porteñas (277). Perteneció
al grupo empresarial y político que se nucleó alrededor del líder de la Lliga Regionalista de Catalunya, Francesc
Cambó. En 1917 el grupo fundó, como complemento del diario La Veu de Catalunya, la Editorial Catalana, adquirida
en 1926 por el dueño de la Librería Catalonia de Barcelona: Antonio López Llausàs (1888-1979).
132
debemos, en cualquier caso, a Gloria López Llovet, nieta y heredera del nuevo gerente
mandado a traer entonces directamente por Rafael Vehils. El catalán Antonio López Llausàs,
que llevaba algunos años de exilio trabajando para Hachette en París, se convirtió en el dueño
único de Sudamericana a los pocos años de hacerse cargo de la gerencia. Según el recuerdo
estos a sacrificar sus bienes y propiedades para tales fines sin considerar los
debía ser una editorial y había aprendido muy pronto a tener “los pies en la
gallega. Fundada por Mariano Medina del Río, contó con la asesoría literaria de Álvaro de las
importadoras y exportadoras como Patagónica, que “tenía puerto propio”: “exportaban cifras
siderales en lanas”, nos informa Leandro De Sagastizábal (83). Además, según parece, los
Braun Menéndez participaban al comienzo activamente del diseño del catálogo. También lo
mundo editorial de entonces142. Por influencia suya, según parece, Emecé inicia actividades
142
Arturo Cuadrado (1904) era poeta, Luis Seoane (1910) pintor; además de participar en el origen de Emecé,
crearon en los años siguientes las editoriales Nova y Botella al mar y la revista Correo Literario (1943-5).
133
con dos colecciones dedicadas a la literatura gallega, “Hórreo” y “Dorna” (De Diego 98).
Después discreparon con la publicación de Eduardo Mallea y Jorge Luis Borges y acabaron
143
Algo más sobre las colecciones. Además de “Biblioteca Contemporánea”, en 1939 —a un año de su fundación—
Losada ya ofrece “Las Cien Obras Maestras de la Literatura y el Pensamiento Universal”, “Obras completas de
Federico García Lorca”, “Panoramas” y “Biblioteca Filosófica”; algunos años después se suman “Los Grandes
Novelistas de Nuestra América”, “Poetas de España y América”, “Biblioteca Pedagógica”, “La pajarita de papel”,
“Biblioteca de Estudios Literarios”, “Colección Cumbre” (De Diego 93-4). Sudamericana, en 1942, tenía ya las
colecciones siguientes: “Horizonte” —que publicaba fundamentalmente novela—, “Ciencia y cultura”, “Breviarios del
Argentinos” y “Sur” (que republicana los libros de la editorial Sur); fuera de las colecciones se habían editado
“algunos libros de Historia Universal”. “La editorial intentaba, como vemos, llegar a un amplio abanico de lectores y
ofrecía tanto entretenimiento como soluciones a problemas prácticos o reflexiones sobre el comportamiento social.
(…) El criterio de selección era amplio” (De Sagastizábal 108). En 1944, según Gloria López Llovet, ya había “dos
colecciones de novelas históricas y biografías” (39). En el catálogo de 1945, en todo caso, figuran: “Biografías”,
“Laberinto” (que incluye dos antologías compiladas por Borges, Bioy y Silvina Ocampo: Antología de la literatura
fantástica y Antología poética argentina con “los más bellos poemas argentinos de este siglo”, de 1940 y 41),
“Poesía”, “Grandes Obras” (De Diego 96). “Si en 1942 una de las colecciones era Autores Argentinos (De
Sagastizábal, 1995: 108), esa colección ya no aparece en un catálogo de 1945. En éste se privilegia la Colección
Horizonte, una colección de novelas que presenta 45 títulos, de los cuales uno es español (Baroja) y uno argentino
(Mallea, Las águilas); el resto son traducciones” (De Diego 96). En cuanto a Emecé: “En un aviso publicitario de
1943, aparecen mencionadas, además de la colecciones citadas [Hórreo y Dorna]: Buen Aire ("imágenes y espíritu
de América"), Los Románticos ("panorama del romanticismo universal"), Grandes Ensayistas ("las más significativas
134
propuesta inicial, se pasó a otra de corte más clásico, dirigida a las clases altas y
problemáticas de las clases medias pero también se adapta a los cambios que
desde hace dos décadas atrás se venían produciendo en los gustos literarios: así
policiales para la cual seleccionarán 110 títulos en diez años. “Si la colección Misterio de
editorial Tor había liderado la oferta ‘policial’ en la década del 30, dirigiéndose ‘a un público
obras del género en el orden clásico y contemporáneo"), La Quimera ("grandes obras universales"), Cuadernos de
La Quimera ("selección de cuentos magistrales"), Clásicos Emecé ("las obras más ilustres de la cultura del pasado”)”
total de la demanda.
135
de adolescentes o de lectores sin tradición literaria ‘seria’’,145 a partir de 1944 ‘El Séptimo
Círculo’ reunió lo mejor y más representativo del género” (De Sagastizábal 91).
amplitud de estos proyectos editoriales. Antonio Sempere, un español que se hizo cargo en
esas obras han de apoyarse unas a otras, dar prestigio a un sello editorial y
Estas representan algún tipo de afinidad ideal entre los distintos títulos que la
publicarse; resulta más fácil descubrir y elegir cinco títulos para sendas
colecciones, que buscar cinco obras sobre cualquier tema. Se reduce el campo
de la búsqueda del editor, labor sin tregua que ha de hacerse sobre decenas de
35)
serie sobre la obra individual: ¿por qué, si la obra es valiosa, habría que someterla al test de
“afinidad” con otras ya publicadas? ¿Cómo se podría descartar un original “a simple vista”?
Ocurre que es la idea misma de valor como cualidad ligada a la singularidad del texto la que
145
La cita incluida en el texto de De Sagastizábal pertenece a Jorge Lafforgue y Jorge B. Rivera, “La morgue está de
136
Inter-nos, “Revista exclusiva para profesionales del libro”146, de abril-mayo de 1941: momento
librería escriben”, un tal Juan de los Ríos pondera la “Influencia psicológica de una buena
obra en un catálogo editorial” —tal el título— y les recomienda a los editores, en actitud
colección “como mínimo cinco volúmenes de indiscutible valor” (13). Al sexto volumen, ya
pueden descansar:
Estas sucesivas publicaciones no son del valor de las iniciales, pero al ser
valor, pues aun no ha podido ser apreciado, sino que aún suena en el ambiente
venta les fué posible obtener un resultado rápido. En este preciso momento se
entusiasmo en el librero sobre las obras de tal editorial y que por el poder
lográndose con esto, como ya dije, un éxito superior al justo. (De los Ríos 13)
Las colecciones son así un instrumento fundamental dentro de estos catálogos que
enumeración, como vimos, aun dentro de una misma editorial, recuerda las “ambigüedades,
redundancias y deficiencias” de una enumeración borgeana, como aquella que clasificaba los
146
El logo decía: “La publicación del círculo que da movimiento al libro: Editores / Impresores / Libreros”.
137
animales en “(a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (..) (f) fabulosos, (g) perros
sueltos”, etc (Borges “El idioma” 86). Las colecciones subdividen el mundo de los libros (aun si
cada una, en tanto parte, parece de hecho encaminada a producir una totalidad diferente. Esa
totalidad —la cual supondría, en abstracto, un lector único— sino intereses de distinto orden
para cada conjunto de libros. El caso de Emecé, que nos llega con breves slogans, es buen
adhiere a una categoría estética de larga tradición crítica; “las obras más ilustres de la cultura
del pasado” se sostiene en una perspectiva universalista del patrimonio cultural, coyuntural
pero de aliento sin duda más largo que el americanismo; la colección de “Grandes novelistas”
sanciona un lugar común de estos años: la novela como género literario central, pero también
como género proverbial de la lectura ociosa; “El séptimo círculo” adhiere a una subdivisión
entonces muy polémica de la novela, que parece legitimarla como artefacto manufacturado
para el ocio a la vez que visibiliza un tipo de lector difícil de compatibilizar con el lector de la
tradición “humanista”.147
editoriales: sería un Frankenstein; del mismo modo que es imposible pensar que un mismo
147
El caso del policial es de hecho particularmente interesante. Al margen de la ambición, sin duda legítima, de
averiguar en qué textos se perciben por primera vez los rasgos definitorios del género, son las series y colecciones
las que señalan la existencia de un interés percibido como específico y diferencial, lo cual supone de por sí un
repertorio reconocible (para lectores, escritores y editores) de materiales, formas y procedimientos capaces de
satisfacerlo. Por eso “la segmentación temporal canónica del género policial en la Argentina indica la década de
1940 como los años de sus comienzos literarios” (Setton 119), y esto ya desde principios de la década siguiente.
138
sujeto lea todas las secciones y suplementos de un diario moderno de gran tirada (economía,
cultura, mujer, turf, etc). Esta es una novedad central del universo del libro en esta época: no
recién llegado Antonio López Llausàs lanza una serie de “lo que hoy llamaríamos libros de
‘autoayuda’” (De Diego 96) de Dale Carnegie, que ya habían sido un éxito de ventas en inglés:
Cómo ganar amigos e influir sobre las personas, Cómo hacer un hogar feliz y Cómo adelgazar
Ante el éxito formidable del título sintió que estaba actuando en forma
equívoca con los lectores y fue así que lo incluyó en Sudamericana. (López
Llovet 40)
poco los vapores éticos fermentados en la memoria familiar, obtenemos un editor que
frente a la mácula potencial de unos libros que ranqueaban bajo en la jerarquía cultural:
entendía su catálogo —diríamos— como un espacio que participaba por derecho propio de la
definición del lugar que les correspondía, entre todos los libros, a los que allí se editaban. Y
advertía una incompatibilidad de públicos: no había daño en sacarlos por un sello ad hoc,
porque el lector “popular” que López Llausàs preveía al comienzo para esos libros no compra
por catálogo ni según códigos de pureza, más típicos de la cultura culta; la convivencia, en
139
lugar de esperar que el prestigio (vector determinado por el peso relativo de quienes
participan de su definición) aumentara las ventas o atrajera buenas firmas, apostaba a que el
éxito de ventas (un vector puramente numérico) “connotara” otros libros del catálogo de la
editorial. Esa es también la lección del artículo de Inter-nos: el “valor” de las obras sólo
produce una “influencia psicológica” sobre el librero —que no parece tener intención alguna
de interponer otro criterio— mediante el éxito de ventas. Publicado apenas cuatro años
después del original, Cómo ganar amigos tuvo 18 ediciones hasta 1950 (41 hasta 1966; tres en un
año, por única vez, en el annus mirabilis de 1953) y, según Gloria López Llovet, llegó a vender
un millón de ejemplares.
Suele observarse, en línea con este último ejemplo, la proporción enorme de textos
traducidos en los catálogos de las editoriales grandes durante los años ‘40, notable si se tiene
en cuenta, como vimos, que la industria de la traducción había sido hasta entonces bastante
(tanto a América Latina como a España) un 40% de su producción durante esta “época de oro”
—que iría hasta mitad de los años 50. Esto, según José Luis De Diego, “obligaba a proyectar
catálogos más ‘universales’ con buena parte de la producción de literatura traducida” (112).
Pero esta relación no es evidente: ¿se afirma que el propio texto traducido, de algún
Esto último puede ser válido para una parte de los nuevos catálogos, pero hacen falta, me
140
específico para volverlo engranaje una maquinaria de movimiento regular—, requería una
disponibilidad de materiales que era a menudo más fácil de encontrar en las series o
colecciones de otros países. Hubo en los años siguientes incluso acuerdos para traducir
colecciones enteras (o parte de ellas), como hizo la editorial Lautaro con la inglesa Penguin —
la Colección Pingüino a partir de 1947 [Clementi 47]— y la estatal Eudeba con los 30
volúmenes que contrató en 1963 a la francesa Que sais-je? Dos: Si la cantidad y la velocidad de
las traducciones aumenta (no sólo en Argentina sino a nivel de la circulación mundial) es
también porque crecen y se aceleran los mercados del libro en Europa y Estados Unidos: el
aparato publicitario acelera la difusión y la venta, se publican rápidamente las cifras de libros
más vendidos (en publicaciones como Publisher’s Weekly) y las agencias internacionales salen
los títulos que la bibliografía, a falta de una conceptualización más precisa —por otro lado
89) o directamente best sellers: novelas o ensayos que se traducen rápidamente en razón de su
éxito previo en otros mercados. Esta aceleración general, sumada al desplazamiento del
epicentro temporario de la difusión del libro en español, casi de la noche a la mañana, hacia
148
“En tiempos de El Quijote, una obra necesitaba cincuenta años para dar la vuelta a Europa, mientras que hoy es
corriente que un libro se traduzca el mismo año de su publicación” (Escarpit Revolución 134).
149
“Desde mediados de la década de 1930 y durante las décadas de 1940 y 1950, la traducción fue particularmente
intensa [en Argentina] e incorporó en profusión lo que se estaba escribiendo contemporáneamente en otras
literaturas” (Willson “El lugar” 125). “Le grands pays traducteurs sont à l’heure actuelle —escribe Edmond Cary en
1956— l’Allemagne, la Tchécoslovaquie, la France, le Japon, l’Italie, la Pologne. Il es difficile d’évaluer avec quelque
141
A mitad de los años 30, en una serie de notas breves sobre “por qué no se vende el libro
argentino”, Roberto Arlt había ofrecido una imagen fracturada del mercado del libro. Arlt
censuraba la “prisa por publicar” de los argentinos en la víspera del concurso literario
municipal, que producía libros “apurados”, en los que “no se ha secado la tinta en que han
sido impresos”.
refiero son libros maestros, es decir, de los mejores novelistas europeos. (“La
Entre pagar dos pesos por 15.000 palabras de un mal escritor nacional y
exactitude la part de chacun d’eux, les statistiques n’étant pas toujours complètes ni établies sur des bases
comparables. Les Pays-Bas, la Belgique, l’Espagne et, sans doute, l’Argentine, suivent à quelque distance” (Cary
171). La “Federation Internationale des Traducteurs” se crea en 1953 con 6 miembros; en 54 tiene 10; en 1955 se
parece improbable que se los usara entonces para un libro entero. Así vuelve los cálculos más roñosamente
materialistas. Nótese también que de una nota a otra cambia las cantidades; bajo el estándar actual de 300
palabras/página, 15.000 serían 50 páginas y 80.000 más de 250. Un digno heredero de Arlt en varios aspectos,
Alberto Laiseca, se jactó medio siglo después de haber superado, con su novela Los sorias, el Ulises de Joyce —por
142
entonces, eso que algunos llaman libros nacionales? (“El negocio de los
editores” 46)
En razón de que Arlt pretende explicar con este ejemplo en apariencia particular (el
concurso municipal) toda la realidad del libro argentino, me permito a mi vez darle un valor
general: la separación entre el mercado de autores argentinos (de edición nacional, restringida
barata), que potencia este corte (de raíz más profunda) entre libros con la tinta fresca y
años, que en Buenos Aires se vive muy aceleradamente por el surgimiento de estas nuevas
editoriales. Como muestra el ejemplo del libro de autoayuda Cómo ganar amigos, también los
libros extranjeros llegan con la tinta fresca; lo que se traduce y edita ahora en grandes
cantidades, además, está lejos de ser mayormente “libros maestros” —ante todo porque
todavía no ha pasado el tiempo que permita asegurarlo. Esto coloca a la crítica local en una
posición nueva con respecto a la producción de los países “centrales” o la que llega mediada
por ellos.
los investigadores actuales los detectan con facilidad sospechosa. Cuando reseña la colección
fue inaugurada en 1948 con El extranjero, de Albert Camus y Los idus de marzo, de
Thronton Wilder. A ellos les siguieron otros autores de peso como Alberto
Moravia y Graham Greene, pero poco a poco los best-sellers pasaron a ocupar
la escena. Así, tanto de La impura como de El solitario, novelas de Guy des Cars,
143
Autores “de peso” versus autores ligeros. Pero esta sencilla “detección” actual —que
puede prescindir hasta de ver la tapa de los libros— no era evidente en general para los
críticos —ni para el lector— de entonces, e incluso podemos dudar de que lo fuera en todos
los casos para los propios editores que los habían contratado. Aunque las ventas previas ya
eran usadas con fines promocionales, no alcanzaban para orientar a nadie. Puesto a enumerar
los “títulos ‘taquilleros’” extranjeros del momento, Adolfo Prieto escribía en 1956: “Desde Lin
Yutang a Simone de Beauvoir, desde André Maurois a Ernest Hemingway, desde Vicki Baum
a Par Lagervist, abundan los patrocinios de títulos con más de 25 ediciones y son normales los
que logran más de 5” (Sociología 82). Atento al funcionamiento de los catálogos, el novelista
Bernardo Verbitsky pedía específicamente en los años ’50 que se incluyera a los autores
intervino para diluir el prejuicio de los autores locales frente a las formas más conspicuas de
promoción151.
en los catálogos de estas casas editoras durante los años 40 (De Sagastizábal, De Diego),
151
“El editor importante comienza por creer entre nosotros que el libro argentino figura fatalmente entre las cargas
de su negocio y en lugar de planear una ganancia con ese renglón de su quehacer, una vez que lo edita se siente
desligado. Preferirá que se venda, pero nada hará para conseguirlo, siendo muy distinto su punto de vista si se trata
por ejemplo de Lin Yutang. Y así, comienza por negarle el derecho a figurar en las colecciones ya acreditadas,
confinándolo, salvo pocas excepciones, a series especiales, con lo cual ya está señalando al lector su propia
desconfianza, pues no tiene otro sentido tal discriminación” (Bibliograma 9 4). Sobre su posición respecto de la
144
durante la siguiente ese desbalance se empieza a compensar. Para 1960, las traducciones
representaban un 10,4% del total de libros publicados en Argentina, cifra que era entonces el
promedio mundial; en España, en cambio, ascendían a 23,3% (Escarpit Revolución 121-2). “En
los años sesenta, la producción española inició la recuperación de sus mercados naturales”,
explicó José Luis Martínez con cándida entonación cipaya (98); recuperó igualmente su lugar
20%; la de España casi se triplicó. Para esta última fecha, México —que en 1943 editaba 23
veces menos— ya publica más que Argentina. Dos años después la superaba en un 30%
(Revolución 64-65). Se cerraba así la “época de oro del libro argentino”. Ese declive macro, sin
embargo, favorecerá la inserción de los autores locales (De Diego Editores 106-14).
Releer la historia editorial argentina a partir de una tensión entre políticas opuestas de
apropiación. Es decir, que este relevo es un signo de que el terreno privilegiado de la disputa,
como ya sugerimos, se desplaza en estos años de la factura material de los objetos —en un
relativa unificación de los circuitos del libro desde fines de los años ’30. Veremos también (en
el capítulo 2) que el devenir enigmático del público y de la figura del lector puede vincularse
igualmente tanto a la indiferenciación creciente de los libros como a la que sufren como
145
función identitaria del consumo cultural es eminentemente diferencial, aun si una cierta
práctica pudiera ser apropiada por un grupo nuevo en los términos exactos en que operaba en
su circulación anterior —lo cual es con todo difícil de imaginar—, esto acarrearía de todos
como soporte fundamental de las prácticas letradas que habían regulado históricamente el
acceso a la palabra pública —como ha mostrado Ángel Rama—, a la vez que de aquellas que
se tenía por índice de una subjetividad “civilizada”, luego “cultivada” y “moderna”, es todavía
en la primera mitad de siglo un bien de altísima sensibilidad. Hasta el punto de que algunas
intervenciones importantes de los jóvenes críticos de los años ’50, como la Sociología del público
argentino de Adolfo Prieto (1956), pueden leerse como escena de una tragedia: es su mismo
alcance lo que, paradójicamente, diluye el poder del instrumento que intentaban apropiarse.
Dicho de otro modo, en el momento en que estos nuevos “intelectuales” sin tradición familiar
—formados por la universidad, socializados por una industria editorial en auge y una
chispeante escena crítica— creen haber accedido al espacio simbólico donde se dirime la cosa
pública, descubren que el libro —que ya iba dejando de ser su sinécdoque, como veremos en
heterogéneas que nunca, y que por lo tanto su signo no es la intimidad de antaño, sino la
dispersión.
146
Del lado de los editores, que es lo que intentó examinar este capítulo, el cambio central
cultura” (los bibliófilos, Victoria Ocampo, etc) da paso a una gerencia pragmática y
decididamente comercial (donde dice “con los pies en la tierra” léase con las manos en
Publishers Weekly), es un caso interesante del choque entre presión de la demanda y habitus de
aprovechara la coyuntura abierta por el declive español difícilmente podía ya surgir como Tor
o Manuel Gleizer, con un pequeño capital personal o en el fondo de una librería de barrio. A
la vez, era natural que fueran figuras ligadas a la vez al capital y a la cultura las que se
lanzaran en un proyecto de estas características, que tiene “siempre” ambas caras, como repite
hasta el cansancio toda la bibliografía. Puestos a concebir una editorial como empresa y como
impidieran que floreciera el negocio, en tanto seguían apuntando (con todas las salvedades
del caso) a un público más restringido y específico; pero sus capacidades fueron sin embargo
cierto —adjetivó bellamente Jorge Rivera—, sería la lista de quienes a lo largo de esos años
editoriales” (101).
152
En esta época temprana, fueron directores de colección, entre otros: Francisco Romero, Guillermo de Torre,
Lorenzo Luzuriaga (en Losada); Eduardo Mallea, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares (en Emecé).
147
librería, que aspiran a volverse acontecimientos únicos o singulares (eterna fijeza), cuyo
consumo correspondiente parecía suponer (a los ojos de los intelectuales) una producción
reformulación importante, que tiene como requisito previo la plena validez de esa
dato insoslayable de la renovación crítica de estos años, es inseparable de este proceso, como
De Arlt —el autor de Los siete locos y de El juguete rabioso— me dijo en esos años
148
Capítulo II
En los años ’50, una serie de textos de diverso tipo —artículos, libros, una revista y un
discurso inaugural— afirmaron con perplejidad variable que la realidad del público argentino
y la figura del lector se habían vuelto un misterio. Más que la obsolescencia de un saber
vocación del lector y las motivaciones del acto de lectura, protegidas de su propia realidad
expansión omnívora de la industria cultural. A través de la figura del lector, cuyo “hábitat”
resultaba cada vez más incierto, esta serie de escritores y críticos intentaron volver inteligible
Además de su carácter probatorio —en tanto ofrecen una serie de experiencias de las
público argentino de Adolfo Prieto (1956), que protagoniza el capítulo, ha sido considerada
donde reside el interés. Prieto quiere dejar los discursos “espiritualistas” sobre la literatura
nacional por una observación empírica del público y el mercado, pero va a su encuentro con
experiencia literaria choca contra la centralidad que otras prácticas heterogéneas tienen para
la “cultura literaria”; su imagen del lector —ciudadano de la república de las letras— choca
con la incapacidad de los encuestados para explicar por qué leen lo que leen; el éxito de los
149
best sellers traducidos, contra el compromiso con las cosas del país que espera de sus
compatriotas; el lenguaje a la vez más convencional y más desregulado de los medios masivos,
tanto con los restos de una preocupación tradicional por la orientación de la mímesis social —
qué grupo impondrá la norma lingüística— como por los efectos indiferenciadores de la
masificación. Se trata de un texto atravesado por axiomas, que si la realidad incumple —como
dice el dicho— tanto peor para ella: en la brecha entre el ser y el deber ser, que corresponde
medir a la “sociología” —paso previo de una política—, se abre camino todavía el ímpetu
pedagógico.
década: la coyuntura histórica de la “nueva generación” crítica —de la que fue el primer
vocero— antes y después del golpe de Estado de 1955, el problema del público como examen
de situación para la intervención pública de los intelectuales —en la revista Ciudad (1954-55),
de la que fue secretario—, las expectativas de nuevos saberes (como la sociología) que
150
151
1. La cultura y su promesa
Sociología del público argentino (1956) es el segundo libro de Adolfo Prieto. El anterior,
dos años antes, había sido el primero dedicado por entero a la obra de Jorge Luis Borges. En
sintonía con la revisión de posguerra que se venía haciendo de las vanguardias del ’20 —de
todo a los fines de impugnar un prestigio —decía— excesivo respecto del valor real de la obra.
Censuraba sobre todo su actitud lúdica, testimonio del habitus (diremos) de una élite estéril.
Lo hacía en nombre de un renovado compromiso con las cosas del país, con la voluntad de los
interpelación vital.
de la premisa básica, pero también la sutileza del análisis que permitía reconocerlo como un
interlocutor válido153, colaboraron sin duda a volver legible al conjunto de jóvenes críticos y
pequeñas revistas que venía surgiendo en los años inmediatamente anteriores. Este
encontró exégeta y biógrafo en tiempo récord en Emir Rodríguez Monegal. En una serie de
cuatro artículos del periódico Marcha, compilada enseguida —principios del ’56— en el libro
argentina se estaba gestando en la crítica literaria, a través del ajusticiamiento de los “padres”
153
A diferencia, por ejemplo, de la impugnación de Borges y Martínez Estrada (entre otros) que hizo ese mismo año
el nacionalista Jorge Abelardo Ramos en Crisis y resurrección de la literatura argentina: a pesar de cierta agudeza y
del estilo chispeante —o a causa de eso—, una variedad de reseñas (Ramón Alcalde en Contorno, Juan José
Sebreli en Sur) se apuran a desestimar por completo la posición de este “parricida” ajeno.
152
(Borges, Eduardo Mallea y Ezequiel Martínez Estrada) que había comenzado Héctor A.
Murena desde fines de los años ’40 y continuaban, con más radicalidad, gente como Prieto,
Ismael y David Viñas —entre otros—, y revistas como Las ciento y una, Contorno y Ciudad,
surgidas en 1953 (las dos primeras) y 1954. La velocidad de esta exégesis prueba su visibilidad
—¡desde la otra orilla del Río de la Plata!— no menos que el éxito del propio epíteto de
Hijo y nieto —por un lado y el otro— de inmigrantes españoles, Prieto había nacido en
1928 en la ciudad de San Juan, en el oeste argentino. Contra los deseos del padre —que tenía
“una pequeña industria de dulces” (Blanco y Jackson 120)—, se mudó a Buenos Aires para
estudiar Filosofía y Letras. Llegó en 1946: el año en que Juan Domingo Perón, después de
pocos meses antes, vencía en elecciones a casi todo el espectro político reunido en su contra
—de liberales a comunistas— y una vez en el gobierno intervenía las universidades, iniciando
el éxodo de la gran mayoría de los intelectuales con alguna visibilidad; consumando, de paso,
una escisión fundamental entre sus criterios e instrumentos de prestigio y los del Estado. En
1951 Prieto termina la licenciatura; en 1953, con inusual precocidad para la época, obtiene el
doctorado con una tesis sobre “El sentimiento de la muerte a través de la literatura española
(siglos XIV y XV)”, que no se publicará hasta 1960 (y entonces de manera parcial, a través de
En los primeros años ’50, como vimos en el primer capítulo, la industria editorial
argentina alcanza un pico de producción de libros que no se repetirá en las siguientes dos
154
“Así, si Balbín tiene que referirse a los hombres jóvenes que se iniciaron en política enfrentando la primera candi-
datura de Perón, clamará por la ‘Generación del '45’. Un hombre con perspectiva literaria, en cambio, ya se trate de
Luis Emilio Soto en una conferencia o Verbitsky en un artículo aludirá a lo de ‘parricidas’”. David Viñas, “Una
153
décadas. Las librerías del centro de Buenos Aires —diseñadas (dirá Prieto) a imagen y
semejanza de los nuevos públicos— los rematan en mesas sobre la calle a tantos por equis
plata [FIGURA 2.1]. Como señala la historiagrafía del libro, indican las memorias de editores
como Arturo Peña Lillo o Boris Spivakov, y confirman también los testimonios de su
presencia que consigna con perplejidad y optimismo la Sociología, una multitud de actores
competían por esos años para extender el alcance del libro: estrategias publicitarias, reseñas
bibliográficas en todo tipo de medios, kioscos callejeros (ya abarrotados como nunca de
diarios y revistas de ostensible heterogeneidad), ventas puerta a puerta, suscripciones, etc. Las
prácticas de lectura “lowbrow”155 nunca habían resultado tan visibles para los circuitos
“ilustrados”, ni tampoco tan difíciles de aislar, porque suponían no sólo la presencia creciente,
en las mismas colecciones y librerías, de géneros tenidos por bajos (policial, autoayuda, etc) o
productos juzgados mediocres, sino también la circulación amplia de algunos tenidos por
buenos y hasta por difíciles, según se advierte con moderado optimismo en la Sociología; o
Para mí ha sido desde hace años un inquietante misterio el del destino de los
155
Las nomenclaturas disponibles en castellano (“popular”, “masivo”, etc) no son menos insatisfactorias que
“lowbrow”; y quizás sean más engañosas, en tanto parecen ofrecer una caracterización que en rigor reúne sujetos y
objetos que se revelan como un conjunto desde la mirada “culta” (¿”ilustrada”? ¿”highbrow”?). “Lowbrow” es al
menos honestamente estratificadora, lo cual indica que estas definiciones son interiores a un campo donde la lectura
154
difusión de materiales escritos cobraba dimensiones tan espectaculares que “la enorme
absorción de esa literatura” (énfasis mío) era difícil de imaginar, incluso para un escritor joven
“lectura”157 (Ciudad 2-3 5). Nunca tampoco, como en esos últimos tiempos de gobierno
peronista, la cultura literaria había parecido tan marginal: “las revistas literarias llevan la
muerte en su seno y en el mar de papel impreso dan sus manotones de ahogado”, afirmaba
Dessein en ese mismo artículo, que abría el número 2 de la revista Ciudad pocos meses antes
del golpe de Estado de septiembre de 1955158. Ni la difusión del libro, ni siquiera el éxito de
buenos libros podía ser considerado —según la fórmula de Prieto— “enteramente oro de
buena ley para la cultura literaria” (Sociología 81), porque era evidente que seguía lógicas que
ocupaba un lugar menor en esta época de oro del libro argentino. “Desde Lin Yutang a
Simone de Beauvoir, desde André Maurois a Ernest Hemingway, desde Vicki Baum a Par
156
Pariente de los fundadores del histórico diario La Gaceta de la provincia de Tucumán —del que fue colaborador—
, Dessein publicó dos novelas en estos años, además de algunos ensayos y cuentos en varias pequeñas revistas.
