You are on page 1of 6

LA CASA DE LA BOLA

RESUMEN

La Casa de la Bola está situada en lo que fuera la antigua Villa de San José de
Tacubaya, ahora integrada a la Ciudad de México. Durante el Virreinato fue una
finca campestre donde se producía aceite de oliva y pulque, aproximadamente
tenía una extensión de cuatro hectáreas y media. Contaba con árboles frutales,
olivos y magueyes. La casa tuvo varios propietarios, el primero de ellos fue
Francisco Bazán y Albornoz, quien en 1616 desempeñó el cargo de Inquisidor del
Santo Oficio.

El 19 de octubre de 1942, Antonio Haghenbeck adquiere la propiedad de su primo


Joaquín Cortina Rincón Gallardo. Fue adecuando el inmueble a su gusto y
necesidades; ejemplo de ello es la incorporación de la terraza construida con el
material de demolición de la casa de sus padres de Avenida Juárez. Fusionando
un estilo ecléctico y ornamental inspirado en el siglo XIX.

La casa conserva sus características arquitectónicas coloniales. Consta de dos


plantas, un patio central empedrado y corredores sostenidos por columnas de
cantera. En el traspatio, donde se ubicaban los cuartos de servicio, actualmente
están las oficinas de curaduría y servicios educativos, así como un salón que
funciona como auditorio. Desde el patio central se vislumbra el bello jardín estilo
europeo con andadores, fuentes y esculturas, también se encuentran vestigios
coloniales como tres estanques y restos de canales de barro, donde se ha
desarrollado una exuberante vegetación.
DETALLES

Antonio compra la casa en 1942.


La parte superior de la casa era el refugio, a esta planta se accede por unas escaleras
adornadas lateral con un óleo de la virgen de Guadalupe.
El salón de entrada de la casa es una galería y anteriormente era un corredor abierto,
cierra el corredor y trata de imitar una tienda en ese espacio llamada galerías Ordaz,
donde el compraba antigüedades. Reproduce el lugar por ser un gusto y trata de
conseguir los muebles necesario para esta.
El piso de esta casa era enladrillo y lo sustituye por uno de mármol blanco.
Destacan dos tibores, tres armaduras de guerra del siglo XIX y un escritorio estilo Carlos
V del siglo XVI, el escritorio estaba adornado por columnas de madera tallada y frontones.
Tenía colección de tapicerías europeas desde el renacimiento hasta el barroco.
Relojes de caja grandes llamados Grand Fathers en EU.
Coloco chimeneas que por lo general no eran utilizadas en la época virreinal, la casa tiene
elementos del XIX.

En el comedor destaca un candil y una chimenea clásica, encima un cuadro pintado por
Josefa San Román abuela de Antonio.
Sobre la mesa estilo victoriano de encino rojo y repisas de mármol de las vitrinas coloco
su colección de plata, integrada por piezas mexicanas, cristalería francesa y china
heredada de su familia.

Junto al comedor esta la terraza con estatuas de Diana la Cazadora y Apolo de velvedere.
Esta terraza ve al jardín, es totalmente cerrada de vitrales.

Hay un salón dedicado principalmente a su familia donde tiene retratos de su familia, la


chimenea está hecha de demoliciones de la casa anterior de sus padres. En ese salón se
encontraba un mueble cerca de la chimenea donde Don Antonio pasaba el rato
escuchando la radio.

En la segunda biblioteca se aprecian tapices de escenas medievales que cubrían las


enormes paredes de ese espacio. Sobre un bargueño descansa un cristo originario de
Filipinas, un macetón de talavera poblana del siglo XVIII con decoración chinesca.
En el salón verde o cuarto de música, un candil de bronce Luis XV, con un espejo de
marco ingles labrado siglo XVIII, sobre el piano un retrato de los austrohúngaros
hermanos Maximiliano y Franz Joseph. En una pared cuelga un óleo de Romeo y Julieta.

En el salón Rojo mobiliario francés estilo Bull.

En esa época de acostumbraba que las casas contaran con un salón para una llegada de
visita real. Esta contaba con un trono y era llamado salón del estrado.

En el centro del salón había un juego de relojes y candelabros estilo neorrococó de


porcelana.
La Casa de la Bola, cuando la adquirió don Antonio, fue decorada según la moda, muy al
suntuoso y ecléctico estilo de mitad del siglo XIX. Él había vivido, en su juventud, en una
casona semejante. Así, uno se explica la exuberancia en el ornato, la diversidad de obras
de arte de distintas épocas, las paredes tapizadas de seda, los impresionantes candiles y
espejos. En esta casa se respira una atmósfera decimonónica que prácticamente ya no
impera en ninguna casa en México.

