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Temas 49,50,51 Gracia, Dones, Unción Del Espíritu Santo
Temas 49,50,51 Gracia, Dones, Unción Del Espíritu Santo
La gracia es uno de los temas más apasionantes en toda la Biblia. Es tan sencilla
que el diablo ha querido distorsionarla desde siempre. Es preciso aprender a vivir la
gracia tal como la enseñó Jesús y sus apóstoles.
En lugar de recibir el castigo merecido por ser hijos de ira, por su gracia nos hizo resucitar
juntamente con Cristo.
La gracia no viene sola por sí misma, sino a través de Jesús, el Hijo de Dios. Gracia
significa “favor”; es decir, un favor voluntario, no algo que alguien esté obligado a dar.
En su momento, la circuncisión para los judíos fue la figura del pacto de Dios, pero ahora,
nuestro corazón es circuncidado al creer en Cristo.
Al venir Jesús a los suyos (los de la circuncisión), ellos no le recibieron, pero a todos los
que le reciben (gentiles) les otorga potestad de ser llamados hijos de Dios, cumpliéndose
así el orden de la figura de la justificación.
Romanos 11:25-26 dice: “Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para
que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel
endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo
Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sión el Libertador, que apartará de Jacob
la impiedad”.
Judas 1:4 explica: “Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde
antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en
libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor
Jesucristo”.
Hebreos 10:28-29 advierte: “El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de
tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el
que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue
santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?”
todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree.
3 Hechos 14:1-4: Aconteció en Iconio que entraron juntos en la sinagoga de los judíos, y hablaron de tal manera que creyó
una gran multitud de judíos, y asimismo de griegos. Mas los judíos que no creían excitaron y corrompieron los ánimos de los
gentiles contra los hermanos. Por tanto, se detuvieron allí mucho tiempo, hablando con denuedo, confiados en el Señor, el
cual daba testimonio a la palabra de su gracia, concediendo que se hiciesen por las manos de ellos señales y prodigios. Y
la gente de la ciudad estaba dividida: unos estaban con los judíos, y otros con los apóstoles.
El primer gran problema: la ley versus la gracia
Hechos 15:1-30 cita la ley, no intenta poner cargas, ya que la ley de no matar y no mentir
está vigente. Además, añade que se les impuso no fornicar y no caer en idolatría, ya que
no se debe pecar. Debemos tener cuidado de no llamar “legalismo” lo que no es.
Las Escrituras muestran que quienes tenían la ley de Moisés debían recibir la gracia, no
volverse a la ley quienes han creído en la gracia.
Tito 1:14 advierte: “No atendiendo a fábulas judaicas, ni a mandamientos de hombres que
se apartan de la verdad”.
Tito 3:3-11 explica: “Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos,
rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en
malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros. Pero cuando se manifestó
la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por
obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el
lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en
nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su
gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna. Palabra fiel
es esta, y en estas cosas quiero que insistas con firmeza, para que los que creen en Dios
procuren ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres. Pero
evita las cuestiones necias, y genealogías, y contenciones, y discusiones acerca de la ley;
porque son vanas y sin provecho. Al hombre que cause divisiones, después de una y otra
amonestación deséchalo, sabiendo que el tal se ha pervertido, y peca y está condenado
por su propio juicio”.
Hebreos 13:8-9 afirma: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. No os dejéis
llevar de doctrinas diversas y extrañas; porque buena cosa es afirmar el corazón con la
gracia, no con viandas, que nunca aprovecharon a los que se han ocupado de ellas”.
El propósito de Dios
1 Corintios 12:1-6 dice: “No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones
espirituales. Sabéis que cuando erais gentiles, se os extraviaba llevándoos, como se os
llevaba, a los ídolos mudos. Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu
de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu
Santo. Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diver-
sidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero
Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo”.
Si rechazamos los dones (o regalos) que Dios nos da, también estaremos rechazándolo a
Él.
Quien reconoce los dones espirituales y está convencido de que vienen de Dios y termina
glorificándole. Debemos llevar a las personas a que glorifiquen al Señor a través del fluir
en los dones que nos ha regalado.
Cuando alguien nace de nuevo se vuelve parte del Cuerpo de Cristo, que no tiene
ninguna parte inútil. Debemos reconocer que las personas que Dios nos da a cuidar y
discipular son útiles.
Todos tenemos dones, pero debemos descubrirlos y fluir en ellos. Dios quiere que
funcionemos en su obra y para ello nos ha dado capacidades sobrenaturales para
bendecir a su Cuerpo.
Beneficiarse de los dones de otros trae unidad, pues Dios quiere que funcionemos como
un solo cuerpo. Si vemos a cada persona como lo habla Pablo, no habrá barreras entre
nosotros. Debemos encontrar nuestra posición y nuestra función dentro del Cuerpo de
Cristo. No todos tendremos las mismas funciones, pero todos seremos útiles.
El apóstol Pablo habla muy poco de los dones, aunque sí menciona la importancia que
tienen. Pues, ¿de qué nos sirve saber sobre cada uno si no bendecimos a los demás con
ellos? “Así también vosotros; pues que anheláis dones espirituales, procurad abundar en
ellos para edificación de la iglesia” (1 Corintios 14:12).
