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PAOLO ROSSI LAS ARANAS Y LAS HORMIGAS Una apologia de la historia de la ciencia EDITORIAL CRITICA BARCELONA Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorizacién escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproduccién total o parcial de esta obra por cualquier medio 0 procedimiento, comprendidos la reprografia y el tratamiento informético, y la distribucién de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo publicos. Titulo original: I RAGNI E LE FORMICHE: UN’APOLOGIA DELLA STORIA DELLA SCIENZA Traduccién castellana de JUANA BIGNOZZI Cubierta: Enric Satué sobre un trabajo artesanal, en pan, de Eduardo Crespo © 1986: Societa Editrice !1 Mulino, Bolonia © 1990 de la traducci6n castellana para Espafia y América: Editorial Critica, S.A., Aragé, 385, 08013 Barcelona ISBN: 84-7423-469-7 Depésito legal: B. 30.402 - 1990 Impreso en Espafia 1990. — NOVAGRAFIK, Puigcerda, 127, 08019 Barcetona PREAMBULO Empirici, formicae more, congerunt tantum et utuntur; Rationales, aranearum more, telas ex se conficiunt. F. Bacon (1620) 1. Tomando de referencia un verso de Arquiloco («Muchas co- sas sabe el zorro, una sdlo el erizo, pero grande»), sir Isaiah Berlin adelant6 una vez la hipdtesis de que fildsofos y escritores muy bien podian ser clasificados seguin la distincion entre erizos y zorros. Los erizos, «centripetos», remiten todo a una unica visién central, a un unico principio, s6lo en los términos del cual tiene un significado lo que dicen y sienten. Los zorros, «centrifugos», persiguen fines dife- rentes, desligados, a veces contradictorios, unidos sdlo de facto, sin referencia a un principio moral o politico. Hasta aqui la particion es relativamente facil y cualquiera puede divertirse colocando a Spi- noza, Hegel y Proust entre los erizos y a Montaigne, Voltaire y Bal- zac entre los zorros. Las dificultades empiezan con los fildsofos 0 es- critores que se creen zorros, mientras que en realidad son erizos, 0 que (como en el caso de Tolstoi) se creen erizos cuando en realidad son zorros.! Otros animales, en este caso ardcnidos e insectos, cronolégica- mente precedieron (como todos los fildsofos lo saben) a los erizos y los zorros de sir Berlin: las araras, las hormigas y las abejas de sir Francis Bacon. Tampoco la particién baconiana dejé residuos ni margenes de incertidumbre. En ese momento no circulaban abejas, 1. I. Berlin, The Hedgehog and the Fox, Weidenfeld and Nicolson, Londres, 1956. porque todos los que hasta ahora habian tratado las ciencias fueron hormigas o aranas. Entre sus otras caracteristicas, las arafhias gustan de la soledad, tienen poca curiosidad por la naturaleza y leen pocos libros; tienen una mente muy aguda y casi sin disponer de material obtienen de ellas mismas una tela sutilisima de argumentaciones y de minuciosas distinciones; gozan en adelantar sin pausa objeciones cada vez mds sutiles, terminan por quedar sumergidas en la madeja de hilos que han creado y se encuentran con un saber fragmentario y casi agusanado entre las manos. Las hormigas, por el contrario, es- tan Ilenas de curiosidad hacia el mundo, nunca se cansan de recoger, donde casualmente lo encuentren, una gran cantidad de material; lo acumulan y lo almacenan con gran constancia sin preocuparse en se- leccionarlo, no tienen una luz que las guie y buscan tanteando un ca- mino; a menudo se encuentran que tienen entre las manos formas de saber supersticioso y oscilan de continuo, por esto mismo, entre el en- tusiasmo y la desazon. Para Bacon, exactamente igual que para Berlin, la clasificacién se complicé mds por el hecho de que existen fildsofos pertenecientes a la secta de los racionales, que ambicionan ser considerados indus- triosos experimentadores, y existen fildsofos pertenecientes a la secta de los empiricos que no quieren ser considerados tales: arafias que adoptan aires de hormigas y hormigas que adoptan aires de arafas. Es sabido que Bacon auspiciaba una «santa unidn» entre arafias y hormigas. En ella los vicios se transformarian en virtudes porque esa union se configuraba como una superacion. En las abejas se conjuga la agudeza de las aranas y la infatigabilidad de las hormigas, la cu- riosidad por el mundo y la capacidad de seleccionar, transformar y digerir con la mente el material recogido en el mundo. Después de haber trabajado mucho y escrito (tal vez demasiado) sobre historia de las ideas e historia de la ciencia, después de haber leido muchos libros de historiadores de la ciencia y de fildsofos de la ciencia, me he convencido de que la metdfora baconiana y la conexa biparticién en aranas y hormigas conserva (si se aplica a la ya casi secular distincion entre epistem6logos e historiadores) una parte con- sistente de su valor. En vez de «santa unidn» o de casto connubio (que son términos propios del lenguaje de imagenes del Lord Canci- Her) se ha hablado mucho, en afios cercanos, de matrimonio, de pa- rentesco, de convivencia, de separacién (consensual o no) entre fild- sofos de la ciencia e historiadores de la ciencia. Pero hoy mds que nunca estamos lejos de una unidn. Mds bien pareciera que las dificul- tades se han hecho mds densas y se han multiplicado, Reconozco que no faltan arafias y no faltan hormigas insatisfe- chas de su estatus, conscientes de la parcialidad de su posicidn y, de alguna manera, deseosas de transformarse en abejas. Pero pienso que el peligro mayor esta representado por las aranas y las hormigas que consideran que ya son abejas, productoras de éptima miel, y lo decla- ran con todas las letras manifestando el mds total desinterés o, en al- gunos casos, el mas profundo desprecio por la otra especie. Las ata- fas que adoptan aires de abejas asumen que Ia unica, relevante y seria actividad posible consiste en pasear a través de la historia sus modelos cognoscitivos prefabricados, creen que existen entidades del tipo «la episteme de una época»; se leen sélo entre ellos y ostentan un supremo desprecio por las objeciones facticas, siempre dispuestos como estan a «relegar en la noche» la historia real; ponen atencidn en la anatomia de los esqueletos y nunca en la embriologia de los or- ganismos; manipulan con desenvoitura los textos y dictan normas; estan como ciegos frente a la diversidad, a la variaci6n de los criterios de racionalidad, a la movilidad a través del tiempo de la demarcaci6n ciencia-seudociencia, a la mezcla inextricable de errores y verdades presentes en las grandes construcciones tedricas del pasado, Las hor- migas que adoptan aires de abejas tienden a menudo a confundir una colecci6n de fichas con una historia, y persiguen el ideal de una lista completa de los libros y de los personajes de una época como si de esto pudiese surgir algo mds que una especie de listin telefonico; les otorgan el mismo valor a todas las ideas y a todos los libros; piensan que la estructura de las teortas es poco relevante y que todo es expli- cable como un producto de la época o como Ia respuesta a las especi- ficas exigencias de una cultura y de una sociedad; consideran que la filosofta debe resolverse sin residuos en la actividad ejercida por los historiadores; estén como ciegos frente a la existencia de las teorias, a la intencionalidad cognoscitiva atemporal, a la transhistoricidad y a la capacidad de autocorrecci6n que son constitutivas del saber cienti- fico y que lo diferencian de cualquier otro tipo de saber creado hasta ahora por la especie humana. Los escritos recogidos en este libro a menudo estan polémica- mente dirigidos contra las aranas-epistemdlogas y, en especial, con- tra las numerosas arafias que toman aires de abejas y tejen sus telas interpretando el fragmento de un autor que interpretaba a otro, quea su vez comentaba una no siempre fiel traduccion inglesa o francesa de un texto de Bacon o de Galileo, Pero —ges necesario decirlo?— mi enfoque no es en absoluto una defensa de las hormigas o de los historiadores que son solo recolectores de datos y que con ellos inten- tan ahogar las mentes. No tengo ninguna simpatia por la figura del erudito «que consume ciencia como un gusano de libros y, comiendo cada dia mds de lo que pesa, logra echarlo fuera sélo de manera ablandada». Creo que este tipo de estudioso es de veras la manifesta- cién «opuesta, pero igual en el significado» de la figura también muy difundida del «idedlogo explosivo que digiere lo que flota de espiri- tual en el ambiente, apelotondndolo de forma compacta».’ Pero tengo la impresién de que hoy son particularmente numerosas las aranas en crisis y las hormigas insatisfechas, y en estas dos categorias de personas baso también yo (en este dmbito muy limitado y obvia- mente sin las ilusiones de la «gran esperanza» de Bacon) mis peque- fas y un poco inciertas esperanzas de futuro. 