Era abogado; fue subsecretario de Justicia de la Nación durante la presidencia de Frondizi. “Estaba terminando la
tercera ‘El jazz me entristece’, que a Tomás Eloy Martínez le hacía acordar a Scott Fitzgerald, cuando su trabajo de
dedicación plena como miembro del directorio y asesor de la papelera Massuh le hizo dejarla inconclusa. Pensó que,
pasados algunos años, podría volver a su actividad de escritor de manera exclusiva. Pero por desgracia para la
literatura argentina, no fue así”, recordó su primo y director de La Gaceta durante largos años, Daniel Alberto
éxito comercial: “le principal fabricant (nous n’osons dire auteur) (…)” (88).
158
Eduardo Dessein, “La literatura de kioscos contra el individualismo” (Ciudad 1 7).
155
Lagervist” alcanzaban normalmente 5 y con cierta frecuencia 25 ediciones (82). Mientras tanto
juntaba polvo buena parte de la reducida primera edición de Bestiario (1951); Julio Cortázar, sin
embargo, sería uno de los autores más vendidos de la década siguiente. Tampoco el aparato
propagandístico del cine hacía otra cosa que reproducir esa desigualdad: la adaptación
argentina de El túnel (de Ernesto Sábato) o Barrio gris (de Joaquín Gómez Bas) podía ofrecerles
“3 o 4 ediciones”, mientras que las novelas inspiradoras de éxitos de Hollywood —como Duelo
al sol o Por siempre Ámbar— alcanzaban en cambio “tirajes fabulosos” (Sociología 91).
A fines del ’54, en el primer artículo del número inicial de Ciudad (“el punto de mira de
una nueva generación”) y en sintonía con muchos otros que saldrían en los tres números de la
revista, Prieto ya había presentado algunos de los temas que reformularía dos años después en
hacia una voluntad de acción mucho más concreta: de hecho el término “sociología” —según
masas.159 “Nos en venons ainsi à ce qui est de nos jours et sera san doute dans l’avenir —
profetizaba igualmente Robert Escarpit poco después— le moteur le plus efficace des
159
El “canon sociológico se extendería con desigual fortuna a América Latina a partir de la década de 1950,
impulsado por fundaciones privadas pero más por organismos internacionales como la ONU (inventora del ahora
discontinuado término ‘subdesarrollo’) y la UNESCO, que veían la necesidad de superar el rezago de las ciencias
sociales en el subcontinente, para convertirlas en auxiliares de las políticas de desarrollo” (Varela Petito 237).
156
las notas más estridentes del discurso intelectual en los meses que siguieron al golpe de
Estado de 1955, que interrumpió diez años de gobierno peronista. En el famoso número 237, de
fines de ese año, la revista Sur —órgano prestigioso de lo más sofisticado de la élite cultural—
invitaba a “la reconstrucción nacional”: “diríase que no estamos para historiar, pues ha
llegado el momento de la acción en el que cada uno puede dar lo suyo”160 (110); así lo
—por esas mismas fechas— de las investigaciones del introductor de la sociología empírica,
Gino Germani. Para reconstruir la nación iban a hacer falta cuadros a todo nivel: después de diez
intermedio —matizando las imágenes sacrificiales que acuñaron algunos de ellos162—, ciertas
voces de entonces y las investigaciones posteriores coinciden en que hubo más “resistencia
silenciosa” que confrontación163. Ahora se hacían otra vez docentes y funcionarios (en
160
Norberto Rodríguez Bustamante, “Crónica del desastre”.
161
Rodríguez Bustamante fue nombrado ese mismo año Director del Instituto de Historia de la Filosofía y el
cárcel, uno tenía por lo menos la satisfacción de sentir que al fin tocaba fondo, vivía en la realidad. La cosa se había
materializado. Esa fué mi primera reacción: ‘Ya estoy fuera de la zona de falsa libertad; ya estoy al menos en una
157
llegaban con ellos algunos de los jóvenes164. (Exagerando, escribía David Viñas en 1959: “en
cada embajada, por lo menos, hay un ‘rebelde’ de mi generación” [“Una generación” 285]).
Adolfo Prieto fue de los pocos, entre las cabezas más visibles de la nueva generación
crítica —Ismael Viñas, Ramón Alcalde, Noé Jitrik, etc—, que no tomó ningún rol ejecutivo o
bien después del golpe o luego del triunfo presidencial de Arturo Frondizi en 1958, de cuya
candidatura los miembros más orgánicos de Contorno habían participado. Ninguno de ellos
escribió en esos años libros de intervención tan claramente coyuntural como el Borges y la
universidad” (Gramuglio 14). En una reseña de entonces, en que lo defiende ante las primeras
críticas, David Viñas describió el origen de la actitud que animaba el Borges: “su resentimiento
la mitad por lo menos era escenografía” (Avaro y Capdevila 173). Pocos meses después, el
“Resentimiento por lo que se nos presenta: próceres estucados, tinglado, historia cubierta de
164
Viñas: “Y lo que habíamos empezado a vislumbrar en el '53 o '54 momentáneamente se dejó de lado por el
regreso al sólido fervor del '45; teníamos más ganas de hacer cosas que de reflexionar sobre los matices del
158
FIGURA 2.1. Paseantes hurgando en una librería sin puertas durante la noche, circa 1960. Foto: Sameer Makarius
(83). “Los únicos comercios que gozan en Buenos Aires la franquicia de mantener sus puertas abiertas hasta altas
horas de la noche son las librerías. Todas estas librerías nocturnas cuentan con mesas con- sagradas, de manera
exclusiva, a la venta de ediciones populares accesibles a las eco- nomías más modestas. Hurgar en estas mesas,
hojear sus libros, es uno de los entretenimientos predilectos del paseante nocturno de la ciudad”. (Epígrafe de
Córdoba Iturburu)
159
llama Bourdieu165 (Les règles 189). Acaso no resulten tan sorprendentes las autoridades que el
joven “crítico parricida”166 convoca para su causa en estos libros tempranos (Ortega y Gasset,
Aranold Toynbee, Américo Castro167), si suponemos que de lo que se trata es más bien de
reivindicar una cultura literaria a la altura de su promesa. Lo mismo puede decirse de las
exigencias sartreanas que Prieto le opone a Borges, que a juzgar por el interés de los órganos y
figuras de la élite liberal —Sur, Guillermo de Torre— en las ideas de Sartre, pueden leerse sin
inmersión en la realidad, compromiso con su tiempo), que pueden muy bien ser anti-
establishment en un momento determinado, pero tal vez se oponen de manera más clara a la
incluso a la “deshumanización” que se temía del desarrollo técnico, y que las líneas
En el artículo que ya citamos, Dessein opina que “las revistas deben acercarse a ideales
literarios, humanísticos y de convivencia. Con un tono liviano, debían ser pequeños libros”
165
“Los que quedan ahora exigen más y seguirán exigiendo, no hay límites para su insatisfacción”, escribió David
historia argentina invocaba a Croce contra los liberales y a Ortega y Gasset contra los del grupo Sur!”. Se refiere al
historiador católico y funcionario peronista Vicente D. Sierra (1893-1982), autor de una Historia de la Argentina
(1956).
168
Además de la repercusión inmediata que tuvo Sartre en Francia, facilitó su entrada la presencia que ya tenía
160
(Ciudad 2-3 6). El mismo año de la Sociología —1956— Oscar Troncoso, en la revista socialista
en su intelecto. Está fuera de toda duda, que el saber concienzudo, a pesar del
subrayado mío)
literaria en tanto modelo ético y estético. Como advierten las intervenciones que vamos a
Hablar del lector como misterio se ha vuelto un lugar común. Cuatro décadas después
del período que nos ocupa, la revista mexicana Fractal consideró adecuado traducir “First
campo—, con el nuevo título de “El lector como misterio”. Y todavía en 2002, en un artículo
lectura y uso del libro” que su autor dirigió el año anterior— Eduardo Fidanza comenzaba:
161
“Para empezar, es prudente desanimar al que inicia este capítulo acerca de la posibilidad de
pero inasible, productora del texto pero que no deja marcas de su productividad”, escribía
Lisa Block de Behar en 1984 (164), en un momento en que variadas hermenéuticas del texto,
tanto teóricas como empíricas, intentaban todavía reformular la problemática del sentido a
Quesada reveló un campo de lectura desconocido para las élites letradas en la propia ciudad
prácticas lectoras diferentes, “El criollismo en la literatura argentina” era no sólo un planfleto
de censura, sino que ésta ni siquiera apuntaba contra esas prácticas: las relevaba, en tono
sarcástico, para refutar a algunos letrados que imaginaban todavía la gauchesca hernandiana
como una corriente viva y auténticamente argentina, cuando quedaban ya pocos gauchos
inmigración. Pero su esbozo etnográfico provocó reacciones: Miguel Cané, en carta pública
169
Sobre este tema puede verse “La crítica de la lectura: puesta al día”, artículo en dos entregas de Diana Sorensen
que reseña sus principales sus corrientes todavía con el entusiasmo de lo novedoso (1981).
162
existencia de esos textos y lectores y enseguida su firme compromiso de no leer nunca “ese
extinguirlos por medio de la escuela, le ofrecía ese corpus a la arqueología del futuro, para que
lo desenterrara cuando “sea esta una tierra completamente civilizada” (238). Y fue así nomás, o
casi: tuvieron que cambiar muchas cosas para que fuera en cambio la crítica literaria la que se
dignara, ocho décadas después, a leer por fin esos folletos. Más significativo es que fuera el
propio Adolfo Prieto el que se sumergiera fascinado, a través del “fondo Quesada” —como lo
bautiza perentoriamente Cané—, en las prácticas populares de lectura del cambio de siglo170,
Lo que resulta misterioso para los intelectuales de los años ’50 no es la existencia de un
medida considerable por lo menos, quiénes son ni dónde están los lectores, ni,
Sociologie de la littérature de Robert Escarpit, que es del mismo año que este breve discurso de
Francisco Romero, sugiere que al menos en ese país de vieja cultura, ni siquiera la férrea
170
Adolfo Prieto, “El discurso criollista en el origen de la Argentina moderna”.
163
organización de los habitus que lo distingue lograba compensar la opacidad del público
ubicua del policial) “hasta qué punto el lector es un enigma”: un sujeto indiferenciado que
sólo “una sociología del libro” podría volver inteligible. La crítica de la razón pura, publicada
tanto en colecciones filosóficas como populares, podía conseguirse en una estación de tren;
Jorge Luis Borges dirigía para Emecé, desde mitad de la década anterior, una colección de
novelas policiales que se distribuía también en las librerías “sofisticadas”. Esto que Francisco
Romero observa con preocupación a la vez comercial y política desde la mirada del humanista
y del editor —porque pronunció este breve discurso en la inauguración de la nueva sede
porteña del Fondo de Cultura Económica—, Juan José Sebreli y Adolfo Prieto lo habían
percibido pocos años antes, como veremos, desde la perspectiva de jóvenes ensayistas que
lectura (Prieto les llamará “campos” en 1988) se ha vuelto borrosa: signos demasiado
estrategias más básicas para distinguir una lectura “culta” de una “popular”. Resulta difícil
saber qué tan “sofisticados” podían ser los libros que se ofrecían en los kioscos corrientes
hasta los años ’50, menos en cuanto al prestigio de los autores —porque los “clásicos” en
ediciones baratas, como vimos en el primer capítulo, circulaban en los kioscos desde
principios de siglo— que al cuidado de las ediciones. El editor Arturo Peña Lillo, conocedor
de la historia del libro, no sólo fecha en 1950 la venta de libros en kioscos, sino que se adjudica
la idea. Ese año comienza a ofrecer (dice) “‘1000 formas de ganarse la vida’171, algún ensayo
171
No encontré ningún libro con ese título, pero entiendo que se refiere a algún libro de autoayuda como los de Dale
164
social y varios títulos policiales del Séptimo Círculo, haciendo un total aproximado de 20
títulos” (Memorias 48-49). Entiendo que se refiere a la venta en kioscos de libros producidos
para distribuir en librerías; esto no era nuevo, pero es probable que por regla general se
hubiera debido a iniciativas específicas de los mismos editores —como el caso pionero de José
la separación de espacios. “El tono intelectual subiría a medida que el público se familiarizara
con la nueva metodología” (49): de modo que era el habitus de los lectores más cultos el que
ahora había que reeducar. Sobre esta trayectoria, en todo caso, se montará la estrategia de la
Editorial Eudeba a partir de su fundación este mismo 1958: en ediciones baratas pero
divulga con notable éxito textos de todo tipo en kioscos propios ubicados en calles y
universidades. En los años ’60, según Jorge B. Rivera, ya podía conseguirse fácilmente en los
otro extremo del espectro social: en el declive de la librería —de ciertas librerías selectas—
como lugar de peregrinación y de encuentro para la élite cultural. “Hacia 1910 —nos
recordaba Beatriz Sarlo—, las librerías de Buenos Aires, tanto por su disposición interna, por
su ubicación en el centro de la ciudad, como por el mundo cultural que las ocupaba, eran
(Imperio 20). Eran el hábitat natural del lector; los libreros, políglotas enciclopedias andantes
que debían estar “al corriente de cuanto se publicaba en Madrid y en México, en Barcelona y
en Santiago de Chile”; sus vidrieras —su cara pública—, “un espacio de complicidades casi
165
privadas” (Imperio 35172). Tampoco era casual que se hubieran vuelto lugares de reunión para
cierto público: habían sido diseñados en muchos casos para esta cumplir esa función. Así, por
ejemplo, en 1925 la revista Martín Fierro —órgano de la vanguardia literaria, muchos de cuyos
miembros eran prole directa de esa élite— anunció que había abierto sus puertas,
La finca está compuesta por Planta Baja, Sótano y cuatro plantas altas. ‘El local
bajo calle Florida números 639 y 641, con las siguientes instalaciones: Una gran
cristales, bronces, herrajes finos y espejos’ entre otras cosas. El resto del
decoraciones en estilo Luis XVI, cristales biselados, espejos con luna biselada,
172
La descripción de los libreros es cita original de Bernardo González Arrili: Buenos Aires 1900. Buenos Aires:
166
“Todas las veces que fui a esa casa —asegura Leandro Suárez Casariego, aspirante a
bibliófilo en los años que aquí refiere, alrededor de 1930— me encontré con destacadas
melancolía— “debían tener cultura y afinidades comunes, espirituales y materiales (…); gustos
y disposiciones para gozar de todos los aspectos de la vida en sus modos más exquisitos, que es
lo coherente” (71).
El hecho de que, como vimos, las novedades editoriales y los libros “de bibliófilo”
(ejemplares raros, antiguos, de lujo) convivieran todavía bajo el mismo techo, favorecía sin
duda esa circulación. En el mismo número de Martín Fierro, un aviso de El Bibliófilo detalla un
poco más los productos que ofrece: “Ediciones antiguas y raras/Libros de lujo/Obras de
diciembre, otro aviso agrega “suscripciones a revistas francesas para el año 1926” (Velarde 60).
Rafael Alberto Arrieta indica cuán exclusivas podían ser estas últimas:
173
Véase “La bibliofilia: una perversión del amor del libro” en el capítulo 2.
167
De estos mismos años deben de ser los recuerdos del escritor Manuel Mujica Láinez
(nacido en 1910), que acudía en la adolescencia a la Librería General de Tomás Pardo “en pos
de sus libros que no hallaba en otra parte” (2), además de la guía del propio dueño. De este
modelo de librero de los años ’30 decía justamente Trenti Rocamora que “era un erudito,
visitado y respetado por los intelectuales”. Habría que decir: por necesidad. Aunque eran ellos
los que daban a menudo su nombre al establecimiento, la trabajosa selección, sin disonancia
Son las voces que salen de los libros que Don Tomás reunió en estos anaqueles,
las voces de la asamblea de todos los tiempos convocada por él. Vienen de lo
suman en una sola voz que funde el ritmo de la poesía con la exactitud de la
prosa y que gira entre las bibliotecas como una música muy antigua y muy
joven, de suerte que nos parece que estamos en el centro de una gran colmena
la intermediación del librero se vuelve mucho menos central. Desde entonces las fuentes de
epicentro estaba ahí mismo en Buenos Aires—; la mayor parte de la producción de libros era
local y al menos parte de la extranjera se importaba por medio de representantes que traían
grandes cantidades para distribuir, como el caso famoso de Joaquín de Oteyza174. Las librerías
174
“El día 15 de mayo de 1935 se abren al público las puertas del gran Depósito de libros españoles que Oteyza ha
establecido en Buenos Aires. Oteyza, madrileño puro, ha elegido la festividad de San Isidro, el Santo Patrón de
168
modernas tienden a prescindir del nombre de sus dueños y los libros que ofrecen ya no se
funden de ningún modo en “una sola voz”: más que “colmena rumorosa” (ilusión monarca:
por lo tanto sus públicos también175. La librería Verbum lo advirtió en 1955, según informaba
Ciudad:
con gran despliegue, sus instalaciones. El viejo local bajo el nombre de CLÍO,
diagnóstico del público siguiendo la circulación material del objeto libro. Al fin y al cabo,
Romero era tal vez el filósofo argentino más prestigioso del momento176, pero era también
editor; tenía su Teoría del hombre —que reverenciaban, como veremos, algunos de los jóvenes
de la revista Ciudad—, pero llevaba dos décadas trabajando para editoriales que dependían de
las ventas, lo que además las diferenciaba del Fondo de Cultura Económica, cuyas nuevas
instalaciones en Buenos Aires dejaba inauguradas con este breve discurso. “Voir clair [en
Madrid, para que el libro español se manifieste en la ciudad porteña. La sede del Depósito de Oteyza en Buenos
Aires está instalada en un edificio de tres plantas, de trescientos metros cuadrados cada una” (120). Véase Mangada
rasgos de exclusividad.
176
Romero eran entonces unos de los intelectuales argentinos más prestigiosos y una figura en buena medida
arquetípica de intelectual liberal. Lo primero es tal vez más difícil de probar a tanto olvido de distancia. Héctor Grossi,
en Ciudad, provee la siguiente enumeración de intelectuales que sufrieron “persecusiones, cárceles, torturas,
destierros, emigraciones, muertes”: “Einstein, Fermi, E. Stein, Huizinga, Cassirer, Houssay, F. Romero” (3 17).
169
littérature] —observaba ese mismo año Escarpit— n’est donc pas simplement une nécessité
d’action: c’est aussi une bonne affair” (Sociologie 15). La mexicana FCE —que recibía
financiación estatal— era sin duda, para intelectuales como él, lo que las grandes editoriales
argentinas debían y no podían ser: “americanista” (por el origen de sus firmas, por algunos de
sus intereses, por su circulación, por su colección Tierra Firme177), modernizadora del
universitario (ante todo en su colección Breviarios, para la que Romero escribió una Historia de
la filosofía moderna en 1959). En esa línea, Ezequiel Martínez Estrada elogiaba al Fondo un año
después por haber resuelto “con sencillez magistral”, en el mercado mismo, la relación de la
empresa editorial que le es inherente, supera a todos los otros focos de cultura
177
La colección Tierra Firme alegoriza puntualmente esto de que el FCE era lo que las otras no podían ser: el plan
original de la colección lo había hecho Pedro Henríquez Ureña, colaborador de la editorial Losada de Buenos Aires
desde su origen (al igual que Romero). Cuando Daniel Cosío Villegas, entonces director del FCE, le pidió que lo
preparara, Henríquez Ureña respondió que la colección americanista que dirigía para Losada había sido
interrumpida por bajas ventas, de modo que aceptaba declararla perdida y diseñar una nueva. (Liliana Weinberg,
“Intelectuales y editores”). Véase también Gustavo Sorá, “Misión de la edición para una cultura en crisis. El Fondo de
170
universidades que no han podido hacerlo. (Martínez Estrada “El Fondo” 1178)
Libros producidos según los protocolos “cultos”, puestos al alcance (en precio y
presencia) del circuito popular, donde lectores heterogéneos pueden por lo tanto encontrarse;
esta parece ser la “solución”, que es por otro lado la que desarrollaba la editorial Eudeba por
esos años179. El encuentro del lector “culto” y el lector “popular” —inquietud del pedagogo no
menos que del editor— se produce simbólicamente alrededor de cierto punto y seguido en el
axiomáticas:
Tampoco hace falta investigación empírica para describir el uso que hacen de él los
Todos los asistentes a este festejo de una editorial somos hombres y mujeres de
editorial, fundada en 1934. Martínez Estrada, “El Fondo, instituto editorial de instrucción superior y popular”.
179
El proyecto original de Eudeba —financiada por la Universidad de Buenos Aires—, lo preparó de hecho Arnaldo
171
civilizadora. (2)
Si no hiciera falta salir del espacio restringido de estos hombres y mujeres del libro,
donde la práctica lectora goza de una presunción de transparencia, alcanzaría para definirla
con las especulaciones de la filosofía política o la crítica literaria180. Pero por razones a la vez
allá, hacia “la amplísima zona de los suburbios literarios, suburbios que por una conexión
nada casual coinciden con las barriadas extramuros de todas las grandes ciudades de la
República”, como había dicho Adolfo Prieto en la Sociología del público argentino (103). Ahí, en
efecto, la práctica lectora se revelaba mucho más opaca. Haría falta echar mano a una saber de
la alteridad:
De una meditada sociología del libro se podría deducir una política del libro en
La yuxtaposición es notable: dos lectores heterogéneos se miran a los ojos en ese punto
“lecteur banlieusard” (108), lo llama Escarpit—; el de la segunda, que es el lector “en sentido
180
Esta presunción ha vuelto históricamente tanto más escandaloso el encuentro con las prácticas “reales”: lecturas
172
individualista y crítico como la época que debe encarnar: el que ejerce “su actividad específica,
la postura independiente del hombre que lee, aprecia, compara y juzga, y así enriquece su
espíritu y crece en libertad; porque el libro ha sido, es y será uno de los mayores estímulos
para la libertad humana” (15). Este lector —dicho de otro modo— es una minoría universal; el
otro, ciudadano de la noche, será el objeto de la acción conjunta, sociología de por medio, del
Ministerio y el marketing editorial, cuya identidad de intereses Romero sostiene, como acaso
sólo se lo podía hacer en la FCE o en Eudeba, por medio de la sinédoque milagrosa de “la
El lector que procuraría definir la sociología del libro no debe ser únicamente
el lector actual, el que ahora busca, adquiere y lee libros. En todo hombre, por
serlo, hay una posibilidad de lector que debe ser actualizada para que se
sociología del libro, ha de iniciarse con una pedagogía que eduque al hombre
como lector; que, por una apropiada mayéutica, saque a la luz el lector
En cada hombre hay un lector soterrado: esa forma más humana (es decir, más
tradicional. ¿Qué necesidad en este contexto de una sociología? Ella viene a salvar la brecha
—podríamos decir— entre “spleen et idéal”: no para contrastar por medios empíricos la forma
ideal, sino para servir de base a una “política” que la lleve a la práctica.
humanista sino para ofrecer una pátina de universal— le sugirió a Romero la conveniencia de
173
amplio y visible de la lectura con ojos que no eran, en última instancia, mucho menos
liberales ni menos animados de espíritu pedagógico, pero a lo cuales era evidente que “el
Ciudad es una revista de jóvenes que aspiran a intervenir en la vida pública argentina.
En los meses finales del gobierno peronista, ensayan en sus páginas las coordenadas
filosóficas y las alianzas simbólicas que deberá tomar esa acción, y seguramente también —
según reclama un artículo de manera explícita— van tendiendo las redes concretas que
podrán darles (como decía Sarmiento que pedía Arquímedes) “un punto de apoyo” para poner
la “patria (…) patas arriba” (Sarmiento 118); que para eso le sirve tener una revista al que puede
costeársela, como observó agudamente André Breton (“Second manifeste” 7). Estas son las
ambiciones que animan una serie de inquietudes respecto del lector y la lectura fuera de los
límites del espacio intelectual: sobre la “literatura de kioscos”, sobre las lectoras de revistas
femeninas, sobre la función formativa del público que deben cumplir los suplementos
especializados.
Los tres números —dos de ellos “dobles”— salieron entre 1955 y 1956. Ciudad fue
reconocida inmediatamente entre las revistas jóvenes de renovación del campo literario
174
argentino —con Contorno y Centro, fundamentalmente— pero a partir de entonces recibió una
atención crítica mucho más modesta y genérica que las otras dos. Su leit motiv —la literalidad
es eficaz— seguramente colaboró con lo primero: “Ciudad, el punto de mira de una nueva
generación”. Con lo segundo, el hecho de que pocos de sus colaboradores (Adolfo Prieto,
Héctor Bianciotti luego de la Académie Française, Alicia Jurado) dejaron marca en la literatura o
la crítica literaria; otros se destacaron, sí, en otras áreas: el periodismo (Ernesto Schoo, Hugo
Ezequiel Lezama), la crítica de cine (Héctor Grossi), la crítica de arte (Rafael Squirru), la
Alfredo Martínez de Hoz, hijo). Acaso también la heterogeneidad retrospectiva del conjunto;
así, conviven con Prieto, por ejemplo, el Ministro de Economía de la dictadura militar que lo
obligó a exiliarse en 1977 (Martínez de Hoz) y el director del diario que financiaba la Marina,
artículos181.
Emir Rodríguez Monegal apuntó con agudeza que la cercanía aparente con Centro o
sugirió también, esta vez con error, que la duplicación de colaboradores tenía que deberse
apenas a la coincidencia temática. Esta última, hay que decir, es tan flagrante que no parece
casual: en el mismo mes de diciembre de 1954182, Ciudad y Contorno sacan a la calle sendos
dossiers dedicados a Ezequiel Martínez Estrada; en el número 2 (impreso en julio del ’55)
Ciudad anuncia uno especial (que hubiera sido el cuarto) sobre la novela argentina para el año
siguiente, pero Contorno se le adelanta en septiembre con uno sobre el mismo tema.
181
Véase Zanca, “La fe de Prometeo”.
182
El número de Ciudad indica “Primer trimestre 1955” pero se declara impreso el 17 de diciembre del año anterior.
175
siempre un nombre de Contorno, fue Secretario de Redacción en los primeros dos números de
Ciudad, en los que su participación parece de hecho más orgánica que en la aquella183. Su
artículo “Sobre la indiferencia argentina”, que luego formará parte de Sociología del público
argentino dos años después, es el primero del número inicial de la revista, con lo que
que aúna ese grupo heterogéneo —pronto disgregado—, según se lee en las prioridades de los
artículos de sus tres números, no es ajeno a la preocupaciones del libro de Prieto: las
cultura literaria fuera de sus límites, la formulación de una política pedagógica para el el
compactas.
presentación del director se titula “Venturas y desventuras del hacer. Un nuevo intento”.
183
Gramuglio observa que “siempre se ha asociado a Adolfo Prieto con esa publicación, a la cual lo ligó,
indiscutiblemente, junto con ciertas afinidades ideológicas, una clara marca generacional. Sin embargo, esa
vinculación no deja de presentar algunas aristas enigmáticas: Prieto publicó un solo artículo de crítica literaria en el
primer número de Contorno; no publicó ninguno más (…). Recién en el número 7/8, de julio de 1956, volvió a
publicar, pero lo hizo sobre el tema que convocaba los reacomodamientos de la hora: el peronismo, cuyo
derrocamiento en 1955 fue un verdadero parteaguas en el frente de quienes, como los integrantes de Contorno,
hasta entonces habían formado parte de la oposición. Solo después de esa reaparición se incorporó al comité de
dirección del último número de la revista, dedicado al análisis del frondizismo, y al de los dos Cuadernos de
Contorno, pero tampoco escribió en ellos. Un somero repaso de lo que publicó en esos años muestra que lo hizo
más en otras revistas, como Centro y Ciudad, y fue en Centro donde apareció “Borges, el ensayo crítico”, un anticipo
176
Carlos Manuel Muñiz imagina esa acción según el tropo tradicional del desierto: “En
Argentina, país nuevo, inmenso arenal inconquistado, se han precisado hombres con garras
nacional; los que fundaron “Colegios y Academias” y “las primeras instituciones culturales” a
fines del XIX; ya en el XX, los responsables de esas instituciones blandas, claves para la
imaginación liberal: revistas como Nosotros (“el milagro (…) que duró casi treinta años”),
Martín Fierro (“con veinte mil ejemplares en un solo número”) y Sur (“con más de veinte años
de vida”). Tareas patrióticas, en ese orden: organizar el Estado, fundar instituciones, publicar
revistas literarias. Este y los dos que le siguen (más los poemas inmediatos) fungen así un poco
como “avant propos”: primero el de Prieto, “Sobre la indiferencia argentina”, que denuncia la
manía argentina de no dejarse interpelar vitalmente por la realidad (sobre el que volveremos).
Sería posible (por pura resonancia epocal) hablar de “compromiso”, pero lo contrario
es más cierto: el término es usado muy poco y sin énfasis, lo mismo que el nombre de Sartre,
“derrotista” (Ciudad 4-5 47) en sendos artículos. La única excepción es la “Respuesta de Adolfo
184
Los dos poemas que siguen están también en la misma línea: figuran criaturas contemplativas e inmóviles, cuya
falta de vitalidad evidentemente censuran. “Cuánto duele la vida / lanzada a ser silencio, / sin herida ni sangre, / sin
ardor y sin riesgo”, dice el de Julio Álvarez (“Desde hace tiempo”); y un poco después: “Para dejar los ojos /
177
Prieto”, del número 2, donde el autor defiende los argumentos sartreanos de su Borges y la
nueva generación (1954) frente a las críticas de Roy Bartholomew; único instante polémico que
se permitió la revista.
