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ARQUEOLOGIA DEL ODIO Escrituras ptblicas y guerras de subjetividad GasRIEL GIORGI “Ese negro, ge6mo compré esa moto?, apor qué en vez. de moto no se arregla el comedero? zno tienen a de- vergiienza s: fender lo indefendi- ble? a estos solo les cabe un idioma: plo- mo, plomo y més plomo”.! “Argentina, un_ pais con buena gente. Al- gunas ideas para con- trarrestar los piquetes: francotiradores bajan- do mujecos a modo de devolucién del miedo, “Limpia toda esa bosta que nadie aguanta el olor de esos drogones. Saca esos adictos de ahi, acaba con el trafico y demuestra que quien manda es el pueblo y no los adictos que aca- ban con las familias. Hay que limpiar esa aberracién. {Mata esa porqueria! ES PARA ESO QUE PAGAMOS IMPUES- ros. Asco de este Bra- r BSSQ> ' “Negro de KK", Diaries del odio, de Roberto Jacoby y Syd Krochmalny, Bucnos Aires, 9 direccior 2017, 2ch. ed, p. 41 “Piketeros’, Diaries del odio, ob. cit. p “1 impa toda essa besta que ningém aguenta 0 cheiro dresses cracudos. Arranca esses vi iados dat, acaba com o trifico € mostra que quem manda é © povo ¢ nao os viciados que acabam com parte chs familias. Tem que limpar esse aberragao. Mata esas porra PARA ISSO QUE PAGAMOS IMPOSTOS. Nojo desse Brasil. Nojo!”. Odioléndia, de Gi n, Séo Paulo, n-I edigées, 2017, p. 10. lle Beiguel- El odio contemporaneo —su naturaleza estentorea, su cualidad inequivocamente politica, sus temporalidades y memorias miltiples— es fundamentalmente un odio escrito: un odio que se escribe en nuevos territorios, especialmente los clectréni- cos, ¥ que refleja una transformacién radical de la escritura, de la que es inseparable. Doble inflexién del odio: la de un afecto politico con una nueva gravitacién en las formas de ex- presién democraticas en la conjugacién de nuevas enunci ciones y subjetivaciones y a la vez, la de una reconfiguracién radical del universo de lo escrito, de sus tecnologias, sus cir- cuitos, sus enunciadores y sus ptiblicos. Si el odio es una pa- sién inherente a lo politico, sus formas contemporineas son indisociables de una transformacién de los sujetos y las préc- ticas de la escritura. El odio es siempre una disputa por lo de- cible, por los pactos de diccién que definen la posibilidad de la vida democratica —los lugares de enunciaci6n, de interpela- cién, de lectura- y, por lo tanto, por las formas de repartir eso que llamamos “esfera publica’, y que necesitamos repensar en contextos de una transformacién que es a la vez subjetiva, tec- nolégica y politica. El odio del presente se rehace junto con sus escrituras y pasa por las gramiticas bajas, subterrdneas, de lo democratico. Un odio que se publica, se viraliza, se postea, se hace cadena, en escrituras que imantan nuevas voces y lu- gares de enunciacién, que electtiza circuitos y cursos, que irvita la textura de lo social y lo compartido, y donde lo que se pone en juego es ese entre cuerpos que es lo publico: tal el pun- to de partida de este ensayo. Entre 2014 y 2017 —un periodo en el que tanto Argenti- na como Brasil atravesaron transformaciones profundas en sus prdcticas democraticas-, tres instalaciones artisticas, dos brasilefias y una argentina, tuvieron la inteligencia y la aten- cién necesaria para captar que algo clave se estaba jugando en el terreno de las escrituras y concibieron obras que, funda- mentalmente, exhiben escrituras del odio, y al hacerlo, las 20 piensan y las disputan. Se trata de los Diarios del odio, de Ro- berto Jacoby y Syd Krochmalny (2014 y 2016), luego esceni- ficada por el grupo orctE dirigido por Silvio Lang (2017), de Odiolandia, de Giselle Beiguelman (2017), y de Menos um, de Verénica Stigger (2014); obras que, como veremos, atra- viesan y conjugan distintos formatos pero que insisten sobre el odio escrito en territorios electrénicos, en un contexto de transformacién tanto tecnolégica como politica, donde la emergencia de retdricas de restauracién conservadora ¢ ima- ginarios (neo)fascistas se lee en continuo con voces y subjeti- vidades que encuentran en cierta transformacién de las tec- nologias de escritura su condicién de emergencia. Este foco de las instalaciones sobre el odio a partir de sus escrituras me parece clave como herramienta para pensar el pre- sente. Las instalaciones son, sin duda, reflejo 0 sintoma de una transformacién social, pero también, y fundamentalmente, re- pertorio de herramientas formales, ;Qué otra cosa es el arte sino ese laboratorio de lo sensible donde se forjan las herramientas para las luchas que nos tocan? Fl presente ensayo quiere seguir- les el rastro a estas exploraciones en torno a estas escrituras per- ‘formédticas del odio y sus movimientos: hace de las instalaciones, més que “obras” a interpretar, un método critico, un procedi- miento a potenciar. Busca leer ~esto es: activar- desde ahi una nueva reparticién de sentidos, afectos, subjetivaciones y enun- ciaciones en la que se despliega una arqueologia en tiempo pre- sente que encuentra en el odio escrito su linea de entrada. “CRISPACION”: UNA REDISTRIBUCION DE AFECTOS COLECTIVOS Durante los dos gobiernos de Cristina Fernandez de Kirchner en Argentina (2008-2015), una palabra parecié capturar el sen- sorium de la esfera pilica argentina: “crispaci6n’. La crispacién definia un humor social propio de una polarizacién cada vez 21 ms intensificada en torno a politicas redistributivas del gobier- no kirchnerista y una politizaci6n —que muchxs percibian como demasiado agresiva, o directamente manipulatoria y enmasca- radora de problemas reales— desde un gobierno al cual sectores de la politica y de la prensa caracterizaban como “ideologizado”. Dicha crispacién indicaba, para algunos sectores, una conflic- tividad puesta al servicio del gobierno (contra ciertos actores como la oligarquia, la prensa hegeménica, etc.) o bien, desde otros sectores, movilizaba contra el gobierno ~y especialmente a figura de Cristina— una violencia verbal que recuperaba to- nos racistas, machistas y clasistas, y que abrevaba en una tradi- cién antiperonista de larga data. En todo caso, “crispacién” marcaba algo fundamental: el desfondamiento de las retéricas del consenso democritico que habfan marcado el horizonte normativo de una democracia alli donde la crisis econémica y social generada por las politicas neoliberales desde los aftos no- venta producia contradicciones cada vez més insolubles al in- terior de las liturgias de lo democritico. Los afios subsiguientes, durante la gestién de Mauricio Macri, indicaran, de modos cada vez més intensos a medida que las contradicciones del mo- delo econdmico se profundizan, la habilitacién de retéricas ra- cializantes, clasistas y xendfobas como tecnologias de gobierno en las que el horizonte de la inclusién democratica empieza a ser disputado por imaginarios segregativos de la democracia. En Brasil, de modos diferentes aunque comparables, las marchas en torno al precio del transporte piblico iniciadas en el 2013 fueron el punto de subida a la superficie de retéricas sexistas y racistas enfocadas en Dilma Rouseff y en el gobier- no del PT. El inconsciente colonial del que habla Suely Rolnik' encontré alli un modo de articulacién en lenguajes puiblicos y consolidé, en el marco de una campaiia medicitica formidable, * Suely Rolnik, Esferas de la insurreccién, Buenos Aires, Tinta Limén, 2019. 22 un permiso y una legitimidad nueva: las latencias micropoli- ticas que circulaban en el subsuelo de los discursos encuentran su articulacién macropolitica en la “lucha contra la corrup- cién’, el Lava Jato y la persecucién a Lula, proceso en torno al cual se consolidan formulas discursivas que harin posible la candidatura, hasta enconces més que improbable, de un Jair Bolsonaro. Crispacién es una palabra interesante. Una répida biisque- dan Google nos arroja el siguiente resultad crispacién nombre femenino 1.1 Gran irritacién. 1.2 Contraccién brusca y momentinea de un miisculo, nervio 0 miembro. Por un lado, crispacién (‘nombre femenino”) pasa por el estado psicolagico o la atmésfera emocional de un sujeto 0 un in dada. Pero a la vex, crispacién apunta al cuerpo: una “contraccién’”, un endu- grupo: la “irritaci6n” que satura una situaci recimiento, una cristalizacién nerviosa y muscular. El movi- miento semédntico pasa por el afecto y por el cuerpo: va del hu- mor al gesto, pasa entre terminales que son a la vez fisicas y subjetivas, y siempre contagiosas: lo que traza un contorno de Jos cuerpos y de sus relaciones, que no se contiene hacia el in- terior y necesita manifestarse para afuera, hacia el entre de la vida en comin. Nombra, dicho de otro modo, algo que Ana Kiffer en este mismo libro llama “inscripcién” de “afecciones” colectivas: una suerte de escritura difusa, derramada desde y sobre los cuerpos, capaz de expresar y de canalizar energias afec- tivas y deseantes que oscilan entre lo larentey lo dicho, entre el rumor y la palabra articulada. Sentidos latentes, dichos a me- dias, marginales, vocabularios que “siempre estuvieron all?” pero que encuentran su linea de pasaje a esferas publicas que 23 los reciben con una nueva permisividad y una nueva legitimi- dad. Lineas de paisaje y de vaivén entre micro y macropolitica: entre la modulacién de afectos y sentidos virtuales y su formu- lacién como plataforma politica, reclamo de derechos y even- tualmente palabra de Estado.> Ese vaivén, ese movimiento (que es también sacudida y sismo) entre rumor y enunciacién, entre Jo dicho “a medias”, anénimamente, en el lenguaje de los afec- tos y los gestos, y el discurso publico, “racional” y atribuible a enunciadores reconocibles, adquiere aqui las tonalidades del odio. Dicha oscilacién, dicho movimiento revela la capacidad del afecto para condensar sentidos, y precisamente esa es su po- tencia politica: La de yuxtaponer, como sedimentos acumulados, sentidos poltticos, experiencias colectivas, temporalidades e historias (de clase, identitarias, de género, etc.). El afecto es a la vez even- to y memoria: tal su potencia expresiva en contextos de dispu- taa la vez politica y cultural, y que adquiere una centralidad inédita en las nuevas inflexiones de lo democratico. Pero a la vez ~y este es el punto principal de este ensayo— la “crispacién” se evidenciaba inseparable de otra transforma- cidn: da de las escrituras. Toda la conversacién sobre la irritaci6n social durante el gobierno de Cristina o de Dilma estaba anu- dada, desde luego, al debate sobre el rol de los medios, espe- cialmente la figura de los “medios hegeménicos” monopoli- zando la palabra publica y cjerciendo lo que se denominé, en el caso argentino, “periodismo de guerra’, volviéndose, para muchxs, el rostro mismo de la oposicién real a los gobiernos. Pero la crispacién era fundamentalmente inseparable de un nuevo espacio de escritura, de enunciacién y de circulacién, que censaba ¢ imantaba con un nuevo poder las practicas mis- mas de escribir y que arrastraba hacia una nueva légica a los > Para una reflexién sobre micro y macropolitica, ver Suely Rolnik, E ferns de la insurreccién, ob. cit 24 medios tradicionales, previos, de lo impreso: los territories electrénicos, que comenzaban a gravitar y a producir sus re- gistros, sus personajes (“usuarios”, “comentadores”, “trolls”, “bots”, etc.) desde donde se modulé un nuevo registro de lo politico y también de las practicas del escribir. Ese espacio de escritura —que se anuncié como “subsuelo”, literalmente aba- jo, de los portales de noticias de los diarios, donde enmarcaba en “foros”, frecuentemente cacofénices y violentos, las noti- cias- fue ganando peso, potencia de expresién y focos de sub- jetivacién. La crispacién era también, entonces, una dispersion yun reordenamiento de las précticas de escritura: esa historia me parece una de las claves del presente Escricuras fragmentarias, asintécticas, anénimas, movién- dose entre registros de lo oral, lo performatico y lo escrito, elusivas respecto de protocolos formales de lo decible y lo es- cribible en piblico: ahi se empezaron a consolidar lugares de enunciacién que gravitaran de modos cada ver. més densos en la vida politica y social. Escrituras de la ransgresién de pactos eivindicardn la dictadura, el geno- cidio, el machismo, el racismo. Dirdn todo lo indecible, lo “politicamente incorrecto”: se ufanarin en el goce de ese “todo” de lo interdicto, un todo sin fondo, insondable, donde la len- gua quiere excavar las capas, los sedimentos, los tiempos y las centrales a la democracia: memorias marginadas, expurgadas o interdictas por una civ lidad democrética tenue. Esas enunciaciones encontrarin y cultivardn una nueva capacidad de la escritura —en su cruce con nuevas tecnologias— para indagar, articular, “tocar” sedi- mentos de sentidos y afectos colectivos que las democracias postdictatoriales necesitaron despejar para trazar as coorde- nadas de un pacto cultural y civil. Y sobre todo dispersanin la escritura misma, sacindola de sus formatos habituales —el pe- riddico, el libro, la revista—, indexadores y modeladoras de lo publico, abriéndola a modos de publicacién, de circulacién y de interpelacién inéditos. 