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CUENTOS DE PERRAULT GRISELDA — PIEL DE .ASNO = LOS DESEOS RIDICULOS = LA BELLA DURMIENTE DEL BOSQUE CAPERUCITA ROJA — BARBA AZUL — EL GATO CON BOTAS - LAS HADAS — CENICIENTA RIQUETE EL DEL COPETE — PULGARCITO PROLOGO DE MARIA EDMEE ALVAREZ Thustraciones de SraaL y RackHAM EDITORIAL PORRUA, S. A. AV. REPUBLICA ARGENTINA, 15. MEXICO, 1996 “SEP AN CUANTOS...” Nom. 263 Primeras ediciones: La marquise de Salusses, ou La patience de Griselidis, Paris, 169 ridicules, 1693; Peau d'Asne, 1694; Histoires ou Contes du temp, Primera edicién en la Coleccién “Sepan cuantos../ Copyright © 1996 La traduccién, el prélogo y las caracteristicas de esta son propiedad de EDITORIAL PORRUA, S. A. Av. Reptblica Argentina, 15, 06020 México, D. Queda hecho el depésito que marca la ley Derechos reservados ISBN 968-432-417-0 Rustica ISBN 970-07-0262-6 Tela IMPRESO EN MEXICO. PRINTED IN MEXICO Habia una vez un hombre que posefa casas magnificas, tanto en la ciudad como en el campo, va- jilla de plata y oro, muebles tapi- zados de brocado, carruajes relu- cientes de oro y cuantas riquezas ~ puedan imaginarse. Pero tenia la desgracia de que le creciese una barba azul, dandole un aspecto tan " espantosamente feo, que todas las mujeres y muchachas le hufan. Una de sus vecinas, que era da- ma de alto linaje, tenia dos hijas de singular belleza, y el rico hom- bre pretendia que le diese en ma- trimonio a una de ellas, dejando a eleccién de la madre cuél de las dos beldades habia de ser su es- posa. Como ninguna de las dos queria serlo, cada una se esfor- iba en persuadir a la otra a que ceptase; pero entrambas se ho- rorizaban por igual al pensar que abian de casarse con un hombre le barba azul. Pero mds que por barba, estaban dispuestas a re- azarlo porque ya se habia ca- ido varias veces y nadie sabja el iradero de sus mujeres. Para conquistar el afecto de las lezas, Barba Azul las invité a , en compafifa de su sefiora dre, tres o cuatro de sus mejo- amigas y otras personas de la ‘Wecindad visitasen una de sus po- Hesiones, donde pasarfan una se- 7 mana de recreo, cazando, pescan- do, bailando, banqueteando y di- virtiéndose. La primera noche se les pasé en continuo regocijo, sin que ninguno pensara en acostarse, y todo iba tan bien, que la me- nor de las hijas empezé a decirse que la barba del duefio de la casa no era muy azul, después de todo, y que él mismo resultaba un caba- llero muy agradable. De regreso a la ciudad, se celebré la boda. Un mes después, Barba Azul dijo a su mujer que negocios de gran importancia le obligaban a realizar un viaje a provincias que durarfa al menos seis semanas, y desedndole que se divirtiese en su ausencia, le aconsejé que, si. ello habia de complacerle, invitase al campo a sus parientes y amigos y que ni un momento dejase de sen- tirse alegre. —Aqui —le dijo— tienes las Ilaves de los dos grandes cuartos donde guardo mis mejores mue- bles; éstas son las de los fuertes armarios donde guardo los cubier- tos de plata y la vajilla de oro que usamos sélo en dfas extraordina- trios; éstas abren las arcas donde guardo el dinero, plata y oro; és- tas los escrifios de las joyas, y ésta es la Ilave maestra de mis habita- ciones particulares. Pero ésta pe- queiiita es Ja lave del gabinete que 78 PERRAULT esta al extremo de la galeria de la planta baja. Abre todo lo que quie- ras, excepto este gabinete donde te prohibo entrar, y de tal manera te lo prohibo, que si te atreves a abrirlo, mi justa célera e indigna- cién no conoceran limites. Después que ella le prometié cumplir exactamente sus érdenes, la abrazd, subié a la carroza que le esperaba y emprendié el viaje. Los amigos y vecinos de la re- cién casada apenas esperaron que ésta los invitase; tal era su impa- ciencia por ver el lujo de que vivia rodeada, aunque no se atrevieron a visitarla mientras estuvo alli el marido, porque su barba azul les infundia miedo. Recorrieron todas las