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APUNTES DE INTRODUCCIÓN A LA TEOLOGÍA


Pbro. Lic. Juan Pablo Masramón

UNIDAD I. LA BÚSQUEDA: EL SER HUMANO ES CAPAZ DE DIOS

NOTAS PRELIMINARES

Comenzaremos por analizar qué entendemos por introducción


a la teología, a fin de obtener una idea más clara respecto
del marco en el cual y a partir del cual abordaremos
progresivamente cada uno de los temas que iremos desarrollando
en el cursado.

La palabra introducción procede de dos palabras latinas:


intro (dentro) y ducere (conducir), de modo que, literalmente,
significa “conducir dentro”, adentrar, llevar al estudiante al
corazón de la realidad que desea o que se le propone conocer1.

En cuanto al término teología, la mejor y más sencilla


definición sigue siendo la de San Anselmo: “fides querens
intellectum” (fe buscando entender).

Si bien esta definición no va a la naturaleza de la


teología, expresa muy bien su función. Coloca como punto de
partida la fe y como punto de llegada el entender. Entre esos
dos puntos sitúa la “quaestio”, es decir, el preguntar, la
búsqueda ilimitada de lo creído, del por qué y cómo se cree.
La fe es vista como una realidad que porta en sí misma un
impulso a buscar la comprensión de lo que es su objeto. Se
trata de una contemplación de la fe a partir del trabajo
científico y racional2.

Santo Tomás de Aquino, siguiendo el pensamiento patrístico


- que entendía la teología como el esfuerzo por penetrar cada
vez más en la inteligencia de la Sagrada Escritura y de la
Palabra de Dios - identifica los términos “teología”, “sacra
página” y “sacra doctrina”, concibiendo a la teología como la
forma de conocimiento racional de la enseñanza cristiana: lo
que la fe acoge como don, la teología lo explicita y lo
explica a la luz de la comprensión humana con sus propias
leyes.

1
Cf. ZECCA A., Introducción, en RATZINGER J., Naturaleza y Misión de la
Teología. Ensayos sobre su situación en la discusión contemporánea, Buenos
Aires 2007, p. 5.
2
Cf. RUIZ ARENAS O., Jesús, Epifanía del amor del Padre. Teología de la
Revelación, Bogotá 2006, p. 25.
Ad usum privatum
2

De hecho, en la primera “quaestio” de la Suma Teológica -


obra cumbre de su pensamiento - expresará: “…para encuadrar
debidamente el plan que nos hemos trazado, es imprescindible
que, antes que nada, averigüemos qué es y qué comprende la
doctrina sagrada…”.

(Se sugiere la lectura atenta de: S. Th. I, q 1)

La teología se organiza como ciencia de la fe a la luz de


un doble principio metodológico3: el auditus fidei y el
intellectus fidei.

Con el primero, asume los contenidos de la revelación tal


y como han sido explicitados progresivamente en la Tradición,
la Sagrada Escritura y el Magisterio vivo de la Iglesia. Al
respecto, afirma el Concilio Vaticano II:

“La Sagrada Tradición, pues, y la Sagrada Escritura


constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios,
confiado a la Iglesia; fiel a este depósito todo el pueblo
santo, unido con sus pastores en la doctrina de los Apóstoles
y en la comunión, persevera constantemente en la fracción del
pan y en la oración (cf. Hch 8,42), de suerte que prelados y
fieles colaboran estrechamente en la conservación, en el
ejercicio y en la profesión de la fe recibida.

Pero el oficio de interpretar auténticamente la palabra de


Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al
Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el
nombre de Jesucristo. Este Magisterio, evidentemente, no está
sobre la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando
solamente lo que le ha sido confiado, por mandato divino y con
la asistencia del Espíritu Santo la oye con piedad, la guarda
con exactitud y la expone con fidelidad, y de este único
depósito de la fe saca todo lo que propone como verdad
revelada por Dios que se ha de creer.

Es evidente, por tanto, que la Sagrada Tradición, la Sagrada


Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el designio
sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma
que no tiene consistencia el uno sin el otro, y que, juntos,
cada uno a su modo, bajo la acción del Espíritu Santo,
contribuyen eficazmente a la salvación de las almas”4.

Con el segundo, la teología quiere responder a las


exigencias propias del pensamiento mediante la reflexión
especulativa.

