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8. NACHT EL PSICOANALISIS, HOY M. BOUVET, R-DISTKINE, 4. DOUMIO, J FAVREAU, M, HELD, 8, LEBOVICH UQUET, P: LUQUET-PARAT, P. MALE, a ‘MALLET, F, PASCHE, M, RENARD. Prefacio de B, JONES TleminesFeicanaitin por ‘BRACHFELD ‘TOMO PRIMERO LUIS MIRACLE, Eprror - BARCELONA. La terapéutica psicoanalitica Por S. NscHT EVOLUCION DE LA TERAPEUTICA PSICOANALITICA ‘Avordar sin més la terapéutica analitica, tal como se la compren- de y practica hoy dia, sin recordar sucintamente el camino recorri- do desde su punto de partida, no nos darfa una justa perspectiva. No queremos, sin embargo, trazar aqui un cuadro general de la ‘evolucién de la terapéutica psicoanalitica: ello seria como trazar a propia historia del psicoandlisis, siendo la terapéutica psicoanalitica el camino de coyuntura y de fusién de todo cuanto se ha descubier- to y construido en materia de psicoandlisis, tanto sobre el plano teérico como sobre’el técnico. Debemos, pues, limitamos a recordar las etapas principales de una evolucién que se prosigue desde hace ‘mds de sesenta aos. El primer descubrimiento de lo que debia ser el punto de partida del psicoandlisis, como se sabe, no pertenece a Freud. Fué Breuer, en Viena, en 1881, y Janet, en El Havre, quienes hicieron casi si- multéneamente el mismo descubrimiento. Pero uno de ellos, Janet, ublicé en 1889 E/ automatismo mental, mientras que Breuer habia de esperar el impulso y Ia colaboracién de Freud para publicar @ su vez sus Estudios sobre la histeria, en 1893. El descubrimiento consistia en esto: los sintomas histéricos pare- cfan ser debidos a acontecimientos penosos, soterrados en el enfér- mo en un olvido profundo, Reavivar aquellos acontecimientos 156 ‘TTERAPKUTICA PSICOANALITICA fen el enfermo, su reaparicién en 1a memoria, provocaban la des: aparicién de dichos sintomas. Aquel «rememorar» se operaba gra- cias al estado de hipnosis y se acompaiiaba de importantes reac- ciones emotivas, de descargas nerviosas, He aqui Io que escribfa Janet: Seria preciso recorrer toda 1a patologia fisica para mostrar los desdrdenes que produce un pensamiento excluido de 1a conciencia personal. La idea, como un virus, se desarrolla en un lugar de ta persona que el sujeto no puede alcanzar, perturba su conciencia y provoca todos los accidentes de ta histeria y de ta locura (El auto- ‘matismo mental). Y¥ leamos ahora a Freud (1895) (se trata de Ja teoria segiin la cual los sintomas son debidos a acontecimientos olvidados — teoria expuesta en los Estudios sobre ta histeria, publicados en colabors- ién con Breuer, en 1893) Ella aclara ta génesis de los sintomas. ¥ haciéndolo, subraya 1a significacin de 1a vida afectiva, ta importancia que hay en dis tinguir entre acto inconsciente y acto consciente. Introduce un factor dindmico haciendo nacer el sintoma de ta acumulacién de un ‘afecto, y un factor econémico al considerar el mismo sintoma como ef resultado del desplazamiento de una masa energética, empleada de ordinario de otro modo. Breuer denomind a nuestro método «catdrtico»; nosotros le di- mos por objetivo terapéutico el volver a caminos normales, «a fin de que pueda discurrir» (1), la carga afectiva empafiada por falsas ve redas, ¥ que por ast decirlo estaba «atrapada>. A qué recorgar con comentarios superfiuos estas pocas lineas de una perfecta claridad? Contienen, en bien pocas palabras, las ideas fundamentales sobre las cuales habfa de edificar Freud su obra. Ob- servemos solamente la explicacién te6rica del efecto terapéutico, ex: plicacién inspirada en el «principio de constancia» de Helmholz- Fechner que hacia ley en la época, en materia de fisica y de fisiologia. Es acaso el prestigio de esta ley, o el prestigio que Freud le otorgaba, lo que parece explicar por qué centré éste durante una veintena de afios los esfuerzos terapéuticos sobre la rememoracién de recuerdos olvidados, antes de darse cuenta un dia de la vanidad de sus esfuerzos, como mis adelante lo veremos. Pero no anticipemos. Durante més de diez afios, Freud habfa de someter a sus enfer- mos en estado de hipnosis, a la bésqueda de recuerdos que pudieran haber desempeiiado un papel traumatizante: su evocacién, acompa- (1) Destasedo por newts (N. de A.) EVOLUCION 157 fiada de descargas emotivas, era saludable. Los sintomas mejora- ban o desaparecian, provisionalmente cuando menos. Este fué el perfodo de Ia catarsis hipnética, reemplazada durante un corto periodo por Ia catarsis en estado de vigilia, Pero Freud ‘se percaté poco a poco de los inconvenientes que presentaba el :método hipnético: por lo pronto, no eran hipnotizables todos los en- fermos y, ademas, los efectos terapéuticos no eran seguros, y sobre todo (prefigurando esto el descubrimiento fundamental de Ia trans- ferencia) el estado de dependencia asf creado en el enfermo frente a su médico, era engorroso. Es por estas razones por lo que Freud fué inducido a renunciar a Ia hipnosis. * Vino seguidamente un corto periodo en el que los enfermos, por presién del médico, fueron incitados a hallar recuerdos olvidados, aplicndose a ello deliberadamente en estado de vigilia (catarsis, despierta). Freud abandond pronto este nuevo método; éste, sin embargo, le permitié descubrir la fuerza de las resistencias que el sujeto oponia a esta rememoracién, ‘Imaginé entonces que podia franquear este obstculo por el mé- todo de las asociaciones libres: el enfermo era invitado a suspender todo control de sus pensamientos para expresarios a medida que le acudfan a la mente, (El psicoandlisis de Freud, 1904.) ‘Un nuevo periodo de investigaciones técnicas se abria asf, ¢ iba ‘a proseguirse hasta 1914, El método de las que debe adoptar como regla simétrica a la «regla funda- mental» a la cual est4 sometido el enfermo. Es facil ahora representarse una imagen de lo que debfa ser el tratamiento psicoanalitico en aquella época: el enfermo era invita- do a someterse a Ja «regla fundamental», consistente en decir todo cuanto le acudia a la mente sin ejercer control sobre sus pensa- mientos; el médico debfa escucharlo adoptando la actitud dicha de eatencién flotanter, es decir