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Prehistoria mercer, Paul (1646) Fhvtenrg & le Atapoh por Pareclne: Peotesaly | i i Si nos contentamos con formular del modo més sen- cillo las preguntas que se plantean los antropélogos en el punto de partida de su gestin cientifica, dichas pre- guntas se enlazan directamente con las que, siempre y en todas partes, se han planteado los hombres més ru- dos: cuestiones referentes a la naturaleza y al origen de sus costumbres e instituciones, al significado y diferen- cias que advierten entre su sociedad y las demés socie- dades conocidas, etc. La interrogacién no aparece siem- pre expresada de un modo claro y correcto, y con fre- cuencia nos contentamos con respuestas sumarias, de manera que ni unas ni otras tienen en sf sismas valor suficiente para quienes las formulan. Pero el hecho ver- daderamente importante es que toda sociedad, haya al- canzado o no la fase cientifica, se ha construido una an- tropologia para su propio uso: toda organizacién social, toda cultura, son interpretadas por los propios hombres que las viven: ademés, las mismas nociones de organi- zacién social y de cultura pueden ser, en si mismas, ob- jeto de atencion. Desde este punto de vista, la prehisto- xia de Ia antropologia es muy prolongada, tanto como la historia de Ja humanidad. Esta antropologia «esponta- f nea», no puede ser separada del conjunto de interpreta- | ciones que el hombre se da con respecto a su condicién: por tanto, se halla, en general, ligada a una cosmologia. ‘Una y otra se encuentran entre Jos temas de estudio de la antropologia cientifica, y algunas escuelas cient{ficas de investigacién conceden una especial importancia a este aspecto de la realidad socio-cultural.” Efectivamen- te, en este nivel es donde se observan algunas de las for- mas més significativas de la elaboracién mitica —es de- 2 cir, de la justificacién y de la racionalizacién de los da tos— y especialmente de los mitos etiolégicos. Cuando, en los grandes centros de civilizacién de la Antigiiedad, se inicia la reflexion propiamente dicha acerca de las so- ciedades humanas, ésta ser4 la gran destructora de los mitos: no obstante, durante largo tiempo estaré impreg- nada de ellos. Los datos de origen mitico —que mas tarde seran simplemente relatos maravillosos— servirén para rellenar las Jagunas existentes en ¢l conocimiento de los pueblos lejanos. Y a la inversa, una vez debilitadas la intencién y el interés que habfan hecho surgir o reu- nir las ideas y conocimientos exactos, y perdido el con- tacto viviente con los mismos, éstos se convertirén, por deformacién, en relatos maravillosos, o se cristalizarén en mitos o en teologias. Conviene recordar este segundo plano de la antropo- logia mitica. Pero la «prehistoria» de la antropologta cien- tifica comenzé verdaderamente cuando los esfuerzos conscientes ¢ individualizados fueron dirigidos hacia la recoleccién de datos acerca de las sociedades humanas, y hacia una reflexién general a este respecto. No vamos a dedicar a ello mas que un corto capitulo, puesto que es, sobre todo, objeto de erudicién. Salvo en algunos ca- sos, no se introduce de manera directa en la historia de la antropologia actual, caracterizada a la vez por Io ex- tenso de su campo de estudio, y por las exigencias y obli- gaciones que se imponen en la busqueda de objetividad. Es de temer que la glorificacién, por parte de algunos antropélogos actuales, de precursores mas o menos ale- jados, no sea en ocasiones més que una especie de co- queterfa, o de refinamiento en la modestia. Debido a di- ferentes causas, el periodo durante el cual se, formé la antropologia moderna no proporcioné, en definitiva, més que aportaciones limitadas a dicha ciencia, salvo, sin duda, en el nivel de los datos de observacién directa, que son irremplazables, y que con frecuencia un esfuerzo critico permite reconstruir o restituir. La principal