25 No hay odio contemporineo sin esa nueva gravitacién de Ia escritura que modula con nueva intensidad las subjetivida- des y que disgrega sus protocolos y sus formatos previos. Ahi despuntan nuevos agenciamientos colectivos de enunciacién: una nueva distribucién de focos de resonancia, de voz y gestos, de sentidos colectivos (una enunciacién es basicamente un modo de rearticular relaciones entre palabras y cuerpos), y una nue- va tecnologia de lo escrito y de lo publicable. E] odio escrito es entonces el emergente de un temblor més general y mas profundo de las esferas ptiblicas heredadas de las tansiciones democriticas, temblor del que surgen nuevas poten- cias de la politica, del deseo y de la subjetividad: el odio como siomdgrafe de un reordenamiento radical de pactos y posiciones » que son siempre también memorias, tonos, modos de expresin. En ese reordenamiento emergen, en primer lugar, potencias reactivas como las que analizaremos en detalle a partir de las instalaciones, pero también potencias creadoras, emanci- padoras, que disputan y reinventan la matriz misma de la igual- dad, desde las que emergerén voces que dirin, por ejemplo, “al patriarcado lo hacemos concha’: hacer concha, para revocar el or- den patriarcal y reinventar cuerpos en nuevas formas de pricticas democriticas. Ese espacio de disputas, de litigios, es fundamen- talmente un terreno de luchas por la diccién democritica, por los modos en que la democracia se efectia como disputas en tor- no a pactos discursivos, a formas de expresién que son siempre formas de modelar y definir el mundo en comtin, las formas de pertenencias, los lugares o no-lugares que ocupan los cuerpos en dl territorio compartible. En ese lugar de disputa, punto ciego y a la vez foco de sentidos actuales y virtuales, es donde debemos situar, quiero sugerit, el odio como disparador de afectos miilti- ples. Y a la escritura como pedagogia —a la vez intima y colecti- va~ de los afectos politicos, Plebeyo/legitimo, decible/indecible, efimero/archivable, autoridad/desautorizacién, letrado/iletrado, publicable/impu- blicable, escritor/escriba, intimo/viral: las escrituras estallan y dispersan reparticiones previas. Las matrices que configuraron tradiciones enteras de lo escrito ~sus limites, sus personajes, sus circuitos, sus incerpelaciones— se vuelven esquitlas de una reconfiguracién radical. Las fuerzas y los tonos de esta trans- formacidn irrumpen bajo el signo del odio pero van més all de él. El odio es una de las tonalidades de esta reconfigura- cién: seguirle el rastro no obedece solo al intento de mapear- Joy encendedlo, sino también de buscar sus linea de ambiva- lencia, sus puntos ciegos, su opacidad. Y en el nticleo de este reordenamiento de lo escrito, esa institucién siempre perimida y siempre futura que Hamamos “li- venatura’”, Sila literatura es, como dice Jacques Ranciére, “ese nuevo régimen del arte de escribir donde no importa quién ts el escritory no importa quién es el lector”,* es decir, el ré- gimen en cl que Ixs “cualquiera”, Ixs plebeyss, lxs no autori- zadxs (es decir, aquellxs que no son “autorxs” ni tienen auto- tidad), toman la palabra a través de la escritura y disputan las enunciaciones piiblicas, estas instalaciones, moviéndose entre artey literatura, mapean, como sismégrafos atentos, este liti- gio por la enunciacién que es una guerra en y por Ia lengua. Si el odio hace temblar un orden del discurso, la pregunta por Io literario -y por la politica de la discribucién de las enun- ciaciones, de los modos de nombrar y de tachar, de las inter- pelaciones, de los tonos y las potencias que se albergan en la lengua~ se vuelve una pregunta inevitable af donde la posi bilidad misma de lo democratico se pone, una vez mas, en juegos es decir, en peliggo, en potencia y en movimiento. « Jacques Rancidre, Politica de la literatura, tad. M. Burello, L. Volgel- fangy J- L. Caputo, Buenos Aires, Libros del Zorzal, 2011, p. 28 7 MATERIALES “Que Dios bendiga a todas las personas y palos sobre los vagos [...], Dudo que si fuese en la época de los generales este pais llegaria a este punto [...], Séo Paulo libre de drogas, ram- bo al progreso familia ci tiana y trabajo [...]. Seamos sensatos, hay que matar, si no, no se resuelve. Esta es la nueva cara del Brasil [...]”” “Me confieso racista, no por maldad, simplemente est4 en mi cédigo cultural. Me molestan los negros afticanos [...] Buenos Aires se ha transformado en un mercado negro Blanqueemos el Mercado [...] MOROCHO ARGENTINO = VIOLENCIA AL PAN PAN Y AL NEGRO CABEZA”? “Basta de inimputabilidad. No existe nacién indigena. Existe nacién brasilera [...] Basta de esa boberfa de la reserva indigena. Pongan esa pandilla de vagos a trabajar [...] Indios? Parecen una banda de sem-terra...”” “Que Deus abengoe todas pessoas ¢ paui nos vagabundos [...] Duvido que se fosse na época dos generais chegaria a esse ponto neste pais. Viva a ditadural [...] Sao Paulo livre das drogas, rumo ao progresso familia crista e trabalho [...] Sejamos sensatos, tem que matar, scna0 nao resolve. Essa é a nova cara do Brasil [...]”, Odiolandia, ob. cit. * Diarios del odio, ob. cit. p. 1. ° “Chega de inimputabilidade. Nao existe nacio indigena. Existe nagao brasileira [...] Chega dessa bobagem de reserva indigena. Ponham essa corja 28 Lo que circula, lo que se comparte, lo que se viraliza, lo que se forwardea; lo que se publica en los muros de Facebook y en los foros; lo que entra en las cadenas de Whatsapp: lo que pasa en- tre los muros, los foros y las conversaciones en tertitorio elec- trénico; lo que pasando por abi se hace, tedefiniendo lo publico y los piiblicos. Una especie de magma (0 “cloaca’) de lenguajes que se exhibe y se dramatiza (fig. 1) en los Diarios del odio, la instalacién-procedimiento de Roberto Jacoby y Syd Krochmalny del 2014, que luego se vuelve un libro de poemas (2016) (fig, 2) y més tarde, una puesta en escena a cargo de Silvio Lang (2017) (fig. 3.) Estos Diarias recopilan los comentarios online de los diarios La Nacién y Clarin durante 2008 y 2015 -diarios notoriamente opositores al gobierno kirchnerista~ en los que se elaboraban lenguajes y afectos que se volveran lineas domi- nantes de lo piiblico en los afos posteriores. Fig, 1 cde vagabundos para rabalhar [...] Indios? Parecem um bando de sem-terra...”, ‘Menos um, de Verénica Stigger (2014). 29 Fig. 3 Ese magma de lenguajes se dramatiza también en Odiolan- dia, una videoinstalacién de 2017 en la que la artista brasilena Giselle Beiguelman'” (fig, 4) proyecta en loop frases extraidas © Disponible en: www.desvirwal.com/portfolio/odiolandia-hateland/. 30 de foros online que apoyan la invasién de la policia militar de Séo Paulo a la zona llamada “Cracolandia”, conocida como lu- gar de residencia de adictos y vendedores de drogas. Las frases se suceden scbre el fondo de una pantalla negra, acompafadas por el sonido de la intervencién policial, grabados en vivo: gri- un li- tos, drdenes, ladridos, disparos. Esa instalacién se volv bro publicado en 2017 (fig. 5), de la misma manera que los Diarios: son obras que van mutando de formatos y de soportes, son némades formales (donde la escritura existe e7 tnénsito). ‘Antes de estas dos piezas que ponen el odio explicitamente en el titulo, en 2014 Verdnica Stigger habia curado una muestra que se llamé Menos um, donde monté imagenes extraidas de in- ternet de indigenas asesinados en Brasil, a las que exhibe junto a Jos comentarios online que esas imagenes cosecharon, ademas de relatos sobre los asesinatos. Imgenes y enunciados se suceden a un mismo ritmo, con el sonido del disparo de la cdmara que sue- na como guillotina y tiro. Esos comentarios celebratorios de los asesinatos de indigenas vienen, literalmente, “del piblico”, se anudan a la circulacién de las imagenes en la red. Fl “Menos um’ del titulo proviene también de esos comentarios (fig. 6). Pe RUE Cae ULC ese SSO Mean T? Caecum eee nt ies Mas como bons brasileiros, somos uns covardes Estas instalaciones tienen la inteligencia y el poder de hacer foco sobre la centralidad del odio como afecto politico en las democracias contemporineas, sefialando a estridencia inédita con la que se exhibe y reclama un lugar en el reper torio de las enunciaciones. El odio como tonalidad preva- lente en democracias que parecen sacudirse las retdricas (al menos declaradas como horizonte normativo comin) de consenso, didlogo y derechos humanos que habjan marcado las transiciones post-dictatoriales un odio, entonces, como marcador de otra modulacién y otto tono de lo democrati- co-. Pero a la vez, como decfamos al comienzo, las instala- ciones iluminan algo clave: el hecho de que ese odio es in- separable de una transformacién del universo y las tecnologfas de la escritura, de sus nuevos circuitos, desde donde se re- configuran los mods de diccién, de enunciacién y de inter- pelacién piblicos. Las instalaciones hacen de la escritura electrénica o digital el recurso formal en el que se modula el odio contemporaneo y en esa intersecci6n sitdan la pre- gunta por lo democritico en el contexto de una nueva avan- zada conservadora y/o neofascista. Las instalaciones son, en este sentido, mdgquinas de exhi- bicién de escrituras, indicando, de manera ejemplar, eso que Boris Groys denomina “la topologia del arte contemporineo”: la capacidad de la instalacién para fijar, detener y lentificar —esto es: “instalar”— Jo que en nuestras sociedades es pura cir- culacién y velocidad." La instalacién, dicho de otro modo 2 “La instalacién revela precisamente la materialidad de la civilizacién en la que vivimos, precisamente porque insila lo que nuestra civilizacién simplemente circula’ [The installation reveals precisely the matcriality of the civilization in which we live, because it installs everything that our civilization simply cirewlates"] Boris Groys, “The Topology of Contemporary Art”, en Olewui Enwevor, Nancy CCondee y Terry Smith (eds.), Antinornies of Art and Culure. Moderniey Posemoder- nity Contemporanciy, Durham &¢ Londres, Duke University Press, 2008, p. 76 33 como procedimiento de fijacién en sociedades donde el capi- tal parece moverlo todo. En las instalaciones que me interesan, eso que circula y que se vuelve materia de fijaci6n es la escritu- ra electrénica, la escritura en su fase de viralizacion, de reposteo intensificado, incesante. Eso aqui se fija, se ralentiza, se cambia de soporte y de medio, se devuelve a una pantalla fija, a una pared fisica, a una pagina de libro, y desde ahi se reinscribe y se piensa. Groys dice, en este sentido, que la instalacién Ileva ade- ante en nuestra época lo que en el siglo x1x hacfa la novela: una maquina de absorcién de lenguajes y de formas literarias. Estas instalaciones son ese lugar de absorcién y cruce de lenguajes heterogéneos, que ademas atraviesan formatos diferentes, in- dluyendo la poesia, en los Diarios o, se podria pensar, la litera- tura de cordel en Odioléndia (la serie donde aparece cl libro hace eco de los cordéis). Nos sittian, con ofdo bajtiniano, en la heteroglosia —una suerte de carnaval negro que se conjuga en torno al odio: la camara de eco del odio como aglutinador de lenguajes y formas expresivas. zCémo pensar esta centralidad del odio, su contagio y su ambivalencia? ;Qué reconfiguraciones de lo ptiblico lleva ade- lante? ;Cémo situar las modulaciones del odio —y sus varian- tes: la bronca, la furia, la célera— en las luchas democraticas? El odio electrifica nuevas enunciaciones que emergen en el paisaje de lo pablico, como un contorno estridente sobre un fondo difuso. Esas voces descartan lo que habia sido una regla de juego de las democracias postdictatoriales: el consenso —que se asocia con una correccién politica caricaturizada y vaciada de contenido— como apuesta o como horizonte nor- mativo, regulador, de lo piiblico. Apuestan al litigio como re- configuracién radical del mundo en comin y de las imagenes de igualdad y desigualdad. El odio indica, antes que nada, una puesta en juego (esto es: en riesgo y en movimiento) de la pa- labra en democracia: una redistribucién de voces, objetos, to- nos y sentidos en la que se escenifica, fundamentalmente, 34 a disputa por lo decible y por las reglas de lo inteligible socratico. Pensar el odio politico es, entonces, hacer una queologia del presente: mirada tentativa y precaria sobre pro- ‘0s en formacién en torno a las reglas de lo decible y lo in- igible en la que se trazan nuevas posiciones de enunciacién, evos modos de subjetivaci6n politica y redistribuciones Jo piblico que pasan por una transformacién del universo de sescrito. ‘Ana Kiffer sefala algo clave: el odio se hace legible imo “escrituras del cuerpo” en las que ciertos afectos su- na la superficie de lo social desmontando los discursos sliticos y colectivos unificados. Kiffer se enfoca en un as- cto fundamental del odio: su capacidad para rasgar los temas discursivos y simbélicos, que para ella se hace vi- dle en las inscripciones corporales como el gesto (esto es, «el revés y en tensién a la dimensién del discurso: hay ue aprender a leer esos sentidos afectivos, corporales, ma- riales a distancia de la cultura de la letra y de la palabra ‘ticulada). Ahi se lee, dice Kiffer, “un nuevo operador de sbjetivacién politica”. Si Kiffer lee ese operador del lado al gesto, como inscripcién, me parece importante realizar operacién complementaria: leer la escritura misma como esto, es decir, pensar el odio en sus escrituras performdti- «as, escenificadas en su contigitidad con el afecto y el cuer- p. El cruce entre afectos, escritura y territorios electréni- Ds parece activar nucvos umbrales entre cuerpos y sentidos: hi hay que situar, entonces, las reconfiguraciones contem- vordneas del odio politico. Se trata de pensar y entender 8s potencias que en ella se activan desde nuevas tecnolo- tias y desde el aliento renovado de su capacidad para hacer Yo) publico. Para ello se trata no tanto de pensar cémo las ssctituras representan y canalizan cse odio nuevo sino mas tien de explorar qué le hace el odio a la escritura, qué po- sencias activa en ella, como transforma sus circuitos y sus 35 escribas y lectorxs, sus interpelaciones y puntos ciegos, dado que en esa transformacién se hacen visibles los nue- vos escenarios de lo ptiblico en los que tienen lugar las dispu- tas por -y el formateado mismo de- lo democratico en el presente. ‘TRANSCRIBIR, ARCHIVAR: UNA POLETICA DE LAS ENUNCIACIONES Es sin duda significativo que instalaciones de Jacoby/Kroch- malny, Beiguelman y Stigger giren alrededor de un procedi- miento similar: el que recopila, edita y archiva esas escrituras violentas, anénimas, exasperadas a la vez que gozosas en las que parece emerger una nueva configuracién, convulsiva y violenta, de lo ptiblico y lo democratico. Ese procedimiento de archivo se enfoca no solo en la materia afectiva ala que llama “odio”, sino también en esas escrituras infimas, aparentemen- te insignificantes, que se acumulan en territorio electrénico, en los foros, los comentarios online, los “debates” en torno a noticias y videos en la red. Es el territorio mismo de la escri- tura electrénica lo que aqui se vuelve instancia de archivo. Desde alli se iluminan enunciaciones que en el terreno apa- rentemente efimero y residual del “muro virtual” demarcan subjetivaciones que se revelaran més perdurables, més insis- tentes y mds consistentes que lo que el poste instanténeo pa- rece indicar: una sedimentacién de escrituras que, destinadas al olvido, se volveran el paisaje espeso del presente.” En un trabajo reciente sobre las transformaciones de la escritura, Sergio Chejfec identifica “una pelea més o menos silenciosa” entre dos concepciones de lo escrito: “tuna asertiva (la fijada fisicamente por las institucioncs vinculadas al libro y lo impreso) y otra no asertiva (de un caricter mis fluido y me- nos definitorio, a veces conceptual, que extrae