dejindose llevar también por tas ideas {que hacian surgir en él el discurso del paciente. El material recogido cen estas condiciones, y las reacciones afectivas del paciente con res- ppecto al médico (transferencia), eran interpretadas por éste con vis- tas a una reconstruceién o una rememoracién del pasado. El levantar el cerco de la amnesia infantil, responsable de Ia neu- rosis, seguia subsistiendo como el objetivo esencial de la cura; ya fue era de ella sola, crefase, de lo que dependfa la curacién. Pero no iba a ocurrir ya lo mismo al aparecet el artfculo de Freud tite Jado «Rememoracion, repeticidn, elaboracidn» (1914). Este trabajo hhabfa de marcar por lo demés una etapa capital en el desarrollo de Ja terapéutica —y también de la teorfa— analitica En él se dice textualmente que el médico debe proseguir aquella accién de «levantar» la amnesia infantil j de la situacién ‘PRINCIPIOS Y MEDIOS 163 psicoanalitica, como «permisivo» y tranquilizador, su Super-Yo ten: Gera esponténeamente y sin otra intervencién, a suavizarse no poco, ‘a hacerse mas tolerante. Al mismo tiempo, el Yo, en un tal clima de seguridad, sin esperar a tener modificada su estructura, se env Jentonaré, comenzaré’a acoger las exigencias del Ello, a utilizar las fuerzas pulsionales que emanan de éste para obrar catia vez més y ‘mejor, aunque teniendo en cuenta las necesidades de lo circundante. ‘Si las cosas se detuviesen abi (y a veces asi ocurre), asistiria: mos a curaciones aparentes (desaparicién de los sintomas, por ejemplo) y sin duda efimeras, debido a ser obtenidas sin que se hhayan producido todavia las’ modificaciones dindmicas, estructi- rales y econmicas indispensables a una verdadera curacién tal ‘como Ia entiende el psicoandlisis. ‘Las modificaciones en profundidad no pueden obtenerse sino por la doble participacién del analista y el analizado en el pro- eso esqueméticamente evocado més arriba: un modo de cambios relacionales se crea entre ellos y constituye un segundo elemento de accion terapéutica, el cual viene a afiadirse al ya existente por el solo hecho de Ja situacién analftica. La intervencién del analista es Ia que, provocando las respuestas del analizado, obliga a éste & participar en Io que vive en el «clima» del anélisis. Esta-participa- ign explicitada del sujeto, coriscientemente vivida por él, es la que hhace posible las modificaciones del Yo, condicién esencial de una curacién durable, Pero precisamente esta misma intervencién de} sta y el «didlogo» que ella provoca darn nacimiento a los obs- tdculos que el enfermo opondré a su curacién. ‘Digamos, en suma, que el «clima» de la situacién psicoanalitica favoreceria por si mismo una tendencia esponténea, natural a la curacién por el eexterior» (haciéndose mejor el nifio al mejorarsé sus padres). Pero la curacién por el «interiom —la verdadera— tno puede obtenerse sino por una participacién consciente del su- jeto a esta especie de diélogo, participacién no solamente vivide por él, sino también explicitada, formalizada, actualizada, pensada, f fin de poder ser integrada dentro del Yo. El papel activo del analista es, pues, doble; por sus interven- ciones provoca en el sujeto reacciones que animan a situacién fnalitica con u contenido emotivo y afectivo, al mismo tiempo que debe, por sus interpretaciones, hacer accesibles estas reacciones al pensamiento consciente. Son estas «tomas de conciencia» suce- ‘sivas. las que a la larga determinan las modificaciones del Yo, que la cura se propone obtener. 164 ‘TERAPEUTICA PSICOANALITICA Pero, estas mismas reacciones, bien surjan esponténeamente en Ja situacién analitica sean activamente determinadas por la in- tervencién del analista, provocan en el sujeto resistencias que in- tentan oponerse a las tomas de conciencia, y por ende a la cura: cidn, El analista se encuentra pues parad6jicamente siendo la fuen- te de las resistencias opuestas a la curacién y también de, los medios de legar a ella. [Asi aparece su doble funcién en Ia evolucién de Ia cura: provoca la eclosion de estados emotivos, que analizados transforman el Yo, suscitando también una oposicin a ciertas de sus manifestaciones, (0 al anilisis de éstas. De ahf se encuentra curiosamente inducido a favorecer y a estorbar a la vez todo cambio posible del Yo, cuando menos en cuanto las resistencias no estén seriamente afectadas por el tratamiento, ‘La técnica psicoanalitica tiende precisamente a mantener un del andlisis es favorable a una cooperacién au- ‘téntica por parte del enfermo, es decir cuando las relaciones trans- ferenciales y contratransferenciales son tales que el sujeto se sien: te seguro, él mismo aprende a reconocer en la detencién de sus asociaciones la resistencia consciente, preconsciente o inconsciente que acaba de bloquearlo, esforzindose entonces en vencerla, bien sea directamente, 0 bien por el andlisis que él mismo es capaz de hacer, De todos modos, el resultado sera el mismo; habrén sido reconocidos, y después destruidos, modificados 0 reemplaza dos, mecanismos inadaptados de defensa del Yo. Un paso se hhabré dado entonees hacia Ia meta esencial del andlisis: la madura- ion del Yo por su reforzamiento. ‘Sin embargo, las modificaciones del Yo.—condlicién especial de Ja curacién—, no pueden resultar tinicamente de tomas de concien- ‘cia, por importantes que éstas sean. Podriamos decir por tanto que ‘cuando el enfermo logra conformarse en una justa medida a la regla fundamental, nos aporta un material necesario a I realizacién de las tomas de conciencia, y que cuando fracasa total o parcialmente, encuentra él mismo (u ofrece a su analista) una posibilidad dife- rente de modificar su Yo por Ia destruccién de sus defensas. tra regla muy importante concierne al terapeuta, la de la aten- cidn flotante, regla que es paralela a Ja fundamental. Su aplicacién apunta a situar al analista en una posicién que podria decirse ‘anéloga a la del paciente sometido a Ia regla de las asociaciones libres. El terapeuta, a su vez, debe ser capaz de escucharlo todo, sin 170 ‘TERAPEUTICA PSICOANALITICA prestar més atencién a esto que a aquello, y suspender su espiritu tritico que