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SARMIENTO Y LA CONSTRUCCIÓN DEL SER NACIONAL

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SARMIENTO
Y LA CONSTRUCCIÓN
DEL SER NACIONAL

Ciudadanía, extranjeridad
y representación en la Argentina
del siglo XIX

María Eugenia Tesio

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Tesio, María Eugenia
Sarmiento y la construcción del ser nacional: ciudadanía, extranje-
ridad y representación en la Argentina del siglo XIX / María Euge-
nia Tesio. – 1a ed. – Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Teseo,
2023. 278 p.; 20 x 13 cm.
ISBN 978-987-723-377-3
1. Inmigración. 2. Ciudadanía. 3. Argentina. I. Título.
CDD 306.0982

© Editorial Teseo, 2023


Buenos Aires, Argentina
Editorial Teseo
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Sarmiento y la construcción del ser nacional


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Índice

Agradecimientos........................................................................... 11
Introducción .................................................................................. 15

Primera parte. Lineamientos conceptuales e


históricos ................................................................................ 41
1. La ciudadanía: su evolución como concepto teórico..... 43
2. El extranjero como figura política ...................................... 65
3. Antecedentes constitucionales y legislativos sobre la
condición ciudadana del extranjero en la Argentina ......... 79

Segunda parte. Construcción del ciudadano y la


importancia de la nacionalización de los extranjeros
en el pensamiento de Sarmiento y Alberdi ................... 109
4. Sarmiento: evolución de su pensamiento frente al rol
del extranjero (1830-1880) ...................................................... 113
5. La contracara de Sarmiento. Juan Bautista Alberdi: la
inmigración como un elemento clave del progreso de la
nación ............................................................................................ 163
6. Polémica entre Sarmiento y Alberdi por la
importancia de la nacionalización del inmigrante............ 181

Tercera parte. Sarmiento y su lucha final por lograr


la nacionalización de los inmigrantes desde las
páginas del periódico El Censor
Censor......................................... 197
7. Rol del periodismo como herramienta de transmisión
de ideas políticas en 1800......................................................... 201

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10 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

8. Sarmiento y su polémica desde El Censor y


posteriores publicaciones......................................................... 215

Cuarta parte. Epílogo ......................................................... 247


9. Sarmiento: política, ideas, sociedad e instituciones ..... 249

Bibliografía consultada ............................................................. 261


Fuentes primarias.................................................................... 275

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Agradecimientos

Comencé a escribir este libro sin saberlo hace varios años.


El interés por la temática surgió hace mucho tiempo como
consecuencia de un trabajo realizado en el marco del semi-
nario “Pensamiento Político” dictado por el profesor Nata-
lio Botana –seminario que era parte de la currícula de la
Maestría de Historia de la Universidad Torcuato Di Tella–.
Los agradecimientos a quienes, de diferentes modos,
colaboraron en la realización de este libro son muchos. En
primer lugar, quisiera agradecer a quienes con sus clases me
dieron la posibilidad de acceder a un mundo de diversos
conocimientos que fue despertando en mí un fuerte inte-
rés por las cuestiones ligadas a la historia político-electoral
argentina. Natalio Botana fue quien me alentó, sin saberlo,
a seguir adelante con este tema de investigación y a con-
vertirlo primero en mi tesis doctoral y, luego de años, en
este libro. Sus comentarios, sugerencias y apoyo intelectual
me llevaron a querer ahondar en la cuestión de la naciona-
lización de los inmigrantes en el pensamiento de Domingo
Faustino Sarmiento. De igual manera, debo agradecer las
enseñanzas que recibí de gran parte del plantel docente de
la Universidad Torcuato Di Tella, especialmente a Darío
Roldán, quien, a través de interesantes diálogos y discusio-
nes, contribuyó a darle cuerpo al presente trabajo, siempre
como atento lector y gran generador de ideas. De todos
ellos he recibido apoyo y sugerencias, pero principalmente
he absorbido una fuerte influencia a través de la lectura de
sus obras.
A los miembros del cuerpo docente del Doctorado de
Ciencias Sociales de la Facultad de Ciencias Sociales de la
Universidad de Buenos Aires, que me brindaron su cono-
cimiento durante la cursada de diversos seminarios; entre
ellos destaco a Esteban de Gori, por su estímulo intelectual

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12 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

y por haber sido quien más me impulsó a concluir el trabajo


emprendido hace tantos años, y que se convirtió en el direc-
tor de mi tesis. A él le agradezco las lecturas, las sugerencias
y, por sobre todo, el constante aliento para seguir adelante
y poder concluir dicha tarea.
A la Universidad de Buenos Aires en general y a la
Facultad de Ciencias Sociales en particular, específicamen-
te a la Carrera de Ciencia Política, donde me forme y me
desempeño como profesora e investigadora y a la cual sien-
to como mi segundo hogar desde hace más de 30 años.
A mis colegas, compañeros y amigos de la Maestría de
Historia de la Universidad Di Tella les agradezco sus lec-
turas, sugerencias y afectos, que resultaron de gran impor-
tancia durante todos estos años de trabajo. Lo mismo para
con mis colegas y compañeros de cátedra de la Carrera de
Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales de la
Universidad de Buenos Aires, por compartir temas comu-
nes y por haber mantenido en diferentes ámbitos, diálogos
e intercambios, sin los cuales no habría sido posible gran
parte de los resultados expuestos en este trabajo. Princi-
palmente quiero destacar el constante apoyo e incentivo de
Belén Amadeo y Daniel Cabrera, quienes en todo momento
me acompañaron no solo desde lo intelectual, sino también
desde lo afectivo.
A todos los estudiantes que pasaron por mis cursos en
las distintas universidades donde dicté y dicto clases, quie-
nes constantemente me desafían a continuar aprendiendo
y que día a día realimentan y reafirman mi pasión por mi
vocación docente y académica.
No quiero dejar de agradecer al personal del Museo
Histórico Sarmiento, quienes, en todas las oportunidades
en las que concurrí, se mostraron dispuestos a darme una
mano con la búsqueda y recopilación de documentos, archi-
vos, cartas, etc., aun en situaciones donde el acceso a estos
materiales era, por diversos motivos, complicado.
Finalmente, mi más sincero agradecimiento hacia mi
familia. Especialmente a mis cuatro hijas y a mi compañero

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 13

de vida, quienes me acompañaron siendo un importante


sostén afectivo, y a mis padres, que siempre me dieron la
libertad de elegir mi camino y me apoyaron de manera
incondicional.
A todos y cada uno de ellos, quiero reiterarles mi
agradecimiento por su constante apoyo y acompañamiento
en este proceso complejo y de mucha dedicación, durante
el cual cada uno supo acompañar con gestos y palabras de
afecto y apoyo.

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Introducción

La cuestión de la ciudadanía, su construcción, definición


y aplicación ha sido un tema de debate constante en el
mundo. Cada país debió enfrentar dicho problema a la
hora de conformar el Estado y establecer las normas de
convivencia de la sociedad. La condición de ciudadano es
diferente en cada país, y muchas veces lo es dentro de una
misma nación. Generalmente, aquellas personas nacidas en
un determinado territorio tienen los mismos derechos y las
mismas obligaciones civiles que quienes, a pesar de habitar
en dicho territorio, poseen otra nacionalidad. En cuanto a
las obligaciones ciudadanas, las constituciones suelen dis-
tinguir entre el nativo y el extranjero. Esta diferenciación
se ha dado, en diversos grados, desde un comienzo tanto en
la Constitución de la Nación Argentina como en la de los
otros países de la región y del mundo.
El concepto de “ciudadano”, al igual que el de “extranje-
ro”, se adecuó a los cambios socioculturales que se produje-
ron a lo largo de los siglos en los distintos continentes. Cada
país moldeó al ciudadano y al extranjero de acuerdo con
su realidad política, social, cultural y, por qué no, también
económica. A pesar de las individualidades propias de cada
sociedad, existieron corrientes ideológicas generales1 cuyas
influencia, apropiación y resignificación modificaron las

1 Durante el período de la Ilustración, que comenzó a fines del siglo XVII y se


prolongó durante el siglo XVIII principalmente en Francia e Inglaterra –a
pesar de que se dio también en otros países europeos–, surgió una corriente
de pensamiento crítico que desconfiaba del saber establecido y el consen-
timiento universal, defendiendo la razón contra la convicción y el saber
transformador contra la tradición. Se puede citar, en esta etapa, a Montes-
quieu, Voltaire, los hermanos Condillac, Diderot, Turgot, Rousseau, Locke,
Hobbes y Hume, entre otros. Estas corrientes trascendieron el continente
europeo y ejercieron una fuerte influencia sobre los intelectuales de toda
América.

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16 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

definiciones establecidas sobre las figuras del ciudadano y el


extranjero. Al respecto, Habermas sostiene que en Europa,
luego de la Segunda Guerra Mundial, se vieron obligados a
repensar el significado del patriotismo constitucional2 para
poder afirmar y consolidar las identidades nacionales y pos-
nacionales. Este desafío se extiende a todos los continentes,
ya que es universal la necesidad de reconfirmar la identidad
nacional de un Estado en un mundo altamente globalizado
como este en el que vivimos.3
Es importante señalar la existencia de dos corrientes
de pensamiento con respecto al surgimiento de las nacio-
nes: una denominada “corriente primordialista” y la otra
“modernista”.4 La primera sostiene que el espíritu nacional
ha existido siempre, ya que es un sentimiento natural pro-
pio de los grupos humanos, mientras que la segunda afirma
que el espíritu nacional es consecuencia de una construc-
ción producto de determinadas circunstancias históricas.
Eric Hobsbawm5 se encuentra entre los modernistas, y
ciertamente este libro se encolumna detrás de este tipo de
interpretaciones historiográficas, donde se sostiene –como
se señaló recién– que la nación es una construcción que
resulta de la propia evolución histórica, cultural, económica
y psicológica que se manifiesta en una comunidad.

2 La expresión “patriotismo constitucional” utilizada por Habermas nació en


contraposición al carácter étnico de algún nacionalismo. Supone el predo-
minio de unos principios, los de la democracia, sobre las ideas culturales. El
verdadero patriotismo constitucional es lo que nos une a todos por encima
de otras adscripciones y, como tal, no debería ser utilizado por ningún
partido.
3 Habermas, Jürgen, “Citizenship and National Identity”, en Van Steenbergen,
Bart (edit.), The Condition of Citizenship, Londres, Sage, 1944.
4 Entre los primordialistas podemos citar a Walker Connor, Adrian Hastings,
Liah Greenfeld y Anthony D. Smith. Entre los modernistas se puede mencio-
nar a Eric Hobsbawm y Carlos Barbé, entre otros –y a José Carlos Chia-
ramonte dentro de la historiografía argentina–. Para profundizar acerca
de este debate, ver Chami, Pablo, Nación, identidad e Independencia en Mitre,
Levene y Chiaramonte, Buenos Aires, Prometeo, 2009.
5 Hobsbawm, Eric, Naciones y nacionalismos desde 1780, Barcelona, Crítica,
2004.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 17

Los interrogantes que se presentaron reiteradamente a


lo largo del siglo XIX–que en muchos aspectos se asemejan
a los que nos planteamos en la actualidad– fueron produc-
to de los cambios en la estructura político-social mundial.
La Revolución francesa de 1789, con la declaración de
los derechos del hombre y del ciudadano, rompió con un
paradigma jerárquico que durante siglos había dividido a
la humanidad, otorgándole una estructura diferenciada a la
condición humana.6
El concepto de “igualdad” lleva a plantear en esta ins-
tancia la discusión que existe con respecto a cómo hacer la
historia del sufragio universal de la ciudadanía, que se pre-
senta como una ruptura intelectual. Rosanvallon considera
que hacer la historia del sufragio universal es analizar un
problema que sobrepone la historia de un valor –la igual-
dad– a la historia de una institución, toma una posición
de índole epistemológico-cultural para realizar dicha tarea.
Para el pensador francés, hay que evaluar y analizar la
importante ruptura intelectual que la idea de igualdad polí-
tica introdujo en las representaciones sociales de los siglos
XIX y XX. La igualdad política instaura un tipo inédito de
relación entre hombres, alejado de todas las representacio-
nes liberales o cristianas que habían sostenido el valor de la
igualdad en las sociedades occidentales.
La idea de igualdad política genera una revolución al
interior del orden liberal que se afirma a partir del siglo
XVII, muy ligada al cristianismo. Tanto Hobbes como Locke
fundaban la libertad moderna en el reconocimiento de que
cada hombre era igual en dignidad ante Dios, y que su salva-
ción era un asunto único ante sus ojos. La igualdad política
marca la entrada definitiva en el mundo de los individuos, y
solo se concibe en la perspectiva de un individualismo radi-
cal, en contraposición a las otras formas de igualdad (social,

6 Rosanvallon, Pierre, La consagración del ciudadano. Historia del sufragio en


Francia, México, Instituto Mora, 1999.

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18 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

civil, económica), que pueden acomodarse perfectamente


en una organización jerárquica o diferenciada de lo social.7
La igualdad política es, por lo tanto, la forma más artifi-
cial de igualdad, ya que no se asocia con la justicia distribu-
tiva ni con la conmutativa, “siendo el sufragio universal una
especie de sacramento de la igualdad entre los hombres”.
Como lo señala Rosanvallon:

La puesta en práctica del sufragio universal […] más bien


representa un desenlace, la entrada a una nueva era de lo polí-
tico, que cambia todas las percepciones anteriores de lo social,
que entreabre algo inaudito y casi escandaloso –en el sentido
etimológico del término– en la historia de la humanidad: la
posibilidad de la aparición de una sociedad de iguales en la
cual los lazos sociales no serán resultado ni de la división del
trabajo, ni de la asignación a cada uno de un lugar en un todo
organizado ni de la existencia previa de una creencia colec-
tiva; una sociedad, en esencia, más allá del orden mercantil,
así como del universo jerarquizado; una sociedad en la que la
igualdad sería la condición inicial para la integración.8

Dicha manera de hacer la historia del sufragio, de la


ciudadanía, se opone a aquella planteada por T. H. Marshall
–cuya óptica es de tipo más institucional–, al distinguir tres
etapas y tres formas de realización de la ciudadanía: afirma-
ción de los derechos civiles en el siglo XVIII (construcción
del Estado liberal); conquista de los derechos políticos en el
siglo XIX (reconocimiento del sufragio universal); organiza-
ción de los derechos sociales en el siglo XX (establecimiento
del Estado benefactor).9 Rosanvallon destaca que el prin-
cipal inconveniente de esta manera de analizar el tema en

7 Para comprender por qué para Rosanvallon la idea de igualdad política es


ajena al universo del cristianismo y al liberalismo original, ver Rosanvallon,
Pierre, La consagración…, ob. cit., pp. 10-18.
8 Rosanvallon, Pierre, La consagración…, ob. cit., pp. 12-13.
9 Véase Marshall, Thomas H., Citizenship and Social Class (1949), reproducido
en Class, Citizenship and Social Development, Nueva York, Anchor Books,
1965.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 19

cuestión es que sigue una cronología netamente institucio-


nal de los hechos allí donde es necesario poner en marcha
un análisis de naturaleza filosófica.
El análisis que se realizó en el presente trabajo sobre
la construcción de la ciudadanía se alinea con la idea de
Rosanvallon, e intenta “comprender desde el interior las
certidumbres, los talentos o las cegueras que gobiernan la
acción y la imaginación de los hombres”.10 No se trata,
entonces, citando nuevamente a Rosanvallon,

de hacer una simple historia de las ideas, sino más bien de


comprender las condiciones en las cuales se elaboran y se
transforman las categorías en las que se refleja la acción, ana-
lizando cómo se forman los problemas, cómo atraviesan lo
social, dibujando un cuadro de las posibilidades, y al delimitar
sistemas de oposición y tipos de reacusación.11

Es en la línea de esta tradición de estudios sobre la


cuestión de la ciudadanía en la que se enmarca, asumiendo
esta posición, el presente libro.
Ahora bien, la independencia de las colonias america-
nas de las distintas monarquías europeas a fines del siglo
XVIII y principios del XIX implicó también un cambio en la
concepción del ciudadano12, con el pasaje de la soberanía
monárquica a la soberanía popular13. Durante el período
colonial, la soberanía –como señala José Carlos Chiara-
monte en sus trabajos– recaía sobre la figura del monarca,

10 Rosanvallon, Pierre, La consagración…, ob. cit., p. 17.


11 Rosanvallon, Pierre, La consagración…, ob. cit., p. 18.
12 Ver los trabajos de Furet, François, Pensar la Revolución Francesa, España,
Petrel, 1978 y Rosanvallon, Pierre, La consagración…, ob. cit.
13 Para profundizar sobre este tema, ver Chiaramonte, José Carlos, Ciudades,
Provincias, Estados. Orígenes de la Nación Argentina, Buenos Aires, Ariel, 1997;
Guerra, François-Xavier, Modernidad e Independencia. Ensayos sobre las revo-
luciones hispánicas, Madrid, MAPFER, 1992; Annino, Antonio y Raymond
Buve (comp.), El liberalismo en México, Hamburgo, Cuadrarnos de Historia
Latinoamericana, 1993; y Halperín Donghi, Tulio, Historia Argentina. De la
revolución de independencia a la confederación rosista, Buenos Aires, Paidós,
1997.

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20 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

mientras que, una vez lograda la independencia, se volcaba


sobre los pueblos, los cuales –al estar conformados por indi-
viduos– debieron restablecer las normas de organización y
convivencia. Surgió entonces la idea de la representación,
entendida como la capacidad que tiene el pueblo de elegir a
través del voto14 a sus representantes.
La Revolución francesa simbolizó a su vez una modifi-
cación en la noción de modernidad y progreso; la historia
dejó de ser percibida como cíclica y comenzó a desarrollar-
se la teoría evolutiva sobre ella, donde el agente de cambio,
evolución y progreso era el individuo. El progreso se con-
virtió en la marca de esos años. La urgencia por poblar
territorios inmensos como forma de progresar y poder así
conformar una nación, conjuntamente con la necesidad de
introducir nuevos valores e ideas republicanas, llevó, entre
otras cuestiones,15 a que se produjera un masivo traslado
de individuos del Viejo al Nuevo Continente. Este flujo se
dio mayormente en una sola dirección: desde los países que
conformaban el Viejo Mundo hacia lo que en aquel entonces
se consideraba el Nuevo Mundo.16 A lo largo de las últimas

14 Es importante señalar que el voto no fue siempre un derecho universal, sino


que se manifestó de diversas maneras; hubo voto censatario, voto alfabeto,
voto solamente masculino, etc. Para ampliar la cuestión de los distintos tipos
de sufragio y la evolución de dicho derecho hasta alcanzar su universalidad,
se pueden ver los siguientes trabajos: Nohlen, Dieter, Sistemas electorales y
partidos políticos, México, Fondo de Cultura Económica, 2004, y Colomer,
Joseph M., Cómo votamos. Los sistemas electorales del mundo: pasado, presente y
futuro, Barcelona, Gedisa, 2004.
15 Las terribles consecuencias de las guerras europeas del siglo XIX condujeron
a grandes sectores de la población a vivir en condiciones de hambruna
y pobreza, circunstancias que en muchos casos llevaron a los afectados a
decidir emigrar hacia el Nuevo Mundo en busca de un porvenir más favo-
rable y alentador. En otros casos, muchos de ellos debieron abandonar sus
respectivos países como una manera de sobrevivir ante las persecuciones
político-ideológicas perpetradas por quienes estaban en el poder.
16 Para analizar el proceso inmigratorio argentino, ver Devoto, Fernando, His-
toria de la inmigración argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2003. En la
primera parte, el autor plantea las causas de expulsión durante la primera
mitad del siglo XIX desde los países de Europa y las de atracción de los países
de América, en especial de la Argentina, durante el mismo período. Entre
las causas de expulsión, figuran las económicas y las ideológicas. Devoto las

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 21

décadas del siglo XIX, los dirigentes latinoamericanos pusie-


ron mucho énfasis en las políticas inmigratorias, ya que
consideraban a los inmigrantes europeos como una de las
principales fuentes de progreso.17
La llegada de los nuevos habitantes a estas unidades
territoriales en plena etapa de formación generó diversos
interrogantes: ¿qué lugar ocupa el extranjero dentro de
la sociedad local?, ¿cuáles son sus derechos y cuáles sus
obligaciones?, ¿se encuentran los extranjeros en la misma
situación que los nativos frente a los temas cívicos?, ¿deben
nacionalizarse los extranjeros?, ¿es la nacionalización la
solución para los problemas de representación? Es así que
los debates no giraron solamente en torno a la figura del
extranjero, sino al hecho de que estos se integraban en una
unidad política en formación sin normas ni leyes defini-
das, sin un Estado nación consolidado, lo que dificultaba la
inclusión del inmigrante en la vida política nacional.
Son muchos los autores que han trabajado sobre la
problemática de la conformación de la ciudadanía. Desde
la Antigüedad, Aristóteles, Montesquieu, Rousseau y Sieyès,
entre otros, y posteriormente pensadores europeos como
François Furet, Pierre Rosanvallon o Foucault, así como
T. H. Marshall, Bernard Manin, y el norteamericano L.
H. Morgan, entre tantos otros, han escrito y analizado el

analiza desde dos perspectivas: la de los optimistas y la de los pesimistas. Los


primeros, mayoritariamente economistas liberales para quienes el desarro-
llo social (el capitalismo) era algo positivo. Los segundos, en gran número
políticos europeos preocupados por la cuestión social, que pensaban en la
emigración como una válvula de seguridad para evitar el estallido social que
indefectiblemente traería consecuencias mayores. Los motivos de atracción
de la inmigración hacia la Argentina eran mayormente económicos (mejor
empleo, mejores salarios, mejor calidad de vida) y legales (los requisitos soli-
citados para poder vivir en el país eran casi nulos), aunque Devoto destaca
que debe tomarse en cuenta también –especialmente en este caso– el factor
de la difusión de información, bajo el argumento de que “la emigración a la
Argentina se extiende como un reguero de tinta, a partir de ciertos núcleos,
hacia el interior de los pueblos de España”.
17 Devoto, Fernando, Historia de la inmigración argentina, Buenos Aires, Sud-
americana, 2003.

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22 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

concepto de “ciudadano” y sus modificaciones a lo largo del


tiempo. La cuestión de la soberanía, la identidad y la nacio-
nalidad tiene una relación directa con el concepto de “ciu-
dadanía” y la figura del extranjero, y, por ende, con la del
inmigrante. Al respecto, los trabajos de José Carlos Chiara-
monte, José Luis Romero, Antonio Annino, François-Xavier
Guerra, José Murilo de Carvalho y Tulio Halperín Donghi,
entre otros, son un aporte muy importante para el análisis
y la comprensión de cómo se dio la construcción de la ciu-
dadanía en Hispanoamérica.
Este libro se enmarca dentro de la tradición de los
estudios de nacionalidad y ciudadanía en Latinoamérica y
Argentina que conciben la nacionalidad como una cons-
trucción histórica contingente que surgió en un período
determinado de la historia, en contraposición a la corriente
que entiende la nacionalidad como preexistente.18
En consonancia –y siguiendo la línea de las corrientes
mundiales respecto de la cuestión de la nacionalidad a las
que se hizo referencia en párrafos anteriores–, uno de los
referentes de esta tradición es José Carlos Chiaramonte,19

18 A mediados del siglo XX, influido por las tendencias nacionalistas del perío-
do, Ricardo Levene adhirió a la corriente preexistencialista bajo el argu-
mento de que la nacionalidad argentina existía ya durante el período
colonial. Para profundizar acerca de esta corriente historiográfica, y espe-
cialmente acerca de la postura de dicho historiador, véase Levene, Ricardo
(comp.), Historia argentina contemporánea: 1862-1930. Buenos Aires, El Ate-
neo, 1963/1967; Levene, Ricardo (comp.), Historia de América, Buenos Aires,
W. M. Jackson, 1947; Levene, Ricardo, Historia de la nación argentina. Desde
los orígenes hasta la organización definitiva en 1862, Buenos Aires, El Ateneo,
1962; Levene, Ricardo, El mundo de las ideas y la revolución hispanoamericana
de 1810, Santiago de Chile, Editorial Jurídica de Chile, 1956.
19 Jorge Mayer y Pilar González Bernaldo de Quirós realizan ciertas objecio-
nes a la tesis de Chiaramonte, argumentando que las fuentes que utiliza
para su trabajo son básicamente fuentes legales y textos escritos por juristas
que no reflejan el sentimiento de pertenencia de una población en general,
o por lo menos del sector instruido de ella; tampoco se refleja en su tesis la
existencia de una conciencia de una identidad común a toda la población,
a pesar de su identificación provincial, un sentimiento de hermandad pro-
ducto de la lucha contra un enemigo común. Para profundizar sobre este
debate, ver Chami, Pablo, Nación, identidad…, ob. cit.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 23

quien denomina a esta idea de preexistencia de la nación


como “el mito de los orígenes”, y argumenta en sus obras
que la nacionalidad argentina o rioplatense no existía al
momento de la Revolución de Mayo de 1810. Para discu-
tir esta visión preexistencialista de la nacionalidad, sostiene
que lo que existían en aquel entonces, tanto en el Río de la
Plata como en otras regiones de Latinoamérica, eran ciu-
dades que proclamaban su autonomía frente a dos blancos:
primero frente a España y luego frente a las ciudades capi-
tales del antiguo virreinato. Estas ciudades –después con-
vertidas en provincias en el caso argentino– conformaron
la nación a partir de un proceso de integración cultural,
social, política y económica.
En Latinoamérica en general, pero en la Argentina en
particular, las obligaciones ciudadanas tanto de los nativos
como de los extranjeros se han modificado con el correr
de los años, como consecuencia de los avatares políticos del
país. Desde la declaración de la independencia de la Corona
Española, los criterios de clasificación del ciudadano no fue-
ron homogéneos en todo el territorio nacional; las distintas
regiones se estaban conformando como unidades políticas
y cada una, a través de sus constituciones, imponía sus pro-
pias reglas.20 Tampoco en 1853, cuando se dictó la primera
Constitución Nacional de todas las provincias integrantes
de la Confederación Argentina,21 el tema de la ciudadanía

20 Al analizar las constituciones provinciales de 1820, se puede observar que


no existía un único criterio para definir la condición de ciudadano. Al res-
pecto, se pueden consultar los textos constitucionales de todo el siglo XIX en
San Martino de Dromi, María Laura, Documentos Constitucionales Argentinos,
Madrid, Ediciones Ciudad Argentina, 1994. Para profundizar acerca de esta
cuestión, ver Ternavasio, Marcela, La Revolución del voto. Política y elecciones
en Buenos Aires 1810-1852, Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2002; Sábato,
Hilda, La política en las calles. Buenos Aires 1862-1880, Buenos Aires, Fondo
de Cultura Económica, 2001 y Goldman, Noemí, “El concepto de Constitu-
ción en el Río de la Plata (1750-1850)”, en Araucaria. Revista Iberoamericana
de Filosofía, Política y Humanidades, año 9, n.º 17, primer semestre, Buenos
Aires, 2007.
21 La Constitución de la Confederación Argentina fue promulgada por Justo
José de Urquiza el 25 de mayo de 1853, y fue jurada por la totalidad de las

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24 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

era algo resuelto. El rol del extranjero en cuestiones de


participación política era considerado clave en el desarrollo
político y social del país por la mayoría del espectro polí-
tico; sin embargo, había diferencias entre ellos en cuanto a
su rol básicamente con respecto a la relación ciudadanía-
extranjeridad.22 Existió a lo largo de todo el período un
debate en torno a la necesidad o no de que los extranjeros
se nacionalizasen como medida superadora para los proble-
mas de representación y conformación ciudadana.23

provincias el 9 de julio del mismo año, con la excepción de la provincia de


Buenos Aires. Esta no formaba parte de la Confederación y, por lo tanto,
no participó de las deliberaciones de la Convención Constituyente que se
reunió en la provincia de Santa Fe el 20 de noviembre de 1852. En 1860,
luego de la firma del Pacto de San José de Flores, Buenos Aires se integró a
la Confederación y aceptó la Constitución del 53, la cual fue promulgada en
octubre de ese año, con leves reformas, por el presidente Derqui.
22 Son muchos los historiadores que trabajan la cuestión de la extranjeridad en
Latinoamérica durante el siglo XIX. Entre ellos se destacan los trabajos de
Bertoni, Lila A., Patriotas, cosmopolitas y nacionales. La construcción de la nacio-
nalidad argentina a fines del siglo XIX, Buenos Aires, Fondo de Cultura Econó-
mica, 2001; Chiaramonte, José Carlos, Ciudades, Provincias, Estados..., ob. cit.;
Carmagnani, Marcelo (coord..), Federalismos latinoamericanos: México, Brasil,
Argentina, México, Fondo de Cultura Económica, 1993; Devoto, Fernando,
Historia de la inmigración…, ob. cit.; Goldman Noemí, Nueva historia argentina:
Revolución, república, confederación (1806-1852), Buenos Aires, Sudamericana,
1998; González Bernaldo, Pilar, Civilidad y política en los orígenes de la Nación
Argentina. La sociabilidad en Buenos Aires, 1829-1862, Buenos Aires, Fondo de
Cultura Económica, 2000; Guerra, François-Xavier, Modernidad e indepen-
dencia…, ob. cit.; Murilo de Caravalho, José, Desenvolvimiento de la ciudadanía
en Brasil, México, Fideicomiso Historia de las Américas, Fondo de Cultura
Económica, 1995; Mayer, Jorge, Orden y virtud. El discurso republicano en el
régimen rosista, 2.º edición, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes,
2002; Romero, José Luis, Breve Historia de la Argentina, Buenos Aires, Fondo
de Cultura Económica, 2013; Roldán Darío, “Repensar el siglo XIX. Notas
sobre la tradición liberal en Francia y Argentina”, en Vermeren, P. y Muñoz,
M. (comp.), Representando el siglo XIX desde América Latina y Francia. Homena-
je al filosofo Arturo Andrés Roig, Buenos Aires, Colihue, 2009; Sábato, Hilda y
Lettieri, Alberto (comp.), La vida política en la Argentina del siglo XIX. Armas,
votos y voces, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2003; Salvatore,
Ricardo y Ternavasio, Marcela, La revolución del voto…, ob. cit.; y Villavicen-
cio, Susana, Sarmiento y la nación cívica. Ciudadanía y filosofías de la nación en
Argentina, Buenos Aires, Eudeba, 2008.
23 Este tema fue abordado en los trabajos de Halperín Donghi, Tulio, Historia
Contemporánea de América Latina, Madrid, Alianza, 1990 y Botana, Natalio,

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 25

Estudiosos como Antonio Aninno, Natalio Botana,


José Carlos Chiaramonte, Marcello Carmagnani, Fernando
Devoto, Ezequiel Gallo, Noemí Goldman, Pilar González
Bernaldo de Quirós, François-Xavier Guerra, Tulio Halpe-
rín Donghi, José Murilo de Caravalho, Jorge Mayer, José
Luis Romero, Darío Roldán, Hilda Sábato, Ricardo Salvato-
re, Marcela Ternavasio, Susana Villavicencio, Oscar Oszlak
y Guillermo O’Donnell, entre otros, han escrito trabajos al
respecto que resultan imprescindibles para esta investiga-
ción. Los análisis de cada uno sobre la realidad sociopolítica
del siglo XIX, con el foco puesto en el tema de la ciudadanía
y los inmigrantes desde distintos ángulos –ya sea desde el
sufragio, las asociaciones civiles, las leyes, las ideas, etc.–,
son un pilar fundamental para sostener la estructura del
presente trabajo.
Dos figuras centrales de la historia argentina –que a su
vez fueron protagonistas de la discusión en torno a la con-
formación de la ciudadanía y el papel que desempeñaban
dentro de ella los extranjeros– fueron Domingo Faustino
Sarmiento y Juan Bautista Alberdi, quienes en reiteradas
oportunidades polemizaron sobre este tema. Los argumen-
tos que utilizaron –tanto a favor como en contra de la
ampliación de los derechos políticos o ciudadanos para los
extranjeros, como también sobre la importancia de nacio-
nalizar a los foráneos residentes en el país– fueron diversos
y son una herramienta clave en este libro. En este punto,
es importante destacar las exhaustivas investigaciones rea-
lizadas por Natalio Botana y Tulio Halperín Donghi sobre
el pensamiento y el desempeño público de ambas figuras,
estudios que abrieron diversas líneas de análisis vinculadas
con mi objeto de investigación.
La producción de trabajos sobre el pensamiento y la
figura de Sarmiento ha sido extensa y variada; son muchos

El orden conservador, Buenos Aires, Sudamericana, 1977, y en el libro del


mismo autor La tradición republicana. Alberdi, Sarmiento y las ideas políticas de
su tiempo, 2.º edición, Buenos Aires, Sudamericana, 1997.

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26 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

los textos y ensayos que analizan sus ideas y su obra. Están


aquellos que lo colocan en un lugar de privilegio, ya que lo
consideran uno de los principales constructores de la nueva
Argentina –tal es el caso de Aníbal Ponce, entre otros–, pero
también están quienes ven en el sanjuanino la figura de un
ser absolutamente extranjerizante, autoritario y contrario a
los intereses de la nación. En este trabajo, la figura y el pen-
samiento de Sarmiento se abordan desde una perspectiva
más ligada a la historia político-electoral.
Se podría decir, entonces, que se alinea con el análisis
que realizan del expresidente tanto Natalio Botana como
Halperín Donghi en sus respectivos trabajos, ya que, al igual
que este último, se lo interpreta en términos relacionales:
un enfoque interpretativo que piensa al individuo en sus
relaciones concretas con otros individuos, sin perder de
vista las condiciones en que cada uno de ellos debió actuar
y la red de relaciones sociales en las que estaban inmersos.
Es desde la interacción de una conjunción de elementos
–creencias, ideas, valores, experiencias y el ensamble de
estos con la realidad política y cultural de la época y de
cada sociedad– desde donde se intenta comprender cómo
se configuró el campo político y se definieron los sujetos
políticos.24 Es el análisis de la interacción existente entre las
ideas y la realidad lo que permite comprender –en parte– el
comportamiento de estos individuos, sus éxitos, sus fraca-
sos y su orientación hacia determinadas opciones.
A lo largo de su vida y de toda su carrera política, en
el sector público, Sarmiento manifestó su opinión acerca de
la importancia de nacionalizar a los extranjeros residentes
en el país como una forma de fortalecer las instituciones
republicanas. Su posición al respecto fue cambiando con el
correr de los años, como consecuencia de la vivencia de

24 Susana Villavicencio –en su trabajo Sarmiento y la nación cívica..., ob. cit.–


realiza un abordaje muy interesante respecto de la figura de Sarmiento y
su idea de nación cívica, más ligado a la historia conceptual y a la filosofía
política, que fue de gran ayuda para esta tesis doctoral.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 27

nuevas experiencias. Constantemente recurrió al ejemplo


de los Estados Unidos para demostrar los buenos resulta-
dos de dicha medida, la cual en su opinión había generado
el patriotismo de la sociedad estadounidense que llevó a
fortalecer las instituciones republicanas.
Tanto los escritos de Sarmiento como los de Alberdi
fueron utilizados como fuentes primarias en este trabajo
para dar cuenta de los cambios en el pensamiento y las posi-
ciones de ambos a lo largo del siglo XIX. Ambos dedicaron
su vida al quehacer nacional, ya fuera como funcionarios
públicos o como pensadores e intelectuales independientes,
e intentaron darle al país un rumbo republicano y demo-
crático guiado por ideas y valores que supieron defender a
ultranza y que muchas veces los enfrentaron en polémicos
debates.

Este libro explora la construcción de la relación ciudadanía-


extranjeridad durante el siglo XIX a partir del pensamiento
de Domingo F. Sarmiento, como referente de un sector
político que impulsaba un modelo de país donde ciudadanos
y extranjeros tuviesen los mismos derechos y las mismas
obligaciones, pero fundamentalmente se centra en la nor-
mativa y práctica electoral de dicho período. La hipótesis es
que, si bien la participación del inmigrante en el desarrollo
económico, político y social del país era indiscutible para
los pensadores de la época, la necesidad de nacionalizar a
los inmigrantes como parte de un proceso de integración
de los extranjeros a la arena política, fundamental para for-
talecer las instituciones republicanas y lograr la estabilidad
política, no contaba con el mismo consenso, ya que eran
diversos los medios que se pensaban para lograr ¿argentini-
zar? a los inmigrantes, ni tampoco estaba claro el lugar del
sistema electoral y el sufragio para alcanzar dicha integra-
ción. Frente a este panorama, el objetivo general del trabajo
radica entonces en entender si el hecho de que los inmi-
grantes optasen por la ciudadanía, con lo que obtendrían

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28 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

así el derecho al sufragio –entre otros derechos–, permitiría


allanar el camino para conformar una identidad argentina.
El libro se propone ahondar en la tensión entre ciudada-
nos y extranjeros tal como aparece en el pensamiento de
Domingo Faustino Sarmiento y en la legislación electoral
nacional, para dar cuenta del modo en el que se articularon
una serie de conceptos como el de “inmigrante”, “naciona-
lización”, “sufragio”, “representación” y “república” en esos
años de construcción tanto del Estado nacional como del
ciudadano argentino.25
El arribo de los inmigrantes a las costas rioplatenses
en momentos en que se comenzaba lentamente la confor-
mación de un Estado nacional generó un gran desafío en

25 El trabajo Apuntes para una teoría del Estado, de Guillermo O’Donnell, donde
analiza el rol del Estado con la sociedad civil y su concepción de la ciudada-
nía como fundamento del Estado capitalista, es un gran aporte que permite
articular lo histórico conceptual con aspectos más politológicos en relación
con el tema de esta tesis. Define a los ciudadanos como aquellos que tienen
derecho a cumplir los actos que resultan en la construcción del poder de las
instituciones estatales. La ciudadanía es el sujeto jurídico capaz de contraer
libremente obligaciones. Presenta a la ciudadanía como la negación de la
dominación en la sociedad, ya que todo ciudadano está implicado en la for-
mación del poder estatal corporizado en derechos e instituciones, partici-
pación que se convierte en fundamento de un poder sesgado hacia la repro-
ducción de la sociedad y de la dominación de clase que la articula. Presenta,
entonces, al Estado como aspecto analítico de la sociedad, parcialmente
cristalizado en derechos e instituciones. Plantea la escisión que se da entre
este y la sociedad que lleva a la generación de mediaciones entre ambos.
Y destaca entre ellas la ciudadanía, la nación y el pueblo. Pone de mani-
fiesto que el Estado es, normalmente, organizador de consenso en cuanto
constituyente de solidaridades colectivas que suelen velar las rasgaduras
estructurales de la sociedad y los sesgos sistemáticos del Estado. De esto
suele derivar la legitimación de las instituciones estatales, que encuentran
en esas mediaciones fundamento y referente generalizadamente verosími-
les. Es aquí donde lo estatal presenta su contradicción propia. El discurso
de las instituciones estatales es, por lo tanto, igualizador y homogeneizante
en cuanto ciudadanos y miembros de la nación, a la vez que la agregación
de los impactos de sus acciones y omisiones es la negación práctica de dicho
discurso. Esta contradicción es consecuencia de que el Estado no puede ni
debe tener fundamentos ni referentes en la sociedad, y de que, por otra par-
te, su fundamento óptimo –porque enteramente abstracto– no puede, por
eso, ser su referente.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 29

torno a la construcción de la nacionalidad.26 Hacia fines


del siglo XIX, los extranjeros pasaron de ser percibidos
como referentes y agentes de progreso a ser considerados
una amenaza contra las instituciones republicanas. A partir
de los debates que se suscitaron respecto de la ciudadanía
y la extranjeridad –sobre todo centrados en el tema del
sufragio–, pasando por la observación detenida de la nor-
mativa electoral, conjuntamente con el análisis de las prác-
ticas electorales formales e informales asociadas al voto, se
intenta poner de manifiesto cómo, frente a una misma pro-
blemática –la conformación de una nación republicana–,
fue posible visualizar diferentes propuestas, producto de la
interacción de las ideas y la norma electoral.
El pensamiento de Sarmiento con respecto al víncu-
lo ciudadano-extranjero es abordado desde una perspecti-
va interpretativo-hermenéutica, no solo para comprender
el desarrollo de ambas figuras en este sentido, sino como
parte de un debate que buscaba reestructurar la norma
electoral con el fin de consolidar los valores republicanos
a través del compromiso cívico-político de la totalidad de
los habitantes del territorio nacional. La falta de compro-
miso existente entre los inmigrantes que vivían en el país y
no optaban por nacionalizarse generaba, en su opinión, un
país sin ciudadanos, condición considerada indispensable
para la constitución de un Estado. El gran drama sarmien-
tino, su gran temor, era el mundo de Facundo, un mundo

26 José Carlos Chiaramonte, en su artículo “Nación y nacionalidad en la histo-


ria argentina del siglo XIX”, en Nun, José (comp.), Debates de Mayo. Nación,
cultura y política, Buenos Aires, Gedisa, 2005, establece con respecto a la
noción de “nacionalidad” que esta no existía en la Iberoamérica de las
primeras décadas del siglo XIX. Sí había una fuerte conciencia autonómica
local, pero no un sentimiento de nacionalidad; esta cuestión surgió recién
en la región con la difusión del principio de las nacionalidades, según el
cual las naciones debían tener presencia política internacional como Esta-
dos nacionales independientes y soberanos. Para profundizar acerca de la
cuestión del concepto de “nacionalidad”, véase Hobsbawm, Eric, Nations and
Nationalism Since 1780. Programme, Myth, Reality, Cambridge, Cambridge
University Press, 1990, y Gellner, Ernest, Naciones y nacionalismo, Madrid,
Alianza, 1988.

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30 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

dominado por la barbarie donde imperaba el caos. Para él,


el Estado –como representante del pueblo soberano– debía
generar ese orden tan deseado, ese sentido de pertenencia
y esa conciencia cívica, tanto entre los ciudadanos como
entre los inmigrantes. Tenía una concepción jacobina ya
que, al igual que los jacobinos franceses, anhelaba que los
cambios sociales y políticos fuesen rápidos y profundos;
creía en la necesidad de romper las amarras con el pasado y
en la importancia de generar, a partir del Estado, una nueva
conciencia social, cultural y política.
Esta visión sarmientina del rol del Estado se amalga-
ma con lo que plantea Oscar Oszlak en cuanto a que la
formación de un Estado es un aspecto más del proceso de
construcción social de una nación y las capacidades que
debe tener aquella entidad que pretenda consolidarse como
Estado para poder lograrlo. El Estado es consecuencia de
un proceso de redefinición institucional, considerado apro-
piado para que la vida de una determinada sociedad se
desarrolle en un marco de orden y estabilidad, pero, para
alcanzar dicha categoría y consolidarse, debe tener la capa-
cidad de lograr ser reconocido como soberano por el resto
de los Estados, de institucionalizar su autoridad en todo el
territorio, de crear instituciones públicas legítimas para la
sociedad en su conjunto, y específicamente –en relación con
la cuestión que se viene tratando en párrafos anteriores–
de tener “la capacidad de internalizar una identidad colec-
tiva, inculcando un sentimiento de pertenencia y solidari-
dad entre la sociedad por medio de símbolos que permitan
ejercer la dominación que le brinda la obediencia”.27 Ahora
bien, ¿cómo pensaba Sarmiento superar los problemas de
representación y consolidar las instituciones republicanas?

27 Oszlak, Oscar, “Reflexiones sobre la formación del Estado y la consolida-


ción de la sociedad Argentina”, en Desarrollo Económico, vol. 21, n.º 84,
enero-marzo de 1982, Buenos Aires.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 31

En el marco del libro, y simplemente a modo de contra-


punto28 con Sarmiento, se explora otra construcción posi-
ble de la correlación ciudadanía-extranjeridad: la de Juan
Bautista Alberdi. Esta perspectiva de análisis no solo revela
cómo, frente a una misma problemática, es posible visuali-
zar diferentes alternativas, sino que a la vez da cuenta de la
disputa que se generó al respecto y que se prolongó hasta
principios del siglo XX, en la incansable búsqueda por dotar
de sentido a la compleja tarea que significaba la construc-
ción de la ciudadanía. La discusión planteada por dos de
los más destacados referentes de la intelectualidad latinoa-
mericana, y que repercutió no solo en la agenda política
nacional, sino también en el resto del continente, dejó su
sello tanto en la política inmigratoria como en la legislación
electoral de gran parte del suelo americano.
El análisis de la legislación nacional a partir de los
textos constitucionales de la época, respecto de la inclusión
de los inmigrantes en la arena política, le otorga al pensa-
miento de Sarmiento y de Alberdi un marco histórico que
permite comprender en qué contexto se basaban las opiniones
y propuestas de ambos y cómo estas –conjuntamente con la
práctica electoral– influían en materia política electoral. El
recorte temporal que se toma para analizar la legislación
se amplía a 1810, lo que supone un desfase con respecto al
período de estudio central de este libro. Esto es intencional,
ya que se considera indispensable comprender cómo se fue
dando la práctica electoral, cuáles fueron sus orígenes y
costumbres para poder ver cómo fue evolucionando la figu-
ra del extranjero-ciudadano no únicamente como votante,

28 Esta tesis tiene claramente un punto de vista sarmientino y no alberdiano; por lo


tanto, no pretende analizar las ideas y el pensamiento de Juan Bautista Alberdi,
sinoquelointroducecomolacontracaradeSarmientopararesaltarlasdiferencias
entre ambos pensadores respecto del tema central. El apartado que trata sobre
Alberdi es tan solo un momento sin otro objetivo que el de presentar argumentos
diferentes del punto de vista sarmientino con respecto a temas como la nacio-
nalización de los inmigrantes, su rol como ciudadanos y la manera de construir
unanación.

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32 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

sino también como un actor partícipe del sistema electoral


nacional.
Si bien existen estudios que centran el análisis del víncu-
lo ciudadano-extranjero desde problemáticas más ligadas al
ámbito social, económico o cultural, el enfoque que se rea-
liza en este trabajo se circunscribe a la legislación electoral
como una herramienta de análisis de la construcción de la
relación ciudadanía-extranjeridad. El análisis de la legisla-
ción nacional respecto de la inclusión de los inmigrantes en
la arena política pone de manifiesto que el proceso de cons-
trucción de la ciudadanía política en la Argentina, lejos de
tener un origen de carácter restrictivo o censatario, se gestó
a partir de una concepción de inclusión que llevó a ampliar
la noción de “ciudadanía”.29 A pesar de ser la normativa
electoral poco excluyente, en la práctica electoral no se daba
una participación sin restricciones, ya que la práctica misma
de cada región fue generando sus propias herramientas que
llevaron al control informal del electorado,30 lo que acotó el
significado que adquiría el concepto de “ciudadanía”.
En este contexto, el libro toma dicha problemática para
comprender, por medio del análisis de vocablos políticos
como “representación”, “participación” y “procesos electo-
rales”, entre otros, cómo se construye la relación ciudadano-
extranjero en la Argentina, principalmente a partir del pen-
samiento de Sarmiento. Se toma así en este trabajo una
perspectiva de análisis que se alinea con la planteada por
Susana Villavicencio en su libro Sarmiento y la nación cívi-
ca, y se incorpora, como bien lo plantea ella, la dimensión
significativa como parte de la acción política, donde “con-
ceptos como representación, participación y ciudadanía no
tienen un sentido unívoco sino que en sí mismos crista-
lizan las pugnas entre ideas, representaciones y creencias,

29 Ternavasio, Marcela, La Revolución del voto…, ob. cit., p. 20.


30 Para entender cómo la práctica hace a la construcción de las normas electo-
rales, se puede leer Romanelli, Raffaele, “Le regole del gioco. Note
sull`impianto del sistema elettorale in Italia (1848-1895)”, en Notabili, Elet-
tori, Elezioni. Quaderni Storici, Nuova Serie, 69, diciembre de 1988.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 33

así como la naturalización de tradiciones políticas que los


reconocen”.31 Siguiendo con la perspectiva de Villavicencio,
la lectura que aquí se realiza de Sarmiento no apunta a
contribuir a la historia de la formación de la ciudadanía,
sino “interrogar la tensión existente al momento de natura-
lizar en Hispanoamérica el ideal republicano del ciudadano,
basado en la concepción universalista y abstracta del sujeto
político”.32 El propósito, entonces, es articular los conceptos
políticos con las normas y los procesos electorales, toman-
do en particular el pensamiento de Sarmiento y en menor
grado el de Alberdi.
El libro no se presenta como una historia intelectual
de la inclusión del inmigrante ni una historia electoral, sino
más bien como una aproximación a la problemática cons-
trucción de la relación ciudadanía-extranjeridad, tomando
como punto principal de observación la figura de Sarmien-
to, pero también teniendo en cuenta las acciones desplega-
das por los grupos involucrados en la construcción de dicha
relación y los efectos que generaron tales acciones sobre
el rol del inmigrante en cuestiones de representatividad y
participación política durante el siglo XIX.
El aporte de este trabajo de investigación es ampliar
las perspectivas en torno al rol del inmigrante en el siglo
XIX –como agente de cambio, desarrollo y progreso– hacia
cuestiones de representatividad y participación electoral,
tomando como ejes los debates, la normativa y la práctica
electoral. En otras palabras: ubicar, en un plano político
electoral, un debate que, en los nombres de Sarmiento y
Alberdi, ha sido muy visitado.

El libro se organiza a partir del análisis de cuatro partes. En la


introducción, como vimos, se justifica el tema y se desarrolla
un estado de la cuestión de los trabajos sobre el período, sobre

31 Villavicencio, Susana, Sarmiento y la nación…, ob. cit., p 15.


32 Villavicencio, Susana, Sarmiento y la nación…, ob. cit., p. 17.

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34 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

la evolución del concepto de “ciudadano” y de “extranjero” para


precisar la especificidad del enfoque. Se busca dar cuenta de la
relevancia de un análisis de la construcción de la relación ciuda-
danía-extranjeridad en las ideas de Sarmiento como referente
de la Generación del 37, y cómo este se fue articulando en la
legislación electoral como consecuencia de la puja de intereses
y prioridades entre las distintas elites dirigentes. La norma y
la práctica electorales fueron articulando el rol del inmigrante
en cuanto ciudadano argentino. Se presenta aquí el modo en
que dicha problemática fue abordada metodológicamente, así
como también una estructura interna del libro y las hipótesis
planteadas. La perspectiva metodológica se centra en el análisis
del corpus, integrado principalmente por sus obras, en las que
Sarmiento planteó explícitamente la cuestión de la nación y
reflexionó sobre los problemas que enfrentaba en las ideas y en
las prácticas la formación del nuevo orden político y de la ciuda-
danía. Esto abarca tanto publicaciones, artículos y documentos
anteriores a 1885 como, específicamente, la edición del periódi-
co El Censor entre 1885 y 1886 –a partir de este caso particular,
el objetivo es intentar comprender cuáles eran las cuestiones
que en su lucha final, y ya con un escenario político-electoral
más consolidado, daban fundamento al pensamiento de Sar-
miento, quien manifestaba esta imperiosa necesidad de que los
extranjeros se nacionalizasen como una manera de salvaguar-
dar las instituciones republicanas–. En este sentido, el trabajo se
ubica entre el análisis electoral y la historia de las ideas, ya que,
a través del análisis del pensamiento político de los referentes
de la época, principalmente Sarmiento, y a partir del análisis de
la legislación electoral en sí misma, se intenta establecer cómo
se fue dando esta interacción recíproca que fue moldeando la
relación entre ciudadanía y extranjeridad a lo largo del período
estudiado. Se trabaja con los aportes renovados de la historia
política y de la ciencia política preocupada por la construcción
de ciudadanía.33

33 Me refiero al aporte en esta cuestión realizado por los trabajos de los politólogos
argentinos Guillermo O’Donnell (Modernización y autoritarismo, Buenos Aires,

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 35

La primera parte, dada la amplitud conceptual de los


términos utilizados a lo largo del trabajo, busca detenerse en
la definición de algunos conceptos, como ser el de “ciudada-
nía”, “extranjero”, “sistema electoral”, “elecciones” y “repre-
sentación”, entre otros, para entender la emergencia de la
nueva configuración de dichas concepciones como conse-
cuencia de la evolución política y social de la sociedad. El
primer capítulo está destinado a plantear los ejes del debate
y el desarrollo del concepto de “ciudadano” durante el siglo
XIX. Al análisis del desarrollo de la figura del extranjero en
el mundo y en la Argentina, se dedica el segundo capítulo,
ya que es necesario comprender las distintas corrientes de
pensamiento que regían en la época para entender de dónde
partían los diversos argumentos en torno a su condición. A
su vez –y esto se plantea en el tercer capítulo–, es impor-
tante para el análisis hacer referencia a las constituciones y
a la legislación electoral de la Argentina para poder estable-
cer las diferencias existentes entre ellas, como consecuencia
de los avances en materia política, social y cultural del país,
pero principalmente en lo que se refiere a los derechos y
las obligaciones de los inmigrantes con relación al quehacer
político. El análisis de la legislación nacional respecto de la
inclusión de los inmigrantes en la arena política es indis-
pensable para otorgarles a las ideas de Sarmiento un marco
histórico que permita comprender en qué contexto se basa-
ban las opiniones y propuestas del sanjuanino en materia
de política inmigratoria y electoral. El objetivo de esta pri-
mera parte es comprender el marco en el que se engendró
el debate sobre la construcción ciudadano-extranjero en la
Argentina y el contexto político-electoral en el que se fue
forjando la obra sarmientina.
La segunda parte penetra de manera directa en la
cuestión medular del libro: la construcción de la relación
ciudadanía-extranjeridad durante el siglo XIX y su estrecha

Paidós, 1972) y Oscar Oszlak (La formación del Estado Argentino. Orden, progreso y
organización nacional,BuenosAires,Ariel,2004).

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36 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

interacción con la legislación electoral como herramienta


clave en el análisis de dicha construcción a partir de las
ideas del expresidente. El cuarto capítulo se detiene en un
análisis minucioso de la trayectoria de las ideas de Sarmien-
to en relación con la importancia de la nacionalización de
los extranjeros entre 1830 y 1885, con la consideración de
sus diferentes argumentos, y con sus debates desde los dis-
tintos planos como parte tanto del sector público como del
sector privado. En el capítulo quinto, se explora otra con-
cepción posible de esta construcción ciudadano-extranjero,
la de Juan Bautista Alberdi. La contraposición de las voces
de Sarmiento con las de su contemporáneo permite poner
de manifiesto cómo, frente a una misma problemática, era
posible visualizar diferentes soluciones. Este debate, reflejo
de la lucha de poder de las elites políticas, se desarrolla en
el capítulo seis. El conflicto analizado a lo largo de estos
capítulos no implicaba únicamente otorgarle un lugar al
extranjero en la vida política del país, sino que significaba la
inserción y, a partir de ella, el involucramiento de millones
de personas en el desarrollo y el destino de la nación, que se
lograrían a través del cumplimiento de uno de los deberes
cívicos básicos como es el derecho al voto.
La tercera parte está destinada a analizar y comprender
cómo Sarmiento estructuró entre 1885 y 1886 su lucha en
pos de la nacionalización de los inmigrantes desde El Cen-
sor, publicación que dirigió durante ese año y a partir de
cuyas páginas libró su batalla final, con el objetivo de defen-
der y lograr consolidar las ideas republicanas. El séptimo
capítulo examina, en primer lugar, el rol que tenía en el
siglo XIX el periodismo como transmisor de ideas políticas,
cuestión clave para comprender por qué Sarmiento libraba
una batalla de estas características desde las páginas de un
periódico, El Censor. Por tal motivo, en dicho capítulo se
realiza un breve racconto acerca de la función que cumplía
el periodismo en general, con el objeto de comprender cuál
era la dinámica entre los políticos e intelectuales y la opi-
nión pública y, dentro de ella, cuál era el rol del periodismo.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 37

Dado que la actuación pública de Sarmiento –como polí-


tico, educador o periodista– fue tan extensa, resulta difícil
sostener la propuesta de analizar todos sus dichos con res-
pecto al tema de los inmigrantes. Por este motivo, el recorte
del escenario estudiado en este último capítulo abarca su
análisis entre 1885 y 1886 a través de sus declaraciones en
las páginas del periódico El Censor –publicación que, como
ya se ha señalado, dirigió entre el 5 de diciembre de 1885
y septiembre de 1886, cuando cesó de aparecer–. En dicho
periódico, Sarmiento dejó establecida una vez más su posi-
ción con relación al tema y debatió con otros intelectuales
sobre la necesidad e importancia que tenía para el futuro
del país el hecho de que los inmigrantes asumiesen un com-
promiso cívico sólido con la nación que los albergaba. Esta
tercera parte intenta, mediante el análisis de los artículos
publicados en El Censor, poner de manifiesto cuáles eran los
problemas del momento y cuáles los inconvenientes futu-
ros que Sarmiento veía en el sistema electoral vigente como
consecuencia de la abstención cívica de los inmigrantes y
cuáles las soluciones que proponía. Para él, la falta de com-
promiso de los inmigrantes con la política local era un tema
de gran preocupación, y consideraba que, de no solucionar-
se, traería serios inconvenientes en cuanto a la participación
y la representación de los ciudadanos.
Por último, en la cuarta parte, se realiza un balance de
lo expuesto con el propósito de reconstruir el modo en que
tuvo lugar en la Argentina del siglo XIX la integración del
inmigrante y su relación con la normativa electoral. Para
ello, se vuelve sobre los argumentos centrales desplegados
principalmente por Sarmiento y en menor grado por Alber-
di, resaltando las problemáticas políticas y electorales de las
que dieron cuenta sus interpretaciones. En este punto se
intenta, a la vez, ligar la producción intelectual de Sarmien-
to con el modelo de ciudadanía plasmado en la legislación
electoral vigente en los últimos años de su vida, con el objeto
de analizar hasta qué punto los vaivenes de su visión sobre
dicha temática influyeron y qué grado de impacto tuvieron

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38 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

sus opiniones sobre la ingeniería y el diseño de la legisla-


ción electoral nacional. Es así que el libro busca iluminar un
período y una problemática que permitan analizar el proce-
so de construcción de la relación ciudadanía-extranjeridad
a lo largo de casi un siglo de la historia político-electoral
nacional.
El análisis de la trayectoria del pensamiento de Sar-
miento respecto de la inclusión de los extranjeros en el caso
argentino es de gran importancia, ya que, durante su vida
pública, se produjeron diversos cambios en su manera de
pensar y de abordar el tema de la inmigración, cambios que
fueron ejerciendo una fuerte influencia sobre los miembros
de la elite política encargados de delinear la legislación
que llevaría a alcanzar la representatividad tan anhelada. El
propósito, entonces, consiste –en primer lugar– en analizar
y comprender cómo se dio la ampliación de la ciudada-
nía y la inclusión de los sectores hasta entonces relegados
y carentes de representación política en Argentina, y –en
segundo término– en determinar qué grado de repercusión
e influencia tuvo el pensamiento sarmientino en el entra-
mado que dio forma a la normativa electoral, puntualmente
en lo referente a la relación ciudadanía-extranjeridad.
Si bien este libro centra su mirada en el caso argentino,
y principalmente en la postura de Sarmiento frente a la
necesidad de nacionalización de los inmigrantes hacia fines
del siglo XIX, no por ello deja de abocarse a un análisis más
amplio sobre la representación, la participación y los pro-
cesos electorales como conjunto de acciones que llevaron
a la construcción del ciudadano político. Construcción que
fue temporal y espacialmente diversa, pero que sin duda se
produjo como consecuencia de la interacción de un sinfín
de actores que hicieron posible –no siempre de manera
pacífica– la conjunción de ideas. En este sentido, y a pesar
de tratarse de un estudio de caso analizado desde una pers-
pectiva interpretativa, se aspira a que este trabajo colabore
en ampliar el panorama del rol del inmigrante en cuestiones
de representatividad y participación electoral hacia fines

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 39

del siglo XIX, cuando la Argentina se conformaba como una


nación con una población heterogénea en cuanto a sus orí-
genes, culturas, creencias, etc.34 Cabe preguntarse, entonces,
para el caso argentino, si la imperante necesidad de poblar
el territorio con extranjeros como única manera de alcanzar
el progreso tan deseado fue una política acertada o fue un
equívoco que plagó de vicios el proceso electoral. Este inte-
rrogante sobrevuela todo el libro; cada lector podrá darle
su propia respuesta, pues son diversos y muy variados los
argumentos que se entrecruzan al respecto a lo largo de este
y muchos otros trabajos que analizan la misma cuestión.