su condicidn inestable 36 Este procedimiento de archivo tiene muchas consecuen- cias. Por un lado, el efecto de volumen: los enunciados del odio son muchos, parecen incesantes, forman una masa dis- cursiva que parece no contenerse (veamos las paredes llenas de la instalacién de los Diarios, o el flujo en loop permanente de Odioléndia). Una masa textual que gira, evidentemente, alre- dedor del anonimato de estos enunciados, ese enmascara- miento inédito que permite la escritura online (al menos en algunas de sus plataformas). Este volumen produce un efecto masivo: no son voces excepcionales, ni individualizables, ni anémalas; son enunciados gue se exhiben en su regularidad y, consecuentemente, en una normalidad que se instituye como efecto mismo de su acumulacién. Un registro que ya no es el “insulto” racista, mis6gino, etc., sino que se muestra en una regularidad que las instalaciones agrupan bajo el signo del odio. Los enunciados del odio saturan la pared, la pantalla, la pagina, el escenario en la puesta escénica de Silvio Lang: son cacofénicos y multitudinarios. La correspondencia de ese vo- lumen con una “masa” o una “multitud” social real no puede ser derivada del archivo: la naturaleza viral y anénima dela escritura electronica —que se realiza en el troll y el bor~ hace el pulso manual y del pulso electrinico)”. Sergio Chejfec, Ulkimasmo- ticias de la escritura, Buenos Aires, Entropia, 2015. Creo que esa “pelea” de la que habla Chejfec se escenifica de modos ejem- plares en estas instalaciones, dado que operan sobre cierta coexistencia y tension, ‘entre la escritura electrénica y la impresa. Dicha tensién, sin duda, contrapone ideas y resoluciones formales de lo escrito, pero también disputas sobre la vida piblica de a escrtura, sobre sus cicuitos, sus lecrores, los modos de ler y de Greular sentidos y afectos. La reflexién de Chejfec lumina los modas en que la cscritura electr6nica activa o actualiza propiedadles generales de la escritura, des- de donde se pueden ler transformaciones de lo piblico y delas producciones de subjetividad. La escrtura electrénica como una accivacién de una flue de Ia escritura como tal, que lo impreso tiende a ocultar o mitigar. 37 imposible trazar cualquier correspondencia entre enunciado y hablante, entre masa textual y masa social. Dicha capacidad de las tecnologias online para simular una multitud fraudu- Jenta ha sido frecuentemente seftaladas, y se ha vuelto materia de andlisis y disputa recurrente. Aqui, sin embargo, me gus- taria sefialar otro aspecto: el hecho de que ese efecto coral, masivo, multitudinario del propio procedimiento de archivo, su acumulacién y exhibicién de escrituras tiene un efecto cla- ro: el adio como norma, no como excepcién. El odio se nor- maliza y esta nueva normalidad es un dato fundamental para pensar la reconfiguracién de lo publico. A | ver, estas instalaciones exhiben el odio en tanto que es- A de la transcripcion.” Son ejercicios de copia: reproducen y resitian crito. Y \o hacen a partir de un ¢jercicio sistematic 8 “BI proyecto Odioldndia comenzé ante el espanco frente a las reaccio- nes a las acciones policiales realizadas por los gobiernos municipales y provin- ciales de un area de la ciudad de Sio Paulo conocida como Cracolindia du- rante los dias 21 y 26 de mayo y 11 de junio del 2017 [...] Por dos meses, segui las reacciones del piiblico a los videos de la operacién policial. Esa fue Ja materia prima de mi stalacién”, dice el prefacio de Giselle Beiguelman al libro del mismo titulo que contintia la instalacién (Odioldndia, pp. 5-6) [°O projeto Odiolandia comecou pelo espanto diante das reagbes 3s ages po- liciais realizadas pelos governos municipal e estadual em uma drea da cidade de Sao Paulo conhecida como Cracolindia nos dias 21 ¢ 26 de maio € 11 de junho de 2017 [...] Por dois meses, segui as reagées do publico aos videos da ‘operagio policial. Essa foi a matéria-prima da minha instalagao"). Verénica Stigger sefiala en la descripcién de la instalacién que “Menos um pretende ser una instanténea y una denuncia de la violencia contra los prime- ros habicantes de lo que después fue Brasil. El trabajo aqui presentado sobre- pone imagenes de indios asesinados y suicidados, todas extraidas de repartajes, encontrados en internet, las frases sacadas de los foros de comentarios de los mismos textos. La frase mas repetida por los comentaristas es exactamente ‘Menos um” (comunicacién personal de la autora) [“Menas um pretende ser um instantineo ¢ uma deniincia desta violéncia contra os primeiros habitan- tes do que veio a se tornar o Brasil. O trabalho aqui apresentado sobrepoe 38 materiales que encuentran online. No crean, no estilizan, no reescriben: es todo apropiacién, copia y recontextualizacién. Una practica heredada de la vanguardia, a la que Leonardo Villa-Forte llama “escrituras de apropiacién” y que buscan “colocar la literatura ya producida en lugares imprevistos 0 pro- poner contenidos extrafios a la literatura (y sus géneros) como siendo literatura”."' Estas practicas, que para Villa-Forte definen mucho de la sensibilidad literaria del presente (bajo el signo de las “escrituras no creativas” de Kenneth Goldsmith), buscan re- definir los lugares de escritor, editor, lector, bajo nuevas condi- ciones tecnolégicas y nuevas configuraciones de lo ptiblico. Esta reconfiguracién de los papeles en el espacio de lo escrito implica una dimensién intrinsecamente politica que justamente la practica de transcripcién escenifica y piensa de modos singulares (y por eso se revela tan central en mu- chos materiales clave del presente: pienso, ademas de estas instalaciones, en Sessdo, de Ruy Frankel, que transcribe dis- cursos de la sesién parlamentaria que decidié el impeachment de Dilma Rousseff para volverlos poemas, en un procedimiento imagens de indios assassinados ¢ suicidados, todas elas extraidas de reporta- gens encontradas na internet, a frases retiradas das caixas de comentarios dos mesmos textos. A frase mais repetida pelos comentaristas é exatamente ‘Me- nos um” ]. Por su parte, la “Nota de los autores” en el libro Diarios del odio explica: “Todos los dias en las versiones electrnicas de los principales diarios de Ar- gentina los lectores se encuentran habilitados para opinar libremence sobre las noticias. Diarias del odio se basa en estos comentarios de lectores. Algunas de estas frases fueron seleccionadas para com poner los poemas que se encuentran en este libro” (Diarios del odio, ob. cit., p. 43). Leonardo Villa-Forte, Excrever sem escrever. Literatura e apropiagéo no steulo xx, Rio de Janeiro, Relicario Ed., 2019, p. 73 (“colocar a literatura ja produzida em posig6es imprevistas ou propor conteitdos ‘estranhos 4 literatu- ra (e seus géneros) como sendo literatura”). 39 comparable a los poemas de Diarios del odio)," dado que lo que se pone en juego en esos ejercicios de transcripcién son, fundamentalmente, las posiciones de autor y de piiblico. Au- tor y ptiblico son dos categorias indiferenciadamente litera- rias y politicas: definen la legitimidad o no de los lugares de enunciacién; es decir, de autoridad social y cultural, el lugar de quienes merecen o reclaman el derecho a ser escuchados en la configuracién del mundo en comtin (Ranciére). Y de- finen la capacidad de producir publico y lo publico, es decir, espacio comun, colectivo, compartible, a partir de la escri- tura: eso que llamamos “esfera publica”, nticleo de todo uni- verso democratico, y que esta, efectivamente, bajo una re- configuracién radical. Lo que esta en juego en la redistribucién son, directamente, nuevas enunciaciones y nuevos pactos enunciativos. Quién escribe, cémo, en qué circuitos, para quién, bajo qué mediacién, segtin qué efectos: eso es lo que aqui se escenifica y se piensa. La practica de la transcripcién en las instalaciones esceni- fica esta vacilacién de las enunciaciones como campo de dispu- ta politica en el terreno de lo escrito: un terreno donde los lugares de enunciacién se yuelven inciertos, ilegibles, donde las voces que vienen de los territorios online, las de la misma instalacién (artistas, editorxs, curadorxs) y los lugares de lec- tura y recepcién se yuxtaponen y se tensan: un registro sismi- co, vacilante de las posiciones discursivas. Diarios del odio es, en este sentido, ejemplar. En su prime- ra versién, como instalacién, se invitaba a amigxs a transcribir estos enunciados con carbonilla, en la pared" (ver fig. 1). La © Roy Frankel, Sessao, Sao Paulo, Ed. Luna Parque, 2017. '6 Dice Roberto Jacoby cn una entrevista sobre la instalacién: “Estuvimos tun afi pensando cémo mostrar esto, pensamos hacerlo como una cosa sonora, que lo dijeran actores, hasta que al final legamos a la idea de escribirlo en la 40 transcripcién ahi hace varias cosas a la vez. Por un lado, lleva adelante un salto de medios y de materialidades: pasa del muro virtual y la escritura digital al “muro” fisico, la pared de un centro cultural, y ala carbonilla, que evoca el trazo mas corporal, primitivo y a a ver efimero de la escritura. De la te- daa la mano, de la pantalla a la pared, del aislamiento del comentador online a una practica colectiva, corporal y com- partida. Pero al mismo tiempo, cada escriba, cada transcriptor se vuelve un “enunciador del odio”: tiene que situarse en ese acto enunciativo sin afadirle nada, sin otro marco que no sea el del contexto de la instalacién como mecanismo de distan- ciamiento. Tiene que identificarse con el odiador, volverse una suerte de instancia de repeticién literal y a la vez de desvio, dado que el mismo ejercicio de la transcripcién ya implica tuna torsién y una reubicacién de los enunciados en un nuevo marco y un nuevo circuito. La transcripcién es aqui, funda- mentalmente, juego y punto de vacilacién acerca del sujeto y sentido del enunciado: mas que moralizar sobre los lenguajes, la instalacién los somete a una prictica donde el contenido brutal, violento se vacia a partir del desvio, la repeticién, la copia como reinscripcién del lenguaje en circulacién, Pierre Menards del odio, las instalaciones muestran lenguajes y, al hacerlo, los transmutan. pared. Después vino el tema de como hacer las pintadas y de quién lo escribe. Por ‘so invitamos a diferentes amigos para que cada uno le diera su impronta”, Res- pecto del material de a carbonilla: “Pensamos que la carbonilla era lo mejor, no solo porque es un material que se Limpia y sale, sino porque representa la vide uemada, es un bol quemado; hay una relacién con la oscuridad de la carbon yel tema de los negros, se habla mucho de quemar alos negros’. Ver reportaje en: http://wwwaelam.comar/notas/201410/82725-roberto-jacoby-presenta diarios-del-odio-una-muestra-sobre-las-zonas-mas-oscuras-de-la-sociedad-ar- gentina. hem. 41 Sin embargo, el punto de vacilacidn persiste. La transctip- cidn alberga ese desafio que nuevos escribas, nuevos enuncia- dores, nuevas voces lanzan a los prorocolos establecidos de lo escrito: al orden de lo escribible. Juega y a la vez refleja una disputa formidable sobre los lugares de enunciacién piiblicos, sus liturgias escritas, sus fuentes de autoridad, sus modos de interpretacién que son modos de relacién entre las palabras, los cuerpos y las acciones. En tal sentido, uno de los grandes aciertos de la puesta coreografica de Silvio Lang de los Diarios fixe superponer el tono del “pop evangelista” de las canciones que se escuchan con la violencia de los textos, donde convi- ven, de modos equivalentes, la “pastoral” neoliberal —que quiere conducir suavemente las subjetividades hacia la fun- cionalidad del mercado, hacia la forma-empresa como matriz del deseo y de la accién y hacia el consumo y la deuda como hitos de la felicidad— y el odio como linea de intensificaci6n afectiva que moviliza subjetividades y suefia con exterminios inmunitarios, y que en la puesta en escena pasan por la horda de cuerpos a la vez violenta y deseante. Ambas retéricas —la pastoral y el exterminio— no se niegan una a otra: son coex- tensivas, se pueden ver en continuidad, “en continuado”: asi las dispone la puesta de Lang. Esa coe sin crispaciones entre la reconciliacién pastoral y la violencia racista y sexista despliega la vacilacién fundamental que ope- ta desde el procedimiento mismo de la transcripcién. Eso es precisamente lo que s odio: una reconfiguracién de los circuitos y tecnologias de lo escrito, de sus posiciones y sus pactos. En esa interseccién en- tre afecto politico y tecnologias de lo escrito el odio ilumina no solo una reconfiguracién de las subjetivaciones sino tam- bién de lo piblico, de los modos en que eso que llamamos “esfera ptiblica” (que implica también la “publicacién’ y la constitucién de “ptiblicos”) se dibujan en el presente. istencia, esa oscilacién jumina bajo el signo del 42 Ruibo PUBLico NEGRA PU-TA CON QUE GUITA GARPASTE LOS VIAJES?222? «SEGURO QUE CON LA DE MIS IMPUESTOS LA PU-TA QUE TE PA-RIO."” Las escrituras del odio son vociferantes, cacofénicas, chillo- has: transmiten un teatro de la voz que opera en el limite del lenguaje articulado. Escenifican una centralidad de la voz y del grito sobre la que me gustaria detenerme, dado que creo que alli se juega un aspecto central del odio contemporanco: su lugar limitrofe entre el lenguaje articulado y el ruido de la voz, alli donde los limites mismos de lo decible entran en cuestidn. Dado que si el odio es una disputa sobre lo decible puiblico, entonces esa disputa tiene lugar en el limite entre la palabra articulada, autorizada, con valor normativo, y aque- ilegitimos, sin autoridad, insig, llos lenguajes irreconocibles, nificantes. Murmullo, tumulto, rumor, clamor, ese contorno en el que las palabras se disuelven en el grito, el susurro, la media voz, el tramo anénimo de las enunciaciones, esa zona impersonal entre palabra y mero sonido a-significance. La fric- cién entre voz y palabra: donde no se sabe si hay significados vilidos, reconocibles, capaces de definir imagenes y sentidos de lo colectivo. Abi se sittia el odio. En este sentido se vuelve productiva la reflexién de Jacques Rancire en torno al rwido como factor decisivo de la esfera piiblica. Dado que més que una reflexién sobre lo piblico como horizonte de didlogo, de disputa y de formacién de ar- gumentos, Ranciére piensa lo puiblico —que para él es insepa- rable del demos, y por lo tanto de la disputa por la igualdad— a partir del ruido: "” Diarios del odio, ob. cites p.3 43 Hay politica porque el logos nunca es meramente la palabra, porque mpre es \disolublemence la cuenta en que se tiene esa palabra: la cuenta por la cual una emisién sonora es enten- dida como palabra, apta para enunciar lo justo, mientras que otra solo se percibe como ruido que sefiala placer o dolor, acep- tacién o revuelta."