Ie levaria a interesarse més especialmente por tal « ‘cual parte del discurso de su paciente, Debe registrar todo, del mismo modo que el paciente debe expresarlo todo. Por ello se pro pone, en un primer tiempo operativo, comunicar a Ia vez con el inconsciente del enfermo y con el suyo propio. Debe ‘poder Hegar ‘ast él mismo a «asociar libremente» en torno al contexto propor- cionado por el enfermo. Solamente en un segundo tiempo, este trabajo irracional seré conceptualizado, adquiriré una forma y un sentido racionales y ocasionaré, eventualmente, una intervencién de su parte. Esta actitud del terapeuta, que ha de estar a la vez desligado y presente en la situacién analftica, es de una importancia fundamental, y es ciertamente la més dificil de comprender deste cl exterior por quien no ha hecho é1 mismo la experiencia. Exige de parte del médico una gran elasticidad interior inconsciente, ‘sobre todo con respecto al paciente y a la situacién analitica, y Supone en primer lugar que el inconsciente del médico es tal que constituye su mejor herramienta técnica, su mas seguro auxiliar. En el plano consciente, dicha actitud conduce a la segunda regla ‘que se impone el terapeuta: la de Ia neutralidad benévola, Esta re gla implica que el analista debe evitar toda respuesta afectiva para con su paciente, entendiéndose ello lo mismo sobre lo que mani fiesta que sobre lo que experimenta, Debe permanecer neutral, guardarse de todo juicio de valor sobre lo que el enfermo muestra, de toda participacién sentimental con respecto al drama que vive, y de toda reaccién personal frente a Jo que el enfermo experimenta y manifiesta a su respecto. Llevada al extremo, esta regla Mega a hacer del psicoanalista, como Io querfa Freud, un espejo que refleja pura y simplemente Jas proyecciones del enfermo. Tal actitud es necesaria, hasta indis- pensable en ciertos momentos de la cura, y a veces hasta a todo Jo largo del tratamiento, Pero aplicarla con rigidez y sin distincién f todas las fases del andlisis y a todos los enfermos, sin tener en cuenta sus particularidades, podria suponer un error y comprome- ter Ia curacién, tal como lo mostraremos més adelante. La actitud de perfecta neutralidad es ciertamente indispensable al desarrollo auténtico de Ia transferencia, Ella representa la condi- cién previa a la instalacién normal de Ia situacién analitica, 1a cual oftece al enfermo la plena libertad de vivir y de revivir sus pro- pios movimientos afectives con un-minimo de solicitaciones pro- venientes del exterior. PRINCIPIOS Y MEDIOS wm En la relacién analistapaciente, el vacio voluntariamente crea- do por Ia neutralidad y el eclipsamiento del primero, constituira el medio mAs favorable para las resonancias afectivas de todo lo ‘que el enfermo ha vivido o habria deseado vivir. Asi, el drama re- Pfimido seré vivido de nuevo, esta vez en plena conciencia, para ser cuerdamente abandonado después, por Io menos si la relacién de transferencia ha sido aceptada y utilizada por el sujeto para resucitar un pasado al que puede por fin mirar cara a cara y combatir. ‘Desgraciadamente, la relacién transferencial no siempre se acep- ta, cualesquiera que hayan sido las precauciones tomadas por el analista, Con mucha mayor raz6n_no podra serlo si el analista, aparténdose de la actitud de neutralizado, ha alterado Ia esponta- neidad y la pureza de los movimientos transferenciales. La actitud de neutralidad est destinada, entre otros objetivos, a mantener al enfermo en un clima de frustracién técnicamente dosificado. Es uno de los medios de que disponemos para provo- car, a fin de analizarlas y enderezarlas, las reacciones a las frus- traciones traumatizantes antiguas, que constituyen el meollo més, importante de tantas conductas patologicas. ‘Se comprender4 facilmente que si el enfermo puede o cree poder hallar en la actitud del médico fuentes de satisfacciones aparentes ‘0 incluso reales, el trabajo de anzlisis se habra convertido en imposi- ble. El enfermo se aferrara a la situacién analitica, desarrollando una neurosis de transferencia que presenta el riesgo de comprometer Ia cura o de hacerla interminable, El analista ser as{ integrado en un mito que permite al enfermo vivir, pero vivir fuera de lo real. ‘Sin embargo, puede suceder también que el respeto excesivo de la regla de neutralidad absoluta conduzca al mismo engorroso re- sultado: la neutralidad demasiado rigida puede entonces no favo- recer al mito, pero tampoco oponérsele en manera alguna, lo que viene a ser lo mismo. Para que el analista pueda manejar con toda Ja elasticidad re- ‘querida la regla de neutralidad—como tantas otras por lo demas—, importa que sus propias reacciones de contratransferencia le dejen perfectamente libre de obrar, o de no obrar, en el curso del tra: tamiento. Igualmente en funcién de las reacciones de contratransferencia debe mencionarse aqui una de las ultimas reglas, que se aplica tanto al analista como al analizado. Se trata de la prohibicién de mantener cualquier clase de relaciones entre analista y analizado 172 ‘TERAPEUTICA PSICOANALITICA fuera del tratamiento, prohibicién cuya finalidad estriba también en proteger los intercambios entre analista y paciente contra toda aportacién exterior a la siluacién analftica, ya que ello acarrearia una alteracién de los mecanismos transferenciales, los cuales no serfan ya analizables y se convertirfan en irreductibles, con gran per- Juicio para la evolucién de la cura Pero aun en este punto es deseable evitar toda obediencia rigida y dogmética a la regla establecida, Cuando la necesidad de «desmi tificar» se impone al analista en un momento dado de la cura, pue- de ser stil un encuentro entre analista y paciente al margen del tr- tamiento. Puede ser la ocasién de una confrontacién fecunda entre el mito y Ia realidad. No es sin duda recomendable el provocar deliberadamente tales encuentros 0 favorecerios. Pero cuando las circunstancias se prestan a ello por s{ mismas, no es siempre nocivo al progreso de la cura, sino bien al contrario, Una vez determinados los puntos cardinales que marcan el ho- rizonte de Ja situacién analitica, nos