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Un caso criminal de oficio de la justicia eclesiastica Antonio Rubial Garcia ENTURA Dé LA VIDA COTIDIANA 271.9097253 ie HisTORIAINVESTIGACION R8I61c e.2 . COLEGIO DE MEXICO HHH ER ge! CENTRO DE ESTUDIOS HISTORICOS En 1693, el provisorato o tribunal eclesiastico del arzobispado Jevanté un proceso contra sor Antonia de San Joseph, monja profesa que tuvo una hija con un religioso agustino, que rom- pio la clausura saliendo de su monasterio y violé sus votos re- ligiosos, Varios de los implicados en el caso “criminal”, entre ellos algunos seglares del barrio y la religiosa que oculté su embarazo, dieron su testimonic de los hechos y dejaron para Ja posteridad mucha informacién sobre su vida cotidiana, sus pricticas, valores, creencias y sentimientos. Los documentos que este proceso generé son una fuente de primera mano tanto para estudiar los prejuicics y actitudes mentales de una poca como para analizar las miiltiples lecturas que pueden hacerse de un caso de excepcién y de los datos que podemos obtener acerca de una realidad cotidiana que fluye entre los testimonios de quienes estuvieron implicados. La coleccién La aventura de la vida cotidiana esté orientada hacia el puiblico interesado en la historia de la gente comtin, asi como en las anéedotas y circunstancias que han contribui- do a formar nuestras costumbres, nuestra cultura y nuestro mundo. En cada tema nos propnemos exponer el proceso de elaboracién del relato histérico. Cémo escribimos esa histo- ria? De dénde tomamos la informacién y cémo la analiza- mos? ;Qué trascendencia tienenlas anécdotas o las costumbres cuando se reconocen como hechos sociales? 00 (@ EL COLEGIO WY] DE MEXICO, HE OHH HH [Avonio RuBIAL Garcia es profesor investi- sgador de la Facultad de Filosofia y Letras de Ja unaw, especializado en historia social ycul- ‘tural dela Iglesia en la Edad Media y el perio- do Novohispano. Entre sus tltimas publica- ciones estin: Monjas, cortesanos y pleeyos. La vida cotidiana en laépoca de Sor Juana (Taurus, 2005). El paraiso de los elegidos. Una lectura de Ia historia cultural de Nueva Espana (1521-1804) (uvam, res, 2010), I 9 0 5 I Coleccién Un caso criminal de oficio La AVENTURA DE LA VIDA COTIDIANA, de la justicia eclesidstica Histonia — Investicacién Directora de la coleccién: Pilar Gonzalbo Aizpuru Antonio Rubial Garcta Biblioteca Daniel Cosio Wllegas” tiuw. ELCOLEGIO DE MEXICOAC. CENTRO DE ESTUDIOS HISTORICOS EL COLEGIO DE MEXICO. 271.9097253 89616 Rubial Garcia, Antonio Un caso criminal de oficio dela justicia eclesistica / Antonio Rubial Garcia ~ 1a. ed. - Ciudad de México: El Colegio de Mé ico, Centro de Estudios Histéricos, 2017, | 131 p.:il.; 16:5 em (Coleccién La aventura dea vida cotiiana) | ISBN 978-607-628-196-3 (obra comple) | ISBN 978-607-628-197-0 (volumen) | 1. Monjas - México ~ Ciudad de México — Vida social y cos- ‘umbres — Historia ~ Siglo xv. 2, San Joseph, Antonia de Pro ‘esos criminales,litigios, ete. 3. Derecho eclesistico ~ México, Ciudad de México ~Casos. 4, Ciudad de México (México) - Vids social y costumes ~ Sig x71, 5. Eacindalos sexsles~ México | = Ciudad de México ~ Historia Siglo xv. LI. S {a reproduccin de ls imégenes de monumentosarqueoligicos,histricos Y artsticos contendas en esta obra est imitada conforme ala Ley Federal sobre Monuments y Zonas Arqueodgicas, Anisticase Histéicay a Reglamento. Su reproduccin fue autorizada por e Instituto Nacional de Antropologia ¢ Historia, Primera edici6n, 2017 DR @ Et Cottcio pe Méxtco, A.C. Carretera Picacho-Ajusco 20 ‘Ampliacién Fuentes del Pedregal Delegacién Tlalpan 14110 Ciudad de México, México wonwcolmex.imx ISBN 978.-607-628-196-3 (obra completa) ISBN 978-607-628-197-0 (volumen) Impreso en México Indice PRIMERA PARTE Un encuentro inesperado 7. SEGUNDA PARTE La ciudad de México a finales de una centuria conflictiva 7 TERCERA PARTE Una historia de amor y poder 76 (CUARTA PARTE El revés de la trama 0 cémo un documento refleja la vida cotidiana 93 Obras citadas 28s PRIMERA PARTE Un encuentro inesperado A mediados de los aiios ochenta del siglo pasado, ‘me encontraba en Sevilla haciendo una investiga- cién en el Archivo General de Indias sobre la or- den de San Agustin en el siglo xv, ocupando mis mafianas entre los papeles del repositorio y las tar- des y noches en la lectura de novelas de tema his t6rico. Una mafiana especialmente drida salt6, de manera inesperada, un documento titulado “Au- tos y papeles de un caso criminal de oficio de la justicia eclesidstica”; la curiosidad morbosa me lle- v6 a leerlo. Se trataba de una copia del proceso seguido en el provisorato del arzobispado de Mé- xico en 1693, por orden del arzobispo Francisco de Aguiar y Seixas, contra la religiosa sor Anto- nia de San Joseph por haber roto la clausura mo- nacal y haber tenido trato “ilicito” con el fraile agustino fray Pedro Velazquez. Buen tema para una pelicula, pensé. Sin embargo, la urgencia de mi investigacién no me permitia detenerme en cue: tiones aparentemente marginales al tema que me ocupaba; el “caso criminal” tuvo que ser relegado por el momento, aunque su presencia perturbé 9 TO UNCASO CRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESIASTICA mi concentracién durante varios dias y Ilené ‘os insomnios que, al principio esporddicos, se vol- vieron cada vez més constantes. Era como si un virus, agazapado en los viejos papeles, se hubiera metido en mi cerebro y se estuviera apoderando poco a poco de él. Algunas semanas después, nuevos datos sobre el caso criminal volvieron a salir a mi encuentro y enaban otros sectores de ese rompecabezas cuyas piezas se iban embonando en una trama fascinan- te. Fray Pedro, el implicado, parecia tener una te- lacién muy cercana con fray Diego Velazquez dela Cadena, hermano del secretario de gobernacién y guerra que, rara coincidencia, también se lamaba Pedro. Por otro lado, el caso criminal, junto con los otros documentos en los que estaba implicado el padre De la Cadena, habjan llegado al Consejo de Indias gracias a la obsesién de otro fiaile, fray Joseph Sicardo. El papel central que tuvo en la tra- ma y su peculiar personalidad se fueron delinean- do en la numerosa correspondencia que sostuvo con los agustinos novohispanos y que se conserve ba en cuatro legajos archivados por el Consejo y de los que el “caso criminal” formaba parte. Los nuevos descubrimientos trajeron otras in- cégnitas que llevaron a nuevas biisquedas y a més prolongados insomnios. La ansiedad esperaba el UN ENCUENTROINESPERADO IT dia para ir al archivo y ver las sorpresas que me deparaban los legajos. La trama me fue atrapando hasta convertirse en una obsesién que me perse- guia dia y noche. Por entonces descubri que la otra religiosa que habia estado involucrada en el caso, sor Maria de la Trinidad, era hija del merca- der Diego del Castillo, personaje cuyo yerno, Do- mingo de la Rea, arrendaba a la real Hacienda el importante asiento del pulque. Cuando Iegué a ‘México la historia ya estaba casi contada, pero las clases, la direccién de tesis y otros trabajos acadé- micos comenzaron a distraer mi atencién y dismi- nuyeron los efectos del virus que habia “pescado” en Sevilla. No obstante, el dafio ya estaba hecho y en cada libro que revisaba y en muchas de las tesis que lefa brotaban datos que me remitian siempre al “caso criminal” que se habfa apoderado de mi mente como una enfermedad. Un afio después de mi regreso a México, al re- visar los libros antiguos del fondo reservado de Ja Biblioteca Nacional, una tiltima pieza salié a mi encuentro: era la biografia del personaje antagé- nico, el arzobispo Francisco de Aguiar y Seixas, escrita por su amigo y confesor Joseph de Lezamis en la época en que sucedié el hecho.' No habia ya ' Lezamis, Dedicatoria y breve relacién. 12 UNCASO CRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESIASTICA duda, el destino, ese dios ciego hijo del Caos y de la Noche, me eligié para ser la voz que contara esa historia. En mis ratos libres comencé a leer todo Jo que encontré sobre el periodo en que acontecié el relato, pues varios personajes mestizos del ba- trio de La Merced también habfan estado involu- crados en la historia. Debia saber cémo eran las fiestas puiblicas y privadas, las coridas de toros, las peleas de gallos, las comidas, los vestidos, los muebles, los bailes, los ritos magicos y religiosos, los viajes, los caminos. La localizacién espacial del hecho en la ciudad de México y su circunscrip- cién temporal al tiltimo tercio del siglo xvit me ayudaban a delimitar el estudio, pero tampoco ha- bfa muchos trabajos sobre el periodo y tuve que remititme a las fuentes de primera mano: narta- ciones de viajeros, crénicas religiosas, poemas, tex- tos literarios y cartas. El tinico conocimiento his- rico factible es aquel que se hace a partir de las huellas dejadas por los hombres del pasado y mi necesidad primordial era apegarme lo més posible a esos testimonios. Los tres voliimenes del Diario de sucesos notables de Antonio de Robles me hablé de las noticias que conmovieron a los habitantes de la ciudad y a mis personajes.? Las memorias de via- * Robles, Diario de sucesos notables. UNENCUENTRO INESPERADO 13 je que dejé cl napolitano Giovanni Gemelli Care- ri me permitieron ver a los capitalinos con los ojos criticos de un extranjero.? El Teatro mexicano de fray Agustin de Vetancurt me permitié ambientar Ja ciudad de México, con sus templos y conventos 4 Las aprecia- ycon su complejo entramado soc ciones de Carlos de Sigiienza y Géngora sobre el motin que asolé a la capital en 1692 me dieron tuacién social de abundante material acerca de las Jos grupos marginados y sus reacciones ante la mi seria y el hambre.> / Y junto a la riqueza narrativa, el reflejo de la realidad plasmado en la plistica, en los biombos, en los cuadros de castas, en los lienzos que conser- varon jirones y destellos de la vida coridiana de en- tonces. Los retratos fueron también de gran ayuda para conocer los rostros de algunos de los perso- najes principales y de varios secundarios, rostros del poder gracias a los cuales podia intuit perso- nalidad y cardcter. Fue tan exhaustiva la investiga- cidn sobre los testimonios de la época y encontré tal cantidad de material para entender el ambien- teen el cual vivieron esos personajes, que a partir 3 Gemelli Careri, Viaje a la Nueva Expaiia. ‘Vetancurt, Teatro mexicano. 5 Sigtienza y Géngora, Alboroto y motin. 14 UNCASO CRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESIASTICA de ella escribf otro libro sobre la vida cotidiana de la ciudad de México en la época de sor Juana Inés de la Cruz.® También de la investigacién que me habia Ilevado al Archivo de Indias originalmente se derivé un segundo producto, un libro sob:e la orden agustina y de la provincia del Nombre de Jestis en el siglo xvi’ Por las mismas fechas aparecfa en castellano la novela El nombre de la rosa de Umberto Eco yes taba causando furor.’ Ademés, varios historiadores como Carlo Cipolla y Natalie Davis daban a cono- cer sus primeros acercamientos literarios a temas del pasado. El primero con un interesante trabajo sobre una epidemia en la Italia del siglo xvi? y la segunda con su magistral Regreso de Martin Gue- rre, un caso de suplantacién en la Francia del xv1."" “ Una primera versién de este texto aparecié con el titulo La plaza, el palacio y el convento. La ciudad de Mé- xxico en el siglo xv1 (México, Conaculta, 1998). Afios ¢es- pués se publicé una segunda edicién corregida: Monjas cortesanos y plebeyos. La vida cotidiana en la época de Sor Juana (México, Taurus, 2005). ” Una monarquia criolla. La provincia agustina de Mé- xxico en el siglo xvui (México, Conaculta, 1990). * Madrid, Akal, 1990, ° sQuién rompié las rejas de Monte Lupo?, Barcelona, Muchnik, 1984. "° Barcelona, Llamentol, 2011. UNENCUENTROINESPERADO 15, ‘Aunque ambos conservaban ciertos rasgos de obra académica y no llegaban a ser verdaderas novelas, el tratamiento de temas histéricos a partir de una anécdota llevé a estos autores a ejercitar un género que rayaba en la literatura. Por otro lado, el tema de las desviaciones de la disciplina religiosa en los conventos femeninos se prestaba sin duda a un tratamiento morboso, muy explorado por los liveratos. En el tiempo en que trabajaba en mi novela salia a la venta el libro de Fernando Benitez Los demonias en el convento. Sexo y religion en la Nueva Espana," texto de una serie- dad académica muy cuestionable, que se dirigia a un publico avido de historias fantasiosas sobre la vida sexual de estas mujeres encerradas de por vida. Desde el siglo xvu, los literatos europeos habian tratado el tema, siempre con el interés de explotar el morbo de sus lectores. Las seis cartas de amor despechado de la célebre monja portuguesa sor Mariana Alcoforado dirigidas a su amante francés circularon en los salones parisinos de la época de Luis XIV y merecieron ser citadas por Moliére y por La Fontaine, La monja de Monza, sor Virgi- nia Marfa de Leyva, emparedada trece afios, entre 1609 y 1622, por su licenciosa conducta, se con- "México, Ediciones Era, 1985. 16 UN CASO CRIMINAL DE LAJUSTICIA ECLESIASTICA virtié en una leyenda que merecié la atencién de los autores romédnticos del siglo x1x, Manzoni en- tre ellos. Pero fue sin duda la aparicién en el siglo xvint de la novela La Religiosa, de Denis Diderot, lo que mayor impacto tuvo en la formacién de los “mitos” sobre las monjas. El caso criminal que me habia encontrado podia recibir un tratamiento si- miilar, o bien darle un enfoque social y politico, en el cual el tema sexual quedara supeditado a una visién més amplia y general sobre los valores, las cteencias y las précticas de la época en que habia vivido sor Juana Inés de la Cruz. De este interés nacié la claboracién de mi novela Los libros del deseo y este pequefio ensayo es una recapitula- cién de lo que fue la aventura de escribirla, " Con dos ediciones: México, Conaculta, 1996; Mé- xico, Editorial Grijalbo, 2004 SEGUNDA PARTE La ciudad de México a finales de una centuria conflictiva La segunda mitad del siglo xvi fue para la ciudad de México, para la Nueva Espafia y para el impe- rio espafiol una época de profundos cambios. En el dmbito imperial, la crisis financiera y politica que vivia la monarquia hispdnica en la época de Carlos II anunciaba el declive de su poderio en Europa. Un rey inepto, unos validos ambiciosos y una aristocracia més preocupada por sus intereses que por el bien comin, no fueron capaces de usu- fructuar los enormes recursos que le llegaban de ‘América procedentes de los impuestos sobre el co- mercio y la mineria. Por la ausencia de una in- fraestructura econémica adecuada y a causa de los cuantiosos gastos que se erogaban para mantener el aparato burocratico y las continuas guerras en las que Espafia estaba embarcada, se generé la fuga constante de estos capitales hacia los centros finan- cieros y manufactureros que surgian en el norte de Europa. Frente a una Espafia en crisis, en los virreinatos americanos de Nueva Espafa y Pert se fortalecfan las economias regionales alrededor de sus capita- 7 18 UNCASO CRIMINAL DEA JUSTICIA ECLESIASTICA Jes administrativas, las cuales concentraban la co- mercializacién de los recursos agricolas, ganade- ros y manufacturados y la riqueza provenierte de la minerfa y del comercio. El crecimiento econé- mico se vio también favorecido por el aumento de la poblacién, perceptible desde 1650, con lo cual se fortalecié la produccién al incrementarse la fuer- za de trabajo y el consumo, y por la colonizacién de las regiones norterias desde el Bajio. En los s glos xvu y xvi la Nueva Espafia era un territorio en expansidn gracias al descubrimiento de yaci- mientos argentiferos y a la penetracién misionera que realizaban franciscanos y jesuitas, a pesar de {as continuas amenazas de rebeliones y ataques in- digenas. La ciudad de México, como capital del Virreinato, atrajo hacia si mucha de esa riquera y 30 beneficié a varios sectores sociales que pudie- ron subvencionar los