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EL ESPIRITU

MISIONERO DE LA
CATEQUESIS
Catequistas y Comunidades
con ardor misionero

TABLA DE CONTENIDO

PRESENTACIÓN 9

INTRODUCCIÓN 11

ORGANIZACIÓN TEMÁTICA DEL MÓDULO 12 CAPÍTULO 1

LA IDENTIDAD DE LA CATEQUESIS

I. DEFINICIONES O DESCRIPCIONES DE LA CATEQUESIS 15

1. Definiciones - descripciones de documentos del Magisterio 15

2. Definiciones o descripciones de la Catequesis según algunos autores 20

II. ELEMENTOS ESENCIALES DE LA CATEQUESIS 22 1. La Catequesis es un

ministerio de la Palabra 22

1.1. Funciones y formas del ministerio de la Palabra 24

1.2. Relación entre la Catequesis y las otras formas del ministerio de la Palabra
26

A. Catequesis y primer anuncio 27

B. Catequesis y predicación litúrgica (homilía) 29 C. Catequesis y teología 32

2. La Catequesis, ministerio eclesial 35

2.1. La Catequesis, es una acción eclesial 35

2.2. Opción comunitaria de la Catequesis 35 A. Dimensión comunitaria de la

Catequesis 35 B. Comunidad eclesial y Catequesis 38

3. La Catequesis, etapa privilegiada en el proceso evangelizador 44

3.1 Evangelización y Catequesis a través de la historia 44

3.2. La Catequesis en la acción evangelizadora 49

A. La Catequesis “momento” esencial del proceso de la evangelización .... 49

B. La Catequesis en la acción misionera 51

C. La Catequesis, instrumento vivo al servicio de la nueva evangelización 54

4. La Catequesis, educación en la fe 56

5. La Catequesis, iluminación e interpretación de la vida y de la historia 59

III. CONCLUSIÓN: La Catequesis, acción pluridimensional y multiforme 61

CAPÍTULO 2

LA FINALIDAD Y LAS TAREAS DE LA CATEQUESIS

I. FINALIDAD DE LA CATEQUESIS: FORMAR PERSONAS Y COMUNIDADES


MADURAS EN LA FE

1. Nivel individual: perfil del creyente maduro 67

1.1. Una personalidad equilibrada y armónica 67

1.2. Una persona que asume el estilo de vida y la causa de Jesucristo 68

1.3. Una persona con sentido eclesial 69

1.4. Un agente de cambio social 70

2. Nivel comunitario-eclesial: rasgos fundamentales de una comunidad cristiana


madura 71

2.1 .Vida fraterna 72


2.2. Comunión eclesial 72

2.3 Corresponsabilidad ministerial 72

2.4. Compromiso evangelizador misionero 73

2.5 Praxis liberadora en la sociedad 73

II. LAS TAREAS FUNDAMENTALES DE LA CATEQUESIS 74 1. Promover a la

persona en su plenitud humana 77

2. Conocer el mensaje cristiano 79

3. Educar a la celebración de la fe y a la oración 81

4. Educar a los valores, actitudes y comportamientos evangélicos 84

5. Educar a la vida comunitaria y a la corresponsabilidad eclesial 86

6. Educar al compromiso social liberador 90

III. COMENTARIOS CONCLUSIVOS SOBRE LA FINALIDAD Y LAS TAREAS


DE LA CATEQUESIS 94

1. El catequista para una Iglesia Misionera 99

2. Líneas de espiritualidad del catequista 106

3. Actitudes del catequista frente a determinadas situaciones actuales 114

II. ELECCIÓN Y FORMACIÓN DEL CATEQUISTA 122 1. Elección prudente 122

2. Camino de formación 125

III. LA RESPONSABILIDAD HACIA EL CATEQUISTA 147 1. Remuneración del

catequista 147

2. Responsabilidad del pueblo de Dios 149 CONCLUSIÓN 153

ABREVIATURAS 156 B1BLIOGRAFA 158

CAPÍTULO 1
LA IDENTIDAD DE LA CATEQUESIS

OBJETIVO: Clarificar la identidad propia de la Catequesis y los conceptos sobre la


misma.

I. DEFINICIONES O DESCRIPCIONES DE LA CATEQUESIS II. LOS

ELEMENTOS ESENCIALES DE LA CATEQUESIS

III. CONCLUSIÓN: LA CATEQUESIS, ACCIÓN PLURIDIMENSIONAL Y


MULTIFORME

LA IDENTIDAD DE LA CATEQUESIS
El sustantivo “Catequesis” proviene del verbo griego neotestamentario “catequizar”
(Kat-echein), que significa hacer resonar una palabra en el oído de un oyente y
suscitar una respuesta. El verbo simple “Echein”, que significa resonar se une a
“Kerusso” que equivale a anuncio o proclama (1 Cor 14,19; Hch 18,25; Gál. 6,6).

El verbo Katechein significa hablar desde arriba. Más exacta mente significa “hacer
eco”, “resonar”.

En la Biblia, el sustantivo “Catequesis” es una palabra tardía y raramente usada en


el griego profano; en sentido derivado, el verbo Katecheo, en el griego, quiere decir
informar, contar, comunicar una noticia (Hch 21,21-24; Lc 1,4). En sentido estricto
significa dar una instrucción cristiana: Hch 1 8,25; Rom 2,1 8; Gál 6,61 (Cf. Nuevo
Diccionario de Catequesis. Catequesis Pág. 296-297)

La Catequesis existe desde los orígenes de la Iglesia (Cf. CT 10-13) como una de las
formas de la predicación cristiana o del ministerio de la Palabra. En el Nuevo
Testamento la predicación cristiana tiene dos momentos diferentes y, a la vez
complementarios entre sí: el primero de ellos es el anuncio o proclamación del
mensaje cristiano, con el fin de suscitar la fe y la conversión inicial; el segundo es el
de la instrucción, orientado a comprender el centro del mensaje evangélico y las
consecuencias para la vida. Este último momento es, precisamente, el de la
Catequesis.

En el inicio del “catecumenado” (El “catecumenado” fue una institución eclesial, de carácter
catequético litúrgico-moral, al servicio de la iniciación cristiana de los adultos que se preparaban para
recibir el bautismo. Inició en el siglo II y tuvo su decadencia en el siglo V y VI. Su época de esplendor
a finales del siglo II y a principias del
es considerada como la “edad de oro” de la Catequesis.)
siglo III, la predicación a los catecúmenas toma el nombre de Catequesis, la cual es
comprendida como enseñanza fundamental de la fe y aprendizaje de la vida
cristiana. Ya en el siglo V el término Catequesis desaparece y se introduce el
término “catecismo” y el verbo “catequizar”, entendido como enseñanza de la
doctrina cristiana, un tanto nocionista e intelectualista (Catequesis = enseñanza de
la doctrina cristiana). En los comienzos del siglo XX, aparece nuevamente el
término “Catequesis”.

Hoy por hoy en el conjunto de las acciones pastorales de la comunidad eclesial, la


acción catequística es considerada como un ministerio fundamental e
imprescindible. Sin embargo, siempre existe el riesgo de no comprender lo
específico de esta actividad pastoral y de confundirla con otras acciones
eclesiales. Prueba de ello es que algunas personas ven a la Catequesis en todas
partes y frecuentemente hablan de este ministerio refiriéndose a actividades
eclesiales que no lo son.

Por eso, trataremos ahora de clarificar la identidad y el carácter específico de la


Catequesis teniendo en cuenta que hacer una descripción definitiva de la
Catequesis es difícil, pues existen muchas formas de presentarla. Para ello, nos
valdremos de algunas definiciones o descripciones de la acción catequizadora,
tanto de los documentos oficiales del Magisterio de la Iglesia como de algunos
catequetas. Después explicaremos los elementos que describen la esencia de la
Catequesis, y por último, haremos anotaciones y precisiones sobre este importante
ministerio pastoral.

I. DEFINICIONES O DECRIPCIONES DE LA CATEQUESIS

1. Definiciones — descripciones de documentos del Magisterio


• Dos documentos del Concilio Vaticano II describen la Catequesis como
instrucción de la doctrina cristiana:

El decreto sobre el oficio pastoral de los Obispos Christus Dominus (CD),


describe la Catequesis por su finalidad. Habla de la “instrucción catequética”,
“cuyo fin es que la fe, ilustrada por la doctrina, se torne viva, explícita y activa
tanto a los niños y adolescentes como a los jóvenes y también a los adultos”
(n. 14).

Por otra parte, la declaración sobre la educación cristiana de la juventud,


Gravissimum Educationis (GE), describe la Catequesis por las tareas que
desarrolla. El número 4 del documento conciliar señala que la Catequesis es
un medio a través del cual la Iglesia realiza su función educadora. Después,
añade lo siguiente:

La instrucción catequética, que ilumina y robustece la fe, nutre la vida


con el espíritu de Cristo, conduce a una consciente y activa participación
del misterio litúrgico y mueve a la acción apostólica.

• El Directorio General para la Catequesis (DGC), aprobado y publicado en abril


11 de 1 971 coloca el tema de la identidad de la Catequesis en el ámbito del
ministerio eclesial de la Palabra y la entiende como crecimiento de la vida
•• (
cf. MPD

cristiana y, por eso, la define en términos de madurez de la fe, subrayando el


aspecto comunitario:

En el ámbito de la actividad pastoral, la Catequesis debe ser considerada


como la forma de acción eclesial que conduce a la madurez de la fe tanto
a las comunidades como a cada fiel (DGC 21).

• El Papa Pablo VI en su Exhortación Apostólica “Evangelii Nuntiandi (EN) (“La


Evangelización del Mundo Contemporáneo”) del 8 de diciembre de 1975,
introduce una perspectiva nueva en el modo de concebir la evangelización como
la misión esencial de la lglesia (cf. EN 14) y como un proceso complejo, dinámico
y rico, que está compuesto de diversos elementos, entre los cuales se encuentra
la Catequesis. Dicha Exhortación sintéticamente describe a la Catequesis como
“enseñanza religiosa sistemática de los datos fundamentales de la fe”, así:

“La inteligencia, sobre todo tratándose de niños y adolescentes, necesita


aprender mediante una enseñanza religiosa sistemática los datos
fundamentales, el contenido vivo de la verdad que Dios ha querido
transmitirnos” (EN. 44).

• En la última Asamblea sinodal convocada por Pablo VI en octubre de 1 977 se


nos dice que la Catequesis es aquella actividad “que consiste en la educación
ordenada y progresiva de la fe y que está ligada estrechamente al permanente
proceso de maduración de la misma fe” (MPD 1). También señala
que la Catequesis es al mismo tiempo Palabra, Memoria y Testimonio 7-10).

• La tercera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Puebla el


23 de marzo de 1979, en el numeral 977 cita el Mensaje del Sínodo de
Catequesis en 1977 No. 1: La Catequesis “consiste en la educación ordenada y
progresiva de la fe”, y en el numeral 984 hace ver que en América Latina se
constata una “mayar toma de conciencia de que la Catequesis es un proceso
dinámico, gradual y permanente de educación en la fe”.

• El 12 de octubre de 1979, la Catechesi Tradendae (Catequesis de Nuestro


Tiempo) de Juan Pablo II, no quiere dar una definición rigurosa y formal de la
Catequesis, sin embargo, la descripción que da es sumamente rica y permite
delimitar su carácter propio. Hace referencia a dos conceptos de la
Catequesis:

Un concepto restringido: la Catequesis “es la simple enseñanza de las fórmulas


que expresan la fe, sentido al que, por la común, se atienen las exposiciones
didácticas” (CT. 25).

Y un concepto amplio o pleno: la Catequesis, “es la educación de la fe de los


niños, de los jóvenes y adultos, que comprende especialmente una enseñanza
de la doctrina cristiana, dada generalmente de modo orgánico y sistemática,
con miras a iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana” (CT. 18). El sentido
amplio incluye el sentido restringido (cf. CT 25).

Según el sentido amplio, la Catequesis abarca los siguientes elementos:

Una acción educativa de la fe,

dirigida a los niños, jóvenes y adultos

que comprende una enseñanza del mensaje revelado,

ofrecido de modo orgánico y sistemático, para una iniciación en la plenitud de


la vida cristiana.

El Papa subraya que la Catequesis es una iniciación sistemática, elemental,


orgánica e integral (cf. CT 21).

• La Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil, en su libro Catequesis


renovada, orientaciones y contenido, documento aprobado por los Obispos de
Brasil en la 21°. Asamblea General, el 15 de abril de 1983, numeral 318, amplía
el concepto al agregar elementos nuevos:

La Catequesis es un proceso de educación comunitaria, permanente,


progresiva, ordenada, orgánica y sistemática de la fe. Su finalidad es la
madurez de la fe en un compromiso personal y comunitario de liberación
integral, que debe acontecer ya aquí y culminar en la vida eterna feliz.

• La Catequesis de la Comunidad, libro de la Comisión Episcopal Española de


Enseñanza, promulgado en 1983, define la Catequesis como: la etapa (o
período intensivo) del proceso evangelizador en la que se capacito básicamente
a ¡os cristianos para entender, celebrar y vivir el Evangelio del
Reino, al que han dado su adhesión, y para participar activamente en la
realización de la comunidad eclesial y en el anuncio y difusión del Evangelio.
Esta formación cristiana —integral y fundamental— tiene como meto la
confesión de la fe (n. 34). En el Anexo del libro se explica o siguiente: “Esta
descripción de la Catequesis recoge, como se ve, su carácter temporal, de
fundamentación de la fe y de educación integral de la misma, así como su
finalidad comunitaria y misionera, su punto de partida, que es la conversión su
meto, que es la confesión de la Fe

• La Conferencia Episcopal Argentina, en su libro Juntos para una evangelización


permanente, dado en 1987, describe a la Catequesis como itinerario
permanente y añade en elemento que no es mencionado explícitamente por los
anteriores documentos: la vida cotidiana y el dar sentido a la existencia humana.

En el numeral 50 afirma este documento: a Catequesis es un camino de


crecimiento y maduración en la fe en un contexto comunitario-eclesial que da
sentido a la vida. En efecto, por medio de la Catequesis todos los hombres
pueden captar el plan de Dios Padre -centrado en la Persona de Jesucristo- en
su propia vida cotidiana. Además, pueden descubrir el significado último de la
existencia y de la historia.

• El Catecismo de la Iglesia Católica, dado en 11 de octubre de 1992, en el


trigésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, al referirse a lo que
es Catequesis dice que: “En un sentido más específico, se puede considerar que
la Catequesis es una educación de la fe de los niños, jóvenes y adultos que
comprende especialmente una enseñanza de la doctrina cristiana, dada
generalmente en modo orgánico y sistemático con miras a iniciar- los en la
plenitud de la doctrina cristiana (CT 1 8, CIC, 1992, Prólogo, pág. 14).

• El Directorio General para la Catequesis, dado el 15 de agosto de 1 997, no


ofrece ninguna definición de la acción catequística, (Sin embargo, el llamado
Instrumento Manual de apoyo para la consulta, de febrero de 1996, sí ofrecía una descripción de
la Catequesis. Ahí se decía que “la Catequesis es la etapa del proceso total de la evangelización
que, dirigida a los que, por el primer anuncio, se han convertido a Jesucristo, propicia, desde el
corazón de la existencia humana, la confesión de fe, inherente al bautismo, capacitándolos así,
para vivir con madurez la comunión eclesial y la misión en el mundo” (p55). Este Proyecto de
Consulta, cuyo autor es la Congregación para el Clero, contenía un vocabulario básico, en el cual
se explicaba la anterior descripción de Catequesis: “En esta descripción, la Catequesis antes que
forma del ministerio de la Palabra, que también es, aparece como etapa de la evangelización. Se
perfilan sus destinatarios. Se define su meta: la confesión de la fe bautismal. Se entronca ésta en
el corazón de la experiencia humana. Se
presenta a la Catequesis como iniciadora en la vida comunitaria y misionera. En la descripción
hay un antes (primer anuncio) y un después (la vida en la comunidad cristiana)” (p. 12).
Este documento ubica a la Catequesis dentro del proceso total de la
evangelización (cf. DGC. 63, 64) y la vinculo al primer anuncio (cf. DGC. 4, 61, 62);
después hace una distinción entre Catequesis de iniciación y Catequesis
permanente (cf. DGC. 65-72). Al tratar el tema de la identidad de la Catequesis,
señala que su tarea es la educación de la fe (cf. DGC. 62) y su carácter propio es
la iniciación a la fe y a la vida cristiana (cf. DGC. 66). La Catequesis, por tanto,
tiene un carácter iniciático, fundante y estructurante, ya que lo específico de ella
es iniciar a la fe, fundamentar la conversión, estructurar la adhesión inicial a
Jesucristo, poner los cimientos del edificio de la vida cristina del creyente (cf.
DGC. 57, 62-64).

• La Exhortación Apostólica Postsinodal Ecclesia in América, del Papa Juan Pablo


II, dada el 22 de enero de 1 999 presenta la siguiente definición en el numeral
69: “La Catequesis es un proceso de formación en la fe, la esperanza y la
caridad que informa la mente y toca al corazón, llevando a la persona a abrazar
a Cristo de modo pleno y completo. Introduce más plenamente al creyente en la
experiencia de la vida cristiana que incluye la celebración litúrgica del misterio
de la redención y el servicio cristiano a los otros”.

2. Definiciones o descripciones de la Catequesis según algunos


autores:
Varios catequetas han elaborado sus respectivas definiciones o descripciones de la
Catequesis. Veamos algunas de ellas:

• El catequeta alemán Adolf Exeler ha elaborado una descripción amplia de la


Catequesis:

Se entiende por Catequesis una forma de evangelización de los cristianos, una


acción de la comunidad eclesial, una acción de la iglesia que acompaña toda la
vida y está siempre en relación con la situación concreta de los hombres, por
medio de la cual, sus miembros son capaces de captar, celebrar y vivir el
mensaje evangélico y de participar activamente en la realización de esta
comunidad y en la propagación del Evangelio. La Catequesis se entiende como
camino para el conocimiento de la fe e iniciación del seguimiento de Cristo.
Debe estimular una conciencia crítica para que los cristianos estén en
condiciones de colaborar en la renovación de la iglesia y en la transformación de
la sociedad en sentido evangélico. La Catequesis se presenta, pues, como
(Citado por E. Alberich, Catequesis en J.

(J. Ma. Maideu, Hacer resonar la fe. Un

acto de educación a una fe madura (Citado por E. Alberich, Catequesis en J. Gevaert -


Coord.- Diccionario de Catequética, Madrid, CCS, 1987, p- 157) .

• El francés J. Audinet nos ofrece una breve definición en la que subraya la


dimensión experiencia1 y antropológica de la acción catequística: la
Catequesis es “la acción por la cual un grupo humano interpreto su situación, la vive y la expresa a la luz del Evangelio”

Gevaert -Coord.- Diccionario de Catequética, Madrid, CCS, 1987, p- 157) .

• J. Ma. Maideu ensaya una descripción de la Catequesis, tomando como


referencia su etimología y sus tareas:
Catequesis es hacer resonar la fe del cristiano, desde la comunidad, para que
conozca ésta su fe, la celebre gozosamente, la manifieste solidariamente en el amor
y la viva profundamente en esperanza

pentagrama catequético para catequistas, Madrid, CCS 1988, p. 44) .

• El catequeta español Emilio Alberich, tomando en cuenta los datos del Nuevo
Testamento y los documentos eclesiales, afirma que:

Se puede llamar Catequesis a toda forma de servicio eclesial de la Palabra de


Dios orientada a profundizar y a hacer madurar la fe de las personas y de las
comunidades (E. Alberich, la Catequesis en la Iglesia, Madrid, CCS, 1991, p. 48) .

En el concepto de Catequesis algunos autores apuntan a distinguir tres niveles:


Sentido propio del concepto: Catequesis es una instrucción elemental en el ser,
fe y conducta de los cristianos, dada por los padres y/o por un catequista (Adolf
Exeler).

Sentido más estricto: Catequesis: educación ordenada y progresiva de la fe. El


Concilio Vaticano II, en el numeral 14 de Christus Dominus dice que la
Catequesis es más que una simple enseñanza, es la ilustración de la fe por la
doctrina para que se vuelva viva, explícita y activa y que está íntimamente ligada
a las tareas más esenciales de la Iglesia.

Sentido amplio: Por Catequesis se entiende una forma de evangelización de los


cristianos, una acción de la comunidad eclesial, una acción de la Iglesia que
acompaña toda la vida del hombre. Se entiende también como camino que lleva
al conocimiento de la fe y como ejercitación en el seguimiento de Cristo. Es un
acto de educación para una fe madura (cf. Peter EICHER,
diccionario de conceptos Teológicos, Ed. Herder, Barcelona, 1989, Tomo 1, Pág.
107-108).

II. ELEMENTOS ESENCIALES DE LA CATEQUESIS


Observando cada una de las definiciones anotadas anteriormente, aunque
manifiestan aspectos y acentuaciones diferentes de la naturaleza y de la finalidad
de la Catequesis, expresan también unos elementos esenciales de la acción
catequística, que se pueden sintetizar de la siguiente manera:

La Catequesis es un ministerio de la Palabra. La Catequesis es un ministerio


eclesial.
La Catequesis es una etapa del proceso evangelizador La Catequesis es
educación en fe
La Catequesis es iluminación e interpretación crítica de la vida y de la
historia.

Ahora vamos a describir uno por uno estos elementos.

1. La Catequesis es un ministerio de la Palabra


La misión fundamental de la Iglesia consiste en anunciar y hacer presente el Reino
(reinado) de Dios en las situaciones concretas de la vida de las personas y de las
comunidades.
En esta Misión de establecer el reinado de Dios en el mundo, la Iglesia aparece
como el “germen” y el “principio” de ese Reino, como su signo visible, como
“sacramento universal de salvación”. Esto quiere decir que la Iglesia no se identifica
con el reino de Dios, sino que su tarea consiste en estar al servicio del proyecto del
reinado de Dios.

La Iglesia actúa su sacramentalidad, en cuanto sacramento del reino, a través de


las cuatro mediaciones, funciones o ministerios eclesiales:

La Palabra o Pastoral Profética, la Liturgia o Pastoral Litúrgica, el


Compromiso Liberador o Pastoral Social y la Comunión o Pastoral
Comunitaria, así:

Como reino realizado en el amor y en el Signo de la DIACONÍA


servicio fraterno.
Amor, Caridad, Servicio, Promoción,
PASTORAL SOCIAL Solidaridad, Liberación, Educación.

Como reino vivido en la fraternidad y en Signo de la KOINONÍA


la comunión.
Comunión, Fraternidad, Comunicación,
PASTORAL COMUNITARIA Reconciliación, Unidad, Comunidad.

Como reino proclamado y Signo de la MARTIRYA


testimoniado en el anuncio confesante (Testimonio-Testificación)
y liberador del Evangelio. Anuncio, Testimonio, Profecía, Primera
Evangelización, Catequesis, Predicación.
PASTORAL PROFÉTICA

Como reino celebrado en los ritos Signo de la LITURGIA


festivos y liberadores de la Liturgia.
Eucaristía, Sacramentos, Oración,
PASTORAL LITÚRGICA Celebraciones, Fiestas, Devociones.

CONCLUYENDO
Por su naturaleza, la CATEQUESIS es parte integrante del signo de la MARTYRYA, es decir, del
Misterio o Servicio Profético de la Palabra de Dios. Es por eso que es en el ámbito de este ministerio
donde la Catequesis anuncia a Jesucristo, la Palabra viva del Padre y comunica el mensaje
evangélico. Es ante todo anuncio de la Buena Nueva del Reino.

La Iglesia realiza su misión, en primer lugar, con la predicación viva de la Palabra


de Dios. Este ministerio de la Palabra es elemento fundamental de la
evangelización. La presencia cristiana en medio de los diferentes grupos humanos y
el testimonio de vida necesitan ser esclarecidos y justificados por el
anuncio explícito de Jesucristo, el Señor. “No hay evangelización verdadera
mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el Reino, el
misterio de Jesús de Nazareth, Hijo de Dios” (EN 22; cf EN 51-53).

El ministerio de la Palabra, al interior de la evangelización, transmite la Revelación


por medio de la Iglesia, valiéndose de “palabras” humanas. Pero éstas siempre
están referidas a las “obras”; a las que Dios realizó y sigue realizando. Esta palabra
humana de la Iglesia es el medio de que se sirve el Espíritu Santo para continuare1
diálogo con la humanidad. El es, efectivamente, el agente principal del ministerio de
la Palabra y por quien “la voz del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el
mundo” (DV 8c).

El ministerio de la Palabra se ejerce “de forma múltiple” (PO 4b; cf. CD 13c). La Iglesia,
desde la época apostólica, en su deseo de ofrecer la Palabra de Dios de la manera
más conveniente, ha realizado este ministerio a través de formas muy variadas.
Todas ellas sirven para canalizar aquellas funciones básicas que el ministerio de la
Palabra está llamado a desplegar (cf. DGC. 50).

Este ministerio tiene la finalidad de proclamar el mensaje liberador y transformador


del Evangelio, “despertar la fe, desentrañar el sentido de Dios y revelar el horizonte
cristiano del proyecto humano (Ibíd. P.224)”. En la vida pastoral de la Iglesia, la
Palabra de Dios es anuncio liberador y clave de interpretación de la vida y de la
historia.

1.1 Funciones y formas del ministerio de la Palabra


Las principales funciones del ministerio de la Palabra son las siguientes:

Convocatoria y llamada a la fe: “Es la función que más inmediatamente se


desprende del mandato misionero de Jesús. Se realiza mediante el “primer
anuncio”, dirigido a los no creyentes: aquellos que han hecho una opción de
increencia, los bautizados que viven al margen de la vida cristiana, los que
pertenecen a otras religiones… (cf. EN 51-53) El despertar religioso de los niños en
las familias cristianas, es también una forma eminente de esta función”. (DGC 51).

La función de iniciación: “Aquel que movido por la gracia, decide seguir a Jesucristo
es “introducido en la vida de la fe, de la liturgia y de la caridad del Pueblo de Dios”
(AG 14). La Iglesia realiza esta función especialmente, por medio de la Catequesis,
en íntima relación con los sacramentos de la iniciación, tanto si
van a ser recibidos como si ya se han recibido. Formas importantes son: la
Catequesis de adultos no bautizados, en el catecumenado; la Catequesis de adultos
bautizados que deseen volver a la fe, o de los que necesitan completar su
iniciación; la Catequesis de niños y jóvenes, que tiene de por sí un carácter
iniciatorio. También la educación cristiana familiar y enseñanza religiosa escolar
ejercen una función de iniciación (DGC 51).

• La educación permanente de la fe: En diversas regiones es llamada también


“Catequesis permanente”. Se dirige a los cristianos iniciados en los elementos
básicos, que necesitan alimentar y madurar constantemente su fe a lo largo de
toda la vida. Es una función que se realiza a través de formas muy variadas:
“sistemáticas y ocasionales, individuales y comunitarias, organizadas y
espontáneas, etc.” (DCG -1971- 19d; DGC 51).

• La función Litúrgica: Tiene la función de alimentar y hacer crecer la fe de las


personas y de las comunidades. Esto lo realiza en las celebraciones litúrgicas a
través de la proclamación de la Palabra de Dios, la homilía, las exhortaciones,
etc. (Javier González Ramírez, Pbro., Ser y Quehacer de la Catequesis pág. 25 CELAM)”. “Hay
que referirse también a la preparación inmediata a los diversos sacramentas y a
las celebraciones sacramentales, sobre todo a la participación de los fieles en la
Eucaristía, que es la forma frontal de la educación de la fe” (DGC 51).

• La función teológica: La teología para cumplir su función se encarga de hacer un


estudio sistemático y adelantar investigaciones científicas sobre las verdades de
la fe. La teología Clarifica los conceptos religiosos fundamentales, emplea el
razonamiento científico para explicar los fundamentos de la fe, estimulo una
relación crítica entre el avance científico y tecnológico del mundo y el mensaje
del cristianismo, determina el papel de la fe en el mundo de la ciencia, muestra
si la opción de fe es liberadora y alienante en la vida práctica del hombre y de la
comunidad.

Formas del ministerio de la Palabra

La Iglesia desde sus inicios ha realizado este ministerio profético a través de formas
muy variadas. Hoy los documentos catequéticos sostienen que las formas más
importantes del ministerio de la Palabra son las siguientes:
• El primer anuncio o predicación misionera: está dirigido a los no creyentes y a
los que viven en la indiferencia religiosa. Tiene la función de anunciare1
Evangelio y llamar a la fe.

• La Catequesis pre y post bautismal: está dirigida a los que ya han recibido el
primer anuncio. Tiene la función de fundamentar y profundizar la fe, iniciando
integralmente a la vida cristiana y generando procesos de crecimiento y
madurez en la fe.

• La forma litúrgica.

• La forma teológica, tiene la función de desarrollar la inteligencia de la fe.

Como hemos podido darnos cuenta, la Catequesis, forma parte del


ministerio de la Palabra. Es un ministerio profético (cf. CAL 92,95; DSD 33) y
como tal, es parte de su esencia el anunciar a Jesucristo, -la Palabra viva
del Padre- y comunicar el mensaje evangélico. La Catequesis está al
servicio de la Palabra de Dios. Es, ante todo, anuncio de la Buena Nueva
del Reino para la “persona-en-situación”.

1.2. Relación entre la Catequesis y las otras formas del ministerio de la


Palabra
La Catequesis como educación de la fe y como actividad de la Iglesia está ligada a
las diferentes formas del ministerio de la Palabra esto hace que para poder precisar
la identidad de la acción catequística sea importante que conozcamos la relación
que existe entre la Catequesis y las otras formas del ministerio profético.
A. Catequesis y primer anuncio

PRIMER ANUNCIO CATEQUESIS


El primer anuncio se dirige a los no La Catequesis, “distinta del primer anuncio del
creyentes y a los que, de hecho, Evangelio (CT 19) promueve y hace madurar
viven en la indiferencia religiosa. esta conversión inicial, educando en la fe al
Asume la función de anunciar el convertido e incorporándolo a la comunidad
Evangelio y llamar a la conversión. cristiana.

La relación entre ambas formas del ministerio de la Palabra es, por tanto, una relación de
distinción en la complementariedad.

El primer anuncio, que todo cristiano


La Catequesis, en cambio parte de la condición
está llamado a realizar, participa del
que el mismo Jesús indicó, “el que crea”, (Mc
“id” (Mc 16,15 y Mt 28,19) mandato que
16,16), el que se convierta, el que decida.
Jesús propuso a sus discípulos:
implica, por tanto, salir, adelantarse,
proponer.