es preciso mostrar cémo ana- lista y paciente pueden moverse en este cuadro asi delimitado. ‘Sumariamente, las lineas extraordinarias de tales interreaccio- nes pueden definirse como sigue: répida y progresivamente, las ne- cesidades pulsionales del paciente se orientan hacia el analista. De éste el enfermo analizado espera y reclama las satisfacciones que no se atreve 0 no puede obtener en otra parte, Todas las fuerzas que el andlisis desata serdn entonces empleadas por el enfermo para alcanzar este objetivo, de un modo mas bien fantastico que real. El terapeuta se esforzaré constantemente, con tacto y firmeza, en apartar de él estas exigencias y en capacitar al paciente para satisfacerlas, no ya de una manera imaginaria sino reaumente y en la vida. Visto bajo este éngulo, el andlisis aparece como una lucha entre enfermo y terapeuta, lucha en el curso de la cual el analista fs inconscientemente considerado como un adversario por et en- ferme. ‘Vamos a mostrar cémo se entabla esta accién y las etapas que recorre. Pero antes parece uitil aportar algunas precisiones sobre fl aspecto més aparente de la accién del analista: sus interven- PRINCIPIOS Y MEDIOS 173 Las intervenciones Hemos mostrado al comienzo de esta exposicién que los efec: tos terapéuticos del psicoandlisis podrian ser reducidos a dos fuen- tes: las tomas de conciencia y la readaptacién correctiva de las ac- titudes emocionales. Bajo la influencia de Freud, durante mucho tiempo (y para ciertos psicoanalistas es todavia asi) el psicoandlisis no debia ten- der a provocar las modificaciones necesarias de la personalidad del enfermo sino procediendo exclusivamente por tomas de conciencia sucesivas, las cuales, a la larga y una vez «liquidada» la neurosis, permitirian un mejor control del inconsciente por el Yo, Las tomas de conciencia, segiin lo hemos visto, se obtienen gracias a las in- terpretaciones dadas al paciente, ora sobre el material que aports, ‘ora Sobre sus conductas manifestadas. Pensamos por nuestra parte (con otros, principalmente F, Ale- xander), que esta accién terapéutica halla un complemento de ‘igual importancia en el hecho de que la situacién psicoanalitica ofrece al enfermo excelentes posibilidades de corregir sus reaccio- nes emotivas, adaptandolas mejor a la vida del adulto, es decir a las condiciones de la misma. En esta segunda gestién terapéutica in- terviene sobre todo el modo de intercambio de relaciones que se establece entre analista y paciente. Las actitudes en profundidad del analista, contra las que chocan las conductas del paciente, desempefian un papel esencial en esta experiencia correctiva (0 del psicoandlisis. Interpretaciones dadas al final de sesién y refiriéndose a todo el material proporcionado, inducen a extenderse demasiado en su for- mulacién y presentan el riesgo, como Io hemos dicho, de convertir: se en «discursosy El enfermo, decidido a escuchar y a seguir tan largas explica cciones, debe aplicarse a hacerlo y, consecuentemente, movilizar stu atencién. Me parece superfluo insistir sobre el hecho de que, en estas condiciones, Ja més justa interpretacién perderé su eficacia, ya que seré intelectualizada por el sujeto. Este seré asi desviado de los afec tos expresados por sus asociaciones, si es que al final de la sesién no ha sido ya apartado de s{ mismo, Esta clase de intervencién «en frio» no puede ser provechosa més que en condiciones determina das, por ejemplo cuando un psicoandlisis se halla en sus postri- merias. Ms vale pues, en conjunto, evitar el riesgo de ver intelectua- lizarse el trabajo psicoanalitico y permitir de este modo que las re- sistencias se refuercen. Parece preferible, por las razones antes in- _dicadas, renunciar en principio a este método de interpretacién. Por contra, intervenir en el curso de la sesién parece util por milltiples razones. Por lo pronto, cuando se dan interpretaciones en el momento en que cuanto acaba de decirse roza la afectividad subyacente, la intervencién es mas sentida que pensada por el pa- ciente, y por ende més eficaz al encontrar menos resistencia in- mediata. Si la propia intervencién provoca resistencias —y es ‘PRINCIPIOS Y MEDIOS 7 dificil que sea de otro modo—, éstas podrén ser aprehendidas so- bre lo vivo y atacadas inmediatamente, antes de que hayan tenido tiempo de consolidarse. Dar interpretaciones tinicamente al final de sesién, es dejar al en- fermo uno o varios dias de «reflexién», es decir, en la mayoria de Jos casos, el tiempo de movilizar sus resistencias. ‘Las intervenciones inmediatas, fragmentarias, tienen la ventaja ademas de poder ser formuladas muy brevemente. ‘Cuanto més corta sea una interpretacién, hasta lacénica, tanto més tendré la oportunidad de ser efectiva, ya que el enfermo Ia ira sin estar obligado a escucharla. Ademds, esta manera de pro- ceder tiene la ventaja de prestar a las sesiones mayor flexibilidad, y mayor espontaneidad al psicoanalista. La misma permite esa ‘edejadez», ese laisseraller necesario a la actitud de atencién flotan- te, dificilmente conciliable con la preocupacién de «preparar> in- terpretaciones.situadas al final de la sesién. ‘Las intervenciones en curso de sesién presentan, pues, grandes ventajas, pero tampoco estén desprovistas de riesgos: el de inte- rrumpir una corriente de asociaciones, por ejemplo, y quedar se- ‘guidamente en Ia ignorancia de lo que habria podido surgir sin ello; el.de hacer desviar inconsideradamente el curso de un desarrollo precioso; el de recordar inoportunamente al paciente la presen ‘cia del terapeuta, presencia que, si la olvidara, beneficiaria al enfer- mo en ciertos momentos del psicoandlisis, y el de reforzar acaso ac- titudes pasivas en el paciente. E Todos estos inconvenientes son reales, y es conveniente cono- cerlos, a fin de intentar evitarlos. Pero lo que sobre todo torna delicado el procedimiento de las intervenciones inmediatas es el problema de la eleccién de las asociaciones a interpretar. Con St cree emerger de un callején sin salida, pero realmente entra en Giro, en el cual se habré extraviado él mismo esta ver. Parece preferible también renunciar a la teoria descrita