gastos en edificios, fiestas, impresos, imagenes, retablos y un tren de vide de lujo y despilfarro que contrastaba con la miseria en que vivian la mayor parte de sus habitantes,"9 ; Como todas las sociedades occidentales de su tiempo, la novohispana se regia por una estratifi- cacién social marcada por criterios estamentales sancionados por las leyes civiles y teligiosas, Des- " Rubial, Monjas, conesanosy plebeyos, pp. 43 y ss MEXICO A FINALES DE UNA CENTURIA CONFLICTIVA 19) de la Edad Media, la monarquia y la Iglesia con- sideraron que Dios habia instituido tres érdenes sociales inmutables: clérigos, nobles y campesinos. Con el crecimiento del mundo urbano, el “orden” comenzé a definirse a partir de los privilegios es- tamentales, con lo cual los trabajadores fueron des- plazados del esquema y en su lugar se colocaron Jos nuevos ricos, los mercaderes. El Estado prote- 6 a los estamentos privilegiados con leyes espe- Giales, fueros, exenciones tributarias y, en el caso del clero, con juzgados propios. Ademas del criterio estamental, la sociedad vi- rreinal, como la medieval, se regia a partir del cor- potativismo. Las corporaciones eran el medio por el cual los individuos podfan hacer valer sus dere- chos ante el Estado y recibir asistencia social. El gremio, la cofradia, el consulado, la provincia re- ligiosa, el cabildo civil o eclesidstico y la universi- dad eran las instancias de representacién social, Por medio de ellas, las autoridades podian vigilar el cumplimiento de obligaciones fiscales y legales, dirimir disputas y vigilar la observancia de estatu- tos internos. Quien no pertenecia a una o varias corporaciones estaba marginado del orden social. Paralelamente a las estructuras juridicas medie- yales funcionaron en la sociedad novohispana los criterios étnicos, nacidos desde el momento mis- 20 UNCASO CRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESIASTICA mo dela conquista. Desde principios del siglo xvr los misioneros y la Corona espafiola pusieron en préctica una politica segregacionista al crear dos reptiblicas auténomas e independientes entre si, sujetas a distintas leyes, ribunales y autoridades religiosas y civiles: la de indios y la de espatioles. La proteccién de los primeros contra los abusos y el mal ejemplo de los segundos fue el pretexto para tal separacién, y para demarcar la distribu- cin urbana de la poblacién; al poco tiempo de conquistada la ciudad de México, a los espafioles se les dieron los solares del centro (la traza), mien- tras que a los indios se les confinaba a los barrios periféricos. Las veinticinco calles de la traza espa- fola, algunas anchas y bien dispuestas, contrasta- ban con las ca6ticas de los cinco barrios indigeaas de Tlatelolco, San Juan, San Pablo, Santa Marfa y San Sebastién con su aglomeracién desordena- da de chozas. Pero muy pronto tal afin separatista se vio frus- trado pues, en unas décadas, las dos “repiiblicas” se mezclaron y ambos grupos invadieron mutuamen- te sus dreas urbanas. Muchos espaiioles comenza- ron a vivir en los barrios indigenas y la traza se llené muy pronto con habitantes nativos. Por otto lado, la llegada de esclavos negros y filipinos y las mezclas raciales crearon situaciones no contem- l ‘MEXICO A FINALES DE UNA CENTURIA CONFLICTIVA 21 Secreta de Cau ean-Méx Repocsiin aoa po lnsteuto Nacional La acequia mayor y los diversos estratos sociales; Juan Antonio Prado (attibuido), Una mirada a la Plaza Mayor dde Mésico en el silo xvut (deralle). Museo Nacional de Historia. 22. UNCASO CRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESIASTICA pladas por la primera politica de segregacién. La sociedad se vio forzada a reconocer una nueva for- ma de diferenciacién, la calidad de las personas, definida a partir de su actividad, su vestimenta y sus vinculos corporativos, clientelares o familiares y no a partir de su procedencia étnica.!4 En la base social de la ciudad se encontraban los macehuales, siendo la mayoria de ellos emigra- dos de los pueblos vecinos de habla nahuatl o de regiones més distantes, mixtecos, otomies, maza- huas, etc. El proceso de “ladinizacién’, es deci:, de asimilacién de la lengua y de la cultura de los es- pafioles, fue homogeneizando a los distintos gru- pos, aunque algunos, como los mixtecos, lograron mantener su identidad e incluso consiguieron la creacién a fines del siglo xvir de una parroquia ¢s- pecial para ellos en la iglesia de Santo Domingo. Juridicamente, los indios posefan una situacién ori- vilegiada pues estaban exentos del pago de diez- mos y de alcabalas, se les consideraba situados fue- ra de la jurisdiccién inquisitorial del Santo Oficio y bajo la tutela de un tribunal especial en la Au- diencia. Sin embargo, su situacién real era deplo- rable, Las leyes paternalistas les prohibjan usar ar- mas, andar a caballo y vestirse a la espafiola y exan “ Gonzalbo, Vivir en Nueva Esparia..., pp. 65 y ss MEXICO A FINALES DE UNACENTURIA CONFLICTIVA 23 apremiados a desempefiar los trabajos menos re- munerados, con lo que se acentuaba y remarcaba su situacién de miseria y la explotacién. Esta era més notable en el Ambito rural, donde casi todos Jos indios eran agricultores; en las ciudades podian mejorar su situacién desempefiando algin oficio y compitiendo, en igualdad de condiciones, con Jos demas grupos sociales. En apariencia, los esclavos africanos y asidticos se encontraban en una situacién jurfdica menos privilegiada que los indios, pues Hegaron a Amé- rica en calidad de mercancfa. Sin embargo, por su alto costo, en las ciudades vivian una situacién real mucho més favorecida. Como capataces, artesanos 0 trabajadores domésticos, los esclavos disfruta- ban de libertades ¢ incluso del derecho de quejarse alas autoridades por malos tratos. Ademés como cristianos podian casarse e incluso pertenecer a co- fradias, Mediante el ahorro o gracias al testamen- to de un amo dadivoso, muchos fueron liberados y tendieron a asimilarse al resto de la poblacién. Este proceso se vio favorecido, ademés, porque a partir de la segunda mitad del siglo xvi, a raiz de la guerra con Portugal, el trafico de africanos se redujo notablemente. La disminucién de negros y filipinos, al igual que la de los indios, tuvo también otra causa: el LUN CASO CRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESIASTICA 24 mestizaje. Desde el siglo xv1, la falta de mujeres blancas y la escasez de esclavas negras propicié una intensa comunicacién sexual con las mujeres indigenas. En la mayoria de los casos, los hije cidos de esas relaciones eran ilegitimos, por lo que el término “mestizo” era usado a menudo como sinénimo de bastardo. Tal ilegitimidad propicié una serie de prohibiciones hacia afromestizose in- domestizos (como recibir las érdenes sacerdotales, ocupar cargos piiblicos, desempefiar algunos of. cios, sobre todo los que manejaban metales, etc.) y mucha disctiminacién. A menudo se les deno- minaba con el epiceto “gente vil y despreciable” y se les daban nombres infamantes como “mulato”, “coyote”, “salta atrds”, “no te entiendo”. Tal discri- minacién motivé que muchos mestizos biolégicos se definieran a s{ mismos como espaiioles, cuando el reconocimiento de su progenitor se los permi- ‘fas 0 bien se asimilaban a la comunidad indigena de sus madres. El ser macehual mestizo no constitufa un es- tatus diferente al que se daba a la plebe en el m- bito europeo, razén por la cual los descendientes de los antiguos linajes sefioriales indigenas busca- ron identificarse con la nobleza ibérica y pudieron usar el titulo de don, portar armas, andar a caba- Ilo, conseguir blasones de linaje y vestirse a la es- 25 ‘MEXICO A FINALES DE UNA CENTURIA CONFLICTIVA, 5 ido (atribuido), La fuente y el aguador; Juan Antonio Pra Una mirada a la Plaza Mayor de México en el siglo xv (detalle), Museo Nacional de Historia. 26 UN CASO CRIMINAL DELA JUSTICIA ECLESIASTICA paola. Ademds de ser nombrados para ocupa los cargos de reptblica, es decir, la dirigencia ce los cabildos indigenas, esta nobleza se erigié en la re- presentante de sus comunidades y muchos deellos emparentaron con los espafioles. En la ctispide de la pirémide socioeconémica se encontraban los blancos denominados con el nom- bre genérico de “espafioles”. Entre ellos, sin em- bargo, también habia marcadas diferencias pues mientras algunos vivian desahogadamente otros, en cambio, eran muy pobres, convivian y se mez. claban con indios, mulatos y mestizos y compar- an con ellos las penuriasy trabajos. Otra diferen- ciacién procedia del lugar de nacimiento que los clasificaba en criollos, los blancos nacidos en Amé- tica, y peninsulares, aquellos emigrantes de Espa- fia y Portugal. Desde fines del siglo xv1, el mimero de criollos habfa aumentado considerablemente y los peninsulares comenzaron a discriminarlos ta- chandolos de relajados, jugadores, ineptos y flo- J0s, vicios todos que se atribuian a la convivencia con los indios y a que sus riodrizas indigenas les trasmitian esas caracteristicas con la leche con que los amamantaban. Pero més que la discriminacién verbal, a los criollos les afectaba la marginacién de los puestos rectores de la politica, sobre todo de las alcaldias mayores y corregimientos, por medio de MEXICO AFINALES DE UNA CENTURIACONFLICTIVA. 27 Ios cules se controlaba la mano de obra y el tri- indigenas." aiioles, los criollos tenfan todos los pasay Jos derechos de los peninsulares, entre Seo Ja educacién superior. A mediados del siglo ra Jos criollos comenzaron a desarrollar una actitu de resentimiento contra la Corona y sus funcio- narios que les estaban quitando los privilegios y encomiendas que habjan heredado de sus padres, los conquistadores. A fines del siglo un incipiente orgullo patrio los levé a exaltar su ear habitantes y a exigir ser considerados espafioles primera. A lo largo del siglo xvit y en el xvut ese sentimiento se convirtié en una conciencia de fe diferentes, reforzada por la grandeza del pasado azxecay por los prodigios realiados en su territo- rio por imagenes milagrosas y por varones y mu jeres santos.'© a o ve ‘A pesar del crecimiento incesante del grupo « Ilo, los peninsulares nunca llegaron a desaparecer. En un flujo constante arribaron a Nueva eta a lo largo de los tres siglos de dominacién eer Algunos, sobre todo los extremetios, los andaluces % Alberro, Del gachupin al criollo. ° Rubial, El paratio de los elegidos, pp. 251 y ss. 28 UN CASO CRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESIASTICA y los castellanos, terminaron por asimilarse a la sociedad virreinal y a mezclarse con ella. Otros, como los vascos y los portugueses (judios conver. sos y criptojudios en su mayorfa) formaron uni- dades muy cerradas. Finalmente, a la poblecién blanca dela ciudad de México también pertenecta un reducido niimero de europeos, casi todos pro cedentes de las zonas dominadas por Espatia, como Italia y Flandes, o de algiin territorio catélico como Inlanda o algunas regiones de Alemania. Clérigos, comerciantes y profesionistas de esas regiones s6lo Podian pasar a América si trafan un permiso espe- cial de la Corona. En 1696 la ciudad de México tenfa alrededor de 100 000 habitantes, segiin los cAlculos del viajero Giovanni Gemelli, siendo més de la mitad de ellos mestizos y mulatos."” Los criterios juridicos y sociales se remarcaban con un tercer elemento de diferenciacién: el eco- némico. El estatus y las manifestaciones extemas del lujo que daba la posesién de riqueza contrasta- ba con las condiciones de miseria y los niveles oni. nimos de subsistencia de grandes sectores de la poblacién urbana. La principal fuente de riqueza que desde el siglo xv1 caracteriz6 a lo que llamare- ‘mos la “aristocracia espaftola” fue la propiedad te- " Gemelli, Viaje a la Nueva Espanta, p. 22. MEXICO A FINALES DE UNA CENTURIA CONFLICTIVA 29 rtitorial y el control de la mano de obra indigena. Al principio, los beneficiados fueron los conquis- tadores y sus descendientes, que gracias alas mer- cedes de tierra y a las encomiendas de indios se convirtieron en el grupo dominante. Sin embargo, de ellos tan s6lo unos pocos lograron mantener este estatus; la Corona, con sus leyes restrctivas y con lacreacién de una burocracia de corregidores, pasé a manos de ellos el control de las comunidades indias. Poco a poco los encomenderos fueron sus- sieuidos por un nuevo sector terrateniente de ha- cendados descendientes de colonos y funcionarios. Convertidos, gracias al acaparamiento de hacien- das, en os principales proveedores de granos, pul- que, atic y carne a ls ciudades, esos propietarios se conformaron como una aristocracia. Criollos en su mayoria, los terratenientes estuvieron margina- dos de los puestos de control politico, aunque pu- dieron ejercerlo con la compra de cargos puiblicos y de las alianzas y relaciones con la burocracia vi- treinal. Pero fue sobre todo en el ayuntamiento de la ciudad de México, donde este grupo encontrd no s6lo una forma de representacién y un dmbito de poder, sino también un medio de controlar el abasto urbano. Con el fin de evitar la fragmentacién del patti- monio y de conservar sus linajes, los terratenien- 3 UN CASO CRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESIASTICA tes se sometieron a la institucién del mayorazgo. Con sélo demostrar que se posefan tierras suficien- tes, que la sangre familiar no tenia antecedentes judios o moriscos y pagando los derechos corres- pondientes, la Corona se comprometia a mante- ner la herencia de las propiedades familiares en el hijo mayor y, a falta de él, en sus hermanos meno- reso en el pariente colateral mds cercano. A fines del siglo xvu1, un poco més de un cen- tenar de familias criollas en toda Nueva Espafa acaparaba las tierras més fértiles y afianzaba sus patrimonios a los linajes por medio del mayoraz- go y de la endogamia matrimonial. De ellas, sin embargo, tan sélo unas cuantas obtuvieron un titulo condal o un marquesado. A fines del siglo xv1 tinicamente habia dos de esos titulos: el mar- queés del Valle de Oaxaca y el conde de Santiago de Calimaya; para fines del xvi su ntimero se ha- bia elevado a 18 y eran ya mas de 60 para princi- pios del xrx. Estos titulos, otorgados por la Coro- na por servicios prestados al rey y a la comunidad, trafan aparejadas una serie de privilegios como el usar un escudo de armas y el tener un lugar desta- cado en los actos ptiblicos; pero también conlle- vaban gastos como los pagos por derecho de lan- zas a cambio de no tener que it a Espaiia a luchar al lado del rey. MEXICO A FINALES DE UNA CENTURIA CONFLICTIVA 31 Esta alta nobleza criolla, desmilitarizada y con un fuerte sentido del honor y de la pureza de san- gre, pretendia remontar sus linajes hasta los vi- sigodos, aunque sus obscuros origenes no daban iario no estaba refi para tanto. Su cardcter no do, sin embargo, con un cierto gusto por los ne- gocios, y algunos no tenjan incluso escruipulos en alquilar accesorias en sus palacios o en vender di rectamente los productos de sus haciendas. Para el siglo xv hasta hubo terratenientes mineros que se convirtieron en prdsperos empresarios que adquirieron titulos nobiliarios. Uno de los factores que permitieron la conso- lidacién de esa nobleza terrateniente fueron sus alianzas y relaciones con las esferas de la alta buro- cracia. Desde mediados del siglo xvt la Corona espafiola creé un cuerpo de funcionarios para en- frentar a los encomenderos, cuyos intereses eran muy distintos a los del rey. En un principio, los cargos mas altos fueron conferidos a hombres des- tacados por su nobleza o por sus conocimientos y pericia en los asuntos de gobierno. Virreyes y oido- res, enviados siempre desde Espafia, ocuparon sus cargos temporalmente y no echaron raices en los territorios coloniales. Sin embargo, con el tiempo comenzaron a ser necesarios funcionarios meno- res en las esferas de gobierno, justicia y hacienda y 32 UNCASO CRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESIASTICA para su cleccién empezaron a intervenir otros ele- mentos distintos a los méritos, como eran el pago