de estas causas reside en las discontinuidades histéricas, en 22 el carécter independiente de tentativas que sélo nuestra manera de exponerlas permite disponer en un cuadro coherente: mas adelante volveremos a tratar de ello. Pero sobre todo, entre la reflexién preantropolégica y la antropolégica propiamente dicha, existe una diferencia de naturaleza. Verdaderamente, durante el periodo en ‘que se desarrollé la primera, se plantearon las cuestio- nes pertinentes, y se esbozaron los ensayos de explica- cién: pero éstos, o bien fueron demasiado amplios para Tlegar a conclusiones 0, por el contrario, demasiado ce- rrados dentro de las especializaciones. Los esfuerzos diri- gidos a proporcionar una interpretacién de conjunto de Jos hechos humanos tienen un alcance limitado: les falta el apoyo, por lo menos a titulo de hipstesis, de un prin- cipio general que permita reagruparlos y darles un sen- tido. La historia de Ia antropologia cientifica comienza cuando se descubrié y utiliz6 tal principio. A mediados del siglo xxx, cuando un clima general de pensamiento ¢ investigacin preparé la revglucién darwiniana, la refle- xign acerca del hombre contenfa ya el germen de la an- tropologia moderna: reflexién que, en la actualidad, pue- de parecernos rebasada en muchos aspectos, pero que sefiala el origen de la disciplina tal como la conocemos. Por otra parte, esta antropologia moderna se afirma, refiriéndose a otras sociedades, a otras culturas, cuando se trataba de algo més que de alimentar una discusién acerca de la propia sociedad, de Ja propia cultura, cuan- do los datos exteriores no son empleados tnicamente como constraste (la palabra no est4 tomada en sentido peyorativo, puesto que se encuentra esta tendencia tan- to en J. J. Rousseau como en Aristételes). Por supuesto, es necesario matizar: el estudjo por ellas mismas de las «sociedades primitivass o de las demds culturas, el estu- dio limpio de todo etnocentrismo directo 0 indirecto, no se impone bruscamente. La tendencia anterior persiste de diferentes maneras, y volveremos a encontrarla entre algunos evolucionistas cuando formulen, a veces de un modo harto frivolo, su conviccién de que la civilizacién 23 occidental del siglo xix representa la cumbre del desarro- Ilo de la humanidad. Cuando los antropélogos modernos digan cémo han entendido su vocacién, se descubriran las secuelas bajo una u otra forma. Entre el concepto del «buen salvaje» que J. J. Rousseau utilizaba como un arma en la critica de la sociedad de su época, y los motivos por Jos que B. Malinowski se hizo antropélogo, nos parece que existe algo en comin. «La antropologia, al menos para mi —confesaba B. Malinowski—, fue una. evasion roméntica de nuestra cultura demasiado estandarizada. &n las islas del Pacifico, a pesar de verme perseguido en todas partes por los productos de la Standard Oil Com- pany, los semanarios, las telas de algodén, las novelas policiacas baratas y el motor de combustién interna de Jas barcazas que se veian por todas partes, era capaz de hacer revivir y de reconstruir, sin demasiado esfuerzo, un tipo de vida humana modelada por los ‘titiles de la edad de la piedra, lena de toscas creencias, y rodeada de una amplia naturaleza, virgen y abierta.» Busqueda de lo exético e insatisfaccién ante la propia sociedad, son temas que encontramos también en declaraciones més recientes." Claro esté que las motivaciones indivi- duales no pueden ser confundidas con el espiritu y orien- tacién de la disciplina: pero son interesantes, entre otras cosas, como vestigios de un perfodo anterior. El contras- te que acabamos de mencionar, sigue siendo esencial para distinguir la prehistoria y la historia de la antropo- logia. Se ha sugerido que la nocién de precursor debe ser utilizada con precaucién. La convergencia de ciertas preocupaciones y reflexiones no es histéricamente sig- hificativa si es sdlo nuestro modo de presentarlas