Las dos acciones son esenciales y se reclaman mutuamente: ir y acoger, anunciar y educar,
llamar e incorporar. (DGC 61)

La predicación misionera, anuncia el La Catequesis, profundiza y desarrolla


Kerigma evangélico; el anuncio Kerigmático (cf. CT 25)

El primer anuncio, convoca y llama a La Catequesis, fundamenta y


la fe. estructura la vida cristiana (cf. DGC 57)

La Catequesis por consiguiente, educo la adhesión dada al primer anuncio. En este


sentido, la acción catequética presupone la acción misionera (Algunos documentos
catequéticos señalan que la acción misionera tiene dos momentos previos a la Catequesis: el primer
anuncio y la “pre-catequesis”. El primer anuncio busca sembrar la inquietud religiosa y el interés por
Jesucristo; la pre-catequesis, acogiendo ese interés, busca la conversión, que lógicamente será
inicial. La “pre-catequesis” sigue al primer anuncio y se inspira en la etapa del “pre-catecumenado”
que establece la Iglesia para los adultos no-bautizados (cf. RICA 9-13). El DGC insinúa estos dos
momentos previos a la Catequesis y además, identifica a la “pre-catequesis en el “pre-catecumenado”
y la “Catequesis Kerigmática (cf. nn 62 y 117). El libro Catequesis de Adultos. Orientaciones
Pastorales, de la Comisión Episcopal Española de Enseñanza y Catequesis, distingue explícitamente
estos dos momentos, los cuales —según el documento-son diferentes por el fin que buscan, por el
tiempo que necesitan y por los agentes que los realizan (cf. Nos. 204-213). En la actualidad el término
“pre-catequesis” está superado. Por eso la mayoría de los pastoralistas y cate quetas mencionan
solamente la predicación misionera (primer
y es, consecuentemente, un momento
anuncio) como momento previo a la Catequesis)
sucesivo al primer anuncio. “Por eso se puede decir que en estas dos formas del
ministerio de la Palabra existe una relación de distinción en la complementariedad
(DGC 62)”.

En la práctica pastoral, los límites de ambas acciones eclesiales no son muy claros.
Sucede con frecuencia que muchas personas que están participando en la
Catequesis no han recibido el primer anuncio. Esta situación pastoral, que es
común a la mayoría de las comunidades cristianas, invita a la Catequesis a asumir
la tarea misionera de suscitar la fe y estimular a renovar la conversión a Jesucristo.
Juan Pablo II expresaba esta función misionera de la Catequesis con las siguientes
palabras:

La “Catequesis” debe a menudo preocuparse no sólo de alimentar y enseñar la fe,


sino de suscitarla continuamente con la ayuda de la gracia, de abrir el corazón, de
convertir, de preparar una adhesión global a Jesucristo en aquellos que están aún
en el umbral de la fe (CT 19).

La Catequesis, por tanto, dada la situación concreta de muchos bautizados no-


evangelizados y no-convertidos, tiene una tarea misionera (cf DGC 62. Algunos
catequetas hablan de Catequesis misionera. Esta expresión es ambigua, ya que puede significar
varias cosas: el primer anuncio, la pre-catequesis, la Catequesis para los no convertidos, la
Catequesis en las tierras o regiones de misión, la Catequesis en los países descristianizados de vieja
tradición cristiana, la Catequesis destinada a formar la conciencia misionera, etc. Para evitar
confusiones es preferible hablar de “talante misionero”, Catequesis con acentuación misionera”, o
simplemente de la “tarea misionera” de la Catequesis).

El Directorio General para la Catequesis señala que “el hecho de que la Catequesis,
en un primer momento, asuma esas tareas misioneras, no dispensa a una Iglesia
particular de promover una intervención institucionalizada del primer anuncio, como
la actuación más directa del mandato misionero de Jesús” (DGC62).
(cf. EN 43; CT 48; DGC 51,57 y 70).

B. Catequesis y predicación litúrgica (homilía)

Otra forma de proclamare1 mensaje es la “homilía”, en la cual se exponen durante


el ciclo del año litúrgico, a partir de los textos sagrados, los misterios de la fe y las
normas de la vida cristiana” (SC 52).
Los documentos del Magisterio de la Iglesia destacan la importancia que tiene la homilía como forma del ministerio de la Palabra

En la homilía están presentes, de una manera simultánea, tres elementos básicos:


la Palabra de Dios, la celebración litúrgica y la vida de las personas que forman la
comunidad celebrante.

• En primer lugar, la homilía está al servicio de la Palabra de Dios que se


proclama. Ayuda a la asamblea a comprender, acoger y vivir la Palabra
proclamada. En este sentido, la homilía, como ministerio de la Palabra, tiene una
dimensión Kerigmática (ya que anuncia la Buena Nueva del Reino y exhorta a la
conversión) y una dimensión catequética (porque educa y hace crecer la fe de
las personas y de la asamblea como comunidad).

• En segundo lugar, la homilía está al servicio del misterio litúrgico que se celebra.
Se realiza en el interior de la celebración litúrgica y forma parte de
esa misma celebración (La constitución sobre la Liturgia afirma que la homilía es “parte de la
misma Liturgia, en la cual se exponen durante el ciclo del año litúrgico, a partir de los
textos sagrados, los misterios de la fe y las normar de la vida cristiana /SC 52/) .
Relaciona la
liturgia de la Palabra con la liturgia sacramental, señalando cómo se cumple
sacramentalmente lo que el mensaje evangélico anuncia. En este sentido, la
homilía, como ministerio litúrgico, tiene una dimensión mistagógica, ya que inicia
a los misterios litúrgicos, ayuda a captar la relación dinámica que existe entre la
Palabra y el signo sacramental y, en general, ayuda a comprender y a participar
mejor en la misma celebración.

• Por último, la homilía está al servicio de las personas que se reúnen para
celebrar su fe. Ayuda a la asamblea a que se sienta interpelada por el mensaje
evangélico en sus circunstancias históricas y culturales. Aplica la Palabra
proclamada al “hoy” de la comunidad, teniendo en cuenta las aspiraciones y
necesidades reales de la gente. En este sentido, la homilía tiene una dimensión
existencia/, ya que se convierte en palabra viva, pronunciada “hoy y aquí”, para
iluminar y orientar la vida de las personas que forman la comunidad celebrante.
Hoy se comprende con más claridad la identidad de la homilía y la diferencia de
esta predicación eclesial con los otros ministerios de la Palabra. Por lo que respecta
a la relación entre la homilía y la Catequesis, solamente indicamos dos puntos
importantes:

La Catequesis y la predicación litúrgica son dos ministerios diferentes en cuanto


el ámbito (en la homilía es la acción litúrgica y en la Catequesis pueden ser
distintos lugares, espacios y tiempos), los contenidos (en la homilía dependen
de los textos bíblicos y de las oraciones presidenciales de la celebración; en la
Catequesis los contenidos son más temáticos, unitarios y sistemáticos), los
interlocutores (en la homilía es la asamblea litúrgica, que es bastante
heterogénea; y en la Catequesis es el grupo de catequizandos, que es más
homogéneo en cuanto a la edad y a la situación de fe), el método (en la
Catequesis es más dinámico, creativo, con amplia libertad de movimiento, de
uso de técnicas grupales y de medios masivos de comunicación), etc. La
homilía, pues, no es una Catequesis. (Sin embargo, en algunas circunstancias especiales
es conveniente que la homilía asuma la función catequética (CF DGC 52). Pero siempre como
algo ocasional y nunca como una práctica cotidiana, ya que el ministerio de la homilía no se
Tampoco la Catequesis es una predicación
reduce a la educación de la fe).
homilética. Aunque los dos ministerios tienen algunos puntos de contacto y la
homilía debe ser precedida por una Catequesis bíblica y litúrgica, hay que
afirmar sin ambigüedades que son dos acciones eclesiales diferentes.

La homilía, en cuanto educadora de la fe, tiene uno dimensión catequético. La


homilía tiene una fuerza educadora (Es importante señalar que no solamente la homilía
sino toda la Celebración litúrgica es educadora de la fe: la proclamación de la Palabra de Dios,
los signos sacramentales, las oraciones, los cantos, etc., son también elementos que educan y
hacen crecer la fe de la Asamblea) .
Nos educa a tomar en serio la Palabra de Dios, a
iluminar nuestra vida y nuestra historia a la luz de esa Palabra, a asumir el
mensaje de Jesucristo como criterio de vida, a comprometernos con el proyecto
de vida que Dios nos ofrece, a comprender el sentido de las celebraciones
litúrgicas y a participar activa y conscientemente en ellas, a lograr, en definitiva,
la unidad entre la fe que profesamos, el sacramento que celebramos y la vida
que vivimos (cf. J. Aldazabal, la homilía educadora de la fe en “Phase” 126-1981-, pp 447-
459). Consecuentemente, la homilía es un medio privilegiado para lo educación
permanente de la vida cristiana, y es uno de los ministerios más constantes y
eficaces para acompañar al pueblo creyente en su camino de crecimiento en la
fe. Cuando la homilía es realmente educadora de la fe, se convierte en luz y
alimento para los fieles.
C. Catequesis y teología

La teología, vocablo griego Theos = Dios y Logos = Palabra, discurso, ciencia.

La teología es el conocimiento de las cosas divinas en general. Lo que concierne


propiamente al estudio de Dios.

En la concepción cristiana, teología es la explicación y desarrollo científico, es decir,


metodológico y sistemático de la realidad de la revelación divina frente a la fe, con
el fin de presentarla en lo posible como algo racional para el pensamiento humano.

Los anteriores términos no expresan suficientemente la riqueza de la tarea


teológica. Por eso, nos atrevemos a proponer una definición que incluya otros
elementos esenciales que describen la naturaleza de esta forma del ministerio de la
Palabra.

Por teología nosotros entendemos aquella reflexión crítica sobre la Palabra de Dios
acontecida en el “hoy” de la Iglesia en el mundo. De ahí que la teología tenga las
siguientes características:

Es reflexión crítica
Es reflexión sobre el Dios revelado en Jesucristo
Tiene como lugar teológico la existencia actual de la Iglesia Reflexión sobre
la praxis de la Iglesia.

Ahora vemos cómo desde el siglo XVII hasta las primeras décadas del siglo XX, la
relación entre Catequesis y teología ha sido concebida como una subordinación de
la Catequesis a la teología. Prueba de ello es que la mayoría de los
catecismos, que han tenido a teólogos como autores, se han presentado como
compendios o síntesis de la teología sistemática (La teología sistemática es aquella
especialidad de la reflexión teológica que correlaciona los datos de la Revelación como un todo,
integrando las distintas afirmaciones de fe en el depósito común y general. A ella pertenece la
teología dogmática),y, sobre todo, la Catequesis se ha entendido como una
divulgación teológica o una enseñanza doctrinal.

En este caso, es necesario distinguir sin separar, para unir sin confundir.

En esta relación han surgido tensiones, dificultades, polémicas, crisis, al igual que
intentos de pacificación entre teólogos y catequetas, todo ello en un esfuerzo de
profundización y complementariedad que estimula, aún hoy, la reflexión.

En la fase histórica de la renovación Kerigmática de la Catequesis (1945-1965), al


distinguir “el anuncio de la fe” de la “doctrina de la fe”, se logró liberar un poco a la
acción catequística de la dependencia teológica. Sin embargo, hoy todavía se sigue
pensando que la teología sistemática es la ciencia normativa de la acción
catequizadora, y que la Catequesis, por tanto, es una simple aplicación a la
teología.
Aunque nos encontramos con que la relación entre teología y Catequesis no ha sido
suficientemente profundizada por los últimos documentos del Magisterio, la reflexión
catequética actual hace suyas las siguientes afirmaciones:

• La teología y la Catequesis son dos acciones eclesiales diferentes. La teología


es una reflexión crítica sobre la fe; la Catequesis, en cambio, es una praxis al
servicio de la fe. La teología es estudio y reflexión de la Palabra de Dios; la
Catequesis es actualización y comunicación de la Palabra liberadora. La
teología sigue una lógica científica y la Catequesis una lógica pedagógica y
comunicativa. Metodológicamente la teología recurre a distintas aproximaciones
(filosofía, historia, hermenéutica, etc.) para fundamentar y profundizar
científicamente los contenidos de la fe; la Catequesis, por su parte, emplea
métodos de las ciencias de la educación y de las ciencias de la comunicación
para la proclamación del mensaje evangélico, preocupándose tanto de su
ortodoxia como de su significatividad. La teología se centra en la educación de
la inteligencia de la fe, mientras que la Catequesis educa en todas las
dimensiones de la vida cristiana. Por último, la teología es una formación más
elevada y posterior a la Catequesis.

• La Catequesis no es una enseñanza teológica. Su Santidad Juan Pablo II en su


Exhortación apostólica “la Catequesis de nuestro tiempo” hablado de las
características y dificultades de la Catequesis dice: es “una enseñanza
elemental que no pretende abordar todas las cuestiones disputadas ni
transformarse en investigación teológica o en exégesis científica” (CT 21).

• La Catequesis necesita de la teología y la teología necesita de la Catequesis.


Bien, se pudiera decir que las dos acciones eclesiales se necesitan, se reclaman
y se complementan. La reflexión teológica, aporta la profundización,
sistematización y fundamentación de los contenidos de la fe; la Catequesis
aporta la vida y la experiencia de fe de las comunidades cristianas como lugar
de elaboración del discurso teológico. La teología, por tanto, no es amo y señor,
ni la Catequesis es su sirviente. Las dos son compañeras de viaje al servicio de
la Palabra de Dios y del crecimiento integral de las personas humanas.

• La Catequesis no se reduce a una enseñanza doctrinal. No se puede dudar que


la Catequesis es una enseñanza doctrinal42, los diferentes numerales que trae
el Directorio General de la Catequesis así nos lo demuestra, sin embargo no se
reduce a ello, ya que la Catequesis es, sobre todo, una educación integral para
la vida cristiana. “Por ser formación para la vida cristiana, desbordo —
incluyéndola- a la mera enseñanza” (DGC 68). La Catequesis educo en el
conocimiento y en la vida de fe.
2. La Catequesis ministerio eclesial

2.1. La Catequesis es una acción eclesial


Además de la Palabra de Dios, la eclesialidad es también otro elemento que forma
parte de la esencia de la acción catequizadora.

“La Catequesis es una acción esencialmente eclesial” (DGC 78). Con esta
afirmación el reciente Directorio catequético nos quiere decir, en primer lugar, que el
sujeto o agente de la Catequesis es la Iglesia animada por el Espíritu; la
Catequesis, por tanto, es tarea y responsabilidad de la comunidad eclesial. En
segundo lugar, también nos quiere decir que la acción catequística es un acto vivo
de tradición eclesial porque transmite la fe de ¡a Iglesia, es decir, todo lo que ella
cree, celebra vive y ora.

La dimensión eclesial pertenece a la esencia de la Catequesis y configuro sus


elementos constitutivos: la selección de los contenidos, la formación de los agentes,
las opciones metodológicas, la programación, los horizontes operativos, las
modalidades de realización, la evaluación, etc. De ahí que la acción catequística no
se pueda comprender al margen afuera de la realidad eclesial, ya que iría en contra
de su propia identidad.

A nivel local, la eclesialidad de la Catequesis se manifiesta a través de la


comunidad cristiana, que es la realización histórica y visible de la Iglesia y, por lo
tanto, un signo concreto a través del cual se realiza la salvación que Dios ofrece a
los seres humanos en Jesucristo.

2.2 Opción Comunitaria de a Catequesis


El esquema realizado está entresacado de EMILIO ALBERICH, “Catequesis y praxis
eclesial”, Edición Central Catequística Salesiana, Madrid, 1983, páginas 194
y 195.

A. Dimensión comunitaria de la Catequesis


(cf. CAL 184-186)

(cf. DP 983)
El movimiento catequético actual y los documentos eclesiales más recientes sobre
Catequesis coinciden en señalar la comunidad cristiana como origen, lugar,
sujeto, objeto, y meto de la Catequesis .

La comunidad como condición necesaria para la Catequesis

El Directorio Catequístico General dice en el numeral 35 que “La Catequesis debe


apoyarse en el testimonio de la comunidad eclesial, pues la Catequesis habla con
más eficacia de aquello que realmente existe en la vida incluso externa a la
comunidad”. El Papa Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica “La Catequesis de
Nuestro Tiempo, nos dice que la Catequesis tiende a esterilizarse si no está
sostenida por la acogida y testimonio de la comunidad (24). Se puede entonces
concluir que el éxito de la transmisión catequística depende, más que de los
catecismos y de los catequistas, de las comunidades eclesiales, de su vitalidad, su
acción y testimonio.

La comunidad como lugar de la Catequesis

Iniciemos leyendo la idea claramente afirmada en el mensaje final del sínodo de 1


977 (No. 13), “El lugar o ámbito normal de la Catequesis es la comunidad cristiana”.
Dejemos que otros documentos ilustren mejor lo que queremos decir. El Directorio
General para la Catequesis, numeral 253, señala que la comunidad es “el hogar” de
la Catequesis; la comunidad es el ambiente donde los catequizandos pueden vivir,
con la mayor plenitud posible lo que han aprendido. (cf. CT 24). También
encontramos en la CT, numeral 67 a la comunidad parroquial como el lugar
privilegiado para la Catequesis. Después de reflexionar estos numerales nos queda
la convicción de considerara la comunidad como el origen, el punto de partida y el
lugar natural para la iniciación y maduración de la fe, porque la comunidad es el
espacio eclesial concreto donde el cristiano nace y crece en la fe. De la Comunidad
nace el anuncio de la Buena Nueva del Reino que invita a los hombres y mujeres al
encuentro y seguimiento de Jesús. Y es la misma comunidad la que acoge a los
que se convierten al Señor, los incorpora a su seno y los acompaña en su caminar
hacia la madurez de la fe (cf. DGC 254).

La comunidad como sujeto de la Catequesis

El Sínodo sobre la Catequesis en la proposición 25 proclamó que “La comunidad


cristiana es responsable de la Catequesis (comunidad que catequiza), en cuanto
que es pueblo de Dios, cuerpo y signo universal de salvación”; el DOC No. 220 nos
dice que “la Catequesis es una responsabilidad de toda la comunidad cristiana”; por
tanto, toda la comunidad debe considerarse agente responsable
por lo tanto el primer catequista y se sirve para cumplir su misión, de estructuras y
personas.

La comunidad como destinataria de la Catequesis

En los numerales 21 y 31 del Directorio Catequístico General se afirma que a


Catequesis es “la forma de acción eclesial, que conduce a la madurez de la fe tanto
a las comunidades como a cada fiel” y que “va dirigida a la comunidad, sin
descuidar a cada fiel en particular”.

La Catequesis, teniendo como sujeto y objeto a la comunidad, puede ser definida


como el proceso de crecimiento en una comunidad eclesial que acoge la Palabra de
Dios y la profundiza, caminando hacia la madurez de la fe.

La comunidad como meta de la Catequesis

La comunidad cristiana es también objetivo y meta de la catequesis, porque la


misma Catequesis construye y edifico la comunidad y acompaña el camino de su
crecimiento.

«Podemos decir que la Catequesis “hace la Iglesia”, es decir, constituye la


comunidad cristiana. El Documento de Puebla lo dice con las siguientes palabras:
“una de las metas de la Catequesis es precisamente la construcción de la
comunidad” (No. 992); “todo el que catequiza sabe... que con su labor edifica
continuamente la comunidad” (No. 995). La acción catequizadora, por consiguiente,
es para la comunidad y está al servicio de la edificación de la comunidad».

¿Cuándo o de qué manera la Catequesis constituye la comunidad eclesial?


Concretamente, cuando se convierte en un lugar de experiencia de Iglesia, en un
factor de renovación eclesial y en un ministerio portador de un proyecto convincente
de Iglesia. Expliquemos brevemente estos puntos:

La Catequesis es un lugar de experiencia de Iglesia en donde se interioriza el


sentido eclesial. La Catequesis ayuda a vivir comunitariamente la experiencia de
las distintas funciones eclesiales (la proclamación de la Palabra, la celebración
liberadora y la oración, la comunión y la fraternidad, el amor y el servicio) y la
experiencia de tensión hacia los valores del Reino, en actitud de servicio al
mundo y manifestando una opción preferencial por los más pobres y débiles.
Mediante estas experiencias la Catequesis madura el sentido eclesial (sentido
de pertenencia, conocimiento y amor a la Iglesia, fidelidad a la “memoria”
eclesial, sentido de corresponsabilidad y compromiso, espíritu misionero,
preocupación ecuménica, etc.).
(c. CT

La Catequesis es un factor de renovación eclesial. La acción catequística tiene


una función crítica dentro de la Iglesia y es, por tanto, un signo de creatividad,
vitalidad, purificación, renovación y transformación de la misma realidad eclesial.
Por último, la Catequesis está al servicio de un proyecto renovado de Iglesia,
que responda plenamente a las exigencias del evangelio en el mundo de hoy, y
que sea motivador, entusiasmante y convincente.
Una conclusión lógica: no hay Catequesis sin comunidad.

El papel de la comunidad cristiana es tan importante en la acción catequizadora


hasta el grado que se llega a señalar que sólo es objeto de Catequesis lo que se
realiza en comunidad, y que antes de los textos de Catequesis y de los mismos
catequistas, primero está la comunidad eclesial. La comunidad es, pues, condición
necesaria para la praxis catequística (“La comunidad es en sí misma Catequesis Viviente.
Siendo lo que es, anuncia, celebra, vive y permanece siempre como el espacio vital indispensable y
primario de la Catequesis” -DGC 141-). “Sin comunidad, sencillamente no habría
Catequesis”.

B. Comunidad eclesial y Catequesis

Hemos afirmado que la acción catequética es responsabilidad común y diferenciada


de todo el Pueblo de Dios, y que la comunidad Cristiana inmediata es el lugar propio
de la Catequesis; ahora señalaremos algunos ámbitos o expresiones de comunidad
responsable para desarrollar la Catequesis:

La familia

La familia es el lugar primario para la Catequesis, allí el Evangelio debe


comunicarse y vivirse. La familia tiene compromiso peculiar e insustituible en la
Catequesis pues acompaña y enriquece las demás formas de la Catequesis 68).

Dos razones confirman la capacidad catequética de la familia cristiana:

Su naturaleza de célula básica de la Iglesia que, al participar, como tal, de las


acciones de la vida de la misma Iglesia, se constituye en espacio propicio para
el nacimiento y la maduración de la fe.

Su misión respecto a la educación de la fe de sus miembros, que es una tarea


que pertenece por vocación, tanto a los padres como al conjunto familiar.
Corresponde a la familia como responsable de la Catequesis:

• El despertar religioso de los niños,


• La iniciación en la oración personal y comunitaria,
• La educación de la conciencia moral,
• La iniciación en el sentido cristiano del amor, el trabajo y la convivencia,
• Despertar el espíritu misionero universal.

Para que los anteriores presupuestos puedan ser realizados adecuadamente,


necesitan una pedagogía propia, nacida de la misma vida de familia. Por ello, la
Catequesis familiar es “una Catequesis más de testimonio que de la enseñanza,
más ocasional que sistemática, más permanente que estructurada en periodos” (CC
273).

La fe se transmite en el ámbito familiar creando, principalmente, un ambiente


cristiano que abarque todo lo que la familia es, dice y hace.

Asociaciones y movimientos apostólicos

Las diversas “asociaciones, movimientos y agrupaciones de fieles” (cf. CT 70) son


verdaderos ámbitos comunitarios, tienen como misión ayudar a los discípulos de
Jesucristo a desempeñar su tarea laical en el mundo y en la misma Iglesia de
acuerdo con su originalidad propia, y por tanto, son verdaderos lugares de
catequización.

Las pequeñas comunidades (o Comunidades Eclesiales de Base).

Se trata de grupos cristianos a nivel de familias o de espacio restringido, los cuales


se reúnen para la oración, la lectura de la Escritura, la Catequesis, compartir
problemas humanos y eclesiales de cara a un compromiso común. Son un signo de
vitalidad de la Iglesia, instrumento de formación y de evangelización, un punto de
partida válido para una nueva sociedad fundada sobre la “civilización del amor” (RM
51a).

Estas comunidades permanecen siempre unidas a la parroquia, se enraízan en


ambientes populares y rurales, convirtiéndose en fermento de vida cristiana, de
atención a los últimos, de compromiso en pos de la transformación de la sociedad.
En ellas cada cristiano hace una experiencia comunitaria y se anima a colaborar en
las tareas de todos. De este modo, las mismas comunidades son instrumento de
evangelización y de primer anuncio, así como fuente de nuevos
ministerios, a la vez que, animadas por la caridad de Cristo, ofrecen también una
orientación sobre el modo de superar divisiones, tribalismos y racismos” (RM 51b).

A pesar de la gran variedad de matices con que dichas comunidades se presentan,


tienen unos rasgos comunes fundamentales que las hacen propiamente eclesiales.
Estos rasgos son:

• Deseo de concretarla comunidad en grupos que permitan relaciones


personales profundas.

• Interés por vivir en una dimensión más humana.

• La Escucha actual de la Palabra de Dios.

• La búsqueda de su sentido en el contexto socio-cultural que se vive.

• La celebración de los misterios cristianos desde la propia vida.

• El compromiso con la realidad histórica y las situaciones vitales.

• El anuncio testimonial de la fe en común.

Estos rasgos hacen de ellas, como admite el Sínodo de la Catequesis, lugares


privilegiados de catequización, porque:

• Facilitan la experiencia compartida de la fe y permiten descubrir la dimensión


social de ésta.

• Favorecen la conciencia de fraternidad y estimulan la práctica del servicio


mutuo.

• Son testimonio vivo de eclesialidad y lugar de acogida para quienes,


realizando el proceso catequético, se insertan en la Iglesia como miembros
de ella.

• Son un modelo de referencia y de identificación cristiana para los hombres


de nuestro tiempo.

En este sentido se pronuncia el documento de puebla en el numeral 629 cuando


afirma que:

“Las pequeñas comunidades sobre todo las Comunidades Eclesiales de


Base, crean mayor interrelación personal,
(Cf “Hacia una renovación pastoral de la Parroquia”, Conferencia Episcopal

aceptación de la Palabra de Dios, revisión de vida y reflexión sobre la


realidad a la luz del Evangelio; se acentúa el compromiso con la familia, el
trabajo, el barrio y la comunidad local”.

Corresponde a estas pequeñas comunidades:

• Ser el espacio donde el catequizando viva y comparta su fe.


• Velar porque la acción catequística llegue a sus integrantes.
• Motivar y estimular para tener sus propios catequistas.
• Despertar la conciencia misionera universal en sus miembros.
La comunidad parroquial

Es el lugar privilegiado de la Catequesis y por ende sujeto fundamental de la misma.

Es responsabilidad de ella:

La realización concreta de la actividad catequística.


Asegurar los elementos necesarios para su desarrollo (catequistas,
animadores, medios, etc.).
Coordinar las actividades a favor de la Catequesis realizadas por los diversos
movimientos y grupos (cf. CT 67).
Animar y sostener la Catequesis par el crecimiento en la fe de los diversos
grupos
Colombiana, 1982).
Hacer tomar conciencia que la fe se fortalece dándola.

La Parroquia, como comunidad cristiana local, es el ámbito ordinario donde los


cristianos se inician y maduran en la fe. En ella acogen la Palabra de Dios y
celebran la Eucaristía, toman conciencia del compromiso evangelizador en el
mundo y entran en comunión con la Iglesia local y la totalidad del Pueblo de Dios.
Por eso, es el lugar privilegiado donde se realiza la comunidad cristiana.

La CT, en el numeral 67 nos recuerda que “la comunidad parroquial debe seguir
siendo la animadora de la Catequesis y su lugar privilegiado” por ser “una casa de
familia, fraternal y acogedora, donde los bautizados, los confirmados toman
conciencia de ser Pueblo de Dios”.
En la Parroquia, todos los creyentes han de encontrar a la comunidad de personas
que profesan su misma fe, y descubrir la pluralidad y riqueza del Pueblo de Dios
diversificado en distintos carismas y funciones.

Por todo esto, es propio de la Catequesis parroquial:

o Iniciar y hacer participar en la vida litúrgica.

o Expresar la unión de todos mediante el servicio mutuo y el interés por crear


una verdadera comunidad.

o Descubrir la importancia de la Iglesia ministerial y el valor de la acción


evangelizadora en la sociedad.
La actividad catequética que se realiza en el ámbito parroquial constituye, al mismo
tiempo, un medio privilegiado para que ésta se renueve, porque ayuda a crear las
condiciones básicas para que llegue a ser un verdadero espacio de comunión y
evangelización.

La validez actual, y en el futuro, de la parroquia como lugar catequético fundamental


va a depender en gran medida del esfuerzo que haga por recuperar el sentido y
talante comunitario y evangelizador, superando la polarización en lo cultural y la
masificación de las personas. Por eso, es tarea principal en la responsabilidad
catequizadora de la comunidad parroquial estimular a los distintos agentes
pastorales a sumir sus propias responsabilidades.

Corresponde a las comunidades eclesiales:

o Ser espacio donde el catequizando viva y comparta su fe.


o Velar porque la acción catequística llegue a sus integrantes.
o Motivar y estimular para tener sus propios catequistas.

La comunidad diocesana (Diócesis)

Compete a la Diócesis como comunidad responsable:

o Garantizar la autenticidad del servicio de la Palabra de Dios,


o Organizar, coordinar y estimular la actividad catequística,
o Asegurar algunos servicios catequísticos que superan el ámbito parroquial,
especialmente en lo relacionado a la formación de catequistas, en la consulta
a expertos, preparación de subsidios y planes, la atención catequística a
sectores particulares.
o Ser catequizada y misionera.
Responsables a nivel regional y nacional

Las Conferencias Episcopales, las oficinas de Catequesis y otros organismos


existentes ejercen su responsabilidad a través de:

o Asesorías especiales.
o Ofrecimiento de servicios calificados para la formación catequística y
responsable de la Catequesis.
o Ofrecimiento de instrumentos (catecismos, programas, audiovisuales, etc.)
para un mejor desarrollo de la tarea catequística.

La Iglesia universal

Cumple su misión de ser responsable de la Catequesis:

o A través del ejercicio del ministerio de la unidad y de la autenticidad de la fe,


o Está al servicio de la promoción cualitativa de la actividad catequística,
o Estimula la originalidad de las Iglesias particulares en su tarea
catequizadora.

3. La Catequesis, etapa privilegiada en el proceso evangelizador


La evangelización es la esencia de la misión de la Iglesia, puesto que 11ella existe
para evangelizar” (EN 14). La Catequesis forma parte del proceso total de la acción
evangelizadora. Para conocer su identidad es necesario situarla en el proceso
evangelizador, relacionándola con los demás elementos evangelizadores y con las
distintas etapas o momentos de la evangelización.

3.1 evangelización y Catequesis a través de la historia

Jesucristo Encomienda a la Iglesia la misión de anunciar la Buena Noticia a


todas las gentes. “Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas
mis discípulos; bautícenlos en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu
Santo, y enséñenles todo lo que les he mandado a ustedes” (Mt 28,1 9-20).

En la Iglesia naciente se hacía distinción entre el anuncio = Kerigma y la


enseñanza dada a los nuevos convertidos en la que se les explicaba las
escrituras a la luz de los hechos cristianos.
Con las primeras conversiones masivas y la religión de estado, se presentan la
evangelización y la Catequesis como una sola unidad: primer anuncio-
Catequesis-bautismo.

Con los cambios históricos, sobre todo en la época de las revoluciones, ya se


empieza a ver el Primer anuncio o Kerigma como evangelización y la Catequesis
como otro momento.