34 En un primer momento, pensé en utilizar el término “crisol de razas”, pero


enseguida me percaté del debate que existe en este sentido. Debate que
muy bien presenta Fernando Devoto en su libro Historia de la inmigración
en la Argentina, donde se pregunta si la Argentina fue un crisol de razas o
un pluralismo cultural. Allí el concepto “crisol de razas” es definido por el
autor como una sociedad bien integrada, en la cual los inmigrantes se han
asimilado sin dificultad. Por otro lado, define el concepto de “pluralismo
cultural” como la coexistencia, autónoma o conflictiva, de distintas culturas.
El debate podría comenzar con el sociólogo de origen italiano Gino Ger-
mani, quien se inclinó por una lectura de la sociedad argentina del modelo
del crisol de razas, entendiendo el “crisol” como una fusión entre distintos
elementos, lo que dio lugar a una cultura nueva construida con el aporte
tanto de los nativos como de los inmigrantes. Surgieron historiadores que
discutieron la lectura de Germani de la inmigración a partir del análisis de
un modelo de asimilación diferente del planteado por él, más esquemático,
sistematizado y jerarquizado. Entre ellos el mismo Devoto, Hilda Sábato y
José Luis Romero, quienes argumentan que la noción clásica de “crisol de
razas” no se sostiene para el caso argentino, pues es improbable que una
sociedad tan heterogénea fuese una sociedad integrada. La realidad de la
integración nacional-extranjero no era igual en todo el territorio nacional,
y, por lo tanto, hacer una lectura de alcance nacional –ya sea desde el
modelo del crisol de razas o desde el pluralismo cultural– es imposible, pues la
división regional jugó en nuestro país un rol muy importante. Para aquellos
que deseen profundizar en las argumentaciones y posturas dentro de este
debate, sugiero recurrir a los siguientes trabajos: Devoto, Fernando, “Del
crisol al pluralismo. Treinta años de estudios sobre las migraciones euro-
peas a la Argentina”, en Serie Documentos de Trabajo, n.º 118, Buenos Aires,
Instituto Di Tella, 1992; Devoto, Fernando, Historia de la inmigración…, ob.
cit.; Sábato, Hilda, La política en las calles. Entre el voto y la movilización.
Buenos Aires 1862-1880, Buenos Aires, Sudamericana, 1998; Germani, Gino,
Estructura Social de la Argentina, Buenos Aires, Raigal, 1955.

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Primera parte.
Lineamientos conceptuales
e históricos

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1

La ciudadanía: su evolución
como concepto teórico

Conceptos como “ciudadanía”, “nación”,35 “Estado” y “sobe-


ranía” son complejos y pueden tener diversas interpretacio-
nes y lecturas. Con el fin de evitar confusiones, es impor-
tante analizar el significado que dicha terminología tenía
en los siglos XVIII y principios del XIX y no utilizar las defi-
niciones modernas. Como bien señala Luis Alberto Rome-
ro, es indispensable definir previamente al sujeto histórico;
definición que deber ser ajustada una y otra vez como con-
secuencia de los cambios que se producen en su identidad,
para así eludir que la conceptualización del sujeto en cues-
tión “se transforme en un ente abstracto cuya permanencia
sólo está dada por un nombre”.36
La palabra “ciudadano” tuvo, ya desde el siglo XVIII, un
significado complejo. En la primera edición del Diccionario
de la Real Academia Española de 1723, se define al ciudadano

35 La noción del término “nación” se fue modificando con el correr de los


siglos. En la Antigüedad clásica, designaba grupos humanos distintos del
propio. Este término se continuó usando hasta el siglo XVIII para referirse a
grupos humanos distinguibles como algo diverso, pero sin que ello signifi-
cara la existencia en forma de Estado independiente. Se refería a grupos que
tenían homogeneidad étnica. Al promediar el siglo XVIII, el término “nación”
se despojó de toda referencia étnica y adquirió un significado político,
como consecuencia de la Revolución francesa. Se convirtió así en sinónimo
de “Estado”, definido como un conjunto de gente que vive bajo un mismo
gobierno y bajo unas mismas leyes. Para profundizar en esta cuestión, ver
Chiaramonte, José Carlos, “Nación y nacionalidad…”, ob. cit., pp. 44-46.
36 Romero, Luis Alberto, La vida histórica, Buenos Aires, Siglo XXI Editores,
2008, p. 17.

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44 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

como “el vecino de una Ciudad, que goza de sus privilegios,


y está obligado a sus cargas, no relevándole de ellas, alguna
particular exención”.37 Esta definición señala que en aquella
época la condición de ciudadano no implicaba necesaria-
mente participación en un universo político igualitario, sino
que, por el contrario, este mismo universo era un ámbito de
privilegio. Dejaba de lado a los extranjeros, a los vasallos del
rey, a aquellos que dependían de un señor laico o eclesiás-
tico o, en el caso de América, de un hacendado, así como a
quienes residían fuera de las ciudades o en localidades sin
estatuto político reconocido. Tampoco eran considerados
ciudadanos quienes, a pesar de residir en la ciudad o en los
pueblos, eran agregados y forasteros.38
Luego de la independencia de la Corona Española, en
el Río de la Plata el término “ciudadano” –según José Carlos
Chiaramonte– no se utilizaba con frecuencia, para evitar la
confusión que se podía generar debido a la modalidad igua-
litaria que este había adquirido después de la Revolución
francesa. La palabra usada para expresar esa calidad privi-
legiada y corporativa del hombre de ciudad era “vecino”.
Por su parte, François-Xavier Guerra destaca la dife-
rencia entre el concepto de “vecino” y el de “ciudadano”.
Diferencia que surge de manera gradual de los textos cons-
titucionales revolucionarios, y sobre todo el que define la
Constitución de Cádiz, que se apoya en una nueva concep-
ción de la sociedad y la política cuyos principales modelos
son la Revolución francesa y –en menor grado– la de los
Estados Unidos.39 En dicha Constitución se define al ciu-
dadano moderno adaptándose al nuevo concepto de nación

37 Diccionario de la Real Academia Española, tomo 2, Madrid, Imprenta de la Real


Academia Española, 1729.
38 Chiaramonte, José Carlos, “Ciudad, soberanía y representación en la génesis
del Estado Argentino (1810-1852)”, en Sábato, Hilda (coord.), Ciudadanía
política y formación de las naciones, México, Fondo de Cultura Económica,
1999, pp. 41-42.
39 Guerra, François-Xavier, “El soberano y su reino. Reflexiones sobre la géne-
sis del ciudadano en América Latina”, en Sábato, Hilda (coord.), Ciudada-
nía…, ob. cit., p. 43.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 45

compuesta por individuos. En su artículo 1, el texto cons-


titucional de Cádiz determina: “La Nación española es la
reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”.40
En consecuencia, se establece en el artículo 27 que solo
los individuos nombran a los diputados que representan la
nación. Esto implica que ni los cuerpos ni los estamentos
(las provincias y pueblos) son representables; por lo tanto,
el diputado es representante de la nación. Se plantea la
caracterización de dicho individuo a través de una triple
distinción: el nacional por oposición al extranjero; el sujeto
de los derechos civiles; y el titular de los derechos políticos
(el ciudadano).
Guerra describe estos niveles en forma de círculos con-
céntricos. La ciudadanía conforma el círculo más restrin-
gido. El más amplio comprende a la población en general,
donde entran tanto los hombres libres como los esclavos;
el segundo abarca a los poseedores de derechos civiles, por
ende, los hombres libres –nacionales o extranjeros–, por
lo que estaban excluidos en este caso los esclavos. El ter-
cer círculo incluye a los nacionales, los hombres libres, las
mujeres y los niños, nacidos y avecinados en los dominios
de España, los hijos de estos y los extranjeros con carta de
naturaleza o que sin ella tuvieran diez años de vecindad
–quedaban fuera en este caso los extranjeros de paso–. El
cuarto y último círculo, y, como se ha dicho, el más restrin-
gido, es el de los ciudadanos –poseedores de los derechos
políticos– capaces de elegir y ser elegidos. Quedaban exclui-
dos de este círculo los menores de 21 años, las mujeres, los
extranjeros no naturalizados y las castas. Guerra menciona
aun un quinto círculo: el de los ciudadanos que gozaban del
ejercicio actual de sus derechos, con exclusión de quienes
los tenían suspendidos por diversas razones, entre las que
se destacan el no poseer “empleo, oficio o modo de vivir
conocido” y “el estado de sirviente doméstico”.

40 Alayza y Paz Soldán, Luis, La Constitución de Cádiz 1812. El egregio limeño


Morales y Duárez, Lima, PE Lumen, 1964.

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46 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

A pesar de las exclusiones mencionadas, la universali-


dad de la ciudadanía aquí planteada es significativa, ya que
la condición de ciudadano se constituye en forma indepen-
diente del estatuto personal (con excepción de los esclavos
y las castas), del cultural (voto censatario) y del lugar de
residencia. Las únicas excepciones a la universalización de
la ciudadanía –establecidas en la Constitución de Cádiz– se
vinculan con el moderno concepto de diferenciación entre
los derechos civiles y los derechos políticos y con la inde-
pendencia de la voluntad.41 La primera excluye a aquellos
que tenían una incapacidad física y moral (esclavos, meno-
res y mujeres), y la segunda refuerza la exclusión de las
mujeres y los esclavos considerados dependientes de sus
maridos y de sus patrones y amos, respectivamente.
El concepto inicial de “ciudadanía” (el más puro y dog-
mático) gira en torno a dos ejes. El primero es el eje de per-
tenencia a una comunidad política organizada, una frontera
identitaria que define un espacio común. El segundo es el
sistema de privilegios y responsabilidades entre sus miem-
bros. Esta concepción de “ciudadanía” es la que se daba en
la antigua Grecia y en el Imperio romano. La Revolución
francesa produjo un cambio en el concepto al definirlo a
partir del nuevo contexto, caracterizado por un sistema de
derechos y deberes positivos adscriptos al sujeto individual,
cuyo estatus reivindica frente al Estado, quien limita su
accionar a través de mecanismos de división y control del
poder.42
Se piensa ahora la ciudadanía a partir de la idea del
contrato plasmada en el pensamiento de Jean-Jacques Rous-
seau.43 Esta corriente veía a la ciudadanía como una forma
de codificación de las relaciones entre los individuos y el
Estado, donde el individuo se transforma a su vez en sujeto

41 Guerra, François-Xavier, “El soberano y su reino…”, ob. cit., pp. 45-46.


42 Wolfzun, Nora, “El extranjero real, un híbrido entre tigre y plata”, en Villa-
vicencio, Susana (ed.), Los contornos de la ciudadanía. Nacionales y extranjeros
en la Argentina del centenario, Buenos Aires, Eudeba, 2003, p. 157.
43 Rousseau, Jean-Jacques, El contrato social, Buenos Aires, Longseller, 2010.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 47

y objeto del derecho local. Por lo tanto, siguiendo este razo-


namiento, el individuo es ciudadano en cuanto es miembro
del cuerpo político del Estado –y es ciudadano objeto del
derecho en la medida en que acepte someterse al conjun-
to de reglas establecidas por el cuerpo de ciudadanos–.
Esta idea de una comunidad autodeterminada políticamen-
te, según sostiene Habermas, ha tomado forma legal en las
constituciones de la mayoría de los países.44
A su vez, Jean Leca sostiene que la ciudadanía fue siem-
pre un concepto de cláusula social, y que esta última deter-
minó los límites de la participación en ciertas interacciones
sociales. Dichas cláusulas son producto de la combinación
entre la ubicación en la estructura social y la división del
trabajo, por un lado, y de clivajes culturales (sexuales, reli-
giosos, étnicos, lingüísticos), por el otro, los cuales crean
sentimientos de pertenencia más o menos fuertes, capaces
de unir a los individuos en un “entre sí” y que a su vez los
diferencia de “los otros”.45 Quienes siguen esta corriente de
pensamiento consideran que desde siempre la ciudadanía
ha establecido una frontera que separa a aquellos que per-
tenecen de aquellos que no, pero, no obstante, asumen que
los criterios de exclusión y las formas de desigualdad han
cambiado tanto temporal como espacialmente.
La ciudadanía es entendida también como una forma
de identidad política que se crea por medio de la identifica-
ción con la res política. En este caso no se la entiende como
un simple estatus legal definido por un conjunto de dere-
chos y responsabilidades, sino que es a la vez una identidad,
una expresión de pertenencia a una comunidad política.
T. H. Marshall concibe la ciudadanía como una identidad
compartida que integra a los grupos excluidos de la socie-
dad británica y provee una fuente de unidad nacional.46 La

44 Habermas, Jürgen, “Citizenship and National Identity”, en Van Steenbergen,


Bart (ed.), The Condition of Citizenship, Londres, Sage, 1994.
45 Leca, Jean, “Nationalite el citoyennete dans l` Europe des inmigrations”, en
Documentos de Trabajo de la Fondation Giovannni Angelli, marzo de 1990.
46 Marshall, Thomas H., Class, Citizenship…, ob. cit.

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48 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

concepción de Marshall determina que la ciudadanía civil


llevó a la construcción de la ciudadanía política, a través
de los derechos de asociación y de libertad de conciencia
de los sectores trabajadores. Este modelo no se adapta al
caso argentino, donde el Estado precede y en cierto modo
construye a la sociedad civil; de ahí que la arena política
sea el principal escenario de la lucha por la inclusión.47 Esto
determina que la ciudadanía sea producto de la acción y no
de un estatus normativo, pues esta se forja a partir de las
acciones y deliberaciones de los diferentes actores sociales
que se encuentran en un proceso continuo de cambio, pro-
ceso que hace que el concepto de “ciudadanía” se vea forza-
do a resignificarse de manera constante, adaptándose a las
realidades sociales y políticas de cada sociedad.
En esta última concepción de la ciudadanía, la idea de
inclusión y exclusión del sujeto político, propia del concep-
to de “ciudadanía”, es delineada por la historia,48 y el hecho
de estar dentro o fuera es consecuencia de las acciones de
lucha que generan transformaciones y que resignifican ese
sentido de pertenencia a un grupo identitario, sentido que
no es preexistente en la sociedad.49
Por otra parte, Ralf Dahrendorf cuestiona esta idea de
Marshall al plantear que, en su opinión, es mejor pensar
los derechos ciudadanos como un patrón de círculos con-
céntricos, ya que, si se considera que existe un conjunto
de derechos humanos básicos –como la integridad de las
personas, la libertad de expresión, etc.–, la ley se trans-
forma en un cascarón vacío, haciendo que ciertos dere-
chos muchas veces tengan poco o ningún significado para

47 Villavicencio, Susana, “Ciudadanos para una Nación”, en Villavicencio,


Susana (ed.), Los contornos…, ob. cit., p. 17.
48 Balibar, Etienne, Les frontières de la démocratie, París, La Découverte, 1992.
49 Es sobre esta última tradición de la concepción de la ciudadanía sobre la que
se enmarca la tesis aquí presentada, ya que se intenta comprender cómo
se dio la construcción en la Argentina decimonónica a partir del estudio
de las luchas y la interacción de los diferentes actores sociales en pos de
la construcción de una nación. Una nación con una fuerte impronta de
modernidad y republicanismo.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 49

aquellos individuos que por diversas razones –ajenas a su


voluntad– carezcan de posibilidad de hacer uso de ellos.50
Dahrendorf se refiere a este grupo como una subclase, la
cual está por debajo de toda posibilidad básica de acceso, y
lo plantea como un problema no de clase, sino de derecho,
y, por ende, de ciudadanía. Para él, la fuerza del concepto de
“ciudadanía” radica en la heterogeneidad; la ciudadanía no
está completa hasta que es la ciudadanía universal: la exclu-
sión es el principal obstáculo para alcanzar dicho fin.
El término “ciudadanía”, como bien lo plantea Charles
Tilly en su trabajo “Citizenship, Identity and Social His-
tory”, se presta a confusión, ya que puede hacer referencia
a una categoría, un lazo, un rol o una identidad construida
sobre alguna de los anteriores, o inclusive sobre más de una
de ellos.51 Como categoría, el término “ciudadanía” designa
un conjunto de actores –ciudadanos– distinguidos por el
hecho de compartir una determinada posición de privilegio
en un Estado específico. Como lazo, la ciudadanía identifica
una relación mutua impuesta entre un actor y agentes esta-
tales. Como rol, la ciudadanía incluye todas las relaciones
de un actor con respecto a otros que dependen de la rela-
ción del actor con un Estado particular. Y finalmente, como
identidad, la ciudadanía es entendida como la experiencia y
representación pública de una categoría, un lazo o un rol.
Como vemos, no hay una única definición de este con-
cepto, pero, según Tilly –por cuestiones de claridad tanto

50 Daherndorf, Ralf, “The Changing Quality of Citizenship”, en Van Steenber-


gen, Bart (ed.), The Conditions…, ob. cit., pp. 13-14.
51 Términos que Charles Tilly define del siguiente modo. “Categoría”: un gru-
po de actores diferenciados por un único criterio, simple o complejo.
“Lazo”: una continua serie de transacciones ante las cuales los participantes
comparten ciertas memorias, criterios, derechos y obligaciones. “Rol”: un
manojo de lazos atados a un único actor. “Identidad”: la experiencia de
un actor de una categoría, lazo, rol, grupo u organización, acoplada a la
representación pública de dicha experiencia; dicha representación pública
generalmente toma la forma de una historia compartida, de una misma
narrativa.

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50 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

teóricas como históricas–, es necesario limitar dicha defini-


ción a determinado tipo de lazo:

[…] una continua serie de transacciones entre personas y


agentes de un determinado Estado dentro del cual cada uno
tiene derechos y obligaciones que debe cumplir en virtud
de: (1) la propia pertenencia a una determinada categoría, la
nacionalidad –incluidos los naturalizados– y (2) la relación
del agente con el Estado a pesar de cualquier otra autoridad
de la que goce el agente.52

En consecuencia, la ciudadanía forma una especie de


contrato.
Tilly sugiere que reconozcamos la ciudadanía como un
tipo específico de lazo porque tal conceptualización cen-
tra la atención en las prácticas del Estado y la interacción
Estado-ciudadano. Los Estados generalmente utilizan lazos
preexistentes que actúan como base en la conformación
de los lazos de ciudadanía o como elementos de exclusión
para otorgarla. La etnia y la nacionalidad son dos ejemplos
de ello, ya que ambos conceptos son categorías sociales
definidas por creencias relacionadas con un mismo origen,
cultura y relaciones sociales.

En Hispanoamérica en general y en la Argentina en particu-


lar, se consideraba que a la nación53 había que fundarla “de

52 Tilly, Charles, “Citizenship, Identity and Social History”, en International


Review of Social History Supplements, vol. 40, Cambridge, Cambridge Univer-
sity, 1995, p. 8.
53 Es indispensable aclarar que la palabra “nación” no tenía en aquella época el
significado ligado al concepto de “nacionalidad” que tiene hoy día. La expli-
cación que José Carlos Chiaramonte da sobre el significado de dicho tér-
mino en su trabajo “Estado y Nación en América y Europa del siglo XIX” (en
Gallo, Ezequiel e Inés Viñuelas [coords.], Las dos veredas de la Historia, Buenos
Aires, Edhasa, 2010) es de gran relevancia para comprender de qué se está
hablando en el período analizado en este trabajo. Chiaramonte señala que
en 1810-1820 el concepto de “nacionalidad” no existía. La palabra “nacio-
nalidad” indicaba sencillamente –según la primera edición del Diccionario de

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 51

cero”, ya que no se percibían elementos naturales –como la


raza, las tradiciones, la lengua o la religión– para ser utiliza-
dos como pilares fundacionales. La nación era un proyecto
por realizar.54 Proyecto que no solo fue una de las principa-
les preocupaciones de la elite política e intelectual del siglo
XIX, sino que dio sentido mismo a la era revolucionaria, a
través de la cual se buscaba la construcción de un nuevo
orden, capaz de unificar los elementos dispersos y anár-
quicos, herencia de la dominación colonial. Natalio Botana
se refiere a las revoluciones de Sudamérica como de pura
creación, y argumenta que “sin una historia que recuperar,

la Real Academia Española– el origen nacional de un individuo, en el sentido


estricto del lugar donde había nacido. No existía ese concepto propio del
principio de la nacionalidad, que sería difundido luego por la Generación
del 37, según el cual existían grupos humanos unidos por compartir las
mismas características raciales o culturales. En aquel entonces una nación
era un hecho contractual, racional que de ningún modo se ligaba con el sen-
timiento de identidad, ni con lo étnico. Nación era, entonces, un conjunto
de gente que vivía bajo las mismas leyes y un mismo gobierno.
54 Darío Roldan, en su trabajo “Reflexiones sobre el concepto de nación en
Europa en la primera mitad del siglo XIX”, publicado también en Las dos
veredas de la Historia, estudia la idea de nación en la Argentina. En sus análi-
sis plantea tres elaboraciones sobre la nación. La primera como producto de
la Generación del 37, donde destaca que la búsqueda por encontrar los ele-
mentos que constituyeran la nación los condujo a un conjunto de tradicio-
nes que no eran compatibles con el progreso y desarrollo deseados por ellos.
Por lo tanto, principalmente Alberdi y Sarmiento se sintieron obligados a
promover un cambio demográfico en donde su protagonista tomase distan-
cia de aquellas retrasadas tradiciones para poder así inventar “una tradición
en la que el progreso anidara como promesa del desenvolvimiento de los
elementos que la constituía, lo que los encaminó a revisar algunas de esas
convicciones”. Para Roldan, la nación –en esta etapa– no era pensada desde
su identidad, tampoco se realizaba desde un pacto, ya que es sabido que la
migración se dio “explícita y voluntariamente con una concepción cerrada
de la ciudadanía”. La segunda formulación fue realizada a fines del siglo XIX
y principios del XX, en el marco de la evaluación de los efectos del men-
cionado cambio demográfico, y donde se priorizó la dimensión identitaria.
La tercera elaboración tuvo lugar durante el siglo XX, y en ella se privilegió
la tradición nacional y popular. Esta versión de cierta forma corregía las
anteriores. En primer lugar, reivindicaba la indisolubilidad entre el pueblo
y la nación, y, en segundo término, proponía reintegrar las tradiciones que
la Generación del 37 había dejado de lado, pero que, no obstante, habían
sobrevivido al proceso migratorio. Esta concepción privilegió una vez más
la dimensión identitaria, ahora expresada en la búsqueda del “ser nacional”.

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52 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

instalada en la brusca negación de la cultura que dio origen,


esa revolución no tenía otro horizonte que construir una
república desde la raíz”.55 Era necesario entonces adquirir
valores comunes y hábitos cívicos que se correspondiesen
con el republicanismo, y para ello la elite local se basó en los
modelos europeo y estadounidense. Se hace muy evidente
en esta concepción, en este sueño republicano, el olvido de
las poblaciones nativas, su cultura, sus valores, etc., sobre las
cuales se perpetuaron crímenes diversos que las anularon
como pilares fundacionales de la nación republicana.
La opción de la Hispanoamérica posrevolucionaria de
elección del sistema republicano trajo aparejados cambios
fundamentales en la vida política. En la conformación de
nuevas normas y nuevos mecanismos que dieran sustento
a este nuevo sistema de gobierno, la institución de la ciu-
dadanía ocupó un lugar central. Como señala Hilda Sába-
to, aunque diferentes y muchas veces contradictorias entre
sí, las normas que rigieron los ensayos republicanos de la
región intentaron definir al ciudadano ideal,56 otorgándole
derechos políticos y convirtiéndolo así (a la población mas-
culina) en miembro pleno de la comunidad que se pretendía
construir.
El ciudadano deseado por los pensadores del siglo XIX
era el ciudadano republicano, un ciudadano que –dada la
consideración de la “inexistencia” de un ciudadano anti-
guo autóctono– debería ser un europeo o estadounidense
naturalizado argentino. Por ende, para este proyecto repu-
blicano, la figura del extranjero era fundamental en la for-
mación de la nación.57 Como gran parte de la elite política
nacional consideraba al ciudadano nativo como bárbaro –lo

55 Botana, Natalio, El orden conservador. La política argentina entre 1880 y 1916,


Buenos Aires, Sudamericana, 1977.
56 Sábato, Hilda, “Introducción. La vida política argentina: miradas históricas
sobre el siglo XIX”, en Sábato, Hilda y Lettieri, Alberto (comps.), La vida
política en la Argentina del siglo XIX. Armas, votos y voces, Buenos Aires, Fondo
de Cultura Económica, 2003, p. 11.
57 Villavicencio, Susana, Los contornos…, ob. cit.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 53

definía como un ser primitivo incapaz de decidir racio-


nalmente, con costumbres rústicas y carente de valores–,
era necesario para ellos traer la civilización a través de la
inmigración como una manera de imponer el orden y el
progreso tan anhelados. Sarmiento, entre otros, describe la
figura del bárbaro pensando en las costumbres del gaucho
y no del indio –se podría asociar con aquella diferencia que
posteriormente marcará Michel Foucault58 entre la figura
del salvaje y la del bárbaro, donde el primero representa al
“hombre de la naturaleza”, aquel que vive en el salvajismo (y
cualquier relación social que entable lo sacará automática-
mente de su estado), mientras que el bárbaro es “otra natu-
raleza” que se constituye a partir de la diferencia con la civi-
lización–. Para ellos, la idea de barbarie radica en la figura
de un ser destructivo, arrogante, que básicamente desprecia
las formas de vida y las costumbres de la civilización.
La batalla librada por la elite no era ya emancipado-
ra, sino civilizadora, pues creían que se debían introducir
nuevos hábitos de pensamiento y acción que representaban
la liberación del pueblo de los elementos perturbadores y
antiguos que simbolizaban el atraso y el desorden. La reali-
dad sociocultural rioplatense era muy diferente de aquella
que se había construido en la mente de quienes pretendían
aplicar el modelo europeo en el territorio. De tal modo,
la realidad local –en lo que atañe a la conformación del
ciudadano– se forjó a través de la práctica social. Se puede
decir entonces que la construcción del ciudadano argentino
fue producto de la combinación de la teoría y las prácticas
sociales concretas; es decir que se dio a partir del diálogo
generado entre el ciudadano ideal y el ciudadano real.
A lo largo del territorio del exvirreinato del Río de
la Plata, se generó un proceso desigual de construcción
de soberanías provinciales y de regímenes representativos

58 Foucault, Michel, Hay que defender la sociedad, Madrid, Alka, 2003.

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54 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

limitados a cada provincia.59 Esto llevó a que no siempre la


definición de “ciudadano” o “vecino” de un territorio fuese
común a su totalidad, ya que muchas veces las distintas
regiones definían al ciudadano o al vecino de maneras dife-
rentes. La autonomía regional, los problemas de definición
de la soberanía y las revoluciones internas eran propicios
no solo para que el concepto de “ciudadano” difiriese de
una región a otra, sino también para que hubiera variedad
de criterios en cuanto al utilizado por el Gobierno. Esta fal-
ta de coherencia dio origen a diversos conflictos políticos
que prontamente llevaron a la inestabilidad del régimen del
Gobierno, ya que los pueblos soberanos que reivindicaban
sus derechos eran reacios a renunciar a ellos en favor de una
soberanía popular única y nacional. Oscar Oszlak explica
esta problemática de manera interesante:

… la dominación colonial o el control político de las situa-


ciones provinciales dentro del propio ámbito local son for-
mas alternativas de articular la vida de una comunidad, pero
no representan formas de transición hacia una dominación
nacional. En este sentido, el surgimiento del Estado nacional
es el resultado de un proceso de lucha por la redefinición del
marco institucional considerado apropiado para el desenvol-
vimiento de la vida social organizada. Esto implica que el
Estado nacional surge de la relación con una sociedad civil
que tampoco ha adquirido el carácter de sociedad nacional.
Este carácter es resultado de un proceso de mutuas determi-
naciones entre ambas esferas.60

Como se observa, el problema de la soberanía no es


un tema menor. Ante la necesidad imperante de asegurar

59 En su libro La revolución del voto, Ternavasio hace referencia a una serie de


recientes investigaciones sobre los procesos electorales en las distintas pro-
vincias argentinas, y destaca entre ellas las de Beatriz Bragoni (Los hijos de la
revolución…, ob. cit.), Noemí Goldman y Sonia Tedeschi (“Los tejidos forma-
les del poder…, ob. cit.) y Gabriela Tío Vallejo (“La buena administración…,
ob. cit.).
60 Oszlak, Oscar, La formación del Estado…, ob. cit.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 55

la legitimidad del poder que reemplazaría a la destituida


monarquía española, se impuso rápidamente la doctrina de
la reasunción de la soberanía por los pueblos.61 Esta doctri-
na generó enfrentamientos en el seno de la elite rioplatense,
que el 25 de mayo de 1810 depuso al virrey y formó el
nuevo Gobierno. Quienes dirigieron dicho proceso revo-
lucionario preservaron a Buenos Aires como cabeza de un
Estado centralizado, proyecto que mostró su problemática
en 1827.62 A partir de entonces, el panorama se tornó muy
complejo para quienes pretendían reunir todo el territorio
bajo el gobierno de un Estado centralizado con una sobera-
nía nacional única, ya que el principio de la soberanía ejer-
cida por los pueblos había generado la emergencia de tantos
pueblos soberanos como ciudades había, lo que equivalía a
una escisión territorial de la soberanía.63
En el trabajo de Oszlak mencionado en párrafos ante-
riores, se toma una cita de Esteban Echeverría en la que
el escritor, unas décadas después de lograda la indepen-
dencia, realiza una observación interesante respecto de esta
cuestión; allí pone de manifiesto el hecho de que la idea
de nación no se funda solamente en un referente abstracto
ni adquiere materialidad a partir de una revolución o de
la sanción de una carta magna, sino que necesita muchos
otros factores y actores para lograr conformar un Estado
nacional. Esto argumentaba:

La patria para el correntino es Corrientes; para el cordobés


es Córdoba […]; para el gaucho, el pago en que nació. La
vida e intereses comunes que envuelve el sentimiento racio-
nal de la patria es una abstracción incomprensible para ellos,

61 Chiaramonte, José Carlos, Ciudad, soberanía…, ob. cit., p. 105.


62 En 1827 comenzaron a suscitarse una serie de revoluciones en Buenos Aires
que dieron por tierra con el proceso eleccionario puesto en marcha en 1821.
En esos años la violencia y manipulación de las elecciones era un problema
y servía de argumento a la oposición política para cambiar la legislación
electoral establecida a partir de 1821.
63 Chiaramonte, José Carlos, Ciudad, soberanía…, ob. cit., p. 106.

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56 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

y no puede ver la unidad de la república simbolizada en su


nombre.64

Si bien había un sentido de soberanía donde todas las


ciudades y todos los pueblos eran definidos por igual, exis-
tía –como bien señala Chiaramonte en el libro coordinado
por Marcello Carmagnani Federalismos latinoamericanos–65
un predominio de la Ciudad de Buenos Aires como conse-
cuencia de su posición estratégica en la estructura político-
administrativa y económica del virreinato, de sus mayores
recursos y de su supuesta ilustración, y se daba, por lo
tanto, una coexistencia de tendencias opuestas que cristali-
zaron en la creación de soberanías de diversas índoles con
sus consecuentes definiciones identitarias: centralistas versus
autogobernados. Esta dualidad comenzó a atenuarse con la
articulación de cierto orden general con miras a alcanzar la
deseada “reducción a la unidad”.66
La definición del ciudadano fue un eje central en el deba-
te constitucional que se dio en el Río de la Plata durante la
primera mitad del siglo XIX. Como señala Noemí Goldman,
el carácter incierto de la noción de “constitución” que reco-
rre este período se relaciona con la falta de definición de
un sistema político y con las disputas por la determinación

64 Oszlak, Oscar, La formación del Estado…, ob. cit., p. 45.


65 Carmagnani, Marcello (coord.), Federalismos latinoamericanos: México, Brasil y
Argentina, México, Fondo de Cultura Económica, 1993.
66 Esta se articula con una definición de unidad política que es caracterizada
por el monopolio de la violencia. Esto significa que “un centro de poder
localizado reivindica con éxito su pretensión legítima para reclamar obe-
diencia a la totalidad de la población afincada en dicho territorio […]. De
un modo u otro, por vía de la coacción o por el camino del acuerdo, un
determinado sector del poder, de los múltiples que actúan en un hipotético
espacio territorial, adquiere control imperativo sobre el resto y lo reduce a
ser parte de una unidad más amplia. Este sector es, por definición, supremo;
no reconoce, en términos formales, una instancia superior; constituye el
centro con respecto al cual se subordina el resto de los sectores y se recibe
el nombre de poder político” (Natalio Botana, El orden conservador…, ob. cit.,
p. 62 [el destacado es del original]).

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 57

del sujeto de imputación del poder constituyente.67 El tema de la


soberanía juega un papel central en la definición del proyec-
to constitucional ya que, como se mencionó anteriormente,
existían concepciones opuestas de soberanía. Por un lado,
una que se proclamaba indivisible, y, por el otro, una plural
–esta última basada en el principio de consentimiento del
derecho natural y de gente–, concepciones que dieron ori-
gen a dos tendencias con respecto a la organización de un
Estado independiente, una de ellas centralista, luego unita-
ria, y la otra confederativa, también denominada “federal”.
La discusión en torno a la constitución se extendió
durante la primera mitad del siglo XIX. Ya en la Asamblea
de 1813, donde ni se declaró la independencia ni se creó un
texto constitucional, las posiciones de los diputados eran
diversas.68 Esta disputa entre centralistas y confederales
durante las primeras décadas revolucionarias llevó en 1820
a la caída del poder central, y por ende a la creación de
formas institucionales propias en el ámbito de los pueblos,
organizados en provincias, es decir, en Estados autónomos.
Tanto en el Congreso Constituyente de Tucumán en 1816,
como en el Congreso que se reunió entre 1824 y 1826, la
discusión giró en torno al sujeto del poder constituyente.
A raíz de los fallidos intentos de dictar una constitución
general, ya en los discursos del Congreso Constituyente
de 1819 surgieron voces que proponían una organización
progresiva del Estado a través de leyes particulares. Esa fue

67 Goldman, Noemí, “El concepto de Constitución en el Río de la Plata


(1750-1850)”, en Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y
Humanidades, año 9, n.º 17, primer semestre de 2007.
68 Para ejemplificar dicha disputa, se puede citar el caso de los diputados de la
Banda Oriental, entre ellos José Gervasio de Artigas, quienes presentaron
una propuesta netamente confederal, para reclamar el reconocimiento de la
independencia, soberanía y libertad de la provincia Oriental, la cual exigía el
derecho a establecer su propia Constitución territorial, dentro de la general
de las Provincias Unidas organizada bajo la forma de un gobierno repu-
blicano. La asamblea no consideró dicha propuesta, y rechazó los poderes
de los diputados orientales por supuestos errores y desprolijidades en su
elección.

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58 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

la propuesta del diputado bonaerense Julián Segundo de


Agüero,69 quien sostenía que era un error creer que la cons-
titución organiza un Estado, sino que –por el contrario– la
organización debía preceder a la constitución.
Para sintetizar el sentido que tenía el término “constitu-
ción” para los hombres de la época, Noemí Goldman utiliza
un párrafo publicado en el diario El Nacional en su edición
del 27 de enero de 1825: “La Constitución es propiamente
un pacto, o convenio, que forman las provincias: en ella se
expresan las condiciones de la asociación, y las recíprocas
obligaciones, bajo las cuales se reúnen a formar cuerpo de
nación”.70 Esta cita pone de manifiesto que la constitución
era una expectativa a futuro, pues para ese entonces no se
habían definido aún ni el sujeto de imputación de la sobe-
ranía, ni la forma de gobierno, ni los límites territoriales.
El fracaso del Congreso Constituyente de 1826 consoli-
dó la autonomía provincial, y llevó a las provincias a firmar
–en 1831– el Pacto Federal, donde se reconoce la libertad,
la independencia, la representación y los derechos de cada
una de ellas, y donde se alude de manera poco clara a la
futura organización “federal” del país. Entre 1826 y 1853,
se dio una prolífera producción de textos constitucionales
provinciales con el objetivo de reglamentar la vida institu-
cional provincial. A pesar de las diferencias en cuestiones de
ciudadanía, atribuciones de los funcionarios del Gobierno
y reglamentación electoral, las Constituciones provinciales
afirmaron la idea de que la soberanía residía originariamen-
te en el pueblo y establecieron los lineamientos generales
de la división de poderes.
Hacia fines de 1830, surgió una nueva concepción de
la Constitución, que, plasmada en el texto constitucional
del 53, lograría “superar” el enfrentamiento entre federales
y unitarios. En Bases…, Alberdi plantea una Constitución

69 Ravignani, Emilio (comp.), Asambleas constituyentes argentinas, Buenos Aires,


Casa Jacobo Peuser, tomo 2, 1937, p. 30.
70 Goldman, Noemí, “El concepto de Constitución…”, ob. cit., p. 6.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 59

Nacional superadora que amalgamase las bondades tanto


del federalismo como del unitarismo. En el texto sugiere:

… tanto unitarios como federativos, conduce la opinión


pública de aquella República al abandono de todo sistema
exclusivo y al alejamiento de las dos tendencias o principios,
que habiendo aspirado en vano al gobierno exclusivo del país,
durante una lucha estéril alimentada por largos años, buscan
hoy una fusión parlamentaria en el seno de un sistema mixto,
que abrace y concilie las libertades de cada Provincia y las
prerrogativas de toda la Nación: solución inevitable y única,
que resulta de la aplicación a los dos grandes términos del
problema argentino –la Nación y la Provincia–, de la fórmula
llamada hoy a presidir la política moderna, que consiste en la
combinación armónica de la individualidad con la generali-
dad del localismo con la nación, o bien de la libertad con la
asociación; ley natural de todo cuerpo orgánico, sea colecti-
vo o sea individual, llámese Estado o llámese hombre; según
la cual tiene el organismo dos vidas, por decirlo así, una de
localidad y otra general o común, a semejanza de lo que ense-
ña la fisiología de los seres animados, cuya vida reconoce dos
existencias, una parcial de cada órgano, y a la vez otra general
de todo el organismo.71

La Constitución Nacional de 1853 coronó así el com-


promiso cerrado entre Buenos Aires y las provincias. El
proyecto de esta nueva Argentina moderna siguió la filo-
sofía de la llamada Generación del 37,72 cuyos principales

71 Alberdi, Juan Bautista, Bases y puntos de partida..., ob. cit.


72 Esta denominación identifica a un movimiento intelectual de jóvenes uni-
versitarios y profesionales que, en ese mismo momento, fundó en Buenos
Aires el Salón Literario (en la librería de Marcos Sastre). El objetivo era
generar un espacio de debate ilustrado sobre la base de teorías sociales,
políticas y filosóficas de pensadores europeos. La creciente politización del
grupo y la opinión adversa que tenía respecto del Gobierno de Rosas lleva-
ron a que este disolviera el salón. En 1838, de manera clandestina y organi-
zados por Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi y José María Gutiérrez,
se creó la Asociación de la Joven Generación Argentina, cuya pretensión era
recuperar la tradición liberal de la Revolución de Mayo, alentar el progreso
material y superar la polarización entre federales y unitarios. Para tales
fines, consideraban que debían influir sobre la clase dirigente y asesorarla

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60 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

exponentes fueron Juan B. Alberdi y Domingo F. Sarmien-


to. Con esta carta magna, comenzó lo que Alberdi denomi-
nó “la república posible”, primera etapa que hizo viable la
emergencia de “la república verdadera”. Este modelo inicial
consistía en asentar un modelo de régimen mixto que con-
templaba la conjugación de las líneas federal y unitaria.
Tanto las Constituciones como las leyes electorales son
herramientas clave para entender cuáles fueron los concep-
tos de “ciudadano” que se utilizaban a principios del siglo
XIX en la Argentina y que hicieron a la construcción de
la ciudadanía. En ambos casos las normas que establecían
cómo se debía dar la participación de los habitantes de una
determinada sociedad eran el resultado de la selección –por
parte de la elite local– de los criterios tenidos en cuenta a la
hora de definir al ciudadano. Estas cualidades eran las que
determinaban quiénes estaban habilitados para participar
en cuestiones políticas.73 Tal enfoque es el que permite pen-
sar que la cuestión de la ciudadanía está íntimamente ligada
al tema del sufragio –más concretamente a la reglamenta-
ción electoral– y, dentro de ella, observar el particular lugar
que les corresponde a los extranjeros.
Pierre Rosanvallon, como se señaló en párrafos ante-
riores, manifiesta que la cuestión del sufragio universal es el
tema del siglo XIX, ya que a su alrededor se polarizan todos

ideológicamente. Consideraban a la democracia representativa como un


objetivo a largo plazo y cuestionaban el sufragio universal adoptado por
Buenos Aires en 1821 por las consecuencias políticas que tuvo su aplicación.
A fines de la década del 30, sus miembros debieron exiliarse en Montevi-
deo, Chile y Bolivia, como consecuencia de la persecución rosista. Desde el
exilio, realizaron su propaganda política e inclusive establecieron filiales. El
final fue la postulación de una política conciliatoria para la Argentina del
momento, más cercana a la realidad y en contemplación del complejo esce-
nario político, social y cultural del país. Otras figuras que adhirieron a la
asociación fueron Domingo F. Sarmiento, Bartolomé Mitre, Vicente López,
José Mármol y Miguel Cané. En Romero, José Luis, Breve Historia de la…, ob.
cit., este tema se desarrolla de manera interesante.
73 Ya sea como participantes activos, aquellos ciudadanos que tenían derecho
al voto y a su vez podían ser elegidos para gobernar, o como participantes
pasivos, que eran aquellos que solo tenían el derecho al sufragio.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 61

los “fantasmas sociales, las perplejidades intelectuales y los


sueños políticos”,74 y sostiene que la igualdad política marca
la entrada definitiva en el mundo de los individuos, donde
el derecho al sufragio (definido por el autor como un derecho
constructivo) produce a la propia sociedad, siendo la igualdad
entre los individuos lo que construye las relaciones socia-
les. Considera que no se puede circunscribir la historia del
sufragio universal, ni confundir el derecho al sufragio con
los procedimientos electorales, porque el derecho al voto
tiene un peso filosóficamente mayor y sobre todo porque
continúa trabajando de manera sostenida “nuestro mundo
silenciosamente”.75
El derecho al sufragio permite, por lo tanto, que se lle-
ven a cabo las elecciones, mecanismo mediante el cual los
ciudadanos eligen a sus representantes ya sea en el ámbito
municipal, como en el provincial y nacional. Para ejercer
realmente el sufragio, el elector debe tener la posibilidad de
elegir y la libertad de elección. Únicamente quien pudie-
ra tener la oportunidad de elegir por lo menos entre dos
opciones ejerce verdaderamente el sufragio; por otra parte,
debe tener la libertad para escoger entre cualquiera de las
alternativas. Dicha oportunidad de elegir libremente debe
estar amparada por la ley: cuando esto se da, se está ante la
presencia de elecciones competitivas (sistema democrático);
si no existe dicha libertad, se debe hablar de elecciones no
competitivas (sistema totalitario); y, si esta se da a medias, se
está ante la presencia de elecciones semicompetitivas (siste-
ma autoritario).76 El tipo de elecciones que se implementa
en un país determinará su sistema de gobierno.
Los sistemas electorales establecen el modo en que los
electores manifiestan mediante su voto el partido o candi-
dato de su preferencia, los cuales a su punto se convierten
en bancas o autoridades. Son los sistemas electorales los

74 Rosanvallon, Pierre, La consagración…, ob. cit., p. 14.


75 Rosanvallon, Pierre, La consagración…, ob. cit., p. 16.
76 Nohlen, Dieter, Sistemas electorales…, ob. cit., p. 12.

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62 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

que “regulan ese proceso mediante el establecimiento de


la distribución de las circunscripciones, de la forma de la
candidatura, del proceso de votación y de los métodos de
conversión de votos en escaños”.77 Los sistemas electorales
son, por lo tanto, una parte del amplio concepto del derecho
electoral, cuya importancia es significativa ya que tiene efec-
tos políticos.
A diferencia de lo que sucedía en el continente euro-
peo, luego de su independencia, la Argentina no transitó un
camino gradual de ampliación de derechos políticos a partir
del establecimiento de una ciudadanía restringida –ya fue-
ra por requerimientos de propiedad o clasificación (como
en Inglaterra, por ejemplo)–, sino que desde un comienzo
introdujo un concepto amplio de “ciudadano”, el cual incluía
a todos los varones adultos nacidos o naturalizados, libres,
no dependientes. Se excluía sí a las mujeres, los esclavos y
los sirvientes.
Desde 1821 existió en Buenos Aires –como señala Hil-
da Sábato–78 el sufragio universal masculino, que fue con-
firmado por la Constitución Nacional de 1853, pero esto
simplemente implicaba que todo hombre adulto o naturali-
zado por ley podía votar. No quedaba claro en dicha legisla-
ción quiénes eran los votantes deseables ni tampoco cuáles
eran los límites de la ciudadanía que se quería construir, lo
que en el corto plazo trajo grandes complicaciones.
A pesar del alcance de los derechos políticos, el pueblo
iberoamericano en general y el argentino en particular no
se apropiaban –por diferentes motivos– de la participación
política. Retomando el trabajo de Hilda Sábato, se puede
afirmar que en la mayoría de los casos se involucraba en las
votaciones menos del 5 % –porcentaje semejante al que se
registraba entonces en algunos países europeos–. La pobla-
ción, en su conjunto, no consideraba que el voto fuese una
forma de intervención deseable y significativa; por lo tanto,

77 Nohlen, Dieter, Sistemas electorales…, ob. cit., p. 12.


78 Sábato, Hilda (coord.), Ciudadanía política…, ob. cit., pp. 23-24.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 63

la imagen de pueblos ávidos por ejercer sus derechos no


era frecuente en Iberoamérica. Esta supuesta indiferencia
reiterada respecto de la historia político-electoral allanó el
camino para que quienes diseñaron los sistemas electorales
–los cuales, como se señaló anteriormente, son una conse-
cuencia de las elites políticas, las asambleas y los gobiernos
previamente existentes– pudieran elegir y promover aque-
llas fórmulas y procedimientos institucionales tendientes a
consolidar, reforzar o garantizar sus propios intereses,79 y
no aquellos destinados a favorecer el futuro de la nación.
Podemos concluir, entonces, que el término “ciuda-
dano” no era homogéneo a toda la nación, ya que había difi-
cultad para definir al ciudadano nativo, y principalmente
para establecer quiénes tenían derechos políticos y quiénes
no. Las primeras Constituciones provinciales dictadas en
las dos primeras décadas del siglo XIX ponen de manifies-
to estas diferencias. A pesar de que dichos documentos no
hacen referencia específica al tema de las normas electora-
les, sino que mencionan diversos puntos al respecto, estos
permiten suponer que la realidad electoral de las provin-
cias era diversa, lo que significa que convivieron diferentes
nociones de “ciudadanía” en el país por lo menos durante la
primera mitad del siglo XIX.80

79 Colomber, Joseph M., Cómo votamos…, ob. cit., p. 31.


80 El análisis de las Constituciones o estatutos provisorios provinciales de la
década de 1820, recopilados por María Laura San Martino de Dromi, en
el libro Documentos Constitucionales Argentinos, Buenos Aires, Ed. Ciudad
Argentina, 1994, permite ver que existían diferencias en las definiciones
con respecto al ciudadano que establecían cada unidad territorial. Las dife-
rencias se dan básicamente en cuestiones relacionadas con la edad, en la
cual entraban en vigencia los derechos políticos de los ciudadanos; en la
mayor o igual participación de la ciudad y la campaña en las elecciones; en
la cantidad de años de residencia en la provincia para poder ser considerado
ciudadano de ella, en el lugar otorgado a los extranjeros, etc. Un ejemplo
de ello es la disparidad con respecto a la edad a la que comenzaban a regir
los derechos políticos del ciudadano. En los casos de Catamarca, Córdoba y
Entre Ríos, la edad establecida eran los 18 años, mientras que en Corrientes
se determinaba como edad de inicio de la ciudadanía los 25 años. Con res-
pecto al voto activo, el derecho a elegir autoridades, casi la totalidad de los
documentos especificaban quiénes gozaban de dicho derecho, y establecían

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64 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

Esta dificultad se extendía al ámbito de los inmigrantes


que, a partir de la década de 1820, comenzaron –aunque
en pequeñas proporciones– a llegar al país. ¿Eran estos
nuevos habitantes ciudadanos?, ¿tenían derechos políticos?,
¿debían nacionalizarse? Tales interrogantes surgieron entre
los encargados de diseñar las normas y leyes del país, quie-
nes debieron buscar una pronta respuesta al problema para
poder así establecer el orden en la sociedad. El tema de los
inmigrantes estuvo siempre presente en estas discusiones,
pues se debía definir en qué medida se los iba a incluir como
ciudadanos en la vida política del país que les había abierto
sus puertas, esperando que ellos trajesen el desarrollo y el
progreso europeos tan anhelados por la mayoría de los inte-
lectuales y políticos locales. Este anhelo ¿se hizo realidad?

límites de edad y nacionalidad; hay casos donde también se demandaban


otro tipo de condiciones, como de propiedad, educación, y hasta en algunos
casos se hablaba de religión.

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2

El extranjero como figura política

La discusión en torno a la ciudadanía sería incompleta si no


se tuviera en cuenta la cuestión del extranjero como figura
política, al cual cada Estado le atribuye ciertos derechos y deter-
minadas garantías. Al igual que el concepto de “ciudadano”, el
de “extranjero” –o, para ser más específicos, el de “inmigrante”–
se fue forjando como consecuencia de las interrelaciones de
factores sociales, culturales y políticos propios de cada Estado.
La figura del inmigrante fue mutando hasta llegar a encontrar
su lugar dentro de la sociedad que lo recibía, amalgamándose
con los otros individuos que conformaban dicho grupo. La
dinámica de cambio del inmigrante fue similar a la que sufrió el
ciudadano, pues el primero era parte del segundo en lo que se
refiere a la inclusión del no nativo a la vida local.
En la Antigüedad el extranjero era pensado como aquel que
no pertenecía a un grupo o a una comunidad política determi-
nados; era el “otro” ajeno a un grupo socialmente estructurado
en torno a un poder político. En el mundo clásico, el extranjero
como figura política era aquel que se encontraba fuera de la
polis. La polis griega era políticamente excluyente: no se con-
sideraba ciudadanos ni a las mujeres, ni a los esclavos ni a los
extranjeros. También se sabe que la polis no era solamente una
población que ocupaba una cierta superficie, sino que estaba
formada por grupos de parientes, lo que significa que la condi-
ción de ciudadanía dependía del nacimiento en dicho territorio,
y excepcional y únicamente como recompensa por determina-
dos servicios, se otorgaba la ciudadanía a los extranjeros.81

81 Villavicencio,Susana,Sarmiento y la nación…, ob.cit., p.146.

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66 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

Es desde el surgimiento del Estado nación moderno


–tradición contractualista, siglos XVII y XVIII– desde que se
alcanzó una definición unánime del extranjero, visto como
aquel que no tenía la misma nacionalidad,82 aquel que no
pertenecía al mismo Estado.83 La concepción, en este caso,
se construye a partir del carácter artificial de lo político,
mediante el contrato. La delimitación del otro no se da más
en la dimensión natural, sino que se produce en la dimen-
sión de la voluntad, donde el consenso y la voluntad del
hombre libre e igual son lo que otorga legitimidad a la polí-
tica, y no el lugar de nacimiento como determinante de per-
tenencia. El extranjero es, por lo tanto, el otro del ciudadano,
el no nacional; no obstante, es sujeto de derechos civiles y de
hospitalidad. Durante la Revolución francesa, la figura del
extranjero tiene dos dimensiones: una universalista, donde
todos los hombres son parte de la humanidad, y otra par-
ticularista, donde se torna un (im)posible ciudadano, en el
momento en que la nación establece sus límites.84

82 Como bien lo señala José Carlos Chiaramonte en su trabajo Nación y nacio-


nalidad en la historia argentina del siglo XIX, citado anteriormente, la noción
de “nacionalidad” como fundamento legitimante de los nuevos Estados
cumplió un rol fundamental. Una de las concepciones más influyentes de
la nacionalidad es aquella que la vinculaba con los niveles afectivos de la
conducta humana, de manera que sustituía así el rol que la noción del
“contrato” había cumplido hasta el momento en la fundamentación teórica
de la legitimidad de los Estados. Otra corriente, que se creía enraizada en la
Revolución francesa, haría de la nacionalidad un concepto compatible con
el racionalismo del siglo XVIII y a la vez capaz de armonizarse con el prin-
cipio contractualista de la génesis de la nación. En el estallido nacionalista
de fines del siglo XIX, el concepto de “nacionalidad” se ligó en la práctica a
la modalidad adversa al racionalismo, donde la idea de nacionalidad cubría
con un manto de una supuesta hegemonía cultural a la diversidad cultural y
de intereses propia de cada sociedad nacional, esa diversidad que la noción
de “contrato” permitía admitir, con atención a los intereses de las partes.
Véase el trabajo completo de José Carlos Chiaramonte en Nun, José (comp.),
Debates de Mayo…, ob. cit., así como también los trabajos de Beatriz Bragoni,
Marcela Ternavasio y Jorge Mayer.
83 Cf. Walzer, Michael, Las esferas de la justicia, México, Fondo de Cultura Eco-
nómica, 1993.
84 Wahnich, Sophie, L’imposible citoyen. L’ètranger dans le discours de la Revolution
Francais, París, Albin Michel, 1997, p. 163.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 67

Para Sophie Wahnich, la Assemblée Nationale de 1789


fue un espacio público ilimitado que comenzó a desdibujarse
cuando el nacionalismo se impuso en Francia y en 1794
formuló una nueva Ley de Extranjeros, momento en que el
extranjero abandonó su lugar de “ciudadano universal del
ideal cosmopolita para quedar identificado como el sector
extranjero que se oponía a la revolución y corrompía la
pureza de la representación del soberano”.85 Esta tensión
entre la dimensión universalista de pertenencia al género de
la humanidad y la dimensión particularista de pertenencia
a una nación concreta se mantuvo siempre latente, como
bien lo señala Susana Villavicencio en su trabajo Sarmiento
y la nación cívica.
La figura del extranjero permite también pensar la
forma de lo político desde lugares sorprendentemente con-
trapuestos. Por un lado, está la postura de “amigo-enemigo”
de Carl Schmitt, donde el enemigo es identificado como
el extraño, como el extranjero que confronta de manera
directa con la comunidad política. Este enemigo político es
el otro, aquel que es diferente y extraño y que, por estar
fuera del límite de la frontera, confronta con la comuni-
dad política –confrontación que se da entre lo propio y lo
ajeno–. La contracara de esta forma de percibir lo político
es la idea de la hospitalidad, que sustenta el derecho que tie-
ne todo extranjero de ser tratado en otro país como un “no
enemigo”.86 Jacques Derrida sostiene, al respecto, que todo
Estado nación se construye a partir del control de las fron-
teras y del rechazo de la inmigración clandestina, acatando
lo dispuesto en una estricta reglamentación del derecho a la
inmigración y del derecho al asilo.87 En este caso lo político
está concebido a partir no de la frontera, sino de la apertura

85 Villavicencio, Susana y Ana Penchaszadeh, “El (im)posible ciudadano”, en


Villavicencio, Susana (ed.), Los contornos de la ciudadania. Nacionales y extran-
jeros en la argentina del centenario, Buenos Aires, Eudeba, 2003, p. 178.
86 Kant, Immanuel, Vers la paix perpétuelle, París, Hatier, 2001 [1974].
87 Derrida, Jacques, “La deconstrucción de la actualidad”, en Passages, n.º 57,
París, 1994, pp. 60-75.