* El malentendido —es decir, esa disputa por lo que cuenta como logos o como ruido-, que Ranciére llama la mesenténte, es el punto inicial, y esencial, de lo piiblico, y no su falla ni su mar- gen. Para el autor, la clave es ese momento 0 ese umbral en el que las expresiones que salen de cuerpos insignificantes politicamen- te —que él llama “plebeyos”— reclaman su derecho a ser oidos y reconocidos como enunciados politicamente validos, es decir, enunciados en los que se reconoce una construccién del mundo, en comiin, y donde esos cuerpos revelan y reclaman su capacidad como seres hablantes; y, por lo tanto, iguales a quienes ya det tan el derecho a la palabra y a su poder normativo, su poder de hacer mundo.” Es, como sabemos, una disputa por las compe- tencias, en la que Ranciére ve la legitimacion misma del poder quién sabe, quién puede trazar los contornos del mundo en co- n iin sobre el que tienen lugar las huchas por la igualdad, y qui puede decir ese mundo. En el centro de esa dispura: el grito, el rumor, el tumulto, el murmullo, el chisme, la voz anénima, lo que se dice a medias, lo que circula y fricciona los modos de la diccién publica: la vor, el ruido en la lengua. En esa friccién entre lo que puede o no ser palabra, enunciado valido, que " Jacques Ranciére, El desacuerde, Filosofia y politica, erad. Horacio Pons, Buenos Aires, Nueva Visién, 1996, p. 17 Como se recordar, Rancigre analiza el relato de una dispura entre pa- tricios y plebeyos en el mundo romano: la secesién de Aventin: “La posicién de los patricios intransigentes es simple: no hay motivo para discutir con los plebeyos, por la sencilla razén de que estos no hablan”, ob. cit. p. 18. 44 tiene fuerza de verdad, ahi es donde Ranciére sittia el trabajo de lo piblico, e! hacer priblico. Lo piiblico como prictica no seria entonces solamente la circulacién y el debate de ideas, o la oferta y el consumo de bienes simbdlicos; su punto central serfa este deslizamiento permanente, esa tensién pero sistemética alrededor de los limites de la palabra valida, del enunciado reconocible, de Jas formulas de inteligibilidad a través de las cuales una sociedad define el mundo en comtin sobre el que tienen lugar las disputas por h igualdad. Creo que es en esta tensién entre palabra y ruido como con- figuradora deo ptiblico donde hay que situar la pregunta por el odio, del odio politico en tanto que odio escrito. Me parece que en el ruido, en la cacofonia y la vocingleria del odio como afecto politico central en las demacracias contemporaneas se leen no solo la emergencia de nuevas subjetivaciones politicas —que son a la ‘o también un vex. plebeyas y conservadoras o restauradoras-, si corrimiento del pacto de lo decible y de la distribucién de la pa- labra piiblica, los modos de expresi6n y las formas del sentido re- conocibles como validas: alli se juega, quiero sugerir, algo mas que las expresiones de viejos y nuevos racismos, masculinismos, fobias, clasismos. All se juega también una rearticulacién de pactos de- mocriticos que pasa, fundamentalmente, por esa antiquisima tec- 20 nologia de la elacién que llamanos “escritura’- * Bajo unaluz radicalmente distinea, la de la marea feminista y la alegeia milcante, Maria Pia Lopez analiza también el ruido como energia politica. Lopez piensa la emergencia de enunciaciones feministas como reordenramiento de las vvoces y de los moos de intervenir en la lengua a partir de la palabra alganabsia n Espafia, segin el mondrquico diccionario, llaman algarabia a un ruido confuso |...] En nuestro castellano, el rioplatense, es griterio ale- gre. Lo que para otros ¢s batifondo desordenado, barbara diccién del extranjero, seresignifica en alegre polifonia, En ese leve desplazamiento hay una promesa, la posibilidad de componer lo comin desde lo intenso 45 (GUERRAS DE SUBJETIVIDAD {Qué se odia en estas tierras del odio (Odiolandia) y en estos tiempos de odio (Diarias del odio)? Veamos un par de ejemplos: “Era mejor haberlos dejado a todos juntos y probar algunas armas quimicas en estos zombies 0 simplemente prenderles fucgo a todos [...] La mayoria de estos adictos son del noreste [...] El gobierno necesita enviarlos de regreso a sus tierras”.” “Querido negro de mierda: ‘Te deseo un verano caluroso, ni un peso para el vino y una bala en la cabeza. Los papeles pueden decir una cosa pero la naturaleza es otra! Van a ser varén 0 mujer hasta el final de sus dfas”.” y diference, desde lo muiltiple y heterogéneo” (Apuntes para las militan- mn feminista aqui es reordenamiento de lugares de vor. y reorga- nizacidn de pactos posibles como futuros democraticos. Y se conjuga en torno al ruido: alli donde la friccién de las enunciaciones hace ruido en la lengua. Porque entonces la pregunta general es por unas democracias cuyos pactos fundantes pos- rerioresa las dictaduras no pueden absorber la presién de las nuevas desigualdades y anudan nuevos puntos de enunciacién, que son voces y tonos de nuevas lu- chas y fundamentalmente nuevos circuitos de lo escrito. Es ahi donde debemos, creo, siuar la pregunta por las politicas de lo escrito y Jo lterario: en el trabajo, a partir de nuevas tecnologias y circuitas, de reinvencién de lo piblico, de la publi- cacién y de los piiblicos, alli donde los limites de lo decible estén una vez mds en juego, en riesgo y en cuestidn. Es la existencia politica de la escrivura, el relieve per- formitico que adquiere, lo que se escenifica en este nuevo paisaje de lo piblico. % Odiolindia, ob. cit., pp. 12-13 [“Era melhor ter dejados todos juntos ¢ testar nesses zombis algumas armas quimicas ou simplesmente tacar foro em todos"], ® Diarios del odio, ob. cit. p. 41. Lo que aqui se denomina “odio”, ademas del sentido mas clasico como afecto que degrada y violenta a un otro, leva sdelante una operacién clésica de las sociedades modernas: la que transcribe antagonismos de clase, de género, sexuales —anta- gonismos de naturaleza politica— en distinciones inmediatamen- te biopoliticas, que pasan la constitucion biolégica, anatomica y racial, por una “naturaleza” que demarca Jos limites mismos ‘se lo hamano. La diferencia politica y cultural vuelta antago nismo ontoldgico, que actualiza y moviliza todo el tiempo el Limite mismo de la especie humana: pasamos de los lenguajes de la diferencia social 0 cultural a los lenguajes de la especie y dela “naturaleza”. Eso es lo que permea estas escrituras. La taza, o mejor dicho la racializacién, evidentemente; pero tam- bién el género y la sexualidad. Raza, género, sexualidad, cor- poralidad: “cssuras biopoliticas”, podriamos decir con Giorgio ‘Agamben. Estas escrituras profiferan sobre sas cesuras sobre ca marcacion en fa que se va hilvanando una demarcacion de Ia ontologia de lo humano y la desagregacion de Jo menos- que-humano, ya-no-humano, etc. El “dispositive de la perso- Ae? del que habla Roberto Esposito”? aqui encuentra una es pecie de festival escriturario: las operaciones de demarcacién Ge a no-persona y su exhibicién como hecho politico se con- jugan y hacen serie. Es esa marcacin biopolitica lo que emer- ge bajo el signo del odio. Y lo hace de manera proliferante en estos materiales: el “ne- gro” o el “zumbi”, el indio, los vagabundos, la puta, el puto, la feminazi, los nordestinos, ete. en una serie abier- ta, potencialmente infinita, en la que se demarca el umbral bajo de la especie. El odio, entonces, como demarcador de lo 28 Roberto Esposito, El dispositive de la persona, trad. Heber Cardoso, Buenos Aires. Amorrortu, 2011. a7 propiamente humano a partir de esta segregacién, poten- cialmente infinita, de “otros”. Estos vocabularios biopoliticos, que son recurrentes, inme- diatamente evocan las operaciones que Foucault asignaba al “racismo de Estado”: la demarcacién de una “sub-raza” en tor- no a la que conjuga el trabajo del biopoder y su engranaje con el Estado moderno, cuya eliminacién promete “mas vida” y a la vez condensa la tarea del Estado en tanto que “defensor de la sociedad”. En el racismo de Estado de Foucault se trata funda- mentalmente de la construccién biopolitica del Enemigo: el Judio, el Comunista, el Delincuente, el Terrorista, etc. Es, sin duda, una operacién multiple, sistematica, pero que finalmen- te se conjuga en torno al binarismo Raza/sub-raza (o Vida/sub- vida).2* Sin embargo —y esto es crucial-, creo que seria un error leer estas instancias del odio bajo Ia légica del racismo de Esta- do y su matriz binaria como distribucién entre razas 0 vidas a defender y la sub-raza, la sub-vida a combatir. Mas bien, al des- plegarse en esta serie potencialmente infinita de figuras de sub- humanidad, al proliferar como lo hace el odio (esa “metralla gi- ratoria’, dice un critico brasilefio sobre la obra de Beiguelman),”” ilumina una transformacién clave. Mas que en torno al viejo “racismo de Estado” —con su articulacién a través de un Estado » En el racismo de Estado la raza es “la condicién que hace aceptable dar muerte en una sociedad de normalizacién’”, constrayendo una “buena raza’ a preservar de sus enemigos. “En otras palabras: lo que vemos como po- laridad, como ruptura binaria en la sociedad, no es el enfrentamiento de dos razas reciprocamente exteriares; es el desdoblamiento de una tinica raza en una super-raza y una sub-raza. O bien, la reaparicién, a partir de una raza, de su pro- pio pasado. En sintesis, el reverso y el fondo de la raza que aparece en ella” (Michel Foucault, Defender la sociedad, trad. Horacio Pons, Buenos Aires, Fondo de Cultura Econémica, 2001, p. 65). % Ver Wisnik Guillerme, disponible en: hexps://jornal-usp.br/atualida- des/livro-apresenta-depoimentos-de-odio-manifestados-em-redes-sociais! 48 y sus tecnologias, instituciones y saberes-, el paisaje contempo- rineo se articula, dicen Maurizio Lazzarato y Eric Alliez, en tor- no a “guerras de subjetividad” o “guerras en el seno de la pobla- cién’, es decir, las guerras propias del momento neoliberal que, segtin los autores, se vuelven indisociables de una gubermen- talidad que opera sobre las divisiones internas de la pobla- cién. Son guerras que funcionan como condicién permanente de la administracién de lo social: no se apuesta a la supera- cién del conflicto, sino a su permanente gestidn. Son proliferan- tes dado que operan por las lineas internas de divisién de la po- blacién: lineas raciales, de género, sexuales, de clase, religiosas, exc. Securitizan a partir de la gestién y multiplicacién del miedo y de la constante irtitacién de lo social, Funcionan como un re- pertorio de focos de amenaza y malestar que se pueden activar 0 dejar latentes para usos tacticos. Y este es el punto central de Alliez-y Lazzarato—hacen de esa gestidn su I6gica de gubermen- talidad, Precisamente por eso son “guerras de subjetividad”: por que hacen de esta guerra continua, cotidiana, el punto de auto- gobierno subjetivo: el “conducir conductas” de Foucault. El gobierno a partir del autogobierno en la inflexién contempo- tinea de lo neoliberal pasa, entonces, por la guerra como demar- cacién del campo de conducta de los sujetos. El objetivo de la guerra es la subjetividad (es decir, el formateado de la libertad y el campo de resonancia afectivo) y no la destruccién del Enemi- go (aunque haya muchos muertos en el camino, evidentemente.) Su punto principal es la subjetividad, y tiene lugar en un terre- no quebradizo, recorrido por cesuras internas, por viejas y nue- vas tensiones, en el interior de la poblacién. Me gustar‘a pensar estas lenguas setiales del adio, su visibili- dad “rizomatica’ en estas instalaciones, sobre el fondo de esas 26 Eric Alliez y Maurizio Lazearato, Guerre et capital, Paris, Editions Amsterdam, 2016. 49 “guerras de subjetividad”: como dramatizaciones en y por la escri- tura de esa incitacién permanente al conflicto como imagen de lo social en el presente. Como si el permiso cultural, simbélico para el odio que parece articularse en la escritura (siempre se odié, y ese odio siempre fue hablado —pero ahora se escribe y se forwar- dea, se circula y se multiplica-) fuese el “estado de lengua” que corresponde a la gestién de las guerras de subjetividad: la forma que desde la lengua misma se modela esa légica que, segrin el ar- gumento de Wendy Brown, apunta a la destruccién de “lo social” Interesantemente, a diferencia de las otras dos instalaciones, la de Verdnica Stigger, Menos um, se enfoca en la figura raciali- zada del indio, que pareceria responder mis a la légica clasica del racismo de Estado. Sin embargo, alli mismo vemos que el campo de accién de las “guerras de subjetividad” es el contagio, la transferencia de la amenaza a grupos contiguos: la “raza” no puede contener al odio, sino que se vuelve una linea de despla- zamiento y contagio: “Indios? Parecen una banda de los sin- tierra”, “Basta verles la cara: de indios no tienen nada’ (fig, 7), dicen algunos de los comentarios, por ejemplo. “Encontraron con esos indios un carnet del Corinthians. No son més que ac- tores para ganar tierras gratis”, escribe otro.’* Los textos com- pilados por Stigger insisten en el “falso indio”, donde el reclamo de autenticidad se vuelve desrealizacién de la existencia indige- na, transformdndose en una especie de figura disponible para un repertorio més amplio de vagos, revoltosos y delincuentes. El odio no enfoca, no individualiza; al contrario, se vuelve incre- mental, multiplicador, disperso. 2 Wendy Brown, Jn the Ruins of Neoliberalism. The Rise of Antidemocra- tic Politics in the West, Nueva York, Columbia University Press, 2019. 