A partir de la Segunda Guerra Mundial se presenta la evangelización como


testimonio del evangelio en el corazón del mundo y la Catequesis como una
tarea al interior de la Iglesia, unida a la sacramentalización.

En los documentos del Vaticano II el concepto evangelización aparece con un


triple significado: la predicación misionera con los no-creyentes (cf. AG 6,26) todo
el ministerio de la Palabra (cf. AA 2,20) y toda la actividad misionera de la Iglesia
(cf. AG 23).

A partir de 1 970 las reflexiones se hacen más concretas y es así como


Evangelii Nuntiandi y Catechesi Tradendae se pone la evangelización como la
misión de toda la Iglesia y dentro de ésta, el Primer Anuncio, la Catequesis.

Citemos algunos textos acompañados de reflexiones, que nos permitan aclarar lo


dicho anteriormente:

La misión que el Señor ha confiado a la Iglesia recibe el nombre de


EVANGELIZACIÓN. “Evangelizar, dice el Papa Pablo VI, constituye la dicha y
vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda” (EN 14). La Iglesia
evangeliza con todo lo que ella es, dice y hace, con toda su presencia y con todo lo
que ella cree, celebra, vive y proclama.

Se identificaba, al principio, la evangelización con la “predicación misionera que se


propone suscitar aquel acto de fe, con el cual los hombres se adhieren a la Palabra
de Dios” (DCG 17). Más adelante, Pablo VI, al referirse a la misión de la Iglesia dice:
“Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser
canal de don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el
sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su Muerte y Resurrección
gloriosa” (EN 14).

En el mismo documento avanza más el concepto de Evangelización cuando afirma:


“Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de
la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovara la mismo
humanidad” (EN. 18).

Se trata entonces, de “transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio,
los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, la
fuente inspiradora y los modelos de vida de la humanidad...” (EN 1 9).
El Directorio General para la Catequesis describe a la evangelización como “el
proceso, por el que la Iglesia, movida por el Espíritu, anuncia y difunde el Evangelio
en todo el mundo”, de tal modo que ella:

o Impulsada por la caridad, impregna y transforma todo el orden temporal,


asumiendo y renovando las culturas.

o Da testimonio entre los pueblos de la nueva manera de ser y de vivir que


caracteriza a los cristianos;

o y proclama explícitamente el Evangelio, mediante el “primer anuncio”,


llamando a la conversión.

o Inicia en la fe y vida cristiana, mediante la “Catequesis” y los “sacramentos


de iniciación”, a los que se convierten a Jesucristo, o a los que reemprenden
el camino de su seguimiento, incorporando a unos y reconduciendo a otros a
la comunidad cristiana.

o Alimenta constantemente el don de la comunión en los fieles mediante la


educación permanente de la fe (homilía, otras formas del ministerio de la
Palabra), los sacramentos y el ejercicio de la caridad;

o y suscita continuamente la misión, al enviar a todos los discípulos de Cristo a


anunciar el Evangelio, con palabras y obras, por todo el mundo” (n. 48).
Se podría decir entonces que la Evangelización es el proceso gradual y sistemático,
mediante el cual la Iglesia:

Anuncia el Evangelio de Salvación a toda criatura.

Educa en la fe a los que se convienen a Jesucristo.

Celebra la Salvación, glorificando al Padre Celestial y Santificando a los


hombres por medio de los Sacramentos.

Da testimonio de la fe recibida, expresada en una nueva manera de ser, de


pensar de actuar, de vivir.

Transforma el orden temporal con la fuerza del Evangelio.

“La Evangelización es un proceso complejo con elementos variados que hay que
saber integrar: renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito, adhesión
del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de
apostolado” (EN 24).

“...La Evangelización, cuya finalidad es anunciar la Buena Nueva a toda la


humanidad para que viva en ella, es una realidad compleja y dinámica, que tiene
elementos, o si se prefiere, momentos, esenciales y diferentes entre sí, que es
preciso saber abarcar conjuntamente, en la unidad de un único movimiento. La
Catequesis es uno de esos momentos, ¡y cuán señalado!, en el proceso total de la
evangelización” (CT 18).

Recogiendo la intuición del Papa Pablo VI, entendemos, por evangelización la


TOTALIDAD de un proceso, en la INTEGRALIDAD de todos los elementos.

Como el mandato evangelizador de Jesús comporta varios aspectos, íntimamente


conectados entre sí: “anunciad”, “haced discípulos y enseñad”, “sed mis testigos”,
“amaos unos a otros”... toda mediación o función eclesial (Diaconía, Koinonía,
Martirya, Liturgia) son elementos de la evangelización.

Por eso es muy importante saber integrar todos los elementos de la acción
evangelizadora:

“Los elementos de la evangelización pueden parecer contrastantes, incluso


exclusivos. En realidad son complementarios, mutuamente enriquecedores. Hay
que ver siempre cada uno de ellos integrado con los otros” (EN 24).

El proceso evangelizador tiene una dinámica caracterizada por tres etapas o


momentos esenciales que buscan suscitar, fundamentar y alimentar
permanentemente la fe: “Acción misionera para los no creyentes y para los que
viven en la indiferencia religiosa, la acción catequético-iniciatoria para los que optan
por el Evangelio y para los que necesitan completar o reestructurar su iniciación; y
la acción pastoral para los fieles cristianos ya maduros, en el seno de la comunidad
cristiana” (DGC 49). Estos tres momentos no son etapas
(cf. EN 21, 41, 76, 78; RM 42-
temporales que rígidamente se realizan de una manera sucesiva; más bien, son
momentos dialécticos que manifiestan la relación dinámica que existe entre las
diferentes acciones del proceso evangelizador.

La evangelización tiene las siguientes características fundamentales:

El anuncio de Jesucristo y su buena noticia del Reino. El contenido de a


evangelización es Jesucristo (cf. DSD 27). Por lo tanto, no hay evangelización sin un
anuncio explícito de El (cf. EN 22 y 27) y de su buena nueva de salvación.

Es anuncio de la salvación liberadora (EN 9, 30; DGC 103-104). La evangelización es


anuncio de la liberación entendida en un sentido evangélico, o sea, como salvación
integral del ser humano, tal como lo anunció y realizó Jesucristo, sin reducciones
espiritualistas o temporalistas.

Se realiza con palabras y hechos. La evangelización tiene una doble dimensión: la


palabra y a acción. Es proclamación verbal de un mensaje liberador y es también
liberación y acción transformadora. (cf. EN 4, 30), ya que se trata de predicar y hacer
realidad la buena nueva del Reino.

Se sitúa en las condiciones culturales presentes. La evangelización se sitúa en el


interior de la historia porque va dirigida a unas personas concretas que viven en un
determinado ambiente socio-cultural (cf. EN 29). La evangelización, está presente en
la realidad social.

Tiende o la conversión. La evangelización provoca a conversión, tanto personal


como social (cf. EN 36; DP 252; DSD 24) y eclesial (“La nueva evangelización exige la
conversión pastoral de la Iglesia” -DSD 30- ) .

Es obra del testimonio. La evangelización es testimonio personal y comunitario de los valores del Reino y de la vida nueva que
se anuncia

3.2. La Catequesis en la acción evangelizadora


A. La Catequesis, momento esencial del proceso de la evangelización

La Exhortación apostólica Catechesi Tradendae y el Directorio General para la


Catequesis sitúan a la Catequesis en el marco de la misión evangelizadora de la
Iglesia. Ambos documentos afirman que la Catequesis es un “momento” o etapa
esencial del proceso evangelizador
señalado — en el proceso total de la evangelización” CT 18; cf. DGC 63-64; CAL 95) ,
dando a
entender que la acción catequizadora es un elemento integrante de la
evangelización y que, por lo tanto, forma parte del proceso evangelizador.

En páginas anteriores ya se explico que la evangelización tiene tres momentos


esenciales: la acción misionera, la acción catequética y las acciones eclesiales que
alimentan constantemente la de la comunidad.

La Catequesis se sitúa en medio de ellas. Por una parte, es un momento sucesivo a


la acción misionera y, por otra, es iniciación y preparación de las otras acciones
eclesiales que a través del ministerio de la Palabra, de la liturgia y del compromiso
social-liberador, alimenta la de la comunidad cristiana, fortalecen su comunión
eclesial y animan su participación en el compromiso apostólico de la Iglesia. Hay,
por tanto, acciones que anteceden y preparan a la Catequesis (primer anuncio,
testimonio) (cf. CT 18) y acciones que “emanan” de ella (la homilía, la enseñanza de
la teología, la celebración de los sacramentos, los servicios del promoción humana,
la vida de la comunidad cristiana etc.) (Que quede claro, la Catequesis no es todo en la
acción evangelizadora. Es solamente un elemento dentro del proceso total de la evangelización y, por
lo tanto, necesita interrelacionarse y articularse debidamente con los demás elementos y momentos
esenciales del proceso evangelizador. De ahí que sea importante la existencia de una adecuada
coordinación entre la Catequesis y las otras acciones pastorales, ya que todas están al servicio de un
mismo proceso evangelizador.)

Sin la Catequesis la acción misionero no tendría continuidad y sería infecunda; sin


la acción catequística las demás acciones eclesiales, que emanan de ella, no
tendrían raíces y serían superficiales. Por eso el Directorio General para la
Catequesis insiste en que la Catequesis no es una acción facultativa sino “una
acción básica fundamental” y, por lo tanto, “debe ser considerada momento
prioritario en la evangelización” (n. 64).
B. La Catequesis en la acción misionera

Para poder hablar de a Catequesis en la acción misionera hay que ubicarla en el


proceso de la fe y la conversión en la que se pueden destacar varios momentos
importantes:

El interés por el Evangelio. El primer momento se produce cuando en el corazón


del no creyente, del indiferente o del que pertenece a otra religión, brota, como
consecuencia del primer anuncia o de la acción misionera, un interés por el
Evangelio, sin ser todavía una decisión firme. Ese primer movimiento del espíritu
humano en dirección a la fe, que ya es fruto de la gracia, recibe varios nombres:
“atracción a la fe” (RICA 12), “preparación
evangélica” (cf. LG 16; AG 3a), “inclinación a creer”, “búsqueda religiosa” (CFL 4c).
La Iglesia denomina “simpatizantes” (RICA 12 Y 111) a los que muestran esta
inquietud.

La conversión. Este primer interés por el Evangelio necesita un tiempo de


búsqueda (cf. RICA 6 y 7) para poder llegar a ser una opción firme. La decisión por
la fe debe ser sopesada y madurada. Esa búsqueda, impulsada por la acción del
Espíritu Santo y el anuncio del Kerigma, prepara la conversión, que será -
ciertamente- “inicial” (AG 13b), pero que lleva consigo la adhesión a Jesucristo y
la voluntad de caminar en su seguimiento. Sobre esta “opción fundamental”
descansa toda la vida cristiana del discípulo del Señor (cf. AG 13;
EN 1O; RM 46; VS 66; RICA 10).

La profesión de fe. La entrega a Jesucristo genera en los creyentes el deseo de


conocerle más profundamente y de identificarse con El. La Catequesis les inicia
en el conocimiento de la fe y en el aprendizaje de la vida cristiana, favoreciendo
un camino espiritual que provoca un “cambio progresivo de actitudes y
costumbres” (AG 13b), hecho de renuncias y de luchas, y también de gozos que
Dios concede sin medida. El discípulo de Jesucristo es ya apto, entonces, para
realizar una viva, explícita y operante profesión de fe (cf. MPD
8; CEC 187-189).

El camino hacia la perfección. Esa madurez básica, de la que brota la profesión de


fe, no es el punto final en el proceso permanente de la conversión. La profesión de
fe bautismal se sitúa en los cimientos de un edificio espiritual destinado a crecer. El
bautizado, impulsado siempre por el Espíritu, alimentado por los sacramentos, la
oración y el ejercicio de la caridad, y ayudado por las múltiples formas de educación
permanente en la fe, busca hacer suyo el deseo de Cristo: “Vosotros sed perfectos
como nuestro Padre celestial es perfecto” (Mt
5,48; LG 11c, 40b, 42e). Es la llamada a la plenitud que se dirige a todo bautizado”
(DGC 56).

El primer anuncio tiene el carácter de llamar a la fe; la


Catequesis el de fundamentar la conversión estructurando
básicamente la vida cristiana; y la educación permanente de
la fe.

“La situación de aquellos “pueblos, grupos humanos, contextos socio- culturales,


donde Cristo y su Evangelio no son conocidos, o donde faltan comunidades
cristianas suficientemente maduras como para poder encarnar la fe en el propio
ambiente y anunciarla a otros grupos” (RM 3b). Esta situación reclama la misión ad
gentes, con una acción evangelizadora centrada, preferentemente, en los jóvenes y
en los adultos. Su peculiaridad consiste en el hecho de dirigirse a los no cristianos
invitándoles a la conversión. La Catequesis, en esta situación, se desarrolla
ordinariamente en el interior del catecumenado bautismal” (DGC 58), siendo éste la
formación específica que conduce al adulto convenido a la profesión de su fe
bautismal en la noche de pascua.

“De este modo, la Catequesis, situada en el interior de la misión evangelizadora de


la Iglesia como “momento” esencial de la misma, recibe de la evangelización un
dinamismo misionero que la fecunda interiormente y la configura en su identidad. El
ministerio de la Catequesis aparece, así como un servicio eclesial fundamental en la
realización del mandato misionero de Jesús” (DGC 59).

La Catequesis está al servicio de la iniciación cristiana, convirtiéndose en el


“momento” en que se estructura la conversión a Jesucristo, dando una
fundamentación a esa primera adhesión. Los convertidos, mediante “una
enseñanza y aprendizaje convenientemente prolongado de toda la vida cristiana”
(AG 1 4), son iniciados en el misterio de la salvación y en el estilo de vida propio del
Evangelio. Se trata, en efecto, “de iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana” (CT1
8) (cf. DGC 63).

La Catequesis, al realizar con diferentes formas esta función de iniciación del


ministerio de la Palabra, lo que hace es poner los cimientos del edificio de la fe”.
Otras funciones de ese mismo ministerio irán construyendo, después, las diversas
plantas de ese mismo edificio.

La Catequesis de iniciación es, así, el eslabón necesario entre la acción misionera, que
llama a la fe, y la acción pastoral, que alimenta constantemente a la
(cf. DSD 19, 49,

comunidad cristiana. No es, por tanto, una acción facultativa, sino una acción básica
y fundamental en la construcción tanto de la personalidad del discípulo como de la
comunidad. Sin ella la acción misionera no tendría continuidad y sería infecunda.
Sin ella la acción pastoral no tendría raíces y sería superficial y confusa: cualquier
tormenta desmoronaría todo el edificio (Mt 7,24-27).

En verdad, “el crecimiento interior de la Iglesia, su correspondencia con el designio


divino, dependen esencialmente de ella” (CT 13; cf. CT15). En este sentido, la
Catequesis debe ser considerada “momento prioritario en la evangelización” (DGC
64).
C. La Catequesis, instrumento vivo al servicio de la nueva evangelización.

El documento de Santo Domingo, relaciona la Catequesis con la primera evangelización y la ubica en el contexto de la nueva
evangelización

302).

Históricamente la Catequesis se manifestó como un ministerio eclesial que


consolidó la evangelización. Al anuncio de la Buena Nueva seguía una acción
catequística que ayudaba a los indígenas a crecer y madurar la fe naciente. La
primera evangelización era acompañada de una primera Catequesis. Por eso se
dice que uno de los medios pastorales de la evangelización fundante fue la
Catequesis (cf. DSD 19), considerada desde sus inicios en Latinoamérica como un
ministerio consustancial a la evangelización y no como una simple añadidura a ella.
Hoy también la Catequesis es considerada como una mediación necesaria de la
nueva evangelización porque la acción catequística: es una actualización de
Jesucristo en el “hoy” cultural; es un anuncio de la buena nueva de la promoción
humana; y es un ministerio privilegiado para la inculturación del Evangelio. De esta
forma llegamos a tener también una Catequesis nueva. En otras palabras: jamás
tendremos una evangelización nueva sin una Catequesis renovada.

D. Cuadro comparativo y distintivo entre la Catequesis en una Iglesia Particular y la


Catequesis en los territorios de misión.

4. La Catequesis, educación en la fe
Los documentos del Magisterio caracterizan a la Catequesis como educadora de la
fe:

“(La Catequesis) consiste en la educación ordenada y progresiva de la fe…”


(MPD 1)

“Globalmente se puede considerar aquí la Catequesis en cuanto educación de la


fe de los niños, de los jóvenes y adultos” (CT 18).
“La Catequesis es un proceso de educación comunitaria, permanente,
progresiva, ordenada, orgánica y sistemática de la fe” (Catequesis Renovada 318).
“La Catequesis es una formación orgánica y sistemática de la fe”. (DGC67)

“La acción catequizadora sigue al Kerigma y desencadena un proceso de


iniciación, de crecimiento y de maduración en la fe... Por ser educación de la fe,
la Catequesis se realiza en forma gradual y progresiva” (CAL 97)
La Catequesis es primordialmente un ministerio eclesial al servicio del crecimiento y
madurez de la fe de las personas y de las comunidades. Este es el elemento que
más expresa su identidad, por consiguiente, su peculiaridad y su originalidad ante
las otras acciones eclesiales.

Veamos brevemente el significado de este elemento fundamental de la acción


catequística.

En primer lugar, es necesario aclarar que no hay educación directa e inmediata


sobre la fe, por ser ésta un don de Dios y una respuesta libre del ser humano.

La Catequesis, como mediación eclesial que favorece el encuentro entre Dios y fa


persona humana, educa en la fe en un sentido indirecto, secundario e instrumental.
Paresa, para evitar la idea de que la fe se puede manipular, programar o guiar
desde fuera, los catequetas prefieren sustituir la expresión “educación de la fe” por
“educación en la fe”.

En segundo lugar, la Catequesis es una acción educativa que pone al servicio del
crecimiento de la persona humana vista totalidad de sus dimensiones (psicológicas,
socio-comunitarias, y trascendente).

Consecuentemente, la acción catequizadora tiene una dimensión educativa y está


llamada a crear un ambiente educativo de profundas relaciones interpersonales, de
libertad, de participación cordial...) y a utilizar métodos tomados de las ciencias de
la educación, especialmente de la pedagogía de la didáctica.

En tercer lugar, la Catequesis es educación en la fe. Éste objetivo pues está


considerada en su totalidad existencial con sus elementos, niveles y dimensiones, y
contemplado como una dinámica que crece y madura.

La Catequesis, como educación en la fe, tiene las siguientes características:

Es una educación orgánica y sistemática (cf. DGC 67). Orgánica porque ofrece
una síntesis coherente del mensaje evangélico, dando a los diversos elementos
de la fe cristiana en torno al misterio Jesucristo.

Sistemática porque sigue un programa articulado con reuniones periódicas. La


Catequesis por ser orgánica y sistemática, no se a lo meramente circunstancial
u ocasional” (DGC 68)

Es una educación integral (cf. CT 21) porque educo en todas las dimensiones de
la fe cristiana: el conocimiento de la fe, la celebración litúrgica y la oración, las
actitudes evangélicas, el sentido comunitario, el compromiso social y eclesial. Es
integral también porque la fe como adhesión a Dios y la fe como contenido de la
Revelación, la fe existencial y la fe doctrinal, la fe como don y la fe compromiso.
Por ser educación integral, la Catequesis es una para la vida cristiana”.

Es una educación elemental, “centrada en lo nuclear de experiencia cristiana, en


las certezas más básicas de la fe y en los valores evangélicos más
fundamentales” (DGC 67). La acción catequística tiene la función de fundamentar
la fe, de poner los cimientos de la vida cristiana (cf. DGC 57,64). Es, por eso, una
educación básica de la fe, ya que ofrece a los catequizandos una capacitación
básica que les ayude a conocer, celebrar, vivir y testimoniar su fe. La Catequesis
“por ser esencial, se centra en lo común para el cristiano, sin entrar en
cuestiones disputadas no convertirse en investigación teológica” (DGC 68).

Es un proceso permanente de iniciación, crecimiento y madurez en la fe, que


acompaña a la persona en todas las situaciones y etapas de su vida. Este
camino se inicia ordinariamente con la conversión; continúa con el desarrollo
armónico de la adquisición de conocimientos, de sentimientos y afectos
favorables a la fe y de actitudes y comportamientos orientados al compromiso
cristiano en todos los campos y ámbitos de la sociedad; y, por último, avanza
hacia la madurez de la fe, en un dinamismo progresivo de interacción de todos
los elementos y dimensiones de la fe, dentro de la realidad viva de la
experiencia eclesial. El proceso es permanente porque la madurez en la fe no
puede ser alcanzada en un momento determinado de la vida ni se logra de una
manera total.

Es conveniente precisar que en el conjunto de las acciones eclesiales, la


Catequesis tiene un carácter de explicitación y de profundización con respecto a
la fe inicial, y de iniciación con relación a las diversas dimensiones de la vida
de fe (proclamación de la Palabra, liturgia y oración, formación moral, vida
comunitaria y compromiso social-liberador).

La catequesis es un proceso de educación comunitaria, permanente,


progresiva, ordenada, orgánica y sistemática de la fe.

5. La Catequesis, iluminación e interpretación de la vida y de la


historia
En los primeros años que siguieron al Vaticano II, la reflexión pastoral tuvo corno
centro de su atención a la persona, considerada en su situación concreta. Era la
época de llamado “giro antropológico de la teología”. Influenciados por esta
corriente existencial, la Catequesis postconciliar experimentó un notable cambio de
enfoque: de la atención preferencial que se tenía a los contenidos y a la Palabra de
Dios, se pasó a una atención privilegiada por la persona humana, por su vida, por
sus problemas y aspiraciones. La fase Kerigmática (1945-1965) cedió el paso a la
fase antropológica. La vida de las personas y los acontecimientos de la historia se
consideraron también ecos de la Palabra de Dios y lugar de la
Revelación y de la salvación. A partir de esos años, en la reflexión catequética se va
consolidando la idea de que el ser humano y sus experiencias vitales son el punto
de partida, el camino y contenido de la Catequesis.

Este nuevo enfoque de la acción catequizadora tiene su fundamentación bíblica.


Dios se revela y habla a los hombres en la historia. En el momento culminante de la
Revelación, Dios entra en la historia encarnándose en Jesús de Nazareth. La
Encarnación nos enseña que lo humano es el lugar en el que se manifiesta la
salvación de Dios y que la historia es también el lugar privilegiado de la Revelación.
Este carácter histórico de la Revelación nos dice que la salvación se realiza en la
historia (cf. DCG 44) y, por lo tanto, la Palabra de Dios, entre otras cosas, es un
mensaje de salvación liberadora para el hombre, es interpretación e iluminación de
la existencia humana y es una fuerza liberadora y transformadora que construye la
historia.

Hoy se tiene la convicción de que la atención a la persona en sus circunstancias


concretas, la valoración de la experiencia humana, la importancia de los
acontecimientos históricos y la dimensión liberadora de la fe, son parte integrante
de la acción catequizadora.

De ahí las siguientes consideraciones:

La Catequesis es anuncio la Palabra de Dios en la vida cotidiana y en (cf.


de los acontecimientos CAL 23).
humanos

La Catequesis ilumina e interpreta cristianamente la vida y la historia.

La Catequesis es un factor de promoción humana integral.

Esta dimensión social-liberadora salva a la Catequesis de la intemporalidad y la


convierte en servicio de promoción humana integral, en acción liberadora y
transformadora, en compromiso histórico, en presencia y participación activa en la
construcción de un mundo más justo, solidario y fraterno.
Consecuentemente, la Catequesis no es una acción eclesial desencarnada,
abstracta, alejada de la vida de las personas o desinteresada de los
acontecimientos y problemas sociales.
CAPÍTULO 2

LA FINALIDAD Y LAS
TAREAS DE LA CATEQUESIS

OBJETIVO: Identificar la finalidad y tareas propias de la Catequesis.

I. LA FINALIDAD DE LA CATEQUESIS: FORMAR PERSONAS Y


COMUNIDADES MADURAS EN LA FE.

II. LAS TAREAS FUNDAMENTALES DE LA CATEQUESIS.

III. COMENTARIOS CONCLUSIVOS SOBRE LAS FINALIDADES Y LAS


TAREAS DE LA CATEQUESIS.
LA FINALIDAD Y LAS TAREAS DE LA CATEQUESIS

Después de haber reflexionado sobre la identidad de la Catequesis, ahora nos


preguntaremos cuál es la finalidad última de la acción catequística y cuáles son
sus principales tareas.

I. LA FINALIDAD DE LA CATEQUESIS: FORMAR PERSONAS Y


COMUNIDADES MADURAS EN LA FE.
Al hablar de la finalidad de la Catequesis nos estamos refiriendo al punto de
llegada, al horizonte ideal o a la meto general o última hacia la cual tiende la
acción catequizadora. Los documentos oficia les de la Iglesia, cuando abordan
este tema, usan expresiones y categorías diferentes:

Unos señalan la madurez de la fe:

“El fin de la Catequesis -como se ha dicho- consiste en llevar a la madurez de la


fe a los cristianos como individuos y como comunidades” (DGC 38).

La Catequesis es tan necesaria para la madurez de la fe de los cristianos como


para su testimonio en el mundo: ella quiere conducir a los cristianos “en la
unidad de la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios y a formar al hombre
perfecto, maduro, que realice la plenitud de Cristo” (Ef 4,13) (CT 25).

Otros, la confesión de la fe: “la Catequesis tiene su origen en la confesión de la


fe y conduce a la confesión de la fe” (MPD 8).

Otros destacan el desarrollo de una fe explícita y activa: “(la instrucción


catequética) cuyo fin es que la fe, ilustrada por la doctrina, se torne viva,
explícita y activa tanto a los niños y adolescentes como a los jóvenes y también
a los adultos” (CD 1 4).

Otros hablan de “nutrir y guiar la mentalidad de fe” y de integrar la fe y la vida.

Otros subrayan la comunión con Cristo: “El fin definitivo de la Catequesis es


poner a uno no sólo en contacto sino en comunión, en intimidad con Jesucristo
(CT 5).

Otros, en fin, acentúan varias dimensiones:


Formar hombres comprometidos personalmente con Cristo (finalidad
cristológica), capaces de participación y comunión en el seno de la Iglesia
(dimensión eclesial) y entregados al servicio salvífico del mundo (dimensión
diaconal) (DP 1000).

La finalidad de la Catequesis es la confesión de la fe, esto es, la entrega


confiada del hombre a Dios (dimensión teologal), realizada en la Iglesia
(dimensión eclesial), para el servicio al mundo (dimensión diaconal).

Las anteriores descripciones, y otras más que podrían analizarse, apuntan hacia
aspectos diversos y, a la vez, complementarios. La mayoría de ellas ponen en el (Cf.
DCG 21 y 38) centro la fe cristiana entendida como un dinamismo de crecimiento
hacia la maduración plena. Por eso, podemos decir que la finalidad última de la
Catequesis es la maduración de la fe, tanto de las personas como de las
comunidades.

Para precisar más esa finalidad, podemos distinguir en ella dos niveles: el individual
(formar personas maduras en la fe) y el comunitario-eclesial (formar comunidades
maduras en la fe). Expliquemos, a continuación, estos dos niveles.

1. Nivel individual: perfil del creyente maduro.


La Catequesis, en primer lugar, busca formar mujeres y hombres maduros en la fe,
es decir, personas que humanamente sean equilibradas, que tengan un encuentro
vital y profundo con Jesucristo, que adquieran un fuerte sentido eclesial y que vivan
permanentemente en una actitud de servicio a sus hermanos y a la sociedad en que
viven.

1.1. Una personalidad equilibrada y armónica


El ministerio de la Catequesis está ante todo, al servicio de los catequizandos en
cuanto personas. Convencida de que la madurez de la fe se construye desde una base
humana, la Catequesis se interesa por el desarrollo humano integral y armónico de
cada hombre y de cada mujer que participa en los encuentros y procesos
catequísticos.

Por eso, la acción catequizadora pretende formar personas maduras en el aspecto


humano. Personas que tengan sed de superación personal, autoestima alta, equilibrio
afectivo y emocional, mentalidad positiva, sentido crítico,
pensamiento constructivo, serenidad de lucio, fuerza de voluntad, relación positiva
con los demás, sentido social, valores éticos, etc.

La Catequesis es portadora di Evangelio, es decir, de la Buena Nueva. Y Buena


Nueva es ayudar a las personas a que sean más personas y a que crezcan en
humildad. Buena Noticia es ayudar al catequizando a que se conozca, que se
valore, que se tenga con fianza, que maneje positivamente sus emociones y
sentimientos, que conviva cordial y armónicamente con los demás, que crezca en
autonomía personal, que desarrolle sus potencialidades humanas, etc. Sin esta
base humana será sumamente difícil construir la identidad y la madurez cristiana.

1.2 Una persona que asume el estilo de vida y la causa de Jesucristo


En el centro de todo proceso catequístico está la persona y el mensaje de
Jesucristo como principio unificador y totalizante de la personalidad del
catequizando. De ahí que la preocupación máxima de la Catequesis sea el propiciar
una fuerte vinculación de las personas con Jesucristo. Esta vinculación ese1 centro
de la vida cristiana y, consecuentemente, de la acción catequística (cf. DGC 98).

La Catequesis, por lo tanto, está orientada a formar personas:

• Que tengan un encuentro profundo con Jesús;


• Que se entusiasmen por su persona y su mensaje;
• Que experimenten un cambio
• (conversión) en sus relaciones con Dios y con los demás;
• Que manifiesten una transformación verdadera en sus vidas;
• Que opten por Jesús, tomándolo como criterio y norma de vida, haciendo suyas
las actitudes fundamentales del Maestro, asumiendo su estilo de vida y
comprometiéndose a continuar, hoy aquí, lo que fue su causa y el amor
apasionado de su vida: el reinado de Dios.

Si la Catequesis busca la comunión profunda con Jesucristo, entonces ha de


suscitar y privilegiar aquellos momentos y elementos catequísticos que faciliten la
vinculación con él, como la lectura y meditación de los evangelios, la oración, la
celebración de su presencia en los sacramentos, la comunión fraterna, la
solidaridad con los pobres, etc.
De ahí que el creyente maduro, que surgirá de la Catequesis, sea también una
persona...

• Que constantemente lea, escuche y medite la Palabra de Dios;


• Que tenga vida de oración (y no únicamente momentos esporádicos de diálogo
con Dios);
• Que frecuente con convicción y participe activamente en los sacramentos de la
Eucaristía y de la Reconciliación;
• Que viva la fraternidad con los demás;
• Y que dé testimonio de solidaridad con las personas más marginadas y pobres.

1.3 Una persona con sentido eclesial


La comunión con Jesucristo nos vincula a la Iglesia, Pueblo de Dios y Sacramento
del Reino (cf. DGC 81). Por eso, la Catequesis pretende formar mujeres y hombres
con sentido eclesial, es decir, personas con una fuerte y clara identidad eclesial.

