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3 - 3 - 1 - Catequesis - Trabajo de Semestre
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MISIONERO DE LA
CATEQUESIS
Catequistas y Comunidades
con ardor misionero
TABLA DE CONTENIDO
PRESENTACIÓN 9
INTRODUCCIÓN 11
LA IDENTIDAD DE LA CATEQUESIS
ministerio de la Palabra 22
1.2. Relación entre la Catequesis y las otras formas del ministerio de la Palabra
26
4. La Catequesis, educación en la fe 56
CAPÍTULO 2
catequista 147
CAPÍTULO 1
LA IDENTIDAD DE LA CATEQUESIS
LA IDENTIDAD DE LA CATEQUESIS
El sustantivo “Catequesis” proviene del verbo griego neotestamentario “catequizar”
(Kat-echein), que significa hacer resonar una palabra en el oído de un oyente y
suscitar una respuesta. El verbo simple “Echein”, que significa resonar se une a
“Kerusso” que equivale a anuncio o proclama (1 Cor 14,19; Hch 18,25; Gál. 6,6).
El verbo Katechein significa hablar desde arriba. Más exacta mente significa “hacer
eco”, “resonar”.
La Catequesis existe desde los orígenes de la Iglesia (Cf. CT 10-13) como una de las
formas de la predicación cristiana o del ministerio de la Palabra. En el Nuevo
Testamento la predicación cristiana tiene dos momentos diferentes y, a la vez
complementarios entre sí: el primero de ellos es el anuncio o proclamación del
mensaje cristiano, con el fin de suscitar la fe y la conversión inicial; el segundo es el
de la instrucción, orientado a comprender el centro del mensaje evangélico y las
consecuencias para la vida. Este último momento es, precisamente, el de la
Catequesis.
En el inicio del “catecumenado” (El “catecumenado” fue una institución eclesial, de carácter
catequético litúrgico-moral, al servicio de la iniciación cristiana de los adultos que se preparaban para
recibir el bautismo. Inició en el siglo II y tuvo su decadencia en el siglo V y VI. Su época de esplendor
a finales del siglo II y a principias del
es considerada como la “edad de oro” de la Catequesis.)
siglo III, la predicación a los catecúmenas toma el nombre de Catequesis, la cual es
comprendida como enseñanza fundamental de la fe y aprendizaje de la vida
cristiana. Ya en el siglo V el término Catequesis desaparece y se introduce el
término “catecismo” y el verbo “catequizar”, entendido como enseñanza de la
doctrina cristiana, un tanto nocionista e intelectualista (Catequesis = enseñanza de
la doctrina cristiana). En los comienzos del siglo XX, aparece nuevamente el
término “Catequesis”.
• El catequeta español Emilio Alberich, tomando en cuenta los datos del Nuevo
Testamento y los documentos eclesiales, afirma que:
CONCLUYENDO
Por su naturaleza, la CATEQUESIS es parte integrante del signo de la MARTYRYA, es decir, del
Misterio o Servicio Profético de la Palabra de Dios. Es por eso que es en el ámbito de este ministerio
donde la Catequesis anuncia a Jesucristo, la Palabra viva del Padre y comunica el mensaje
evangélico. Es ante todo anuncio de la Buena Nueva del Reino.
El ministerio de la Palabra se ejerce “de forma múltiple” (PO 4b; cf. CD 13c). La Iglesia,
desde la época apostólica, en su deseo de ofrecer la Palabra de Dios de la manera
más conveniente, ha realizado este ministerio a través de formas muy variadas.
Todas ellas sirven para canalizar aquellas funciones básicas que el ministerio de la
Palabra está llamado a desplegar (cf. DGC. 50).
La función de iniciación: “Aquel que movido por la gracia, decide seguir a Jesucristo
es “introducido en la vida de la fe, de la liturgia y de la caridad del Pueblo de Dios”
(AG 14). La Iglesia realiza esta función especialmente, por medio de la Catequesis,
en íntima relación con los sacramentos de la iniciación, tanto si
van a ser recibidos como si ya se han recibido. Formas importantes son: la
Catequesis de adultos no bautizados, en el catecumenado; la Catequesis de adultos
bautizados que deseen volver a la fe, o de los que necesitan completar su
iniciación; la Catequesis de niños y jóvenes, que tiene de por sí un carácter
iniciatorio. También la educación cristiana familiar y enseñanza religiosa escolar
ejercen una función de iniciación (DGC 51).
La Iglesia desde sus inicios ha realizado este ministerio profético a través de formas
muy variadas. Hoy los documentos catequéticos sostienen que las formas más
importantes del ministerio de la Palabra son las siguientes:
• El primer anuncio o predicación misionera: está dirigido a los no creyentes y a
los que viven en la indiferencia religiosa. Tiene la función de anunciare1
Evangelio y llamar a la fe.
• La Catequesis pre y post bautismal: está dirigida a los que ya han recibido el
primer anuncio. Tiene la función de fundamentar y profundizar la fe, iniciando
integralmente a la vida cristiana y generando procesos de crecimiento y
madurez en la fe.
• La forma litúrgica.
La relación entre ambas formas del ministerio de la Palabra es, por tanto, una relación de
distinción en la complementariedad.
Las dos acciones son esenciales y se reclaman mutuamente: ir y acoger, anunciar y educar,
llamar e incorporar. (DGC 61)
En la práctica pastoral, los límites de ambas acciones eclesiales no son muy claros.
Sucede con frecuencia que muchas personas que están participando en la
Catequesis no han recibido el primer anuncio. Esta situación pastoral, que es
común a la mayoría de las comunidades cristianas, invita a la Catequesis a asumir
la tarea misionera de suscitar la fe y estimular a renovar la conversión a Jesucristo.