28 Verdnica Stigger, Menos Um, ob. cit. [“Indios? Parecem um bando de sem-terra’, “Basta ver a cara: de indios nao tem nada’); [“Encontrartam com esses indios uma carteira du Corinthians. Nao passam de atores para ganhar terras gritis"] Basta ver a cara. de indio PERE c! Fig Esta potencia multiplicadora del odio revela su poder mi- cropolitico, que traza lineas de tensién y reagrupamiento a con- ‘l odio trapelo de identidades dadas, estabilizadas, reconocidas. como fuerza disolvente que desafia identidades, representacio- nes colectivas y pactos. Sin embargo, esta fuerza de multiplica- cién y desclasificacién es siempre compensada por una fijaciéa molar en identificacione: previas, arcaizantes, en ordenamicn- tos duros que se activan como memoria. El odio es disolvente ya la vez cristalizador, trabaja con la revocacién de ciertas iden- tificaciones igualitarias para inmediatamente reponer ordena- mientos previos, que activan sedimentos histéricos y formas de expresin y de nombrar que son memorias culturales previas “Los sesentones como yo también extrafarén la vieja Policia Montada de la Federal unos correntinos grandotes, casi mas que sus inmensos caballos, que ante hechos como estos no mezquinaban palazos en los lomos de los que se les retobaban”. ” Diarios del odio, ob. cit., p. 5. Ahi se juega algo especifico del odio que se piensa en estas ins- talaciones, y que pasa, interesantemente, por la temporalidad. El odio es memorioso, dispara temporalidades latentes, © aparente- mente superadas. Dado que su capacidad para moverse entre una multiplicidad micropolitica y una matriz macropolitica rigida, arcaizante, encaja con memorias tanto del Estado disciplinario moderno como de matrices coloniales previas. El orden que pro- mete el odio pasa por imagenes del pasado que emergen yuxta- puestas: los militares, la inmigracién, la colonizacién, momentos fundacionales que estas sociedades activan cuando la zozobra del presente les aviva el mito de un orden pasado que no por ser ima- ginario 0 mitico -como en la mayoria de estos casos pesa menos como real, El odio acumula sedimentos del pasado y los activa en superposicién, como temporalidad de un orden siempre ya per- dido. Ese paraiso es siempre originario y mitico, y retorna como acumulacién de tiempos y de historicidades. Por eso deciamos al principio que el odio es a la vez evento y memoria: ruptura de un orden y de un pacto y a la ver activacién de temporalidades pre- vias. Otras politicas de la memoria, memorias a veces subterraneas, laterales, incluso interdictas, que se identifican con un Orden per- dido como paraiso de Ixs que se sienten amenazadxs: el odio ac- tiva esas temporalidades. ;De qué otra cosa esté hecho un Jair Bol- sonaro si no de fragmentos superpuestos de memorias mitificadas, memorias de la Raza, del Macho, de la dictadura y del orden co- lonial? El odio es un condensador de tiempos; por esos sus lenguas son heterocrénicas, formulas afectivas para pasados vividos o ima- ginarios, y que retornan para desafiar al presente. ‘UNA FUNDACIGON EN DISPUTA: LOS DERECHOS HUMANOS Esta dimensién temporal e historizante del odio va directo a la inflexién de las guerras de subjetividad de las que hablabamos an- tes. Dado que estas “guerras de subjetividad” que pueden sonar 52 abstracus y demesiado universalizantes tienen un andlaje histéri- co y local muy nitido en Argentina y Brasil, y que estos enuncia- dos del odio enfocan de manera sisterndtica, casi obsesiva. Porque 1, “inet giratora’ del odio parece tener sin embargo, un fem en comin: los derechos humanos. “ESMA Deberian lotear esa porqueria Y hacer torres de viviendas Si, con amenities y todo lo que quieras Para sacar esa basura urgente”.”? “Egses vermes dos dereitos dos manos”.*' En efecto, una de las hipétesis en torno al odio es que el “campo de resonancia” de estos enunciados es un trabajo de des- plazamiento y eosin de cierta idea de lo democratico que en ambos paises, de modos diferenciados pero sin duda centrales, se gsenté en el discurso de los derechos humanos como fundamen- to politico de las transiciones democraticas y, a Ja vez, como ho- tizonte normative del habla democritica. El odio, més que des- vbr una puisi6n personal o una afeccién de la vida colectiva, estaria indicando asi una via para deshacer wn pacto cultural y politico que es, como deciamos antes, inseparable de un pacto de habla, un modo de diccion democratica. La disputa por lo de- cible que se juega en toro al odio tiene a los derechos humanos somo su campo de cjercicio y de tensién permanente. En Argen- tina (y en este punto, elcontraste con Brasil es nitido), el discurso » Diariosdel odio, ob. ci % Odiolindia, ob. cit. p. 5 (“Esas lary endl juego de palabras se vuelve “dos manos “de los colega'")- de los derechos humanos”, que es decir, “de los camaradas” © de los derechos humanos articulé una gramatica de derechos an- tidiscriminatorios —raciales, de género, de migracién, etc. en la que se modulan las hablas de la democracia y por lo tanto los modos de relacién politica, y a veces juridica, de la inclusién de- mocratica. Ese pacto es lo que aqui se quiere erosionar; es en re- lacién a los derechos humanos que estas enunciaciones disputan el campo de lo decible democritico. Y esa erosién, quiero sugerir, marca un momento limite de cierta idea de la democracia y de su capacidad para absorber los conflictos generados por el orde- namiento neoliberal de lo social. Es la conciencia democratica que surge como contrapartida al terrorismo de Estado lo que aqui se contesta sistematicamente, Los Diarios del odio se enmarcan claramente en esta dispu- ta. No se trata solo de la cuestién de los derechos humanos como uno de los temas del odio; lo que estd en juego es el se- dimento mismo de la democracia argentina, construida en el repudio al genocidio que la antecede. Ese repudio se vuelve ob- jeto de burla y de descarte discursivo: “No valés ni un solo de- recho humano”, le dicen al “negro KK”, y con ello, una cierta idea de la democracia fundada sobre el horizonte de los dere- chos humanos. Por su parte, Odioldndia habla de “esas larvas de los derechos humanos”: aqui los derechos humanos se ani- malizan: “larvas”, marcandolos también como el simbolo de un pacto legal que debe ser barrido. Significativamente (aunque, repito, con distintas intensidades en Argentina que en Brasil) los derechos humanos se registran como el (quizé tinico) freno efectivo para estas fantasias de limpieza social: los derechos hu- manos, entonces, como marcador de un pasaje o una confron- tacién entre versiones o ideas de la democracia. Entonces, la novedad que registran estas instalaciones es que estos lenguajes de deshumanizacién —que obviamente no son nada nuevo— empiezan a formar parte de los modos en que se imagina, desde estas nuevas esferas publicas, la democracia misma; no se quieren el opuesto de la democracia, las hablas 54 imcerdictas del pacto democritico, sino que reclaman los espa- ios de la democracia para re-trazar el horizonte de los iguales, sus limites y sus segregaciones; ese ¢ su desafio y su transgre- sidn. El coro de voces que se retinen en estas instalaciones tra- zan el espacio de lo coman a partir de la segregacion de los “ne- gros”, de los cuerpos trans, de los “zumbis”, etc. ¥ que hacen se esa segregacién de cuerpos, porencialmence infinita, el fun- damento de su comin imaginado. La novedad que registran estas escrituras del odio es que la performance verbal del racis- mo y del masculinismo —que fueron niicleos antidemocraticos durante décadas— empiezan @ funcionar hacia el interior de lo democratico en la figura del “foro” publico.” Consecuentemente, lo que aqui se registra €s el momento en ef que las precarias matrices cfvicas que operaron como funda- ‘mento de la imaginaci6n democratica en ‘Argentina y Brasil 12 Fata rensién en tomo a lo democrético (ante hhablébamos de una demo- cracia por segregacin) 0 a irrupeidn de Fuerza no democriticas puede leerse, siguiendo el argumento de Wendy Brown» alrededor del araque a “lo social” como tal, que para ella cs la naturaleza de la vveanzada neoliberal: “El araque neoliberal ‘lo social es clave para generar una culrura “antidemocritica desde abajo a la ver que construyey legicima formas de poder esatal antidemacriticas desde arriba. Ja sinergia entre ambas es profunda: una judadania crecientemente no-demo- caitica y antidemocritica siempre mas dispuesta aautorizar un Estado creciente- renee antidemocratic” [“The neoliberal attack on the social [...] is key to gene- rating an antidemocratic culeure from ‘below while building and legitimating cidemocraic forms oF state power from above: The synergy between the wo is profound: an increasingly undemocratic ‘and antidemocratic dtizenry is ever more willing to authorize an increasingly vrridemocratc state”) (Brown, ob- cit P- 28)- Ta presi sabre lo democritic, entonces «PAS de un recorrido més amplio reas écicas a tavs de las cules el neoliberaismo api? disolver lo social, » eamontar laos ye tgido mismo de lo que lanamos sociedad y a liquidar ese terreno que en Améfica Latina todavia sigue gems Y articulando luchas ¢ ima~ ginarios Ia “justicia social”. El odio, de modos bastante inequivocos, ¢s uno de Pevronosy ls via para ee desfondamiento dela social como tejido deo colec- tivo y horizonte de lo politico. 55 desde las transiciones postdictatoriales buscan ser dlesfondadas a partir de un nuevo permiso compartible (“viral”) de unas escri- turas anénimas circuladas en torno a grandes medios de difusion y tedes sociales. Ahi se lee la emergencia de las enunciaciones y subjetividades que buscan sacarse de encima la interpelaci6n ét- ca de los derechos humanos, adaprarse a las exigencias de una desigualdad social que se percibe como definitiva, y que movil a marcadores biopolitcos y afectivos come los simbolos para las “guerras de subjetividad” que modelan lo social. Subrayo: el odio aqui emerge como desafo del pacto democni- tico heredado y como imaginacién de una democracia Por segrega- Gion, y empicza a articularse en estas escrituras infimz , plebeyas, asintacticas, iletradas (en contraste evidente con la tradicién “le. ada” latinoamericana, aunque se la invoque como memoria ci- vilizatoria), en estas voces exasperadas y andnimas. El odio es- rito, entonces, trastoca los pactos de lo decible, y al hacerlo transforma el terreno mismo de lo piblico democritico: relanza ala vez los modos del decir y los modos de lo piiblico. EscriTuRAS PERFORMATICAS El odio politico es, fundamentalmente, cinulacién, Se mueve y se adhiere, como dice Sara Ahmed, entre superficies;"" busca demarcar un colectivo a partir de un odio comtin, No siempre lo puede hacer, pero su impulso es el de operar como contagio, Tendemos a pensar el odio como un afecto individual, privado, a veces incluso secreto: nada mas alejado de sus efectuaciones contemporineas. El odio ¢s aqui compartible, se quiere capar de producir lazos en su repudio de unx “otre”, y de lo que ese ® Sara Ahmed, The Cultural Politics of Emotion, Londres, Routledge, 2004. cuerpo representa 0 encarna. El odio quiere hacer mundo co- ectivo, que puede durar un instante, pero eso no importa: quiere trazar las coordenadas de un comin a partir de la segre- gacién de unx “otrx’ siempre demasiado proximo- Su lema fun- lamental podria ser: que ee 0 63a (0 eo, porque el odio deshuma- niza) desaparezca de mi vista, para fundar sobre esa desaparici6n vin territorio comin, Ahora bien: esta naruraleza contagioss de odio ihumina dimensiones decisivas de las escrituras que convo- ca. La pregunta por Ja escritura que surge en estos materiales, estas escrituras que se imantan en torno al odio, es clave no so- lamente porque sea un “medio” de expresion de ese “ugly affect”, con toda la larga historia de odio escrito y ahora relan- zada en clave electrnica. El odio echa luz también sobre la re- configuracibn dc la naturaleza politica dela escritura Hay algo central de la escritura (no de la escritura electronica, o de las vevtes sociales: de la escritura en genera) que, quiero sugeris se vctiva en estos enurtciados del odio. Dos puntos principales en torno a esto. En primer hugar, esta circulacién y contagio del odio pasa por una intensidad afectiva muy alta (Butler habla de “excitable speech’, esta capacidad de irritaci6n, de estimulo directo del enunciado de odio). Esta intensidad, en el caso de la escritura “recteéniea, se potencia dada la naturaleza elétrea de la exer tura: el odio que es corriente afectiva, un afecto hdptico que re- corre la red, que pasa por conexiones ¢ imagenes transmitidas cecuBnicarnente y que va directo al cuerpo. Las figuras del odio aqui estin hechas de retransmisiones “viralizadas’, que pasan por Tee clicks, por “posteos”, por los foros y sus “cadens”, todo ese vmniverso idetil o hiptice que es et de laescritura electrOnica. Odio “en cadena” de transmisién: produce subjetivaciones ¢ imagina- rios de comunidad porque ¢s un afecto transmitido, “viralizado”, que opera por vias eléctricas: toca, circula, postea, reproduce. Y quees fandamentalmente manual y tic: clckeas, pear Pos tear, en un lenguaje en el que Jas palabras se dejan clivar hacia lo 57 que aqui resulta absolutamente fundamental: el gesto, es decir, el li- mite con el cuerpo. La escritura electronica es una escritura de ges- tos, que pasa por las manos ( & & &@ 6) y por los rostros (© © @ QBS: un teatro mimiisculo y proliferante de los cuerpos en la escritura. Este umbral del gesto, analizado por ‘Ana Kiffer como umbral de emergencia de nuevas subjetivida- dies, aqui se enlaza al terreno de la escritura e ilumina una nue- va contigitidad entre cuerpos, afectos y sentidos. El gesto a la ver como inscripcién y como escritura performatica, desde donde se desplazan los modelos unificadores de discursos co- lectivos que matrizan la discursividad politica clisica. ‘A esto se suma, evidentemente, el anonimato: son lengua- jes y afectos colectivizados sin rostro (sin poner la cara, como cuando hablamos) y sin poner la firma, o alguna forma de responsabilidad autoral. El medio electrnico potencia el ano- nimato a escalas insospechables una década atrés, y desde ahi se realiza en esa figura del no-rostro y de la no-firma, ese no- autor que ¢s el comentarista online y, luego, el troll y que, pa- radéjicamente, pasa por y toca los cuerpos. Ese enmascara- miento que es propio de estas escenas de escritura electrénica, va directo al cuerpo: no pasa por el “yo”, por el sujeto como figura piblica, sino por esa figura andnima, esa figura del cualquiera, que permite el enunciado de odio. Un circuito impersonal y colectivo: del anonimato al cuerpo. Ese es el cir- cuito del odio. Esa contigiiidad entre lenguaje y gesto, o entre escritura y gesto, se escenifica en Odiolndia en una andanada contra Marielle Franco, justificando su ejecucién por ser defensora % Paola Cortés Rocea lee esta figura del “cualquiera” en materiales con- temporineos, incluyendo los Diarios del odio, en “La basura de la lengua", presentacién en el Congreso Latin American Studies Association (LASA) seccién Cono Sur, Buenos Aires, julio de 2019. 