Concretamente, la acción catequizadora busca formar personas:

• Que tengan “sentido de pertenencia eclesial”: que se sientan miembros de la


Iglesia y que estén convencidos de que forman parte de ella.
• Que tengan “sentido de compromiso y corresponsabilidad eclesial”; que
descubran que en la Iglesia tienen un lugar y un compromiso determinado; que
son miembros activos de ella y que son corresponsables en las tareas y
servicios pastorales de su comunidad eclesial.
• Que tengan “sentido de comunión eclesial”: que aprecien la tradición viva que
viene de los apóstoles; que sean fieles al Magisterio; que estén unidos y en
constante diálogo y comunicación con los que presiden el servicio pastoral de su
comunidad (Obispo, Presbíteros...); que oren y apoyen a la propia comunidad
eclesial y a las otras comunidades cristianas.
• Que tengan un espíritu comunitario: que celebren, compartan y vivan su fe en
comunidad.
1.4 Un agente de cambio social
La comunión con Jesucristo, centro unificador de los procesos catequísticos, nos
vinculo también con los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de las
personas de nuestro tiempo (cf. GS 1) y nos exige y apremia a estar presentes y
comprometidos en la sociedad.

Por eso, la Catequesis tiende a formar personas:

• Que conozcan críticamente la realidad socio-cultural en que viven y que la


interpreten cristianamente.
• Que manifiesten su fe en el corazón del mundo: en la familia, en el trabajo, en
las escuelas y universidades, en el tiempo libre y en las diversiones, en la
defensa de los derechos humanos, en el compromiso socio-político.
• Que con la fuerza de Evangelio se comprometan en la transformación de las
estructuras de pecado que hay en la sociedad,
• Que sean sensibles con los que más sufren y solidarios con los más pobres y
débiles.

2. Nivel comunitario-eclesial: rasgos fundamentales de una


comunidad cristiana madura
En las últimas décadas se ha dado en la Iglesia una proliferación de grupos,
movimientos y pequeñas comunidades de creyentes que buscan vivir y celebrar su
fe comunitariamente. Este fenómeno comunitario es uno de los signos
teológicos y pastorales más característicos de la Iglesia de nuestros días. Según C.
Floristán, dicho fenómeno se debe a cuatro exigencias:

1) Vivir la fe en grupo (no en masa),

2) Compartir servicios y ministerios (la Iglesia no se reduce a los curas),

3) Transformar espacios concretos de la sociedad (lucha a favor de la justicia) y

4) Testimoniar una esperanza de vida y de resurrección (frente a todo germen de


muerte)”.

La Catequesis, además de formar creyentes maduros, busca también crear y


promover comunidades maduras en la fe, es decir, comunidades en las cuales se
viva profundamente la fraternidad, se comparta la fe en Jesucristo, se celebre
festiva y libremente la vida y la fe, se viva en comunión eclesial, se ejercite la
corresponsabilidad ministerial, se adquiera el compromiso evangelizador y se
realice una praxis liberadora en el corazón de la sociedad. Estos son los rasgos
básicos de una comunidad cristiana madura, que el ministerio de la Catequesis se
propone construir.

En los siguientes párrafos explicaremos brevemente estas características que


definen e identifican a las comunidades eclesiales maduras.

2.1 Vida fraterna


Para que exista una comunidad eclesial madura es necesario, ante todo, que exista
una comunidad realmente “humana”, es decir, de “calidad humana”. De ahí que la
comunidad madura en la Fe sea aquella que promueve entre sus miembros una
vida fraternal, fomentando las relaciones interpersonales profundas, la relación
cordial y cálida de todos con todos, la ayuda mutua, la solidaridad y la corrección
fraterna. En una comunidad de “talla humana” las personas se valoran parlo que
son y no por lo que tienen, saben o pueden hacer. Todos se consideran y se tratan
como amigos y hermanos. Todos comparten espontáneamente lo que son, piensan,
sienten y viven.

2.2 Comunión eclesial


La comunidad madura en la fe es aquella que se siente afectiva y efectivamente
integrada a la comunidad parroquial o diocesana y vive en comunión y diálogo
permanente con los que presiden el servicio pastoral de esas comunidades
cristianas (Obispo, Presbíteros, Religiosos, Diáconos...). Por tanto, no son
(cf. DGC 211; E Am 70-72)

eclesiales ni son maduros aquellos grupos autosuficientes, cerrados, con espíritu de


secta o “ghetto”, que viven aislados, desinteresados y sin comunicación alguna con
su comunidad eclesial inmediata (parroquia) o referencial (Iglesia diocesana, Iglesia
Universal) (cf. DGC 263; EN 58; DP 155, 641; RM 51; DSD 61).
2.3 Corresponsabilidad ministerial
La comunidad eclesial madura está convencida de que el Espíritu Santo los
enriquece con una variedad de ministerios y dones que redundan en beneficio de
todos. Por eso, en su interior se promueven y organizan los diferentes ministerios,
carismas y servicios, a través de los cuales sus miembros participan, de forma
consciente y responsable, en todas las áreas de la praxis pastoral (Palabra,
celebración, compromiso liberador y dirección para la comunión) y con-tribuyen, de
esta manera, a la edificación de la comunidad cristiana y al servicio liberador y
transformador de la sociedad. En una comunidad madura en la fe, los ministerios se
realizan en armonía y colaboración con el ministerio ordenado, el cual es valorado
debidamente por sus tareas de animación, coordinación y guía autorizada de la
comunidad.

2.4 Compromiso evangelizador-misionero


La comunidad eclesial madura es aquella que ha sido evangelizada y se convierte
en evangelizadora. Sus integrantes llegan a una “convicción misionera” ya un fuerte
compromiso de compartir y difundir la Buena Noticia que ha llegado a sus vidas, de
anunciar el Evangelio a los que no creen o a los que están alejados de su fe, de
anunciar a Jesucristo en todos los ámbitos antropológicos y culturales (familia,
escuela, trabajo, recreación, el área de la
comunicación, de la economía, de la política, de las relaciones internacionales, de la investigación científica...)

2.5 Praxis liberadora en la sociedad


Por último, la comunidad eclesial madura es aquella que, desde la fe cristiana, tiene
una presencia activa, crítica, liberadora y transformadora en el mundo. Ha
descubierto en la praxis liberadora de Jesús su misión de anunciar y hacer presente
el reinado de Dios en la sociedad; es sensible y solidaria con los
problemas de la humanidad, especialmente con las necesidades de los marginados
y de los excluidos de la mesa de la vida; tiene una conciencia crítica ante las
situaciones y problemas sociales; denuncia proféticamente lo que se opone al
Evangelio; y, en fin; orienta a sus miembros al compromiso social en los diferentes
campos y ambientes de la sociedad. Una comunidad realmente madura en la fe es
aquella que tiene conciencia de su vocación histórica y se convierte en signo de la
presencia liberadora de Dios en la historia.

II. LA TAREAS FUNDAMENTALES DE LA CATEQUESIS


La finalidad de la Catequesis, que hemos visualizado en las páginas anteriores, se
logra por medio de tareas diversas y, a la vez complementarias. Las tareas son los
objetivos específicos a través de los cuales se alcanza o consigue el fin último de la
acción catequizadora.

Los documentos oficiales del Magisterio de la Iglesia coinciden en algunas de esas


tareas básicas de la acción catequística. Veamos, a continuación, las formulaciones
que nos presentan al respecto.

El Vaticano II describe cuatro tareas: La instrucción catequética,

- Que ilumina y robustece la fe,


- Nutre la vida con el espíritu de Cristo,
- Conduce a una consciente y activa participación del misterio litúrgico

- Y mueve a la acción apostólica (GE 4).

El Código de Derecho Canónico menciona también cuatro tareas para la


formación catecumenal:

Por la enseñanza y el aprendizaje de la vida cristiana, los catecúmenos han


de ser convenientemente iniciados en el misterio de la salvación, e
introducidos a la vida de la Fe, de la liturgia y de la caridad del pueblo de
Dios, y del apostolado (CIC 788,2).
El Directorio Catequético General (1 971) presenta un decálogo de “tareas
específicas del ministerio de la Catequesis”:
- Profundizar en el conocimiento vivo de Dios y de su proyecto salvífico (cf.
n.21);
- disponer la acogida de la acción del Espíritu Santo y la con- versión profunda
(cf. n.22);
- facilitar la comunión con Dios y los hermanos a través del compromiso activo
y la caridad (cf.23);
- iniciar a la lectura de ios libros sagrados y al conocimiento de la tradición (cf.
n.24);
- promover la participación consciente y activa en la liturgia y educar a la
oración individual y a la meditación de la Palabra (cf. n.25);
- iniciar a la interpretación cristiana de los acontecimientos humanos,
especialmente de los signos de los tiempos La finalidad (cf. n.26); ylas
- colaborar en el diálogo ecuménico, favoreciendo el conocimiento de las otras
confesiones (cf. n.27);
- ayudar a la comunidad a difundir el Evangelio y a dialogar con los no
cristianos (cf. n. 28);
- proyectar a las personas hacia la esperanza escatológica junto con el
compromiso de construir una sociedad mejor (cf. n.29);
- favorecer el desarrollo de la vida de fe a lo largo de toda la existencia
humana (cf. n.30).

El Documento “La Catequesis en la comunidad”, de la Comisión Episcopal de


Enseñanza y Catequesis de España, señala las siguientes tareas o
dimensiones:
- Iniciación en el conocimiento del misterio de Cristo,
- iniciación en la vida evangélica,
- iniciación en la oración y en la liturgia,
- e iniciación en el compromiso (cf. nn. 85-92).
Por último, el Directorio General para la Catequesis (1997) menciona seis
tareas:

Propiciar el conocimiento de la fe,

- la educación litúrgica,
- la formación moral,
- enseñara orar,
- la educación para la vida comunitaria,
- y la iniciación a la misión (cf. nn. 85-86)

Algunos catequetas han presentado unas formulaciones sistemáticas sobre este


tema:

Entre ellos, Vicente Pedrosa, catequeta español, menciona las siguientes metas de
la acción catequística:

- La promoción del hombre en su plenitud como persona: identidad humana.

- La creación de un nuevo tipo de persona cristiana: identidad cristiana.


- La construcción de un modelo de Iglesia para nuestro tiempo: identidad
eclesial

La construcción de una Iglesia capaz de ofrecerse a la sociedad de hoy como un


“experimento vivo de verdadera humanidad”: identidad eclesial “sacramental-
liberadora” (cf. V. Pedrosa, la Catequesis hoy, Madrid, PPc, 1983, pp 89-103) .

E. Alberich, por su parre, nos presenta un esquema enriquecedor. Para este


autor, las tareas básicas del ministerio de la Catequesis son las siguientes:
- Favorecer y suscitar a conversión,
-
- suscitar y hacer madurar las actitudes propias de la vida cristiana de fe,
- llevar al conocimiento pleno del mensaje cristiano

- e iniciar en el compromiso cristiano: iniciar en la diaconía eclesial, iniciar en


la koinonía eclesial,
iniciar en la escucha y anuncio de la Palabra,
iniciar en la liturgia eclesial, educar para la opción vocacional y ministerial
(cf. E. Alberich, la Catequesis en la Iglesia, op. cit. Pp.109-1 17) .

En sintonía con la finalidad de la Catequesis que hemos descrito, es decir, con el


perfil de la persona madura en la fe y con los rasgos esenciales de la comunidad
cristiana madura, nosotros consideramos que las tareas fundamentales del
ministerio catequético son:

- promover a la persona en su plenitud humana (dimensión humana),


- iniciaren el conocimiento orgánico y significativo del mensaje evangélico
(dimensión cognoscitiva de la fe),
- educar a la celebración de la fe y a la oración (dimensión litúrgica-oracional
de la fe),
- educar a los valores, actitudes y comportamientos evangélicos (dimensión
moral de la fe),
- educar a la vida comunitaria y a la corresponsabilidad eclesial (dimensión
comunitaria-eclesial d la fe),
- y educar al compromiso social liberador (dimensión social- liberadora de la
fe).

Esta propuesta de formulación toma en cuenta dos aspectos importantes: al


catequizando como persona (primera tarea) y la totalidad de las dimensiones de la
fe (las otras cinco tareas). La Catequesis, de esta manera, tiene el cometido de
ayudar a los catequizandos a crecer como personas y como creyentes, en todos los
aspectos y dimensiones de la existencia humana.
A continuación explicaremos brevemente el sentido y el alcance de cada una de
estas tareas de la Catequesis.

1. Promover a la persona en su plenitud humana


Hemos afirmado en las páginas anteriores que la persona madura es aquella que
tiene una personalidad equilibrada y armónica y que uno de los rasgos de la
comunidad madura es la “calidad humana”. Consecuentemente, la Catequesis tiene
la tarea de promover en cada catequizando su crecimiento humano integral hasta
llegar a la plenitud de su dimensión humana.

A través de este cometido, la acción evangelizadora ayuda a cada hombre y a cada


mujer a valorar su dignidad humana, a tomar conciencia de sus capacidades y
habilidades, a despertar y desarrollar sus valores más humanos, y a situarse de una
manera positiva, crítica y responsable ante sí mismo, ante los demás, ante la
realidad socio-cultural y ante Dios. La Catequesis, en definitiva, ayuda a “crecer en
humanidad”, es decir, a “ser más persona”.

Orientaciones sobre esta tarea

• Una formación humana integral y armónica. La acción catequizadora está llamada


a ofrecer a los catequizandos una formación humana integral: que abarque todas
las facultades de la persona (corporeidad, inteligencia, afectividad, voluntad y
operatividad); que contemple todas las relaciones en las que el ser humano está
necesariamente colocado (relaciones consigo mismo, con el mundo físico o
naturaleza, con los demás y con Dios); que incluya todas las dimensiones de la
formación humana (dimensión psicológica, socio-comunitaria y trascendente); y que
integre los elementos esenciales de la personalidad humana (la aceptación de sí
mismo, la autonomía personal, el control de la vida emotiva, la fuerza de voluntad,
la integración de la sexualidad en la dinámica del amor, la relación positiva con los
demás, la eficiente percepción de la realidad, la
capacidad de proponerse metas, la vivencia de valores y la capacidad de amar y de
servir). Esta formación humana integral exige el desarrollo armónico y equilibrado
de todas las facultades del ser humano y de todos los elementos que configuran su
personalidad.

• Formar en los valores humanos. La persona madura vive de valores. Por eso, la
Catequesis tiene la tarea de educar en los valores humanos. Este cometido implica
lo siguiente: una concientización sobre la importancia de los valores en la vida
humana; una motivación personal que lleve a un convencimiento fundado; la
interiorización y asimilación profunda de ellos; y por último, la realización y puesta
en práctica de los valores humanos en la vida ordinaria. En nuestros días es muy
importante la educación de algunos valores humanos. Entre otros, señalaremos los
siguientes: la responsabilidad, la laboriosidad, la honradez, la sinceridad, la
generosidad, el servicio, la sociabilidad y la alegría.

• La formación humana, una tarea permanente. La madurez humana no se logra


completamente y de una manera perfecta en ningún momento de la existencia
humana. Por eso, hay que tener siempre en cuenta que la formación humana es, en
sí misma, una realidad dinámica, un estar llegando sin nunca arribar, algo siempre
por hacer, un camino por recorrer, una construcción permanente, y por
consiguiente, una tarea de toda la vida.

2. Conocer el mensaje cristiano


En el ámbito de la fe cristiana, la Catequesis tiene la tarea de ayudar a las personas
a conocer y profundizar el mensaje evangélico. El Directorio General para la
Catequesis expresa este cometido catequético con las siguientes palabras:

La Catequesis debe conducir...a la “comprensión paulatina de toda la verdad


del designio divino”, introduciendo a los discípulos de Jesucristo en el
conocimiento de la Tradición y de la Escritura (n. 85).

A través de esta tarea, la Catequesis ayuda a los catequizandos a conocerlas


verdades nucleares del mensaje evangélico; a formular una síntesis de la fe; a crear
un marco doctrinal coherente, al cual puedan ellos referir su existencia humana; y,
lo más importante, a dar razones de su fe y esperanza.

Orientaciones sobre esta tarea

• Una síntesis elemental de la fe cristiana. La Catequesis, en la realización de esta


tarea, ofrece a los catequizandos los contenidos básicos de la fe. Se trata, por
consiguiente, de un conocimiento sintético más que analítico o extensivo (cf. DGC 67)

• Un conocimiento orgánico y significativo. Orgánico porque ofrece una síntesis


coherente del mensaje evangélico (cf. DGC 114-115), articulando en torno al núcleo
central de la fe, que es Jesucristo. Significativo porque dicho mensaje ilumina,
orienta y da sentido a la vida de las personas (cf. DGC 116-117).

• El contenido del mensaje evangélico se inspira en el Escritura y en la Tradición.


La fuente de donde la Catequesis toma su mensaje es la Palabra de Dios,
transmitida mediante la Tradición y la Escritura (cf. DGC 94; CT 27). Por tanto, la
acción evangelizadora tiene la tarea de iniciar en el conocimiento y la lectura
eclesial de la Sagrada Escritura; para ello ha de iniciar en el conocimiento de las
grandes etapas de la Historia de la Salvación (el Antiguo Testamento, la vida de
Jesucristo y la historia de la Iglesia (cf. DGC 108) y ha de capacitar para la lectura,
interpretación y actualización de las páginas fundamentales de la Biblia. La
Catequesis también ha de iniciar p el conocimiento de la Tradición viva de la Iglesia:
enseñanza de los Padres de la Iglesia, enseñanza del Magisterio oficial, reflexiones
de los teólogos, liturgia de la Iglesia, testimonio de los santos, etc. (cf.
DGC 95-96; CAL 40-4 1).

• Jesús es el centro de la vida y del mensaje cristiano. En el centro de la


enseñanza cristiana está la persona de Jesucristo y su obra salvadora. Cristo es el
centro de la historia de la salvación y de la humanidad entera. El es el eje central
del mensaje cristiano. En el comprendemos el misterio trinitario de Dios, así como el
misterio del hombre, del mundo y de la historia (cf. DGC 98-99; CAL 21).

• Conocer y profundizar el “Credo” o “Símbolo de la fe”. El “Credo es la expresión


viva de la fe de la Iglesia y, a la vez, las síntesis de la Escritura y de los contenidos
fundamentales del mensaje revelado. La Catequesis tienen el cometido de explicar
y dar razón de los acontecimientos y verdades esenciales que se expresan en el
Símbolo apostólico.

• El Catecismo de la Iglesia Católica, instrumento referencial para la presentación


del mensaje evangélico. Es una referencia doctrinal indispensable para presentar
una síntesis orgánica de los contenidos esenciales de la fe cristiana. Esa es su
finalidad y su naturaleza o carácter propio. El Catecismo de la Iglesia Católica se
convierte, por lo tanto, en un instrumento valioso para el ministerio catequético por
el servicio que ofrece: ayudar a que el anuncio del Evangelio y la enseñanza de la
fe se realicen con total autenticidad (cf. DGC 125).

• Integrar la dimensión cognoscitiva de la fe en el proceso total de maduración


cristiana. Aunque a Catequesis no se reduce a una enseñanza doctrinal, sin
embargo no hay que subestimar la dimensión cognoscitiva de la fe, la cual adquiere
hoy vital importancia por los siguientes situaciones: la acentuada ignorancia
religiosa en la mayoría de los católicos; la confusión y dudas provocadas por las
sectas protestantes y los nuevos movimientos religiosos; la ausencia tanto de un
cuadro doctrinal referencial como de una síntesis de fe y de una jerarquía de
verdades en los fieles cristianos. Por otra parte, aunque sea importante y no
podamos prescindir de esta dimensión de la fe cristiana, hay que subrayar también
que “el conocimiento de la fe no es un objetivo en sí mismo, sino que cobra sentido
si está en función de una maduración de la actitud de la fe” (E. Alberich, la Catequesis en
la Iglesia, op. cit. P. 112) . Por esa, es necesario saber integrar esta dimensión noética
“en el proceso educativo de la maduración de actitudes de fe, con el fin de afianzar
convicciones, reforzar motivaciones, y dar respuestas o los interrogantes y
problemas de la vida” (Ibid).
3. Educar a la celebración de la fe y a la oración
Juan Pablo II señala atinadamente que “la Catequesis se intelectualiza si no cobra
vida en la práctica sacramental” (CT 23). Por eso, en íntima conexión con la
formación doctrinal está la formación en la experiencia cristiana, a través de la
celebración y de la oración.

La fe es verdadera cuando se conoce, se expresa en la celebración y se manifiesta


en el testimonio de vida. De ahí que la Catequesis, además de iniciar al
conocimiento vivo y significativo del misterio de Cristo, tenga también la tarea de
ayudar a los catequizandos a celebrar y contemplar dicho misterio. El antiguo
Directorio Catequístico expresaba así este cometido catequético:

La Catequesis debe ayudar a una participación activa, consciente y genuina


en la liturgia de la Iglesia, Debe educar a los fieles para la meditación de la
Palabra de Dios y para orar en privado (DGC 25).

A través de esta tarea, la Catequesis proporciona una compren- Sión y vivencia


más profunda de la liturgia y de los sacramentos, educa a una participación
plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas, y educa a una actitud
orante y contemplativa (cf. DGC 71,85)

Orientaciones sobre esta tarea

• Formación para la liturgia. La Catequesis, en primer lugar, está llamada a ayudar


a los catequizandos a comprender la naturaleza de la liturgia y su importancia en la
vida de la Iglesia (cf. SC 5-13). Para ello, ha de insistir en que la liturgia no se
identifico con el culto, las ceremonias y los pitos religiosos, ya que es, sobre todo, la
celebración y expresión de la acción salvadora de Jesucristo en el “hoy” de la
comunidad cristiana. La liturgia, por consiguiente, no es tanto el culto que el hombre
tributo a Dios, sino la manifestación y realización de lo acción salvadora de Cristo
en la Iglesia. Por otra parte, también se ha de subrayar la importancia de la liturgia,
recordando las pautas orientadoras del Concilio Vaticano II, el cual afirma, por un
lado, que “la sagrada liturgia no agoto toda la actividad de la Iglesia (SC 9), y por el
otro lado, que “es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo
tiempo la fuente de donde mona toda su fuerza” (SC 1 0).

• Formación para la celebración litúrgica. En las celebraciones litúrgicas se hace


presente y se actualizo la acción salvadora de Jesús. La Catequesis tiene el
cometido de iniciar en el conocimiento, participación y vivencia de estas
celebraciones, especialmente en la celebración eucarística. Esta tarea, entre otras
cosas, incluye lo siguiente: comprender bien el sentido de las celebraciones (qué se
celebra, por qué y para qué se celebra, cómo se estructura la celebración y qué
realizan tales gestos simbólicos, etc.); capacitar para la participación plena,
consciente y activa; y educar en las actitudes básicas que exigen dichas
celebraciones (la capacidad de reunirse y celebrar juntos, la actitud de fiesta, la
escucha atenta de lo Palabra, el silencio meditativo, la alabanza y acción de
gracias, la sensibilidad a los símbolos y signos, la expresión gestual y corpórea...)

• Educar a la categoría del “tiempo litúrgico” y “tiempo sagrado”. La Catequesis ha


de ayudar a los catequizandos a comprender el sentido del domingo (cf. CEC 1166—
1167) como día del Señor, día de descanso y solidaridad y “día de los días”.
También ha de ayudar a los fieles a comprender y vivir intensamente el año
litúrgico, que es la forma concreta como la Iglesia profundizo y vive los misterios de
Cristo en correr del tiempo, mediante celebraciones periódicas repetidas con
regularidad (CEC 1168-1171) Dentro del año litúrgico se ha de enfatizar la Pascua
como la “fiesta de las fiestas” del cristianismo y la cúspide de la vida cristiana.

Conocer y profundizar los sacramentos de la vida cristiana. Entre los diversos


signos litúrgicos de la Iglesia sobresalen los sacramentos, que constituyen la
máxima expresión de la visibilidad de la gracia y actuación salvadora de Jesucristo,
y el punto culminante de la vida de la Iglesia. La Catequesis está llamada a dar o
conocer el significado de los sacramentos como acciones eclesiales que celebran la
acción de Dios en la historia (cf. DOC 108), como lugares donde se realiza el
encuentro con Cristo y como anticipaciones proféticas de la utopía del Reino. De
manera especial, la Catequesis ha de resaltar el sacramento de la Eucaristía, por
ser el centro de comunión con Dios y con los hermanos (cf. IA 35), la máxima
realización de la Iglesia y el polo hacia el cual convergen los demás sacramentos.

• Educar a la oración individual, comunitaria y litúrgica. “La oración interiorizo y


asimila la liturgia durante su celebración y después de la misma” (CEC 2655). Ella es,
sin duda alguna, un momento insustituible en la vida de fe. Por esa, la Catequesis
tiene la tarea de desarrollar la dimensión contemplativa de la experiencia cristiana.
Este cometido implica lo siguiente: educar a la oración individual, comunitaria y
litúrgica; iniciar a las distintas formas de oración (alabanza, acción de gracias,
ofrendo, petición, intercesión y perdón) (cf. CEC 2626-2649); capacitar para las
diversas expresiones de ella (oración vocal, meditación y contemplación) (cf. CEC
2700-2724) privilegiar la oración comunitaria basada en la Palabra de Dios (por
ejemplo, la lectio divina) y la oración litúrgica (la liturgia de las horas); capacitar para
la oración diaria en y desde la vida...

• El Padrenuestro, “modelo de toda oración cristiana” (DGC 85) La Catequesis ha de


educar a orar con Jesús, es decir, con los mismos sentimientos con que él se dirigía
al Padre. Estos sentimientos quedan reflejados, de una manera muy especial, en la
“oración dominical” (“oración del Señor”), que es considerada como el resumen del
Evangelio, el corazón de las Sagradas Escrituras, la oración por excelencia de la
Iglesia y el modelo de toda oración cristiana (cf. CEC 2761.2776; DGC 85 y 115).
4. Educar a los valores, actitudes y comportamientos evangélicos
La moral cristiana, como la liturgia, es una dimensión y expresión de la fe.

De ahí que la Catequesis tenga también como tarea fundamental el educar a los
catequizandos a un comportamiento humano responsable, inspirado en los valores
evangélicos.

Esta educación moral consiste básicamente en asumir el estilo de vida de Cristo.


Dicho con otras palabras: se trata de vivir “hoy y aquí” las actitudes evangélicas
que se desprenden de la práctica liberadora de Jesús, de sus opciones
fundamentales, de sus enseñanzas y ejemplo de vida. El Directorio General para la
Catequesis expresa esta tarea en los siguientes términos:

La Catequesis debe... inculcar en los discípulos las actitudes propias del


Maestro. Los discípulos emprenden, así un camino de transformación interior
en el que, participando del misterio pascual del Señor, “pasan del hombre
viejo al hombre nuevo en Cristo” (n. 85) (cf. CT 28-29).

A través de esta tarea, la acción catequizadora ofrece unos principios del actuar
evangélico, proporciona un marco referencial moral, capacito para el discernimiento
ético, educa a la asimilación de valores y a la puesta en práctica de las actitudes y
comportamientos específicamente cristianos.

Orientaciones sobre esta tarea

• Conocer y vivir: conocimiento y vivencia moral. La iniciación en la vida evangélica


no es una formación intelectual orientada al simple conocimiento de los valores
evangélicos, ya que lo que realmente pretende es la encarnación y vivencia
profunda de esos valores en la vida ordinaria. Consecuentemente, la educación
moral consiste en conocer, asimilar, interiorizar y vivir los valores y las exigencias
que se desprenden del Evangelio.

• Jesucristo: fundamento, referencia y norma de la moral. Cristo es el fundamento y


centro de referencia de la vida moral. Él es quien revela la voluntad del Padre, la
vocación integral del hombre, el camino y las exigencias que conducen a la “vida
nueva”. Cristo es también la norma absoluta y definitiva de lo humano y, por lo
tanto, la norma concreto y plena de toda actividad moral. Por todo ello, la
Catequesis ha de acentuar fuertemente que toda vida y exigencia moral se centro
en Jesús y que la vida cristiana no consiste en el cumplimiento formal de unas
normas y leyes, ya que es, sobre todo, vocación al seguimiento de Jesús,
participación y comunión en “la vida de Cristo”.

• Ofrecer un marco moral como referencia permanente del obrar humano. La


acción catequística está llamada a presentar un marco teórico y unos presupuestos
básicos de la moral que sirvan a los fieles como puntos de referencia para sus
actitudes y comportamientos. Entre otros, este marco moral implica los siguientes
elementos: la persona y su dimensión ético (antropología moral); la moral cristiana
entendida como práctica de la fe, siguiendo a Cristo en el servicio al Reino
(cristología moral); la responsabilidad humana, expresada en la opción fundamental,
las actitudes y los actos; los valores y las normas
(aspecto objetivo de la moralidad); la conciencia moral (cf. CEC 1776-1802) y el
discernimiento ético (aspecto subjetivo de la moralidad); el pecado, la conversión y
la reconciliación (cf. CEC 1846-1876).

• Una moral inspirada en las bienaventuranzas y en el amor. El “Sermón de la


Montaña” representa la enseñanza ético más importante de Jesús y es, por
consiguiente, “una referencio indispensable en esto formación moral” (DGC 85) que
ofrece la Catequesis. En el centro del “Sermón del Monte” están las
bienaventuranzas, que expresan los valores más genuinamente cristianos y
constituyen el criterio decisivo desde el cual el catequizando debe realizar sus
opciones y decisiones. En el mismo “Sermón del Señor” se presenta el amor al
prójimo como compendio de todo la ley (cf. Mt. 7,12), síntesis de la vida evangélica,
contenido nuclear de la ético moral, “carta magna de la vida cristiana” (DGC 115) y
exigencia moral máxima (cf. Mc. 12,28-31). De ahíla fuerte convicción de que la moral
cristiana se resume en la práctica del amor. Las bienaventuranzas y el
mandamiento del amor son, pues, la planificación del contenido y del espíritu del
Decálogo (cf. DGC 85 y 115). Por eso, la Catequesis ha de presentar el mensaje moral
inspirado y centrado en ellos.

• Una moral social-liberadora. El Directorio General para la Catequesis señala que el


“testimonio moral, al que prepara la Catequesis, ha de saber mostrar las consecuencias
sociales de las exigencias evangélicas” (n. 85). La educación moral no se queda en un
nivel personal; incluye también la dimensión social-liberadora. Por eso, la Catequesis
también está llamada a educaren el conocimiento de los principios éticos de la Doctrina
Social de la Iglesia y en el discernimiento moral sobre los problemas relacionados con
la vida humana, la economía, la política, la educación, la actividad científico-técnica, la
expresión artística, los medios de comunicación social, la ecología, la paz, etc. De
manera especial, la acción catequizadora ha de educar a los catequizandos en aquellas
actitudes éticos que son necesarias para realizar el compromiso social: la búsqueda del
bien común, la justicia, la opción preferencial por los pobres y la solidaridad (cf. CEC 1877-
1948).