de favores o de servicios y las necesidades financie- ras de la Corona. En efecto, a partir de Felipe II la venta decar- 0s se convirtié en un monopolio de la Corona, un medio més de enfrentar la atroz bancarrota en la que estaba sumida Espafia después de sus inter- minables guertas europeas. En su €poca, los car- g0s de escribania, policfa, municipio y casas reales de moneda fueron arrebatados a las aristocra- cias locales y puestos a subasta puiblica; con ello se evitaba que virreyes y gobernadores los u:ili- zaran como premios para sus partidarios, pero también se introducia la corrupcién y la venali- dad; quien compraba un cargo buscaba desqui- tar su costo, y esto no se podfa hacer con los mi- seros salarios que daba la Corona, sino con los negocios y la venta de favores auspiciados por a funcién publica. Con el tiempo muchos car- g08 de las oficinas de gobernacién, incluso la se- cretaria mayor, de justicia y de hacienda se pusie- ronalaventa, comoen el caso de Pedro Velézquez de la Cadena, A partir de 1670 se subastaron los corregimientos y alcaldfas mayores, encar- gados de cobrar los tributos en las comunidades indigenas. MEXICO A FINALES DE UNA CENTURIA CONFLICTIVA 33, En el xvii el sistema se habia hecho tan exten- 50, que se creaban cargos con el iinico objetivo de yenderlos, siendo muchos de ellos meramente ho- norificos. Al principio, los cargos vendidos eran vitalicios, pero después algunos se convirtieron en. heredables y fueron trasmitidos por testamento ‘como parte del patrimonio. Ademés, como los cargos podian renunciarsea favor de otra persona, Ja venta privada de éstos se convirtié en una préc- tica comtin, asi como el oficio de corredor de car- gos. Para comprar uno, muchos echaban mano de préstamos, que eran cobrados a menudo con fa- vores. Para muchos segundones de la aristocracia, Ja compra de cargos piblicos se convirtié en una buena salida, sobre todo en un medio en el que las opciones se reducian a las que ofrecta la carrera eclesidstica. Asi muchos criollos tuvieron acceso a un dmbito de poder, lo cual aseguré y consolidé la preeminencia social de sus linajes. ‘Una de esas familias fue la de los Velazquez de la Cadena. El padre fundador del linaje, el capitan Juan Velazquez de Le6n, era un hidalgo castellano empobrecido nacido en Torrubia del Campo, que habfa Ilegado a la Nueva Espaiia atraido por sus miticas minas de plata. No sabemos si logré ama- sar algunas riquezas en Zacualpan, donde vivid un tiempo, pero lo que s{ consiguié fue un ven- 34 UNCASO CRIMINAL DE LAJUSTICIA ECLESIASTICA tajoso matrimonio con dofia Catalina Caballero Sedefio de la Cadena, hija de una familia c-iolla que remontaba su abolengo a los afios inmediatos ala conquista. De los trece hijos engendrados por el matrimonio, tres murieron en la infancia y la mayorfa de los restantes, como era lo comin, en- traron a la vida religiosa. Cinco mujeres (Juana, Catalina, Elvira, Josefa e Isabel) ingresaron en el convento de Santa Inés, cuyo patronazgo detenta- ba la familia De la Cadena. Nicolas, el ms Peque- fio, era cura en el sagrario de la catedral en 1702 y Diego profesé en la provincia del Santisimo Nom- bre de Jestis de México de la orden de San Agustin en la década de los cincuenta. Los restantes fueron destinados a ventajosos matrimonios que vincu- Iaron a los Velézquez de la Cadena con otras im- Portantes familias criollas; Mariana casé con el ca- pitén Juan Leonel de Cervantes, terrateniente y alcalde mayor en varios lugares y con él tuvo ca- torce hijos; Juan contrajo nupcias con Juana de Or- duiia y Sosa, miembro de una familia de hacenda- dos con tierras en Puebla y Veractuz y ocupé las alcaldias mayores de Tehuacén y Miahuatlén. Pero el més destacado de los miembros de la familia fue sin duda Pedro, el primogénito, cue contrajo nupcias por primera vez en 1646 con Francisca de Tovar y Sémano, hija de uno de los MEXICO A FINALES DE UNA CENTURIA CONF secretarios de gobernacién y guerra, Luis de To- yar Godinez. Gracias a este matrimonio, Pedro recibid como dote la misma secretarfa, que, como uno de los oficios que la Corona ponia a la ven- ta, habia sido adquirida por su suegro en 70 000 pesos. A pesar de los numerosos problemas a los que se enfrent6 para mantenerse en el puesto (ade- mis del pago de otros 60 000 pesos), el desempe- fio del cargo de secretario de gobernacién y guerra durante casi medio siglo le dio a este miembro de la familia una gran preeminencia en la vida po- litica y social de la Nueva Espafia. Con este aval, su hermano fray Diego tuvo una ayuda inestima- ble ante las autoridades que ocuparon durante ese lapso el palacio virreinal, lo que le permiti como veremos, convertirse en el dirigente de los agustinos."® Al enviudar de su primera esposa, Pedro con- trajo segundas nupcias en 1655 con Elena de Sil- vay Guzmén, sefiora de Yecla en Castilla y parien- te de los duques del infantado, Aunque con ella tampoco tuvo hijos, este matrimonio acrecenté su prestigio social. Pedro Velézquez de la Cadena era ademas capitin de infanterfa, rector de la archico- " Rubial, “Fray Diego Veldzquez de la Cadena... pp. 173-194. 36 UN CASO CRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESIASTICA Fray Diego Velézques. de la Cadena, Santuatio de San Miguel de Chalma, Estado de México. MEXICO A FINALES DE UNA CENTURIA CONFLICTIVA 37, fradia del Santisimo Sacramento de la Catedral, hermano mayor de la cofradia de los caballeros de Ja Cruz en la parroquia de la Veracruz, caballero dela orden de Santiago desde 1672 y patrono del convento de Santa Inés desde la muerte de su ma- dre en 1678. Como primoggnito de la familia he- red6 dos encomiendas (una en Xilotepec y otra en Querétaro) y una concesién de indios vacos en Pachuca por dos mil pesos de oro, sobre la que sostuvo un largo pleito con la Real Audiencia re- suelto a su favor en 1688. Rico y poderoso, don Pedro fue un elemento clave en la vida politica y social de su tiempo. Sin embargo el secretario no tuvo descendencia legitima en ninguno de sus dos matrimonios, por Jo que su viuda, en obediencia de su voluntad tes- tamentaria, fundé el mayorazgo Velézquez de la Cadena en su sobrino Diego, hijo de su hermano Juan, quien fue el heredero que continuaria con el apellido de la familia. Este joven se desposé en 1698 con Maria Rosa de Cervantes Cassaus, fa- miliar de los condes de Santiago, y fue el fundador del marquesado de la Cadena. Otro de sus sobri- nos, el hijo de su hermana Mariana, Nicolés Car- los Gémez de Cervantes, emparentado también con los condes de Santiago, fue un ilustre cano- nista, profesor y rector de la universidad, canon 38 UN CASO CRIMINAL DE LAJUSTICIA ECLESLASTICA go de la catedral de México y seria nombrado obis- po de Guatemala y de Guadalajara."” Para todos esos grupos que se consideraban a sf mismos “caballeros” era fundamental el demos- trar la nobleza de su linaje con un gran sentido del honor. En Espafia ese sentimiento estaba muy relacionado con la ‘pureza de sangre”, es decir, con el orgullo de no tener antepasados cercanos de origen judio o morisco. Pero en América, el honor no bastaba para ser aristécrata, era necesario tam- bién mostrar un nivel de vida acorde con el papel social que se tenia y diferenciarse de la plebe indi- gena y mestiza. Para ello afianzé sus vinculos fa- miliares con los miembros de su grupo, adquirié mayorazgos y titulos nobiliarios y fomenté el in- greso de sus hijos e hijas en todos los sectores del estamento eclesidstico. Un aspecto central en la construccién de sus te- des sociales fue su vinculacién con la corte virrei- nal, que constitufa no sélo el espejo més cercano que tenia como modelo para conocer cémo debia comportarse un aristécrata, sino también el espa- cio en el cual podia obtener beneficios y dédivas y proteger posiciones y privilegios. La nobleza y las Porras Muiioz, “La calle de Cadena en México”, pp. 1-46. ‘MEXICO A FINALES DE UNA CENTURIA CONFLICTIVA 39 6rdenes religiosas supieron acercarse a la corte atra- yéndose a vitreyes y virteinas con regalos y festejos y consiguiendo para ellos y para sus familiares y corporaciones todo tipo de favores.” Peto no s6lo los propietarios territoriales y los funcionarios de la Corona eran considerados “ca- palleros” en Nueva Espaiia; el comercio, actividad que estaba generando enormes fortunas, fue tam- bién un medio para insertarse entre los sectores privilegiados de la sociedad. Para el siglo xv1, las actividades mercantiles dificilmente encajaban en Ja mentalidad aristocratica de los terratenientes, por lo que a fines de la centuria un grupo de emi- grados de orfgenes modestos comenz6 a aprove- charse de la necesidad de abastecer de articulos europeos a la capital y a otras ciudades, sobre todo alos reales de minas. Al principio funcionaron como representantes de las casas comerciales de Sevilla, pero muy pronto se independizaron de ellos, La apertura de la ruta del Pacifico y el con- trol del comercio asidtico a partir de 1570, junto con el régimen de monopolio que la Corona fo- mentaba, propiciaron su répido enriquecimiento; asi, con la creacién del consulado de comerciantes ® Escamilla Gonzélez, “Presente el rey por su poten- cia...”, en Rubial (coord.), La ciudad barroca, vol. 11 de Historia de la vida cotidiana, pp. 371-406. 40 UNCASO CRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESIASTICA de la ciudad de México en 1592, los mercaderes novohispanos desplazaron muy pronto a los an- daluces en el manejo de articulos de importacién y exportacién. Al crecer la demanda de mercan- cfas y los controles fiscales, como la prohibicién, de comerciar con el Pert, los comerciantes busca- ron otras vias de aprovisionamiento como el con- trabando, lo que aumenté atin més sus forcunas. En las ferias de México y Acapulco, estos mer- caderes conseguian articulos de Europa, sobre todo vino, aceite y textiles, y los objetos suntuarios del oriente; a cambio de ellos, plata, cueros y tintes, como la cochinilla, salian hacia los centros econé- micos capitalistas. Por medio de agentes en las ciu- dades del interior y en los reales de minas los co- merciantes enviaban herramientas y bastimentos al norte, y textiles novohispanos a Guatemala y al Per; asimismo recibfan objetos de lujo, como muebles laqueados de Michoacan, huipiles de Oaxaca, imagenes estofadas de Guatemala o ca- cao de Maracaibo. Propietarios 0 accionistas de embarcaciones transocednicas y duefios de recuas de mulas eran los principales transportistas; gra- cias al manejo de dinero y de libranzas, se convir= tieron en los mas importantes prestamistas y abas- tecedores de crédito; con el control de la armada de Barlovento, creada para proteger los galeones MEXICO A FINALES DE UNA CENTURIA CONFLICTIVA 41 espafoles de los ataques piratas, se apropiaron del comercio del Caribe. Durante varias décadas del siglo xvut, el co- mercio tuvo que hacer frente a una profunda cri- sis, teflejo de la que vivia el sistema capitalista naciente en Europa; esto obligé a los comercian- tesa buscar nuevas formas de aplicar sus capita- Jes; se convirtieron en socios capitalistas de em- presas mineras y textiles y aplicaron sus fortunas ala compra de tierras. Los comerciantes tuvieron también acceso al poder politico practicando el soborno y, por medio de los corregidores y alcal- des mayores, al control de los mercados indigenas. ‘A partir de la segunda mitad del siglo xvit, a raiz del crecimiento minero y de la recuperacién comercial, algunos mercaderes de la ciudad de Mé- xico se dedicaron a la compra de lingotes de plata en los centros mineros y los convertian en mone- da en la casa de moneda de la capital. Al mismo tiempo abastecian de mercancfas y de capitales a la mineria y se convertian en los primeros empre- sarios. Finalmente, gracias al apoyo en armas y dinero que daban para aplacar las continuas rebe- liones indigenas en el norte y el sureste, obtuvie- ron nombramientos de capitanes de milicias. Para siglo xvi, con la creacidn de un ejército regular y de una clase militar profesional, los comercian- Vie S 42 UNCASO CRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESIASTICA tes tuvieron que compartir este privilegio con los militares de carrera. A pesar de sus logros y riqueza, la profesién de comerciante no fue considerada como un oficio, noble sino hasta fines del siglo xvi. Por un lado, los terratenientes criollos vefan como advenedi- zos a estos peninsulares nuevos ricos; por otro lado, Jas fortunas comerciales rara vez sobrevi- vian a dos generaciones y fue dificil afianzarlas a linajes; finalmente, un buen niimero de comer ciantes pertenecian a grupos cerrados como los vascos 0 los criprojudios portugueses, que no es- taban interesados en mezclarse con los criollos. De hecho la comunidad judfa, perseguida y casi exterminada por el tribunal del Santo Oficio des- de mediados del siglo xvi, tuvo que ocultar su origen. No fue sino hasta el siglo xvzm, con el triun- fo del espiritu burgués e ilustrado, del que fueron un reflejo las reformas borbénicas, cuando los co- merciantes poderosos del consulado llegaron a te- ner un ascendiente en la aristocracia y comenzaton a emparentar con los terratenientes y a adquirir titulos nobiliario: A pesar de ello, desde finales del siglo xvit los sectores dedicados al comercio comenzaron a bus- car ennoblecerse siendo las relaciones con las ins- tituciones eclesidsticas las que les otorgaban un MEXICO A FINALES DE UNA CENTURIA CONFLICTIVA 43, mayor estatus, reforzado ademés por una de las cualidades que mds se admiraban en la nobleza: la piedad religiosa. Asi, tanto la pertenencia a her- mandades y cofradias, como la profesién religio- «a de sus hijo ¢ hijas o el pagar la dote matrimo- nial o conventual de doncellas pobres, se convertia para los comerciantes en un requisito indispensa- ble para entrar en la alta sociedad: estos actos, ade- més de un signo de piedad y prestigio, eran un medio excelente para hacer negocios dentro de este 4mbito, en el que los bienes materiales se adminis- traban con la misma avidez que los espirituales. Sin embargo, de todos los actos de piedad, el que ma- yores beneficios sociales aportaba era el convertirse en patrono de un convento o de una iglesia y cargar con los gastos de su construccién o remodelacién; aunque ciertamente este acto estaba restringido s6lo a aquellos que posefan una cuantiosa fortuna, sus beneficios “materiales, ademas de la recom- pensa celestial, eran enormes. a Uno de esos mercaderes fue Diego del Castillo, un joven granadino llegado a México en 1628 y que, como otros peninsulares, viajé a los reales de Zacatecas y San Luis Potosi en busca de fortuna. Muy posiblemente esto lo llevé a participar en un principio como prestamista, al igual que muchos comerciantes radicados en dichos centros. La falta 44 UNCASO CRIMINAL DELA JUSTICIA ECLESIASTICA, de dinero en efectivo que habia en Nueva Espafta convertfa a un comerciante que tenia dispon bili dad inmediata de capital liquido en un hombre acaudalado gracias a los intereses que recibia. Due rante su estancia en los reales de minas, don Die- go descubrié también que habia mucha necesidad de metal amonedado y fue entonces, a mediados del siglo xvir, cuando se convirtié en mercader de plata. Este tipo de comerciante, nos dice Bakewell, “era un rescatador a gran escala. Compraba plata en bruto en grandes cantidades y actuaba como proveedor de crédito en gran escala por medio de agentes que vivian en los poblados mineros”.”