En cuanto a la preparación de un correcto auditus fidei,


la filosofía ofrece a la teología su peculiar aportación al
3
Seguimos la presentación que realiza Juan Pablo II en la Carta Encíclica a
los Obispos de la Iglesia católica sobre las relaciones entre la fe y la
razón (Fides et ratio).
4
Cf. CONC. VATICANO II, Dei Verbum, n. 10.
Ad usum privatum
3

tratar sobre la estructura del conocimiento y de la


comunicación personal y, en particular, sobre las diversas
formas y funciones del lenguaje. Igualmente es importante la
aportación de la filosofía para una comprensión más coherente
de la Tradición eclesial, de los pronunciamientos del
Magisterio y de las sentencias de los grandes maestros de la
teología. En efecto, estos se expresan con frecuencia usando
conceptos y formas de pensamiento tomados de una determinada
tradición filosófica. En este caso, el teólogo debe no sólo
exponer los conceptos y términos con los que la Iglesia
reflexiona y elabora su enseñanza, sino también conocer a
fondo los sistemas filosóficos que han influido eventualmente
tanto en las nociones como en la terminología, para llegar así
a interpretaciones correctas y coherentes5.

En relación con el intellectus fidei, se debe considerar


ante todo que la Verdad divina, «como se nos propone en las
Escrituras interpretadas según la sana doctrina de la
Iglesia», goza de una inteligibilidad propia con tanta
coherencia lógica que se propone como un saber auténtico.
El intellectus fidei explicita esta verdad, no sólo asumiendo
las estructuras lógicas y conceptuales de las proposiciones en
las que se articula la enseñanza de la Iglesia, sino también,
y primariamente, mostrando el significado de salvación que
estas proposiciones contienen para el individuo y la
humanidad. Gracias al conjunto de estas proposiciones el
creyente llega a conocer la historia de la salvación, que
culmina en la persona de Jesucristo y en su misterio pascual.
En este misterio participa con su asentimiento de fe6.

Podemos concluir que la teología es conocimiento de la fe,


es reflexión a partir de la fe. La teología como estudio está
justificada no por el afán de conocer un objeto cualquiera,
sino por la aspiración de escuchar el mensaje divino de
salvación. Así la teología es una actividad de la fe con miras
a buscar su desarrollo y crecimiento, ya que la revelación de
la salvación es algo que se presenta como rica de significado
para el hombre, como respuesta al problema de la vida.

El fundamento y el centro de la teología es la revelación


de Dios en Jesucristo. Su objetivo particular es la
inteligencia crítica del contenido de la fe para que la vida
creyente pueda ser plenamente significativa7.

En efecto, el hombre no puede por sí mismo descubrir el


sentido último de su existencia y por ello, cuando Dios se
revela como el sentido de su vida, esta solución trascendente
5
Cf. JUAN PABLO II, Fides et ratio, n. 65.
6
Cf. JUAN PABLO II, Fides et ratio, n. 66.
7
Cf. FISICHELLA R., Teología, en AA.VV., Diccionario de Teología Fundamental,
Madrid 1992, p. 1411.
Ad usum privatum
4

y plena de sentido aparece como rica de significado para


nuestra reflexión.

CATEGORÍAS QUE EXPRESAN EL DESEO DE LA TRASCENDENCIA

LA PREGUNTA POR DIOS EN LA CULTURA ACTUAL

A la hora de abordar este tema, nos valdremos de la


presentación que realiza el documento final de la Asamblea
Plenaria de los miembros del Consejo Pontificio de la Cultura
titulado “¿Dónde está tu Dios?”.

Actualmente la fe cristiana se encuentra con el desafío de


dos fenómenos: la increencia y la indiferencia religiosa. Ya
el Concilio Vaticano II, expresaba que “…muchos de nuestros
contemporáneos no perciben de ninguna manera esta unión íntima
y vital con Dios o la rechazan explícitamente, hasta tal punto
que el ateísmo debe ser considerado entre los problemas más
graves de esta época y debe ser sometido a un examen
especialmente atento…”8.

En efecto, en amplios espacios culturales donde la


pertenencia a la Iglesia sigue siendo mayoritaria, se observa
una ruptura en la transmisión de la fe. Tras la caída de los
regímenes ateos (marxismo y ………..), el secularismo, vinculado
al fenómeno de la globalización, se extiende como un modelo
cultural post-cristiano.

El contexto cultural actual está marcado por el terrorismo


a escala mundial, nuevos focos de guerra, la contaminación del
planeta y la disminución de las reservas hídricas, los cambios
climáticos ocasionados por el comportamiento egoísta de los
hombres, las técnicas de intervención de los embriones, el
reconocimiento legal del aborto y la eutanasia, etc.

Este contexto cultural es el que plantea a la Iglesia el


enorme desafío de la increencia y la indiferencia religiosa.

Por ello debemos analizar cuáles son las causas de la


increencia, ya que la Iglesia “se esfuerza por descubrir las
causas ocultas de la negación de Dios en la mente de los
ateos, consciente de la gravedad de las cuestiones que plantea
el ateísmo, y, movida por el amor a todos los hombres,
considera que éstas deben ser sometidas a un examen serio y
más profundo”9.

