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Leviatan 64 LOS PARTIDOS POLITICOS Joan BOTELLA CORRAL oy a tratar en estas paginas de aproximarme a los principales enfoques analiticos en torno al fenémeno «partido» utilizados en [a literatura académica, intentando examinar sus postulados y sus coherencias de fondo, en términos de las coyunturas tedricas histéricas en que han aparecido y se han desarrollado. Ello se justifica, en parte, porque la hipétesis de un intercambio, de una dialéctica entre protagonistas y estudiosos es, en parte, una reali- dad antigua. Los estudiosos (0 al menos los importantes) nunca han sido politicamente indiferentes, y a la vez los responsables politicos se han dejado influir frecuentemente, aunque sea de modo inconsciente, por las elaboraciones de los analistas. Este proceso de intercambio es especialmente intenso en Ja actualidad. Naturalmente, esta presentacién ser4 enormemente esquemitica, y se centraré en los grandes nombres, o en las grandes obras, de la tra- dicién de los estudiosos sobre los partidos politicos. Por consi- guiente, muchos matices se perderdn por el camino; espero que el lector disculpard, precisamente por estas razones, ciertos elementos 59 Los partidos politicos del contenido del trabajo que pueden ser considerados provocativo: © injustos, con algunos de los andlisis 0 de los planteamientos revi- sados. La teoria clasica de partidos: una teoria elitista El andlisis moderno de partidos nace en los primeros afios del s glo XX con las obras de Moisei Ostrogorski y Robert Michels. Por descontado, ellos no fueron los primeros en plantearse problemas acerca de la existencia y funcionamiento de los partidos, Viene a cuento recordar aqui la glosa de Max Weber acerca de las peripe- cias sufridas por la «parte giielfa» en la Florencia del siglo XIII, 0 la arqueologia emprendida por diversos autores para examinar la evolucién de la propia nocidn de partido en la Revolucién Fran- cesa. Sin embargo, lo que distingue y coloca en un lugar especifico a Os- trogorski y Michels es la problemética en que sittian a los partidos y las variables sobre tas que concentran su atencién. A mi entender, fa cuestidn clave que da coherencia a sus trabajos es la nocién de demo- cracia; y més en concreto, la de la compatibilidad entre el partido po- litico, en sentido moderno, y Ja democracia, bien entendida como una caracteristica del sistema politico global, bien como norma de la vida interna de cada partido. A lo largo det sigto XIX, el término «democracia» mantenia un significado ain distinto al actual. Democracia designaba (el lumi- noso andlisis de Tocqueville sobre los Estados Unidos es enorme- mente ilustrador al respecto), no una forma de organizacién poli- tica, sino un cierto tipo de estructura social, caracterizada fundamentalmente por la igualdad: la ausencia de aristocracia y de privilegios, la sumisiGn de todos los elementos de la vida colectiva al «hombre vulgar», 0 la reticencia ante todo fenémeno de manteni miento de una «élite» son las connotaciones decimonénicas habitua- les del término «democracia». El concepto, pues, seré bandera rei vindicativa, denominacién habitual de los sectores de la extrema izquierda, pero no el término en que Jos sistemas liberales se desig- nan a si mismos. «Régimen constitucional», «liberalismo», 0 aun otras denominaciones, son las que se emplean; nunca, o virtual- mente nunca, la de democracia Sin embargo, la extensién de los derechos politicos en el tiltimo ter- cio del siglo, y el desarrollo de las formas politicas y sindicales del movimiento obrero, hardn de la cuestién democratica un problema po- litico de primer orden en todos los paises de la Europa occidental y central, y aun en los propios Estados Unidos, de la mano de los Refor- madores. Ahora bien, no se trataba s6lo de un problema politico, sino tam- bién de un problema tedrico (e incluso «téenico») de fondo: la in- corporacién a ta vida politica de amplias masas de ciudadanos co- lapsaba los procedimientos de funcionamiento y los