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La Casa de La Bola
La Casa de La Bola
RESUMEN
La Casa de la Bola está situada en lo que fuera la antigua Villa de San José de
Tacubaya, ahora integrada a la Ciudad de México. Durante el Virreinato fue una
finca campestre donde se producía aceite de oliva y pulque, aproximadamente
tenía una extensión de cuatro hectáreas y media. Contaba con árboles frutales,
olivos y magueyes. La casa tuvo varios propietarios, el primero de ellos fue
Francisco Bazán y Albornoz, quien en 1616 desempeñó el cargo de Inquisidor del
Santo Oficio.
En el comedor destaca un candil y una chimenea clásica, encima un cuadro pintado por
Josefa San Román abuela de Antonio.
Sobre la mesa estilo victoriano de encino rojo y repisas de mármol de las vitrinas coloco
su colección de plata, integrada por piezas mexicanas, cristalería francesa y china
heredada de su familia.
Junto al comedor esta la terraza con estatuas de Diana la Cazadora y Apolo de velvedere.
Esta terraza ve al jardín, es totalmente cerrada de vitrales.
En esa época de acostumbraba que las casas contaran con un salón para una llegada de
visita real. Esta contaba con un trono y era llamado salón del estrado.
Don Antonio compra la casa en $95,000, que, en plan anecdótico, se dice que pagó en el
mismo momento de la transacción, en efectivo y en billetes de cinco pesos que llevaba
envueltos en papel periódico.
Vale la pena mencionar que las hermanas Juliana y Josefa San Román, abuela y tía
abuela respectivamente de don Antonio, fueron excelentes pintoras, discípulas del
maestro catalán Pelegrín Clavé, quien habiendo llegado a México en 1847, fuera poco
después Director de la Academia de San Carlos. Tanto en la Casa de la Bola como en
Santa Mónica y San Cristóbal Polaxtla, hay pinturas de las dos hermanas.
Con toda seguridad, los capitalinos han pasado muchas veces frente a la Casa de la Bola
y la han visto sin mirarla, dado lo rápido y fluido que resulta el tráfico en Parque Lira, en la
zona de Tacubaya. Pero habrá quienes, aunque sea de reojo, hayan percibido la
majestuosa fachada enladrillada, la balconería de recia herrería y el imponente portón de
madera.
Bien, pues cuando se tiene la suerte de que se abra el portón, lo primero que el visitante
admira es un hermoso patio colonial rodeado de elegante columnata. Al fondo, una verja
de madera deja vislumbrar el jardín, que tal vez en alguna ocasión recorriera el inquisidor
Bazán y Albornoz que, aun con su espada enfundada en el tahali lo cruzara lentamente,
antes de recluirse en sus habitaciones.
A la izquierda del patio, queda la solemne escalinata de piedra ya desgastada, cuyos altos
muros están cubiertos por pinturas: desde un Santo Domingo, de Luis Juárez, del siglo
XVII, hasta varios óleos anónimos peruanos del XVIII.
La escalinata conduce a un corredor con cristalera, punto inicial de lo que será una larga
procesión de obras de arte a admirar. La Casa de la Bola cuenta con once inmensos
salones que se inician en el gran comedor: mesa de roble, vitrinas con platos de
Compañía de Indias, porcelanas de Limoges, cristalería de Bacarat.
Entre salón y salón, hay estupendas puertas labradas que don Antonio conseguía de
casas antiguas en demolición. La casa cuenta con dos bibliotecas en las que hay pinturas
de reconocidas firmas, esculturas, muebles europeos y mexicanos del XVIII, dos relojes
soberbios de caja larga y mil maravillas más.
Las recámaras son dos, la llamada de verano y la suntuosa de invierno. Y hay tres regios
salones, en el denominado "verde", destaca un escritorio tipo boulle, estilo Mazarino, del
siglo XVIII; el salón San Román, con muebles Napoleón III, ostenta pinturas de las
hermanas San Román; y el "salón Versalles, que se antoja una palaciega sala de baile,
tiene sus paredes revestidas con inmensos espejos franceses del XIX.
El visitante pasa enseguida a un recibidor con pinturas de María Antonieta, Luis XVI,
Maximiliano y Carlota, al que don Antonio llamara el Altar de los Reyes Sacrificados. Y
desde ahí se introducirá a un salón fumador presidido por un colosal candil de Murano,
verdaderamente excepcional.
La última habitación por visitar es el pequeño oratorio. Allí, don Antonio excluyó lo profano
del arte para concentrar su atención en el altar y unas cuantas imágenes religiosas.