“Desalojado” de “la torre de marfil”, nos informa Héctor J. A. Grossi que “el intelectual ha sido
arrastrado a la plaza mayor, al escenario de las fundaciones, para decir su voz en el mundo
que se anuncia” (16): podemos fechar entonces el desalojo el 23 de septiembre de 1955, en que
Pero en el mundo que se anuncia, según parece, el escenario de las fundaciones ya no será la
plaza mayor, sino otro que ya le requiere al intelectual nuevas condiciones de actuación:
185
“Y fuí a la plaza y se me contagió la alegría de todos y canté el himno patrio y vivé y agité mi pañuelo”. Jorge A.
178
más precaria. Sobre el final de sus “Meditaciones sobre el intelectual de nuestro tiempo”,
incalculable, aproximándolo a los hombres por la fértil vía del dolor. (17)
pragmático, Muñiz pide en ese mismo número 3 —en su segunda y última colaboración—,
para “la nación devastada”, el “aporte de sus hombres mejores” en la tarea pedagógica de
fecundo a sus problemas”. Pero los mejores hombres se estaban disgregando después del
antiperonismo intelectual186. Rubén A. Benítez reclamaba evitarlo mediante “el trato directo y
Los grupos intelectuales deben buscar, en este momento, la cohesión social que
nacional. Para lograr esa cohesión creemos necesario romper las cámaras de
posible, desde hace doce años, el contacto profundo pero insuficiente de los
186
Véase “El antiperonismo intelectual: de la guerra ideológica a la guerra espiritual”, de Flavia Fiorucci.
179
Esta es ya una segunda categoría dentro de los temas generales de la revista, contracara
del “parricidio”: el espacio conflictivo de las alianzas, donde hallamos llamados al diálogo y
preocupación por la continuidad cultural. A tres páginas del final del primer número, esta
¿Quién será el escritor joven que se anime a destacar los valores de algunos de
los que lo precedieron sin temor a ser objeto de las pullas y el menosprecio de
Sólo los cobardes matan a sus padres: la valentía, mediante una inversión notable,
queda ahora del lado del reconocimiento y del diálogo187. La sección “Los escritores
argentinos” es el escenario central que dispone la revista para establecer alianzas con “los
Luis Borges y Francisco Romero. También cumplen una función similar ciertas reseñas y
187
Apenas dos páginas después, sin embargo, la misma sección de misceláneas trae una cita de otra revista nueva,
Reseña, donde se recupera la imagen ya hegemónica de una juventud combativa y beligerante: “UNA REVISTA DE
JOVENES. ‘Una revista de jóvenes debe ser —precisamente— una revista como de jóvenes y no un libelo como de
viejos resentidos. Se entiende que los jóvenes, por tener aún todos sus dientes, han de morder, dentellar, etc., y no
balbucir, babosear, bisbisar... ¡Qué cosa triste es siempre un joven tironeado por alguna raíz carcomida, es decir,
180
historiador José Luis —director de la revista Imago Mundi188—, el filósofo Vicente Fatone —
traductor de buena parte del influyente Estudio de la historia de Arnold Toynbee—, el novelista
Eduardo Mallea, miembro de Sur y director del suplemento cultural del diario La Nación.
mitad de 1955 que el conflicto generacional se polarizaba “en el plano de las ideas en torno a
don Ezequiel Martínez Estrada, sobre el que aparece un artículo por mes en las revistas de la
Capital y el Interior” (“Carta” 16). A fines del año anterior, en el mismo mes de diciembre en
que Ciudad salió con su dossier, Contorno le dedicaba un número entero. Y de hecho es en
buena medida en razón de ese dossier —de espíritu tan diferente a los dos que le siguieron—
que resulta demasiado fácil considerar a Ciudad en sintonía con otras revistas jóvenes. Así, sin
dudar por supuesto que también a ellos el pensamiento de Martínez Estrada los interpelara
hondamente, podemos leerlo como escena de una alianza con esos otros jóvenes, que se
Los artículos del dossier, por otra parte, comparten el tipo de juicio y los términos
generales de la evaluación que hacía Contorno ese mismo mes, y algunos puntos del anterior
de Héctor A. Murena—de 1951189—, que según la versión consagrada los inspiró a todos.
Autodidacta de origen humilde, empleado público casi toda su vida, Martínez Estrada había
sido reconocido primero como poeta (con variados premios oficiales y la amistad de Leopoldo
188
La revista Imago Mundi reunió un número de importantes intelectuales alejados de la universidad durante el
peronismo. El historiador José Luis Romero, que la dirigía, se refirió a ella como una “shadow university”. Véase
América (1954).
181
Lugones, bardo nacional) y luego como ensayista a partir de Radiografía de la pampa, de 1933190.
Según Martín S. Stabb, sin embargo, no despertó interés crítico hasta poco antes del instante
que nos ocupa. El “impacto poderoso” de Muerte y transfiguración de Martín Fierro (1948)
cambió el panorama —especula—, a la vez que la difusión del existencialismo, que permitió
“estética y filosóficamente afinados para oír el mensaje de Martínez” (78). Pero influyó
reprimido, volvía a entrar a la ciudad; acicateados por la épica ambiente, los historiadores
nacionalistas reescribían cien años de historia liberal bajo una mirada revisionista. Volvía así
a primer plano el magma conceptual del siglo XIX, que Martínez Estrada había vuelto a soñar
(como dijo Borges de su libro sobre el Martín Fierro) a través de “la experiencia de Melville, de
confuso o incluso irracional, pero también sutil y minucioso: erudito y (según el término de
época) “sociológico”191, en particular el análisis total, en dos tomos, sobre “la vida argentina”
que había cristalizado en el Martín Fierro. Pero su centralidad tampoco es comprensible sin
tener en cuenta la ubicación única que había construido en la tradición intelectual argentina:
ajeno a la élite cultural por origen y habitus, reconocido sin embargo por ella —a diferencia de
190
“Martinez Estrada ganó el tercer Premio Nacional de Letras por su libro de poemas Nefelibal (1922), el primer
Premio Municipal correspondiente al año 1927 por su colección de poemas Argentina; el primer Premio Nacional de
Letras correspondiente al añio 1929 por la colección poética Humoresca y Títeres de pies ligeros; el segundo Premio
182
Roberto Arlt: otro faro—, Martínez Estrada había conseguido a hacer de la denuncia radical
de la tradición liberal su manera de encolumnarse en ella. Los había sin duda más críticos que
él, pero habían abandonado esos valores que la “nueva generación” —la de Ciudad no menos
el dossier de Ciudad: “Parece también claro —aún cuando la fraseología sea oscura y a veces
como reales valores, siempre y cuando sirvan a un plan social de justicia. Pero, en cambio,
abundan las opiniones oscuras, y las alusiones o declaraciones ininteligibles, o increíbles. Así:
¿Qué opina sobre la real posibilidad del progreso, sobre la función de la cultura o su esencia,
sobre el papel de Inglaterra y de Estados Unidos, sobre el arte? ¿Qué, sobre la salida positiva a
Estrada”, descontaba Ivanissevich Machado: nadie había mostrado tanta honestidad, tanta
lucidez, tanta entrega; pero su “castidad intelectual” (Ciudad 1 23), que leía como una
desconfianza definitiva en toda institución política efectiva (el Estado, la Iglesia, el Ejército),
impedía el diálogo que era requisito de una acción fecunda: “No invita, no emprende, no
señala hacia adelante” (22). Como profeta —había dicho Murena un lustro antes—, él
preferiría que la ciudad ardiera; “nosotros”, en cambio, tenemos que identificarnos con
Los otros dos dossiers, en cambio, son de homenaje y hasta de defensa, para lo cual
empiezan por reconocerle un derecho a cierta autonomía discursiva tanto a la obra literaria de
Borges como a la filosófica de Romero; es decir, a no saber aquello a lo que no dan respuesta.
192
Sobre el giro a la izquierda de la “nueva generación” hacia el final de la década, cfr. David Viñas, “Una generación
traicionada”.
183
Esto se hace de manera explícita en el caso de Borges, cuya obra llevaba más de dos décadas
en debate —al menos desde la encuesta de la revista Megafón en 1933193— y por lo tanto todo
homenaje requería todavía ponerlo a salvo de sus “detractores”. Uno de los artículos del
dossier se titula, de hecho, “Borges y sus detractores”, que acaso parafrasea el del último de
ellos; lo notable es que se trata del secretario de redacción de la propia revista. Borges y la
nueva generación, de Adolfo Prieto, aparecido el año anterior (con publicidad en Ciudad 1), es
considerado respetuosamente y luego desmentido por tres de los cinco artículos. César
Fernández Moreno pedía para para su obra, precisamente, cierto grado de autonomía:
contenido, muy análogo al que Prieto opera sobre Borges. Ambos críticos llegan
nuestra vez, como un gran escritor, linaje no común en las riberas del Plata,
Este número traía además, significativamente fuera del dossier —última entre las
nueva generación, venía seguida de una “Respuesta de Adolfo Prieto”; antes de que saliera el
193
“Borges pareció despertar desde el primer momento la mayor adhesión y el mayor rechazo. Ya en agosto de
1933 (sí, hace más de veintidós años) la revista Megáfono, dirigida por los jóvenes de entonces, dedicaba parte de
su número 11 a una Discusión sobre Jorge Luis Borges en que intervenían quince escritores”, escribía Rodríguez
Monegal en 1956.
184
A Francisco Romero, una figura menos polémica, a la vez que muy respetada del
establishment liberal —que a la salida de este dossier en mayo del ’56 acababa de volver a la
Universidad— era suficiente reconocerle ese derecho a la autonomía de manera implícita: los
administración, surgida del golpe de Estado que derrocó a Perón, quería imprimirle a las
filosofía de Francisco Romero”, estos son algunos de los títulos: ampulosamente respetuosos,
ha de admirarse la valentía con que sus autores desafiaron “las pullas y el menosprecio de los
Rodríguez Monegal cuando la comparó con los primeros números Contorno y observó que
“[l]a actitud general de Ciudad es más la de una revista literaria” (Monegal 92 y citado en
Bastos 59).
Una notita informa que “El incansable Eduardo Mallea ha publicado en 1954 tres
libros”: dos novelas (Chaves y La sala de espera) que “han merecido casi unánimes elogios de la
crítica” y Notas de un novelista, que “nos permite comprobar, una vez más, la sólida cultura y
amplia información de nuestro primer novelista” (Ciudad 1 88). Otra, que Camilo José Cela al
pasar por Buenos Aires opinó que “los argentinos ignoramos a dos de nuestros más grandes
novelistas de los últimos años: Ricardo Güiraldes y Benito Lynch” (Ciudad 1 89).
185
Esta preocupación por la “continuidad cultural” —que un artículo del dossier Romero
paterna. Podría ser, en efecto, que ambas hubieran convivido en Ciudad a causa del inevitable
eclecticismo del artefacto revista, al que esta hizo honor. Pero así como el problema de la
momento, tampoco es posible legitimar ninguna empresa de cultura sin alguna idea de
continuidad. Así, por ejemplo, la “Justificación” inicial —fines de 1953— de una de las revistas
de vanguardia más virulentas, que imaginaba su tarea en términos de “higiene”, afirmaba que
una de las centrales que tocaba a una revista literaria era “la de mantener la continuidad
cultural que se produce por la sucesión de generaciones, a menudo opuestas entre sí”: donde
Otra serie de artículos, por fin, investiga las condiciones en que deberá desenvolverse
secciones regulares están destinadas a describir la realidad actual de la cultura argentina. Una
observa desde afuera su límite exterior; la otra, desde adentro, su límite interior. La primera
194
“Acrecienta así nuestro pensador el caudal de las corrientes filosóficas más constructivas que aparecen hoy en
occidente, con lo que proclama algo que, sobre todo en nuestra América latina, hace mucha falta difundir: a saber,
que el pensamiento actual de nuestra cultura no consiste sólo —ni aún principalmente— en las escuelas que buscan
o creen romper con su tradición más valiosa (como el materialismo dialéctico, los existencialismos derrotistas de
esfuerzan por avanzar sin sentirse obligadas a una ruptura con la tradición (así las nuevas metafísicas de Whitehead
y Hartmann, las corrientes neo-idealistas, la fenomenología, el historicismo diltheyano), y que retoman, incluso,
profunda comunicación con figuras señeras de la historia de la filosofía”. Raúl Álvarez Forn, “La idea de cultura en la
186
contemporáneos”, se pregunta por los sujetos sobre los que se operará su acción: los
inmigrantes pobres (en el primer número), las poblaciones indígenas de la Patagonia (en el
segundo), las lectoras populares (en el tercero). Crónica para los que no pueden dar cuenta de
sí mismos, encuesta para los que pueden dar cuenta de nosotros: ya veremos que complicar
conflictivamente esta ecuación es a la vez la virtud y la razón del “fracaso (…) enteramente
Los extranjeros que opinan son tres españoles y un chileno que han pasado por
América un tiempo variable: Alonso Zamora Vicente, Guillermo de Torre, Miguel Delibes y
Antonio de Undurraga. Ciudad quiere saber si “¿Cree usted que existe una literatura
marcas ostentosas de cordialidad epistolar, todos contestan que sí creen); también si la hay
argentina distinta de las otras de América (lo que a pesar de su buena voluntad, ninguno
consigue definir). Preguntan por el idioma de los argentinos. Preguntan: “¿Cuáles serían los
Argentina?”. Quieren saber también, para tomar nota, cuál es el lugar de la literatura y cómo
lo ha obtenido: “¿Cuál es la acogida que el público español dispensa a sus escritores?”; “¿Los
Los “testimonios” son menos optimistas. Carlos Alberto Gómez viaja de Génova a
Buenos Aires con italianos pobres que inmigran al país. La escena es estadísticamente
anacrónica; el diagnóstico no: la melancolía definitiva que les pronostica es similar a la que
Héctor A. Murena —en El pecado origina de América (1954)— le adjudica a todo lo que se mueve
sobre nuevo continente, ahora que vive expulsado del paraíso europeo. Por efecto de esa
melancolía, Gómez prevé que a la mayoría de esos inmigrantes se les atrofien “las facultades
187
cuyo ejercicio hace la vida plena”, yendo a engrosar las filas de indiferentes que describe
bastante poética—, va por trabajo a la “patagonia del petróleo y la industria, densa y agitada,
volcada hacia el progreso” (77). Pero al entrar en contacto con las gentes locales tiene una
suerte de crisis de fe: “El ingeniero cree en la educación y piensa que los indígenas de esa
fracción argentina pueden, con el agua viva de la cultura, florecer en plenitud humana. Pero
pronto descubre su engaño. Dios hace a los hombres de la arcilla que habitan” (79). El
ingeniero atestigua una serie de escenas de miseria, expresionistas y efectivas. “Nunca en sus
abandono, vicio, malicia, falsedad, descaro, crueldad, indecencia, decepción, tedio” (80). El
soledad disuelto en una parroquia indefinida. Señor, líbranos de tu olivar!” (81). El artículo se
su autor) sugiere tal vez que la desesperación sea un instante de debilidad. Si no el veredicto,
ningún momento— parte de esa población local e inmigrada ya es sin embargo consumidora
Dessein (en una suerte de editorial del número 2) se sumergen en los kioscos de revistas para
investigar qué lee el “lecteur banlieusard”. Se trata de calibrar el lugar de la cultura letrada en
188
un espacio saturado por materiales que le son, en opinión de los colaboradores de la revista,
esencialmente heterogéneos:
El tropo de la hostilidad ambiente —contra la cual Muñiz, como tantos otros editores
desierto sino jungla. Dessein (autor de la cita) investiga la revista popular como tal y sus
efectos sobre la subjetividad de sus lectores, que imagina de “la clase proletaria” (5); Jurado se
concentra en las revistas femeninas para saber, a poco más de un lustro de la sanción del voto,
qué “mensaje cultural” recibe y lleva a las urnas “la muchacha empleada u obrera” (107). En
presuponen degradado, pero que ya no es posible desestimar sin más en abstracto, ni por vía
de la indiferencia ni del alegato. Todo lo contrario: el kiosco tendrá de hecho, pocos años
ventas de autores nacionales, a los que le abrirán “otra línea de lectores” (Rivera 141).
voluntad. Sus autores se desplazan hacia una realidad que presentan como ajena y exterior
para luego volver a informar a sus iguales, cuya curiosidad acicatea Dessein a través no tanto
189
la cita, en efecto “admitirá”; porque la realidad de los kioscos de Buenos Aires podría haber
escapado al interés conciente del lector del artículo, pero en ningún caso a su campo visual.
Para enfrentarse con la alteridad, en efecto, ni Dassein ni Jurado han tenido que abandonar
sus recorridos habituales. “Frente al buzón y no lejos del agente crucificándose, las revistas
alinean sus tapas”: son las coordenadas de “una esquina de Buenos Aires” que no es ninguna
en particular. Jurado sabe igualmente dónde encontrar lo que busca: “Ya que una oscura
premonición me ha mantenido siempre alejada de ésta [“la literatura” para “la mujer”], el
puesto más próximo” (Ciudad 4-5 105). Con todo, esa no es tierra de cristianos; antes de entrar a
que más se le solicitan” (105). El mismo vendedor, sin embargo, que unos meses después
ofrecerá la revista que lleva estos artículos al primer hombre blanco que la solicite196.
esta literatura sería “sólo efecto y reproducción” (5). “Consideraciones sobre las revistas
femeninas” censura el temario de estas publicaciones, indignas de la mujer que “en el siglo
veinte”, “además de pelar las papas, (…) las compra con su salario y elige los gobiernos que
fijan sus precios máximos” (109). Pero ambos autores se permiten sin embargo una
196
Es posible que Ciudad no se vendiera en kioscos. Habilita la imagen que otras de público relativamente similar,
como por ejemplo Ficción, “revista-libro bimestral”, decían ofrecerse “En todas las librerías y quioscos” (publicidad en
190
Antes clasifica la totalidad del material que traen las revistas en siete categorías (“A) Recetas
de cocina; B) Instrucciones para quitar manchas; (…) F) Artículos sobre cine o radio; rara vez,
queda luego “en suspenso” durante dos párrafos y por fin se ve obligada a concluir que “lo
único que interesa y que puede interesar legítimamente a la mujer argentina es la cocina, la
limpieza, los aspectos más materiales de la maternidad y los más espirituales del amor
Los textos populares y sus prácticas acompañantes que relevó Ernesto Quesada en 1903
no merecieron casi otra censura que la cita: escritos a menudo en una lengua híbrida de
castellano popular y dialectos italianos, bastaba transcribirlos y referirlas para impugnar las
después, la lengua de las revistas populares podía resultar gris para los criterios de los
literatos, pero no era incorrecta: denunciaba, en todo caso, los efectos de la escolarización
Puedo decir de sus argumentos que responden a dos estilos clásicos: la fantasía
191
bien degradada; halla las estructuras de Cenicienta (en la forma de la empleada que se casa con
el patrón), la Bella Durmiente (largas esperas del príncipe azul “bajo la apariencia de viajante
de comercio o campeón de tennis”), Caperucita Roja (es su moraleja: los lobos amables son los
más peligrosos). Las narraciones que no parecen seguir una tropo reconocible, las considera
“realistas”, parece que por defecto: “la novia engañada por su íntima amiga, la riña conyugal
separan en la conclusión, o al menos no resultan idénticas por más que coincidan: estas
publicaciones no son apenas un síntoma del estado de la instrucción popular, sino en sí una
institución pedagógica:
La crítica de Dessein es más abstracta y más fechada, como vimos, pero ofrece a
cambio mejor disposición a reconocer las semillas de verdad de los fenómenos, a la vez que
instantes de “suspenso” —de perplejidad autoral— menos retóricos. Especula primero “la
infraestructura del problema”: por un lado, “las revistas son ante todo, actualmente, medios de
diversión, sus funciones informativas y culturales son secundarias”; por el otro, “gran parte de
la población”, en particular de “la clase obrera”, tiene “mayor poder adquisitivo” y menos
horas de trabajo (5). Prefiere sin embargo especular sobre el lector a partir del contenido:
192
dedicando cada vez menos espacio a las actividades de los “happy few”. Otras
muy importante (parece ser el pueblo más snob del mundo); b) ese interés
jamás lo han despertado las elites intelectuales; c) persiste, muchas veces, por el
(Ciudad 2-3 6)
interés mediado de las masas, o en términos más generales qué nuevas formas de mímesis
social se dibujan en el espacio de la cultura masiva; las élites intelectuales, que no escapan a la
mediatización (como observaba Grossi), quedan sin embargo apocadas en ese espacio por
otras “élites”. Reconociendo lo mismo, Adolfo Prieto llamará en Sociología del público argentino
a recuperar el prestigio social del escritor. Dessein apuesta en la conclusión a crear nuevas
revistas, que permitan a las masas adquirir en los kioscos los “ideales de mejoramiento social
193
equivocan. Si se examinan las revistas que lee el hombre culto, es decir, aquel
que lee más libros que revistas (y que oye más discos que programas de radio)
del hombre de Neanderthal a Mister Toynbee. No está mal que haya revistas
dedicadas a la filosofía de la historia, pero ¿dónde están las revistas literarias sin
la protejan del aire de la plaza detrás de una tipografía sin mayúsculas. Que
superior. Que sean otra cosa que la triste cultura de masas. (Ciudad 2-3 10)
publicaciones, sino de aquellas que ese público ya lee, lo bautiza Ernesto Schoo (con fórmula
feliz) un “plan de ‘penetración’”: en este caso, para infundir la cultura teatral en “la vida
diariamente notas que pusieran al lector (el mismo lector de las historietas y la
teatral; con la forma en que los grandes directores y los grandes intérpretes del
presente y del pasado, han abordado y resuelto los mil problemas que el
194
que subsidiariamente unidos a los otros puntos indicados, permitan que la vida
sentida y que tan poca fortuna ha tenido hasta ahora entre nosotros (tal vez por
términos mucho más precisos la función que deberían cumplir las revistas y suplementos
artículo de Juan José Sebreli, publicado en la revista Centro a fines de 1953. “El escritor
Borges “El escritor argentino y la tradición”, de 1951. Ir de la tradición al público suponía hacer
dos vertientes (a menudo inseparables) había dominado por al menos quince lustros el
Borges —como todo saben— propone en esa conferencia que ni la literatura española
195
declararse huérfano de toda historia —que ha “leído hace poco”— puede ser una solución;
que los argentinos (“los sudamericanos”) son como los judíos y los irlandeses, que tienen
derecho a la tradición europea (“universal”) sin que les pese, lo cual les permite administrar la
cambio personal, pero no es ajeno al giro antinacionalista que provocó entre las élites el
“tema retórico”: “más que de una verdadera dificultad mental entiendo que se trata de una
agudeza dialéctica que a su receptividad histórica. La “revolución del libro” estaba de hecho
traducciones se aceleraba, la indiferenciación de los textos aumentaba. Los flujos, si algo más
permeables, no eran por supuesto más equitativos en literatura que en todo lo otro; sin duda
más evidente que las chances del escritor argentino de circular en aguas internacionales, era
que las metrópolis, aun antes que estéticas de avanzada y títulos de prestigio, exportaban una
Para los jóvenes recienvenidos a la cultura literaria, sin embargo, el de Borges sonaba
como un argumento cosmopolita tradicional: lo que les presentaba como libertad, lo recibían
como exigencia, porque entendían que esa “pertenencia” a la tradición europea no era algo
dado, sino que requería destrezas de acceso diferencial. En el contexto de las disputas
culturales durante el peronismo, no podían percibirlo sino como otra estrategia de las élites
197
Este giro, por otra parte, lo advirtió enseguida (1954) Jorge Abelardo Ramos en Crisis y resurrección de la
literatura argentina.
196
culturales para alejarse del pueblo. Desde una perspectiva actual, es notable que buena parte
de los argumentos que le oponen estos “jóvenes” nos resulten mucho más conservadores.
también Borges mantenía la discusión. En rigor, es tan abstracta la consideración del público
que hace Sebreli, que su solución no deja de ser inmanente; podemos considerarla más bien
alusión a Borges—, nuestros escritores “se creen con derechos a jugar con todas las culturas
que encuentran a mano, a adoptar todas las actitudes, pero no engañan a nadie: no se puede
ser más que lo que se es” (25). ¿Qué se era…? Sebreli no se dejaba amedrentar por la
desesperación ontológica, que por esas mismas fechas empujaba a Héctor A. Murena —en los
artículos que conformarían luego El pecado original de América (1954)— hacia sublimes abismos
ser pleno de la civilización europea…” (26)— y casi el mismo corolario —el argentina o el
americano (lo mismo daba)198 resultaba un “paria”—, Sebreli operaba un giro en rigor un poco
comparación borgeana de los argentinos con una minoría oprimida: afirmaba que al igual que
los judíos, los negros, los proletarios, las mujeres y los homosexuales, “nosotros los argentinos,
modernos ‘parias’”. Así como cada uno de esos grupos, según Sartre, lucha antes que nada por
los suyos, “los argentinos sólo podemos hablar para los argentinos, solamente así lucharemos
verdaderamente por el hombre” (27). Al hablar para sus compatriotas —indistinguible acá de
198
Un uso similarmente impreciso de los términos “Buenos Aires”, “Argentina” y “América” le fue reprochado a la
megalomanía ontolgizante de Héctor A. Murena por Carlos Viola Soto en la revista Sur (87).
197
luchar por ellos—199, el escritor argentino hallaría no sólo su identidad, sino también su lugar
dentro de ese universal, origen y destino de toda acción y pensamiento: “el hombre”. Esas
minorías, sin embargo, no eran equivalentes: donde Sartre (detrás del marxismo y antes de los
civil rights movements) socavaba la unidad de intereses que representaba la nación, Sebreli
mantenía el tono patético que ese destino común tenía para Murena: solos, condenados a
¿existe un público lector en la Argentina?”; con la ventaja de que “esta inversión reduce
Aunque animada por un el espíritu científico que esperamos de una sociología, la nueva
pregunta —bien mirada— no es en principio mucho menos metafísica que la anterior. Así
como “literatura argentina”, según los presupuestos del debate, no equivalía a “literatura de
autor argentino”, no se les escapa a Prieto y a Sebreli, después de casi dos décadas de
explosión editorial, que cuestionar la existencia del público requería cierta audacia dialéctica.
199
Por supuesto, Sartre no dice en absoluto que cada uno de estos grupos se dirija o tenga que dirigirse ante todo a
los suyos, como prueba el ejemplo principal que ofrece: las novelas de Richard Wright. “A qui donc Richard Wright
s'adresse-t-il? Certainement pas à l'homme universel (…) Mais Wright ne peut songer non plus à destiner ses livres
aux racistes blancs de Virginie ou de Caroline, dont le siège est fait d'avance et qui ne les ouvriront pas. Ni aux
paysans noirs des bayous, qui ne savent pas lire. (…) il s'adresse aux Noirs cultivés du Nord et aux Américains
blancs de bonne volonté (intellectuels, démocrates de gauche, radicaux, ouvriers syndiqués du C.I.O.)” (Sartre 86).
198
Se dirá que todo esto no es más que retórica, ya que al fin es un hecho
que nuestros libros se agotan, y muchos de ellos hasta son traducidos. (Sebreli
A primera vista, Buenos Aires y algunas ciudades del interior del país,
se olvidarán al dar vuelta la última página del libro. (Sebreli “El escritor” 24)
cultural. (Sociología 9)
capítulo de la Sociología —un esbozo de historia del público argentino—, Prieto recuerda que
Martín García Mérou, a fines del XIX, descargaba “en la indiferencia del público la
199
contemporánea del auge liberal de la década de 1880; pero se entendía que aquella
indiferencia consistía en no leer sus libros. La que denuncia Sebreli —dejemos de lado qué
tan preciso es su diagnóstico— consiste en cambio en leer y olvidar. Ahora público hay —
parecería—, pero no presenta la imagen que estos muy jóvenes escritores —23 años tiene
Sebreli en el ’53 (y ningún libro), 26 Prieto en el ’54 (y el Borges con la tinta fresca)— esperaban
de él. ¿Cómo era posible que la industria editorial estuviera en ebullición como nunca antes y
la literatura argentina, y en general la cultura literaria, pareciera tener un lugar tan marginal?
argentina” eleva un año después a rasgo del carácter nacional— ya aparecía ligada a la
indiferenciación del público: como olvida al terminar el libro, no salen de este público ni
para nombrar esa nueva indiferencia activa; un término de tan amplia difusión, que su
“fórmula” podía adelantarse sin temor —ni mayores esperanzas explicativas— a poco de
arrancar:
Sin temor podríamos adelantar ya la fórmula que parece regir las relaciones
espectáculo, como un juego que se desarrolla más allá de la propia piel y los
propios intereses; juego que entretiene o divierte con una infinita escala de
Sociología, que se abre diagnosticando el fin de “la concepción pesimista que enseñoreó los
ánimos entre la primera y la segunda guerra mundial; palabras como ‘decadencia’, ‘quiebra de
la cultura de Occidente’, gastan su antiguo poder de seducción y ceden el paso a otras menos
200
un crítico de vieja escuela, Raúl H. Castagnino, pudo afirmar en 1958 que la Sociología probaba
juegan en cambio en su capacidad de hacer deslindes y proponer matices, que van tan lejos
como los instrumentos —teóricos y prácticos— que Prieto tiene a mano; y cuya modernidad (a
falta de mejor palabra) revelará enseguida un contrapunto con los dos artículos.
Sebreli, por ejemplo, si bien la falta de “unidad orgánica” del público era el origen de
para equipararlos a los judíos o los negros, cuya (supuesta) identidad de intereses derivaba de
una situación de opresión colectiva201. Acaso muy pocos nacionalistas acérrimos hubieran
firmado este acto de fe —caricatura del pasaje de Sartre que lo inspiró; como Sebreli no era
sin duda uno de ellos, cabe deducir de la naturalidad con que salió de su pluma más bien el
de hábitos, de peligros, de glosario, por eso entre nosotros no hace falta explicar
entendamos todo, pero hace falta hacer ese gesto, esa palabra. (Sebreli “El
escritor” 27)
apoyada en observaciones; pero se trataba de otra clase de observaciones, cuya agudeza consistía
200
Castagnino, “Perspectivas sobre la lectura”. Había sido profesor de Prieto (Blanco y Jackson “Intersecciones” 38).
comunidades oprimidas.