! Para 1650 Diego del Castillo ya estaba casado con la criolla Elena de la Cruz, pero no tuvieron descen- dencia, por lo que la pareja decidié adoptar a vas rios huérfanos. Alrededor de 1653 llegé Marfa y una década después recibian a otra criatura que fue llamada Francisca, como la madre de don Die- go. Para este tiempo Castillo ya era miembro dela archicofradfa del Santisimo Sacramento, en don- de llegé a ser diputado, y es muy posible que esta huérfana procediera del colegio de la caridad que esa hermandad administraba. Conforme su fortu- na se acrecentaba y en agradecimiento por ello, * Bakewell, Mineria y sociedad..., p. 295. MEXICO A FINALES DE UNA CENTURIA CONFLICTIVA 45 Castillo y su mujer adoptaron otros cuatro nifios durante es0s afios: Diego, José, Rosa y Francisco. Castillo se comporté con sus hijos adoptivos de Jamisma forma que un padre de esa época lo haria con los propios. El 10 de julio de 1667 su “primo- génita” profesaba en el Real convento de Jestis Ma- Ha, uno de los mds prestigiosos de la ciudad, con ed nombre de sor Marfa de la Trinidad. Don Die- go concedié a su hija adoptiva una celda privada yuna casita adosada a los muros del convento, de Ja que Maria obtendrfa alguna renta. Para la igle- sia conventual que la albergarfa regalé también un retablo dedicado a Cristo crucificado y al apéstol Santiago. En 1673, un afio después de la profesién de Marfa, don Diego casaba a Francisca, su segunda hija, con Domingo de la Rea, un capitén vasco natural de Eribe, en Alava. Domingo era viudo, yde su primera mujer, Josefa de Solis y Palomino habia tenido varios hijos. Este hombre se dedica- ba al comercio y podriamos decir que era un buen partido. Resulté tan bueno que cinco afios después, el 28 de junio de 1678, Castillo lo con- virtié en su socio y fund6 con él una compaifa para el tréfico de plata. Con el dinero que le apor- t6 esta sociedad y al poco tiempo muerto Diego, Domingo y su hermano Juan arrendarfan a la Real 46 UNCASO CRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESLASTICA Hacienda el importante asiento del pulque de capital. Antes de morir, Castillo habia pagado ly conclusién del templo y la remodelacién del mo. nasterio de las monjas clarisas de Santa Isabel y habia construido a su costa un nuevo convento de franciscanos descalzos en Churubusco. De am. bos establecimientos hered6 el patronazgo a su yer. no La Rea.” De personas como Diego del Castillo opinaba el virrey marqués de Mancera: “los mercadetes y tratantes de que se compone en las Indias buena! parte de la nacién espafiola se acercan muchoa la nobleza, afectando su porte y tratamiento [...], de manera que se puede suponer que en estas provine cias por la mayor parte el caballero es mercader y el mercader es caballero”25 Pero no sélo los ricos mercaderes comenzaton aasimilarse a la nobleza y a considerarse “caballe- ros”. Gracias al crecimiento de las actividades pro- ductivas en la minerfa, el comercio en pequefia escala, el transporte, la construccién, las manufac- turas suntuarias y la produccién agropecuaria, se fortalecieron los sectores medios de la sociedad, ® Rubial, “Un mercader de plata...”, pp. 143-170. * “Relacién del virrey marqués de Mancera a su suce- sor (1673)”, en De la Torre Villar y Navarro (eds.), Ins- srucciones y memorias.., vol. I, p. 583. MEXICO A FINALES DE UNA CENTURIACONFLICTIVA 47 no s6lo aumentando sus recursos econémicos y st oder adquisitivo, sino también su némero. Una amplia gama de mercaderes y obrajeros textiles, los, cransportistas duefios de recuas de mulas, os me- dianos propictarios rurales, los profesionistas de diversa indole (abogados, médicos, arquitectos, pintores), los funcionarios medios de los aparatos de gobierno y los caciques indomestizos (que ocu- aban “cargos de repiiblica”) cumplian en algan sentido las funciones de una incipiente burguesia que tenia pretensiones de equipararse a la noble- za, En estos sectores emergentes estaban incluidos Jos que se consideraban “esparioles” (es decir pe- ninsulares, criollos y mestizos acriollados) y los “in- dios” nobles. Muchos de ellos tenfan fuertes lazos con las instituciones eclesiésticas, cuyos contingen- tesestaban formados en su mayor parte por miem- bros que pertenccian a ellos, y con la universidad que, junto con la Iglesia, se convirtié en un impor- tante medio de movilidad social.* Todas ls familias dela nobleza y muchas de ls de los estratos medios dela ciudad tenfan varios parientes que pertenecfan al clero 0 eran monjas, por lo cual se hacfan cargo de su manutencién y de la construccién y remodelacién de sus edificios; % Aguirre Salvador, El mérito y la estrategia & = 48. UNCASO CRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESIASTICA con ellos la sociedad laica no sélo establecié vin- culos familiares y amistosos, sino que hacia nego- ios, de ellos recibia préstamos, en sus conventos los mercaderes guardaban sus mercancias y en sus atrios podian pedir asilo quienes eran perseguidos por la justicia. Por otro lado, aunque los clérigos eran conside- rados como un estamento privilegiado, la Iglesia no constitufa una unidad que actuaba uniforme- mente y en total acuerdo, pues habia dos grandes sectores dentro de ella: el clero secular y el clero regular. El primero tomaba su nombre de seculum o siglo pues sus miembros no llevaban vida comu- nitaria y estaban sujetos al obispo; el segundo, en: cambio, derivaba su apelativo de la regla o regula que regia la vida conventual basada en la oracén en el coro y en otras pricticas colectivas. Salvo los jesuitas, a quienes no se les exigia tener vida comunitaria y cuya organizacién era totale mente vertical, las demas érdenes, llamadas men- dicantes, ademds de la obligacién de rezar y comer izacién que les permi en comtin, tenfan una orgai tia la autogestién. A la cabeza de cada una de di- chas érdenes (franciscanos, dominicos, agustinos, carmelitas, mercedarios) habia un maestro gene- ral que vivia en Roma y de quien dependian las diferentes provincias en que cada orden se subdi- MEXICO A FINALES DE UNA CENTURIA CONFLICTIVA 49) vidia y distribuia por todo el territorio europeo y americano. A cada provincial que las regia estaban sujetos los priores (0 guardianes entre los francis- anos), gobernadores de los conventos que forma- an la provincia. Para evitar la permanencia de tuna persona en el poder y promover los cambios, la organizacién piramidal presentaba ademés la osibilidad de reunir cada tres 0 cuatro afios a los regidores de los conventos en un capitulo provin- cial para clegir al siguiente rector de la provincia, asu cuerpo consultivo (definitorio) y a dos visita- dores encargados de fiscalizar la actuacién de los priores o guardianes en el territorio, Asimismo, en un capitulo general en Roma, algunos de los pro- vinciales sesionaban para sustituir al maestro ge- neral que habia cumplido su periodo. La organizacién mendicante era un reflejo del corporativismo que habfa nacido en el ambito ur- bano y que regulaba los cuerpos sociales bajo los principios del sufragio o eleccién democritica de los dirigentes, de acuerdo con los lineamientos de un aparato juridico (constituciones) y con base en un conjunto de simbolos que les daban identidad (hibito propio, santos patronos, escudos de armas, crdnicas que exaltaban la actuacién de sus miem- bros ilustres, etc.). Frente al resto de las corpora- ciones cuyo ambito de actuacién era el entorno Ut... eel Tles 50 UN CASO CRIMINAL DE LAJUSTICIA ECLESIASTICA urbano, las provincias religiosas ¢jercian su influen- cia sobre el extenso territorio donde estaban enda- vados sus conventos.”> En las provincias americanas durante el siglo xvi, el clero regular habia crecido considerable- mente con elementos criollos, pues la carrera edle- sidstica era una de las pocas salidas para los segun- dones de las familias espafiolas, que heredaban al hijo mayor todos los bienes patrimoniales. Mu- chas consecuencias trajo consigo esta situacién siendo la més destacada la instauracién de la al- ternativa entre los dominicos y agustinos y de la ternativa entre los franciscanos de México. Entre 1614 y 1629 el papado ordené que, en la mayor parte de las provincias de los mendicantes, el ofi- cio de provincial recayera un trienio en peninsular y al siguiente en criollo y que dos de los cuatzo definidores y uno de los dos visitadores debian ser clegidos entre los nacidos en Espafa. La alterna- tiva desaté una violenta reaccién en todos los me- dios criollos novohispanos y creé una fuerte ten- sién entre ambas facciones durante varios lustros, En algunas provincias, unos cuantos frailes penin- sulares (los que habjan solicitado el documento % Rubial, “La vida conventual masculina...”, en Ru- bial (coord.), La ciudad barroca, vol. 11 de Historia de la vida cotidiana, pp. 169-192. MEXICO A FINALES DE UNA CENTURIA CONFLICTIVA 51 ontificio por estar excluidos de los puestos recto- res), consideraban que el predominio de elemen- tos criollos en la provincia era la causa de la pro- funda relajacién moral y de la vida religiosa en quese vivia. Esta, por supuesto era una visién muy simplista, pues habfa muchos criollos interesados en la reforma de las costumbres, al igual que frai- Jes peninsulares que manipulaban las elecciones para ejercer control y obtener privilegios. Tal si- tuacién, por ejemplo, habia llevado a los criollos de las provincias de los agustinos y de los francis- canos de Michoacén, en las que eran minoria, a solicitar la alternativa. En algunas provincias, para contrarrestar los efectos de las alternativas y conservar el control para los criollos, se convirtié en prictica comtin no recibir en sus filas a frailes peninsulares; ade- més, en los capitulos se manipularon los votos por medio del soborno y la venta de cargos para que los principales oficios de la provincia fueran ocu- pados por los criollos contrarios a la reforma. En- tre los dominicos y los agustinos de la capital est4 situacién provocé que un religioso con gran po- der y riqueza (el “monarca”) ocupara durante dos 0 tres trienios el provincialato y eligiera a su anto- joa los provinciales que lo sucederian y a las de- més autoridades. Para solucionar esos problemas, Uflians fA 52 UN CASO CRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESIASTICA la Corona envis frailes peninsulares para restaurar las alrernativas y visitadores y comisarios para aca- bar con las prdcticas irregulares, pero poco pudie- ron hacer ante los intereses criollos.” Otra consecuencia de la criollizacién fue que, con el estancamiento de la evangelizacién y la te- duccién de las fundaciones en pueblos de indios, muchos frailes criollos tuvieron que quedarse en los grandes conventos urbanos. Estos funciona- ban como noviciados, enfermerias, casas de es- tudio para los miembros de la orden y centro de gobierno de las provincias, de tal manera que en cada convento de la ciudad de México llegaron a habitar més de 150 frailes. A fin de mantener a tan numerosa poblacién, agustinos y dominicos c>- menzaron a adquirir haciendas en el campo y a sas arrendables en la ciudad. En sus iglesias se asen- taban numerosas cofradias de espafioles, se hacfan enterrar los poderosos terratenientes, se adminis- traban los sacramentos de la penitencia y la euca- ristia, ademas de oficiarse misas dominicales y por las almas del purgatorio, todo lo cual les propor- cionaba abundantes limosnas y herencias, de las que también salieron beneficiados los humildes franciscanos. % Rubial, Una monarguta criolla..., pp. 30 ss. MEXICO A FINALES DE UNA CENTURIACONFLICTIVA 53 ‘Ademés de sus casas matrices, dominicos, agus- tinos y franciscanos tenian sus colegios de estu- dios teolégicos donde se formaban los cuadros rectores de sus provincias: Porta Ceeli de los domi- nicos, San Pablo de los agustinos, San Buenaven- tura de los franciscanos. Los dos tiltimos funcio- naban anexados a templos parroquiales. En esos centros, ademas de la teologia escoléstica, los pro- fesores de la orden podian desempefiar sus activi- dades pedagdgicas que les permitian conseguir el nombramiento de maestro numerario o supernu- merario, grado necesario para participar como vo- tantes en los capitulos provinciales y acceder a los cargos de prior, definidor, visitador 0 provincial.” Desde las primeras décadas del virreinato, jun- to con los conventos y templos de las érdenes, la administracién religiosa de la poblacién de la ciu- dad estaba distribuida en parroquias en las que se bautizaban y casaban espafioles, indigenas, ne- gros, mestizos y mulatos. Originalmente los fran- ciscanos visitaban desde la capilla de San José, en el barrio de San Juan, y desde Santiago Tlatelolco, a todos los indigenas de la isla, pero poco a poco comenzaron a fundarse doctrinas independientes ” Rubial, “La labor educativa...”, en Santana Vela y Urquijo Torres (coords.), Proyectos educativos... pp. 61-94. ‘ TICIA, ECLESIASTICA 54 UNCASO CRIMINAL DELAUS en San Sebastidn, San Pablo y Santa Cruz, que se dieron alos agustinos, y en Santa Marfa la Redon- da, que conservaron los franciscanos. Los espafio- les, en cambio, eran administrados desde la ca- tedral, que era la sede del arzobispo, pero entre mediados del siglo xvr y finales del xvit se funda- ron otras tres en Santa Veracruz, Santa Catarinay San Miguel y fueron entregadas en administracién al clero secular. Ademés de las tres érdenes originarias, en la ciudad de México tenfan conventos los merceda- rios, los carmelitas y los franciscanos descalzos y funcionaban tres érdenes hospitalarias (juaninos, hipélitos y betlemitas); todos ellos, a pesar de ia oposicién que los primeros religiosos hicieron a sus fundaciones, comenzaron a ejercer sus activi- dades entre la poblacién y a recibir la ayuda ce los vecinos. A ellos se unieron los jesuitas, que fun- daron en la capital varios colegios para dar ins- truccién media a los jévenes criollos. Para dar cabida a las mujeres criollas surgieron también numerosos monasterios femeninos en los que se segufa una vida de oracién y clausura, La escasez de hombres casaderos, la necesidad de proteger a las hijas de los colonos contra los peli gtos del mundo y el afin de instruir a las niftas en las labores “propias de su sexo”, motivaron la crec- ‘MEXICO A FINALES DE UNA CENTURIA CONFLICTIVA 55 cién de estos centros. Pero también debemos en- tender dichas vocaciones dentro del ambiente es- piritual que se vivia entonces y que era el principal motor para que una mujer dedicara su vida entera ala meditacién religiosa y al ascetismo. A diferencia de los conventos de religiosos que estaban organizados dentro de provincias, cada monasterio femenino era auténomo y estaba su- jeto a la autoridad del obispo, aunque las francis- canas y las dominicas dependian de los frailes de sus respectivas érdenes. El sostenimiento de esas casas de reclusién proventa de las dotes que paga- ban las monjas al ingresar, de las limosnas del rey ode los particulates y de las rentas que producian numerosas casas y los capitales prestados a un in- terés que fluctuaba entre 3 y 5% anual. Esos bie- nes eran administrados por unos mayordomos seglares que eran a menudo comerciantes. La ma- yoria de los conventos femeninos constitufan ver- daderas ciudadelas amuralladas, con iglesia y coro para la oracién comunitaria, un locutorio para la ‘comunicacién con el exterior y una serie de casi- tas distribuidas en la huerta donde cada monja vivia con sus sirvientas, esclavas, nifias educadas y “donadas” indigenas 0 mestizas. Sin embargo, las instituciones eclesidsticas femeninas y mascu- linas novohispanas estaban formadas casi exclusi- MEXICO A FINALES DE UNA CENTURIACONFLICTIVA 57, yamente por miembros procedentes de los gru- espafioles.”* Para fines del siglo xvi funcionaban en la ciu- dad de México 17 monasterios femeninos que se- goian muy variadas reglas y de cuya construccién, remodelacidn y mantenimiento se ocupaban mer- caderes y terratenientes que fungian como sus pa- tronos. En ellos se podian distinguir dos distintos tipos de vida mondstica. Para algunas reglas, como Ja carmelita y la capuchina, conocidas como “des- calzas” ademas de no tener sirvientas y de no acep- tar nifias educandas, la vida religiosa exigia una mayor renuncia: uso de habitos de lana burda, co- mida frugal y comunitaria servida en refectorios comunes y guisada en cocinas comunes, mayor niimero de ayunos, de penitencias y de rezos. Por su rigidez y austeridad, estos conventos atraian a menos mujeres y eran mds pequefios; los tres de- dicados a albergar indigenas nobles en el siglo xvit estuvieron sujetos a estas reglas. Frente a este ideal de vida rigida, existian co- munidades de reglas mitigadas, llamadas de “cal- zadas”, donde llegaron a residir hasta 500 muje- res entre laicas y religiosas. El arzobispo fray Payo y otros obispos permitieron que algunas monjas as} 9 eBejodenuy 2p ODN Os] ad ‘penoane uptbopandey sayy 9p Heb, Viucrucis: Cristo con monjas agustinas, anénimo, Museo de Arte Religioso de Santa Monica, Pucbla. * Lavrin, Las esposas de Cristo... 