por los analistas weldsicoss, segtin 1a cual se pide al paciente que se libre sisteméticay seente a asociaciones de ideas sobre cada fragmento de suefio. La espontaneidad de Ias asociaciones que podrian conducir al contenido Tatente del suefio, o cuando menos proporcionar un material precio- 0, se halla asf ahogada y entonces se hace un psicoandlisis que fe aproxima al procedimiento de las palabras inductoras, mAs que ‘a un verdadero psicoandlisis. ‘La mejor utilizacién terapéutica del suefio se efecta cuando el recuerdo de éste surge esponténeamente, de manera inesperada, tn el curso de asociaciones de ideas, y que puede analizarse a la fur de lo que Io ha precedido y lo ha seguido, sin importar ¢l «ma- terial» de que se trate. ‘El tono empleado cuando es formulada una interpretacién, debe corresponder a Io que se espera de la actitud general del psicoana ista: es decir, que este tono debe ser natural, neutro, y sin em ‘pargo, matizado de benevolencia, Un tono demasiado frivolo 0, por fl contrario seco 0 dramitico, o aun mostrando demasiado inte- és, presenta el riesgo de apartar la atencién del enfermo del Contenido de la interpretacién, para concentrarla sobre su forma de Expresién, Por ende, seré el propio afecto del terapeuta lo que le Interesaré, perdiéndose el esperado efecto de la interpretacién. ‘Ademés, las reacciones de transferencia se hallarén reforzadas y se ran més dificilmente analizables, ya que tendrén un punto de par tida objetivo, real. ‘Casi no es preciso indicar que Ja interpretacién no ha de ser nunca formulada en tono perentorio. Por el contrario, se debe evitar conferitle un caracter de certidumbre, tanto mas cuando ¢l Psicoanalista no puede siempre poseer una seguridad completa; y Zon siendo asi, en interés de la cura dejaria al paciente Ja libertad ide interrogarse sobre el fundamento de Io que se le propone. En cuanto a los términos empleados, deben ser, tanto como po- sible, adaptados al nivel intelectual del sujeto, no debiendo em- plearse en ningin caso términos técnicos. Las expresiones utltzadas Por el psicoanalista ganan con ser directas, simples, y sin embargo, ‘matizadas. Te en ee ee ee PRINCIPIOS Y MEDIOS 181, ‘Todas estas precauciones tienden a reducir al minimo toda invi- tacién a la actividad intelectual del paciente, cuando se le brinda una interpretacién. Decimos «al minimo», ya que es bien evidente que nada de lo que comunicamos a los enfermos puede alcanzar las capas pro- fundas del psiquismo sin haber sido de antemano trasmitido por el pensamiento, Pero si el pensamiento, en lugar de, limitarse a ‘rasmitir, detiene lo que acaba de recibir y lo libra acto seguido a una elaboracién consciente, racional, Ia eficacia de la interpreta- cién esté comprometida y no puede ya alcanzar su objetivo. Los mejores efectos se obtienen por lo demés cuando la interpretacién es suficientemente répida y va Jo suficientemente lejos como para provocar cierto choque y sorprender afectivamente al paciente. ‘Es preciso, sin embargo, precisar que esta nécesidad de alcan- zar desde un principio las capas psiquicas. profundas, provocando ‘ciertos choques afectivos, no se aplica sino a un primer tempo de Ta labor psicoanalitica. Es evidente que el pénsimiento consciente del enfermo desempefiaré, en un segundo tiempo, un papel impor tante, puesto que a este pensamiento le incumbird el trabajo de in- tegracién de las fuerzas instintuales por el Yo. ‘Vemos, pues, cudn prudente ha de ser el psicoanalista. Las pre- cauciones de que generalmente nos rodeamios son tiles y hasta indispensables, pero no hay por ello que creer que confieren una cficacia inmediata y definitiva a una interpretacién dada. Estas indicaciones fundamentales se aplican a todas las inter- pretaciones, bien sea que éstas se refieran a las resistencias o bien fa su contenido, es decir tanto a los mecanismos de defensa del Yo como a las pulsiones del inconsciente clemental. ‘Sabemos cuuénto importa interpretar ante todo las resistencias. Pero no siempre resulta facil establecer esta distincién. Los meca- nismos de defensa (de los que las-resistencias no son sino las apa- rentes manifestaciones), no pueden ser modificadas sino a Ia larga, a medida que el Yo se hace més fuerte y por ende capaz de dominar €l miedo, Es esto a lo que en definitiva tiende el trabajo dicho de elaboracién (Durcharbeit). ‘Las resistencias, provisoria o aparentemente vencidas, se refor asa aimayer © melas cunt eas aaa ‘del trata Esta es también Ia razén por la que debemos volver constante- mente a la carga, reintepretar lo que ha sido ya diversas veces inter- pretado, sin asombrarnos y sin cansarnos al comprobar que lo que 182 TERAPEUTICA PSICOANAL{TICA crefamos sélidamente adquirido un dia ha de recomenzarse al sk guiente. ;Se enfrenta el trabajo del psicoanalista a fuerzas tan des- proporcionadas a los medios de que dispone! Es el pequefio surco del labrador en la superficie de la inmensa profundidad de Ia tierra. Es preciso ahondarlo y volverlo a ahon- dar una y otra vez, incansablemente. ‘Todo el trabajo de la interpretacién consiste en un lento desgaste de los mecanismos de defensa, desgaste que es tal vez el factor més cficaz en el trabajo lamado de elaboracién. ‘Sin embargo, se acompafia de efectos secundarios (0 més bien de xbeneficios secundarios» para el sujeto), los cuales no dejan de tener importancia. Es asi, por ejemplo, que la interpretacién re- presenta a menudo todo lo que el paciente puede obtener del tera- peuta, y este aspecto de la cuestiOn adquiere, en ciertas situacio- nes, una importancia de primer plano cuando entran en juego fijaciones orales particularmente intensas. Puede hasta suceder que el paciente no conceda interés alguno al sentido de una interpretacfon dada, hallindose dicho interés fi- jado tnicamente en el hecho de que el psicoanalista Ie hable, y con ello le dé alguna cosa de si mismo. ‘Aun sin tener que ir tan lejos, Ia catexia afectiva de la interpre- tacién en tanto que «cosa» recibida, puede obrar bien sea en sentido positive 0 en megativo; segiin Ins necesidades momenténeas del pa- Giente, éste se inclinaré en efecto a