8
Cf. CONC. VATICANO II, Gaudium et spes, n. 19.
9
Cf. CONC. VATICANO II, Gaudium et spes, n. 21.

Ad usum privatum
5

¿Por qué tantos hombres no creen en Dios? ¿Por qué se


alejan de la Iglesia?

a) la pretensión totalizante de la ciencia moderna:

Entre las causas del ateísmo, ya el Concilio menciona el


cientificismo. Esta visión del mundo sin referencia alguna a
Dios, cuya existencia se niega en nombre de los principios de
la ciencia, se ha extendido ampliamente en la sociedad a
través de los medios de comunicación social.

b) la exaltación del hombre como centro del Universo:

Aquí los Padres conciliares tenían en mente los regímenes


marxistas y leninistas ateos y su intento de construir una
sociedad sin Dios. Si bien hoy día en Europa han caído estos
regímenes, el modelo antropológico subyacente no ha
desaparecido.

El elemento más característico de la cultura dominante del


occidente secularizado es la difusión del subjetivismo, una
especie de “profesión de fe” en la subjetividad absoluta del
individuo que, presentándose como un humanismo, hace del “yo”
la única referencia, egoísta y narcisista, y hace del
individuo único centro de todo.

c) el escándalo del mal:

El escándalo del mal y del sufrimiento de los inocentes ha


sido siempre una de las justificaciones de la increencia y del
rechazo de un Dios personal y bueno. Este rechazo procede del
no aceptar el sentido de la libertad del hombre, que implica
su capacidad para hacer el mal tanto como el bien.

d) los límites históricos de la presencia de los cristianos en


el mundo:

La mayoría de los no creyentes y de los indiferentes no lo


son por motivos ideológicos o políticos. Son con frecuencia
“ex” cristianos que se sienten decepcionados e insatisfechos y
que manifiestan una “des-creencia”, una “desafección” respecto
a la creencia y sus prácticas, que consideran carentes de
significado, inútiles y poco incisivas para la vida.

El motivo puede estar a veces vinculado a una experiencia


negativa o dolorosa, vivida en ambientes eclesiales, que acaba
al fin en simple indiferencia. Entre las causas de escándalo
hay que enumerar en primer lugar, en razón de su importancia
objetiva, los abusos sexuales contra menores, pero también la
superficialidad de la vida espiritual y la búsqueda exagerada
de bienes materiales.

Ad usum privatum
6

e) la ruptura en la transmisión de la fe:

Una de las consecuencias de la secularización es la


dificultad creciente de la transmisión de la fe a través de la
familia y la escuela.

La familia: hay un verdadero déficit de transmisión de la


fe en el interior de las familias tradicionalmente cristianas,
sobre todo en las grandes aglomeraciones urbanas.

Las razones son múltiples: los ritmos de trabajo, el hecho


de que los dos cónyuges, incluida la madre de familia, tengan
a menudo cada uno una actividad profesional que les aleja del
hogar, la secularización del tejido social, la influencia de
la televisión.

La transformación de las condiciones de vida, en


apartamentos de pequeñas dimensiones, ha reducido el núcleo
familiar, y los abuelos, cuyo papel ha sido siempre
fundamental en la transmisión de la cultura y de la fe, se ven
alejados.

A ello se añade el hecho de que en muchos países, los


niños pasan poco tiempo en familia, a causa de las
obligaciones escolares y de las múltiples actividades extra-
escolares, como el deporte, la música y otras asociaciones. 

La escuela católica: en diversos países, numerosas


escuelas católicas se ven obligadas a cerrar por falta de
medios y personal, mientras que la presencia creciente de
profesores sin una auténtica formación y motivación cristiana,
repercute en un debilitamiento, incluso una desaparición de la
transmisión de la fe.

Con frecuencia, la enseñanza en estas escuelas no tiene


nada de específico en relación con la fe y la moral cristiana.

f) la globalización de los comportamientos:

El materialismo occidental orienta los comportamientos


hacia la búsqueda del éxito a toda costa, la máxima ganancia,
la competencia despiadada y el placer individual. En numerosos
países, no son ya los prejuicios teóricos los que llevan a la
increencia, sino los comportamientos concretos marcados, en la
cultura dominante, por un tipo de relaciones sociales donde el
interés por la búsqueda del sentido de la existencia y la
experiencia de lo trascendente están como enterrados en una
sociedad satisfecha de sí misma.

La indiferencia, el materialismo práctico, el relativismo


religioso y moral se ven favorecidos por la globalización de
la llamada sociedad opulenta.
Ad usum privatum
7

La cultura de la globalización considera al hombre y a la


mujer como objetos que se miden únicamente a partir de
criterios exclusivamente materiales, económicos y hedonistas.

g) los medios de comunicación social:

Los medios de comunicación social con frecuencia


amplifican la increencia y favorecen la indiferencia,
relativizando el hecho religioso, al presentarlo con
comentarios que ignoran o deforman su verdadera naturaleza.