Juan Pablo II expresaba esta función misionera de la Catequesis con las siguientes
palabras:
El Directorio General para la Catequesis señala que “el hecho de que la Catequesis,
en un primer momento, asuma esas tareas misioneras, no dispensa a una Iglesia
particular de promover una intervención institucionalizada del primer anuncio, como
la actuación más directa del mandato misionero de Jesús” (DGC62).
(cf. EN 43; CT 48; DGC 51,57 y 70).
• En segundo lugar, la homilía está al servicio del misterio litúrgico que se celebra.
Se realiza en el interior de la celebración litúrgica y forma parte de
esa misma celebración (La constitución sobre la Liturgia afirma que la homilía es “parte de la
misma Liturgia, en la cual se exponen durante el ciclo del año litúrgico, a partir de los
textos sagrados, los misterios de la fe y las normar de la vida cristiana /SC 52/) .
Relaciona la
liturgia de la Palabra con la liturgia sacramental, señalando cómo se cumple
sacramentalmente lo que el mensaje evangélico anuncia. En este sentido, la
homilía, como ministerio litúrgico, tiene una dimensión mistagógica, ya que inicia
a los misterios litúrgicos, ayuda a captar la relación dinámica que existe entre la
Palabra y el signo sacramental y, en general, ayuda a comprender y a participar
mejor en la misma celebración.
• Por último, la homilía está al servicio de las personas que se reúnen para
celebrar su fe. Ayuda a la asamblea a que se sienta interpelada por el mensaje
evangélico en sus circunstancias históricas y culturales. Aplica la Palabra
proclamada al “hoy” de la comunidad, teniendo en cuenta las aspiraciones y
necesidades reales de la gente. En este sentido, la homilía tiene una dimensión
existencia/, ya que se convierte en palabra viva, pronunciada “hoy y aquí”, para
iluminar y orientar la vida de las personas que forman la comunidad celebrante.
Hoy se comprende con más claridad la identidad de la homilía y la diferencia de
esta predicación eclesial con los otros ministerios de la Palabra. Por lo que respecta
a la relación entre la homilía y la Catequesis, solamente indicamos dos puntos
importantes:
Por teología nosotros entendemos aquella reflexión crítica sobre la Palabra de Dios
acontecida en el “hoy” de la Iglesia en el mundo. De ahí que la teología tenga las
siguientes características:
Es reflexión crítica
Es reflexión sobre el Dios revelado en Jesucristo
Tiene como lugar teológico la existencia actual de la Iglesia Reflexión sobre
la praxis de la Iglesia.
Ahora vemos cómo desde el siglo XVII hasta las primeras décadas del siglo XX, la
relación entre Catequesis y teología ha sido concebida como una subordinación de
la Catequesis a la teología. Prueba de ello es que la mayoría de los
catecismos, que han tenido a teólogos como autores, se han presentado como
compendios o síntesis de la teología sistemática (La teología sistemática es aquella
especialidad de la reflexión teológica que correlaciona los datos de la Revelación como un todo,
integrando las distintas afirmaciones de fe en el depósito común y general. A ella pertenece la
teología dogmática),y, sobre todo, la Catequesis se ha entendido como una
divulgación teológica o una enseñanza doctrinal.
En este caso, es necesario distinguir sin separar, para unir sin confundir.
En esta relación han surgido tensiones, dificultades, polémicas, crisis, al igual que
intentos de pacificación entre teólogos y catequetas, todo ello en un esfuerzo de
profundización y complementariedad que estimula, aún hoy, la reflexión.
“La Catequesis es una acción esencialmente eclesial” (DGC 78). Con esta
afirmación el reciente Directorio catequético nos quiere decir, en primer lugar, que el
sujeto o agente de la Catequesis es la Iglesia animada por el Espíritu; la
Catequesis, por tanto, es tarea y responsabilidad de la comunidad eclesial. En
segundo lugar, también nos quiere decir que la acción catequística es un acto vivo
de tradición eclesial porque transmite la fe de ¡a Iglesia, es decir, todo lo que ella
cree, celebra vive y ora.
(cf. DP 983)
El movimiento catequético actual y los documentos eclesiales más recientes sobre
Catequesis coinciden en señalar la comunidad cristiana como origen, lugar,
sujeto, objeto, y meto de la Catequesis .
La familia
Es responsabilidad de ella:
La CT, en el numeral 67 nos recuerda que “la comunidad parroquial debe seguir
siendo la animadora de la Catequesis y su lugar privilegiado” por ser “una casa de
familia, fraternal y acogedora, donde los bautizados, los confirmados toman
conciencia de ser Pueblo de Dios”.
En la Parroquia, todos los creyentes han de encontrar a la comunidad de personas
que profesan su misma fe, y descubrir la pluralidad y riqueza del Pueblo de Dios
diversificado en distintos carismas y funciones.
o Asesorías especiales.
o Ofrecimiento de servicios calificados para la formación catequística y
responsable de la Catequesis.
o Ofrecimiento de instrumentos (catecismos, programas, audiovisuales, etc.)
para un mejor desarrollo de la tarea catequística.
La Iglesia universal
Se trata entonces, de “transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio,
los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, la
fuente inspiradora y los modelos de vida de la humanidad...” (EN 1 9).
El Directorio General para la Catequesis describe a la evangelización como “el
proceso, por el que la Iglesia, movida por el Espíritu, anuncia y difunde el Evangelio
en todo el mundo”, de tal modo que ella:
“La Evangelización es un proceso complejo con elementos variados que hay que
saber integrar: renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito, adhesión
del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de
apostolado” (EN 24).