58 del aborto legal y parte de una banda de “bandidos”. Alli se arma una continuidad entre palabras, rostros y revélveres: By Cup oud rune UE PUNY, Umea ne Bun ee Todos os politicos séo bandidos, e bandido bom é bandido morte! @ @ROROVOVO . A nica coisa que os esquerdistas querem é dimi- El emoji ha sido pensado como un producto nitido del “ca- pitalismo afectivo”, donde un modelado de las emociones busca normalizar los flujos estandarizando la inscripcién del afecto en el enunciado.® Lo interesante aqui es que ese affective labor se con- juga hacia la guerra, en esa secuencia —de sintaxis bastante clara, donde incluso hay lugar para el/la enunciadora (y quizé enunciatario/a)— en la que el emoji teatraliza la fantasia de exter- minio o de limpieza social: “Bandido bueno es bandido muerto”. El emoji aqui da permiso para la risa, para cierto pacto que levan- ta cualquier barrera ética ante la muerte: una muerte deseada insignificante, Esa modulacién viene como gesto que modula los enunciados y se ubica, creo, en ese umbral liminal, ambivalence, fluido entre palabra y cuerpo que es donde pensamos los afectos y que en la escritura electronica adquiere una visibilidad grafica y una centralidad nueva. El emoji indica, ostensivamente (co- mo una especie de deictico), ese espacio “entre”. Si toda escricura es canal de afecto, la escritura electrénica en su encuentro con el odio hace de ese trifico una funcién principal: la escritura como canal de estimulo corporal, de friccién con el limite del cuerpo. La clave de sentido, dicho de otro mado, pasa por esta * Luke Stark y Kale Crawford, “The Conservatism of Emojis: Work, Affect and Communication”, Social Media + Society, julio-diciembre de 2015, pp. I-11. 59 nueva centralidad del espacio y la conexién entre escritura. y cuer- po (es una escritura inseparable de su fuerza de initaciin coxporal). Esto encuentra su punto de dramatizacién histérica. Dado aque esta centralidad del afectoy de la conexi6n escritura/cuer- po adquiere nueva pregnancia cuando pensamos en la signi- ficancia que alcanzé en la campaita de Bolsonaro el gesto del revolver o la metralla como simbolo de la afiliacién a este can- didato: la performance del gesto activa un modo de funcio- namiento del lenguaje en el que la palabra necesita de modos csenciales al gesto, como si ese anudamiento entre palabra y ges- to fuese el canal para una politica que hace del afecto su princi- pal contenido. Bolsonaro gan una campatia electoral hablan- ‘do Jo menos posible y reiterando, de manera rautolégica, este gesto. Esa contigiiidad entre palabras, imagenes y gestos es, reo, nueva, y le imprime no solo una tonalidad sino un “cam- po de resonancia” a la escritura que necesitamos repensar, por- que ahi se jucga la intensidad afectiva que pareceser distinti- va de estos circuitos electrénicos de lo escrito y desu capacidad para remodelar lo piiblico. En segundo lugar, las instalaciones trabajan con la dimen- sién performdtica de la escritura electronica, especialmente su desestabilizacién de la distincién entre lo oraly lo escrito, Qué se dice oralmente, qué de lo oral (y cbmo)pasa2 la es- critura, cudles son los registros de lo oral y de losscrito, y las jecarquias y universos culturales que se juegan «ese dstin- cidn: la escritura electronica es un dispositivo dsclasifcador formidable de esas distinciones y de los ordenartientos que se juuegan alli. Lo que antes pertenecia al reino de bhatdo, lo susurrado, el murmullo colectivo, lo que se diceyse wpite en la oralidad y circula “de boca en boca” se refomula,con el surgimiento de los foros online, como registrodeexzitura, que se archiva, deja huella “objetiva” y circulabjo k figura de lo viral y la cadena de mensajes. Lo oral sewelve huella reproductible: el estilo indirecto libre, que es popio de todo 60 agenciamiento colectivo de enunciaci6n, se vuelve huella “ob- jetiva’, rastreable: el murmullo anénimo verifica la memoria de su circulacién, de repeticién y eventual viralizacién. La re- productibilidad se vuelve archivo y acumulacién. Es una escri- tura rastreable en sus itinerarios y circuitos. En esa acumula- cién, como deciamos al principio, un agenciamiento colectivo de enunciacién encuentra su dispositivo tecnolégico 0, al se articula en la inmanencia de un agenciamiento en proceso de formacién. En todo caso, una cierta co-formacién entre una tecnologia de escritura y un lu- gar de enunciacién exhibe una novedad histérica: la de ar- chivar el rumor, la de hacer de la variacién propia de la ci culacién de la palabra un volumen “objetivo” que deja huella. El rumor se vuelve escritura viral: ahi se constituye una nue- va forma de lo colectivo. revés, una tecnologi Ese pasaje de lo oral a lo escrito es fundamental por un motivo muy especifico: alli se conjuga un permiso para decir lo interdicto, para escribir lo que antes se decia “a medias”. Y se conjuga una masa discursiva, un archivo y un agenciamien- to colectivo de enunciacién a partir de una tecnologia de lo escrito que permite consolidarlo. Esto es clave: un permiso cultural a partir de una configuracién politica y tecnolégica de la escritura. Yala vez, esa desestabilizacién de la frontera entre oral y escrito abre nuevas modulaciones de los tonos y los énfasis (singularmente relevante para estos enunciados exasperados, donde el insulto es un elemento central). Lo performatico: el gesto y la voz; eso es lo que encuentra una nueva expresividad ‘en la escritura electronica. Alli se juega lo que podemos llamar “campos de resonancia” de lo escrito: modos de interfaz entre Ja escritura y el rumor social, el murmullo de las voces que encuentra aqui una linea de pasaje nueva a la escritura, 61 PEDAGOGIAS DE LO PUBLICO: LAS PALABRAS ¥ LOS CUERPOS, En las escrituras del odio resuena un llamado recurrente, incluso sistemdtico, que es quiz su principal contenido. Ese llamado tie- ne que ver con o priblico, con sus espacios y sus demarcaciones. Las escrituras del odio que se exhiben en las instalaciones que dis- cutimos tienen un gesto compartido, casi obsesivo: e! de llamar a ordenar una calle que se llené de negros, travestis, nordestinos, putas, y un largo etcétera.* Es la calle como problema (y en el caso de Odioléndia, es la ciudad como el escenario para el llamado al orden). “Bs mucha gente invadiendo la ciudad y destruyendo todo por donde pasan. Invasién de casas, de fuentes de agua! Nosotros los paulistanos estamos perdiendo el control de nuestra ciudad”.” “Anoche te dejaron la ciudad/ y qué hiciste.../ La rompiste,/ y maltrataste a su gente/ robaste y no era comida’.** “1 EN MOTO ES ALERTA/ 2 EN MOTO ES REALMENTE PELIGROSO”.”” Una exhortacién recurrente a limitar y a restringir Ja vida pitblica recorre estos enunciados. El objetivo no es solo el cuerpo marcado del otro, es el cuerpo del otro en la calle y % Enel caso de Menos um es el campo, el mundo rural, el que debe ser ordenado, “limpiado”, para el orden y el desarrollo: “Mandenflos] a Sao Pau- loa trabajar de sirvientes y dejen que el sur de Bahia se desarrolle” (“Mande para Séo Paulo trabalhar de servente ¢ deixa o sul de Bahia desenvolver"|. ” Odiolandia, ob. cit., p. 27 [“E muita gente invadendo a ciudade ¢ des- truindo tudo por onde passam. Invasio de moradias, de mananciais! Nés pau- listanes estamos perdendo 0 controle de nossa cidade” % Diarios del odio, ob. cit., p. 41. » Ibid., p. 36. en un plano de igualdad con quien enuncia: lo que se odia es la proximidad y la igualdad entre cuerpos que se figura alli. Porque aqui emerge lo que es quiz4 el trabajo fundamental del odio: el de regular y disciplinar el espacio priblico, el terreno en el que se define lo piblico en democracia, y donde se deba- ten y se actian los planos de igualdad en el universo demo- cratico; lo piblico no solamente como lugar de la concurren- cia colectiva, donde los cuerpos acuden para trazar las fronteras del mundo en comin, sino como el terreno mismo de per- formance y disputa de igualdad democratica. La calle epito- miza ese espacio ptiblico: es su metéfora pero también su terre- no real de despliegue. El odio quiere que la calle se limpie y se vuelva transparente a los cuerpos que “le corresponden’, que esa inestabilidad que viene con la proximidad de cuerpos racializados y sexualizados se convierta en la tautologia don- de cada cuerpo ocupa “su lugar”. Y “su lugar” es, podemos pensar, el mundo privado: el trabajo, la casa, Ja no participa- cién en el mundo compartido. Que las mujeres vuelvan a las casas, que los “negros” ¢ “indios” vayan a trabajar, que los “viciados” vuelvan a su Nordeste natal, etc. Que estos cuer- pos no hagan lo piiblico, que-no sean publics. El odio aqui es privatizador. es politico porque es una forma de intervenir sobre lo puiblico y devolver ciertos cuerpos al dominio de lo privado (esto es: a la reproduccién social —las mujeres~ y/o la reproduccién del capital -Ixs indixs, Ixs negexs, Ixs traba- jadorxs, etc.).!° 4 Ep su Odio a la democracia, Ranciére argumenta que el odio a la de- jin primera del gobernante y del mocracia sirve para conjurar “la indist gobernado, que se da a ver cuando la evidencia del poder natural de los me- jores o de los mejor nacidos se encuentra despojada de sus prestigios; la au- sencia de titulo particular para el gobierno politico de los hombres reunidos, sino precisamente la ausencia de titulo. La democracia es, antes que nada, esta condicién paradojal de la politica, este punto donde toda legitimidad 63 Las escrituras del odio quieren retrazar asi las fronteras de lo ptiblico, reordenarlas, reforzando su distincién fundante con lo privado. Y quieren suprimir el desorden, la disputa que toda lucha por la igualdad introduce entre las palabras y los cuerpos: que cada cuerpo esté donde le corresponde y en el nombre y la identidad que le pertenece. Fl odio tiene, quiz curiosamente, vocacién de transparencia: contra la inestabi- lidad democratica inyectada, siquiera moderadamente, por las experiencias politicas de las primeras décadas del siglo xxt, estas escrituras sueiian con una nueva ecuacién, rigida ¢ inequi- voca entre las palabras y los cuerpos.! Ahora bien, este foco en lo piiblico, en sus formas y recon- figuraciones, es indicador del terreno, mas vasto y multidi- se confronta a su ausencia de legitimidad ltima, ala contingencia igualitaria que sostiene la propia contingencia no-igualicaria”, Este odio a la democracia: contintia el argumento de Ranciére, adquiere en el presente una nueva confi guracién: el poder de los ricos no admire trabas a su crecimiento ilimitado. Absorbié el poder estatal y no reconoce ninguna contrafuerza que lo balancee y lo limite, Poder de la riqueza y poder estatal “se aplican conjuntamente para reducir los espacios de la politica”. Ver Jacques Rancire, Odio a la democre cia, trad. Irene Agoff, Buenos Aires, Amorrortu, 2006, p. ® En “Ha muerto el troll”, un poema exacto ¢ iluminador —que ademas circulé primero por Facebook, Carlos Rios dramatiza una jerta venganza de la calle sobre el mundo online encarnado en la figura del troll. En el poe- ma, el troll abandona su cubiculo para ir a comprar una hamburguesa —pasién material si la hay— y es arrollado en la calle por un colective: Tardé en llegar a su cubicu- lo, mejor dicho nunca llegé: Ja sangre del troll fij6 en el asfalto la silueta de un mi fieco, algo contraida, dedos de formato irregular, produc- to del dele que te dele sobre el teclado de la notebook. 64 mensional, sobre el que se abren intervenciones, contestacio- nes ¢ invenciones decisivas en el presente. Porque aqui damos con una clave para ciertas practicas, 0 pedagogias, a la ver es- téticas y politicas, que podemos extraer y movilizar a partir de, y contra, esta luz contempordnea del odio. Pedagogias que pasan por los usos de lo escrito y su potencia de hacer piibli- co. Una clave que tiene que ver no solo con los temas, las fi- guras, los afectos que se canalizan y se circulan en lo escrito, sino en el poder que tiene la escritura para configurar lo pui- blico, para trazar nuevos circuitos, para reclamar espacios: para reinventar la vida piblica. Las culeuras antipatriarcales, feministas y Igtbq son, proba- blemente, el laboratorio més activo de lo puiblico en las demo- cracias recientes, justamente porque muchas de sus expresiones La calle (y el poema) se desquita con este personaje y su interfaz entre lenguaje y pantallas, entre computadora y televisién, entre el troll y la “viejita gquién tomari su caja de adjetivos que él sabfa colocar ‘an a me- nudo en la boca torcida de la viejita leuca en cu- ya identidad de tejedora y maestra de primaria se en- mascaraba? Apaguen esas méquinas, no hay nada que leer en tales imprecaciones que siempre son para uno, hoy todas para él. En el “apaguen esas méquinas” que resuena a lo largo del poema se lee ese punto limite, ese punto inconciliable entre las escrituras, las del poema y las del troll, esa guerra de escrituras que modcla afectos y cuerpos en el presente. Disponible en https://www.facebook.com/1 141968292/posts/10214 411819026260/?d=n 65 van mis all4 de los reclamos de igualdad juridica y apuntan a los modos de habitar lo publico, de ponerle el cuerpo (y de hacer cuerpo piiblico) y a la miriada de instancias en las que se dispu- ta la frontera entre lo ptiblico y lo privado; quizé el punto fun- damental del ferninismo, justamente, es el foco sobre la opera- cién de privatizacién y domesticidad como tecnologias de disciplinamiento de lo femenino. Por eso mismo, no es sorpren- dente que muchas de las interpelaciones mas agudas y mas po- tenciadoras en torno al odio contempordneo vengan del femi- nismo y del movimiento lgtbg. Y que en lugar de contraponerse de modos binarios al odio, trabajen sobre sus ambivalencias, sus puntos ciegos, sus lineas de inversién. Dado que ;cémo situarse en este terreno de disputa y emergencia de subjetividades que imaginan la democracia como segregacién y guerra permanente? No, seguramente, con unos textos sin odio, con escrituras del apaciguamiento y de la educacién de las pasiones civicas. Quiz un equivoco de nuestra época sea imaginar un sujeto democratico como tun sujeto “libre de odio”, capaz de sublimar sus pasiones en una practica de consenso y deliberacion, donde la escritura cumpliria un rol fundamental en esa educacién de los afectos para una civilidad abstracta o ideal. Pienso, al contrario, en escrituras que movilizan el odio como afecto politico para tra zar nuevos espacios compartibles, para producir otras image- nes de lo colectivo, como una suerte de contraofensiva de fuga, contra los usos del odio como reafirmacién de identids des previas, y pura restauracién