58 _UN.CASO CRIMINAL DE LAJUSTICIA ECLESIASTICA ricas habitaran en celdas privadas, pequefios apa tamentos donde vivian rodeadas de su servidum- bre personal, de nifias parientas que se les entre- gaban para su instruccién y de alguna religiosa pobre (capellana). Aunque en estos conventos tara- bién habfa enfermeria, celdas comunales y refec- torios para aquellas que seguian vida comtin, las exigencias en ayunos y disciplinas eran mucho me- nores que en los conventos de descalzas. En todos los templos, parroquiales o no, las denes religiosas, las monjas y el clero secular for mentaron la creacién de coftadias, rdenes tere: ras y congregaciones a las que pertenecfan, dentro de un riguroso ordenamiento, casi todos los gru- pos sociales. Estas corporaciones fueron creadas para dar a los laicos una mayor participacién en la vida religiosa, ademas de promover la seguridad social, la transmisién de los valores morales y el control de las manifestaciones del culto. Algunas de esas cofradias surgieron original- mente como asociaciones religiosas de los gremios manufactureros. Para proveer los articulos de lujo y los servicios que requeria el estatus de la aristo- cracia y las necesidades de la Iglesia se moviliza- ba un considerable ntimero de personas. Maestras pintores, escultores y arquitectos, sastres, guante- ros, orfebres, doradores, sombrereros, etc. Varios MEXICO A FINALES DE UNA CENTURIA CONFLICTIVA 59 decllos llegaron a tener bajo su mando un mimero considerable de oficiales asalariados, de aprendices y de esclavos. Algunos diversificaron sus activida- des, compraron casas y talleres y se convirtieron en empresarios asocidndose con comerciantes y fun- cionarios, con lo que ascendieron socialmente. Los més, sin embargo, mantuvieron una situacién des- ahogada pero sin traspasar las barreras de su clase, aunque la mayorfa promovia a sus hijos hacia otras rofesiones mejor remuneradas o hacia la Iglesia. Toda actividad artesanal estaba regulada por estatutos gremiales que estipulaban quiénes po- dian obtener el grado de maestros para pertenecer estas corporaciones; los gremios controlaban la cantidad, la calidad y el precio de los productos y los de articulos de lujo limitaban la incorporacién de nuevos miembros por medio de elevados cos- tos para los eximenes de maestrfa y de otros r quisitos econémicos. Ademés, s6lo aquellos que posefan un taller podfan pertenecer a un gremio, con lo que cual el niimeto de agremiados se redu- cia atin més, Todo esto y una cerrada trama de vyinculos familiares y de compadrazgos, impedian a muchos el acceso a los gremios. Sin embargo, aunque al principio el artesanado de lujo estuvo controlado por los europeos, que influyeron en la emisin de leyes que segregaban a los grupos de 60 UNCASO CRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESIASTICA, color, con el tiempo todos los gremios llegaron a tener gente de origen mestizo y mulato. Otro sector de estas capas medias era el de log profesionistas liberales, médicos, abogados y miem- bros de la baja burocracia, muchos sacerdotes re- gulares y seculares egresados de la facultad de Teo. logia o de los colegios de religiosos y numerosas monjas. Finalmente formaban estos sectores me- dios los comerciantes minoristas de todo tipo, pro- pietarios de un negocio. En el siglo xv habfa en la ciudad de México una docena de panadertas, numerosas tiendas de ropa y tabernas, varios ex. pendios de alimentos (cacahuaterfas donde se ven- dia chocolate, almuercerias, pulperias o tiendas de abarrotes), varias imprentas, que también funcio- naban como librerias, y una tienda de anteojos. En general, las capas medias tendian a imitar las formas de vida, valores y comportamientos de a aristocracia, aunque sus ingresos eran a menu- do una limitacién para poder sostener tal estatus, Asi, el matrimonio eclesidstico era considerado una necesidad social, pero las dotes rondaban los 500 pesos; en las funciones religiosas, en los toros y en el teatro debfan conformarse con ocupar un Luger secundario; s6lo podian ingresar a las cofradias gre- miales, asistenciales o profesionales cuyas cuotes médicas podian pagar sin sacrificio y que les per MEXICO A FINALES DE UNA CENTURIA CONFLICTIVA 61 mitian participar en las celebraciones religiosas y civiles y obtener los beneficios de seguridad social y gastos funerarios que ellas oftecian; finalmen- te sus casas, mobiliario y vestido correspondian al monto de sus ingresos. ‘Aunque habia artistas, artesanos, comerciantes y nobles indigenas que poseian una casa propia, en general las familias de las capas medias habi- taban en casas de vecindad, en apartamentos arren- dados a maestros de arquitectura 0 a conventos de monjas o de religiosos o en accesorias que bor- deaban las partes bajas de hospitales, conventos y colegios. Conforme crecia la ciudad, las casas de yecindad se fueron extendiendo por los barrios indigenas y se convirtieron en centros de convi- vvencia de todas las etnias y grupos sociales. En cllas alternaban las capas medias con sectores mas mo- estos que habitaban en un cuarto de azoteao en Jos patios interiores de una vecindad. Muchos de ellos eran artesanos de articulos de primera necesidad (zapateros, carpinteros, talabar- teros), cuya casa funcionaba como habitacién, ta- ller y tienda, y que disfrutaban de la estabilidad que les daba el conocimiento de un oficio. Otros eran oficiales asalariados que trabajaban para un artesano de lujo o vendedores ambulantes, mujeres ensu mayoria, que vivian de la venta de comida en enas BD 62 UN CASOCRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESIASTICA, los puestos del mercado; madres solteras 0 aman- cebadas que mantenian a sus hombres desemplea- dos 0 alcohélicos; hechiceras, curanderas, parte: ras, prostitutas empleadas en los burdeles oficiales; guardias de los regimientos de mulatos ocupados en la vigilancia y el control de las rebeliones. En estos sectores estaban también los asalariados en los obrajes de Mixcoac, en los molinos y en las pana- derfas, que a menudo dormian y comian en sus lugares de trabajo. En situacién similar se encon- traban los aprendices en talleres artesanales, que recibian como pago techo y comida, y servidum- bre masculina y femenina de las casas de los ricos y de los conventos. La mayor parte de esta gente tenia fuertes lazos clientelares con las capas medias y con la aristocta- cia: vinculos de compadrazgo, sujecién por favo- res recibidos, deudas acumuladas por préstamos no restituidos. Muchos vivian al dia, gracias a que recibian a crédito alimentos, materias primas para sus trabajos y herramientas; a veces entregaban en prenda de esos préstamos sus objetos més valiosos (como las imagenes), pero a menudo lo que traia consigo cl endeudamiento era la dependencia so- cial y moral. En tales relaciones (mezcla de pater nalismo y servidumbre), no era tampoco rato que los espafioles protegieran y ocultaran a sus subal- ‘Secrarla de Caltur-s1t_Més Repoducciin nrizada por Instinno Naional de Anmopologjac Hora MEXICO A FINALES DE UNA CENTURIA CONFLICTIVA 63 Hl ladronzuelo y la marchanta; Juan Antonio Prado (atribuido), Una mirada a la Plaza Mayor de México en el siglo xvur (decal), Museo Nacional de Historia. 64 UNCASO CRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESIASTICA ternos cuando los perseguian las auoridades (para el cobro del triburo 0 por un delito) y que testifi- caran en su favor en los juicios. Algunos de los miembros de estos grupos lograron incluso ama: sar pequefias fortunas favorecidos por sus patro- ped PA B q nos espafioles, a quienes debian fidelidad y obe- diencia. Tales dependencias fueron a menudo los mejores medios para mantener el orden social. Por debajo de estos sectores “modestos” esta: ban los marginados, la mayor parte de ellos des- empleados 0 subempleados: peones asalariados de la construccién, albaniles, carpinteros 0 canteros, jornaleros esporddicos en las obras puiblicas, en d desagiie y en la limpieza de las acequias; vendedo- res de pan duro, de ropa usada sustraida a menu- do a los cadéveres en los cementerios, ladrones y mendigos; gente, en fin, que deambulaba entre el desempleo y la ocupacién esporédica, que vivia en chozas de adobe en los barrios indigenas de San- tiago Tlatelolco y San Juan Tenochtitlan, en casu- chas de madera levantadas contra los muros de iglesias y conventos o a la intemperie. Habfa ade- mds una numerosa poblacién flotante que, sujeta alos vaivenes de la agricultura, se trasladaba desde los pueblos aledafios a la ciudad y deambulaba por sus calles ofreciendo de puerta en puerta pe- tates, tierra para las macetas, lefia, chichicuilotes MEXICO AFINALES DE UNA CENTURIACONFLICTIVA 65 ‘Secreta de Cala tt-Méx. Reprodacciin anetada po nine Nacional de Ancopologja« Hot. La horca y las vendedoras de comida; Juan Antonio Prado (attibuido), Una mirada a la Plaza Mayor de México en el siglo xvin (detalle), Museo Nacional de Historia. 66 _UNCCASO CRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESIASTICA Para principios del siglo xvi, més de 70% de la poblacién de la ciudad pertenecfa a estos grus pos marginados, sujetos al azote continuo de les epidemias y el hambre y acosados por las rifias callejeras, los asesinatos, la embriaguez y la violen- cia, Para paliar la miseria de esos sectores, la gle sia y el Estado crearon alhéndigas, hospitales y orfanatos y distribuyeron en los momentos dific- les alimento y ropa entre los necesitados. Sin em- bargo el problema rebasaba los limites, y tambiéq los intereses, de la caridad publica y privada. Los valores y el comportamiento de estos grupas distaban mucho de los que tenfan la aristocracia y las capas medias. Sin patrimonios ni linajes que mantener, el matrimonio por la Iglesia no consti. tufa una necesidad, por lo que el amancebamiento, la bigamia y los hijos ilegitimos eran comunes. Lt mayor parte de los marginados no participaban de los beneficios corporativos de las cofradfas ni te- nian los lazos clientelares que les permitieran so- brevivir. Ellos formaron el contingente principal de _ Jos amotinados en 1624 y 1692 formado por mes- tizos, negros ¢ indios pobres, quienes saquearon las tiendas del Paridn ¢ incendiaron varios de los edi- ficios ptiblicos de la plaza mayor.” ® Cope, The Limits of Racial Domination... MEXICO A FINALES DE UNA CENTURIACONFLICTIVA 67 ‘Ademés de ser un espacio social, la ciudad de México era un espacio politico, y como cabeza del reino de Nueva Espajia en ella se asentaban los dos mmaximos poderes que representaban a la monar- quia: el virrey y el arzobispo. El caracter del impe- tio espafiol, nacido como un conjunto de reinos aliados sometidos a una monarqufa con pretensio- nes universalistas, marcé el caracter del dominio politico de Espaiia sobre América. La cabeza del imperio, y por tanto del reino de Nueva Espaia, era el tey, que ocupaba el cargo, de acuerdo con la tradicién patrimonialista medieval, por que el de- signio divino lo habia hecho nacer de linaje regio. Para gobernar el extenso imperio el rey se aseso- raba de consejeros, y para los asuntos americanos se cred desde 1519 el Consejo de Indias, que te- nfa en sus manos todos los asuntos relacionados con América: legislacién, recopilacién de nombra- mientos, acopio de informacién geogréfica y poli- tica, entre otros. El rey y el consejo tenfan como obligacién moral gobernar conforme a los princi- pios religiosos y de acuerdo con el derecho y nom- brar funcionarios civiles y eclesidsticos que velaran, por los intereses de la monarquia y del catolicismo. Ala cabeza de esos funcionarios estaba el virrey, quien ocupaba el cargo durante el tiempo que el monarca y el consejo determinaban. El puesto 68 UNCASO CRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESIASTICA debia recaer en personas experimentadas y de ple. na confianza, pues ejercfan todas las funciones de gobierno en las diversas regiones del virreinato, Los virreyes estaban facultados para modificar ¢ incluso suspender la ejecucién de las disposicio. nes reales; otorgaban mercedes, licencias y autori- zaciones en materia de tierras, minas, tributo y trabajo; despachaban instrucciones para las auto- ridades subordinadas y confirmaban las elecciones municipales; ordenaban la construccién de obras ptiblicas y el abastecimiento de viveres. A pesar de lo extenso de sus funciones, el poder del virrey estaba limitado por la Audiencia de México (tri- bunal de justicia que tenia jurisdiccién sobre un extenso territorio), por los visitadores y por los ar- zobispos. Ademis, al final de su gobierno debian someterse, como todos los funcionarios, a un jui« cio de residencia. ‘Ademas de la burocracia civil, la monarquia es- pafiola tuvo como gran colaboradora politica a la Iglesia, cuyo poder en América se acentué porque la cristianizacién de los indios fue una de las prin- cipales justificaciones de su dominio politico y de su explotacién econémica. Desde mediados del siglo xv hasta mediados del xv1 varios pontifices hicieron numerosas concesiones a los reyes espa- fioles que les dieron enormes prerrogativas sobre la MEXICO A FINALES DE UNA CENTURIA CONFLICTIVA 69 Iglesia en sus territorios conquistados (Canarias y Granada), las cuales se ampliaron después para ‘América. El “Regio Patronato indiano”, nombre tue recibieron estos privilegios, abarcaba la posi- bilidad de recaudar y administrar los diezmos (un impuesto eclesidstico que cada feligrés adulto, con excepcién de los indios, debia pagar anualmente desu produccién agropecuaria), que servirfan para edificar iglesias, costear el culto y sustentar a sus sacerdotes; aunque el rey regresé a los obispos esa concesién y sélo mantuvo para s{ una minima por- cién de ellos. Los reyes quedaron asimismo facul- tados para crear y dividir las didcesis o territorios de los obispados y autorizar la fundacién de nue- vyos templos y conventos. Quedaba también a vo- luntad del monarca el permitir 0 no el paso, di- fusién y aplicacién de bulas y breves, documentos emitidos por el papa por propia voluntad o a peti- cién de los interesados. Esas concesiones fueron implementadas por el Consejo de Indias. Pero sobre todo, por medio del Regio Patronato, la Co- rona controlaba el nombramiento de fieles obispos que servian de consejeros en los asuntos indianos ydelataban las situaciones contrarias a los intereses, del estado. En la época de Felipe II, y a partir de las reco- mendaciones del Concilio de Trento, la figura del 7 UNCASO CRIMINAL DELAY ECLESIASTICA obispo adquirié un importante papel como cuy todio de la moral piiblica, como fiscalizador de ly actuacién de los funcionarios y como promotor de obras de beneficencia. Fue tal la importancig del episcopado que incluso algunos prelados ecle. sidsticos llegaron a ocupar el cargo de virrey, comp Pedro Moya de Contreras, quien ademés fue vi sitador e instituyé y presidié el tribunal del San- to Oficio de la Inquisicién; este organismo esta. ba encargado de perseguir las herejfas, apoyads por el poder civil, pero que no tenfa jurisdiccién sobre los indios. A causa de la evangelizacién, en América los re- ligiosos ejercfan un absoluto control sobre la mae yor parte de las comunidades indigenas, por lo cual los obispos tuvieron continuos conflictos con ellos. Uno de éstos fue sobre el cobro de los diez mos, pues los indios, aunque pagaban tributos al rey, estaban exentos de contribuir con esa décima parte de la produccién anual que todo cristiano debfa entregar a la catedral. Un segundo problema fue que los religiosos pretendfan estar fuera de la jurisdiccién episcopal, pues decian ser sdlo doctri« neros en tierras de misién, cuando de hecho para fines del siglo xvt ya funcionaban como pérrocos que administraban bautizos y matrimonios. Los prelados exigian pedirles cuentas sobre el cobro de MEXICO A FINALES DE UNA CENTURIA CONFLICTIVA 7E obvenciones parroquiales, hacerles visitas pastora- Jes y nombrar jueces eclesidsticos para dictaminar ‘en materia de matrimonios. Por su lado, los reli- giosos alegaron que las pretensiones de los obispos eran infundadas y contrarias a las bulas concedi- das por los pontifices en su favor (como la llamada Omnimoda), que les otorgaban exencién a la obe- diencia de los obispos. Aunque el conflicto siguié alo largo de 200 afios, en la siguiente centuria se sucedieron una serie de cambios que dieron la sreeminencia al episcopado sobre los religiosos. A mediados del siglo xv el imperio espafiol vyivia una profunda crisis econémica y politica en Europa, lo que permitié que sus reinos dependien- tes en América y sus grupos dirigentes, tanto ecle- sidsticos como seglares, comenzaran a forjar auto- nomias regionales. Las autoridades nombradas por el rey para gobernar los virreinatos (virreyes, oido- res y obispos) supicron manejar esa situacién y establecieron pactos con los diferentes sectores s0- ciales novohispanos; sin embargo, esas alianzas pro- yocaron a menudo enfrentamientos entre las mis- mas autoridades, sobre todo entre los virreyes y los arzobispos. Uno de los temas centrales de tales con- frontaciones fue precisamente el de la sujecién que pretendian las autoridades episcopales sobre los teligiosos, a los cuales apoyaron los vitreyes. 