201
precisamente en advertir lo común, porque sólo aquello que pudiera postularse por encima de
Un viaje en tranvía con los obreros y empleados que van o vuelven de la diaria
labor, es como una visita a los patios y corredores de cualquier facultad atestada
las tardías misas dominicales. Caras grises, impasibles, que reflejan el alma
incomunicables” (10). Hasta principios del siglo XX se trató sin embargo de una
y perfectamente localizables”; se trata del mismo tipo de coherencia que Francisco Romero le
adjudicó en exclusiva a “países de más vieja y organizada cultura”. Desde entonces, por “la
cuadros que habitualmente fomentaban y admitían algún tipo de literatura” (11), el escritor —
cito ahora a Sebreli— “está hablando a ciegas a una multitud sin rostro, a un público
(Sebreli 25).
produce una creciente indifereciación de los públicos. Algo similar, como vimos, lamentará
Romero dos años después desde una perspectiva comercial: como no sabemos quién lee qué
202
—porque nos falta una sociología del libro—, el editor está condenado a arrojar al mercado
antecedente necesario, intentar un sondeo del público lector. La meta ideal era
sólo dentro del marco de sus preferencias, sino también dentro de sus
fueran lo más representativas posible del grupo de trabajo, o del estanco social
cesantía en 1946. Desde entonces había seguido difundiendo esas innovaciones teóricas —
través de las colecciones que dirigió para la editorial Paidós (Blanco “Ideología” 97, Varela
Petito 239). Es decir: a falta de espacio institucional, interviniendo a través del mercado.
203
heterogéneo. Fuera de datos estadísticos que toma de Estructura social de la Argentina (1947),
Prieto sigue a Germani a través de su “Sociografía de la clase media en Buenos Aires. Las
de empleo de las horas libres” (1942-3). Además de tomar algunas segmentaciones del análisis
de los datos que hacía Germani, Prieto había tomado su encuesta como modelo para la propia.
En ese orden, pedía primero los datos duros de rigor (edad, sexo, nacionalidad, profesión, etc);
relevaba luego las lecturas habituales (por tipo y cantidad: diarios, revistas y libros) y hacía por
fin algunas preguntas más específicas: “¿Lee libros de autores argentinos? (únicamente
literatos) / ¿Qué autores en especial? / ¿Por qué le interesan o por qué no le interesan los libros
de autores argentinos? (precisar en lo posible las causas del interés o del desinterés) / ¿Cuáles
serían, a su juicio, los escritores argentinos vivientes más importantes?” (100202). Munido de
202
Esta es la encuesta completa: “Edad. /
Sexo. / Nacionalidad. / Lugar de residencia (Provincia o Territorio. Localidad). /Ocupación, profesión o empleo. /
Grado de instrucción. / Lecturas habituales. / Diarios (indicar cuál o cuáles). / Revistas (indicar cuál o cuáles). /
Libros (indicar la cantidad de libros leídos durante el último año). / Libros (indicar, en términos muy generales, qué
clase de libros prefiere: novelas, poesía, científicos, biografías, etc.). / Libros (si acostumbra guardar los libros que
compra, indicar la cantidad aproximada que posee de ellos). / ¿Lee libros de autores argentinos? (únicamente
literatos). / ¿Qué autores en especial? / ¿Por qué le interesan o por qué no le interesan los libros de autores
argentinos? (precisar en lo posible las causas del interés o del desinterés). / ¿Cuáles serian, a su juicio, los
escritores argentinos vivientes más importantes?”. Y estas son las preguntas de la encuesta de Germani sobre la
clase media referidas al consumo de libros: “8. Diga los nombres del diario (diarios) que lee todos los días / 9.
Señale con una cruz, en la casilla que corresponda, el interés que le merece, en la lectura del diario (o diarios), las
secciones que a continuación se indica, teniendo en cuenta únicamente su preferencia habitual y no la que pudiera
tener en ocasión de la publicación de noticias excepcionales. (Se indican 13 secciones y tres gradaciones de interés)
[Germani no las transcribe] / 10. Diga el nombre (o los nombres) de las revistas y periódicos que lee habitualmente. /
11. Si de las revistas o periódicos que lee, sólo se interesa por algunas secciones o especies de artículos, diga
204
este cuestionario, Prieto se lanza a los suburbios de la ciudad letrada: “además de Buenos
Aires, varias ciudades del interior del país, Bariloche, San Juan, Mendoza, Santiago del Estero,
ocurrir en los meses siguientes al golpe de Estado de 1955 y es tal vez un caso proverbial —a
pesar de provenir de un joven que sólo en un sentido muy laxo pertenecía a ellas— de la
forma en que las élites letradas podían entender el llamado a acercarse al pueblo, huérfano
desde el derrocamiento del líder: “El sector culto de nuestro pueblo debe proyectar su cultura
sobre la zona inculta, vincularse con sus temores y sus necesidades, ser para ella la proa de la
nave y no una isla: la cultura no es un traje agresivamente rico que nos distingue de los demás
sino una desnudez esencial que nos iguala”, pedía Carlos Peralta dos meses después del golpe,
Prieto, de hecho, descubría antes que nada los efectos de diez años de gobierno
(pertenecientes a las capas más bajas de la clase media) que había hecho Germani en 1943. A
pesar de que esa encuesta relevaba conjuntamente una variedad de “consumos” y actividades
antes y por separado los datos relativos al repertorio de lecturas de los encuestados, bajo un
apartado especial: “Instrucción y cultura personal” (Germani “Clase media” 24). Estos datos
resultaban suficientes para justificar una segmentación de la clase media en tres grupos, que
cuáles. / 12. Si lee libros, diga cuáles ha leído en el curso del último año, indicando autor, título de la obra y edición
de la misma. Señale los libros que ha leído por necesidad profesional poniendo la letra P al lado del título
correspondiente. / 13. Diga al fuente que le provee de los libros que anteceden e indique al lado de cada uno de los
medios que se enumeran a continuación, el número de libros que le corresponda. / 14. Si acostumbra conservar sus
libros después de haberlos leído, indique el número que posee actualmente” (“Sociografía de la clase media” 207).
205
Prieto tomó como clasificación general del público lector para su Sociología. Primero (el más
pequeño), los “Intelectuales”: “el público de las obras de alta cultura, cuyas ediciones en la
Argentina rara vez superan los tres mil ejemplares, y de los cuales las dos terceras partes están
mira con un ojo la pila de encuestas y con el otro la estructura del mercado editorial). El grupo
de los “intelectuales” vivía a caballo entre la clase media y la alta. Segundo, el “público culto”:
“a ellos está destinada gran parte de la producción editorial argentina de obras destinadas
sobre todo a la recreación (novelas, biografías, ensayos, divulgación científica, etc., y algo
también de las obras de ‘alta cultura’)”. En esta sorprendente separación, que de algún modo
degrada el término “culto” al adjudicarle una vocación principalmente recreativa, los géneros
en cuanto tales (en tanto signo de un interés serializado) quedan por fuera de la “alta cultura”,
que cultiva (presumimos) la singularidad total203 . Por fin, “un tercer grupo, el más numeroso
de todos”, que notablemente carecía de nombre propio; que “se diferencia de los obreros
sobre todo por la cantidad de lectura que realiza” y de los dos grupos anteriores porque esas
lecturas consisten casi exclusivamente en diarios y revistas (Germani 25-6). Los cambios más
significativos de los últimos años, opinaba Prieto, se habían producido en este último
que éstos, considerados como público lector, han dejado de manejarse con diarios y revistas
Sin embargo, “la extraordinaria agilitación que este nuevo público ha impreso al
movimiento editorial no significa enteramente oro de buena ley para la cultura literaria” (80-
1). Se trata de un sector que se ha beneficiado de una “nueva legislación social estabilizadora”,
y que con el pequeño excedente de riqueza y el modesto derecho al ocio empieza a sentir, en
203
Véase el capítulo 1.
206
escala reducida, “las mismas urgencias y las mismas tentaciones” que los ricos: es decir, una
del pequeño lujo. En primer lugar, naturalmente, el libro caro, el que exige bajo
The Theory of the Leisure Class (1899); es la importancia del uso ostentatorio del libro que ha
indiferenciado se agencia libros en mesas indiscriminadas de librerías sin puerta, como las
que desde poco antes empiezan a proliferar en la calle Corrientes [FIGURA 2.1]. ¿Qué
inteligibilidad puede ofrecer un público que escoge sus lecturas según el dorado del lomo o
posee vida propia, con sus leyes, su historia, sus héroes y traidores, sus
207
radio. Mientras nuestro lector puede dar cuenta razonada de las mejores y
ellas y discute sus valores, mientras persigue, a través de las revistas que se
paso, la vida y los milagros de sus actores y directores favoritos; mientras hace
literario, no tiene nada de raro que preguntar sobre libros o escritores ponga a
reticencias, fueron consultados a medias por los lectores de este grupo, o más
suburbios literarios, suburbios que por una conexión nada casual coinciden
208
conquista territorial para referir el avance del sistema de educación obligatoria. Lo describe
como “an intellectual offensive against the barbarism which persists in a 'solid core of
paganism and savagery' below the surface of even the most highly polished civilization
hitherto known” (197). Si la imagen es correcta, nos invita a no olvidar que “when a civilization
launches a military offensive against a barbarian society which is external to its own body
social, it cannot allow its advance to stop short of complete victory without provoking a
Doce libros en un estante y un lector mudo son ahora los síntomas de una ofensiva
suburbios, que el libro ha perdido por el camino casi todo lo que —según Prieto advierte
y regulada la otra, por los discursos e instituciones que suelen acompañarlo dentro de los
“la agilitación de un vasto movimiento editorial” (104), condenado por eso al caos:
209
cierto gusto, mañana lee tres libros seguidos de un autor que le cayó en gracia y
que practica el tipo de literatura antípoda de la que elogió poco antes. (104-5)
En este nuevo contexto, ciertamente inesperado, ¿puede ser que la radio y el cine se
igualmente masivo que reivindica su “personalidad autónoma” y ofrece los materiales para
cultivarlo como práctica? ¿Tiene acaso la cultura literaria sus “héroes y traidores”, como Prieto
parece sugerir? Acaso ahora sí: no cabe duda, en todo caso, que la reinvención de las
dinámicas del espacio literario que estaba teniendo lugar en las pequeñas revistas —como
hemos visto en la Introducción— tendía a producir una lógica tensionada de bandos y tomas
de posición.
públicos. Aunque es cierto que “no se lee todo lo que se compra y buena parte de lo que se lee,
éste significa entre otras cosas la segunda oportunidad que al escritor argentino
debe el tono de urgencia que lo atraviesa. No sólo existe un número considerable que
años de “tensión” y la inquietud por el futuro “inducen a sospechar, y aun a afirmar, que el
204
La primera había sido en los años ’20, en los años de auge de la revista Martín Fierro y la editorial Claridad.
210
preocupación colectiva” (140). Sobre el final la voz de Prieto se vuelve profética, perentoria, si
Tan intenso es ese llamado a vincularse con el público, que las características de la
literatura a producir quedan totalmente en segundo plano: Prieto no les pide a los escritores,
sobre el final del libro, sino apenas “la premisa esencial de cualquier literatura: su mínimo de
calidad y decoro” (145). Parece más bien poco, sobre todo para una época de exigencias
altas205 . Así como Sebreli iba de la “tradición” al “público”, acá el reclamo histórico de darle al
país la “literatura” que le faltaba —entendido en término sea identitarios (una “expresión
través del circuito de la lectura, es decir, del mercado interno. Después del faux pas de su libro
escritor argentino a una función determinada”. En 1947, recuerda Prieto, aunque “categórico”
en los conceptos, Sartre “no se decidía a embanderar entonces al escritor francés en las
consignas excluyentes del Partido Comunista”. En 1954, sin embargo, esos conceptos
“categóricos” le habían permitido al propio Prieto juzgar incriminable a Jorge Luis Borges.
205
Véase “La edad de la exigencia: las pequeñas revistas” en la Introducción.
211
Pero ocurrió que el “intrépido teórico de la literatura comprometida” —el epíteto exuda
malhumor— decidió en 1955 publicar “generosamente en la revista que dirige [Les Temps
Así, a pesar de que lo han decepcionado en cada una de sus capas heterogéneas, la
orgánico” del reducido público literario anterior: “es una yuxtaposición, un cuerpo distinto”.
El libro de autor argentino difícilmente consigue su adhesión, ni “aun aquel que corrió el azar
“Compárense las 3 ó 4 ediciones de El túnel o Barrio gris con los tirajes fabulosos de Duelo al sol
o Por siempre Ámbar” (81). En cuanto al “público culto”, aunque “conforma un cuadro caótico
en el que resulta poco menos que imposible tender algunas coordenadas orientadoras” (105),
sus capas superiores —responsables de “la difusión de ciertas obras y autores ni fáciles ni
alguna potencialidad: cierta curiosidad alerta para la literatura, cierto juicio discriminatorio,
público: de eso depende no sólo el lugar de la literatura argentina en el mercado literario, sino
arraigada tradición literaria” (154)— frente al “asedio de fuertes rivales: el diario y la revista
entre sus allegados más próximos, el cine, la radio y últimamente la televisión, rivales
imprevistos”. Estos podrían, sin embargo, volverse “aliados efectivos”; el peor rival, con el que
no hay en cambio alianza posible, comparte curiosamente “la apariencia del medio común de
212
la expresión literaria: del libro; sólo que las series de relatos policiales, de aventuras o de
simple truculencia que ofrece por contenido, tiene poco que ver con la literatura, es
infraliteratura, mundo sin ventanas abiertas, delimitado y regido por leyes propias” (93). Aún
el propio libro tiene el bárbaro en su interior. Peor: así formulada, la tragedia de la cultura
A lo largo de la Sociología, Prieto especula con diferentes formas de pedagogía del libro
y organización del público: por ejemplo, la participación en la radio —que “ha padecido la
orfandad casi absoluta de aquellos hombres que por su capacidad y mérito pudieran suscitar,
mesas redondas, para que “el público se convenza de que el escritor no es ese oscuro
especialista que parecía, ese extraño ser marginal” (92). Pero el recurso que se reitera más a
menudo son las revistas y suplementos especializados, cuya vinculación con la “estructura”
común, hace sospechar que la mayor parte de esos lectores no siente aún la
Más a menudo —y más en línea con el ímpetu pedagógico— se las entiende más bien
como un requisito para su organización. Así, observa en otro momento que si el “público
culto” no pertenece todavía “cabalmente al mundo literario”, se debe a dos razones: primero,
213
frena su entrega una resistencia burguesa hacia “toda actividad más o menos desinteresada”; y
aglutinen y diferencien, porque son ellos —parece sugerir Prieto en estos momentos— los
historia y las leyes del “fenómeno literario”, que permiten luego reconocer —reconocerle— la
“instrumentos” difícilmente soslayables para incluir el libro en una práctica social: en ellos
viene no sólo la información que constituye parte fundamental de los intercambios, sino
también un lenguaje, un vocabulario, unos argumentos para repetir o imitar, lo mismo que un
Por eso la encuesta había fracasado: ante la falta de órganos mediadores, intentó
tipo cualitativo: Prieto utiliza los datos duros para situar las respuestas de desarrollo, que
¿Cómo consignar en cada caso —quería saber Prieto— lo que el lector deseaba
observaciones de Adolfo Prieto haber escrito La Distintion, que veinte años después publicó
Pierre Bourdieu? ¿O se incuba en cambio, en sus reflexiones sobre el tipo de experiencia que
214
ofrece la cultura masificada, La Société du spectacle de Guy Debord, que salió recién diez años
más tarde?
ambición que lo inspira, “letrada” y todavía liberal —pero reformada para la cultura de
encarnación arquetípica, Ezequiel Martínez Estrada, por carecer de él, se nos ha presentado
en forma trágica.
a Ezequiel Martínez Estrada. Adolfo Prieto, que forma parte de ambas revistas y participa sin
duda de las innumerables mesas de café donde por esos días —suerte de seña de pertenencia
común— se disecciona con vehemencia su obra, deja pasar esa oportunidad doble de decir su
palabra en el concierto de balances escritos. Recién una década más tarde, en 1967, escribe por
fin sobre él. Después de la intervención militar de 1966, Prieto ha abandonado la Universidad
del Litoral —hoy rebautizada “de Rosario”—, donde además de docente (1959-1966) fue
director del Instituto de Letras y Decano de la Facultad de Filosofía y Ciencias del hombre en
distintos períodos. Al año siguiente, invitado por Ángel Rama, da clases en la Universidad de
“Martínez Estrada. El narrador y el lenguaje del mito”: un artículo mucho más calmo y
215
lapidario que los de la década anterior, aunque en la estela de los mismos debates. Prieto
invierte la jerarquía habitual y valora sus cuentos —a los que dedica el análisis— por encima
A mitad de los años ’50 era tal vez todavía demasiado pronto para que Prieto hiciera su
colaboración al número de Contorno sobre el peronismo, de julio de 1956 —meses antes de que
tiempo atrás, que ahora llevaba el nombre de peronismo por “una simple cuestión de
A través de una “refundición ampliada” (19), que es más bien una recontextualización
con unos pocos agregados, “Sobre la indiferencia argentina” se convirtió en tres secciones al
medio de “Público, espectáculo y cultura”, primer capítulo de Sociología del público argentino.
Entre las escasas inserciones, el más largo son dos párrafos con cifras tomadas de Estructura
social de la Argentina (1955), donde Gino Germani describe el crecimiento desigual de distintos
216
diferencias de grado según se trate de “los más bastos estratos” o “los estratos más sensibles”
del todo el lugar de origen. Aunque nos permitamos pensar el artículo y el libro como
culpa que tenían en la indiferencia general las “implicaciones morales, sexuales y hasta
lingüísticas del fenómeno del mestizaje” —“ya Martínez Estrada las señaló con suficiente
penetración” (29)— y a la vez clasificar tres grupos de lectores con numerosos matices,
instrumentos es todavía muy heterogénea respecto del tipo de campo y figura intelectual que,
como sugiere la prosa cauta y gris del propio Germani, anidaban en su seno. Su reflexión
sobre la lengua literaria hacia el final del libro sugiere que no sólo voceaba la reivindicación
por su mercado interno; esto (como vimos en la Introducción) es lo que más restringidamente
ambición, que anudaba contra toda evidencia las fantasías “letradas” más tradicionales y el
auge de la industria cultural: una esfera literaria homóloga (si no idéntica) a la realidad
206
Véase “Estrategias para entrar y salir del mercado” en la Introducción.
217
liberales de principios de siglo. Hacia 1903 —cuando Ernesto Quesada relevó las figuraciones
poéticas que producía la lengua oral de los inmigrantes— había partidarios esperanzados y
opositores temerosos de la posibilidad de una lengua nacional distintiva; los segundos —entre
ellos Quesada y Miguel Cané— apostaban por la defensa y difusión del castellano “culto” por
razones de unidad lingüística (dentro y fuera de las fronteras nacionales) e impenitente lógica
ilustrada: “Solo los países de buena habla tienen buena literatura, y buena literatura significa
cultura, progreso, civilización” (72), había escrito Cané en 1900; Quesada lo citaba en El
fundamental: qué grupo social fijaría la norma lingüística. Prieto actualiza la discusión
recurriendo a las voces autorizadas de la filología reciente sobre temas argentinos, que eran
las de los españoles que habían sido invitados a fundar y dirigir el Instituto de Filología de la
Universidad de Buenos Aires: Américo Castro y Amado Alonso207. Castro (nos recuerda
Prieto) ubicaba el origen de los males de la lengua argentina —como su supuesto arcaísmo,
207
“En 1922 Ricardo Rojas escribe a Menéndez Pidal una carta en la que le comunica la necesidad de fundar un
instituto de investigación filológica. Al año siguiente se inaugura el entonces Instituto de Filología, dirigido por
Américo Castro, especialmente contratado para esa función y para el dictado de un curso en la cátedra de Filología
Románica, de creación reciente” (Link 12). Amado Alonso dirigió el Instituto entre 1927 y 1946, año en que parte a
Estados Unidos —donde ya estaba Castro— después de la llegada del peronismo al poder. En Prieto, estas
referencias de indudable prestigio universitario remiten seguramente a su dedicación inicial a la literatura español,
además de su inmersión en la vida universitaria, más intensa y más precoz —como vimos en el primer apartado—
que la de casi todos los críticos con que se lo suele asociar. Sobre la institucionalización de la filología y el debate
218
Manuel de Rosas (1835-52), durante el cual “la ciudad se dejó absorber por los de abajo, (…) sin
que nadie estableciera un orden político moral, sostenido por frenos y jerarquías”. Para la
de la norma” (119).
dispersión y la hibridez de la época de las grandes inmigraciones; “pero debe reconocerse que
el éxito de ese proceso se ha pagado a buen precio”: “una tendencia hacia la conformación de
un instrumento expresivo standard” (121), cuya característica era “la escasa amplitud de
criollismo poético de Quesada era todo (si ninguna otra cosa) “carnosidad y sabor”; ahora la
estandarización se advertía en la lengua oral de casi todos los grupos, salvo entre el “público
culto” y los “intelectuales”. También, como tendencia, asomaba en la “lengua literaria”. Prieto
notablemente abarcativa: “Entre nosotros, por los años que corren, por lengua literaria parece
entenderse la lengua que usan los escritores y poetas cultos en sus libros, los periodistas, los
locutores de ciertas audiciones radiales, los oradores y conferenciantes” (124). Sin embargo:
destinatarios. (126)
Nunca había sido tan ubicua y accesible la lengua literaria, pero el plebeyismo
argentino había dado origen a una inédita voluntad de distinción desde abajo:
219
hasta tornársele inalcanzable, entre nosotros acontece que son los miembros
Sólo esa resistencia podía explicar que la cultura literaria tuviera un lugar tan por
debajo de su promesa, precisamente cuando parecían darse, como nunca antes, las
condiciones para que obtuviera el público que merecía. La situación admitía matices para las
formas literarias que podían trabajar (si bien conflictivamente) con la lengua coloquial
literaria era para él “su único instrumento de trabajo”; debía por tanto ajustar cuentas con el
alcance que daba a su propia misión: “muy pocos han adquirido la costumbre de resignarse al
sector de iniciados que entienden esa lengua, de limitar a algunos miles de lectores lo que ha
208
No tan inédita: lo que Q.D. Leavis percibe en 1932 como “organización” de los estratos de gusto “lowbrow” y
“middlebrow” es su búsqueda de legitimidad, la cual se construye precisamente como distinción desde abajo (si tal
220
A mitad de los años ’80, en una breve nota elegíaca para Ángel Rama —que murió
prematuramente en 1983—, Prieto recordó las conversaciones con él durante los siete meses
que pasó en Montevideo en 1967 como un episodio de revelación. Prieto salí autoexiliado,
209
Algo parecido le habría ocurrido años antes a Leopoldo Lugones, que había distorsionado su personalidad “sin
conseguir la plenitud y el logro que consiguen estos hombres en las comunidades de claro horizonte” (36).
221
Rama introduce a Prieto en los años ’60: América Latina, el Boom, el estructuralismo;
lo “invita a reconocer” la autonomía que pide el texto ahora que circula por los canales de una
infraestructura mediática continental. Rama es entusiasmo, pura entrega; Prieto es todo duda
perspectivas” para interesarse por otra cosa que la realidad Argentina, Rama le habría
revelado a Prieto su provincianismo. “El mundo había ido creciendo a nuestro alrededor, sin
que lo advirtiéramos casi, y la porción más próxima de ese mundo, Latinoamérica, había
adquirido una complejidad y una contundencia que nos hizo sentir de pronto, cuando
Estrada ya no se le aparecía como el choque entre una vocación “natural” y un público enano,
dominar sobre ambas por la sola virtualidad de su expresión verbal. (…) Junto con la
social sacudida por la gran crisis económica que explotó en 1929, y desvastada,
210
Acaso con razón —además ella fue alumna de Prieto—, a Gramuglio esta evaluación le merece desconfianza:
“No es fácil coincidir plenamente con este autoexamen retrospectivo, si se tiene en cuenta que desde la Revolución
Cubana América Latina se había convertido en una presencia bien contundente para los intelectuales y en el medio
universitario, como queda probado cuando se conocen los autores estudiados y discutidos con vehemencia en
seminarios para graduados que Prieto supervisó en la UNL (Mario Vargas Llosa, Juan Rulfo, Vicente Leñero y otros)
222
dentro de las fronteras locales, por la disolución de los sueños del liberalismo,
realidad que suele acompañar al impacto de toda conmoción que cuestiona los
Con las salvedades del caso, que son igualmente de proporciones, podemos ubicar a
Adolfo Prieto en un trance parecido: tentado, durante una disolución sucesiva de sueños
cultura de masas. Pero hay algo en apariencia paradójico en este giro hacia la modestia de
rastros de indiferencia o desinterés hacia la literatura argentina. “El público muestra una tal
apetencia de autores nacionales que ciertas editoriales (Sudamericana, por ejemplo) han
cambiado la proporción en que editaban autores extranjeros y argentinos. Estos últimos son
ahora la mayoría” (139). ¿Cómo era posible que ese nuevo contexto, que parecía haber hecho
sobre cómo las transformaciones que los años ’60 habían impactado sobre la figura de escritor
que había guiado a su “generación”. El texto está atravesado por una perplejidad que ya le
sino a admirar la emergencia de una juventud supranacional imantada por una serie de
referentes comunes, que puede recuperar la prosa de Borges sin compartir sus ideas políticas
223
En menos de quince años, las promociones que de una u otra manera se han
‘parricidas’ (…). [P]ara estos escritores, la condición del artista ha sido destituida
encontrar en algunos de los escritores que empezaron a publicar hacia 1955 las
indisolublemente ligado a la tradición liberal que, según el lugar común bibliográfico —no
menos cierto—, estos “parricidas” vinieron a clausurar. Literatura argentina y realidad política
(1964), el libro más importante de Viñas —proyección de los análisis que había hecho
políticos de la élite liberal. La “posibilidad de hacer una historia de las élites y de su literatura”
224
que se vive en los años cincuenta, cuando una nueva camada social comienza a ocupar
posiciones clave en la producción cultural” (159). La versión original del libro cerraba en 1910,
con la decadencia de la alianza “letrada” entre proyecto político y literatura; pero Viñas
(Julio Cortázar o Rodolfo Walsh), retocando el título211. Prieto confesó en los años ’80 que “el
estructuralismo” —que acá tal vez sea más bien la sinécdoque de todos estos cambios que
211
Aguilar compara el caso de Viñas con Antonio Candido, el crítico brasileño que después de publicar su historia de
la literatura nacional, Formação da literatura brasileira, en 1959, la dio por terminada con unas correcciones tres
años después.
225
Capítulo III
Lenitivo para el estado de confusión: Letra y Línea (1953-54) como revista de crítica
La apuesta de Letra y Línea fue muy diferente de la que animó la gran mayoría de las
pequeñas revistas anteriores de vanguardia con que se la suele emparentar. “Una revista que
pretende llegar a ser instrumento cultural —afirmaba la “Justificación” del primer número—,
debe ante todo responder a una necesidad del ambiente intelectual a que pertenece” (Letra y
Línea 1 1). Igual que muchos otros por esas mismas fechas212, los poetas y narradores que
hicieron esta revista —ligados en su mayoría al surrealismo— entendieron que ese ambiente
necesitaba antes que nada análisis críticos y reseñas de novedades; dicho de otro modo, que
ante la “confusión reinante” que diagnostican una y otra vez sus artículos, la necesidad más
urgente pero también la plataforma de intervención más promisoria era llevar adelante una
que una revista de cultura encuentra sus máximas dificultades y su máxima responsabilidad.
A pesar de que no evitó, o acaso favoreció una vida breve, la repercusión indica que no
se equivocaron. En apenas cuatro números (1953-54), Letra y Línea colocó en el mapa cultural
“la posición de los surrealistas” —que discutieron, entre otras publicaciones jóvenes, las
emblemáticas Poesía Buenos Aires y Contorno— y dio visibilidad particular a su director, Aldo
Pellegrini, tenido hoy por figura nuclear del surrealismo en América Latina. Sus reseñas, a
ofuscadas cartas públicas, como la del prestigioso crítico de arte Julio E. Payró, que mereció
una réplica feroz. Hubo ecos y contrareseñas en otras publicaciones; también hubo debates
212
Véase la Introducción.
226
internos sobre la conveniencia o la genuflexión de bajar el tono, que la revista se preocupó por
consignar. Recibieron por fin, también en forma de reseña, una sátira feroz, inusualmente ad
hominem que Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares prefirieron firmar con seudónimo.
Letra y Línea ha tenido su mayor suerte crítica (es comprensible) en relación con estas
polémicas (Poblete Araya, Stedile). Como objeto por derecho propio, ha sido leída en el marco
las proyecciones del ideario “radical” que ostensiblemente defiende, obteniendo glosas y
detritus (Crespi); bajo ambos lentes Letra y Línea delata enseguida su anomalía, como advirtió
que el marco histórico y conceptual de esta tesis tal vez permita hacer mejor justicia. En un
infraestructura crítica más extendida y diferenciada, y prometía por lo tanto mejores chances
para los actores marginales, Letra y Línea intentó un desafío doble. Por un lado, aceptó
plegarse a la temporalidad del mercado, como revela la importancia de su guía de reseñas; por
otro, buscó reformular su ideario estético, que era hasta entonces primeramente un modo de
“actitud estética” con las que consideraron hegemónicas —que eran las mismas que
advertir el condicionamiento de clase que subyace tanto las prácticas como los materiales
literarios que impugnan, cuya ilegitimidad se presenta sin embargo como estrictamente
“estética”.