imaginaria de un orden miti co. Un ejemplo claro viene del feminismo, no solo en térmi- nos de las enunciaciones que conjuga sino de sus modos de ocupacién de lo piiblico. “Al patriarcado lo hacemos concha’, se lefa en una de las marchas de NiUnaMenos (en la fig. 8, la escena de escritura de una pancarta por parte del colectivo La puta que te pard. Intervencién grafica previa a la marcha NiUnaMenos, octubre de 2016): Fig. 8 La “concha” como reinvencién y como destruccién al mismo tiempo, para odiar al pattiarcado, y para odiar al Macho, y ha- cer de ese odio linea emancipatoria, una mutacién de los cuer- pos (“hacer concha’) y de las subjetividades como ejercicio de imaginacién democritica. Donde lo que se odia es la gramdtica de violencia que es el patriarcado.” Y donde la escritura se si- tia de otro modo entre los cuerpos, en el espacio de la mar- cha, de la asamblea, aunque sin duda puede también pasar por el terrizorio electrénico y el foro virtual pero que en la marcha se conecta con el entre-cuerpos colectivo. Donde, en fin, la calle se vuelve el territorio de la escritura a calle como la inflexién colectiva de lo escrito— y no solamente el foro vit- tual o el mensaje viral como punto de detencidn o agujero negro de los lenguajes. Ahi la escritura exhibe el trazado de ® Pienso también en un texto de Mariana Sidoti sobre afectos feminis , Jos odiamos”, donde el odio aparece como la respuesta afectiva al pa a-sidotil tas: “ triarcado. Ver: hup://lobosuelto.com/si-los-odiamos-mari 67 una nueva enunciacién colectiva, un agenciamiento y una alianza que pasa por otros territories compartidos posibles, y que usa el odio al Macho para conseruirse. Aca hay una poé- tica y una politica del enunciado que pasa por la consigna, donde la gravitacién hacia la calle es central para instituir otro espaciamiento y anudamiento entre cuerpos y entre palabras, que son otros modos de habitar y de ocupar lo publico. Esto pasa por la capacidad para movilizar esa energfa afectiva sa- cndola del gesto especular del odio reciproco y proyectivo. Y donde se juega la invencién de un territorio colectivo nue- vo, que son nuevos modos de relacionar palabra y cuerpos, que trabajan sobre la reorganizacién de los nombres colecti- vos, por oposicién a los enunciados racistas, masculinistas, sexistas, que giran alrededor de la reafirmacién de identidades reconocibles y de ordenamientos de cuerpos legibles. Justa- mente, la vocacién fundamental del odio restaurador, como deciamos, es la de hacer ~incluso, 0 sobre todo, a través de la violenci — que sus palabras coincidan con los cuerpos: que el “negro” ocupe su lugar, que la “puta” se fije en el lugar que le esté reservado, que los “nordestinos” se vuelvan a su region, etc. Aqui, en cambio, aparece un afecto desestabilizador, por- que su objeto es el régimen que garantiza privilegios y lugares de cuerpos -el patriarcado—; un afecto que inventa lugares in- éditos de enunciacién, de saber y de accién, que en el caso de los feminismos que hablan en espafil y portugués ensaya una palabra nueva en espafiol o portugués que es “sororidad” 0 “sororidade”, cuyo “ruido” en las lenguas habla de la friccién que el feminismo trae a las palabras que son también nuevos modos de ocupar el espacio puiblico y de articular el lazo po- \itico. Esto pasa por una economia afectiva donde el odio, como dice Ana Kiffer, es capaz de descentrarse de su impulso de eliminacién del otro, y rearticularse como disputa a regime- nes de explotacién y de sumisién. En este sentido, Silvio Lang sefala que “el odio no es necesariamente de derecha. También puede haber uno democratico, popular, que permite ciertos vitalismos: sino hay odio de alguna situacién de saturacién de vidas explotadas o subsumidas, no hay coraje vitalista que intente modificar esa posicién. Asi que ponemos el odio en juego como pasi6n politica universal”. Més que la negaci6n y la expulsién del odio como pasién baja, reactiva, una capaci- dad para reinscribir al odio y descentrarlo hacia regimenes afectivos capaces de reclamar y reinventar el terreno mismo de lo ptiblico por fuera de las retéricas dadas del consenso. Regimenes afectivos capaces, dicho de otro modo, de dispu- tar los pactos de dominacién y reorganizar los terrenos, los circuitos y las interpelaciones donde tienen lugar las luchas por la igualdad: esa es la potencia de lo piblico, y ese es el terre- no de una politica de la escritura. HACER PUBLICO El odio tensiona la idea misma de lo publico: disputa, como dijimos, los limites de lo decible y lo inteligible, pero al ha- cerlo transforma también los modos de relacién entre palabras y cuerpos y la forma misma del entre-cuerpos que es lo que llamamos “espacio ptiblico”. Por eso mismo interesa interro- gar estas prcticas de escritura que, como las de las instalacio- nes que venimos discutiendo, capturan o potencian el impul- so desclasificador formidable de lo electrénico o digital para intervenir sobre las propias condiciones de circulacién y sobre la vida publica de lo escrito, y su modo de ubicar palabras en- tre los cuerpos. © Silvio Lang, “El odio como pasién politica universal”, disponible en: hhups://www.pagina l2.com.at/43213-cl-odio-como-pasion-politica-universal. 69 Volvamos brevemente a las tres instalaciones. Por un lado, como sefialamos, exhiben los lenguajes colectivos del odio: ponen sus piiblicos ante estos enunciados brutales vueltos archivo masivo, donde el efecto de imagen de lo so- cial es revelador. Entonces, mostrar los enunciados de odio como postal intolerable de lo social. Pero las instalaciones hacen algo més con la escritura. Jacoby/Krochmalny invita- ban a amigxs y visitantes a escribir en carbonilla los enun- ciados del archivo del odio: en el muro fisico, en carbonilla, acontrapelo del muro online (fig. 1). ¥ en el gesto de “enun- ciar” el odio, de “sumarse” al coro de odiadores, haciendo lar, en su repeticién, al enunciado del odio, a la vez que le devuelven cierta condicién manual, efimera, y que los re- ubica entre cuerpos presentes, a diferencia del espacio virtual os del foro online. Sitéan la escritura en ¢l medio de los cuer- pos: la reinscriben en una contigiiidad fisica y material. Bei- guelman, por su lado, dispone estos enunciados en su at- moésfera aural, en la referencia inmediata a la voz y al cuerpo en la escena de la invasién policial, restandole las imagenes. Y Stigger, al revés, reinscribe la contigiiidad entre escritura ¢ imagenes dandoles el sonido del disparo (a la yez de la cé- mara y del arma), donde las palabras adquieren la escala de su violencia y las confronta al relato de las victimas. Las tres instalaciones estan haciendo algo similar: reapropian y des- vian los enunciados y hacen que sus diversas materializacio- nes fisicas (la carbonilla, las pantallas, los libros, la proyeccién junto a fotografias) funcionen como ef agente de espaciamien- to que reparte, una vez mds, lugares de sujeto, posiciones de los cuerpos, modos de la voz y sentidos. No se trata solamente de la conciencia sobre el odio y su violencia, sino de la capaci- dad de la escritura para reorganizar los circuitos compartidos, para hacer puiblico. Escrituras que no se fijan en sus marcos habituales (el libro, la pagina), sino que adquicren multiples formas de existencia material —de publicacién— desde donde 70 intervienen y reinventan eso que es la potencia misma de lo escrito desde siempre: lo piblico, ese espacio, © mejor, ese espaciamiento frigil pero insistente en el que nuestras de- mocracias reinventan la posibilidad de una vida en comin. Unas escrituras que son inseparables de sus précticas de pu- blicacién, que se vuelven una suerte de “performances de publicacién” en Ja medida en que a partir de una nueva ca- pacidad para situar lo escrito entre los cuerpos canalizan una potencia de reinvencidn de lo piblico. Lineas de pasaje, ¢s- paciamientos: todo esto pasa por la escritura. Es precisamen- te ahi, en ese punto donde reaparece la capacidad de la es- critura para intervenir y para reinventar postbilidades de lo democritico en la inflexion rabiosa del presente: unas seri turas puiblicas que reinventen sus propias condiciones de circu- lacién y, al hacerlo, trabajan nuevos espaciamientos que son siempre nuevos modos de ocupacién -nuevos modos de poner el cuerpo, de expresarse, de subjetivar- sobre eso que llamamos “vida publica’. Lionel Ruffel argumenta, en este sentido, que en socieda- des matrizadas en torno a circuitos miltiples de interpelacion y consumo no puede seguir pensindose en términos de una “esfera publica” homogénea, estable, dada, de base letrada, modelada en culturas blancas y europeas, que concibe a lo impreso como su niicleo y su esencia, Por el contrario, dice Ruffel, el estudio de las culruras contempordneas (y, por lo tanto, de “lo conremporineo” en tanto que régimen de co- temporaneidad) implica leer movimientos por fuera de esa es- fera publica idealizada, en el terreno de una “arena conflictiva” hecha de una “multicud de espacios publicos” y que se des- pliegan por fuera de los circuitos editoriales tradicionales y en tension con el mercado editorial. “La publicacién’, sostiene, “est en vias de convertirse en uno de los conceptos clave de Jo contemporineo” (mientras que la “literatura”, en su acep- cién mas clésica, remitiria directamente a “lo moderno” por contraste a “lo contemporineo”). También argumenta que la reflexion sobre la “estructuracién del espacio piblico artis- tico” (que absorbe las formas previas de lo literario) se vuelve la tarea de las estéticas del presente, poniendo el foco, justa- mente, en la reinvencién de lo piblico. Lionel Ruffel, Browhaha, Les mondes du contemporaine, Paris, Verdier, 2016. © Por qué volver a pensar lo piblico en a inflexién del presente? Al menos por des razones fundamentales. En primer lugar, porque lo piblico es el lugar donde la interfaz entre lo subjetivo y lo colectivo pasa por formas de medialidad, es decir, por las formas de exposicién y de performance ante otrxs que son hete- rogéneas y miiltiples. Un lugar de interfaz. mévil, inestable, de fronteras porosas: Jo piiblico como tuna figuracién de lo que pase entre la dimensién de lo individual, personal, propio, la de lo colectivo, lo compartido o compartible, lo que es de rodxs y de nadie. Repensar lo piblico entonces implica ottos modos de concep- tualizarlo colectivo a partir de instancias més licas, efimeras, méviles, a con- trapelo de nociones ms estables y sedimentadas como “sociedad” o “comunidad’, 0 incluso “comiin”. Lo piiblico es performativo, episidico, hecho de configu ciones méviles que se hacen y se desarman: esa movilidad interesa para pensar di- ndmicas de lo contemporineo. Pienso, en tal sentido, en la nocién de “contrapii- «” en Nancy Eraser y Michael Warner, como invencién anti-normativa de piblicos y de modos de existencia publica por parte de culturas subalternas o di- sidentes, feministas y queer. Ver, en tal sentido, Michael Warner, Publies and Counterpublics, Cambridge, Zone Books, 2002. En segundo lugar, y quiza de modos mas decisivos y claves, porque lo pui- blico es la instancia donde se disputan y sobre todo se desnaturalizan las jerar- quias sociales y politicas dadas, y por lo tanto donde se disputan nuevas formas de igualdad. Este es el argumento de Ranciére (ver nota 40), pensando justa- mente el “odio a la democracia”. Dice Ranciére: en la medida en que la demo- cracia corta todo lazo con la naturaleza para afirmar la legitimidad y autoridad de los que gobiernan (de los titulos, la legitimidad para el gobierno: los “bien nacidos” —los que vienen con el poder desde la cuna-, apuesta a ensanchar la esfera piblica, que es “una esfera de encuentro y de conflicto entre las dos légi- cas opuestas de la policfa y la politica, del gobierno natural de las competencias sociales y del gobierno de no importa quién”. Y sigue: “Ensanchar la esfera pit- blica [...] quiere decir luchar contra la reparticién de lo publico y lo privado aque asegura la dable dominacién de la oligarquia en el Estado y en la sociedad”. (Odio a la democracia, p. 46). Lo piiblico, entonces, como el terreno en el que 72 Si el odio contemporaneo tiene por objetivo, como sefialé- bamos, reclamar lo piblico, modelarlo y matrizarlo segiin una jerarquia y una segregacién sistematica en los que aparece ese “odio ala democracia” del que habla Ranciére, cabe pensar en unas escrituras puiblicas que le contraponen una reinvencién del terreno y la posibilidad de lo ptiblico, es decir, su existencia y su aparicién en nuevos circuitos entre cuerpos —en el temblor y la vibracién del entre-cuerpos-, alli donde pueden imaginar tun nuevo espaciamiento en comin, irreductible alas identida- des, a las formas, a las imagenes vigentes, dominantes, de lo colectivo. Escrituras que no se pueden desprender de su mate- tializacién en medios de publicacién, o que en todo caso se transforman junto a los soportes que no solo las ransmiten sino que las constituyen, medios y soportes que en su configuracién misma le dan forma a su existencia. La escritura se vuelve asi principalmente un hecho de publicaci6n, fusionada, por asi de- cirlo, a su medio, Y que al hacerlo pone en juego, una vez més, se disputan las formas “naturales” de autoridad y de gobierno, que se fundan en lainmanencia dela reproduccién. social y donde “lxs cualquieras” reclaman otros modos de autoridad y de legitimidad. Siguiendo este argumento, lo piiblico en- 0s tonces no es solamente el ejercicio de difusién y de construccién de mecanis de comunicacién colectiva y de participacién abierta, sino también (y quiz fandamentalmente) la instancia donde se disputan los lugares y los modos de autoridad y de legitimidad. Lo puiblico es el lugar de ierupcién de bss cualquie- rasy de sus légicas (sus lenguas, sus saberes, sus modos de poner el cuerpo entre o«nss) a contrapelo de las formas nacuralizadas de ls jerarquia. Lo piblico como desnaturalizacién de las jerarquias dadas: las modilidades por las cuales los que no tienen titulo de nada reclaman su participacidn. Lo publica, entonces, es el terreno en el quese disputan y se forman (ad- auieren forma es consttuyente) los planos de igualdad, el plano de los igua- les: el demos. Tiene poder formativo, de darles forma a Ixs iguales. Ese plano se le arrebata, dice Ranciére, a la inmanencia de la reproduccién social {los propietarios, los varones, los oligarcas: los gobernantes “naturales’) para abr ellugar a Ixs cualquicra, a os ilegjtimxs. Lo pablico como terreno en el que se orjan y se disputan, asi, las formas de la igualdad. 