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Carta de Lector 1
Carta de Lector 1
Sr. Director:
Nada tengo que objetar sobre el protagonismo en materia educacional de las figuras
mencionadas, haciendo constar que, de aquellas del siglo XIX, ya han desaparecido (o
se han atenuado) los apasionamientos a que se enfrentaron, que impedían una
apreciación ecuánime e imparcial, y puede elaborarse un juicio definitivo sobre su obra
desde el punto de vista histórico-pedagógico.
Sin embargo, cabe señalar que José Pedro Varela, siendo de origen familiar colorado, se
manifestó contrario a la invasión de Venancio Flores contra el gobierno de Bernardo
Prudencio Berro en la década de 1860, y fue furibundo crítico de la obra como
presidente de la República de Lorenzo Batlle, lo que le valió cárcel y destierro. Cuando
realizó sus reformas educacionales ya se había retirado del Partido Colorado; en la
década de 1870, había integrado el Partido Radical, que pronto abandonó, había
encabezado la coalición de blancos y colorados principistas como candidato a alcalde en
la elección del 10 de enero de 1875 (frustrada trabuco en mano por los colorados
candomberos) y finalmente se había desentendido de la lucha política y del periodismo
para dedicarse en forma exclusiva a la labor educacional. “La plaza pública no me
contará ya entre sus tribunos —le dijo a Carlos María Ramírez— pero en el recinto de la
escuela estoy formando los tribunos del porvenir”.
Dos años después de muerto, Varela mereció de Batlle y Ordóñez, siguiendo a Vázquez
y Vega, el calificativo de “tránsfuga político” (La Razón, 2 de agosto de 1881).
En otro pasaje el diputado Schipani afirma que “el Partido Colorado es el actor más
relevante de la educación del país”, y agrega, como para atajarse, “sin exclusivismos”.
No debe culparse al señor diputado por su error. Sucede que quizás por haber estado los
blancos en el llano durante 93 años se desconoce su inmensa obra educacional, con la
que contribuyó decisivamente a la forja de la cultura nacional. Resumamos dicha obra.
Oribe impulsó la escuela pública y la privada. Para favorecer a los niños pobres dispuso,
con los impuestos de abasto, 40 pesos anuales (cantidad no menor en la época) para
materiales de cada escuela; hizo surgir y protegió los colegios (de secundaria); instituyó
sus leyes orgánicas (1836-1837); erigió la Universidad (1838); creó la Academia de
Jurisprudencia (1838), e hizo aprobar el proyecto de organización escolar de Joaquín
Requena. En el gobierno del Cerrito, el ministro Berro dictó modernas directivas para
orientar a la comisión que integraban Eduardo Acevedo Maturana (el codificador), Juan
Francisco Giró y José María Reyes, que proyectaron la monumental estructura jurídica
para primaria, secundaria, educación superior y normalista (1850), modelo de la
legislación posterior. Se publicó por primera vez el Tratado de agricultura, de Pérez
Castellanos (1848); se estimuló la fijación de becas para estudios científicos en el
exterior y la enseñanza de oficios.
Entre 1880 y 1899 Alfredo Vásquez Acevedo produjo la más grande transformación (en
ideas y en organización) que haya experimentado la Universidad (incluida Secundaria);
creó en 1896 el Instituto de Higiene Experimental, donde al año siguiente pudo aislarse
el bacilo de la fiebre amarilla.
Luis Balparda Blengio, por su parte, en la década de 1960, creó planes y programas en
UTU, en las áreas estratégicas agraria, industrial, comercial y tecnológica, generando
una dinámica hasta entonces desconocida en las escuelas técnicas.
El maestro Agustín Ferreiro, en la década de 1940 fue el creador de las escuelas granjas;
dejó enseñanzas en forma de libro, informes, proyectos aprobados y propuestas que
sirvieron como sugerencias estimulantes para la escuela rural futura.
El intelectual médico, filósofo y poeta Emilio Oribe dejó para la educación primaria,
secundaria, estudios magisteriales y universitarios, con sus libros, gestión directiva (fue
decano de Humanidades) y docencia, legó orientaciones definitivas sobre historia del
arte y de la estética de la música y del canto.
La excepcional figura de Juan Ernesto Pivel Devoto dejó para la cultura nacional, desde
sus 20 años de edad, una inimitable impronta en tres áreas que cultivó simultáneamente:
la investigación histórica, la docencia en dicha disciplina y la gestión en instituciones
culturales de Estado, todo ello durante medio siglo.
El Codicen que presidió Gabito Zóboli ordenó estudios técnicos y, a no ser la creación
de los Cerp, previó soluciones que iniciaron y facilitaron las reformas de Rama (quien,
no olvidemos, fue acompañado por el inolvidable José C. Williman).
Dejé para el final a Luis Alberto de Herrera (1873-1959). Luego de leídas sus 28 obras
de historia nacional, he descubierto que desde su inicial trabajo de 1901 tuvo en
distintos ámbitos (Parlamento, medios periodísticos, etc.) muy numerosas
intervenciones, la última de las cuales se dio en 1958 en el Consejo Nacional de
Gobierno, cuando defendió la Ley Orgánica de la Universidad. En todo ese largo
período sostuvo invariablemente un continuum de planteos pedagógicos, con tres ideas
madres: 1) la finalidad esencial de la educación es formar más que informar; 2) la
sustancia cultural trasmitida debe reflejar la peculiaridad nacional, y 3) la educación no
puede estar divorciada de la realidad. Por razones de espacio, dejaré su desarrollo para
otra ocasión.