2. Algunos, entre las aranas que toman aires de abejas, han al- canzado sin embargo, en el curso de su trabajo, resultados de verdad desconcertantes, El primer capitulo de este libro toma en considera- cidén un problema que, en la perspectiva de las arafias, no se consi- dera tal: el de los territorios posibles de investigacion o de los campos problemdticos que, en un momento determinado, emergen como nuevos objetos del saber cientifico. El segundo capitulo, al hacer re- ferencia al gran y largamente olvidado libro de Ludwik Fleck, trata de sacar a la luz el parcialismo historiogrdfico sobre el que se cons- truy6 la comunidad de epistemdlogos en lengua inglesa, con una no- table dosis de pereza mental, una imaginaria autobiografia colectiva o historia conveniente, que ha eliminado como inexistentes algunos de los grandes problemas presentes dentro de la misma tradicion del neoempirismo. Los capitulos tres y cuatro consideran dos casos espe- cificos: la extrana interpretacién del método baconiano construida por los epistemdlogos popperianos (0 empenados en discutir el pop- perismo) y que encontré muy amplia audiencia hasta imponerse como una formula que ya no es susceptible de ser discutida; la tesis, 2. R. Musil, «Spirito ed esperienza: osservazioni per i lettori scampati al tra~ monto dell’Occidente», 1921, en C. Monti, ed., La conoscenza del poeta, Sugarco, Milan, 1979, p. 125. también ésta del todo imaginaria, de una radical ausencia de metdfo- ras en la ciencia del siglo xvi adelantada, en Francia, por Michel Foucault y entusidsticamente retomada en la cultura italiana.’ El quinto capitulo es una tentativa provisional de ofrecer una panord- mica general sobre la emergente disciplina «historia de la ciencia». El sexto capitulo es una reflexién a menudo fuertemente polémica so- bre esta disciplina -n Italia, El capitulo séptimo se incluye en nombre del derecho, que no sé en qué medida se le reconoce a la gente de se- senta anos (pero la operacion resultarta absolutamente prohibida para los menores), de esbozar un balance de su propia actividad. 3. Como hasta aqui he hecho referencia al titulo y al contenido de este libro, ahora trataré de aclarar el subtttulo que le he puesto. En este trabajo se desarrolla una exposicidn en defensa de una historia de la ciencia que se mueva, aunque con todas las correcciones y limitacio- nes del caso, dentro de esa constelacion de creencias (cf. cap. 1, 4) que desde hace muchos siglos son constitutivas de toda actividad «hist6- rica» y que forman parte de la especifica tradicién con la que inevita- blemente se relaciona y se une el trabajo de los historiadores. Con respecto a hace diez anos, cuando presenté mi informe al Congreso de Capri sobre «Tradicién hermética y revolucion cientt- fica», la situacién ha cambiado mucho. También entonces polemi- 3. Sobre la historiografia de Foucault, cf. también P. Rossi, Clavis Universalis, Il Mulino, Bolonia, 1983, pp. 9-11. En Francia llegé a conclusiones muy similares uno de los mejores historiadores de la ciencia, Jacques Roger, al formular un juicio que me parece debe suscribirse totalmente: «El mejor ejemplo que pueda darse de la prioridad de la teoria sobre los hechos es sin mas la Historia de la locura de Mi- che] Foucault ... Se apoya enteramente en una definicién de la enfermedad mental dada por la antipsiquiatria contempordnea. Sobre esta base se interpretan los he- chos y sobre todo se seleccionan. Los historiadores en vano han dicho y repetido que esta historia era falsa, que los enfermos mentales habian sido encerrados muy a menudo desde la Edad Media y en el siglo xvr, que el gran renfermement de 1660 para nada tenia el significado que le atribuia Foucault, etc. Pero es lo mismo: el éxito de la teoria queda asegurado por el gran talento del autor, por la coherencia interna de la misma teoria y sobre todo por su coincidencia con una de las grandes tendencias de la ideologia contemporanea. Su inexactitud histérica a nadie interesa; su subentendido proyecto politico es el que provoca adhesién» (J. Roger, «Per una storia storica delle scienze», en Giornale critico della filosofia italiana, LXUL, n.° 3, 1984, p. 293). Gran agudeza y talento, coherencia interna, capacidad de ejercer peso en la cultura; atin estamos en presencia de algunas de las caracteristicas de las aramias de baconiana memoria. zaba contra la reduccién de los personajes histéricos a simbolos y contra los retratos miticos de Galileo y de Bacon pintados por los popperianos.4 Pero aunque no sea verdad, como ha escrito Feyera- bend, que los historiadores han destruido los «castillos en el aire» construidos por los epistemélogos, si es cierto que desde entonces la situacién se ha complicado mucho. En la mitad de la década de los ochenta casi ninguno —tanto entre los historiadores como entre los filosofos de la ciencia— pensaria en sostener como obvia la célebre expresion de I, Lakatos que afirma que la filosofia de la ciencia esté vacia sin la historia de la ciencia, y que la historia de la ciencia estd ciega sin la filosofta de la ciencia. Después de los escritos de H. Lau- dan, E. McMullin y de muchos otros autores, esa expresion resulta basada en un diagndéstico decididamente demasiado optimista. Na- cia, en efecto, de la conviccidén —que fue muy sdlida en Lakatos— de que ya habia sido elaborada una metodologita (la de los «programas de investigaci6n») capaz de aportar los criterios para la elaboracion no sélo de los programas cientificos, sino también de los programas historiogrdficos. Y en cambio lo que sucedio es que los historiadores siguieron tra- bajando independientemente de esos programas y sin aceptar los cd- nones del inductivismo, del convencionalismo o del falsacionismo (que eran las tinicas tres posibilidades que les ofrecia Lakatos). Como todos los cientificos en el curso de la historia, fueron ellos, jus- tamente, mucho mds «oportunistas» de lo que habian previsto los metoddlogos. Hoy sabemos que la epistemologia no genera ciencia y que no existe un método al que ateniéndose escrupulosamente pueda estarse seguro de efectuar descubrimientos y de enunciar proposicio- nes verdaderas. Del mismo modo sabemos que la filosofia de la cien- cia no genera historia de la ciencia y que no existen reglas a las que ateniéndose escrupulosamente pueda estarse seguro de efectuar des- cubrimientos y de enunciar proposiciones historiogrdficamente rele- vantes. Sobre todo en estos tiltimos diez afios, se han publicado en Italia libros de historia de las ciencias que manifiestan una dosis notable de 4. P. Rossi, «Hermeticism, Rationality, and the Scientific Revolution», en M. L. Righini Bonelli y W. Shea, eds., Reason, Experimental and Mysticism in the Scientific Revolution, Science History Publications, Nueva York, 1975, pp. 247- 248. profesionalidad y que estdn en condiciones de resistir la confronta- cion con las investigaciones que se realizan en otros paises.5 Lo que sucedia en las décadas de los cincuenta y los sesenta con relacion ala historia de la filosofia y a la historia de las ideas estd empezando a ve- rificarse también en la historia de la ciencia. Al respecto es conveniente tener claridad sobre un punto: existe uno y s6lo un modo para verificar la originalidad de una investiga- cidn tedrica o de una investigacion hist6rica: su utilizabilidad de principio y su utilizacién de hecho por parte de la comunidad inter- nacional de los fildsofos 0 de los historiadores. Sin querer quitar a nadie la legitimidad de la conviccidn de que en oscuros cuadernos puedan aparecer un dia pdginas inmortales, tengo la impresién de que las investigaciones italianas de epistemologia y de filosofia de la ciencia (naturalmente con las debidas y justas y por todos reconoci- das excepciones) corren el riesgo de encontrarse, frente a la nueva, emergente y brillante actividad de los mds jévenes historiadores de la ciencia, en la misma situacion en la que durante muchas décadas se encontro en Italia la filosofia «teorética» frente a la investigacion hist6rica. Mientras esta ultima fue rica en resultados, en Italia muchos reemplazaron la filosofia por una actividad de pura y simple impor- tacion de ideas elaboradas en otra parte, o bien la identificaron con la redaccion de glosas de los clasicos de la filosofia contempordnea. En nuestra tradicién tienen sdlidas raices formas de eclecticismo que tienden a hacer compatibles entre si cosas que son en cambio del todo incompatibles en otra parte. Receptividad, disponibilidad, apertura, no son necesariamente sindnimos de originalidad. Pueden coincidir con una difundida tendencia a diluir los problemas, a renunciar a ese especial tipo de unilateralidad que es también una ineliminable forma de fuerza tedrica. Los historiadores de la ciencia, en Italia, han publicado libros so- 5. Entre las contribuciones de nivel internacional publicadas en los ultimos afios deben senalarse sin duda los estudios de Ferdinando Abbri sobre la quimica en la época de Lavoisier, de Enrico Bellone sobre la fisica del siglo x1x y comienzos del xx, de Walter Bernardi sobre la biologia del siglo xvit1, de Pietro Corsi sobre el la~ marckismo, de Paolo Galluzzi sobre Galileo, de Massimo Mugnai sobre la