Los cristianos raramente oponen respuestas oportunas y


convincentes. Deriva de ahí una percepción negativa de la
Iglesia que le quita la credibilidad necesaria para transmitir
su mensaje de fe. 

Añádase a ello el desarrollo, a escala planetaria, de


Internet, donde circulan falsas informaciones y contenidos
pretendidamente religiosos.

h) la “new age”, los nuevos movimientos religiosos y las


elites:

Si bien la «Nueva Era» no constituye en sí mismo una causa


de increencia, sin embargo, no es menos cierto que esta nueva
forma de religiosidad contribuye a aumentar la confusión
religiosa.

Por otra parte, la oposición y la crítica tenaz a la


Iglesia Católica, por parte de ciertas elites, sectas y nuevos
movimientos religiosos, especialmente de tipo pentecostal,
contribuyen a debilitar la vida de fe.

Para finalizar esta presentación sistemática de las causas


de la increencia, es indispensable tener presente la enseñanza
de la constitución apostólica Gaudium et spes relativa a la
actitud de la Iglesia frente al ateísmo:

“La Iglesia, fiel a Dios y fiel a los hombres, no puede dejar


de reprobar con dolor, pero con firmeza, como hasta ahora ha
reprobado, esas perniciosas doctrinas y conductas, que son
contrarias a la razón y a la experiencia humana universal y
privan al hombre de su innata grandeza.
Quiere, sin embargo, conocer las causas de la negación de Dios
que se esconden en la mente del hombre ateo. Consciente de la
gravedad de los problemas planteados por el ateísmo y movida
por el amor que siente a todos los hombres, la Iglesia juzga
que los motivos del ateísmo deben ser objeto de serio y más
profundo examen.
La Iglesia afirma que el reconocimiento de Dios no se opone en
modo alguno a la dignidad humana, ya que esta dignidad tiene
en el mismo Dios su fundamento y perfección. Es Dios creador
Ad usum privatum
8

el que constituye al hombre inteligente y libre en la


sociedad. Y, sobre todo, el hombre es llamado, como hijo, a la
unión con Dios y a la participación de su felicidad. Enseña
además la Iglesia que la esperanza escatológica no merma la
importancia de las tareas temporales, sino que más bien
proporciona nuevos motivos de apoyo para su ejercicio. Cuando,
por el contrario, faltan ese fundamento divino y esa esperanza
de la vida eterna, la dignidad humana sufre lesiones
gravísimas -es lo que hoy con frecuencia sucede-, y los
enigmas de la vida y de la muerte, de la culpa y del dolor,
quedan sin solucionar, llevando no raramente al hombre a la
desesperación.
Todo hombre resulta para sí mismo un problema no resuelto,
percibido con cierta obscuridad. Nadie en ciertos momentos,
sobre todo en los acontecimientos más importantes de la vida,
puede huir del todo el interrogante referido. A este problema
sólo Dios da respuesta plena y totalmente cierta; Dios, que
llama al hombre a pensamientos más altos y a una búsqueda más
humilde de la verdad.
El remedio del ateísmo hay que buscarlo en la exposición
adecuada de la doctrina y en la integridad de vida de la
Iglesia y de sus miembros. A la Iglesia toca hacer presentes y
como visibles a Dios Padre y a su Hijo encarnado con la
continua renovación y purificación propias bajo la guía del
Espíritu Santo. Esto se logra principalmente con el testimonio
de una fe viva y adulta, educada para poder percibir con
lucidez las dificultades y poderlas vencer. Numerosos mártires
dieron y dan preclaro testimonio de esta fe, la cual debe
manifestar su fecundidad imbuyendo toda la vida, incluso la
profana, de los creyentes, e impulsándolos a la justicia y al
amor, sobre todo respecto del necesitado. Mucho contribuye,
finalmente, a esta afirmación de la presencia de Dios el amor
fraterno de los fieles, que con espíritu unánime colaboran en
la fe del Evangelio y se alzan como signo de unidad.
La Iglesia, aunque rechaza en forma absoluta el ateísmo,
reconoce sinceramente que todos los hombres, creyentes y no
creyentes, deben colaborar en la edificación de este mundo, en
el que viven en común. Esto no puede hacerse sin un prudente y
sincero diálogo. Lamenta, pues, la Iglesia la discriminación
entre creyentes y no creyentes que algunas autoridades
políticas, negando los derechos fundamentales de la persona
humana, establecen injustamente. Pide para los creyentes
libertad activa para que puedan levantar en este mundo también
un templo a Dios. E invita cortésmente a los ateos a que
consideren sin prejuicios el Evangelio de Cristo.
La Iglesia sabe perfectamente que su mensaje está de acuerdo
con los deseos más profundos del corazón humano cuando
reivindica la dignidad de la vocación del hombre, devolviendo
la esperanza a quienes desesperan ya de sus destinos más
altos. Su mensaje, lejos de empequeñecer al hombre, difunde
luz, vida y libertad para el progreso humano. Lo único que
puede llenar el corazón del hombre es aquello que "nos
hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta
que descanse en ti"10.