5. Educar a la vida comunitaria y a la corresponsabilidad eclesial


La fe se profeso, se celebra, se expresa y se vive en comunidad. Por eso, otra de
las tareas fundamentales del ministerio catequético es la educación para la vida
comunitaria, la corresponsabilidad y el compromiso eclesial. A través de este
cometido, la acción catequizadora ayudará a las personas a crecer en identidad,
vivencia, compromiso y espíritu eclesial.
Orientaciones sobre esta tarea

• Educar el sentido de pertenencia eclesial. Participamos de dos hechos: por una


parte, la psicología social afirma que el “sentido de pertenencia” es un elemento
psicológico importante en cualquier grupo humano, de tal manera que quien no
tiene “conciencia de compromiso”, no tiene tampoco “conciencio de pertenencia”.
Por otra parte, en la Iglesia se constato claramente que la mayoría de los fieles
tienen un débil o nulo “sentido de pertenencia”. De ahí el compromiso de la acción
catequística de ayudar a los católicos a que tomen conciencia de que ellos forman
parte de la asamblea de creyentes en Jesucristo y, por lo tanto, son miembros vivos
de la comunidad eclesial y sujetos de derechos y deberes.

• Educar el sentido de comunidad y de participación en la vida eclesial. A través de


la vida grupal (en el grupo de catequizandos) y de la misma vida parroquial, la
Catequesis está llamada a educar el sentido y espíritu comunitario. Entre otras
cosas, esto implica; tomar conciencia de la importancia de crecer y madurar la fe
comunitariamente del grupo (movimiento o comunidad) y en la parroquia adquirir las
actitudes que fomentan la vida comunitaria (el espíritu de fraternidad, la capacidad
de comunión y diálogo, la corrección fraterna, la oración en común, el perdón
mutuo) (cf. DGC 86) y participar frecuentemente en los momentos y actividades que
configuran la vida pastoral de la comunidad parroquial (celebraciones litúrgicas,
actividades evangelizadoras, iniciativas formativas, culturales, recreativas, etc.).

Educar el sentido de comunión eclesial. La Iglesia es un signo e instrumento de


comunión. Para resaltar este carácter de comunión, la acción catequizadora está
llamada a suscitar y fortalecer: la adhesión filial y el afecto cordial a la Iglesia; la
comunión firme y convencida con los pastores de la comunidad eclesial (cf. CfL 30) el
aprecio a la tradición viva eclesial; la disponibilidad para acoger las enseñanzas y
orientaciones del Magisterio; el diálogo, la comunicación y la ayuda entre las
distintas comunidades eclesiales...

• Educar el sentido de corresponsabilidad eclesial. La psicología social aporta otro


dato interesante: para alcanzar plenamente el sentido de pertenencia a un grupo o
institución, es necesaria la percepción de desempeñar un rol (tarea o función) al
interno de ella. En esta perspectiva, la Catequesis ha de ayudar a los catequizandos
a descubrir que ellos son miembros activos de la Iglesia y que tienen en ella un
lugar reconocido y una tarea original, insustituible e indelegable” (cf, CfL 28). Para
ello, es necesario: que tomen conciencia de que por su bautismo y confirmación
están llamados a ser testigos del Evangelio (cf. CfL 23) que conozcan los proyectos,
planes y programas pastorales de la Iglesia y se interesen por ellos; que de acuerdo
a sus talentos y carismas, asuman, con un gran sentido de corresponsabilidad,
determinados ministerios y servicios pastorales en orden a construir una comunidad
cristiana más alegre, dinámica y comprometida en el servicio del Reino.
• Educar para la opción vocacional y ministerial. Unido al tema anterior, la acción
catequizadora ha de ayudar a las personas a descubrir y vivir su vocación y misión
concreta en la Iglesia y en el mundo. La Catequesis, de esta manera, “adquiere el
valor de auténtica orientación vocacional para el descubrimiento y maduración de
los distintos carismas y ministerios al servicio de la comunidad” (E.
Albench, La Catequesis en la Iglesia, op. cit. P. 115).

• Educar el compromiso misionero. La Iglesia es por esencia misionera. La acción


catequística, por tanto, tiene la tarea de ofrecer a las personas una formación
misionera de carácter básico, orientada a suscitar el “sentido misionero” y el
“sentido de corresponsabilidad” en la actividad misionera de la Iglesia. Entre otras
cosas, este cometido implica lo siguiente:

Tomar conciencia del carácter misionero de la Iglesia (cf. AG 2)

Ser conscientes de la necesidad y urgencia de la “misión ad gentes” en sus


distintos ámbitos (cf. RM 37-38; DGC 190-192 y 211): territorial (regiones, países y
grupos humanos sin evangelizar), fenómenos sociales nuevos (globalización,
pluralismo, revolución informática...), ámbitos antropológicos y áreas culturales
(cultura urbana, migrantes, grupos marginados, el mundo de la comunicación, la
cultura y las culturas, la investigación científica...); tomar conciencia de que “la
actividad misionera es un compromiso básico de todo el Pueblo de Dios” (RM 32
Cf. AG 36)

Promover las distintas formas de cooperación y participación misionera (cf. RM


77-82) promover vocaciones misioneras; y formar “catequistas misioneros”.

Educar al diálogo ecuménico: formar la mentalidad y el comportamiento ecuménico


(cf. RM 77-82). Vivimos en un mundo caracterizado por el pluralismo cultural y
religioso, en el cual la Catequesis tienen la tarea de formar creyentes seguros en su
propia fe, que sean abiertos y respetuosos con las personas que profesan otra
religión. Por lo que respecta a la relación con las otras Iglesias y Comunidades
Cristianas, la acción catequizadora ha de proporcionar una formación ecuménica
que contemple los siguientes elementos

86,197-198):

enseñanza clara y completa de la fe cristiana, respetando la jerarquía de


verdades y evitando tanto los reduccionismos como el fácil irenismo;
presentación correcta y leal de las otras Iglesias cristianas, favoreciendo un
conocimiento más auténtico y un aprecio más justo de ellas; explicación clara de
lo que nos une y de lo que nos separa, acentuando más los elementos que
tenemos en común; explicación del movimiento ecuménico (origen histórico y
significado actual, fundamentos doctrinales de la actividad ecuménica,
exigencias fundamentales, diversas formas de unión y colaboración...);
capacitación para el diálogo ecuménico y adquisición de actitudes fraternales,
cordiales y respetuosas.

• Educar al diálogo interreligioso. En el contexto multirreligioso que vivimos, la


Catequesis está llamada a ofrecer una formación para la coexistencia y el diálogo
con los creyentes de otros religiones no cristianas. Este cometido implica lo
siguiente:

Escuchar al Espíritu que sopla donde quiere y, consecuentemente, reconocer la


Providencia salvífica de Dios en todo individuo, pueblo, cultura y religión.

Conocer y valorar los componentes esenciales de las otras religiones (sus


creencias, tradiciones, ritos y expresiones); descubrir las “semillas de la Palabra” y
discernir “los elementos que entran en confrontación con el mensaje cristiano”
(DGC 200)

favorecer las actitudes de comprensión, respeto y diálogo en orden a una


convivencia constructiva; promover la colaboración en la promoción de valores y
proyectos comunes para resolver los grandes desafíos de la humanidad (paz,
ecología, desarrollo, justicio social); llevar la fuerza transformadora del Evangelio
al corazón de las religiones, movidos por la convicción de que la salvación viene
de Cristo y que el diálogo no dispensa el anuncio misionero; y, por último,
profundizar la propia identidad de bautizados y vivir la fe cristiana con fidelidad y
coherencia. En relación a los llamados nuevos movimientos religiosos (cf. DGC
201), la Catequesis tiene también unas tareas específicas:

Concienciar sobre la presencia y difusión de estos nuevos cultos o sectas;


ofrecer una información objetiva de ellos (su origen, sus rasgos fundamentales,
sus doctrinas y prácticas); ayudar a discernir sus valores y contravalares; y,
sobre todo, responder al desafío que presenta esta “nueva religiosidad” con una
renovada acción catequizadora.

6. Educar al compromiso social liberador


La fe cristiana tiene una dimensión y proyección social, ya que incide directamente
en las realidades temporales. En otras palabras, la fe tiene que ver con el pan, la
vivienda, el trabajo, la educación, los derechos humanos, la paz, la justicia, la
democracia, la ecología, etc. Por eso, otra tarea importante de la Catequesis es,
precisamente, la promoción y liberación integral de la persona humana y la
transformación, a la luz del Evangelio, de las realidades temporales, sobre todo de
las estructuras injustas de este cometido, la acción catequizadora ayudará a las
personas a formar cristianamente su conciencia social y a estar capacitados para
tener una presencia social y a estar capacitados para tener una presencia
evangélica (crítica, liberadora y transformadora) en la vida pública. De esta manera,
la formación social que ofrece la Catequesis ha de llevar a la promoción humana y a
la transformación de la sociedad en sus distintas áreas y campos (familiar, social,
cultural, económico y político).

Este compromiso social-liberador es un compromiso netamente “cristiano”. Se funda


en la vida y las palabras de Jesucristo que vino a traer la Buena Nueva a los pobres
y a liberar a los oprimidos (cf. Lc 4,18). Es, por lo tanto, un compromiso de vivir como
hermanos, de promover integralmente a las personas y a las comunidades, de
servir a los más necesitados, de luchar por la justicia y la paz, de denunciar
proféticamente y transformar evangélicamente las estructuras y situaciones sociales
deshumanizantes, de fomentar una actitud crítica que estimule la búsqueda del bien
común, de ser responsables y solidarios en la construcción de una sociedad que
sintonice con los valores del Evangelio y, en definitiva, de trabajar por los demás y
por la sociedad para que surja aquí y ahora el Reino de Dios.

Orientaciones sobre esta tarea

• Conocimiento crítico de la realidad. La Catequesis ha de ayudar a las personas a


conocer y analizar críticamente la realidad social en que viven, con sus
condicionamientos económicos, culturales y políticos. Se trata de descubrir qué es
lo que realmente está sucediendo a nuestro alrededor y por qué está sucediendo,
es decir, cuáles son las causas, consecuencias y tendencias. Este conocimiento
serio y objetivo conlleva a una actitud de sensibilización a la realidad social, una
exigencia de identificación con las situaciones que se van descubriendo y una
interpelación y cuestionamiento a nivel personal, grupal y social. Para este trabajo
de acercamiento crítico a la realidad es indispensable la ayuda de las ciencias
sociales.

• La Lectura creyente de la realidad. Conocer la realidad es importante, pero no hay


que quedarnos ahí. Por eso, la acción catequística tiene también el
cometido de ayudar a los fieles a leer, juzgar e interpretar los acontecimientos y
situaciones sociales con los ojos de la fe. El Directorio General para la Catequesis
se refiere asía esta tarea: “Es importante, por eso, quela Catequesis sepa iniciar a
los catecúmenos y a los catequizandos en una lectura teológica de los problemas
modernos” (n. 16). Se trata, en última instancia, de formar “creyentes intérpretes” o
“creyentes hermeneutas” que sepan leer la realidad desde el Evangelio y que logren
hacer la síntesis fe-vida (fe-cultura). Hay que tener en cuenta quela lectura cristiana
de la realidad: es una experiencia contemplativa que ayuda a los creyentes a
descubrir en la vida y en la historia la presencia activa de Dios y su designio
salvífico; es una lectura crítica de la realidad que cuestiona y juzga las diversas
situaciones sociales, señalando lo que tienen de evangélico (presencia de los
valores del Reino) y de antievangélico (los intereses del anti-reino); y, por último, es
también una práctica profética anunciar los aspectos deshumanizantes del orden
social.

• Descubrimiento y lectura de los “signos de los tiempos” (cf. CAL 23,93) En relación
con la lectura creyente de la realidad, la Catequesis tiene una tarea importante y
específica: capacitar a las personas para que sepan descubrir los “signos de los
tiempos”, examinarlos a fondo e interpretarlos adecuadamente a la luz del
Evangelio. Este cometido implica tres pasos: descubrir aquellos acontecimientos y
hechos significativos que caracterizan nuestra época; discernir evangélicamente
estos acontecimientos , descubriendo en ellos la presencia viva de Dios y su
designio de salvación liberadora; y por último, dejarse interpelar por ellos y buscar
las acciones pertinentes y adecuadas para actuar pastoralmente.

La lectura de los “signos de los tiempos” nos ayuda a mirar permanentemente la


realidad, a valorar positivamente la historia como lugar de esperanza y a
interrelacionar armónicamente Evangelio con las aspiraciones humanas.

• Conocimiento, difusión y aplicación de la Doctrina social de la Iglesia (DSI) (cf.


CEC 2419-2425; CAL 80-81; DGC 17, 30, 71, 133, 175, 285) . Es el conjunto de reflexiones
doctrinales que hace la Iglesia sobre las realidades sociales, valorándolas a la luz
del Evangelio y proponiendo principios, criterios de juicio y orientaciones para la
acción (cf. E. Alburquerque, Doctrina social de la Iglesia y Catequesis
en “Teología y Catequesis” 67, 1998, p. 95) . Entendida como la aplicación del mensaje
evangélico a las realidades sociales, tienen hoy una importancia fundamental por el
servicio que ofrece a la evangelización, al diálogo con el mundo, a la relación fe-
cultura, y a la interpretación cristiana de la realidad (cf. DGC 71). Por eso, la acción
catequizadora tiene la tarea de darla a conocer, de transmitirla, de difundirla y de
aplicarla en todos los ámbitos de la vida social.
• Participación activa a través de opciones motivadas por la fe y de acciones
liberadoras y transformadoras. La enseñanza y difusión de la Doctrina Social de la
Iglesia no se ha de quedar solamente en el nivel de doctrina y de principios; se ha
de llegar a la vida, a la praxis, al testimonio, a las acciones. Por eso, el ministerio
catequético está llamado a suscitar, tanto en los fieles como en las comunidades,
opciones y compromisos concretos que humanicen a las personas, que eliminen lo
que es negación o anulación de la vida y de la dignidad humana y sobre todo, que
promuevan, inspirados en los valores del Evangelio, el cambio social. Para ello es
importante aplicar una verdadera “pedagogía del compromiso” que vaya
comprometiendo a los catequizandos de una manera gradual y progresiva hasta
llegara verdaderos compromisos estables que brotan de la fe. Esta gradualidad
exige pasar de acciones meramente asistenciales a acciones promocionales y
liberadoras. También es importante, en esta iniciación al “compromiso solidario”, el
detectar aquellos campos de acción que necesitan una presencia cristiana
transformadora y aquellos espacios sociales en los cuales se pueda vivirla
concientización, la fraternidad y la solidaridad (voluntariado social, educación
liberadora, trabajo en barrios marginados, colaboración con instituciones que
ayudan a personas en situaciones difíciles como la droga, el sida, etc.).

• Educación de actitudes sociales. Las actitudes son las que generan y orientan las
opciones y las acciones. De ahí que la Catequesis se empeñe en suscitar aquellas
actitudes que son fundamentales para el compromiso social. Entre otras, señalamos
las siguientes: el sentido crítico ante la realidad social que posibilita el análisis, el
discernimiento y la acción liberadora; el sentido de realismo que orienta las
opciones concretas; el respeto por la dignidad y el valor de la persona; la búsqueda
del bien común; el compromiso por la justicia y la solidaridad; el amor preferencial
por los pobres.

III. COMENTARIOS CONCLUIVOS SOBRE LA FINALIDAD Y LA


TAREAS DE LA CATEQUESIS
Como conclusión de este segundo capítulo, brevemente ofrecemos algunas
consideraciones sobre la finalidad y las tareas fundamentales de la Catequesis:
• La finalidad última de la Catequesis no se logra de manera completa y definitiva
en ningún momento determinado de la vida. La plena madurez de la fe es, por
consiguiente, un cometido que estará presente a lo largo de toda la existencia
humana. De ahí se deduce que la Catequesis no tiene un carácter temporal sino
permanente.

• Unidad de la meta última en la multiplicidad de tareas. La finalidad de la acción


catequística es profundamente unitaria (la madurez de la fe) y se realiza por medio
de la interacción dinámica y orgánica de tareas diferentes y complementarias.

• Cada una de las tareas contribuye a la realización del fin último de la Catequesis’
(c., DGC 87). Las distintas tareas, desde su carácter propio y cada una a su manera,
colaboran a la madurez de la fe de las personas y de las comunidades.

• Todas las tareas son necesarias (cf. Ibid). Para llegar a la madurez de la vida
cristiana es necesario educar las seis dimensiones que hemos señalado (la humana
y la totalidad de las dimensiones de la fe: la cognoscitiva, a litúrgica-oracional, la
moral, la comunitaria-eclesial y la social-liberadora). Si faltara alguna de ellas, la
educación en la fe estaría incompleta.

• Las tareas exigen aprendizajes y entrenamientos distintos. Por ser tareas


diferentes, cada una de ellas necesita conocimientos, experiencias distintas.

• Las tareas se implican mutuamente y se desarrollan con juntamente (cf. Ibid). Por
una parte, estas tareas fundamentales de la Catequesis no son aspectos
fragmentados de la fe cristiana no compartimentos estancos e incomunicados. Al
contrario: una tarea llama a la otra, potenciándose mutuamente. Por otra parte,
todas las tareas se integran armónicamente en el conjunto dinámico del crecimiento
de la fe. Es necesario, por lo tanto, que exista una “pedagogía unitaria” que integre
los distintos aspectos y dimensiones de la vida cristiana.
• Las diferentes tareas, cada una a su modo, han de lograr la interacción fe-vida.
Cada una de las tareas catequéticas se ha de relacionar con la experiencia
humana: Han de partir de la vida concreta de las personas y han de incidir
profundamente en la vida y en la historia humana.

• Todas las tareas han de estar presentes a lo largo de los procesos catequísticos
que siguen un itinerario de educación integral de la fe. Sin embargo, en las diversas
etapas del proceso educativo cristiano, no estarán todas las tareas al mismo tiempo
ni con la misma intensidad. La mayor o menor acentuación de una determinada
tarea depende de varios factores: las necesidades y aspiraciones concretas de los
catequizandos, el contexto socio-cultural en que se vive, la situación real de fe del
grupo, los objetivos a conseguir, los contenidos que se han privilegiado, la etapa

concreta que se está viviendo en el itinerario de fe, etc.


CAPÍTULO 3

EL CATEQUISTA
EN TERRITORIOS DE MISION

OBJETIVO: Identificar la importancia de la Catequesis y de los catequistas en los


territorios de misión.

I. EL CATEQUISTA, UN APÓSTOL SIEMPRE ACTUAL.

II. ELECCIÓN Y FORMACIÓN DEL CATEQUISTA.

III. LA RESPONSABILIDAD HACIA EL CATEQUISTA. CONCLUSIÓN.

EL CATEQUISTA EN TERRITORIOS DE MISIÓN

Después de haber reflexionado sobre el ser y quehacer de la Catequesis, ahora


veremos el modelo de catequista que se requiere para servir en los territorios de
misión, Para este fin nos hemos valido del Documento de Orientación Vocacional,
Formación y de Promoción del Catequista en los Territorios de Misión que
dependen de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, titulado “Guía
para los Catequistas” el cual fue elaborado con el fin de brindar una especial
atención a algunas de las categorías de personas que, en la actividad misionera
desempeñan un rol imprescindible. Fue elaborado por la Congregación
para la Evangelización de los Pueblos con ocasión de su Asamblea Plenaria del
mes de abril de 1992.

En el largo camino evangelizador que la Iglesia ha recorrido, los catequistas han


tenido siempre un papel de primera importancia. Aun hoy, corno justamente afirma
lo Encíclica Redemptoris Missio, ellos son también «insustituibles evangelizadores».
El mismo Santo Padre, ha confirmado nuevamente la singularidad del papel del
catequista afirmando: «Durante mis viajes apostólicos he podido constatar
personalmente que los catequistas ofrecen, sobre todo en los territorios de misión,
una singular e insustituible contribución a la propagación de la fe y de lo Iglesia»
(AG 17).

También lo Congregación para la Evangelización de los Pueblos ha percibido y


percibe directa y claramente la indiscutible actualidad de los catequistas laicos.
Pues ellos, bajo la guía de los sacerdotes, siguen anunciando con franqueza la
«Buena Nueva» a sus hermanos no cristianos, preparándolos luego a ingresaren la
comunidad eclesial con el bautismo.

Mediante la instrucción religiosa, la preparación a los sacramentos, la promoción de


la oración y de las obras de caridad, ayudan a los bautizados a crecer en el fervor
de la vida cristiana. Donde los sacerdotes son escasos, a ellos es encomendada la
guía pastoral de las pequeñas comunidades lejanas al centro. Y también,
sosteniendo duras pruebas y dolorosas privaciones, ellos son frecuentemente
llamados a testimoniar su propia fidelidad. La historia pasada y reciente de la
evangelización ratifica esta coherencia que, siendo tal, no raramente los ha
conducido a donar hasta la propia vida. ¡Verdaderamente los catequistas son un
honor de la Iglesia misionera!

Hoy más que nunca, éste es un Ministerio necesario. Los catequistas —bajo la guía
de los Pastores— constituyen una fuerza de primer orden para la evangelización.
El Santo Padre Juan Pablo II, subraya la actualidad y la importancia de la obra de los catequistas, como «fundamental servicio
evangélico».

Sagrada Congregación para la Evangelización de los Pueblos (14-16 abril 1970))

Los catequistas, desde los primeros siglos del Cristianismo y en todas las épocas
de renovado impulso misionero, han dado siempre, y siguen prestando todavía,
«una ayuda singular y enteramente necesaria para la expansión de la fe y de la
Iglesia» (cf. RM 73), ese objetivo llega a ser también prometedor e irrenunciable.
I. EL CATEQUISTA, UN APOSTOL SIEMPRE ACTUAL

1. El Catequista para una Iglesia Misionera


• Vocación e identidad. En la Iglesia, el Espíritu Santo llama por su nombre a cada
bautizado a dar su aportación al advenimiento del Reino de Dios. En el estado laical
se dan varias vocaciones, es decir, distintos caminos espirituales y apostólicos en
los que están involucrados cada uno de los fieles y los grupos. En el cauce de una
vocación laical común florecen vocaciones laicales particulares
(cf. CfL. 56).

El cimiento de la personalidad del catequista, además de los sacramentos del


Bautismo y de la Confirmación, es, pues, un llamamiento específico del Espíritu, es
decir, un «carisma particular reconocido por la Iglesia» cf. Asamblea Plenaria cit.,I,2)
hecho explícito por el mandato del Obispo. Es importante que el candidato a
catequista capte el sentido sobrenatural y eclesial de ese llamamiento, para que
pueda responder con coherencia y decisión como el Verbo eterno: «He aquí que
vengo» (Hb 10,7), o como el profeta: «Heme aquí, envíame» (Is 6,8).

En la realidad misionera, la vocación del catequista es específica, es decir,


reservada a la Catequesis, y general, para colaborar en los servicios apostólicos
que sirven para la edificación de la Iglesia y para su crecimiento.

Por tanto, el catequista que trabaja en los territorios de misión tiene una identidad
propia que lo distingue del catequista que desempeña sus funciones en las Iglesias
de antigua fundación, como lo enseñan el mismo Magisterio y la legislación de la
Iglesia (cf. CIC ccc 773-780 con el c 785).

Sintetizando, el catequista en los territorios de misión está caracterizado por cuatro


elementos comunes y específicos: un llamamiento del Espíritu; una misión eclesial;
una cooperación al mandato apostólico del Obispo; una conexión especial con la
realización de la actividad misionera ad Gentes.

• Función. Estrechamente vinculada a la identidad del catequista está su función,


la cual se desarrolla en relación con la actividad misionera. Esa misión se presenta
amplia y diferenciada:

Al mismo tiempo que es anuncio explícito del mensaje cristiano y


conducción de los catecúmenos y de los hermanos y hermanas a los
sacramentos hasta la madurez de fe en Cristo, es también presencia y
testimonio;
comprende la promoción del hombre; se traduce en inculturación, se hace
diálogo.

Por eso el Magisterio, cuando trata del catequista en tierra de misión, manifiesta
una consideración privilegiada y hace una reflexión de amplio alcance. Así, la
Redemptoris Missio describe a los catequistas como «agentes especializados,
testigos directos, evangelizadores insustituibles, que representan la fuerza
fundamental de las comunidades cristianas, especialmente en las Iglesias jóvenes»
(RM 73). El mismo Código de Derecho Canónico trata aparte el asunto de los
catequistas comprometidos en la actividad misionera propiamente dicha y los
describe como «fieles laicos debidamente instruidos y que se destaquen por su vida
cristiana, los cuales, balo lo dirección de un misionero, se dediquen a explicarla
doctrina evangélica ya organizarlos actos litúrgicos y las obras de caridad» (CIC
c175).

Esta amplia descripción de la misión del catequista corresponde al concepto


esbozado en la Asamblea Plenaria de la CEF en el 1970:

«El catequista es un laico especialmente encargado por la Iglesia, según


las necesidades locales, para hacer conocer, amar y seguir a Cristo por
aquellos que todavía no lo conocen y por los mismos fieles».

Es oportuno, sin embargo, precisar que así como a los otros fieles, también al
catequista se le pueden confiar, según las normas canónicas, algunos cometidos
conexos al sagrado ministerio, que no requieren el carácter de lo Ordenación. El
desempeño de tales funciones, en calidad de suplente, no hace del catequista un
pastor, en cuanto su legitimación deriva directamente de la delegación oficial dada
por los Pastores.

Conviene, sin embargo, tener presente esta aclaración: «El catequista no es un


mero suplente del sacerdote, sino que es, de derecho, un testigo de Cristo en la
comunidad a la que pertenece» (Asamblea Plenaria cit. I,4).

• Categorías y funciones. Los catequistas en los territorios de misión se distinguen


no solo de los catequistas que actúan en las Iglesias de antigua tradición, sino que
se presentan con característicos y modalidades de acción muy diversificadas de
una experiencia eclesial a otra, por lo que resulta difícil hacer una descripción
unitaria y sintética.

En el plan práctico, es útil tener presente que se puede hablar de dos categorías de
catequistas: los de tiempo pleno, que dedican toda su vida a este servicio,
y, en cuanto tales, son reconocidos oficialmente; y los de tiempo parcial, que
ofrecen una colaboración limitada, pero siempre preciosa. La proporción entre estas
dos categorías varía de zona a zona, aunque la línea de tendencia muestra que los
catequistas de tiempo parcial son mucho más numerosos.

A las dos categorías están confiadas bastantes tareas o funciones. Y precisamente


en este aspecto se dan las mayores y más numerosas diversificaciones.
Consideramos objetivo el siguiente prospecto global, y puede ayudar a comprender
la situación actual en las Iglesias de territorios de misión:

Los catequistas que tienen la función específica de la Catequesis, a los que se


confían en general estas actividades: la educación en la fe de jóvenes y adultos;
la preparación para recibir los sacramentos de la iniciación cristiana, tanto de los
candidatos, como de sus familias; la colaboración en iniciativas de apoyo a la
Catequesis como retiros, encuentros, etc. Estos catequistas son más numerosos
en las Iglesias donde la organización de los servicios laicales está mejor
desarrollada (RM 74).

Los Catequistas que cooperan en las distintas formas de apostolado con los
ministros ordenados en cordial y estrecha obediencia. Sus tareas son múltiples:
desde el anuncio a los no cristianos y la Catequesis a los catecúmenos y a los
bautizados, hasta la animación de la oración comunitaria, especialmente de la
liturgia dominical cuando falta el sacerdote; desde la asistencia espiritual a los
enfermos hasta la celebración de funerales; desde la formación de otros
catequistas en los centros y la dirección de los catequistas voluntarios, hasta el
control de las iniciativas pastorales; desde la promoción humana y de la justicia,
hasta la ayuda a los pobres, las actividades organizativas, etc. Estos catequistas
prevalecen en las parroquias de vasto territorio, y en comunidades de fieles
distantes del centro; o también cuando los párrocos, por falta de sacerdotes,
escogen colaboradores laicos de tiempo completo (cf. Juan Pablo II, Discurso
Asamblea Plenaria cit., n. 2).

El dinamismo de las Iglesias jóvenes y su situación socio-cultural favorecen el surgir


y aun perdurar de otras distintas funciones apostólicas. Así, existen los maestros de
religión en las escuelas, encargados de enseñar la religión a los estudiantes
bautizados y la primera evangelización a los no cristianos. Estos prevalecen donde
la autoridad del Estado limito enseñanza religiosa en sus escuelas, y son también
importantes donde existe una estructura escolar de la Iglesia o donde se trata de
recuperar su presencia entre los estudiantes de las escuelas del Estado.
Hay también Catequistas dominicales encargados de enseñar la religión en
escuelas organizadas por las parroquias y enlazadas con la liturgia festiva,
especialmente donde el Estado no permite tal enseñanza en las escuelas propias. Y
no hay que olvidar tampoco a cuantos operan en los barrios de grandes ciudades,
en nuevas zonas urbanas, entre militares, inmigrados, encarcelados etc. Las
diversas experiencias y sensibilidades eclesiales consideran estas funciones como
propias del Catequista, o como formas de servicio laical a la Iglesia y a su misión.
La Congregación para la Evangelización de los Pueblos considera esta variedad de
cometidos como expresión de la riqueza del Espíritu operante en las Iglesias
jóvenes. Y los recomienda a la atención de los Pastores. Pero pide que se
promuevan aquellos que responden mejor a las exigencias actuales, poniendo
especial atención a las perspectivas para el futuro.

Hay otro aspecto que no debemos desestimar. Los catequistas pertenecen a


diversas categorías de personas, y es por tanto claro que el impacto de su actividad
varía según el ambiente y las culturas en las que operan. Así, por ejemplo, el
hombre casado parece ser más indicado para desempeñarla tarea de animador de
la comunidad, especialmente donde la cultura lo considera todavía como el jefe
natural de la sociedad; a la mujer se la juzga, en general, más idónea para la
educación de los niños y para la promoción cristiana del ambiente femenino; a los
adultos se les considera más maduros y estables, sobre todo si son casados, con la
posibilidad, además, de testimoniar coherentemente el valor cristiano del
matrimonio; los jóvenes, en cambio, son los preferidos para los contactos con los
jóvenes y para iniciativas que exigen más disponibilidad y tiempo libre.

En fin, es oportuno tener presente que, al lado de los catequistas laicos, opera en la
Catequesis un gran número de religiosos y religiosas. Aun sin considerarlos
Catequistas como tales, por el hecho de ser consagrados poseen una indudable
preparación espiritual y plena disponibilidad apostólica. De ahí que, en la práctica,
los religiosos y las religiosas ejercen las funciones propias de los catequistas y
sobre todo, en virtud de su estrecha colaboración con los sacerdotes, tienen con
frecuencia una parte activa a nivel de dirección. Por estas razones, la Congregación
para la Evangelización de los Pueblos encomienda al compromiso de los religiosos
y de las religiosas, como ya se verifica en muchas partes, este importante sector de
la vida eclesial, especialmente al nivel de la formación, de la atención y del cuidado
de los catequistas (cf. CT 65).

• Perspectivas de desarrollo en un futuro próximo. La tendencia general es la de


mantener y promover la figura del catequista como tal,
•• (Juan
Pablo II,

independientemente de las tareas que desempeña. El valor del catequista, y su


eficacia apostólica, son siempre decisivos para la misión de la Iglesia (cf. RM 73).