227
228
La sátira destructiva que Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares le dedicaron a la
revista Letra y Línea fue el único ataque inmediato y ad hominem que se permitió su alter ego
conjunto, H. Bustos Domecq. Este texto supone de hecho un giro en sus intereses: de los
cuentos policiales y “fantástico-metafísicos” que firmó Bustos Domecq en los años ’40 a las
“crónicas” que compiló recién casi veinte años después. La principal lectura de la primera
peronismo—; la segunda ha sido leída más bien en relación con el discurso estético o crítico,
como una parodia de las prácticas vanguardistas y del lenguaje que las acompañó213. “De
aporte positivo” puede ser tenido por justo punto medio. Desde la perspectiva de los
ofendidos —que replicaron con cierta satisfacción—, no podemos menos que considerarlo
Buena parte de las Crónicas de Bustos Domecq (1967), entre las que será incluida
eventualmente la que nos ocupa, tienen forma de reseña214. “De aporte positivo” además lo
fue: salió publicada junto a la contratapa del número 17 de Buenos Aires Literaria215 en febrero
213
La principal lectura sociopolítica de Bustos Domecq es la de Avellaneda. Sobre la lectura en clave estética de las
“crónicas”, véase Marengo; para alguna observaciones sobre su relación con el discurso de la crítica: Prado.
214
Hasta donde pude averiguar, “De aporte positivo” fue incluida al final de las Crónicas de Bustos Domecq recién
en 1979, en la edición de Obras completas en colaboración que hizo entonces Emecé. Hasta entonces permaneció
estructura de revista tradicional, que BAL respetaba. “Buenos Aires literaria (fundada en 1952 y ya fallecida) pudo
haber sido la revista de la nueva generación —opinó Emir Rodríguez Monegal en 1956—; prefirió ser más general y
sólo fue, en definitiva, una revista de epígonos, en que el mejor material pertenecía siempre a los consagrados,
nacionales y extranjeros” (Prefacio a El juicio de los parricidas). Leída desde las características con que se suele
229
del ’54, comentando en tiempo y más o menos en forma la tercera entrega de Letra y Línea, de
es por su cualidad narrativa, menos frecuente, más que por el humor o la maldad, rasgos que
Así, esta intervención inesperada —que contiene además un sutil zarpazo final para
otras publicaciones nuevas— debe leerse ante todo como una señal de la visibilidad creciente
de estas pequeñas revistas, algunos de cuyos rasgos caricaturizan Borges y Bioy con la dosis
habitual de agudeza y mala fe. Al comienzo, de un estilo casi barroco de tan acriollado217,
ondeando en el aire “un órgano de publicidad” —que “no era otro que Letra y Línea, en su
número 3”— y sale perseguido por un chancho (369). Dos veces se dice de Ortega que es
“comisionista”, es decir que vende a comisión: forma de comercio semi-mayorista, grado cero
primera mitad del siglo. (Silvio Astier, el personaje de El juguete rabioso (1926) de Roberto Arlt,
definir a la “nueva generación” (actitud de denuncia, ajuste de cuentas con la generación anterior, exigencia ética
sobre la tarea del escritor, etc), esto es más bien dudoso: como gran gesto inaugural, “homenaje al investigador y
maestro que admiramos”, BAL ofreció páginas inéditas de Amado Alonso, gran representante de la crítica estilística
un diálogo de Priestley”, donde Miguel Brascó comenta una pieza teatral mediante un diálogo con “Gómez Pesado”,
que “fue conmigo al Instituto de Arte Moderno para ver el estreno de la obra de Priestley” (Letra y Línea 2 14)
217
Poblete Araya considera este tono acriollado como una posición nacionalista, lo cual supone ignorar (más que
cuestionar) las principales interpretaciones de la trayectoria borgeana (Poblete Araya 6). Véase, entre las
específicas, la tesis de María del Carmen Marengo y el artículo de Gonzalo Aguilar, “Una historia local de la infamia”,
que consideran el nacionalismo como un objeto privilegiado de escarnio en los textos de Domecq y B. Suárez Lynch
230
“levantando tierra con el calzado”, peina la ciudad de abajo arriba siguiendo el sino fatigado
de su oficio: “toma el micro en Llavallol” y el “tren lechero que se desplaza como la lombriz
por Burzaco” —suburbios populares—, y con todo tierra y mercadería (imaginamos) “se lo
divisa por conferencias, academias y otras muestras de pintura; picoteando por aquí y por allá,
Así vocea Ortega el periódico que termina por venderle “a un precio especial (...) que
era una ganga218” (370), un poco a la manera de los canillitas que se meten entre los coches:
“¡Rataplán, escribano amigo, rataplán! Aquí le traigo un lenitivo en forma de revista de cultura
contemporánea. Artes plásticas. Literatura. Teatro. Cine. Música. Crítica” (369). Este último
era en efecto el encabezado de Letra y Línea. Domecq recibe el “folleto” con desconfianza,
porque “tantas veces uno se ha pelado la frente con revistitas dañinas e insustanciales que no
resulta fácil ¡qué pucha! suscribir un voto de confianza. Terminan por hartar esos
hebdomadarios de los eternos jovencitos irrespetuosos, que para hacerle bombo a Fulano le
pegan a Mengano y se despachan con una suficiencia chocante” (369). Esto es por supuesto lo
que Borges y Bioy han leído en la revista, y no lo que ofrece Bustos Domecq a modo de
comentario cuando Ortega se ha ido, y que comienza así: “Es con encomiable satisfacción que
inversión” (Borges “Arte de injuriar” 152). Se dice del público que es “grueso” y exigente, los
valores “sólidos”, las plumas “de fuste”: “Se destacan, en el vistoso elenco, Vasco, Vanasco,
218
Curiosamente, tanto la “ortega” como la “ganga” afirma la RAE que son aves “del orden de las Columbiformes”.
231
Línea). La homofonía es mal síntoma: ni los nombres propios permiten distinguir a este
predica tanto por la naturaleza de su agrupamiento —“¿es que constituyen un núcleo? (…) no
trepidamos en adelantar que constituyen todo un ateneo, en que se pugna por los fueros de la
Se me ocurren dos referentes posibles para esta alusión. La revista Centro —que
artículo “Borges: el ensayo crítico”, adelanto de Borges y la nueva generación de Adolfo Prieto
(1954), en su número 7, de diciembre de 1953. En el Boletín del Instituto Amigos del Libro Argentino
(rebautizada luego Bibliograma), que comenzó a salir en junio-julio de 1953, aparecen las
críticas habituales a Borges que solía hacerle la izquierda, que posiblemente le hubieran
llegado219. Sean cuales fueren, se les nota el suburbio a estas revistitas: vienen en patota desde
219
Dos años después, en el número 12 del Boletín —enero-febrero de 1956—, se publica una “Entrevista con Jorge
Luis Borges”: “Le entrego un BOLETIN. Me ha preguntado algunos nombres y comienzo una letanía fatigosa. —Hay
muchos amigos míos, afirma con interés. A los pocos minutos me ofrece uno de los espacios radiales de que
dispone la Biblioteca, para difundir los propósitos del Instituto. El creador de "Emma Zunz" se ha incorporado
232
las orillas de la ciudad letrada con apellidos ignotos, maneras inciviles, saberes picoteados en
respecto de las formas legítimas de la actividad artística: tienen encima una actitud paternal
hacia los escritores establecidos. Domecq llama a Ortega “mi benefactor”. “Humano y
Más allá de la broma de Borges y Bioy, es cierto que Letra y Línea pertenece a un
pandillas afines: Qué (1928-30), Ciclo (1948-49), A partir de cero (1952-3220 ). A esta línea podría
Perspectismo (1950-53), Nueva Visión (1951-1957), entre otras221. Letra y Línea se parece más a su
época que a sus padres. Las otras están concebidas en sentido estricto como órgano de una
plataforma internacional y a definir las prácticas que lo distinguen como modo de hacer y
como modo de vincularse entre hacedores. Llevan adelante esta tarea a través del despliegue
que recogen en buena medida el magisterio de sus grandes nombres. La escena local no
aparece en ellas sino como carencia, en tanto destino de lo nuevo que traen; respecto de ella
rotundamente a nuestra obra. Le advierto que desde el BOLETIN algunas veces se lo atacó duramente. —¿Qué
al. y fue seguida en buena medida por los microfilms que realizó el Centro de Documentacion e Investigación de la
Cultura de Izquierdas en Argentina (CEDINCI), que conservan casi todas estas publicaciones.
233
podemos entonces considerar (con conciencia de la paradoja) que se adjudican una función
intelectual tradicional. (Algunos detalles de sus dos antecesoras directas se ofrecen en nota222 .)
222
Ciclo ("Arte / literatura / pensamiento / modernos"), de ambición bimestral, conserva la estructura tradicional de
revista intelectual: media docena de artículos largos de temporalidad muy laxa y al fondo algunas reseñas y notas de
actualidad que ocupan respectivamente el 10% y el 5% del total de páginas en sus dos únicos números. La
necesidad de difundir un discurso crítico altamente conceptual y especializado para la creciente escena "moderna"
local, que se mantiene en Letra y línea, ya está en el primero: 4 páginas de Trópico de Capricornio (tomadas de la
traducción de Pellegrini con “permiso” de la editorial Argonauta, que sin embargo no consta que la haya impreso) y a
continuación 14 de Georges Bataille sobre Henry Miller (extraídas del primer número de la revista francesa Critique,
de 1946). Igual que en Lyl, y podemos pensar que por designio de Aldo Pellegrini —que la codirige—, ese discurso
excede la cuestión del surrealismo, que aquí recibe una mirada ecuánime y desencantada en la crónica donde Elías
Piterbarg, también co-director, narra una sobremesa con los de Bretón en París. Es evidente que en Ciclo la escena
local no interesa más que como destino de lo "nuevo" que traen. Su mirada es global y equidistante: "En otro número
nos ocuparemos también nosotros de Malraux como lo hace ahora la revista 'Esprit', de París del mes de octubre de
este año" (Ciclo 1, 90). Moholy-Nagy y Mondrian ilustran las tapas respectivas; la única publicidad de una editorial
(otra vez Argonauta) ofrece 26 libros en francés y 15 en español. Se adjudican así una misión intelectual que
podemos llamar "tradicional". A partir de cero ("Revista de poesía y antipoesía") lleva todas las marcas de la
pequeña revista de tendencia. Los editoriales hacen la apología del costado más bretoniano y romántico del
surrealismo, que los liga con el misticismo altisonante de Poesía Buenos Aires (1950-60): "Alguna vez llegará el
tiempo en que la poesía —recordemos las palabras del ardiente Bretón en el primer Manifiesto— 'decrete el fin del
dinero y parta el pan del cielo para la tierra'", profetiza por interpósita persona su director, Enrique Molina (1, 1).
Este malditismo de manual se reafirma en la segunda época: "La sociedad brinda toda clase de honores,
reverencias, dignidades y títulos honoris-causa al escritor, a condición de castrarlo" (2). "Esta revista —informaba el
primer editorial— pretende la difusión de tales conceptos y ponerse en comunicación con todos aquellos que en
nuestro medio y fuera de nuestras fronteras están empeñados en una misma empresa de liberación del espíritu".
Carentes de los favores de la "sociedad", habrán sido tal vez más viriles pero no más fecundos. Quizás sus mismos
valores les prohibieran toda regularidad. Con una "insólita presentación dentro del cuadro general de las revistas
literarias argentinas", derivada de su "forma oblonga" y "sorprendentes collages" (Lafleur et al. 239), A partir de cero
ofrece algunas ficciones breves, bastante poesía y algún que otro ensayo; en el último número hay varias páginas en
234
FIGURA 3.1. Ciclo 2 34-5 (marzo-abril 1949). Doble página.
235
FIGURA 3.2. A partir de cero 2 1 (diciembre 1952). Tapa del segundo número.
236
delatan un trabajo investigación cuidadoso, dirigidos todos —al igual que los “ajustes de
Sur y el suplemento cultural del diario La Nación, en los que los críticos jóvenes vieron sin
esta forma controvertida (es decir: costosa) pero de indudable prestigio. Más bien lo contrario:
casi la mitad del total de páginas del primer número —7 sobre 16— se las lleva una guía de
reseñas de actualidad en todas las disciplinas, donde la “tarea discriminativa” que se adjudica
la revista con grandilocuencia proverbial, aparece bajo la ambición en apariencia más acotada
acción a lo que corresponde llamar en sentido propio mercado interno; es decir, al conjunto de
lo que se distribuye y se puede conseguir en el país (o “en las principales ciudades del país”,
Pero acaso nunca como en ese año de 1953 la cantidad y la actualización de títulos
editorial aceleraba de por sí la velocidad de las traducciones; además buena parte de las que
223
Véase la Introducción.
237
iban hacia el castellano se hacían en Buenos Aires224. El año de 1952, en que Argentina había
impreso “muchos más títulos de literatura que numerosos países europeos” (Lagarde 148) —
incluyendo a España, Austria, Bélgica, Portugal, Suecia, Suiza y Hungría—, cerraba tres
especialidad autónoma. Esta impresión no les era exclusiva, como vimos en la Introducción;
Luis Emilio Soto, uno de los pocos críticos con prestigio en tanto tal a mitad de la década226 ,
poco después daba la crítica por “abierta a la buena voluntad, al discernimiento y al espíritu
de camaradería de todos los escritores sin distinción de géneros” (Bibliograma 14 3). La reseña,
después de todo, era una de las vías de entrada más común a la letra de molde.
Borges y Bioy se burlaban del espíritu grupal de la revista —¿”núcleo”? ¡ateneo!—, que
un cierto “nosotros” que ella frecuenta acaso permite sospechar. Muy probable es que además
los satiristas lo conocieran de oídas: fue después de todo en casa del poeta Oliverio Girondo
escritora Norah Lange— constituye un curioso espacio de intercambio entre las aspiraciones
anfitrión, que por clase y por edad —era de 1891— pertenecía más bien a la “vanguardia
histórica” de las revistas Martín Fierro (1924-1927) y Proa (1924-26), donde había colaborado
junto con algunos de las figuras que eran ahora las bestias negras de Letra y Línea: los poetas
224
En 1956, Argentina figuraba entre los principales diez “grandes países traductores”, y era uno de los doce
miembros de la Federation Internationale des Traducteurs, fundada tres años antes (Cary 171).
225
Véase el capítulo 1.
226
Véase la nota sobre Luis Emilio Soto en la Introducción.
227
En una entrevista reciente, Miguel Brascó, colaborador de la revista, afirmó que “Girondo pagó todos los
números” (Wenner).
238
Ricardo Molinari (1898) y Francisco Luis Bernárdez (1900), el novelista y ensayista Eduardo
Mallea (1903)228.
Aldo Pellegrini comenzó a frecuentar a los Girondo en 1948 a través del poeta Enrique
Molina (1910-1997). Su “pequeño grupo surrealista (Molina, [Carlos] Latorre, [Juan Antonio]
Vasco, [Francisco] Madariaga, [Julio] Llinás y yo)”, que constituirá también el núcleo de la
revista, se cruzaba en ese living con el que reunió otra publicación importante de la década,
Poesía Buenos Aires (1950-60): Raúl Gustavo Aguirre, Edgar Bayley —que había participado de
las revistas de la vanguardia plástica de los '40—, Rodolfo Alonso y algunos otros, poetas de
memoria tenue o simplemente restringida, pero que representaban entonces una línea
experimental y algo mística, coherente con sus referencias francesas. Además, “en las
reuniones más amplias que se hacían en casa de Girondo con diversos motivos —recuerda
Pellegrini—, fui conociendo parte de ese mundillo literario y artístico que hasta entonces
haber significado para Pellegrini “la aceptación de su función artística y su misión en el plano
surrealismo francés (Pellegrini “Nacimiento” 643). Su actividad visible comienza ese mismo
año de 1948, a sus 45 años; dos décadas después de haber fundado “el primer grupo surrealista
de habla hispana” (Méndez Castiglioni 20), con el que editó dos números de una pequeña
228
Según Pellegrini, Girondo “afirmó (…) una solitaria posición de vanguardia en el seno de una generación que
traicionó sus propósitos iniciales” (“Nuevos poemas” 2). Sobre el vanguardismo de Girondo, véase Schwartz. Sobre
239
En una carta a la crítica Graciela Maturo a mitad de los años ’60, Pellegrini parece
sugerir que la primera seducción del surrealismo, que dice haber conocido “el año de su
fundación” —1924—, hubiera pasado por sus provocaciones contra el establishment literario,
con las que se habrían identificado a nivel local (Maturo 111). Pero casi nada del espíritu del
panfleto contra Anatole France, “Un cadavre” (“Con France, es un poco de servilismo humano
lo que se va”), alcanzó a plasmarse en Qué. Sus dos números, de 1928 y 1930, ofrecen un
únicamente descoyuntada; las bravatas, que las hay, son anti-literarias in toto, sin matices ni
nombres propios. “Lo que suena a letra, a falso, es muy a pesar nuestro. Quien de nosotros
mereciera el calificativo de literato habría desahuciado su intención” (Qué 1 2). Este deseo
evidente de ser leídos en clave literaria era tal vez demasiado sutil para tener eco en aquella
cierto prestigio poético tanto en los barrios altos de la ciudad letrada (cf. Los raros, 1896, de
Rubén Darío) como en los barrios bajos (cf. Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires, 1920,
el primer libro de Roberto Arlt). Todos los miembros del grupo eran estudiantes de medicina;
revista, inspirados por el costado más introspectivo y freudiano del primer surrealismo —
1948 marca el comienzo de una actividad intensa y con nombre propio. Entre fines de
ese año y comienzos del siguiente se publican los dos números de Ciclo, que co-dirige con
Elías Piterbarg (presente en Que) y el psicoanalista Enrique Pichón Rivière. También de 1949
es su primer libro de poesía: El muro secreto, 250 ejemplares numerados. En 1952 colabora en
los dos números de A partir de cero, la revista explícitamente surrealista de Enrique Molina, y
240
publica otro volumen de poesía: La valija de fuego. Por fin en 1953, “en casa de Girondo (…)
llegó a cuajar una efímera revista, ‘Letra y línea’, que hizo bastante ruido en su momento”229.
opinó que la modalidad de cortar los artículos cuando se acaba la página y continuarlos donde
destinado a perturbar la lectura lineal, cuando es de hecho tan populista que publicaciones
Estos errores nos dan una idea de la torsión que requiere leer Letra y Línea sin dar
indica a Crespi que hay en Letra y Línea una ambivalencia incriminable. Intenta aplicarle su
229
En 1944 —según la fecha de sus primeros libros— Pellegrini había fundado la editorial Argonauta, cuyo período
de mayor actividad parece durar precisamente hasta el ’48. Argonauta resucitó varias décadas después en manos
de su hijo Mario y existe todavía. El sitio web actual cuenta que “fue fundada originalmente en Buenos Aires en la
década del cuarenta por Aldo Pellegrini y David Sussman, durante el período de expansión de la industria editorial
argentina en la inmediata posguerra. Durante casi diez años, con una línea editorial abierta, sin preponderancia de
ninguna inclinación personal, con diversas colecciones de narrativa, obras maestras de clásicos universales, clásicos
de la historia, divulgación científica, medicina, etc. se publican unos cien títulos, cesando su actividad a comienzos
de los años ’50”. La lista de títulos (Renan, Shakespeare, Stendhal, Leo Perutz, Illia Erenburg, largo etcétera)
confirma que difícilmente se la puede considerar como parte de su actividad militante. El catálogo actual, de hecho,
sólo conserva dos títulos de esta época: Demian (de Herman Hesse) y El libro de Monelle (de Marcel Schwob).
241
delicado reactivo y obtiene un resto negruzco que le repugna. Esa ambivalencia es sin
hubiera sido sin duda aparecer como de la nada arrancada a todo régimen
ningún modo" (1)— es sin embargo perfectamente coherente con la naturaleza doble de su
propuesta. Crespi hace bien en llamarla “metalenguaje”: Pellegrini —que se delata por su
pluma— comete ahí la ñoñería de explicar casi que pour les nuls las transgresiones y aun los
excesos y hasta los resultados de las transgresiones y excesos que Letra y Línea está a punto de
una sobriedad desarmante, como si se tratara del funcionamiento natural de la cultura. Así,
publicar a los escritores nuevos es la “función esencial” de toda publicación nueva, si bien
literarios de un grupo reducido de escritores, entonces bajo una influencia fuerte de la teoría lacaniana. La
integraban entre otros Germán García, Osvaldo Lamborghini y Luis Gusmán. Una abundante bibliografía crítica la
consagró en la última década como uno de los episodios más radicales de la literatura argentina.
242
tabla de valores hasta entonces admitidos: descienden unos y se elevan otros” por medio de
“análisis críticos” en los que “queda siempre un saldo beneficioso, aun en el caso de que los
Crespi bufa con razón ante semejante aplomo. La actitud más propiamente
vanguardista ante el mundo de la cultura la resumía bien esta cita de André Breton, que
Convendría ante todo terminar con la idea de que la cultura humana, tal como
Letra y línea publicó tres números prolijos a fines de 1953 —octubre, noviembre y
diciembre-enero (el verano es indulgente)— y uno último y rezagado recién en julio de 1954 (si
es que podemos dar fe de la fecha de tapa). Esa aspiración de regularidad —que muchas otras
cultural, que cubre todas las disciplinas y hasta la crítica, y de donde salieron además las
231
La cita, sin referencia en el original, pertenece a Arcane 17, publicado originalmente en 1945 en Nueva York y en
243
deliberadamente artesanal de A partir de cero [FIGURAS 3.2, 3.4, 3.5 y 3.6]. La modalidad del
“corte” —entonces habitual en diarios y revistas, hoy más bien rara— busca simplemente que
la mayor cantidad posible de artículos comience en la parte superior de la página, donde cae
primero la vista del lector. Si algo señalan estos malabares, hoy en apariencia tan retorcidos y
antiestéticos como para que un hombre de nuestro tiempo los juzgue deliberadamente
disruptivos, es en todo caso el predominio de la escritura sobre el diseño, que tiene así que
232
Es probable que la responsabilidad del diseño de estas revistas corresponda al menos en parte al artista Alfredo
Hlito (Nueva Visión le adjudica la “composición tipográfica”) y seguramente al propio Tomás Maldonado —teórico del
diseño, director de Nueva Visión—, que había hecho el diseño (mucho más tradicional por las características propias
de la revista) de Ciclo.
233
Según Crespi, “este rasgo persistente basta para reconocer la novedad del artefacto a través de los efectos que
procura y en virtud de su disposición a trastocar, a accidentar el régimen lineal de la lectura. El dispositivo de corte y
montaje en el que está confeccionado el artefacto obliga al lector a definir la modalidad de la experiencia que
constituye la lectura. Es el lector quien hace la revista en la medida en que debe resolver cómo sortea los accidentes
del corte…” (34). Gaceta Literaria (1956-61), un mensuario de izquierda cercano al Partido Comunista, más
conservador a nivel estético —pero también más desprolijo—, hace en su número 20 (1960) una ruptura de la
linealidad a la que Letra y Línea no se animó jamás: una nota empieza en la página 27 y termina ¡en la 26! [FIGURA
3.8]
244
FIGURA 3.3. Letra y Linea 1 1 (octubre 1953). Tapa del primer número.
245
FIGURA 3.4. Letra y línea 2 14-15 (noviembre 1953). Doble página de la guía cultural que cerraba cada número.
246
FIGURA 3.5. Arte Concreto-Invención 1 6-7 (agosto 1946). Doble página.
247
FIGURA 3.6. Nueva Visión 4 12-13 (1953). Doble página.
248
cine no había tenido ningún lugar en las revistas anteriores; en esta lo delegan enteramente en
un colaborador —J.A. Mahieu— que no consiguió que le imprimieran una sola vez el nombre
de pila234 . Mahieu detenta su función y exterioriza sus preferencias con una profesionalidad
la revista—, difícilmente puedan hallarse los imperativos que le dan identidad. Prima en ellas
una expresión sobria y periodística y una idea de la “calidad”, de buena factura, bastante ajena
al espíritu general. Esto no se debe (me parece) a la idiosincracia personal de Mahieu sino al
desarrollo histórico de los modos de apropiación del cine en Argentina. En 1953 no hay todavía
una cinefilia activa; es decir, modos de apropiación distintivos para un arte que ostenta todos
los rasgos del capital y de lo popular, tal como los conjuga el término masivo. El cine no logra
jerarquizar a su redactor ni dignidad suficiente para salir de la guía cultural hacia el espacio
234
No se trata de un seudónimo, como podrían sospechar el lector de entonces o el crítico de hoy. Mahieu (1924-
2010) tuvo madre, que lo bautizó José Agustín; dirigió un corto en 1963 (Ella vuelve desde la mañana, con María
Vaner y Leoanrdo Favio) y co-escribió algunos largos, publicó una Breve historia del cine argentino en 1966 y se
exilió en España en 1978, donde fue crítico de cine en varios medios. ¿Estaría entonces Mahieu bajo la influencia de
T.S. Eliot, al igual que el poeta y reseñista argentino F.J. Solero? El diario español El país le dedicó una necrológica:
“Agustín Mahieu, el amplio y profundo interés por el cine”. Tiene página de Wikipedia.
235
No se me ocurre una revista cultural más o menos highbrow antes de El Grillo de Papel (1959-60) donde la
249
Letra y línea decidió sin embargo tener una sección de cine regular aunque no tuviera
“servicio” en el ámbito periodístico, donde no carece de legitimidad; por regla general, los
mitos románticos de la prensa son menos reactivos a las necesidades de la demanda. Los
límites de la guía (en cuyas páginas va la mayoría de los avisos publicitarios) son por lo tanto
heterónomos: exceden por un lado las pasiones del Comité de Redacción (donde Mahieu no
figura) y por otro restringen el universo de objetos no sólo a lo accesible sino además a lo
actual. La guía —que aparece “justificada” desde la primera tapa— cifra así el espacio en el
en el plano del arte. Aquí también las preferencias han de orientarse hacia lo
multitud de boquiabiertos detrás de sí. Pero estos aislados creadores de hoy son
obra esté fuera del tiempo. Por el contrario, una esencial contemporaneidad es
para medrar. ¡Ojalá fuera siempre posible señalarlos! En ocasiones son tan
250
(Letra y Línea 1 1)
secciones con títulos prominentes de fácil acceso (teatro, cine, artes plásticas, libros y revistas
—en ese orden), las reseñas señalan en efecto todo lo que el curioso lector debe adquirir o
esquivar en un mes de consumo cultural. En el segundo son 6 de 16, más un artículo de Juan
Carlos Paz, “A propósito de Wozzeck” (contrareseña de la que había hecho El hogar sobre el
“drama musical” de Alban Berg). En el número tres hay un artículo "A propósito del libro:
‘Poeta al pie de Buenos Aires’” (“Buenos Aires y Guibert”, de Enrique Molina) y 4 páginas de
guía. El cuarto número trae apenas 3 páginas de guía, más un artículo “A propósito de…”,
donde Juan Antonio Vasco reseña y corrige con actitud paternal y un poco misógina los
poemas de Los nombres, de Silvina Ocampo, que ganó ese año el Segundo Premio Nacional de
Poesía.
El subtítulo “A propósito de” en esta serie de artículos muestra que resultaba todavía
un poco anómalo hablar de un libro recién publicado fuera del espacio dedicado
nunca actuales, como fatalmente lo será una reseña. Los principales diarios, al restringir la
novedad editorial —hasta mitad de los años '50— al espacio anónimo y encapsulado de las
completa bajo la forma del tesoro. La contemporaneidad como “sello” de autenticidad —ya sea
236
Otras publicaciones de la época (Sur y Buenos Aires Literaria entre ellas) usan también este recurso.
251
mercantil, cuya temporalidad (a la que la guía acepta someterse) se le parece demasiado. Pero
esto es menos un engorro que una atajo, en tanto la desmercantilización —es decir, el desarrollo
de estrategias para expropiarle los objetos al aparato industrial y publicitario que los
trae la mención Copyright 1953 by Editorial Raigal, Buenos Aires, 1953. 1953 quiere
decir ahora, y nos dan un libro de antes. (Juan Antonio Vasco en Letra y Línea 3
15)
que es nuevamente una justificación y es casi un disculpa. Significa: hemos constituido esta
novedad en ocasión para una intervención que la excede. Por esta vía la guía iba contaminando
tanto, frente a un total invariable, no dejó de disminuir. El espacio que va dejando lo ocupa
fallecidos, con lo cual impera también en esto un espíritu de actualidad— o Dadá —en
consonancia con una muestra en Nueva York—, una encuesta a “los pintores modernos”
argentinos que seguramente quedó interrumpida; también algunos poemas y narrativa de los
colaboradores (Pellegrini, Latorre, Brascó) o gente afín a la revista (Oliverio Girondo y Norah
¿Cómo leer este declive de la “información cultural” propiamente dicha? Una nota
breve en la última página del segundo número —luego del cual ocurre la caída más brusca de
la guía— revela algunos debates internos. El título es “Diálogo entre nosotros”. Los dos que
237
Véase la Introducción.
252
conversan allí, como en una suerte de teatro filosófico, van introducidos por sus iniciales: “O”
tiene que ser Osvaldo Svanascini —poeta y crítico de arte238 —, que ocupaba junto con Mario
Trejo —joven poeta también239 — la “Secretaría de redacción” en los primeros dos números;
“A.P.” es por supuesto el director. “Las revistas literarias tienen la costumbre de morirse —ya
aburren. Los temas despiertan ecos sólo en capillas poco pobladas, los artículos
Se nos ocurre que hasta que no aprendamos a hacer revistas a las vez
buenas y amenas —y casi, juraríamos que cada día nos alejamos más de ese
ideal— conviene colocarles a las actuales y próximas un tubo de aire que las
haga más respirables. Esto podría significar esta sección si nos ayudan a
238
Svanascini (1920) había publicado entonces tres libros de poesía y varios de divulgación sobre arte oriental, tema
al que dedicará buena parte de su vida profesional posterior. Un perfil de 1955 lo considera un poeta surrealista
(Figueira 337).