72 UNCASO CRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESIASTICA En 1640 llegaban a Nueva Espafia Juan de Pz. lafox y Mendoza como obispo de Puebla y visite: dor del reino y el duque de Escalona como virrey, Al afio siguiente el obispo despojaba a los regula. res de 36 parroquias indigenas en la didcesis pq- blana que habfan administrado desde el siglo xvi, En esas fechas 31 curatos franciscanos, tres domi. nicos y dos agustinos pasaron a manos del clero secular. El obispo-visitador decidié castigar asf ly actitud altanera de los mendicantes, sobre todo de los franciscanos, que se habfan negado a obedecer la orden enviada a los frailes titulares de las parro- quias para que se presentaran a ser examinados por los funcionarios episcopales sobre sus conoci- mientos de lenguas indigenas y de teologfa moral, Con esta secularizacién se solucionaba ademés la falta de empleos que aquejaba al clero diocesano, pues con la medida se daban beneficios a 150 sa: cerdotes. Aunque en un principio el virrey apoyé alos religiosos, muy pronto fue destituido bajo lz acusacién de simpatizar con la independencia de Portugal y para sustituirlo en el cargo fue nombra- do el propio Palafox. Con todo el poder en sus manos, el nuevo obis- po virrey pudo afianzar sus reformas, aunque s6lo ocupé el cargo gubernamental unos meses. De re~ gresoasu didcesis poblana, Palafox se enfrenté con MEXICO A FINALES DE UNACENTURIA CONFLICTIVA 73 un nuevo conflicto, ahora con los jesuitas, siendo al tema el cobro de los diezmos sobre la produe- ign de sus heredades. Desde unas décadas atras Jos obispos americanos habian sefialado que, con elincremento de las haciendas y de las huertas en manos de las comunidades religiosas y de los co- legios jesuiticos, se habfan reducido los ingresos de las catedrales, pues tales bienes, al pasar de los seplares a las instituciones eclesidsticas, dejaban de ar el diezmo. Después de una fuerte confron- tacién con la Compafiia, el obispo Palafox consi- i6 que la exencién del pago de diezmos que te- nian las haciendas de los religiosos fuera revocada por una real cédula de 1655; los jesuitas lograron un trato preferencial y sélo pagarian una tercera parte, pero con esos ingresos no s6lo aumentarian Jos recursos episcopales sino también se daba a los obispos una mayor autoridad. El conflicto entre ambos cleros llegé a ser tan critico que se hablé de lanecesidad de celebrar un concilio provincial en 1662, pero la propuesta no encontré eco en los ém- bitos burocriticos de la Peninsula, interesados en mantener las pugnas como un medio de control y de equilibrio. Palafox no pudo ver consumado su proyecto pues habfa salido de Nueva Espafia en 1650 y murié en 1659 como obispo del Burgo de Osma. Lio Ulezas A. 74 _ UNCASO CRIMINAL DELA JUSTICIA ECLESIASTICA Ambos conflictos entre el episcopado y los re: ligiosos, el de las parroquias y el de los diezmes, seguirian afectando por algiin tiempo a la Iglesia, novohispana; en la época del arzobispo virrey agus. tino fray Payo Enriquez de Ribera, se obligé a los religiosos.a aceptar ser visitados como pérrocos por el obispo o por sus delegados, a someterse a log exdmenes de lengua y doctrina y a solicitar de los prelados la canénica institucién, es decir la auto- rizacién de fungir como curas. Pero quizé el mas duro golpe para los religiosos fue el nombramien= to de jueces eclesisticos seculares que depende- rian del provisorato episcopal y se encargarfan de la administracién de la justicia eclesidstica y de cc- laborar con los obispos como informantes, inter- mediarios y promotores de sus politicas. Con ello se les quitaba a los religiosos la posibilidad de ine tervenir en asuntos tan importantes como las cau- sas matrimoniales, los permisos para realizar pro- cesiones piiblicas o la supervisién de las rentas y de los nombramientos de mayordomos de las co- fradias. A pesar de las quejas de los frailes, con es- tos jueces los obispos ejercieron mayores contro- les sobre las parroquias regulares. EI sucesor de fray Payo en la sede metropoli- tana, Francisco de Aguiar y Seixas, continué con esas politicas y tuvo algunos enfrentamientos, so- MEXICO A FINALES DE UNA CENTURIA CONFLICTIVA 75 pre todo con los agustinos. Aunque esto no trajo un conflicto aparente con los tres virreyes que le tocaron durante su largo episcopado, su posicién ‘como gran benefactor de los pobres después del motin de 1692 debié considerarse como una ve- Jada critica a las corruptelas del virrey conde de Galve. Para muchos, la dadivosidad desinteresa- da de Aguiar ponfa de manifiesto, por contraste, Ja avaricia del virrey, a quien se le acusaba, junto alos vendedores de cereales, de haber usufructua- do la carestia ocultando los granos para subir los recios. Un paso fundamental en la consolidacién del poder episcopal fue el nombramiento en cada una de las didcesis de un vicario general y provisor, encargado de los asuntos de justicia eclesidstica. Este funcionario, que a menudo era uno de los miembros del cabildo de la catedral, fungia como la cabeza del tribunal del provisorato que se en- cargaba de los casos de idolatrias entre los indios, de las causas matrimoniales, de los escandalos pui- blicos y de juzgar delitos civiles y criminales en los que estuvieran implicados clérigos y monjas. Esta fue la instancia que emitié los autos y papeles del caso que nos ocupa. ‘TERCERA PARTE Una historia de amor y poder EI documento que lleva por titulo “Autos y pa: peles de un caso criminal de oficio de la justicia eclesidstica”, se encuentra en la seccién Audiencia de México, legajo 316, del Archivo General de Indias de Sevilla y est4 fechado en diciembre de 1693. Junto con autos, diligencias y dictmenes, en las cincuenta y tantas fojas que forman el tras. lado del proceso aparecen cinco declaraciones de. testigos y tres confesiones. El primer testimonio lo dio el clérigo Joseph de Cuéllar. Este declaré haber escuchado en casa de Bernardo de Arrieta, de labios del mozo Antonio Marcos, que una religiosa del convento de Jesiis Maria llamada Antonia de San Joseph habia dado aluza una nifia y que el padre de la criatura era un agustino de nombre fray Pedro Velézquez. De labios de este mozo también se enteré que el frai- le pasaba al convento por un escotillén abierto en el techo de una casita de la calle de la estampa de Jestis Marfa, adosada a los muros conventuales, y que comunicaba con la celda de la monja. Al prin: cipio el testigo tuvo todo esto por mentira, hasta, 76 UNAHISTORIA DEAMORY PODER 77 que oy6 decir al muchacho que buscaba un caba- flo para sacar esa noche a la religiosa del convento, pues se queria fugar. La declaracién del clérigo puso en movimiento el aparato juridico episcopal. El arzobispo Fran- cisco de Aguiar y Seixas nombré al provisor An- tonio de Aunsibay para que se encargara del caso y éste inicié las averiguaciones. Llegé al convento de las religiosas acompafiado de varios alguaciles y descubrié el escotillén y la casita. Con el secreto que ameritaba el escandaloso incidente mandé cerrar el agujero y pidié a la abadesa que mantu- yiera a sor Antonia incomunicada. Al dia siguien- te hizo comparecer a los testigos que habian teni- do que ver con el hecho. El primero, Antonio de Sierralta, era un mu- Jato de 24 afios, amigo del agustino desde la in- fancia. El fraile lo habia convencido para que ocu- para la casita de la calle de la estampa con el fin de tener ahi una persona de confianza. Al ente- rarse del embarazo de sor Antonia, el fraile dejé en manos de su amigo la solucién del problema y se desentendié de él. Antonio buscé entonces gente que le ayudara con el parto, y cuando nacié la criatura le encontré un padrino de bautismo, el contador de la aduana Joseph de Contreras. Con Antonio de Sierralta entraron en escena la 78. UNCASO CRIMINAL DELA JUSTICIA ECLESTASTICA mestiza Nicolasa de la Encarnacién y sus dos hi- jos Francisca Xaviera y Antonio Marcos, ambos tenidos con diferentes padres. El muchacho, cuya indiscrecién habia ocasionado que todo se descu- briera, fue llamado como segundo testigo. Aunsi- bay pudo sacar de él muy pocas cosas en claro, Nada manifesté sobre el intento de fuga de la religiosa, y del caballo que buscaba dijo que lo querfa para ir a los “fuegos” con sus amigos. De- claraciones, en fin, contradictorias e incoheren- tes. Su madre y su hermana, en cambio, facilita- ron mucha mds informacién. Nicolasa dijo ser castiza, madre soltera y muy necesitada. En su testimonio declaré haber entre- gado a su hija Francisca para que sirviera a una religiosa de Jestis Maria que se encontraba “en un gran trabajo”. Después, al enterarse de lo que se trataba, mandé llamar a una partera amiga suya, ‘Ana del Rio, para atender a la embarazada. La monja bajaba a la casita en “habito de seglar” para las consultas y finalmente para el parto y la coma- drona nunca se enteré de su estado religioso, pues se le decfa que era “una pobre nifia en reputacién de doncella”. Francisca Xaviera, la tiltima testigo, vivié los hechos en el interior del convento. Por ella sabe- mos que la tinica monja que sabia del caso era sor UNAHISTORIA DE AMORYPODER 79 Maria de la Trinidad, duefia de la celda donde ha- bitaba sor Antonia. Las otras monjas no se habian enterado del hecho, no sélo porque el embarazo era ocultado bajo los amplios habitos monacales, sino también porque las ausencias al coro y a la vida comtin eran continuamente justificadas por “enfermedad”. Incluso cuando estuvo “achacosa de cursos” y el doctor Montaio la visit, la con- sulta se hizo en el claustro y ahi le receté los me- dicamentos que habian de hacerle en la enfermerfa conventual. Cuando nacié la criatura, una herma- na de Antonio Sierralta la amamanté, aunque en algunas ocasiones le solian subir la nifia a su madre por la tarde, “y cuando Hloraba le daba ella el pe- cho, porque callase y no se oyera en el convento”. Por Francisca Xaviera también se enteré el pro- yisor de un nuevo cargo contra sor Antonia. Pa- sados quince dias del parto, la monja bajé de su celda y fue llevada, cubierta con mantas y sobre las espaldas de un indio, a un bafio piblico, un temazcalli, donde estuvo con la partera desde la mafana hasta las tres de la tarde. La ruptura de la clausura serfa otro de los cargos que se le imputa- rian a la religiosa, tan grave como el ingreso del fraile a su celda. El nueve de diciembre el provisor le tomé la confesién a la inculpada. Sor Antonia de San Jo- Lao Ulbepae 80 UNCASO CRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESIASTICA, seph dijo tener 28 afos y ser natural de Tlalpy. jahua aunque su infancia la pasé en Toluca, por lo que todas las monjas la llamaban “La Toluca”. Sus padres Joseph de Leén y Petronila Ramirez la de. positaron primero en el convento de San José de Gracia, donde vivié cuatro afios, y después paga- ron su dote para que profesara en el de Jestis Ma- ria en 1685. Cuatro dfas antes de entrar al noviciado, mien. tras paseaba en San Agustin de las Cuevas cerca de Tlalpan, Antonia conocié a fray Pedro Velizquer que era estudiante corista en el convento de San Agustin. El joven la “tecuesté de amores” y ella “se incliné por hablarle tres 0 cuatro veces en aquella in que hubiese otra cosa de por medio més que dichas palabras”. Cuatro meses después de profesat, cuando sor Antonia estaba en la az0- tea del convento viendo la procesién de la octava de Corpus Christi, fray Pedro la saludé desde una casa vecina y le pidié que bajara al locutorio. A partir de ahi, ambos entablaron una continua co- municacién, separados, claro esté, por las rejas y el torno conventual. Seguramente el tono de las “palabras de corte- sania” que el fraile expresaba a su nueva amiga, movieron a la madre tornera a llamar amigable- mente la atencién a la religiosa. Sor Antonia deci- ocasién, UNAHISTORIA DEAMORYPODER 81 did entonces pedir a sor Maria de la Trinidad, su compafiera de celda, la casita que poseia adosada al convento para continuar con sus charlas con mayor libertad. Sor Antonia hizo primero un agu- jero pequeiio en la pared de la celda, ‘por donde podia caber tan sélo la mano” y por él hablaba con el religioso todas las veces que venia a la casa. Fray Pedro, con el pretexto de mantener una mayor seguridad y de no tener la casa sola, permitié que en ella habitaran numerosos inquilinos, especial- mente del sexo femenino. Después de un afio, sor Antonia empez6 a te- ner sospechas de que fray Pedro se quedaba a dor- mir algunas noches en la casa, donde se le escu- chaba charlar con mujeres. Los celos la llevaron a romper con su platénico devoto y a dejarlo de ver por mds de un afio. Sin embargo, el amor vencid al despecho y la Ilevé a buscarlo de nuevo y des- pués de agrandar el agujero de la celda, le dio ac- eso a su lecho. A lo largo de cuatro afios se suce- dieron las visitas de fray Pedro a la celda hasta que sor Antonia quedé embarazada. Gracias al minucioso cuestionario del proceso, sabemos que a lo largo de los nueve aftos que duré esta tortuosa relacién, el fraile no hizo a la religio- sa.un solo regalo; ella en cambio le bordé camisas, le obsequié patios finos para sus habitos e incluso 82 UN CASO CRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESIASTICA le dio una imagen de pecho para que, empefiada, en seis pesos, pagara los gastos del parto. La segunda confesién fue tomada de sor Maria de la Trinidad, hija adoptiva del mercader de plata Diego del Castillo, quien le dejé al morir numero. sos bienes entre los que estaba la casita del “delito?, Sor Maria, a quien La’Toluca llamaba “nana’, dija conocer a la inculpada desde que ésa habia salido del noviciado; con el titulo de “madre”, como lla- maban en los conventos a las monjas que se hactan cargo de una o varias religiosas pobres, sor Marfa recibié a sor Antonia en su celda, ¢ incluso después Je mandé labrar una propia, anexa a la suya, sobre la azotea de la casilla de la calle de la estampa, Le madre Trinidad confesé haber sabido de los amo- ios desde un principio, al igual que las dos mu- chachas que le servian. El hecho le ocasionaba muchas pesadumbres y disgustos ya menudo ame- nazé a sor Antonia con denunciarla a la abadesa para que terminara con el fraile, Pero nunca lo hiza “por el mucho amor que le tenia’ a su protegida. A continuacién el provisor Aunsibay se dirigié al convento de San Agustin para tomar la tercera confesidn, la de fray Pedro Velazquez, a pesar de los pruritos de los agustinos que consideraban esta injerencia episcopal contraria a su autonom(a ju- risdiccional, Aunque algunas de las declaraciones UNAHISTORIA DEAMORY PODER 83 de fray Pedro en esta confesién, sobre todo respec- to los tiempos de la relacién y alos inquilinos de Ja casita, no concordaron con las de la religiosa, en todo lo demas ambas confesiones eran semejantes. ‘Aunque no se especifica la relacién que fray Pedro tenia con fray Diego, su nombre y apellido nos hacen pensar que el religioso pudo ser un hijo bastardo del secretario de gobernacién, el herma- no del padre De la Cadena. Aunque se declara huérfano nacido en Xochimilco, el joven religioso habia estudiado artes y teologia en el colegio de San Pablo, un espacio donde se educaban los cua- dros que ocuparfan los principales cargos de la provincia y que era la residencia habitual del pa- dre De la Cadena. Era muy dificil que un huérfa- no, posiblemente mestizo, llegara como estudian- te a esa institucién controlada por el “monarca” agustino, si no fuera porque habia entre fray Pe- dro y fray Diego una relacién cercana. Después de nombrar abogados y fiscales, y sin la asistencia de los acusados, fueron dadas las sen- tencias contra los inculpados. A Antonio de Sie- rralta y a Antonio Marcos, por complicidad en el delito, se les envié a la carcel episcopal. Por la mis- ma causa Francisca Xaviera y Nicolasa de la Encar- nacién fueron remitidas a los recogimientos cérce- les dela Misericordia y de Santa Marfa Magdalena, 84 UN CASO CRIMINAL DEA JUSTICIA ECLESTASTICA establecimientos que Aguiar y Seixas habia ayy. dado a consolidar.