historia de la légica, de Renato Mazzolini sobre la historia de la fisiologia, de Giuliano Pan- caldi y de Antonello La Vergata sobre Darwin y sobre el darvinismo, de Stefano Poggi sobre la psicologia del siglo xix. bre Galileo, sobre la revolucién quimica, sobre el darvinismo y sobre el lamarckismo, sobre la fisiologia del siglo xv1r, sobre la biologia del siglo xvit, sobre la fisica del siglo xrx. Salvo poqutsimas, aunque re- levantes excepciones, los fildsofos de la ciencia italianos no escriben libros sobre la explicacion cienttfica, sobre la estructura semdntica de las teortas, sobre el control empirico de las teorias, sobre el problema de la causacién, Sus trabajos no se asemejan a los escritos en otras épocas por Hempel o por Reichenbach, o, en la actualidad, por Hac- king, Glymour y Suppe. Estén prevalentemente dirigidos a discutir sobre Lakatos, Feyerabend y Foucault, o bien a glosar sus textos. Sin duda se trata de formas de provincianismo. Esto ultimo, como todos saben pero pocos admiten, no se elimina multiplicando las traducciones, ni con una puesta al dia, sino con la produccién de investigaciones capaces de suscitar el respeto y el interés de una co- munidad mds vasta que la local. Por cierto que no somos un pats pro- vinciano en algunos sectores de la industria y de la cultura. Esto no depende del hecho de que importemos muchos automdviles o doble- mos muchos filmes norteamericanos, sino del hecho de que los Ma- serati y los filmes de Visconti han sido concebidos, proyectados y construidos en Italia. La profesionalizacion de los jovenes historiadores de la ciencia, a la que he hecho referencia, se ha producido mds por estar insertos en una tradici6n muy sélida de estudios de historia de la filosofia y de historia de las ideas que por el efecto ejercido por las filosoftas de la ciencia importadas a Italia o reelaboradas en Italia. 4. La actividad del historiador se desarrolla, sin duda, en el presente y estd condicionada por intereses y puntos de vista selectivos que operan en el presente, Esta es una obviedad epistemolégica. Pero debemos estar atentos a que esta obviedad no nos induzca a perder de vista lo que es especifico en la actividad de los historiadores. Y res- pecto de este punto creo que es objetivo tener en cuenta, aun hoy, al- gunas de las conclusiones a las que habia llegado, hace ya casi medio siglo, el tedrico y fundador de la history of ideas. En cuanto especi- fica, como subraya Lovejoy, la busqueda de los historiadores ha sido siempre en las intenciones instrumento para la presente (o futura) sa- tisfaccién de haber dado una respuesta probable a un problema his- térico. Esta respuesta no es necesariamente una contribuci6n a la so- lucién de un problema que no sea del pasado. El que en medio de una llanura absolutamente plana encuentra un tumulo perfectamente cuadrangular cuya presencia no se explica con alguna hipotesis geo- légica aceptada, puede adoptar la hipotesis de que se trata de una construccion humana. Si por medio de excavaciones se descubren es- queletos humanos y objetos hechos por el hombre, verifica su hipote- sis y obtiene informaciones sobre los caracteres fisicos y sobre la vida de un pueblo desconocido que antropologos, arquedlogos e historia- dores pueden encontrar «interesantes»: No es necesario que el motivo que lo impulsa a la busqueda sea el deseo de explicar el hecho presente: puede ser, en el sentido etimold- gico del término, una curiosidad por conocer algo sobre el modo de vivir de los hombres de otras épocas que, al comienzo, el investigador supuso habian construido el timulo. Los motivos que atraen a los historiadores de las ideas pueden ser también de este tipo. No son necesariamente, pero pueden ser: en el sentido de que de he- cho no es verdad que las investigaciones historiogrdficas estén nece- sariamente motivadas por problemas no historiogrdficos del pre- sente. Una de las funciones que Lovejoy atribuia a la historia de las ideas era la de iluminar desde un particular dngulo visual el trabajo de la mente y de dar cuenta de sus posibilidades, En ese campo, 0 dm- bito, o abanico de posibilidades estdn presentes ideas y creencias que fueron consideradas vdlidas e interesantes y que no son consideradas vdlidas e interesantes en la actualidad. La btisqueda de lo que creo importante no yo sino otros hombres: esto determina la relevancia y el significado «historiogrdfico» respecto a otros tipos de relevancia y de significado. Desde este punto de vista, la historia se configura como «una rama de la antropologta en el sentido mds amplio del tér- mino», y el historiador contribuye, de la manera que le es peculiar, «al esfuerzo que realiza el género humano para obedecer al impera- tivo délfico».6 Como una vez escribid George Boas, el que estudia la historia de las ideas debe poseer caracteristicas particulares: debe estar provisto de una no comin dosis de curiosidad sobre la mente humana y sus productos; debe tratar ideas consideradas por los hombres de su 6. A. O. Lovejoy, «Present Standpoints and Past History», en The Journal of Philosophy, XXVI, 1939, pp. 477-489; «Reflections on the History of Ideas», en Journal of the History of Ideas, 1, 1940, pp. 3-23. época obsoletas y supersticiosas con el mismo cuidado y atenci6n que dedica a la verdad y a las creencias bien consolidadas; finalmente debe tener el gusto de curiosear lugares que no estn alalcance de la mano porque las ideas son semejantes al mercurio que se divide en bolitas que «ruedan y saltan fuera, hacia los lugares donde la logica nunca las hubiera colocado».’ Estoy convencido, a diferencia de muchos amigos, que estas afir- maciones conservan su valor aun aplicadas a la historia de la ciencia. He tratado de aclarar las razones de mi convicci6n en el primer capt- tulo de este libro y mds detalladamente en el pardgrafo 7 del capitulo segundo. 5. La mayor parte de los ensayos que componen esta recopila- cidn, con una forma diferente de la que han asumido, fueron presen- tados y discutidos en el dmbito de seminarios, encuentros y congre- sos, En esos lugares he recibido solicitaciones, criticas y sugerencias de muchas personas que me han sido muy utiles en el trabajo de volver a redactarlos. Agradezco en particular a Ferdinando Abbri, Enrico Bellone, Norberto Bobbio, Ettore Casari, Ornella Faracovi, Antonello La Vergata, Michéle Le Doeuff, Massimo Mugnai, Ales- sandro Pagnini, Paolo Parrini, Stefano Poggi, Graham Rees, Jac- ques Roger, Pietro Rossi, Uberto Scarpelli, Fulvio Tessitore, Salva- tore Veca, Carlo Augusto Viano, Danilo Zolo. Dedico este libro a mi nueva nieta Paola, saboreando de ante- mano el momento en que podré decirle que su abuelo escribid un li- bro sobre las aranas y las hormigas. PLR. Universidad de Florencia 7. G. Boas, The History of Ideas: An Introduction, Ch. Scribner’s Sons, Nueva York, 1969, p. VIII. REFERENCIAS DE LOS ENSAYOS De los siete ensayos que componen este libro, el primero se pu- blicé con el titulo «Sull’emergenza dei problemi: un’apologia della storia della scienza», en A. Di Meo y S. Tagliagambe, eds., Scienza e storia: analisi critica e problemi attuali, Editori Riuniti, Roma, 1980, pp. 1-26. EI segundo ensayo apareci6 con el mismo titulo en Rivista di fi- losofia, LXXII, n.° 21, octubre de 1981 (en realidad, 1982), pp. 403-428. Luego volvié a publicarse en forma mds amplia como In- troducci6n a la edicién italiana de L. Fleck, Genesi e sviluppo di un fatto scientifico, Nl Mulino, Bolonia, 1983, pp. 9-41. El tercer ensayo es la nueva redaccién del texto de un informe leido en el Congreso de la Sociedad Italiana de Légica y Filosofia de la Ciencia que se desarrollé6 en San Gimignano en diciembre de 1983 y, en traduccién inglesa, en el Seminario internacional de estu- dios sobre Francis Bacon que se desarroll6 en Roma, en el Lessico Intelletuale Europeo en marzo de 1984. El texto italiano fue publi- cado en el volumen La storia della filosofia come sapere critico. Studi offerti a Mario Dal Pra, Franco Angeli, Milan, 1984, pp. 628- 640. La version inglesa en el volumen de M. Fattori, ed., Francis Bacon, Edizioni dell’ Ateneo, Roma, 1985, pp. 245-260. El cuarto ensayo se publicd en Intersezioni, IV, 2, 1984, pp. 243-270. El quinto ensayo es el texto de la voz redactada para la Enciclo- pedia del Novecento, publicada en el volumen VI de esa obra, Isti- tuto dell’Enciclopedia Italiana, Roma, 1982, pp. 386-401. El sexto ensayo es el texto de un informe lefdo en junio de 1981 en el Encuentro de Anacapri sobre la filosofia en Italia de 1945 a 1980 y publicado con el titulo «La filosofia di fronte alle scienze: al- 4.