procesos electorales de los Estados liberales clasicos. Por una parte, el cuerpo electoral adquirfa dimensiones que ya no se podian manejar con la mecdnica de los grupos de notables tradicionales; por otra, os ciudadanos recign Ilegados a los derechos politicos eran mayori- tariamente inedueados y desinformados. Su participacién planteaba, pues, grandes exigencias en términos de formacin y de informa- cidn politica. A uno y otro problema parecia ofrecer solucién el na- cimiento y desarrollo de grandes organizaciones politicas y sociales de masas, como las que aparecen (de modo ciertamente heterogéneo y no simulténeo) en los iiltimos afios del siglo XIX y a principios del siglo XX. Ahora bien, estas organizaciones planteaban un serio desafio a la te- oria politica vigente en aquel momento. ,Cémo encajarlas en la cons- truccién tedrica y constitucional de! Estado liberal? El problema no era s6lo politico, esto es, referido al tipo de objetivos que esas organi- zaciones se proponian, sino también tedrico. Muy sintéticamente, para no incidir en una tematica bien conocida: el primer Estado liberal se basa en la ausencia de mediaciones entre Estado y ciudadano individual, Mientras el Estado monopoliza la en- carnacién-representacién del interés nacional, los intereses no genera- Jes s6lo pueden ser individuates, pero en modo alguno pueden ser in- tereses de grupo o categoria. El rechazo de esquemas asociativos no es una peculiaridad de la ley Le Chapelier, sino un requisito de fondo en la construccién teérica del primer liberalismo. Cuando aparece el fendmeno de ta extensin del sufragio, las nece- sidades téenicas de la lucha politica a que hemos aludido generarin el surgimiento de los partidos politicos de masas y la necesidad de revi- 1 la teoria del Estado liberal para dar raz6n del nuevo fenémeno. Las reucciones en el plano teérico revestirin signos muy diversos, pero a los efectos que nos interesan lo més Tamativo es la impostacion anti- democratica en que se sitéan los primeros analistas que se ocupan del fenémeno «partido». Entigndase bien: por antidemocratica designo la preocupacién que late tras los escritos de Mosca (en la primera edicién de sus Ele- menti...), de Ostrogorski, de Michels 0, en parte, del propio Weber. para quienes los modemnos partidos plantean un problema doble. En primer lugar, la cuestién del «cesarismo popular», dando por descontado que la formalizacién de la presencia de los partidos en el proceso politico generaré un liderazgo de tipo demagégico, monopoli- 61 ‘Joan Botella Corral Los partidos politicos zado por una «élite» autorreproducida o, incluso, por un lider carisma- tico, a pesar de las apariencias democraticas del proceso, En segundo lugar, la formacién de un «Estado dentro del Estado», puesto que la organizacién partido se comporta como una totalidad respecto de sus miembros, usurpando la funcién de agregacion y glo- balizacién que corresponde al Estado. En el mismo sentido cabe inter- pretar la metéfora «eclesial», que concibe a los partidos como grupos para-religiosos, terminologia que encontramos en Mosca o en el pro- pio Pareto, y que ha sido utilizada abundantemente después, general- mente con connotaciones criticas. Para esos autores, se trata de un problema ineluctable: es el caso de Michels 0, probablemente, de Weber. Para Ostrogorski, en cam- bio, existe una solucién al problema, capaz de asegurar las funcio- nes de movilizacién de masas sin perturbar la vision liberal tradi cional: se trata (muy «posmodernamente») de sustituir los partidos politicos por organizaciones de finalidad especifica, que no impli- quen ni una perspectiva politica global, ni una completa visién del mundo. Esa impostacién explica también la importancia capital que asume la mecénica interna de funcionamiento de los partidos, entendida tanto en un sentido estrictamente «constitucional» (eleccién de los dirigen- tes, control de la base sobre la direccidn, relaciones entre partido y grupo parlamentario, etcétera) como en sentido sociolégico, subra- yando (en particular en el brillante andlisis de Michels) la contradic cién entre el caracter obrero de la base de los partidos socialistas y los origenes burgueses, o pequefio-burgueses, de sus portavoces y dirigen- tes De ahi dos importantes consecuencias analitica a) Se concentra la atencién en el partido individualmente conside- rado. Variables como afiliacién, estructura interna, relacién entre afi- liacién y electorado, implantacién en el territorio, etcétera, son fas que se consideran més significativas b) La cuestion esencial es la distribucién de poder dentro del par- tido. El control de los afiliados sobre Ja direccién, Jas relaciones con- flictivas entre organizacién de partido y representantes pilblicos, o los procedimientos de resolucién de conflictos son algunas de las dimen- siones mas relevantes. Incluso no seria exagerado mencionar en este contexto la teoria le- ninjsta del partido. Contra lo que se cree, lo mas especifico de la vi sién leninista det partido no es su cardcter de fuerza de vanguardia, externa a la clase obrera (terreno en el que Lenin sigue estrictamente oO Kautsky), sino la relevancia otorgada a la organizacién, que es tomada como el mejor indicador de 1a auténtica naturaleza (de clase) del par- tido, con independencia de su programa o ideologia. De ahf que resulte clara 1a fuerte vinculaci6n entre esta tradicion y la monumental obra de Duverger. De hecho, Duverger aporta impor- tantes novedades y construye una bateria de indicadores capaces de operacionalizar de modo productivo las intuiciones conceptuales de algunos de aquellos antecesores; pero sus preacupaciones esenciales son exactamente aquellas dos. Por descontado, Duverger no se sitta en aquella linea antidemocratica; por el contrario, él cree en la confir- maci6n del partido de masas como la forma definitiva de organizacién politica, como una especie de «arma Suprema» electoral. La contrapo- sicién entre «partidos de notables» y «partidos de masas», clave de déveda del andlisis de Duverger, le conduce a afirmar el cardcter ob- soleto de los partidos de notables y el inexorable predominio de los partidos de masas. El proyecto duvergeriano configura, pues, un completo programa de investigacién, que sera proseguido por obras de diverso calibre y orientacidn, como las de McKenzie, Janda o Charlot. Su influencia en- tre nosotros es atin importante, como ejemplifica bien la amplia seri de estudios sobre las fuerzas politicas de la Espafia republicana; véase, por todos, el andlisis de Molas sobre «Lliga Catalana». El enfoque hoy dominante en el andlisis de partidos: una perspectiva pluralista La tradicién que podemos Hamar «duvergeriana», influyente du- rante mas de dos decenios, ha cedido terreno en los siltimos afios a un enfoque distinto, que bien podrfamos Hamar «pluralista». En esta perspectiva, probablemente hoy dominante, el interés se concentra esencialmente en las relaciones entre los partidos politicos existentes en un sistema politico determinado; en otras palabras, se toma como objeto de andlisis el sistema de partidos (y ya no el partido individual- mente considerado), sistema definido como el conjunto de relaciones de competicién y cooperacién entre las fuerzas politicas que operan en un sistema dado, Con ello no queremos decir que la anterior tradicién no hubiera razonado también en términos de sistema. Viene al caso recordar cémo uno de los elementos mas conocidos (y polémicos) de la obra de Duverger es la relacién propuesta entre formulas electorales y sistemas de partidos. Pero para Duverger slo reviste importancia el elemento institucional; los partidos son portavoces «ciegos» de ideas 0 posiciones exdgenas a los partidos y que estos se limitan a expresar. © Joan Botella Corral Los partidos polticas La nueva orientacién pondré el acento, por contra, en la competi- cién electoral. La clave de los sistemas de partidos radicara en su ca- pacidad para captar votos de los ciudadanos y para optar a ganar posi- ciones de gobierno en base a los resultados electorales obtenidos (por esta razén me ha parecido justo denominar «pluralista» a esta tradi- cién). Esta orientacién tiene un origen doble; precisamente lo mas lama- tivo es el hecho de que, a pesar de las profundas disparidades entre fas tradiciones intelectuales en que se sustenta, se haya podido legar a una especie de sintesis. La primera de estas tradiciones tiene un origen predominantemente norteamericano, y tiene que ver con la reconsideracién de la nocién de democracia que tiene lugar en torno a la Segunda Guerra Mundial. Si hay que dar un nombre a esta reconsideracién, este es sin duda el de Joseph Schumpeter. Para Schumpeter, fa nocién de democracia pasa del terreno de la so- ciedad (en que habia estado tradicionalmente) al de ta politica, Demo- cracia significa ahora una categoria de regimenes politicos: mas en conereto: es democratico aquel régimen en el que el acceso al go- bierno esta determinado por ef voto de los ciudadanos en elecciones libres y perisdicas. Asf definida, la nocién de democracia deja de te- ner implicaciones normativas acerea del tipo de objetivos que el Es- tado debe proponerse o acerca de los valores éticos que el Estado debe perseguir; se transforma en una nocién meramente descriptiva, ya no situada en el plano de la idealidad Esta perspectiva, que representa un giro copernicano, y la influencia de Ja economia en su desarrollo, fomentarén Ja construccién de mode- los explicativos y predictivos basados en el comportamiento racional de Jos actores politicos, entendiendo por «racional» aquel comporta- miento basado en algtin tipo de contabilidad de costos y beneficios. La primera formulacién global en esta linea sera la conocidisima obra de Downs, que leva un titulo bien significative: Una teoria econdmica de la democracia Para Downs, los partidos politicos no tienen ningdn grosor ideols- gico o estructural, sino que pueden enfocarse como organizaciones de politicos profesionales que aspiran a conseguir (o mantener) posicio- nes en las instituciones gubernamentales. En expresidn radical, Downs afirmara que los partidos pueden considerarse como «teams of office- seekers». Para conseguir sus objetivos, deben maximizar sus resultados elec- torales, Pero también los electores son racionales: darn su voto a la fuerza politica que perciban como més préxima a sus particulares pre- 64 ferencias. Por tanto, la estrategia racional de los partidos considerara aproximar su programa electoral a las opiniones de la mayoria de los lectores; y como las preferencias de los electores, en términos de una escala izquierda-derecha, tienen una distribucién «normal», esto es, en forma de campana de Gauss, los partidos tenderdn a modelar sus pro- gramas electorales sobre la base de las preferencias del centro politico (0, més exactamente, del «elector mediano»). En otras palabras, con- vergerdn hacia el centro. El andlisis de Downs es mucho mas amplio y complejo que el resu- men precedente (por ejemplo, por lo que hace a las actitudes de los burécratas 0 de los gobernantes, al contenido atribuido a la escala iz~ quierda-derecha, eteétera) y, a pesar de su papel fundamental en el ori- gen de la tradicién de la «tcoria politica positiva», de los modelos de comportamiento politico racional y del public choice, ha sido some- tido a relevantes criticas (por ejemplo, por lo que hace a su considera- cidn de los partidos como actores politicos unitarios, o a la hipétesis de los partidos como maximizadores de votos). Pero esas criticas no pueden desmerecer su importancia central, ni su importante contribucién: la consideracién espacial de la politica. El eje izquierda-derecha permite construir una métrica, con arreglo a la cual se define un espacio en el que se sitéan simulténeamente electo- res y partidos. La hipstesis de la «distancia minima», en virtud de la cual cada elector otorga su voto a aquel partido cuya posicién, en tér- minos de izquierda-derecha, se site mas cerca de la suya personal, constituye una potente sintaxis, que permite estructurar el espacio po- litico y formular