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68 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

al otro, combinando una doble interacción entre la incor-


poración de lo nuevo del que llega de afuera y la tolerancia
de sus diferencias por parte de aquel que recibe. Esta últi-
ma noción de “hospitalidad” es la base del cosmopolitismo,
tendencia que propone un mundo sin extranjeros.
Ambas posturas denotan el carácter político que tiene la
figura del extranjero. Ya sea que goza de derechos o no, de cier-
tos derechos que el poder político determina, el extranjero es
percibido en términos de poder político y de derechos legales,
representando ya sea un aliado o un enemigo para el grupo de
poder. Por ende, se puede pensar que “aquello que constituye al
extranjero no son los rasgos naturales, sino que, por el contra-
rio, son determinaciones jurídicas, políticas, las que constitu-
yen la extranjeridad del extranjero a partir de la cual se vuelven
destacables sus aspectos amenazantes o inasimilables”.88
La figura del extranjero en la conformación de la ciuda-
danía argentina se modificó a partir de diversas circunstancias.
En un comienzo, desde la época prerrevolucionaria hasta 1810,
la escasez numérica de la población local fue una preocupación
central. Una “cierta ideología poblacionista”89 que envolvía a
gran parte de la clase dirigente llevó a que se incentivara la llega-
da al territorio rioplatense de extranjeros con intención de per-
manencia, sin cuestionamiento alguno de raza, origen étnico o
religioso.90 Hacia fines del siglo XVIII, la expansión económica
del litoral rioplatense era continua, pero este crecimiento a su
vez ponía de manifiesto que, de no superar la pobreza poblacio-
nal imperante en la región, dicha expansión se vería amenazada.
Las consecuencias negativas de esta limitación no solo se perci-
bían como una amenaza al desarrollo económico, sino también
sobre los aspectos socioculturales y políticos.91

88 Villavicencio,SusanayAnaPenchaszadeh. “El(im)posible…”,ob.cit.,p.178.
89 Devoto,Fernando,Historia de la inmigración…, ob.cit.,p.213.
90 Alsina, Juan A., La inmigración europea en la República Argentina, 3.º edición, Buenos
Aires,Lajouane, 1898.
91 Halperín Donghi, Tulio, “¿Para qué la inmigración? Ideología y política inmigrato-
ria en Argentina (1810-1914)”, en El Espejo de la Historia: problemas argentinos y
perspectivas latinoamericanas,BuenosAires,Sudamericana, 1987.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 69

Luego de la Revolución de Mayo de 1810, la figura


del extranjero comenzó a definirse más claramente en la
población de Buenos Aires. Estaba compuesta en parte por
comerciantes franceses, ingleses y alemanes, así como tam-
bién por comerciantes extranjeros de menor envergadura,
principalmente marineros y sirvientes. A través del decreto
del 4 de noviembre de 1812, el Primer Triunvirato prometía
protección a los inmigrantes en general, pero particular-
mente a los agricultores y mineros, como un mecanismo de
incentivo para atraer extranjeros al territorio. Dichas medi-
das no fueron del todo efectivas hasta que, por la década del
20, se puso fin a la hostilidad española y se firmó el tratado
de amistad con Gran Bretaña.
Bernardino Rivadavia, ya en 1818 –como bien lo seña-
la Halperín Donghi–, percibía la inmigración no solo como
generador poblacional, sino como “el medio eficaz, y acaso
único, de destruir las degradantes habitudes españolas […] y
de crear una población homogénea, industriosa y moral”.92
Esta creencia en la capacidad sanadora de los europeos (no
españoles), percibidos por muchos como “portadores de los
valores de la civilización”,93 capaces de desarticular la pri-
mitiva cultura heredada de los españoles, estaba latente en
gran parte de la elite política de la época.
Las guerras de independencia y los continuos conflic-
tos armados que se generaban en todo el territorio desalen-
taban la llegada de inmigrantes, pese a los reiterados inten-
tos realizados por los gobernantes, quienes dictaban leyes
y normas94 en pos de garantizarles protección y bienestar
a los nuevos habitantes que se aventuraban a desembarcar

92 Halperín Donghi, Tulio, “¿Para qué la inmigración?...”, ob. cit.


93 Sábato, Hilda, “El pluralismo cultural en la Argentina: un balance crítico”, en
Comité Internacional de Ciencias Históricas-Comité Argentino, Buenos Aires,
1990, pp. 350-366.
94 La primera Junta estableció que podían instalarse en el país personas prove-
nientes de todos aquellos países que no estuviesen en guerra “con nosotros”,
garantizándoles a éstos los mismos derechos que a los ciudadanos. Devoto,
Fernando, Historia de la inmigración…, ob. cit.

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70 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

en estas tierras. A pesar de ser Juan Manuel de Rosas un


confeso antipolítica proinmigrante, y habiendo disuelto la
Comisión de Inmigración durante su gobierno, la inmi-
gración continuó llegando al país. La presencia extranjera
era notoria durante la época de Rosas, especialmente en la
campaña de la provincia de Buenos Aires, donde irlandeses
y vascos criadores de ovejas se amalgamaron con medianos
y pequeños propietarios extranjeros que habían adquirido
tierras y con comerciantes que se instalaban en los pueblos
aledaños. Es así como ya para 1854 tanto la ciudad como
la campaña bonaerense estaban pobladas por extranjeros
pertenecientes a todas las clases sociales.95
Principalmente a partir de la gran influencia que tuvo
la Generación del 37,96 el ciudadano ideal era concebido
como un producto del inmigrante, considerado como un
instrumento clave para la conformación nacional. Fue des-
pués de la batalla de Caseros, en 1852, cuando la noción de
“inmigrante” se identificó con la idea del inmigrante como
agente de progreso. En este caso la elite política e intelec-
tual adhería al principio de la hospitalidad, donde el inmi-
grante era percibido como un ente civilizador, laborioso, de
buenos hábitos y costumbres, capaz de generar al ciudadano
ideal. En esta corriente, la “extranjeridad” como sinónimo
de lo inadmisible era el indio, el bárbaro, aquella mezcla de

95 Halperín Donghi, Tulio, El Espejo de la Historia:…, ob. cit.


96 Dicho grupo de intelectuales tenía gran empatía con los intelectuales fran-
ceses del proceso político francés del siglo XIX; tomaban su ejemplo y sus
ideas para desarrollar sus pensamientos y moldear el proyecto de país que
deseaban. En las conclusiones de su libro La consagración del ciudadano,
Pierre Rosanvallon se refiere a la oficialmente reivindicada referencia que
hicieron muchos de los intelectuales de los países latinoamericanos del siglo
XIX al caso francés, donde se ve plasmada –al igual que en el caso francés– la
separación entre la historia técnica y la historia política del sufragio univer-
sal. Ya que se ve claramente cómo en dicho continente el sufragio universal
se plasmó tempranamente, pero a su vez una institucionalización del fraude
electoral limitó el impulso democrático, tan difícil de lograr tanto en Fran-
cia como en Latinoamérica. Establece un claro contraste respecto a cómo
se dio el mismo proceso en Inglaterra, Alemania, Bélgica, Estados Unidos,
Noruega.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 71

razas autóctonas que impedía el progreso y personificaba el


atraso y el peligro.
Bajo el lema “Gobernar es poblar”, en octubre de 1876,
el Congreso Nacional sancionó la Ley n.º 817 de Inmigra-
ción y Colonización, promovida por el presidente Nico-
lás Avellaneda. Dicha ley consideraba inmigrante a todo
extranjero menor de setenta años que arribase al país con
pasaje de segunda o tercera clase. Esta clasificación, sensi-
blemente amplia, por cierto, otorgaba a los recién llegados
una serie de beneficios, como ser hospedaje a cargo del
Estado nacional por un período de tiempo determinado,
acceso a las Oficinas de Trabajo y subsidios a los costos de
internación en el territorio. A partir de la Ley n.º 817, la
promoción y reglamentación de la inmigración quedaba en
manos del Departamento General de Inmigraciones, depen-
diente del Gobierno nacional. La nueva norma tenía como
fin la colonización agrícola mediante la subdivisión de tie-
rras fiscales o privadas para su puesta en producción por
familias de agricultores extranjeros. Asimismo, el Gobierno
dispuso la creación de agentes de inmigración en el exterior
para lograr un proceso inmigratorio organizado.97 En ese
período, la inmigración continuaba siendo percibida como
instrumento civilizador.
A lo largo de las dos décadas siguientes, la figura del
extranjero dejó de ser favorable para pasar a ser vista como
una amenaza, y surgió entonces la idea del riesgo, del peli-
gro. Se comenzó a percibir la amenaza que representaba la
inclusión de extranjeros en una supuesta sociedad homogé-
nea ideal sustentada por la elite política. Se impuso la idea
del extranjero real por sobre la del extranjero ideal, siendo el
primero la figura intermedia entre el extranjero deseado y
el otro, representado anteriormente por el bárbaro.98 En el
imaginario de la época, la inmigración había contribuido
más a la difusión de ideales subversivos que a la “elevación

97 Devoto, Fernando, Historia de la inmigración…, ob. cit., pp. 230-231.


98 Villavicencio, Susana y Ana Penchaszadeh, “El (im)posible…”, ob. cit.

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72 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

del carácter moral” y a la implementación de “hábitos de


orden, disciplina e industria”, tan ansiados por Sarmiento y
Alberdi, entre otros. Es en este momento en que Sarmiento
advirtió que tanto la cuestión social como la política habían
sido permeadas por los inmigrantes, y en consecuencia con-
sideró que su nacionalización y la argentinización de sus
hijos son condiciones necesarias para lograr la prosperidad
y el éxito de la consolidación del Estado nación.
Hacia fines del siglo XIX y principios del XX, esta ten-
sión entre inmigrantes y nacionales se puso de manifiesto
en los principales centros del territorio argentino. Comen-
zó a despertarse una corriente que reivindicaba la suprema-
cía de los rasgos culturales de la nación sobre la noción de
“ciudadanía”, donde el “nacional” encarnaba una ciudadanía
superior. Esta corriente surgió en contraposición al grupo
de pensadores (Sarmiento entre ellos) que consideraba que
la adquisición de la ciudadanía por parte de los extranjeros
era indispensable para su plena incorporación en la socie-
dad, para conciliar la mejora institucional y ampliar y desa-
rrollar la participación electoral. Esto tendría su correlato
en una mayor legitimidad del sistema político. Los principa-
les portavoces de esta corriente antiextranjera denominada
“patriótica”, entre ellos Indalecio Gómez, llegaron inclusive
a manifestar que la nacionalización se constituía en una
traición a la patria de origen, propia de un mal patriota.
La cuestión del inmigrante se tornó un tema central
tanto en el ámbito político como en el social. Hacia fines
del siglo XIX y comienzos del XX, las políticas inmigratorias
cambiaron su rumbo: empezaron a establecerse trabas para
la incorporación de nuevos inmigrantes y para el control
sobre los que ya habían llegado. La Ley de Residencia de
Extranjeros de 190299 es una muestra de ello. Antes de

99 La Ley de Residencia de 1902 permitía al Poder Ejecutivo, sin mediar nin-


gún trámite judicial, expulsar a todo extranjero cuya conducta comprome-
tiese la seguridad nacional o perturbase el orden público. En la votación se
impuso la posición del Gobierno, y el proyecto fue aprobado la noche del
22 de noviembre.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 73

la sanción de dicha ley, se generó un debate en torno al


cambio que se había producido respecto de los principios
fundamentales que fomentaron la inmigración a principios
de 1820 y la evaluación del viraje que había sufrido el pano-
rama político. En 1899, el senador y escritor Miguel Cané
redactó un folleto donde ponía de manifiesto su opinión:

La inmigración era una necesidad y no constituía un peligro,


no sólo porque se controlaba con las poderosas fuerzas de
asimilación de nuestro país, no sólo porque velamos y hemos
de velar sin descanso por que nadie toque ni modifique el
principio fundamental de nuestra ley de Ciudadanía, sino
porque en el momento de iniciarse la emigración hacia el
país, las ideas más avanzadas que predominaban en las clases
proletarias de la Europa se acercaban hasta confundirse con
las que profesaban nuestros propios legisladores.100

Esta comunión de ideas ya no era tal, lo que generó


una brecha entre el hombre europeo y su par civilizado
americano.
No todos los miembros del Parlamento comulgaban
con esta idea; a partir de los debates y documentos de la
época, se perciben tres posturas diferentes. Por un lado,
estaban aquellos que se oponían a una ley de esas caracte-
rísticas (Ley del Extranjero) por sus contenidos sustantivos
(la expulsión) o formales, ya que la consideraban anticons-
titucional, pues se trataba de un proceso legal que excluía al
Poder Judicial–la decisión quedaba únicamente en manos
del Poder Ejecutivo–. Entre ellos se encontraban los dipu-
tados Gouchon, Roldán, Lacasa y Carlés. El diputado Gou-
chon argumentó:

¿No hay acaso en nuestra legislación penas establecidas para


los que perturban el orden público? ¿Por qué se va a establecer

100 Besse, Juan, “Una semblanza de Miguel Cané: de Juvenilia a Expulsión de


Extranjeros”, en Cuadernos de Antropología Social, n.º 8, Instituto de Cien-
cias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos
Aires, 1995.

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74 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

la desigualdad entre el habitante argentino y el extranjero?


¿Por qué el habitante argentino que perturbe el orden públi-
co ha de tener la garantía de la justicia y no ha de tenerla el
habitante extranjero?101

Para esta minoría de legisladores, la Ley de Residencia era


el final de un camino dentro de la legislación obrera que el país
aún no había comenzado a transitar.
Por otro lado, estaban quienes creían que una ley de este
tipo era necesaria, pero sostenían que el debate debía hacerse de
manera racional y detallada, y no a las apuradas como proponía
el oficialismo. Tal era el caso del senador Figueroa, que en el
debate proclamaba: “Lo más eficaz sería declarar el estado de
sitio; porque leyes de carácter permanente y de la naturaleza de
la que se proyecta deben discutirse y meditarse con toda sereni-
dad y amplitud”.102
Y, por último, estaban aquellos que –como Miguel Cané y
Joaquín V. González– sostenían que dicha ley era indispensable
para controlar el avance de las ideologías de los inmigrantes,
que ponían en peligro la estabilidad y sobre todo la paz de la
sociedad argentina. La justificación de Miguel Cané se centraba
en evitar que el país se transformase en un refugio para los
criminales del mundo. Al respecto, argumentaba:

Yo no deseo, señor Presidente, que mi tierra adquiera el


renombre de ser el refugio de todos los criminales del mundo
[…]. Por eso quiero que el Poder Ejecutivo dé los poderes
necesarios para arrancar de raíz y, al nacer esa planta, evitar
que vengan a infestar nuestro suelo.103

Joaquín V. González, por su parte, sostenía que con


esta ley no se trataba de imponer una pena al extranjero,
sino de informarle que, al no haberse adecuado a las reglas

101 Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados (DSD, 22/11/1902), pp. 428-429.


102 Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores(DSS,22/11/1902), p.668.
103 Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores (DSS, 22/11/1902), pp. 664-665.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 75

culturales y sociales de la nación, cesaba su derecho de per-


manecer en el país.104
Claramente, a comienzos de 1900, la influencia del
extranjero ya no era percibida como positiva, sino que des-
pertaba cierto temor al quiebre, a la fractura de una cul-
tura nacional –observada por algunos como homogénea–
en vías de construcción. El instrumento desestabilizador
–del cual era portador el extranjero– era para muchos la
ideología, una ideología ligada al anarquismo proveniente
del continente europeo, que comenzaba a otorgar identi-
dad a esa masa de nuevos trabajadores urbanos.105 La elite
política, como señala Tulio Halperín Donghi en su traba-
jo “¿Para qué la inmigración?”,106 estaba ávida de percibir
la vinculación entre agitación popular urbana y presencia
inmigratoria, inclusive antes de que emergiesen las formas
organizadas de protesta obrera.
Este cambio de percepción y de clima llevó, en el marco
de la celebración del Centenario, a la revalorización de la
herencia colonial y a la reivindicación del español en gene-
ral y de la historia cultural. Esta nueva línea argumentativa

104 Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores (DSS, 22/11/1902), p. 669.


105 Son varios políticos de la época (entre ellos los diputados Gouchon y Varela
Ortiz) que en el debate de la Ley de Residencia de noviembre de 1902 desta-
caron que el movimiento obrero estaba liderado en su mayoría por dirigen-
tes argentinos y no por extranjeros. Para ampliar las argumentaciones, ver
Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados 1902, fecha 22 de noviembre del
mismo año. No obstante, Tulio Halperín Donghi, en su trabajo “¿Por qué la
inmigración?”, sostiene que el movimiento anarquista que logró arraigarse
entre sectores más amplios de trabajadores estaba liderado casi exclusiva-
mente por inmigrantes.
106 Para ampliar la cuestión del surgimiento del movimiento obrero y del anar-
quismo en el país, se pueden consultar los siguientes trabajos: Halperín
Donghi, Tulio, “¿Por qué la inmigración?”, en Problemas argentinos y perspecti-
va hispanoamericana, Buenos Aires, Sudamericana, 1987; Devoto, Fernando,
Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina moderna. Una historia,
Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2002; Zimmermann, Eduardo A., Los libe-
rales reformistas. La cuestión social en la Argentina de 1890-1916, Buenos Aires,
Sudamericana, 1995; Oneja, Gladys, La inmigración en la literatura argenti-
na…; Torre, Juan Carlos, “Transformaciones de la sociedad argentina”, en
Russell, Roberto (ed.), Argentina 1910-20110. Balance del siglo, Buenos Aires,
Taurus, 2010.

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76 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

se puso de manifiesto en obras de literatos como Enrique


Larreta y Manuel Gálvez, a través del panhispanismo, visto
como antídoto contra el panamericanismo anglosajón, en
los escritos de Manuel Ugarte, así como también en el apo-
yo a una inmigración proveniente de la misma raza y, por
ende, “de la misma sangre”, expresada por políticos e inte-
lectuales influyentes como Estanislao Zeballos o Joaquín V.
González.107 En su obra ¿Inocentes o culpables?, el médico y
escritor Juan Antonio Argerich se opone abiertamente a la
inmigración europea señalando el mal que esta le hacía al
país. Este párrafo extraído del prólogo del libro lo pone de
manifiesto: “En mi obra, me opongo franca y decididamen-
te a la inmigración inferior europea, que reputo desastrosa
para los destinos a que legítimamente puede y debe aspirar
la República Argentina…”.108
Tanto en Joaquín V. González como en José Ramos
Mejía, se puede percibir una moderada lectura inversa a la
visión que del pasado argentino tenían los hombres de la
organización nacional. Sin desmerecer o condenar al inmi-
grante, ambos atenuaban –o anulaban– su rol transforma-
dor de la realidad argentina, y resaltaban la necesidad de
educarlos (a los inmigrantes) en los valores tradicionales del
pasado nacional a través del conocimiento de sus intelec-
tuales y sus costumbres. Dicho revisionismo es mucho más
acentuado en literatos como Ricardo Rojas109 y Manuel Gál-
vez –identificados como los pioneros del “primer naciona-
lismo” o “nacionalismo cultural”–:110 ellos encontraron las

107 Devoto, Fernando, Historia de la…, ob. cit., p. 274.


108 Argerich, Antonio, ¿Inocentes o culpables?, Buenos Aires, Imprenta del
Courrier del Plata, 1984, p. 10.
109 El pensamiento de Ricardo Rojas respecto de este tema está ampliamente
desarrollado en su obra.
110 Los estudios sobre nacionalismo argentino suelen considerar a Ricardo
Rojas, a Manuel Gálvez y a Leopoldo Lugones o bien como los protago-
nistas de un primer nacionalismo argentino o bien como precursores de un
posterior nacionalismo político de corte antiliberal o autoritario, cuyo origen
algunos establecen a partir de la conformación de la Liga Patriótica a fines
de la primera década del siglo XX y otros con posterioridad a 1920; cuando

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 77

raíces por recuperar en la cultura indoamericana originaria


y en la tradición hispano-católica, respectivamente. Dentro
de esta misma corriente, la figura más influyente fue el
poeta y ensayista Leopoldo Lugones, quien, en su repentina
hostilidad hacia la inmigración, fue un paso más allá que
sus colegas, al argumentar que la tradición argentina no se
entronca ni en la cultura indígena ni en la hispano-católica,
sino en la figura del criollo, reconvertida en la del gaucho.
Al problema de cómo construir una identidad nacional,
cercada por la heterogeneidad, se le suman otras cuestio-
nes. Una de ellas era la novedosa problemática social gene-
rada por una creciente conflictividad laboral acompañada
por violentas políticas alternativas de grupos de activis-
tas anarquistas que, según dice Devoto,111 eran fácilmente
identificados como otro resultado de la inmigración. Varios
años antes, Sarmiento había planteado el problema de la
necesidad de construir una identidad nacional, pero desde
otra óptica, argumentando que la falta de compromiso de
los inmigrantes, su desinterés por fusionarse y amalgamar-
se con los locales llevaría en el corto plazo al desorden, y
principalmente a la falta de representatividad del sistema
republicano. Sus reiterados pedidos de toma de conciencia
a los extranjeros112 que habitaban esta nación tenían como
fin lograr su nacionalización como un medio legal de con-
cretar el compromiso de pertenencia con aquel país que tan
generosamente les había abierto sus puertas.

no, recién en los años 30, con el fin del Gobierno de Uriburu en 1932, corte
lícito, según palabras de Fernando Devoto, para hacer un balance de una
experiencia nacionalista.
111 Devoto, Fernando, Historia de la…, ob. cit., p. 275.
112 Es importante destacar que la temática del extranjero, concretamente su par-
ticipación en la vida política y social, su nacionalización y la argentinización
de sus hijos fueron todas preocupaciones que no solo estuvieron detrás de
estas leyes y proyectos que los involucraban de manera directa, sino que
también de otras, como el caso de la Ley de Servicio Militar Obligatorio de
1902 y la Ley de Reforma Educativa de 1906.

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3

Antecedentes constitucionales
y legislativos sobre la condición
ciudadana del extranjero
en la Argentina

La preocupación por la inmigración estuvo presente en todo


momento, pero las consecuencias de las profundas transforma-
ciones socioeconómicas producidas por la Revolución Indus-
trial, suscitada en Inglaterra durante la segunda mitad del siglo
XVIII, y los cambios en la percepción de los individuos dentro del
ámbito político ejercieron una fuerte influencia sobre los pen-
sadores y la elite política nacional. Estos nuevos enfoques no
solo se sintieron en las ideas, sino que paulatinamente se fueron
materializando en la legislación local. Por ello, para compren-
der la posición de Sarmiento frente a la necesidad de natura-
lizar a los inmigrantes, es preciso ahondar en el desarrollo de
las instituciones republicanas del país, y realizar un repaso de
la reglamentación constitucional al respecto –desde el Estatuto
Provisorio de 1815 hasta la promulgación de la Ley Sáenz Peña
en 1912–.
Entre 1810 y 1815, la legislación no dejaba en claro quié-
nes podían participar de la elección de autoridades, ya que los
términos utilizados eran de un grado tal de ambigüedad que
se prestaban fácilmente a la manipulación por parte de quienes
presidían y tenían a su cargo la convocatoria y el control de
dicho proceso.113 Las continuas modificaciones, así como las

113 Para ampliar el tema de cómo era la selección de autoridades en dicho período y
cuál fue la legislación que guio el proceso eleccionario, ver los trabajos de Sáenz

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80 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

reiteradas disoluciones de la Asamblea General, llevaron a que


la práctica electoral fuese poco confiable y estuviese siempre
cubierta por un manto de sospecha.
Con respecto a los derechos políticos, especialmente
el derecho al sufragio, la situación de los extranjeros fue
confusa desde un comienzo. Los reglamentos no estable-
cían pautas de juego claras respecto de cuál era el grado de
participación que los extranjeros podían tener en la arena
política. En algunos casos la simple residencia por un par
de años, la posesión de bienes por un monto determinado
o incluso el ejercicio de un oficio u arte considerado de
utilidad para el país habilitaba a los extranjeros a participar
activamente en el proceso electoral.
El Estatuto Provisorio114 del 5 de mayo de 1815 –que
entró en vigencia en 1816– fue el primer intento por poner
en claro quiénes iban a elegir a los representantes y cómo
lo harían, entre muchas otras reglas de convivencia. Con
relación al tema de la ciudadanía, en el capítulo 3 artícu-
lo 1, se explicitaba quiénes eran considerados ciudadanos:
“Todo hombre libre, siempre que haya nacido y resida en
el territorio del Estado, […]: pero no entrará al ejercicio de
este derecho, hasta que haya cumplido 25 años, o sea eman-
cipado”.115
En los artículos 3-7 del mismo capítulo, se hace referencia
al tema de los extranjeros y a su condición de ciudadanos. Allí
se enumeran los distintos requisitos que debían cumplir para
ser considerados ciudadanos y se fijan los criterios de participa-
ción. El artículo 3 es el más significativo, ya que establece:

Valiente, José María, Bajo la campana del Cabildo, Buenos Aires, Guillermo Kraft,
1952; Rodríguez O., Jaime E., La independencia de la América Española, México,
Fondo de Cultura Económica, 1996; y Zorraquín Becú, Ricardo, La organización
política Argentina en el período Hispánico,BuenosAires,Perrot,2.ºedición,1959.
114 Estatuto Provisorio de 1815, en Archivo Gral. de La Nación, Sala 10, folio 3, 9,
5.
115 Estatuto Provisorio de 1815, capítulo 3, artículo 2, en Archivo Gral. de la
Nación, Sala 10 folio 3, 9, 5.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 81

Todo extranjero de la misma edad, que haya residido en el País por


más de cuatro años, y se haya hecho propietario de algún fondo,
al menos de cuatro mil pesos, o en su defecto ejerza arte u oficio
útil al País, gozará del sufragio activo en las Asambleas, o comicios
públicos, con tal que sepa leer y escribir. 116

A diferencia de lo que sucedía con los ciudadanos nativos,


el ciudadano naturalizado tenía requisitos censatarios, y el voto
era calificado, pues, para adquirir la ciudadanía, debía saber leer
y escribir y poseer un cierto capital o ejercer un trabajo que
aportara utilidad al país, condiciones que en muchos países del
continente europeo eran exigidas a los ciudadanos nativos. Este
no era el caso de la Argentina, que, desde principios del siglo
XIX, estableció el voto universal masculino, característica que
no era común en los países vecinos –como por ejemplo Brasil117

116 Estatuto Provisorio de 1815, capítulo 3, artículo 2, en Archivo Gral. de la Nación, Sala
10 folio 3, 9, 5.
117 Al respecto, la Constitución brasileña de 1824 era de corte liberal, y en lo tocante a
la participación electoral, aparecía como muy de avanzada, a pesar de establecer
el voto censatario. Según la ley, tenían derecho al voto –el cual era obligatorio– la
mayoría de los hombres mayores de 25 años, mientras que no podían sufragar los
hijos mayores que vivían en casa de sus padres, ni tampoco los criados, porque se
suponía que votarían como el señor de la casa. Contrariamente, sí podían votar
losagregados;generalmente, lospropietariosteníanmuchosagregadosquevivían
gratuitamente en sus tierras, lo cual garantizaba un cierto número de votos. Por
otra parte, la ley exigía para poder votar una renta anual mínima de 100 mil reis,
monto que garantizaba la independencia económica del votante. No había restric-
ciones en cuanto al grado de instrucción, y, por lo tanto, los analfabetos estaban
habilitados para votar. Con la excepción de los esclavos y las mujeres, que no eran
considerados ciudadanos, todos los varones que cumplían con dichos requisitos
tenían la obligación de votar. Las limitaciones impuestas por la Constitución eran
relativas. Con respecto a la edad, había excepciones, ya que el límite de edad bajaba
a 21 años en el caso de los jefes de familia, así como de los oficiales del ejército,
los bachilleres, los clérigos y los empleados públicos; en definitiva, en el caso de
todo aquel que fuese independiente económicamente. En cuanto a la restricción
económica, esta era poco relevante, ya que la mayoría de la población en aquella
época ganaba más de 100 mil reis al año, lo que significaba que la población más
pobre no estaba excluida. El hecho de que gran parte de la población de Brasil no
sabía leer y escribir (factor que facilitaba el manejo del electorado por parte de las
distintas facciones políticas) llevó a que en 1881 se les quitara el derecho a sufragar
alosanalfabetos.

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82 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

y Chile,118 donde existía el voto censatario y calificado como en


Europa–.119
Volviendo entonces a la legislación argentina, el artícu-
lo 4 del Estatuto de 1815 hace referencia al derecho al voto
pasivo (derecho a ser elegido) de los extranjeros, el cual era
adquirido luego de diez años de residencia, y aclara que
podían ser electos para los empleos de la República, pero no
para los de gobernador, y que, para gozar de ambos sufra-
gios –el activo y el pasivo–, debían renunciar a toda otra
ciudadanía. Se excluye en el artículo 5 a los españoles euro-
peos del derecho al sufragio activo y pasivo, “mientras los
derechos de estas Provincias” no fueran “reconocidos por el
Gobierno Español”.120 No obstante ello, el artículo 6 esta-
blece que aquellos españoles que, “decididos por la libertad
del Estado”, hubieran “hecho servicio distinguido a la causa

118 EnChiledesdeuncomienzoelvototambiénfuecensatario,comoenBrasil,pero,a
diferenciadeesteúltimopaís,elNuevoReglamentoChilenoprivó–desdeunprin-
cipio– del derecho al sufragio a los analfabetos, aunque durante los primeros años
no lo hizo de manera tan explícita. En 1828 se dio una breve ampliación del voto
a los sectores más populares, como estrategia de la dirigencia liberal para facilitar
el control de las elecciones por parte del Gobierno. Finalmente, en la Constitución
de 1833, se estableció el requisito de saber leer y escribir para poder acceder al
sufragio (a pesar de que dicho requisito solo entró en vigencia a partir de 1840). El
artículo 8 de la Constitución de 1833 establecía que eran ciudadanos activos con
derecho a votar los chilenos mayores de 25 años solteros, y de 21 años si eran casa-
dos, que, sabiendo leer y escribir, cumpliesen alguno de los siguientes requisitos:
“1.Unapropiedadinmóvil,ouncapitalinvertidoenalgunaespeciedegirooindus-
tria. El valor de la propiedad inmóvil, o del capital, se fijará para cada provincia de
diez en diez años; 2. El ejercicio de una industria o arte, o el goce de algún empleo,
renta o usufructo, cuyos emolumentos o productos guarden proporción con la
propiedad inmóvil, o capital de que se habla en el número anterior”. El alto nivel de
analfabetización de la población de Chile, sumado al requisito de renta necesario
parapodervotar,redujoconsiderablemente eltamañodelelectorado.
119 Para ampliar el tema de cómo se llegó al voto universal masculino en Chile y Brasil,
ver el trabajo “Evolución del proceso electoral en Brasil y Chile hasta la implemen-
tación del sufragio universal”, presentado en el VII Congreso Argentino-Chileno
deEstudiosHistóricos eIntegración Cultural,realizadoenSaltaenabrilde2007.
120 Estatuto Provisorio de 1815, capítulo 3, artículos 3-7, en Archivo Gral. de la
Nación, Sala 10 folio 3, 9, 5.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 83

del País” gozarían de la ciudadanía”,121 debiendo obtener la


correspondiente carta.122
Como podemos apreciar, las restricciones para los
extranjeros eran muy pocas, ya que básicamente la mayoría
de ellos eran considerados ciudadanos, y que incluso “los
nacidos en el país originarios de cualquier línea de África”,
cuyos mayores hubieran sido “esclavos en este continente”,
tendrían sufragio activo, “siendo hijos de padres ingenuos”,
y pasivo los que ya estuvieran “fuera del cuarto grado res-
pecto de sus mayores”.123 El grado de alfabetización exigido
por la normativa no era siempre un factor de exclusión
determinante, ya que era fácilmente manipulado por las
autoridades encargadas de coordinar los comicios.
No obstante, y aunque era sabido que la ley no se res-
petaba a rajatabla, en un artículo publicado en El Diario el
10 de septiembre de 1887, Sarmiento destaca la sabiduría
de los responsables de la redacción del Estatuto Provisorio
de 1815, y considera que la cláusula de saber leer y escribir
impuesta para que los extranjeros adquirieran la ciudadanía
era una manera de proteger al país de la corrupción del
sistema político. Al respecto, decía lo siguiente:

… los patriotas que abrieron desde 1810 las puertas al adveni-


miento de todos los pueblos y pobladores, entendidos y pre-
visto el caso, y es de admirar cómo la primera Constitución
del Río de la Plata, el Estatuto Provisorio de 1815, provee
cuerdamente a la incorporación de los nuevos arribantes en
el nuevo Estado. Su tenor serviría de correctivo a las confu-
sas nociones que pasan por espíritus preocupados, olvidando
que ellos mismos son los que necesitan garantir sus fortunas
adquiridas, y para lo futuro la suerte de sus propios hijos, a
quienes dejarían expuestos a los trastornos de un caos que

121 Estatuto Provisorio de 1815, capítulo 3, artículos 3-7, en Archivo Gral. de la


Nación, Sala 10 folio 3, 9, 5.
122 Esta era expedida por el jefe del Congreso General de cada partido asociada
al ayuntamiento de su capital.
123 Estatuto Provisorio de 1815, capítulo 3, artículos 3-7, en Archivo Gral. de la
Nación, Sala 10 folio 3, 9, 5.

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84 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

tiende a tomar formas orgánicas duraderas. ¿Qué harán den-


tro de algunos años, cien mil ciudadanos con diez millones
de habitantes a gobernar, si no son esclavos, ilotas, siervos o
turbas estólidas?124

La Constitución de la República Argentina de 1826,


sancionada por el Congreso General Constituyente reunido
en Buenos Aires el 24 de diciembre de ese año, en la sección
segunda, artículo 4.º, establecía:

Son ciudadanos de la Nación Argentina: primero todos los


hombres libres nacidos en su territorio, y los hijos de éstos,
donde quiera que nazcan: segundo los extranjeros que han
combatido, o combatieren en los ejércitos de mar y tierra de
la República: tercero, los extranjeros establecidos en el país
desde antes del año 16, en que declaró solemnemente su inde-
pendencia, que se inscriban en el registro cívico: cuarto, los
demás extranjeros establecidos, o que se establecieren des-
pués de aquella época, que obtengan carta de ciudadanía.125

Los constituyentes de 1826 redujeron de manera con-


siderable los requisitos necesarios para que los extranje-
ros pudiesen ser considerados ciudadanos, eliminando las
cláusulas que exigían un determinado capital o un trabajo,
y aquella que demandaba saber leer y escribir para poder
adquirir la ciudadanía. El país abría de esta manera sus
puertas a los inmigrantes y no exigía nada a cambio de
recibirlos; dejaba en sus manos la decisión de acatar la ciu-
dadanía del país. Ya no era necesario ningún requisito para
obtener la condición de ciudadano, simplemente la volun-
tad personal de serlo.
Ya 30 años después, al triunfo de la Confederación
Argentina sobre Buenos Aires en 1852, siguió la procla-
mación de la Constitución de la Confederación Argentina

124 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, Buenos Aires, Uni-
versidad Nacional de La Matanza, 2001, p. 160.
125 San Martino de Dromi, María Laura, Documentos constitucionales…, ob. cit.,
pp. 2413-2414.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 85

el 1.º de mayo de 1853. Dicho documento modificó una


vez más los requisitos necesarios para que los extranjeros
fuesen considerados ciudadanos. El artículo 20.º del primer
capítulo –Declaraciones, derechos y garantías– de la primera
parte de la nueva Constitución determinó:

Los extranjeros gozan en el territorio de la Confederación de


todos los derechos civiles del ciudadano; pueden ejercer su
industria, comercio y profesión: poseer bienes raíces, com-
prarlos y enajenarlos; navegar los ríos y costas; ejercer libre-
mente su culto; testar y casarse conforme a las leyes. No están
obligados a admitir la ciudadanía, ni pagar contribuciones
forzosas extraordinarias. Obtienen nacionalización residien-
do dos años continuos en la Confederación: pero la autoridad
puede acotar este término a favor del que lo solicite, alegando
y probando servicios a la República.126

En el artículo 21.º, que hace referencia a la defensa de


la patria y de la Constitución, se establece para el caso de los
extranjeros: “Los ciudadanos por naturalización son libres
de prestar o no este servicio por el término de diez años
contando desde el día en que obtengan su carta ciudada-
na”.127 En aquel entonces no se observaba en el país un pro-
ceso de inmigración masiva, pero, no obstante, se comenzó
a percibir tal tendencia.128
Durante el período constitucional de 1853, las políticas
inmigratorias fueron claramente un factor social determi-
nante para concretar las ideas de progreso y civilización
de las elites ilustradas. Halperín Donghi sostiene que fue
la Generación del 37 la que dio origen al proyecto inmi-
gratorio al ligar la idea de inmigración con la de progreso.
A pesar de los esfuerzos realizados previamente por Riva-
davia para romper con “las degradantes habitudes de los
españoles”, este no logró otorgar a los extranjeros un lugar

126 San Martino de Dromi, María Laura, ob. cit., p. 2531.


127 San Martino de Dromi, María Laura, ob. cit., p. 2531.
128 Ver anexos 1 y 2 con datos censales 1.º y 2.º Censos Nacionales.

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86 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

de privilegio en la formación de la nación,129 mientras que,


por otro lado, la nueva generación de dirigentes tuvo la
capacidad de ubicar el problema en las grandes extensiones
de tierra despobladas, y percibió al inmigrante como una
fuente de civilización y progreso.
Las críticas de Sarmiento a estas concesiones son ante-
riores a la sanción de dicha Constitución. Radicado en Chile
por ese entonces, libró desde el país trasandino una fuerte
polémica con uno de los principales ideólogos de la Carta
Magna Argentina de 1853 –Juan Bautista Alberdi–, tema al
cual se hará referencia en los siguientes capítulos.
El 6 de septiembre de 1857, fue sancionada la Ley n.º
140 del Régimen Electoral Nacional, con el objeto de regu-
lar el derecho al sufragio en todo el territorio nacional. Esta
introdujo mecanismos novedosos en relación con la con-
fección de padrones electorales y la elección de autoridades,
pero sin modificar el principio de voto. A pesar de ser un
intento unificador y clarificado, la situación de los extran-
jeros no quedó definida de manera concreta. En el capítulo
2, Del Registro Cívico, el artículo 2 establece:

El Poder Ejecutivo Nacional en el territorio federalizado, y


los Gobiernos de las provincias, en ellas; treinta días antes,
ordenarán la convocación de todos los ciudadanos, para que
concurran a las juntas calificadoras a inscribir sus nombres
en el Registro Cívico.

En los artículos 7 y 8, respectivamente, se especifica


quiénes tenían derecho al voto. En el artículo 7, se determi-
na quiénes no podrían ser inscriptos en los registros cívicos;
quedaban excluidos los menores de 21 años, los dementes y
los sordomudos, los eclesiásticos regulares, los condenados
a pena infamante, así como aquellos que tuvieran suspendi-
da la ciudadanía. El artículo 8, por su parte, hace referencia

129 Halperín Donghi, Tulio, “¿Para que la inmigración? Ideología y políticas


inmigratorias en la Argentina…, ob. cit., p. 196.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 87

a la situación de los extranjeros, y sostiene: “Los ciudadanos


por naturalización serán inscriptos en el Registro, median-
te la manifestación que hicieren de su carta de ciudadanía,
ante la Junta Calificadora”.
Cada provincia se manejaba con sus propios criterios
a la hora de determinar el otorgamiento de la carta de ciu-
dadanía a quienes lo solicitasen. Asimismo, en cuestión de
otorgamiento del derecho al sufragio, no había homogenei-
dad en las Constituciones provinciales. En Mendoza, Cór-
doba, San Luis y La Rioja, por ejemplo, el sufragio quedó
restringido a los pudientes; en Salta, a quienes supiesen leer
y escribir, y en Tucumán no podían sufragar los jornaleros
ni los hijos de familia que viviesen con sus padres.
Por su parte, la Ley n.º 145 de Ciudadanía, sancionada
el 19 de septiembre de 1857,130 hace referencia a la cuestión
de la ciudadanía, y define de manera concreta la situación de
los extranjeros. El artículo 1 determina: “[…] los argentinos
para el goce y ejercicio de los derechos políticos se distin-
guen en argentinos simples y ciudadanos”. Del artículo 2 al 8
de dicha ley, se establecen los requisitos para ser argentino.
El artículo 2 determina que eran argentinos los nacidos en
el territorio argentino, los hijos de madre o padre argentino
nacidos en el extranjero, a menos que prefirieran optar por
la nacionalidad del país donde habían nacido, y los extranje-
ros que hubieran obtenido la carta de naturalización, según
lo dispuesto en el artículo 20 de la Constitución de 1853, al
cual se hizo referencia en los párrafos anteriores.
Los artículos 4, 5 y 6 son de suma importancia, ya
que explican en qué consistía el procedimiento para obte-
ner la carta de nacionalización. Allí se especifica que los
extranjeros que desearan obtenerla, siempre y cuando cum-
plieran con los requisitos establecidos en el ya menciona-
do artículo 20, debían presentar su solicitud ante el juez
federal de Primera Instancia de la provincia o el territorio

130 El Registro Nacional indica el 29 de septiembre de 1857, fecha en que el veto


parcial del Poder Ejecutivo quedó aceptado por ambas Cámaras.

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88 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

donde estuvieran domiciliados o ante el juzgado ordinario


de igual clase de la respectiva localidad. La autoridad ante
la cual se presentara la solicitud otorgaría al interesado el
certificado correspondiente, con el cual podría solicitar del
Poder Ejecutivo Nacional su carta de naturalización. La
carta sería firmada por el presidente de la Confederación,
refrendada por el ministro del Interior y timbrada con el
sello de las armas nacionales. El artículo 7 determina que se
perdía la calidad de argentino ante la naturalización en país
extranjero.
La sección segunda de dicha legislación determina
quiénes eran ciudadanos. El artículo 9 manifiesta que lo
eran, por un lado, “los argentinos mayores de 21 años o
antes si fuesen emancipados” (aquí entraban los extranjeros
naturalizados) y, por otro,

los extranjeros que el 9 de julio de 1853 ya eran reputados


ciudadanos en cada Provincia, debiendo para continuar en el
goce y ejercicio de este derecho, pedir su carta de ciudadanía
dentro de un año, desde la promulgación de esta ley.131

Los artículos 10, 11 y 12 establecen los motivos por los


cuales se perdía la ciudadanía, que eran los mismos que se
mencionan en la Constitución.
Esta ley reafirma lo establecido en la Constitución del
53, al determinar que los extranjeros podían o no optar por
naturalizarse. El hecho de no hacerlo no los perjudicaba
en ningún aspecto; por el contrario, no naturalizarse los
liberaba de ciertos deberes y obligaciones tales como ir a la
guerra, pagar impuestos y participar en los procesos elec-
torales, que, por su parte, eran de carácter obligatorio para
los argentinos naturales. El 1.º de julio de 1859, la ley n.º
207132 introdujo modificaciones en la legislación. Estas no

131 Ley n.º 145 del 19 de septiembre de 1857, Ciudadanía. Leyes nacionales, p.
160.
132 Estuvo vigente hasta 1912, con la excepción del período 1902-1904, cuando
se aplicó el sistema uninominal por circunscripción.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 89

se relacionaban con la cuestión del derecho al voto; fue en


ese entonces cuando se estableció la lista completa y el voto
público pero no obligatorio.
Por último, queda mencionar que la inclusión final de
Buenos Aires en la Confederación Argentina en 1860, que
llevó a la reforma del texto original de la Constitución de
1853 (que se sancionó como la Constitución de la Repú-
blica Argentina en 1860) no modificó sustancialmente los
artículos 20 y 21 mencionados anteriormente, dejando así
establecidos los derechos y las garantías de los extranje-
ros residentes en el país. El texto quedó estipulado de la
siguiente manera:

Artículo 20º. Los extranjeros gozan en el territorio de la


Nación de todos los derechos civiles del ciudadano: pueden
ejercer la industria, comercio y profesión; poseer bienes raí-
ces, comprarlos y enajenarlos; navegar los ríos y costas; ejer-
cer libremente su culto, testar y casarse conforme a las leyes.
No están obligados a admitir la ciudadanía, ni a pagar contri-
buciones forzosas extraordinarias; obtienen nacionalización
residiendo dos años continuos en la Nación; pero la auto-
ridad puede acotar este término a favor del que lo solicite,
alegando y probando servicios a la República.133

Con respecto al artículo 21, que hace referencia a la


defensa de la patria, se mantuvo igual, sin modificación
alguna, ya que los ciudadanos por naturalización no estaban
obligados a prestar servicio militar por diez años desde el
día en que obtuvieran la carta de ciudadanía.
Todos estos artículos dejan en claro, como bien lo plan-
teó Alberdi en Bases y puntos de partida para la organización
política de la República Argentina ya en 1852 desde su exi-
lio en Chile, que un país sin población como la Argentina
debía abrir sus puertas a los inmigrantes europeos, no solo
para poblar tan vasto territorio, sino para que ellos aporta-
ran el progreso y la fuerza para hacer de la Argentina una

133 San Martino de Dromi, María Laura, ob. cit., p. 2561.

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90 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

gran nación. Pero ¿tendría costos futuros una apertura a la


inmigración sin restricciones ni requisitos? Para Sarmien-
to, los costos de una estrategia semejante serían inmensos;
el hecho de no exigir un cierto compromiso cívico a los
inmigrantes generaría un país sin ciudadanos. Para otros,
tal es el caso de Alberdi, este tipo de políticas no tenía costo
alguno; por el contrario, eran puro beneficio para el país, ya
que atraerían a los emigrantes europeos, y dicha inmigra-
ción sería la herramienta que le daría al país la posibilidad
de progreso y desarrollo.
La Argentina fue, desde sus inicios, uno de los países en
cuyo suelo habitó mayoritariamente una población extran-
jera. Tanto las elites políticas e intelectuales, como los textos
constitucionales que forjaron el proyecto de nación ponen
de manifiesto la opción por una política de hospitalidad: se
recibió al extranjero, a quien se consideraba un instrumento
fundamental e indispensable para el desarrollo de la nación
moderna y la formación de la ciudadanía.
Sarmiento, aunque compartía la creencia de Alberdi
acerca de que la inmigración era clave para el progreso del
país, sostuvo desde un principio que esta falta de compro-
miso de los inmigrantes debilitaría –en el corto y mediano
plazo– las instituciones republicanas, de manera que crearía
una ciudad sin ciudadanos y, por ende, sin representación
política. Así lo manifestó en muchos de sus textos; entre
ellos se destaca la nota publicada en el periódico El Diario
titulada “El mito babilónico”, que apareció el 9 de septiem-
bre de 1887.134
Alberdi, quien fuera un gran referente para los cons-
tituyentes de 1853, era partidario de que los inmigrantes
no se nacionalizaran,135 pues de este modo podían vivir y

134 Dicha nota se transcribe de manera completa en la tercera parte, capítulo 9


de este libro.
135 En España, la nacionalización de los extranjeros no era una obligación, pero
sí era muy sencillo adquirirla durante la primera mitad del siglo XIX. La
Constitución de 1837 establecía que eran españoles todas las personas
nacidas en territorio español; los hijos de padre o madre españoles, aunque

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 91

trabajar en el país sin tener que renunciar a su ciudadanía de


origen; estimaba que de esta manera se cooptaría un mayor
volumen de extranjeros. Lo que Alberdi proponía era otor-
garles a los extranjeros todos los derechos y librarlos de las
obligaciones: las inherentes al ciudadano nativo, las obliga-
ciones fiscales, el derecho al voto y el de armarse en defensa
de la patria.
Dicha argumentación y su posterior materialización
en la Constitución de 1853 despertaron en Sarmiento un
brutal rechazo; esto lo llevó a entablar con Alberdi una
polémica interminable, y por momentos muy dura, sobre la
importancia de la nacionalización de los inmigrantes. Para

hubieran nacido fuera de España; los extranjeros que hubieran obtenido


carta de naturaleza; los que sin ella hubieran ganado vecindad en cualquier
pueblo del territorio español. Ahora bien, los hijos de extranjeros nacidos
en territorio español, para gozar de la nacionalidad (ciudadanía) españo-
la, debían manifestarlo así a los funcionarios españoles encargados de los
registros civiles. En cuanto a la adquisición de la nacionalidad por vecindad,
se recurrió a las Partidas y a la Novísima Recopilación. Se ganaba vecindad
por establecer residencia fija en España, por casarse con mujer natural de
“estos Reynos”, el que se arraigara adquiriendo posesiones, el que se esta-
bleciera para ejercer un oficio, el que ejerciera oficios mecánicos o tuviera
abierta tienda al por menor, en todo caso el que moraba diez años en casa
poblada. Por lo que se refiere a la “moranza de diez años” de las Partidas, de
la Novísima Recopilación y en la Constitución de 1812, hemos de decir que
la vecindad era causa de que al extranjero domiciliado se le impusiera la con-
dición de “vasallo o súbdito”, con lo que se establecía una diferencia entre
estos y los “naturales o ciudadanos”. En la Constitución de 1837, se suprimía
aquella “sumisión” del extranjero avecindado y se concedía una facultad y
un derecho de adquirir la condición de nacional español. Esta concepción
pasó al texto original del Código Civil, que, en su artículo 17.4, declara la
nacionalidad española de los extranjeros que, sin carta de naturaleza, hubie-
ran ganado vecindad en cualquier pueblo de la monarquía. El requisito de
la inscripción no se consideraba imprescindible, si bien posteriormente se
reguló la forma de justificar la vecindad adquirida, de manera que, ganada la
vecindad y acreditada en forma, la administración desarrollaba una función
meramente declaratoria de tal circunstancia. La vecindad, pues, para devenir
eficaz, requería una actuación pública de constancia y declaración oficial.
La concurrencia de los requisitos legales originaba ex lege la facultad de
obtener la condición de español. Para profundizar sobre la cuestión, ver el
trabajo de Ramón Viñas Farré Evolución del derecho de nacionalidad en España,
Continuidad y cambios más importantes, Universidad de Barcelona.

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92 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

Sarmiento, el compromiso cívico de los extranjeros era la


clave del éxito de la república, y, por ende, de la democracia.
Ya con la incorporación de la provincia de Buenos Aires
al Estado federal, se dictó la Ley Electoral n.º 75, promulga-
da el 13 de noviembre de 1863 como una medida tendiente
a ordenar y dar garantías al proceso electoral. Se reguló de
qué manera debían formarse el registro cívico (padrón) y
las asambleas electorales. Al igual que en la década del 20,
las mesas electorales debían conformarse en los atrios de
las parroquias, pero, a partir de la Ley Electoral Nacional de
1863, y con el objeto de evitar las batallas a la hora de ganar
las mesas, se decretó que cada mesa debía estar presidida
por un juez de paz y cuatro vecinos designados por sorteo
entre los presentes el día de la elección y dos nombrados
por la Legislatura, elegidos también por esa vía, pero de una
lista de 20 vecinos.
El padrón electoral no existía como tal antes del 63;
a pesar de que los ciudadanos que deseaban participar del
sufragio debían tener un domicilio reconocido en la parro-
quia correspondiente, la posibilidad de cumplir con el dere-
cho al voto quedaba en manos de las autoridades de mesa. Si
un individuo era considerado parte del grupo de los inclui-
dos y, por lo tanto, aceptado como votante, este sufragaba
públicamente y su voto se consignaba en dos registros. Para
evitar estas arbitrariedades, la Ley Nacional de 1863 creó
el Registro Cívico, donde se inscribían con anticipación a
la fecha de la elección los adultos de cada parroquia que
deseaban votar allí. Así se conformaba el padrón electoral,
que tenía que ser debidamente exhibido e incluía el nombre
de los inscriptos aceptados por la Junta Calificadora para
sufragar. Aunque existía un padrón, hasta el momento el
voto continuaba siendo público.
En relación con los votantes, se redujo la edad mínima
para ejercer el voto a 18 años –esta fue una manera de
ampliar el electorado que incluía tanto a ciudadanos nativos
como a los nacionalizados–. No se modificó la situación de
los extranjeros, pero el artículo 6 dejaba fuera del derecho al

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 93

voto a todas aquellas personas que fuesen soldados, cabos y


sargentos de tropas de línea o que debieran estar enrolados
en la Guardia Nacional y, por distintas circunstancias, no lo
estuviesen.
A los pocos años, el 5 de octubre de 1866, se dictó la
ley n.º 209, con el objetivo de modificar ciertos aspectos
de la legislación anterior. Los cambios no fueron sustancia-
les, giraban principalmente en torno a los procedimientos
generales para la realización del acto eleccionario. No hubo
modificaciones en torno a la figura del votante.
Para 1873, y debido al fraude generalizado que se regis-
traba en las elecciones, se sancionó el 18 de septiembre la
Ley Electoral n.º 623. Las modificaciones más significativas
–para dar mayor transparencia al proceso de elecciones–
fueron el artículo 2, donde se determinó que el registro
cívico se confeccionaría cada cuatro años, y que cada reno-
vación dejaría sin efecto el registro anterior, y el artículo
7, donde se establecía que el padrón estaría integrado por
todos los ciudadanos domiciliados en la sección electoral
que lo solicitasen personalmente y que fuesen mayores de
17 años. Se bajó la edad necesaria para votar y se facilitó
la manera de registro de los electores; ambas medidas per-
mitían, en teoría, que un mayor número de ciudadanos se
encontraran en condiciones de sufragar.
Dentro del seno del Congreso de la Nación, se generó
una discusión en torno al secreto o no del voto. A pesar
de que los diputados Manuel Montes de Oca, Bernardo de
Irigoyen, Rafael Igarzábal y Pedro Goyena, entre otros, se
manifestaban a favor del voto secreto como una manera
de evitar el clientelismo y la manipulación del electorado,
el proyecto sancionado determinó que el voto continuase
siendo público. Se eliminó el voto oral, como una medida
para evitar el fraude, pero este seguía siendo público, pues
la norma sancionada establecía la existencia de un registro
de votantes en que se debía asentar el nombre de la persona
por la cual votaba cada uno de los sufragantes inscriptos
en el padrón. El fraude electoral continuó existiendo, en

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94 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

parte como consecuencia de las debilidades de la ley n.º


632. Por ese motivo, la coalición triunfante entre liberales
y autonomistas dictó en 1877 la Ley n.º 893, que dispuso
que para toda elección nacional se debía hacer previamente
la inscripción de los registros cívicos en el Registro Cívico
Nacional.
Hubo durante las últimas décadas del siglo XIX otras
modificaciones menores a la Ley Electoral: la ley n.º 893
del 16 de octubre de 1877; la ley n.º 1012 del 7 de octubre
de 1879; la ley n.º 1024 del 22 de julio de 1880; y la ley n.º
2742 del 6 de octubre de 1890. No obstante, las reformas
más resonantes fueron las que se efectuaron a comienzos
de 1900, cuyo objetivo principal era dar un marco regula-
dor legítimo que hiciese del proceso electoral un proceso
limpio, transparente y por sobre todo democrático.
Tanto la reforma electoral de 1902, como la de 1912
fueron propuestas por el Poder Ejecutivo. En el primer
caso, la redacción de la nueva Ley Electoral estuvo a cargo
del ministro del Interior, Joaquín V. González, quien, entre
otras cuestiones, proponía el sufragio voluntario y secreto
con el fin de reducir el fraude y el control del voto. En
su discurso ante la Cámara de Diputados en el Congreso
Nacional del 27 de noviembre de 1902, argumentaba que
bajo ningún concepto se debía recurrir al sufragio censitai-
re136 como mecanismo para reducir el fraude, sino que, por
el contrario, había que reivindicar el sentido común de los
analfabetos.137 Sostenía:

… es, por lo tanto, la responsabilidad de las clases dirigentes


la que debemos mirar en el ejercicio de estos derechos, ya que

136 El voto o sufragio censitaire consiste en la dotación del derecho a voto solo a
la parte de la población que está inscripta en un censo. Este censo suele
tener ciertas restricciones: generalmente son económicas (como la posesión
de un determinado nivel de rentas u oficio) o relacionadas con el nivel
de instrucción (leer y escribir) o social (pertenencia a determinado grupo
social) o el estado civil (casado).
137 Botana, Natalio, El orden conservador…, ob. cit., p. 260.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 95

a ellas, por selección natural, les corresponde esa especie de


tutela sobre los que saben menos o pueden menos.138

Para Joaquín V. González, aún no estaban dadas las con-


diciones necesarias para aplicar el voto obligatorio, aunque
consideraba que este era el ideal. La realidad social del país,
así como la extensión del territorio y la dispersión de la
población, hacían imposible la efectivización de la sanción
penal por no cumplir con la obligación de ir a votar.
El proyecto original enviado por el Poder Ejecutivo al
Congreso Nacional para su tratamiento era ambicioso. Con
respecto al voto de los extranjeros, que es el eje central de
esta investigación, el artículo 4 del proyecto original posibi-
litaba que los extranjeros de 22 años de edad que supiesen
leer y escribir, con más de dos años de residencia, propieta-
rios o que ejercieran profesión liberal, acreditada por diplo-
ma nacional o revalidado, pudieran presentarse a las juntas
de distrito, oficinas de registro civil o comisiones inscrip-
toras de la sección y manifestar verbalmente que deseaban
ser inscriptos en el padrón cívico, circunstancia que debía
ser justificada.
El proyecto, en este punto, provocó una ferviente dis-
cusión dentro del recinto de la Cámara de Diputados. El
diputado Mariano de Vedia, partidario del PAN (Partido
Autonomista Nacional) y director del diario La Tribuna,
aunque apoyaba el proyecto, presentó una fuerte oposición
en el dictamen de la Comisión de Negocios Constitucio-
nales a la cuestión establecida en el artículo 4 mencionado
anteriormente. Para suspender dicho artículo, argumentaba
los siguientes motivos:

En primer lugar, ha suprimido los artículos que se refieren


a la facultad de inscribirse y votar a los extranjeros; y lo ha
hecho porque no consideró que era oportunidad para que a

138 González, Joaquín V., “Discurso en la Cámara de Diputados, en la sesión del


22/XI/1902”, en La reforma electoral argentina, Buenos Aires, Imprenta Didot,
1902, p. 48.