*® Sor Maria de la Trinidad fue recluida en su celda conventual y condenada a perder sus bienes, que fueron confiscados por el arzobispo Aguiar y Seixas. Cuando éste murié en 1698, se abrié su espolio (es decir la herencia que dejé) para que sus acreedores solicitaran el rem: bolso de sus deudas.*! Tres monasterios femeninos exigieron la devolucién de los bienes que el arzo- bispo les habja quitado: el de San Lorenzo, porque ‘Aguiar les expropié unas casas para darselas al hos- pital de mujeres dementes del Divino Salvador fandado por él; el de San Jerénimo, para que le devolvieran joyas y dinero que pertenecian a sor Juana Inés de la Cruz y que el arzobispo le habie quitado después de obligarla a vender su bibliote- cay a deshacerse de sus bienes; el de Jestis Maria, para la reintegracién de las rentas de las casas que pertenecian a sor Marfa de la Trinidad, recién fa llecida, que el prelado habia confiscado como cas- tigo por haber sido cémplice del “crimen” come- tido por su compafera de celda.*? % Mutiel, Los reengimientos de mujeres. ® Rubial, “Las monjas se inconforman....”, pp. 61-72 ® Espolios de don Francisco de Aguiar y Seixas, mar- 20 de 1703, Archivo General de Indias, Audiencia de Mé- xico, 811. UNAHISTORIADEAMORY PODER 85 Sor Antonia fue condenada a encerramiento perpetuo en una habitacién tapiada y su muerte acaccié el 26 de junio de 1719.” Siete afios atras, fray Joseph Lanciego y Eguilaz, recién llegado a la sede metropolitana, quiso mitigar la pena, pero la abadesa sor Elvira de San Francisco le mostré una orden expresa del arzobispo Aguiar para que nin- guno se atreviera a liberar nunca a sor Antonia. La monja estuvo emparedada 26 afios. El “caso criminal” de sor Antonia se habfa con- yertido para el arzobispo en el mejor argumento para afianzar la reforma de los monasterios fe- meninos que con tanta insistencia habia queri- do llevar a cabo. En varias ocasiones habia pro- hibido la presencia de perrillos en los claustros, habfa condenado las vi cutorios, la inasistencia a los rezos comunitarios y el uso de joyas y encarrujados en los habitos. Todavia en 1692, un edicto firmado por él or- denaba que las religiosas no tuvieran devociones ni dentro ni fuera de los monasterios. Ante la des- obediencia de las monjas, el castigo ejemplar a sor Antonia parecia ser una advertencia del pre- lado para que las desobedientes esposas de Cris- itas excesivas en los lo- ® Libro de profesiones del convento de Jestis Maria, folio 243. Agradezco a Nuria Salazar este dato que ella consulté en el archivo de dicho monasterio. LD 2to Ulopas ao A 86 UN CASO CRIMINAL DE LAJUSTICIA ECLESLASTICA to reformaran su proceder y se redujeran a la es. tricta observancia. El arzobispo Aguiar intenté también juzgar al teligioso, pero los agustinos se opusieron alegan. do exencidn. Un pleito se desaté entonces entre ly provincia de San Agustin de México y el episco. pado, pleito que aumenté atin més el escdndalo, Las partes en conflicto decidieron entonces zanjar sus diferencias ante el Consejo de Indias, causa por la que el documento se encuentra en el Archi- vo de Sevilla. Los agustinos acusaron al arzobispo de haber promovido que el hecho se hiciera pic blico, y alegaban que en otros casos similares se habfa actuado con tanta discrecién que nadie se dio por enterado; en cambio, desde el momenta en que el provisor llegé a Jestis Maria, toda la gen. te gritaba por las calles a lo que habia ido. El epis- copado, por su lado, culpaba a los frailes por le relajacién en la que vivian, causa inmediata de los tristes acontecimientos. Ala larga, los agustinos cieron un juicio pri- vado a su hermano de habito, que fue incluide junto con los Autos y papeles del “caso criminal” Esta documentacién, que llegé al Consejo de In- dias, se integr6 en los cuatro voluminosos legajos que habia recopilado fray Joseph Sicardo, un pe- insular reformador enviado a la provincia del San- UNAHISTORIADEAMORY PODER 87 tisimo Nombre de Jestis de México de los agusti- nos, la cual desde la primera mitad de la centuria mostraba sintomas de una gran relajacién y cuya reforma se vio inmersa en el proceso de pugna entre peninsulares y criollos por las alternativas. Estas se habian implementado por esa misma ra- 26n, pues se pensaba que el darle mayor participa- cién a los peninsulares en el gobierno de las pro- vyincias traerfaconsigo lareformadelascostumbres, pero en 1660 los criollos abolieron la alternativa con el pretexto de que no habia ya en la provincia religiosos peninsulares. Esto habia llevado ala Co- rona a enviar en 1668 a un contingente de nueve frailes castellanos encabezados por los hermanos fray Joseph y fray Juan Bautista Sicardo para res- raurar la alternativa, Pero la audiencia se negé a apoyar a los recién llegados, que tuvieron que tras- ladarse a la provincia de Michoacan, y en la si- guiente década fray Joseph Sicardo se convertirfa encl principal detractor de los criollos en el poder yen uno de los mas enjundiosos promotores de la reforma de la provincia. En 1675 la reforma tuvo un éxito momenténeo gracias a la llegada del visitador fray Juan Antonio de Herrera quien, junto con Sicardo y gracias al apoyo del arzobispo virrey agustino fray Payo de Ribera reformaron la situacién que se vivia en la 2 Dans! Tuto Ullbpas eh 88 UN CASO CRIMINAL DE LAJUSTICIA ECLESIASTICA provincia. Pero cuando el visitador Herrera y ef arzobispo se fueron a Espafia en 1680 las cosas regresaron a su cauce. Fray Diego Veldzquez de la Cadena, que se habia mantenido al margen en la etapa anterior, se constitufa en el nuevo dirigente de la provincia y con su aval se continuaba con la relajacién de costumbres. A este periodo pertene- ce un largo memorial dirigido a la Corona, fecha- do en 1682 y firmado por fray Antonio Gutiérrez, religioso muy cercano al padre Sicardo, quien acu- sado de apostasia habia tenido que it a Roma a defender su causa. En el memorial se volvia sobre el tema de las continuas violaciones a las constitu- ciones y la marginacién en la que estaban los pe- ninsulares y criollos que se oponfan al padre de la Cadena, a quien daba el calificativo de “monarca”, En 1684, manipulando las elecciones, fray Die- go consiguié ser nombrado provincial y en 1687, para tener injerencia en el trienio siguiente, pudo influir en la eleccién de fray Francisco Castella- nos, un religioso andaluz que estaba ilegalmente en Indias y al quien le habia cedido el gobierno de dos ticos prioratos (Malinalco e Ixmiquilpan) du- rante los dos trienios anteriores. Con este perso- naje se iniciaba uno de los trienios mas escanda- losos de la historia agustina. Por medio del fraude y la corrupcién, fray Francisco se resarcié muy UNAHISTORADEAMORY PODER 89 pronto del gasto que habia hecho y, aprovechando su posicidn, en poco tiempo se volvié un hombre muy rico, Manejé como bienes suyos las propie- dades del convento grande de México, que era su residencia y centro de operaciones. Arrendé la ha- cienda de Santa Ménica a su primo Juan Castella- nos por una suma ridicula, Vendiéb después la ha- cienda de Tesmelucan a un sobrino de Veldzquez de la Cadena y las tierras del convento de Chalma a los jesuitas. Se apropié de los “espolios” o bienes que dejaban los frailes al morir y de una parte de Jas limosnas que daba el rey para vino y aceite. Invirtié capital en tiendas y panaderias de la ciu- dad e incluso compré, por mediacién de un ami- go seglar, un trapiche cerca de Tzitzicaxtla para convertirlo en patrimonio del hijo que tenfa con una barragana. Ademds de su riqueza, dos validos Jeaseguraban el favor de la corte: fray Agustin Do- rantes, confesor dominico del virrey, y el Mariscal de Castilla. A quienes se oponian a sus abusos, como el prior de México, fray Pedro Torrubia, los azot6 y puso en un cepo con la ayuda de unos rufianes que él mismo habia introducido al claus- tro como legos. Al finalizar el trienio su ambicién lo llevé a concebir la idea de derrocar a Cadena y convertir- seen “monarca”. Solicit6 primero el paso de agus- 90 _ UNCASO CRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESIASTICA tinos de Andalucfa para reforzar su faccién y en- seguida se atrajo a varios religiosos descontentos con fray Diego. Pero no conté con el prestigio ¢ influencias que éste tenia atin en la corte novo- hispana, ni con la terquedad de Sicardo, que frus- 16 el paso de los andaluces y logré la presidencia .del capitulo para su amigo fray Antonio Gutié. rez. El religioso peninsular, uno de los pocos que continuaba con el ideal de reforma, no hizo sin embargo lo que Sicardo esperaba de él; temero- so del triunfo de Castellanos, se alié con Cadena y se sometié a sus dictémenes en el capitulo de 1690, igual que lo hiciera una década antes. El provincial criollo elegido, fray Diego de Villerfas, fue asi un mufeco en manos de fray Diego. Ante tales abusos, Sicardo consiguid que el Consejo de Indias y el rey ordenaran que el capitulo de 1693, que se esperaba conflictivo, fuera presidido por el arzobispo Aguiar y Seixas. Con el apoyo del prelado, fray Antonio Gutié- rez fue elegido provincial, noticia que fue muy bien recibida en Madrid por fray Joseph Sicardo, quien continuaba reuniendo informacién sobre los abusos del padre De la Cadena y de su hechu- ra, fray Francisco Castellanos. Con el nombra- miento de fray Antonio, una nueva etapa de re- forma se iniciaba en este trienio, se nombraban UNAHISTORIADEAMORY PODER 9 priores emprendedores para que acabaran las cons- trucciones iniciadas de algunos templos y se soli- citaba el envio de frailes desde Castilla, pues se seguia pensando que el reforzar la faccién penin- sular para la alternativa era la tinica forma de aca- bar con la relajacién. Cuando se descubrié el desliz de fray Pedro Velazquez con la monja de Jestis Marfa, la provin- cia estaba viviendo ese proceso de reforma y fray Diego Velazquez de la Cadena, quien habia ma- nipulado a su favor las elecciones conventuales durante més de una década, era desplazado de la escena politica agustina. Fray Pedro, que era uno de sus protegidos y muy posiblemente su sobri- no, se convirtié en el chivo expiatorio de la purga que se estaba llevando a cabo en la provincia, pur- ga que no podia atacar directamente a fray Diego, hermano del secretario de gobernacién. Como castigo, el fraile fue enviado al priorato de Guate- mala, el més lejano que tenfa la provincia, en don- de estuvo dos afios atado a un cepo y el resto de su vida fue encarcelado en una celda conventual. Después de ese castigo ejemplar y para afianzar la reforma, fray Antonio Gutiérrez consiguié que Jos votantes en el capitulo de 1696 eligieran al crio- Ilo fray Bartolomé Gil Guerrero, un antiguo con- trincante del padre De la Cadena. Pero una vez en 92 _ UNCASO CRIMINAL DE LAJUSTICIA EC! ESASTICA, el poder, este criollo abrazé la causa de sus coterr4- neos y se alié con su viejo enemigo. Los intentos para hacer de la reforma una situacién permanen- te habja fracasado de nuevo y en 1702 fray Diego Velézquez. de la Cadena era elegido por segunda vez provincial de los agustinos de México. En julio de 1702, mientras Felipe V dirigfa su campafia militar en Italia, la reina regente Maria Luisa de Saboya, enviaba en nombre del rey una carta al recién electo provincial agustino fray Die- go Velizquez de la Cadena. En ella le ordenaba no permitir que en los conventos sujetos a su mando se ocultasen géneros de contrabando de China y del Pert, pues con ello se defraudaban gravemente los intereses fiscales de la Corona espafiola. La mi- siva daba cuenta de un fenémeno que los monar- cas borbones no alcanzaban a intuir: en la Nueva Espafia los intereses econémicos y politicos loca- les, los cuales no iban siempre de acuerdo con los de la Corona, habjan generado durante la centuria anterior una sociedad autosuficiente, con fuertes vinculos que unfan a las elites de comerciantes pe- ninsulares con terratenientes criollos y con los sec tores eclesidsticos. Las antiguas rencillas entre am- bos sectores habian desaparecido y ambos, con sobornos y regalos, conseguian que virreyes y oido- tes enviados por el rey se alinearan a sus intereses. CUARTA paRTE El revés de la trama o cémo un documento refleja la vida cotidiana El Auto y los “papeles” que se encuentran vincu- Jados con él constituyen una interesante fuente de informacidn sobre muchos aspectos de la vida co- tidiana en la ciudad de México a finales del siglo xv. Uno de los ambitos sobre los cuales arrojan mas luz dichos testimonios es el monasterio de Je- stis Marfa, espacio del que tenemos bastante infor- macién gracias a una crénica escrita por el poligra- fo criollo Carlos de Sigitenza y Géngora y a varios estudios que se han avocado al tema del monaca- to femenino en Nueva Espaiia. Dicho monasterio habja sido fundado en el si- glo xvr bajo la regla de las concepcionistas, orden reformada en tiempos de la Reina Isabel e intro- ducida en Nueva Espafia por el obispo fray Juan de Zumérraga. El rey Felipe II lo habia tomado bajo su proteccién a cambio de que fuera recibida en él una de sus hijas bastardas; éste apoyo lo vol- via el nico recinto femenino bajo el patronato regio de todo el reino. Para el siglo xvii, sin em- bargo, el ideal reformador de sus fundadoras ya se habia relajado, razén por la cual sor Inés de la 93 94 UNCASO CRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESIASTICA Cruzy sor Mariana de la Encarnacién, con el apo- yo del arzobispo Juan Pérez de la Serna, se desli- garon de Jestis Marfa para fundar un monasterio de carmelitas descalzas, rama recientemente refor- mada por santa Teresa de Avila. En la década de los ochenta, el convento con- cepcionista estaba en mal estado y las monjas de- cidieron solicitar la ayuda de su patrono, el rey, para lo cual encargaron a Sigiienza la redaccién de una crénica que tenia por finalidad mostrar la re- ligiosa vida que se llevaba en este recinto. El autor tituld su texto Paraiso occidental y, paraddjicamen- te, no encontré mejor ejemplo para ilustrarlo que el de las dos monjas que habian salido de Jess Maria para fundar el de las carmelitas. Es obvio que en la obra del poligrafo criollo no se reflejaba el contraste que habia entre esos dos estilos de vida monacal, el de las relajadas concepcionistas y el de las austeras carmelitas. Como se puede constatar por el documento que nos ocupa y por las varias amonestaciones que hizo el arzobispo Aguiar a los monasterios de la Concepcién, San Jerénimo y