Por eso es muy importante saber integrar todos los elementos de la acción
evangelizadora:
Es obra del testimonio. La evangelización es testimonio personal y comunitario de los valores del Reino y de la vida nueva que
se anuncia
La Catequesis de iniciación es, así, el eslabón necesario entre la acción misionera, que
llama a la fe, y la acción pastoral, que alimenta constantemente a la
(cf. DSD 19, 49,
comunidad cristiana. No es, por tanto, una acción facultativa, sino una acción básica
y fundamental en la construcción tanto de la personalidad del discípulo como de la
comunidad. Sin ella la acción misionera no tendría continuidad y sería infecunda.
Sin ella la acción pastoral no tendría raíces y sería superficial y confusa: cualquier
tormenta desmoronaría todo el edificio (Mt 7,24-27).
El documento de Santo Domingo, relaciona la Catequesis con la primera evangelización y la ubica en el contexto de la nueva
evangelización
302).
4. La Catequesis, educación en la fe
Los documentos del Magisterio caracterizan a la Catequesis como educadora de la
fe:
En segundo lugar, la Catequesis es una acción educativa que pone al servicio del
crecimiento de la persona humana vista totalidad de sus dimensiones (psicológicas,
socio-comunitarias, y trascendente).
Es una educación orgánica y sistemática (cf. DGC 67). Orgánica porque ofrece
una síntesis coherente del mensaje evangélico, dando a los diversos elementos
de la fe cristiana en torno al misterio Jesucristo.
Es una educación integral (cf. CT 21) porque educo en todas las dimensiones de
la fe cristiana: el conocimiento de la fe, la celebración litúrgica y la oración, las
actitudes evangélicas, el sentido comunitario, el compromiso social y eclesial. Es
integral también porque la fe como adhesión a Dios y la fe como contenido de la
Revelación, la fe existencial y la fe doctrinal, la fe como don y la fe compromiso.
Por ser educación integral, la Catequesis es una para la vida cristiana”.
LA FINALIDAD Y LAS
TAREAS DE LA CATEQUESIS
Las anteriores descripciones, y otras más que podrían analizarse, apuntan hacia
aspectos diversos y, a la vez, complementarios. La mayoría de ellas ponen en el (Cf.
DCG 21 y 38) centro la fe cristiana entendida como un dinamismo de crecimiento
hacia la maduración plena. Por eso, podemos decir que la finalidad última de la
Catequesis es la maduración de la fe, tanto de las personas como de las
comunidades.
Para precisar más esa finalidad, podemos distinguir en ella dos niveles: el individual
(formar personas maduras en la fe) y el comunitario-eclesial (formar comunidades
maduras en la fe). Expliquemos, a continuación, estos dos niveles.
- la educación litúrgica,
- la formación moral,
- enseñara orar,
- la educación para la vida comunitaria,
- y la iniciación a la misión (cf. nn. 85-86)
Entre ellos, Vicente Pedrosa, catequeta español, menciona las siguientes metas de
la acción catequística:
• Formar en los valores humanos. La persona madura vive de valores. Por eso, la
Catequesis tiene la tarea de educar en los valores humanos. Este cometido implica
lo siguiente: una concientización sobre la importancia de los valores en la vida
humana; una motivación personal que lleve a un convencimiento fundado; la
interiorización y asimilación profunda de ellos; y por último, la realización y puesta
en práctica de los valores humanos en la vida ordinaria. En nuestros días es muy
importante la educación de algunos valores humanos. Entre otros, señalaremos los
siguientes: la responsabilidad, la laboriosidad, la honradez, la sinceridad, la
generosidad, el servicio, la sociabilidad y la alegría.
De ahí que la Catequesis tenga también como tarea fundamental el educar a los
catequizandos a un comportamiento humano responsable, inspirado en los valores
evangélicos.
A través de esta tarea, la acción catequizadora ofrece unos principios del actuar
evangélico, proporciona un marco referencial moral, capacito para el discernimiento
ético, educa a la asimilación de valores y a la puesta en práctica de las actitudes y
comportamientos específicamente cristianos.
86,197-198):
• Descubrimiento y lectura de los “signos de los tiempos” (cf. CAL 23,93) En relación
con la lectura creyente de la realidad, la Catequesis tiene una tarea importante y
específica: capacitar a las personas para que sepan descubrir los “signos de los
tiempos”, examinarlos a fondo e interpretarlos adecuadamente a la luz del
Evangelio. Este cometido implica tres pasos: descubrir aquellos acontecimientos y
hechos significativos que caracterizan nuestra época; discernir evangélicamente
estos acontecimientos , descubriendo en ellos la presencia viva de Dios y su
designio de salvación liberadora; y por último, dejarse interpelar por ellos y buscar
las acciones pertinentes y adecuadas para actuar pastoralmente.
• Educación de actitudes sociales. Las actitudes son las que generan y orientan las
opciones y las acciones. De ahí que la Catequesis se empeñe en suscitar aquellas
actitudes que son fundamentales para el compromiso social. Entre otras, señalamos
las siguientes: el sentido crítico ante la realidad social que posibilita el análisis, el
discernimiento y la acción liberadora; el sentido de realismo que orienta las
opciones concretas; el respeto por la dignidad y el valor de la persona; la búsqueda
del bien común; el compromiso por la justicia y la solidaridad; el amor preferencial
por los pobres.
• Cada una de las tareas contribuye a la realización del fin último de la Catequesis’
(c., DGC 87). Las distintas tareas, desde su carácter propio y cada una a su manera,
colaboran a la madurez de la fe de las personas y de las comunidades.
• Todas las tareas son necesarias (cf. Ibid). Para llegar a la madurez de la vida
cristiana es necesario educar las seis dimensiones que hemos señalado (la humana
y la totalidad de las dimensiones de la fe: la cognoscitiva, a litúrgica-oracional, la
moral, la comunitaria-eclesial y la social-liberadora). Si faltara alguna de ellas, la
educación en la fe estaría incompleta.