Presenta algunas pistas para promover e iluminar una reflexión en este sentido:

Se ha de dar preferencia absoluta a la calidad. El problema común, reconocido


como tal parece ser la escasez de individuos con una preparación adecuada. El
objetivo inmediato y prioritario para todos ha de ser, por tanto, la persona del
catequista.

Esto tendrá consecuencias prácticas en los criterios de elección, en el proceso


de formación, en el cuidado y atención al catequista. Las palabras del Santo
Padre son muy claras: «Para un servicio evangélico tan fundamental se
necesitan numerosos operarios. Pero, sin descuidar el número, hay que
procurar con todo empeño sobretodo la calidad del catequista» Discurso a la
Asamblea Plenaria cit. 3; DCG 108).

Teniendo en cuenta el nuevo impulso dado a la misión ad gentes (RM 31), el


futuro del catequista en las Iglesias jóvenes se caracterizará, ciertamente, por el
celo misionero. El catequista, parlo tanto, se deberá calificar cada vez más como
apóstol laico de frontera. En el futuro deberá seguir distinguiéndose, como en el
pasado, por su eficacia insustituible en la actividad misionera ad gentes.

No basta establecer un objetivo; es preciso elegir los medios adecuados para


alcanzarlo. Eso vale también para la cualificación del catequista. Se trata de
establecer programas concretos, procurarse adecuadas estructuras y medios
económicos, y encontrar formadores preparados para garantizar al catequista la
mayor idoneidad posible. Desde luego, la importancia de los medios y el grado
de cualificación varían según las posibilidades reales de cada Iglesia, pero todos
deben lograr un objetivo mínimo, sin ceder ante las dificultades.

Reforzar los núcleos de responsables. Se prevé que en todas partes serán


necesarios al menos algunos catequistas profesionales, preparados en centros
específicos que, bajo la dirección de los Pastores y en puestos claves de la
organización catequística, deberán cuidar la preparación de las nuevas fuerzas,
introducirlas y guiarlos en el desempeño de sus funciones. Deberán estar
situados en los distintos planos: parroquial, diocesano y nacional, y han de
garantizar el buen funcionamiento de ese sector tan importante para la vida de la
Iglesia.
Además de estas líneas de renovación se puede asegurar que para un futuro
próximo cobraran fuerza algunas categorías. Habrá que identificar quiénes serán
protagonistas del mañana.

En este contexto, será necesario impulsar especialmente a los catequistas que


tienen un marcado espíritu misionero, para que «se hagan ellos mismos animadores
misioneros de sus respectivas comunidades eclesiales y estén dispuestos, si el
Espíritu les llama interiormente y los Pastores les envían, a salir de su propio
territorio para anunciar el Evangelio, preparar los catecúmenos al Bautismo y
construir nuevas comunidades eclesiales» (Asamblea Plenaria cit., 4).

Se prevé, asimismo, un futuro cada vez mas importante para los Catequistas
dedicados directamente a la catequesis, porque las Iglesias jóvenes se desarrollan,
multiplicando los servicios apostólicos laicales distintos del catequista (RM 74). Se
requerirán por tanto, catequistas especializados. Entre éstos hay que destacar los
que trabajan por la renovación cristiana en las comunidades de mayoría de
bautizados, pero de escasa instrucción religiosa y vida de fe.

Están surgiendo otros tipos de catequistas, que hay que tener en cuenta porque
deberán responder a retos ya en parte actuales, como la urbanización, la creciente
escolaridad con particular referencia al ámbito universitario y, más en general, a los
jóvenes, y también las migraciones con el fenómeno de los refugiados, el avance de
la secularización, los cambios políticos, la cultura de masa favorecida por los mass-
media, etc.

La Congregación para la Evangelización de los Pueblos señala el alcance de estas


perspectivas y la necesidad de no eludirlas, puesto que las opciones concretas, y su
actuación gradual corresponden a los Pastores locales. Las Conferencias
Episcopales y cada uno de los Obispos deberán elaborar un programa de
promoción del catequista para el futuro, teniendo en cuenta estas pistas
preferenciales que valen para todos, y dedicando especial atención a la dimensión
misionera, tanto en la formación como en la actividad del catequista. Estos
programas, que no deben ser genéricos sino circunstanciados, deberán responder
al contexto local, de manera que cada Iglesia tenga los catequistas que necesita
ahora, y forme y prepare a los catequistas que prevé que responderán mejor a sus
necesidades futuras.
2. Líneas de Espiritualidad del catequista
• Necesidad y naturaleza de la espiritualidad del catequista. Es necesario que el
catequista tenga una profunda espiritualidad, es decir, que viva en el Espíritu que le
ayude a renovarse continuamente en su identidad específica.

La necesidad de una espiritualidad propia del catequista se deriva de su vocación y


misión. Por eso, la espiritualidad del catequista entraña, con nueva y especial
exigencia, una llamada a la santidad. La feliz expresión del Sumo Pontífice Juan
Pablo II: «el verdadero misionero es el santo» (RM 90) puede aplicarse ciertamente
al catequista. Como todo fiel, el catequista «está llamado a la santidad ya la misión»
(Ibíd.), es decir, a realizar su propia vocación «con el fervor de los santos» (EN 80).

La espiritualidad del catequista está ligada estrechamente a su condición de


«cristiano» y de «laico», hecho partícipe, en su propia medida, del oficio profético,
sacerdotal y real de Cristo. Lo condición propia del laico es secular, con el «deber
específico, cada uno según su propia condición, de animar y perfeccionar el orden
temporal con el espíritu evangélico, y dar así testimonio de Cristo, especialmente en
la realización de esas mismas cosas temporales y en el ejercicio de las tareas
seculares (CIC c 225).

Cuando el catequista está casado, la vida matrimonial forma parte de su


espiritualidad. Como afirma justamente el Papa: «Los catequistas casados tienen la
obligación de testimoniar con coherencia el valor cristiano del matrimonio, viviendo
el sacramento en plena fidelidad y educando con responsabilidad a sus hilos»
(Asamblea Plenaria cit., 2). Esta espiritualidad correspondiente al matrimonio puede
tener un impacto favorable y característico en la misma actividad del catequista, y
este tratará de asociar a la esposa y a los hijos en su servicio, de manera que toda
la familia llegue a ser una célula de irradiación apostólica.

La espiritualidad del catequista está vinculada también a su vocación apostólica y,


por consiguiente, se expresa en algunas actitudes determinantes que son: la
apertura a la Palabra, es decir, a Dios, a la Iglesia y por consiguiente, al mundo; la
autenticidad de vida; el celo misionero y el espíritu mariano.

• Apertura a la Palabra. El ministerio del catequista está esencialmente unido a la


comunicación de la Palabra. La primera actitud espiritual del catequista está
relacionada, pues, con la Palabra contenida en la revelación, predicada por la
Iglesia, celebrada en la liturgia y vivida especialmente por los santos (CT 26-27). Y es
siempre un encuentro con Cristo, oculto en su Palabra, en la Eucaristía, en los
hermanos. Apertura a la Palabra significa, al fin de cuentas, apertura a Dios, a la
Iglesia yal mundo.

Apertura a Dios Uno y Trino, que está presente en lo más íntimo de la persona y
da un sentido a toda su vida: convicciones, criterios, escala de valores,
decisiones relaciones, comportamientos, etc. El catequista debe dejarse atraer a
la esfera del Padre que comunica la Palabra; de Cristo, Verbo Encarnado, que
pronuncia todas y solo las Palabras que oye al Padre (cf. in 8,26; 12,49); del
Espíritu Santo que ilumina la mente para hacer comprender toda la Palabra y
caldea el corazón para amarla y ponerla fielmente en práctica (cf. Jn 16,12-14).

Se trata, pues, de una espiritualidad arraigada en la Palabra


viva, con dimensión Trinitaria, como la salvación y la misión
universal. Eso implica una actitud interior coherente, que
consiste en participar en el amor del Padre, que quiere que
todos los hombres lleguen a conocer la verdad y se salven
(cf. 1 Tim 2,4); para ello se quiere vivir en comunión con
Cristo, compartir sus mismos sentimientos (cf. Flp 2,5), y
vivir, como Pablo, la
experiencia de su continua presencia alentadora: «No tengas miedo (...) porque
yo estoy contigo» (Hch 18,9-1 0); en dejarse plasmar por el Espíritu y
transformarse en testigos valientes de Cristo y anunciadores luminosos de la
Palabra
Apertura a la Iglesia, de la cual el catequista es miembro vivo que contribuye a
construirla y por la cual es enviado. A la Iglesia ha sido
encomendada la Palabra para que la conserve fielmente, profundice en ella
con la asistencia del Espíritu Santo y la proclame a todos los hombres

747).

Esta Iglesia, como Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo, exige del
catequista un sentido profundo de pertenencia y de responsabilidad por ser
miembro vivo y activo de ella; como sacramento universal de salvación, ella le
pide que se empeñe en vivir su misterio y gracia multiforme para enriquecerse
con ellos y llegar a ser signo visible en la comunidad de los hermanos. El
servicio del catequista no es nunca un acto individual o aislado, sino siempre
profundamente eclesial.

La apertura a la Iglesia se manifiesta en el amor filial a ella, en la consagración a


su servicio y en la capacidad de sufrir por su causa. Se manifiesta
especialmente en la adhesión y obediencia al Romano Pontífice, centro de
unidad y vínculo de comunión universal, y también al propio Obispo, padre y
guía de la Iglesia particular. El catequista debe participar responsablemente en
las vicisitudes terrenas de la Iglesia peregrino que, por su misma naturaleza, es
misionera (cf. AG 2; 6; 9) y debe compartir con ella, también el anhelo del
encuentro definitivo y beatificante con el Esposo (Cristo).

El sentido eclesial, propio de lo espiritualidad del catequista se expresa, pues,


mediante un amor sincero a la Iglesia, a imitación de Cristo que «amó a lo
Iglesia y se entregó a sí mismo por ella» (Ef 5,25). Se trata de un amor activo y
totalizante que llega a ser participación en su misión de salvación hasta dar, si
es necesario, la propia vida por ella (cf. RM 89).

Apertura misionera al mundo, lugar donde se realiza el plan salvífico que


procede del «amor Fontal» o caridad eterna del Padre; donde históricamente el
Verbo puso su morada para habitar con los hombres y redimirlos (cf. Jn 1, 14),
donde ha sido derramado el Espíritu para santificar a los hijos y

constituirlos como Iglesia, para llegar hasta el Padre a través de Cristo, en un


solo Espíritu (cf. Ef 2,1 8) (cf. AG 2).

El catequista tendrá, pues, un sentido de apertura y de atención a las


necesidades del mundo, al que se sabe enviado constantemente y que es su
campo de trabajo, aún sin pertenecer del todo a él (cf. Jn 17,14-21). Eso
significa que deberá permanecer insertado en el contexto de los hombres,
hermanos suyos, sin aislarse o echarse atrás por temor a las dificultades o por
amor a la tranquilidad; y conservará el sentido sobrenatural de la vida y la
confianza en la eficacia de la Palabra que, salida de la boca misma de Dios, no
retorna sin producir un efecto seguro de salvación (cf. Is 55,11).

El sentido de apertura al mundo caracteriza la espiritualidad del catequista en


virtud de la «caridad apostólica», la misma de Jesús, Buen Pastor, que vino para
«reunir en uno a los hilos de Dios que estaban dispersos» (Jn 11 ,52). El
catequista ha de ser, pues, el hombre de la caridad que se acerca a los
hermanos para anunciarles que Dios lo ama y los salva, ¡unto con toda la familia
de los hombres (cf. RM 89).

• Coherencia y autenticidad de vida. La tarea del catequista compromete toda su


persona. Ha de aparecer evidente que el catequista, antes de anunciar la Palabra,
la hace suya y la vive (cf. CT 27). «El mundo (...) exige evangelizadores que hablen
de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran
viendo al Invisible (EN 76; cf. CT57)».

Lo que el catequista propone no ha de ser una ciencia meramente humana, ni


tampoco la suma de sus opiniones personales, sino el contenido de la fe de la
Iglesia, única en todo el mundo, que él ya vive, que ha experimentado y de la cual
es testigo (cf. CT 60-61; RM 11).
De aquí surge la necesidad de coherencia y autenticidad de vida en el catequista.
Antes de hacer catequesis, debe ser catequista. ¡La verdad de su vida es la nota
cualificante de su misión! ¡Qué disonancia habría si el catequista no viviera lo que
propone, y si hablara de un Dios que ha estudiado pero que le es poco familiar! El
catequista debe aplicarse a sí mismo lo que el evangelista Marcos dice con
referencia a la vocación de los apóstoles: «Instituyó Doce para que estuvieran con
él, y para enviarlos a predicar» (cf. Mc 3,14-15).

La autenticidad de vida se expresa a través de la oración, la experiencia de Dios, la


fidelidad a la acción del Espíritu Santo. Ello implica una intensidad y un orden
interior y exterior, aunque adaptándose a las distintas situaciones personales y
familiares de cada uno. Se puede objetar que el catequista, en cuanto laico, vive
en una realidad que no le permite estructurar la vida espiritual como si fuera un
consagrado y que, por consiguiente, debe contentarse con un tono más modesto.
En todas las situaciones de la vida, tanto en el trabajo como en el ministerio, es
posible, para todos, sacerdotes, religiosos y laicos, alcanzar una elevada comunión
con Dios y un ritmo de oración ordenada y verdadera; no sólo esto, sino también
crearse espacios de silencio para entrar más profundamente en la contemplación
del Invisible. Cuanto más verdadera e intensa sea su vida espiritual, tanto más
evidente será su testimonio y más eficaz su actividad.

Es importante, asimismo, que el catequista crezca interiormente en la paz y en la


alegría de Cristo, para ser el hombre de la esperanza, del valor, que tiende hacia lo
esencial (cf. Rm 12,12). Cristo, en efecto, «es nuestro gozo» (Ef 2,14), y lo
comunica a los apóstoles para que su «alegría llegue o plenitud» (Jn 15,11).

El catequista deberá ser, pues, el sembrador de la alegría y de la esperanza


pascual, que son dones del Espíritu. En efecto «El don más precioso que la Iglesia
puede ofrecer al mundo de hoy, desorientado e inquieto, es el de formar cristianos
firmes en lo esencial y humildemente felices en su fe» (cf. CT 61).

• Ardor misionero. Un catequista que viva en contacto con muchedumbres de no


cristianos, como sucede en los territorios de misión, en fuerza del Bautismo y de la
vocación especial no puede menos de sentir como dirigidas a él las palabras del
Señor: «También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ellas las
tengo que conducir» (Jn 10,16); «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva
a toda criatura» (Mc 16,15). Para poder afirmar como Pedro y Juan ante el
Sanedrín: «No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído»
(Hch 4,20) y realizar, como Pablo, el ideal del ministerio apostólico: «el amor de
Cristo nos apremia» (2Cor 5,14), es necesario que el catequista tenga un arraigado
espíritu misionero. Este espíritu se hace apostólicamente operante y fecundo bajo
algunas condiciones importantes: ante todo, el catequista ha de tener fuertes
convicciones interiores y ha de irradiar entusiasmo y valor, sin avergonzarse nunca
del Evangelio (cf. Rm 1,16). Deje que los sabios de este mundo busquen las
realidades inmediatas y gratificantes y gloríese sólo de Cristo que le da la fuerza (cf.
Col 1 ,29) y no ansíe saber, ni predicar, nada más que a «Cristo fuerza de Dios y
sabiduría de Dios» (1Co 1,24). Como justamente afirma el Catecismo de la Iglesia
Católica, del «amoroso conocimiento de Cristo nace irresistible el deseo de
anunciar, de ‘evangelizar’ y de conducir a los otros al ‘si’ de la fe en Jesucristo.
Pero, al mismo tiempo, se siente la necesidad de conocer cada vez mejor esta fe».

Además, el catequista ha de procurar mantener la convicción interior del pastor que


«va tras la oveja descarriada hasta que la encuentra» (Lc 1 5.4); o de la mujer que
«busca con cuidado la dracma perdida hasta que la encuentra» (Lc 1 5,8). Es una
convicción que engendra celo apostólico: «Me he hecho todo a todos para salvar a
toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio» (1 Co 9,22-23; cf. 2Co 1
2,1 5); «(ay de mí si no predicara el Evangelio)» (1Co 9,16). Estos apremios
interiores de Pablo podrán ayudar al catequista a acrecentar en sí mismo el celo
como corresponde a su vocación especial, y también a su voluntad de responder a
ella y le impulsarán a colaborar activamente en el anuncio de Cristo y en la
construcción y al crecimiento de la comunidad eclesial (cf. RM 89).

El espíritu misionero requiere, en fin, que el Catequista imprima, en lo más íntimo de


su ser, el signo de la autenticidad; la cruz gloriosa. El Cristo que el catequista ha
aprendido a conocer, es el «crucificado» (cf 1 Co 2,2); el que él anuncia es también
el «Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles» (1 Co 1
,23), que el Padre ha resucitado de los muertos al tercer día (cf. Hch 10,40). El
catequista, por consiguiente, deberá saber vivir el misterio de la muerte y
resurrección de Cristo, con esperanza, en toda situación de limitación y sufrimiento
personal, de adversidades familiares, de obstáculos en el servicio apostólico, en el
deseo de seguir el mismo camino que recorrió el Señor: «completo en mi carne lo
que falta a los sufrimientos de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia (Col
1,24)».

• Espíritu mariano. Por una vocación singular, María vio al Hijo de Dios «crecer en
sabiduría, edad y gracia» (Lc 2,52). Ella fue la Maestra que lo «formó en el
conocimiento humano de las Escrituras y de la historia del designio de Dios sobre
su Pueblo en la adoración al Padre» (CT 73). Ella fue, asimismo, «la primera de sus
discípulos». Como lo afirmó audazmente S. Agustín,
el hecho de ser discípula fue para María más importante que ser madre. Se puede
decir, con razón y alegría, que María es un «catecismo viviente», «madre y modelo
del catequista» (CT 73; RM 92; cf. EN 82).

La espiritualidad del catequista, como la de todo cristiano y, especialmente, la de


todo apóstol, debe estar enriquecida por un profundo espíritu mariano. Antes de
explicar a los demás la figura de María en el misterio de Cristo y de la Iglesia, el
catequista debe vivir su presencia en lo más íntimo de sí mismo y manifestar, con la
comunidad, una sincera piedad mariana. Ha de
encontraren María un modelo sencillo y eficaz que debe realizar en sí mismo y poder
proponer:
«La Virgen fue en su vida un ejemplo del amor maternal con que debe
animar a todos quellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan
a la regeneración de los hombres» (LG 65).

El anuncio de la Palabra está siempre relacionado con la oración, la celebración


eucarística y la construcción de la comunión fraterna.

La comunidad primitiva vivió esa rica realidad (Hch 2-4) con María, la Madre de
Jesús (cf. Hch 1,14).

3. Actitudes del catequista frente a determinadas situaciones


actuales.
• Servicio a la comunidad y atención a las distintas categorías. El servicio del
Catequista se ofrece a toda clase de personas, sea cual fuere la categoría a la que
pertenecen: jóvenes y adultos, hombres y mujeres, estudiantes y trabajadores,
sanos y enfermos, católicos, hermanos separados y no bautizados.

Sin embargo, no es lo mismo ser catequista de catecúmenos que se preparan a


recibir el bautismo, o responsable de una aldea de cristianos con el cometido de
seguir las distintas actividades pastorales, o ser Catequista encargado de enseñar
el catecism9 en las escuelas, o preparar a los sacramentos, o serlo en un barrio de
ciudad o en la zona rural.

Por lo tanto, concretamente, todo catequista deberá promover el conocimiento y a


comunión entre os miembros de la comunidad, cuidar de las personas que le han
sido confiadas, y tratar de comprender sus necesidades particulares para poderlas
ayudar. Desde este punto de vista, los catequistas se distinguen por tareas propias
y por preparación específica.

Esta situación, de hecho, sugiere que el catequista pueda conocer de antemano su


destino, y que se le introduzca a la categoría de personas a las que ha de servir.
Para esto serán útiles las sugerencias dadas al respecto por el Magisterio,
especialmente en el Directorio Catequético General, nn. 77-97 y en la Exhortación
Apostólica Catechesi Tradendae, nn. 35-45.

En el vasto campo apostólico, el catequista está llamado a prestar especial cuidado


a los enfermos y ancianos, por su fragilidad física y psíquica que exige especial
solidaridad y asistencia.

El catequista ha de acercarse al enfermo y ayudarle a comprender el sentido


profundo y redentor del misterio cristiano de la cruz en unión con Jesús que asumió
el peso de nuestras enfermedades (cf. Mt 8,1 7; Is 53,4). Visita a los enfermos con
frecuencia, los conforta con la Palabra y, cuando está encargado de ellos, con la
Eucaristía.

El catequista ha de seguir de cerca también a los ancianos, que tienen una función
cualificada en la Iglesia, como justamente lo reconoce Juan Pablo II al definir al
anciano «el testigo de la tradición de la fe (cf. Sal 44,2; Ex 1 2,26-2 7), el maestro de
vida (cf. Si 6,34; 8,11 -12), el operador de caridad» (CF. CfL 48). Ayudar al anciano,
para un catequista significa ante todo colaborar a que su familia lo mantenga
insertado como «testigo del pasado e inspirador de sabiduría para los jóvenes» (FC
27), además, hacer que experimente la cercanía de la comunidad y animarlo a que
viva con fe sus inevitables límites y, en ciertos casos, también la soledad. El
catequista no deje de preparar al anciano para el encuentro con el Señor,
ayudándole asentir la alegría que nace de la esperanza cristiana en la vida eterna
(cf. DCG 95).

Hay que tener presente, además, la sensibilidad que el catequista deberá demostrar
para comprender y prestar su ayuda en ciertas situaciones difíciles,
como: la unión irregular de la pareja, los hijos de esposos separados o divorciados.
El catequista debe participar y expresar verdaderamente la inmensa compasión del
corazón de Cristo (cf. Mt 9,36; Mc 6,34; 8,2; Lc 7,13).

• Necesidad de la inculturación. Como toda la actividad evangelizadora, también la


catequesis está llamada a llevar la fuerza del Evangelio al corazón de la cultura y de
las culturas (CT 53). El proceso de inculturación requiere largo tiempo porque es un
proceso profundo, global y gradual. A través de él, como explica Juan Pablo II, «la
Iglesia encarna el Evangelio en las diversas culturas y, al mismo tiempo, introduce a
los pueblos con sus culturas en su misma comunidad; trasmite a las mismas sus
propios valores, asumiendo lo que hay de bueno en ellas y renovándolas desde
dentro» (RM 52).

Los catequistas, en cuanto apóstoles, están implicados necesariamente en el


dinamismo de este proceso. Además, con una preparación específica, que no
puede prescindir del estudio de la antropología cultural y de los idiomas más
idóneos a la inculturación, se les debe ayudar a operar por su parte y en la pastoral
de conjunto, siguiendo las directivas de la Iglesia acerca de este tema particular (cf.
AG 9, 16, 22; GS 44; RM 5254; CfL 44), que podemos sintetizar así:

El mensaje evangélico, aunque no se identifica nunca con una cultura,


necesariamente se encarna en las culturas. De hecho, desde el comienzo del
cristianismo, se ha encarnado en algunas culturas. Hay que tener en cuenta esto
para no privar a las Iglesias jóvenes de valores que ya son patrimonio de la
Iglesia universal.

El Evangelio tiene una fuerza regeneradora, capaz de rectificar no pocos


elementos de las culturas en las que penetra, cuando no son compatibles con él.

El sujeto principal de la inculturación son las comunidades eclesiales locales,


que viven una experiencia cotidiana de fe y caridad, insertadas en una
determinada cultura, corresponde a los Pastores indicar las pistas principales
que se deben recorrer para destacar los valores de una determinada cultura; los
expertos sirven de estímulo y ayuda.

La inculturación es genuina si se guía por estos dos principios: se basa en la


Palabra de Dios contenida en la Sagrada Escritura y avanza de acuerdo con la
Tradición de la Iglesia y las directivas del Magisterio, y no contradice la unidad
deseada por el Señor.
La piedad popular, entendida como conjunto de valores, creencias actitudes y
expresiones propias de la religión católica y purificada de los defectos debidos a
la ignorancia o a la superstición, expresa la sabiduría del Pueblo de Dios y es
una forma privilegiada de inculturación del Evangelio en una determinada
cultura.

Para participar positivamente en ese proceso, el catequista deberá atenerse a estas


directivas que favorecen en él una actitud clarividente y abierta; insertarse con toda
seriedad en el plan de pastoral aprobado por la autoridad competente de la Iglesia,
sin aventurarse en experiencias particulares que podrían desorientar a los demás
fieles; y reavivar la esperanza apostólica, convencido de que la fuerza del Evangelio
es capaz de penetrar en cualquier cultura, enriqueciéndola y fortaleciéndola desde
dentro.

• Promoción humana y opción por los pobres. Entre el anuncio del Evangelio y la
promoción humana hay una «estrecha conexión» (RM 59; EN 31). Se trata, en efecto,
de la única misión de la Iglesia.

«Con el mensaje evangélico la Iglesia ofrece una fuerza libertadora y


promotora de desarrollo, precisamente porque lleva a la conversión de
corazón y de la mentalidad; ayuda a reconocer la dignidad de cada persona;
dispone a la solidaridad, al compromiso, al servicio de los hermanos; inserta
al hombre en el proyecto de Dios, que es la construcción del Reino de paz y
de justicia, a partir ya de esta vida. Es la perspectiva bíblica de los ‘nuevos
cielos y nueva tierra’ (cf Is 65,17; 2Pe 3,13; Ap 21,1), es la que ha introducido
en la historia el estímulo y la meta para el progreso de la humanidad (RM 59;
CENTESIMUS ANNUS 53)».

Es bien sabido que la Iglesia reivindica para sí una misión de orden «religioso» cf.
(GS 42; EN 41-43), que debe realizarse, sin embargo, en la historia y en la vida real de
la humanidad y, por tanto, en forma no desencarnada.

Es tarea, sublime de los laicos, llevar los valores del Evangelio al campo
económico, social y político (CfL 4 1-43). El catequista tiene una importante tarea
propia y característica en el sector de la promoción humana, del desarrollo y
defensa de la justicia. Al vivir en un mismo contexto social con los hermanos, es
capaz de comprender, interpretar y resolver las situaciones y los problemas a la luz
del Evangelio. Ha de saber, pues; estar en contacto con la gente, estimularla a
tomar conciencia de la realidad en que vive para mejorarla y, cuando sea
necesario, ha de tener el valor de hablar en nombre de los más débiles para
defender sus derechos.

Por lo que se refiere a la acción, cuando es necesario realizar iniciativas de ayuda,


el catequista deberá actuar siempre con la comunidad, en un programa de conjunto,
bajo la guía de los Pastores.

Aquí surge, necesariamente, otro aspecto relacionado con la promoción: la opción


preferencial por los pobres. El catequista, sobre todo cuando está comprometido en
el apostolado en general, tiene el deber de asumir esta opción eclesial que no es
exclusiva, sino una forma de primacía de la caridad. Y debe estar convencido de
que su interés y ayuda a los pobres se funda en la caridad porque, como afirma
explícitamente el Sumo Pontífice Juan Pablo II: «El amor es, y sigue siendo, la
fuerza de la misión» (RM 60).

El catequista ha de tener presente que por pobres se entiende sobre todo aquellos
que se hallan en situación de estrechez económica, tan numerosos en diversos
territorios de misión; estos hermanos deben poder experimentar el amor maternal
de la Iglesia, aunque todavía no formen parte de ella, y sentirse estimulados a
afrontar y superar las dificultades con la fuerza de la fe cristiana, ayudándolos a
hacerse ellos mismos artífices de su propio desarrollo integral. Todo acto caritativo
de la Iglesia, así como todo la actividad misionera, da «a los pobres luz y aliento
para un verdadero desarrollo» (RM 59).

Además de atender a los desposeídos, los catequistas han de acercarse y ayudar,


porque son también pobres, a los oprimidos y perseguidos, a los marginados y a
todas las personas que viven en una situación de grave necesidad, como los
minusválidos, los desocupados, los prisioneros, los refugiados, los drogadictos, los
enfermos de SIDA, etc..

• Sentido ecuménico. La división de los cristianos es contraria a la voluntad de


Cristo, es un escándalo para el mundo y «daña a la causa santísima de la
predicación del Evangelio a todos los hombres» (AG 6; RM 36; 50).

Todas las comunidades cristianas tienen el deber de «participar en el diálogo


ecuménico y demás iniciativas destinados a realizar la unidad de los cristianos».
Pero en los territorios de misión este compromiso asume una urgencia especial
para que no sea vana la oración de Jesús al Padre: «sean también ellos en
nosotros, una cosa sola, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,21)
(Unitatis Redintegratio 5; DCG 27).

El catequista, en virtud de su misión, se encuentra necesariamente implicado en


esta dimensión apostólica y debe colaborar a madurar la conciencia ecuménica en
la comunidad, comenzando por los catecúmenos y los neófitos (AG 15210 CT 32; RM
50). Ha de cultivar, pues, un profundo deseo de unidad, insertarse con gusto en el
diálogo con los hermanos de otras confesiones cristianas y comprometerse
generosamente en las iniciativas ecuménicas, dentro de su cometido (RM 50),
siguiendo las directivas de la Iglesia, especificadas localmente por la Conferencia
Episcopal y por el Obispo (CIC c 755). Procure sobre todo seguir las directivas acerca
de la cooperación ecuménica en la catequesis y en la enseñanza de la religión en
las escuelas (CT 33).

Su acción será verdaderamente ecuménica si se esfuerza en «enseñar que la


plenitud de las verdades reveladas y de los medios de salvación instituidos por
Cristo se halla en la Iglesia católica»; y si logra también «hacer una presentación
correcta y leal de las demás Iglesias y comunidades eclesiales de las que el Espíritu
de Cristo no rehúsa servirse como medio de salvación» (CT 32).

En el ambiente donde realiza su actividad, el catequista ha de hacer lo posible por


establecer relaciones amistosas con los responsables de las otras confesiones, de
acuerdo con las Pastores y, si fuere necesario, en representación suya; ha de evitar
que se fomenten inútiles polémicas y concurrencia; debe ayudar a los fieles a vivir
en armonía y respeto con los cristianos no católicos, realizando plenamente y sin
ningún complejo, su identidad católica; y promueva el esfuerzo común de todos los
que creen en Dios, para ser «constructores de paz». (CT 32; RM 50).

• Diálogo con los hermanos de otras religiones. El diálogo interreligioso es una


parte de la misión evangelizadora de la Iglesia. El anuncio y el diálogo se orientan
efectivamente hacia la comunicación de la verdad salvífica. El diálogo es una
actividad indispensable en las relaciones entre la Iglesia católica y las otras
religiones y merece seria atención. Se trata de un diálogo de la salvación, que se
realiza en Cristo.