predicciones acerca del comportamiento de politicos y de electores. Esa configuracién espacial permitira la aproximacién entre este tipo de anélisis y otro cuyos fundamentos intelectuales son enteramente distintos. Me estoy refiriendo con ello a la segunda gran fuente de lo que llamo el esquema pluralista, fuente a Ja que me permitiré denomi- nar «sociologfa politica» Por «sociologia politica» me refiero (y espero poder mostrar més adelante la validez de esta referencia) a los intentos de fundamentar las divisorias politicas existentes en una sociedad determinada en las divisorias sociales («cleavages», en expresién consagrada por el uso y frecuentemente no traducida) que se expresan en Ia estructura de esa sociedad. El mas deslumbrante ejemplo de esta orientacién, tanto por su influencia posterior como por la personalidad de sus autores, es la famosa introduccién de Seymour M. Lipset y Stein Rokkan al volu- men colectivo editado por ambos autores en 1966, La trayectoria investigadora previa de Lipset y Rokkan confluye en un vasto intento de establecer una tipologia a la vez conceptual y 65 Joan Botella Corral Los partides politicos clasificatoria del surgimiento hist6rico de las diversas grandes Ii- neas divisorias que han «fracturado» las sociedades europeas. La re- forma religiosa, la formacién del Estado moderno, 1a contraposicién entre economfa agraria y economia industrial, y la divisin entre burgueses y proletarios son las quiebras basicas de la Europa mo- derna y contemporénea; en tanto que tales, las encontramos en to- dos 10s paises de 1a Europa occidental y central. Pero sus expresio- nes politicas han sido distintas, porque distintos han sido los tempos histéricos, las configuraciones concretas que ha adquirido cada for- macién social, etcétera. Y estas diferencias son los elementos clave para comprender las variaciones entre los diversos sistemas de par- tidos. De hecho, Jos sistemas de partidos son la resultante del modo con- creto en que han surgido y se han manifestado aquellas I{neas diviso- rias en el seno de cada uno de los sistemas politicos. Los partidos po- liticos Hevan inscritos, en sus soportes sociales y electorales y en su propia identidad politica, sus origenes vinculados a un determinado conflicto socio-histérico: partidos confesionales, partidos de minorias Etnicas 0 lingiifsticas, partidos «de clase», etcétera. Se puede asi llegar a configurar también una representacién espa- cial de la tégica de la competicién interpartidista. El cleavage mo- derno por antonomasia, el que contrapone partidos de la clase obrera a partidos representantes de las clases medias y altas, es el factor comin de la prdctica totalidad de los sistemas occidentales, y es el contenido esencial de la divisoria izquierda-derecha. Junto a él, diversos siste- mas politicos muestran la existencia de otra (u otras) lineas divisorias; en tal caso, la fragmentacién sera mayor y, potencialmente, también lo serd el ntimero de partidos. Como se sabe, la existencia y relevancia de otras lineas divisorias independientes de la izquierda-derecha ha sido un tema muy discu- tido; mientras Lipset y Rokkan subrayaban su importancia, andlisis posteriores han cuestionado su relevancia, postulando el suficiente po- der explicativo de la divisoria izquierda-derecha. Con todo, no es ello lo que aqui nos interesa, sino la convergencia entre esta tradiccién analitica y la procedente de los enfoques raciona- les. Con frecuencia, se ha tratado de un auténtico malentendido, ba- sado en la similitud formal entre las configuraciones espaciales y las representaciones bi- (0 multi-) dimensionales, y agravado por la gene- ralizaci6n de metodologfas de analisis multivariante (andlisis factoria- les, de correspondencias, etcétera), que producen configuraciones for- malmente proximas a los esquemas interpretativos de aquellas dos orientaciones. En otros casos, se ha intentado llegar a una auténtica sintesis entre ambas aproximaciones, a pesar de sus diferencias (prin- cipalmente, el cardcter esencialmente