73 la naturaleza misma de lo piblico; pone la categoria de “pibli- co” en disputa material y conceptual. Las instalaciones llevan adelante esta operacién. En los Dia- rios del odio, pot ejemplo, las escrituras de los comentarios on- line en las paredes escritas con carbonilla, luego la conforma- cién de los poemas a partir del trabajo de edicién sobre un “parque textual” (segtin la expresin de su editor, Gerardo Jor- go) y el pasaje al dispositivo escénico y coral, en la puesta de Lang, que desestabiliza los modos de recepcién del piblico ante los enunciados cantados y bailados del odio. Son escrituras que se insertan de otros modos en los terrenos de lo piiblico. Capacidad de la escritura para investigar la ambivalencia de los afectos a partir de su repeti ny desvio en el ejercicio mismo de la transcripcién y la copia, en esa iteracién que es, para Derrida, la ley de la escritura: repetir y diferencias, separar todo si-mi: mo, producir espaciamiento y con ello nuevos umbrales de re- lacién, de exposicin, de existencia compartida. Escrituras per- formiticas y piiblicas, podriamos decir, que hacen explicitas como parte de su procedimiento la reflexién y la intervencién sobre el medio publico que las constituye y modula." LITeRATURA Y DERRAME Por eso mismo, la pregunta por el odio escrito va al nticleo de eso que llamamos “literatura”, si entendemos por literaria esa “ El caso del trabajo de Dani Zelko es ejemplar de esta prictica justa- mente porque también piensa estrategias para resituar el libro dentro de un circuito mas amplio, expandido, de circulacién de la palabra y de transforma- cién de las pricticas performativas de la escritura. Transcribir el texto de otro, producir un poema como espacio de encuentro, publicar como reunidn. Ver al respecto el proyecto “Reunién’ en hteps://danizelko.com/ practica del escribir en la que xs cualquieras dispuran el poder de enunciar, de apropiar las tecnologias de escritura y de rear- tiaular interpelaciones piiblicas y definir desde all el mundo en comin, La literatura, para volver a Ranciéte, como el “régimen del arte de escribir” que se conjuga en torno al “no importa (quién” de la esritura y la lectus y por lo tanto, en torno 2 la disputa y reconfiguracién de ese entre-cuerpos que ¢S lo piiblico. Es exe “no importa quién” de lo literario lo que se rmaina en estas instalaciones a partir de la escritura electro- nica; alli emerge el terreno -0 quizas mejor, el “tensor” de Ta lengua, una de sus lineas de deriva, por momentos mons- seuose a la ver que cotidiana y compartida— de wna literatu- ra hecha, justamente, desde su afuera, sin figura de “escritor” © de “lector”, sino con trolls, artistas, editores, directores de escena, producida en medios electrénicos, galerias de arte y escenarios diversos, y hecha con un tejido de voces anéni- vas. Las instalaciones funcionan aqui, en este sentido, como una suerte de laboratorio literario, donde los libros no son necesariamente la terminal o el punto final sino una secuen- via dentro de un espacio de escritura més amplio. Esta ca- pacidad de estas escrituras para resituar el libro como tna parte dentro de una prictica literaria més amplia donde el ¢je es la intervencion sobre y desde la escritura— es lo que, cxeo, aqui funciona como potencia de reflexion y expansién sobre el lugar y la naturaleza de las liceraturas del presente. ‘ahi se lee una inflexién contempordnea de la literatura, una literatura inmersa en las guerras de lenguas, voces y enun- ciaciones que recorren lo democratico y que opera sobre sus afectos para trabajarlos en su potencia publica y su politici dad, descentrindolos -como en el caso del odio— de sus pul- siones mis letales (Kifer). Una literatura hecha del despla- wvniento entre 10 oral ¥ 10 escrito, y que ilumina las formas gue en nuestra época piensan la disputa por lo decible, por los er nciados y las enunciaciones vilidas, por Jo inteligible politico: ese es el trabajo de lo literario en el interior de los lenguajes. Por eso Ranciére dice que el ser humano es un animal politico porque ¢s un animal literario: un animal con capacidad para operar en el exceso y la opacidad que desdibuja, todo el tiempo, los contornos del lenguaje. Ahi es donde el ruido se vuelve clave para pensar las tramas de lo publico.” Para terminar, una breve (y reciente) serie literaria. Hacia la vuelta del afio 2000, en ese terreno de deslizamientos y “des- clasificaciones” que fue la onda expansiva de la neoliberaliza- cin de los afios noventa, Josefina Ludmer hablaba de un con- junto de textos latinoamericanos en los que leia, o mas bien escuchaba, “tonos antinacionales”.* Tonos, decfa, en los que se renegaba de la nacién, donde la voz narrativa se ponia a tono con los imaginarios (y las violencias) de la globalizacién en curso. Estos textos —de Fernando Vallejo, Horacio Caste- llano Moya y Diogo Mainardi- operaban sobre una misma © Poner el oido: Gerardo Jorge, el editor de los Diarios del odio, escribe en su “Nota del editor”: “Es que este material no quiere scr solamente cl do- cumental de un procedimiento transtextual con valor politico y/o documen- tal sino que quiere ser leido también como “poemas” , poniendo el ofdo en la zona de ambigtiedad que los enunciados tienen y enfrentindonos a una cons- ratacién incémoda, que genera malestar pero que también nos empuja a po- ner en cuestién frecuentemente las categorias y pardmetros con que valoramos cl arte: la de que la lengua se encarama y adopta ritmos que la comunican por momentos con zonas vitales de nuestra literatura, incluso en la cloaca de estos comentarios” (Diarias..., p. 45). Las comillas que modalizan la palabra poe- ma en la cita son indicativas de este argumento: zona limitrofe encre lengua y literatura, entre ruido y forma, entre el “oido” y los “ritmos”, donde se fil- tran los derrames y las lineas de intensidad de un estado de lengua. * Ludmer, Josefina, Agu América latina. Una especulacién, Buenos Ai- res, Eterna Cadencia, 2010. estructura: la vuelta de un intelectual (masculino) letrado, li- terato, profesor, au pais de origen desde su vida en el Norte, Y encontraban la materia de su desprecio: el odio, el asco (que es el titulo del texto de Castellano Moya) ante el especticulo dle barbarie grotesca ~para ellos, que se ven como la Cultura aque veian en sus patrias y en sus pueblos. Escritores demasia- “Jo cultos, citan la lengua oral de sus paises, el habla del pue- blo, para mejor despreciarlos: exhiben la degradacién de la lengua como su mejor argumento para odiar a la patria. El cjemplo més nitido, claro, es Vallejo: el Gramitico y se oido puesto en el habla que daria Ia lengua. Se odia al pueblo en su lengua: odiar al otro (que es el compatriota con el que rompo filiaci6n: el ex-hermano) en su propia lengua. “Las escrituras de odio que se exhiben en la secuencia de los Diarios del odio, en Odioléndia o en Menos um, podemos pensar, operan exactamente al reve, Convvocan las lenguas brutales, vio- Jentas, obscenas que vienen de los foros online, lenguas plebeyas «en relci6n a la jerarquia de valores cultural reconocidos, para disputar los lugares de enunciacién legtimos, las enunciaciones sancionadas y validadas en las respectivas democracias, en sus eiifturas, Son lenguas y voces del desafio a un conjunto de nor- mas: la norma de la correcci6n verbal —cultivan la obscenidad, el snsulto, Ia violencia, el grotesco més abyecto- y la correccién po- Itica,2 a que constituyen como su enemigo fundamental, y que asocian sistemiticamente a los derechos humanos. Contra la nor- tna lingistice, contra la norma politica: lo ques incitaen esas lenguas del odio no es solo la violencia y el disciplinamiento de los cuerpos marcados; es también una disputa por jerarquias y pactos culturales que se desafian en la lengua obscena a partir de tea crispacién de los lnguajes que llamamos “odio”. Las esritu- ras del odio, entonces, podriamos decir, contestan y complemen- won fos textos “antinacionales”: sien estas obras que son, todavia, veronociblemente litrarias, ¢s el escritor el que desprecia al pue- blo, aqui son las voces no literarias las que les contestan a los x4 a lugares de autoridad cultural y politica. Lo interesante es que lo hacen desde afuera de \a literatura -son instalaciones artisticas: lo “inespecifico” de Florencia Garramufio— y desde los territorios electrénicos. Si las novelas de los “tonos antinacionales” eran, como bien lo reconocia Ludmer, un umbral limitrofe de una idea de literatura, que venia de la cultura letrada del siglo xx y que encontraba, en las “vueltas” de sus narradores, un ciclo terminal de su construccién, las escrituras del odio ya sittian lo literario por fuera de la tradicién letrada: en el cruce entre voces orales y escrituras electrénicas. Por eso se conjugan desde pricticas artis- ticas, desde la instalacién como “topologia” de lo contemporineo, en Ja que se mapean los tensores que recorren las voces y las po- siciones del presente: un reordenamiento de las relaciones entre practicas estéticas, lugares de enunciacién y construcciones de lo puiblico y lo comin. Una dimensién clave, sin embargo, es que en estas instalaciones que son, como decfamos al principio, maras de eco de lenguajes, en esa heteroglosia del odio no hay mediaciin de la figura de escritor. Sila instalacién es el equivalen- te contemporineo de la novela, como dice Groys, esa equivalen- cia tiene lugar aqui al precio de la figura reconocible, clisica, de escritor, que en cambio es ocupada por una diversidad de figuras: el artista, el editor, el critico, el curador, el comentador online, potencialmente el troll, etc. En esa recomposicién de la figura de esctitor se piensan nuevas modulaciones de lo escrito, precisa- mente en el momento en el que nuevas tecnologias transforman las enunciacionesy los circuitos de la escritura. Alli, interesante- mente, emerge la pregunta por lo literario: una préctica literaria sin Literatura, de escritorxs/escribas/transcriptorxs sin Escritor, de heteroglosia sin la Novela. Lo litenario como tensién en la dis- tribucién politica de las enunciaciones y de lo escrito: eso emer- geen el nticleo de estas instalaciones. Entonces, la pregunta por el odio escrito se resuelve, fi- nalmente, en torno a la pregunta por la relacién entre la lite- ratura y el odio como la pregunta politica clave. Dado que eso 78 que lamamos literario registra y activa en {a lengua las lineas de fuga de un orden social: \a instancia donde las sociedades dis- paran sus latencias y sus memorias virtuales, sus promesas de justicia y sus fururos fantaseados (que pueden incluir sus sue- fios de seguridad y exterminio), las lineas de derrame desde donde se deshace la postal fija de un orden dado. Esas lineas pueden ser activas o reactivas, hechas de multiplicidades he- terogéneas o de bloqueos y cristalizaciones, pero pasan sem pre por un cierto afuera de la vida social donde se suspenden identidades inteligibles, nombres reconocibles, sentidos do- minantes y compartidos. No tiene que pasar por el repertorio de los “margenes”, ni en las “voces menores” 0 subalternas, ni en los “cuerpos abyectos”: ese derrame nos atraviesa a todxs y nos enfrenta al umbral donde nos desdibujamos como sujetos reconocibles. Las escrituras de odio que se escenifican aqui marcan uno de esos umbral: las lineas de fuga de una sociedad, mas que un afecto indivi dual o personal. Alli el odio cumple una funcién fundamen- tal: registra el sismo, el temblor que recorre nuestras socie- dades, el desacomodamiento entre palabras y cuerpos que llamamos afecto y también politica. El odio nombra ese sis- mo: opera desde ahi y a la ver. reacciona contra él. Esa ambi- un umbnal histérico, colectivo, valencia ¢s su riesgo y su potencia. Esa ambivalencia lo arroja hacia micropoliticas reactivas, hacia lugares de sujecién ya disponibles, memorias fantascadas de un orden rigido y sus traducciones tantas veces letales, o hacia reinvenciones de lo colectivo, hacia nuevas configuraciones de lo publico. ¥ la es- critura es una herramienta de esa reinvencidn porque trabaja con y desde la ambivalencia que es especifica de los afectos: precisamente all la escritura encuentra, una ver més, st po- Iitica. La politica de lo literario es antes que nada una politica de la escricura capaz de reconocer, registrar y re-direecionar las potencialidades, las fuerzas ambivalentes y contradictorias, vitales o letales, productoras de mundoso abismales, que habitan 79 los afectos que nos atraviesan y nos empujan, siempre un poco a ciegas, hacia el préximo paso, hacia el salto al abismo o hacia la construccién de espaciamientos posibles. La escri- cura trabaja esa ambivalencia y desde ahi potencia su capaci- dad de modelar espaciamientos, de retrazar el entre-cuerpos en el que se gesta lo compartible y lo piblico. Esa capacidad para inventar espaciamientos compartibles, esas nuevas gra- miticas de lo comiin que aqui pienso bajo el signo de lo pui- blico, es el aliento politico de la escritura en sociedades don- de el mandato hacia la privatizacién y hacia lo privado se intensifica hasta el paroxismo. Ms que moralizar desde cier- ta altura y a distancia del odio (donde el que odia es siempre el otro, donde el odio siempre esta puesto afuera, como en un teatro proyectivo), la politica de la escritura pasa por la inmer- sién en ese fondo opaco, esa zona de riesgo donde se trabajan los derrames de lo social, y donde se puedan gestar lazos, nue- vas interpelaciones, nuevas configuraciones de la vida publica. En el corazén de ese impulso reencontramos la promesa misma de la literatura: la de la reinvencién de lo publico, ese entre-cuerpos miiltiple y heterogéneo, en el que se alberga, como un llamado incesante, la disputa por la igualdad. Esa practica, entonces, como pedagogia urgente y promesa ince- sante para este, nuestro instante de peligro. BrBLioGRaFiA Aumen, Sara. The Cultural Politics of Emotion, Londres, Routledge, 2004. Auuinz, Eric y Maurizio Lazzarato. Guerre et capital, Paris, Editions Amsterdam, 2016. BEIGUELMAN, Giselle. Odiolndia, Sao Paulo, n-1 edigdes, 2018. Brown, Wendy. In the Ruins of Neoliberalism. The Rise of Antidemocratic Politics in the West, Nueva York, Columbia University Press, 2019. Corrés Rocca, Paola. “La basura de la lengua”, presentacion en el Congreso Latin American Studies Association (LASA) seccién Cono Sur, Buenos Aires, julio de 2019. 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