También los catequistas, cuya tarea primordial en las misiones es el anuncio, deben
estar abiertos, preparados y comprometidos en ese tipo de diálogo. Se les ha de
ayudar, pues, a llevarla a cabo, teniendo en cuenta las indicaciones del Magisterio,
(documentos de la Iglesia), que propone lo siguiente:

Escucha del Espíritu, que sopla donde quiere (cf Jn 3,8), respetando lo que Él ha
operado en el hombre, para alcanzar la purificación interior, sin la cual el diálogo no
reporta frutos de salvación (RM 56).

El correcto conocimiento de las religiones presentes en el territorio: su historia y


organización; los valores que, como «semillas del Verbo», pueden ser una
«preparación al Evangelio» (AG 3,11), los límites y errores que se oponen a la verdad
evangélica y que se deben, respectivamente, completar y corregir.

La convicción de fe que la salvación procede de Cristo y que, por consiguiente, el


diálogo no dispensa del anuncio (RM 55) que la Iglesia es el camino ordinario de la
salvación y sólo ella posee la plenitud de la verdad revelada y de los medios
salvíficos (LG 15 Unitatis Redintegratio 3; AG 7). No es posible, como ha reafirmado
S.S. Juan Pablo II haciendo referencia a la Redemptoris Missio: «poner en un
mismo nivel la revelación de Dios en Cristo y las escrituras o tradiciones de otras
religiones. Un teocentrismo que no reconociera a Cristo en su plena identidad sería
inaceptable para la fe católica. (...) El mandato misionero de Cristo, perennemente
válido, es una invitación explícita a hacer discípulos a todas la gentes y a
bautizarlas para que se abra para ellas la plenitud del don de Dios». El diálogo no
debe, pues, conducir al relativismo religioso.

La colaboración práctica con los organismos religiosos no cristianos para resolver


los grandes retos que se plantean a la humanidad, como la paz, la justicia, el
desarrollo, etc. (AG 12; Centesimus Annus 1). Además, se requiere una actitud de
aprecio y acogida a las personas. La caridad del Padre común es la que debe unir a
la familia de los hombres en toda obra de bien.

En la realización de un diálogo tan importante, no hay que dejar solo al catequista,


este, a su vez, se ha de mantener integrado en la comunidad. Toda iniciativa de
diálogo interreligioso se debe llevar a cabo partiendo de los programas aprobados
por el Obispo y cuando es preciso por la Conferencia Episcopal o por la Santo
Sede, y ningún catequista ha de actuar por su cuenta, ni mucho menos contra las
directivas comunes.

En fin, hay que tener fe en el diálogo, el camino para realizarlo es difícil e


incomprendido. El diálogo es a veces el único modo de dar testimonio de Cristo, y
es siempre un camino hacia el Reino que no dejará de dar sus frutos, aunque el
tiempo y momento están reservados al Padre (cf. Hch 1 ,8) (RM 57).

• Atención a la difusión de las sectas. La proliferación de las sectas de origen


cristiano y no cristiano es, actualmente, un reto pastoral para la Iglesia en todo el
mundo. En los territorios de misión, representan un serio obstáculo para la
predicación del Evangelio y para el desarrollo ordenado de las Iglesias jóvenes,
pues atacan a la integridad de la fe ya la solidez de la comunión.

Como es bien sabido, el Magisterio de la Iglesia ha alertado varias veces respecto a


las sectas, animando a que se considere su difusión actual como una ocasión paro
una «seria reflexión» por parte de la Iglesia. Más que una campaña contra las
sectas, en los territorios de misión e debe dar un nuevo impulso a la «actividad
misionera» propiamente dicha (RM 32; 50).

El catequista se presenta, hoy día, como uno de los agentes más aptos para
superar positivamente ese fenómeno. Con su tarea de anunciar la Palabra y de
acompañare1 crecimiento en la vida cristiana, el catequista se encuentra en una
situación ideal para ayudar a las personas - tanto cristianos como no cristianos - a
comprender cuáles son las verdaderas respuestas a sus necesidades, sin recurrir a
las pseudo-seguridades de las sectas. Además, como laico puede actuar más
capilarmente y hablar de modo más realista y comprensivo.

Las líneas de acción preferenciales, para un catequista, son las siguientes:

Conocer bien el contenido y especialmente las cuestiones que las sectas


explotan para combatir la fe y a la Iglesia, y así hacer comprender a la gente a
inconsistencia de la exposición religiosa de las sectas;

cuidar la instrucción y el fervor de vida de las comunidades cristianas para


detener la corrosión;

intensificar el anuncio y la catequesis para prevenir la difusión de las sectas.

El catequista, por consiguiente, ha de empeñarse en realizar una obra silenciosa,


perseverante y positiva con las personas, para iluminarlas, protegerlas y,
eventualmente, liberarlas de la influencia de las sectas.

No hay que olvidar que muchas sectas son intolerantes y proselitistas y, en general,
se muestran agresivas hacia el Catolicismo. No es posible pensar en un diálogo
constructivo con la mayor parte de ellas, si bien hay que partir del respeto y
comprensión que merecen ¡as personas. Esta constatación exige que la obra de la
Iglesia sea compacto para no dar espacio a confusiones; y también ecuménica,
porque la expansión de las sectas representa, asimismo, una amenaza para las
otras denominaciones cristianas (RM 50). Por lo que se refiere a la acción, el
catequista deberá actuar dentro del programa pastoral común aprobado por los
Pastores competentes.

II. ELECCION Y FORMACION DEL CATEQUISTA

1. Elección prudente
• Importancia de la selección y preparación del ambiente. Un problema
fundamental en los territorios de misión, es la dificultad de establecer qué grado de
convicción de fe y qué calidad de motivación vocacional ha de tener un candidato
para ser aceptado. Este problema se debe a muchas causas más o menos
consistentes; principalmente:

La diversa madurez religiosa de las comunidades eclesiales;

la escasez numérica de personas idóneas y disponibles;

la situación socio-política;

la escasa preparación escolar básica y las dificultades económicas.

Este estado de cosas puede engendrar una especie de resignación ante la cual es
preciso reaccionar.

La Congregación para la Evangelización de los Pueblos insiste en el principio de


que una buena selección de los candidatos es la condición preliminar para lograr
catequistas idóneos. Por eso, como hemos dicho ya, exhorto a que, desde la
elección inicial se procure ante todo la calidad. Es preciso que los Pastores tengan
este criterio como ideal a lograr gradualmente y que no acepten con facilidad
compromisos.

Además, se sugiere que se cultive la formación del ambiente, dando a conocer cuál
es el papel del catequista en la comunidad, sobre todo entre los jóvenes,
para que aumente el número de los que se sienten inclinados a comprometerse en
este servicio eclesial.

No se olvide, además, que el aprecio que manifiestan los fieles por esa función es
directamente proporcionada al modo con que los Pastores tratan a sus catequistas,
valorizan sus atribuciones y respetan su responsabilidad. Un catequista realizado,
responsable y dinámico, que actúa con entusiasmo y alegría en el ejercicio de su
tarea, apreciado y justamente remunerado, es el mejor promotor de su propia
vocación.

• Criterios de selección:

Para escoger un candidato como catequista, es preciso saber qué criterios son
«esenciales» y cuáles no. En la práctica, es indispensable que en todas las Iglesias
se establezca una lista de criterios de selección, para que los encargados de
escoger a los candidatos tengan puntos de referencia. La elaboración de esa lista,
con criterios suficientes, precisos, realistas y controlables, corresponde a la
autoridad local, única capaz de valorar las exigencias del servicio y la posibilidad de
responder a ellas.

También en este punto conviene tener en cuento las siguientes indicaciones


generales, con el fin de lograr un comportamiento homogéneo en todas las zonas
de misión, respetando las necesarias e inevitables diferencias.

Algunos criterios se refieren a la persona del catequista: por principio absoluto


previo, no se acepte nunca a nadie que no tenga motivaciones serias, o que
solicite ser catequista porque no ha podido encontrar otra ocupación más
honrosa y rentable. En sentido positivo, los criterios deberán contemplar:

La fe del candidato, que se manifiesta en su piedad y en el estilo de vida


diaria;

su amor a la Iglesia y la comunión con los Pastores; el espíritu apostólico y la


apertura misionera;

su amor a los hermanos, con propensión al servicio generoso; su


preparación intelectual básica;
buena reputación en la comunidad,
y que tenga todas las potencialidades humanas, morales y técnicas
relacionadas con las funciones peculiares de un catequista, como el
dinamismo, lo capacidad de buenas relaciones, etc.

Otros criterios se refieren al acto de la selección: tratándose de un servicio


eclesial, la decisión incumbe al Pastor, generalmente al párroco. La comunidad
se verá implicada, necesariamente, en cuanto debe indicar y valorar el
candidato. El Obispo, a quien el párroco presentará los candidatos, también
participará personalmente o mediante su delegado, al menos en un momento
sucesivo, para confirmar con su autoridad la elección y, sucesivamente, para
conferir la misión oficial.

Existen criterios especiales de aceptación en centros o escuelas para


catequistas: además de los criterios generales que valen para todos, cada
centro establece sus propios criterios de aceptación de acuerdo con las
características del centro mismo, especialmente en lo referente a la preparación
escolar básica que se exige, las condiciones de participación, los programas de
formación, etc.

Estas indicaciones generales deben especificarse concretamente un poco, sin omitir


ninguno de los campos indicados, precisándolos y completándolos, en base a lo
que requiere y permite cada situación.

3. Camino de Formación

Necesidad de una formación adecuada. Para que las comunidades eclesiales puedan
contar con catequistas suficientes e idóneos, además de una elección atenta, es
indispensable proporcionar una preparación de calidad.
El Magisterio de la Iglesia reclama continuamente y con convicción, la necesidad de
la preparación del catequista, porque cualquier actividad apostólica «que no se
apoye en personas verdaderamente formadas, está condenada al fracaso» (DCG
108: 1C 161).

Es útil señalar que los documentos del Magisterio establecen para el catequista una
formación global y específica.

Global, es decir, que abarque todas las dimensiones de su personalidad, sin


descuidar ninguna.
Específica, es decir ordenada al servicio peculiar que ha de llevar a cabo:
anunciar la Palabra a los distantes y a los cercanos, guiar a la comunidad,
animar y, cuando sea necesario, presidir el encuentro de oración, asistir a los
hermanos en las diversas necesidades espirituales y materiales.

Todo esto lo confirmó el Papa Juan Pablo II: «Cuidar con especial solicitud la
calidad significa, pues, procurar con preferencia una formación básica adecuada y
una actualización constante. Se trata de una labor fundamental para asegurar a la
misión de la Iglesia, personal calificado, programas completos y estructuras
adecuadas, abrazando todas las dimensiones de la formación, de la humana a la
espiritual, doctrinal, apostólica y profesional» (RM 73; ChL 60).
Se trata, pues, de una formación exigente para el interesado y comprometedora para
los que deben cooperar en su realización. Esta tarea es de máxima importancia y se le
confía con especial cuidado a los Ordinarios

40; DCG 108).

• Unidad y armonía en la personalidad del catequista. Para realizar su vocación,


los catequistas -como todo fiel laico- «han de ser formados para vivir aquella unidad
con la que está marcado su mismo ser de miembros de la Iglesia y de ciudadanos
de la sociedad humana» (CfL. 59). No pueden existir niveles paralelos y diferentes en
la vida del catequista: el espiritual, con sus valores y exigencias; el secular con sus
distintas manifestaciones, y el apostólico con sus compromisos, etc.

Para lograr la unidad y la armonía de la persona es importante, desde luego, educar


y disciplinar sus propias tendencias caracteriales, intelectuales,
emocionales, etc., para favorecer el crecimiento, y seguir un programa de vida
ordenado; es decisivo profundizar y aferrar que el principio y la fuente de la
identidad del catequista, es la persona de Cristo Jesús.

El objeto esencial y primordial de la catequesis, como es bien sabido, es la persona


de Jesús de Nazareth, «Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,
14), «el camino, la verdad y la vida» (Jn 1 4,6). Todo el «misterio de Cristo» (Ef 3,4),
«escondido desde siglos y generaciones» (Col ,26), es el que debe ser revelado.
Por tanto, la preocupación del catequista deberá ser, precisamente, la de trasmitir, a
través de su enseñanza y comportamiento, la doctrina y la vida de Jesús. El ser y
actuar del catequista dependen, inseparablemente, del ser y el actuar de Cristo.

La unidad y la armonía del catequista se deben leer desde esa perspectiva


cristocéntrica y han de construirse en base a una «familiaridad profunda con Cristo
y con el Padre», en el Espíritu (CT 5-6; 9). Nunca se insistirá bastante en este punto,
si se quiere renovar la figura del catequista en este momento decisivo para la misión
de la Iglesia.
• Madurez humana. Desde la elección, es importante poner cuidado en que el
candidato posea un mínimo de cualidades humanas básicas, y muestre aptitud para
un crecimiento progresivo. El objetivo, en este ámbito, es que el catequista sea una
persona humanamente madura e idónea para una tarea responsable y comunitaria.

Por tanto, se deben tener en cuenta algunos aspectos determinados. Ante todo, la
esfera propiamente humana, con todo lo que ella implica:

Equilibro psicofísico, buena salud,

responsabilidad, honradez,
dinamismo;
ético profesional y familiar;
espíritu de sacrificio, de fortaleza, de perseverancia, etc.

Además, la idoneidad para desempeñar las funciones de catequista:

Facilidad de relaciones humanas, de diálogo con las diversas creencias


religiosas y con la propia cultura;
idoneidad de comunicación, disposición para colaborar; función de guía;
serenidad de juicio;
comprensión y realismo;
capacidad para consolar y de hacer recobrarla esperanza, etc.

En fin, algunas dotes características para afrontar situaciones o ambientes


particulares:

Ser artífices de paz;

idóneos para el compromiso de promoción, de desarrollo, de animación


socio-cultural;
sensibles a los problemas de la justicia, de la salud, etc.

Estas cualidades humanas, educadas con una sana pedagogía, forman una
personalidad madura y completo, ideal para un catequista.

• Profunda vida espiritual. La misión de educador en la fe requiere en el catequista


una intensa vida espiritual. Este es el aspecto culminante y más valioso de su
personalidad y, por tanto, la dimensión preferente de su formación. El verdadero
catequista es el santo (cf. RM 90).

La vida espiritual del catequista se centro en una profunda comunión de fe y amor


con la persona de Jesús que lo ha llamado y lo envía. Como Jesús, el único
Maestro (cf. Mt 23,8), el catequista sirve a los hermanos con la enseñanza y con las
obras que son siempre gestos de amor (cf. Hch 1,1).

Cumplir la voluntad del Padre, que es un acto de caridad salvífica hacia los
hombres, es también alimento para el catequista, como lo fue para Jesús (cf. Jn
4,34). La santidad de vida, realizada desde la perspectiva de la identidad de laico y
apóstol (LG 41), ha de ser, pues, el ideal al que se ha de aspirar en el ejercicio del
servicio de catequista.

La formación espiritual se desarrolla en un proceso de fidelidad hacia «Aquél que es


el principio inspirador de toda la obra catequética y de los que la realizan: el Espíritu
del Padre y del Hijo: el Espíritu Santo» (CT 72).

La manera más adecuada para alcanzar ese alto grado de madurez interior es una
intensa vida sacramental y de oración (DGC 114).

De las experiencias más significativas y realistas se destaca un ideal de vida de


oración que la Congregación para la Evangelización de los Pueblos propone al
menos para los catequistas que guían una comunidad, o que trabajan con
dedicación plena, o colaboran estrechamente con el sacerdote, especialmente para
los llamados Cuerpos directivos:

Participación en la Eucaristía con regularidad y, donde es posible, cada día,


sosteniéndose con el «pan de vida» (Jn 6,34), para formar «un so/o cuerpo» con
los hermanos (cf. 1 Cor 10,17) y ofreciéndose a sí mismo al Padre, ¡unto con el
cuerpo y la sangre del Señor (LG 34).

Liturgia vivida en sus distintas dimensiones, para crecer como persona y para
ayudar la comunidad.

Rezo de una parte de la Liturgia de las Horas especialmente de Laudes y de


Vísperas, para unirse a la alabanza que la Iglesia ofrece al Padre «desde que
sale el sol hasta el ocaso» (Sal 113,3).

Meditación diaria, especialmente sobre la Palabra de Dios, en actitud de


contemplación y de respuesta personal. Como la experiencia lo demuestra, la
meditación regular, así como la lectio divina, hecha también por los laicos, pone
orden en la vida y asegura un armonioso crecimiento espiritual.

Oración personal, que alimente la comunión con Dios durante las ocupaciones
diarias, prestando especial atención a la piedad mariana.

Frecuencia del Sacramento de la Penitencia para la purificación interior y el


fervor del espíritu.
Participación en retiros espirituales, para la renovación personal y comunitaria.

Sólo alimentando la vida interior con una oración abundante y bien hecha, el
catequista puede lograr el grado de madurez espiritual que su cometido exige.
Como la adhesión al mensaje cristiano, que en último término es fruto de la gracia y
de la libertad, y no depende de la habilidad del catequista, es necesario que su
actividad esté acompañada por la oración (DCG 71).

Puede suceder que, debido a la escasez de personas disponibles e idóneas, surja


el riesgo de contentarse con catequistas de nivel más bien bajo. La Congregación
para la Evangelización de los Pueblos anima a no ceder a esas soluciones
pragmáticas para que esta figura de apóstol pueda mantener su puesto cualificado
en la Iglesia así como lo exige el actual momento del compromiso misionero.

Para la vida espiritual del catequista es necesario proporcionarle medios adecuados


primero es, sin lugar a dudas, la dirección espiritual. Merecen estima las diócesis
que confían a uno o varios sacerdotes la guía espiritual de los catequistas en sus
mismos puestos de trabajo. Pero es insustituible la obra constante de un director
espiritual que el catequista mismo escoge entre los sacerdotes disponibles y de fácil
acceso. Este sector hay que potenciarlo. Los párrocos, sobre todo, han de
permanecer cerca de sus propios catequistas, preocupándose de seguirlos en su
crecimiento espiritual, más aun que en la eficacia de su trabajo.

Se recomiendan, asimismo, las iniciativas parroquiales o diocesanas que tienen por


objeto la formación interior de los catequistas como las escuelas de oración, las
convivencias fraternas y de coparticipación espiritual y los retiros espirituales.

Estas iniciativas no aíslan a los catequistas, sino que les ayudan a crecer en la
espiritualidad propia y en la comunión entre ellos.

Todo catequista, en fin, debe estar convencido de que la comunidad cristiana es


también un lugar apropiado para cultivar la vida interior. Mientras guía y anima la
oración de los hermanos, el catequista recibe de ellos, al mismo tiempo, un estímulo
y un ejemplo para mantener el fervor y crecer como apóstol.

• Preparación doctrinal. Es evidente la necesidad de una preparación doctrinal de


los catequistas, para que puedan conocer a fondo el contenido esencial de la
doctrina cristiana y comunicarlo luego de modo claro y vital, sin lagunas o
desviaciones.

Se requiere en todos los candidatos una preparación escolar básica evidentemente


proporcionada a la situación general del país. Son conocidas, al respecto, las
dificultades que se presentan donde la escolaridad es baja. No se debe ceder sin
reaccionar ante esas dificultades. Por el contrario, hay que tratar de elevar el grado
de estudio básico que se requiere para ser aceptados, de manera que todos los
candidatos estén preparados para seguir un curso de cultura religiosa superior; sin
la cual además de experimentar un sentimiento de inferioridad respecto a otros que
han estudiado, resultan efectivamente menos aptos para afrontar ciertos ambientes
y para resolver nuevas problemáticas.

Por lo que se refiere a los contenidos, sigue siendo actual y válido el cuadro
completo de formación teológico-doctrinal, antropológica y metodológica, tal como
se presenta en el Directorio Catequístico General publicado por la Congregación
para el Clero en 1971 (DCG 112-113). En lo que concierne a los territorios de misión,
sin embargo, es necesario hacer algunas precisiones y añadir unas observaciones
que la Congregación para la Evangelización de los Pueblos ya había expresado, en
parte, con ocasión de la Asamblea Plenaria de 1970, y que ahora a continuación se
expresa, asume y desarrolla en base a la Encíclica Redemptoris Missio:

En virtud del fin propio de la actividad misionera, los elementos fundamentales


de la formación doctrinal del catequista serán la Teología Trinitaria, la Cristología
y la Eclesiología, consideradas en una síntesis global, sistemática y progresiva
del mensaje cristiano. Comprometido a dar a conocer y a amar a Cristo, Dios y
Hombre, deberá conocerlo a fondo e interiorizarse con El. Comprometido a dar a
conocer y a amar a la Iglesia, se familiarizará con su tradición e historia y con el
testimonio de los grandes modelos, como son los Padres y los Santos.

El grado de cultura religiosa y teológica varía de un lugar a otro, dependiendo de


cómo se imparta la enseñanza: en centros, o en cursos breves. En todo caso se
debe asegurar a todos un mínimo conveniente, fijado por la Conferencia
Episcopal o por el Obispo, en base al criterio general ya mencionado, de la
necesidad de adquirir una cultura religioso superior.

La Sagrada Escritura deberá seguir siendo la materia principal de enseñanza y


constituir el alma de todo el estudio teológico. Esta ha de intensificarse cuando
sea necesario. Habrá que estructurar, en torno a la Sagrado Escritura, un
programa que incluya las principales ramas de la teología. Se tenga presente
que el catequista tiene que ser formado en lo pastoral bíblica, también en
previsión de lo confrontación con las confesiones no católicas y con los sectas
que recurren o la Biblia de modo no siempre correcto.

También la Misiología ha de enseñarle a los catequistas, al menos en sus


elementos básicos, para garantizarles este aspecto esencial de su vocación.

Llamado a ser animador de la oración comunitaria, el catequista necesita


profundizar convenientemente el estudio de la Liturgia.
Según las necesidades locales, habrá que incluir o dar mayor relieve a algunos
temas de estudio; por ejemplo, la doctrina, las creencias de los ritos principales
de las otras religiones o las variantes teológicas de las Iglesias y de las
comunidades eclesiales no católicas presentes en la región.

Merecen especial atención algunos temas que dan a la preparación intelectual


del catequista un mayor arraigo y actualización, como: la inculturación del
Cristianismo en una cultura determinada; la promoción humana y de la justicia
en una especial situación socio-económica; el conocimiento de la historia del
país, de las prácticas religiosas, del idioma, de los problemas-y necesidades del
ambiente al que ha sido destinado el catequista.

Por lo que se refiere a la preparación metodológica, hay que tener presente que,
en las misiones, muchos catequistas trabajan también en distintos campos de la
pastoral, y que casi todos están en contacto con seguidores de otras religiones.
Por eso hay que iniciarlos no sólo en la enseñanza de la catequesis, sino
también en todas aquellas actividades que forman parte del primer anuncio y de
la vida de una comunidad eclesial.

Será importante. Así mismo, presentar a los catequistas contenidos relacionados


con las nuevas situaciones que van surgiendo en el contexto de su vida. En los
programas de estudio se deberán incluir también partiendo de la realidad actual
y de las previsiones para el futuro materias que ayuden a afrontar fenómenos
como la urbanización, la secularización, la industrialización, las migraciones, los
cambios socio-políticos, etc.

Hay que insistir en que la formación teológica tiene que ser global y no sectorial.
Los catequistas, en efecto, deben llegar a una comprensión unitaria de la fe que
favorezca precisamente la unidad y la armonía de su personalidad, y también de
su servicio apostólico.

Actualmente hay que aprovechar la especial importancia que reviste, para la


preparación doctrinal de los catequistas el Catecismo de la Iglesia Católica. Este
contiene, en efecto, una síntesis orgánica de la Revelación y de la perenne fe
católica, tal como la Iglesia la propone a sí misma y a la comunidad de los
hombres de nuestro tiempo. Como afirma S.S. Juan Pablo II, en la Constitución
Apostólica Fidei depositum, el Catecismo contiene «cosas nuevas y viejas» (cf.
Mt 13,52), pues la fe es siempre la misma y al mismo tiempo es fuente de luces
siempre nuevas. El servicio que el Catecismo quiere ofrecer es acertado y actual
para cada catequista. La misma
Constitución Apostólica afirma que el Catecismo se ofrece a los Pastores y a los
fieles para que se sirvan de él en el cumplimiento, dentro y fuera de la
comunidad eclesial, de «su misión de anunciar la fe y de llamar a la vida
evangélica». Y se ofrece también «a todo hombre que os pida cuentas de la
esperanza que hay en vosotros (cf. 1 Pt 3, 15) y que desea conocer lo que la
Iglesia católica cree». Sin duda alguna los catequistas encontrarán en el nuevo
Catecismo una fuente de inspiración y una mina de conocimientos para su
misión específica.

A estas indicaciones hay que añadir una exhortación a procurar los medios
necesarios para la formación intelectual de los catequistas. Entre éstos están, en
primer lugar, las escuelas de catequesis: y se revelan también muy eficaces los
cursos breves promovidos en las diócesis o en las parroquias, la instrucción
individual impartida por un sacerdote o un catequista experto; además, la
utilización de material didáctico. Es bueno que se dé importancia, en la
formación intelectual, a metodologías variadas y sencillas como las lecciones
escolares, el trabajo en grupo, el análisis de casos prácticos, las investigaciones
y el estudio individual.

La dimensión intelectual de la formación se presenta, pues, como algo muy


exigente, y requiere personal cualificado, estructuras y medios económicos. Se trata
de un desafío que hay que afrontar y superar con valor, sano realismo y una
programación inteligente, ya que es éste uno de los sectores más deficientes en el
momento actual.

Todo catequista deberá empeñarse al máximo en el estudio para llegar a ser como
una lámpara que ilumina el camino de los hermanos (cf. Mt 5, 14-16). Para ello,
debe ser el primero en sentirse gozoso de su fe y de su esperanza (cf. Flp 3,1; Rm
12,12); teniendo el sano criterio de proponer sólo los contenidos sólidos de la
doctrino eclesial en fidelidad al Magisterio; sin permitirse nunca perturbar las
conciencias, sobre todo de los jóvenes, con teorías «más propias para suscitar
problemas inútiles que para secundar el plan de Dios, fundado en la fe» (1 Tm 1,
4) (EN 78; CT 61).

En fin de cuentas, es deber del catequista unir en su persona la dimensión


intelectual y la espiritual. Ya que existe un único Maestro, el catequista debe de ser
consciente de que sólo el Señor Jesús enseña, mientras que él lo hace «en la
medida en que es su portavoz, permitiendo que Cristo enseñe por su boca» (CT 6).

• Sentido pastoral. La dimensión pastoral de la formación se refiere al ejercicio de


la triple función: profética, sacerdotal y real del laico bautizado. Por eso hay que
iniciar al catequista en su tarea: anuncio del Evangelio, catequesis, ayuda a los
hermanos para que vivan su fe y rindan culto a Dios, y presten los servicios
pastorales en la comunidad.

Los aspectos principales en los que se debe educar a los candidatos son:
el espíritu de responsabilidad pastoral y la lealtad; la generosidad en el
servicio;
el dinamismo y la creatividad;
la comunión eclesial y la obediencia a los Pastores.

Este tipo de formación requiere instrucciones doctrinales explicando los principales


campos apostólicos en los que un catequista puede actuar, de manera que conozca
bien las necesidades y el modo de responder a ellas. Es necesario, asimismo, que
se expliquen las características de los destinatarios: niños, adolescentes, jóvenes o
adultos; estudiantes o trabajadores, bautizados o no; miembros de pequeñas
comunidades o de movimientos; sanos o enfermos, ricos o pobres, etc., y las
distintas maneras de dirigirse a ellos.

En particular se asegure a los catequistas la preparación pastoral sacramental, de


manera que puedan ayudar a los fieles a comprender mejor el sentido religioso de
los signos y acercarse con confianza a estas fuentes perennes de vida sobrenatural.
No se olvide la importancia de acompañar a los cristianos que sufren a vivir la
gracia propia del sacramento de la Unción de los Enfermos.

La formación pastoral requiere, además, ejercicios prácticos, especialmente al


principio, bajo la guía de maestros, del sacerdote, o de algún catequista experto.

Las instrucciones teóricas y los ejercicios prácticos deberán armonizarse, en la


medida de lo posible, de manera que la introducción al compromiso apostólico sea
gradual y completa.

Por lo que se refiere a la preparación al servicio específico de la catequesis, es


oportuno recordar expresamente el Directorio Catequético General en particular allí
donde se explican los «elementos de metodología» (DCG 70).

• Celo misionero. La dimensión misionera está estrictamente vinculada a la


identidad misma del catequista y caracteriza todas sus actividades apostólicas. Por
eso se le debe cuidar con esmero en la formación, procurando asegurar a
cada catequista una buena iniciación teórica y práctica que le capacite, como
cristiano laico, a recorrer las etapas progresivas que son propias de la actividad
misionero, a saber:

Estar presente activamente en la sociedad de los hombres, dando un testimonio


auténtico de vida, estableciendo con todos una convivencia sincera, y
colaborando en caridad para resolver los problemas comunes (cf. AG
12; RM 42-43).

Anunciar con franqueza (cf. Hch 4,23; 28,31) la verdad acerca de Dios y
de que El envió para la salvación de todos, a nuestro Señor Jesucristo (cf. 2Ts 1,9-
10), de manera que los no cristianos, a los que el Espíritu Santo abra el corazón (cf.
Hch 16, 1 4), puedan creer y convertirse libremente

Encontrar a los adeptos de otras religiones sin prejuicios, y en diálogo franco y


abierto.

Preparar a los catecúmenos en el camino de iniciación gradual al misterio de la


salvación, a la práctica de los preceptos evangélicos y a la vida religiosa,
litúrgica y caritativa del pueblo de Dios (cf. AG 14; RM 46-47).

Construir la comunidad, preparando a los candidatos a recibir el Bautismo y los


demás sacramentos de la iniciación cristiana, para que entren a formar
parte de la Iglesia de Cristo que es profética, sacerdotal y real 15).

Bajo la guía de los Pastores y en colaboración con los demás fieles, cumplir las
tareas que, según el plan pastoral, conducen a la maduración de la Iglesia
particular. Estos servicios corresponden a necesidades de cada Iglesia, y
caracterizan al catequista en los territorios de misión. Por consiguiente, la
actividad de formación deberá ayudar al catequista a afinar su sensibilidad
misionera, y capacitarlo a descubrir y a aprovechar todas las situaciones
favorables al primer anuncio.

Recordando el pensamiento ya citado de Juan Pablo II, cuando los catequistas


se forman bien en el espíritu misionero se hacen animadores misioneros de su
propia comunidad eclesial e impulsan fuertemente la evangelización de los no
cristianos, prontos a que sus Pastores los envíen fuera de la propia Iglesia o
país. Los Pastores, conscientes de su propia
responsabilidad, traten de valorar al máximo esa legión insustituible de
apóstoles y ayúdenles a acrecentar cada día más su celo misionero.

• Actitud eclesial. El hecho de que la Iglesia sea misionera por su misma


naturaleza y haya sido llamada y destinada a evangelizar a todos los hombres,
comporta una doble convicción: en primer lugar, que la actividad apostólica no es un
acto individual y aislado; y que se ha de llevar a cabo en comunión eclesial, a partir
de la Iglesia particular con su Obispo.