• Las tareas se implican mutuamente y se desarrollan con juntamente (cf. Ibid). Por
una parte, estas tareas fundamentales de la Catequesis no son aspectos
fragmentados de la fe cristiana no compartimentos estancos e incomunicados. Al
contrario: una tarea llama a la otra, potenciándose mutuamente. Por otra parte,
todas las tareas se integran armónicamente en el conjunto dinámico del crecimiento
de la fe. Es necesario, por lo tanto, que exista una “pedagogía unitaria” que integre
los distintos aspectos y dimensiones de la vida cristiana.
• Las diferentes tareas, cada una a su modo, han de lograr la interacción fe-vida.
Cada una de las tareas catequéticas se ha de relacionar con la experiencia
humana: Han de partir de la vida concreta de las personas y han de incidir
profundamente en la vida y en la historia humana.
• Todas las tareas han de estar presentes a lo largo de los procesos catequísticos
que siguen un itinerario de educación integral de la fe. Sin embargo, en las diversas
etapas del proceso educativo cristiano, no estarán todas las tareas al mismo tiempo
ni con la misma intensidad. La mayor o menor acentuación de una determinada
tarea depende de varios factores: las necesidades y aspiraciones concretas de los
catequizandos, el contexto socio-cultural en que se vive, la situación real de fe del
grupo, los objetivos a conseguir, los contenidos que se han privilegiado, la etapa
EL CATEQUISTA
EN TERRITORIOS DE MISION
Hoy más que nunca, éste es un Ministerio necesario. Los catequistas —bajo la guía
de los Pastores— constituyen una fuerza de primer orden para la evangelización.
El Santo Padre Juan Pablo II, subraya la actualidad y la importancia de la obra de los catequistas, como «fundamental servicio
evangélico».
Los catequistas, desde los primeros siglos del Cristianismo y en todas las épocas
de renovado impulso misionero, han dado siempre, y siguen prestando todavía,
«una ayuda singular y enteramente necesaria para la expansión de la fe y de la
Iglesia» (cf. RM 73), ese objetivo llega a ser también prometedor e irrenunciable.
I. EL CATEQUISTA, UN APOSTOL SIEMPRE ACTUAL
Por tanto, el catequista que trabaja en los territorios de misión tiene una identidad
propia que lo distingue del catequista que desempeña sus funciones en las Iglesias
de antigua fundación, como lo enseñan el mismo Magisterio y la legislación de la
Iglesia (cf. CIC ccc 773-780 con el c 785).
Por eso el Magisterio, cuando trata del catequista en tierra de misión, manifiesta
una consideración privilegiada y hace una reflexión de amplio alcance. Así, la
Redemptoris Missio describe a los catequistas como «agentes especializados,
testigos directos, evangelizadores insustituibles, que representan la fuerza
fundamental de las comunidades cristianas, especialmente en las Iglesias jóvenes»
(RM 73). El mismo Código de Derecho Canónico trata aparte el asunto de los
catequistas comprometidos en la actividad misionera propiamente dicha y los
describe como «fieles laicos debidamente instruidos y que se destaquen por su vida
cristiana, los cuales, balo lo dirección de un misionero, se dediquen a explicarla
doctrina evangélica ya organizarlos actos litúrgicos y las obras de caridad» (CIC
c175).
Es oportuno, sin embargo, precisar que así como a los otros fieles, también al
catequista se le pueden confiar, según las normas canónicas, algunos cometidos
conexos al sagrado ministerio, que no requieren el carácter de lo Ordenación. El
desempeño de tales funciones, en calidad de suplente, no hace del catequista un
pastor, en cuanto su legitimación deriva directamente de la delegación oficial dada
por los Pastores.
En el plan práctico, es útil tener presente que se puede hablar de dos categorías de
catequistas: los de tiempo pleno, que dedican toda su vida a este servicio,
y, en cuanto tales, son reconocidos oficialmente; y los de tiempo parcial, que
ofrecen una colaboración limitada, pero siempre preciosa. La proporción entre estas
dos categorías varía de zona a zona, aunque la línea de tendencia muestra que los
catequistas de tiempo parcial son mucho más numerosos.
Los Catequistas que cooperan en las distintas formas de apostolado con los
ministros ordenados en cordial y estrecha obediencia. Sus tareas son múltiples:
desde el anuncio a los no cristianos y la Catequesis a los catecúmenos y a los
bautizados, hasta la animación de la oración comunitaria, especialmente de la
liturgia dominical cuando falta el sacerdote; desde la asistencia espiritual a los
enfermos hasta la celebración de funerales; desde la formación de otros
catequistas en los centros y la dirección de los catequistas voluntarios, hasta el
control de las iniciativas pastorales; desde la promoción humana y de la justicia,
hasta la ayuda a los pobres, las actividades organizativas, etc. Estos catequistas
prevalecen en las parroquias de vasto territorio, y en comunidades de fieles
distantes del centro; o también cuando los párrocos, por falta de sacerdotes,
escogen colaboradores laicos de tiempo completo (cf. Juan Pablo II, Discurso
Asamblea Plenaria cit., n. 2).
En fin, es oportuno tener presente que, al lado de los catequistas laicos, opera en la
Catequesis un gran número de religiosos y religiosas. Aun sin considerarlos
Catequistas como tales, por el hecho de ser consagrados poseen una indudable
preparación espiritual y plena disponibilidad apostólica. De ahí que, en la práctica,
los religiosos y las religiosas ejercen las funciones propias de los catequistas y
sobre todo, en virtud de su estrecha colaboración con los sacerdotes, tienen con
frecuencia una parte activa a nivel de dirección. Por estas razones, la Congregación
para la Evangelización de los Pueblos encomienda al compromiso de los religiosos
y de las religiosas, como ya se verifica en muchas partes, este importante sector de
la vida eclesial, especialmente al nivel de la formación, de la atención y del cuidado
de los catequistas (cf. CT 65).