la aceptacién o al rechazo de la intervencién. Es itil reconocer estos efectos paralelos de la interpretacién, 1a fin de manejarlos con conocimiento de causa, con la misma pru- dencia y el mismo comedimiento que los efectos de toma de conciencia. La edosificacién», aqu también, ser del todo diferente segin tas fases del psicoandlisis. A veces puede hasta ser indicado em- plear la interpretacién con la finalidad de provocar estos efectos, utilizarla deliberadamentepara-atenuar el estado de frustracién en que se encuentra el paciente, caso de probarse que de otro modo éste no podria soportarlo ya por mucho tiempo. En este mismo periodo del comienzo, las interpretaciones pue- den servir igualmente para mostrar al enfermo en qué consiste ¥ ‘c6mo se prosigue el trabajo de un psicoandlisis. Es conveniente ensefiar al enfermo su coficio de psicoanalizado», fa fin de levarlo progresivamente a interpretar por si mismo sus reacciones. PRINCIPIOS Y MEDIOS 183 “Bi ia interpretacién, como lo hemos visto, representa segin la teoria elisica el tinico medio de accién que el psicoanalista tiene en. su mano para realizar Tas tomas de conciencia sucesivas que son el fundamento mismo de un psicoanilisis, existen sin embargo otros medios, otras formas de intervenciones susceptibles de provocar Ja comprensién consciente. Desgraciadamente, estas otras intervenciones son atin més difi- ciles de codificar que las interpretaciones. Pueden tener sin embargo, ‘cuando son realizadas a conciencia, una gran importancia. ‘Hacer tuna pregunta a quemarropa, por ejemplo, interrumpir el hilo de las asociaciones subrayando una palabra una expresién empleadas por el sujeto, recordarle una versién diferente que dié ya de un mismo relato o de un mismo acontecimiento, repetirle una frase que ha dicho, son otras tantas intervenciones susceptibles de impresionar, de asombrar al paciente, de provocar en él ciertas reac ciones nuevas. Puede asi ser Ilevado a hacer aproximaciones, cotejos, confrontaciones que desemboquen en tomas de conciencia més ré idas que las provocadas por una interpretacién formulada segin las reglas clisicas, sobre todo cuando se trata de un paciente ya familia- rizado con los procesos inconscientes, 0 que por el contrario muestre tendencias engorrosamente racionalizadoras. La evolucién de ta cura Si se considera la evolucién de un psicoanlisis en su conjunto, pueden agruparse los diferentes tiempos que la caracterizan en tres fases sucesivas —la del comienzo, 0 de instalacién de la situacién psicoanalitica; —la de la neurosis de transferencia: Ja que marca el fin de Ia cura. Esta division corresponde a uma necesidad diddctica de simpli cacién, ‘De hecho, las lineas de fuerzas que subtienden estas fases se en- tremezclan y desbordan por momentos unas a otras. Sin embargo no es dificil distinguir en Io que caracteriza més especialmente a ‘cada una de cllas las etapas principales que conducen hacia la cw racion. ‘Salvo en caso de serias dificultades, debidas a resistencias que se manifiestan siibitamente con una fuerza particular (pero no abor- daremos aqui tales casos, que suscitarian demasiados. problemas 184 ‘TERAPEUTICA PSICOANALITICA puramente técnicos), la fase del comienzo es generalmente casi una luna de mieb>. El enfermo encuentra para comenzar, en las condiciones mismas del tratamiento, satisfacciones narcisicas, exhibicionistas y sobre todo maséquicas, sin més que desplegar con complacencia sus sin- tomas y la historia de los mismos. ‘La actitud de neutralidad benévola del analista, que no intervic- ne—o poco—durante esta fase, es experimentada como esencial- mente epermisiva» por el enfermo. Ello basta ya para que el Super- Yo del paciente se beneficie de una cierta suavizacién o flexibilidad. Como consecuencia los s{ntomas mejoran y hasta pueden desapare- cer: el enfermo no habla en todo caso de ellos, o apenas. ‘Otro efecto, més importante todavia, del clima neutro que el analista crea en torno al paciente, y que éste siente durante esta primera fase sobre todo como benévolo (no serd siempre asi), es {que el temor Iatente, inconsciente, meollo de toda neurosis, dismi- ruye y tiende a calmarse, Por ello, el Yo se mostraré més abierto a fa llamada de las pulsiones. Pero precisamente en razon de esta tiberacién —enteramente provisional, puesto que superficial— de Tas necesidades del instinto, se modificard la situacién. Las necesidades, hhasta aqui reprimidas y recubiertas por los sintomas, van a impe- ler ahora al sujeto a querer satisfacerlas, y por ello esperaré del psicoanalista—convertido en su principal objeto de interés—satis- faceiones sobre todos Ios planos, Habra asi transferido a In situa: cién analitica sus reacciones de nifio que depende de sus padres para todo cuanto desea. ‘Mas pronto seré decepcionado, y a Ja «luna de miel» sucederé tna fase penosa de descontento creciente. ‘Las exigencias antiguas transferidas sobre el analista hallarén dos clases de obstéculos: unos provendrén del propio sujeto, que no ha sido atin verdaderamente liberado de sus inhibiciones por un trabajo en profundidad, y el cual por consecencia no se encuentra atin dispuesto a acoger realmente las satisfacciones a las cuales as- ira, aunque le fuesen ofrecidas. Su curacién del comienzo no era més que del todo provisional y debida tnicamente a factores ex: ternos. En cuanto a los otros obsticulos, los hallaré en la situacién ana- Iitica que es frustrante en s{ misma. El psicoanalista, manteniéndo- se en la actitud dictada por las reglas técnicas, es una fuente de insatisfaccién real, objetiva. El enfermo vivird desde entonces en ‘un estado permanente de frustracién que repercutira en lo sucesivo PRINCIPIOS Y MEDIOS 185 sobre las reacciones de a transferencia. Por este hecho, éstas se hharén esencialmente ambivalentes. 