239
Trejo (1926) había publicado por mano propia un libro de poemas, Celdas de sangre (1946), bajo el sello H.I.G.O.
Club, nombre que usaban él y Alberto Vanasco para publicar sus cosas y hacer pequeños “happnings”. Hay algunos
comentarios sobre el club en el prólogo de Noé Jitrik a la reedición de 1967 de Sin embargo Juan vivía, la novela de
Vanasco.
240
Esta referencia es del propio O.
253
embargo de una sección muy tradicional en las revistas literarias (en otras probablemente
actualidad, lo que equivale a la naturaleza efímera de sus contenidos —en contraposición con
La respuesta de A.P. es áspera y definitiva: “en el mal humor reside lo mejor de esta
revista”, le informa. “¿Qué significa el buen humor? La gran virtud del conformismo. Estamos
cansados de buen humor, de buenas maneras, de aceptación dócil, de tubos que transportan
aire rarificado”. Estas “buenas maneras” (así textual) son las mismas que se le van reclamar a
Contorno, según vimos en la Introducción que protestará Ismael Viñas un lustro más tarde. Al
describir con ese término lo que era más probablemente una invitación a bajar el tono,
Pellegrini (igual que Viñas) connota un cierto registro de interacción cultural a la vez como
práctica de clase (cortesías de salón) y como pantomima. El escritor Héctor A. Murena había
Pellegrini sostiene enseguida la ecuación inversa: “El mal humor es la gran higiene”.
otros a arrojar la máscara. Que lo digan si no algunos heridos por las críticas
241
Murena: “porque somos amables, escasamente exigentes con lo que no nos importa demasiado” (citado por
Ramón Alcalde, “Teoría y práctica”). Sobre Murena y su relación con la renovación crítica de los años ’50, véase la
254
que evidentemente nada tienen que decir ni que defender salvo su pequeña
contestar a los escritores a las preguntas: ¿Por qué, para qué y para quiénes
La retórica de la exigencia produce esa repetición notable del verbo obligar: ¿obligar a
los escritores a contestar una encuesta? Las preguntas, curiosamente, son las que titulan los
la polémica. Todos aquellos que consideren injustas las críticas pueden escribir,
privada con la baja adulonería que descalifica a quien la recibe (porque el que
Las notitas de la sección “Espejo del mundo” van en cambio rigurosamente sin firma, y
son breves y burlonas; hay una cita irónica de un crítico español que descalificó a Faulkner,
3/4 de columna donde se declara muerto al neorrealismo italiano, un párrafo sobre la difusión
242
Sobre la influencia de Sartre en estos años, puede verse en rigor cualquier texto sobre el tema; uno clásico es el
255
Nueva York. “Espejo del mundo” ocupa una página en este segundo número; apenas una
columna breve en el tercero; y se recupera con una página y media en en el cuarto, si bien dos
de las tres notas continúan polémicas ya empezadas (una con Poesía Buenos Aires, la otra contra
Borges y Bioy). De modo que por este “tubo” —ya por lo angosto, ya porque lo obturó el
disuelve la Secretaría que Svanascini compartía con Trejo y ambos pasan a engrosar las filas
primera vista uno tendería a pensar que las reseñas, en general breves, siempre actuales, a
menudo despiadadas, estaban más bien del lado ameno que del grave y tedioso; y que los
artículos que vienen a ocupar su lugar —por lo común más largos y más graves— refuerzan el
costado programático e “higiénico” de la revista (aunque hay que notar con todo que en los
artículos son más los nombres que se alzan que los que se hunden). Todo esto es cierto. Pero
la guía era también el espacio de las polémicas menores, donde Letra y línea salía a impugnar
no los prestigios infames de los consagrados (que recibieron artículos) sino la modernidad
fraguada de los jóvenes embaucadores. Los cafés porteños eran promiscuos: difícilmente
hubiera entre ellos y alguno de los colaboradores de la revista más de un grado de separación
(si acaso). Tienen que haber sido estos jóvenes los que enviaron cartas de vanidad herida a la
redacción; porque es difícil imaginar que lo hiciera Francisco Luis Bernárdez, poeta laureado
Nación.
El periodista Marcelo Pichon-Rivière —hijo del psicólogo Enrique, que en 1948 había
codirigido Ciclo con Pellegrini— observó en 1974 que mientras el surrealismo francés se fue
256
ampliarse y asociarse con otros artistas de vanguardia (Pichon-Rivière 338). El episodio que
estamos viendo tal vez sea significativo en esa historia. En los primeros dos, hay al menos tres
reseñas negativas sobre autores o revistas jóvenes en cada número244; en los dos últimos hay
una sola en total —sobre Fernando Guibert245, destrozado por Miguel Brascó desde la guía—
y va compensada con creces por un artículo elogioso “A propósito de” que le dedica al mismo
libro Enrique Molina (que tenía quince años y dos o tres libros más que Brascó246) en el cuerpo
principal. Elección curiosa en una revista que padecía más bien una hipertrofia de la
grupo Sur, en los que la “nueva generación” —y particularmente la revista Contorno, que al
salir este número tenía ya dos publicados— entendió que se hallaba el establishment literario:
uno de Alberto Vanasco contra Eduardo Mallea (que sigue los de Ismael Viñas y Adelaida
Gigli en Centro pocos meses antes y antecede el más famoso que le dedicará en Contorno León
244
Valentín Fernando, Juan Goyanarte y Poesía Buenos Aires en el número 1; F.J. Solero, Alberto Polat y la revista
Plática en el número 2.
245
Guibert tenía 40 años y acababa de publicar su segundo libro, Poeta al pie de Buenos Aires.
246
Brascó (1926) había publicado un solo libro, “Otros poemas e Irene”, ese mismo año por la pequeña editorial
Colombo. Enrique Molina (1910) tenía ya tres, el primero de ellos premiado y editado por Sudamericana en 1941:
servidumbre: Mallea”.
257
El malhumor triunfa, entonces, pero también se restringe, o más bien se focaliza. A los
jóvenes, a la vez que les ahorra el malhumor, la revista los invita por tercera vez en el último
páginas:
a todos los que tengan algo que proponer o rechazar o reflejar sobre la realidad
de nuestro tiempo, con la sola condición de que lo hagan con calidad y rigor. Se
13)
revista más hospitalaria con los potenciales lectores, que imagina ajenos a las disputas que
definen el espacio de los productores, y por lo tanto ahuyentados por ellas. Imagina, por lo
tanto, una relativa autonomía entre las dinámicas del campo de producción y las del espacio
gravedad y el malhumor. Svanascini “casi” jura que ese ideal, que dependía de un cierto
Pellegrini prefiere abrir no el tono sino las páginas de las revista. Proponer, rechazar o
reflejar son las únicas maneras de participar, porque se asume que todos los interlocutores, así
248
Sobre las implicaciones de la idea de “encuentro”, véase a Introducción.
258
como tienen edad y nacionalidad, poseen igualmente actitud estética y escuela249. El discurso
autoreflexivo de Letra y Línea —que testimonia el “Diálogo”—, no menos que sus estrategias
críticas (que analizaremos en los próximos apartados), disuelven la separación entre las
“internas” de los productores y los “usos” de los consumidores. Frente a un espacio cultural
que es confusión y conflicto, no hay apropiación legítima de las obras sin la “información” que
permita entender los términos de disputa, a la vez que cada obra (y por lo tanto cada acto de
número 1. El logo parece una obra de arte cinético, tan sofisticadas por entonces; la puesta en
página lo vuelve casi un poema concreto: “escuche su voz / su música / su canto / con nuestros
fonograbadores magnéticos / solicite a apel, corrientes 222 t.e. 31.4652, una demostración /
nuestros visitadores acudirán donde usted lo solicite” (Letra y Línea 1 16) [FIGURA 3.7]. El
círculo de colaboradores de Letra y Línea, sin embargo, permaneció casi idéntico a lo largo de
249
Estas posiciones parecen repetir la vieja disputa entre vanguardistas e izquierdistas alrededor de la famosa frase
del Conde de Lautréamont. A partir de cero había recuperado esta discusión en la primera página del número 2, del
año anterior (1952). Allí le recuerdan al poeta Raúl Gonzalez Tuñón —cercano al Partido Comunista— que la frase
de Lautréamont, devenida adagio surrealista, dice “por todos” y no “para todos”, según citaba él en Hay alguien que
259
FIGURA 3.7. Publicidad de Apel (Letra y Línea 1 16).
260
FIGURA 3.8. Gaceta Literaria 20 26 (mayo 1960). Nota que termina en la página anterior a la que empieza.
261
La “información cultural” —no menos que los avisos de novedades250— es por definición
perecedera. Realizar sobre ella una “tarea discriminativa” —como pretendió Letra y Línea—
requiere por lo tanto la capacidad financiera que permita una circulación igual de previsible y
regular que el espacio de producción de cuya confusión se quiere ser la contracara (como la
3. Crítica y taxonomía
Tal vez porque la historia y la política se han constituido históricamente como las
vanguardistas han tendido a quedar del lado de una supuesta inmanencia. Pero sería fácil
mostrar que cuando Letra y línea se ocupa de literatura, y en particular de literatura argentina,
en rigor su interés por el texto (o en general por la obra) es menor que el de la revista Contorno
(1953-59), cuya importancia histórica —se suele afirmar con justicia— resulta de haber
250
La variedad y cantidad de avisos de la revista declinó a lo largo de los números. En el primero hay 9 avisos —4
de editoriales (Sudamericana, Emecé, Schapire y Nova) y dos de librerías (una era también editorial)—; en el
avisos, todos de editoriales: Losange, Emecé, Nova, Paidós; en el último número, que sale seis meses después del
anterior, queda una sola editorial —Losange— para un total de 4 avisos (los otros 3 no ofrecen nada de actualidad).
La virtual desaparición de los avisos de novedades en el último número, tanto como el declive final de la guía misma,
se explican también por el impasse que hizo la revista antes de desaparecer del todo.
262
apartado— empujan la mirada hacia afuera del texto. Las dos polémicas que dispara
Pellegrini desde la revista soslayan casi totalmente el análisis de las obras: prefiere enjuiciar
en cambio la responsabilidad crítica y curatorial, que considera mayor que la de los propios
artistas. Julio E. Payró, uno de los críticos más respetos del establishment, curó una muestra
de pintores abstractos —en el momento en que la abstracción (según quién mire) aparece
como la forma artística más avanzada o la alienación preferida del capital internacional252 .
Poesía Buenos Aires, joven revista de vanguardia, compiló un “Panorama de la poesía argentina
moderna” para su número 13-14. En ambos casos, como es evidente, lo que está en juego es la
definición y la propiedad de lo nuevo. Pellegrini invierte muy poca tinta en discutir a los
artistas; pone bajo la lupa el texto del catálogo y la introducción de la antología y encuentra
clasificatorias, lo que explica la indulgencia crítica que ha hecho posible reunir (en el primer
caso) a un “verdadero artista” con dos que “que justificarían por sí solas todas las críticas que
los recalcitrantes suelen hacer al arte abstracto” (Letra y Línea 2 12), tanto como hallar (en el
251
“Incriminar” es el término que usa Pellegrini en su prólogo a Los manifiestos del surrealismo de André Breton:
“Mientras una persona está adherida a una conducta incriminable, desde el punto de vista moral de Breton, esa
persona resulta acusada y atacada con todas las armas; cuando la conducta de dicha persona deja de ser
incriminable, el juicio de Breton cambia. Breton se revela así como moralista, uno de los más importantes de este
siglo. Pero como debe serlo todo verdadero moralista, lo es en la medida en que se preocupa por el destino del
263
segundo caso, que nos ocupará primero) una cantidad inverosímil de “poetas modernos” en
Argentina.
Pellegrini coloca desde el inicio la discusión con Poesía Buenos Aires en el terreno de los
poéticas en la Argentina se ha ido haciendo cada vez más indispensable”: indispensable para
saber —según la reseña de la sección “Revistas”— “cuáles son las condiciones negativas y
positivas que permiten considerar a un poeta como de espíritu nuevo” (Letra y Línea 3 15). No
deja de ser curioso que considere “información” esta perspectiva general, que —se deduce—
introducción de Poesía Buenos Aires había intentado ofrecer esta información, pero entraba sin
embargo “en una serie de consideraciones tan terriblemente confusas y contradictorias que
vale la pena detenerse en ellas porque servirán para dar la clave de todo el contenido del
número”. Pellegrini les objeta una serie de apreciaciones que es justo considerar
clasificatorias: primero, considerar a Baudelaire entre los “poetas del tedio y el refinamiento
Con tan confusos puntos de partida no puede extrañar que todo el panorama,
ejemplos elegidos de modo que no aclaren nada, todo contribuye a hacer de ese
Un breve párrafo final se ocupa de la antología: “En cuanto a los poemas, el número de
autores elegidos (¿50 poetas modernos en la Argentina?) puede dar una idea de la calidad”.
264
Pellegrini observa al pasar que “por el ‘espíritu nuevo’ dominan las sombras de René Char,
bastante menguada, y a veces Eluard”, opina de Francisco Madariaga (que ya vimos que
pertenecía al “pequeño grupo” del reseñista) que su “ubicación lógica estaría entre los poetas
“Introducción”.
Ya desde el título, la reseña de la sección “Artes plásticas” que inicia la polémica con
Julio Payró pone en primer plano la centralidad de los críticos. “Tres abstractos y un crítico en
Krayd253 ”: también el crítico está ahí expuesto. Y su responsabilidad es de hecho mayor que la
del artista:
que les corresponde si únicamente la autora, por error o falta de autocrítica, los
expusiera bajo su única responsabilidad. Pero resulta que tal exposición viene
avalada por un crítico, Julio Payró, que comparte o mejor dicho asume la
253
Sobre la galería Krayd, véase Rossi. “Para los jóvenes que suscribían el ideario de la vanguardia nacida en
Buenos Aires en la inmediata posguerra, la interrelación entre las disciplinas fue un aspecto fundamental. (…) No
resulta casual, entonces, que hacia 1951 dos músicos y un poeta decidieran instalar una galería de arte en Buenos
Aires. Impulsados por Tomás Maldonado, los músicos Francisco Kröpfl y Zoltan Daniel –del entorno de Juan Carlos
Paz y la Agrupación Nueva Música– y Raúl Gustavo Aguirre –del grupo de la revista Poesía Buenos Aires–
emprendieron la «aventura» de Krayd Galería de Arte. A las iniciales de sus apellidos se debió el nombre del
espacio, aunque antes de comenzar las actividades Aguirre decidiera no participar. Inaugurada en noviembre de
1952, esta galería pudo sostener sus actividades hasta fines de 1955” (1).
265
A nosotros “arpa sonora del corazón” nos suena tan insufriblemente cursi como a
Pellegrini. Pero Julio E. Payró no es un cursi insufrible: es un profesional que considera que su
nos parece imprescindible es la sensibilidad. Pero cuando ésta falta, ¿qué otro
sin embargo de manera exclusiva sobre la "información”: en el caso del primero, porque la
segundo, porque en rigor (al margen de lo que diga) Pellegrini parece no hacer lugar alguno a
la sensibilidad. La carta de Payró —que Letra y Línea reproduce en el número 3254— empieza
254
La carta de Payró va ilustrada por “Sugerencias arcaicas” de Bruno Venier, artista a quien se reseña en la página
siguiente. Esta editorialización visual irónica también anticipa la revista El Grillo de Papel (1959-60). Véase la
Introducción.
266
Lo que sigue son las fuentes que probarían que fue Vassily Kandisnky el que utilizó el
término “pintura no-objetiva” por primera vez, como Payró ya había afirmado en el catálogo.
Pellegrini está convencido de que fue Rodchenko. Lo que parecería en principio más
relevante —su aplicación a ciertos artistas argentinos— Payró preferiría dejarlo igualmente
fuera de la discusión:
Pellegrini rebate la información de Payró con una catarata de referencias, algunas que
posee (“Toda esta bibliografía la pongo a su disposición”) y otros libros que “aunque no
figuran en mi poder, los he tenido en mis manos y los he hojeado, en París, en casa de la viuda
del artista: Nina Kandinsky” (13). Más notable es su profesión de fe en las convenciones
nomenclatorias, donde parece hablar el médico gastroenterólogo más que el poeta surrealista:
(…)
267
Por otra parte hasta los diccionarios comunes ya nos dan definiciones
generar el crítico, podríamos decir —para empezar a definir su posición particular—, en tanto
actúa como mediador en un cierto mercado, en el que opera centralmente con su “apreciación
muestran los análisis de su Veintidós pintores. Facetas del arte argentino (1944). En tanto su
“sensibilidad” imagina que traduce entre lenguajes heterogéneos, Payró está de algún modo
condenado a la metáfora (“arpa sonora del corazón”). Si se nos permite leer el catálogo de
Payró a través de las referencias que da la reseña, diremos que no es extraño que haga “un
paseo por la historia del arte moderno desde su comienzo” —que Pellegrini juzga “apto para
estos años más bien una sinécdoque de la modernidad artística que un campo de exploración
particular. Para Payró, como también para Jorge Romero Brest —sospecho que por una
tendencias requería antes que nada una redefinición del arte en tanto capacidad humana,
255
A pesar de esa formación más tradicional (en comparación con la de Pellegrini, por ejemplo), Romero Brest fue
una de las figuras más importantes de la modernización en las artes visuales, tanto en la línea modernista que
representó entonces la abstracción (y que promovió desde su revista Ver y estimar, 1948-1955), como en el “quiebre
del paradigma modernista” que financió, difundió y legitimó bajo su dirección el Centro de Artes Visuales del Instituto
268
tanto por la razón (diremos) inmanente de que ellas ponían en juego el lugar de lo artístico —
que ya no se alojaba en la obra misma—, como por la más coyuntural (pero derivada) de que
diferentes. Payró le habla al mundillo tradicional del arte local, para cuyo circuito de
coleccionistas fue durante muchos años una figura importante, tanto como para un público
extendido frente al que se concibe, como lo llama de hecho Pellegrini (aunque sin la
importancia como parte del conjunto de prácticas artísticas “modernas”, con las que se
de cada “disciplina”, favorecieron sin embargo una traductibilidad conceptual mucho más
fluida, por lo tanto una exigencia recíproca mayor257 . Respecto de ese universo teórico, que es
256
Así responde a la acusación de “bisoño”: “desde hace muchos años (desde 1928) me ha preocupado el estudio y
que “los primeros poetas que en nuestro país se dedicaron a una exploración seria y directa” se habían familiarizado
con “la poesía surrealista”. Aún si los tomamos como una exigencia más que un dato histórico, la amplitud es
significativa. Habrían hecho esa educación “a través de los manifiestos y los trabajos de Bretón, de Éluard, de Péret,
de Artaud, de Tzara, de los antecedentes literarios del movimiento (Blake, Novalis, Rimbaud, Lautréamont, etcétera),
de las obras de exégesis y de las expresiones surrealistas paralelas en las artes plásticas, en el teatro y en el cine”
(117). Un año y poco después, el novelista Carlos Prelooker (director de la editorial Doble P) le reclamaba a los
escritores argentinos que se dieran una formación acorde a esas exigencias modernas. Realizó esta invitación en el
Boletín del Instituto Amigos del Libro Argentino 12 (enero-febrero de 1956), que cultivaba una línea realista y de
izquierda, generalmente opuesta a las corrientes vanguardistas. Prelooker asistía a las exposiciones de pintura y se
cruzaba a los escritores. “Muchas veces ello me hizo pensar si la cultura era algo que podía subdividirse en
compartimentos estancos e incomunicados entre sí, si la cultura era patrimonio exclusivo de alguno de esos
compartimentos o, también si era posible concebir una especialización cultural dada que permitiera el olvido e
269
Pellegrini ya le había lanzado a Payró la acusación de bisoño: “nada hace más daño al arte
dedican sistemáticamente a propiciar a los pintores menos calificados” (Letra y Línea 2 13).
Magnánimo, le ofrece “estas informaciones por si alguna de ellas puede serle útil para
Pero Payró (1899) le llevaba a Pellegrini (1903) apenas cuatro años. Sus
como de un cambio más global respecto de los requisitos que la dinámica rápidamente
Para Payró la tarea crítica consiste en una mediación entre mercados relativamente
sobrevenir depreciaciones bruscas; tal la relación entre el mercado europeo y el argentino, por
ejemplo, o incluso entre las “nuevas tendencias” y el circuito tradicional258. Para Pellegrini se
ignorancia o indiferencia hacia los demás. Pero estas son posibilidades hace ya mucho superadas por el
pensamiento universal que no concibe tales divisiones y deja solamente vigente un concepto: la cultura es una e
indivisible, esto es, que no cabe tener una cultura literaria y carecer de cultura visual o auditiva o viceversa. Se
puede solamente ser culto o no serlo. Para mí no hay otra alternativa” (6). Significativamente, la revista pegó a su
lado esta aclaración: “LA DIRECCION no comparte necesariamente los conceptos de los colaboradores. El
BOLETIN es una tribuna abierta para todos los escritores que deseen expresarse en sus páginas dentro de la línea
de amor a la cultura y a la libertad, que reputamos connatural en el hombre de letras. — A. E.” (A.E. = Aristóbulo
Echegaray, director de la revista). Sobre la cuestión de las fronteras en el arte moderno, véase el “Preludio” a
Payró selecciona y reseña 22 artistas de tendencias muy diversas con la voluntad infatigable de equilibrarlo todo: los
grandes maestros europeos y los “temperamentos originales” argentinos que sin embargo recuerdan a ellos, las
270
estética que ni siquiera se articula como tal, y de ahí deriva también una posición crítica de
exigencia radical.
El consenso clasificatorio, bien mirado muy poco vitalista que respalda acá Pellegrini
—cuando a los de Poesía Buenos Aires les reprochaba “una posición puramente literaria y
antivital” (Letra y Línea 3 15)— es coherente sin embargo con la estrategia crítica de “ubicar” a
los artistas y escritores que se lee parejamente en las reseñas y artículos de Letra y línea. Esta
lenguaje propio, sobre el que se inclinará para prestarle el suyo. En Letra y Línea la ubicación
prácticamente reemplaza el juicio de la obra, o es ese juicio, porque la voluntad que los anima
otro— que marcar los límites entre zonas de legitimidad e ilegitimidad para la práctica
artística. El leit motiv crítico tradicional era la carencia: de autores, de editores, de tradición,
pulsiones diversas que advierte en los cuadros (oficio e innovación, figuración de lo real e investigación abstracta,
estilización y “contenido humano”, etc), las exigencias artísticas de tendencias en disputa, y en general la difícil
convivencia en un mismo espacio de proyectos artísticos que se imaginan incompatibles. Su aspiración a la armonía
logra transmitir la impresión de un mundo todavía tradicional, de “adquisiciones sucesivas” (9) —mitad deseables,
mitad inevitables— que no tienen por qué perturbar a los “gustadores” de siempre. En ese sentido, es interesante la
adjetivación de Payró, hoy casi totalmente no-artística: “sabrosa y fina amalgama cromática” (12), “finura del gusto”
(21), “formas gratas” (24), “exquisita ternura” (34), etc. Sobre la relación de las colecciones de arte de la editorial
Poesidón —donde salió Veintidós pintores— con el coleccionismo local, véase García, “El señor de las imágenes.
271
las obras y autores. Para deshacer el enredo no basta tirar de una obra o de un autor —
enfrentarse a ella con sensibilidad privilegiada—; primero hay que restablecer las líneas de
fuerza “vivas”, lo que permitirá percibir en un segundo momento quiénes brotan de ellas, a la
vez que distinguir a los que parasitan unas u otras. Como esta confusión es tierra fecunda para
(Letra y Línea 3 16); y la “verdadera poesía social” no puede ser confundida con “un epidérmico
excitante elaborado con un tema político” (Letra y Línea 3 4); y la fecha del copyright —como
autoconciencia del desarrollo autónomo de las artes —como avatar que es del relato
259
Fue Beatriz Sarlo la que dio estatuto teórico a la expresión hasta entonces menos sublimada del “ajuste de
cuentas”, en relación precisamente con la renovación crítica de los años ’50: “todo Contorno es un ajuste de
272
vanguardista como a la transformación social que venía teniendo lugar en el espacio cultural,
4. La subcultura de la abundancia
El poeta Carlos Latorre (nacido en 1916), unos de los colaboradores más veteranos de la
revista, llamó “condenaciones críticas” a los respectivos artículos que escribió para los dos
primeros números: uno dedicado a Francisco Luis Bernárdez, otro a Ricardo Molinari, poetas
que habían nacido casi con el siglo y eran en los años ’50 (aunque diversos) dos figuras
consagradas. El término es válido también para el artículo del joven novelista Alberto
Vanasco (1925) sobre Eduardo Mallea —en el número 4—, el narrador que sufrió los ataques
continuación, en relación con el prestigio y la posición que había tenido, el olvido crítico más
perdurable.
voluntad de enjuiciar algo que excede la obra. “No queremos aquí hacer el estudio meramente
literario de sus novelas —dice Vanasco a tres párrafos del final—, para lo cual tendríamos que
citar sus obras completas” (Letra y Línea 4 7). Y Latorre sobre Molinari:
260
Sobre el lugar de Mallea en la renovación crítica de estos años, véase el capítulo 2.
273
poesía y frente a la vida, dos caras de una misma moneda. (Letra y Línea 2 11)
Igual que la de Vanasco, esta declaración tiene lugar casi al final del artículo. Estos
anuncios indican sin duda el desplazamiento del lugar de lo artístico que trae la imaginación
respecto del conjunto de disposiciones que los artículos efectivamente quieren impugnar; la
ubicación permite leerlos además como instantes de debilidad. En el punto en que Latorre
suelta su declaración, ya es evidente que “el caso Molinari” se le presenta mucho más difícil
que el primero de la serie. Justo antes de condenarlo “en bloque”, había citado a Molinari por
valgan los ejemplos aquí utilizados para demostrar que en ocasiones Molinari
261
“¿Asumiría Bernárdez el papel de fantático, de unanimista exacerbado, cuyo rol juega Claudel (...)? ¿Se animaría
a internarse en medio de ese tembladeral, por instantes nauseabundo, que es el hombre de Bernanos (...)? (...) Todo
274
conformidad con su lugar y función. Como lo propiamente artístico está en otra parte, Latorre
se declaraba incluso prescindente ante la cuestión ideológica: “un pensamiento católico [—el
que defiende Bernárdez—] cuya discutible importancia no intentaremos dilucidar aquí, pero
alegato un poco desesperado ante la dificultad de convencer al por menor. Es significativo que
ocurra a continuación de que Latorre ha propuesto como parámetro de juicio los propios
estándares de exigencia del condenado, que arrastraron con ellos incluso un lenguaje arcaico
demasiados valores no del todo infames. Latorre le reprocha falta de riesgo, pero en la
formulación misma evidencia que al menos va en la dirección correcta: es “complejo sin llegar
Línea 2 6). Es así que Molinari “consigue en parte lo que se propone: confundir” (6). La nota
tiene que ir conjurando uno a uno los puntos de contacto; el más problemático es su imagen
malditizante.
Mas tanta duda y soledad, tanta angustia, tanta melancolía y desamparo, tanta
262
“Él no ha llegado a la Iglesia ni por la crisis ni por el trance. Ha llegado por la educación y la moderación de los
sentidos. (...) Nada de arriesgar el alma. Toda pasión desmedida es condenable” (7).
275
tienen de esa melancolía, de esa sorda desesperación que nos trae Milosz, por
ejemplo... (6)
forma en tanto inscripción de la experiencia. Si hiciera falta desglose, Latorre explicita sus
exigencias. Las introduce fingiendo perplejidad ante “la dignidad de la expresión” que, según
proferir sonidos inarticulados, casi animales, con los que intenta el tremendo y
filología, incluso la sintaxis y el estilo—, Latorre construye un campo semántico del riesgo y el
276
una obra se verifica en una articulación entre experiencia y forma, cuya aspiración es “una
perfecta alianza entre el poema como cosa escrita y la poesía como experiencia vivida”; esta es
la formulación del crítico francés Gaëtan Picon que cita Latorre. Picon la veía consumada en
René Char, cuyas “sombras” —como vimos— Pellegrini había detectado en muchos de los
poemas que para Poesía Buenos Aires cifraban el “espíritu nuevo” de la lírica local.
El “caso” de este poeta francés merece un párrafo. Según Olivier Belin, la consagración
resistencia, “en un contexto en que los valores literarios se reconstituirán a partir de valores
ideológicos” (Belin 3). “Si el valor de la poesía ya había sido reconocido antes de la guerra, la
sumarse al elogio crítico y juega un rol decisivo en el acceso de Char a una cierta notoriedad”
resulta todavía más notable si se tiene en cuenta que Char rechazó explícitamente hacer
“poesía de la resistencia”. Así, habría que decir que en esta “perfecta alianza”, tal como
funciona en Latorre, es menos importante la coherencia entre los elementos que la posibilidad
de leer en ambos el ideal de riesgo que aparece como la cualidad propiamente poética.