10
Cf. CONC. VATICANO II, Gaudium et spes, n. 21.
Ad usum privatum
9

EL HOMBRE Y SU BÚSQUEDA DE LA VERDAD, EL BIEN Y LA BELLEZA

EL DESEO DE DIOS INSCRITO EN EL CORAZÓN HUMANO

Este es un aspecto fascinante de la existencia humana y


cristina: el hombre lleva en sí un misterioso deseo de Dios.
De hecho, el Catecismo de la Iglesia Católica 11 se inicia con
esta consideración:

“El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre,


porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y
Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios
encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de
buscar:
«La razón más alta de la dignidad humana consiste en la
vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es
invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no
existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado
siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si
no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su
Creador» (GS 19,1).”12

Es conveniente detenernos en algunas enseñanzas claves de


este párrafo:

1º- “el hombre ha sido creado por Dios y para Dios”: ya San
Agustín afirmaba esta misma verdad en el escrito sobre su
vida: “nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón va a estar
inquieto hasta que descanse en ti”13. Benedicto XVI, en el marco
del año de la fe, durante una catequesis que brindó referida
al deseo de Dios en el hombre enseñaba: “…ni siquiera la
persona amada, de hecho, es capaz de saciar el deseo que
alberga en el corazón humano; es más, cuanto más auténtico es
el amor por el otro, más deja que se entreabra el interrogante
sobre su origen y su destino… Así que la experiencia humana
del amor tiene en sí un dinamismo que remite más allá de uno
mismo; es experiencia de un bien que lleva a salir de sí y a

11
Breve síntesis histórica de la redacción del Catecismo:
- Juan Pablo II en 1985 convoca un Sínodo con motivo de los 20 años del
Concilio Vaticano II;
- terminado el Sínodo, los Padres Sinodales piden la redacción de un
Catecismo o Compendio de la doctrina católica sobre la fe y la moral que
exponga dicha doctrina de un modo adaptado a la vida actual de los
cristianos;
- comienza un trabajo de “amplísima colaboración” de una Comisión presidida
por el Card. Ratzinger (“…el concurso de tantas voces expresa
verdaderamente lo que se puede llamar “sinfonía de la fe”…”);
- así se articula la presentación de su enseñanza en cuatro partes: lo que
creemos, lo celebramos, lo vivimos y lo rezamos;
- El texto definitivo es aprobado por el Papa y publicado en 1992.
12
Cf. CEC nº27.
13
SAN AGUSTÍN, Confesiones I, 1,1.
Ad usum privatum
10

encontrase ante el misterio que envuelve toda la


existencia.”14.

2º- “la dicha que no cesa de buscar”: ya el mismo Aristóteles


en su Ética a Nicómaco, hablando precisamente sobre lo que le
apetece al hombre, dice que la mayoría de ellos, tanto los
hombres sin formación como los instruidos, coinciden en que es
la dicha o felicidad (no en cuanto un sentimiento pasajero,
sino en cuanto un estado de la persona)15.

3º- se repite la expresión “no cesa”: aplicada a Dios (que


atrae hacia sí) y al hombre (que busca). Teniendo presente que
la estructura de un texto es portadora de sentido, es
interesante observar que el orden de los sujetos a los que se
aplica esta expresión también nos enseña que primero está la
acción continua de Dios (que “no cesa”) y que genera su
búsqueda por parte del hombre. Es precisamente esta atracción
de Dios, la que despierta en el hombre la incesante búsqueda
de la dicha y la verdad.

4º- “La razón más alta de la dignidad humana consiste en la


vocación del hombre a la comunión con Dios”: esta comunión con
Dios que se inicia en esta tierra se dará plenamente en el
cielo. En este sentido, San Pablo hablará del cristiano como
un “ciudadano del cielo”16, con todo lo que implica para el
Apóstol la categoría de “ciudadano”17.

Ahora bien, esta verdad antropológica puede parecer una


provocación en una cultura occidental secularizada18. De hecho,
muchos niegan este deseo de Dios, pero así todo experimentan
en su corazón un deseo humano que tiende siempre a bienes
concretos (incluso a veces en ningún modo espirituales), pero
que no terminan nunca de saciarlo, por lo que siempre quieren
más.