Una deliciosa propiedad campestre

Con ocasión del levantamiento, y dentro del inventario total de la construcción


encontramos una detallada descripción de los jardines, lo cual nos hace considerar la
casa como residencia campestre. No llegaba a ser hacienda, aunque allí se producía
aceite de oliva y había algunos huertos. En la planta baja de la casa había instalaciones
destinadas a la elaboración y almacenamiento del aceite. Por otro lado, la finca contaba
en el frente con un extenso magueyal, del que seguramente se extraía pulque para el
consumo casero y para la venta. Hoy ya no quedan ni olivos, ni frutales, ni magueyes. Los
actuales jardines, por demás hermosos, únicamente conservan restos de la instalación
hidráulica: una gran pileta situada al fondo, de la cual salen varios ductos de barro que,
antiguamente, desembocaban en estanques escalonados cuyos vestigios aún pueden
apreciarse.
De la venta-sorteo quedó como nuevo propietario el conde de la Cortina, quien poco
después vendió parte de la propiedad al marqués de Guadalupe. La finca estaba dividida
en la Casa Grande y la Casa Chica. Suponemos que lo que ahora conocemos fue la Casa
Grande, misma que, finalmente, queda en total posesión de la familia del marqués de
Guadalupe, es decir, de la familia Rincón Gallardo. De esta familia, la última persona que
la habitó fue una singular señora: doña Ana Rosso de Rincón Gallardo, que ya viuda,
practicó el voto de pobreza, y quien dentro de la suntuosa mansión se limitó a ocupar en
un apartado rincón, una pequeñísima habitación cuyo mobiliario era un catre.

A la muerte de doña Ana, la casa quedó en posesión de familiares y, como ya apuntamos,


en 1942, don Antonio la compró a uno de ellos, don Joaquín, emparentado a su vez con
él.

Don Antonio compra la casa en $95,000, que, en plan anecdótico, se dice que pagó en el
mismo momento de la transacción, en efectivo y en billetes de cinco pesos que llevaba
envueltos en papel periódico.
Vale la pena mencionar que las hermanas Juliana y Josefa San Román, abuela y tía
abuela respectivamente de don Antonio, fueron excelentes pintoras, discípulas del
maestro catalán Pelegrín Clavé, quien habiendo llegado a México en 1847, fuera poco
después Director de la Academia de San Carlos. Tanto en la Casa de la Bola como en
Santa Mónica y San Cristóbal Polaxtla, hay pinturas de las dos hermanas.

Entre sedas y semipenumbra

Con toda seguridad, los capitalinos han pasado muchas veces frente a la Casa de la Bola
y la han visto sin mirarla, dado lo rápido y fluido que resulta el tráfico en Parque Lira, en la
zona de Tacubaya. Pero habrá quienes, aunque sea de reojo, hayan percibido la
majestuosa fachada enladrillada, la balconería de recia herrería y el imponente portón de
madera.
Bien, pues cuando se tiene la suerte de que se abra el portón, lo primero que el visitante
admira es un hermoso patio colonial rodeado de elegante columnata. Al fondo, una verja
de madera deja vislumbrar el jardín, que tal vez en alguna ocasión recorriera el inquisidor
Bazán y Albornoz que, aun con su espada enfundada en el tahali lo cruzara lentamente,
antes de recluirse en sus habitaciones.

A la izquierda del patio, queda la solemne escalinata de piedra ya desgastada, cuyos altos
muros están cubiertos por pinturas: desde un Santo Domingo, de Luis Juárez, del siglo
XVII, hasta varios óleos anónimos peruanos del XVIII.

La escalinata conduce a un corredor con cristalera, punto inicial de lo que será una larga
procesión de obras de arte a admirar. La Casa de la Bola cuenta con once inmensos
salones que se inician en el gran comedor: mesa de roble, vitrinas con platos de
Compañía de Indias, porcelanas de Limoges, cristalería de Bacarat.

Entre salón y salón, hay estupendas puertas labradas que don Antonio conseguía de
casas antiguas en demolición. La casa cuenta con dos bibliotecas en las que hay pinturas
de reconocidas firmas, esculturas, muebles europeos y mexicanos del XVIII, dos relojes
soberbios de caja larga y mil maravillas más.

Las recámaras son dos, la llamada de verano y la suntuosa de invierno. Y hay tres regios
salones, en el denominado "verde", destaca un escritorio tipo boulle, estilo Mazarino, del
siglo XVIII; el salón San Román, con muebles Napoleón III, ostenta pinturas de las
hermanas San Román; y el "salón Versalles, que se antoja una palaciega sala de baile,
tiene sus paredes revestidas con inmensos espejos franceses del XIX.

El visitante pasa enseguida a un recibidor con pinturas de María Antonieta, Luis XVI,
Maximiliano y Carlota, al que don Antonio llamara el Altar de los Reyes Sacrificados. Y
desde ahí se introducirá a un salón fumador presidido por un colosal candil de Murano,
verdaderamente excepcional.
La última habitación por visitar es el pequeño oratorio. Allí, don Antonio excluyó lo profano
del arte para concentrar su atención en el altar y unas cuantas imágenes religiosas.

You might also like