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DEL CONSUMO
2008
En la encrucijada ante la cual nos enfrenta la crisis ambiental, “la
función principal de la inteligencia no es conocer, ni crear, sino dirigir
el comportamiento humano para salir bien librados de la situación. Es
pues una función ética.” (Marina, 1998:220)
ETICAMENTE IMPLICADO
Los seres humanos somos personas de diversa condición, nacidos en uno u otro
continente, en uno u otro siglo, de donde resulta que podemos ser africanos o
europeos, chinos o chicanos, premodernos, modernos o contemporáneos. Sin
embargo, el peso de estos determinismos genéticos, geográficos o históricos no
anula nuestra capacidad moral. Somos en cada época y en cada lugar sujetos
morales en el contexto de nuestras particulares circunstancias geográficas,
históricas o genéticas.
Capacidad moral para conciliar la conducta humana con un estilo de vida solidario
con la naturaleza. Un estilo que, a la vista de las dimensiones globales de la crisis
ambiental y de los efectos a veces irreversibles de las incursiones tecnológicas,
adopte una “ética de emergencia”, como propone Jonas (1979), que traiga a
primer plano los deberes relativos a la supervivencia de la humanidad y de la
biosfera. Una ética fundada en el conocimiento de nuestros estrechos vínculos con
la biosfera, que lejos de abrumarnos con una pesada carga, nos procure un
sentimiento de perplejidad, maravilla e inocente alegría.
POLITICAMENTE IMPLICADO
Tampoco podemos ignorar nuestro servilismo cuando elegimos productos sin tener
en cuenta las circunstancias de su manufactura, en especial, la responsabilidad
ética, ambiental y social del productor. Los poderes que arruinan nuestras vidas
(léase gobiernos autoritarios, corporaciones transnacionales u otros) operan en
instituciones, códigos culturales y relaciones sociales encarnadas, no siendo
completamente externos a nosotros porque su poder deriva en buena parte de
nuestra voluntad.
Es cierto que las cadenas están afuera, en el mundo del trabajo, la economía, la
política y la cultura, sujetando los seres humanos a formas particulares de
existencia, conduciéndoles a aceptar jerarquías que en ocasiones les envilecen al
extremo de hacerles desear su propio sojuzgamiento y explotación. Pero también
es cierto que, precisamente porque pervierten nuestra voluntad haciéndonos
desear mal, las cadenas están adentro, en los pisos falsos de nuestro espíritu
donde la servidumbre humana encuentra abrigo.
ABOLIR LA DOMINACION
Se trata, en síntesis, del proyecto para abolir todas las formas de dominación, y,
desatar los vínculos de sojuzgamiento que nos subyugan hasta hacer posible
nuestra liberación, entendida como el despliegue de nuestra capacidad moral para
tomar decisiones que nos orienten hacia un estilo de vida sostenible.
Hoy como ayer cuanto menos producción y consumo hagan falta para mantener
una vida sana y digna, tanto mejor. En un planeta maltratado por los excesos del
derroche y la opulencia solo un estilo de vida frugal puede encauzarnos hacia una
cultura que haga justicia a millones de seres humanos excluidos y también a la
naturaleza.
En este escenario de una impagable deuda ecológica los pobres podrían replicar, y
con razón, que el discurso del consumo responsable es una monserga para ricos,
pues ellos, que a duras penas sobreviven entre carencias y penurias, no pueden
darse el lujo de elegir. Es cierto, con presupuestos exiguos los pobres regatean
hasta el cansancio en las plazas de mercado para comprar los productos más
baratos. Tratándose de alimentos son, por regla general, restos de cultivos
envenenados con agrotóxicos e insumos sintéticos, o de explotaciones pecuarias
donde los animales vegetan confinados en panópticos avícolas, porcícolas o
ganaderos e intoxicados con hormonas y antibióticos.
¿Por que tendrían los pobres que preocuparse por el consumo? Aunque todas las
evidencias parecen decirnos que no es asunto suyo, creo, por el contrario, que si
lo es. Veamos. Los excesos de las minorías opulentas constituyen la causa más
sobresaliente del malestar ambiental del planeta. Si tales excesos no son metidos
en cintura con la mayor urgencia posible, en menos de cincuenta años la tierra
será un planeta sin agua para beber, cada vez con mayores desiertos y bosques
más reducidos, con una atmósfera envilecida, donde la vida será una experiencia
difícil, casi excepcional. Ergo, como quiera que las mayorías empobrecidas han
padecido con mayor rigor los impactos del derroche y el desperdicio, los pobres
tienen más motivos para asumir las tareas por el cambio cultural y la
reconversión ecológica.
De ello resulta que nuestro desafío ético, o el desafío ético de esta civilización, es
¿cómo lograr el cambio de los valores predicados por estos estereotipos de
manera tal que todos tengamos una vida digna y al mismo tiempo alcancemos un
sentido de autoestima y satisfacción a través de formas no materiales de
realización personal?