14
Cf. BENEDICTO XVI, catequesis del 7 de noviembre de 2012.
15
Cf. ARISTÓTELES, Etica a Nicómano, I, IV.
16
Cf. Filp 3, 20: “En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, y
esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor
Jesucristo”.
17
De hecho, Pablo es consciente que goza de las consecuencias del título de
ciudadanía romana que posee. Sabe que esa ciudadanía le otorga una dignidad
especial (cf. Hch 25, 1ss.).
18
Cultura que pretende separar a Dios de la vida pública y confinarlo
meramente al ámbito de lo privado y de lo espiritual.
Ad usum privatum
11

Esencialmente este deseo está llamado a crecer19. San


Agustín comentando la primera carta de san Juan afirma que
muchas veces “con la espera, Dios amplía nuestro deseo; con el
deseo amplía nuestra alma; y “dilatándola” la hace más
capaz”20.

Siguiendo esta reflexión agustiniana, podemos por último


referirnos a la enseñanza21 de Benedicto XVI donde invita a
promover en nuestra cultura una “pedagogía del deseo”, que
implica dos aspectos:

1º- aprender o re-aprender el gusto de las alegrías


auténticas de la vida, sabiendo que no toda alegría produce el
mismo efecto, unas dejan un rastro positivo, pacifican el
alma; mientras que otras tras la luz inicial, decepcionan y
dan lugar a la amargura y al vacío.

2º- No conformarse con lo que se ha alcanzado nunca. Ser


más exigentes en la búsqueda de un bien más profundo, para
percibir con mayor claridad que nada finito puede colmar
nuestro corazón.

LA RELIGIÓN Y EL FENÓMENO RELIGIOSO

El hombre es religioso por naturaleza, es homo religiosus


como también es homo sapiens y homo faber22. Es religioso
precisamente por el deseo de Dios que habita en él: necesita
encontrar una luz para dar respuesta a las preguntas sobre el
sentido profundo de la realidad.

Juan Pablo II23 afirma que los hombres esperan de las


diversas religiones la respuesta a los recónditos enigmas de
la condición humana, que ayer como hoy turban profundamente el
corazón del hombre: sentido y fin de la vida; el bien y el
mal; el origen y la finalidad del dolor; la felicidad; la
muerte; la posibilidad de una retribución después de la
muerte; etc.

El homo religiosus no está presente sólo en la antigüedad,


sino que atraviesa toda la historia de la humanidad. Tanto el
hombre digital y como el hombre de las cavernas busca en la
experiencia religiosa caminos para superar su finitud. Aunque

19
En contraposición a lo que algunas religiones intentan proponer, como por
ejemplo el Budismo, que invita al hombre a entrar en un estado de
“nirvana”, donde se busca precisamente aniquilar todo deseo.
20
SAN AGUSTÍN, Comentario a la 1º Jn 4, 6.
21
Cf. BENEDICTO XVI, catequesis del 7 de noviembre de 2012.
22
Cf. BENEDICTO XVI, catequesis del 11 de mayo de 2011.
23
JUAN PABLO II, Cruzando el umbral de la esperanza, p. 94
Ad usum privatum
12

se crea autosuficiente, sabe por experiencia que no se basta a


sí mismo, que necesita “abrirse” a otro, a algo o a alguien
que pueda darle lo que le falta. Debe salir de sí mismo hacia
Aquel que puede colmar su deseo. Debe aprender a relacionarse.

De hecho, la etimología de la palabra “religión” nos ayuda


a comprender esta realidad relacional que el hombre necesita
vivir. Existen dos principales etimologías de “religión”:

1º- “re – ligere”: enseñada por Cicerón, quien hacía


derivar el término religión de esta construcción (opuesta a
“neg-ligere”, de donde se sigue “negligente”), que significa
“estar atento”, “considerar”, “observar”. Así religión
significaría un cumplimiento consciente del deber movido por
un temor a un poder más alto;

2º- “re – ligare”: enseñada por Lactancio, donde “ligare”


significa “atar”, “mantener unido”, por lo que la construcción
se entendería como “volver a atar, a unir”. Así religión
significaría una relación estrecha y duradera con la
divinidad.

Esta segunda acepción fue asumida por San Agustín y entró


en la reflexión del medioevo.

En conclusión, la definición general de religión designa


relaciones del hombre con lo sagrado, con lo divino. La
religión es el reconocimiento consciente y efectivo de una
realidad absoluta (lo “sagrado” o lo “divino”) de la que el
hombre se sabe existencialmente dependiente.

A lo largo de la historia, el hombre a través de distintas


religiones ha intentado relacionarse con la divinidad.