Presenta algunas pistas para promover e iluminar una reflexión en este sentido:
Se prevé, asimismo, un futuro cada vez mas importante para los Catequistas
dedicados directamente a la catequesis, porque las Iglesias jóvenes se desarrollan,
multiplicando los servicios apostólicos laicales distintos del catequista (RM 74). Se
requerirán por tanto, catequistas especializados. Entre éstos hay que destacar los
que trabajan por la renovación cristiana en las comunidades de mayoría de
bautizados, pero de escasa instrucción religiosa y vida de fe.
Están surgiendo otros tipos de catequistas, que hay que tener en cuenta porque
deberán responder a retos ya en parte actuales, como la urbanización, la creciente
escolaridad con particular referencia al ámbito universitario y, más en general, a los
jóvenes, y también las migraciones con el fenómeno de los refugiados, el avance de
la secularización, los cambios políticos, la cultura de masa favorecida por los mass-
media, etc.
Apertura a Dios Uno y Trino, que está presente en lo más íntimo de la persona y
da un sentido a toda su vida: convicciones, criterios, escala de valores,
decisiones relaciones, comportamientos, etc. El catequista debe dejarse atraer a
la esfera del Padre que comunica la Palabra; de Cristo, Verbo Encarnado, que
pronuncia todas y solo las Palabras que oye al Padre (cf. in 8,26; 12,49); del
Espíritu Santo que ilumina la mente para hacer comprender toda la Palabra y
caldea el corazón para amarla y ponerla fielmente en práctica (cf. Jn 16,12-14).
747).
Esta Iglesia, como Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo, exige del
catequista un sentido profundo de pertenencia y de responsabilidad por ser
miembro vivo y activo de ella; como sacramento universal de salvación, ella le
pide que se empeñe en vivir su misterio y gracia multiforme para enriquecerse
con ellos y llegar a ser signo visible en la comunidad de los hermanos. El
servicio del catequista no es nunca un acto individual o aislado, sino siempre
profundamente eclesial.
• Espíritu mariano. Por una vocación singular, María vio al Hijo de Dios «crecer en
sabiduría, edad y gracia» (Lc 2,52). Ella fue la Maestra que lo «formó en el
conocimiento humano de las Escrituras y de la historia del designio de Dios sobre
su Pueblo en la adoración al Padre» (CT 73). Ella fue, asimismo, «la primera de sus
discípulos». Como lo afirmó audazmente S. Agustín,
el hecho de ser discípula fue para María más importante que ser madre. Se puede
decir, con razón y alegría, que María es un «catecismo viviente», «madre y modelo
del catequista» (CT 73; RM 92; cf. EN 82).
La comunidad primitiva vivió esa rica realidad (Hch 2-4) con María, la Madre de
Jesús (cf. Hch 1,14).
El catequista ha de seguir de cerca también a los ancianos, que tienen una función
cualificada en la Iglesia, como justamente lo reconoce Juan Pablo II al definir al
anciano «el testigo de la tradición de la fe (cf. Sal 44,2; Ex 1 2,26-2 7), el maestro de
vida (cf. Si 6,34; 8,11 -12), el operador de caridad» (CF. CfL 48). Ayudar al anciano,
para un catequista significa ante todo colaborar a que su familia lo mantenga
insertado como «testigo del pasado e inspirador de sabiduría para los jóvenes» (FC
27), además, hacer que experimente la cercanía de la comunidad y animarlo a que
viva con fe sus inevitables límites y, en ciertos casos, también la soledad. El
catequista no deje de preparar al anciano para el encuentro con el Señor,
ayudándole asentir la alegría que nace de la esperanza cristiana en la vida eterna
(cf. DCG 95).
Hay que tener presente, además, la sensibilidad que el catequista deberá demostrar
para comprender y prestar su ayuda en ciertas situaciones difíciles,
como: la unión irregular de la pareja, los hijos de esposos separados o divorciados.
El catequista debe participar y expresar verdaderamente la inmensa compasión del
corazón de Cristo (cf. Mt 9,36; Mc 6,34; 8,2; Lc 7,13).
• Promoción humana y opción por los pobres. Entre el anuncio del Evangelio y la
promoción humana hay una «estrecha conexión» (RM 59; EN 31). Se trata, en efecto,
de la única misión de la Iglesia.
Es bien sabido que la Iglesia reivindica para sí una misión de orden «religioso» cf.
(GS 42; EN 41-43), que debe realizarse, sin embargo, en la historia y en la vida real de
la humanidad y, por tanto, en forma no desencarnada.
Es tarea, sublime de los laicos, llevar los valores del Evangelio al campo
económico, social y político (CfL 4 1-43). El catequista tiene una importante tarea
propia y característica en el sector de la promoción humana, del desarrollo y
defensa de la justicia. Al vivir en un mismo contexto social con los hermanos, es
capaz de comprender, interpretar y resolver las situaciones y los problemas a la luz
del Evangelio. Ha de saber, pues; estar en contacto con la gente, estimularla a
tomar conciencia de la realidad en que vive para mejorarla y, cuando sea
necesario, ha de tener el valor de hablar en nombre de los más débiles para
defender sus derechos.
El catequista ha de tener presente que por pobres se entiende sobre todo aquellos
que se hallan en situación de estrechez económica, tan numerosos en diversos
territorios de misión; estos hermanos deben poder experimentar el amor maternal
de la Iglesia, aunque todavía no formen parte de ella, y sentirse estimulados a
afrontar y superar las dificultades con la fuerza de la fe cristiana, ayudándolos a
hacerse ellos mismos artífices de su propio desarrollo integral. Todo acto caritativo
de la Iglesia, así como todo la actividad misionera, da «a los pobres luz y aliento
para un verdadero desarrollo» (RM 59).