—ROSS! cune discussioni sui rapporti scienza-societa», en N. Bobbio, G. Lissa y otros autores, La cultura filosofica italiana del 1945 al 1980, Guida, Napoles, 1982, pp. 131-145. El séptimo ensayo es el texto (revisado) de las respuestas dadas en el curso del encuentro con el piiblico que se desarroilé en la Bi- blioteca Comunal de Cattolica, en marzo de 1980, y que luego se publicé en el volumen de Bobbio, Cerroni, Eco, Giorello, Mancini, Rossi, Severino, Vattimo, Che cosa fanno oggi i filosofi?, Bompiani, Milan, 1982, pp. 82-111. Aunque todos los ensayos reunidos en este libro fueron escritos después de 1980, para poder tener en cuenta todo lo que se ha es- crito en estos uiltimos dos 0 tres aiios, tuve que redactarlos por com- pleto de nuevo. Pero debe seftalarse que las intervenciones sobre L. Fleck y sobre lo que he denominado la «revolucién imaginaria» se han multiplicado en estos ultimos afios. He sefialado estos estudios en la nota que cierra el segundo capitulo. En muchos casos he sefia- lado trabajos aparecidos con posterioridad a la redaccién de los en- sayos. Eliminé algunas repeticiones y amplié el tratamiento de algu- nos temas. PRIMERA PARTE 1. LA HISTORIA DE LA CIENCIA Y EL SURGIMIENTO DE LOS PROBLEMAS No hay ninguna ciencia en la que pueda mos- trarse la pretendida sucesién de un estadio metafi- sico a un estadio positivo. No existe ciencia en la cual el descubrimiento de las leyes de los fenéme- nos, una vez iniciado, se lleve adelante independien- temente de discusiones concernientes a ideas que ~si algo puede ser llamado de esa manera— deben ser llamadas metafisicas. W. Wuewe et (1865) 1. IMAGENES DE LA CIENCIA Y POSIBILIDAD DE TEOR[AS La historia de la ciencia concebida como una suma de investiga- ciones, cada una de las cuales se mueve dentro de una disciplina constituida (fisica, biologia, botanica, quimica, geologia, etc.), pa- rece haber cumplido su etapa. {Qué sentido puede tener su reagru- pamiento, construido sobre la base de las disciplinas actuales, de pensadores que discuten entre ellos en un presunto lenguaje univer- sal de la ciencia? ,Qué sentido tienen esas imaginarias mesas redon- das alrededor de las cuales Roger Bacon, Robert Boyle y Lavoisier discuten sobre ciencia experimental, mientras que Aristoteles, Al- berto Magno y Darwin afrontan «juntos» problemas de biologia? Preguntas de este tipo, formuladas desde hace mucho tiempo,’ 1. Cf. G. Gusdorf, De l'histoire de la science a l'histoire de la pensée, Payot, Paris, 1966, p. 168; Paolo Rossi, «Problemi € prospettive nella storiografia della scienza>, en Storia e filosofia. Saggi sulla storiografia filosofica, Einaudi, Turin, 1975, p. 257. parecieran hoy imponerse con fuerza particular aun a los epistemé- logos con una dedicacién exclusiva que se ocupan, en las horas li- bres, de la construccién de ejemplos o de casos histéricos significati- vos. La bisqueda de los contextos histéricos y culturales dentro de los cuales los cientificos individualmente y las comunidades cientifi- cas efectuaron elecciones y tomaron decisiones ha adquirido, en esta ultima década, un espacio cada vez mas amplio. También Thomas Kuhn parece haberse dado cuenta ahora —y lo ha hecho con la acostumbrada lucidez y honestidad intelectual— de que las comuni- dades cientificas no pueden ser identificadas segtin los temas o los «objetos» estudiados (la luz, el calor, los elementos quimicos, etc.).” La existencia misma def objeto de una ciencia presupone definicio- nes y teorias, requiere el consenso de comunidades cientificas, im- plica la presencia de divergencias y de conflictos dentro de un «pen- samiento convergente» o de un terreno que se reconoce comin. Pero esos objetos y ese «pensamiento convergente» no siempre han estado presentes en la historia, aparecen como resultados y no como presupuestos: se van construyendo trabajosamente a través del tiempo. Partiendo de las ciencias actuales, y olvidando los modos en que éstas se formaron historicamente, se construyen lineas de desarrollo de objetos imaginarios: la quimica, la biologia, la teoria del calor, la geologia. gDe verdad todas las exposiciones que conciernen al oro y al mercurio, o bien a los terremotos y a los volcanes, pueden entrar a formar parte de una historia de la quimica o de la geologia? El he- cho de que la historia de la ciencia se haya modelado a menudo so- bre la historia de las matematicas y de la astronomia —dos discipli- nas que se remontan a épocas muy lejanas—, desde este punto de vista, no ha carecido de consecuencias perjudiciales. ;Cémo aplicar ese modelo a la historia de la quimica y de la biologia? Se hizo, du- rante mucho tiempo, justamente sobre la base del «objeto» estu- diado, recogiendo en un tnico volumen exposiciones de la mas va- riada naturaleza pertenecientes a terrenos heterégeneos. En esos voliimenes, como es obvio, no entran ni las filosofias, ni las image- nes de la ciencia, ni las discusiones que conducirian a individualizar 2. Th. Kuhn, La tensione essenziale: cambiamenti e continuita nella scienza, Einaudi, Turin, 1985, pp. XX-XXI (hay trad. cast.: La sensidn esencial, FCE, Ma- drid, 1983). un terreno, a construir, sobre la base de definiciones-teorfas, un ob- jeto especifico. Y en las historias generales se hablaba (y se habla) de «ciencia del siglo xv» como de una totalidad indiscriminada. Aun cuando, a diferencia de la astronomia —como ya ha sido justa- mente subrayado—, la quimica de ese periodo no tiene la estructura de una ciencia organizada, no tiene a sus espaldas una tradicion de- finida, no conoce técnicas sofisticadas (como las que son familiares a los astrénomos); esta en manos no de filésofos naturales o de pro- fesores, sino de técnicos, artesanos, alquimistas.? Se ha dicho que buscar teorfas quimicas en las obras de los al- quimistas es un poco como buscar las reglas del arte de la albaiiileria en los textos de la masonerfa. Quimica, geologia, magnetismo, se convierten en ciencias entre los siglos xvi y xvi. ,Cémo algo que antes no era ciencia puede entrar a formar parte de esas formas de saber que llamamos cientificas? Si el conocimiento cientifico, como el lenguaje, «es intrinsecamente la propiedad comtin de un grupo», 4c6mo se ha ido constituyendo ese grupo? ,Cémo (en la terminolo- gia de Kuhn) se va construyendo el «pensamiento convergente»? {Qué caracteristicas tiene la emergencia de nuevas ciencias? Las historias de la ciencia construidas sobre el modelo de la his- toria de la astronomia dejan un lugar bastante escaso a este tipo de preguntas. En fo que conciere a la ciencia del siglo xvi, se han ol- vidado algunas cosas durante demasiado tiempo: 1) que la ciencia de ese siglo fue a la vez galileana y cartesiana y baconiana, 2) que la distincién entre los llamados dos métodos de investigacién (mate- matico-deductivo y experimental-inductivo) fue sefalada en esa época (y aproximadamente durante unos ciento cincuenta ajios mas) como real, y que el «mito» de Bacon no fue una invencién de los historiadores del siglo xrx, sino una realidad activa para los vir- tuosos ingleses y luego para los filésofos franceses de la edad de la raz6n; 3) que la distincién-oposici6n entre estos dos métodos estaba unida a dos diferentes imagenes de Ja ciencia, de la cual la primera privilegiaba {a audacia de las hipotesis, las de la formacién de un universo imaginario no tienen lugar —justa- mente porque Se trata de una fabula y de un mundo imaginario— ni Dios, ni Moisés. Los planetas son originados por el movimiento de los torbellinos, por la condensacién de la materia ignea que forma un astro brillante sobre el que se forma luego una costra sélida; la Tierra emerge por obra de fuerzas mecdnicas. Cosmogonia y geogo- nia son una sola cosa.* Descartes, por cierto, no ignoraba la peligrosidad de su «fa- pula». No desea que se sepa que esté trabajando en Le monde «para tener siempre la posibilidad de desmentirlo». Después de la condena de Galileo, como bien se sabe, terminar por renunciar a _, $u publicacién. La presentacion de la «fabula» no estaba por cierto exenta de ambigiiedad. En el mismo momento en que afirmaba que era bastante verosimil «que desde el comienzo Dios hizo el mundo tal cual debia ser», Descartes declaraba también que «la naturaleza de las cosas materiales es mucho mis facil de comprender si se las ve nacer poco a poco més que si se las considera ya hechas». De su hi- potesis —afirmaba en los Principia— se podian deducir «cosas ente- ramente de acuerdo con la experiencia» y, en este caso, la hipotesis «no sera menos util a la vida que si fuese verdadera». La misma hi- potesis puede aportar «razones comprensibilisimas y ciertas» de todo lo que se observa en la Tierra y, aunque el mundo «haya sido inmediatamente creado por Dios», todas las cosas que contiene «son ahora de la misma naturaleza» que si hubieran sido producidas segtin esa hipotesis. En el pardgrafo 45 de la tercera parte, Descar- tes declaraba que no dudaba de que el mundo hubiese sido creado «con tanta perfeccién como la que tiene ahora», con el Sol, la Luna, las estrellas, con una Tierra dotada no sdlo de las semillas de las plantas, sino en parte cubierta por plantas, con Adan y Eva no ni- fios, sino hombres perfectos. La religion cristiana, concluia, «quiere que lo creamos asi», la raz6n natural nos persuade, también ella, de esta verdad porque, considerando la omnipotencia de