salas, habitaciones interiores, gabinetes y guardarropas, encon- trdndolo todo tan lujoso, que cada pieza les pareefa superar a las otras en riqueza. Por fin pasaron a los guarda- muebles, y los invitados no salfan de su asombrada admiracién al contemplar tanta belleza en tapi- cerias, lechos, divanes, sillones, ar- marios, repisas, mesas y enormes espejos donde podfan verse de cuerpo entero; los habia con mar- cos de cristal, de plata, ya senci- los, ya primorosamente labrados en oro; nunca habian visto cosa tan magnifica. No hallaban_pala- bras con que expresar su admira- cién ni cesaban de envidiar la feli- cidad de la casada; pero ésta no hallaba complacencia en la con- templacién de tan inestimables ri- quezas, por el anhelo que la con- sumia de abrir el gabinete de la planta baja. De tal modo la do- min6é su curiosidad, que sin pa- rarse a reflexionar que cometia un acto de descortesfa dejando a sus invitados, se precipité por una es- calerilla excusada, con tanta pri que estuvo a punto de torcerse cl cuello. Al llegar ante el gabinete se de- tuvo un momento a pensar en las ordenes de su marido, reflexio- nando en la desgracia que aquel acto de desobediencia podria aca- rrearle; pero tan fuerte era la ten- tacién, que no pudo vencerla. Co- gid la Have y abrié la puerta, tem- blando, pero al entrar no pudo distinguir nada, porque estaban echadas las persianas. Al cabo de un rato noté que el suelo estaba completamente cubierto de sangre coagulada, y ante ella, colgaban de la pared, en hilera, cadaveres de mujeres de diferentes edades. No le cabia la menor duda: alli es- taban las mujeres que se habian casado con Barba Azul y a las que éste habia degollado una tras otra. Creyé morir de espanto y Ia Ilave que habia sacado de la cerradura se le cayé de la mano. Apenas fue duefia de sus sen- tidos para recogerla, cerrar la puerta y subir a su _habitacién para serenarse; pero no pudo, por- que estaba muerta del susto. Al adyertir que la llave estaba man- chada de sangre, traté de limpiar- la dos 0 tres veces; pero la san- P BARBA gre no desaparecia; fue en vano cuanto hizo para lavarla, pues aun- que la fregé y restregé con jabén 'y arena, la sangre no se iba, ya que la llave estaba encantada y al quitar la sangre de un lado apa- recia por otro. Barba Azul regresé de su viaje aquella misma noche, diciendo ha- ber recibido cartas en el camino segurandole que los negocios es- tuban ya resueltos a favor suyo. Su mujer se esforzd en conven- cerlo de la extraordinaria alegria que le causaba su regreso inespe- AZUL 79 rado. Al dia siguiente le preguntd él por las llaves, que ella le en- tregd, pero con mano tan temblo- rosa, que facilmente comprendis el marido lo que habia pasado, —{Cémo no esta la Have de mi gabinete en el manojo? —pregun- t6 Barba Azul. —Seguramente me la habré de- jado arriba sobre la mesa —con- testé ella. —Traemela inmediatamente —ordené el marido. Después de grandes esfuerzos por distraerlo de esta idea, se vio obligada a entregarle la Ilave. Bar- ba Azul la examiné atentamente y pregunté a su mujer: —¢Cémo se ha manchado de sangre la llave? —Lo ignoro —dijo la desgra- ciada mujer, més pdlida que la muerte. —iConque lo ignoras! —replicé Barba Azul—. Pues yo lo sé de- masiado. Has entrado en el gabi- nete, ¢verdad? Perfectamente, alli volverds y ocuparés tu puesto en- tre las damas que viste. La infeliz se arrojé a los pies del marido Iorando e implorando su perdén con las més vivas ma- nifestaciones de arrepentimiento por su acto de desobediencia. Tan hermosa estaba en st afliccin, que hubiera enternecido a una ro- ca; pero el coraz6n de Barba Azul era més duro que una roca. —jHas de morir irremisible- PERRAULT mente! —grits él—. jY sin tar- danza! —Ya que he de morir —con- test6 ella mirando a todos lados con los ojos bafiados en Ilanto—, concédeme algtin tiempo para re- zar mis oraciones. —Te concedo —replicéd Barba Azul— medio cuarto de hora, jpe- ro ni un momento