lo que las pone de manifiesto. Solamente el movimiento que va desde los grandes descubrimientos occidentales del si- glo xvr a Ia antropologia actual constituye uma verdade- ra secuencia histérica, y manifiesta un progreso conti- nuado. Antes de este periodo, las preocupaciones y refle- xiones de caracter antropoldgico aparecian en centros de 24 enlace citimaetbleabiatliall civilizacién alejados entre sf, y sin ningtm contacto em tre ellos: por ejemplo en Grecia y en China. De ahi que "Ios trastornos histéricos, las rupturas en Ja transmision de herencias culturales, hayan conducide a los hombres, en una misma regién del mundo, a reemprenderlas de nuevo varias veces. La continuidad de transmision es unia de las caracteristicas positivas que explican el progreso de la civilizacién occidental y de la reflexion cientifica. Debemos afiadir que, durante estos periodos, no estaban reunidas las condiciones generales para la «construccién» de una ciencia. De este modo, sugestiones que prefiguran bastante directamente Io que propondré una antropolo- gia cientifica, fueron realizas en diversos momentos ¥ paises: y no solamente no pudieron ser explotadas inme- Giatamente, sino que tampoco fueron a distancia y pos- teriormente punto de partida de reflexiones dirigidas en un mismo sentido, Pueden surgir interesantes intuiciones, pero si no son deducidas de hechos reales o sometidas a inmediata verificacién, no son verdaderos descubri- mientos, 0, en todo caso, no desempefian este papel.* Las observaciones precedentes nos llevan a distinguir dos grandes perfodos en la prehistoria de la antropolo- gfa: el de los centros multiples, y aquel en el que, en un centro tinico, se desarrollaron Jos ‘esfuerzos que condu- cirfan a la constitucién de la antropologia modema. Es- tos dos periodos se oponen entre si por la calidad, y so- bre todo por la extensién de su conocimiento geogréfico del mundo, A Ja etapa que podrfamos denominar la épo- ca de los mundos parciales, sucedié, a partir del si- glo xvs, Ia etapa en que el mundo ya habia sido descu: bierto en su totalidad, Una de las condiciones necesarias para Ja aparicién de una antropologia sélida, segura, es entre otras la de poder eliminar en el estadio de la des- cripcién todo vestigio mitico y todo relato maravilloso. Entre los grandes centros del pensamiento en el primer perfodo figuran China, el mundo mediterréneo (fenicios, griegos, romanos, bizantinos) y el mundo 4rabe-musul- man; pero en este tltimo existen ya ciertas tendencias que 25 anuncian el periodo siguiente. Durante el primer perfodo se completan las condiciones de las que dependen no sélo Ja acumulacién de conocimientos, sino también la misnia posibilidad de reflexionar con cjerta continuidad acerca de las diversidades humanas. Se conocié la escritura, surgie- ron miiltiples incitaciones a los viajes —viajes derivados del comercio, de la guerra, de las relaciones entre centros de poderfo politico. ¥, finalmente, se abrieron amplios espacios, que fueron delimitados, bien por Ja extensién de una red de establecimientos 0 colonias (por ejemplo fenicios 0 griegos), bien por la reunién de varios pueblos diversos realizada por un Estado de tipo imperial, ex. tendiendo sus fronteras, y buscando eventualmente el contacto con gtros Estados lejanos, de la misma natura- leza (como Roma, Bizancio, China, el Califato drabe), bien, en fin, por la difusién de una religién (como por ejemplo el Islam). Si la recoleccion de datos etnogréficos fue, en general, el subproducto de viajes y expediciones que tenian por motivo otros fines, sin embargo en algu- Ros casos intervino el deseo de organizarlos con Ia tinica intencién de aumentar Jos conocimientos, o de aprove- charse, de manera sistematica, de las ocasiones favora- bles. Herodoto enriquecié su obra de compilacién con Jas observaciones hechas durante sus propios viajes, que Ie levaron por todo el mundo conocido de