San Lorenzo, la situacién por la que sor Inés y sor Ma- riana habjan salido a fundar la nueva casa de las carmelitas seguia siendo muy vigente. Unos afios después de la edicién de la crénica de Sigiienza entraba a profesar a Jestis Marfa sor COMO UN DOCUMENTO REFLEJA LA VIDA COTIDIANA 95, Antonia de San Joseph, una muchacha venida de provincia, proveniente de una familia con recur- sos suficientes como para pagarle la dote, pero que no pertenecfa a la aristocracia urbana como algu- nas de sus compafieras en el convento. Por ello, una vez concluido su noviciado, tuvo que adscri- birse a la celda de una monja rica. Desconocemos las razones por las cuales sor Antonia profesé en Jestis Marfa, pero por su tes- timonio sabemos que ésta no era la primera casa religiosa donde habia estado. Por cuatro afios vi- vid en el monasterio de San José de Gracia, muy posiblemente como educanda en la celda de algu- na monja conocida de la familia. En cambio, sor Marfa de la Trinidad, su “nana”, era una religiosa con recursos; su padre adoptivo Diego del Castillo Je habfa comprado una celda privada en el con- vento, le dejé la casita adosada a los muros mona- cales para que recibiera de ella una renta y le man- dé a una sirvienta, Marfa de las Virgenes, para que laayudara. Como era comin, sor Antonia solicits quedar adscrita a la celda de su amiga en lugar de pasar a vivir en las habitaciones comunales donde pernoctaban las monjas “pobres” o sin los recursos suficientes como para tener su propio espacio. Pero sor Antonia y sor Maria no eran las tinicas habitantes de la celda, que constaba de dos habi- so Draws SC Bao , YI CUE RANI) A oe ll 96 _ UN.CASO CRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESIASTICA taciones; ademas de la mestiza Marfa de las Virge- nes, Ilegé también a ella Rosa, otra de las huér- fanas adoptadas por Diego del Castillo, quien después de hacerle la vida imposible a la madre ‘Trinidad, terminé por mudarse al monasterio de Santa Isabel, cuyo templo su padre habia remode- lado a su costa, para ingresar como novicia, ‘Asi, el documento nos confirma algunas cosas que ya conocfamos por otras fuentes como la pre- sencia de celdas privadas y de sirvientas y nifias que llegaban con las monjas. Por sus testamentos, sabemos que las religiosas ricas decidian sobre la venta o donacién de su celda, distribuian sus po- sesiones entre parientes y amigos y disponian de pequefios capitales para que el capellén de las monjas celebrara misas por su alma. Esto se daba a pesar de que, en teoria, estos bienes llamados “reservas” debian pasar al monasterio a su muerte. El permiso de manejar dinero propio fue otorga- do a algunas religiosas por orden del arzobispo fray Payo de Ribera en 1672, con el fin de corregir y ajustar los gastos conventuales que a menudo presentaban un estado deficitarios aunque contra- venia el voto de pobreza, las monjas ricas tenian necesidad de cubrir los gastos generados por las habitantes de su celda que incluian la renovacién de habitos y la compra de alimentos. (COMO UN DOCUMENTO REFLEJALA VIDA COTIDIANA 97 Otro aspecto que nos deja ver el Auto son las visitas constantes en los locutorios. Esto era, quizé, Jo que més molestaba a los prelados reformadores: Jaexcesiva comunicacién de las religiosas con el ex- terior. En 1682, el arzobispo Aguiar y Seixas man- daba notificar “a las monjas de la Concepcién y San Jerénimo, no tengan ni consientan devotos en las rejas y porterias”.» Los devotos eran “galanes” pla- ténicos que llegaban a los locutorios a recitar versos y llevar regalos a sus amigas enclaustradas. En esos espacios de convivencia se hacian tertulias, se char- laba, se comian pastelillos y confituras y se bebia chocolate. De hecho, al arzobispo le disgustaba que las monjas tuvieran cualquier contacto huma- no pues, como esposas de Cristo, slo debian pen- sar en agradar a su esposo y en privarse de todo goce mundano. Por ello en 1692 ordené que no sdlo debian prohibirse las “devociones” externas al con- vento, sino incluso aquellas que tenian las religiosas entre sf, 0 con sus nifias y mozas. Gracias al Auto sabemos que tales prohibicio- nes no se obedecian, como lo demuestran las con- versaciones de fray Pedro con sor Antonia en el locutorio, pero también se nos muestra que, cuan- do éstas subfan de tono, las madres escuchas que * Robles, Diario. vol. 1, p. 10. At coe” i 8 & g § $ ¢ ‘ i Q Et OCH a 98 UNCASO CRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESIASTICA eran los ofdos y los ojos de las abadesas, podian notificarlo y cortar por lo sano dicho intercambio, Con todo, no se podia evitar algo que formaba parte de la vida diaria y que era la comunicacién de las noticias. Aunque encerradas, las religiosas estaban al tanto de todo lo que pasaba en la ciu- dad, no sélo por medio del locutorio. Al subir a las azoteas conventuales para mirar las procesio- nes durante las fiestas se podian gritar mensajes a los vecinos de las casas contiguas como sucedié con fray Pedro y sor Antonia. Es muy significativo que dichos intercambios se llevaran a cabo a pesar de las rejas que cubrfan todos los espacios de co- municacién de los monasterios (locutorios, coros, confesionarios), simbolizando la reclusién en la que debian vivir las monjas. Frente al austero ideal teresiano seguido por las carmelitas 0 las capuchinas, en estos documentos se nos muestran unas reglas mitigadas que, sin eli- minar las practicas de oracién y ascetismo, daban mayores espacios a los placeres de la mesa y de la charla, a las pequefias vanidades del mundo, a la comunicacién intensa con el exterior. Por los tor- nos situados en los locutorios, por ejemplo, pasa- ban dulces, chocolate y regalos diversos, asf como medicinas. E] convento de Regina era famoso por los polvos purgantes que vendia al puiblico y por COMO UN DOCUMENTO REFLEJA LA VIDA COTIDIANA 99 cl agua “contra el mal de ojos” que se daba gratui- tamente. Las clarisas también preparaban polvos, aceites, jarabes, ungtientos, emplastos y toda clase de medicinas tanto para consumo interno como para los pobres. En los locutorios era comtin que algunas religiosas dieran direccién espiritual. En el monasterio de las carmelitas descalzas de la ca- pital, su fundadora, Inés de la Cruz, daba consejos a quicnes s¢ lo solicitaban (incluidos arzobispos y virreyes) y enviaba cartas a los pecadores por me- dio de los clérigos para conseguir su conversi6n. Otro tema que aparece en estos documentos es el dela clausura, Aunque la salida de las religio- sas al exterior estaba estrictamente prohibida, el ingreso de gente de fuera se permitia en determi nadas ocasiones. Maestros de obras y albafiiles po- dian entrar con el permiso del arzobispo para reali- zar ampliaciones o reconstrucciones en el edificio. Como sucedié con sor Antonia (a quien visité el fisico Montafio para curarla de “cursos”), médicos, cirujanos y sacerdotes llegaban a atender religiosas enfermas y moribundas en las enfermerias o en las celdas, siempre ante la presencia de las autoridades femeninas del monasterio. Otros hombres podian hablar con las monjas pero en los espacios reserva- dos para ello: el capellan que las confesaba, lo hacia en los confesionarios empotrados en las paredes de ‘2g umensry Ly rpg 9p pore cons [Pod ppebelne aesnponday Exvoto del alfirez Diego de la Parra en ellocutorio del convento de Santa Clara, anénimo (ca. 1711), Museo Nacional de Arte. (COMO UN DOCUMENTO REFLEJA LA VIDA COTIDIANA 101 Ia iglesia, lugares donde era imposible el contacto fisico; los mayordomos, que administraban las ca sas de vecindad, las accesorias y los capitales que Jos monasterios posefan, se vetan con la abadesa y la contadora en alguno de los locutorios, al igual que los notarios que elaboraban los contratos que la comunidad establecfa con particulares. En algu- nos monasterios, como en el de San Jernimo don- de habitaba sor Juana, fueron comunes también has visitas del virrey, de la virreina y de la corte, que asistfan a actos literarios y musicales dentro del claustro. Por otto lado, las visitas de las virreinas a Ja clausura desde su llegada a la capital se volvieron una prictica tan comtin en todos los monasterios, que los arzobispos tuvieron que exigir su reduc- cién a sélo algunas ocasiones. Junto a esos datos conocidos, el documento también nos muestra otros que podfan intuirse, pero que por su sutileza no son explicitos en tes- timonios de otra indole. El conocimiento que tenian las sirvientas de la vida intima de las mon- jas; las relaciones afectivas entre las religiosas, que movidas por la necesidad cumplian roles mater- 105, filiales, amistosos ¢ incluso amorosos; la pre- sencia de una familiaridad intraconventual tan intensa que llegaba a crear apodos como el de La Toluca; la presencia de controles fiscalizadores VO OE MEXICO A.C. “saa” free Draw Boater AE ee 102 _ UN CASO CRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESIASTICA como los que ejercian las hermanas torneras 0 es. cuchas, pero que se manifestaban por medio de amistosas llamadas de atencién, Frente al deber ser que representaban las vidas cjemplares de monjas entregadas a brutales autocas- tigos ya visiones celestiales, un ideal dificil de alcan- zar, muchas religiosas se conformaron con una vida cémoda y una aceptacién pasiva de la condicién que el mundo masculino les imponia. Algunas, sin embargo, rompieron el modelo de lo que se espera- ba de ellas. Las hubo, excepcionales como sor Jua- na, que tuvieron acceso a la vida intelectual reserva- daa los hombres y con ello a un trato privilegiado, Otras, como sor Antonia, dispuestas a trasgredir las normas sobre la castidad, a violar la clausura, a ha- cer libre uso de su cuerpo, fueron cruelmente cast gadas pues su actitud era altamente peligrosa para el orden que se intentaba imponer en la sociedad, Con todo, el caso de sor Antonia fue excepcio- nal; los “Autos y papeles” de este estudio nos mues- tran una vida que se articulaba entre la rutina monacal hecha de oraciones, practicas devociona- les y labores femeniles y los arrebatos misticos, las sangrientas flagelaciones y rigurosos ayunos y prc- ticas ascéticas. Para una sociedad tan obsesionada por el temor a un Dios justiciero, las religiosas, es- posas de Cristo, fungfan como intercesoras para COMO UN DOCUMENTO REFLEJA LA VIDA COTIDIANA 103, aplacar la ira divina que estaba dispuesta a aniqui- lara los pecadores. Su principal funcién social era suplicara su esposo que no enviara epidemias, inun- daciones y terremotos, por lo que gracias a ellas las ciudades estaban protegidas y menos expuestas a las catdstrofes. Pero las religiosas santas eran no s6lo protectoras, eran también un timbre de orgu- llo para las ciudades, pues la mayoria eran criollas que habjan practicado sus virtudes y desarrollado su actividad milagrosa en el entorno urbano don- de nacieron; a diferencia de los frailes y otros re- gulares, cuyas vidas servian para exaltar instancias més universales como lo eran las érdenes religio- sas, las monjas pertenecian a Ambitos més parti culares, como los conventos de clausura, enclaves urbanos promovidos por las oligarquias locales. Las religiosas cumplian asi numerosas funciones en los ambitos urbanos novohispanos: protec- cién, cohesién social, educacién, orgullo local e ideal de vida. De todas ellas esta ultima fue quizd la que mis influyé a nivel individual y social: mo- delar las conductas femeninas para que realizaran, por medio de sus suftimientos y oraciones, la la- bor benefactora que les estaba asignada.®* 25 Salazar Simarro, “Los monasterios femeninos”, en Rubial (coord.), La ciudad barroca, vol. 1 de Historia de 1a vida cotidiana, pp. 221-259. MIERICOALE aa (OOF, trv Drowil 2 tuto DhlBpee 4k CALE a 104 UN CASO CRIMINAL DE LAJUSTICIA ECLESIASTICA Pero el monacato femenino tenia también sus ventajas: las monjas estaban en una situacién privie legiada respecto a las demas sefioras pues gozaban de una relativa autonomia, a pesar de su dependen- cia del diocesano. El convento era el tinico espacio de autogestién que tenfan las mujeres en el cual podian votar y ser votadas para los cargos directivos, Este era también uno de los pocos ambientes don- de las mujeres podian recibir instruccién y desarro- llar actividades intelectuales. En él disfrutaban del tiempo y del prestigio que les permitia crear libres de maridos opresores y demandantes y sélo sujetas a unos confesores en general bastante tolerantes y a unos obispos quea menudo se mostraban respetuo- sos de sus mecanismos de autogestién. No habia en el ambito protestante una situacién semejante. El documento que nos ocupa, aunque indirec- tamente, también nos da muchos referentes res- pecto a la vida en los conventos de los religiosos, en especial de los agustinos, Las salidas continuas de fray Pedro del convento, la relativa libertad con la que andaba por la ciudad, sus vinculos con hom- bres del barrio de la Merced y su trato liberal con aquellas mujeres que el religioso llevaba a la casita anexa al convento de Jestis Maria, nos hablan de una profunda relajacién de costumbres entre al- gunos de los frailes de dicha orden. COMO UN DOCUMENTO REFLEJALA VIDA COTIDIANA 105 Monja coronada, Musco Nacional del Virreinato, Tepotzotlin, ML CCLECIO OF MEXICOA ae TO6 UN CASO CRIMINAL DE LA JUSTICIA ECLESIASTICA, Uno de los informantes que con mayor minys ciosidad describié la situacién que se vivia en Ia provincia de México fue el entonces obispo electo de Guadiana (hoy Durango) Juan Ortega y Mon tafiés, quien escribié el 7 de julio de 1673 un ine forme al rey sobre lo que encontré censurable en- tre dichos frailes.** El prelado menciona como uno. de los mayores males de la provincia la distribu- cién de los prioratos entre los criollos més ambi- ciosos, cuyos votos comprados con promesas de obtener nuevos cargos permitfa a un grupo man- tener el dominio de la provincia. Con el fin de conservar el poder, los dirigentes toleraban todo tipo de excesos y violaciones a las constituciones y teglas mondsticas. Los jévenes frailes estudian- tes, como fray Pedro, andaban solos por las calles y se les podia ver en los corrales de comedias y en os toros sin ningin recato. Eran comunes los jue- gos de naipes en las celdas con seglares y la asis- tencia al coro y al refectorio era muy irregular, pues muchos comfan fuera del convento en las casas de sus padres y parientes o en sus celdas, adonde sus criados les llevaban la comida de la calle. Por otro lado las enfermerias de los conventos estaban tan descuidadas, que quien podia salfa a curarse fuera, > Archivo General de Indias, Audiencia de México, 706, COMO UN DOCUMENTO REFLEJA LA VIDA COTIDIANA 107 ala casa de sus padres 0 amigos. Todo eso se ori- ginaba porque los prelados se apropiaban de las rentas y obvenciones para su uso personal y deja- ban a los conventos sin recursos. El discurso de Ortega no ofrecia una solucién al problema, pero daba a entender que éste era ocasionado por el poder absoluto que tenfan los frailes criollos y por Ja marginacién en que se encontraban los penin- sulares en la toma de decisiones. Una década antes, en 1660, la faccién criolla habia logrado la anulacién de la alternativa, y du- rante 15 afos dos frailes emparentados con pode- rosas familias terratenientes y con fuertes vinculos en lacorte virreinal —fray Hernando de Sosay fray Marcelino de Solis— se habfan convertido en “mo- narcas”. La llegada de los hermanos fray Joseph y fray Juan Bautista Sicardo y de su grupo en 1668 y su intento frustrado por restaurar la alternativa y reformar la provincia, no habfan conseguido termi- nar con la situacién. Asi, mientras su hermano fray Juan Bautista regresaba a Espafia a buscar apoyos, fray Joseph se retiraba a la provincia de Michoacan, desde donde se dedicaria a juntar materiales y a escribir cartas informando al consejo de Indias y alas autoridades de la orden sobre lo que sucedia. ‘A causa de las reiteradas peticiones enviadas ala Corona por los Sicardo y otros reli

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