Cumplir o faltar a la exigencia de ponerse en riesgo, como es evidente en las citas, es una
cuestión moral: es su integridad, más que sus ideas estéticas, lo que está siendo juzgado.
condesciende a la debilidad burguesa de ejercer control sobre sus pasiones. Lejos de las
263
Funciona así: “Se me ocurre que Molinari funda esa actitud escapista y desdeñosa en cierta elegante
superioridad de espíritu que no alcanza a justificar ni con sus trabajos ni con su vida (por lo menos así lo permiten
277
posturas constructivistas que se leen en otras páginas de la revista, parecería que la voluntad
formulada resultaría inviable como idea reguladora —del mismo modo que el fluir del
inconsciente que glorifica el primer surrealismo, como se ha dicho tantas veces, es impensable
sin “conciencia vigilante”. La constancia del juicio por comparación264 indica que son
autodeterminación” y “la locura de Artaud, quien termina por proferir sonidos inarticulados,
casi animales” ---etc--- los que actúan como modelos de legitimidad respecto de la relación
entre experiencia y forma. Estos nombres ya son índices que conducen a un repertorio de
formas abstractas y universales, inspiradas por las figuras que todavía les dan nombre,
estrategia valorativa reside en que las habita una tensión irresoluble entre lo único y lo
repetible; legitiman ciertas zonas de experiencia (literaria y vital) e ilegitiman otras; son
264
Vanasco utilizaba los autores preferidos del propio Mallea en su contra: “En cuanto a los nombres invocados de
Rimbaud, de Blake, de Nietzsche, ¿en qué medida ha luchado por continuar sus rebeliones? ¿Imaginamos a
cualquiera de ellos ---a Rimbaud, por ejemplo---, practicando el oficialismo literario, ejerciendo de impecable orión la
representación y el secretariado del PEN Club, fomentando la burocracia intelectual a favor de la mediocridad, del
tono menor, apoyando el correcto ejercicio literario de buenas amas de casa, de circunspectos poetas de revistas
indiferenciación del mercado: “El afán reproductivo no afecta solo a las obras de arte, como sabemos, sino a todos
los bienes culturales. Partiendo de una motivación semejante, frente a la amenaza del consumo anónimo, surge la
"ideología de artista" como fundamento de la valoración estética y el performance de la identidad como parte central
del arte moderno, extrañando a una minoría del resto mundo. El trabajo de las instituciones y la difusión de las vidas
de artista le devolvieron a las obras algo equivalente al aura que el mercado les iba borrando (…)” (Montaldo “De la
278
del trabajo artístico, supone estetizarla. Esto, menos que adjudicarle potencialidad
2 10)
266
La estrategia valorativa que consiste en observar un nuevo objeto crítico a la luz de un modelo abstracto
descontextualizado puede parecernos absurda. Pero lo absurdo no resulta de lo abstracto y descontextualizado sino
de que todavía no ha sido abstraído y descontextualizado por completo. En este preciso rincón vendrá a anidar la
“teoría”.
279
Ciertas experiencias son auténticas y contemporáneas (por lo tanto poéticas); otras son
derivan menos de los “valores” nominales que manejan, al fin y al cabo no tan ajenos a la
tradición malditista que va del decadentismo a la vanguardia, que del tipo de experiencia que
leen en su textualidad.
Línea 2 6)
¿Qué es sin embargo lo que ha vuelto ilegítimas sus experiencias? El artículo Alberto
confirmada por el estatuto de clase de las experiencias que trabajan las novelas de Eduardo
Mallea. Tal como los describe Alberto Vanasco, sus primeros libros constituyeron una promesa
en el ambiente de renovación de los años ’20: habrían presentado “un juvenil tono de
“actitud ésta que le deparó el interés del público y la preferencia de los editores”. Este
respaldo le garantizó a su autor “todos los factores necesarios que un artista ambiciona ---no
sólo para realizar su obra--- sino para depurar y perfeccionar el medio cultural”; pero “nadie
como él (...) empleó dichas condiciones favorables para hipertrofiar y llevar al máximo los
280
término) que Vanasco le postula a la cultura: una promesa (de campaña) obtuvo el voto (de
clásico, que considera la literatura como “la traducción de aspiraciones colectivas por parte de
ciertos sujetos representativos”, según Fernando Degiovanni267. Vanasco desvía una frase que
Mallea escribe para la traición de un político y se la adjudica a él: “He visto a algunos de
ellos268 —decía Mallea— tener después mando en el país, levantar sobre tantas cabezas de
entonces, con terror, con miedo de verificarlo, que el país que los llamaba podía parecerse a
ellos”. Vanasco parafrasea: “Una vez ‘verificado que el país que lo llamaba se parecía a él’,
para no usar sino sus palabras, rehuye la aventura, el descubrimiento, la vida, adoptando ---
una vez llegado a la meta donde debe combatirse--- todo cuando había combatido” (Letra y
Línea 4 7).
Así como Latorre volvía contra Molinari su propia exigencia, Vanasco juzga a Mallea
267
“En su Historia, Rojas iba a señalar que la literatura era, ante todo, una ‘función de la sociedad’, ya que resultaba
de la traducción de aspiraciones colectivas por parte de ciertos sujetos representativos. En este sentido, agregaba
que ‘una literatura nacional es fruto de inteligencias individuales, pero éstas son actividades de la conciencia
colectiva de un pueblo [que] se traduce en un modo de comprender, de sentir y de practicar la vida, o sea en el alma
de la nación, cuyo documento es su literatura’. Rojas reconocía así que la literatura nacional estaba constituida, de
hecho, por el registro de manifestaciones discursivas en las cuales se expresaba la actividad social (I, 23)”
281
valores estéticos ni las intenciones de su militancia269. Eso supone por cierto la figura de la
traición, tan concurrida en la crítica literaria de estos años270: entre el traidor y el traicionado
tiene que haber una causa en común. Esa causa no tiene un referente estricto en el artículo de
Vanasco: puede ser la “literatura argentina” o incluso el propio país; así como ciertos
América con cierto margen de error271. Como sea que se lo formule, se presupone un
269
La ingenuidad y superficialidad eran las acusaciones habituales en estos años frente a la rebeldía de los '20. El
ejemplo clásico es el primer artículo del primer número de Contorno, “Los martinfierristas: su tiempo y el nuestro”, de
David Viñas (1959), pueden leerse en relación con la inscripción de estos críticos dentro del discurso liberal, lo cual
tuvieron, la mayoría publicados por Sur, mucha repercusión entre 1948-55, declinando desde entonces. En una
reseña de El pecado original de América (1954), Carlos Viola Soto sospecha que cuando Murena dice América
quiere decir Argentina, y que en rigor su Argentina “es una visión aumentada y traspuestas de Buenos Aires” (87).
Similares deícticos se encuentran en F.J. Solero y Rodolfo Kusch, que colaboraron bastante en las revistas jóvenes,
anterior, tal como la comunidad imaginaria de la Nación —en el análisis de Benedict Anderson— se opone a las
pequeñas comunidades de Java, donde los pobladores se piensan según una lógica elástica del parentesco y
282
aristocráticas salta a nuestras pampas, pero permanece encandilado por esa alta
posteriormente representa (en el sentido literario tradicional) supone una exigencia ética y
estética de trabajar con otros materiales. El artículo no permite saber cuáles ni por qué.
Tampoco era esperable que lo hiciera: ni Vanasco ni Letra y Línea —como ya hemos visto—
estatuto de clase de lo representado (como sí lo hacían, por ejemplo, las corrientes realistas273).
un proyecto literario en función de la limitación de las experiencias que trabaja se da con toda
naturalidad, aunque no sea evidente por qué el whisky sería menos artístico que el vino con
soda.
Hay por lo tanto un elemento social implícito en estas impugnaciones que se presentan
como de estricta ética artística. Lo mismo ocurría en los artículos de Latorre: la “moderación”
que lee en la textualidad de las figuras de Bernárdez (que la encuentra muy a gusto) y
Molinari (que no le pudo escapar) es inseparable de la economía vital que les recomienda su
posición de clase y la dinámica social del espacio literario en que se mueven. De más está
decir que los colaboradores de Letra y línea ni se autocondenaban al silencio por estas mismas
fechas, ni proferían sonidos inarticulados, casi animales (o acaso lo hicieron sin dejar rastro).
Los que estamos empeñados en esto tenemos que admitir que no hemos
273
En relación a la posición de Vanasco en esta época, véase el prólogo de Noé Jitrik a la reedición de su novela Sin
283
tremendas dificultades que ese lúcido propósito implica (...). (Letra y Línea 2 10)
Lo que intento mostrar es casi explícito en las dos reseñas que nos toca analizar ahora.
Se trata de un devenir social de ciertos materiales literarios que parecían hasta entonces no-
marcados, por lo tanto aptos para una orientación universalizante de la significación literaria.
Esto importa porque la universalidad era todavía una clave fundamental de legitimación para
el trabajo artístico, aun cuando aparecía en su formulación nacionalista, según la cual sólo
lenguaje humanista que atravesaba (con matices de énfasis) el espectro muy probablemente
provinciano274.
Por eso es sorprendente pero perspicaz que Juan Antonio Vasco, en el cuarto y último
número de la revista, acuse a Silvina Ocampo de haber escrito “un libro extranjerizante”.
Vasco (1924) —que muy poco después emigró a Venezuela y se hizo publicista— no arrastra
en su historia clínica mención alguna de nacionalismo, pero las pruebas son incontestables:
“De los 80 nombres propios que cita la autora en las 103 páginas de texto de su libro, sólo 8 son
argentinos, y eso que cuento al océano Atlántico entre los nuestros, ya que de alguna manera
nos toca”.
Vasco—, pero no dice ni pío sobre Vito Dumas. Recuerda a Meleagro y olvida a
274
“The presumption of universality as the gold standard for culture was a handy way of downgrading the cultures of
284
los Andes, que son mucho más altos. Para Esquilo chapeau bas y a Vacarezza ni
de”— vuelve más hiriente el humor, muy efectivo si el lector consigue ignorar la misoginia
flagrante. En el apartado más largo, “Reparos de fondo”, Vasco se dedica a corregirle los
versos con impúdica pedantería. La ironía no es por eso menos indecidible: “Si la autora
escribiera pasablemente, le perdonaríamos esa manía suya por lo forastero. Pero escribe muy
mal”. De modo que Letra y línea no ha sufrido un acceso inesperado de nacionalismo; pero la
molestia con el sistema referencial del libro no es por eso menos real. En nota al pie cita “los
Casandra, Cefiso, Cornelio Agripa, Cristóbal Colón, Cruz, San Juan de la; China, la”, etc. Otro:
“Okinamaro, Orfeo, Orinoco, Palinuro, Rin, Ródano, Roma, San Isidro, San Fernando, Sena,
Silvina, Sodoma”, etc. Más que forastero, tienen algo tradicional, ostentosamente lírico. En el
cuarto apartado, “La estética del aburrimiento”, Vasco se encarniza equitativamente con lo
banal.
Silvina Ocampo cree de veras en ese mandato del destino que la impele
275
Algunas de las referencias argentinas pueden resultar un poco oscuras. Vito Dumas: navegante que dio la vuelta
al mundo en solitario. Fryda Schultz (1912): escritora de literatura infantil. Isla Maciel no es una isla, sino un barrio de
la provincia de Buenos Aires al que puede accederse por un puente desde la capital. Alberto Vaccarezza: la
Wikipedia lo conceptúa “creador del sainete en la Argentina" (y letrista de tangos). Shorton (Shorthorn en realidad)
285
estético, encuentra sin duda su acceso a las profundidades del ser, con toda la
grupo que bautiza “poesía órfica”,276 está de algún modo “marcado” para Vasco. No es sin
molestia es tal vez frente a un cierto tipo de relación de la literatura argentina con lo que se
llamaba entonces “literatura universal”. Apenas dos años antes, en 1951, Borges había leído su
énfasis localista en términos temáticos y referenciales: tanto más auténtico es el Corán sin
camellos, tanto más ella misma es Paseo Colón cuando se la rebautiza Rue de Toulon; eso al
menos habían opinado los amigos de Borges al leer su cuento “La muerte y la brújula”. A la
vez, ciertos versos de Enrique Banchs —“…El sol en los tejados / y en las ventanas brilla.
Ruiseñores / quieren decir que están enamorados”— pueden ser totalmente argentinos a
pesar del léxico inusual o la fauna importada, porque en esa afectación del poeta se oculta un
pudor argentino; tanto como el lirismo “órfico” de Silvina Ocampo, que ostenta de un cierto
276
"Basta la mención de Orfeo para que una obra pueda ser adscripta a la literatura órfica" (Letra y Línea 4 10).
286
que las referencias de la tradición literaria y las “pequeñas cosas” son para la Ocampo
materiales no “tocados” por ninguna particularidad local o social, que a él le parecen aspirar
El mismo problema se advierte en una reseña de Vanasco sobre El cuarto en que se vive,
de Graham Greene277. Vanasco le hace saber que hay una fricción entre la pretensión de
generalización o de universalidad con que carga sus asuntos, y sus maneras de situarlos
ficcionalmente, que ahora lleva una marca indeleble de particularidad social. “En este breve
drama se trata de poner en pugna conceptos ya característicos del autor: el Mal, la Iglesia,
Dios, el Pecado…”. Ninguno de los personajes, sin embargo, consigue “alcanzar esa
encarnación cabal donde dichos valores se concreten”: “los personajes elegidos para dicho
planteo se hallan desautorizados desde un principio por el medio en el cual Graham Greene
los ha encerrado: una sala de la clase media inglesa. Sus protagonistas, simples resultantes de
esas normas de vida y su cultura, resisten cualquier otro sentido que se les quiera dar” (Letra y
Línea 4 14).
literaria, o si se prefiere dos claves de lectura, que aparecen como incompatibles: la que
figuración metafórica o conceptual. Vanasco le explica a Greene que la ambición que lee en él
de significar conflictos metafísicos se ve impedida por trabajar con materiales que, en tanto
277
El cuarto en que se vive fue editado por Sur en traducción de Victoria Ocampo. Aunque Greene no es
estrictamente un escritor argentino, esta reseña es sin duda parte del conjunto de impugnaciones contra miembros
287
profundidades del ser”, sino que prometen en principio no obturarlo, en tanto el problema de
términos muy generales—, aparecía lo social cuando aparecía la carencia. Los materiales de
subcultura de la abundancia278.
5. Ponderación y empoderamiento
cuarto número sino la breve historia de la revista, la satisfacción del deber cumplido es
indisimulable. “Borges y Bioy Casares, paladines de la literatura gelatinosa” comienza por dar
parte al mundo —la notita figura en la sección “Espejo del mundo”— sobre la merecida
distinción.
278
Algo similar decía David Viñas en una reseña del año anterior: “la tendencia a lo universal en América ha sido
288
Tres puntos tiene la nota. Primero (el más breve): que “el chancho es el Dios tutelar y
vengador con el que se identifican los autores” —en referencia al chancho que persigue a
Ortega en “De aporte positivo”—, de lo cual derivan el único contraataque que hay en toda la
nota: que es natural que así sea, porque la “literatura gelatinosa” se nutre de “desperdicios y
por razones variadas, entre las cuales nunca figura el mérito real”, “resulta alarmante para
Lo que más asombra a Borges y Cía. es la audacia de una revista que sale a
combatir sin figurar en ella los nombres que consideran consagrados. Pero que
cultural del país, los podrá encontrar en todos los artículos en lugar destacado,
279
Notable: “hipopotámica”, en el manifiesto de la revista Martín Fierro de 1924—generalmente adjudicado a Oliverio
Girondo— era la “impermeabilidad (…) del honorable público”. Para la vanguardia de mercado de Letra y Línea, en
cambio, aparatosa e insensible (traducción libre de este adjetivo único) es la risa de los literatos “buena sociedad”.
280
El término “denuncia” fue considerado clave en relación con la nueva actitud crítica de estos años, en particular
con la revista Contorno, cuyo primer número (a fines de 1953, cuando Letra y Línea ya estaba en la calle) salió
anunciado por carteles que decían: “Contorno – una revista denuncialista”. Véase el capítulo 2 y Avaro y Capdevila,
289
Los “protagonistas del drama cultural del país” acabarían convertidos en una troupe de
payasos. La “literatura gelatinosa”, mientras tanto, ya había sido dada de baja por Juan
Antonio Vasco en su reseña de Silvina Ocampo, donde aparecía bautizada como “literatura
órfica”, en referencia al universalismo cultivado y elegante de ciertos miembros del Sur (como
literatura órfica, como todo proceso cultural, trae injertada en su culminación la inminente
Pero el rapto de megalomanía más notable y acaso más agudo está hacia el final del
artículo que Alberto Vanasco —escritor de 28 años, una novela y algunos libros de poemas
que no había leído nadie281 — le dedica a Eduardo Mallea, que aunque comenzaba a
vislumbrar (es cierto) el reverso de su fortuna282 , seguía siendo el gran novelista argentino y
una de las figuras más importantes del campo intelectual, como autor prolífico, director del
acababa de publicar dos novelas, “a un mismo tiempo y en sellos distintos como para bajar la
guardia del lector. Pero el pugilismo editorial —sentencia Vanasco— ya no puede ayudarlo”
281
Eso afirma Jitrik en el prólogo a la reedición de Sin embargo Juan vivía, publicada originalmente en 1947 bajo el
suponía en relación con la apropiación de cierta zona de su ideario nacionalista por el peronismo. Podlubne opinó
hace poco que “la declinación del predominio de Mallea” dentro de la revista Sur se debía en parte a que siguió
defendiendo una “concepción espontaneísta de la literatura”, totalmente refractaria al problema formal (24).
283
Mallea publicaba entonces en las principales editoriales: Losada, Espasa, Emecé, Sudamericana. Y “era
entonces —según la formulación de José Luis De Diego— el prototipo de un escritor refinado y culto, un novelista
290
justiciera de reseñarlos.
291
Conclusión
visibilidad y cuantiosa polémica —que era a esa altura de las cosas unas de las formas de
visibilidad más legítima—, una viñeta conmemoró el aniversario con esta infidencia
doblemente narcisista:
“Encuentro” (nombre que, más tarde, demostró tener una falta total de visión
El Grillo de Papel hizo del vapuleo un estilo desde la primera entrega: número a número
consigna con orgullo indisimulable (como el que se lee en esta misma cita) y redobla los
Pedro Orgambide (que los acusa de “intuitivos” e “improvisados”, entre otras cosas, en el
artículo de tapa del número 19); en el 4 retrucan las críticas orales al supuesto eclecticismo del
El Grillo; en el número 5 polemizan con “los poetas de nuestra colega Poesía Buenos Aires” (7); y
en el 7 apostrofan a Héctor A. Murena, que les había dirigido lo que juzgan “lati-infundios”
(injurias de patrón de estancia, calculo) en la revista Sur284. Seguramente no fue la revista más
virulenta de la década —la competencia era grande, como vimos en la Introducción—, pero
tal vez sí la que asumió con más ligereza, lo que es decir sobre todo con más humor, la
violencia simbólica que se había ido adueñando del campo proliferante de revistas literarias.
284
El número 7 ya pertenece a la etapa en que la revista sale bajo el nombre El Escarabajo de Oro, por razones que
se explican a continuación.
292
Y sin embargo sus directores estuvieron a punto de bautizarla “Encuentro”. Como los
catálogos de revistas argentinas no consignan ni una sola bajo ese título antes de 1959,
tenemos que suponer que la falta de originalidad no correspondía al nombre sino a la idea
que lo subyace. Se trata de una variante de la idea de tradición liberal que hemos discutido en
ahí las diferencias —que el humor refracta y multiplica— deberían poder sublimarse y
negociarse mediante el discurso racional. Bajo esta lógica, como vimos, se espera de las
revistas que generen cohesión, sea entre “los grupos intelectuales” (como reclamaban algunos
evidente después del golpe de Estado de 1955, que diluyó el bloque antiperonista constituido
en la estela de las alianzas anti-fascistas de la Segunda Guerra. También a partir de este año
“nueva izquierda”, etiqueta que engloba una variedad de pequeños grupos que se
con críticas tanto al autoritarismo como al reformismo de las conducciones partidarias (Tortti
10-15).
inteligible —tanto la “fallida” Sociología que intentó Adolfo Prieto como la que reclamaba el
filósofo y editor Francisco Romero, todavía dos años después, como paso previo para una
actividades tan constituyentes para la cultura literaria como el libro y la lectura. Aunque se
adquirían libros de aspecto muy parecido en los mismos espacios de venta, se lo hacía
293
términos —libidinal uno, el otro policial— no es casual: Prieto consideró informes esas
motivaciones, acaso irracionales, casi con toda seguridad censurables. La más visible de ellas
géneros que parecían reivindicarlo (como el propio policial) y por la publicidad. Resultaba
evidente que buena parte de la “agilitación” del mercado era traccionada por lo que De
Sagastizábal, en fecha más reciente, nombró al pasar como “literatura placentera” (90).
los años ’30 con el declive de la industria española —impedida de producir y de exportar por
la guerra local y luego la europea—, los escritores argentinos tuvieron un lugar relativamente
marginal, que sólo se revirtió desde fines de los años ’50, cuando los indicadores cuantitativos
ya iban en declive (De Diego 101-3). Jalonada por emprendimientos de gran envergadura —
cosa casi inédita en el país— que se dieron rápidamente un perfil ecléctico y comercial, esta
circulación del libro en español como de las dinámicas masificadas que producían
tirajes, libros de bolsillo, espacios de venta “no tradicionales”, reivindicación de los géneros,
sinergia con otros discursos y vehículos de la cultura masiva (sobre todo la prensa y el cine),
aparato publicitario. El signo de ese mercado era sin duda la “confusión” (término caro a la
revista Letra y Línea), porque “cuanto más proliferante es el sistema de producción cultural,
menos claras son las direcciones del consumo” (Montaldo “De la mano del caos” 22). Ni
siquiera las motivaciones de los escritores resultaban decidibles: vimos que un número de
“comercial”; y otro poco después ofrecía consejos de marketing para “estructurar” títulos
294
atractivos. En la misma línea, David Viñas le adjudicaba a Murena una confusión que
consideraba otro símbolo del cambalache argentino de 1959; como tal, sin embargo —nótese
traicionada” 284)
debate respecto de los niveles reales de crecimiento del público lector local en estos años,
acaso inverificables (De Diego 103). Pero las exportaciones rondaban el 40%; la multiplicación
por 17 de los ejemplares anuales entre 1936 y 1953, difícilmente permite dudar una muy
1955— en el mercado interno. En 1956, cierto que por medios acaso menos fiables, Prieto
observó la presencia del libro en grupos sociales donde Gino Germani, en 1943, lo consideraba
ausente: espacios “suburbanos”, respecto de la ciudad tanto como de la cultura (Sociología 103).
El libro había “hecho irrupción”, pero parecía haberlo hecho desprovisto del conjunto de
“veíamos a menudo una docena o más de libros puestos sobre un estante, pero su poseedor no
publica el artículo de Viñas: acusa a los “populistas” que “[s]implifican la categoría de pueblo a la de público, a la de
gran consumidor. Y no es casual que sus cultores busquen un éxito fácil con obras de dudoso gusto…” (Gaceta
Literaria 19 2)
295
Pero Prieto afirmaba también que los lectores de literatura argentina (tanto buena
como mediocre) coincidían con los de obras de “alta cultura” (110). Aun si la vaguedad de
investigaciones posteriores en este punto: los autores locales, en estos años, habían
capitalizado en medida muy menor la ampliación del público que se venía produciendo. Por
esas mismas fechas, el novelista Bernardo Verbitsky protestaba que los editores locales no
pensaban en el libro de autor argentino como un negocio: “Preferirá que se venda, pero nada
hará para conseguirlo, siendo muy distinto su punto de vista si se trata por ejemplo de Lin
Yutang” (Bibliograma 9 4). Lin Yutang le había costado onerosos derechos en moneda
extranjera: debía vender una cantidad mucho mayor para resultar redituable, lo que obligaba
reseñistas y salir del circuito de los iniciados, tenía que cargarse también a cuenta de las
ventas futuras: todo impulsaba a subir la apuesta. El libro argentino, en cambio —modesta
realista y de izquierda —en un momento en que esto parecía implicar una inscripción fuerte e
incluso una circulación determinada—, había reclamado que se incluyera a los autores
argentinos en las mismas colecciones que los libros de éxito, a la vez que llamaba a sus colegas
a abandonar los prejuicios —que suponía muy extendidos— contra el uso de la publicidad
para promocionar sus obras. Vimos que la colección aparecía como un artefacto organizativo
propio de la era masificada de la edición, desde que en los años ’20 Claridad y Tor —con
hasta los catálogos omnívoros de las editoriales “modernas”: Losada, Sudamericana, Emecé,
entre las principales. La publicidad, vimos también, aparecía para los autores locales —
296
insidiosa que se interponía entre un presente de confusión y un espacio literario regido por la
como es evidente, lo que parecía estar en juego era la relación del escritor local con el
mercado y con ciertos públicos; es decir, los “modos de consumo sugeridos” que era legítimo
que la literatura argentina invitara a hacer. ¿Pero acaso había (o debía haber) un modo
respecto en este momento de transición. Al analizar las encuestas que había hecho, Prieto
notaba indignado que las “preguntas relativas a la literatura y a los escritores argentinos,
hallaron en nuestra encuesta un eco desolador” (107). A la pregunta de “¿por qué le interesan o
por qué no le interesan los libros de autores argentinos?”, la mitad de los interrogados
respuestas del resto le parecían “antojadizas” y “producto del desconocimiento del tema”; para
probarlo citaba tres, después de lo cual, paso previo a la solución pedagógica, condescendía al
análisis:
del motivo que justificaría por sí solo el interés por una literatura: el
297
momento en que resultaba evidente, además de la inconsistencia de la oferta, que “el público
también impone sus reglas de juego” (145), Prieto había intentado encontrar en este último la
“cohesión” que faltaba en las propuestas sobre las características de aquella. Pero lo que había
jalonado las tres respuestas, evidentemente, no era el término “literatura” sino “argentina”: la
suposición —descontada por la pregunta— de que la literatura “propia” pedía ser investida de
un modo particular. Los “motivos” que obtiene Prieto (nacionalismo, compromiso gremial,
solidaridad de paisano) son precisamente los que han permitido constituir el subconjunto,
luego naturalizado mediante el giro “una literatura”, que a la vez compartimenta, cierra sobre
¿Es una literatura? ¿Por qué leerla? No hay otra razón que el reconocimiento de su valor; pero
justamente por eso no es posible (salvo para los habitantes de Villa María, que interpondrán
materiales que se editaban allí” (Grande Cobián 17); entre ellos, las revistas Gaceta Literaria y El
Grillo de Papel286. Pocos meses después las dos vuelven a salir con nuevos nombres: Hoy en la
cultura (1961-66) y El Escarabajo de Oro (1961-1974). Entre ambos episodios, Héctor A. Murena
escribe en Sur una miscelánea socarrona lamentando la torpeza del gobierno, que les ofrecía
286
El año anterior, 1959, había sido clausurada la revista Centro por la publicación de un cuento de tema
298
Pero la Revolución está lejos aún. ¿Qué hacer entretanto? Los jóvenes afilan los
practica allí, claro que a costa de la literatura. No está mal. Con pareja saña
suelen proceder los jóvenes literatos burgueses. Incluso está muy bien, puesto
crítico Rodolfo Borello podrá decir —como vimos— que las observaciones de Sociología del
público argentino han caducado: los escritores argentinos llevan varios años haciendo best
sellers con cierta frecuencia, y todavía más siendo publicitados con esa esperanza [FIGURA
4.1]. El porcentaje de autores nacionales en los grandes catálogos editoriales, opina Borello, ya
supera al de los extranjeros —en un momento en que conseguir derechos afuera se ha vuelto
Vimos que en efecto durante los años ’50, particularmente en las pequeñas revistas, se
había ido imponiendo un tono crecientemente crispado —el que reconoce Murena— que fue
percibido en muchos casos como una ruptura del pacto “civilizado” del espacio literario.
“¿Qué pasa con el escritor argentino?”, se había preguntado un muy joven Oscar Masotta ya
en 1953 al cierre de una reseña de Las ciento y una, la revista de un único número que
encabezaron Murena y David Viñas, inmediata antecesora de Contorno287 (en la cual Masotta
colaboró). En una frase notable por lo enigmática, decía que se trataba “tal vez” de un retorno
287
Las ciento y una, dirigida por Murena, salió en junio de 1953. Entre los colaboradores que luego participarían de
Contorno (que apareció en noviembre del mismo año): David Viñas, Juan José Sebreli, Carlos Correas, Adelaida
299
Lo que fuera que estuviera pensando Masotta, no hay duda de que la virulencia se
y no podían continuar su movimiento sino acumulando todavía más. Las pequeñas revistas
advirtieron esa necesidad de “información cultural” (Letra y Línea 1 1), que hemos considerado
más bien una necesidad de reinventar y desarrollar modos de apropiación efectivos ante el
militaron, como un deber ético, por extenderla a los reticentes periódicos. Un reseñista —
vimos— había propuesto que la crítica literaria deviniera una policía de adjetivos,
sancionando así la relación simbiótica entre reseña y discurso publicitario. A menudo los
discurso de contratapa o una o más reseñas anteriores, mostrando que la ficción de veredicto
que aspiraban a ofrecer no era ya únicamente la experiencia de la obra por una subjetividad
trayectoria que describimos. En sus mejores momentos parece redactada por H. Bustos
Domecq, el seudónimo que usaban Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares para canalizar la
parte más insociable de su veta satírica (Georgie, mientras tanto, firmaba con nombre propio
288
El término es de Terry Eagleton (12-13).
300
diciembre de 1959, a cuento de una reseña de Las armas secretas de Julio Cortázar —a quien
contorno que hayamos leído nunca; será un arquetipo”. (El Grillo de Papel 2 19,
subrayado en el original)
ejercicios] no son, no tratan de ser, psicológicos”— como las críticas habituales que le hacía la
izquierda realista (y no sólo ella), teniéndolo por impersonal, abstracto, retórico. Pero el
término que elige Castillo no es sólo artificioso: el subrayado es tan arbitrario que no hay
manera de lo haya usado por casualidad. En Borges, el mejor contorno; y Contorno —como
vimos— había sido la más visible de las revistas de la “nueva generación”, la que Emir
Rodríguez Monegal bautizó “parricida” por la revisión crítica radical a que estaba sometiendo
a algunas de las figuras consagradas, como Ezequiel Martínez Estrada, Eduardo Mallea y
Muy poco antes de los artículos de Monegal, Adolfo Prieto había publicado Borges y la
nueva generación (1954), el libro muy sartreano en que reconocía su talento pero declaraba
inservible su legado. En 1955, sin embargo, Les Temps Modernes publicó algunas ficciones de
Borges. Hacia el final de la Sociología, del año siguiente, Prieto reconocía la dificultad de “atar
301
al escritor argentino a una función determinada” (142). Y en 1972 observa con perplejidad la
alcanzado visibilidad inédita en los años ’60— a desglosar “el juicio artístico del político” y
preferir “el primero sobre el segundo cada vez que resulta necesario expedirse sobre un autor
determinado”. Prieto arriesgaba una hipótesis para este giro: “para estos escritores, la
condición del artista ha sido destituida de la carga de expectabilidad pública con que
En esta línea289 puede entenderse el giro que representa El Grillo de Papel. Según vimos,
las principales notas del discurso crítico de las pequeñas revistas durante los años ’50 se
manos de la élite y del régimen mercantil. Pero eran precisamente, como vimos, las nuevas
y cualitativas para el que nos conformamos con el término corriente de masificación— las que
habían puesto a estos jóvenes críticos y a sus emergentes revistas en una posición inédita para
recomposición de los valores de las prácticas y de sus límites sociales, el volumen medio del
espacio literario había superado sus decibeles históricos. Aldo Pellegrini (director de Letra y
Línea) e Ismael Viñas (co-director de Contorno) habían ponderado las reacciones —ya vimos—
Pellegrini, tomaba a menudo el pathos del “mal humor”; y si bien lo entendía como
289
Sobre este giro, véase también Franco, The Decline and Fall of the Lettered City.