Dios, debe- mos pensar que «todo cuanto Dios ha hecho tuvo, desde el princi- 8. R. Descartes, Correspondance (Adam-Milhaud), I, p. 241; Principia, 111, 44; IV, 45 Discours, V, «Le monde», XX, V-VI. pio, la perfeccion que debia tener». Con un procedimiento que le es caracteristico, Descartes da vuelta al sentido de su explicacion: Y sin embargo, ya que se sabria mucho mejor cual ha sido la na- turaleza de Adan y la de los arboles del Parafso si se hubiera exami- nado de qué manera los niios se forman poco a poco en el vientre de las madres, y cémo las plantas surgen de sus semillas, que si sdlo se hubiera considerado cuales fueron cuando Dios los creé: igual- mente, haremos comprender mejor cuél es en general la naturaleza de todas las cosas que estén en el mundo si podemos imaginar prin- cipios que sean inteligibles y simplisimos, desde los cuales hagamos ver claramente que los astros y la Tierra y finalmente todo el mundo visible hubiera podido ser producido por algunas semillas (aunque sabemos que no ha sido producido de esa manera), que si lo descri- bimos sdlo como fue, o creemos que ha sido creado.? Conociendo la formacién del feto en el vientre materno, cono- ciendo cémo las plantas salen de las semillas, conocemos algo mas que conociendo solo a un nifio o a una planta como son, Lo mismo es valido para el universo. La ciencia nos hace conocer mas sobre la naturaleza de todas las cosas si esta en condiciones de decir algo no sélo sobre cémo es el mundo, sino también sobre cémo se ha for- mado y se ha convertido en lo que es actuaimente. La alternativa con la ciencia de Boyle y de Newton es, en este punto, radical. El «primer origen de las cosas» puede ser investigado y esa investiga~ cin sirve para decirnos algo util también sobre el sucesivo «curso de la naturaleza». Mas alla de las infinitas cautelas de Descartes, se habia abierto el camino que llevard a sustituir la narracién del Gé- nesis con otras narraciones. Newton: restricciones al campo de aplicacion de la fisica. En el sistema de Newton, como escribid Frank Manuel, un aconteci- miento cronoldgico en \a historia de las monarquias puede ser tra~ ducido a un acontecimiento astronémico y viceversa, porque en los cielos y sobre la Tierra «discurren historias paralelas». De la misma manera que «la formacion de las masas planetarias y la regulacion de su movimiento tuvieron un comienzo temporal, el mundo esté 9. Principia, III, 45. Para lo que precede: Principia, Ill, 44, 1; Discours, V. destinado a la consumaci6n como se profetiza en el Libro del Apo- calipsis».'° Estas afirmaciones, que por cierto son compartibles, no quitan sin embargo nada de su fuerza a la imagen (adelantada por Milhaud hace mas de medio siglo) de un Newton que se coloca fuera de las perspectivas «evolucionistas» presentes en Descartes y luego en Thomas Burnet y en todos los tedricos de una historia del universo y de la Tierra. Como reconoce el mismo Manuel, los Principios mate- mdticos de la filosofia de la naturaleza constituyen una descripcién del universo «en el periodo de tiempo que transcurre entre los dos polos absolutos de la creacién y de la destruccién». Tanto en la «Questione 31» de la Opticks (que fue agregada a la edicién de 1717), como en el Scholium generale (1713), la posicién de Newton est4 expresada con gran claridad: un «ciego destino» nunca hubiera podido hacer mover a todos los planetas de la misma manera en 6r- bitas concéntricas, y la maravillosa uniformidad del sistema es efecto de un «designio intencional». Pero el punto decisivo, respecto de lo que aqui nos interesa, es otro: si es verdad que «las particulas s6li- das fueron asociadas de diferentes maneras en la primera creacién por consejo de un Agente inteligente», si es verdad «que correspon- dié a Aquel que las habia creado ponerlas en orden», entonces no hay raz6n para buscar otro origen del mundo, o pretender que éste pueda haber surgido de un Caos por obra de las meras leyes de la naturaleza, aunque si, una vez formado, pudo durar a través de las edades en virtud de tales leyes [it’s unphilosophical to seek for any other Origin of the World, or to pretend that it might arise out of a Chaos by the mere Laws of Nature; though being once form’d, it may continue by those Laws for many Ages].'' También el Scholium generale, como se sabe, apelé a las causas finales. El que orden6 el universo colocé las estrellas fijas a una in- mensa distancia una de otra «por temor a que estos globos cayeran uno encima del otro por la fuerza de su gravedad». Por las leyes de la gravedad, los planetas contintian moviéndose en sus propias orbi- 10. F. Manuel, Newton Historian, Cambridge University Press, Cambridge (Mass,), 1963, p. 164. 11. 1 Newton, Opticks, Dover, Nueva York, 1952, p. 402 (cf. Londres, 1721, pp. 337-378) (hay trad. cast.: Optica, Alfaguara, Madrid, 1977). tas, «pero la posicién primitiva y regular de estas érbitas no puede ser atribuida a esas leyes. Esta admirable disposicién del Sol, de los planetas y de los cometas puede ser sdlo obra de un Ser omnipo- tente e inteligente».'? Las leyes naturales empiezan a operar sdlo después de que el universo se haya formado (0 mejor: se haya creado), La formacién del universo y el establecimiento de esas leyes son obra de Dios y no ” hay razon para buscar otro origen del mundo. La ciencia de Newton es una rigurosa descripcién del mundo tal como éste es. Y es —esta- ble y armonioso— en cuanto est4 comprendido entre la creacién na- trada por Moisés y el final aniquilamiento previsto por san Juan. El remoto «pasado» de la naturaleza no es objeto de indagacién cienti- fica, la «formacién» del universo no puede ser convertida en objeto de investigacion racional. Las leyes de la naturaleza no sirven para explicar la salida del universo al caos. Si de las leyes de la materia y del movimiento no puede nacer un universo organizado, zqué sen- tido puede tener ponerse a estudiar los modos en que se formé esa organizacion? Una cosmologia, como historia del universo, no tiene sentido. Si Dios es el legislador del universo, una interpretacién me- canica (y por lo tanto basada en las leyes de la naturaleza) que se extienda hasta el «génesis», gno volveria superflua la imagen misma de Dios? El relato biblico, para Newton, expone de forma «popu- ‘lar» hechos reales. Pero si se pudiera dar una explicacién «meca- nica» o «cientifica» de estos hechos, jese relato no terminaria nece- sariamente por aparecer como «una alegoria» 0 como la descripcién metaférica de un diferente proceso de los acontecimientos?, ,esa narracion no se diluiria en una narraci6n diferente?, y esta Ultima, no tendria necesariamente el aspecto y la sustancia de una teoria? Como lo vera con claridad Pierre Bayle, la via de los cartesianos se configura como eleccién obligada hacia el materialismo: Los cartesianos, los gassendistas y otros fildsofos modernos de- ben sostener que el mundo, la posicién y la figura de las partes de la materia son suficientes para la produccién de todos los efectos natu- rales, sin exceptuar la general sistematizacién que ha dispuesto la Tierra, el agua, el aire y los astros alli donde los vemos.'? 12. 1. Newton, Opera quae extant omnia, Londres, 1779-1785, Ill, pp. 171- 172. 13. P. Bayle, Dictionnaire historique et critique, Amsterdam, 1734, IV, p. 439A. J.ROSSt Bayle tendia a atenuar el contraste entre Descartes y Newton; confiaba en que Newton pensase en un origen mecanico del mundo; indicaba con extraordinaria claridad el camino que recorrera Buf- fon: aceptar la propuesta cartesiana de una ciencia capaz de remon- tarse al origen del universo y explicar la formacién del mundo sir- viéndose de la ciencia de Newton y del «pequefio nimero de leyes mecdnicas» que establecié: Sé que hay personas que no aprueban la ficcién adelantada por Descartes sobre el modo en que el mundo pudo formarse ... Estoy persuadido de que el sefior Newton —que es el mas temible de todos los criticos de Descartes— no duda en absoluto que el sistema efec- tivo del mundo no puede ser la produccién de un pequefio numero de leyes mecdnicas establecido por el autor de todas las cosas.'* En realidad, Newton nunca habia aceptado Ja idea de que el mundo pudiese ser producido por leyes mecanicas, En 1763, Imma- nuel Kant veja lticidamente que la ciencia newtoniana habia explici- tamente renunciado a toda tentativa de explicacion racional del ori- gen del universo. Considerando que la mecanica celeste, por obra de Newton, se ha convertido en una ciencia comprensible con plena claridad y certidumbre, no debfa terminarse por creer que ¢l estado de la naturaleza en la que tuvo su principio esta construccidn, y en la que por primera vez se le imprimieron los movimientos que ahora perduran con leyes tan simples y concebibles, sea mas facil de comprender y mas inteligible que la maxima parte de las cosas cuyo origen se busca? ... Dejar de Jado en seguida [como lo hace Newton] todas las leyes mecdnicas, y con arriesgadas hipdtesis hacer que Dios mismo inmediatamente lance los planetas a moverse en drbitas unidos por su gravedad, era dar un paso demasiado amplio para poder permanecer en el 4mbito de la filosoffa.'