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96 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

un extranjero se le ocurriera adoptar la nacionalidad, pre-


cisamente aquella en que debía empezar a intervenir, desde
luego, en la formación del Gobierno de la República, y sería
en realidad la causa determinante de su naturalización, que
más tendría de adquisición hecha por un partido en lucha,
que por la nación misma.139

Al analizar las distintas posturas de los legisladores


respecto de este punto durante el debate parlamentario, se
pone claramente de manifiesto cómo el sector político en su
mayoría comprendió que una concesión de esas caracterís-
ticas hubiera implicado la entrega del poder a un significa-
tivo grupo de inmigrantes arraigados en el territorio nacio-
nal. El diputado Lucero, opositor al proyecto, presentó en
su intervención una cantidad de datos que permiten enten-
der cuál era la magnitud de la inmigración en el país, y los
riesgos que habría implicado una legislación semejante:

… el problema de la naturalización de los extranjeros, que es


ya premioso, se haría angustioso. Con cinco millones de habi-
tantes tenemos más de un millón de extranjeros; y delante de
seiscientos mil electores, hay quinientos mil extranjeros en
iguales condiciones. Si nos circunscribimos a doscientos mil,
¡qué peligro para la política genuinamente argentina, delante
de los ciento veinte mil extranjeros que existen en el país,
propietarios desde hace más de dos años, es decir, ¡desde ya
constitucionalmente aptos para la ciudadanía!140

Antonio Argerich, diputado por la Capital, proponía


calificar el voto al exigir a los sufragantes el hecho de saber
leer y escribir. Esta propuesta fue rechazada por la gran
mayoría de los legisladores. El diputado Mujica alertó en su
discurso a sus colegas respecto de los peligros de imponer
dicha limitación:

139 Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores de la Nación, 17 de octubre de


1902, debate ley 4.161.
140 Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores de la Nación, 17 de octubre de
1902, debate ley 4.161.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 97

La restricción del sufragio en un país de inmigrantes como es


el nuestro, en el que tenemos pendiente la solución del gran
problema relativo a la naturalización de los extranjeros […]
hace que sea peligroso sancionar disposiciones como las que
propone el diputado por la Capital. […] tendríamos este fenó-
meno constante: que iría aumentando el número de electores
extranjeros al paso que iría disminuyendo el número de los
electores nacionales.141

Frente a esta propuesta, el diputado Lucero propuso


una calificación al ciudadano naturalizado sobre la base de
su propiedad, lo que inhabilitaría a quienes se encontrasen
en la siguiente situación:

Los ciudadanos nativos que no sepan leer y escribir; y los


ciudadanos naturalizados que no sean casados en el país o no
tengan hijos nacidos en el país; o que paguen menos de veinti-
cinco pesos de contribución directa por propiedad territorial
rural o menos de cincuenta pesos de contribución directa por
propiedad urbana.142

Y aclaraba, seguidamente, que bajo ningún concepto


estas circunstancias garantizaban que no se generasen polí-
ticas antinacionales en el seno del grupo de electores ciuda-
danos naturalizados.
En estas discusiones se ponen de manifiesto, una vez
más, los temores de Sarmiento de tener un país sin ciuda-
danos y del hecho de que, con restricciones censitarias de
estas características, tanto educacionales como económicas,
el país terminaría siendo gobernado por la población de
origen extranjero, ya que serían estos, mayormente, quie-
nes tendrían los requisitos necesarios para poder acceder al
derecho al voto. Finalmente, el proyecto de ley se aprobó

141 Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores de la Nación, 17 de octubre de


1902, debate ley 4.161.
142 Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores de la Nación, 17 de octubre de
1902, debate ley 4.161.

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98 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

con enmiendas que terminaron desvirtuando los propósitos


de apertura que había tenido originalmente.
El artículo 1 de la ley n.º 4.161,143 sancionada el 30 de
diciembre de 1902 y promulgada el 6 de enero de 1903,
amplió una vez más el grupo de los incluidos al establecer:
“Para ser elector nacional se requiere: ser argentino o ciuda-
dano naturalizado, y tener 18 años de edad”. El grupo de los
excluidos quedaba en esta nueva ley establecido de manera
tal, que se reducía considerablemente la zona gris que existía
en las leyes electorales anteriores, la cual permitía el control
del electorado por parte de los grupos dirigentes a cargo del
proceso electoral. El artículo 5 de dicha ley enumera deta-
lladamente quiénes no eran electores nacionales, mientras
que en el artículo 6 se mencionan los motivos por los cuales
se estaba excluido de la condición de elector; las especifi-
caciones, en ambos casos, son claras y concretas. Se dejaba
de lado la utilización de aquella terminología tan ambigua
como “hombres libres”, que ya no aparece en el texto de la
nueva ley.
La reforma electoral, como se dijo, se centraba en un
puñado de puntos básicos; uno de ellos era la modifica-
ción del mecanismo de registro de electores vigentes, con
el objetivo de evitar el fraude. La propuesta de Joaquín V.
González consistía en la creación de un registro electoral
permanente, compuesto por comisiones inscriptoras cons-
tituidas por tres ciudadanos extraídos de una lista de 20 que
fuesen los mayores contribuyentes de cada circunscripción,
quienes, a su vez, distribuirían el trabajo censal en divisio-
nes inferiores de sus respectivos territorios y realizarían en

143 No obstante, la reforma más significativa de la ley n.º 4.161 fue la instaura-
ción del sufragio uninominal por circunscripción, sistema que nuevamente
fue sustituido por la lista completa en la reforma a la Ley Electoral de 1905
impulsada por Manuel Quintana (ley n.º 4.578). La defensa de este sistema
por parte del entonces ministro del Interior de Julio Argentino Roca, Joaquín
V. González, fue feroz. En el capítulo 2 de la ley, apartado 1, titulado “De las
divisiones territoriales”, se explica detalladamente cómo se implementaría
la división del territorio nacional en circunscripciones electorales.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 99

el plazo de tres días el empadronamiento de los ciudadanos


a domicilio. En su discurso ante la Cámara de Diputados
en 1902, González argumentaba que dicha tarea debía ser
“responsabilidad de las clases altas”, que según él debían
“velar por una inscripción sincera y leal”, pues en su opinión
la reforma debía darse desde dentro de la clase social que
ejercía el poder político.144
Como promotor del proyecto de ley de 1902, J. V.
González tenía una posición muy firme frente a la necesi-
dad imperante de establecer el secreto del voto como una
herramienta clave para poner fin al fraude electoral. En su
defensa del proyecto ante los legisladores, argumentaba:

[Esta es] la única forma de asegurar la independencia del


sufragante, la manifestación personal, íntima y exclusiva del
ciudadano respecto del elector, y en cuyo instante rompe
con todo linaje de servidumbre o de dependencia para ser el
intérprete primario de la voluntad popular.145

En el Senado, encontró una gran resistencia a su pro-


puesta de voto secreto. Carlos Pellegrini, el principal oposi-
tor, argumentó:

El voto secreto […] supone el voto consciente, y el voto


consciente es el del hombre capaz de apreciar por quién va a
votar, y el sufragio universal supone más a la inmensa masa
de analfabetos, o de votos inconscientes, que no van en nom-
bre de ideas o propósitos propios, sino en nombre de ideas,
de simpatías, de arrastres de opiniones que dividen a la masa
en distintas fracciones y en tendencias: de modo que el voto
secreto, aplicado a las masas de nuestro país, sería, señor Pre-
sidente, una mistificación.146

144 González, Joaquín V., “Mensaje del Poder Ejecutivo del 27 de agosto de
1902”, en La reforma electoral…, ob. cit., p. 164.
145 González, Joaquín V., “Mensaje del Poder Ejecutivo del 27/8/1902”, en La
reforma electoral…, ob. cit., p. 150.
146 “Discurso del miembro informante en la Cámara de Senadores, sesión del
20/XII/1902”, en La reforma electoral…, ob. cit., p. 327.

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100 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

A pesar de la lucha benévola de González en defensa de


los derechos de los analfabetos, la Ley de Reforma Electoral
n.º 4.161 de 1902147 sancionó el voto oral. Natalio Botana
destaca el alto grado de contradicción en el pensamiento de
Pellegrini, quien en 1902 defendió el voto oral –una forma
de aferrarse a muchos de los mecanismos de control típicos
del roquismo– y, cuatro años más tarde, criticó abiertamen-
te la realidad política gestada a partir de 1880, en especial el
tema del fraude electoral.148
La posterior reforma electoral (ley n.º 8.871) de Sáenz
Peña e Indalecio Gómez de 1912, conocida como Ley Sáenz
Peña,149 sancionada el 10 de febrero y promulgada a los
tres días, el 13 de febrero de 1912, tomó varios elementos

147 Principalmente con la reforma electoral de 1902, concretamente con el sis-


tema de circunscripciones uninominales, se buscaba que los partidos políti-
cos fuesen el resultado de la asociación voluntaria de representantes locales,
donde la circunscripción sería un “recinto geográfico apto para generar una
suerte de participación directa sin aparatos organizativos que la desfiguren
u obstaculicen”. J. V. González pretendía un sistema de partidos diferente
del establecido en la nación; aspiraba a un país gobernado por notables
cuya autoridad estuviese legitimada por el voto y el apoyo locales. Como
se señaló anteriormente, este sistema uninominal solo rigió para la elección
de 1904, ya que la reforma de 1905 volvió al sistema de lista completa. La
ley n.º 4578 establecía que, a partir de 1905, tanto la Capital como las pro-
vincias se consideraban “como distritos electorales de un solo estado para
elegir electores calificados de senador por la Capital, diputados al Congreso
y electores calificados de presidente y vicepresidente de la nación”. Cada
distrito elegiría, por lo tanto, el número de electores a presidente y vice-
presidente, a senador y los diputados que le correspondieran, teniendo que
votar cada ciudadano habilitado para hacerlo por la cantidad de diputados
o electores calificados que le correspondían al distrito de pertenencia.
148 Botana, Natalio, El orden conservador…, ob. cit., p. 267.
149 También en la Ley Sáenz Peña de 1912 se estableció el procedimiento de la
lista incompleta, combinando los principios de pluralidad y proporciona-
lidad con un mecanismo plurinominal que determinaba de antemano la
representación que les correspondía a las minorías. En el artículo 44 del
proyecto, la proporcionalidad asignada a cada elector para la elección de
diputados nacionales determinaba que, de elegirse uno o dos diputados,
cada elector solo podría votar por el número igual de candidatos, en caso
de elegirse más de dos, cada elector solamente podría votar por las dos
terceras partes del número a elegir en dicha elección, y en caso de quedar
una fracción de ese número, lo haría por un candidato más. Y quedaba así
establecida la regla de los dos tercios.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 101

que se esbozaron en la discusión parlamentaria acerca del


sistema electoral en 1902: el sufragio obligatorio y secreto,
el padrón permanente basado en el padrón militar, y el sis-
tema de lista incompleta que otorgaba representación a la
primera minoría.
La nueva legislación no introduce modificaciones con
respecto a la edad mínima de los electores, pero sí deter-
mina en el primer artículo que eran “electores nacionales
los ciudadanos nativos y los naturalizados desde los diez y
ocho años cumplidos de edad”, siempre y cuando estuvieran
“inscriptos en el padrón electoral”.150 Este cambio en el pro-
cedimiento de inscripción era una herramienta clave para
poner fin –o al menos intentarlo– a la manipulación ines-
crupulosa de los registros de votantes. En el artículo 2, se
especifica quiénes estaban excluidos del derecho al voto:

Están excluidos los dementes declarados en juicio. Por razón


de su estado y condición; los eclesiásticos y regulares, los sol-
dados, cabos y sargentos del ejército permanente, los deteni-
dos por juez competente mientras no recuperen su libertad,
los dementes y mendigos, mientras estén recluidos en asilo
público. Por razón de su indignidad: los reincidentes con-
denados por delito contra la propiedad, durante cinco años
después de la sanción.

Nada se dice en la flamante legislación acerca de la


situación de los extranjeros: estos seguían al margen del
juego político nacional. Era solo la voluntad y el deseo lo
que los llevaba a participar de él, a través de la adquisición
voluntaria de la ciudadanía. Durante la década del 80, se
fomentó fuertemente la inmigración europea, y, como con-
secuencia de ello, arribaron al territorio nacional millones
de extranjeros. Las cifras que revelan tanto el censo de
1869 como el de 1895 son por demás elocuentes; el prime-
ro registra una población de 1.830.214, mientras que en el

150 Ley n.º 8.871. Régimen electoral, en Anales de Legislación Argentina, tomo 1,
Buenos Aires, La Ley, 1941, pp. 844-845.

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102 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

segundo esta asciende a casi cuatro millones de habitantes.


De ese total, la mitad eran extranjeros, de los cuales un por-
centaje muy reducido optaba por nacionalizarse. Esta masa
de inmigrantes era dueña de la mitad de las propiedades de
la provincia de Buenos Aires; en Santa Fe más de la mitad
de las propiedades estaban en manos de los inmigrantes, y
lo mismo sucedía en la capital de país. Claramente, la inser-
ción de los inmigrantes se ponía de manifiesto en el terreno
económico, pero no así en el político.
Por otra parte, la Ley Sáenz Peña implementó el voto
obligatorio y secreto. Su principal impulsor fue Indalecio
Gómez, quien proclamaba que, gracias a dichas modifica-
ciones, se lograría establecer un procedimiento libre y lim-
pio de la influencia, lejos del manejo electoral por parte de
las elites políticas. Argumentaba que, si bien dar por tie-
rra con esta práctica resultaba una utopía para muchos, al
menos con estas medidas se lograba lo que expresaba con
estas palabras:

… poner en manos del que vende la facilidad de redimir


su propia falta burlándose del comprador, dejando a este en
situación de no poder saber si el dinero que pagó por un voto
tuvo o no el efecto que se propuso.151

El artículo 41 del proyecto, sancionado luego en ley,


presentaba todos los requisitos necesarios para asegurar el
secreto del sufragio –entre ellos, una cartilla para cerrar
puertas, tapiar ventanas, etc., medidas que dieron origen a
lo que hoy se conoce como “cuarto oscuro”–.
Las modificaciones en la legislación electoral poco
incidían en el lugar que se le otorgaba al extranjero den-
tro del proceso electoral; más bien estaban ligadas a buscar
la manera de dar transparencia y legitimidad a la elec-
ción de las autoridades, haciendo del país un sistema más

151 Gómez, Indalecio, “Discurso en la Cámara de Diputados, sesión del 8/11/


1911”, en Los discursos de Indalecio Gómez, Estadista, Diplomático, Parlamenta-
rio, vol. 2, p. 379.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 103

democrático y representativo. La norma no siempre se res-


petaba en la práctica. Nada se decía ni en la Constitución
ni en la legislación electoral acerca de la nacionalización de
los inmigrantes; estos tenían la libertad de optar o no por la
ciudadanía argentina y, de hacerlo, ser parte activa a través
de su participación cívica, del proceso político que forta-
lecería la democracia y el republicanismo, tan deseado por
muchos, en la época.
Como ya es sabido, los cambios políticos siempre fue-
ron en la Argentina más lentos que los económicos y socia-
les,152 pero, a pesar de ello, se fueron produciendo. La clase
política de nuestro país se vio obligada a adaptarse a las
nuevas reglas de juego que iban surgiendo en la sociedad
como consecuencia de los cambios mencionados, porque,
de no hacerlo, corría el riesgo de quedar fuera de la esfera
del poder.
Con respecto a la participación ciudadana en la elección
de los representantes, podemos observar un avance inin-
terrumpido basado en la implementación de legislaciones
electorales que buscaban de manera constante reforzar la
legitimidad de los representantes. A su vez, se hace evidente
–a lo largo de todo el período– el esfuerzo realizado por la
elite política para lograr dar a la representación un marco
cada vez más legítimo, pues era gracias a dicha legitimidad
gracias a lo que se podía mantener en el poder.
Para el pensador italiano Raffaele Romanelli, es la prác-
tica en sí misma la que va dando las pautas de cómo con-
formar las normas a quienes tienen la habilidad de poder
implementar dichas modificaciones, producto de la movili-
zación política de la sociedad por medio del voto. Son los
políticos, en el rol de líderes, quienes tienen la capacidad de
articular el vacío dejado por las normas electorales a favor

152 En su libro Historia de la inmigración en la Argentina, Fernando Devoto expli-


ca claramente y de manera extensa esta diferencia en los tiempos de los
cambios políticos respecto de los económicos y sociales durante el siglo XIX
y principios del siglo XX en el país.

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104 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

de su causa. Es por ello por lo que en su obra Romanelli


destaca la importancia de la actividad electoral más allá de
la normativa legal.
A medida que transcurrían los años, se hacía más evi-
dente que la llave para el triunfo electoral reside en el
voto. Por eso las fuerzas interesadas en llegar al poder –o
mantenerse en él– ponían toda su energía en conquistar
al electorado, implementando mecanismos cada vez más
sofisticados, pero a la vez más democráticos. A raíz de la
gran competencia que se daba entre los distintos grupos, se
comenzó a regular la rivalidad, a limitar legalmente el poder
y a buscar mecanismos legales para mejorar el sistema de
representación.
Los cambios que se mencionaron en las páginas ante-
riores trajeron consigo un ininterrumpido aumento de la
participación política (aunque por momentos muy sutil) del
conjunto de la ciudadanía, pues esta se fue sintiendo cada
vez más integrada a la vida política, y principalmente cada
vez más respetada y considerada por la clase dirigente. El
ciudadano común comenzó a involucrarse en el quehacer
político, no solo a través del voto, sino también median-
te otras vías de participación que fortalecieron el vínculo
entre el ciudadano y el político.
Todas estas modificaciones tenían un mismo objetivo:
darle un marco de legitimidad al sistema representativo para
poder, a través de este, crear un sistema de gobierno con
reglas claras que permitieran el desarrollo de una nación
que comenzaba a forjarse luego de vivir durante muchas
décadas bajo el dominio español y la guerra civil. Las con-
tinuas reformas realizadas a las leyes electorales no eran
otra cosa que el reflejo del aprendizaje que daba la práctica
político-electoral, como también fueron consecuencia de
los constantes cambios socioculturales que se fueron gene-
rando a lo largo de todo el siglo en la sociedad argentina.
La temática de la importancia de la nacionalización de
los inmigrantes está ausente tanto en los textos constitu-
cionales analizados como en la legislación electoral. Para

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 105

Sarmiento, esa omisión tendría, en el corto y mediano pla-


zo, consecuencias negativas sobre el sistema de represen-
tación –consecuencias que indefectiblemente repercutirían
en la consolidación del sistema republicano–.
Se puede argumentar que el sufragio, con todo lo que
ello implica, es un importante canal de movilización y, por
lo tanto, un generador de la práctica política en la sociedad.
Romanelli sostiene que lo social ingresa en el ámbito políti-
co por medio de la práctica electoral; es por eso por lo que
en su trabajo no analiza únicamente el acto de votar, sino
todo lo que ello implica, desde la compleja construcción de
las normas –que se refieren a la delimitación de aquellos
que tienen derecho al voto, a los procedimientos para indi-
vidualizarlos, para colocarlos o no en la condición de votar
o para regular el desarrollo de las elecciones, etc.– hasta las
prácticas concretas, que son las que finalmente dan cuerpo
a las normas o bien las vacían de su significado original y
les asignan uno nuevo.153 Para dicho autor, es claramente lo
social lo que da forma a lo político a través de la gimnasia
electoral.
En cuanto al grado de relevancia que tenían las eleccio-
nes para el grueso de la sociedad, dada la baja participación
que se registró a lo largo del siglo, son varios los historia-
dores, entre ellos Hilda Sábato, que plantean que estas eran
poco significativas, ya que la idea de representación era
abstracta, y además porque existían otras formas de inter-
venir en política. El voto no era, para ella, la única manera
de participar en política. La ciudadanía contaba con otros
derechos que le permitían hacerlo, como por ejemplo la
libertad de asociación, la libertad de expresión y la libertad
de prensa.
Por su parte, hay quienes creen que, a pesar del fraude
y de la escasa participación, las elecciones eran legitima-
doras de los elegidos, y que eso le otorgaba cierta estabi-
lidad al Gobierno. Sostienen que, pese al bajo número de

153 Romanelli, Raffaele, “Le regole del gioco…”, ob. cit.

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106 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

participantes, la composición del grupo era una muestra


fiel de la sociedad en su conjunto, ya que –según los datos
de la época– concurrían a las urnas integrantes de todos
los estratos sociales.154 Hay que tener presente que quedaba
fuera de este juego un porcentaje significativo de los habi-
tantes del territorio –los inmigrantes– que, por voluntad
personal y conveniencia, preferían ser ajenos a él, y actua-
ban como simples espectadores del desarrollo político del
país que los albergaba.
El análisis realizado en este capítulo nos permite ver que
ninguna sociedad nace sabiendo, sino que debe ir haciéndo-
se camino a través de la prueba y el error, experimentando
en la práctica distintos métodos que le permitan, en la medi-
da de lo posible, llegar a buen puerto. En dicho proceso, los
diferentes actores deben tener la capacidad de adaptarse y,
por sobre todo, de ceder ante sus pares para lograr alcanzar
la armonía necesaria para crecer como nación.
El sufragio, con su autonomía funcional, es el mecanis-
mo por medio del cual se verifica la reproducción política
del cuerpo social. Las elecciones son el proceso mediante
el cual los grupos sociales y de poder experimentan estra-
tegias de control y relación; allí se da un intercambio que
lleva a pensar a los grupos de poder o a las elites políticas
como estructuras intermedias entre el Estado y la sociedad,
y se establece así el canal de movilización y relación entre
sectores sociales con realidades diferentes.
El hecho de que la oligarquía política se mostrase preo-
cupada por lograr la apertura de la participación y conse-
guir implementar elecciones lo más limpias posibles refuta
la clásica teoría que sostiene que la apertura fue consecuen-
cia del cansancio y los vicios de la clase política. José Luis
Romero y Gino Germani son partidarios de esta última teo-
ría, mientras que Natalio Botana y Zimmermann integran el
grupo de los que sostienen la visión más optimista, aquellos
que ven la reforma electoral como parte de un paquete de

154 Alonso, Paula, Entre la revolución y las…, ob. cit., p. 218.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 107

modificaciones producto del progreso y la madurez política


tanto de los dirigentes como de los ciudadanos.
Son las reformas electorales de 1902 y 1912 las que
alcanzaron finalmente la democratización del poder políti-
co, al aumentar la calidad de la representación e introducir
el sufragio secreto, así como también mediante modifica-
ciones en el trazado de las circunscripciones, en la inclusión
de las minorías a través del sistema proporcional, en la con-
formación de padrones electorales, etc.; todas medidas que
llevaron a mejorar el sistema representativo y, por ende,
a respaldar la gobernabilidad y la democracia. A pesar de
dicho progreso, continuó siendo una deuda pendiente en la
legislación establecer normas que llevasen a los inmigrantes
a nacionalizarse.
Sarmiento fue un gran visionario en estos temas, y
destacó desde un principio la importancia que tenía discu-
tir y legislar sobre la cuestión de la nacionalización de los
inmigrantes. Sus temores se mantuvieron latentes en parte
de la elite política que lo sucedió; esto se ve claramente en
los debates parlamentarios a los que se hizo referencia en
párrafos anteriores. El miedo a tener un país sin ciudada-
nos, un país donde la representación no era real, un país
con una escasa conciencia cívica, un país sin un sentimiento
de patriotismo fuerte estuvo presente en todo momento; no
obstante, la voluntad de la clase política, en su conjunto, por
darle una solución no tuvo la misma fuerza.
Es así como, hacia el final de su vida, Sarmiento no
logró ver plasmado su deseo de nacionalizar a los inmi-
grantes y así generar un fuerte sentimiento cívico y patrió-
tico, y con ello un país más representativo y democrático,
pues la legislación electoral, a pesar de sus avances en otras
cuestiones, no pudo encauzar la discusión de manera que
se pudieran superar estos escollos, que siguieron presentes
en el proceso electoral nacional y que, hasta principios del
siglo XX, no pudieron ser superados.

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Segunda parte.
Construcción del ciudadano
y la importancia
de la nacionalización
de los extranjeros
en el pensamiento de Sarmiento
y Alberdi

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Nuestro trabajo sería poner mano a la organización de la
nueva sociedad política que formarán los que hoy llegan y
los que llegaron hace tres siglos, como los que poblaban al
inicio estos países […] lo que retarda esa fusión inevitable es
la persuasión de los recién llegados que no han venido a este
país sino de paso, para curarse de las dolencias del hambre,
[…] para volver otra vez, ricos, felices.

D. F. Sarmiento, “El corresponsal político


de Francia”, El Nacional155

155 “El corresponsal político de Francia”, en El Nacional, abril de 1882, en Obras


completas, tomo 36, ob. cit., p. 159.

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4

Sarmiento: evolución
de su pensamiento frente al rol
del extranjero (1830-1880)

El elemento principal de orden y moralización que la Repú-


blica Argentina cuenta hoy es la inmigración europea, que de
suyo y en despecho de la falta de seguridad que le ofrece, se
agolpa de día en día en el Plata. Y si hubiera un Gobierno
capaz de dirigir su movimiento bastaría por sí sola a sanar en
diez años, no más, todas las heridas que han hecho a la patria
los bandidos.

D. F. Sarmiento, Facundo. Civilización y barbarie

Al igual que Alberdi, Sarmiento asociaba la inmigración


con la idea de progreso. Ya en sus primeros escritos desde
el exilio, iba construyendo la figura de un extranjero con-
ceptual, opuesto al habitante de la campaña, cuyos hábitos
culturales estaban ligados al pasado, al ser el reflejo de la
tradición colonial heredada. En síntesis, Sarmiento contra-
ponía el inmigrante europeo156 al gaucho; es decir, para él, la
representación de la civilización y la barbarie. Ya desde las
páginas del Facundo (1845) había destacado dicho contraste,
al argumentar lo siguiente:

Da compasión y vergüenza en la República Argentina, com-


parar la colonia alemana o escocesa del Sur de Buenos Aires,

156 Consideraba como inmigrantes europeos prósperos y adecuados a los pro-


venientes de países como Gran Bretaña, Escocia, Alemania y Francia espe-
cialmente.

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114 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

y la villa que se forma en el interior; en la primera las casitas


son pintadas, el frente de la casa siempre aseado y adornado
de flores […] y los habitantes en un movimiento y acción
continuos. Ordeñando vacas, fabricando mantequilla y que-
so, han logrado algunas familias hacer fortunas colosales y
retirarse a la ciudad a gozar de las comodidades. La villa
nacional es el reverso indigno de esta medalla, niños sucios
y cubiertos de harapos […]; hombres tendidos en el suelo en
la más completa inacción, el desaseo y la pobreza por todas
partes, […] un aspecto general de barbarie y de incuria los
hace notables.157

En el texto se destacan la predisposición del extranjero


al trabajo, y los hábitos de orden y progreso en contraposi-
ción a los hábitos de ocio y a la incapacidad de los españoles
e indígenas, heredados de la cultura hispánica y prehispáni-
ca que la revolución no pudo derribar. Esto constituía, para
Sarmiento, un obstáculo para la formación de la base social
de la república.
En un artículo publicado el 8 de julio de 1844 en el
diario chileno El Progreso, titulado “Inmigración extranjera”,
Sarmiento trata el tema puntal de un grupo de emigrados
de Nueva Holanda que habían llegado a territorio chileno
y cuyo recibimiento no estaba aún claro. En dicho artículo
queda asentada su opinión respecto de la importancia y el
beneficio que tenía para el país trasandino –al igual que
para el resto de los países que integran América del Sur–
adoptar medidas hospitalarias frente a los nuevos poblado-
res. Ante la falta de una legislación concreta y precisa sobre
la inmigración, Sarmiento incita a los legisladores a esta-
blecer leyes al respecto que abrieran los caminos a la inmi-
gración europea, “facilitando su introducción, asegurándole
el fruto de su industria, y dejando a sus individuos en el
pleno goce de todos los derechos que la libertad asegura a
todo hombre”. Esta es, sin dudas, la manera que Sarmiento
veía de atraer a nuestras costas a una población numerosa

157 Sarmiento, Domingo Faustino, Facundo, Buenos Aires, Emecé, 1999.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 115

que trajera consigo lo que aquí faltaba: hábitos industriales


y conocimiento de las artes, cuyo cultivo llevaría a la región
al progreso y desarrollo.
Durante los días subsiguientes, y como consecuencia
del arribo de los inmigrantes de Nueva Holanda, el Con-
greso chileno trató el proyecto de ley del Gobierno para
promover la inmigración extranjera. En un artículo publi-
cado en el mismo periódico con fecha 13 de agosto de 1844,
Sarmiento sostiene que la llegada de esos pobladores actuó
como disparador, entre el público y la administración, para
comenzar así a pensar en la necesidad de favorecer la inmi-
gración a través de una legislación que facilitara su incre-
mento y que, a la vez, estableciera un orden que permitiera
que el desarrollo y el progreso que desembarcaban en las
principales ciudades se extendieran al interior del territo-
rio. Al respecto, Sarmiento sostiene:

Conviene, pues, que el Gobierno se halle autorizado para dis-


poner de los terrenos baldíos; para que con la autorización en
la mano, proceda a desenvolver un proyecto de colonización,
o a fijar y demarcar los puntos del territorio en que deben
establecerse los planteles de las deseadas colonias.158

En este período, Sarmiento claramente veía en la inmi-


gración europea la salvación para los nuevos países de
América del Sur. La llegada de pobladores laboriosos, disci-
plinados, con valores morales y buenos hábitos sociales se
impregnaría al poco tiempo en la población local, y llevaría
a los países receptores a alcanzar el desarrollo y el progreso
tan esperados. Tenía una visión jacobina159 respecto de esta
cuestión, pues creía que era el Estado el que debía generar
las condiciones para que estos foráneos se instalaran en

158 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 23, p. 135.


159 Al igual que los jacobinos franceses, que anhelaban que los cambios sociales
y políticos fuesen rápidos y profundos, y creían en la necesidad de romper
las amarras con el pasado y en la importancia de generar a partir del Estado
una nueva conciencia social, cultural y política.

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116 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

el país y transmitieran así sus costumbres y valores a los


locales, y para que, a su vez, se despertara en ellos un sen-
timiento de pertenencia y comunión que los hiciera sentir
parte de la nación que los había acogido. Este cambio en las
costumbres, los valores y las creencias era posible a través
del Estado, y generaría –tanto entre los ciudadanos nativos
como entre los extranjeros– una conciencia común de per-
tenencia y hermandad que uniría a todos bajo un mismo
manto de civismo y patriotismo que permitiría alcanzar el
progreso y el desarrollo tan ansiados, así como consolidar
los valores republicanos.
A partir de 1847, no pasan inadvertidas la influencia y la
repercusión que el viaje que Sarmiento realizó a los Estados
Unidos durante ese año tuvo sobre su pensamiento. Al leer
cualquiera de sus obras, se ve claramente cómo ese primer
viaje fue clave en el desarrollo de sus nuevas ideas. Hasta
ese entonces había elucubrado diversas teorías sobre el tipo
de civilización que deseaba para la Argentina y para el resto
de los países sudamericanos, pero, a partir de su visita a
Norteamérica, su modelo ideal, su utopía se transformó en
un modelo real. Todo lo que allí vio y aprendió le permitió
reemplazar su utopía por un modelo concreto.
El conocimiento sobre la historia y la cultura estadou-
nidenses con el que llegó a dicho país no era significativo
–en parte porque no manejaba el idioma inglés de manera
fluida, como sí lo hacía con el francés, y en parte como con-
secuencia de los pocos libros sobre el tema que se publica-
ban en Sudamérica–. Se sabe que Sarmiento había leído en
detalle los dos tomos de Democracia en América de Alexis de
Tocqueville, ya que por momentos las reflexiones del via-
jero francés se reflejaban en sus palabras. La influencia del
escritor norteamericano James F. Cooper también se impo-
nía en los relatos de Sarmiento, en especial las nociones
surgidas del libro Notions of the Americans…,160 publicado en

160 Cooper, James F., Notion of the Americans Picked Up by a Travelling Bachelor
[Intro, Robert E. Spiller], Nueva York, Frederick Ungor, 1963.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 117

1828, donde el escritor describe detalladamente las costum-


bres, los paisajes y las instituciones de su país de origen.
El desencanto que había sufrido Sarmiento durante su
visita a Europa en 1845, al comprobar que el progreso cien-
tífico y de las artes coexistía con un mundo compuesto por
millones de personas que vivían al margen de la dignidad
humana, transformó su arribo a las costas norteamericanas
en una búsqueda ansiosa y desesperada en aras de hallar un
modelo capaz de devolverle la esperanza. Como bien señala
Halperín Donghi, Sarmiento descubrió lo siguiente:

… esas aldeas [europeas] son tan atrasadas, tan pobres, tan


aisladas como las chilenas […]. Aunque las ciudades crecían
rápidamente, la mayor parte de Europa era predominante-
mente rural y no podía ofrecer de ningún modo un modelo,
ya que sufría las mismas limitaciones, los mismos problemas
que él [Sarmiento] denunciaba y quería superar en la realidad
hispanoamericana.161

El 14 de septiembre de 1847, al desembarcar en las


costas de la ciudad de Nueva York, lo que para él era el
Nuevo Mundo, se sorprendió frente al nivel de progreso, al
que consideró superior al de cualquier otro país. En su des-
cripción, realiza una constante crítica a la sociedad europea
y destaca la superioridad estadounidense hasta el punto de
involucrar a Dios en esta diferenciación:

Son los Estados Unidos, tal cual lo ha formado Dios, y jurará


que al crear este pedazo de mundo, se sabía muy bien El,
que allá por el siglo XIX, los desechos de su pobre humanidad
pisoteada en otras partes, esclavizada, o muriéndose de ham-
bre a fin de que huelguen los pocos, vendrían a reunirse aquí,
desenvolverse sin obstáculos, engrandecerse, y vengar con su

161 Halperín Donghi, Tulio, Alberdi, Sarmiento y Mitre: Tres proyectos de futuro
para la era constitucional, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 2004,
p. 16.

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118 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

ejemplo a la especie humana de tantos siglos de tutela leonina


y de sufrimientos.162

Por otra parte, los canales, los medios de comunicación,


los caminos, las construcciones, el ferrocarril, los barcos de
vapor, todo deslumbró al viajero argentino, quien sostuvo:
“… estos yanquis tienen el derecho de ser impertinentes”.163
Como señala Jaime Pellicer164, Sarmiento en los Esta-
dos Unidos se descubrió a sí mismo, ya que todo aquello
que conoció allí dejó en él marcas imborrables que fueron el
origen de sus futuras acciones y decisiones.165 Es innegable
que su estadía en el país del norte durante 58 días produjo
un cambio radical con respecto a ciertas nociones básicas
que había manifestado en obras anteriores, como por ejem-
plo en Facundo, y afectó sus ideas y su manera de ver la
realidad, e incluso lo llevó a repensar y modificar algunas
de sus convicciones previas.
Lo que contempla en los Estados Unidos supera todo
aquello que había podido llegar a imaginar:

Los Estados Unidos son una cosa sin modelo anterior, una
especie de disparate […] que frustra la especulación pugnan-
do contra las ideas recibidas, […] inconcebible, grande, noble
[…]. No es un monstruo de las especies conocidas, sino como
un animal nuevo producido por la creación política, extraño,
[…] que para aprender a contemplarlo, es preciso antes edu-
car el juicio propio […] no sin riesgo de, vencida la primera
extrañeza, apasionarse por él, hallarlo bello y proclamar un
nuevo criterio de las cosas humanas…166

162 Sarmiento, Domingo Faustino, Viajes por Europa, África y América 1845-1847
y diario de gastos, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 929.
163 Sarmiento, Domingo Faustino, Viajes…, ob. cit., p. 389.
164 Pellicer, Jaime, El Facundo: Significante y significado, Buenos Aires, Tricel,
1990.
165 Sarmiento, Domingo Faustino, Viajes…, ob. cit., p. 914.
166 Sarmiento, Domingo Faustino, Viajes…, ob. cit., p. 290.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 119

El tema de la inmigración fue siempre un pilar en el


pensamiento del sanjuanino, pero en Viajes… se presenta un
sorpresivo giro al respecto. Como consecuencia de lo que
percibió en su visita a los Estados Unidos, Sarmiento reve-
la que la influencia de los inmigrantes europeos en dicho
territorio tuvo un impacto negativo. Dicha argumentación
es sorprendente, pues, tanto antes como después de su via-
je, fue una de las voces más destacadas en cuanto al papel
que debían cumplir los inmigrantes europeos en el proceso
de desarrollo y progreso de las nuevas repúblicas sudame-
ricanas.
En los escritos anteriores a su viaje, Sarmiento sostenía
que el extranjero era el sujeto político moderno, que llegaba
a nuevas tierras para transmitir sus valores socioculturales
a los habitantes del lugar, e inclusive veía con buenos ojos
el hecho de que conformasen una alianza entre “patriotas”
y “extranjeros” fundada en la unidad del género humano en
la lucha contra el despotismo. En el capítulo final de Facun-
do, hace referencia a esta alianza como algo positivo, y en
este marco coloca al extranjero como un aliado del patriota
frente a la defensa del principio de libertad contra la tiranía
de Rosas.167
Sarmiento utiliza los términos “españolismo” y “ame-
ricanismo” como sinónimos de “retraso” y “tiranía”, como
aquellos que rechazan todo lo extranjero.168 Contrasta la
figura del español retrasado, asociada al americanismo pro-
pio de los caudillos locales, con los jóvenes patriotas, con
“esa juventud impregnada de las ideas civilizadoras que iba

167 Concretamente, en los últimos capítulos de Facundo, se refiere al bloqueo


francés. En aquellas páginas sostiene que la presencia francesa en el Río
de la Plata representaba la fuerza de la civilización y el progreso europeos
frente a las fuerzas regresivas de Rosas y el americanismo. Los patriotas
que se vieron obligados a abandonar su patria se colocaron en situación de
extranjeros, y en el exterior se aliaron con los republicanos del otro lado del
Atlántico, para luchar por la libertad. La alianza con Francia es vista por
el sanjuanino no como una alianza con su gobierno y en defensa de sus
intereses, sino como una alianza con las ideas.
168 Villavicencio, Susana, Sarmiento y la nación…, ob. cit., p. 156.

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120 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

a buscar en los europeos enemigos de Rosas sus antece-


sores, sus padres, sus modelos”.169 En Facundo, incorpora
al extranjero dentro de su programa de gobierno de dos
maneras: una desde el plano de la relación entre naciones,
donde plantea una alianza de los extranjeros con los sec-
tores opositores a los gobiernos despóticos en pos de la
defensa de los principios de libertad y la garantía política, y
otra orientada al plano interno, donde la política inmigra-
toria es clave para la exitosa implementación de su proyecto
de nación republicana, en la cual el emigrante trae consigo
sus valores, ideas y buenas costumbres, con el fin de trans-
mitirlas a los nacionales.
Sarmiento se contradice en Viajes… con su discurso
clásico sobre la importancia de la inmigración europea: “La
inmigración europea es [en los Estados Unidos] un elemen-
to de barbarie, ¡quién lo creyera!”.170 Como se ve, sostiene
que la llegada del inmigrante europeo a los Estados Unidos
no trajo el progreso, sino que introdujo –en el ya conforma-
do contexto estadounidense– un elemento de barbarie. Para
Sarmiento, esto obedecía a que los recién llegados descono-
cían las arraigadas tradiciones democráticas imperantes en
la sociedad de los Estados Unidos. Tanto alemanes, como
irlandeses y otros europeos que arribaban serían personas
sin educación, demócratas indisciplinados que desconocían
las leyes e instituciones estadounidenses.
Sarmiento llegó hasta el extremo de acusar a estos sec-
tores de ser los responsables de la corrupción política, como
consecuencia de la participación y el dominio que algunos
de estos grupos adquirieron en las elecciones locales. Afir-
ma, por ejemplo:

Así es que los extranjeros son en los Estados Unidos la piedra


del escándalo, y la levadura de corrupción que se introduce

169 Sarmiento, Domingo Faustino, Facundo, ob. cit., p. 235.


170 Sarmiento, Domingo Faustino, Viajes…, ob. cit., p. 343.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 121

anualmente en la masa de la sangre de aquella nación tan


antiguamente educada en la práctica de la libertad.171

En su opinión, el éxito estadounidense no radicaba en


el predominio del origen sajón, pues resaltaba la diferen-
cia entre los Estados Unidos y Canadá: “Ingleses son los
habitantes de ambas riberas del río Niágara, y sin embargo,
allí donde las colonias inglesas se tocan con las poblaciones
norteamericanas, el ojo percibe que son dos pueblos distin-
tos”.172 Sarmiento encontraba las causas del éxito no en los
aspectos étnicos, sino en la acumulación de méritos y en el
aprendizaje producto de la educación que daban plenitud al
desarrollo moral y a la inteligencia. El hecho de que muchos
de estos inmigrantes no manejasen el idioma inglés –o que,
de hacerlo, no tuviesen el hábito de la práctica electoral–
implicaba una serie de complicaciones en el orden y la
estabilidad social de los Estados Unidos. Con el objetivo
de sortear dichas complicaciones, los sectores políticos más
conservadores, los Whigs, intentaron reducir el número de
inmigrantes que arribaban a los Estados Unidos, y prolon-
garon el período de espera de aquellos que ya habían des-
embarcado antes de otorgarles la ciudadanía y el derecho al
sufragio.173
Con respecto al accionar de los gobiernos en materia de
política inmigratoria, en un artículo publicado en La Cróni-
ca el 24 de junio de 1849, Sarmiento señala cuán acertadas
habían sido las medidas y leyes dictadas por las autoridades
argentinas en 1824 para conseguir el arribo de la tan desea-
da inmigración europea al territorio nacional. A lo largo
del texto, plantea el fuerte contraste entre la idoneidad de
dichas medidas y el fracaso de su pronta implementación,
con el objeto de aprender de los errores cometidos y, por
sobre todo, para lo siguiente: “… persuadirnos, que así como

171 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 23, pp. 46-47.
172 Sarmiento, Domingo Faustino, Viajes…, ob. cit., p. 315.
173 Sarmiento, Domingo Faustino, Viajes…, ob. cit., p. 899.

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122 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

la obra es grandiosa y salvadora para nuestras repúblicas,


también es difícil y seria”.174
Los primeros intentos realizados por las autoridades
nacionales en pos de crear colonias inglesas en Buenos Aires
son destacados por el sanjuanino, quien sostiene que estaba
claro para los encargados de implementar dichas políticas
que “no sólo bastaba que un Estado escaso de población” la
aumentase, sino que “lo importante” era que la población
que adquiriera contribuyera “a la prosperidad general con
su industria y sus virtudes”. Destaca el carácter templado,
inteligente y laborioso del pueblo inglés, y añora en su
discurso que otras regiones de América del Sur tomasen el
ejemplo de Buenos Aires y adquirieran un gran número de
ciudadanos ingleses que, además de su persona, importasen
a sus respectivas patrias el caudal de trabajo, el ingenio, el
deseo de progresar y la masa de ideas que se obtenían habi-
tualmente en Inglaterra, donde todos respiraban actividad,
amor al trabajo y virtudes domésticas y cívicas.
En el mismo artículo, publica el “Reglamento de
Inmigración del General Las Heras”,175 en aquel entonces
gobernador de Buenos Aires, para poner de manifiesto los
grandes principios en que se funda un buen sistema de
colonización, principios que creía debían ser tenidos en
cuenta en 1849 –año de aparición de dicho artículo–, cuan-
do se intentaba legislar sobre la materia. Dicho reglamento
está conformado por 29 artículos que establecen la base de
los contratos y las concesiones con que debían ser recibi-
dos los inmigrantes, así como las ventajas a las que estos
tenían derecho. Los artículos que van del 18 al 26 deter-
minan los derechos de los inmigrantes: a ser protegidos en
causas civiles por la comisión de emigración; a adquirir y
poseer bienes e inmuebles; quedaban libres durante el plazo
que durase su contrato de todo servicio militar o civil; no

174 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 23, ob. cit., p. 35.
175 El “Reglamento de Emigración del General Las Heras” se escribió en Buenos
Aires el 19 de enero de 1825; el texto completo se encuentra en el anexo 5.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 123

serían perturbados en la práctica de sus creencias religiosas;


podrían arrendar tierras del Estado, así como recibir un
empréstito de 300 pesos, el cual se reintegraría en cómodos
plazos y bajo un interés preestablecido del 6 % anual.
Sarmiento destacó la organización y la idoneidad de
ese reglamento del año 1825 –escrito por el Gral. Juan
Gregorio Las Heras y Manuel José García–, pero cuestio-
naba irónicamente qué fue lo que sucedió con todas esas
buenas intenciones en el lapso de 20 años. De esa inmi-
gración, de esas colonias, ya no existían “más que ruinas,
no del tiempo sino del abandono […], atestiguando con sus
escombros que las colonias allí fundadas abrigaban al nacer
algún vicio orgánico, alguna cosa constitutivamente nociva
que las mató”.176
Sarmiento se sentía atraído por la propuesta de Las
Heras respecto de la política inmigratoria, porque, si bien
valoraba la importancia del inmigrante para el progreso de
las repúblicas sudamericanas, también consideraba necesa-
rio imponer desde el Estado un cierto orden. Como lo mani-
festó reiteradamente en sus escritos posteriores a 1845, de
nada serviría una inmigración sin educación y sin un sóli-
do compromiso con el país que la recibía. Así lo revela en
Comentarios…, donde advierte, por un lado, la gran similitud
geográfica entre la Argentina y los Estados Unidos, y, por
el otro, el hecho de que en ambas Constituciones se hacía
un llamamiento a ciudadanos de otras naciones para poblar
tan vastos territorios. En el caso de los estadounidenses,
el hecho y el derecho eran preexistentes a la Constitución
de 1787, y, en consecuencia, luego de creado el nuevo
Gobierno nacional, dicha Carta Magna no hizo más que
encuadrar dentro de un marco legal una práctica previa.
El caso de las colonias españolas en América, entre ellas
la del Río de la Plata, era diferente, ya que el sistema de
colonización español cerró sus territorios a todos los hom-
bres de otra estirpe, idioma, raza y creencia que no fuesen

176 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 23, ob. cit., p. 35.

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124 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

los propios.177 Fue por ello necesario incluir, en el texto


de la Constitución del 53, la frase “Para todos los hombres
del mundo que quieran habitar el suelo argentino” (extraída
del texto de la Constitución de 1787), para lograr atraer
inmigrantes que ayudasen a llenar el vacío de población
existente en el territorio y conseguir por medio de ellos el
progreso tan deseado.
Sarmiento creía que el éxito de la sociedad de los Esta-
dos Unidos radicaba en gran parte en el hecho de que tanto
su Constitución como las leyes convertían al extranjero de
manera inmediata en ciudadano, y lo obligaban a adoptar la
carta de naturalización de dicho país. Dicha medida hacía
que el extranjero se sintiese comprometido con la política
del país que había elegido para radicarse. En la Argentina,
según el expresidente, el otorgamiento indiscriminado de
los derechos a los extranjeros, sumado a la falta de compro-
miso político y de conciencia cívica de estos últimos, perju-
dicaría el crecimiento de las instituciones republicanas, ya
que gran parte de la población no estaba representada y, por
lo tanto, no se preocupaba por instruirse cívicamente ni por
inculcarles a sus hijos dicho espíritu, lo que posteriormen-
te engendraría la desunión y disolución del sentimiento de
pertenencia a una misma nación.
En su opinión, el progreso material y la inmigración no
generaban de manera automática una república ideal; para
perfeccionarse, esta necesitaba ser legitimada por medios
políticos, donde la educación y la ciudadanía ejercían un rol
fundamental a la hora de sacar a criollos y extranjeros de un
“endémico letargo cívico”.178 Era el Estado, a través de polí-
ticas y de una legislación acorde, el responsable de generar
las condiciones propicias para crear esa conciencia cívica y
patriótica en todos los habitantes del territorio, fuesen ellos
nativos o extranjeros.

177 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 23, ob. cit., p. 64.
178 Botana, Natalio, La tradición…, ob. cit., p. 462.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 125

Sarmiento fue un ferviente crítico de los constituyen-


tes de 1853, quienes establecieron –en los artículos 14, 16,
17, 18, 19, 20 y 21– la igualdad total entre el extranjero, el
habitante y el ciudadano. Todos ellos gozaban de igualdad
ante la ley y la justicia, del derecho de seguridad y libre trán-
sito, de la libertad de asociación y expresión, etc., pero los
inmigrantes se encontraban exentos de las responsabilida-
des cívicas, que recaían únicamente sobre los ciudadanos.179
Los extranjeros tenían la opción de nacionalizarse, pero no
estaban obligados a hacerlo, y, en el caso de optar por ello,
estaban excluidos por diez años de prestar servicio militar.
En definitiva, los extranjeros contaban con un sinfín de
ventajas y privilegios en relación con los nativos.
Coherente con su preocupación por el fortalecimiento
y desarrollo de las instituciones republicanas, a lo largo de
su carrera como político y educador, Sarmiento le otorgó
–en todo momento– una gran importancia a la cuestión de
la ciudadanía; de allí su insistencia respecto de la natura-
lización de los extranjeros. En sus relatos posteriores a su
primer viaje por los Estados Unidos, reveló que en dicho
país, ni bien se recibía al inmigrante, se lo adoctrinaba para
que abandonase el estado de ignorancia en el que vivía, y
absorbiera lo más pronto posible, por el bien de la sociedad
norteamericana, “los mecanismos de instituciones munici-
pales, provinciales y nacionales, y más que todo”, para que
se apasionase “como el yanqui por cada una de ellas”, y las
crease “ligadas con su existencia y como parte de su ser,
de tal manera que si descuidara ocuparse de ellas y de los
intereses” a que se ligaban, “temiera que su vida y su con-
ciencia estaban a un tiempo en peligro”.180
A pesar del progreso material que se dio en la Argenti-
na a partir de 1850, Sarmiento sostenía que este avance no
se daba en el terreno político, donde aún se mantenían las
costumbres del pasado. Para él, el progreso sociocultural era

179 Villavicencio, Susana, Sarmiento y la nación…, ob. cit., p. 164.


180 Sarmiento, Domingo Faustino, Viajes…, ob. cit., p. 343.

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126 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

un requisito previo al progreso económico; a diferencia de


Alberdi, quien consideraba que el crecimiento económico y
la educación eran un proceso que se debía dar de manera
simultánea. Afirmaba que el patriotismo era la esencia del
civismo, pero consideraba que, en la Argentina –a diferen-
cia de lo que sucedía en los Estados Unidos–, los inmigran-
tes no optaban por adquirir la ciudadanía ya que –como
se mencionó anteriormente–, por un lado, esta los privaba
de ciertos beneficios, y, por otro, se percataban (al observar
cómo actuaban sus compatriotas en el país receptor) de que
podían continuar canalizando sus impulsos patriotas en
acciones ligadas a su país de origen.181
Sarmiento argumentaba que el progreso material y la
inmigración no eran suficientes para el progreso y el cre-
cimiento de la república. Para que estos se lograsen, era
necesario despertar, tanto entre los criollos como entre los
extranjeros, el sentimiento cívico, aquel que les permitiría
ser parte de la formación política del país, y para ello era
indispensable el componente de la educación. Al igual que
ciertos pensadores franceses –como Guizot o Condorcet–,
el proyecto republicano que avalaba consistía en unir la
empresa pedagógica con la construcción de la nación, y, a
la vez, formar actores políticos conscientes. La educación
para la democracia se encuentra en el centro de la acción
republicana; como bien señala Rosanvallon, debe lograr que
las costumbres se correspondan con las conquistas políticas,
debe generar electores conscientes y racionales y, a la vez,
despojarlos de todo tipo de banalidad, haciendo del voto
una expresión de conciencia y de razón de los individuos.182
El cambio en las ideas a favor de la inmigración, así
como su visión más crítica a la reglamentación y, por ende,
implementación de las políticas inmigratorias nacionales,
revelan sin duda la influencia que sobre él tuvieron diver-
sos aspectos de la cultura estadounidense. La religión como

181 Botana, Natalio, La tradición…, ob. cit., p. 462.


182 Rosanvallon, Pierre, La consagración del…, ob. cit., pp. 332-333.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 127

motor moral de la sociedad despertó su curiosidad; Sar-


miento le otorgó un rol central en el desarrollo y progreso
de la democracia. La transmisión de los valores religiosos
y morales estuvo a cargo –según él– de un pequeño grupo
de peregrinos, quienes pudieron educar con su ejemplo y
adoctrinar con su mensaje a la masa de ciudadanos. Expli-
có la gran influencia que ejerció este reducido grupo de
extranjeros de la siguiente manera:

Como los bracmanes descendieron de las montañas del Hima-


laya, los habitantes de aquellos antiguos Estados se diseminan
hacia el oeste de la Unión, educando con su ejemplo y sus
prácticas a los pueblos nuevos que surgen sin pericia y sin
ciencia sobre el haz de la tierra apenas desmontada. Recuerda
Ud. que los peregrinos eran ciento y cincuenta sabios, pensa-
dores, fanáticos entusiastas, políticos emigrados… Pues bien,
los hijos de aquella escogida porción de la especie humana
son aún hoy los mentores y los directores de las nuevas gene-
raciones.183

Lo que le llama la atención no es la intensidad de la


experiencia religiosa en sí misma, sino cómo las profundas
raíces religiosas de la sociedad estadounidense se hacían
sentir en todos los aspectos de la vida pública, en especial
en su propensión al autogobierno y en el fanatismo del pue-
blo por construir todo tipo de asociaciones sociales.184 La
libertad y el respeto por el culto del prójimo convocaron su
interés hasta el punto de utilizarlo como argumento en su
crítica a la proclamación de la religión católica apostólica
romana como oficial en la Constitución de la Confedera-
ción Argentina de 1853, crítica manifestada explícitamente
en el marco de su obra Comentarios sobre la Constitución de la
Confederación Argentina, publicada en 1854.
Es en el capítulo 3 de Comentarios…, donde Sarmiento
amplía el tema de la religión y devela una diferenciación

183 Sarmiento, Domingo Faustino, Viajes…, ob. cit., p. 347.


184 Sarmiento, Domingo Faustino, Viajes…, ob. cit., p. 872.

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128 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

muy significativa entre la Constitución de los Estados Uni-


dos (y la de muchos otros países de América) y la de la
Confederación Argentina. El hecho de que la Carta Magna
Nacional en el artículo 2 declare que “el Gobierno Fede-
ral sostiene el culto Católico, Apostólico, Romano” aparece
como un error para la visión de Sarmiento. Según dice en
sus escritos, ningún Congreso debería poder dictar leyes
respecto del establecimiento de religión o prohibir el libre
ejercicio de ella –como lo especifica la Constitución de
los Estados Unidos–. Para sostener su argumentación y
demostrar la libertad de culto existente en el país del norte,
utiliza como ejemplo un fragmento de la declaración de la
Constitución de Massachusetts del año 1776 donde se trata
el tema:

Es derecho a la par que obligación de todos los hombres


en sociedad, adorar públicamente y en días señalados, al Ser
Supremo, Gran Creador, Preservador del Universo. Y ningún
vecino será dañado, molestado o coartado en su persona, libre
o propiedad por adorar a Dios de la manera y en los días que
a los dictados de su propia conciencia convengan, o por su
profesión religiosa o sentimental, con tal que no perturbe la
paz pública, u obstruya a otros en su adoración religiosa.185

Sarmiento señala una contradicción entre lo que se


dice en el preámbulo de la Constitución de 1853, donde se
aseguran los beneficios de la libertad para nosotros y “todos
los hombres del mundo que quieran habitar este suelo”, y
lo que establece el artículo 2 mencionado anteriormente.
De tal modo, el llamamiento estaría destinado solamente a
aquellos ciudadanos de países católicos, como, por ejemplo,
españoles o italianos, en tanto que para el resto sería una
promesa engañosa y falsa. Aquí Sarmiento hace una fuerte
crítica a los legisladores argentinos, argumentando que, si
Dios le dio a la Argentina un territorio tan rico y vasto, el

185 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 8, ob.cit., p. 95.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 129

hombre no puede pasar por sobre Dios estableciendo con-


diciones de índole religiosa para determinar quiénes tienen
derecho a habitarlo. Por el contrario, serían estos mismos
hombres quienes deberían “proveer los medios de engran-
decimiento y riqueza de los pueblos para quienes legislan”, y
“el más sencillo que la época” ofrecía era “buscar poseedores
para la tierra inculta”.186
La producción escrita de Sarmiento entre los años 1850
y 1870 fue sumamente significativa respecto de las cuestio-
nes relacionadas con la inmigración. En un artículo publi-
cado en El Nacional, con fecha 25 de julio de 1855, bajo el
título “Inmigración”, Sarmiento se refiere a la importancia
de la tolerancia religiosa en el país como condición necesa-
ria para el éxito de las políticas inmigratorias, y habla allí de
la necesidad de fomentar los matrimonios mixtos –uniones
entre inmigrantes y criollas– debido al “desorden que la
falta de maridos debió introducir en la familia en la época
tenebrosa en que tal mortalidad de hombres ocurrió”.187 En
dicho artículo sostiene que la base del matrimonio son la
casa, la propiedad y la seguridad del porvenir. Argumenta
al respecto:

Tal es la importancia de la inmigración entre nosotros. La


familia, disuelta por la guerra y también por la ganade-
ría, empiézase, la reproducción de la especie se aumenta en
mayor proporción, entre extranjeros que entre nativos. […].
Aquí tenemos que los hombres extranjeros contribuyen tri-
plemente por el matrimonio que los nacionales, a aumentar la
población y a recomponer la familia. Dieciocho mil porteños
resultan en campaña, peones de campo, es decir, hombres de
ordinario ambulantes, sin casa, sin familia, sin propiedad raíz.
Vagos se califican 2.127; cifra que es mucho más abundan-
te, porque todos propenden a disimular ese modo de vivir,
mientras que sólo cincuenta extranjeros no han tenido ocu-
pación en el momento de tomarse los datos. Estos hechos y

186 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 8, ob. cit., p. 97.
187 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 23, ob. cit., p. 262.