los griegos. En Ja gran expedicién de Alejandro al Asia fueron con él un gran nitmero de sabios encargados de recoger nue. vos conocimientos (y no solamente en el aspecto etno: grdfico). Un grupo de monjes budistas chinos recorrié el Asia Central y la India para estudiar los textos anti. guos de su fe* Los documentos legados por este periodo son de va- rias clases. Existen primeramente los relatos de viajes Propiamente dichos, que no siempre son facilmente in. terpretables,** aunque por lo menos es posible distinguir los que son ficticios. Muchos presentan gran mimero de detalladas observaciones: asi, por ejemplo, Jenofonte nos. describe, en su relato de la tetirada de los Diez Mil, de 26 i i | I i | i , a.una serie de pueblos del Asia Menor, soe ee re a Sindee i aeeet a et vata? sreciose 80. Tos turcos; asi en el Tbn Batuta; o ee por su descripcién del ieapee Soe Mai i textos podria ser ; larga. ney canes sion las’ grancies compilaciones geogré: ficas que tratan de los conocimientos de la época res pectiva, se esfuerzan por establecer comparaciones, ¥ Blantesn ya algunos problemas ceencisles. Une de lo mejores ejemplos es el proporcionado erate servas capaz de trabajar con un ta Se 9 Problemas tan diversos como los del determinismo geo grifico, del papel de la difusién en el desarrollo cultural, de la diversidad de los sistemas de descendencia, son abordados por este sabio, en quien algunos quieren ver al primero de los antropélogos. También deben ser das Ins compilaciones, en parte etnogréficas, destinadas al uso de los gobernantes, Por ejemplo, en el mundo b zantino, los datos recogidos por los viajeros y embaja- dores servian para la redaccién de sintesis précticas; un buen ejemplo de ello lo constituye Ja de Constantino Porciogeneta.” Finalmente, tieue asimismo ae on antropolégicas un amplio sector de Ia reflexin.filosi- ca, alimentada, directa o indirectamente, por Ia docs: mentacién precedente. Aristételes, al comparar una im- presionante coleceién de constituciones, ered la antropo- Togia polticas plantedndose preguntas acerca de los en una interpretacién de la evolucién humana. Son dos temas que con frecuencia tienden a mezclarse, segtin vemos ya en J, Bodin, en el siglo xvt, el cual por una parte esboza lo que deberia ser un gobierno «légico», basado en la naturaleza de las cosas, y, por otra, abre una discusién acerca de la influencia del medio fisico y las posibilida- des que el hombre tiene de remontarla, rechazando de esta manera, como se hard mas tarde apoyandose en los hechos, toda explicacién unilateral de las diversidades culturales. No existe utopia, ni teorfa politica, que no tenga en cuenta, a partir de esta época, al chombre de la naturaleza», que segin unos precede a las corrupciones de la civilizacién, o que por el contrario permite com- prender los fundamentos de la misma. Basta con citar aqui los nombres de T. Hobbes, J. Locke, y J. J. Rousseau. En todos los casos, y bajo formas diversas, tras las in- terpretaciones racionalistas de la vida en sociedad, apa- recen interesantes sugestiones, algunas de las cuales fue- ron desarrolladas de nuevo en el siglo x1X. Todas ellas im- plican, por lo menos de un modo sumario, la idea de un desarrollo de la humanidad; incluso en el caso en que, contrariamente a las ideas de M. de Condorcet, perma- necen dentro del mito de la «edad de oro». C. de Mon- tesquicu merece, sin duda, un lugar destacado dentro de esta categoria de tedricos politicos; en su obra todo queda bosquejado: el evolucionismo bajo una forma que més tarde parecer simplista, el , considers que lo humano glo social estén siempre ligados de un modo indisoluble. $e comprende que G. Klemm le considere el primero Jos antropélogos —claro esta que la palabra es aqui ana ‘crénica— atribuyéndole la primera meditaciéi cativa acerca de la nocién de cultura, m_ signifi- 33

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