* Leibniz: los posibles, el caos, el orden del mundo. En Descar- tes (Principia, ll, 47) esta presente una afirmacién que Leibniz con- sidera la mas peligrosa de las que puedan hacerse: «No creo que 34. P. Bayle, Dictionnaire, op. cit., IV, p. 439B. 15. 1. Kant, Scritti precritici, Laterza, Bari, 1953, pp. 185, 191. pueda hacerse una proposicién mas peligrosa que ésta».'© Esa afir- maci6n «es el prdton pseudos y el fundamento de la filosofia atea>, elimina la tarea que tiene [a fisica de «nutrir la Piedad», acerca la fi- losoffa de Descartes a la de Hobbes y de Spinoza. En ese paragrafo de Descartes se dice que las leyes de la naturaleza son tales que «aunque supusiésemos el caos de los poetas, o sea una total confu- sién de todas las partes del universo, siempre podria mostrarse que, por medio de ellas, esta confusién Poco a poco debe volver al orden que existe actualmente en el mundo», {C6mo y por qué se realiza este orden? La tesis cartesiana que Leibniz considera impia y que cita in extenso es la siguiente: Importa bastante Poco lo que se supone [sobre la primera dispo- sicion de la Materia] porque deberd mutar sucesivamente segiin las leyes de la naturaleza. Ya que, en efecto, por obra de tates leyes fa materia asume sucesivamente (successive) todas las formas de las que es capaz, si consideramos tales formas por orden se podrd final- mente llegar a la que es propia de este mundo: en este caso, por lo tanto, no hay que temer algun error derivado de una hipstesis falsa,"7 Si la materia, comenta Leibniz, puede recibir sucesivamente to- das las formas posibles, de esto se desprende que nada de lo que pueda imaginarse de absurdo, extrafio, contrario a la justicia, ha su- cedido 0 podra suceder un dia. Como quiere Spinoza, justicia, bon- dad y orden se convertiran en conceptos relativos al hombre yla perfeccién de Dios consistira sélo «en fa amplitud de su operacién por la cual nada que sea posible o concebible se producira realmen- te». Si, segiin Hobbes, todo lo que es posible estd en el pasado, en el presente o en el futuro, si Dios «produce todo Y No realiza elecciones entre los seres posibles», nada deberd esperarse de la providencia. Como Leibniz volverd a reafirmar en muchos otras textos: Si todo es posible ... si toda fabula o ficcién ha sido 0 se conver- tird en historia, entonces no existe necesidad, no existe opcién, ni 10... W. Leibniz, Die philosophischen Schriften (Gerhard), Berlin, 1875- 1890, IV, pp. 283, 341 (en adelante indicado como G..). 17, [bide M, p. 283. Ch R. Descartes, Opere, Laterza, Bari, 1967, Il, pp. 143-144, providencia ... Sostener que Ja materia pasa sucesivamente por to- das las posibles formas equivale a destruir indirectamente la sabidu- ria y la justicia de Dios porque, si todo lo posible existe necesaria- mente en su tiempo, Dios no hace ninguna eleccion del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto y, en una infinidad de mundos, habra algunos completamente al revés, en los cuales los buenos seran casti- gados y los malvados recompensados Descartes nos dice que la materia pasa sucesivamente a través de todas las formas posibles: es decir, que su Dios hace todo lo que es factible y pasa, siguiendo un orden necesario y fatal, por todas las combinaciones posibles. Para esto bastaba la sola necesidad de la materia, o mejor: su Dios no es otra cosa que tal necesidad o principio de necesidad.'* Leibniz —como Jaako Hintikka lo puso bien de relieve— habia individualizado un punto esencial. En un tiempo infinito, habia afir- mado Lucrecio, se producen todos los posibles tipos de encuentros y de movimientos, y de combinaciones de los 4tomos y finalmente los exordios del mundo real. Como habia escrito el materialista Hobbes «cada acto que no es imposible es posible y por lo tanto cada acto que es posible sera producido en cierto tiempo». En un tiempo infi- nito ninguna genuina posibilidad puede permanecer sin realizarse; 0 bien: lo que persiste siempre persiste necesariamente, no hay acci- dentes eternos; lo que nunca sucede es imposible.'? Con esta ultima formula («ce qui n’arrive point est impossible») Leibniz hara refe- rencia a Hobbes en los Essais de théodicée (1710), aproximandolo una vez més a Spinoza, que ensefia que «las cosas existen por la ne- cesidad de la naturaleza divina sin que Dios haga ninguna selec- cién», y no cree «que Dios esté determinado por su bondad y per- feccién ... sino por la necesidad de su naturaleza». Mi sistema, afirmaba Leibniz, «en cambio esta basado en la naturaleza de los posibles, es decir, de las cosas que nunca implican contradiccién». Y continuaba: los spinozistas, como muy bien lo observé Bayle, dan vuelta a una maxima universal y evidente segan la cual «todo lo que implica contradiccién es imposible y todo lo que nunca implica con- tradiccién es posible». Esta ultima, agrega Leibniz, «es también la 18. G., LV, pp. 341, 344, 399. 19. J, Hintikka, «Leibniz on Pienitude, Relations and the “Reign of Law”», en H. H. Frankfurt, ed., Leibniz. A Collection of Critical Essays, Anchor Books, Nueva York, 1972, pp. 156-157. Cf. Lucrecio, V, pp. 420-430; Hobbes, De cor- pore, Il, 4, 10. definicién de lo posible y de lo imposible».2° La discusién, en espe- cial en lo que concierne a Descartes, no abarca sdélo el llamado «principio de la plenitud», concierne también al orden del mundo y el pasaje del caos al orden. Para darse cuenta de las alternativas pre- sentadas por Leibniz convendré volver por un momento a algunas de las afirmaciones de Descartes. Las leyes de la naturaleza —habja escrito Descartes en el capi- tulo sexto de Le monde— «bastaran para hacer que las partes del Caos lleguen a desenmarajiarse por ellas mismas disponiéndose en buen orden, como para asumir la forma de un mundo perfecti- simo». Y al comienzo del capitulo siguiente: «No quiero retrasar el decir cémo la naturaleza por ella misma podra desenredar la confu- sién del Caos del que he hablado y cudles son las leyes que Dios le ha impuesto». En la hipdtesis presentada (con referencia a un mundo imaginario) en la quinta parte de E/ discurso del método, Dios crea la materia y «agita y mezcla sus partes para crear un Caos tan confuso como sélo los poetas pueden imaginar» y no hace sino «dejar actuar [la naturaleza] segin las leyes por él establecidas». Por la fuerza de esas leyes «la mayor parte de la materia de tal Caos» debia ordenarse y disponerse de manera que fuera similar a nuestros cielos. Algunas partes «debian componer una luz, otras planetas y cometas, otras un sol y estrellas fijas». Las montaiias, los mares, las fuentes, los rios, «podian naturalmente formarse en esa tierra, y los metales disponerse en esas minas, las plantas crecer en los campos y generarse todos los otros cuerpos que llamamos mixtos © compuestos». Si Dios, al comienzo, no hubiese dado al mundo otra forma que la del Caos, aunque hubiese establecido las leyes de la naturaleza y hubiese prestado a ésta su concurso para que pudiera actuar como suele hacerlo [ainsi qu’elle a de coutume], puede creerse, sin desme- recer el milagro de la creacién, que sdlo por esto [par cela seul] to- das las cosas que son puramente materiales habrian podido, con el tiempo, devenir como las vemos en el presente.”! 20. G., VI, pp. 216-218. 21. R. Descartes, Oeuvres (Adam et Tannery), VI, p. 45. Respecto de lo que precede: Correspondance (Adam-Milhaud), I, p. 183; E. Garin, ed., 1! mondo. L’uomo, Laterza, Bari, 1969, pp. 59, 61; Oeuvres, op. cit., Vi, pp. 42-44. La naturaleza cartesiana no es «alguna divinidad u otra suerte de potencia imaginaria». Por el solo hecho de que Dios continie conservando la materia «con todas las cualidades que le ha atri- buido tomadas en conjunto» (y esta es la definicién cartesiana de naturaleza) se producen en las partes de la materia una serie de cambios que no pueden atribuirse 4 la inmutable acci6n divina y que en cambio deben atribuirse a la naturaleza. Las leyes de la natura- leza son «las reglas segtin las cuales se producen estos cambios».?? Las estructuras del mundo presente son el resultado de la mate- tia de las leyes de la materia, del tiempo. Justamente se le repro- chaba a los cartesianos, como hemos visto, Ja pretensién de poder describir el pasaje del caos a la naturaleza y de la originaria confu- si6n al actual orden del mundo. Para Leibniz, Dios no hace nada fuera del orden y todo esta de acuerdo con el orden universal. De cualquier manera que Dios hu- biese creado el mundo, éste habria sido siempre «regular y ence- rrado én un orden general». Dios ha elegido el mundo mas perfecto, el que es «mas simple en cuanto a hipdtesis y mas rico de fendme- nos». Lo que en el universo parece extraordinario es tal sdlo en rela- cién «con algtin orden particular establecido por las criaturas». El mundo que existe es contingente y habia «una infinidad de otros mundos igualmente posibles y que igualmente pretendian existir». Dios, como causa inteligente del mundo, «ha tenido consideracién o relacién con todos estos mundos posibles para determinar uno». Si no hubiese existido el mejor (optimum) entre todos esos mundos posibles, «Dios habria producido alguno».” La preocupacién antimaterialista est4 presente en la misma defi- nicién leibniziana de universo: A fin de que no pueda decirse que muchos mundos podrian exis- tir en épocas diferentes y diferentes lugares, yo llamo mundo a toda la serie y a toda la coleccién de todas las cosas creadas ... Cuando hablo de este mundo, quiero decir el universo de las criaturas mate- tiales e inmateriales tomadas en conjunto, desde el comienzo de las cosas.”