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En parte, esta apatía tiene que ver con el tema del absurdo, es decir, con el hecho de que

no hay nada que puedan hacer para darle sentido a sus existencias. Esperar a Godot es el
único consuelo, la última esperanza de encontrar eso que los salve. Y si lo hacen es
porque esperar, en última instancia, es una acción pasiva. Así y todo, se les hace difícil la
espera porque el tiempo está lleno de problemas como, por ejemplo, el aburrimiento. Para
sobrellevarlo, Estragon propone dos veces que se ahorquen colgándose del árbol. Como
no logran encontrar algo confiable para hacerlo, desisten de la idea. La apatía está tan
enquistada en los personajes que ni siquiera pueden llevar a cabo una decisión tan
absoluta como suicidarse.

Incluso los diálogos entre Vladimir y Estragon parecen quedar siempre truncos por la
apatía de cada uno respecto de tratar de mantener cierta línea de coherencia sobre lo que
está diciendo o escuchando. Esta pasividad da lugar a un contexto de anarquía verbal en
el que los personajes padecen la incomunicación permanentemente porque no tienen la
fuerza de voluntad para comprender o hacerse entender.
La incomunicación
La incomunicación también es uno de los temas principales en Esperando a Godot.  De
alguna manera, se relaciona con el tema de la apatía, en el sentido de que pareciera ser la
falta de voluntad de los personajes lo que genera que no puedan comunicarse siguiendo
una línea discursiva coherente:
VLADIMIR: Debieras haber sido poeta.
ESTRAGON: Lo he sido. (Señala sus harapos) ¿No se nota?
VLADIMIR: ¿Qué decía? ¿Cómo sigue tu pie?
ESTRAGON: Se hincha.
VLADIMIR: Ah, sí, ya sé, la historia de los ladrones. ¿La
recuerdas?
ESTRAGON: No.
VLADIMIR: ¿Quieres que te la cuente otra vez?
ESTRAGON: No.
VLADIMIR: Así matamos el tiempo. (Pausa) Eran dos ladrones,
crucificados al mismo tiempo que el Salvador (...). (p.6)
En este diálogo, situado en las primeras páginas de la obra, ya podemos observar una
tendencia que se sostendrá durante toda la historia: Vladimir y Estragon son propensos a
generar un caos comunicativo en el que muchas veces no importa ni la opinión ni la
respuesta del otro. Por ejemplo, en esta cita, Vladimir comienza a contar la historia de los
dos ladrones a pesar de que Estragon le dijo que no quería que lo hiciera. En varios
pasajes de la obra, daría la sensación de que las palabras solo sirven para llenar el vacío
de la espera. La incomunicación radica principalmente en que cada vez que discuten, cada
personaje se mantiene firme en su posición y su razonamiento, lo que le produce
desinterés por las ideas del otro. En este sentido, razonar, lejos de ser una virtud humana,
es parte del problema de la incomunicación.
La memoria
La memoria también es uno de los temas preponderantes en Esperando a Godot. El propio
Becket en su ensayo "Proust: y Tres diálogos con Georges Duthuit" da una definición
sobre su concepción de la memoria: "El hombre que tiene buena memoria no recuerda
nada porque no olvida nada. Su memoria es uniforme, una criatura de la rutina, a la vez
que una condición y una función de su hábito impecable, un instrumento de referencia en
vez de un instrumento de descubrimiento". En este sentido, está claro que Estragon es el
ejemplo contrario a un hombre con buena memoria; en su caso no recuerda nada porque
olvida todo. Su memoria es disfuncional a los efectos de proporcionarle cierta conciencia
del mundo y, sobre todo, de sí mismo. Al mismo tiempo, Vladimir sí recuerda los hechos,
pero duda de todos, ya que su compañero no se los puede confirmar. La memoria, de
alguna manera, es ese instrumento de referencia que tiene la humanidad para confirmar
su propia existencia.
La fragilidad de la memoria de cada uno de los personajes hace que todos ellos caigan en
la posibilidad de su inexistencia. Sin ir más lejos, cuando el muchacho que viene a dar el
mensaje de Godot no recuerda haber visto a Estragon y Vladimir el día anterior, este
último le pide que los recuerde al día siguiente, pero lo hace de una forma tan exagerada
(o desesperada) que el muchacho termina escapando aterrorizado.

De esta forma, podemos decir que la memoria, en un sentido metafórico, funciona como
un espejo en donde los personajes necesitan verse reflejados para reconocerse como
existentes. El problema en esta obra es que cada vez que apelan a la memoria, ese espejo
está vacío o roto, al igual que la certeza de que existen.

ESTRAGON: Soy desgraciado.


VLADIMIR: ¡No bromees! ¿Desde cuándo?
ESTRAGON: Lo había olvidado.
VLADIMIR: La memoria nos juega malas pasadas. (p.43)
En esta cita podemos observar, por un lado, la inestabilidad de la memoria de Estragon,
que ni siquiera recordaba que era desgraciado y, por el otro, cierto nivel de conciencia que
tiene Vladimir con respecto a los problemas que puede producir esa memoria. Una de esas
"malas pasadas" que puede jugarle la memoria a los dos protagonistas es, justamente, la
imposibilidad de reconocerse como existentes en los recuerdos que los constituyen.
La desesperanza
Podemos decir que la desesperanza, que invade tanto a Vladimir como a Estragon, es la
consecuencia de una sumatoria de factores: el hecho de que ellos estén esperando a
alguien que nunca aparece; la fragilidad de la memoria, que no les permite reconstruir sus
pasados y reconocerse en ellos; la apatía que los gobierna y que no les permite salirse de
ese círculo vicioso de esperar eternamente; la frustración que conllevan sus problemas de
comunicación; el absurdo de la existencia humana, que es angustiante y carece de
sentido; el tiempo, que lejos de ser un aliado en la espera, parece condenarlos a un
aburrimiento ineludible. Todo esto contribuye a que Vladimir y Estragon sientan que han
sido arrojados a un mundo sin esperanza. Así, la desesperanza engloba, en cierto sentido,
todos los principales temas de la obra.

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