También los catequistas, cuya tarea primordial en las misiones es el anuncio, deben
estar abiertos, preparados y comprometidos en ese tipo de diálogo. Se les ha de
ayudar, pues, a llevarla a cabo, teniendo en cuenta las indicaciones del Magisterio,
(documentos de la Iglesia), que propone lo siguiente:
Escucha del Espíritu, que sopla donde quiere (cf Jn 3,8), respetando lo que Él ha
operado en el hombre, para alcanzar la purificación interior, sin la cual el diálogo no
reporta frutos de salvación (RM 56).
El catequista se presenta, hoy día, como uno de los agentes más aptos para
superar positivamente ese fenómeno. Con su tarea de anunciar la Palabra y de
acompañare1 crecimiento en la vida cristiana, el catequista se encuentra en una
situación ideal para ayudar a las personas - tanto cristianos como no cristianos - a
comprender cuáles son las verdaderas respuestas a sus necesidades, sin recurrir a
las pseudo-seguridades de las sectas. Además, como laico puede actuar más
capilarmente y hablar de modo más realista y comprensivo.
No hay que olvidar que muchas sectas son intolerantes y proselitistas y, en general,
se muestran agresivas hacia el Catolicismo. No es posible pensar en un diálogo
constructivo con la mayor parte de ellas, si bien hay que partir del respeto y
comprensión que merecen ¡as personas. Esta constatación exige que la obra de la
Iglesia sea compacto para no dar espacio a confusiones; y también ecuménica,
porque la expansión de las sectas representa, asimismo, una amenaza para las
otras denominaciones cristianas (RM 50). Por lo que se refiere a la acción, el
catequista deberá actuar dentro del programa pastoral común aprobado por los
Pastores competentes.
1. Elección prudente
• Importancia de la selección y preparación del ambiente. Un problema
fundamental en los territorios de misión, es la dificultad de establecer qué grado de
convicción de fe y qué calidad de motivación vocacional ha de tener un candidato
para ser aceptado. Este problema se debe a muchas causas más o menos
consistentes; principalmente:
la situación socio-política;
Este estado de cosas puede engendrar una especie de resignación ante la cual es
preciso reaccionar.
Además, se sugiere que se cultive la formación del ambiente, dando a conocer cuál
es el papel del catequista en la comunidad, sobre todo entre los jóvenes,
para que aumente el número de los que se sienten inclinados a comprometerse en
este servicio eclesial.
No se olvide, además, que el aprecio que manifiestan los fieles por esa función es
directamente proporcionada al modo con que los Pastores tratan a sus catequistas,
valorizan sus atribuciones y respetan su responsabilidad. Un catequista realizado,
responsable y dinámico, que actúa con entusiasmo y alegría en el ejercicio de su
tarea, apreciado y justamente remunerado, es el mejor promotor de su propia
vocación.
• Criterios de selección:
Para escoger un candidato como catequista, es preciso saber qué criterios son
«esenciales» y cuáles no. En la práctica, es indispensable que en todas las Iglesias
se establezca una lista de criterios de selección, para que los encargados de
escoger a los candidatos tengan puntos de referencia. La elaboración de esa lista,
con criterios suficientes, precisos, realistas y controlables, corresponde a la
autoridad local, única capaz de valorar las exigencias del servicio y la posibilidad de
responder a ellas.
3. Camino de Formación
Necesidad de una formación adecuada. Para que las comunidades eclesiales puedan
contar con catequistas suficientes e idóneos, además de una elección atenta, es
indispensable proporcionar una preparación de calidad.
El Magisterio de la Iglesia reclama continuamente y con convicción, la necesidad de
la preparación del catequista, porque cualquier actividad apostólica «que no se
apoye en personas verdaderamente formadas, está condenada al fracaso» (DCG
108: 1C 161).
Es útil señalar que los documentos del Magisterio establecen para el catequista una
formación global y específica.
Todo esto lo confirmó el Papa Juan Pablo II: «Cuidar con especial solicitud la
calidad significa, pues, procurar con preferencia una formación básica adecuada y
una actualización constante. Se trata de una labor fundamental para asegurar a la
misión de la Iglesia, personal calificado, programas completos y estructuras
adecuadas, abrazando todas las dimensiones de la formación, de la humana a la
espiritual, doctrinal, apostólica y profesional» (RM 73; ChL 60).
Se trata, pues, de una formación exigente para el interesado y comprometedora para
los que deben cooperar en su realización. Esta tarea es de máxima importancia y se le
confía con especial cuidado a los Ordinarios
Por tanto, se deben tener en cuenta algunos aspectos determinados. Ante todo, la
esfera propiamente humana, con todo lo que ella implica:
responsabilidad, honradez,
dinamismo;
ético profesional y familiar;
espíritu de sacrificio, de fortaleza, de perseverancia, etc.
Estas cualidades humanas, educadas con una sana pedagogía, forman una
personalidad madura y completo, ideal para un catequista.
Cumplir la voluntad del Padre, que es un acto de caridad salvífica hacia los
hombres, es también alimento para el catequista, como lo fue para Jesús (cf. Jn
4,34). La santidad de vida, realizada desde la perspectiva de la identidad de laico y
apóstol (LG 41), ha de ser, pues, el ideal al que se ha de aspirar en el ejercicio del
servicio de catequista.
La manera más adecuada para alcanzar ese alto grado de madurez interior es una
intensa vida sacramental y de oración (DGC 114).
Liturgia vivida en sus distintas dimensiones, para crecer como persona y para
ayudar la comunidad.
Oración personal, que alimente la comunión con Dios durante las ocupaciones
diarias, prestando especial atención a la piedad mariana.