* 22. R. Descartes, I! mondo, op. cit., p. 61 (cf. Oeuvres, op. cit., XI, p. 37). 23. G., IV, p. 431; VI, pp. 106-107. 24. G., VI, p. 107; VII, p. 406. Ese comienzo de las cosas es la expresién de un modelo inteligi- ble, esta subordinado a una «légica increada». Dios no crea la légica del mundo: en el sentido que no impone a una materia pasivamente indiferente cualquier conjunto de leyes (como en Descartes). El or-' den creado esté sometido a las teglas del orden y el mundo que es Ilevado a la existencia implica que sean llevadas a existir todas las le- yes particulares de ese mundo. Ya que cada sustancia singular ex- presa, a su manera, todo el universo, «en su nocién estén compren- didos todos fos acontecimientos con todas sus circunstancias y toda la serie de cosas exteriores». Dios ha elegido no un Adan, «cuya no- ci6n sea imprecisa e incompleta», sino cierto Adan, con cierta pos- teridad, y lo ha elegido entre todos los Adanes posibles que tenfan una posteridad diferente. Y Dios no toma ninguna decisién respecto de Adan «sin considerar todo {to que tiene alguna vinculacién con él». En Dios, pocos «libres decretos primitivos que pueden llamarse leyes del universo» se conjugaron con el libre decreto de crear a Adan. Las nociones individuales posibles incluyen algunos libres de- cretos posibles: Por ejemplo, si este mundo sélo fuese posible, la nocién indivi- dual de algtin cuerpo de este mundo, que incluye ciertos movimien- tos como posibles, implicaria también nuestras leyes del movimiento (que son decretos de Dios), pero también éstas son s6lo posibles. En efecto, como hay una infinidad de mundos posibles, hay también una infinidad de Jeyes, unas propias de un mundo y las otras propias de one . y todo individuo posible de cualquier mundo incluye en su nocidnh las leyes de su mundo.” Hay, pues, una infinidad de modos posibles de crear el mundo «segin los diferentes esquemas que Dios podia formar», y cada mundo posible «depende de algunos designios principales o fines de Dios ... es decir, de algunos decretos libres primitivos (concebidos sub ratione Possibilitatis) 0 leyes del orden general de este universo posible al que convienen, o cuya nocién determinan ademas de la nocién de todas las sustancias individuales que deben entrar en este 25. G., Il, p. 40. Respecto de lo que precede: G., Il, p. 12; VII, pp. 20, 23, 37, 40. Cf. Y. Belaval, Leibniz critique de Descartes, Gallimard, Paris, 1960, pp. 454-456; M. Mugnai, Astrazione e realia. Saggio su Leibniz, Feltrinelli, Milan, 1976, pp. 179-182. mismo universo».”¢ El mundo presente «no es necesario absoluta 0 metafisicamente; en realidad, pensando que alguna vez sea asi, de esto se desprende que nazcan en consecuencia tales cosas». Ala luz de este metafisica, la historia del universo asume tres caracteristicas fundamentales: 1) Es el desarrollo de posibilidades implicitas, ya contenidas en su comienzo y ya «programadas» como en un embrién. La elec- cién del «programa» se remonta a Dios: en Dios, en efecto, «la idea de la obra precede siempre a la obra y el estado presente de las co- sas era preconocido». 2) En las raices o en los origenes de esta historia no esta el Caos, sino que estan los decretos libres de Dios 0 las Leyes del or- den general del universo posible que fue elegido por Dios para con- vertirse en real. 3) Esta historia se realiza a través de mutaciones 0 «des6rde- nes» que son sdlo aparentes, que se configuran como tales a nues- tros ojos humanos, dado que el hombre es incapaz de una vision to- tal y cercana de todo el proceso. 4) Desde este punto de vista resultan totalmente comprensi- bles la negaci6n leibniziana del Caos y la afirmacién con la que se abre el texto de la Protogaea: Deus incondita non molitur. Justa- mente con referencia a la Protogaea, Leibniz escribiré a Louis Bour- guet el 22 de marzo de 1714: Cuando afirmo que no hay Caos, en absoluto quiero decir que nuestro globo u otros cuerpos nunca hayan estado en un estado de confusién exterior: esto seria desmentido por la experiencia. La masa escupida por el Vesubio es, por ejemplo, ese caos. Sino que |) quiero decir que el que tuviese 6rganos sensibles tan penetrantes como para percibir las partes més pequefias de las cosas encontraria todo organizado. Y si estuviese en condiciones de aumentar conti- nuamente, segin la necesidad, su capacidad de penetracién, veria siempre en la misma masa nuevos érganos que no eran perceptibles en su precedente grado de penetracién. Dado que la divisién de la materia es infinita, de hecho, es imposible que una criatura esté en condiciones de penetrar al mismo tiempo en la mds pequefa parti- cula de materia. De tal manera que el caos aparente es sdlo una es- 26. G.,H,p. 51. pecie de lontananza: como en un vivero lleno de peces 0, mejor, como en un ejército visto de lejos, en el que no podria distinguirse el orden que se observa en él.?” Deus incondita non molitur y no se da el Caos. Desorden y caos son productos de la limitada subjetividad humana y son relativos al hombre. Ya que cada existencia es contingente, es posible afirmar que «la Tierra y el mismo Sol no existen necesariamente» y que ese astro y su sistema podran, al menos en su forma presente, «no exis- tir mAs». Pero no existe un verdadero fin del universo: la limitacién «al menos en la forma presente» es decisiva y esencial.?* Teniendo presente la toma de posicidn anticartesiana de Leibniz a la que se hizo referencia al comienzo del paragrafo, resulta claro el sentido de una afirmacién que se coloca —frente a la tesis de Lucre- cio, de Descartes, de Hobbes— como una alternativa radical: Es muy cierto que lo que no es, no ha sido y no serd no es posi- ble, donde posible se tome en el sentido de coposible ... Decis, Se- fior, que una serie infinita contiene todos los nimeros posibles. Pero sf. YO no estoy de acuerdo. La serie de los nimeros cuadrados es infi- ‘ nita y sin embargo no contiene todos los nimeros posibles ... El universo no es sino la coleccién de todos los posibles existentes, es decir, de los que forman el compuesto més rico.” y Para resumir: en la perspectiva de Leibniz: 1) el mundo real es elegido por Dios entre todos los mundos posibles y representa la traduccién en realidad del mejor contexto posible de los coposibles: 2) la materia asume no todas las formas, sino sdlo las que son coposibles con el arquetipo de mundo que Dios ha elegido; 3) no existe el problema del pasaje del Caos originario al mun- do organizado porque nunca hubo Caos. Todos los términos del problema se transformaban: mecani- cismo y finalismo no son incompatibles; es posible hablar de historia del mundo, de formacién del sistema solar, de mutaciones, de tiempo, de historia del universo y de historia de la Tierra evitando lo 27. G., IIL, p. 565. 28. GV, p. 43. 29. G., IMI, pp. 562-563. Cf. J. Hintikka, Leibniz, op. cit., p. 161. impio de la tradicidn lucreciana atea y materialista. Relativizando el caos y el desorden, esas posiciones se neutralizan: se abre un espa- cio bastante amplio para la busqueda empirica de los cambios que han sobrevenido y sobrevienen en el mundo y para el consiguiente reconocimiento de una historia de la Tierra y de una historia del cosmos. 