més! Cuando se quedé sola, fue a buscar a su hermana, y le dijo: —Hermana Ana, hermana Ana —pues asi se llamaba— por favor, sube a la torre mds alta y mira si vienen mis hermanos. Me pro- metieron que vendrian hoy. Si los ves venir, hazles sefias para que se den prisa. La hermana Ana eché a correr hacia lo més alto de la torre, desde donde estuvo atalayando con an- siedad, mientras la pobre afligida le gritaba angustiosamente desde abajo: BARBA AZUL si —iHermana Ana, hermana Ana! éVes si alguien viene? Y hermana Ana le respondfa: —No veo més que el polvo que el sol oscurece y la hierba que en el suelo crece, Entretanto, Barba Azul se habia armado de una enorme cimitarra y llamaba a grandes bramidos: —iMujer, baja en seguida o subo a buscarte! —iUn momento, sdlo un mo- mento, por amor de Dios! —con- test6 su mujer. Y luego se dirigié a su hermana en voz baja: —iAna, hermana Ana! Ves si alguien vie- ne? Hermana Ana contesté: —No veo més que el polvo que el sol oscurece y la hierba que en el suelo crece. —iBaja inmediatamente —grit6 Barba Azul— o subiré a buscarte! —Voy en seguida —contesté su mujer. Y volvié a gritar: —jHer- mana Ana, hermana Ana! {Ves si alguien viene? —Veo —contesté hermana Ana— una gran nube de polvo que se acerca en esta direccién. —éSon mis hermanos? —iAy! No, querida hermana; es un rebafio. —iAtn no bajas? —profirié Barba Azul. —Sélo un momento —dijo su mujer, y grits: —jHermana Ana! éVes si alguien viene? —Veo dos jinetes que vienen en esta direccién, pero estén muy le- jos. —iAlabado sea Dios! —excla- mé al cabo de un momento—. Son mis hermanos. Voy a hacerles se- fias para que corran cuanto pue- dan. Barba Azul daba tales gritos que hacia retemblar la casa. Su des- venturada esposa bajé y se arroj a sus plantas derramando légri- mas, con su cabellera suelta so- bre la espalda. —Es indtil cuanto hagas —dijo Barba Azul—, porque vas a mo- rir. Y cogiéndola por los cabellos con una mano y esgrimiendo la cimitarra con la otra, se disponia a cercenarle de un tajo la cabeza. La desgraciada se agarré a sus piernas y dirigiéndole una mirada de mortal angustia, rogé que le concediera un momento para con- centrarse en si misma. —jDe ninguna manera! —ru- gid el marido—, encomiéndate a Dios... Y volvié a levantar el brazo. Pero en aquel instante llamaron a la puerta con tal estrépito, que Barba Azul se quedé como para- lizado. La puerta se abrié y pe- netraron dos jinetes que, desenyai- nando la espada, se lanzaron enfu- recidos contra Barba Azul. Reco- nocié él en seguida a los herma- nos de su mujer, dragén el uno y mosquetero el otro, y buscé su salvacién en la huida, pero los hermanos lo perseguian tan de cerca, que al Ilegar a las gradas 82 PERRAULT del pértico lo atravesaron con las espadas y lo dejaron muerto. La pobre esposa, casi tan muerta co- mo su marido, permanecfa en el suelo, sin fuerzas para levantarse y abrazar a sus hermanos. Como Barba Azul no tenfa he- rederos, su viuda entré en pose- sién de todas sus riquezas. Des- tind parte de ellas a dotar a su hermana Ana, que cas6 con un joven hidalgo que la amaba hacia tiempo; otra parte a obtener el grado de capitén para sus herma- nos, y el resto a casarse con un hombre de bien, que le hizo olvi- dar los horrores que habfa sufrido viviendo con Barba Azul. BARBA AZUL. 83 Otra moraleja Por poco juicioso que seas y que conozcas las consejas del vulgo, comprenderds que esta historia es un cuento del tiempo pasado. No hay marido tan terrible ni que pida lo imposible, aunque sea exigente y celoso. Moraleja Cerca de su mujer hilan delgado, y sea cual fuere el color de su barba, La curiosidad, pese a sus atractivos, es diffcil juzgar cudl de los dos es el amo. causa a menudo muchos pesares; todos los dias vemos ejemplos de ello. No obstante que sois mujer, pensad que es un placer tan pasajero que cuando se satisface deja de ser y cuesta siempre demasiado caro.

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