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PLUTÓN.
Parte gozoso, Esquilo; salva nuestra ciudad con tus buenos consejos y
castiga a los tontos: ¡hay tantos! Entrega esta cuerda[400] a Cleofón,[401] esta a
los recaudadores Mírmex y Nicómaco,[402] y esta a Arquénomo,[403] y diles que
se vengan por aquí pronto y sin tardar. Pues si no bajan en seguida, los agarro
los marco a fuego,[404] y atándolos de pies y manos con Adimante,[405] hijo de
Leucólofo, los precipito, hechos un fardo, a los infiernos.
ESQUILO.
Cumpliré tus órdenes: coloca tú en mi trono a Sófocles para que me lo
conserve y guarde, por si acaso vuelvo; porque después de mí, le creo el más
hábil. En cuanto a ese intrigante, impostor y chocarrero, haz que jamás ocupe
mi puesto, aun cuando quieran dárselo contra su voluntad.
PLUTÓN. (Al Coro.)
.
LAS JUNTERAS.
NOTICIA PRELIMINAR.
P .
V M .
C M .
B .
U H .
C .
C 1.º, que aporta sus bienes al común.
C 2.º, que no los aporta.
U H .
V V .
U J .
U J .
U C .
E .
MUJER PRIMERA.
¡Esta quiere cardar cuando es preciso no dejar ver a los asistentes ninguna
parte de nuestro cuerpo! ¡Estaría bonito que en medio de la multitud una de
nosotras se lanzase a la tribuna, y se dejase ver al natural![422] Por el contrario
si envueltas en nuestros mantos ocupamos los primeros puestos, nadie nos
reconocerá; y si además sacamos fuera del embozo nuestras soberbias barbas y
las dejamos extenderse sobre el pecho, ¿quién será capaz de no tomarnos por
hombres? Agirrio,[423] gracias a la barba de Prónomo,[424] engañó a todo e
mundo: antes era mujer, y ahora, como sabéis, ocupa el primer puesto en la
ciudad. Por tanto, yo os conjuro por el día que va a nacer, a que acometamos
esta audaz y grande empresa para ver si logramos apoderarnos del gobierno en
pro de la república; porque al presente ni a remo ni a vela se mueve la nave de
Estado.
MUJER SÉPTIMA.
¿Pero cómo podrán encontrarse oradores en una junta de mujeres?
PRAXÁGORA.
Nada más fácil. Es cosa corriente que los jóvenes más disolutos sean en
general los de mejor palabra; y, por fortuna, esta condición no nos falta a
nosotras.
MUJER SÉPTIMA.
No sé, no sé; la inexperiencia es peligrosa.
PRAXÁGORA.
Por eso mismo nos hemos reunido aquí, para preparar nuestros discursos
Vamos, poneos pronto las barbas, tú y todas las que se han ejercitado en
hablar.
MUJER OCTAVA.
Pero, loca, ¿quién de nosotras no sabe hablar?
PRAXÁGORA.
Ea, ponte la barba y conviértete cuanto antes en hombre. Aquí dejo las
coronas;[425] ahora me voy a plantar yo también la barba, por si acaso tengo
necesidad de decir algo.
MUJER SEGUNDA.
¿Antes de beber?
PRAXÁGORA.
¿Cómo beber?
MUJER OCTAVA.
Para eso, maldita la falta que me hacía el haberme puesto la barba: la sed
me abrasa las entrañas.
PRAXÁGORA.
¿Hay alguna otra que quiera hablar?
MUJER NOVENA.
Yo.
PRAXÁGORA.
Pues ponte la corona: la cosa marcha. Procura pronunciar un discurso bello
y vigoroso, apoyándote con majestad sobre tu báculo.
MUJER NOVENA.
«Hubiera deseado ciertamente que cualquiera de los que están avezados a
las lides oratorias me hubiera permitido con lo excelente de sus proposiciones
permanecer tranquilo en mi lugar; mas no puedo consentir, por lo que a m
respecta, que en las tabernas se construyan aljibes.[429] ¡No, por las dos
diosas!...»
PRAXÁGORA.
¡Por las dos diosas![430] ¿En qué estás pensando, desdichada?
MUJER NOVENA.
¿Qué hay? Todavía no te he pedido de beber.
PRAXÁGORA.
Es verdad; pero, siendo hombre, has jurado por las dos diosas: lo demás ha
estado bien.
MUJER NOVENA.
Tienes razón, por Apolo.
PRAXÁGORA.
¿Y si te empujan?[445]
PRAXÁGORA.
Les empujaré yo; en ese ejercicio pocos me ganarán.
MUJER PRIMERA.
En una cosa no hemos pensado: si se te llevan los arqueros, ¿qué harás?
PRAXÁGORA.
Me defenderé poniéndome así, en jarras, y no me dejaré coger por medio
del cuerpo.
MUJER PRIMERA.
Si te sujetan, nosotras les diremos que te suelten.
MUJER SEGUNDA.
Todo eso está perfectamente dispuesto; pero de lo que no nos hemos
ocupado es de la manera de levantar las manos[446] en la junta: nosotras que
solo estamos acostumbradas a levantar las piernas.[447]
PRAXÁGORA.
Eso es lo difícil; y sin embargo no hay más remedio que alzar las manos
descubriendo el brazo hasta el hombro. Vamos, levantaos las túnicas, y poneos
pronto los zapatos lacedemonios como habéis visto que lo hacen nuestros
maridos todos los días al salir o al dirigirse a la asamblea. En cuanto os hayáis
calzado perfectamente, sujetaos las barbas; después de atadas estas con todo
esmero, envolveos en los mantos sustraídos a vuestros esposos, y marchad
apoyándoos en los bastones, y entonando alguna vieja canción a imitación de
los campesinos.
MUJER SEGUNDA.
Bien dicho; pero cojámosles la delantera, pues creo que otras mujeres
vendrán del campo al Pnix.
PRAXÁGORA.
Apresuraos; ya sabéis que los que no están en el Pnix desde el amanecer
vuelven sin recibir el menor regalo.
CORO.
CREMES.
¡Eh, tú! ¿Qué haces? ¿Tus necesidades?
BLÉPIRO.
¿Yo? No; me levanto: ya he concluido.
CREMES.
¿Te has puesto el vestido de tu mujer?
BLÉPIRO.