Sólo alimentando la vida interior con una oración abundante y bien hecha, el
catequista puede lograr el grado de madurez espiritual que su cometido exige.
Como la adhesión al mensaje cristiano, que en último término es fruto de la gracia y
de la libertad, y no depende de la habilidad del catequista, es necesario que su
actividad esté acompañada por la oración (DCG 71).
Estas iniciativas no aíslan a los catequistas, sino que les ayudan a crecer en la
espiritualidad propia y en la comunión entre ellos.
Por lo que se refiere a los contenidos, sigue siendo actual y válido el cuadro
completo de formación teológico-doctrinal, antropológica y metodológica, tal como
se presenta en el Directorio Catequístico General publicado por la Congregación
para el Clero en 1971 (DCG 112-113). En lo que concierne a los territorios de misión,
sin embargo, es necesario hacer algunas precisiones y añadir unas observaciones
que la Congregación para la Evangelización de los Pueblos ya había expresado, en
parte, con ocasión de la Asamblea Plenaria de 1970, y que ahora a continuación se
expresa, asume y desarrolla en base a la Encíclica Redemptoris Missio:
Por lo que se refiere a la preparación metodológica, hay que tener presente que,
en las misiones, muchos catequistas trabajan también en distintos campos de la
pastoral, y que casi todos están en contacto con seguidores de otras religiones.
Por eso hay que iniciarlos no sólo en la enseñanza de la catequesis, sino
también en todas aquellas actividades que forman parte del primer anuncio y de
la vida de una comunidad eclesial.
Hay que insistir en que la formación teológica tiene que ser global y no sectorial.
Los catequistas, en efecto, deben llegar a una comprensión unitaria de la fe que
favorezca precisamente la unidad y la armonía de su personalidad, y también de
su servicio apostólico.
A estas indicaciones hay que añadir una exhortación a procurar los medios
necesarios para la formación intelectual de los catequistas. Entre éstos están, en
primer lugar, las escuelas de catequesis: y se revelan también muy eficaces los
cursos breves promovidos en las diócesis o en las parroquias, la instrucción
individual impartida por un sacerdote o un catequista experto; además, la
utilización de material didáctico. Es bueno que se dé importancia, en la
formación intelectual, a metodologías variadas y sencillas como las lecciones
escolares, el trabajo en grupo, el análisis de casos prácticos, las investigaciones
y el estudio individual.
Todo catequista deberá empeñarse al máximo en el estudio para llegar a ser como
una lámpara que ilumina el camino de los hermanos (cf. Mt 5, 14-16). Para ello,
debe ser el primero en sentirse gozoso de su fe y de su esperanza (cf. Flp 3,1; Rm
12,12); teniendo el sano criterio de proponer sólo los contenidos sólidos de la
doctrino eclesial en fidelidad al Magisterio; sin permitirse nunca perturbar las
conciencias, sobre todo de los jóvenes, con teorías «más propias para suscitar
problemas inútiles que para secundar el plan de Dios, fundado en la fe» (1 Tm 1,
4) (EN 78; CT 61).
Los aspectos principales en los que se debe educar a los candidatos son:
el espíritu de responsabilidad pastoral y la lealtad; la generosidad en el
servicio;
el dinamismo y la creatividad;
la comunión eclesial y la obediencia a los Pastores.
Anunciar con franqueza (cf. Hch 4,23; 28,31) la verdad acerca de Dios y
de que El envió para la salvación de todos, a nuestro Señor Jesucristo (cf. 2Ts 1,9-
10), de manera que los no cristianos, a los que el Espíritu Santo abra el corazón (cf.
Hch 16, 1 4), puedan creer y convertirse libremente
Bajo la guía de los Pastores y en colaboración con los demás fieles, cumplir las
tareas que, según el plan pastoral, conducen a la maduración de la Iglesia
particular. Estos servicios corresponden a necesidades de cada Iglesia, y
caracterizan al catequista en los territorios de misión. Por consiguiente, la
actividad de formación deberá ayudar al catequista a afinar su sensibilidad
misionera, y capacitarlo a descubrir y a aprovechar todas las situaciones
favorables al primer anuncio.
Estas constataciones de Pablo VI con relación a los evangelizadores (EN 60) pueden
aplicarse con todo derecho a los catequistas, cuya tarea es una realidad
eminentemente eclesial y, por tanto, comunitaria (CT 24). El catequista, en efecto, es
enviado por los Pastores y actúa gracias a la misión recibida de la Iglesia y en
nombre de ella. Su acción, de la que él no es dueño sino humilde siervo, tiene, en el
orden de la gracia, vínculos institucionales con la acción de toda la Iglesia.
El catequista debe saber sufrir por la Iglesia, afrontando la fatiga que comporta
el apostolado realizado en común y aceptando las imperfecciones de los
miembros de la Iglesia, a imitación de Cristo que amó a su Iglesia hasta darse
por ella (cf. Ef|
5,25)241.
Los catequistas deben estar convencidos, ante todo, de que su primer educador es
Nuestro Señor Jesucristo, que forma a través del Espíritu Santo (cf Jn 1 6,1 2-15).
Esto exige en ellos un espíritu de fe y una actitud de oración y de recogimiento para
dar espacio a la pedagogía divina. La educación de apóstoles es pues,
principalmente un arte que se expresa en el ámbito sobrenatural.
La persona es la primera responsable del propio crecimiento interior, es decir, de
cómo se debe responder al llamamiento divino. La conciencia de esta
responsabilidad deberá impulsar al catequista a dar una respuesta activa y creativa
comprometiéndose y asumiendo todas las responsabilidades del propio progreso de
vida.