modelizador de los enfoques ra- 66 cionales, frente al cardcter predominantemente descriptivo de los en- foques del tipo «sociologia politica»). Como ha quedado dicho, este tipo de andlisis (con diversos grados de predominio del enfoque estrictamente espacial o del mas propia- mente «societal») es hoy la linea dominante en la investigacion acadé- mica. (Para una buena presentacién en el plano tedrico y comparativo, debe verse el volumen editado por Budge, Crewe y Farlie, Una éptima ilustracién acerca del sistema actual de partidos en Espafa es el volu- men editado por Linz y Montero). Hacia el cambio de siglo: problemas y perplejidades El analista se siente en la actualidad relativamente desorientado. En parte, porque las dos grandes tradiciones presentadas muestran puntos débiles; en parte, por los cambios que se estén produciendo actual- mente en el panorama de los partidos politicos El primer elemento a destacar, por su cardcter comin a ambas tradi- ciones, es a poca importancia atribuida, en el fondo, a la politica, en- tendida como el conjunto de ofertas contrapuestas que las fuerzas po- liticas hacen a la sociedad. Ya hemos seftalado como para Duverger los partidos son meras expresiones de ideas o tradiciones politicas existentes en la sociedad de modo exdgeno a los propios partidos. En el mismo sentido, los anilisis en términos de estructuras de cleavages expresan las realidades de sistemas de partidos fuertemente estables, en los que el cambio politico es s6lo homeopitico, si es que existe En este sentido, ambas visiones comparten una comiin creencia en la estabilidad de las expresiones politicas de Jas divisiones sociales, lo que se corresponde a Ia realidad de lo que sucedia en las democracias liberales desde e] fin de la Segunda Guerra Mundial hasta mediados los afios sesenta. Uno de los conceptos basicos de la ya mencionada sintesis de Lipset y Rokkan es el de la «congelacién» de los sistemas de partidos: puesto que responden a divisorias formadas a través de muy largos procesos sociohist6ricos, los sistemas de partidos tienden cambiar muy poco: como constataban, los partidos existentes en Eu- ropa occidental en 1965 eran esencialmente los mismos que en 1910 (a pesar de los inmensos cambios y convulsiones que se habfan produ- cido en ese intervalo). En segundo lugar, la pretensién de que los partidos «de masas» constituyen la forma suprema de competicién politica slo puede ha- cernos hoy sonreir. Ya en los afios sesenta se postul6 el surgimiento de los partidos catch-all («atrapalotodo», 0 «de clectores», en traduccién algo més sofisticada), en los que la accién coordinada de un amplio nimero de afiliados, agrupados en torno a un programa y a una fuerte 67 Joan Botella Corrat Los partidos paliticas identidad ideoldgica, tenderia a verse reemplazada por la accién de los medios de comunicacién de masas, la tecnologia de la comunicacién Publicitaria y la financiacién pablica de los partidos. Esa evolucién se ha consumado, y la mejor demostracién es la transformacién de algunos de los partidos de masas por antonomasia, como el partido comunista italiano, en partidos menos militantes, me- nos ideolégicos y més entroncados en las instituciones publicas. En algunos casos, esa transformacién se ha coneretado en la adopcién de nuevas denominaciones y simbolos, como el ejemplo italiano mencio- nado; en otros, el mantenimiento aparente de la identidad tradicional no puede Hevar a engafio: las transformaciones de los partidos socia- listas europeos son inequivoc: Pero es que ni siquiera el modelo de partido catch-all parece mante- nerse. Lo que se esté poniendo de relieve en los tiltimos afios es una tendencia a una creciente des-institucionalizacién de las organizacio- nes politicas, cuyo ejemplo paroxismico serfa Forza Italia, partido lite- ralmente propiedad de su Ider Silvio Berlusconi (que recluté a los candidatos de sus listas entre los empleados de sus empresas; que en- cargé a su «central de medios» la campajia electoral de su partido; y que movilizé sus cadenas de