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130 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

otros que acumula la oficina de estadística, nos revelaran bien


pronto el origen de nuestras guerras civiles y del continuo
malestar en que vivimos.188

En su inspiración, Sarmiento acude al constitucionalis-


ta norteamericano Joseph Story, quien en su trabajo Com-
mentaries on the Constitution of the United States trata el tema
de la libertad de culto de manera exhaustiva. Story destaca
la importancia de dicha libertad en aras de lograr la igual-
dad de los ciudadanos, ya que esta evitaría –y de hecho
sostiene que así fue en los Estados Unidos– conflictos por
diferencias de índole religiosa al no excluir a algunos secto-
res por no profesar el mismo culto que el Estado. Para Story,
la cláusula de la Constitución estadounidense que afirma
que el Congreso no debe dictar leyes respecto del tema
religioso ni prohibir el libre ejercicio de cualquier culto es
de suma importancia y hace al buen funcionamiento de la
república.189
El pensamiento del sanjuanino refleja el modelo de
país al que aspiraba, un país donde la libertad fuese uno de
los pilares fundamentales de la sociedad. La referencia a la
libertad de culto se vincula con la integración de los inmi-
grantes. El hecho de llegar a un territorio y percibirse con
derecho a rendir culto a quien uno quiera da una sensación
de aceptación y libertad que permite, seguramente, pensar
en la posibilidad de comenzar una nueva vida dentro de un
nuevo contexto sociocultural lleno de posibilidades.
La igualdad de la sociedad era una condición necesaria
para lograr, como señala Botana, la “virtud republicana”.190
Es por ello por lo que Thomas Jefferson dio prioridad a
la igualdad como el medio más importante para mantener
activo el espíritu republicano. Sarmiento se refiere al tema

188 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 23, ob. cit., p. 263.
189 Story, Joseph, Commentaries on the Constitution of the United States, volumen
2, William S. Hein, 1994, p. 634.
190 Botana, Natalio, La tradición republicana. Alberdi, Sarmiento y las ideas políticas
de su tiempo, Buenos Aires, Sudamericana, 2.º edición, 1997, p. 72.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 131

de la igualdad en diversos puntos de su relato, donde des-


taca la diferencia con respecto a Europa en cuanto a la no
existencia de clases sociales en la sociedad estadounidense.
Para ejemplificar, utiliza el tema de los ferrocarriles de la
Unión: “… en los Estados Unidos, no habiendo sino una
clase en la sociedad, la cual la forma el hombre, no hay tres
ni aun cuatro clases de vagones, como sucede en Europa”.191
Más adelante, vuelve a usar el ferrocarril como ejemplo de
igualdad: “Las comodidades y los cojines son excelentes e
iguales, y por tanto el precio del pasaje es el mismo para
todos […]. Así se educa al sentimiento de la igualdad, por el
respeto al hombre”.192
En el mismo artículo de El Nacional mencionado en
párrafos anteriores (25 de julio de 1855), destaca la ventaja
que significaba para Buenos Aires el arribo de los inmi-
grantes y plantea la necesidad de que esta inmigración se
propagase hacia la campaña, hacia el interior del país. En
el siguiente párrafo, expresa esta necesidad de igualdad y
progreso para la totalidad del territorio:

Un camino, pues, haría para la campaña de Buenos Aires el


mismo resultado. Un camino de hierro sería el gran canal
para diseminar la población en las campañas, asegurándose
al productor ubicado en ella, salida rápida, fácil y segura, al
fruto del trabajo diario. El emigrante carece de capital largo
tiempo, sus productos son granjería, como las gallinas, pavos
y gansos que se crían en rededor de su galpón; son cantida-
des reducidas de granos que ha cosechado; un cordero o un
cerdo cebado; la leche de algunas vacas que pastean en los
alrededores y sólo un camino y poco costoso puede convertir
en dinero estas menudencias a medida que son producidas.
Para colocar con ventaja y seguridad una numerosa inmi-
gración que vendrá luego, que es preciso hacer venir cuanto
antes, necesitamos establecer desde ahora el canal por donde
ha de derramarse en nuestras campañas, devolviéndonos por

191 Sarmiento, Domingo Faustino, Viajes…, ob. cit., p. 302.


192 Sarmiento, Domingo Faustino, Viajes…, ob. cit., p. 398.

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132 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

el mismo camino en baratura de los objetos de consumo, los


frutos de nuestra previsión y de su riqueza.193

Los países receptores de inmigración deben establecer


una política inmigratoria compuesta por medidas concretas
que den marco al proceso inmigratorio. La acción guber-
nativa de estos países no debe reducirse solamente a actos
indirectos, que tienen más que ver con el propio orden
interno que con los inmigrantes. En una nota publicada el
29 de diciembre de 1856 en El Nacional, Sarmiento pone el
ejemplo de las colonias de Santa Fe, de Corrientes, del Para-
guay, donde la mala y casi nula existencia de medidas ha
generado un semillero de dificultades de las cuales es muy
difícil salir. Destaca en dicha nota cuáles deberían ser las
medidas adecuadas que el Gobierno nacional debía prever
para hacer del proyecto de inmigración un proyecto exito-
so. Para ello, enumera las virtudes de nuestro territorio, y
pone el énfasis en las características benignas del clima de
la región (el cual resulta análogo a los europeos), en el hecho
de que no había enfermedades endémicas y, por sobre todo,
en el hecho de que el inmigrante se encontraba “a sus
anchas, no sintiendo acción, coerción, ni traba alguna” que
lo contrariase.194 Sarmiento es consciente de que este último
hecho es creado por el Gobierno, pero no como una medi-
da para fomentar la inmigración, la cual llegaba a la región
atraída por las ventajas que en estos países se encontraban.
Medidas como la publicación de las leyes comerciales, las
leyes relacionadas con la obtención y el otorgamiento de
créditos y las leyes de emigración en el continente europeo
actuaban como motores que impulsaban a millares de euro-
peos a embarcarse hacia el nuevo continente en busca de
una mejor calidad de vida.
Sarmiento se pregunta, no obstante, por qué motivo
la inmigración más prospera aún no tomaba la decisión

193 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 23, ob. cit., p. 263.
194 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 23, ob. cit., p. 265.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 133

de embarcarse en dicha aventura hacia estos prometedores


territorios. Acusa como los responsables de generar esta
desconfianza a los diarios que pintaban “al país en estado de
convulsión, el gobierno desopinado o arbitrario, el porvenir
inseguro”. A lo largo de su vida, Sarmiento responsabilizó
a la prensa local195 como poco alineada con la causa por
lograr atraer una inmigración que hiciese de la nuestra una
nación desarrollada y desbordante de progreso.
La inmigración, sostiene, es un hecho continuo y pro-
gresivo, y por ende era indispensable que los inmigrantes
no fueran solo hombres, ya que, de serlo, las condiciones
sociales se verían trastornadas. El hecho de que no haya
familias produce un enjambre de trabajadores, pero no una
sociedad. Para generar una familia, se necesita casa y tierra,
afirma Sarmiento, y en un país donde la minoría es posee-
dora del suelo y una inmensa mayoría es inquilina o tra-
bajadora, solamente se generan ganancias para unos pocos,
pero sin duda no se logrará jamás un Estado desarrollado y
homogéneo.196
Es oportuno mencionar en este punto la importancia
que el derecho de propiedad tuvo para Sarmiento, quien
se vio obligado a rever su pensamiento anterior respecto
de dicha cuestión. Hasta su primera visita a los Estados
Unidos, Sarmiento tenía una posición filosocialista sobre
la explotación de la tierra, pero el acceso que tenían los
estadounidenses a su propiedad fascinó al sanjuanino. En
su relato descriptivo, destaca la importancia que tuvo en el
progreso de la nación del norte la manera en que se llevaron
a cabo el reparto y la explotación de la tierra. La exposición
que hace de dicho proceso es la siguiente:

El Estado es el depositario fiel del gran caudal de tierras que


pertenecen a la federación; y para administrar a cada uno su

195 El tema de la relación de Sarmiento con la prensa tanto local como extran-
jera será desarrollado de manera más exhaustiva en los capítulos subsi-
guientes.
196 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 23, ob. cit., p. 266.

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134 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

parte de propiedad, no consiente ni intermediarios, ni espe-


culadores, ni oscilaciones de precios que cierren la puerta
de la adquisición de las pequeñas fortunas. La tierra vale 10
reales el acre; y este dato es el punto de partida para el futuro
propietario. Hay un procedimiento en la distribución de las
tierras de cuya sistemática belleza sólo Dios puede darse de
antemano cuenta. […]. Ved cómo procede el norteamericano
recién llamado en el siglo XIX a conquistar su pedazo de mun-
do donde vivir, porque el Gobierno era cuidadoso de dejar a
todas las generaciones sucesivas su parte de tierras. La cons-
cripción de jóvenes aspirantes a la propiedad se apiña todos
los años en torno del martillo en que se venden las tierras
públicas, y con su lote numerado parte a tomar posesión de
su propiedad, esperando que los títulos en forma le vengan
más tarde de las oficinas de Washington.197

Sarmiento presenta el proceso de reparto que se dio en


las colonias españolas como la contracara. Para él, este tipo
de reparto era responsable del atraso y de la inmovilidad de
la tierra en Sudamérica. El ejemplo exitoso de los estadou-
nidenses en esta materia alimentó su idea de crear colonias
agrícolas, plan que fue lanzado al ruedo cuando asumió la
presidencia del país en 1868.
Su visión respecto de la consolidación de familias –que
eran, en sus palabras, las que en definitiva darían forma a
la sociedad– está íntimamente ligada con la repartición de
la tierra. La posibilidad de establecerse en un lugar donde
la familia no solo pudiera desarrollarse social, sino también
económicamente, generaba en la población inmigrante una
sensación de pertenencia y arraigo que beneficiaba los valo-
res republicanos tan ansiados por el sanjuanino.
Sarmiento condenaba la extensión territorial por estar
dedicada exclusivamente a la ganadería. La estancia genera-
ba riqueza para los señores terratenientes y cerraba la posi-
bilidad de una frontera abierta, como la que había utilizado
Thomas Jefferson para revertir el argumento clásico de que

197 Sarmiento, Domingo Faustino, Viajes…, ob. cit., p. 321.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 135

las grandes extensiones engendraban despotismo. Es gra-


cias al ejemplo estadounidense gracias a lo que Sarmiento
vio en el acceso a la compra de tierras –y básicamente en la
agricultura– un medio eficaz para cambiar dicha tradición
terrateniente y ganadera y frenar la pampa salvaje.198 Al
respecto, sostiene en un artículo publicado en El Nacional el
23 de septiembre de 1855:

Todas las disposiciones sobre emigración que no tiendan a


asegurar a los emigrados la facultad de poseer tierra barata,
sin el intermediario de propietarios anteriores del suelo, será
un grave obstáculo a la población del país. […]. Pídese al
Gobierno que invierta millones en proteger la emigración, sin
acordarse que esa emigración necesita tierras para establecer-
se y protección para comenzar a trabajarla. Si los hacendados
ofreciesen la mitad del producto de la leche que ordeñasen,
las familias emigrantes tendrían a más del ganado docilitado,
veinte duros de productos de cada vaca en manteca y que-
so. Si para la cría de cada trescientas ovejas interesasen una
familia inmigrada, doblarían sus ganados en el año, salvando
la cría de la mortalidad, que experimenta en grandes masas
[…]. La subdivisión del trabajo es la base de toda industria, y
la del ganado es diez veces más productiva cuando lo hacen
hombres y no la naturaleza. Las estancias son el obstáculo a
la población del país, y el cebo puesto en la codicia de los sal-
vajes. Poblemos la estancia; subdividámosla; docilicemos el
ganado; pongámoslo bajo la inmediata dependencia del hom-
bre; y con dobles provechos, el país será poblado, la fortuna
pública acrecentada, y los peligros actuales disminuidos.
Sin esto, la inmigración no tendrá fuertes estímulos, ni se
logrará la mitad de sus ventajas.199

La necesidad de cambiar el sistema de reparto de tierras


como mecanismo de atracción de una inmigración próspe-
ra, productiva y rentable tenía para Sarmiento una urgen-
cia imperante como política de Estado. El hecho de que la

198 Botana, Natalio, La tradición…, ob. cit., p. 326.


199 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 23, ob. cit., p. 271.

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136 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

tierra pública no tuviese por ley un valor reconocido y legal


y –peor aún– de que no hubiese tierra pública designada
para la venta ponía en riesgo el proceso inmigratorio, ya
que las autoridades de los países proveedores temían por la
seguridad y prosperidad de sus coterráneos. En El Nacional
del 16 de abril de 1857, publicó el artículo “Tierras públicas
e inmigración”, donde exigía a los legisladores la urgente
reglamentación sobre dicha cuestión, y los inducía a que les
otorgasen un valor monetario a las tierras públicas, aunque
más no fuera este nominal, que las resguardase de aquellos
pocos que querían aumentar sus fortunas personales en
detrimento del beneficio y crecimiento de toda la pobla-
ción. Insistía vehementemente sobre la necesidad de poner
al alcance de los inmigrantes y “a precios fijos y cómodos,
tierras”, a fin de que pudieran “contar con su adquisición,
por compraventa, único medio de adquirirlas con aprove-
chamiento”.200
En el mismo texto, manifestaba su posición adversa
frente a la protección directa que muchos pretendían que el
Gobierno diera a la inmigración a través de la promoción
y el subsidio de sus traslados y establecimiento, por consi-
derarlo un sistema ruinoso y que a la larga perjudicaría al
país. Proceso que, por otra parte, atraería mayormente una
inmigración escasa de recursos, de bajo nivel educativo y
con valores morales poco sólidos. Por este motivo, resalta-
ba la necesidad de legislar sobre la venta de tierras públi-
cas para que la inmigración deseada y virtuosa se sintiera
atraída y confiada como para embarcarse rumbo al nuevo
mundo en búsqueda de una mejor calidad de vida. Decisión
que se materializaría en el arribo a nuestras costas de entes
de progreso y desarrollo que contribuirían con sus valores,
su cultura y su moral al progreso de nuestra sociedad.
El expresidente insistía en el hecho de que introducir
entre los nativos a inmigrantes ilustrados, entusiastas y fer-
vientes haría un inmenso bien al país:

200 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 23, ob. cit., p. 273.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 137

… engrosando la masa de personas inteligentes, consagrán-


dose al trabajo en un país donde todo está por crearse, donde
ni brazos escasearan, pues cada año aumentaran, ni faltaran
capitales, pero aun faltan iniciadores en las mil industrias de
que ya en posesión las otras naciones.
Mil, dos mil inmigrantes inteligentes, valdrían para el país,
dada la masa actual de sus habitantes, un salto dado al pro-
greso. Ciencias naturales, mecánica, educación pública, bellas
artes, literatura, todo se desenvolvería, por el aguijón de la
necesidad de estimular al hombre a poner en juego el capital
que posee en sí mismo para proveer a su subsistencia, brazos
e inteligencia, según su capacidad.201

Ante el rechazo general por parte del Senado de un


pedido del Gobierno de celebrar un contrato con una com-
pañía francesa encargada de importar colonos para la asig-
nación de tierras a orillas del río Negro, Sarmiento hizo
su descargo público en una nota publicada el 11 de junio
de 1856 en el periódico El Nacional, donde aseguraba que
no es el territorio lo que nos ha de constituir nación, sino
el número de sus habitantes y la riqueza que se acumule
en torno a ellos. Argumentaba allí: “Con desiertos seremos
siempre juguete de influencia extranjera, porque son los
hombres y los intereses los que oponen resistencia”.202
Para Sarmiento, poblar tiene por objetivo extender el
territorio poblado, tomar posesión de la tierra y reunir
hombres que se vinculen a ella. Por lo tanto, es este vínculo
con la tierra lo que les da a los hombres patria, nacionali-
dad, ya que es el suelo el que hace al hombre. Instaba a los
legisladores a tomar conciencia de que no se debían recha-
zar arbitrariamente las propuestas de inmigración realiza-
das por otros países, sino que –por el contrario–se las debía
adaptar a las necesidades locales, para lograr materializar el
progreso y desarrollo nacionales tan deseados.
Al respecto, aducía:

201 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 23, ob. cit., p. 275.
202 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 23, ob. cit., p. 277.

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138 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

El río Negro es un desierto que no poblaremos nosotros sin


duda, por la razón sencilla que nosotros no somos, no exis-
timos. Con cincuenta mil millas, es decir, un nacional por
milla, no podemos en un siglo dar un hombre para que se
aleje en busca de tierra a treinta leguas. Lo que nos importa
es cubrir nuestras fronteras vulnerables y no son muchos los
medios que podemos escoger. ¿Qué inconvenientes resulta-
rían de cualquier sistema de colonización, comparables a los
males que hoy experimentamos?203

Como se ve, la cuestión del reparto de las tierras estaba


íntimamente ligada –en el pensamiento de Sarmiento– con
el éxito de cualquier política inmigratoria. La vinculación
que hacía entre el reparto de la tierra y los valores morales
necesarios para la construcción de una nación republicana
se pone de manifiesto en el artículo del 29 de diciembre de
1856 publicado en El Nacional –al cual ya se hizo referen-
cia–, donde proclama que, en el reparto de las tierras, estaba
la posibilidad de asentar familias, que eran, sin duda alguna,
el primer sostén de la sociedad. Tal como se había dado en
los Estados Unidos, consideraba que el país debía imple-
mentar una ley de colonización, ya que sería a través de
esta disposición legal como el Estado Federal debía hacerse
cargo de la tierra fiscal y ser el encargado de proveer una
justa distribución que permitiese el surgimiento de peque-
ñas fortunas, para formar, de este modo, una civilización
agrícola. Para ejemplificar la falta de prosperidad a la que
llevaba esta manera de repartir las tierras entre unos pocos,
puso el ejemplo de que lo que sucedía en San Isidro:

¿Por qué no ha prosperado San Isidro en ciento treinta años


que cuenta de existencia?
El informe del Municipal encargado de las escuelas lo dice,
porque sólo cuatrocientos vecinos de entre doce mil son pro-
pietarios del suelo que cultivan. Toda la población es inquili-
na, y por tanto sin arraigo, pobre y endeudada. En invierno

203 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 23, ob. cit., p. 277.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 139

toman recursos y semillas fiadas para vivir y sembrar, con-


tando con la cosecha, que ya está enajenada a precios ínfimos
antes de guardarla: Los comerciantes que los proveen cuen-
tan a su vez con el éxito de la cosecha, para pagar los créditos
que han abierto en Buenos Aires y no siempre pueden hacer-
lo, la miseria se transmite de generación en generación, y la
torre de San Isidro sólo sirve para señalar al economista don-
de existe en la prospera Buenos Aires, un remedo en pequeño
de la Irlanda.
En 1729 se repartieron siete leguas de a doscientas varas
de frente a un número de propietarios; y un siglo y medio
después, encontramos que la tierra conserva las mismas sub-
divisiones.
Este es el espectáculo que presentaría en pocos años de inmi-
gración Buenos Aires, si la previsión del legislador no tratase
de impedirlo.204

Sarmiento prevenía que no se estaba realizando la sub-


división de la tierra; que, por el contrario, aquel que poseía
una buena extensión de tierras era el mismo que contaba
con medios de fortuna y, en lugar de subdividir su tierra,
compraba las pequeñas porciones que los necesitados ven-
dían; y si vendían una gran propiedad, era a otro poseedor
de mayores propiedades en el territorio. Esta mecánica de
compra y venta y de distribución de la tierra llevaba tam-
bién a que los recién llegados tendieran a concentrarse en
las zonas aledañas a la principal ciudad, lo que generaba
una sobrepoblación que a su vez no cumplía el principal
objetivo de poblar el extenso desierto.
El surgimiento y la consolidación de los terratenien-
tes tenían, a su vez, consecuencias en el ámbito político-
electoral, ya que –como se mencionó en capítulos ante-
riores– esta relación de dependencia generaba, en muchos
casos, también una dependencia a la hora de participar del
proceso eleccionario. La manipulación que muchos terrate-
nientes hacían sobre el derecho al voto de sus dependientes

204 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 23, ob. cit., p. 266.

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140 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

fue, a lo largo de todo el siglo aquí estudiado, un elemento


de fraude utilizado para el beneficio de las elites políticas en
la despiadada competencia electoral.
Consciente y a la vez expectante de que durante varias
décadas se seguiría dando sin interrupción y de manera sos-
tenida la llegada de contingentes de pobladores europeos
al Río de la Plata, Sarmiento propuso generar una regla-
mentación clara que alentara a los inmigrantes a cruzar las
fronteras de la gran ciudad en busca de un futuro mejor.
Las palabras con las que cierra una nota publicada en El
Nacional en septiembre de 1878 revelan su creencia en la
necesidad de que los inmigrantes continuasen llegando al
país como una herramienta de crecimiento y progreso:

Nuestra industria nacional, ganados, ovejas, cereales, es pro-


veer de alimentos, cambiando además lana y cueros por telas
y metales: Aún no se consume ni exporta la carne y los cerea-
les no cubren sino pequeños espacios con sus mieses. No es,
pues, de temer que haya hambre en la tierra. La única calami-
dad temible es que no alcancen los que coman. Que lleguen,
pues, más y más emigrantes.205

A lo largo de los años, su reclamo por establecer una


política poblacional adecuada fue incesante. Así lo demues-
tra un artículo publicado en El Nacional en junio de 1887,
donde manifiesta:

Tenemos, pues, una corriente de inmigración, que continua-


rá indefinidamente, y a cuya colocación el Gobierno debe
proveer. Fuérzalo a ello, la falta de leyes agrarias, y la distri-
bución de la tierra en la parte ya poblada, en grandes exten-
siones adaptadas a la cría de ganado. La emigración puede
entretenerse en la única gran ciudad que tenemos, y en corto
número ayudar al lento desarrollo de las ciudades menores,
pero sólo la propiedad y el cultivo de la tierra transforman el
emigrante en vecino y en habitante de una localidad.206

205 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 23, ob. cit., p. 248.
206 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 23, ob. cit., p. 278.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 141

No obstante, se pone de manifiesto que todas estas


cuestiones legales ligadas a establecer normas claras y atrac-
tivas para lograr el arraigo económico de los inmigrantes
no eras suficientes para la conformación de una sociedad
republicana. Sin duda, dichas políticas debían ser comple-
mentadas con el diseño de estrategias educativas y cívicas.
De manera reiterada, Sarmiento le atribuía en sus declara-
ciones a la educación del pueblo estadounidense el orden y
la armonía que se percibían en los Estados miembros de la
Unión. Consideraba que el hecho de que todos los ciuda-
danos recibieran una educación desde su infancia –donde
se los instruía acerca de preceptos, obligaciones, derechos y
deberes– les daba las herramientas necesarias para desen-
volverse en la sociedad con criterio racional. Para él, era
esta racionalidad que adquiría la sociedad estadounidense
mediante la educación la que evitaría el surgimiento de
gobiernos despóticos.
Apreciaba que en Estados Unidos no existía el elemen-
to de “barbarie” presente en las sociedades europeas y de
Sudamérica. Por el contrario, la civilización estadounidense
era educada y actuaba guiada por la razón. Se deslumbraba
con el hecho de que un pueblo leía en masa y utiliza-
ba la escritura para todas sus necesidades. Consideraba a
los estadounidenses como entes políticos, ya que, en cada
acción de su vida cotidiana, hacían política, pues eran parte
de una comunidad donde esta era la ciencia y el arte del
vivir en sociedad. Cada acto individual construía la nación;
es por ello por lo que la educación del ciudadano era clave
para su conformación y consolidación –y la educación, por
ende, resultaba una necesidad política–.
En la sociedad estadounidense, los hombres tenían lo
que Sarmiento llamaba “conciencia política”, a la que se
refería como “ciertos principios constitutivos de la asocia-
ción; la ciencia política pasada a sentimiento moral comple-
mentario del hombre, del pueblo, de la chusma”.207 Es esta

207 Sarmiento, Domingo Faustino, Viajes…, ob. cit., p. 331.

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142 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

conciencia –consecuencia de la educación y la libertad reli-


giosa– la que otorga al ciudadano la condición de igualdad
y garantiza la libertad individual de cada uno, sin poner a
unos por sobre los otros.208
Sarmiento fijaba en la educación pública el punto de
inicio para crear una república de ciudadanos. La realidad
que percibía a partir de la lectura tanto de La democracia en
América como de El Federalista, además de la propia expe-
riencia adquirida a partir de su viaje, lo llevaba a considerar
que la ciudadanía en los Estados Unidos era un dato pre-
existente a la Constitución de Filadelfia –“… existía en el
régimen comunal, en las asociaciones voluntarias que ejer-
cían la libertad política y en la unión de pequeñas repú-
blicas en cuyo seno se transmitía la educación”–,209 y, por
otro lado, tenía en claro que esto no sucedía en la Argen-
tina, donde, por el contrario, convivían desordenadamente
millares de individuos que, sin una educación pública uni-
ficadora, no lograrían amalgamarse en una única nación. El
siguiente párrafo de Viajes… sintetiza de manera acertada
dicha visión:

Una fuerte unidad nacional sin tradiciones, sin historia, y


entre individuos venidos de todos los pueblos de la tierra,
no puede formarse sino por una fuerte educación común que
amalgame las razas, las tradiciones de esos pueblos en el sen-
tido de los intereses, del porvenir y de la gloria de la nueva
patria.

Nuestro país era un inmenso desierto, con pocos


ciudadanos, carentes de conciencia política, que necesita-
ba población y un gobierno capaz de imponer el orden.
Para Sarmiento, esto se podía revertir aplicando el modelo

208 Sarmiento utiliza reiteradamente en Viajes… la figura del ferrocarril para


destacar el espíritu de igualdad imperante en los Estados Unidos, al señalar
que, a diferencia de lo que sucedía en Europa, los trenes estadounidenses
brindaban el mismo confort a todos sus pasajeros, pues no existían distintas
categorías de vagones.
209 Botana, Natalio, La tradición…, ob. cit., p. 320.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 143

estadounidense: a través de la implementación de un siste-


ma educativo público adecuado. Dicho sistema otorgaría la
igualdad real del ciudadano, la posibilidad de que todos los
hombres se encontrasen durante su niñez en las aulas de la
escuela para compartir hábitos y conocimientos.
Estaba claro que la educación pública era para el san-
juanino el punto de partida para crear una república de
ciudadanos. Era impensable lograr la unidad nacional sin
tradiciones, sin historia entre los millares de inmigrantes
provenientes de distintos pueblos, y el principal medio para
hacerlo era la educación pública. Era ella la que permitiría
amalgamar todas las razas en un sentimiento común de
pertenencia y respeto por la nueva patria.210 La república
era, para él, una forma de gobierno que educaba, donde
las instituciones moldeaban al ciudadano desde el ámbito
público.
En un artículo publicado en El Nacional el 10 de
noviembre de 1855, realiza una evaluación de la cuestión de
la nacionalidad argentina, y destaca que la búsqueda ince-
sante de la nacionalidad estaba mal orientada:

… en la amalgamación de gobiernos hostiles, y de institucio-


nes basadas en el antojo de cada grupo que se reunió aquí
y allí a formularlas, contando imponerlas por la violencia,
al mismo tiempo que veremos impasibles desmoronarse la
nacionalidad de estos países, por los elementos mismos que
debieron robustecerla, trayéndoles elementos nuevos a con-
fundirse en su seno.211

El disparador de dicha preocupación fue el constante


reclamo realizado por algunos de los gobiernos europeos
de aplicar sus propias leyes entre los inmigrantes cote-
rráneos que se habían instalado en el suelo argentino. Al
respecto, prevenía al Gobierno local acerca de las terribles
consecuencias que tales pretensiones podían generar sobre

210 Botana, Natalio, La tradición…, ob. cit., pp. 318-320.


211 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 13.

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144 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

la sociedad –consecuencias que llevaban a la destrucción


de toda nacionalidad en los países nacientes, al permitir la
organización de Estados extranjeros en el seno del Estado
nacional–. En dicho artículo, realiza una comparación con
las legislaciones respectivas en muchos países del continen-
te europeo, y destaca que allí eran extremadamente limita-
dos los derechos que se les concedía a los inmigrantes. El
caso de la Argentina resultaba diametralmente opuesto:

… nuestra población europea tiende a ser cada vez mayor, y


puede un día feliz y no muy lejano ser superior a la nacional.
La Europa de ordinario aleja habitantes de su seno, lejos de
propender a traerlos de otras partes, mientras que nosotros
recibimos extranjeros por millares y puede ser que en pocos
años recibamos por millones. Estos extranjeros no sólo son
atraídos momentáneamente por las necesidades del comer-
cio, sino que acaban por establecerse, adquirir bienes raíces,
casarse, tener hijos y fijarse para siempre en el país. Así pues,
los habitantes del suelo son en gran parte, y pueden serlo en
una grande escala extranjeros, y al admitir las tendencias de
los agentes europeos aquí, concluiría por extranjerizarse la
mayor parte de la población y de la propiedad, desconociendo
hasta los hijos de extranjeros la jurisdicción de su patria natal
sobre ellos.
¿Cuáles serían las consecuencias en grande de este hecho?
¿Nada menos que la disolución de la sociedad, y el caos de
jurisdicciones y pretensiones encontrada?212

En la misma publicación, pone de manifiesto la injusti-


cia que significaba para él el hecho de que la Constitución
Nacional de 1853 relevase de la obligación de defender a la
patria a los inmigrantes residentes en el país en que opta-
ron por nacionalizarse. Destaca el hecho de que la campaña
estaba poblada por una proporción similar de extranjeros
y nacionales, pero que solo estos últimos eran convocados
por las milicias para resguardar a la patria. Este abandono

212 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 14.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 145

forzado de sus familias y sus tierras que debían realizar los


nacionales llevaba a que los extranjeros –italianos, españo-
les, irlandeses, franceses, alemanes, etc.– continuasen acu-
mulando riquezas y capital a expensas de la vida y del
capital de los locales, quienes tenían “el deber de guardar las
propiedades y las vidas de sus huéspedes”.213
En este sentido, acusa a los agentes extranjeros de sacar
provecho de la hospitalidad de la legislación inmigratoria
nacional, y sostiene que esta disminución de riqueza de
los argentinos en pos del aumento de la de los extranjeros
podía resultar en la sustitución del pueblo nacional por otro
pueblo extranjero dueño de la propiedad, pero definitiva-
mente sin gobierno –por no tener estos últimos derecho
al voto, al no ser ciudadanos– y a la vez sin instituciones
que les garantizasen sus derechos. A pesar de expresar su
preocupación frente al descarado reclamo de los gobiernos
extranjeros, destaca el hecho de que ellos mismos estaban
unidos a los intereses del país y se manifestaban en contra
de las pretensiones de sus representantes.
La insistencia de Sarmiento sobre la necesidad de poner
un límite a la intromisión de los gobiernos extranjeros en
cuestiones nacionales se hace evidente en diversas notas
aparecidas en los periódicos de la época. Son muchos los
artículos publicados en la década del 50 donde plantea la
importancia de frenar estos exabruptos con el fin último de
generar una sociedad amalgamada donde tanto inmigrantes
como nacionales se desenvuelvan bajo las mismas reglas de
juego. Para lograrlo, insiste en la necesidad de que los inmi-
grantes dejasen de ser extranjeros y se hiciesen ciudadanos
del país que los recibía. Buen ejemplo es una nota –también
publicada en El Nacional (el 13 de febrero de 1856)– titulada
“Indemnizaciones”, originada por el pedido de indemniza-
ción al Gobierno nacional sobre propiedades pertenecien-
tes a extranjeros que habían resultado dañadas durante la

213 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 15.

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146 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

tiranía de Rosas, específicamente durante el saqueo del 4 de


febrero de 1851 y el sitio de 1853.
Ante la indignación que le generó tal reclamo, Sarmien-
to vuelve a insistir en la importancia de resolver la condi-
ción del inmigrante en Sudamérica, pero principalmente en
nuestro país. Una vez más, compara la situación local con
la de los Estados Unidos, donde claramente este tipo de
demandas no existían –por la sencilla razón de que en esa
nación no había extranjeros, pues el inmigrante que llegaba
solicitaba su carta de ciudadanía, ya que se percataba de los
beneficios y de la importancia de ser ciudadano del país
en que optó por residir–. Pone en evidencia, una vez más,
que, gracias a nuestra legislación, el inmigrante prefería ser
extranjero siempre; por más que se casase en el país, adqui-
riese fortuna y se arraigase, seguía siendo extranjero.
El hecho de que cada año llegaran más inmigrantes al
país buscando fortuna, y que sin duda el país se la brindara
mediando su propio trabajo, haría que, en el corto plazo, la
mitad (si no dos tercios) de la riqueza del país en comercio,
industrias, artes, propiedades y establecimientos en campa-
ña pertenecieran a inmigrados. Esta riqueza que los inmi-
grantes hacían nacer con su trabajo, con sus industrias, con
su economía era parte de la fortuna pública, fortuna que
para Sarmiento era la riqueza colectiva del país. El país,
argumenta en este artículo, presentaba ventajas que otros
–especialmente los europeos– no ofrecían para la rápida
acumulación de fortunas.214 Pero la contracara de esta ven-
taja era la tiranía que aquejaba al país desde hacía más de
20 años, la cual pesaba sobre las fortunas y las vidas de
los nacionales, quienes tenían derecho a reclamar también
indemnizaciones sobre sus fortunas y sobre todo por las
vidas perdidas de sus familiares. Lo que Sarmiento preten-
de demostrar en este artículo es que iba a llegar un día en
que la propiedad de los inmigrantes superaría a la de los
nacionales, y, ante cada desastre público común a todos, los

214 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 19.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 147

reclamos por indemnizaciones superarían ampliamente los


medios de pagarlas, ya que sería solo una minoría –la de los
ciudadanos– la que pagaría impuestos.
Es por ello por lo que recomienda se le informase al
inmigrante, ni bien pisaba el suelo argentino, lo que indica
a continuación:

Aquí se adquiere fortuna con una facilidad que no se ve en


el país de donde viene; esta es una peculiaridad del país. En
cambio, el país está sujeto de tarde en tarde a caer en manos
de tiranos y la ciudad a ser sitiada. Una ventaja permanen-
te está compensada por un mal transitorio. Si lo adquirido
con tanta facilidad lo pierde en estos sacudimientos hágase
de cuenta que lo ha perdido en los frecuentes incendios de
California, o en la quiebra universal que ha seguido en Fran-
cia a las revoluciones de 1830 y 1848. Si acometen ladrones
su propiedad como el 4 de febrero de 1851, ármese de un
fusil como entonces y mátelos. Si los nacionales no permane-
cen tranquilos, hágase ciudadano, incorpórese en la Guardia
Nacional, sostenga los buenos gobiernos, y elija en los comi-
cios los encargados del poder que hayan de conservarlos.
Dueño es de hacer todo esto, de gobernar, de legislar sobre
esa propiedad.215

En definitiva, lo que Sarmiento intenta dejar sentado


es que el Gobierno nacional debía hacer oídos sordos a este
tipo de reclamos –como sucedía en Chile y Montevideo–, y
que debía existir una única legislación para los nacionales,
no leyes diferenciales para extranjeros y para los nacidos
en el territorio. De existir leyes diferenciales para los resar-
cimientos económicos entre los nacidos en la tierra y los
extranjeros, debían existir también, argumenta Sarmiento,
leyes diferenciales para las cargas, en las cuales los extranje-
ros debieran pagar mayores patentes para abrir comercios o
industrias que los nacidos en el país, como sucedía en otros
países de América.

215 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., pp. 19-20.

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148 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

El reclamo por la igualdad de derechos y obligaciones


para extranjeros y nacionales que Sarmiento hizo reitera-
damente durante esta década dio marco a su creencia en la
necesidad de nacionalización de los inmigrantes. La intro-
misión de los agentes extranjeros que trabajaban con el fin
de sustraer de nuestra sociedad a aquellos que la formaban
con sus riquezas, su persona, su industria y sus familias obs-
taculizaba la organización de esta. El escollo principal era la
disputa que entablaban estos agentes a nuestro país respec-
to de la transmisión de la propiedad y la nacionalidad de los
hijos, que es en definitiva lo que constituye la sociedad civil
y política.
La siguiente cita –extraída de un artículo publicado en
El Nacional el 22 de febrero de 1856– resume la postura de
Sarmiento frente a la condición del extranjero en el país, y
deja entrever la importancia que legislar sobre esta cuestión
representaba para el futuro patrio:

Nuestro deber es reaccionar contra este espíritu de invasión


sobre nuestra sociedad, y unir los elementos que la constru-
yen. No hagamos del título de extranjero un privilegio, si
queremos formar una Nación. El inmigrante es un ciudadano
argentino por la propiedad que posee, por la industria que
ejerce, por las leyes que lo protegen. Si no es ciudadano acti-
vo, es porque halla ventajas en no llenar estos deberes y no
debemos consentir en que haya una prima dada al egoísmo.
Toda protección al inmigrante, para que se establezca y arrai-
gue en el país; toda desventaja para el que sólo quiera explo-
tar de tránsito las ventajas del suelo, tal es la práctica de los
Estados Unidos, y el espíritu del pueblo. De ahí viene que los
inmigrantes no se conserven extranjeros, pues no les honra
ni favorece este título. Si no obramos así, va a llegar un día
en que nos habremos suicidado a nosotros mismos, y hecho
desparecer la población nacional, para dejar su lugar a otra
que no reconocerá otras leyes que las de Inglaterra, las de
Francia, las de Cerdeña, de España, etc.216

216 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 22.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 149

La insistencia de los gobiernos europeos por mantener


los privilegios de los inmigrantes en el país fue incesante y
se ejerció desde todos los flancos posibles. El 18 de julio de
1857, en El Nacional, Sarmiento sale al cruce de un pedido
del Gobierno francés donde se solicitaba a las autoridades
nacionales que se extendiera la ciudadanía francesa a los
hijos de franceses nacidos en la Argentina, con la intención
de relevarlos de ese modo de los deberes que la ley de la
tierra en que nacían les imponía, y extranjerizarlos en su
propia patria. Allí manifiesta:

Compréndese que una Nación acuerde en su propio territo-


rio al hijo nacido en país extranjero, de uno de sus súbditos,
los derechos del súbdito, cuando el hijo vaya a residir a la
patria de su padre; pero sería pretensión nueva en el mundo,
imponer a aquel hijo en la tierra de su nacimiento, extranjera
para su padre, pero patria del hijo, otras obligaciones que las
que le imponen las leyes de su país. En América, a diferencia
que en Europa, el extranjero no es un accidente, sino uno de
los elementos de la población.217

En septiembre del mismo año, se generó un escándalo


con un grupo de ingleses y algunos franceses que organi-
zaron una manifestación pública en apoyo de un reclamo
realizado por un conjunto de jóvenes hijos de ingleses, pero
nacidos en el país, quienes –desconociendo y desafiando
las leyes nacionales– exigían ser librados, por ser hijos de
extranjeros, de la obligación de tomar las armas en defensa
de la patria. Dicho acontecimiento causó en Sarmiento una
indignación tal, que en un artículo publicado el 10 de sep-
tiembre en El Nacional, bajo el explícito título “Un escán-
dalo”, señala el caso de Buenos Aires –presentando cifras
concretas del censo de dicha ciudad– con el objetivo de
demostrar que, en el corto plazo, “la mitad de la población”
del momento eran “hijos de españoles”:

217 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 26.

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150 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

… lo es el gobernador mismo del Estado; lo es el presidente


del Senado; y si fuese permitido renegar el suelo en que se sir-
ve, sólo los hombres de color estarían exentos de apellidarse
extranjeros en su patria […].
Según estas demostraciones [se refiere a los datos del censo]
palmarias hoy mismo más de la mitad de las familias serían
extranjeras y la defensa del orden, de la propiedad y de la
familia confiada a esa misma sociedad, pesaría únicamente
sobre los hijos de unos para que huelguen lo de los otros.
Si no hubiese una razón de Estado para no aceptar jamás la
menor prostitución de la ley fundamental de las sociedades,
hay tanta indignidad, tanta falta de pudor en decir unos hijos
a los hijos de otro “ármense ustedes para que yo repose tran-
quilo; sufran ustedes mortificaciones para que yo goce”, que
bastaría esto solo para excitar la indignación de esos inexper-
tos indignos de llamarse ingleses, porque en el corazón de un
inglés no han entrado sentimientos tan mezquinos.
El inglés paga por lo menos el servicio que le prestan.
Son además indignos de llamarse argentinos, porque no hay
argentino que haya nunca renegado de su patria.218

Todos estos reclamos –impulsados por un sentimiento


egoísta y sobre todo desafiante que asumían algunos argen-
tinos hijos de extranjeros ante la legislación del país– ataca-
ban de manera directa el prestigio y el honor de la Guardia
Nacional, que, en palabras de Sarmiento, era “un baluarte
de Buenos Aires”. En el artículo titulado “Teología política”,
publicado en El Nacional el 11 de septiembre de 1857, hace
una defensa pública y reivindica el accionar del Gobierno a
favor del prestigio de este cuerpo armado de Buenos Aires
como consecuencia de la manifestación mencionada más
arriba. En su descargo, destaca el valor y la importancia que
la Guardia Nacional tenía para la nación, y resalta que el
Gobierno, aun sin la obligación de hacerlo, hubiera salido en
defensa de dicha institución. En el texto, asegura con orgu-
llo: “… aquí no hay uno de nuestros padres, un millonario,

218 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 28.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 151

un abogado, que no haya cargado el fusil, y no hay un solo


hombre que pretenda no formar parte de sus filas”.219
En cuanto a la reacción favorable de las autoridades,
Sarmiento manifiesta:

… el Gobierno estaba en la obligación de hacer respetar las


leyes y sobre todo de hacer conservar la honrosa igualdad
de todos los vecinos de Buenos Aires, so pena de desquiciar
al país, y no dejar una base segura y sólida al orden. Con el
paso dado por el Gobierno, nacionales y extranjeros estarán
conformes. Era preciso atajar un principio de disolución y se
ha atajado.220

El extranjero era consciente, según él, de la importancia


de la Guardia Nacional y vivía tranquilo porque sabía que
había quien velaba por su seguridad y la conservación de sus
bienes, por eso consideraba indigno el reclamo. Argumenta
que este accionar podría introducir el germen de la desmo-
ralización en la Guardia Nacional, ya que, por un puñado
de jóvenes ricos que pretendían sustraerse de su deber de
enrolamiento, el principio de igualdad en que estaba funda-
da dicha organización se vería amenazado. La importancia
de la igualdad como principal sostén en la legendaria orga-
nización se pone de manifiesto en sus palabras:

El pobre artesano que acude al llamado de su jefe lo hace con


gusto porque sabe que el rico obedece a la misma orden, y el
día del peligro lo ha de encontrar en su puesto. El millonario
cubre su vestido con una blusa de algodón para no lastimar
con su lujo a su compañero de fatiga menos afortunado.221

El egoísmo de unos pocos podía contagiar a millares de


jóvenes porteños que, por ser hijos o nietos de extranjeros,
estarían en condiciones de reclamar su derecho a ser eximi-
dos frente al peligro inminente de un conflicto armado. Al

219 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 29.
220 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., pp. 29-30.
221 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 29.

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152 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

respecto, en una nota publicada en el mismo periódico da el


siguiente ejemplo:

El inglés vive en país extranjero, conservándose inglés en sus


hábitos, en sus ideas y por la excelente constitución de la
familia que le es propia, puede llegar a aislar la suya del país
en que vive, e infundirle el mismo sentimiento de egoísmo
nacional que domina a sus padres. No tiene otra explicación
la pretensión de esos jóvenes que ha pretendido mirar en
menos al país de su nacimiento, por adherir a las afecciones
de raza que les han transmitido sus padres en el contacto
doméstico.
[…] Pero cuando de esta vanidad nacional han pretendido
hacerse un derecho, y dar una pública manifestación los
ingleses, menos instruidos en lo que compete, que imbuidos
en preocupaciones que no todos pueden justificar, han dado
un primer paso en un camino que puede conducir a ellos y al
país a escenas deplorables…222

Los peligros de la no nacionalización de los inmigran-


tes se ponían de manifiesto en todos los ámbitos de la vida
cotidiana y política de la sociedad. Dicha indiferencia por
parte de una generación extranjera produciría sobre gene-
raciones futuras de argentinos, según Sarmiento, un senti-
miento de no pertenencia que, por cuestiones de herencia
educativas y costumbristas, se les inculcaba desde sus hoga-
res y que hacía que no se sintieran argentinos. No obstante,
él insistía en la importancia de que arribasen a nuestro suelo
extranjeros con el fin de establecerse, pero tenía la certeza,
a la vez, de que estos superarían en número a los habitantes
nativos de esta tierra: “… si no hay un núcleo de sociedad
que responda de la conservación del orden, produciráse el
caos de las nacionalidades manifestándose las rivalidades de
raza, y las procuraciones que malquistan unos pueblos con
otros”.223

222 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 31.
223 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 31.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 153

Sostiene que quienes habían educado de esta manera a


sus hijos, en nombre de una nacionalidad que no existía en
el país, sin hacer que sus hijos respetasen las leyes del país
donde habían nacido, se sentirían avergonzados y recapaci-
tarían. Sin embargo, señala:

… la sociedad puesta en peligro de desorden, debe reprobar


altamente tales desmanes, y todos los extranjeros que tienen
fortuna que perder, y familias de cuyo reposo son guardianes,
condenar ese acto que con vergüenza ha sido testigo Buenos
Aires, encabezado por hombres que al adquirir fortuna, no
han adquirido el sentimiento de amor a las leyes y al orden
que la protegen. A seguir el ejemplo dado por los cartistas
ingleses, mañana no vamos a poder transitar sin escarapela
por las calles, para saber si es inglés o francés, o porteño, o
vasco el que nos saluda.224

La publicación El Orden criticó fuertemente el accio-


nar del Gobierno frente a dicho conflicto –inclusive llegó
a cuestionar la conducta de los gobernantes, al manifestar
que tal manera de actuar podía generar un conflicto con
“las dos potencias más poderosas, las dos más cotejadas”–,
y manifestó que los señores Mackinlay, Duguid y Klap-
pemback –cuyos hijos argentinos habían participado de las
manifestaciones– eran jefes de respetadas casas de comercio
extranjeras, y que eso podía traer serias consecuencias. Ante
semejantes declaraciones, Sarmiento responde lo siguiente
en un artículo de El Nacional del 12 de septiembre de 1857:

No lo dude El Orden: tendrán más graves consecuencias.


La Inglaterra, la Francia tan susceptibles, tan poderosas, tan
cotejadas, tan […] armarán sus escuderas, para castigar al
Gobierno que usando su derecho no ha hecho mal ninguno,
ni pretendido nada del señor Mackinlay, ni Duguid, sino
hacer cumplir una ley a sus ciudadanos, ley que él no ha
dictado, ley que es igual para todos, menos para los hijos de
Mackinlay y Duguid que no reconocen la ley de nadie, ni

224 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 31.

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154 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

las de su propia patria de donde están ausentes hace treinta


años, y que mandan a todo inglés que sus hijos obedezcan en
Buenos Aires, la patria de sus hijos.
[…] Si estas consideraciones no bastasen, les diríamos que la
nacionalidad de los nacidos en su patria es la ley fundamental
de las colonias americanas desde el Canadá hasta el Cabo de
Hornos, y que para violar esta ley de existencia aquí, en nom-
bre del derecho de sus padres, es preciso hacerla consentir a
todo el continente americano, que levantará su voz humilde
al Norte y al Sur, para que nos dejen vivir en paz.225

En este artículo, Sarmiento realiza una interesante


reflexión sobre la importancia que en los países de América
Central tiene el concepto de “nacionalidad”. Gracias a este
sentimiento de raza, de pertenencia que lleva a la unidad, los
ciudadanos han demostrado, frente a innumerables situa-
ciones, que “Centro América, débil, atrasada, envilecida,
dividida, se ha unido para rechazar a los filibusteros y los ha
vencido”.226 Se percibe en sus argumentos cuán importante
era la nacionalización de los inmigrantes en el proceso de
concientización de los ciudadanos hijos de extranjeros, ya
que eran los valores y sentimientos de respeto y pertenen-
cia hacia el país donde estos jóvenes habían nacido los que
debían ser inculcados por sus padres, a quienes, por otra
parte, ese mismo país les había dado y les daba todo sin
reclamar nada a cambio, más que educar a sus hijos en el
respeto y amor por él.
No obstante sus reiteradas críticas a una parte de la
comunidad foránea, destaca públicamente la actitud valero-
sa de algunos representantes de los gobiernos extranjeros,
en especial la postura de Lord Clarendon de Inglaterra y
de M. Walesky de Francia, quienes, en nombre de sus res-
pectivos gobiernos, reconocieron el derecho indisputable
con que las leyes argentinas declaraban nacionales a todos
los hombres que nacían en territorio de su jurisdicción, y

225 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 33.
226 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 34.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 155

reclamaron a sus “agentes limitar su solicitud a recabar del


Gobierno una expresión de servicio a favor de los jefes de
casas de comercio, dando estos personeros”.227
A raíz de dicho acontecimiento, se puede hacer refe-
rencia a cómo perturbaron a Sarmiento –a lo largo de su
trayectoria como periodista y hombre político– las intro-
misiones de los periódicos extranjeros publicados en el
país en las cuestiones internas. Esto se pone claramente
de manifiesto en sus incesantes reclamos respecto de la no
intrusión en asuntos de política nacional de aquellos que,
para él, por una decisión personal y por sobre todo egoísta,
habían decidido no ser parte de dicho proceso al optar por
no nacionalizarse.
En un artículo publicado el 25 de septiembre de 1857
en El Nacional, manifiesta que no debía haber ni de hecho
ni de derecho una opinión extranjera en Buenos Aires. Si
alguien quería mantenerse como extranjero en el país en
que residía, debía atenerse y someterse a los derechos que le
otorgaba la ley en dicho país. Tenía el derecho a expresarse
no como extranjero, sino como hombre. Por otra parte:

[Si pretende influir en la política del país] las leyes les abren la
puerta, permitiéndoles hacerse ciudadanos, y elegir magistra-
dos que dirijan la política, y ser ellos mismos representantes,
senadores, jueces, militares, curas y los demás empleos desde
donde se dirigen negocios.
Si prefieren conservarse extranjeros, entonces renuncian a
entender en la política, la dirección de las leyes que rigen al
comercio y la situación del país, haciendo que sus intereses
sean regidos por las mismas circunstancias que rigen a todos
los intereses del país.228

Sarmiento pretende hacer entender que un diario


extranjero publicado en el país era simplemente un diario
argentino en otro idioma. Sostiene que no había opinión

227 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 43.
228 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 36.

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156 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

extranjera común a franceses, vascos, ingleses, italianos,


alemanes o españoles. Al respecto, y tomando sus propias
palabras, dice:

Para expresar la opinión extranjera en Buenos Aires, es pre-


ciso escribir en castellano; único idioma común a todos los
extranjeros, y para tener ideas sobre la política de estos países
donde tienen sus fortunas, sus familias, y de donde no han
de salir nunca, porque viven muy felices, es mejor hacerse
ciudadanos argentinos, y entonces ayudar con sus luces a la
dirección de los negocios públicos. 229

El sentido de nacionalidad que los ciudadanos debían


adquirir –en pos de lograr amalgamar a la sociedad y lograr
el progreso deseado– venía de la mano de la educación
ciudadana, la cual no solo era responsabilidad del Estado,
sino también de cada individuo que, nacido o no en el país,
hubiera tomado la decisión de residir en él. En los párrafos
anteriores, se vio cómo Sarmiento intentó persuadir tanto a
gobernantes como a gobernados, tanto a nacionales como a
extranjeros, de la importancia que tenía la educación como
pilar fundamental en la consolidación de una nación com-
puesta por ciudadanos –ciudadanos orgullosos de su nacio-
nalidad y capaces de luchar por el respeto de ella–.
En sus años al mando de la presidencia de la Repú-
blica (1868-1874), Sarmiento envió una carta al ministro
de Relaciones Exteriores de Venezuela, D. J. Rojas Paúl, en
la que hace referencia a la errada visión que un reconoci-
do letrado venezolano había manifestado respecto de dicha
cuestión en su reciente visita a Buenos Aires. La carta grafi-
ca de manera muy precisa la importancia que Sarmiento le
otorgaba a la educación:

Pero lo que Camacho no ve todavía es que con esos enjambres


de inmigrantes de todas las nacionalidades, vienen oleadas de
barbarie no menos poderosas que las que en sentido opuesto

229 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 36.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 157

agitan a la Pampa: que esas riquezas que se acumulan y esos


millares de brazos mejoran en poco la condición del oriundo
pobre, si no lo van deprimiendo y anonadando más y más por
la superioridad en la industria que la población crece sin que
el Estado se consolide con el rápido incremento de ciudada-
nos; título ilusorio que ya desaparece en los comicios, ¡votan-
do sólo setecientos de cerca de doscientos mil habitantes que
contiene la excelsa cuidada! Los obreros, los trabajadores que
sirven por enormes salarios a las múltiples necesidades de una
gran población, no se toman ya el trabajo de aprender el cas-
tellano, porque siempre hallarán empresarios, mayordomos,
comerciantes, artesanos de su propia lengua para entenderse
con ellos. Buenos Aires no es una ciudad sino una agregación
de ciudades con sus lenguas, sus diarios, sus nacionalidades
distintas, y ya el lenguaje ha consagrado las frases. La comu-
nidad alemana, la comunidad francesa y en las Provincias la
colonia italiana, la colonia inglesa. Era aquí, donde debería
organizarse un poderoso sistema de educación para salvar la
lengua y crear la República, apoderándose de los que nacen
y levantando a los naturales para que no queden sepultados
bajo los gruesos aluviones humanos que por mayor industria
y laboriosidad, se le van depositando encima. Hoy mismo
puede en el foro gritarse al pueblo, lo que Graco al de Roma:
¡extranjeros! Aquí no hay casi pueblo. Hay ricos propietarios
nacionales y trabajadores artesanos, comerciantes extranje-
ros.230

Ya fuera desde el Senado, la gobernación, la presidencia


o los editoriales, Sarmiento buscó la manera de inducir a
los inmigrantes a nacionalizarse. Nunca bajó los brazos en
dicha tarea; aun a sabiendas de su posible fracaso, intentó
persuadirlos para que dejaran libres a sus hijos, que sí eran
nacionales por haber nacido en el país, para ejercer autó-
nomamente y con orgullo sus derechos ciudadanos. Quería
evitar la formación de colonias sin patria, integradas por
“poblaciones extranjeras sin un sistema propio de gobierno,

230 Sarmiento, Domingo Faustino, “Carta a D. J. Rojas Paúl, ministro de Rela-


ciones Exteriores de los Estados Unidos de Venezuela, Buenos Aires, 11/4/
1870”, Obras completas, tomo 47, pp. 10-11.

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158 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

sin patria, y sólo cuidando cada uno de su cosecha”, o de


lo que le tocaba.231 Las colonias eran la República Argenti-
na que se dilataba, sostenía; se debían echar los cimientos
de ciudades y pueblos, ya que, suprimiendo toda forma de
gobierno –al estar estas vacías de ciudadanos–, difícilmente
se pudiera conformar una nación. Una nación donde el país
legal con derechos políticos y el país productor, trabajador y
poseedor de gran parte de la riqueza, pero sin participación
política, fueran un único país.232
La masiva llegada de inmigrantes a la Argentina hacia
fines del siglo XIX profundizó el cambio en la manera de
imaginar al extranjero ideal en la concepción de Sarmiento.
La conformación de la ciudadanía argentina ideal ya no se
veía obstaculizada por la figura del bárbaro poblador de las
pampas, sino por la del extranjero sin vocación cívica algu-
na y que ponía en riesgo las bases republicanas del Estado
nación recientemente consolidado.
Esta modificación en el abordaje de la figura del extran-
jero se dio en el momento de mayor actividad en la vida
pública del sanjuanino,233 período durante el cual sufrió un
fuerte desencanto respecto de sus ideas iniciales sobre el rol
del inmigrante en la ardua tarea de instituir la república.
La aludida falta de compromiso cívico de los inmigrantes
–quienes, como señala en la carta que le envió en 1884 a F.
M. Noa, llegaban a estas tierras para enriquecerse y mejorar
su condición de vida– se debía a la ausencia de prepara-
ción cívica producto del hecho de no haberla ejercido en su
patria natal, lo que suponía un importante obstáculo para
alcanzar el efectivo ejercicio de las libertades políticas en la
Argentina.
En este aspecto, responsabilizó a Julio A. Roca por no
hacer de la Argentina una “república de ciudadanos”, sino

231 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 45.
232 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 26, ob. cit., pp. 45-46.
233 En 1868 fue presidente de la nación; en 1875, senador por la provincia de
San Juan y director general de Escuelas; en 1869 fue ministro del Interior;
en 1880, superintendente de Escuelas del Consejo Nacional de Educación.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 159

una república integrada mayormente por “una gran masa de


inmigrantes sin patria más allá ni acá, sin ideas de gobierno
ni otros propósitos que buscar dinero por todos los cami-
nos”, quienes –en su opinión– eran los que le permitían
legitimar su poder.234
Para Sarmiento, la recepción del extranjero era dife-
rente en las dos Américas. En los Estados Unidos, estos
adquirían la ciudadanía ni bien pisaban suelo americano,
mientras que, en la América del Sur, los extranjeros se
rehusaban a ser ciudadanos, ya que, para ellos y sus hijos, la
ciudadanía se constituía como el peor castigo. Sarmiento no
cuestionaba la apertura del país a la inmigración –es más:
la consideraba un hecho clave para el progreso y desarro-
llo–, pero creía que debía estar acompañada por la asunción
de los deberes cívicos, los que convertían a los extranjeros
en verdaderos ciudadanos activos políticamente, y en parte
esencial del espacio público.
Como señala Halperín Donghi, Sarmiento visualizaba
dos Argentinas, una básicamente política –con “una pobla-
ción nativa que vivía no sólo para la política sino de la políti-
ca”–,235 y otra económica –predominantemente extranjera,
que prefería permanecer como tal–. En estos años Sarmien-
to modificó su percepción sobre la figura del extranjero
desde potencial civilizador a amenaza para el buen desarrollo
político del país. En diversos artículos de la época, pone
de manifiesto este pensamiento, y ubica al extranjero por
fuera de la frontera simbólica de la nación.236 Lo acusa de
corromper e inclusive de romper, con su indiferencia cívica,
el espacio público republicano.

234 Cf. Epistolario entre Sarmiento y Posse, 1845-1888, serie V, n.º 1, Buenos Aires,
Mueso Histórico Sarmiento, 1947, p. 565, tomo 2.
235 Halperín Donghi, Tulio, “¿Para que la inmigración? Ideología y política
inmigratoria en la Argentina (1810–1914)”, en El espejo de la historia. Proble-
mas argentinos y perspectivas latinoamericanas, Buenos Aires, Sudamericana,
1998.
236 Villavicencio, Susana, Sarmiento y la nación…, ob. cit., p. 169.