3. Dominio DE UN CAMPO Y EXISTENCIA PROBLEMATICA DE UN CAMPO Las perspectivas del tipo de las hasta ahora delineadas no se presentan como teorias cientificas ni como «metafisicas influyen- tes»: basdndose en ellas no se realizan opciones entre teorias, sino que se determinan problemas y territorios posibles de investigacion. Las elecciones entre «maneras diferentes de hacer ciencia» cumplen un papel predominante en hacer emerger determinados territorios y tienden luego a configurarse, en el momento en que se articulen las primeras respuestas al problema, como diferentes «constelaciones intelectuales» y divergentes «tradiciones» cientificas. El programa cientifico de Buffon consistira, como hemos dicho, en insertar en el sistema de Newton la exigencia cartesiana de re- montarse a los origenes y a la formacién del universo. Pero detras de ese programa existen estas discusiones y estan presentes las alter~ nativas que se han delineado hasta ahora. Han sido representadas sélo como ejemplos del tipo de «alternativas radicales» que tienen que ver con el momento en que se determina, como objeto de inves- tigacién posible, un problema o un Ambito de problemas. Boyle, Newton, Leibniz, el mismo Descartes (como resulta claramente de la sexta parte del Discurso sobre el método) comparten algunos elementos esenciales y constitutivos de la imagen baconiana de la ciencia, pero sobre la base de imagenes de la ciencia que tienen ca- racteristicas fuertemente divergentes (mas alla de esos elementos comunes) establecen, para el saber cientifico, 4mbitos de posibilida- des, delimitan grupos o clases de problemas legitimos, determinan temas merecedores de investigacién, formulan tipos de respuestas, ordenan fuentes primarias y secundarias o atendibles o menos aten- dibles de conocimiento, trazan lineas de demarcacion entre ciencia y religion, entre ciencia y seudociencia. Un anilisis destinado a tomar en consideracién alternativas de este tipo, Zes 0 no relevante para la historia de la ciencia y para la historia de una especifica ciencia? gLogra derecho de ciudadania? Es 0 no util para entender esos procesos a través de los cuales de- terminadas ciencias se han constituido o han ido surgiendo? Una respuesta afirmativa no esté libre de consecuencias. Sobre la base de una respuesta negativa, la historia de la ciencia tendria necesaria- mente y por principio que ver sdlo con las teorias ya formuladas 0 completas, con las ciencias ya maduras y por lo tanto deberia excluir de su ambito el problema del surgimiento o del nacimiento de las di- ferentes formas del saber cientifico. : En este caso, como ha sucedido a menudo en estas ultimas déca- das, la historia de la ciencia no termina por coincidir con la episte- mologia, sino por disolverse en ella, por resolverse integralmente en una mas o menos enmascarada busqueda de casos reconfortantes. «Las decisiones cientificas importantes —escribi6 Thomas Kuhn— usualmente descritas como opcién entre teorias, se describen con ma- yor correccié6n como una eleccién entre “modos de hacer ciencia” 0 entre “tradiciones” o entre “paradigmas”».*° Pero, gcOmo se pasa de la «fase preparadigmatica» a la «posparadigmatica», de la «prehisto- ria» a la «historia» de una ciencia? En esto, las respuestas de Kuhn resultan de verdad insuficientes. La transicién a la madurez, el pasaje de la «prehistoria» a la «historia» segin Kuhn esta caracterizado por la presencia de escuelas contrastadas que se disputan el dominio de de- terminado campo.*' El reconocimiento de la existencia de escuelas no responde al tipo de problemas que planteamos: porque no se trata, en este caso, de la disputa que tiene por objeto el dominio de un campo. Se trata de la existencia o no de un campo, de la determinacién de sus limites, de la posibilidad 0 no de asumirlo como objeto del saber cien- tifico. Kuhn sabe muy bien que los problemas relacionados con la dis- tincién «entre un periodo precedente y uno siguiente en el desarro- lio de cada ciencia individual» son delicados y dificiles.** Cree resol- 30. Th. Kuhn, «Note su Lakatos», en I. Lakatos y A. Musgrave, eds., Critica e crescita della conoscenza, Feltrinelli, Milan, 1976, p. 410. 31. Th. Kuhn. La sirumura delle rivoluzioni scientifiche, Einaudi, Turin, 1969, pp. 31, 36, 41, 216 (hay trad. cast.: La estructura de las revoluciones cientificas, FCE, Madrid, 1977’). 32. Th. Kuhn, La tensione essenziale, op. cit., p. 323. ver el problema de las ciencias emergentes atribuyendo a los socidlogos la tarea de determinar, como camino preliminar, los mo- dos en que se establecen y se afirman cada una de las comunidades cientificas. Es una manera como cualquier otra para suptimir de la historia todo andlisis de los modos en que surgen los paradigmas 0 las «constelaciones de creencias», que devienen, més tarde, patri- monio de un grupo. En el modelo propuesto por Kuhn, estimulante y fecundo por tantos aspectos, el llamado «perfodo preparadigma- tico» es poco mas que una ficcién conceptual. Junto con numerosos otros autores, Kuhn ha contribuido a poner en crisis la tradicional distincién entre contexto del descubrimiento y contexto de la justifi- cacin, a debilitar fuertemente la divisi6n (en una época conside- rada segura) entre historia interna e historia externa, entre argu- mentaciones racionales y motivaciones sociales y psicolégicas. Aun afirmando la necesidad de una continua unién con la epistemologia, Kuhn afirma ahora que su trabajo «es profundamente sociolégico» y confia a los socidlogos, como hemos dicho, la individualizacién de las comunidades cientificas, que a sus ojos es en la actualidad preli- minar a la individualizacién de los paradigmas compartidos.** Después del abandono o del rechazo de la tradicional distincién entre los dos «contextos» no es, sin embargo, més plausible, como Jo ha sefialado Frederick Suppe, «sostener que un andlisis adecuado de las teorias deberia consistir en una reconstruccién de teorias ple- namente desarrolladas». Lo que se necesita (junto con un anilisis de las teorias) es un andlisis de los «factores epistémicos» que gobier- nan «el descubrimiento, el desarrollo y la aceptacién o el rechazo de las teorfas». Este andlisis tiene que ver con las perspectivas concep- tuales, los sistemas lingiiisticos, las visiones del mundo, las imagenes de la ciencia, los factores sociales que influyen en la aceptacién o el rechazo de las visiones del mundo.** 33. Ibid., pp. 322-323. Sobre la crisis de la distinci6n historia interna histo- ria externa (y sobre la contribucién de Y. Elkana a esa discusidn) remito a lo que he escrito en Storia e filosofia, op. cit., pp. 214-215, 271-276, en dos ensayos de 1962 y 1972, Muchos encarnizados defensores (también italianos) de Ja historia interna finalmente se han persuadido de la inoportunidad de esa distinicién y de la esterili- dad de esta defensa. Pero no todos logran, como lo hace Kuhn, escribir que han co- metido errores o més simplemente haber cambiado de opinién. 34. F. Suppe, «The Search for Philosophical Understanding of Scientific Theories», en F. Suppe, ed., The Structure of Scientific Theories, University of [lli- nois Press, Urbana-Chicago-Londres, 1974, pp. 126-127. La historia de la astronomia y de la fisica, es facil darse cuenta de eso, ya no constituye, para la historiografia contemporanea, el modelo de toda posible historia de la ciencia. No es por cierto una casualidad, desde este punto de vista, que metaforas 0 analogias de tipo biolégico o daryiniano se hayan abierto camino ampliamente entre los epistemdlogos e historiadores de la ciencia. Kuhn reem- plaza el enfoque teleoldgico de Popper, basado en una cada vez mas estrecha aproximaci6n a la verdad por parte del pensamiento cienti- fico, por la imagen de un proceso darviniano y no teleoldgico, que no puede ser interpretado como dirigido-a-un-fin, que es progreso de algo y no hacia algo.°> Yehuda Elkana, por su lado, esta experi- mentando los caminos de un acercamiento antropolégico que inter- preta la ciencia como «sistema cultural» e insiste sobre el tema de un pensamiento en dos niveles (two-tier thinking), en el cual el rea- lismo filos6fico y el relativismo histérico no se presentan como reci- procamente incompatibles. Haciendo referencia al interés por la ciencia manifestado por antropdlogos, socidlogos, psicdlogos, poli- télogos y economistas, y al enorme florecimiento (en Occidente y en los paises del Este) de estudios de sociologia de la ciencia, Roger Hahn habla de un verdadero turning point destinado a tener efectos decisivos.** Seria facil seguir enumerado ejemplos. Sin embargo, : vale la pena recordar que la obra de no pocos historiadores ha he- cho el terreno mas accidentado y controvertido. Creo, en efecto, que seria muy dificil aun para el mas intolerante de los epistemélo- gos y para el mas intransigente sostenedor de la historia interna, descartar como irrelevantes, a los fines de una mas articulada y pre- cisa comprension de la ciencia moderna, las contribuciones ofreci- 35. W. Stegmiiller, The Structure and Dynamics of Theories, Springer, Nueva York-Heidelberg-Berlin, 1976, p. 248. 36. Cf. Y. Elkana, «Introduction: Culture, Cultural System and Sciencie, Bos- ton Studies in the Philosophy of Sciencie», XXXIX (Essays in Memory of I. Laka- tos), 1976, pp. 99-107; «Boltzmann’s Scientific Research Program and its Alternati- ves», en Y. Elkana, ed., The interaction between Sciencie and Philosphy, Humanities Press, Atlantic Highlands, 1974, pp. 243-279; Two-Tier-Thinking: Philosophical Realism and Historical Relativism, The Hebrew University y The Van Leer Jerusa- lem Foundation, 1978 (ciclostilado); R. Hann, New Directions in the Social History of Sciencie, ciclostilado del informe leido en la International School of History of Science (Erice, 15-21 de septiembre de 1975). Ampliamente informado y en muchos puntos bastante agudo, es el estudio de F. Coniglione, La scienza impossible. Dal popperismo alla critica del razionalismo, El Mulino, Bolonia, 1978.

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