televisién en apoyo de su campaiia) Si el caso de Forza Italia es ciertamente muy extremo, cabe obser- var, en partidos mas establecidos, fuertes tendencias a la fragmenta- cién y muy graves dificultades estructurales para hacer frente a situa- ciones de crisis (la desaparicién del PSI, 0 las tendencias en curso en el PS francés 0 en el PASOK griego, pueden ser ejemplos ilustrati- vos). Esta situaci6n apenas ha empezado a ser reconocida y elaborada por los estudiosos. El concepto de «partido electoral-profesional» pro- puesto por Panebianco, o la nocién de «cartel de partidos» (que sera presentada aqui por Puble) inciden en esta direccién: la creciente diso- Iucién de las identidades de partido. Se da una situacién parad6jica: mientras, por una parte, ha dejado de ser cierto que los principales partidos (de derechas y de izquierdas) de los diversos sistemas politicos estén sustancialmente de acuerdo en sus programas politicos, por la otra los partidos son crecientemente in- capaces de generar y transmitir identidades politicas claras a los ciu- dadanos. Ello se traduce, en el plano de las actitudes y comportamientos ciu- dadanos, en la difusién de actitudes de desconfianza y de hostilidad hacia los partidos; en una creciente volatilidad electoral; en una pro- fundisima y generalizada crisis de afiliacion; en la desaparicién de toda forma de «cultura de partido»; etcétera. Un completo examen de 68 este «sindrome», centrado en cl caso aleman pero también con datos de otros paises, se puede encontrar en la obra de Von Beyme. Seria largo enumerar Jos factores que se han mencionado como cau- sas de esta profunda crisis: los cambios socio-econémicos, que han tendido a fragmentar las viejas identidades sociales; las transformacio- nes culturales de las sociedades contempordneas; la difusién de un cierto pesimismo «fin de siglo», que estaria ahora muy ligado a unas expectativas econémicas sumamente inciertas; la desconfianza ante toda «ideologia global»; y ain podriamos proseguir la enumeracién. Me interesa mas llamar Ja atencién, sin embargo. sobre el escaso éxito de las alternativas propuestas. Si los partidos no son atractivos, si no representan a grupos sociales, si estén excesivamente enquista- dos en las estructuras estatales, {no cabe imaginar mecanismos organi- zativos que puedan representar una alternativa? Dos han sido los grandes mecanismos alternativos que parecen go- zar de un cierto predicamento entre grupos de ciudadanos y entre sec: tores ilustrados: las llamadas a generar mecanismos de participacién ciudadana directa (ante las deformaciones generadas por las estructu- ras representativas) y e] desarrollo de «nuevos movimientos sociales» en tomo a causas especificas, Me parece que ambas vias deben ser vistas con escepticismo. La participacién directa no parece ser una reivindicacién ciudadana parti- cularmente extendida: no se ven en el horizonte pautas de utilizacién extendida de los pocos mecanismos participativos existentes. Las or- ganizaciones sociales languidecen en términos enormemente similares a los partidos politicos; y, segin informaciones de picns, hasta un 30% de los ciudadanos designados para formar parte de jurados han rechazado esa responsabilidad (con el apoyo periodistico de bien res- petables intelectuales). Por lo que hace a los «nuevos movimientos sociales», el fenémeno més interesante de la actualidad es su conversién en ONG’s, entidades profesionalizadas, fuertemente vinculadas a las subvenciones piibli- cas, especialmente activas en la utilizacién de técnicas publicitarias basadas en una participacién muy pasiva (la cotizacién bancaria es el «grado cero» de la accién colectiva). Pueden expresar hartazgo o dis- tanciamiento respecto de la politica; pero ciertamente no funcionan de modo sustancialmente distinto a como lo hacen los partidos, ni parece imaginable que les puedan reemplazar. iEmonces? He empleado el término «perplejidad» y supongo que no se trata de una situacién original. Si cabe concluir algo, es que se- guiremos necesitando