Estas constataciones de Pablo VI con relación a los evangelizadores (EN 60) pueden
aplicarse con todo derecho a los catequistas, cuya tarea es una realidad
eminentemente eclesial y, por tanto, comunitaria (CT 24). El catequista, en efecto, es
enviado por los Pastores y actúa gracias a la misión recibida de la Iglesia y en
nombre de ella. Su acción, de la que él no es dueño sino humilde siervo, tiene, en el
orden de la gracia, vínculos institucionales con la acción de toda la Iglesia.

Las actitudes principales que se deben tener en cuenta para educar


convenientemente a un catequista a esa dimensión comunitaria son:

La actitud de obediencia apostólica a los Pastores, en espíritu de fe, como Jesús


que «se despojo de sí mismo tomando condición de siervo (...), obedeciendo
hasta la muerte» (Flp 2,7- 8; cf. Hb 5,8; Rm 5,19). A esta obediencia apostólica
debe acompañar una actitud de responsabilidad, ya que el ministerio del
catequista, después de la elección y del mandato, es ejercido por la persona
llamada y habilitada interiormente por la gracia del Espíritu (LG
12).

En este contexto de la obediencia apostólica, se hace cada vez más oportuno el


mandato o misión canónica, como se acostumbro en muchas Iglesias, en el que se
destaca el vínculo que existe entre la misión de Cristo y de la Iglesia, con la del
catequista.

Se aconseja sea en una función litúrgica especial o litúrgicamente inspirada,


debidamente aprobada, celebrada en la comunidad de la que procede el catequista,
durante la cual el Obispo o un delegado suyo dé el mandato, haciendo un gesto
significativo, como por ejemplo la imposición del crucifijo o la entrega de los
Evangelios. Es conveniente que este rito del mandato tenga más solemnidad para
el catequista de plena dedicación que para el catequista de tiempo limitado.

Capacidad de colaborar en distintos niveles: el sentido comunitario produce


necesariamente en el individuo una actitud de colaboración que se
debe educar y apoyar. El catequista deberá tener en cuenta todos los
componentes de la comunidad eclesial en la que está insertado, y actuar en
unión con ellos. Se recomienda, especialmente, la colaboración con otros laicos
comprometidos en la pastoral, sobre todo en las Iglesias donde están más
desarrollados los servicios laicales distintos al del catequista. Para colaborar en
este plano, no es suficiente una convicción interior; se debe echar mano también
del trabajo de conjunto, como la planificación y la revisión en común de las
distintas obras y actividades. Esta unión de todas las fuerzas es cometido, sobre
todo, de los Pastores; pero la cordura de un catequista deberá favorecer la
convergencia de todos los que trabajan en su radio de acción.

El catequista debe saber sufrir por la Iglesia, afrontando la fatiga que comporta
el apostolado realizado en común y aceptando las imperfecciones de los
miembros de la Iglesia, a imitación de Cristo que amó a su Iglesia hasta darse
por ella (cf. Ef|

5,25)241.

La educación al sentido comunitario debe ser objeto de atención especial, desde el


comienzo de la formación, mediante experiencias preparadas, realizadas y
revisadas en grupo por los candidatos.

Los catequistas requieren una formación

¿Qué le sugiere la frase?: Cualquier actividad apostólica “que no se apoye


en personas verdaderamente formadas, está condenada al fracaso” (DGC)

• Agentes de Formación: es de capital importancia, en la formación de los


catequistas, contar con educadores idóneos y suficientes. Cuando se habla de
agentes, se debe entender todo el conjunto de personas implicadas en la formación.

Los catequistas deben estar convencidos, ante todo, de que su primer educador es
Nuestro Señor Jesucristo, que forma a través del Espíritu Santo (cf Jn 1 6,1 2-15).
Esto exige en ellos un espíritu de fe y una actitud de oración y de recogimiento para
dar espacio a la pedagogía divina. La educación de apóstoles es pues,
principalmente un arte que se expresa en el ámbito sobrenatural.
La persona es la primera responsable del propio crecimiento interior, es decir, de
cómo se debe responder al llamamiento divino. La conciencia de esta
responsabilidad deberá impulsar al catequista a dar una respuesta activa y creativa
comprometiéndose y asumiendo todas las responsabilidades del propio progreso de
vida.

El catequista opera en comunión, al servicio y con la ayuda de la comunidad


eclesial. Por tanto, también la comunidad está llamada a colaboraren la formación
de sus catequistas, asegurándoles, en especial, un ambiente positivo y fervoroso;
acogiéndolos por lo que son y ofreciéndoles la debida colaboración. En la
comunidad, los Pastores desempeñan también un servicio de guía como
educadores de los catequistas. Esto requiere de ellos particular atención y, en los
candidatos, confianza y coherencia en seguir sus directivas. El Obispo y el
párroco son, en virtud de su función, los formadores más adecuados de los
catequistas.

Los formadores, es decir los delegados por la Iglesia para ayudar a los catequistas
a realizar el programa de educación, son como «compañeros de viaje» cuyo
servicio cualificado es muy valioso. Son, ante todo, los responsables de los centros
para catequistas y también los que se encargan de la formación básica y
permanente de los candidatos fuera de los centros. Es importante que se escojan
educadores idóneos que, además de destacarse por sentido de Iglesia y por vida
cristiana, posean una preparación específica para esa tarea y tengan una
experiencia personal por haber desempeñado, ellos también, el servicio de la
catequesis. Es bueno que los formadores constituyan un equipo o grupo compuesto
posiblemente de sacerdotes, religiosos y laicos, tanto hombres como mujeres
escogidos sobre todo entre catequistas experimentados. Así, la formación resultará
más completa y encarnada.

Los candidatos han de tener confianza en sus formadores y considerarlos guías


indispensables que la Iglesia les ofrece amorosamente para que puedan llegar a un
alto grado de madurez.

• Formación básica. El proceso de formación que antecede al comienzo del


ministerio catequética no es igual en todas las Iglesias, ya que la organización y
las posibilidades son diferentes, y varía asimismo, según se importa en un centro o
fuera de él.

Hay que insistir en que todos os catequistas reciban una formación inicial mínima
suficiente, sin la cual no podrían ejercer convenientemente su misión. Con este fin
indicamos algunos criterios y directivas que contribuirán a promover y a guiar as
distintas opciones de la actividad formativa:
Conocimiento del sujeto: es necesaria que el candidato sea conocido
personalmente y en su ambiente cultural. Sin este conocimiento de base, la
formación sería más bien una simple instrucción poco personalizada.

Atención a la realidad socio-eclesial: es importante que la formación de los


catequistas no sea abstracta, sino encarnada en la realidad en que ellos viven y
actúan. La atención a las situaciones eclesiales y sociales ofrece puntos de
referencia concretos y garantizo una formación más adecuada.

Formación continua y gradual: es preciso ayudar a los candidatos a alcanzar


todos los objetivos de la formación, de manera progresiva y gradual, respetando
los ritmos de crecimiento de cada uno y las necesarias diferencias de las
distintas etapas. No se debe pretender tener catequistas completos desde el
principio, pero ayúdeseles a mejorar sin interrupciones ni desequilibrios.

Método ordenado y completo: teniendo en cuenta el contexto misionero y los


principios de una sana pedagogía, es necesario que el método de formación se
nutro de experiencia, es decir, que se enriquezca con confrontaciones,
programadas y guiados, con las situaciones eclesiales, culturales y sociales
locales; que seo integral, a saber, que procure el desarrollo de la persona en
todos sus aspectos y valores; dialogante, con un continuo intercambio entre la
persona y Dios, el formador y lo comunidad; liberador, para desligar al
catequista de cualquier condicionamiento consciente o inconsciente, que
contraste con el mensaje evangélico; armónico, es decir, que procure asumir lo
esencial y conduzca a a unidad interior.

Proyecto de vida: una pedagogía eficaz ayuda al individuo a construir un plan de


vida que establezca los objetivos y los medios para alcanzarlos, de manera
realista. A todo catequista se debe dar, desde el principio, una formación que le
capacite para fijarse un plan ordenado, cuidando, ante todo, la identidad y el
estilo de vida, y también las cualidades necesarias para el apostolado.

Diálogo formativo: es el encuentro personal entre el candidato y el formador. Se


trata de un encuentro importante para iluminar, estimular y acompañar el
progreso en la formación. El catequista ha de abrirse al formador y establecer
con él un diálogo constructivo y regular. En el diálogo formativo ocupa un puesto
singular la dirección espiritual, que llega hasta lo más íntimo de la persona y la
ayuda a abrirse a la gracia pare crecer en sabiduría.

En un contexto comunitario: la comunidad cristiana, donde el catequista vive y


desarrolla su actividad, es el lugar necesario de confrontación, propuesta y
discernimiento de vida para todos sus miembros y -en especial- para los que
desempeñan una vocación apostólica. Los catequistas pueden descubrir
progresivamente, en la comunidad, cómo se lleva a cabo el proyecto divino de la
salvación.

Ninguna verdadera educación apostólica puede realizarse al margen del


contexto comunitario.

Estas indicaciones se tienen presentes donde existe una buena estructura para la
formación básica. Sin embargo, pueden servir de estímulo y orientación para los
Pastores y para los mismos candidatos también en la fase inicial. Hay que evitar,
absolutamente, toda improvisación en la preparación de los catequistas, o dejarla a
su exclusiva iniciativa.

• Formación permanente. La evolución de la persona, el dinamismo peculiar de los


sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, el proceso de continua conversión
y de crecimiento en la caridad apostólica, la renovación de la cultura, la evolución
de la sociedad el continuo perfeccionamiento de los métodos didácticos, exigen que
el catequista se mantenga en fase de formación durante todo el período de su
servicio activo. Este empeño concierne tanto a los dirigentes como a los
catequistas, y abarca todas las dimensiones de su formación: humana, espiritual,
doctrinal y apostólica (DCG 110).

La formación permanente asume características particulares según las distintas


situaciones: al comienzo de la actividad apostólica es una introducción al servicio,
necesaria a todo catequista, y consiste en instrucciones doctrinales y en
experiencias prácticas dirigidas. Durante el ejercicio del ministerio, la formación
permanente es una renovación continua para mantenerse preparados para la
diversas tareas, que incluso pueden cambiar. Así se garantiza la calidad de los
catequistas, evitando el desgaste y rutina con el pasar del tiempo. En algunos casos
de especial dificultad, de cansancio, de cambio de lugar o de ocupación,
etc., la formación permanente ayuda al catequista a madurar el criterio, y a recobrar
el fervor y dinamismo iniciales.

La responsabilidad de la formación permanente no puede atribuirse únicamente a


los organismos centrales; corresponde también a los interesados y a cada una de
las comunidades, teniendo en cuenta las distintas realidades de unas personas a
otras y de unos lugares a otros (DCG 110).

Además de reafirmar el valor de todos estos principios, es necesario fomentare1


uso de instrumentos útiles para la formación permanente. Es cierto que se
presentan obstáculos de orden económico, o debidos a la carencia de personal
cualificado, a la escasez de libros y de otro material didáctico; a las distancias y
medios de transporte inadecuados, etc. No obstante, la formación permanente de
los catequistas sigue siendo un imperativo indiscutible. Los esfuerzos que los
responsables están realizando con este objeto deben ser respaldados. Hay que
tratar de crear en todas partes, una organización suficiente y emprender iniciativas
concretas, para que ningún catequista se vea privado de una mejoría constante.

Entre las iniciativas para la formación permanente, el primer lugar corresponde a los
centros catequéticos que asisten a los antiguos alumnos al menos durante el primer
período mediante cartas circulares e individuales, envío de material, visitas con
frecuencia de los formadores y encuentros de revisión en los mismos centros. Los
centros son los ambientes más apropiados para organizar cursos de renovación y
actualización de catequistas, en cualquier momento de su servicio.

Las diócesis, si no disponen de un centro al cual dirigirse, busquen otros ambientes


para llevar a cabo sus ciclos de formación permanente que, por lo general,
consisten en breves cursos, encuentros de un día, etc., animados por personal
expresamente encargado a nivel diocesano. De modo análogo se debe actuar en
las parroquias o en los grupos de parroquias vecinas que colaboran entre sí (AG 17).

Las iniciativas aisladas no son suficientes para la formación permanente. Se


precisan programas orgánicos que prevean una renovación cíclica sobre los
distintos aspectos de la personalidad del catequista. No basta, pues, cuidar de la
profesionalidad laboral; hay que privilegiar siempre la identidad de la persona. Se ha
de cuidar con esmero todo programa de carácter espiritual porque esta dimensión
es, sin discusión, la principal.

No se olvide que el catequista ha de permanecer enraizado en su comunidad para


recibir la formación permanente en su propio contexto y junto con los demás fieles.
Al mismo tiempo, se debe procurar desarrollar la dimensión universal, valorizando
los encuentros entre catequistas de distintas Iglesias particulares.

Además de las iniciativas organizadas, la formación permanente está confiada a los


mismos interesados. Todo catequista, por tanto, deberá hacerse cargo de su propio
y continuo progreso, mediante el mayor empeño posible, persuadido de que nadie
puede reemplazarle en su responsabilidad primaria.

• Medios y estructuras de la formación. Entre los medios de formación, se destacan


los centros o escuelas para catequistas. Es significativo que los documentos de la
Iglesia, desde el Ad Gentes hasta la Redemptoris Missio, insistan en la importancia
de «favorecer la creación y el incremento de ias escuelas (o centros) para
catequistas que, aprobados por las Conferencias Episcopales, otorguen títulos
oficialmente reconocidos por éstos últimas» (RM 73;
DCG 109; CT 71; CIC c 785; AG 17).
Cuando se hace referencia a los centros para catequistas, se habla de realidades
muy diferentes: desde organismos desarrollados, que pueden albergar por largo
tiempo a los candidatos con un programa de formación orgánico, hasta estructuras
esenciales para pequeños grupos o cursos breves, o incluso sólo para encuentros
de un día.

En su mayoría, los centros son diocesanos o inter-diocesanos; algunos son


nacionales, continentales, o internacionales. Estos distintos tipos de centros se
complementan mutuamente y deben promoverse todos ellos.

Existen elementos comunes a estos centros, como el programa de formación que


hace del centro un lugar de crecimiento en la fe; la posibilidad de residir en él; la
enseñanza escolar alternada con experiencias pastorales y, sobre todo, la
presencia de un grupo de formadores. Existen también elementos propios que
distinguen a unos centros de otros. Entre éstos: el nivel mínimo que se requiere
de preparación escolar, proporcionado al nivel nacional; las condiciones para
aceptar a los candidatos; la duración del curso y de la residencia; las características
de los candidatos mismos: sólo hombres o sólo mujeres, o ambos; jóvenes o
adultos; casados, solteros o parejas; distintas sensibilidades y énfasis en los
contenidos y métodos de formación, que se adaptan a la realidad local; formación
específica, o no, para las esposas de los catequistas; entrega o no, de un diploma.

Es importante que exista una cierta conexión entre los centros, sobre todo a nivel
nacional, bajo la responsabilidad de la Conferencia Episcopal. Esa conexión se
favorece con encuentros regulares entre todos los formadores de los distintos
centros y por el intercambio de material didáctico. De este modo, se procura la
unidad de la formación y se potencian los centros con el enriquecimiento participado
de la experiencia de los demás.

La importancia de los centros no se imita a la actividad formativa que se refiere a las


personas. Pueden llegar a ser verdaderos núcleos de reflexión sobre temas
importantes de carácter apostólico como: los contenidos de la catequesis, la
inculturación, el diálogo interreligioso, los métodos pastorales, etc., y servir de
apoyo a los Pastores en sus responsabilidades.

Además de los centros o escuelas, hemos de mencionar los cursos y los


encuentros, de distinta duración y composición, organizados por las diócesis y
parroquias, especialmente aquellos en los que participan el Obispo o los párrocos.
Son medios de formación muy eficaces y, en ciertas zonas y situaciones,
constituyen el único medio para proporcionar una buena formación. Estos cursos no
se oponen a los programas de los centros, sirven más bien para prolongar su
influencia o, como sucede a menudo, para compensar la falta de centros.
Tanto para la actividad de los centros como para la de los cursos, son
indispensables los instrumentos didácticos: libros, audiovisuales y todo el material
que sirve para preparar bien a un catequista.

Corresponde a los Pastores responsables procurar que los centros estén provistos
del material necesario, de acuerdo con su importancia. Es encomiable la costumbre
de intercambiarse los medios didácticos entre un centro y otro, entre una y otra
diócesis. A veces se trata de intercambios útiles entre naciones limítrofes y
homogéneas por su situación socio-religiosa.

La Congregación para la Evangelización de los Pueblos insiste en que no basta


proponerse objetivos elevados de formación, sino que es preciso escoger y
utilizar los medios eficaces. Por tanto, además de insistir en que se dé prioridad
absoluta a los formadores, que hay que preparar bien y sostenerlos, la
Congregación para la Evangelización de los Pueblos pide que se potencien los
centros en todas partes. También, para esto, se requiere un sano realismo, para
evitar un discurso sólo teórico. El objetivo que se quiere alcanzares lograr que todas
la diócesis puedan formar un cierto número de catequistas propios, por lo menos los
cuadros, en un centro. Además, fomentar las iniciativas locales, en particular los
encuentros programados y guiados, porque son indispensables para la formación
inicial de los que no han podido frecuentar el centro y para la formación permanente
de todos.

III. LA REPONSABILIDAD HACIA EL CATEQUISTA

1. Remuneración del catequista


• Cuestión económica en general. Se reconoce unánimemente que la cuestión
económica es uno de los obstáculos más serios para poder contar con un número
suficiente de catequistas. Ese problema no se presenta desde luego, con los
maestros de religión en las escuelas oficiales, ya que éstos reciben el sueldo del
Estado. Por lo que se refiere, en cambio, a cualquier categoría de catequistas
remunerados por la Iglesia, en particular los que tienen una familia a su cargo, la
cuestión crucial es la proporción entre lo que reciben y las exigencias de la vida. Se
perciben consecuencias negativas en distintos aspectos:

En la elección, ya que las personas dotadas prefieren trabajos mejor


remunerados.

En el compromiso, porque resulta necesario desempeñar otros oficios para


completar los ingresos.
En la formación, porque muchos no están en condiciones de participar en os
cursos.

En la perseverancia, y en las relaciones con los Pastores.

Además, en algunas culturas el trabajo se aprecia por lo que retribuye y se corre el


riesgo de considerar a los catequistas como trabajadores de inferior categoría.

• Soluciones prácticas. La retribución del catequista ha de considerarse como


cuestión de justicia y no de libre contribución.

Los catequistas, de dedicación plena o parcial, deben ser retribuidos según normas
precisas, establecidas a nivel de diócesis y parroquia, teniendo en cuenta los
recursos económicos de la Iglesia particular, de la situación personal y familiar del
catequista, en el contexto económico general del Estado. Se reservará especial
atención a los catequistas enfermos, inválidos y ancianos, pues suele suceder que
después que éstos han servido a la Iglesia son rechazados por la misma y echados
fuera.

Como en el pasado, la Congregación para la Evangelización de los Pueblos seguirá


interesándose en promover y distribuir aportaciones económicas para los
catequistas, según las posibilidades.

Pero, insiste a la vez, en la necesidad de buscar a, toda costa, una solución más
estable del problema.

Los presupuestos de las diócesis y de las parroquias por tanto, deberán destinar a
esta obra una cuota proporcionada de los ingresos, siguiendo el criterio de dar la
prioridad a los gastos de la formación (CT 63).

También los fieles deberán hacerse cargo del mantenimiento de los catequistas,
sobre todo cuando se trata del animador de su comunidad local. La calidad de las
personas, en particular las que están comprometidas en el apostolado directo,
tienen la precedencia respecto a las estructuras. No se destinen pues a otros fines
ni se reduzcan los presupuestos destinados a los catequistas y a la catequesis.

Se recomienda especialmente la ayuda económica para los centros de catequistas.


Este esfuerzo es digno de ponderación y contribuirá sin duda a incrementar la vida
cristiana en un futuro próximo, porque la catequesis activa y eficaz es la base de la
formación del Pueblo de Dios (CT 63).

Al mismo tiempo deben promoverse y multiplicarse los catequistas voluntarios, que


se comprometen a una cooperación a tiempo limitado, con regularidad, pero sin una
verdadera remuneración porque tienen ya otro empleo fijo.
Esta línea de acción es más realista cuando se trata de comunidades eclesiales que
tienen ya un cierto grado de desarrollo. Es necesario ciertamente educar a los fieles
a que consideren la vocación del catequista como una misión, más que como un
empleo de vida.

Además, será preciso reexaminar la organización y la distribución de los


catequistas.

En resumen, el problema económico exige una solución a partir de la Iglesia local.


Todas las otras iniciativas son una buena contribución y han de potenciarse, pero la
solución radical hay que buscarla localmente, especialmente con una acertada
administración, que respete las prioridades apostólicas, y educando a la comunidad
a dar la debida contribución económica.

2. Responsabilidad del pueblo de Dios


• Responsabilidad de la comunidad. Indudablemente hay que hacer un
reconocimiento público de gratitud a los Obispos, a los sacerdotes y a las
comunidades de fieles por la atención que siempre han demostrado a los
catequistas: esa actitud es una garantía para el anuncio misionero, para la madurez
de las Iglesias jóvenes.

Los catequistas, en efecto, son apóstoles de primera línea: sin ellos «no se habrían
edificado Iglesias hoy día florecientes» (CT 66) son, además, una de las
componentes esenciales de la comunidad, enraizados en ella por el Bautismo y la
Confirmación y su vocación, con el derecho y el deber de crecer en plenitud y de
obrar con responsabilidad.

Es significativo que Juan Pablo II, en la Encíclica Redemptoris Missio, encomiende


de este modo a los catequistas en los territorios de misión: «Entre los laicos que se
hacen evangelizadores se encuentran, en primera línea, los catequistas. (...)
Aunque se ha habido un incremento de los servicios eclesiales y extra-eclesiales, el
ministerio de los catequistas continúa siendo siempre necesaria y tiene unas
características peculiares» (RM 73). Estas palabras confirman lo que el mismo Sumo
Pontífice había afirmado en la Exhortación Apostólica Catechesi Tradendae: «El
título de ‘catequista’ se aplica por excelencia a los catequistas de tierras de misión»
(CT 66).

A los catequistas se puede aplicar, con toda verdad, la palabra del Señor: «Id y
haced discípulos a todas las naciones» (Mt 28,19), porque «ellos están dedicados
por oficio al ministerio de la palabra» (Dei Verbum 25).
Los catequistas deben ser tenidos en cuenta en la organización de la comunidad
eclesial. Será muy útil garantizar su presencia significativa en los organismos de
comunión y participación apostólica, como por ejemplo, los consejos pastorales
diocesanos y parroquiales.

No hay que olvidar que el número de catequistas aumenta de continuo y que de su


actual dedicación dependerá la calidad de las futuras comunidades cristianas. En la
sociedad moderna existen situaciones que reclaman la presencia de los
catequistas, porque son laicos que viven las situaciones seculares y pueden
iluminarias con la luz del Evangelio, actuando en el interior de la sociedad. Hoy, en
el contexto de la teología del laicado, los catequistas ocupan necesariamente un
lugar destacado.

Todas estas consideraciones hacen ver la urgencia de promover catequistas, tanto


en número, mediante una adecuada promoción vocacional como, sobre todo, en la
calidad, mediante una atenta y global programación de formación.

• Responsabilidad primaria de los Obispos. Los Obispos como primeros


«responsables de la catequesis», son también los primeros responsables de los
catequistas. El Magisterio contemporáneo y la legislación renovada de la Iglesia
insisten en esa responsabilidad originaria de los Obispos, vinculada a su función de
sucesores de los Apóstoles, en cuanto Colegio y como Pastores de las Iglesias
particulares (CT 63; Christus Dominus 14).

La Congregación para la Evangelización de los Pueblos recomienda a cada uno de los


Obispos y a las Conferencias Episcopales, que continúen con todo esfuerzo, y si es
necesario, refuercen su solicitud por los catequistas, teniendo en cuenta todos los
aspectos que les conciernen: desde establecer los criterios de elección, promover
programas y estructuras de formación, hasta utilizar los medios adecuados para su
mantenimiento, etc. Los Obispos traten personalmente a los catequistas, instaurando
una relación profunda y si es posible individual con ellos. Cuando esto no sea factible,
podría ser útil nombrar un vicario episcopal para ese cometido. La experiencia que
acompaña a la Congregación para la Evangelización de los Pueblos la ha llevado a
sugerir campos especiales de intervención para dar al catequista todo su valor, toda su
importancia y todo su respaldo:

Concientizar la comunidad diocesana y las parroquiales, con especial atención a


los presbíteros, acerca de la importancia y el papel de los catequistas.

Crear o renovar los Directorios catequéticos en lo que se refiere a la figura y a la


formación del catequista, en el ámbito nacional y diocesano, de manera que
haya claridad y unidad cuando se apliquen las respectivas indicaciones del
Directorio Catequético General, de la Exhortación Apóstolica Catechesi
Tradendae y de la actual Guía para ¡os catequistas en Tierra de Misión.

Garantizar un material mínimo para la preparación específica de los catequistas


en el ámbito diocesano y parroquial, de manera que ninguno de ellos comience
a ejercer su misión sin estar preparado, y además, fundar o promover escuelas
o centros apropiados (RM 71).

Procurar como objetivo en todas las diócesis y parroquias la creación de grupos


de catequistas bien formados y con una experiencia adecuada que -como se ha
dicho ya- en colaboración con el Obispo y con los sacerdotes, puedan
encargarse de la formación y de la asistencia de otros catequistas voluntarios y
se les puedan confiar puestos claves para la realización de los programas
catequéticos.

Atender a las necesidades referentes a la formación, a la actividad y a la vida de


los catequistas con un esmerado planteamiento económico, involucrando a la
comunidad. Además de estos campos preferenciales de intervención, el mejor
modo en que los Obispos pueden ejercer su responsabilidad con los
catequistas, es manifestándoles su amor paternal, e interesándose
constantemente por ellos mediante contactos personales.

• Solicitud de parte de los presbíteros. Los Sacerdotes, y especialmente los


párrocos, como educadores en la fe y colaboradores inmediatos del Obispo, tienen
un cometido inmediato e insustituible en la promoción del catequista. Si como
pastores, deben reconocer, promover y coordinar los distintos carismas en el interior
de la comunidad, de manera especial deberán seguir a los catequistas que
comparten su trabajo de anunciar la Buena Nueva. Han de considerarlos y
aceptarlos como personas responsables del ministerio que se les ha confiado y no
como meros ejecutores de programas preestablecidos. Promuevan su dinamismo y
creatividad y eduquen a las comunidades para que asuman su responsabilidad en
la catequesis y acojan a los catequistas, colaboren con ellos y los sostengan
económicamente, teniendo en cuenta si tienen a su cargo una familia.

Desde esta perspectiva especial, es de importancia decisiva educar al clero ya


desde el seminario, para que esté en condiciones de apreciar, favorecer y valorar
adecuadamente al catequista como figura eminente de apóstol y su colaborador
especial en la viña del Señor.

• Atención por parte de los formadores. La preparación de los catequistas está


confiada, generalmente, a personas calificadas tanto en los centros como en las
parroquias. Estos formadores tienen una función de gran responsabilidad y dan una
aportación preciosa a la Iglesia. Sean pues conscientes de su vocación y del valor
de su tarea.

Cuando una persona acepta el mandato de formar catequistas, ha de considerarse


como la expresión concreta de la solicitud de los Pastores y ha de seguir fielmente
sus directivas. Además, ha de Saber vivir la dimensión eclesial del mandato,
realizándolo con espíritu comunitario y siguiendo la planificación de conjunto.

Como ya hemos dicho, el formador de catequistas deberá estar dotado de


cualidades espirituales, morales y pedagógicas; especialmente se quiere de él que
pueda educar sobre todo con su propio testimonio. Ha de seguir de cerca a los
catequistas, trasmitiéndoles fervor y entusiasmo.

Todas las diócesis deberán hacer lo posible por tener un grupo de formadores de
catequistas, compuesto en lo posible de sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos,
que se puedan enviar a las parroquias a preparar a los aspirantes, en comunidad e
individual mente.

REVIATURAS

AA Apostolicam Actuositatem

Decreto del Vaticano II sobre el apostolado de los laicos. 18 de noviembre de


1965.

AG Ad Gentes

Decreto del Vaticano II sobre la acción misionera de la Iglesia. 7 de


diciembre de 1965.

CA Centesimus Annus

Carta encíclica de Juan Pablo II en el centenario de la Rerum Novarum. 1 de


mayo de 1991.

CAL La Catequesis en América Latina

DECAT-CELAM. 19 de marzo de 1999.

CD Christus Dominus

Decreto del Vaticano II sobre el oficio pastoral de los obispos. 28 de octubre


de 1995.

CEC Catechismus Catholicae Ecclesiae

Catecismo de la Iglesia Católica 11 de octubre de 1992.


CI Codex luris Canonici
C

25 de enero de 1983.

Cf Christifideles Laici
L

Exhortación apostólica post-sinodal de Juan Pablo II sobre los fieles laicos 30


de diciembre de 1988.

C Catechesi Tradendae
T

Exhortación apostólica de Juan Pablo II sobre la catequesis en nuestro


tiempo 16 de octubre de 1979.

D Documento de Caracas
C

“Hacia una catequesis inculturada” DECAT-CELAM, II Semana


Latinoamericana de Catequesis. 18-24 de septiembre de 1994 (Caracas,
Venezuela).

DC Directorio Catequesis General


G

Sagrada Congregación para el Clero. 11 de abril de 1971.

DGC = Directorio General para la Catequesis

Congregación para el Clero. 15 de agosto de 1997.

DL Líneas comunes de orientación para la catequesis en América Latina


C

DECAT-CELAM 1985.

D Documento de Medellín
M

II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. 26 de agosto - 7 de


septiembre de 1968 (Medellín, Colombia).

D Documento de Puebla
P

III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. 27 de enero - 13 de


febrero de 1979 (Puebla, México).

D Documento de Quito
Q
“La comunidad catequizadora en el presente y en el futuro de América
Latina”. DECAT-CELAM, 1 Semana Latinoamericana de Catequesis 3-10 de
octubre de 1982 (Quito, Ecuador).

DSD Documento de Santo Domingo

IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. 12-28 de octubre


de 1992 (Santo Domingo, República Dominicana).

IA Eclesia in América

Exhortación apostólica post-sinodal de Juan Pablo II. 22 de enero de 1999.

EN Evangelii Nuntiandi

Exhortación apostólica de Pablo VI sobre la evangelización del mundo


contemporáneo 8 de diciembre de 1975.

FR Fides et Ratio

Carta encíclica de Juan Pablo II sobre las relaciones entre la fe y la razón.


14 de septiembre de 1998.

GE Gravissimum Educationis

Carta Encíclica del Vaticano II sobre la educación. 28 de octubre de 1965.

GS Gaudium et Spes

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diciembre de 1965.

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