'Es entonces cuando el analista debe velar para que Ia situacién no sea desbordada por movimientos hostiles demasiado intensos por ‘Parte del enfermo. Debe evitar toda gestién (y sobre todo toda ten Gencia profunda, que el enfermo no tardarfa en percibir inconscien- temente) que quisiera, bien fuese retener o bien rechazar al enfer- mo, Tanto una como otra tendencia desencadenarian en el enfermo Teacciones de defensa de estilo agresivo, que podrian hasta inducirle a abandonar el tratamiento. ‘Si ha podido ser evitado este escollo, la relacién que el enfermo cestableceré en adelante con el analista se reforzaré cada vex més, pero conservard una base ambivalente, Se desarrollar, se ampliard progresivamente hasta cubrir completamente el cuadro de Ia situax Cién analitica. Y hasta desbordaré este cuadro para convertirse, ‘consciente 0 inonscientemente, en el propio centro de Ia vida del sujeto. La neurosis por la cual habia venido a hacerse tratar se di fumina, y puede hasta desaparecer, y en su lugar se instala la neu- rosis llamada de transferencia, «La nueva enfermedad reemplaza a Ia antigua> (Freud). “ZOué significe ello, sino que las condiciones en las cuales se halla 1 enfermo situado en andlisis, desarrollan en él un conjunto de eacciones que reproducen, con una patente analogia, la neurosis infantil? No siendo la neurosis de adulto sino Ia expresién mas ‘© menos adaptada y traspuesta de la neurosis infantil, se conduce fasi’al sujeto a reproducir y a revivir sobre el terreno de la transfe- rencia las situaciones que originaron Jas perturbaciones sufridas por su personalidad, en el curso de su desarrollo, y que habjan desembo- cado en su enfermedad. ‘La forma y la evolucién de los lazos que el sujeto establecers ‘con su analista (dicho de otro modo, la evolucién de la neurosis de transferencia) reproducirén el ciclo que habia encadenado al sujeto a su neurosis: necesidades insatisfechas, frustracién, agresividad, temor, masoquismo, en fin satisfacciones parciales y substitutivas ppor los sintomas. 'El andlisig de tales movimientos en la transferencia, su compara. cién (cada vez que sea posible) con las conductas habituales del ‘analizando en la vida, al igual que con las situaciones vividas por él fen su infancia, conducen a unas tomas de conciencia liberadoras que fortalecerén el Yo a raiz de su mera repeticién. Dichas tomas de cconciencia sucesivas, debidas al andlisis del material «histérico» apor- 186 ‘TTERAPEUTICA PSICOANALITICA tado por el paciente, irfn edesbloqueando» progresivamente una energia psiquica hasta entonces «atrapada» por las represiones di versas y absorbida en gran parte por los mecanismos de defensa los sintomas. ‘Ademés, las manifestaciones verbales — explicitadas, 0 sea he- chas conscientes — de agresividad para con ‘el analista, que aparecen ‘a medida que el miedo disminuye y desaparece en el enfermo, re- fuerzan igualmente el Yo. Primero, porque toda la agresividad-que expresa el sujeto disminuye otro tanto aquella que revierte general- ‘mente contra si mismo bajo la forma de masoquismo. Las conductas de fracaso, autopunitivas, la pasividad, la necesidad de sufrir que acaparaban hasta entonces el potencial energético constitufdo de agresividad desviada, dejarian lugar poco a poco a comportamientos positives, constructivos, a un consumo de actividad dirigida ahora hacia lo que puede satisfacer, enriquecer y fortificar la personalidad. ‘Asi, por un proceso exactamente inverso al que progresivamente habia debilitado al Yo en su evolucién, éste hallara de ahora en ade- ante numerosas posibilidades de fortificarse todavia més: y cuanto mds fuerte se sienta, tanto mas se fortificard. Toda la energia de ppulsiones agresivas anteriormente detenidas por el miedo, y reverti- das contra si mismo por miedo y culpabilidad, ser ahora progresi- vamente integrada por el Yo y se convertiré para éste en una fuente de fuerza, mientras que antes tal energia se degradaba en debilidad ¥ no producia sino empobrecimiento. 'No es ilicito pensar que esta evolucién se apoya sobre una base biol6gica constitufda por dos clases de procesos neurofisiolégicos: el desacondicionamiento de las conductas neuréticas y las multiples reacciones neuro-vegetativas y endacrinas de las que se puede per cibir ciertos signos exteriores cuando las sesiones psicoanaliticas tie- nen un contenido emotivo intenso (sonrojos, empalidecimientos, tert- lores, ete.). Todo esto no son, evidentemente, sino hipétesis. Pero explicarian el hecho comprobado de que slo los tratamientos psi- ‘coanaliticos en que el enfermo reacciona intensamente en el plano ‘fectivo y emotivo tienen éxito, mientras que los anélisis més ricos en «material» y los mds sutilmente conducides no aportan ninguna modificacién verdadera de la personalidad del sujeto, de no ser vivi dos afectivamente. Estén o no bien fundadas estas hipétesis, nos hallamos in- ducidos a hacer constar, al término de Ia evolucién de la neurosis de transferencia —tal como acaba de ser descrita—, modificaciones no- tables del Yo que pueden ser globalmente consideradas como los PRINCIPIOS ¥ MEDIOS 187 signos de una maduracién de que antes carecia. Y entonces las fuer- ‘as del amor, hasta alli inhibidas, acabarén también por presentarse yy tratar de expanderse libremente. ‘El Yo, convertido en «adultos, seré capaz de abandonar las satis- facciones fantésticas e infantiles que parecia aportarle Ia neurosis de transferencia. Se encaminaré en fin hacia la liquidacién de ella y, paralelamente, renunciard a las satisfacciones infantiles y traspuestas ‘que Ja neurosis le procuraba antes del tratamiento. ‘En lugar de ello, buscar, con fuerzas nuevas empleadas a con- ductas adaptadas, ciertos cumplimientos reales cuya posibilidad ofrece toda vida de adulto, El sujeto entra entonces en la ultima fase de su andlisis, la de la terminacién de la cura. Dicha fase se anuncia primero por una disminucién. progresiva ddcl interés del paciente por el andlisis y por el analista. Paralela- mente a este Uesinterés—que esta vez no es Ja sefial de una resis- tencia, bien al contrario—el sujeto se orienta hacia otros intereses, ¥y nuevas catexias se esbozan: trabajo, éstudio, carrera, hogar, hijos, nifios, amor compartido. En suma, por la liquidacién de la neurosis, de transferencia obtenemos Ia liquidacién de la antigua neurosis. El enfermo se halla entonces virtualmente curado. Pero la evo- Jucién de la neurosis de transferencia no sigue desgraciadamente siempre este trazado ideal. Acontece que se convierta, por el con: trario, en Ia principal fuente de dificultades para la prosecucién de Ja cura, pudiendo hasta comprometerla una complicacién grave. En todo caso es responsable en una buena parte de la duracién dema- siado larga de muchos andlisis. El estudio de la neurosis de transferencia pone de evidencia Ia importancia mayor de la relacién analistapaciente, y por tanto no solamente el papel de la transferencia operada por el enfermo, sino ‘también el de la contratransferencia emanada del terapeuta. 