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160 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

Se ve en este capítulo cómo Sarmiento fue forjando


su pensamiento en torno al rol fundamental que tenía el
extranjero en cuanto ciudadano en el desarrollo político del
país. Su creencia respecto de la importancia para el siste-
ma republicano y democrático de la nacionalización de los
inmigrantes estaba fundada en la influencia que sobre él –y
sobre la mayoría de los miembros de la llamada “Genera-
ción del 37”– habían tenido los intelectuales del proceso
revolucionario francés del siglo XVIII, así como también el
desarrollo democrático que se daba en los Estados Unidos.
A lo largo de su gestión pública, ya fuese como parte del
poder político o como intelectual, su opinión respecto del
hecho de que los inmigrantes se nacionalizaran se mantu-
vo constante. Lo que fue cambiando, como consecuencia
del proceso de desarrollo sociocultural y económico que se
daba en el país, fue la visión que tenía sobre cuál era el tipo
de inmigrante deseado como ciudadano.
La incapacidad de la legislación –y, por ende, de la
clase dirigente– de integrar al sistema político a los millo-
nes de inmigrantes que optaban por vivir en el territorio
nacional y hacerlos de ese modo partícipes del progreso y
el desarrollo del país llevó a que Sarmiento mantuviese una
lucha constante con sus contemporáneos para hacerles ver
la importancia que esto tenía para el provenir de la nación.
Su mayor temor fue siempre tener un país sin ciudadanos,
donde aquellos con la capacidad de elegir a los represen-
tantes fuesen una minoría, lo que implicaba una falta de
representatividad muy significativa y –para él– alarmante.
Esta actitud de indiferencia que detectaba en la gran mayo-
ría de los inmigrantes facilitaba el juego de los tiranos,
quienes tomaban ventaja de esta apatía y se perpetuaban en
el poder.
Tenía una visión muy crítica sobre las cualidades de
gran parte de la ciudadanía que participaba del proceso de
selección de gobernantes; consideraba que eran la porción
más vulnerable y menos racional de la sociedad, y, por
lo tanto, creía que resultaban fácilmente manipulados por

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 161

los dirigentes políticos.237 Era esta falta de civismo y de


patriotismo engendrada entre los inmigrantes lo que per-
cibía como uno de los principales obstáculos para lograr la
consolidación de los valores republicanos.
En un primer momento, sostenía que eran los españoles
y los italianos quienes debían traer sus valores, sus creen-
cias, sus capacidades laborales para integrarse a la sociedad
nativa, pero el desencanto sufrido en su viaje a Europa y
el deslumbramiento que lo invadió al arribar a los Estados
Unidos lo llevaron a que luego destacara la necesidad de
una inmigración de origen sajón. Con el correr de los años,
fue poniendo de manifiesto que la principal corriente inmi-
gratoria que llegaba al territorio –la proveniente de España
e Italia– no tenía, para él, cultura cívica alguna, y que la
gran mayoría de ellos mantenía lazos de pertenencia muy
fuertes con sus respectivos países de origen, factores que

237 Sarmiento tenía una visión crítica y muy controversial respecto de los ciu-
dadanos nativos en general. No se pueden pasar por alto sus controvertidas
y despectivas calificaciones respecto de los gauchos y los indígenas. Se
pueden encontrar en muchos de sus escritos y discursos una gran cantidad
de citas que dan cuenta de ello y que han generado –y aún hoy lo siguen
haciendo– grandes polémicas y cuestionamientos con respecto a sus valores
morales. Aquí se mencionan algunos ejemplos: “Se nos habla de gauchos…
La lucha ha dado cuenta de ellos, de toda esa chusma de haraganes. No trate
de economizar sangre de gauchos. Éste es un abono que es preciso hacer útil
al país. La sangre de esta chusma criolla incivil, bárbara y ruda, es lo único
que tienen de seres humanos”. Carta de Sarmiento a Mitre del 20/09/1861:
“¿Lograremos exterminar a los indios? Por los salvajes de América siento
una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa calaña no son más
que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reaparecie-
sen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos.
Incapaces de progreso. Su exterminio es providencial y útil, sublime y gran-
de. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya
el odio instintivo al hombre civilizado” (El Progreso, 27/09/1844, El Nacional,
19/05/1887, 25/11/1876 y 08/02/1879). “Si los pobres de los hospitales, de
los asilos de mendigos y de las casas de huérfanos se han de morir, que se
mueran: porque el Estado no tiene caridad, no tiene alma. El mendigo es un
insecto, como la hormiga. Recoge los desperdicios. De manera que es útil sin
necesidad de que se le dé dinero. ¿Qué importa que el Estado deje morir al
que no puede vivir por sus defectos? Los huérfanos son los últimos seres de
la sociedad, hijos de padres viciosos, no se les debe dar más que de comer”
(del discurso en el Senado de la Provincia de Buenos Aires, 13/09/1859).

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162 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

acentuaban su apatía y hacían de ellos meros observadores


del desarrollo político nacional.
Profundamente desmoralizado, durante los últimos
años de su vida, Sarmiento lamentó que no hubieran pros-
perado sus reclamos y sus reiteradas predicciones acerca
del “peligro” que significaba para la democracia argentina la
no nacionalización de los inmigrantes. La legislación elec-
toral vigente durante la década del 80 no hacía referencia a
esta cuestión, y mantenía las mismas normas para que los
inmigrantes obtuvieran la ciudadanía –normas que dejaban
librado a la voluntad personal de cada uno de ellos el hecho
de ser protagonistas del desarrollo y progreso de la nación,
a través de la obtención voluntaria de la ciudadanía–.

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5

La contracara de Sarmiento

Juan Bautista Alberdi: la inmigración


como un elemento clave del progreso de la nación

Es por no haber seguido estas voces, que nuestra patria ha


perdido más sangre en sus ensayos constitucionales, que en
toda la lucha de su emancipación. Si cuando esta gloriosa
empresa hubo sido terminada, en vez de ir en busca de for-
mas sociales, a las naciones que ninguna analogía tenían con
la nuestra, hubiésemos abrazado con libertad, las que nuestra
condición especial nos demandaba, hoy nos viera el mundo
andar ufanos, una carrera tan dichosa como la de nuestros
hermanos del Norte. No por otra razón son ellos felices, que
por haber adoptado desde el principio instituciones propias
a las circunstancias normales de un ser nacional. Al paso que
nuestra historia constitucional, no es más que una continua
serie de imitaciones forzadas, y nuestras instituciones, una
eterna y violenta amalgama de cosas heterogéneas. El orden
no ha podido ser estable, porque nada es estable, sino lo que
descansa sobre fundamentos verdaderos y naturales. La gue-
rra y la desolación han debido ser las consecuencias de una
semejante lucha contra el imperio invencible del espacio y
del tiempo.

J. B. Alberdi, Fragmentos preliminares al estudio del Derecho

El hecho de dedicar un capítulo de este libro al estudio del


pensamiento de Juan Bautista Alberdi respecto de la situa-
ción del extranjero en la sociedad argentina tiene por obje-
to establecer un contrapunto con las ideas de Sarmiento y

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164 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

poner de manifiesto cómo, frente a una misma problemática,


se vislumbraban diferentes vías de construcción de la rela-
ción ciudadano-extranjero. Desde luego que, en el análisis,
la entidad otorgada a Sarmiento –como interlocutor princi-
pal– es significativamente mayor. No obstante, la inclusión
del pensamiento alberdiano es necesaria para tener una
visión más amplia y abarcadora acerca de cuáles eran las
distintas posturas en la época y para así intentar compren-
der cómo se fue forjando en el campo intelectual y político
la concepción de la relación ciudadanía-extranjeridad.
Alberdi es una figura cuya trayectoria intelectual y
política se forjó principalmente desde el exilio. Su temprano
y prolongado alejamiento del país llevó a que sus ideas se
hiciesen conocidas a través de sus escritos y de los textos
publicados en diversos periódicos. Su educación y su for-
mación, así como su experiencia de vida, se vieron reflejadas
en sus obras y en sus intervenciones públicas, donde dejaba
en claro su postura liberal y democrática. Reconocido por
su lucha contra las tiranías y sus constantes aportes a la
confección de una carta constitucional capaz de consolidar
la unión y la organización nacional, se ganó el respeto y el
odio de varios de sus compatriotas –entre ellos Sarmiento–,
con quienes en muchas oportunidades confrontó abierta y
públicamente.
Como contemporáneo de Sarmiento, dedicó gran par-
te de su vida a buscar la manera de alcanzar un sistema
de gobierno democrático y republicano. Ambos mantuvie-
ron interesantes intercambios de opiniones con respecto al
tema de la nacionalización de los inmigrantes que optaban
por residir en el país. A pesar de que los dos impulsaban
el desarrollo y el progreso de la nación a partir del aporte
que podían brindar en este aspecto los inmigrantes, tenían
significativas diferencias en torno a la manera de lograrlo.
En este capítulo se plantea la postura de Alberdi sobre la
nacionalización de los inmigrantes a partir del análisis de
sus escritos a lo largo de su amplia trayectoria como uno de
los intelectuales más reconocidos del período.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 165

Durante los años de exilio en Montevideo, Alberdi


comenzó a forjar la idea de que, para alcanzar el progreso y
el orden político de la nación, era indispensable implemen-
tar un profundo cambio en la composición poblacional del
país. En su posterior exilio en Chile, observó por vez pri-
mera los frutos del progreso (aguas corrientes, ferrocarriles,
telégrafos, iluminación a gas, etc.) y percibió los beneficios
de la explotación de las riquezas –aún vírgenes– de su
patria. Durante esos años, a través de su propia experiencia
y de la influencia de otros emigrados célebres (tal es el caso
de Francisco Agustín Wright, quien desde 1833 destacaba
las ventajas que los extranjeros podían brindar a todo el
territorio rioplatense),238 así como también a raíz de su pri-
mer viaje a Europa en 1843 y 1844,239 Alberdi –quien fuera
un integrante activo de la llamada “Generación del 37”–
consolidó en su pensamiento la importancia de la inmigra-
ción en el proceso de construcción de la nación.
A partir de 1837, desde las páginas del periódico sema-
nal literario La Moda –y bajo el seudónimo de Figarillo–,
se dedicó a publicar una serie de artículos donde dejaba
entrever su postura contra el españolismo. Allí señalaba que
las costumbres, las ideas, las creencias y los hábitos hereda-
dos de los españoles nos ligaban con todo aquello que era
“retrógrado”. Para él, la Constitución de un pueblo no con-
sistía más que en poner por escrito lo que el pueblo vivía
y lo que estaba en juego en una sociedad. En este sentido,
consideraba:

238 Baque, Santiago, Influencia de Alberdi en la organización política del estado


argentino, tesis doctoral, FDyCS, UBA, Buenos Aires, 1915, pp. 68-69.
239 En dicho viaje, a pesar de verse deslumbrado por el progreso y el desarrollo
industrial del viejo continente, Alberdi sufrió ciertas decepciones ligadas
más a cuestiones morales. La siguiente cita pone de manifiesto dicho desen-
canto: “¿Cuánto suspiro por verme en aquellos países! ¿Qué bella es la Amé-
rica! ¿qué consoladora! ¿qué dulce! Ahora la conozco: ahora que he conocido
estos países de infierno, estos pueblos de egoísmo, de insensibilidad, de vicio
dorado y prostitución titulada. Valemos mucho y no lo conocemos: damos
más valor a Europa que el que se merece” (Juan B. Alberdi, Obras selectas,
tomo 3, Impresiones y recuerdos, Buenos Aires, La Facultad, 1920, p. 278).

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166 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

El primer paso pues a la organización de un orden constitu-


cional cualquiera, es la armonía, la uniformidad, la comuni-
dad de costumbres. Y para que esta armonía, esta uniformi-
dad de costumbres exista, es menester designar el principio y
fin político de la asociación. El principio y el fin de nuestra
sociedad es la democracia, la igualdad de clases. […]. Todos
los días nos quejamos de que no tenemos costumbres, de que
nuestra sociedad no tiene carácter, de que es un caos, una
anarquía, una Babilonia, un laberinto […]. Todo eso viene
de que el fin de nuestra sociedad no ha sido perfectamente
determinado: de que se ha consignado únicamente en los
escritos, pero no se ha procurado superarle en todas las fases
de nuestra vida social.240

Esta cita pone de manifiesto la estrategia de Alber-


di de adecuar la carta magna de cada país a sus propias
creencias, costumbres, valores, etc., y no intentar imponer
–a través de esta– creencias, ideas, costumbres o habitudes
características de otras sociedades. Acusaba a los publicistas
nacionales encargados de elaborar las constituciones de no
haber reparado en las particularidades del pueblo nacional,
en sus singularidades. Señala en el mismo artículo: “… el
verdadero modo de cambiar la Constitución de un pueblo
es cambiar sus costumbres: el modo de cambiarlo es darle
costumbres”.241
El 12 de noviembre de 1844, en su escrito “Memorias
sobre la conveniencia y objetos de un Congreso General
Americano”, Alberdi hace un llamado a todos los congresis-
tas americanos para lograr escapar a la soledad que aquejaba
a la América por medio de una política poblacional: pro-
pone que cada país recibiera en su territorio a ciudadanos
europeos –inmigrantes que traerían consigo la civilización
y el progreso necesarios para el desarrollo y la consolida-
ción de las nacientes naciones–. Al respecto, argumenta:

240 Alberdi, Juan Bautista, Obras completas, tomo 1, Sociabilidad, Buenos Aires,
Imp. Lit. y Enc. de “La Tribuna Nacional”, 1886, p. 394.
241 Alberdi, Juan Bautista, Obras completas, tomo 1…, ob. cit., p. 394.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 167

El mundo social necesita espacio: nosotros le tenemos de


sobra […]. Aquí la obra española permanece inacabada, y la
barbarie se mantiene dueña del espacio que podría utilizar
la civilización: es, pues, necesario completar su conquista,
pero por medios dignos de ella. El Congreso General podría
ocuparse de este asunto, que importa a la suerte de toda
América.242

Desde Valparaíso, publicó diversos artículos donde


promovía e inclusive reivindicaba la figura del europeo, tan
cuestionada a partir de 1810 en el país y en gran parte de
la región. Ponía de manifiesto la necesidad que tenían los
pueblos americanos de poblar los desiertos y así alcanzar
la prosperidad y el progreso. Es desde el continente euro-
peo desde donde provendrían estos “nuevos maestros” que
traerían consigo “su espíritu nuevo, sus hábitos de industria,
sus prácticas de civilización, en las poblaciones, en las emi-
graciones” que les enviasen.243 Exigía a los gobernantes la
firma de tratados con el extranjero, en los que se otorgasen
garantías de sus derechos naturales de propiedad, libertad,
seguridad, adquisición y tránsito, para atraer así “la planta
de la civilización”, que, como señalaba, al igual que la viña
prende y cunde de gajo.
Hacia fines de la década del 40, sus escritos giraban en
torno a la necesidad de otorgarle a la República Argentina
una ley suprema escrita, una constitución, que le diera al
territorio la paz y el orden internos para alcanzar así la feli-
cidad tan deseada. Reconocía: “… la República Argentina es
la primera en glorias, la primera en celebridad, la primera
en poder, la primera en cultura, la primera en medios de

242 Alberdi, Juan Bautista, Obras completas, tomo 2, Memoria sobre la conveniencia
y objetivos de un Congreso General Americano, Buenos Aires, Imp. Lit. y Enc.
de “La Tribuna Nacional”, 1886, p. 405.
243 Alberdi, Juan Bautista, Obras completas, tomo 2, Acción de la Europa en Améri-
ca. Notas de un Español Americano. Apropósito de la intervención Anglo-Francesa
en el Plata, Buenos Aires, Imp. Lit. y Enc. de “La Tribuna Nacional”, 1886,
p. 81.

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168 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

ser feliz, y la más desgraciada de todas, a pesar de ello”.244


En esta tarea destacaba la participación de toda la clase
gobernante y del pueblo argentino, y reconocía a la vez la
importancia que tenían en esta labor los emigrados, quie-
nes para él eran la escuela más rica de la enseñanza, y los
presentaba como el instrumento preparado para servir a la
organización nacional. Ya se ve en este período su interés
en la producción de una constitución nacional que fuera
capaz de otorgarle al país la libertad y el orden tantas veces
anhelados por los patriotas que durante casi medio siglo
lucharon –con las armas y con las ideas– por alcanzar la
independencia y la libertad del país.
Sarmiento se hizo eco de la experiencia de Alberdi y así
lo manifestaba en una carta enviada a Mitre:

Ha visto [Alberdi], desde su bufete en Valparaíso, pasar


buques por centenares cargados de hombres, a formar la
nueva República, y ese puñado de hombres libres ha palpado
cómo todas esas viejas sociedades se ponían en movimiento.
En Chile se siembra trigo para que coman los de California,
y vienen millones en cambio. El Pacífico se ha cubierto de
vapores, de naves, de telégrafos las costas, de caminos de hie-
rro, el Perú y Chile, sólo porque medio millón de emigrados
se han juntado en ese extremo apartado de la América a dar
vida y movimiento a medio mundo.245

Tanto Sarmiento como Alberdi se encontraban en el


exilio cuando este último publicó su obra Bases… en 1852.
Este texto tuvo una gran influencia sobre los constituyentes
de 1853, quienes tomaron el proyecto de Constitución de
Alberdi como modelo para redactar el texto de la que final-
mente fue la Constitución de la Confederación Argentina.
Poco tiempo tardó Sarmiento en expresar su opinión sobre

244 Alberdi, Juan Bautista, Obras completas, tomo 3, La república Argentina, 37 años
después de su revolución de mayo. 1847, Buenos Aires, Imp. Lit. y Enc. de “La
Tribuna Nacional”, 1886, p. 221.
245 M. Mannequin cit. por Baque, ob. cit., p. 73.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 169

los distintos artículos que conformaban la Carta Magna


argentina. Su ataque estaba dirigido principalmente a las
ideas expresadas por Alberdi en su obra.
A pesar de que Alberdi fue una gran ausencia entre
los constituyentes encargados de redactar la Constitución
de 1853, su obra Bases… se transformó en un libro clave
para ellos. En 1852, Juan María Gutiérrez –amigo perso-
nal de Alberdi– le sugirió que escribiese un volumen en el
cual plasmase su postura intelectual, ya que había llegado
el momento de que la Confederación tuviese una constitu-
ción. Desde el exilio en Chile, Alberdi rápidamente escribió
el texto e incluyó en él un proyecto de constitución, el cual
–como se señaló recién– fue utilizado por los constituyen-
tes reunidos en la provincia de Santa Fe en 1852.
El siguiente párrafo plasma de manera contundente el
objetivo y propósito con que Alberdi redactó su renombra-
da obra:

He aquí el fin de las Constituciones de hoy día: ellas deben


propender a organizar y construir los grandes medios prác-
ticos de sacar a la América emancipada del estado oscuro y
subalterno en que se encuentra. Esos medios deben figurar
hoy a la cabeza de nuestras Constituciones. Así como antes
colocábamos la independencia, la libertad, el culto, hoy debe-
mos poner la inmigración libre, la libertad de comercio, los
caminos de hierro, la industria sin trabas, no en lugar de
aquellos principios, sino como medios esenciales de conse-
guir que dejen ellos de ser palabras y se vuelvan realidades.
Hoy debemos constituirnos […] para tener población, para
tener caminos de fierro, para ver navegados nuestros ríos,
para ver opulentos y ricos nuestros Estados.246

El hilo conductor de la constitución propuesta por


Alberdi era la relación del país con el extranjero. En primer
lugar, consideraba a la inmigración como la principal fuen-
te de progreso –tanto económico como cultural– del país.

246 Alberdi, Juan Bautista, Bases…, ob cit., pp. 62-63.

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170 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

Creía que un territorio tan fértil pero a la vez tan despo-


blado debía atraer del exterior “elementos ya preparados”.
Argumentaba que eran estos individuos quienes traerían el
orden y la educación popular, tan necesaria para alcanzar el
progreso. Consideraba que este era imposible de lograr “sin
el influjo de masas introducidas con hábitos arraigados de
ese orden y buena educación”.247
Para Alberdi era claro que, si la Argentina quería alcan-
zar el nivel de progreso de las naciones europeas, debía dar
por tierra con el desierto, el atraso material y las malas
costumbres socioculturales, herencia del pasado colonial.
La transformación demográfica era –para él– el camino del
progreso:

La forma más fecunda y útil en que la riqueza extranjera pue-


de introducirse y aclimatarse en un país nuevo es la de una
inmigración de población inteligente y trabajadora, sin la cual
los metales ricos se quedarán siglos y siglos en las entrañas de
la tierra; la tierra, con todas sus ventajas de clima, irrigación,
temperatura, ríos, montañas, llanuras, plantas y animales úti-
les, se quedará siglos y siglos, tan pobre como en el Chaco […]
como en la Patagonia.248

Alberdi –lector de Montesquieu, Lerminier, Jouffroy


y Saint-Simon, entre otros– creía que las costumbres eran
soberanas y difíciles de derribar; por lo tanto, si aque-
llas arraigadas en los pueblos de Hispanoamérica eran las
que legitimaban gobiernos tiranos y sin representación, la
inmigración europea debía actuar como un trasplante que
reemplazase por completo esos hábitos viciados por nuevos
hábitos sociales que dieran legitimidad al naciente orden
político; un orden sustentado por los principios republi-
canos y democráticos. Al respecto decía: “La vida exterior
nos debe absorber en el futuro. En ella somos inexpertos,

247 Alberdi, Juan Bautista, Bases…, ob. cit., p. 43.


248 Alberdi, Juan Bautista, Obras selectas, tomo 18, Pensamiento político, ob. cit., p.
72.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 171

porque hemos sido educados en la domesticidad colonial


y para la vida privada y de familia. Dejemos que nuestros
pueblos empiecen su gran aprendizaje”.249
Tenía notoriamente una visión más sociológica que la
de Sarmiento; creía que quienes llegaban venían con un
bagaje propio que no era posible erradicar y, por ende, era
muy difícil de modificar. Estas intimidades propias de cada
pueblo estaban muy arraigadas en la esencia de las personas,
y difícilmente el Estado podría modificarlas a través de la
legislación. Sarmiento, como se vio en el capítulo anterior,
consideraba que dicha subjetividad era maleable; sostenía
que el Estado podía lograrlo a través de la implementación
de estrategias adecuadas. El rol que ambos le otorgaban al
Estado en esta tarea era diferente. Para Alberdi, este debía
generar las condiciones propicias para que los extranjeros
pudiesen instalarse en el territorio y así transmitir sus valo-
res y costumbres a la población local. Sarmiento, por el
contrario, consideraba que el Estado debía no solo gene-
rar las condiciones propicias para atraerlos, sino que era
el responsable de moldear a los extranjeros para hacer de
ellos verdaderos ciudadanos cívicos y patrióticos, compro-
metidos con los valores republicanos y con el país que tan
afablemente los había recibido.
A pesar de las diferencias, ambos creían que la inmigra-
ción europea que servía era la de origen sajón, ya que tenía
arraigado el concepto de “libertad”, y era capaz de alcanzar
–a través de este– el progreso y el desarrollo tan anhelados.
Alberdi consideraba que la libertad era una conducta, una
educación, una dirección, una costumbre de vivir que esta-
ba enraizada en el hombre:

La libertad vive, viaja y se propaga con el hombre libre, que


al presente, es el hombre del Norte, frío como su tempera-
mento, que es el de la libertad misma. […]. Si la América antes

249 Alberdi, Juan Bautista, Obras completas, tomo 2, Memorias sobre la conveniencia
y objetos de un Congreso General americano, 1844, p. 406.

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172 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

española prefiere la América de la poesía, a ser la América de la


libertad, puéblese entonces con la inmigración de la Europa
latina.250

Alberdi percibía un conflicto entre dos tipos históricos:


la Europa colonial, humanista y letrada y la Europa moder-
na, comercial e industrial. Consideraba a la primera incapaz
de crear, y, por ende, debía generar un espacio receptor de
hábitos ya constituidos y de usos arraigados en el seno de
la Europa moderna. El trasplante consistía en insertar de
un golpe una civilización ya formada; era básicamente una
manera de instalar en América del Sur una promesa cumpli-
da.251 En la inmigración europea, quedaba resumido –como
bien señala Botana– el sueño alberdiano:

Cada europeo que viene, nos trae más civilización en sus


hábitos, que luego comunica en estos países, que el mejor
libro de filosofía. Se comprende mal la perfección que no se
ve, toca y palpa. El más instructivo catecismo es un hombre
laborioso.
¿Queremos plantar en América la libertad inglesa, la cultura
francesa? Traigamos pedazos vivos de ellas en los hábitos de
sus habitantes, y radiquémoslos aquí.
¿Queremos que los hábitos de orden y de industria prevalez-
can en nuestra América? Llenémosla de gente que posea hon-
damente esos hábitos. Ellos son pegajosos: al lado del indus-
trial europeo, pronto se forma el industrial americano. La
planta de la civilización, difícilmente se propaga por semillas.
Es como la viña, que prende y cunde de gajo.
La actual población es una rama trasplantada de la Península
española. Para que el huerto sea completo, plantemos a su
lado árboles de otros países, que den frutos más sabrosos y
variados.
He aquí el modo de cómo la América, hoy desierta, debe ser
un mundo opulento alguna vez.
Esta verdad es experimental, sale de lo que se observa en

250 Alberdi, Juan Bautista, Obras completas, tomo 7, Peregrinación de Luz del Día o
Viaje y aventuras de la Verdad en el Nuevo Mundo, p. 361.
251 Botana, Natalio, La tradición…, ob. cit., p. 306.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 173

Norte América. La reproducción natural es un medio imper-


fecto y lento.
¿Queremos grandes Estados en poco tiempo? Traigamos sus
elementos ya preparados y listos de afuera.252

En la visión de Tocqueville, el origen explicaba la


legitimidad republicana de los Estados Unidos; de mane-
ra opuesta, en la visión alberdiana,253 el origen explicaba
la ilegitimidad que la revolución de independencia había
instalado en América, por lo tanto, era necesario crear un
segundo origen y cambiar la sociedad por trasplante. Esta
transformación se debía dar en el seno de la sociedad y era
considerada previa al cambio en el plano político. Alberdi
aseveraba que los gobiernos debían callar mientras que el
individuo hacía su obra.254 El silencio del gobierno es una
metáfora utilizada para sostener que este debía librar de
trabas e impedimentos a los inmigrantes para que estos
pudiesen depositar en las nuevas tierras sus buenos hábitos
y conocimientos. Al respecto, sostenía: “Las Constituciones
de países despoblados no pueden tener otro fin serio, y
nacional, por ahora y por muchos años, que dar al solita-
rio y abandonado territorio la población que necesita como
instrumento fundamental de su desarrollo y progreso”.255
Alberdi se encolumna detrás de lo que se puede definir
como voluntarismo moderno, superando así el romanísimo

252 Alberdi, Juan Bautista, Obras completas, tomo 3, Acción de la Europa en Améri-
ca. Notas de un español americano a propósito de la intervención anglo-francesa
en el Plata (publicadas en El Mercurio de Valparaíso, 10 y 11 de agosto de
1845), p. 88.
253 Botana, Natalio, La tradición…, ob. cit., p. 307.
254 Alberdi toma esta idea de Benjamin Constant, el célebre escritor y político
de origen suizo-francés autor de obras tales como De la force du gouverne-
ment actuel et De la Necessite de s'y rallier (1796), Des reactions politiques (1797),
Des effets de la terreur (1797), Fragments d'un ouvrage abandonné sur la possi-
bilité d'une constitution républicaine dans un grand pays (1803-1810), Principes
de Politique Applicables a Tous les Gouvernements (1806-1810) y De l'esprit de
conquête et d'usurpation dans leurs rapports avec la civilisation actuelle (1815),
entre otras.
255 Alberdi, Juan Bautista, Obras completas, tomo 3, Acción de la Europa en Améri-
ca, Buenos Aires, “La Tribuna Nacional”, 1886-1887, p. 88.

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174 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

historicista que confiaba en la capacidad intrínseca de los


propios nacionales para generar una comunidad civilizada,
y, por el contrario, destacando que era necesario inducir
la construcción de un ethos mediante la importación de un
modo de vida, de manera de producir así una reforma radi-
cal de la población argentina a través del aporte inmigra-
torio. Serían entonces los nuevos habitantes los encargados
de mejorar al pueblo hispanoamericano para

cambiar nuestras gentes incapaces de libertad por otras gen-


tes hábiles para ella, sin abdicar del tipo de nuestra raza ori-
ginal, y mucho menos el señorío del país, suplantar nuestra
actual familia argentina por una igualmente argentina, pero
más capaz de libertades, de riqueza y de progreso.256

Para Alberdi, el verdadero reformador poco tenía que


ver con un gobernante preocupado por dictar leyes particu-
lares, establecer monopolios e implementar políticas con el
fin de satisfacer los intereses de unos pocos, sino más bien
con aquel legislador capaz de organizar la libertad. Libertad
a partir de la cual se realizaría el trasplante de costumbres
y hábitos de progreso y desarrollo. El siguiente párrafo
extraído de Sistema… ejemplifica lo anteriormente dicho:

No participo del fanatismo inexperimentado, cuando no


hipócrita, que pide libertades políticas a manos llenas para
pueblos que sólo saben emplearlas en crear sus propios tira-
nos. Pero deseo ilimitadas y abundantísimas para nuestros
pueblos las libertades civiles, a cuyo número pertenecen
las libertades económicas de adquirir, enajenar trabajar, navegar,
comerciar, transitar y ejercer toda industria. Estas libertades,
comunes a ciudadanos y extranjeros (por los Art. 14 y 20
de la Constitución), son las llamadas a poblar, enriquecer y
civilizar estos países, no las libertades políticas, instrumen-
tos de inquietud y de ambición de nuestras manos, nunca
apetecibles y útiles al extranjero, que viene entre nosotros
buscando bienestar, familia, dignidad y paz. Es felicidad que

256 Alberdi, Juan Bautista, Bases…, ob. cit., p. 77.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 175

las libertades más fecundadas sean las más practicables, sobre


todo por ser las accesibles al extranjero que ya viene educado
en su ejercicio.257

Por lo tanto, la propuesta de Alberdi para lograr atraer


a esta masa de inmigrantes formados y preparados era la
firma de tratados extranjeros, a través de los cuales se otor-
garían garantías de derechos naturales de propiedad, de
libertades civiles, de seguridad, de adquisición y de tránsito.
Consideraba que cuanto mayor fuera la cantidad de garan-
tías concedidas, mayores serían los derechos asegurados en
el país. A su vez, creía que era necesario brindar las mismas
garantías a todas las naciones para evitar de esta manera que
alguna pudiera imponerse sobre el resto –y principalmente
sobre los nativos–.
En sus argumentaciones dejaba bien en claro que la
inmigración debía ser espontánea, y no provocada por el
Gobierno como un emprendimiento empresario, sino con
un espíritu desinteresado: “Poblar es parte de la economía
política y el Gobierno tiene un poder eficaz de selección en
materia de población, no con reglamentos y prohibiciones
sino por incentivos naturales y sin hacer violencia”.258
En Sistema económico y rentístico de la Confederación
Argentina según su Constitución de 1853, también destaca la
importancia de garantizar la seguridad a través de la legis-
lación, tanto de las personas como de la propiedad: para
él, esto suponía un principio clave en la generación de
población espontánea. Señalaba, en este sentido, que los dos
grandes enemigos de la seguridad suelen ser el despotis-
mo y la anarquía, y que, a partir de 1853, la Constitución
Argentina se consagró a favor del orden y la paz, limitando
el accionar de tiranos y demagogos que hicieran peligrar al

257 Alberdi, Juan Bautista, Sistema…, ob. cit., p. 188.


258 Alberdi, Juan Bautista, Obras selectas. ob. cit., Tomo II, Páginas Literarias,
Peregrinación de Luz de Día o Viaje y aventuras de la Verdad en el Nuevo Mundo,
pp. 32 y 33.

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176 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

país y lo devolvieran a la inseguridad y anarquía que habían


reinado durante los anteriores 20 años.259
En el capítulo 16 de la introducción de Bases…, Alberdi
puso el acento en la necesidad de que la legislación –tanto
civil como comercial– fuese compatible con los derechos
otorgados por la Constitución a los inmigrantes. Para el fin
de este trabajo de tesis, son las leyes civiles las que interesan,
y la propuesta de Alberdi al respecto era la siguiente:

1. Remover las trabas e impedimentos de tiempo atrasado que


hacen imposible o difícil los matrimonios mixtos;
2. Simplificar las condiciones civiles para la adquisición del
domicilio;
3. Conceder al extranjero el goce de los derechos civiles, sin
la condición de una reciprocidad irrisoria;
4. Concluir con el derecho de albinagio, dándole los mismos
derechos civiles que al ciudadano para disponer de sus bienes
póstumos por testamento o de otro modo.

En su propuesta, Alberdi les otorgaba a los extranjeros


todos los derechos y las garantías de los que gozaban los
nacionales, y los exceptuaba de las obligaciones, pues los
primeros –a diferencia de los segundos– no tenían deberes
fiscales, ni aquellos inherentes al ciudadano nativo, como
ser la defensa de la patria y el derecho al sufragio. La distin-
ción que hacían entre libertad política y libertad civil pen-
sadores como Guizot o Pellegrino Rossi fue adoptada por
Alberdi. Dicha separación en dos planos le permitió contar
con un concepto jurídico que le brindaba la posibilidad de
concebir la fórmula más efectiva para resolver el problema
del establecimiento de las libertades políticas en el país. Para
él –como se señaló en párrafos anteriores–, la libertad polí-
tica era una cuestión de capacidad; por lo tanto, consideraba

259 Alberdi, Juan Bautista, Obras completas, Tomo IV, Sistema económico y rentísti-
co de la Confederación Argentina según su Constitución de 1853. Capítulo V.
Disposiciones de la Constitución Argentina que se refieren a la población, ob. cit.,
pp. 291-293.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 177

necesario “capturarla […] y limitarla férreamente”.260 Por el


contrario, creía que la libertad civil era la libertad por exce-
lencia, una promesa universal que debían tener todos, tanto
criollos como extranjeros. La libertad política servía como
el medio para ordenar el fin.
Otro elemento clave para lograr un importante flujo
inmigratorio era la tolerancia religiosa, ya que garantiza-
ba pobladores con sólidos valores morales y religiosos. El
hecho de no permitir a cada hombre el libre ejercicio de su
culto se le aparecía como una clara hipocresía del liberalis-
mo. Alberdi destacaba la existencia de libertad de culto en
Buenos Aires desde 1825, pero resaltaba la importancia de
ampliar dicha concesión al ámbito provincial por medio de
la Constitución de la República para extender de esa mane-
ra el establecimiento de inmigrantes europeos en todo el
territorio, y no solo en Buenos Aires.261
Alberdi le otorgaba a la religión el mismo papel que le
habían dado Montesquieu y Tocqueville; la percibía “como
un resorte de orden social, como medio de organización
política”.262 Era una vía para transmitir los buenos hábitos
y las costumbres. La función pedagógica de la práctica reli-
giosa era para Alberdi más importante que aquella ejercida
por el colegio y la universidad establecidos en la América
colonial, instituciones que –en su opinión– habían engen-
drado “democracias corruptas, pueblos rebeldes incitados
por la palabra escrita de demagogos que se hundían, muchas
veces sin saber por qué, en una cultura viciada por burócra-
tas y letrados”.263
En pos del progreso y el desarrollo del país, Alber-
di reclamaba la creación de una mayor cantidad de casas
de estudios de ciencias exactas y de artes aplicadas a la
industria que de colegios de ciencias morales. Tomando la

260 Botana, Natalio, La tradición…, ob. cit., p. 345.


261 Alberdi, Juan Bautista, Bases…, ob. cit., p. 46.
262 Botana, Natalio, La tradición…, ob. cit., pp. 311-312.
263 Botana, Natalio, La tradición…, ob. cit., p. 313.

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178 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

idea de Rousseau de “éducation des choses”, Alberdi sostenía


que eran los inmigrantes europeos los nuevos maestros de
nuestros pueblos, que eran ellos los encargados de educar
con el ejemplo de una vida más civilizada y sofisticada que
la nuestra. Al respecto, argumentaba en Bases…:

No es el alfabeto, es el martillo, es la barreta, es el arado, lo


que debe poseer el hombre del desierto, es decir, el hombre
del pueblo sud-americano. ¿Creéis que un araucano sea inca-
paz de aprender a leer y escribir castellano? ¿Y pensáis que
con sólo eso deje de ser salvaje?264

El crecimiento demográfico como consecuencia de la


llegada de inmigrantes no era para Alberdi el principal
aporte. Consideraba que la contribución más importante
que los extranjeros traerían a nuestra tierra era su influen-
cia civilizadora. Imaginaba al inmigrante europeo como un
instrumento transformador:

… nos traerá su espíritu nuevo, sus hábitos, su industria, sus


prácticas de civilización, en la población, en la inmigración
que nos envía […]. Facilitando los medios para vivir, prevenir
el delito, hijos más de las veces de la miseria y el ocio […] la
industria es el calmante por excelencia. Ella conduce por el
bienestar y por la riqueza al orden, por el orden a la libertad.
Los hechos prueban que se llega a la moral más pronto por el
camino de los hábitos laboriosos y productivos.265

En mayor o menor medida, las propuestas de Alberdi


en materia de inmigración fueron tomadas en considera-
ción por los constituyentes de 1853, quienes aplicaron las
recomendaciones pertinentes al inmigrante casi al pie de la
letra. El hecho de que la Constitución de 1853 prodigase
la ciudadanía al extranjero sin imponérsela y de que a la
vez asimilara los derechos civiles del inmigrante con los del

264 Alberdi, Juan Bautista, Bases…, ob. cit., pp. 417-418.


265 Alberdi, Juan Bautista, Bases…, ob. cit., p. 75.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 179

nacional266 hizo de ella una de las constituciones más gene-


rosas del mundo en relación con los inmigrantes –y fue este
también uno de los temas centrales267 de la polémica que se
desató entre Sarmiento y Alberdi–.

266 Alberdi tomó de la Constitución del Estado de California la idea de darles a


los inmigrantes los mismos derechos civiles que a los nativos, otorgándoles
la opción de naturalizarse sin imponérselo. Para ampliar este tema, ver
Alberdi, Juan Bautista, Bases…, ob. cit., p. 45.
267 Otro tema que fue epicentro en los enfrentamientos públicos entre Alberdi
y Sarmiento giró en torno a la figura del Gral. Urquiza. El primero lo
consideraba el responsable de poner fin a la tiranía de Rosas, mientras que
Sarmiento cuestionaba la figura de Urquiza y enarbolaba otras cuestiones y
otros actores como los responsables de vencer al rosismo. Para profundizar
en este tema, se puede recurrir a las obras completas de ambos, ya que allí
hay un sinfín de artículos y textos que ponen de manifiesto este enfren-
tamiento.

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6

Polémica entre Sarmiento y Alberdi


por la importancia de la nacionalización
del inmigrante

¿Qué me hizo digno de la pena que su rabia quería infligirme?


Mi crimen de criticar sus escritos, sin tocar su persona, más
vulnerable que sus escritos. Esto es lo que quiero hacer notar
hoy, esto define al escritor público y revela al temperamen-
to político del hombre que pretende entender y practicar la
libertad hasta creerse una personificación suya. […] ¿Por qué
critiqué sus escritos? Él me arrancó esa crítica dedicándome
un libro que escribió para probarme el error que yo cometí
en atribuir la caída de Rosas a la espada del general Urquiza y
no a la pluma del teniente coronel Sarmiento.

J. B. Alberdi, Peregrinación de Luz del Día


o Viaje y aventuras de la Verdad en el Nuevo Mundo

En 1852 Sarmiento volvió a Chile como consecuencia de


su enfrentamiento con Urquiza. Desde allí, y una vez san-
cionada la Constitución Nacional de 1853, publicó su obra
Comentarios sobre la Constitución de la Confederación Argen-
tina, que estableció el comienzo de un cruce de ideas con
Alberdi que por momentos se tornó verbalmente violento
y agresivo. En dicho trabajo, Sarmiento –a diferencia de
Alberdi– proponía nacionalizar al inmigrante.
Como señala Natalio Botana en su obra La tradición
republicana, Sarmiento en Cometarios... se enfrenta directa-
mente con la condición de extranjero en Sudamérica pro-
puesta por Alberdi. Este último sostenía que la libertad
política era producto de un aprendizaje, y que debía darse

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182 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

de manera espontánea una vez que el inmigrante se sintie-


se incorporado plenamente en el seno de la sociedad que
tan a gusto lo recibía. Hasta llegar a esa instancia, Alber-
di era partidario de que el ejercicio de la libertad política
quedase encerrado dentro de los límites de un orden res-
trictivo. Su propuesta consistía en desligar al inmigrante
de toda responsabilidad cívica, y sugería que la sociedad se
transformase con la incorporación y pronta asimilación de
los inmigrantes, que se convertirían por efecto natural al
Gobierno de la República.268
Sarmiento, por el contrario, como ya se vio, se inclinaba
por el modelo estadounidense –que obligaba al extranjero
a adoptar de forma instantánea la carta de naturalización–
argumentando que el éxito de dicha sociedad radicaba en
gran parte en el hecho de que tanto la Constitución como
las leyes convertían al extranjero de manera inmediata en
ciudadano. Dicha medida hacía que los recién llegados se
sintiesen comprometidos con la política del país elegido
para forjar y mejorar su futuro y el de su familia. En una
nota publicada en El Nacional con fecha 10 de noviembre
de 1855, Sarmiento deja en claro cuál sería el peligro de no
nacionalizar a los inmigrantes:

La Europa de ordinario aleja habitantes de su seno, lejos de


propender a traerlos de otras partes, mientras que nosotros
recibimos extranjeros por millares y puede ser que en pocos
años recibamos por millones. Estos extranjeros no sólo atraí-
dos momentáneamente por las necesidades del comercio,
sino que acabarán por establecerse, adquirir bienes raíces,
casarse, tener hijos y fijarse para siempre en el país. Así, pues,
los habitantes del suelo son en gran parte, y pueden serlo
en una gran escala extranjeros, y al admitir las tendencias de
los agentes europeos aquí, concluiría por extranjerizarse la
mayor parte de la población y de la propiedad, desconociendo
hasta los hijos de extranjeros la jurisdicción de su patria natal
sobre ellos.

268 Botana, Natalio, La tradición…, ob. cit., p. 346.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 183

¿Cuáles serían las consecuencias en grande de este hecho?


Nada menos que la disolución de la sociedad, y el caos de
jurisdicciones y pretensiones encontradas.269

La idea de Alberdi del trasplante institucional (desligar a


los extranjeros de toda responsabilidad cívica hasta que la
buena semilla creciera en la sociedad y trasformase luego
las instituciones de la república) se oponía radicalmente a
la fórmula de Sarmiento, donde la constitución y las leyes
debían convertir de manera inmediata al extranjero en
ciudadano e inducirlo a adoptar carta de nacionalización,
como una manera de fortalecer las instituciones del país.
En un fragmento de Comentarios…, Sarmiento lo increpa
directamente:

Su distinción [la de Alberdi] entre nacionales y extranjeros


debió evitarla precisamente porque existe en América y debe
borrarse. No debe haber dos naciones sino la Nación Argenti-
na; no dos derechos, sino el derecho común. Los extranjeros,
dice el señor Alberdi, gozan de los derechos civiles y pueden
comprar, locar, vender, ejercer industrias y profesiones; las
mujeres argentinas se hallan en el mismo caso, como todos
los argentinos y todos los seres humanos que no tienen voto
en las elecciones. ¿Para qué distinguirlos?270

Tanto en el artículo de El Nacional, como en muchos


otros publicados en periódicos de la época, dejaba en claro
su crítica a la política inmigratoria alberdiana plasmada en
la Constitución de 1853, y no solo cuestionaba las debili-
dades de la condición civilizadora de los extranjeros, sino
también las limitaciones cívicas de las políticas con que se
los recibía.271

269 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, La condición del
extranjero en América, ob. cit., p. 14.
270 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 8, Comentarios…, ob.
cit.,
271 Villavicencio, Susana, Sarmiento y la nación…, ob. cit., p. 165.

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184 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

Según Sarmiento, la concesión indiscriminada de dere-


chos a los extranjeros –sumada a su falta de compromiso
político y de conciencia cívica– perjudicaba el crecimiento
de las instituciones republicanas, ya que gran parte de la
población no estaba representada272 y, por lo tanto, no se
preocupaba por instruirse cívicamente ni por inculcar en
sus hijos similar espíritu, lo que posteriormente llevaría a
que el pueblo fuese cada vez más cosmopolita y se diluye-
ra así el sentimiento de pertenencia y unión a una misma
nación.
Su objetivo central era implantar la Constitución esta-
dounidense en suelo argentino, y los principales actores
debían ser los extranjeros en pleno ejercicio de sus derechos
políticos y los ciudadanos educados gracias a la institución
pública. No comulgaba con la creencia de conformar una
república con pluralidad de pueblos, como sostenía Alberdi;
por eso diferían en la construcción que ambos hacían de
la relación ciudadano-extranjero. Sarmiento argumentaba
que la igualdad no debía darse solamente en el ámbito de
la sociedad civil, sino que también debía plasmarse en el
espacio cívico-político, retomando el concepto de “igualdad
política” concebido por los intelectuales de la Francia revo-
lucionaria, y que Rosanvallon transmitía en su obra como
aquella igualdad que “afirma un tipo de equivalencia de cali-
dad entre los hombres, en completa ruptura con la visión
tradicional del cuerpo político”:

… la igualdad política, en otros términos, sólo es concebi-


ble en la perspectiva de un individuo radical, contrariamente
a las otras formas de igualdad que pueden perfectamente

272 Hilda Sábato, quien, en uno de sus trabajos, describe la vida política de Bue-
nos Aires durante los años 1860 y 1880, señala la violencia como una causa
predominante de la baja concurrencia a las urnas por parte del electorado,
pero a la vez menciona como factor relevante el gran número de inmi-
grantes no nacionalizados que residían en Buenos Aires, y cuya principal
preocupación era su bienestar individual sin tener ningún interés en la
participación política en pos del bien común.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 185

acomodarse en una organización jerárquica o diferenciada de


lo social.273

Al respecto, es importante señalar que para Alberdi la


libertad política debía ser restringida –siguiendo el ejemplo
histórico de Grecia y Roma–, y el pueblo sufragante solo
debía incluir a aquellas personas capaces de decidir, a una
minoría que era la única capacitada para ejercer la libertad
política:

La inteligencia y felicidad en el ejercicio de todo poder


depende de la calidad de las personas elegidas para su depósi-
to; y la calidad de los elegidos tiene estrecha dependencia de
la calidad de los electores. El sistema electoral es la clave del
gobierno representativo. Elegir es discernir y deliberar. La
ignorancia no discierne, busca un tributo y toma un tirano.
La miseria no delibera, se vende. Alejar el sufragio de manos
de la ignorancia y de la indigencia es asegurar la pureza y
acierto de su ejercicio.274

Siguiendo esta línea de razonamiento, se podría pen-


sar que Alberdi bien hubiese podido aspirar a que aque-
llos inmigrantes lo suficientemente preparados y llenos de
sabiduría trasplantaran su conocimiento también en la are-
na política, para lograr así el saneamiento del gobierno en
Sudamérica. Pero no, porque, en su propuesta de gobierno,
dejaba afuera tanto a criollos como a inmigrantes, ya que
no intervenían en la designación de los gobernantes pues
no eran electores ni representantes. Como señala Botana:
“… permanecen marginados en una suerte de trasfondo en
cuyo centro se recorta un núcleo político capacitado para
hacer gobierno y ejercer control”.275
Por otra parte, Sarmiento se opuso fuertemente a la
idea de Alberdi de negarles a los extranjeros naturalizados

273 Rosanvallon, Pierre, La consagración…, ob. cit., p. 12.


274 Alberdi, Juan Bautista, Derecho Público Provincial, Buenos Aires, Universidad
de Buenos Aires, Departamento Editorial, 1956, p. 100.
275 Botana, Natalio, La tradición…, ob. cit., p. 54.

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186 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

el derecho de defender a la patria durante los 30 años pos-


teriores a su llegada al país –plazo que, como se mencionó
en el apartado 2, los constituyentes de 1853 redujeron a
diez años–, pues creía que dicha disposición no hacía más
que “subrayar el carácter nocivo de un inmigrante incapa-
citado de tomar parte en la defensa de la nación”.276 De tal
modo, se conseguiría fomentar el egoísmo del inmigrante
que no se arriesgaba a defender a la patria que le daba todo
para poder progresar y desarrollarse. El compromiso de los
extranjeros no debía limitarse solo a lo político, sino que
también consideraba indispensable que estos tuviesen la
voluntad de armarse en defensa de la patria. En el artículo
de El Nacional citado anteriormente, se plantea el siguiente
interrogante al respecto:

¿Qué deber más sagrado, más general para el hombre que


defender su propiedad y su vida? La campaña está poblada
hoy por otro tanto de extranjeros como de nacionales; pero
cuando el Gobierno convoca la milicia para defender el país,
no reconocen obligación de cumplir con este deber sino los
argentinos. Mientras que éstos abandonan sus trabajos, y
pierden su vida en combate, irlandeses, ingleses, franceses […]
continúan impasibles en sus trabajos, de donde resulta que
los nacionales tienen el deber de guardar las propiedades y
las vidas de sus huéspedes, que en cambio explotan el tiempo
que no dedican a su propia defensa y emplean su actividad en
acumular capital […] a casos más generales.277

En opinión de Sarmiento, no se trataría solo de una


cuestión de voluntad del extranjero, sino que, a la vez, el
gobierno republicano sería responsable de generar un Esta-
do activo, encargado de formar la base moral de la república
al transmitir hábitos cívicos allí donde no los hubiese, pues,
de no lograrlo, se forjaría –como bien lo señala Susana

276 Botana, Natalio, La tradición…, ob. cit., p. 347.


277 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, La condición del
extranjero en América, ob. cit., p. 15.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 187

Villavicencio– una nación sin nacionales, una sociedad sin


patria. La convivencia bajo un mismo marco legal y jurídico
de dos tipos de ciudadanos –el nacional y el extranjero–
acentúa las diferencias entre ellos y actúa como disparador
de resentimientos mutuos. En el mismo artículo, Sarmiento
ilustra este pensamiento:

Si de tales desigualdades resultase la disminución de la rique-


za de los argentinos y el aumento de la de los extraños, como
puede resultar la disminución de la población sometida a
las cargas sociales, relativamente a aquellas que tenderían a
conservarla exenta, resultaría una situación del pueblo nacio-
nal por otro pueblo extranjero dueño de la propiedad y sin
gobierno, pero también sin instituciones que les aseguren sus
derechos.278

La polémica de Sarmiento con las ideas y propuestas de


Alberdi se trasladó al ámbito del Poder Legislativo, desde
donde –ahora como senador– el sanjuanino siguió luchan-
do por la nacionalización de los inmigrantes. En la sesión
del 9 de septiembre de 1858, durante la discusión de un
proyecto de ley presentado por un grupo de senadores en
el cual se sugería otorgar el derecho al voto municipal a los
extranjeros con dos años de residencia y que pagasen paten-
tes, Sarmiento –quien en ese entonces ocupaba una banca
por la provincia de Buenos Aires– tomó la palabra e hizo
un fuerte descargo donde sostenía la inconstitucionalidad
del proyecto. El argumento utilizado giraba en torno a la
incompatibilidad entre el proyecto presentado y la Consti-
tución nacional, pues esta última no admitía la clasificación
de los derechos de los electores por cuestiones de fortuna o
propiedad.
El siguiente extracto de su intervención en la sesión de
ese día deja en claro su posición al respecto:

278 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 15.

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188 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

Los extranjeros tienen ciertas pasiones entre nosotros para


apetecer la condición de extranjeros, y de ninguna manera la
de ciudadanos del país, y esto por dos razones: 1º, porque no
cumplen estando en Buenos Aires, con las obligaciones que
su patria está en el derecho de exigirles y les exige, ni cumplen
con los deberes que la naturaleza impone a todos los hom-
bres de la sociedad, cualquiera que sea el país donde viven. El
extranjero es una especie de alzado contra la Francia, contra
la Inglaterra, y esta condición singular que ha generado, la ha
de conservar, porque es la posición más feliz que puede ape-
tecer, sin obligaciones, sin cargas de ninguna especie. Si en
Buenos Aires persisten en ser españoles los españoles, fran-
ceses los franceses, etc., con pequeñísimas excepciones, es
porque están libres de no cumplir deber alguno en su patria.
Nunca sería conveniente que estas personas que desdeñan de
ser ciudadanos de la República Argentina tengan la menor
influencia en nuestros actos públicos, pues tienen sus fami-
lias, tienen ciertos intereses que no son los nuestros.279

Sarmiento no veía por qué motivo el extranjero habría


de interesarse en participar de las elecciones municipales
–considerando que el municipio le otorgaría a cambio esca-
sos beneficios–, más aún con el antecedente de su desinte-
rés en la participación en la vida política nacional (de la cual
sin duda habría de obtener mayores beneficios). Para él, la
ley propuesta no hacía más que degradar el concepto de
“ciudadanía”, pues permitía que los extranjeros obligados a
participar municipalmente se acercaran a las mesas electo-
rales solo por dinero, en búsqueda de mejorar su situación
económica. Esta medida únicamente beneficiaría a los polí-
ticos que deseaban manejar al electorado por medios no
convencionales, ya que aquellos extranjeros que realmente
tuviesen interés en el progreso del país se harían ciudadanos
por decisión propia.
En otra oportunidad, una nueva petición realizada a la
Cámara de Senadores –en este caso por un cónsul de Su

279 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 18, Los extranjeros en
las elecciones, ob. cit., p. 167.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 189

Majestad Británica en carácter de representante de cuatro


ingleses– volvió a despertar el enojo de Sarmiento, quien,
desde su banca (durante la sesión del 30 de noviembre de
1858), solicitó la intervención de la Cámara ante el atrope-
llo del funcionario. En dicha petición se hacía un reclamo
frente a ciertas condiciones legales de los cuatro ciudadanos
ingleses, a quienes se mencionaba como “extranjeros”. En su
exposición, Sarmiento argumentaba el no reconocimiento
de la palabra “extranjero” por parte de las leyes civiles del
país, pues –como se señaló anteriormente– la legislación
civil argentina no distinguía al extranjero del nacional, por
lo que, a ojos del senador, el cónsul británico con su pre-
sentación no hacía más que ofender al país. Para justificar
su posición, recurrió una vez más al ejemplo de los Esta-
dos Unidos, donde, por el contrario, sí existía un derecho
civil diferente para los extranjeros. Con dicho ejemplo dejó
establecida su idea de que el hecho de no nacionalizar a los
extranjeros permitía la intromisión de los agentes foráneos
en la política y el quehacer nacionales. Al respecto, señalaba
lo siguiente:

… en algunos Estados, los extranjeros no pueden poseer casas


ni tierras si no han hecho primero una declaración por lo
menos de querer ser ciudadanos de los Estados Unidos, y
esta declaración que parece exigir demasiado del extranjero,
le concede la igualdad de derechos que otorgan nuestras ins-
tituciones republicanas, lo que precisamente tiene por objeto
evitar el caso que hoy sucede ante el Senado, y es que un
cónsul extranjero se presente en representación de los dere-
chos civiles de sus súbditos, es decir, de los derechos que la
Inglaterra, pretendería tener aquí sobre la tierra de Buenos
Aires, puesto que esto es lo que importa a la representación
del señor cónsul.280

280 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 18, Derechos civiles de
los extranjeros, ob. cit., p. 185.

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190 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

Para finalizar su exposición ante sus pares, ejemplificó


una vez más con el caso de los Estados Unidos, señalando
que sus habitantes habían sido cautelosos al exigir la con-
dición de ciudadano para poder adquirir ciertos derechos,
entre ellos la posibilidad de obtener empleos en la ciudad.
El mencionado requerimiento de nacionalización, agrega
Sarmiento, evita el establecimiento de cónsules y agentes
extranjeros que se instalan en el país para gobernar a sus
nacionales e interfieren en favor de sus representados, gene-
ralmente presentando una multitud de reclamos a favor de
estos, pero a la vez en contra de los de los ciudadanos del
país que los cobija, en este caso la Argentina.
Al contar el extranjero con tales privilegios, no cumplía
ni con las obligaciones de su patria natal ni con las de la
patria adoptiva, y a la vez gozaba de los derechos al igual
que el resto de los ciudadanos, pero sin obligaciones ni car-
gas de ninguna especie. Queda claro con estas declaraciones
que Sarmiento no solo veía en la nacionalización del inmi-
grante la solución al tema del compromiso con el desarrollo
y crecimiento del país –en el ámbito tanto económico como
de las instituciones de la república–, sino que consideraba
que el hecho de que el extranjero fuese ciudadano evita-
ría la intromisión de agentes externos que, alegando que
actuaban en defensa de sus súbditos, pretendían gobernar y
decidir en cuestiones de índole nacional.
A lo largo de su carrera política y como educador, Sar-
miento le otorgó gran importancia al tema de la adquisición
de la ciudadanía por parte de los extranjeros como instru-
mento indispensable para el fortalecimiento y desarrollo de
las instituciones republicanas. Las experiencias vividas en
su viaje por los Estados Unidos le sirvieron de ejemplo a la
hora de demostrar la importancia que tenía para el futuro
del país la ciudadanización de los inmigrantes.
A pesar del progreso material que se había dado en
el país a partir de 1850, Sarmiento tenía en claro que este
avance no se materializaba de manera paralela en el terreno
político, donde aún se mantenían las costumbres del pasado.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 191

El progreso sociocultural era considerado por él un requi-


sito previo al progreso económico, a diferencia de Alberdi,
quien sostenía que el crecimiento económico y la educación
eran procesos que se debían dar de manera simultánea.
Con respecto a la idea de priorizar la educación prác-
tica de las ciencias aplicadas (definida por Alberdi como la
“pedagogía espontánea de la sociedad industrial”) por sobre
la enseñanza de las ciencias morales en el plan de las escue-
las y de la instrucción obligatoria, esta se oponía radical-
mente a la idea de Sarmiento, donde la escuela y el maestro
que enseñaban aritmética, gramática e instrucción cívica
debían ocupar el primer lugar. La propuesta de Alberdi de
darles preponderancia a la barreta y el arado –enseñanzas
que, como ya se señaló, provenían del inmigrante europeo–
por sobre el alfabeto enfureció a Sarmiento:

No, Alberdi. Deshonradme ante mis compatriotas, como lo


habéis hecho en vuestro libro, preciándonos de haberlo hecho
con moderación, sin ruido, como el hábito de ladrón que
rompe las cerraduras y el dueño de casa no se despierta; que
abre las puertas y los goznes no rechinan; que descerraja los
armarios y no deja señales aparentes de sustracción. Deshon-
radme en hora buena, pero no toquéis la educación popular,
no desmoronéis la escuela, este santuario, este refugio que
nos queda contra la inundación de la barbarie.281

Sarmiento sostenía que el patriotismo era el civismo


mismo, pero sentía que, en la Argentina –a diferencia de
lo que sucedía en los Estados Unidos–, los inmigrantes no
optaban por adquirir la ciudadanía, pues tomaban el ejem-
plo de sus compatriotas: aprendían las ventajas que estos
tenían por no ser ciudadanos, y podían canalizar los impul-
sos patriotas en el país del cual eran oriundos.282

281 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 15, Las ciento y una,
1853, p. 215.
282 Botana, Natalio, La tradición…, ob. cit., p. 462.