a los partidos politicos como canales de repre- sentaci6n y como agentes de movilizacién, 69 ~~ Joan Botella Corral rere Pero a la vez, los partidos politicos no pueden seguir siendo lo que son hoy: empresas de gestién de las carreras profesionales de sus miembros, financiadas por el sector piiblico. Una maquinaria asf dise- fiada adquiere una gran inercia y se hace muy dificilmente reformable; por otra parte, y dado ese «contexto interior», las Hamadas a la demo- cracia interna son estériles, puesto que e] demos interior de cada par- tido sélo puede aspirar al mantenimiento de esa situacién. Los partidos del siglo proximo, si quieren adaptarse a la realidad y superar la actual crisis de representacién que padecen, deberdn enfren- tarse a dos problemas cruciales: la reapertura de enlaces con la socie- dad, y la revisiGn de sus identidades. {0 es que podemos imaginar que en el siglo XXI tendran sentido partidos nacidos antes de la television, del ordenador y del Estado del bienestar? Ponencia presentada al Seminario «Partidos y socializacién politica hoy», organizado por la Fundacién Pablo Iglesias. Nota bibliogréfica La bibliograffa que puede incluir un articulo genérico como éste sobre las, tendencias en el andlisis de partidos politicos es virtualmente ilimitada; me li- mitaré por elo a mencionar algunas de las referencias hechas. Por descontado, las obras de Ostrogorski y Michels son sus estudios clisicos, De Mosca debe verse, en sus Elementi di Scienza Politica, el capitulo denominado, signiicati- vamente, «Chiese, partiti, sette»; Pareto utiliza la referencia eclesial en su I sistemi socialisti (1902). Igualmente cldsicas son las referencias a Tocqueville (La democracia en América) y a Lenin (Qué hacer?). Por lo que hace a Weber, debe verse tanto su «Politica como profesién» (en El politico y el cientifico), como el dltimo capitulo de la segunda parte de Economia y Sociedad. Sobre el origen del término (y de la propia realidad) «partidos» una buena aproximaci6n son los textos incluidos en la primera parte de la antologia de J. Charlot, Les partis politiques, Paris (Armand Colin), 1971 La linea que he lamado «duvergerianay se inicia, por descontado, con Les partis politiques (1951), profusamente reeditada en versién castellana por FCE. Del estudio de McKenzie (British Political Parties, 1955) existe versién espafola (Ed. Aguilar). La referencia a K. Janda es a sui Political Parties. A Cross-National Survey, Nueva York, The Free Press, 1980. Por lo que hace a Charlot, es un clasico su Le phénoméne gualliste, Paris, Fayard, 1970. Finalmente se mencionaba I. Molas, Lliga Catalana, Barcelona, Ed 62, 1973 Por lo que hace a la tradicién que he denominado «pluralista», la obra de Schumpeter es por descontado su Capitalism, Socialism and Democracy (1943), del que existen distintas revisiones espafiolas (p. ej. en Aguilar). Iguaimente existe versién espaftola de A. Downs. An Economic Theory of De- mocracy (1957). El texto de Lipset y Rokkan es la introducci6n al volumen editado por ellos mismos, Party Systems and Voter Alignments: Cross-National Perspectives, Nueva York, The Free Prees, 1967. (Existe versin espafiola en R. Dahl, Diez textos bdsicos de Ciencias Politicas, Barcelona, Ariel, 1994), 70 Joan Botella Corrat cién fundamental en la obra de Budge, Crewe, Farlie (comps.), Party Identifi- cation and Beyond, Londres, Wiley, 1976. Un buen ejemplo del escepticismo sobre la multidimensionalidad de los sistemas de partidos es la obra de Sar- tori, Partidos politicos y sistemas de partidos, traducida por Alianza (Madrid. 1981; [1976)). Debe verse el monumental trabajo de Linz y Montero (comps. ), Crisis y cambio: Electores y partidos en la Espanta de los afios ochenta, Ma- drid, CEC, 1986, ‘Se mencionaba, finalmemte, el importante estudio de A. Panebianco, Mode- Jos de partido (con versién espafiola en Alianza, 1990), ast como el trabajo de ‘Von Beyme, La clase politica en el Estado de partidos, Madrid, Alianza, 1995. a

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