'No obstante, esta esencialmente caracterizada por la excesiva am: plitud de las reacciones de transferencia, y sobre todo por la impo- fibilidad en que se encuentra entonces el enfermo de efectuar el menor enfoque en perspectiva, de establecer el minimo de distancia entre la situacién analitica y 1 mismo. ‘La analogia entre la situacién antiguamente vivida en Ia infancia y Ja situacion analitica—analogia siempre subrayada en las inter- pretaciones—, esta repeticién totalmente subjetiva que se opera en Ia transferencia, y que el analista no descuida de sacar a la luz, no tiene ya sentido para el enfermo. El andlisis se ha convertido en un fin en s{; deja de ser un medio que debe conducirlo a la curacién. 188 ‘TERAPSUTICA PSICOANALITICA A veces se observa esta engortosa evolucién cuando el caso tr tado no comresponde a una buena indicacién del andi, en razén Ge Ia propia estructura de Ia neurosis (1). Pero mis frecuentemente noses preciso buscar en otra pate las causes de esta forma de neurosis particular de transferenci, qu 20 cjandose reduc, se converte en tuna resistencia mative, alobl, gue se opone aia destruceldn de la neurosis infant. Uno se encuen Ge ontonoes ante un andlsis que se anuncia interminable. Las ca fs de esta complicacién parece deben ser buscadas (cuando menos en to que tiene de tena, de lrreductible) en una perturbacién pro- Tongada de ls rlacones tansferenciales_conteransfrenciales. Son lo intefeambios conscientes, y sobre todo inconscentes,eatale: lds entre paciente yterapeuta, los que hacen nacer y desputs al mentan la neurons grave de transfrencia, Cuando una neurosis de transfeencia toma este giro, es que las tendencias que se manifestan a través de la trnsferencia se satis facen en la situacion palcoanalles,y ello aun si han sido Tespela. das las roglas tdnicasclisicas, La situacion no podria, desde luego, sino agravarse cuando ia contratransferencia dicta al terapeuta acti: tudes Inconscentes que constituyen para el enfermo posbiidades de satisfaccion neurdlca directa, Que estas sctitudes estén inspire hs or senimintn poss o negatos es 19min; sonore endrin igual desastroto efecto sobre el enfermo, i hallar materia de satisfaccién neurética en ellas, Sete VVemes in ejemplo muy coriente de ello cuando certs tendem cias agresivas consents (y sobre todo Inconscents) del anaista fon expresadas a pesar de él mismo en el tono que emples, por ejemplo, o en el contenido mismo de las interpretecones que Ja, 0 Sin en ol momento escogdo para daria, Esto provoca sempre en fLenformo un reforzamlento de su acitud sadomasoqulca, vengndo- fy protectora con respecto al terapeuta, Enfonoes lo. que sin elo Tabula quedado en estado de proyeccin transferencialfantasmatia, Se converte en realidad tangible para el enfermo, Hemos escopido este ejemplo particular porque a relacin sado saséqucn, asf sostenlda por ambas partes” constiuye terreno abo- ado para Tos andlsis Uamados interminabes. La acttud de nestre lidad benévola tiene justamente por objetivo preservar en general Al andlisis de esta complicacén, Sin embargo puede siceder que esa misma neutalidad, que ha () Vee a este repecio ol copltnlo eindicaconss ¥ contetindicsonse del pseo- PRINCIPIOS Y MEDIOS 189 sido durante mucho tiempo beneficiosa, venga a su vez a agravar la neurosis de transferencia, de ser mantenida a toda costa con rigidez, sobre todo cuando uno se encuentra en presencia de ciertas formas particulares de neurosis. EI mantenimiento rigido, indiferenciado, de Ia neutralidad, aun benévola, sin que se tenga en cuenta el momento del andlisis ni el tipo de enfermo tratado, arriesga convertirse en una especie de tina, gracias a Ja cual el terapeuta se siente seguro, pero con 1a {que el enfermo sustenta su neurosis de transferencia y Ia consolida en una forma grave. Asi, por ejemplo, continuar «interpretando» incansablemente, mas ‘alld de un determinado estadio del anilisis, del mismo modo «net {ral» que se convierte en estereotipado, las tendencias libidinales y agresivas del enfermo, cesa de ser para el sujeto Ia ocasién de tomas de contiencia beneficiosas. En cambio, puede hallar en ello con qué mantener los movimientos de las pulsiones en cuestién, den- {ro de un marco en que slo son posibles satisfacciones infantiles © fantasmaticas. ‘Ademés, si esa neutralidad ha sido para el enfermo una especie de puerto apacible que necesitaba, en realidad no era sino una ¢s- Cala provisional en el largo camino que debe recorrer. No debe dete erse en ella més alld de lo conveniente, para que no le entren de- geos de no querer ya partir de nuevo en busca de lo real. Esta new: tralidad del analista es sentida primero por el enfermo como una proteccién, pero es de temer que a la larga se pueda atascar en ella. El analista correria entonces el riesgo de convertirse para el enfermo fen un objeto de satisfacciones regresivas. ‘Algunas entre ellas (por ejemplo las satisfacciones sadomaséqui- ‘cas) son las més perjudiciales puesto que son las més cargadas de fuerzas pulsiGnales y las més dinémicas. ‘La actitud de neutralidad ciegamente mantenida més alld de lo necesario, puede ofrecer al enfermo, desde luego, una posibilidad ‘constantemente renovada de satisfacer su sadismo por manifesta lones de agresividad indefinidamente repetidas y que el analista ‘Tales mianifestaciones tienen siempre algo de «degradado» y de «menos»; por consiguiente s6lo permiten la exteriorizacién de una parte infima de agresividad, mediante su erotizacién (por decir ast, gratuitamente,

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