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192 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

Sarmiento tenía en claro que la prosperidad material


y la inmigración no eran suficientes para el progreso y el
crecimiento de la república. Para lograr estos últimos, era
necesario despertar, tanto entre los criollos como entre los
extranjeros, el sentimiento cívico, aquel que les permitiría
ser parte de la formación política del país; y ese sentimien-
to (latente en cada hombre) sería desarrollado únicamente
a través de la fuerte impronta de la educación. Considera-
ba que las maestras y los maestros públicos debían actuar
como agentes de una instrucción homogénea, como repre-
sentantes del interés universal del Estado, ya que eran ellos
–conjuntamente con los intelectuales, sabios y científicos–
los custodios de la república.
Alberdi se enfrentó directamente a Sarmiento cuando
este ejercía la presidencia de la nación; lo hizo desde Lon-
dres en 1871 con un texto titulado Peregrinación de Luz del
Día o Viaje y aventuras de la Verdad en el Nuevo Mundo. Son
diversos los reclamos y las críticas que le hizo al sanjua-
nino, no solo en relación con su gestión de gobierno, sino
también en cuanto a sus escritos anteriores y a sus valores
éticos y morales. Cuestionaba ferozmente el ataque perpe-
trado durante muchos años por Sarmiento a la figura de
Quiroga, y señalaba que dicho ensañamiento no consistía
en otra cosa que en derribar con la difamación a su prin-
cipal rival en las urnas en la carrera presidencial. En su
ataque al caudillo riojano, Alberdi sostenía que Sarmiento
se enfrentó a su persona por haber sido un admirador y
defensor del honor y la valentía del general Quiroga en su
ferviente lucha para poner fin a la tiranía de Rosas.
Para hacer foco en el tema central de esta investiga-
ción, una de las principales críticas que Alberdi hizo a la
gestión presidencial de Sarmiento tenía que ver con la rela-
ción entre la inmigración y la educación del pueblo. Para
él, la inmigración espontánea –aquella que viene sin ser
llamada– no es la inmigración que educa y civiliza, es una
inmigración peligrosa. Al respecto comenta:

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 193

… Nadie que vale algo emigra espontáneamente para empeo-


rar su condición: Para determinar a la buena población
de Europa, a emigrar a países inferiores, es preciso forzar
su espontaneidad por incentivos enérgicos, por irresistibles
atractivos. Así obro la América del Norte con sus primeras
inmigraciones europeas, cuando éstas iban a instalarse en
países casi desiertos y semisalvajes. Renunció a los estímulos
artificiales, cuando su población civilizada, se hizo grande,
y desde que esta misma grandeza se convirtió en suficiente
estimulo.283

Esta cita pone de manifiesto la idea alberdiana de dar-


les todas las libertades a los inmigrantes sin exigirles nada
a cambio ni cargarlos con obligaciones, porque eran ellos
quienes iban a educar a la población existente a través de
la transmisión de sus costumbres, buenos modales y valo-
res. Idea que, como se señaló anteriormente, se enfrentaba
con aquella proclamada abiertamente por Sarmiento, que
exigía que los inmigrantes tuviesen las mismas obligaciones
que los nacionales –principalmente la obtención de la ciu-
dadanía– para generar un mayor compromiso y un mayor
vínculo con el país que los había recibido.
Sarmiento consideraba que era el Estado –a través de
la legislación y la educación– el encargado de moldear a
esa población inmigrante que llegaba al territorio, y que
al nacionalizarse se despertaría en ellos y en sus descen-
dientes ese sentimiento de patriotismo que incrementaría
el civismo entre los ciudadanos, y que además desterraría
uno de los principales temores del sanjuanino: tener un país
sin ciudadanos, propenso a la manipulación de las tiranías.
Alberdi, con su visión más sociológica, y convencido de que
el cambio de costumbres y tradiciones no se puede erra-
dicar de la esencia de las personas, criticaba la política de
gobierno de Sarmiento: señalaba que la educación política,

283 Alberdi, Juan Bautista, Obras completas, tomo 7, Peregrinación de Luz del Día o
viaje y aventuras de la Verdad en el Nuevo Mundo, ob. cit., p. 359.

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194 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

la costumbre inteligente de ejercer el poder, es la verdad y la


libertad, y destacaba que la educación pública es una parte
de la soberanía cuyo ejercicio no se debe delegar ni sacar de
las manos del pueblo. Al respecto argumenta:

Si, pues, el gran medio de educación popular americana es la


inmigración de poblaciones educadas, los países de Sud Amé-
rica, que aspiran a ser libres, deben tomar y retener en sus
manos la dirección de la inmigración, sin entregarla jamás al
Gobierno, ni permitirle que la limite. Si se pone ese inmen-
so elemento en las manos del Gobierno, lejos éste de atraer
inmigración que enseñe al pueblo a no necesitar de sus dic-
tadores, traerá la chusma y basura de la emigración europea,
por ser la que mejor le sirva para mantener al país ignorante
y desnudo, en fuerza de esa ignorancia del Gobierno mismo;
y por guerras criminales, espantará y alejará la inmigración
instruida, rica, seria, libre y capaz de educar por su ejemplo
en el uso de la libertad […]. El Gobierno que no aleja la mala
inmigración por los medios indirectos, de que todo Gobierno
dispone, es en realidad el que atrae y fomenta; y si en cierto
modo puede él decir que gobernar es poblar, con más razón
puede decir que poblar es embrutecer, corromper, empobre-
cer y apestar.284

Ambos concordaban en la necesidad de la inmigra-


ción como motor del progreso, pero diferían en cuanto al
modo de integrar a los extranjeros en un proceso global
de construcción de la nación. Hacia finales de la década de
1880, Sarmiento alcanzó a percibir –como señala Halperín
Donghi– el desfasaje entre la Argentina por él diseñada a
comienzos de 1830, que preveía la llegada de habitantes
“que traerían hábitos de buen gobierno y prestarían apoyo
al ejercicio de las libertades asociadas a nosotros y forman-
do parte de nuestros gobiernos”,285 y la realidad de la época.
Comprobó con gran desilusión algo que venía previendo

284 Alberdi, Juan Bautista, Obras completas, tomo 7, Peregrinación de Luz del Día o
viaje y aventuras de la Verdad en el Nuevo Mundo, ob. cit., p. 368.
285 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 40, Argiropolis, p. 190.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 195

hacía muchos años: aquellos que habían llegado no tenían la


experiencia ni el hábito de gozar de los derechos políticos
de su país natal, y transmitían esa indiferencia y abstención
a las generaciones siguientes. ¿Dónde radicaba el problema:
en el tipo de inmigración que había llegado a las costas
argentinas o en el hecho de que la legislación nacional no
exigía la nacionalización de los inmigrantes como medio
para generar esa conciencia cívica y ese patriotismo tan
deseados?

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Tercera parte.
Sarmiento y su lucha final
por lograr la nacionalización
de los inmigrantes
desde las páginas del periódico
El C
Censor
ensor

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Las opiniones no son hechos ni delitos. Dios nos ha dado
una razón que nos distingue de las bestias, libre para juzgar a
nuestro libre arbitrio.

D. F. Sarmiento, Ideas fundamentales

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7

Rol del periodismo como herramienta


de transmisión de ideas políticas
en 1800

¿Qué es pues un periódico? Una mezquina hoja de papel,


llena de retazos, obras sin capítulos, sin prólogo, atestada de
bagatelas del momento. Se vende una casa. Se compra un
criado. Se ha perdido un perro, y otras mil frioleras, que al día
siguiente a nadie interesan. ¿Qué es un periódico? Examinán-
dolo mejor. ¿Qué más contiene? Noticias de países descono-
cidos, lejanos, cuyos sucesos no pueden interesarnos. Trozos
de literatura, retazos de novelas. Decretos de Gobiernos. Un
periódico es el hombre. El ciudadano, la civilización, el cie-
lo, la tierra, lo pasado, lo presente, los crímenes, las grandes
acciones, la buena o la mala administración, las necesidades
del individuo, la misión del Gobierno, la historia contem-
poránea, la historia de todos los tiempos, el siglo presente,
la humanidad en general, la medida de la civilización de un
pueblo.

D. F. Sarmiento, Ideas fundamentales

La relación entre periodismo y política en la construcción


de la Argentina moderna a partir de la Revolución de Mayo
de 1810 y durante todo el siglo XIX es innegable. Los hom-
bres públicos de la época tenían un estrecho vínculo con el
mundo del periodismo. Sus opiniones e ideas se plasmaban
de manera constante en las páginas de los diarios impresos
de todo el territorio, ya fuera en forma de cartas, editoria-
les o notas. Lo impreso era un vehículo muy eficiente para
la transmisión y divulgación de proyectos, debates, valores,

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202 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

políticas, etc. Sin duda, y como señala Alberto Lettieri, el


periodismo fue el encargado de consagrar la racionalidad,
la ilustración y la cultura del pueblo, permitiendo distinguir
así entre civilización y barbarie.286
Sarmiento y Alberdi fueron dos claros exponentes de
esa práctica, ya que ambos utilizaron la prensa escrita para
poner de manifiesto –y principalmente para hacer públi-
cos– sus pensamientos, opiniones, ideas y propuestas. En su
obra Recuerdos de provincia, Sarmiento se refiere a la impor-
tancia de las publicaciones diarias de la siguiente manera:

Las publicaciones periódicas son en nuestra época como la


respiración diaria; ni libertad, ni progreso, ni cultura se con-
ciben sin este vehículo que liga a las sociedades unas con
otras, y nos hace sentirnos a cada hora miembros de la espe-
cie humana, por la influencia y repercusión de los aconte-
cimientos de unos pueblos sobre los otros. De ahí nace que
los gobiernos tiránicos y criminales necesitan, para existir,
apoderarse ellos solos de los diarios, y perseguir en los países
vecinos a los que pongan de manifiesto sus inquietudes.287

Al respecto, escribe Tim Duncan en su trabajo sobre la


prensa política sudamericana:

Si los hombres públicos […] emplearon al periodismo el mis-


mo tiempo que dedicaron a sus deberes parlamentarios, es
posible que fuese porque observaban en la prensa el mismo
respeto que tenía su labor en el Congreso. […]. La natura-
lidad con que un político se dedicaba a la publicación de
diarios parece indicar que estos hombres basaban sus accio-
nes y creencias en intereses más amplios que los puramente
personales, económicos o de clase. También sugiere que los
políticos valorizaban tanto la opinión pública como para
voluntariamente someterse a su juicio. Más aun, esta ligazón

286 Lettieri, Alberto, “Opinión pública y régimen político en Buenos Aires des-
pués de Caseros”, en Investigaciones y Ensayos, n.º 49, Buenos Aires, enero-
diciembre, 1999.
287 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 3, p. 160.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 203

entre la política y la prensa hacían de la política un asunto


mucho más público…288

Esta suposición de Duncan da cuenta de la relevancia


y el peso que tenía la opinión pública289 para los políticos e
intelectuales del siglo XIX.
Es importante tener presente que la masividad de la
prensa escrita no era significativa en la época dado el alto
índice de analfabetismo existente. Recién a partir del censo
de 1869, se tiene información sobre la alfabetización del
territorio. Los datos revelan que aproximadamente el 20

288 Duncan, Tim, “La prensa política: Sudamérica, 1884-1892”, en Ferrari, Gus-
tavo y Ezequiel Gallo (comps.), La Argentina del ochenta al centenario, Buenos
Aires, Sudamericana, 1980, p. 775.
289 Con respecto al concepto de “opinión pública”, el trabajo “Génesis y apari-
ción del concepto de opinión pública”, de Alejandro Muñoz-Alonso (en
Opinión Pública y comunicación política, Madrid, Eudema Universidad, 1992)
explica que, hacia fines del siglo XVII, en los cafés, jardines y cortes se deba-
tían y difundían los temas de interés público. “Al lado de estos ámbitos de
publicidad citados aparecen durante el siglo XVIII otras instituciones como
sociedades, clubes y gabinetes de lectura, bibliotecas circulantes y librerías
de segunda mano que potenciaban la difusión del pensamiento ilustrado y
funcionaban también como generadores de opinión pública. […]. A finales
del siglo XVIII existe así en Europa y en los Estados Unidos una auténtica red
de instituciones de difusión de ideas en cuyo seno se debate, se discute y se
critica, de literatura y de política. Allí se comentan las informaciones leídas
en los periódicos y se somete a la crítica la acción de los gobiernos. Es, sin
duda, en esa galaxia donde surge por vez primera, en el sentido moderno, el
fenómeno de la opinión pública, dotado ya incluso de una incipiente fuerza
política”.
Por otra parte, quien dio el primer nombre a la “opinión pública” fue Rous-
seau en 1750 (en “Discurso sobre las artes y las ciencias”, aunque después
la desarrolló en El contrato social). No obstante, fue Necker, ministro de
Economía, quien dijo que la opinión pública es “un poder invisible que, sin
tesoros, sin guardianes, sin ejércitos, da las leyes a la ciudad”. Y aludió al
“tribunal de la opinión pública ante el cual todos los hombres susceptibles
de atraer la atención están obligados a comparecer”. En ese mismo libro, hay
un capítulo que se llama “La opinión pública en España”, escrito por Juan
Ignacio Rospir, en el que se cubre el tema en España durante el Barroco y
en adelante, dando un contexto de cómo se veía la cuestión de la opinión
pública en la península ibérica. Para profundizar sobre la cuestión de la
opinión pública, ver Capellán de Miguel, Gonzalo, Opinión pública, historia
y presente, Madrid, Trotta, 2008, y Price, Vincent, La opinión pública. Esfera
pública y comunicación, Barcelona, Paidós, 1994.

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204 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

% –esta cifra representaba 82 mil alumnos sobre 400 mil


niños en edad escolar– de quienes estaban en edad escolar
en todo el territorio asistían a la escuela, y únicamente en
Buenos Aires se alcanzaba el 50 % de asistencia –el resto de
las provincias registraba una proporción muy por debajo de
este porcentaje–.290 Los posteriores censos demuestran un
aumento en la escolaridad, aunque el índice de abandono
continuaba siendo igualmente elevado.291
A la falta de alfabetización, se sumaba la diversidad
lingüística y sociocultural que caracterizaba a la ciudadanía
de la época, lo que dificultaba todavía más la circulación
de este nuevo material de lectura, que en definitiva solo
consumían aquellos que de algún modo eran parte de las
elites. El desinterés de muchos inmigrantes por aprender el
idioma local o por saberlo y la negación a aplicarlo en su
vida cotidiana obstaculizaban el carácter masivo que bus-
caba adquirir la prensa local. La publicación en el país de
periódicos en otras lenguas –por ejemplo, inglés, italiano,
francés o alemán– era una constante y hacía que los extran-
jeros residentes optasen por estos a la hora de informarse.
En dichos medios, las noticias tenían que ver mayoritaria-
mente con acontecimientos de sus respectivas naciones de
origen y con todo lo que sucedía dentro de la comunidad
correspondiente en el país.
Esto enfurecía a Sarmiento, quien le otorgaba una
inmensa responsabilidad a la prensa extranjera radicada en
el país, porque la consideraba causante de generar esa apa-
tía y ese desinterés entre los extranjeros que habitaban en
el territorio respecto de las cuestiones de índole político y

290 Alonso, Belén, “Identidades escritas. Periodismo y política en la construc-


ción de la Argentina moderna (1810-1900)”, en CD de las XI Jornadas Nacio-
nales de Investigadores en Comunicación, Universidad Nacional de Cuyo,
Mendoza, octubre de 2007.
291 Para ver las cifras reales de alumnos, ver Alonso, Paula (comp.), Construccio-
nes impresas. Panfletos, diarios y revistas en la formación de los estados nacionales
en América Latina, 1820-1920, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica,
2004, y Prieto, Adolfo, El discurso criollista en la formación de la Argentina
moderna, Buenos Aires, Sudamericana, 1988.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 205

cívico que debían despertarse en ellos, y quienes, abrazando


estos principios y valores, contribuirían con su compromi-
so y patriotismo a construir ese país tan deseado; un país
rebosantes de valores republicanos y democráticos.
A pesar del poco alcance de la prensa periódica en aquel
entonces, esta jugó un rol sumamente importante, ya que
instaló una nueva manera de lectura que iba más allá del
clásico consumo de libros. Este novedoso formato de escri-
tura pública –que adoptó diversas modalidades: panfletos,
diarios, periódicos y revistas– creó un lenguaje propio y un
modismo específico que permitió unir, a través de la palabra
escrita, a distintos sectores de la sociedad. A su vez, la prensa
actuó como una herramienta indispensable para la política
de la época como transmisora de ideas, valores, propuestas,
etc. –cuestiones clave para la organización nacional–.
La sociedad revolucionaria marcó el inicio de una nue-
va forma de práctica política. Desde el ámbito del periodis-
mo, el Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Histo-
riográfico del Río de la Plata fue –a partir de 1801–292 pionero
en esta materia, seguido por La Gazeta de Buenos Ayres, que
ya para 1810 se había consolidado entre la elite rioplatense
como una publicación periódica fundamental para el desa-
rrollo y la evolución política del proceso de construcción
nacional. La opinión pública fue reconocida desde un inicio
como un ámbito legitimador del poder político; es por ello
por lo que la prensa fue utilizada para hacer pública la polé-
mica que giraba en entorno a cuestiones esenciales para la
consolidación nacional que surgieron a partir de la ruptura
con el dominio colonial.
Esta necesidad de definir el rumbo de la naciente
nación llevó a que las publicaciones tuviesen un tono neta-
mente más político que económico; entre sus páginas se

292 Para profundizar sobre la historia del periodismo en el período colonial, ver
Fernández, Rómulo, Historia del periodismo argentino, Buenos Aires, Círculo
de la Prensa, 1943; Galván Moreno, C., El periodismo argentino, Buenos Aires,
Claridad, 1944; Díaz, César Luis, “El periodismo en la Revolución de Mayo”,
en Todo es Historia, n.º 370, mayo de 1999.

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206 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

destacaban las discusiones en torno a la sustitución del


dominio virreinal y las cuestiones ligadas a la soberanía, la
forma de gobierno, los lineamientos del nuevo ciudadano,
la participación política, etc.293 Esta nueva modalidad conti-
nuó hasta la década del 80, período durante el cual se logró
consolidar el Estado nacional luego de reiterados intentos
que por diversos motivos fracasaron.294
A lo largo de la década de 1820, las publicaciones que
comulgaban con la política oficialista gozaban de ciertos
beneficios por parte del Gobierno de Rivadavia. Al ser por-
tavoces oficiales que intencionalmente se hacían eco de una
soberanía indivisible, sustentada en el centralismo porteño,
la legislación –concretamente la Ley de Libertad de Impren-
ta de 1822– tendía a favorecerlas, mientras que condenaba a
aquellas catalogadas de “indeseables” y “populares”, publica-
ciones claramente opositoras al Gobierno y en su mayoría
dirigidas por miembros del clero, entre los que se desta-
caba el padre Castañeda –director de Doña María Retazos
(1821-1822) y La Verdad Desnuda (1822), entre otros–.295
La “ley mordaza”, de 1828, intentó poner fin a las
críticas feroces de lo que se denominaba la “prensa brava”;
la persecución a las publicaciones que entraban en esta cate-
goría era de lo más diversa: iba desde el exilio forzado de
sus redactores –el caso del padre Castañeda, quien se asiló
en Montevideo– hasta la condena misma de sus editores
y redactores, acusados de subversión y de ejercer prácticas
anarquistas en contra del Gobierno rivadaviano. Por otro
lado, la corriente de periódicos afines al Gobierno y muy

293 Chiaramonte, José Carlos, Ciudades, provincias…, ob. cit.


294 Para profundizar sobre la cuestión de las dificultades en la conformación
del Estado nacional Argentino entre 1810 y 1880, ver el trabajo “Los efectos
de la guerra en la conformación del Estado nacional argentino (1810-1880)”,
de María Eugenia Tesio, presentado en la Segunda Jornada Nacional de
Ciencia Política, organizada por el Departamento de Ciencias Jurídicas,
Políticas y Sociales de la Facultad de Ciencias Humanas Universidad Nacio-
nal de Río Cuarto y desarrollada los días 30 y 31 de octubre de 2008.
295 Otras publicaciones opositoras de la época eran Dime con Quién Andas y El
Teatro de la Opinión; ambas aparecieron en 1823.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 207

cercanos al círculo del presidente Rivadavia –en un primer


momento, La Gaceta, luego reemplazada por El Argos– cum-
plía una función política clave.
Buenos Aires encabezaba la producción periodística del
territorio, pero había provincias que en materia de publi-
caciones no se quedaban atrás. Tal era el caso de aquellas
provincias donde habitaban los caudillos federales de fuerte
presencia y que buscaban canalizar su pensamiento a través
de un vocero público –como por ejemplo Bustos en Córdo-
ba, López en Santa Fe y Güemes en Salta, entre otros–.
La etapa favorable para el periodismo en general –y
para la prensa unitaria en particular– durante la era rivada-
viana sufrió un repentino giro durante el Gobierno de Juan
Manuel de Rosas. En la década del 30, tomó un notable
protagonismo la prensa de ideología federal, y se limitó de
manera abrupta la libertad de expresión de los periódicos
que respondían a la corriente unitaria. La censura duran-
te el período rosista fue salvaje: la política persecutoria296
recrudeció fuertemente a partir de 1835, pero ya desde
1829 se prohibía en la prensa cualquier tipo de crítica sobre
las acciones de los funcionarios de Gobierno. El periódico
oficial de Rosas fue La Gaceta Mercantil (1832-1852), publi-
cación que logró sobrevivir durante tres décadas en virtud
de su fidelidad incondicional. Como apunta Pilar Gonzá-
lez Bernaldo de Quirós,297 el rosismo buscó una manera
de extender su base social generando un crecimiento de
la prensa popular; para ello, recurrió al rumor, a los can-
tos gauchescos, a un lenguaje más sencillo que apuntaba a

296 Período que fue definido como la etapa del terror y que abarcó principalmen-
te los años que fueron entre 1832-1835 y 1838-1842. Según lo expresa
Salvatore en el libro de Glodman, Noemí (directora), Lenguaje y revolución:
conceptos políticos claves en el Río de la Plata, 1780-1850, 2.º edición, Buenos
Aires, Prometeo, 2010, el terror de Estado se materializó en asesinatos
políticos cuyas cifras rondan entre los 250 y los 6.000 a lo largo de toda la
era rosista.
297 González Bernaldo de Quirós, Pilar, Civilidad y política…, ob. cit.

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208 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

llegar a un público básicamente iletrado de baja formación


educativa.
En 1840 se ve claramente un aumento en la producción
periodística local de las provincias, al punto de que Corrien-
tes casi igualaba a Buenos Aires en cantidad de publicacio-
nes.298 Esto coincidió con el decaimiento del Gobierno de
Rosas y el resurgimiento del movimiento autonomista del
interior, el cual llevó a instaurar en la prensa un debate
sobre el futuro del régimen político, donde se destacaban las
propuestas de la Generación del 37, entre quienes se encon-
traban Sarmiento y Alberdi. La prensa mantenía su lugar de
formadora de opinión e instrumento de ilustración. Ya para
1850 el periodismo volvió a ocupar el lugar que había tenido
durante el Gobierno de Rivadavia, y se constituyó una vez
más en un pilar fundamental del sistema político argentino,
tanto por su rol en la construcción nacional, como por su
papel pedagógico en la formación de la opinión pública.299
En 1850 surgieron nuevas publicaciones, entre las que
se destacaba El Nacional. Periódico Comercial, Político y Lite-
rario. Viva la Confederación Argentina, dirigido por el Dr.
Dalmacio Vélez Sársfield, que sobrevivió durante 40 años y
fue el primer diario de la tarde en sacar dos ediciones –una
a la mañana y otra a las 14 horas–. En sus columnas se
publicaron las Bases… de Alberdi y las cartas de Sarmiento
desde Yungay contra Urquiza. Entre sus colaboradores se
destacaban personalidades de la talla de Bartolomé Mitre,
Vicente López, Miguel Cané y Nicolás Avellaneda, entre
otros. Muchas otras publicaciones acompañaron a El Nacio-
nal, entre ellas La Tribuna (continuación de El Progreso), que
en 1872 logró lanzar ediciones vespertinas y permaneció
hasta 1883.
En los años 50, la mayoría de las publicaciones se
enmarcaban en el género de prensa política, cuya principal
función era hacer público el debate político difundiendo

298 Alonso, Belén, “Identidades escritas…”, ob. cit.


299 Lettieri, Alberto, “Opinión pública y régimen político…”, ob. cit.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 209

las ideas y posiciones de los referentes que respaldaban sus


periódicos. Eran un espacio de reunión para el grupo o la
facción de intelectuales y políticos que los editaban, y a la
vez actuaban como un importante bastión de la práctica
electoral. No solo cubrían el escenario electoral, sino que
convocaban al empadronamiento, proponían a los candida-
tos, los posicionaban en sus candidaturas, organizaban las
reuniones, los mítines y los actos, y principalmente convo-
caban a los electores a las urnas.
La relevancia y la trascendencia de una figura pública
se lograban básicamente a través de la prensa; cualquier
actor o grupo con pretensiones de pertenecer al ámbito
político, económico, social o cultural debía tener su propio
órgano de difusión o al menos contar con el apoyo incon-
dicional de uno de ellos. A pesar de que había publicaciones
que preferían mantener cierta independencia con respecto
a las facciones o los partidos, esta tarea de desvinculación
era sumamente compleja, ya que, en las décadas del 60 y 70,
el alto costo de sostener la publicación en el mercado ligaba
la supervivencia inevitablemente a una facción, un grupo o
un partido.300
Con respecto al contenido, los periódicos también
debieron adaptarse a las cambiantes reglas de juego, intro-
duciendo nuevos conceptos. Ya para ese entonces, la prensa
escrita contaba con un grupo de reconocidos y respetados
periodistas (casi todos funcionarios o exfuncionarios públi-
cos) que opinaban en sus columnas. La imperante necesidad
de ampliar la difusión –y, por ende, la necesidad de incor-
porar a un nuevo público semiletrado y sin hábitos litera-
rios– llevó a que incluyeran en sus páginas noticias varias,
chismes, duelos, folletines, poemas gauchescos, etc.
En 1880 se dio una significativa ampliación del perio-
dismo nacional. Fue durante dicha década cuando se forma-
ron los grandes diarios de la Argentina. La distribución de
las publicaciones se incrementó notoriamente durante esos

300 Duncan, Tim, “La prensa política…”, ob. cit.

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210 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

años. Cada provincia argentina contaba con varias publi-


caciones dedicadas a la realidad local, que brindaban a sus
coterráneos información variada sobre los centros urbanos
más importantes del país y el exterior. Por otra parte, surgió
una nueva línea de publicaciones periodísticas ligada a las
comunidades de extranjeros establecidas en el país, produc-
to de las olas inmigratorias que llegaron hacia fines del siglo
XIX. Diarios como The Standard (1878-1940), Buenos Aires
Herald (1876-hoy día), La Patria degli Italiani (1877-1930),
entre otros, fueron los encargados de fusionar la cultura
criolla con el crisol de culturas europeas que conjuntamente
conformaban la sociedad argentina.
Estos periódicos, como se vio en los capítulos anterio-
res, fueron blanco de las críticas de Sarmiento, ya que los
acusaba de desinformar a los inmigrantes, de incentivarlos
a mantenerse apáticos y al margen del quehacer político del
país que ellos habían elegido para habitar, y de impulsarlos
–a través de sus páginas– a mantener su nacionalidad de
origen y así gozar de los beneficios y evadir todo tipo de
obligaciones, lo que generaba un país sin ciudadanos.
En los 80 se produjo la colisión entre los viejos hábitos
periodísticos y los nuevos. La modernización de la prensa
ligada a una mayor independencia chocaba con las prácticas
heredadas del periodismo de las décadas anteriores. No fue
fácil ponerle un cierre a dicho conflicto, pero, hacia finales de
los 90, la relación entre prensa y política ya no era la misma:
ambas transitaban por caminos paralelos. Los periódicos
La Prensa y La Nación eran las publicaciones más relevantes
de aquel momento. La primera tenía un estilo más directo
y contundente, notoriamente ligado a los sectores comer-
ciantes e imparciales301 (fue el primer diario que introdu-
jo recursos del modelo periodístico estadounidense).302 La

301 Sidicaro, Ricardo, La política mirada desde arriba, Buenos Aires, Sudamerica-
na, 1993.
302 Nuevos conceptos editoriales como ser profusión de aviso, amplitud de
noticias con diversidad de temas y un servicio telegráfico con corresponsa-
les en las distintas capitales de Europa y América.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 211

Nación era más sofisticada y sutil, y se dirigía a un público


intelectual y político; su formato incluía columnas en fran-
cés, colaboraciones de figuras de renombre internacional,
recomendaciones de obras de autores selectos, etc.
El paso a la categoría de prensa argentina moderna
se dio recién cuando el periodismo logró romper con la
dependencia política, suplantando las opiniones por noti-
cias, haciendo primar la objetividad en sus editoriales, intro-
duciendo los grandes titulares, las caricaturas, los conflictos
humanos, los dramas pasionales, los delitos, los duelos, los
crímenes; en definitiva, todo aquello que sucedía en la vida
real y cotidiana de sus lectores. No obstante, la afinidad y
preferencia de los periódicos respecto del Gobierno o de los
sectores opositores siguió dándose a pesar de que todas se
jactaban en aquel entonces de ser publicaciones de carácter
independiente.
Es en este nuevo contexto –y adaptándose a los cambios
en materia periodística–cuando Sarmiento volvió a publi-
car El Censor. Lo hizo el 19 de diciembre de 1885. Dicho
periódico había aparecido por primera vez en 1815, cuan-
do las autoridades del momento establecieron su creación
en el Estatuto Provisorio de ese año. En esta nueva edi-
ción, Sarmiento buscaba llevar a horizontes más amplios las
cuestiones políticas de la época, con el objeto de reivindicar
el derecho de censurar los actos del Gobierno, tal como el
Estatuto Provisorio lo había establecido en su momento en
el capítulo 2 de la Libertad de Imprenta, artículo 6:

Se establece un periódico encargado a un sujeto de instruc-


ción, y talento, pagado por el Cabildo, el que en todas las
semanas dará al público un pliego o más con el título El
Censor. Su objeto principal será reflexionar sobre todos los
procedimientos y operaciones injustas de los funcionarios
públicos y abusos del País, ilustrando a los pueblos en sus
derechos y verdaderos intereses.303

303 Estatuto Provisorio de 1815, p. 122.

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212 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

Como consecuencia de la orden general impuesta por el


presidente Roca al Ejército en la que prohibía a todo militar
criticar públicamente –ya fuera de palabra o por escrito–
los actos de gobierno, Sarmiento se vio forzado a renunciar
a su condición castrense. Una vez alejado de este ámbito,
decidió reeditar El Censor, desde donde opinó libremente
hasta 1886, momento en el que se dejó de publicar.
En la presentación pública de la reedición de El Censor,
el 19 de diciembre de 1885, Sarmiento –como editor– pre-
senta el programa del periódico y hace referencia a la cues-
tión de la censura impuesta por Roca a los miembros del
Ejército. Manifiesta entonces que dicha prohibición casti-
gaba el acto de pensar, de juzgar, acto que resulta precedido
por la capacidad natural del ser humano de abrir juicio casi
de manera instantánea sobre todo aquello percibido por los
sentidos. Sostiene que dicha prohibición le parecía un aten-
tado contra el derecho humano.304
En dicha presentación propone combatir los arrebatos
del entonces presidente de la nación, no con la revolución
violenta y sangrienta –que había demostrado ser un reme-
dio poco efectivo–, sino con las buenas palabras. El Censor
era de tal modo “una garantía contra las perturbaciones,
pues su índole” excluía “aquel desacreditado e ineficaz sis-
tema de curación”.305 Lo considera un arma de lucha que
iba a ser utilizada sin miramientos para recordarle a cada
ciudadano argentino cuáles eran sus deberes y su misión en
América.
No estaba ausente en el programa de El Censor lograr
que los extranjeros que residían en el país se nacionalizasen.
Sarmiento insistía con ello desde un lugar vinculado con
la incapacidad de generar un cambio en el rumbo político
que implicaba el hecho de no ser ciudadanos y, por ende,

304 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 52, ob. cit., pp.
266-267.
305 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 52, ob. cit., pp.
266-269.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 213

no poder ejercer el derecho al voto. Las deudas millona-


rias contraídas por la administración de Roca, así como la
costumbre de gastar sin presupuesto o la de abogarse de
todos los poderes del gobierno, podían –según su visión–
llegar a su fin siempre y cuando la comunidad extranjera
se comprometiera con el país mediante la adquisición de la
ciudadanía. Al respecto manifestaba:

Los ricos de América, desde que han llenado la bolsa, o se


les ha llenado con la superabundancia de prosperidad que los
buenos principios trajeron, creían que habían llegado al apo-
geo de la felicidad, que era vivir en su país como extranjeros.
“¡La política”, decían, “es para los menesterosos, los aspirantes
y los quebrados!”, pero tienen que pagar trescientos millones
del pasado, y los despilfarros y expoliaciones de otras bandas
de famélicos –digo familias– que necesitan de proveedurías,
nuevos ferrocarriles a la luna y todos los medios de engra-
sarse la pata, bajo un gobierno que nace sin principio, sin
autoridad y con malas mañas.
El descrédito del papel que se viene abajo, y que llegará a
quinientos, pues ya acrece a doscientos, hará que los extran-
jeros ricos, comerciantes, industriales laboriosos, que habían
en treinta años acumulado el fruto de su trabajo y en sólo un
año cuentan con la mitad menos, piensen en que esto debe
corregirse.306

Para corregir ese destino poco alentador –creía Sar-


miento–, era necesario que esos millares de extranjeros
adquirieran la nacionalidad argentina. De tal modo, una vez
ciudadanos, podrían –a través de las urnas– ponerle fin a
la tiranía del presidente Roca. En ese año electoral, y cons-
ciente de la importancia que tenían los diarios sobre gran
parte de la sociedad que habitaba el país, pidió a través de
ese comunicado la palabra y la suscripción a El Censor de
aquellos que debían cargar sobre sus hombros las deudas
millonarias como consecuencia del mal gobierno de Roca.

306 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 52, ob. cit., pp.
266-270.

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8

Sarmiento y su polémica desde


El C
Censor
ensor y posteriores publicaciones

Tengo que atravesar el más penoso retazo de camino (la


vejez) con la falta de objetivos, las enfermedades y el peor de
todos los males del espíritu: el desencanto. El mío lo es del
país como elemento de desarrollo, y del pueblo como materia
progresable.

D. F. Sarmiento, Ideas fundamentales

Durante sus últimos años de vida, hacia fines de los 80, y ya


retirado de la política, Sarmiento se volcó –como vimos en el
apartado anterior– una vez más al periodismo. Las páginas de El
Censor dejan en claro que era un ferviente opositor al Gobierno
de Roca. Como explicitó en la presentación del programa de la
nueva publicación, el objetivo principal era combatir desde sus
páginas –y utilizando la palabra como única arma– la tiranía de
la administración roquista. Al revisar los archivos del periódi-
co, se puede apreciar que la mayoría de los artículos publicados
giraban en torno a la crítica o al cuestionamiento de las accio-
nes del Gobierno. El análisis de la totalidad de los ejemplares
aportó datos interesantes a la polémica que ya desde mediados
de siglo Sarmiento había desatado con Alberdi en relación con
la nacionalización de los inmigrantes. Fiel a su argumentación,
reprobaba la actitud indiferente y egoísta de los inmigrantes
arraigados en el país, que, con su apatía, silencio y falta de com-
promiso con la vida política nacional, no hacían más que apoyar
las decisiones de la administración de Roca, gobierno que para
él se acercaba cada vez más al despotismo.

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216 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

El Censor es, por lo tanto, una herramienta interesante


para analizar la evolución de las ideas de Sarmiento con
relación a la cuestión de la nacionalización de los inmi-
grantes. Aun desde el área privada, continuó su lucha en
favor de que los inmigrantes se hicieran ciudadanos; desde
su diario, les dio un espacio a todos aquellos que quisieran
expresar su opinión al respecto, en especial a los inmigran-
tes que compartían su manera de pensar. Tal es el caso del
inglés Mr. Walls, a quien se le publicaron diversas cartas
donde, como inmigrante naturalizado, intenta hacer ver a
sus pares las ventajas de ser ciudadano argentino, pues creía
que el compromiso político de los millares de extranjeros
que en ese entonces habitaban el territorio podía evitar el
despotismo ejercido por Roca.307
En esta etapa de su vida, Sarmiento centró su argu-
mentación en el rol pasivo que asumían esos millones de
inmigrantes residentes en el país que, con su apatía política,
no hacían más que fomentar las tiranías. En la publica-
ción número 14 del periódico, con fecha 17 de diciembre
de 1885, en un artículo titulado “La dinamita” Sarmiento
embate contra los extranjeros:

… a la masa inerme y consentidora de los extranjeros en


política, debe el país las tiranías que se levantan, a merced de
su indiferencia y alejamiento de la vida pública; pues vivien-
do sin derechos y acción ciudadana, y contrabalanceando la
población criolla, en número, riqueza e influencia, forman
una sociedad sin derechos políticos, que dejan en minoría a
la parte culta de la sociedad criolla, y todo gobierno bueno o
malo puede subsistir y perpetuar abusos apoyado en la mitad
de la población rica que es extranjera, pero indiferente; sien-
do la otra mitad de habitantes, una parte de gente inculta,
campesina o desvalida que no entiende nada de lo que pasa,
sino es que no han de ser soldados o policías y votantes a
disposición de comandantes de campaña, de jueces de paz y
Tenientes Alcaldes, etc. […]. De aquí resulta que el Gobierno

307 El Censor, 11 de diciembre de 1885.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 217

se hace arbitrario, porque tres cuartos de la población lo


apoyan, mostrándose indiferentes o sumisos contra la otra
cuarta parte, en parte educada, en parte rica, pero en minoría
e incapaz de hacer oír la opinión pública nacional, porque
hay una opinión pública extranjera que se halla bien con el
Gobierno.308

En este artículo, Sarmiento no solo arremete contra los


inmigrantes desinteresados, sino también contra la prensa
extranjera, en especial el periódico inglés The Standard, que
desde sus páginas no hacía más que apoyar las medidas
del Gobierno en pos de garantizar los beneficios comer-
ciales y económicos de los inmigrantes, desinformando a
los extranjeros que habitaban el suelo nacional y a aquellos
que vivían en el exterior, principalmente en Europa. En el
mencionado artículo, Sarmiento señala: “… los irlandeses
y franceses de Buenos Aires no toman parte en nuestra
vida pública, aun siendo nacidos en el país, gracias a las
tenencias de alejamiento que les comunican diarios como el
Standard…”.309
En una carta enviada por Sarmiento a su amigo y con-
fidente José “Pepe” Posse,310 con fecha 22 de agosto de 1882,
expresa también dicha preocupación y pone de manifiesto,
una vez más, la responsabilidad que tenían en ello tanto las
desacertadas políticas inmigratorias nacionales, como los
gobiernos extranjeros. En el siguiente fragmento de dicha
carta, expresa claramente su preocupación:

… En la ciudad de Buenos Aires, los blancos somos más


que los rojos; pero los extranjeros, la emigración provocada
para aumentar nuestras filas es extraviada por nuestra falta

308 El Censor, 17 de diciembre de 1885.


309 El Censor, 17 de diciembre de 1885.
310 José Posse nació en San Miguel de Tucumán en marzo de 1816 y murió en
dicha provincia en abril de 1906. Fue comerciante, periodista y político;
ejerció como gobernador de la provincia de Tucumán entre 1864 y 1866.
Fue el más conocido amigo y confidente de Domingo F. Sarmiento.

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218 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

de plan, y por la política italiana en Italia que está soñando


recolonizarnos italianos…311

La respuesta de Posse revela que el sentimiento de


desencanto respecto de la inmigración que llegaba a Suda-
mérica trascendía las fronteras de los intelectuales que
habitaban en Buenos Aires:

… Roca hace y hará lo que quiera, para eso tiene una Repú-
blica sin ciudadanos, sin opinión pública, educada para la
tiranía y corrompida en estos últimos años por la gran masa
de inmigración sin patria ni allá ni acá, sin ideas de gobierno
ni otro propósito que buscar dinero por todos los caminos,
con preferencia los peores en el sentido de la honradez. ¡Qué
chasco nos hemos dado con la inmigración extranjera! Estos
gringos que hemos hecho venir son aliados naturales de todos
los gobiernos ladrones por la buena comisión que cobran
ayudándolos en las empresas rapaces…312

Esta actitud indiferente de los inmigrantes alimentaba


para Sarmiento la tiranía de Roca, quien –según él– la utili-
zaba a su favor desacreditando el peso electoral tanto de la
provincia de Buenos Aires como de la Capital, al considerar
desnaturalizados a los argentinos nacidos allí a causa de su
insignificancia como propietarios y de su reducido número
como ciudadanos. Para Roca, la República Argentina esta-
ba fuera de estas dos ciudades, donde prevalecían tanto la
población como los intereses extranjeros. Estas afirmacio-
nes del presidente, que fueron publicadas por El Censor el 9
de enero de 1886 en una carta enviada por un inmigrante al
editor como respuesta a dichas declaraciones, demuestran
cómo Sarmiento aprovechó la polémica sobre la nacionali-
zación de los inmigrantes para canalizar su descontento y
oposición a la presidencia de Roca.

311 Epistolario entre Sarmiento y Posse, Carta de Sarmiento a José Posse, pp.
507-509.
312 Epistolario entre Sarmiento y Posse, Carta de Sarmiento a José Posse, pp.
565-566.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 219

A continuación, se transcribe la carta completa, ya que


es un excelente exponente de lo que sentían millones de
inmigrantes residentes en el país:

Un extranjero
Sr. Exmo. Gral. D. F. Sarmiento
Un extranjero habitante de la República Argentina. Desde 26
años padre de una numerosa familia, se permite dirigirse a
Ud. la presente, protestando contra las insinuaciones humi-
llantes del actual Presidente Sr. Gral. Julio A. Roca, siempre
que sean exactas las revelaciones del Sr. Walls, publicadas en
el Courrier de La Plata.
El actual Presidente lanza sobre Buenos Aires el insulto
hiriente, que en estas partes de la República Argentina (la
Capital Nacional y la provincia de Bs. As.) no existe el senti-
miento nacional y por tanto el patriotismo, por ser la mayoría
de sus habitantes compuesta por extranjeros.
Prescindiendo completamente de averiguar si esta propor-
ción de nacionales y extranjeros es exacta o no.
El Gral. Roca olvida que el 80% de estos extranjeros, sean
ricos o pobres, son padres de familias, cuyos hijos son tan
ciudadanos argentinos como el mismo Jefe del Estado, de lo
que fácilmente puede cerciorase revisando los registros y aun
más las listas de la Guardia Nacional de la Capital y de la
Provincia.
El Sr. Roca olvida que en todas las fiestas patrias, de la Repú-
blica Argentina, como en aquellas célebres manifestaciones
a los prohombres de la Nación, los San Martín y Rivadavia,
estos extranjeros llevan a sus hijos, los futuros ciudadanos
argentinos, a las plazas públicas con el objetivo de retemplar
sus sentimientos patrióticos.
El Sr. Presidente se olvida o no lo quiere saber que en los
campos de Cepeda, Pavón y en los del Paraguay, yacen milla-
res de extranjeros e hijos de extranjeros sepultados al lado de
los cordobeses y santiagueños sin que el plomo del enemigo
haya tenido sus preferencias.
El Sr. Presidente Roca se olvida de los muchos servicios
prestados por extranjeros no solamente en guerras sino en
los trabajos aun más difíciles de la paz, de la civilización, del
progreso, en las artes y las industrias.

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220 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

El Presidente argentino ha ofendido sin razón a los miles y


miles de extranjeros padres de familia, que tratan de educar
bien a sus hijos, y cuyo único afán es hacer de ellos bue-
nos y leales ciudadanos argentinos. Como lo comprueban los
muchos jóvenes hijos de extranjeros que viven o sirven en
todas las ramas de la vida pública y privada.
El Sr. Presidente cree, por no formar la mayoría de los
extranjeros de Buenos Aires y Capital en las filas Juaristas,
sea material o moralmente, que es por falta de patriotismo, y
de sentimiento nacional.
El Sr. Presidente actual de la República pretende, que sola-
mente Córdoba, y tal vez Catamarca son las grandes y únicas
fábricas, donde se producen y reproducen los ciudadanos
patriotas argentinos: será pues necesario tener hombres como
los inolvidables López Quebracho, López Mascarilla, Bustos,
Quiroga, Peñalosa, y otros célebres patriotas, para merecer
ante el calificativo de “buen patriota nacional”.
Este insulto gratuito lanzado por el Jefe del Estado a la joven
y nueva generación de Buenos Aires (Capital y Provincia)
es tanto más hiriente cuanto fue proferido por el Jefe de la
Nación, ante quien todas las naciones en el país deben ser
iguales; y como éstas son ante la Ley augusta, y ante todos
los demás ciudadanos de la República. Resultó que el Presi-
dente de la República Argentina es tal vez el único ciudadano
argentino, ante quien hay diferencia de cuna.
Tenemos sin embargo el consuelo de que esta opinión del
Presidente actual de la República es aislada. S.S.S.
N. N. (El Censor, n.º 32, 9 de enero de 1886)

En el periódico del día siguiente (10 de enero de 1886),


Sarmiento realizó una descarga contra la negación sistemá-
tica de los extranjeros de tomar parte en la vida política, y
manifestó que esta actitud fortalecía al Gobierno de Roca.
En dicho editorial hace referencia a la carta transcripta
anteriormente, y subraya el desacierto de las palabras del
presidente de la nación, que no hicieron más que indignar y
ofender a millones de extranjeros y ciudadanos argentinos.
El enojo de Sarmiento continuó desplegándose duran-
te los días subsiguientes, pero se extendió a la órbita de
la nacionalidad, pues las declaraciones recientes de Roca no

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 221

solo podían despertar resentimientos entre los extranjeros y


los nacionales, sino que principalmente revivían el enfren-
tamiento y la rivalidad entre Buenos Aires y el interior. Al
respecto, Sarmiento decía lo siguiente:

No pueden llamar aristócratas a los hombres cultos que habi-


tan la parte más poblada, más europea, más rica de la Repú-
blica, les llamarán extranjeros a los porteños, y proclamarán
subsistente el odio antiguo suscitado por Artigas, Ramírez,
López y Bustos, porque otros caudillos del interior eran
demasiado aldeanos, demasiado de tierra adentro para saber
que existiese Buenos Aires, ni le importase nada de ello.313

La descripción rebosante que hacía Sarmiento de los


habitantes de Buenos Aires en relación con los habitantes
del interior tampoco ayudaba a mantener aplacada la riva-
lidad entre Buenos Aires y las provincias. Las palabras que
utilizaba para referirse a la población de las provincias eran
por momentos despectivas –sobre todo si se las contrasta
con los términos halagadores con los que describía a la
sociedad porteña–.
Continuamente llamaba a la unidad de los bonaerenses
como una manera de ponerle freno –según sus palabras– al
despótico Gobierno del presidente Roca, y responsabilizaba
a los extranjeros, quienes, con su actitud apática, resultaban
funcionales al roquismo. El siguiente párrafo de un artículo
publicado en la edición n.º 34 de El Censor es una clara
muestra de ello:

… Necesitamos unirnos en Buenos Aires los que tenemos


la misma sangre y con ella las mismas instituciones de pue-
blo, aspirando a mantener y completar la libertad política
que depende de la opinión y se expresa por la elección del
Ejecutivo.
Faltando fuerza y verdad en este acto, dirige con el palo a la
grey que no sabe dirigirse a sí misma.

313 El Censor, 12 de enero de 1886.

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222 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

Ya lo ven los extranjeros, no nos ayudan a defender nuestros


derechos, y con su indiferentismo acaban por persuadir al
gobernante que no hay sino extranjeros en esta tierra.

Sarmiento creía que sin libertades políticas no sobrevi-


virían las libertades civiles, pues esa actitud desinteresada y
egoísta de la masa de inmigrantes que habitaba el territorio
daría vía libre al despotismo, el cual en poco tiempo termi-
naría por aniquilar la república. Esta división de la sociedad
entre aquellos que tenían las riquezas y aquellos que tenían
la participación cívica preocupaba mucho a Sarmiento, ya
que sostenía que la apatía de los primeros generaba el clien-
telismo político. A diferencia de Alberdi, Sarmiento pensa-
ba que los extranjeros debían abocarse tanto a lo económico
como a lo político, porque eran ellos los que se encontraban
en mejores condiciones para forjar la república. Considera-
ba que estos habitantes prósperos, quienes con su egoísmo
tantas veces habían pisoteado la ciudadanía, eran los res-
ponsables –en parte– de la corrupción del pueblo.314
Ante la proximidad de las elecciones presidenciales de
1886, Sarmiento, como ferviente opositor al sucesor del
roquismo –Juárez Celman–, intentó desde las páginas de
El Censor concientizar a los extranjeros acerca de la impor-
tancia que tenía para el futuro del país hacerse ciudadanos,
pues esa indiferencia de la cual se habló recién no hacía
más que favorecer y fortalecer al Gobierno. Con relación
a las manifestaciones públicas típicas de los meses previos
a las elecciones, apareció en El Censor del 31 de marzo de
1886 un artículo que explicaba cómo la ausencia de la masa
extranjera en las marchas a favor del candidato de la oposi-
ción solo favorecía al Gobierno vigente. Al respecto, se dice
lo siguiente: “La desmoralización de la población inerme
que no tiene patria aquí es tal que sirve de base a la política
que nos domina”.315

314 Botana, Natalio, La tradición…, ob. cit., p. 466.


315 El Censor, 31 de marzo de 1886.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 223

Ya desde 1883, cuando, en enero de ese año, publicó su


obra Conflictos y armonía, Sarmiento visualizaba el proble-
ma que en el corto plazo implicaría para la consolidación
democrática la no nacionalización de los inmigrantes no
solo en la Argentina, sino en toda Sudamérica. En una carta
enviada al Sr. Diego Barros Arana316 el 18 de enero de 1883
para acompañar un ejemplar de su reciente obra, Sarmiento
pone de manifiesto dicha preocupación:

… Éste es el peligro de toda la América y el que quiero seña-


lar. Uds. no han estado todavía en este mar lleno de escollos,
nosotros no hemos salido aún. […]. Los que toman algo se
van a Europa. Los que resisten en las Antillas o en la miseria,
y en Caracas los extranjeros haciendo fortunas. Nadie vota.
El voto obligatorio, bajo multa de 3 pesos. Todo el mundo
la paga pero nadie se acerca a las mesas en Caracas […]. La
inmigración ha cambiado la balanza: somos más europeos
que indígenas. La desgracia es que es preciso educar a los
europeos a las instituciones libres y darles nacionalidad ame-
ricana que desconocen. Ésta es otra faz en que ya entramos.
Mucho desenvolvimiento de riqueza e industria: mucha indi-
ferencia por las instituciones…317

La falta de representación de los millares de extranje-


ros residentes en el país era un problema que despertaba
en Sarmiento mucho enojo. En la edición n.º 99 de El
Censor (con fecha 31 de marzo de 1886), y bajo el título

316 Diego Barrios Arana fue un destacado pedagogo e historiador chileno


durante el siglo XIX. Hombre de ideas políticas liberales, se opuso fuerte-
mente a Manuel Montt, y por ello debió exiliarse. Volvió a Chile en 1861 y
se desempeñó como académico de la Universidad Nacional de Chile, cargo
que ocupó por solo dos años, ya que fue nombrado rector del Instituto
Nacional, cargo que mantuvo durante diez años. A partir de 1870, prestó
importantes servicios a Chile en las negociaciones diplomáticas por cues-
tiones limítrofes con la Argentina. Su obra capital es La Historia General de
Chile, compuesta por 16 tomos que abarcan desde la época precolombina
hasta 1833, la cual terminó de escribir en 1902, después de 20 años de
trabajo. Era amigo personal de Sarmiento.
317 Carta microfilmada en papeles personales de Sarmiento en el Museo Sar-
miento, registro n.º 3.574 bis, con fecha 18 de enero de 1883.

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224 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

“Una manifestación”, Sarmiento compara la actitud de los


inmigrantes en 1859 frente a las amenazas de saqueo que
se dieron en Buenos Aires después de Cepeda por parte del
ejército vencedor con la apatía y falta de compromiso con
el país que demostraban en la década del 80. El siguiente
párrafo explica la similitud planteada:

… Pero hay otras razones más que les quitan a estas manifes-
taciones su fuerza y su significado. […]. Cuando amenazaban
después de Cepeda, entrar a Buenos Aires, el ejército vence-
dor, ocurriósele a los almaceneros y pulperos de la calle de
la Catedral, izar una bandera extranjera sobre cada tienda y
ya se prolongaban por toda la ciudad, un embanderamiento
extranjero, por temor a los saqueos, cuando se notó, que no
estando la casa del argentino propietario engalanada de fiesta
como otras, la bandera extranjera decía desde lo alto de una
pulpería, al ejército invasor: “Saqueen si gustan la casa del
vecino mío que es argentino, que yo soy de otro país y no me
meto en estas cosas”.
Hoy sucede en lo moral lo que entonces amenazó suceder
en lo material. Los ciudadanos deseosos de hacer sentir su
número, su fuerza moral, salen a las calles reunidos y en todo
otro país, Chile, Nueva York, Boston, estas manifestaciones
producen su efecto sobre los sentidos. En Buenos Aires la
enorme masa de extranjeros indiferentes y sin patria desvir-
túa el efecto. No necesitan para ello concurrir al acto. Los
adversarios a quienes se desea influenciar con la fuerza de los
números calculados por cuadras, por plaza y calles ocupadas,
responden que son extranjeros la mayor parte. Y el recurso
pacífico, pero triunfante de la opinión para hacer sentir y
respetar a las minorías, o mal informadas o audaces, está que-
brada en nuestras manos, por la composición de la población;
y si el alzamiento de las banderas intentado en 1859 produjo
el saqueo de la parte argentina del comercio y la industria, la
masa extranjera ausente servirá para menospreciar la opinión
pública, aun atribuyendo el número de los manifestantes a
la presencia de extranjeros curiosos que la hacen aparecer
numerosa, pero no imponente: porque la masa extranjera no
expresa opinión […].

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 225

La desmoralización de la población inerme que no tiene


patria aquí, es tal que sirve de base a la política que nos
domina…

Tampoco podía entender que los extranjeros, que con-


formaban la porción más rica y poderosa del país, no adqui-
rieran el derecho de elegir presidente, diputados, goberna-
dores para defender sus propios intereses, ya que, reunidos
con los argentinos en minoría, conformarían una mayoría
respetable y respetada, y evitarían de esa manera que un
Congreso que no los representaba decidiera e impusiera el
destino de su dinero –ya que ellos, al no ser ciudadanos,
no podían reclamar, pues no nombraban representantes ni
elegían gobierno–. Sarmiento creía que esta actitud indi-
ferente le generaba un gran daño al país que los acogía y
protegía.
Mientras se publicó El Censor, Sarmiento fue fiel a
su idea de nacionalización de los extranjeros y buscó por
todos los medios difundir sus argumentos. Quería, por un
lado, persuadirlos a optar por la ciudadanía argentina y,
por el otro, modificar aquellos puntos de la Constitución
referentes a la adquisición de la ciudadanía por parte de los
inmigrantes. Los argumentos utilizados se centraban en la
necesidad de despertar la conciencia cívica de la población,
la cual impediría el quiebre de las instituciones republica-
nas, ya que llevaría a que fuera el pueblo en su totalidad,
y no solo la porción menos representativa de este, el que
gobernaría.
Después del fin de la publicación de El Censor, Sarmien-
to continuó expresando su pensamiento y opinión desde
las páginas de otros periódicos. En una nota del 9 de sep-
tiembre de 1887, en El Diario, titulada “El mito babilónico”,
entabla un paralelismo muy interesante entre la antigua
Babilonia y Buenos Aires a partir de la ausencia de ciuda-
danos mencionada anteriormente y la falta de educación de
quienes arribaban a dicho territorio:

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226 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

¿Quiénes son los ciudadanos de este “El Dorado” ya pre-


sentido por los antiguos conquistadores, ciudad sin ciuda-
danos, pues de sus cuatrocientos mil que la habitan la más
industrial parte, y la que representa el aspecto moderno, se
declara extraña, y cuando más se reconoce artífice y artista
de la transformación, sin transustanciaciones, pues cada uno
queda lo que fue instrumento, fabricante, constructor? Se
edifican ciudades, como se tejen paños, para el uso de quien
hubiera de necesitarlos, y así se produce una grande ciudad
en América de alquiler, con tenedores pocos, con arribantes
al mundo en marcha que de toda la Europa se desprenden,
como fruto maduro, y los alisos arrastran a estas playas.
Así, creciendo y aumentándose, tendremos, si no tenemos ya
la Torre de Babel en construcción en América, por artífice
de todas las lenguas, que no se confundieron al construirla,
sino que siéndolo y persistiendo en conservar las de su ori-
gen, no pudieron entenderse entre sí, y la grande esperanza
del mundo de contar un nuevo cataclismo y diluvio pasado,
porque no se hace patria sin patriotismo por cemento, ni
ciudad sin ciudadanos que es el alma y la gloria de las nacio-
nes, se disipara al soplo de los acontecimientos vulgares, seca
prolongada, una guerra extranjera o intestina.318

El pedido de toma de conciencia que hacía a la comu-


nidad extranjera residente en el territorio nacional era
incesante. Temía que no se lograra conformar una sociedad
nacional donde se fusionaran los nacionales y los extranje-
ros, unidos por la condición ciudadana, la cual fuera capaz
de otorgar a todos ellos un sentido de pertenencia a una
misma nación, y ante la cual todos por igual se compro-
metieran a defenderla y hacer de ella una nación próspera
y digna. En El Diario del 12 de septiembre, volvió a insistir
en la idea de que la inmigración en ambos extremos de la
América era diferente, y que distintos eran los resultados de
la inserción de los inmigrantes en América del Norte y en
América del Sur, especialmente en el Río de la Plata.

