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Socio
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4. La Edad Media
Si la especulación sobre la música, al esquematizar las transformaciones acaecidas durante estos siglos, es desde el
principio abstracta y porta los signos de una honda fisura entre un pensamiento teórico completamente
desarraigado de cualquier realidad musical, por un lado, y pedantescas disquisiciones sobre cuestiones prácticas que
hoy nos parecen de escaso interés, por otro; dicha especulación, sin embargo, se vuelve cada vez más concreta, más
solidarizada con la situación históricamente real que vive la música, al aproximarse el Renacimiento. El interés por la
posible relevancia religiosa de la música disminuye a la par que aumenta su progresiva mundanización y crece el
interés en relación con los problemas reales de la composición y la interpretación; de este modo, se toma
conciencia, cada vez más, de las diferencias existentes entre los diversos estilos musicales: entre el viejo y el nuevo,
entre la tradición gregoriana y la nueva praxis polifónica, surgiendo entonces polémicas bien explícitas al respecto.
3. Musica Enchiriadis y la pedagogía musical
En el sentido que se acaba de apuntar, es ejemplar el tratado del siglo X, atribuido por Gerbert al monje Hucbaldo de
Saint-Amand, Musica Enchiriadis (sin embargo, hoy la crítica opina que lo escribió Odón de Cluny); sólo en parte,
presenta conexiones con un racionalismo abstracto de origen pitagórico, mientras que un comentario de autor
desconocido al mencionado texto, Scholia Enchiriadis, deja vislumbrar intereses y planteamientos decididamente
más nuevos.
Tal vez, el hecho más interesante y digno de registrarse sea que el autor de Scholia Enchiriadis intente encontrar un
fundamento racional a la belleza sensible de la música: el número, que rige desde el interior las relaciones entre los
sonidos, constituye la justificación y la explicación idónea de la dulzura y la suavidad de aquélla.
La música se define asimismo por el autor de Scholia Enchiriadis como «la disciplina racional de los sonidos
consonantes o disonantes según los números, en relación con lo que se encuentra en los propios sonidos» 15• La
idea de armonía se liga, indisolublemente, a la de música; ésta se convierte en el trámite mediante el cual la armonía
cósmica se manifiesta al hombre, ya que también el espíritu humano dispone de una naturaleza armónica, es decir,
racional. La inserción de la música entre «las disciplinas matemáticas» (Aritmética, Geometría y Astronomía) se
justifica no sólo en función de una concepción abstracta de la música, que considera ésta únicamente como teoría,
descartando todo su desarrollo práctico y sus consecuencias sonoras, sino también en función de la racionalidad
implícita en las relaciones entre los sonidos, sin la que no existiría la armonía musical en su conjunto.
La admiración del filósofo medieval se canaliza primordialmente hacia el teórico: músico es aquel que sabe de todo
cuanto se relaciona con la música; justamente por esto es muy superior al ejecutante. Evidentemente, en las
distintas disputas que la música fue provocando, hubo componentes culturales de carácter similar que
contribuyeron a reforzar esta postura; en primer lugar, la tradición platónico-aristotélica, que sancionó la
superioridad del teórico sobre el práctico, la del trabajo intelectual sobre el manual, por considerar este último
indigno del hombre libre. Ahora bien, durante la Edad Media desempeñará un papel aún más importante el
componente moralista, aunque sea de forma ambigua: por un lado, la música -se decía- suscita un placer sensible,
razón por la que se la repudia en tanto que corruptora; por otro, la música tiene una utilidad desde el punto de vista
litúrgico, razón por la que se la rehabilita a través de funciones religiosas en el seno de la Iglesia. Así, pues, al cantor
se le desprecia por la actividad que realiza: de índole servil; sin embargo, se le perdona, debido a su importante e
insustituible cometido. Esta actitud ambigua por cuanto se refiere a la música se descubre en muchos teóricos que,
por una parte, aprecian la música como instrumento de elevación religiosa e intelectual, pero que, por otra, opinan
que la profesión de músico priva a quien la ejerce de cualquier realce intelectual.
5. El nacimiento de la polifonía y los nuevos problemas de la teoría musical
No debe olvidarse que es, precisamente, alrededor del año mil, cuando comienza a desarrollarse el embrión de la
polifonía, a través de los primeros experimentos que se acometen; como consecuencia, los problemas del ritmo y de
la grafía musical adquirirán, de manera improvisada, una importancia hasta entonces desconocida.
Los tratados de Guido de Arezzo, en razón del interés creciente de los teóricos por los problemas didácticos, se
transforman, en los siglos sucesivos, en un punto de referencia obligado. De la misma manera que se cita siempre a
Boecio por lo que respecta a la subdivisión de la música en mundana, humana e instrumentis, también se citará de
ahora en adelante a Guido para cuanto se relacione con cuestiones inherentes a la notación y a los nuevos
procedimientos didácticos.
6. La crisis de la teología musical
Abandonada toda preocupación metafísica, la tarea del teórico deviene propiamente musicológica y el debate se
desvía, como consecuencia, hacia los terrenos histórico y estético. A partir de ahora, se abre un camino en orden a
una consideración de la música que podríamos definir como estética, aun cuando este término se deba usar con
mucha cautela con el fin de no incurrir en equívocos. De un modo u otro, lo que es evidente es que, durante el siglo
XIV, comienzan a hacer sus primeras apariciones, aunque sea tímidamente, conceptualizaciones acerca de la belleza
de la música en tanto que hecho autónomo, belleza que encuentra su única justificación en sí misma: en la belleza
pura que los sonidos contienen.
Marchetto de Padua, en su tratado Lucidarium, dedicado al canto llano, dentro del capítulo titulado «Acerca de la
belleza de la música» hace la siguiente afirmación: «La música es la más bella de todas las artes [ . . . ]
El criterio del que se dispone para enjuiciar la belleza es siempre el mismo, es decir, la realización de la armonía; a
pesar de ser así, hay algo que ha cambiado: es el concepto en sí de armonía, el cual, desde la categoría metafísico-
matemática, tiende a laicizarse y a asumir un colorido más terrenal, con proyecciones psicológicas.
La razón deberá integrar el sentido del oído por cuanto que este último «puede errar», mas lo que no entra ya en
discusión es la imprescindible utilidad de dicho sentido, puesto que la música es efectivamente ciencia, pero ciencia
de los sonidos.
La dimensión subjetiva está presente, con frecuencia, en las disquisiciones de Marchetto; esto se hace
particularmente evidente en las definiciones de consonancia y disonancia, formuladas ambas no en términos
numéricos sino psicológicos, es decir, en términos de placer y displacer en relación con el oído.
Marchetto, al meditar sobre este argumento, afirma, con un espíritu muy distinto del de Guido, que musicus y cantor
se hallan en relación de dependencia, en el sentido de que el primero ordena y el segundo ejecuta las órdenes
recibidas, del mismo modo que «el juez manda al heraldo», siendo el cantor un poco «como el instrumento en las
manos de su artífice.»