En estos intentos, desde un punto de vista fenomenológico


podemos observar algunas constantes, principalmente en la
forma de vivir su religiosidad. En ella se dan cuatro
dimensiones comunes:

1º- las creencias: conjunto de elementos intuitivos y


cognoscitivos percibidos intelectual y existencialmente. Es el
contenido del “credo” de cada religión. Son las doctrinas
respectivas sobre los tres grandes temas que preocupan al
hombre: la divinidad, el mundo y el hombre;

2º- práctica religiosa: conjunto de ritos organizados y


propuestos por la comunidad (gestos, palabras, símbolos) con
cuya participación el hombre manifiesta su relación con la
divinidad;

Ad usum privatum
13

3º- aspecto comunitario: responde a la naturaleza social del


hombre, pero también a la exigencia de los actos religiosos
(por ejemplo, en su organización interna, se distingue
funcionalmente a sus miembros: clérigos y laicos);

4º- dimensión ética: son normas y obligaciones que regulan las


relaciones entre los hombres y entre éstos y la divinidad.

Frente a la existencia de las distintas religiones, caben


naturalmente las siguientes preguntas: ¿son todas verdaderas?
¿son todas las religiones iguales? ¿es lo mismo profesar
cualquier religión?

El Concilio Vaticano II habla de las “semina verbi”, es


decir, semillas del Verbo, semillas de verdad que existen y
están presentes en todas las religiones, porque reflejan un
destello de aquella verdad que ilumina a todos los hombres.

Juan Pablo II afirma que en vez de sorprendernos de que la


Providencia permita tal variedad de religiones, deberíamos
maravillarnos de los numerosos elementos comunes que se
encuentran en ellas. Incluso muchas de ellas sirven al hombre
como “preparación” para la fe cristiana.

En la Declaración “Nostra aetate”24 (del Concilio Vaticano


II) se deja en claro cuál es la relación de la Iglesia con las
demás religiones no cristianas, en el marco del diálogo
interreligioso.

Al respecto, es conveniente presentar una breve síntesis


de los cinco puntos que conforman el citado documento en el
que se enseña:

1. Proemio: los hombres tienen un solo origen y un solo fin.


Esperan de las diversas religiones la respuesta sobre los
problemas máximos de la vida, de la muerte y del destino
humano.

2. Las diversas religiones no cristianas: el conocimiento de


lo divino en la historia de los pueblos. La respuesta de las
distintas religiones (hinduismo, budismo). La iglesia respeta
cuanto de santo y verdadero hay en las diferentes religiones.
Permaneciendo fiel a la predicación de Cristo, exhorta a los
fieles para que, mediante el diálogo y la colaboración, se
consagren al desarrollo de los valores que se hallan ya en los
seguidores de los diversos credos.

3. La religión del Islam: la Iglesia mira con aprecio a los


musulmanes, cuya creencia tiene puntos de contacto con la

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Promulgada el 28 de octubre de 1965.
Ad usum privatum
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tradición hebreo-cristiana, y exhorta a todos a olvidar las


enemistades pasadas y a promover juntos la justicia y la paz.

4. La religión judía: La Iglesia reconoce que los comienzos


de su fe y de su elección se hallan en la estirpe de Abraham;
recuerda que ha recibido el Antiguo Testamento de aquel pueblo
con el que Dios hizo la Antigua Alianza, y que de este pueblo
procedieron Cristo (según la carne), María y los apóstoles.
Aunque la mayor parte de los judíos se negaron a aceptar el
Evangelio, siguen siendo, sin embargo, muy queridos por Dios,
y la Iglesia aguarda el día en que todos los pueblos aclamarán
al Señor. A la vista de los lazos especialísimos que ligan a
cristianos y judíos, el Concilio recomienda el mutuo
conocimiento y estima.
La muerte de Cristo no puede imputarse a todos los judíos que
entonces vivían, ni a los de nuestro tiempo. Los judíos no
deben ser presentados como réprobos, como si esto se dedujese
del Evangelio.
La Iglesia deplora todas las manifestaciones de antisemitismo.
Cristo ha sufrido la muerte por los pecados de los hombres, y
su Cruz es predicada como símbolo de amor universal.

5. La fraternidad universal y la exclusión de toda


discriminación: no podemos invocar a Dios Padre si no
abrigamos afecto fraterno respecto de todos los hombres. La
Iglesia niega todo fundamento a las teorías discriminatorias,
condena toda persecución o vejación por motivos de raza, de
color, de condición social o de religión, y exhorta a los
cristianos a vivir en paz, para que sean verdaderamente hijos
del Padre que está en los cielos.

En conclusión, podemos afirmar que a lo largo de la


historia de la humanidad, el hombre a través de las distintas
religiones ha querido entrar en relación con un ser superior,
llegar hasta la divinidad, acercarse a ella.

A diferencia de este intento humano de llegar a la


divinidad a través de la religión, el cristianismo nos revela
– tal como veremos en la siguiente unidad – a un Dios que toma
la iniciativa y es precisamente Él quien entra en la historia
para entablar una relación personal de amistad con cada uno de
los hombres y mujeres de todos los tiempos.