318 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 156.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 227

Con respecto a la inmigración hacia los Estados Uni-


dos, manifestaba lo siguiente:

De tan poca consecuencia es allí que se naturalicen los extran-


jeros o no, que no se sabe cuántos son los nacionalizados por
año y en dónde, y sólo se los encuentra confundidos con los
naturales en las elecciones nacionales, haciéndose notar su
número por las fuerzas que revistan los caudillos alemanes o
irlandeses, en las elecciones presidenciales. Es tal la majestad
del patrocinio, que sería ridículo que nadie fuese a erguirse
con la calificación de extranjero, pues todo interés, tradición,
recuerdo o antiguo patriotismo, se disipan como si se desti-
ñesen y borrasen ante la realidad tangible, práctica, esplen-
dente, de todas las horas y en todos los sentidos, de manera de
acabar por sentirse cada uno después de llegado, propietario
de aquella grandeza, que hace el efecto de espléndido edificio
que habitamos o el lujo de la mesa a que somos invitados por
nuestros iguales, para enaltecer al huésped ante sus propios
ojos, y sentirse como en casa.319

Esta descripción contrasta de manera tajante con aque-


lla que hacía de la realidad del proceso inmigratorio en
la Argentina, respecto de la cual además señalaba que no
solo era una cuestión de los receptores –concretamente, los
encargados de diseñar las leyes inmigratorias en el país–,
sino también de los arribantes, quienes, a pesar de prove-
nir en ambos casos del continente europeo, tenían distintas
características culturales. En dicho artículo, destacaba tam-
bién los beneficios que trajo la llegada de los inmigrantes
al país –todos ellos beneficios materiales y económicos de
desarrollo y progreso, que estaban a la vista de todos–.
En contraposición a este progreso y desarrollo, resal-
taba lo que la inmigración que llegaba a nuestras costas no
traía: educación política. Era esta falta de educación cívica
la que ponía en peligro las instituciones republicanas, en

319 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 163.

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228 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

esencia debido a la falta de representación política que esto


implicaba. Al respeto, argumentaba:

Pero estos extranjeros que pagan con su trabajo en el solo


ramo de comercio, pues abolidos de los derechos de exporta-
ción, el de importación paga en las aduanas en dinero contan-
te y sonante los que sus cajas recogen de la venta al menudeo,
no están representados en el Congreso que aumenta ad libtum
los gastos, ni sabe de antemano quién será el individuo, y para
qué fines, qué otros que ellos [los consumidores] elegirán.
Tenemos, pues, un pueblo que contribuye a sostener a otro
pueblo encargado de gastarle el dinero sin su anuencia, pero
sí con su consentimiento tácito.320

En cuanto al buen funcionamiento de la república, la


ruptura que percibía entre riqueza y participación cívica
le preocupaba más que la aún pendiente integración de las
masas rurales en la estructura republicana. En el mismo
artículo, dejaba entrever dicho malestar:

Pero sucede en Buenos Aires lo que no sucede en parte alguna


de la tierra, y que los comerciantes dueños del comercio que
pagan las rentas no votan en las elecciones, y con su absten-
ción dejan en minoría a cuatro mil setecientos siete comer-
ciantes y dependientes argentinos honrados en propósitos,
pero incapaces por su limitado número de hacer respetar sus
intereses y los de los mismos comerciantes extranjeros, que
los abandonan a la de Dios que es grande, y reciben lo que les
dan, contentándose con echarle maldiciones al país (nunca al
Gobierno) de lo que no es sino efecto de la propia ignorancia
en que se criaron en Europa con respecto al mecanismo de
las instituciones políticas. […].
Éstas son verdades demostrables como el sol, y la prueba que
los extranjeros, absteniéndose de ser hombres, ciudadanos,
por creerse sólo buenos para hacer de esponjas, de limas, y
de tintas para cambiar la forma y los colores de las mate-
rias, son la causa única de la destrucción de las instituciones
republicanas, que son sin embargo la garantía de esas mismas

320 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 166.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 229

riquezas que acumula el trabajo material, pero que sólo la


libertad regida por instituciones conserva.321

Semejantes declaraciones tuvieron una fuerte reper-


cusión en la prensa extranjera local, e inmediatamente se
generó una dura polémica. A los pocos días de publicada
la carta en El Diario, Sarmiento realizó una defensa de su
persona y de sus ideas a través de las páginas del mismo
periódico, bajo el título “¡Siempre la confusión de lenguas!”.
Allí destacaba que esos diarios –que se jactaban de ser
extranjeros por estar escritos en otra lengua– eran diarios
argentinos, ya que así lo demostraban su redacción, sus
tácticas y sus maneras de proceder. El siguiente párrafo del
artículo lo manifiesta:

Es argentino criollito, eso de irse al cuerpo de Sarmiento,


cuando dice esas enormidades (léase barbaridades) que tantos
provechos han hecho hacer al país en su tiempo, como aque-
llo de abrir la puerta a la inmigración que fue el primero en
proponerla, con la libre navegación de los ríos que sostuvo a
capa y espada, con la expropiación de la extensión a lo largo
de los ferrocarriles para dar a la emigración y que hoy es ley
en el Estado de Buenos Aires, etc., etc. Todo esto le valió el
dictado de loco, de que aprovecharon hasta los Guerrin; pero
como sucede que sólo los cuerdos se mueren, y sólo Gladsto-
ne, Sarmiento (perdón la vanidad senil) quedan en la brecha
para dar su puesto a irlandeses y emigrados en la sociedad
política de que forman parte, el título de loco lo han cam-
biado por el de chocho, olvidándose que en política la razón
es como el vino: cuantos más años tiene más pureza y valor
adquiere.322

Sarmiento destacaba en dicho artículo las críticas que


los periódicos escritos en otro idioma –principalmente el
italiano– habían realizado con respecto al daño que le
producía al país que los inmigrantes no optasen por la

321 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 167.
322 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 171.

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230 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

ciudadanía, y además sostenía que carecían de educación


política y respondía con mucha ironía en su defensa:

¿Saben los diarios aludidos dónde está el quid pro quo? En que
ellos mismos, como que sus redactores se han criado entre
nosotros, como que en Italia no han gozado de los dere-
chos políticos, no tienen educación política, y por tanto no
saben qué es educación política, en las masas populares, en
las campañas que las forman, en las emigraciones. Hay más,
y es que no queriendo confesar que tienen mucha razón los
nacionales y extranjeros en desear establecerse y vivir como
hombres, dueños del país que habitan, toman a Sarmiento
para presentarlo como una aberración, o como una decaden-
cia mental, pues sólo estando demente se puede desear que
todos los vecinos cuidemos de nuestros intereses. Diremos,
pues, a los escritores italianos, que en lo que no se muestran
argentinos como lo son hasta en sus maulas, es en persistir
en aquella vejez de la locura y de la chochera de Sarmiento que
está anticuada y abandonada hasta por los argentinos.

Esta carta era mucho más que una defensa de su


persona. En ella no solo planteaba una cuestión tras-
cendental de la situación social del país –esa inmensa
brecha que se estaba creando entre quienes tenían las
herramientas para generar el progreso y el desarrollo
económico y quienes tenían en sus manos el voto, que
era la herramienta principal para conformar el poder
político–, sino que además proponía una solución. En
el texto destacaba que eran millones los emigrados que,
con el sudor de su trabajo, soportaban las cargas públi-
cas, la mala administración de gobiernos patrios, los
derroches del Congreso, y todo ello como consecuencia
de su desvinculación voluntaria con el ámbito político.
A todos ellos Sarmiento les pedía:

Ahora nosotros decimos a los extranjeros dueños de esos


dos mil millones de pesos, adquieran el derecho de elegir pre-
sidente, diputados, gobernadores, para defender sus propios
intereses, pues que reunidos con los argentinos en minoría,

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 231

hoy que pagan por setecientos millones, constituirán una


mayoría de votantes respetable y respetada.
¿Qué les pedimos en este caso a los residentes con comercios,
bienes, familia, etc.? Que no sean tilingos, dejándose desplu-
mar por quienes no tienen quien les vaya a la mano. […]. En
la República Argentina la existencia de un comercio extran-
jero que no está representado en el Congreso que impone
las contribuciones y las malgasta, es un depósito de guano, de
donde se saca cuanto dinero se quiere, sin que el depositario
pueda decir dónde le duele, porque no es ciudadano, porque
no nombra representantes, ni elige gobierno.
¿De qué se quejaría, si él sólo es autor de su desgracia?
Ésta es la cuestión y no la ciudadanía que abandonaron en
el país de su nacimiento porque no les daba derechos, y les
imponía cinco, siete años de servicio militar al principar la
carrera. Aquí tiene diez años de excepción de servicio al llegar
y tomar la ciudadanía.

Intentaba comprender por qué motivo los inmigran-


tes no se naturalizaban, cuando era sabido que el ciu-
dadano argentino no tenía más cargas que el residente
no ciudadano. Por otra parte, como se lee en el párrafo
anterior, la ciudadanía exoneraba a los nacionalizados
del servicio de las armas durante diez años, y, como se
trataba de los años de su juventud, una vez transcurri-
dos ya había pasado la época de convocarlos. Para él,
la responsabilidad de que los extranjeros no se natura-
lizaran radicaba en la influencia negativa que ejercían
sobre ellos ciertos sectores malintencionados que pre-
tendían obtener ventajas de su abstención política. El
hecho de mantenerlos al margen de la política evitaba
que los millares de inmigrantes controlaran y realizaran
reclamos a las políticas del gobierno, lo que daba así vía
libre a las autoridades para decidir sobre el destino de
los fondos que obtenían del fruto del trabajo de esa gran
masa de extranjeros en estado pasivo.
Al cierre de la nota, y en relación con la imposibilidad
de los emigrantes de ver en la nacionalización el remedio

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232 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

a este mal que aquejaba a la sociedad argentina, Sarmiento


planteaba el siguiente interrogante:

Sería comprender mal nuestros pensamientos suponer que


contamos con que los residentes naturalizados fuesen en
masa de un partido y contra algún gobierno. Lo que queremos
es que el voto sea una realidad de Buenos Aires, votando en
las elecciones municipales y políticas, aquellos que teniendo
propiedad y manejando capitales propenderán siempre por-
que prevalezcan las ideas de orden, honradez y economía en
el manejo de los caudales públicos. El voto a favor de la mala
inversión, y de la mala política puede ser número y constante
en fuerza de la incapacidad electoral de las muchedumbres,
sin iniciativa, sin inteligencia de los fines del sistema electo-
ral, y predispuestos por tradición de raza y sumisión colonial
anterior a obedecer a impulsión ajena.
Es un hecho único el reconocido en esta América, y es que el
voto es forzado, y que no hay verdadera elección de funciona-
rios. Hay adopción de un nombre que ya viene designado. Con
la nacionalización de residentes, en las condiciones de moral,
inteligencia y propósitos en que se encuentra el comercio en
Buenos Aires, su número agregado al de los argentinos que se
encuentran en las mismas condiciones de moral, inteligencia
y propósitos, constituirá una mayoría respetable y respetada
que devuelva a la gran ciudad la influencia y el rango que le
han hecho perder la falta de número que oponer a las intrigas
de los ambiciosos. ¿No querrían en estas condiciones ser ciu-
dadanos los residentes, que debilitan a la ciudad por no ser
ciudadanos y no poder mantenerla en su rango, por falta de
personería política?…323

La ilusión de que todo pasado siempre fue mejor es


–según Sarmiento– una constante entre muchos inmigran-
tes. Los recuerdos de su país de origen, de sus tradiciones,
de sus familias generaban en sus corazones cierta añoran-
za por recuperar aquello que hoy era tan lejano. El 16 de
septiembre de 1887, publicó en El Diario una nota para

323 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 175.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 233

demostrar que ese sentimiento de retornar a la madre patria


era simplemente una ilusión que, una vez materializada,
daba por tierra con todo aquel mundo de ensueño que se
fue construyendo en la mente de cada uno de ellos. Tal es
el caso del matemático Sr. Rosetti, quien regresó a Buenos
Aires desde su ansiada Italia porque echaba de menos a
su patria, a su ideal. En ese artículo, Sarmiento relata la
experiencia vivida por Rosetti, quien, habiendo retornado a
Italia y visitado los lugares de su memoria, notaba que todo
seguía allí donde estaba, y lo único que sentía es que él no
estaba donde debería estar. Se daba cuenta de que era otro
hombre, absolutamente diferente del joven inexperto que
dejó Italia hacía 30 años, y reconocía que su lugar estaba al
otro lado del Atlántico, donde se sentía en casa.
El siguiente párrafo pone de manifiesto lo que Sarmien-
to trataba de hacerles entender a los inmigrantes que se
rehusaban a optar por la nacionalización utilizando como
excusa aquellos sentimientos de arraigo y patriotismo hacia
su país de origen, el cual habían abandonado hacía muchos
años:

Ésta es la historia de los repatriados de Europa. Todos vuelven


[…]. Vuelven a Europa a ver que sus recuerdos los engañaban,
y que ellos han avanzado en América, educándose, desple-
gando cualidades, y su aldea, su ciudad se ha quedado donde
estaba, con alguna calle o boulevard más, si lo han abierto,
para hacer desparecer las fealdades, oscuridad y miseria que
se anidaban en barrios pobres y malsanos. Cuando Rosetti
llegue a Buenos Aires no va a reconocer su calle, su antiguo
alojamiento, porque ha sido sustituido por un palacio. Viene
en buena hora Rosetti a decirles a los residentes empederni-
dos, al oído, que el patriotismo de la memoria, es una solemne
pavada, que nos hace despreciar la felicidad de ser dueños de
casa en nuestra verdadera patria de América, persiguiendo un
ideal quimérico.324

324 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 176.

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234 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

Los mecanismos que utilizó para llegar a los inmigran-


tes fueron diversos, así como lo fueron las estrategias usadas
a través de los periódicos. No solo intentó persuadirlos con
las ventajas que suponía ser ciudadano, sino que también lo
hizo apelando a lo emotivo, a través de relatos de experien-
cias personales como la del profesor Rosetti, entre otros. El
hecho de que los inmigrantes no se nacionalizasen generaba
un desajuste en la representación política de los habitantes
del país, pues, como bien lo señala en una nota publicada
en el mismo periódico al día siguiente (17 de septiembre),
eran estos residentes quienes con su apatía miraban “desde
sus talleres y almacenes pasar las manifestaciones de pre-
tendidos votantes, ocupando el lugar que deberían ocupar
ellos”.325
En dicho artículo Sarmiento hace un análisis crítico
de aquellos que eran, en definitiva, los que elegían a los
gobernantes. Allí intenta explicar que las ventajas de no ser
ciudadano no eran tales, pues hacía casi dos décadas que el
país no iba a la guerra y, por ende, no se convocaba a los
nacionales a alistarse al servicio de las armas. Por otra parte,
destaca que –al igual que en el resto del mundo– quienes
más tenían eran quienes más pagaban, y, por lo tanto, eran
los extranjeros residentes en el país quienes mayormente
sustentaban, con su dinero, las dilapidaciones y los derro-
ches de las autoridades del Gobierno. Al respecto sostiene:

… Cuando se mira la situación de los extranjeros bajo el


punto de vista de la contribución y su empleo, da lástima ver
millares de personas de juicio, creándose y teniendo a título
de honor, una situación vergonzante, de gente rica gobernada
por los necesitados que forman pueblo aparte, que es la que
según el decir del comisario de inmigración, aquella “cuya
mayor parte toma asiento en la primer fila social, en todas las
ramas del movimiento social e industrial, científico y litera-
rio, burocrático y profesional, y es la más arraigada”.326

325 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 179.
326 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 180.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 235

Sarmiento se pregunta por qué motivo estos sectores


sostenían “posición tan insostenible a los ojos de la razón y
el buen sentido”. Y se responde:

… porque las contribuciones son indirectas, y como no ven


ni sienten cuándo se las sacan del bolsillo, se dicen para sí: ¿a
mí qué me va en ello? Pero lo repito: esos cincuenta y dos mil
comerciantes e industriales de Buenos Aires tienen familias,
y se honran de trabajar para sus hijos. Para sus hijos y para su
fortuna están desde ahora cavando el abismo.327

Según los datos del censo de 1869, la proporción de


extranjeros residentes que no votaban, pero que podían
hacerlo de optar por nacionalizarse superaba a la población
nativa con derecho al voto. Con esa información, Sar-
miento retoma la discusión sobre el otorgamiento univer-
sal de la ciudadanía propuesto por algunos legisladores en
1879, entre ellos Antonio Cambaceres. Al respecto, dice lo
siguiente:

No es cuestión de argentinos ésta, sino de hombres, de ciu-


dadanos, de europeos descendientes de romanos que exten-
dieron por Europa el sistema electoral, de ingleses y teutones
que lo completaron con el sistema representativo. El hombre
moderno, que se sustrae a este sistema de gobierno, que no se
gobierna a sí mismo y delega inconscientemente en extraños
la facultad de disponer de sus bienes, es algo tan nuevo, que
no tiene ejemplo en la historia, si no es con judíos y gitanos,
y no debe crearlo aquí, donde hay al fin gente honorable a
quien dañan con sus vicios políticos y degeneración de sus
propios países. Lo hemos probado, y lo siente todo el mun-
do, la degradación en que van cayendo las instituciones que
son la salvaguardia, proviene de la indiferencia y retraimien-
to de sesenta mil europeos de diversas naciones que poseen
comercio, la industria, las artes y los capitales de la más culta
y grande ciudad de América, y el día que necesita renovar
sus autoridades, en mesas desiertas, porque no hay electores,

327 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 180.

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236 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

sólo se ve la bayoneta del soldado, como en tiempos de Rosas


el puñal del esbirro, para reducir la importancia a minoría de
gente honrada. El presidente Roca lo dijo. En Buenos Aires
no está la Nación, porque es una provincia de extranjeros, y es
la verdad.328

El tema de la nacionalización de los inmigrantes siguió


siendo central en sus manifestaciones públicas. En una nota
publicada en El Diario con fecha 16 de noviembre de 1887,
Sarmiento manifestó su opinión, por cierto adversa, a la
solicitud presentada por el exdirector de elecciones, Anto-
nio Cambaceres, para que se otorgase la ciudadanía “sin
solicitarla” a los extranjeros. Sarmiento acusó a Cambaceres
de no tener dignidad por haber planteado un reclamo seme-
jante, pues la entrega de la ciudadanía “sin solicitarla” equi-
valía a “crear un derecho propio al inmigrante a gobernar
esta sociedad por solo el hecho de llegar a sus playas”.329
Sarmiento no podía creer que se le diese tan poca
importancia al hecho de ser ciudadano; destacaba lo celosas
que habían sido otras culturas, como la ateniense, con res-
pecto a conceder la ciudadanía a los extranjeros. Las nacio-
nes europeas ponían toda clase de trabas a los extranjeros
para hacerse ciudadanos, mientras que solo América del Sur
recibía inmigrantes sin trabas y les otorgaba los mismos
derechos civiles que a los nacionales. Por su parte, tanto la
América del Norte como la del Sur otorgaban los derechos
políticos a todo aquel inmigrante que manifestase su volun-
tad de ser ciudadano. Para Sarmiento, ser ciudadano “sin
solicitarlo” era lo mismo que decir “El que venga a América
y resida dos años gobierna sui jure”.
Este tipo de peticiones no hacía más que confundir a
la población, pues en primera instancia no era lo mismo el
extranjero que el inmigrante. El primero solamente estaba
de paso por el país, y lo que le pedía al Gobierno nacional

328 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 182.
329 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 147.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 237

era que le permitiera abocarse a sus quehaceres y le diera


tránsito libre, ya que no tenía ningún interés en participar
políticamente. El segundo, en cambio, ya establecido en el
país y con idea de quedarse a vivir y trabajar en él, debía
tener la voluntad y el deseo de hacerse ciudadano, como
también estar preparado para ejercer la ciudadanía.
De nada le servían al país –agregaba Sarmiento– cientos
de miles de inmigrantes sin la preparación necesaria para
ejercer su civismo, ya que su ignorancia y falta de compro-
miso con el Gobierno nacional solo fomentarían la corrup-
ción electoral. Hacía referencia a las ya amplias exenciones
que nuestra Constitución les otorgaba a los extranjeros, y
señalaba el peligro de esta propuesta, que no haría otra
cosa que poner el país a merced de los politiqueros, quienes
sacarían ventaja de esta masa de europeos ignorantes en
materia política, ya que no fueron ciudadanos activos en su
país, y que estarían dispuestos a comercializar sus derechos
políticos si es que percibiesen la posibilidad de sacar algún
provecho de ello.
La Constitución debía ser reformada, señalaba, para
poner al alcance de los extraños “sin solicitarlo” los derechos
civiles del ciudadano; por lo tanto, la petición “sin solicitar-
la” debería ser dirigida a una Convención Constituyente y
no a los poderes públicos:

… suprimiendo del artículo 20 la carta de ciudadanía, otor-


gada a personas determinadas, pues para no poner en una
Constitución el vergonzoso sin solicitarla basta suprimir en el
artículo 20 el adjetivo civiles, con lo que queda: “los extranje-
ros gozan de todos los derechos del ciudadano, que es necesario
solicitar”.330

Sarmiento argumentaba que, sin tomar las precaucio-


nes legales necesarias –que se habían tomado en toda la
América– para verificar, con documentos judiciales escritos,

330 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 151.

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238 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

quiénes tenían de antemano el derecho del ciudadano, podía


ser que un día de elecciones se echasen sobre las mesas
electorales, manipulados por partidarios poco escrupulo-
sos, millares de votantes obtenidos subrepticiamente, y que
sucediera como en Nueva York, donde el voto ignorante
pudo sostener durante 15 años a una banda de ladrones que
se apoderaron del Gobierno.
En relación con esta petición –que supuestamente era
para salvaguardar la dignidad de los extranjeros–, Sarmien-
to respondió:

En todo el mundo el hombre moderno, ilustrado, aspira a ser


libre, es decir a ser ciudadano. Aquí hay una secta que pre-
tende ser ciudadanos místicos, de imaginación, cifrando su
dignidad en lo que es a todas luces indigno.
Indigno es vivir en casa ajena, pudiendo vivir en la propia,
siendo ciudadano; es indigno hacerse gobernar por otros que
nuestros representantes, cuando tenemos en nuestras manos
gobernarnos a nosotros mismos; es indigno deshonrar a sus
hijos, dejándoles creer que son menos dignos que su padre,
como será siempre indigno el constituirse en parásito políti-
co, aprovechando de la prosperidad que el esfuerzo ajeno crea
por las instituciones políticas, y maldiciendo de los errores,
vicios e incapacidades de los que gobiernan.
La dignidad es mantenerse extranjero, ayudando a que la bar-
barie indígena nos domine y aplaste; y cuando se resuelvan a
honrarnos con su concurso, exigen que la Constitución más
pródiga de favores y exenciones al extranjero, sea todavía
puesta bajo el pie de las muchedumbres ignorantes europeas,
que viven ignorándolo todo en materia política, con pocas
excepciones, pues no fueron ciudadanos activos allá, dispues-
tos a comerciar sus derechos, si algún provecho pueden sacar
de ello. La ciudadanía sin solicitarla por dignidad del solici-
tante, pone al país de derecho a merced de los politiqueros
y, añadiremos, de los traidores, nacionales o extranjeros, que
especulan sobre la credulidad pública. Para ser ciudadano
de cualquier país del mundo, es preciso renunciar por acto
solemne a la allegiance a otro soberano: La petición pide que
pueda conservarse sus vinculaciones el solicitante con otros
gobiernos.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 239

Éste es precisamente el mayor de los excesos que contiene


el programa de los peticionarios. El ciudadano argentino sin
solicitarlo, es decir, sin previa declaración de su voluntad,
podrá conservar los vínculos que lo unen a otro gobierno, lo
que excluye de nuestra legislación el delito de traición, pues no
traiciona a un país el que conserva sus dependencias de otro.
La carta de ciudadanía contiene declaración del postulante de
renunciar a la allegiance a otro gobierno, en virtud de lo cual
será condenado por traidor, toda vez que le preste ayuda y
confort, si llegaren a estar en guerra.331

Una vez más, Sarmiento retomaba el tema de la impor-


tancia de educar al ciudadano, pues de nada servía ejercer
la ciudadanía si uno no lo hacía desde su deseo sincero de
participar en busca de lo que consideraba mejor para el país,
y no simplemente guiado por la codicia personal de mejorar
su situación económica, sin evaluar el daño que esta con-
ducta egoísta les provocaba a las instituciones republicanas.
Esta falta de compromiso y educación –sumada al otor-
gamiento indiscriminado de la ciudadanía– era para él un
arma letal, que, con el correr de los años, haría del sistema
democrático un mercado de compraventa de votos.
El periódico italiano publicado en Buenos Aires La
Patria Italiana era para Sarmiento un elemento nocivo, ya
que intentaba –a través de sus páginas– “retraer a los emi-
grados de ser parte de la sociedad política” en que gozaban
“de mayor suma de felicidad que en el país de donde salie-
ron”.332 La continua propaganda propulsada por la línea
editorial de dicho periódico –y, según Sarmiento, protegida
por el mismísimo presidente Pellegrini– incitaba a los resi-
dentes italianos a alejarse de la vida política del país que los
albergaba, y a transmitir ese mismo desarraigo incluso a sus
hijos nacidos en el país que los hacía ciudadanos.

331 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., pp.
152-153.
332 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 183.

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240 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

En una nota publicada en El Diario el 20 de diciembre de


1887, Sarmiento hace referencia a la cuestión de la educa-
ción, y pone de manifiesto el intento de implementar lo que
él demoniza como “protectorado” por parte del Gobierno
italiano en Buenos Aires. En dicho artículo, explica cómo
en 1876 el propio Parlamento italiano se declaró incapaz de
proveer por ley un sistema general de educación, pero no
obstante semejante fracaso logró en 1880 el subsidio nece-
sario para que

[…] una vez emigrados los súbditos italianos, y establecidos


en algún país, les provee de ligerísimas subvenciones para que
sus hijos, que no suponen pertenecerán a otra nación, conser-
ven el amor de sus padres a la Italia que abandonaron. Si esta
previsión tiene mucho de poética y literaria, los resultados
prácticos la condena como ilusoria y perjudicial a la misma
Italia […].333

Esto hacía que los italianos fueran –según los datos


que analizó Sarmiento– los europeos residentes en el país
que poseían menos y que comercializaban en menor esca-
la, fruto de que no habían recibido la educación necesaria
en Italia.
El hecho de contar con escuelas italianas en el territo-
rio nacional llevaba a que los hijos de italianos no fueran
parte del “vasto sistema de educación universal, gratuito,
obligatorio para los hijos de toda clase de habitantes”.334
Este alejamiento del sistema educativo nacional no benefi-
ciaba a nadie, pues, al ser la mayor población infantil del
país de origen italiano, se estaba educando fuera del ámbito
nacional a futuras generaciones de argentinos que no iban a
sentirse parte de su propia patria. Es esta falta de educación
cívica la que Sarmiento destacaba como una de las princi-
pales causas de la posible inestabilidad de las instituciones
republicanas.

333 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 187.
334 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 190.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 241

En relación con la falta de educación cívica del pueblo


y el ventajismo de codicia de aquellos interesados única-
mente en su situación personal, hace referencia al texto de
la Constitución Nacional en una carta que publicó en el
periódico El Diario en 1888, donde sostiene lo siguiente:

… Pero esta Constitución reposa sobre la capacidad del pue-


blo para elegir magistrados y el saber de los que han de
dirigir el Gobierno, y exige que todos reciban cierta instruc-
ción sin que la gran mayoría quede ignorante e inepta para
el Gobierno porque entonces en esa mayoría indiferente o
sumisa se apoyan los que quieren subvertir el Estado. Es tan
cierto esto que la falta de este lastre hace oscilar la Nación
como un buque que por faltarle se inclina hacia un lado, hasta
estar a punto de zozobrar…335

Durante la etapa final de su vida (y analizando las


declaraciones hechas por Sarmiento con relación al tema
estudiado), sus palabras hacia los inmigrantes que no opta-
ban por adquirir la ciudadanía eran cada vez más duras. En
el artículo mencionado anteriormente, se refiere a la indig-
nidad de los extranjeros que vivían en casa ajena pudiendo
vivir en la propia y que se dejaban gobernar por otros
cuando tenían a su alcance la posibilidad de gobernarse a sí
mismos.
Al igual que Alberdi, Sarmiento valoraba los aportes de
los inmigrantes en materia de industria y la importante con-
tribución que hicieron en relación con el progreso material,
pero también destacaba cómo la falta de educación política
de estos contribuyó a despojar a la nación de las liberta-
des adquiridas y abrió un nuevo espacio a las tiranías. El
silencio de la masa de inmigrantes, su falta de compromiso
político con el país ataba de pies y manos a una minoría de
argentinos honrados que, por su limitado número, se tor-
naban incapaces de hacer respetar sus intereses y los de los
mismos inmigrantes. Decía Sarmiento:

335 Botana, Natalio, La tradición…, ob. cit., p. 462.

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242 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

… la prueba que los extranjeros absteniéndose de ser hombres,


ciudadanos, por creerse sólo buenos para hacer de esponjas,
de limas, y de tinta para cambiar la forma y los colores de las
materias, son la causa única de la destrucción de las institu-
ciones republicanas, que son sin embargo la garantía de esas
mismas riquezas que acumula el trabajo material, pero que
sólo la libertad regida por instituciones conserva.336

Al final de su vida, Sarmiento llegó al punto de acusar


a los habitantes más prósperos del país de ser “los respon-
sables” de la corrupción del pueblo, ya que en millones de
oportunidades pisotearon a la ciudadanía. Los definió como
“parásitos políticos, zánganos para quienes el bien de todos
era un problema irrelevante”.337 Era de esperar, entonces,
que, con el accionar de estos propietarios sin virtud, de
esta oligarquía, se allanase el camino para que las tiranías
pudiesen oprimir a los pueblos ignorantes. En su último
discurso en Asunción, selló su lucha de años con la frase
“Educación para todos. Esto es la libertad, la república, la
democracia”.338

Las ideas tanto de Sarmiento como de Alberdi fueron prin-


cipalmente consecuencia de sus propias experiencias más
que de la influencia que pudieran haber tenido sobre ellos
los clásicos pensadores de su época. A pesar de ser ambos
grandes lectores, su pensamiento y sus ideas fueron delinea-
dos por las experiencias vividas a lo largo de sus viajes por
el mundo. Las visitas realizadas tanto al continente europeo
como a los Estados Unidos –y el exilio de ambos en Chile–
influyeron significativamente en la conformación de sus
respectivas ideologías.

336 Sarmiento, Domingo Faustino, Obras completas, tomo 36, ob. cit., p. 167.
337 Botana, Natalio, La tradición…, ob. cit., p. 466.
338 Sarmiento, Domingo Faustino, El último discurso. En una manifestación de las
escuelas en la Asunción. 30/6/87, Obras completas, tomo 22, ob. cit., p. 335.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 243

Los dos sabían que, para alcanzar el progreso tan desea-


do, el país necesitaba un considerable aumento de la pobla-
ción local –ya que la pobreza numérica de esta imponía
grandes limitaciones–. La inmigración europea era para la
Generación del 37 la herramienta necesaria e indispensable
para alcanzar el progreso de la nación.
En este punto, Alberdi y Sarmiento estaban de acuerdo:
ambos creían en la necesaria participación del inmigrante
en el desarrollo del país, y compartían la idea de la impor-
tancia de la inmigración para poblar el vasto y rico territo-
rio nacional y lograr, con la combinación de ambos elemen-
tos, el progreso de la nación. A pesar de la concordancia en
este punto, la opinión de los dos hombres fue disímil con
relación a la nacionalización del inmigrante. La polémica
entre ellos comenzó básicamente luego de la publicación
de Bases… por parte de Alberdi, que llevó a que Sarmiento
respondiese con la publicación de Comentarios sobre la Cons-
titución de la Confederación Argentina.
En dicha obra, Sarmiento criticaba las condiciones
excesivamente liberales que Alberdi otorgaba en su trabajo
a los inmigrantes que llegaran al país, como una manera
de atraerlos hacia estas tierras. Para Sarmiento, este tipo
de garantías y derechos no generaba más que ciudades sin
ciudadanos. El sanjuanino no compartía la idea de que el
compromiso ciudadano vendría solo después de un tiempo;
por el contrario, era partidario de exigirles a los extranjeros
un compromiso con el país que los recibía, el cual se daba
con la adquisición de la ciudadanía.
Sarmiento ponía el ejemplo de los Estados Unidos,
donde en la Constitución se les exigía a los inmigrantes
la ciudadanía estadounidense para poder gozar de diversos
derechos civiles y políticos. Este compromiso temprano por
parte de los inmigrantes generaba en la sociedad un sen-
timiento cívico importante que a su vez se traducía en un
sólido patriotismo, el cual fortalecía las instituciones demo-
cráticas del país.

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244 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

Tanto Alberdi como Sarmiento creían que la educación


era una herramienta fundamental para el desarrollo del país,
pero, si Alberdi apoyaba –en mayor grado– la educación
técnica, Sarmiento priorizaba la educación cívica, pues con-
sideraba que sin esta era muy difícil mantener el progreso
material de la nación. Asimismo, Sarmiento sostenía que los
inmigrantes debían educarse cívicamente para poder adoc-
trinar a sus hijos y hacer de ellos ciudadanos responsables y
comprometidos con la actividad política del país.
La postura del sanjuanino con relación al tema de la
nacionalización de los inmigrantes se mantuvo relativa-
mente estable a lo largo de los años, aunque se pueden per-
cibir ciertos cambios en cuanto a los motivos por los cuales
la naturalización de los extranjeros era importante para
sostener las instituciones republicanas. A pesar de las dife-
rencias, los motivos giraban en torno al daño que la falta de
compromiso político por parte de los inmigrantes le gene-
raba a la república, pues esta actitud egoísta e irresponsable
fomentaba el fortalecimiento de las tiranías –que tanto mal
le habían hecho y le hacían al país–. No delegaba la respon-
sabilidad de esta falta de compromiso directamente sobre
los inmigrantes, sino que en esencia responsabilizaba a los
agentes de los gobiernos extranjeros y a la prensa interna-
cional que actuaba en el país, los cuales incentivaban esta
conducta distante y sin compromiso de los inmigrantes,
destacaban las ventajas personales que esta postura tenía
para ellos y dejaban de lado el mal que dicha actitud le hacía
al país que los albergaba sin pedir nada a cambio.
La otra parte de la responsabilidad recaía sobre los
constituyentes de 1853 a cargo de la redacción de la Cons-
titución Nacional, la cual les había otorgado a los inmi-
grantes los mismos derechos civiles que a los nativos, pero
sin exigirles ningún tipo de obligaciones. Sarmiento inten-
tó incesantemente promover la reforma de la Constitución
con relación a este punto, pero, a pesar de los esfuerzos
realizados, no lo logró.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 245

Sarmiento se empeñó en persuadir a los inmigrantes


de que optaran por la ciudadanía nacional mostrándoles las
ventajas que esto implicaba no solo para cada uno de ellos,
sino también para la nación argentina. Su mayor preocupa-
ción era la falta de representatividad que se generaría en el
corto plazo, pues cada vez eran más los inmigrantes que se
radicaban en el país y que no participaban en las decisiones
políticas, pues, al no ser ciudadanos, no tenían derecho al
sufragio. Por ende, y dado el creciente número de inmigran-
tes que habitaban el suelo nacional, los representantes del
pueblo representaban a una minoría que él calificaba como
la masa más atrasada e inculta de la sociedad, que poco tenía
que ver con el desarrollo y el progreso argentinos.
En cuanto al periódico El Censor, se cree que Sarmiento
utilizó ese matutino como medio para castigar y manifestar
su oposición a la administración de Julio A. Roca, no solo en
relación con el tema que nos compete en este trabajo, sino
en todos los aspectos de la gestión de Gobierno. Sarmiento
acusaba a Roca de revivir la ya superada rivalidad entre
Buenos Aires y el resto de las provincias, con sus reiteradas
agresiones contra los inmigrantes y contra los pobladores
de Buenos Aires, al decir que los habitantes de la ciudad
capital no representaban al país ya que la gran mayoría
eran extranjeros. Pero las palabras altamente despectivas
que Sarmiento utilizaba para describir a los habitantes del
interior, ¿no podían despertar también ese resentimiento y
esa rivalidad?
La pasión que Sarmiento ponía en sus discursos y
escritos por momentos se tornaba violenta; su tempera-
mento explosivo se dejaba entrever en sus palabras. No
tenía reparo a la hora de expresar su opinión, ya fuera des-
de las páginas de un periódico, desde sus obras literarias o
desde sus discursos públicos. Siempre dijo lo que pensaba
sin preocupase por ser políticamente correcto. A pesar de
la defensa que hacía de los extranjeros que se radicaban en
el país frente a las descalificaciones de Roca, Sarmiento los

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246 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

responsabilizaba de apañar y dar apoyo a las tiranías con su


silencio y falta de compromiso.
En definitiva, tenía la esperanza de que, a través de
la implementación de ciertos cambios en la Constitución
Nacional, y con un compromiso mínimo por parte de los
inmigrantes –quienes debían despertar el espíritu cívico
que había en ellos–, las instituciones republicanas podrían
subsistir y superar las reiteradas agresiones que habían
sufrido como consecuencia de los gobiernos despóticos.
El silencio de los millones de inmigrantes y su falta de
compromiso no solo perjudicaban sus propios intereses y
los de sus hijos, sino que interferían en la consolidación de
la democracia en la Argentina al permitir que ciertos secto-
res políticos traspasaran el límite de la legalidad y utilizaran
esta acción egoísta en favor de la corrupción para llegar
al poder.

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Cuarta parte.
Epílogo

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9

Sarmiento: política, ideas, sociedad


e instituciones

Domingo Faustino Sarmiento –tal como lo señala Natalio


Botana–339 no anunciaba la democracia de masas; por el
contrario, temeroso de las mayorías, intuía que la repre-
sentación era un proceso de aprendizaje político a través
de la gradual incorporación de individuos al ejercicio del
gobierno representativo. Proceso que, sin un núcleo cen-
tral aportado por la educación pública, no le otorgaría a
la futura democracia un modelo sobre el cual basarse, ya
que aquellos supuestos agentes capacitados y encargados de
conformar la república –la oligarquía y millares de extran-
jeros– estaban abocados de lleno a la vida privada y eludían,
ciegos por el egoísmo, su deber con la vida pública. La
reflexión de Sarmiento pone de manifiesto, una vez más,
la necesidad de ruptura con el pasado colonial y con la
herencia política española. Su tradición republicana destaca
la importancia, compartida por muchos –Simón Bolívar y
Mariano Moreno, por citar algunos–, pero a la vez cues-
tionada por otros, de educar al soberano (ya que creía, en
este sentido, que la era colonial lo había convertido en un
ignorante capaz de abrazarse a los tiranos). Pero esta visión
era más una aspiración de los pensadores de principios del
siglo XIX que la expresión de la realidad, ya que la revo-
lución rioplatense, aun cuando se embanderó detrás de la

339 Botana, Natalio, La tradición republicana…, ob. cit., pp. 465-466.

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250 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

idea de negar y condenar todo el pasado,340 se dio a través


de un proceso que, por diversos motivos, no pudo eludir
un sinfín de prácticas y tradiciones con un fuerte arraigo
en el régimen colonial español.341 Sarmiento y varios de sus
contemporáneos advirtieron estas limitaciones.
Surgió en el mundo un nuevo campo conceptual, que
gestó su teoría durante el siglo XVII, pero que se hizo visi-
ble a partir de las Revoluciones francesa y estadounidense
y que generó una usina de ideas y prácticas novedosas que
estaban en pleno proceso de construcción durante la pri-
mera mitad del siglo XIX. El desafío para los hombres del
sur del continente americano era doble. Por un lado, debían
adoptar nuevas modalidades de organización política, pro-
venientes de Europa y Norteamérica, para lograr adaptarse
a la novedosa coyuntura que planteaba una relación inédita
entre gobernantes y gobernados. Por otro lado, debían ade-
cuar dichos modelos a una sociedad notoriamente diferente
de aquella para la cual estos habían sido pensados. Se trata-
ba de sociedades muy heterogéneas, conformadas por nati-
vos y extranjeros provenientes de diversos países europeos,
donde el concepto de “ciudadanía” no estaba claramente
delimitado, lo que dificultaba la organización político-social
de dichos territorios. Sociedades donde aún no estaba clara
la idea de igualdad, donde todavía había serios problemas
frente a la cuestión de la soberanía, y principalmente donde
la construcción de la nacionalidad, consecuencia de la con-
formación de la nación, era un proceso que se daría a lo

340 Halperín Donghi, Tulio, Tradición política española e ideología revolucionaria de


Mayo, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1985, p. 12.
341 Como señala adecuadamente Esteban de Gori en su trabajo La república
patriota: travesías de los imaginarios y de los lenguajes políticos en el pensamiento
de Mariano Moreno, Buenos Aires, Eudeba, 2012, si bien lo que quedaba del
orbe imperial eran, sobre todo, las configuraciones que habían organizado
las reformas borbónicas, estas fueron resignificadas y resemantizadas por
el universo republicano; por ende, no quedaron en pie de la manera en
que habían sido pensadas o establecidas originariamente. Por lo tanto, poco
quedó entonces de ese viejo mundo: solo aquello que fue actualizado en
clave política por los independentistas.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 251

largo del tiempo a partir de la integración cultural, social,


política y económica del territorio.
La adopción en toda la América hispánica de la nueva
modalidad de representación basada en elecciones perió-
dicas rompía con la mayoría de las reglas de sucesión del
antiguo régimen, y a su vez daba por tierra con la lógica
de las prácticas y los lenguajes utilizados hasta entonces,
lo que generó un gran desconcierto entre los protagonis-
tas, quienes debieron hacerles frente a estos cambios. Entre
estas novedades, una de las que más perturbó el nuevo
orden fue la llegada de inmigrantes. Situación que produjo,
además, un profundo debate acerca de la manera de sortear
esta problemática. Las soluciones para este dilema fueron
variadas: fluctuaron desde una postura sumamente liberal
–como abolir todas las trabas existentes para permitir la
llegada de los inmigrantes, librándolos de todas las obliga-
ciones y otorgándoles los mismos derechos y las mismas
garantías que los ciudadanos nativos–, pasando por la idea
de hacer que los inmigrantes se nacionalizaran por decisión
propia –para adquirir así idénticos derechos y obligaciones
que los nacionales–, hasta versiones más radicales –aquellas
que proponían otorgar, sin solicitud previa, la ciudadanía
a todos aquellos que llegaran al territorio–. Es importan-
te señalar, también, que existió una minoría que planteaba
controlar la situación limitando la llegada de extranjeros a
la región.
La cuestión de la construcción de la ciudadanía se hizo
presente como un problema clave desde comienzos de la
vida independiente en toda la región, y, en la perspectiva
de esta investigación, a ello debe sumarse el lugar que se
le otorgaba al extranjero dentro de este nuevo esquema. La
interacción entre los sectores dirigentes y otros sujetos per-
mitió el ensamble de valores, creencias, ideas y experiencias
que, en concordancia con la realidad político-cultural de
cada región y de cada sociedad, dieron forma a una nueva
lógica política y fueron definiendo así a los sujetos políticos.
Los caminos transitados y las modalidades adoptadas para

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252 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

encauzar dicho conflicto fueron diversos; a pesar del bélico


y turbulento comienzo del período posrevolucionario, pla-
gado de guerras civiles y de caudillos regionales que busca-
ron durante muchos años de lucha una vía institucional de
expresión, se logró instaurar un régimen representativo en
la legislación de la sucesión política que se mantuvo relati-
vamente estable. No obstante, esta competencia por el poder
que presuponía la nueva representación política llevó a que
se produjera un sinfín de disputas y enfrentamientos que, a
través de la prueba y el error, se fueron sorteando con mayor
o menor dificultad, y que llegó a definir un concepto teórico
de “ciudadanía” –concepto que, a pesar de ser sumamente
amplio, no dejó de generar grandes complicaciones–.
La experiencia demostró, al poco tiempo, que, aunque
el proceso representativo se expandía y afianzaba (tanto en
la legislación como en la práctica), no superaba los proble-
mas en torno a la construcción del ciudadano, principal-
mente –y en consonancia con el tema de este libro– la rela-
ción entre ciudadanía y extranjeridad. Si bien el inmigrante
era considerado un instrumento clave dentro del proceso
de conformación nacional, la figura y el rol del extranjero
no eran percibidos desde una misma óptica por los actores
a cargo de dar forma a dicho proceso.
La legislación electoral a lo largo de todo el período aquí
estudiado da cuenta de los reiterados intentos por adaptarse
a la cambiante realidad cultural y política de la sociedad. Las
elecciones comenzaron a adquirir cada vez más protagonis-
mo, ya que eran la vía para lograr la apropiación legítima del
poder político, y con ellas se avivó la polémica en torno a la
ampliación de la ciudadanía. Es importante destacar que en
la Argentina el temprano comienzo de la historia del sufra-
gio les otorgó a los procesos electorales un rol primordial
en la búsqueda de la legitimidad. Rol que, como bien señala
Marcela Ternavasio, no solo fue importante en la creación
de un nuevo imaginario en torno a la noción de “legitimi-
dad”, sino que a la vez moldeó y definió al ciudadano.

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 253

Durante todo el siglo XIX y las primeras décadas del XX,


los protagonistas de los debates sobre la ampliación de la
ciudadanía fueron los distintos sectores de la elite política.
Aunque no dejaban de remitirse a la Ley Electoral de 1821
–dictada por Bernardino Rivadavia–, también se adaptaban
a los diversos y vertiginosos cambios que se iban generando
en el mapa social del país –producto, en parte, de la llegada
continua a estas costas de inmigrantes proveniente del Viejo
Mundo–. Inmigrantes que venían con el objetivo de mejo-
rar su calidad de vida, hallar un lugar donde desarrollarse
y poder progresar económicamente, pero sin demasiado
interés –según muchos– por comprometerse política y cívi-
camente con la nación receptora. Inmigrantes que eran, a
su vez, recibidos con los brazos abiertos por los criollos
a la espera de que trajesen el progreso y el desarrollo tan
anhelados en la época.
Las continuas modificaciones en la legislación electo-
ral buscaban principalmente otorgar mayor transparencia y
legitimidad al proceso de elección de autoridades. A pesar
de los reiterados intentos por acallar la competencia electo-
ral, esta supo mantenerse viva en los rincones de los rituales
y las costumbres electorales, y la historia pone de mani-
fiesto que, durante el siglo XIX, los comicios se llevaron a
cabo de manera continua –casi sin interrupciones, aunque
muchas veces con ciertos obstáculos y limitaciones– para
elegir legítimamente a través del voto las autoridades políti-
cas. La reforma electoral –tal como afirma Natalio Botana–
fue parte de un paquete de modificaciones producto del
progreso y la madurez política tanto de los dirigentes como
de los ciudadanos.
Fue la capacidad que tuvieron tanto los integrantes de
la elite como el propio pueblo de adaptarse y saber per-
cibir los cambios que se ponían de manifiesto durante la
practica electoral lo que llevó a buscar una legislación más
adecuada (y en ocasiones más inclusiva e igualitaria), lo que
amplió año a año el derecho al voto, incluyó en el proceso

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254 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

electoral a cada vez más personas y extendió así el concepto


de “ciudadanía”. Una concepción de ciudadanía, no obstan-
te, que no contempló en la legislación la nacionalización
de los inmigrantes, y que le otorgó una escasa significación
e importancia a la construcción de la relación entre ciu-
dadanía y extranjeridad, a pesar del intento constante de
algunos pensadores, como por ejemplo Domingo Faustino
Sarmiento.
Esta imposibilidad que tuvo la clase dirigente de incluir
en el sistema político a millares de inmigrantes que habita-
ban el suelo nacional –aunque estos fueran parte del proce-
so de desarrollo y progreso– enfrentó a Sarmiento con sus
contemporáneos: durante décadas debatió con ellos para
hacerles ver la importancia que tenía para el porvenir de la
nación que los extranjeros se nacionalizaran. Este debate no
solo se producía en los ámbitos académicos y políticos, sino
que trascendía a parte del pueblo a través de los periódicos
y de otras publicaciones escritas –que se erigieron, durante
gran parte del siglo XIX, como los canales de transmisión
de ideas y que fueron generando, gradual y lentamente, la
opinión pública–.
Llegados a este punto, sin embargo, es importante vol-
ver a recordar algo ya mencionado en la introducción: que
el mayor temor del sanjuanino era tener un país sin ciuda-
danos, una nación donde los valores democráticos y repu-
blicanos no fuesen reales como consecuencia de la falta de
representatividad del sistema, producto de la indiferencia
y falta de civismo de la gran mayoría de los inmigrantes
que –por decisión propia– se mantenían al margen de la
vida política nacional. Esta autoexclusión, según Sarmiento,
facilitaba el juego de los tiranos, quienes sacaban ventaja de
esta apatía y lograban así perpetuarse en el poder.
La percepción que Sarmiento tenía de las cualidades
políticas y cívicas de la ciudadanía era muy desalentadora;
sostenía que el grado de vulnerabilidad de una porción sig-
nificativa de la sociedad habilitada para sufragar era alto,
y que su racionalidad era muy pobre, lo que facilitaba el

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 255

manejo y la manipulación de dichos sectores por parte de


los dirigentes políticos. Desde luego que esta visión del ciu-
dadano nativo era profundamente cuestionada por muchos
de sus contemporáneos, ya que la consideraban crítica y
controversial. Esta concepción de los ciudadanos nativos no
difería de la que adquirió –luego de su viaje a Europa y los
Estados Unidos, allá por 1846– respecto de los inmigrantes
españoles e italianos, que representaban la mayoría de los
extranjeros que arribaban a las costas rioplatenses. Poco
tiempo tardó en percibir su escasa cultura cívica y su bajo
nivel de educación, lo que los convertía –como consecuen-
cia de ello– en meros observadores del desarrollo político
nacional.
La responsabilidad que Sarmiento les otorgaba a los
inmigrantes por obstaculizar con su indiferencia y su falta
de compromiso la consolidación de los valores republicanos
y la conformación de la nación era inmensa. No obstante,
creía que esa responsabilidad era también compartida con
todos aquellos intelectuales y políticos –a cargo, de algún
modo, de forjar el porvenir del país– que no se habían lan-
zado, a partir de los albores independentistas, a una lucha
por imponer –tanto desde lo legal como desde lo personal–
la noción de nacionalización de los inmigrantes.
Según Sarmiento, uno de los principales responsables
era Juan Bautista Alberdi, ya que erróneamente había defen-
dido (y de cierta manera había logrado imponer en la Cons-
titución Nacional de 1853) la idea de liberar a los inmi-
grantes de toda obligación cívica –una política que según
él avalaba la debilidad del sistema republicano y profundi-
zaba la dificultad de alcanzar la consolidación nacional–.
Aunque Alberdi y Sarmiento estaban de acuerdo en el rol
que le otorgaban a la inmigración como motor de progreso,
durante todo el siglo XIX mantuvieron un enfrentamiento
sobre la cuestión ciudadanía-extranjeridad.
Alberdi creía fervientemente en la idea del trasplan-
te; consideraba que esa era la manera de transmitir a los
nativos los valores y principios de progreso que traían los

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256 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

inmigrantes –valores y principios que eran vistos como sal-


vadores de nuestra sociedad–. El hecho de no imponerles
a los inmigrantes ningún tipo de obligación llevaría, según
él, a que estos optasen por quedarse en el país, que les brin-
daba un nivel de libertad al que era muy difícil resistirse.
Sarmiento, en cambio, creía que el camino exitoso era otro.
Consideraba que el Estado debía cumplir un rol fundamen-
tal en este proceso, pues era el encargado de moldear a los
inmigrantes a través de la legislación y la educación públi-
ca, para generar en ellos ese sentimiento de pertenencia y
patriotismo que incrementaría la necesidad de nacionali-
zarse para formar parte de la ciudadanía (ciudadanía que
unida sería capaz de alcanzar la consolidación de la nación
argentina). El Estado debía ser el encargado de educar, pues
el hombre no nace ciudadano, sino que debe aprender a ser-
lo, y, en definitiva, sería esa educación cívica la que arran-
caría tanto a criollos como a extranjeros del letargo cívico
en que se encontraban inmersos.
La cuestión de la relación ciudadanía-extranjeridad se
instauraba así como un problema clave desde el inicio mis-
mo de la vida independentista del territorio. Desde la pers-
pectiva de este libro, ese dilema no halló una solución hasta
comienzos del siglo XX, cuando las reformas electorales
alcanzaron la democratización del poder político y aumen-
taron la calidad de la representación a través de la imple-
mentación de medidas que permitieron mejorar el sistema
representativo –y que dieron respaldo, así, a la gobernabili-
dad y la democracia–. Ya se mencionó en capítulos anterio-
res que, a pesar de su esfuerzo por cambiar las condiciones
para que los inmigrantes se naturalizasen, y de sus pro-
puestas para lograrlo, Sarmiento no pudo ver en vida cómo
esos millones de inmigrantes que en un primer momento
habitaban el territorio sin ser parte de este pasaron a for-
mar parte activa de la sociedad. Simplemente los vio como
habitantes en un territorio ajeno que, por no haber gozado
de derechos políticos en sus respectivos países, no tenían la

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 257

experiencia ni el interés necesarios para hacerlo en el país


en el cual se habían radicado.
El papel que los procesos electorales y las modificacio-
nes en la legislación electoral jugaron en la larga búsqueda
de una representatividad más real no solo fue importante
porque contribuyó a crear un nuevo imaginario en torno al
concepto de “ciudadanía”, sino que además fue una herra-
mienta que ayudó a legitimar y democratizar el proceso
eleccionario. Caminos que fueron construyéndose al calor
de los acontecimientos y que, pese a las diferentes visiones
y tendencias que predominaron y a las transformaciones
vertiginosas que sufría la composición demográfica de la
sociedad, pudieron legitimar –la mayoría de las veces– el
proceso de elección de autoridades.
Para retomar la cuestión central de esta investigación,
digamos que el sistema electoral que Sarmiento quiso sanar
con la nacionalización de los inmigrantes continuó con
dificultades durante muchas décadas. Sin embargo, y como
se señaló anteriormente, hacia principios del siglo XX los
inmigrantes se fueron integrando a la sociedad a través de
segundas generaciones que, por haber nacido en el país,
asumieron su compromiso ciudadano con la tierra que
había recibido a sus padres y que les había dado un espacio
donde crecer y desarrollarse. Esto no significa minimizar la
lucha de Sarmiento por dotar al sistema político nacional
de mayor legitimidad a través de la nacionalización de los
inmigrantes; por el contrario, este trabajo intentó demostrar
el papel preponderante que tuvo esta lucha ininterrumpida
por alcanzar la ampliación de la ciudadanía; lucha, que, por
cierto, el sanjuanino logró mantener latente durante todo
el siglo (y con ella el establecimiento de un orden republi-
cano), no solo entre los nativos, sino –principalmente– en
relación con los millares de inmigrantes que arribaban año
tras año al país.
Se podría refutar que esta ininterrumpida lucha haya
resultado exitosa, pues, a pesar de ella, el silencio de

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258 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

millones de inmigrantes y su falta de compromiso cívico se


mantuvieron durante décadas, lo que no solo perjudicó sus
intereses y el de sus propios hijos, sino que interfirió en
la consolidación democrática de la Argentina, ya que per-
mitió que ciertos sectores políticos –traspasando el límite
de la legalidad– utilizaran esta acción egoísta a favor de la
corrupción política electoral para llegar al poder. Tal refu-
tación pone en primer plano algunas cuestiones tratadas a
lo largo de este trabajo y otras implícitas en él.
La historia aquí narrada dice mucho más sobre el
pensamiento y comportamiento de un exponente clave de
la elite dirigente (como representante de ellos) que sobre
aquellos grupos sociales –básicamente los inmigrantes–
involucrados en el desarrollo y progreso del país en calidad
de potenciales electores capaces de dar, con la obtención de
la ciudadanía, mayor representatividad al sistema político
y la conformación de una identidad nacional. Esto es así
porque se optó por poner el foco en la construcción del
pensamiento de Sarmiento en relación con la cuestión ciu-
dadanía-extranjeridad, y no porque se asuma una supuesta
jerarquía social y posicional entre los grupos que confor-
man la elite y los demás grupos sociales involucrados en
los procesos políticos, asumiendo que los primeros siempre
forjan el camino de la historia con su accionar.
Este trabajo aporta más a una reconstrucción del papel
de la clase dirigente a partir de la mirada de Sarmiento, y
en contraposición con la de Alberdi, al poner de manifiesto
cómo, frente a una misma problemática, la clase dirigente
tenía diversas estrategias que se dirimieron y debatieron
en el interior de dicho grupo, pero que indefectiblemente
fueron permeadas por las acciones de otros actores partici-
pantes, no pertenecientes a la elite, que, sin lugar a dudas,
contribuyeron notoriamente en la construcción del nuevo
orden político y representativo.
Este reconocimiento a los sectores ajenos al grupo de
los dirigentes podría ser considerado como un límite de esta
investigación, pero es importante destacar que sin ellos los

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Sarmiento y la construcción del ser nacional • 259

sectores dirigentes no hubiesen podido forjar –a través de


sus luchas– sus ideas políticas. Por lo tanto, y siguiendo la
hipótesis de Raffaele Romanelli que se señaló en capítulos
anteriores, es lo social lo que da forma a lo político a través
de la gimnasia que otorgan la práctica electoral y la partici-
pación cívica en general. Práctica que lleva a dar cuerpo a
la norma, vaciándola muchas veces de su contenido origi-
nal para asignarle un nuevo significado, más acorde con la
realidad sociocultural del momento. La reconstrucción rea-
lizada en este trabajo refleja cómo la interacción entre los
distintos actores sociales inmersos en una realidad socio-
cultural determinada genera un movimiento dinámico que
va forjando un nuevo orden político. A pesar de los diversos
y posibles senderos transitados, los acontecimientos que se
sucedían como consecuencia de dicha interacción fueron
amalgamándose para delinear así el camino hacia la confor-
mación de la identidad argentina. Identidad a la que tarde
o temprano se hubiese llegado, ya fuera por una vía o por
otra, para conformar una nueva concepción del ciudadano
político.
Intentar argumentar que, de haberse seguido el plan
sarmientino –que destacaba las bondades del sistema repu-
blicano y bogaba por nacionalizar a los inmigrantes desde
su llegada al territorio–, se hubiese allanado el camino hacia
la conformación de la identidad nacional sería hacer un
análisis contrafáctico. Pensar que los resultados de la imple-
mentación de una política semejante hubiesen sido exitosos
por comparación con lo sucedido en Estados Unidos sería
un error. Este libro sostiene, entonces, que no son solo las
ideas342 y los modelos los que imponen las condiciones polí-
ticas y sociales de una sociedad, sino que es la conjunción de
estos con la realidad social y cultural –conformada por los

342 En el caso de este libro, principalmente la idea de la república democrática,


federal y representativa de Sarmiento, que se forja a partir del contacto con
las ideas y la experiencia de las Revoluciones francesa, inglesa y estadou-
nidense.

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260 • Sarmiento y la construcción del ser nacional

valores, las creencias, las virtudes y las costumbres particu-


lares de los grupos sociales que la constituyen– la que, en
definitiva, le otorga su propia identidad nacional. Una iden-
tidad nacional que puede ser tal gracias a la construcción
de una noción de “ciudadanía” amplia e inclusiva (muchas
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