• Palabra de ciencia. Definida como una porción del conocimiento de Dios. Trata de un hecho
existencia o pasado, desconocido para las personas a quienes se les revela. Es una
declaración de la verdad que está en la Biblia llevándola a la práctica.
• Don de fe. Esta no es la fe necesaria para salvación, tampoco es el fruto del Espíritu. Es
una fe que va más allá. Es la capacidad de creer para que algo sobrenatural sucederá, un
revestimiento especial de fe para que ocurra algo imposible en un momento necesario para
testificar.
• Don de hacer milagros. Acción por la cual se da una suspensión temporal del orden
acostumbrado de la naturaleza. Ejemplo: Para que alcanzaran los panes y los peces, lo
natural era partirlos, pero Dios los multiplicó. (Mateo 14:17-21)
• Dones de sanidades. La palabra “don” está asociada a regalos. Cada sanidad es un don: se
aparta el dolor y se provoca la salud en el cuerpo de la persona. No se trata de sanar a toda la
gente, sino de hacer de cada enfermedad un regalo de sanidad. Es una curación sobrenatural
de males o enfermedades que provoca libertad.
• Don de profecía. Es un mensaje inspirado por el Espíritu Santo, dado al espíritu de una
persona, en el cual su mente racional no tiene nada que ver. La profecía no es para
decirle qué hacer ni para marcar el rumbo a seguir, sino, según la Biblia, para edificar,
exhortar y consolar. (1 Corintios14:3)
No hay que juzgar al profeta, pero sí la profecía y usar en ello el discernimiento de espíritu.
Ejemplo: La mujer samaritana (Juan 4).
La unción requiere humildad. Eliseo no tenía temor de imitar a Elías, fue humilde para
aprender de su maestro y pedir una doble porción de su unción. Como es el maestro, así
es el discípulo. Debemos tener la humildad de imitar a nuestro líder. Eliseo golpeó las
aguas del río Jordán de la misma manera que lo hizo Elías y después resucitó a un
muerto incluso usando el mismo método.
Dios usa más a unas personas que a otras porque son lo suficientemente humildes para
aprender de otros. En esa humildad que tenía Eliseo vino a reposar el poder de Dios para
hacer el doble de milagros que Elías.
Alzar el manto
La Biblia dice que Eliseo alzó el manto de Elías. Dios no ungirá a nadie que no sea capaz
de agacharse o postrarse para recoger el manto que otro dejó tirado.
Cuando Elías tiró el manto, Eliseo tuvo la humildad de recogerlo. No podemos caminar
con la unción de Dios con orgullo en nuestro corazón. Por eso Él se encargará de levantar
personas que se humillen para que su carne sea eliminada y puedan recibir la unción del
Espíritu. La unción reside en quienes están muertos al “Yo”.
La unción tampoco es para hacer una denominación alrededor de ella ni para crear
divisiones en la iglesia entre quienes hablan en lenguas y quienes no, quienes tienen el
gozo del Espíritu y quienes no. Es para predicar el Evangelio a un mundo perdido sin
Cristo y para que, a través de los milagros, se testifique que Él salva y sana.
Administrar la unción
La historia de Elías y Eliseo se asemeja a la de Jesús y su Iglesia. Cuando Elías fue
traspuesto, dejó tirado el manto para Eliseo, quien es figura de los discípulos que quieren
la unción. Cuando Jesús subió al cielo les dijo a sus discípulos que esperaran en
Jerusalén hasta que bajara poder del cielo, es decir, el manto.
Jesús quería que fuéramos ungidos con la misma unción del Espíritu con la cual fue
investido, pues dijo que haríamos mayores cosas que Él.
“De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará
también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre” (Juan 14:12).
Jesús citó la fe y la demandó de todo aquel que quiera ser su discípulo. Predicó muchas
veces diciendo: “El que creyere...”, pues Dios ha preparado bendiciones especiales para
quien cree.
Cuando Eliseo tomó el manto no se distrajo en el camino ni presumió por tenerlo, sino que
se fue directamente al Jordán a hacer milagros. Usemos la unción para lo que Dios la
dejó: para bendecir a otros a través de nosotros. La unción nos servirá para que las
personas se conviertan cuando prediquemos. Nos servirá para sanar enfermos, vendar
corazones quebrantados y para todo lo que Dios ha deseado. Así lo dice en las
Escrituras:
“El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a
predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a
publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de
la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos
los enlutados; a ordenar que a los afligidos de Sión se les dé gloria en lugar de ceniza,
óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán
llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya” (Isaías 61:1-3).
Dios conoce las intenciones del corazón de cada persona y dará a cada uno como Él
crea. Debemos examinar nuestro corazón para saber por qué queremos la unción.
Ahora bien, si ya la tenemos, debemos hacer lo que Dios ha mandado. Si lo creemos, las
señales de las que Jesús habló nos seguirán donde quiera que vayamos.