RELIGIÓN Y CIENCIA

Ad usum privatum
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VÍAS DE ACCESO AL CONOCIMIENTO DE DIOS

CÓMO SE PUEDE HABLAR DE DIOS

Al defender la capacidad de la razón humana para conocer a


Dios, la Iglesia expresa su confianza en la posibilidad de
hablar de Dios a todos los hombres y con todos los hombres.
Esta convicción está en la base de su diálogo con las otras
religiones, con la filosofía y las ciencias, y también con los
no creyentes y los ateos.

Puesto que nuestro conocimiento de Dios es limitado,


nuestro lenguaje sobre Dios lo es también. No podemos nombrar
a Dios sino a partir de las criaturas, y según nuestro modo
humano limitado de conocer y de pensar.

Todas las criaturas poseen una cierta semejanza con Dios,


muy especialmente el hombre creado a imagen y semejanza de
Dios. Las múltiples perfecciones de las criaturas (su verdad,
su bondad, su belleza) reflejan, por tanto, la perfección
infinita de Dios. Por ello, podemos nombrar a Dios a partir de
las perfecciones de sus criaturas, "pues de la grandeza y
hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a
contemplar a su Autor"25.

Dios transciende toda criatura. Es preciso, pues,


purificar sin cesar nuestro lenguaje de todo lo que tiene de
limitado, de expresión por medio de imágenes, de imperfecto,
para no confundir al Dios "que está por encima de todo nombre
y de todo entendimiento, el invisible y fuera de todo
alcance"26 con nuestras representaciones humanas. Nuestras
palabras humanas quedan siempre más acá del Misterio de Dios.

Al hablar así de Dios, nuestro lenguaje se expresa


ciertamente de modo humano, pero capta realmente a Dios mismo,
sin poder, no obstante, expresarlo en su infinita simplicidad.
Es preciso recordar, en efecto, que "entre el Creador y la
criatura no se puede señalar una semejanza tal que la
desemejanza entre ellos no sea mayor todavía"27, y que
"nosotros no podemos captar de Dios lo que Él es, sino
solamente lo que no es, y cómo los otros seres se sitúan con
relación a Él"28.

25
Cf. Sab 13,5.
26
Liturgia bizantina, Anáfora de san Juan Crisóstomo.
27
Concilio de Letrán IV: DS 806.
28
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa contra gentiles, 1,30.
Ad usum privatum
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EL CONOCIMIENTO DE DIOS SEGÚN LA IGLESIA

"La Santa Madre Iglesia, mantiene y enseña que Dios,


principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con
certeza mediante la luz natural de la razón humana a partir de
las cosas creadas"29. Sin esta capacidad, el hombre no podría
acoger la revelación de Dios. El hombre tiene esta capacidad
porque ha sido creado "a imagen de Dios" (cf. Gn 1,27).

Sin embargo, en las condiciones históricas en que se


encuentra, el hombre experimenta muchas dificultades para
conocer a Dios con la sola luz de su razón:

“A pesar de que la razón humana, sencillamente hablando,


pueda verdaderamente por sus fuerzas y su luz naturales,
llegar a un conocimiento verdadero y cierto de un Dios
personal, que protege y gobierna el mundo por su
providencia, así como de una ley natural puesta por el
Creador en nuestras almas, sin embargo hay muchos obstáculos
que impiden a esta misma razón usar eficazmente y con fruto
su poder natural; porque las verdades que se refieren a Dios
y a los hombres sobrepasan absolutamente el orden de las
cosas sensibles, y cuando deben traducirse en actos y
proyectarse en la vida exigen que el hombre se entregue y
renuncie a sí mismo. El espíritu humano, para adquirir
semejantes verdades, padece dificultad por parte de los
sentidos y de la imaginación, así como de los malos deseos
nacidos del pecado original. De ahí procede que en
semejantes materias los hombres se persuadan de que son
falsas, o al menos dudosas, las cosas que no quisieran que
fuesen verdaderas”30.

Por esto el hombre necesita ser iluminado por la


revelación de Dios, no solamente acerca de lo que supera su
entendimiento, sino también sobre "las verdades religiosas y
morales que de suyo no son inaccesibles a la razón, a fin de
que puedan ser, en el estado actual del género humano,
conocidas de todos sin dificultad, con una certeza firme y sin
mezcla de error"31.

29
Cf. CONCILIO VATICANO I, Dei Filius, c.2: DS 3004; cf. Ibíd., De
revelatione, canon 2: DS 3026; CONCILIO VATICANO II, DV 6.
30
Cf. Pío XII, enc. Humani generis: DS 3875.
31
Pío XII, enc. Humani generis: DS 3876; cf. CONCILIO VATICANO I: DS
3005; DV 6; SANTO TOMÁS DE AQUINO, S.Th. 1, q. 1 a. 1, c.
Ad usum privatum

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