302
las internas entre productores. Que esas minucias y disputas no eran la literatura.
comprometida con el destino del hombre, solidaria de la revolución, pero no invierte gran
pirotecnia dialéctica para convencer nadie; estas señas de identidad, informadas con
regularidad, son más bien las coordenadas que le permiten dar la batalla que tiene presencia
más constante: conseguir un espacio de autonomía para la literatura (y para las artes en
general) dentro del campo de la izquierda, que permita hacer de la “calidad artística” —que
“es una urgencia”— una prioridad (El Grillo de Papel 1 2). Porque “la belleza, la única, la
auténtica, siempre es revolucionaria” (1 2); y “una verdadera obra de arte influye más,
infinitamente más sobre las estructuras económicas de lo que puede influir, sobre ellas o
En un comentario bibliográfico de 1953, Ismael Viñas había opinado que “la función de
traducir al público ‘lo que pasa’, lleva con sí, casi ineludiblemente, una carga filistea”, que se
suele manifestar en “la ausencia de ironía para juzgar las cosas” (Centro 6 39). El humor
polémico de El Grillo, inversamente, debe ser entendido como una asunción total de la lógica
hegemónica del campo —“esa postergación folletinesca que imponía el sistema de réplicas y
de complicidad radical con el lector, muy inusual en la cualidad orgánica que tiene en la
revista. Los desaires se prodigan ahora en reseñas o artículos, pero más habitualmente en
290
Para un análisis de la pedagogía como nota común de Sur y de Contorno, véase Panesi.
303
breves notas misceláneas —las famosas “Grillerías” con que la revista, según el lema de la
derecha291, o incluso en el epígrafe de una foto. Ostentar sus admiraciones les requiere todavía
podríamos llamar dispositivos de imantación (véanse algunos en [FIGURA 4.2]). Todo se hace
con displicencia, sin rastros de insomnio; a lo cual Gaceta Literaria replica enseguida que estos
no son tonos de izquierda. Esa es otra distancia entre la “denuncia” (lo que quería hacer
Contorno) y el “castigo” de El Grillo, que es un acto performativo: apenas dicho ya queda hecho,
es decir pedagogía. A diferencia de lo que ocurría en Letra y Línea, acá entre función y difusión
pueden, asimismo, llegar a ser algo más que áridos mamotretos de cultura
exégesis del arte, no se da al lector una sola prueba válida de que ese arte exista.
Ocurrencia que, no por ser contradictoria, deja de ser aburrida. (El Grillo de
Papel 3 10)
291
Sobre la importancia polémica de las “Grillerías”, Stapich.
304
FIGURA 4.1. Lin Yutang y Eduardo Mallea, best sellers. Publicidad de El portón rojo, de Lin Yutang (Sudamericana)
en La Prensa (18/4/54). Publicidad de Simbad, de Eduardo Mallea (Sudamericana) en La Nación (31-3-57).
305
FIGURA 4.2. Dispositivos de imantación de El Grillo de Papel. En el sentido de las agujas del reloj: “Grillómetro” (2 6);
nota sobre número aniversario donde se lee informa quiénes “desfilarán por sus páginas” (4 22); “Dodecálogo” donde
El Grillo sugiere, con la persuasividad de todo decálogo, “ver, leer, u oír” una serie de cosas (6 35); “Acercarse bien
vale un grillo” (6 34).
306
giros retóricos como el de esta última frase, pequeñas máquinas de ambigüedad sintáctica,
amplios blancos entre las cajas de texto y cantidades de ilustraciones variadas. Según se
Chambery”— en las cuales “se organiza número a número la revista, se leen poemas y
Constantini— y a través de los primeros seis transcriben las bases de varios otros;
oportunamente se da a conocer cuáles han ganado aquí y allá sus colaboradores. A través de
Prensa Latina —la agencia de noticias que fundó meses antes el gobierno de Cuba—
consiguen entrevistas exclusivas con figuras del parnaso “progresista” internacional: Sartre,
Bergman, Simone de Beauvoir, directores del Este como Andrzej Munk o Mijail Kalatozov, a
la vez que reseñas de películas que todavía no han llegado al país, como Sin aliento de Jean-Luc
Godard. Abundan las menciones a debates orales o mesas redondas, que recalan brevemente
Todo señala una inserción fuerte pero muy selectiva, una comodidad apenas
que la revista escoge con entusiasmo para sus ávidos lectores, muy poco interés por chocar
contra algo así como el “establishment” de la cultura (que sus páginas apenas permiten intuir),
307
cero intención de encolumnarse con una tradición argentina292, ningún rencor (ni mucho
menos sorpresa) por la disparidad entre los 5.000 ejemplares que (dicen que) imprimen y los
18 millones de habitantes que tiene el país, una conciencia de “comunidad de lectores” (según
el término de época) cuya imagen se intuye bastante definida y muy similar a la de los propios
hacedores: señal de que esos lectores existían y se reconocían. En este marco aparecen
cuentos (también poemas) de diversos autores argentinos, algunos de los cuales harán
verdaderos best sellers en los años por venir: Julio Cortázar, Ernesto Sábato, Beatriz Guido, el
propio Castillo.
perplejidad y amargura que tiñe igualmente el artículo de 1972, los signos de la transformación
que se estaba operando en la primera mitad de los años sesenta. Atento al fenómeno —que se
suele decir que también protagonizó—, el semanario Primera Plana293 (1962-69) consultaba en
interés casi ansioso por develar lo que podríamos llamar secreto de nuestra
realidad. Se espera, y no siempre con razón, que sean los escritores quienes
desenmascaren ese secreto”. Para Marta Lynch, “el éxito empezó cuando los
escritores argentinos resolvieron mirar dentro del país”. Juan Jose Sebreli
292
A diferencia de Gaceta Literaria, fiel a la actitud del Partido Comunista de imaginarse culminación del legado
“emancipador” de 1810.
293
Sobre Primera Plana y el boom, pueden verse, entre otros: el propio artículo de Prieto, “Los años sesenta” y la
tesis de Gregory Moreland, Literature in an Argentine mass-circulation newsmagazine: "Primera Plana," 1962-1969
(1996)
308
admitía: “Ya se ve, sí, que algo pasa. Y si bien el fenómeno no es nuevo
(referencia a los tiempos de Boedo y Claridad), parece que, por lo menos, hemos
redescubierto los argentinos al escritor argentino”. (Prieto “Los años 60” 894)
Estas razones de 1965 eran en buena medida las que él hubiera querido escuchar en
1956. En 1983, en la estela de los debates sobre las implicaciones mercantiles del Boom de
dictatoriales294 , parece más dispuesto a adjudicarle buena parte del mérito a “la sociedad de
consumo” (890).
Como vimos, José Luis de Diego ha verificado un desfasaje temporal entre una “época
de oro” de la industria del libro en Argentina (que declina hacia en 1953) y un período de
suele identificar con la década siguiente, pero ya sería reconocible a fines de los años 50.
Pero si hemos visto que los autores locales habían capitalizado en pequeña medida el
crecimiento del público lector, que consumía sin embargo libros de autor extranjero en
cantidad, y que el coro de protestas por el desinterés de los lectores y la falta de confianza de
editores, libreros y hasta de los propios autores en la literatura argentina era casi unánime
294
El testimonio fundamental es Más allá del Boom: literatura y mercado (1981), que reúne algunas de las ponencias
de un coloquio realizado en Washington donde participaron Ángel Rama, David Viñas, Jean Franco, Antonio
309
hasta bien entrados los años 50, la estrategia de editar nombres locales para seducir al público
local resulta contraintuitiva. Entremedio, en muy pocos años, han debido pasar muchas cosas,
tanto en el desarrollo de los modos de apropiación de la literatura local como en los modos
entre literatura “de creación” y literatura “comercial”, el modo de apropiación que promueve
El Grillo de Papel nos sugiere la erosión de otra dicotomía que aparecía en la Sociología de Prieto
310
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327
La Biblioteca (c)
Periodicidad: Mensual.
Ulric Courtois, Matías Calandrelli, Luis María Drago, Enrique Rodríguez Larreta, Juan
Antonio Argerich, Ernesto Quesada, Carlos A. Aldao, Pedro B. Palacios, Leopoldo Lugones.
Babel (b)
Henríquez Ureña, Ezequiel Martínez Estrada, Cancela, Alfonsina Storni, Enrique Banchs,
Rafael Alberto Arrieta, Baldomero Fernández Moreno, Alberto Gerchunoff, Arturo Marasso,
Los Pensadores
Periodicidad: Variable.
328
Principales colaboradores: Elías Castelnuovo, José Ingenieros, Abel Rodríguez, Juan Lazarte,
Leónidas Barletta, Nicolás Olivari, Pascual Storino Raimondi, Marcos Fingerit, Juan A. Solari,
Claridad (b)
Periodicidad: Variable.
Principales colaboradores: Leónidas Barletta, C. Delgado Fito, Antonio A. Gil, Carlos Vega,
Alvaro Yunque, José Sebastián Tallón, César Tiempo, J. Salas Subirat, Ernesto L. Castro,
Gustavo Riccio, Nydia Lamarque, Carlos Mastronardi, Raquel Adler, Aristóbulo Echegaray,
Pablo Suero, Leonardo Estaricco, Juan Lazarte, Roberto Mariani, Alberto J. Diehl, Segundo B.
Ghío, Rodolfo del Plata (Rodolfo Puiggrós), Luis Emilio Soto, Saúl N. Bagú, Antonio A. Gil,
Periodicidad: Mensual.
Principales colaboradores: Arturo Cancela, Luis Franco, Ezequiel Martínez Estrada, Lugones,
Horacio Quiroga, Marcos Victoria, Mario Bravo, Nalé Roxlo, Lisardo Zía, Jorge Luis Borges,
329
La literatura argentina
Periodicidad: Mensual/Bimestral.
Sur (c)
Principales colaboradores: Eduardo Mallea, Jorge Luis Borges, Guillermo de Torre, Adolfo
Bioy Casares, José Bianco, Carlos Alberto Erro, Roger Callois, Alberto Girri, Eduardo
González Lanuza, Raimundo Lida, Fryda Schultz de Mantovani, Ernesto Sábato, Silvina
Señales
Director: Eugenio Guasta, María Esther de Miguel, María Iris Demartini, Amy Domínguez
Blanca Barroso, Teresa Ñores de Cafferata, Eugenio Castelli, Servino Crovato, Violeta Díaz,
Graciela de Sola, Ernesto R. Sonnet, Jorge Ramos, Cesar Magrini, Aldo Pagano, Leonardo
330
Castellani, Helen Ferro, Nélida Salvador, Ernesto Sábato, Tomas Eloy Martínez, Horacio
Salas.
Espiga
No 1: marzo 1947 // Nos. 20-21: 1955. (Hasta el No 12 inclusive se publicó en Rosario; desde el 13
Periodicidad: Mensual/Bimestral.
Principales colaboradores: Angélica de Arcal, Elías Díaz Molano, Irma Peirano, Fernando
Chao, Hugo Padeletti, Rafael Serón, Beatriz Guido, Horacio Armani, Horacio Correas, Daniel
Devoto, Rodolfo Vinocur, Luis Gudiño Krámer, Atilio Dabini, Leónidas Gambartes, Ricardo
Libros de hoy
Periodicidad: Variable.
331
Segunda época. No 1: setiembre 1956 (número único). Redacción: Carlos Latorre, Julio Llinás,
Francisco Madariaga, Enrique Molina, Juan Antonio Vasco, Aldo Pellegrini. Principales
Enrique Anderson Imbert, Ana María Barrenechea, Julio Cortázar, Daniel Devoto, Amado
Alonso, Raimundo Lida, Bernardo Canal Feijóo, Jorge Luis Borges, Roberto Di Pasquale, José
Luis Romero, Pepita Sabor, María Hortensia Lacau, Vicente Fatone, Rafael Alberto Arrieta,
Francisco Romero.
Bibliograma
Periodicidad: Bimestral.
Carlos Carlino, Pedro Inchauspe, Antonio Pagés Larraya, Rober Plá, Augusto Mario Delfino,
Conrado Nalé Roxlo, José Portogalo, César Tiempo, Roberto Ledesma, Vicente Barbieri,
Leónidas Barletta, Rafael Alberto Arrieta, Carlos Mastronardi, Bernardo Verbitsky, Mario
Briglia, Germán García, Luis Ricardo Furlán, Luis Franco, Angel Mazzei, Martín Alberto
332
Director: H. A. Murena.
Principales colaboradores: F. J. Solero, H. A. Murena, David Viñas, Luis Justo, Carlos Correas,
J. C. Onetti, Carlos Peralta, Héctor M. Angeli, Javier Fernández, Juan José Sebreli, Adelaida
Gigli.
Periodicidad: Mensual.
Svanascini, Mario Trejo, Enrique Molina, Edgard Bayley, Miguel Brascó, Juan Carlos Onetti,
Oliverio Girondo, Tomás Maldonado, Juan Carlos Paz, Norah Lange, Eduardo A. Jonquières.
Periodicidad: Irregular.
Principales colaboradores: David e Ismael Viñas, Juan José Sebreli, León Rozitchner, Adelaida
Gigli, Oscar Masotta, Carlos Correas, Rodolfo A. Borello, Adolfo Prieto, Noé Jitrik, Ramón
Alcalde.
333
Ciudad
No 1: primer trimestre 1955 / No 2-3: segundo y tercer trimestre 1955 / Nos. 4-5: segundo y tercer
trimestre 1956.
Hugo Ezequiel Lezama, Magdalena Harriague, Julio Alvarez, Ludovico Ivanissevich Machado,
Ismael Viñas, Héctor Grossi, Héctor Bianciotti, Víctor Massuh, Alicia Jurado, Eduardo
Periodicidad: Mensual (de febrero a julio 1956); cada dos, tres o cuatro meses (de septiembre
Bernardo Canal Feijóo, Osvaldo Seiguerman, Ernesto Sábato, Bernardo Kordon, Pablo
Neruda, Leónidas Barletta, Luis Emilio Soto, Luis Gudiño Krámer, Bernardo Verbitsky,
Eduardo Dessein, Estela Canto, Juan Carlos Ghiano, F. J. Solero, David Viñas, Emir Rodríguez
334
Directores originales: Abelardo Luis Castillo, Arnoldo Liberman, Oscar Castelo y Víctor E.
García.
Periodicidad: Bimestral.
Silvain, Rubén Natale, Ernesto Sábato, Héctor Negro, Beatriz Guido, Emma de Cartosio,
Consejo de redacción (en distintos períodos): Pedro G. Orgambide, Raúl Larra, David Viñas,
Rubén Benítez, María Fux, Francisco J. Herrera, Luis Ordaz, Fernando Birri, Juan José
c. Disponible en Internet.
Fuentes: Microfilms del CEDINCI; Bibliotecas diversas; Lafleur et al., Las revistas literarias
335
Preface
Two phenomena occurred in the middle of the twentieth century, each of which is
recognized as being of great significance for the practices and dynamics of the Argentine
literary space, but whose interdependence has received scant scholarly attention until now.
Thus the “eruption of criticism,” a phenomenon that literary history tends to associate with
the emergence of the magazine Contorno in 1953, seems to have taken place as if by sheer
coincidence in the same year as that which historians have identified as the end of the “golden
era of the Argentine book.” The latter refers to the brief period during which the local book
framework to theorize these as such. This understanding, in turn, will shed new light on each
of these phenomena individually, as well as on the relationship between the two. On the one
hand, the rapid expansion of the publishing industry in the 15 years after the outbreak of the
Spanish Civil War (1938-1953) turned Buenos Aires into the world’s most important producer
and exporter of Spanish-language books. During the 1950s, on the other hand, Argentine
literary criticism experienced a significant renewal, one that is often described with such
class writers and critics. Their publications represented a critical challenge to the Argentine
336
belonging to the nation’s elite. This occurred, furthermore, in a historical moment marked by
the military coup of 1955, which interrupted the first decade of populist rule in Argentina, and
accelerated the country’s incorporation into a capitalistic process of economic and cultural
Why was literary criticism such a privileged space of intervention in these years, as it
never had been before, and perhaps never would be again? How to account for the sudden
visibility of these small magazines, which even such a measured commentator as the
Uruguayan critic Emir Rodríguez Monegal said (1955) promised to renovate Argentine
literature?
The magazines which most studies of this renewal of criticism have focused on—
Centro (1951-59), Las ciento y una (1953), Contorno (1953-59)—are but the tip of a growing iceberg
of critical activity, to which a broad range of publications dedicated space with growing
regularity. I use the term critical infrastructure to refer not to the quantity of such publications
or the amount of space they devote to literary criticism, though this is, of course, also relevant.
Rather, it refers to the fact that the critical discourse produced by these magazines, in the
experienced a qualitative change, as they began to fulfill a function never so necessary for the
I use the term “infrastructure” in its most quotidian sense. As the sale of printed
materials became more anonymized, they required an infrastructure such as visible and
strategically located retail spaces, or door to door sales and an efficient postal system, as well
as bookshelves, stands, and vendors well-versed in their wares. As the printed materials which
publishers etc.—became more heterogeneous, there was a growing need for a discursive
337
infrastructure. This infrastructure allowed not only for the spread of information, but also for
the development and dissemination of modes of appropriation without which books are, in
thus the counterpart of the process of material indifferentiation which occurred through the
development of publishing practices in the first half of the twentieth century (chapter 1). In the
first decades of the twentieth century, there was still a relatively clear material separation
between what we can call the “lettered circuit” (which included exclusive bookstores, highly
expert booksellers, European prints in their original languages, and select Argentine
publications), and the “popular circuit,” (which included cheap prints of cult classics and
popular texts, popular poetry, and pulp fiction in low-quality print, usually sold in kiosks and
more miscellaneous stores). Beginning shortly after World War I, a variety of small publishing
hourses began to intervene in the struggle over the social status of the book. Certain
“cultured” projects tried to promote the value of the literary work as a singular object and
autonomous experience. Others, with an eye towards mass culture, embraced the creation of
books collections which followed diverse criteria, thereby recognizing and affirming the
The book industry soon underwent a rapid shift, as the large editorial houses founded
during those years expanded to include heterogeneous markets. In doing so, they brought
formats and points of sale together in the same catalogues which were hitherto imagined to be
complement their serial and unique publications, with the intention of increasing overall
338
output, consolidating a reading public, and creating steady demand for their unique
publications. The modern “synergy” of reviews and advertising fulfilled this same function,
with an additional benefit: the existence of a diversity of publications allowed for and
disseminated in the form of “abstract” values and criteria to determine, on the one hand, what
types of interactions through literature were legitimate. They also aimed at establishing what
types of texts were appropriate reading material for different publics, purposes, and contexts.
Unified markets—like the modern city itself, from which they are inseparable—
stratified practices. The relative uniformity and growing accessibility of cultural goods, which
are characteristic of what we can call massification—points which I will elaborate in the first
differentiated. This accounted, as well, for the importance and visibility of critical discourses.
The expansion of publics, and the flagrant commodification of the book—whose concurrence,
literature. In the latter sections of the Introduction and in chapters 2 and 3, I analyze some of
the positions and strategies adopted by intellectuals belonging to the rising middle class, from
whom the renovation of literary criticism is said to have arisen. These groups—who aspired
and needed to render literature at once a livelihood, a prestigious activity, and a platform for
public intervention—were also obliged to develop complex strategies to condemn both the
exclusionary model of the literary elites, and the multiplicity of “recreational” uses of texts.
Such “recreational” uses revealed a rapidly growing public readership, which appeared to
these educated middle class critics alternately as a great historical opportunity for literature
(and by the same token, for the country), or as simply another cog in the industrial and
339
commercial machinations of the new publishing houses. The “modernity” usually attributed
to this renovation of criticism is not foreign to this two-fold challenge they established and
experienced with irreproducible intensity. It is to this, also, that the urge of successive
generations of Argentine critics to define themselves through engagement with some of the
most emblematic texts of this period can be attributed. This was, after all, a time when the
middle classes grew and purchasing power increased, when higher education was extended,
and the commercial circulation of cultural goods expanded (including books, theater, cinema,
offered reasons and resources to the emergent publics to be part of its myths and practices.
But it also developed and disseminated new exclusionary standards appropriate for this
transformed space, thereby granting, together with the widening of the room to discuss the
In this sense, the massified public presented both possibilities and dangers, as some of
the young critics recognized, with the common mix of “memory and desire” that such
dose (important in this case) of bittersweet lucidity. This is what chapter 2 explores, first and
foremost by briefly contextualizing this “generation” of critics in the historical moment of the
the Sociologia del público argentino, published by the 28-year-old Adolfo Prieto in 1956—I
attempt to understand the way in which the public has become a problem. The critical
elaborations of the enigmatic figure of the reader appeared indeed as a synecdoche of more
general concerns; some of these are the reformulation of literary culture in the age of its
340
massified circulation; the role of literary magazines in the “organization” of the public; the
destiny of the traditional pedagogical function of intellectual labor faced with the burgeoning
legitimacy of heterogeneous uses of texts, and, finally, the “myth of the writer-public
intellectual”, a figure which Prieto himself, years later, claimed had disappeared with his
generation.
Thus, the transformations of the 1950s were conditions of possibility on two planes for
both the (general) disorienting effects of book indifferentiation, and the distressing sensation,
for those entering the realm of “culture” without genealogy or family library, of sudden
immersion in “the massive Being of capital”, to quote Fredric Jameson. These latter two
concerns are evidenced in on of the most vicious and at times humorous magazines of the
decade: the short-lived Letra y Línea (1953-54), published by an array of poets and writers
associated with the avant-guarde movements, including both “historical” strains such as
surrealism, and those which had spread in the previous decade, especially in poetry and visual
art, including constructivism, concretism, and abstractionism. Quite foreign to the liberal
tradition and “mythology” which still predominated among the more emblematic innovators
of criticism (Héctor A. Murena, David and Ismael Viñas, Prieto himself), the analysis and
trajectory of the Letra y Línea group and its novel publication reveal the extent of the
transformations I describe. It also speaks to the increased visibility and relevance criticism
offered to such relatively marginal actors in the literary field. This last fact is perhaps most
visible in the arrogant and incriminatory tone of many of the magazine’s texts, which
341
prompted a satirical and no less hostile reprimand from Jorge Luis Borges and Adolfo Bioy
Casares.
anonymous blurb reads: “Literary criticism in Argentina allowed for personal styles. In fact,
one could say that criticism begins to exist only when it appears as a personal style” (La
Biblioteca 4-5 10). This dissertation does not attempt to solve that old and persistent of
criticism, the dossier chooses to focus on individuality, influences, and detours. For the sheer
sake of originality (the only academic motivation which is beyond reproach), I have focused
instead on tracing the conditions which rendered criticism in those years a conflictive
discourse and a privileged space for intervention. Such an approach, additionally, allows for
an adequate rendering of the collective character of this period, during which the
342
Conclusion
In 1960, the small literary magazine El Grillo de Papel, today considered an emblematic
publication, celebrated a year of rapid visibility and abundant controversy. The anniversary
[l]a revista, con una falta total de originalidad, estuvo a punto de llamarse
“Encuentro” (nombre que, más tarde, demostró tener una falta total de visión
right from the outset. In each issue, the staff would record and multiply the effects of its
sarcasm with undeniable pride—as seen in the preceding quote. It was probably not the most
ruthless magazine of the decade, given how competitive that particular niche had become;
that much we said in the Introduction. It was, however, probably the one that most lightly
acknowledged the extent to which rhetorical violence had become widespread throughout the
burgeoning, highly interconnected scene of small literary magazines. And by lightly I mean
Surprisingly enough, this magazine was going to be called “Encuentro”. Since catalogs
of Argentine literary magazines do not include a single publication with this name before 1959,
we may conclude that the lack of originality referred not to the name but to the underlying
idea. And, as we said, this was indeed a common discourse at the time, according to which
groups” (as demanded by some of Ciudad magazine [1954-55]’s contributors) or within the
reading public itself, as advocated by Adolfo Prieto in his Sociología del público argentino (1956).
343
As for the reading public, the very need for a “sociology” to render it intelligible was
indicative of the demise of a previously assumed transparency in relation to the most basic
constituents of literary culture: books and reading. Such was indeed the point of departure for
both Prieto’s claim in is “failed” Sociología and for philosopher Francisco Romero’s, who
demanded two years later a sociological study of the reader as a necessary step towards a
“política del libro”. Although similarly-looking books were still being bought and sold in
“desires” and “motives” (Sociología 79). The most visible of them, entertainment, was
undergoing increasing legitimization both through the growing prestige of genres which were
supposed to vindicate it —chief among them, detective fiction—and through the rise of book
advertising. It was clear, as Prieto did not fail to note, that a good deal of the book market’s
expansion was triggered by what De Sagastizábal more recently called in passing “pleasant
literature” (90).
Prieto, however, posited that the readers of Argentine literature (both the “good” and
the “mediocre”, he said) coincided with the readers of works of “high culture” (110). Simply
put, that readers of “pleasant literature” in translation did not read local authors. Even if the
vagueness of all these terms makes any verification extremely difficult, his opinion seems to
coincide with more recent research on one point: until the end of the 1950s, local authors seem
to have capitalized only modestly on the ongoing expansion of the reading public.
Towards the end of the 1960s, by contrast, critic Rodolfo Borello could claim that the
observations about the public made in Sociología del público argentino were no longer valid.
Argentine writers had been producing best sellers regularly for several years, and had been
advertised as such since even before that. The percentage of national authors in the catalogs
of the main publishing houses, said Borello, was already higher than that of foreign ones—in
344
a context where the market for foreign copyrights was becoming more competitive due to the
As we saw, it was during the 1950s that an increasingly virulent literary language
proliferated, particularly in the growing scene of small independent magazines. This language
was often perceived as a break in the “pact of civility” ruling over the literary space. It spread
rapidly through the enlarged and ever more interconnected platforms for criticism, mainly
discourse-heavy—bearing a book flap, back cover, press release, and advertising—but their
only way of circulating was to keep accumulating discourse as they moved. The small literary
magazines I have looked at took careful note of this need for “cultural information” (Letra y
Línea 1 1), which I rephrased more specifically as a need to develop and reinvent effective
books and literature. Thus, these magazines took it upon themselves to produce inequality—
that is, hierarchized differences—and advocated, as an ethical duty, to have it also enforced by
The dominant characteristics of the criticism exercised in the small magazines of the
new generation were established in view a two-fold challenge: literary experience was to be
expropriated from the hands of both the cultural elite and market logic. But it was precisely
the new conditions of the literary market—the complex set of quantitative and qualitative
transformations we have referred to with the term massification—which granted these critics
and their emerging magazines an unprecedented position from which to dispute the
295
I borrow this term from Terry Eagleton (12).
345
practices and their social boundaries were highly contested and seemed to be of public
relevance, the volume of the literary space was louder than ever before.
El Grillo de Papel constitutes both a culmination and a turning point in the trajectory we
have succinctly described. Released only a few months after the Cuban Revolution, in its
pages the revolutionary horizon is the valve that oxygenates the “congested air” of the
“enclosed spaces” from which literature, according to small magazine directors Aldo
Pellegrini and Ismael Viñas (from Letra y Línea and Contorno), had to be rescued. No traces of
acrimony or pedagogy296 can be found in El Grillo de Papel. Its contributors identify as leftist,
committed to the cause of man, and supporters of the social revolution, but the argumentative
efforts they invest to convince the reader of such goals are surprisingly scarce. These identity
traits, regularly evoked, are but the coordinates within which their main battle takes place: to
find some space of autonomy for literature (and for art in general) within the Left. This space
would allow for “artistic quality”—which “is a matter of urgency”—to be prioritized (El Grillo
de Papel 1 2). Because “una verdadera obra de arte influye más, infinitamente más sobre las
estructuras económicas de lo que puede influir, sobre ellas o sobre nadie, un desconocido
mamarracho” (3 10). During that first year they featured short stories and poems by a variety
of Argentine authors, some of which were to become true best sellers in the years to come,
such as Julio Cortázar, Ernesto Sábato, Beatriz Guido, and the magazine director himself,
Abelardo Castillo.
José Luis de Diego, as we said, identified a temporal discrepancy between the “Golden
Age” of the Argentine book industry—declining around 1953—and a period of real “cultural
impact” for Argentine (and Latin American) authors. The latter, which is usually associated
296
For an understanding of pedagogy as a common note in both élite magazine Sur and new generation magazine
Contorno, see Panesi.
346
with the Boom of the Novel of the following decade, may already be discernible toward the
However, as we already said, local authors had capitalized to a smaller degree on the
foreign books abundantly. Given this fact, and since protests about the lack of interest among
Argentine literature were almost unanimous until well into the 1950s, it seems
counterintuitive to posit that local authors were prioritized in view of the increased
In the meantime, in just a few years, many things need to have changed, both in the
was losing strength during 1950s in relation to a distinction between “authentic” and
that another dichotomy was also being eroded, one that was still central for Sociología del public
argentino in 1956: that which seemed to divide the practice and appropriation of literature
pleasure.
347