Los formadores, es decir los delegados por la Iglesia para ayudar a los catequistas
a realizar el programa de educación, son como «compañeros de viaje» cuyo
servicio cualificado es muy valioso. Son, ante todo, los responsables de los centros
para catequistas y también los que se encargan de la formación básica y
permanente de los candidatos fuera de los centros. Es importante que se escojan
educadores idóneos que, además de destacarse por sentido de Iglesia y por vida
cristiana, posean una preparación específica para esa tarea y tengan una
experiencia personal por haber desempeñado, ellos también, el servicio de la
catequesis. Es bueno que los formadores constituyan un equipo o grupo compuesto
posiblemente de sacerdotes, religiosos y laicos, tanto hombres como mujeres
escogidos sobre todo entre catequistas experimentados. Así, la formación resultará
más completa y encarnada.
Hay que insistir en que todos os catequistas reciban una formación inicial mínima
suficiente, sin la cual no podrían ejercer convenientemente su misión. Con este fin
indicamos algunos criterios y directivas que contribuirán a promover y a guiar as
distintas opciones de la actividad formativa:
Conocimiento del sujeto: es necesaria que el candidato sea conocido
personalmente y en su ambiente cultural. Sin este conocimiento de base, la
formación sería más bien una simple instrucción poco personalizada.
Estas indicaciones se tienen presentes donde existe una buena estructura para la
formación básica. Sin embargo, pueden servir de estímulo y orientación para los
Pastores y para los mismos candidatos también en la fase inicial. Hay que evitar,
absolutamente, toda improvisación en la preparación de los catequistas, o dejarla a
su exclusiva iniciativa.
Entre las iniciativas para la formación permanente, el primer lugar corresponde a los
centros catequéticos que asisten a los antiguos alumnos al menos durante el primer
período mediante cartas circulares e individuales, envío de material, visitas con
frecuencia de los formadores y encuentros de revisión en los mismos centros. Los
centros son los ambientes más apropiados para organizar cursos de renovación y
actualización de catequistas, en cualquier momento de su servicio.
Es importante que exista una cierta conexión entre los centros, sobre todo a nivel
nacional, bajo la responsabilidad de la Conferencia Episcopal. Esa conexión se
favorece con encuentros regulares entre todos los formadores de los distintos
centros y por el intercambio de material didáctico. De este modo, se procura la
unidad de la formación y se potencian los centros con el enriquecimiento participado
de la experiencia de los demás.
Corresponde a los Pastores responsables procurar que los centros estén provistos
del material necesario, de acuerdo con su importancia. Es encomiable la costumbre
de intercambiarse los medios didácticos entre un centro y otro, entre una y otra
diócesis. A veces se trata de intercambios útiles entre naciones limítrofes y
homogéneas por su situación socio-religiosa.
Los catequistas, de dedicación plena o parcial, deben ser retribuidos según normas
precisas, establecidas a nivel de diócesis y parroquia, teniendo en cuenta los
recursos económicos de la Iglesia particular, de la situación personal y familiar del
catequista, en el contexto económico general del Estado. Se reservará especial
atención a los catequistas enfermos, inválidos y ancianos, pues suele suceder que
después que éstos han servido a la Iglesia son rechazados por la misma y echados
fuera.
Pero, insiste a la vez, en la necesidad de buscar a, toda costa, una solución más
estable del problema.
Los presupuestos de las diócesis y de las parroquias por tanto, deberán destinar a
esta obra una cuota proporcionada de los ingresos, siguiendo el criterio de dar la
prioridad a los gastos de la formación (CT 63).
También los fieles deberán hacerse cargo del mantenimiento de los catequistas,
sobre todo cuando se trata del animador de su comunidad local. La calidad de las
personas, en particular las que están comprometidas en el apostolado directo,
tienen la precedencia respecto a las estructuras. No se destinen pues a otros fines
ni se reduzcan los presupuestos destinados a los catequistas y a la catequesis.
Los catequistas, en efecto, son apóstoles de primera línea: sin ellos «no se habrían
edificado Iglesias hoy día florecientes» (CT 66) son, además, una de las
componentes esenciales de la comunidad, enraizados en ella por el Bautismo y la
Confirmación y su vocación, con el derecho y el deber de crecer en plenitud y de
obrar con responsabilidad.
A los catequistas se puede aplicar, con toda verdad, la palabra del Señor: «Id y
haced discípulos a todas las naciones» (Mt 28,19), porque «ellos están dedicados
por oficio al ministerio de la palabra» (Dei Verbum 25).
Los catequistas deben ser tenidos en cuenta en la organización de la comunidad
eclesial. Será muy útil garantizar su presencia significativa en los organismos de
comunión y participación apostólica, como por ejemplo, los consejos pastorales
diocesanos y parroquiales.
Todas las diócesis deberán hacer lo posible por tener un grupo de formadores de
catequistas, compuesto en lo posible de sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos,
que se puedan enviar a las parroquias a preparar a los aspirantes, en comunidad e
individual mente.
REVIATURAS
AA Apostolicam Actuositatem
AG Ad Gentes
CA Centesimus Annus
CD Christus Dominus
25 de enero de 1983.
Cf Christifideles Laici
L
C Catechesi Tradendae
T
D Documento de Caracas
C
DECAT-CELAM 1985.
D Documento de Medellín
M
D Documento de Puebla
P
D Documento de Quito
Q
“La comunidad catequizadora en el presente y en el futuro de América
Latina”. DECAT-CELAM, 1 Semana Latinoamericana de Catequesis 3-10 de
octubre de 1982 (Quito, Ecuador).
IA Eclesia in América
EN Evangelii Nuntiandi
FR Fides et Ratio
GE Gravissimum Educationis
GS Gaudium et Spes
RM Redemptoris Missio
BIBLIOGRAFIA
Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, La catequesis de la comunidad,
Orientaciones pastorales para la catequesis en España, hoy, Madrid. EDICE, 1983.